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Capitulo 2 Buenos Aires ez. Recién sofocada la tiltima revolucién jordanista, la fraccién naciona- lista del partido Liberal, liderada por el general Bartolomé Mitre, amenasa- ba con desconocer el resultado electoral que habfa consagrado como sucesor del presidente Domingo Sarmiento al doctor Nicolas Avellaneda 5124 de setiembre de 1874 estall6 a revolucién, Los generales Ignacio Rivas y Jo- sé Arredondo concentraron las fuerzas rebeldes en Azul y Cuyo, respectivamente. Desde Buenos Aires, Mitre, con el corone! Francisco Borges, marché al frente de una olumna de 9000 hombres para reunirse con ambos jefes. En el camino se top6 con tina partida de 900 soldados del Ejército Nacional al mando del teniente coronel Je. sé Atlas. Este, al enfrentarse con fuerzas diez veces superiores, decidis hacerse fuer. te en Ia estancia La Verde, donde los rechaz6 una y otra vez, provocdndoles fuertes Pérdidas y obligiindolos a retirarse, El joven coronel tucumano Julio Argentino Ro- ca, designado por Sarmiento jefe de las fuerzas nacionales, poco después derrotaria a los rebeldes en la batalla de Santa Rosa, En San Lorenzo, la casa de dofia Rosario Acevedo de Cuminetti era el centro so- cial donde coincidfan el coronel Silverio Cérdoba, el farmacéutica Adolfo Saluce y CES Prominentes vecinos, para reafirmar los postulados democriticos de la Repd blica, "No se hablaba de Patra sino con sentido de devocién y del principio de auto. Filed basado en el culto a la Constitucién.... Porque eran épocas hondamente pertur. badas donde se alzaban poderosos caudillos, desafiando y poniendo a prueba el po. der de la Nacin. Alf comenz6 a forjarse en mi mente y en mis sentimientos el cel. ‘0 ¥ respeto por la Constitucién Nacional y por las instituciones demoeriticas”. re. rorcaria més tarde el entonces adolescente Pablo, que participaba también de aque las reuniones. El momento habja Hegado para él. La convocatoria y repercusién que tuvo en el pueblo sanlorencino el llamado del gobernador de Santa Fe, doctor Simén de Irion- o, para formar milicias provineiales y defender el voto popular en contra de los in. surrectos, no Io hizo dudar. “Mamé, jme voy a alistar! -grit6 apenas entr6 en su casa para buscar sus cosas Pero, hijo, si apenas tenés quince afios. Pensdlo bien, te puede ir la vida. -No me importa, ya lo tengo decidido. - Y salié disparado como una tromba hasta cl despacho del coronel Cérdoba, encargado del reclutamiento para integrar el cuer. Po de voluntarios del Regimiento de Milicias de San Lorenzo, I a situacién politica del pais, a mediados de la década del setenta, ardia otra En el camino se cruz6 con varios compafieros y, alegremente, sofiando con los combates donde quizds iban a participar, llegaron al cuartel y se cuadraron frente al oficial. Aqui estamos, coronel, para lo que usted mande! Cérdoba los vio tan decididos, dispuestos a todo, que para sus adentros no dejé de emocionarse por la demostraci6n de patriotismo de aquellos todavfa lampifios ado- lescentes. Los entrenamientos eran rigurosos. Sin embargo, Pablo no desentonaba. Con entu- siasmo blandia el sable como un experto y, a caballo, practicaba téeticas de comba- te, Tenia predilecci6n por un tordillo un poco mafiero al que dominaba con cierta di- ficultad. ~Tené cuidado, Pablo, es un pingo traicionero que en cualquier momento te manda al piso. ~iQué val Solo es cuestiGn de hacerle sentir quién manda, No hizo caso a las recomendaciones. En uno de esos tantos ejercicios y en vispe- ras de partir hacia el frente, cuando quiso sofrenarlo, sufri6 una rodada que casi lo mata, Sus ansias pudieron mas que la prudencia y una fractura en la clavicula dei cha le impidi6 cumplir sus anhelos. Tuvo que quedarse en casa. No lograban consolarlo. En cama, un lejano toque de clarin anuncié la partida de los soldados. Pegado a una de las ventanas, seguia con sus lamentos. -Escuchen, es mi regimiento. No puedo creerlo. Y yo en cama tomando una sopi- ta. Una cosa era segura, si hubiera podido levantarse, hubiese ido con ellos. Era como un flete de carrera desinflado en la partida. Catalina no sabia ya cémo tranquilizarlo, Apel6 a la l6gica y con paciencia fue cal- mando a su hijo, ~Agradecéle a Dios la suerte de que quizs no mueras en Ia batalla 0 quedes mal herido o tullido para siempre. Era verdad. El destino ya habia jugado las cartas. En la forzada inactividad, lefa re- latos épicos e historias sobre héroes militares que lo fascinaban. En esos momentos, comprendié que su vocacién debja pasar exclusivamente por la capacitacién y el es- tudio para ser el mejor. ‘Ya general, recordarfa aquellos momentos. “Si en las acciones de Santa Rosa esca- paba de la Parca, hubiera seguido en el ejército como un simple soldado, sin instrue- ciGn cientifica 0 por lo menos sin llegar a ser nunca un militar de escuela, porque me hhubiera quedado en el cuartel *. Aquel primer fracaso no lo desalents. - Seré soldado -repetfa una y otra vez a quien q ios. Con el brazo derecho en cabestrillo, por las tardes esperaba el regreso de sus ami- g05, sobre los que habia noticias confusas. Con ansiedad oteaba el horizonte con la ‘mano izquierda, para reconocer la polvareda de la diligencia que venia desde Rosa- rio con novedades, iera ofrlo. Lo decfa hasta en sue- 46 Alli viene! jAllé viene! -anunciaba a los gritos. Corria hasta la esquina y con un trotecito acomy mmuaje hasta que frenaba frent su conductor con toda clase de pregi EsPerd, esperd un poco... dejdme por fo menos que baje -contestaba Severo, El curtido hombre de unos cincuenta afios, pelo large enegrido, ojos saltarines y ming amanente mueca en la boca, salté de su asiento y se sacudi6 el polvo del ca- ry Senna del sombrero. Resignado, esperd las preguntas de Pablo: -¥, Severo, ,qué se sabe?. ;Mird, parece que nuestros muchachos la estén pasando fulera Porque los comba- tes son muy duros. ~gHay muchas bajas? -St, dicen que muchas. Con los ojos Ilenos de légrimas, traté de seguir con el didlogo. No pudo, ~Tranquilizate, amigo. Ya van a volver Enfonces, le alcanzaba aquella hoja de papel que era el datio La Capital. La lefa con avider y salia corriendo, voceando como un canta las notice sobre las accio- nes militares, ifiez, que lo esperaba de ramos generales de su papé, ~¢Qué hay de nuevo hoy’? “Lea, lea, don Pablo, Parece que los rebeldes van retrocediendo, Tranquilo, m’hijito, no apure el traneo. Era hora de que las corgs empezaran a en- detezarse. La ley siempre triunfa, aunque a veces sea ux Poco lerda y nos ponga ner- viosos. Era su amigo del alma. Desde chico lo deleitaba con sus cuentos y relatos, sobre ‘odo cuando le hablaba del combate de San Lorenzo, en el que habfa participado, ~Vent, sentite aqui en este banquito, hecho de ‘huesos y cuero. Mate de por medio, con azticar como le gustaba, mesaba su barba y comenzaba a hablar. La muleila era siempre la misma al comenzar a conta “San Martin era un mozo bizarro que leg6 durante la noche con sus valientes granaderos...” Y Pablo quedaba encantado, Mientras tanto, ;qué pasaba en el frente? Arredondo habia legado triunfalmente a Mend 4 Rosa. La divisi6n sanlorencina de Cérdo- ba estaba allt En el primer encontronazo, vencieron lox revolucionarios. Pero mis Lard, las fuerzas legales, con la directa intervencién de Roca (ascendido a general en cl mismo escenario del combate), de los coroneles Leopoldo Nelson, Eduardo Race- do, Manuel Obligado y Carlos Paz, y del teniente corenel Manuel Olascoaga, defi- Hieron Ia lucha a su favor. Posteriormente, en Junin los rebeldes capitularon de vVamente. -gida, estrepitosa y emotiva, cones cubiertos de flores y banderas, culminé con un 97 acto en la plaza del pueblo. El joven Riecheri, convaleciente atin de su cafda, se pa- +6 orgulloso frente a todos sobre una especie de plataforma. Saeé un pupel del bolsi- ilo derecho de su chaqueta y pronuncié un discurso de bienvenida que haba redac- tado en la soledad de sus pensamientos. Tanto fervor y patriotismo hubo en aquellas j6venes palabras, que emocionaron hasta a los soldados mas fogueados. El propio co- tonel Cérdoba no pudo contenerse y con la espada en alto, la deposité una y otra vez en los hombros del joven, nombréndolo caballero, segtin los ritos medievales de la caballeria. “En nombre de Dios -Ie dijo- estoy frente a un verdadero soldado. Bendito seas, FI cronista de la época tampoco pudo sustraerse a las emociones del momento y, codeando a Lézaro, le anuncié premonitoriamente lo que escribirfa més tarde en La Capital. “Si su hijo fuera admitido hoy en el Colegio Militar, le pronostico que en sus au- Jas se forjaria un futuro general argentino. ~Le parece? -Ya va a ver, don, el tiempo me daré la raz6n. ‘Apenas despuntado 1875, Pablo decidi6 gestionar personalmente su entrada en el instituto creado por Sarmiento. “Mira, Nico, ésta es la carta donde pido que me admitan como cadete. {Creés que dar resultado? ‘Su hermano la ley6 con cara de nada y le contest6 con un monosflabo mientras buscaba a Pedro, el menor, para jugar a las bolitas. -Si, y no molestes més Cerré el sobre y silbando rumbes para el correo con Ia ilusién prendida en sus bri- antes ojos. ‘Mientras esperaba una respuesta, lefa y relefa aquellos apuntes que le alcanz6 el ayudante del coronel Cérdoba, donde se enteré de cémo era en ese tiempo el Cole- gio Militar. Funcionaba en las viejas instalaciones de San Benito de Palermo, la ex residencia de Juan Manuel de Rosas. Un mundo nuevo para él. ~¢Dénde quedarai? ;Cémo sera? ,Y Buenos Aires? Somaba despierto mientras pa- taleaba en el Parand con sus amigos. “Escuché, Federico, acd dice que sus reglamentos fueron aprobados en 1870 y el instituto esta destinado a la educacién de hijos de militares muertos en el campo de batalla, huérfanos, hijos de militares y empleados de la administracién publica. “Pero Pablo, vos no tenés nada que Ver con todas esas posibilidades. Tu papé no es militar argentino, no sos “guacho” y ninguno de tus tios es empleado del gobierno - Jo volvia a la realidad aquel compinche. -No importa, Yo escribj igual. No por nada le pedi consejo al coronel y él me ani- mé a mandar la solicitud. Siguié leyendo tozudamente. Asf se enter de que el coronel héingaro Juan Czetz era su primer director. “Qué curioso... fue general del ejército de su pats y, como era opositor del gobier- no, se exilé en Ia Argentina en 1859. -Debe ser bravo el tipo ese. 48 Cabo primero, recién egresado del Colegio Militar Condecorado y a lurionne punto de egresar is de cadete del Colegio Militar Entusiasmaba a los chicos con los detalles. Y algunos sofaban con imitarlo, -iEscuché, Enrique, esto también es para vos! Los cursos duran cuatro 0 cinco afios y el postulante debe tener més de 12, buena salud, adecuada robustez, saber leer, es- cribir y aritmética. Te parece? -Si, vos sos muy bueno para las matemdticas. Déle, animate y acompaitéme, -No sé, vamos a ver- contest6 no muy conyencido. Los dias pasaban y su desesperacién iba en aumento, No aguanté més. Una noche, esperé a que su padre volviera del negocio y le dijo sin rodeos: -Si esta semana no recibo noticias, me largo a Buenos Aires solo. -Me parece bien, hijo. No te preocupes por nada, tengo algunos pesitos ahorrados que van a servirte para que puedas vivir alld hasta resolver la situacién. EL 1° de marzo de 1875, con el grado de alférez, partié hacia la gran ciudad, adon- de Ilegé dos dias después. El viaje no result6 para nada placentero. Durante el tra- yecto a Rosario en diligencia, una intensa Huvia cay6 sobre el camino y lo hizo in- transitable. Para colmo, su ropa también sufrié las consecuencias. ~iQué desgracia, Saverio! Tengo el pantal6n blanco a la miseria de barro y me pa- rece que con el apuro es el nico que traje. Volvé de un pique al pago y decile a ma- ‘ma que ponga ropa en un badil y me lo traés. Yo me voy a alojar en aquel hotel. Ahf qued6 confinado hasta que el veterano conductor deposité en Ia habitacién su pedido, -Tu mamé te mand6 estos pastelitos con dulce de batata y unos pafiuelos con per- fume francés para que no te olvides de ella. - “La mamma é sempre la mamma’ -le contest6, guardando cuidadosamente aque- los presentes. Se despidié del entraftable amigo y subié a la goleta que lo dejarfa en el puerto portefio. La emocién lo embargaba. No softaba siquiera que su romance con los bar- cos recién comenzaba. En su camarote, escribia. “Pasamos Villa Constitucién. jC6- mo me duele salir de mi provincia! Pero ,qué hacer si la obligacién de un buen ciu- dadano tiene que separarme de ella?, No queda més que conformarse...” La entrada a Buenos Aires lo impacté de veras. El movimiento de todo tipo de bar- cazas, balandras, botes y otras embareaciones de mayor y menor porte con sus am- plios velamenes desplegados esperando vientos favorables para salir a rio abierto, brindaban un especticulo aparte. Bajé por la planchada con el baiil a cuestas y entre el mugir del ganado, que Agiles reseros intentaban hacer entrar en amplios corrales, camino del matadero, subié a un sulky tirado por un hermoso azabache. Indicé su destino al cochero a quien antes pidié que diera un paseo por el centro de la ciudad, Se tuvo que pellizcar varias veces al ver el Cabildo, la Catedral y la Casa de Go- bierno. -Por favor, pare aqui -le indies. Bajé y recorrié lentamente aquellos histéricos lugares. Quedé impresionado por la cantidad de gente que iba de un lugar a otro, quizés a sus lugares de trabajo 0 sim- plemente a dar un paseo. Los hombres con sus niveas polainas, levitas y bombines estilo francés e inglés, y las mujeres con grandes capelinas y vestidos con voladitos 30 casi tocando el piso. iY los coches! Eran de toda clase, La cantidad de palomas que revoloteaban por su cabeza lo acerearon afectivamente a su pueblo, donde Goyo -otro de sus amigos- te- nfa un enorme palomar al que ayudaba a cuidar. Pasadas las primeras emociones, se alojé en el Hotel Provence, de Cangallo 33. Una ducha répida, un mordisco a una manzana. Ya cambiado, se echo sobre una si- Ila para redactar una nota dirigida al mismisimo ministro de Guerra y Marina, coro- nel Adolfo Alsina, solicitandole dar examen para ingresar al Colegio Militar, Eta otra posibilidad que se le habia ocurrido. Abrié el tintero, mojé la pluma de faisén y con ttazos firmes expuso sus deseos. La espolvoreé con un poco de talco para secar la tinta, la puso en el sobre, lo cerr6 y personalmente Io llevé al Ministerio. Estaba a ocas cuadras del lugar y de a pie només, se fue familiarizando con la ciudad y su gente. Lo dejé en la mesa de entradas. ~Ya esté, Miguel. Ahora a esperar -dijo al regresar a su interlocutor, un cordobés con el que trabé amistad a los pocos dfas. Como los dos eran provincianos “recién llegados”, decidieron sumar fuerzas para apoyarse en sus objetivos. Aquel queria in- gresar en la universidad para ser abogado. Pablo no se qued6 quieto. Todos los dias iba hasta ¢l Ministerio para obtener una respuesta. Nada pasaba. Mas tarde se enterd de que el pedido habfa sido remitido a Santa Fe para certificar sus antecedentes militares. El coronel Cérdoba los habia de- vuelto el 1° de abril con una esquela donde dejaba constancia de “que el alférez. don Pablo Riccheri pertenecié al regimiento a mis érdenes, que marché al interior para formar parte del Ejército Nacional del Norte... en cuyos servicios cumplié dignamen- te todo lo que le fue confiado”, Esperaba y esperaba, Sus dias -como era obvio- los dedicaba a conocer y a estu- diar. También a escribir a casa. “Mi tiempo no lo pierdo -confiaba a Saluce- lo ocu- o en repasar los antiguos rudimentos para rendir un lucido examen”. Las noticias, sin embargo, no eran alentadoras porque, simplemente, no llegabai Contrariado, volvi6 a escribirle a su amigo farmacéutico. Este, luego de revolver ci lo y tierra, le remitié dos cartas de recomendacién: una para el ministro del Interior ¥ ex gobemnador de Santa Fe, doctor Simén de Iriondo, firmada por José Castafier, preceptor del colegio San Carlos, y la otra para el politico santafesino Nicasio Oro. fio, de pufio y letra de su amigo Manuel Medina. No dudé. Las presents personalmente. ~Tengo que ir yo, Miguel, es la nica manera de que me tomen en cuenta, ‘Una hermosa casa estilo inglés, con amplias verjas y un cuidado jardin, dominaba la calle. Tocé a la puerta. -Pase, por favor, el doctor lo atenderd enseguida, Esper. De una escalera bajé un hombre con bigotes canos y sonrisa contagiosa que le extendié la diestra, -Riccheri, {qué alegria conocerlo! Cérdoba me hablé mucho de usted. {Qué lo trae por aqui? Le explicé con lujo de detalles Como un padre, 1o tomé por los hombros y le prometi6 firmemente que lo ayuda- SI ria. -4Cémo anda de plata? -Y... me las rebusco como puedo. Los pocos pesos que me dio mi familia se eva poraron pagando el alojamiento. Me quedé sin un cobre. Creo que tendré que regre- sar a San Lorenzo sin haber obtenido la realizacién de mi esperanza. -No se preocupe, hasta tanto no ingrese al Colegio Militar, yo pagaré los gastos del hotel. Salié feliz.de la vida. Parecfa que las cosas iban tomando otro color. Al dia siguiente, fue a verlo a Orono con idénticos resultados y obtuvo la firme promesa de que iba a ayudarlo. No pudo con su genio y le escribi6 inmediatamente Medina, conténdole los resultados de aquellas visitas. En una de esas tediosas tardes, un poco aburrido ya de frecuentar el café de la es- quina, le pidié a Miguel que lo acompafiara, No le dijo adénde. -Venf, no preguntes nada. Subieron al tranvfa. Bajaron en Palermo, Caminaron unos metros y se detuvieron frente a un edificio con barracas pintadas de crema claro. -Miré, ésta ser mi morada por una porcién de afios -sefialdndole la plaza de armas del Colegio Militar, que en esa época estaba en el barrio capitalino Era una expresién de deseos. Su agotada paciencia s6lo tenia consuelo en las lineas que recibfa de casa. Le aplacaban el espiritu. Tba al Ministerio y esperaba, esperaba y esperaba, No habfa respuestas. Volvié una vez més. Entr6. Conocia el camino de memoria. Dijo quién era por enésima vez y para qué estaba alli. Se sent6 en el sillén de pana roja a esperar el milagro. Estaba por irse. La tarde cafa sobre la ciudad. Escuché que lo chistaban, Desganado, se dio vuelta y vio a un negro ordenanza que le hacia sefias. ~{Qué te pasa ,muchacho?- pregunt6 el moreno Luis. Le conté sus desventuras. -Veni, no te pongas mal que algo vamos a hacer.. Lo Hev6 hasta una oficina (que recordarfa' toda su vida) donde, junto a una mesa iluminada por dos grandes velas, un empleado de apellido Mazzini (...;qué coinci- dencia!) acomodaba una serie de papeles. A su lado, un oficial lo miraba. Luis se acereé al civil y le dijo algo al ofdo. -{Riccheri” -pregunt6 como si no conociera el apellido. Gir6 en su silla e interrogé al uniformado: ~aLe suena el nombre, mayor? Alescucharlo, el militar levanté la cara y clavéndole la mirada, seco y cortante, le espets... ~iRiecheri!, ,qué carajo hace aqui?! No entendfa nada, Antes de que pudiera reaccionar, un rosario de palabrotas le ca- yeron encima como un huracén. Sélo aleanzé a escuchar las titimas. {Su solicitud ha sido despachada favorablemente hace quince dias! jPor qué no se presenté todavia en el Colegio Militar?! ;Higalo mafiana mismo, sin fatal... ;Me oye?... jSin falta! Puede retirarse, Era el sargento mayor Julidn Falcato, comandante de una de las compaiifas del Co- 92 Tegio, la misma a a que seria destinado. De 61 dirfa que “sus condiciones fisicas y morales pude admirarlas después en su propio hijo”. No podfa creer lo que escuchaba. Le dio un tremendo abrazo al negro Luis, ~iGracias, amigo, nunca voy a olvidar lo que hiciste por mi! -y se fue silbando ba- jo una pertinaz lovizna. Habia logrado su propésito. Rindié los exdmenes con notas sobresalientes. -Yuelva a su casa que lo Hamaremos. Otra vez. a esperar. Los dias cafan uno a uno. La citacién no llegaba. ~ {Qué pasa ahora, Pablo? -pregunt6 extrafiado Miguel. -No tengo la menor idea. Fue hasta el Colegio Militar, donde averigué las causas del retraso. Cuando se las dijeron, quiso morirse. El desconsuelo Jo acompaiié al regresar al hotel, -{No te digo yo?... estoy meado por los perros, Resulta que ahora por la crisis eco- ‘némica, el gobiemo redujo el cupo de becas para entrar al Colegio Militar. -iNo puede creerlo! -Miguel, gy ahora qué hago? ~¢Por qué no vas a verlo a de Iriondo otra vez? ;No es tu amigo? Los sinsabores eran una asignatura que conocia muy bien, pero no se achie6. Visi ‘6 al ministro que le habia tomado particular simpatfa. Como esperaba, intercedié an- te el presidente de la Reptiblica para que hiciera una excepeién con su solicitud. Otra vez las cartas estaban echadas. Y los hados, favorables. EI I° de julio de 1875 el joven Pablo C. (de Ciriaco, inicial que dejaria de usar) Riccheri, pas6 a revistar como cadete del instituto. Comenzaba la trayectoria que el propio Silverio Cérdoba le habia vaticinado a su amigo Eudoro Diaz. “Riccheri tie- ne que hacer carrera en este pais porque seré un militar ilustrado que hard jugar lo mismo Ia espada en un campo de batalla, que la pluma en la arena del pericdismo 0 Jos arguments de un debate parlamentario” Se levant6 temprano. Luego de afeitarse, con la alegria dibujada en la cara, se vis- 1i6. Tomé un répido café y subi al tranvia que lo dej6 en Palermo. Cruzé la verja del colegio. Con una pequefia maleta en la mano derecha, formé fila con sus nuevos compafieros y esperé que lo lamaran, ~iAspirante Riccheri! ;, Qué especialidad elige?! Habfa madurado la decisién y tenfa bien en claro en qué arma servir. Sin més, con- testé -Artilleria, mi sargento. El suboficial tom6 nota de sus otros datos personales, sin insinuar el menor gesto amistoso, No se hizo problemas. Todo era nuevo para él. Con cordialidad y sin chistar doj6 gue el peluquero lo rapara. Sacudié de los hombros los tltimos cabellos, se levanté ¥ recibi6 el uniforme, un kepf y botas para uso diario, una frazada, un par de séba- nas y la almohada. Como pudo, lleg6 hasta su pieza, donde habfa cuatro camastros, ¥ tes compaiieros que le dieron la bienvenida. Acomod6 las cosas en el cofre donde uso varios libtos: la biografia del patriota peruano general Santiago Salaberry, la no- sla Matilde, un cuaderno sobre guerrillas, el Memorial de Santa Elena y una resefia 53 biognifica del mariscal Antonio José de Sucre. En eso estaba, cuando tocaron a for- ‘macién y los 68 aspirantes, pulcramente vestidos y correctamente formados, cono- cieron al director del Colegio, el coronel Mariano Moreno, hijo del précer de la Pri- mera Junta y veterano de Ituzaing6. La arenga que escuch6 lo inflam6 atin mas de patriotismo. ~Acé, sefiores aspirantes, venimos a servir a la Patria y lo haremos desde la exce- lencia y el profesionalismo, dejando de lado toda apetencia personal y dedicdndonos s6lo a estudiar y aprender para ser los mejores. Estas palabras lo hicieron sentir como pez en el agua, Tenia bien claros sus objeti- ‘vos. Mucho le habfa costado estar allf y no iba a dejar pasar la oportunidad asf no- més. Ya ministro, confes6 en un reportaje que en aquella época “yo era un provincia- nito timido, ingenuo, agreste y sin ninguna malicia”. Sin embargo, algunos no pen- saban igual, La rebelién mitrista también tocé las puertas de aquel claustro. Varios aspirantes se manifestaron a favor de sus efectos y, entonces, quedaron separados de Tas clases. -Te das cuenta, Espora, por qué i clamos en los juegos de la politica? -Sf, pero a veces, uno deberia tomar partido. -No, no te equivoques. S6lo tenemos que preocuparnos por ser buenos soldados y Ja Constitucién que tenemos es fruto de muchos aitos de lucha y sacrificios que no podemos tirar a la basura. Pablo se destacd en ciencias exactas, caligraffa y téctica, pero el latin lo tenia a mal tracer “Estas declinaciones son incomprensibles -confesaba a sus compafieros de pieza. -Veni, empecemos de nuevo. Repeti con nosotros, Rosa, rosa, rosae, Las actividades fisicas eran su fuerte. En natacién hacia gala de sus habilidades aprendidas en el Parand, y en esgrima y tiro mostraba buenas condiciones. La rutina comenzaba con la diana, a las 6 de la mafiana, y las clases se extendfan de 8 a 11, Luego del almuerzo, retornaban a las aulas de 13 a 17 y después de la ce- na, servida a las 18, a clase nuevamente hasta las 20. Silencio media hora més tarde. Los sabados hacfan tareas de mantenimiento, con revista y preparacién del equipo. ‘Los domingos a las 11 asistian a misa en la iglesia del Pilar. Una nifia de apenas doce afios suspiraba viéndolo pasar. Dolores Murature, de la mano de su hermano Jo- sé, que era su compinche, ambos bisnietos del coronel de marina José Murature, sen- tfa algo especial por aquel cadete de estatura mediana, fil y recto de cuerpo, de mi rada atrevida, condensada en dos vivaces ojos negros velados por anchas cejas y na- ciente bozo. Veni, Pepe, acerquémonos tn poguito mas. ~¢Para qué? Lo codes sin miramientos y le dijo: -Mird, mid, es aquél...gNo te parece lindo con ese bigotito? {Qué bien le queda el uniforme! -Vamos, Dolores, dejate de macanas que sos muy chica todavia. No seas malo, invitdlo con alguno de sus compafieros a las tertulias en casa de los sisto tanto en que nosotros no debemos mez- 34 Sanchez. Ante a insistencia de su hermana, asf lo hizo, De esa forma se conocieron. Por supuesto, Pablo no registraba todavia aquellas sensaciones de la casi adoles- cente. El mar y los viajes a Europa harian lo suyo... Pero eso serfa mas adelante. En las tardes domingueras, paseaba con sus compaiieros por aquel amplio parque -que més tarde se amaria Tres de Febrero- admirando las estudiantinas que se divertfan despreocupadamente. En el cuartel, la comida era aceptable, No se quejaba. El desayuno con café 0 té con pan y dos comidas en las que no faltaba caldo, carne con puchero y atroz y, por supuesto, los consabidos guisos de lentejas 0 garbanzos. Como buen hijo de italia- nos, la polenta y las pastas eran sus platos preferidos. Frutas, pasas de uvas y nueces de postre; los jueves y domingo alternaban con dulee de membrillo. En abril de 1876, el coronel Moreno renuncié a su cargo por razones de salud y asumi6 el general Julio De Vedia. En lo personal, el gobernador de Santa Fe, ese mis- ‘mo mes, le confirié el empleo de subteniente de las milicias provinciales, Una comisién examinadora compuesta por cuatro distinguidos jefes del Ejército y tres esclarecidos ciudadanos se reunfa anualmente para premiar, con sendas medallas de oro y plata, a los mejores cadetes. Ese afio, Martin de Gainza, Vicente Fidel L6- pez y el general Joaquin Viejobueno galardonaron con una distincién dorada al sar- gento Esteban Rams, por el estudio; al cabo segundo Maximo Arigés, por su talen- to; y al cadete Pablo Riccheri, por su conducta, También resultaron premiados el sar- gento segundo Eduardo Olivero, el cadete Carlos Sarmiento, el cabo primero César Aguirre y los aspirantes Sandalio Sosa y Clemente Marambio, Las cosas iban de parabienes. A fin de aio cosié en sus hombreras las jinetas de cabo segundo. Despuntando 1877, el presidente Avellaneda lanz6 una campafia nacional para re- Patriar los restos del general San Martin. En el Colegio Militar se formé una comi- sién encabezada por é1. De inmediato, tomé contacto con su gente en San Lorenzo para que hiciera lo mismo y pudiese participar de un hecho tan importante. No sélo promovi6 la colocacién de una corona junto a los restos del Gran Capitén, sino que particip6 en la entrega de un gajo del hist6rico pino sanlorencino, con una carta di- rigida a Avellaneda, “EI pueblo de San Lorenzo, agradecido -le ponia en uno de sus Pitrafos- a VE por el hermoso escrito sobre el hist6rico pino, me ha enviado por el vapor de hoy, el gajito adjunto de ese érbol secular, hermandndose en el homenaje del sefior gobernamte a sus hijos. Al cumplir esta misién de mis convecinos, suplico- Je a usted se digne aceptar esta simple ofrenda que los sanlorencinos esperan conser- vardin como un recuerdo del dia en que fueron repatriados a la Patria las cenizas del general San Martin”, No todo fue alegria durante los festejos. En un semanario aparecieron opiniones nntrarias al Libertador firmadas por varios cadetes. -¥ a éstos qué les pasa? -reaccion6 Riecheri ~¢Con qué derecho hablan asf de un hombre que dio todo por el pats? -acot6 Agui- ~Tenemos que hacer algo al respecto -lo apoyaron la mayorfa de sus compafieros. 55 Las cosas no Ilegaron a mayores. Identificados los autores de los infundios, de in- mediato dejaron las aulas repudiados por el grueso de los cadetes. También comenzaron a circular amenazas de una gavilla que se hacia Hamar “Los Chichones”. Sin fines politicos, buscaban imponerse sobre el resto bajo el lema “donde impera la fuerza sucumbe el derecho”. Amparados por el silencio y las som- bras, sembraron ¢l terror entre los estudiantes, a punto tal que el aspirante Choucifio, fue victima durante la noche de una feroz paliza. Se labr6 un sumario y lentamente aparecieron los cobardes cabecillas que merecieron la destitucién y expulsién, po- niéndose asf fin a la organizacién. E] 27 de julio de 1877 recibieron la mala noticia de la muerte del jefe de la com- pafifa, sargento mayor Julidn Calixto Falcato. Fue reemplazado por el capitén de in- fanterfa Francisco Smith y asumié como jefe del detall el sargento mayor Lino Oris de Roa. Pablo escribfa regularmente a casa. A su madre le contaba sus “hazafias” zurcien- do medias o lavando camisetas, y a su padre lo abrumaba con pormenores de la mi- licia. No olvidaba a sus hermanos, a quienes instaba a seguir sus pasos. Tomiabase el trabajo de nombrar a cada uno de sus profesores e instructores. Con la materia que més se aficionaba era Téctica. Discutfa y se trenzaba en largos, debates con sus superiores. Estudiaba el Manual de Guerrillas, de las que se consi deraba un experto. Sabfa al dedillo cémo las habfa utilizado San Martfn en la cam- paiia libertadora. ‘Su carisma de adalid no era bien visto por algunos compafieros. Con aire altivo, los enfrentaba desde su conducta, aplicaciGn y buenas notas. Sin embargo, tuvo que ha- cerse cargo de la prepotencia de un par de ellos que lo interceptaron e increparon en uno de los tantos pasillos. -Ehh, Riccheri, zquién te creés, el rey de la Creacién? -lo paré en seco el aspiran- te Campero. Sin tiempo para articular una réplica, recibié desde el costado derecho un ataque a punta de sable del aspirante Rémulo Olivieri, que lo hirié en la cara. Iba a repetir el golpe, pero Pablo lo paré con un directo de izquierda que lo hizo tambalear. Dada la alarma, el lugar se llené de cadetes que a duras penas pudieron separarios. Insultos y amenazas Hovieron por todos lados. Los tres terminaron frente al director que los sancioné duramente: 15 dfas de arresto a Riccheri; 30, a Campero y un mes de pri- sin a Olivieri. Con el tiempo y las disculpas del caso, cultivaron una larga amistad, En noviembre de ese afio To ascendieron a cabo. Sus dotes de escritor, de las que hizo gala durante toda su vida, quedaron expuestas en un ensayo que redact6 sobre tun supuesto sumario a un soldado de ficcién llamado Benito Massot, acusado de ma- tar al sargento primero de su compaitia -Contanos algo del argumento -le pedfan. A regafiadientes lo hacfa. -Entre los personajes estn Lavalle, Pringles, Mitre, Echagtie, Charlone, Gtiemes Rondeau, Soler y Salgari. -¢Vos aparecés? como ayudante de Charlone, jefe de la Legién Militar, un veterano de San Lo- 56 renzo. de las guerras de Ja Independencia, de las contiendas con el Brasil, que oficia como defensor del supuesto asesino. Era un ensayo de 60 paginas manuscritas, donde desarrollaba de qué manera debta administrarse la justicia militar. Con el ascenso a sargento segundo, en 1878, recibié una medalla de plata... “aten- diendo a sus relevantes dotes y talento”. Por otra parte, el capitan Smith, al extender el certificado de su nuevo grado, argumentaba que “...habiéndose prodlucido la va. Cane en Ia Compahfa a mi mando el empleo de sargento de segunda clase y debien. do Tenarse con una persona habil y de honrado proceder, nomibro para que lo ejerea a. don Pablo Riccheri, cabo primero de la misma, quien ademds de reunir las condi. clones que se requieren segtin la ordenanza, ofrece un exacto cumplimiento, Palen. mo, setiembre 1° de 1878) En las maniobras de ese ao, levadas a cabo en el Hip6dromo con la presencia del Presidente Avellaneda y sus ministros, puso de relieve sus dotes de mando, Las ac- ciones desarrolladas por los aspirantes del Colegio Militar Nacional fueron destaen, as, acompafiadas por soldados del Regimiento de Artllerfa I, seis batallones de in. fanterfa de linea del Regimiento de 1a Guardia Provincial y los bomberos, Su concepto estaba entre los més altos. La evaluacién de 1878 y 1879, regstr6 una condurta inmejorable; inteligencia may buena y despejada; contraccién notable y ejemplar; cardcter ligero, patristic y bueno: camaraderia inmejorable, Ansiaba recibirse. Le faltaba poco. El tiempo pasaba volando. Cuatro aiios duros, intensos, llenos de experiencias para un provinciano como él. Frente a la mesa exe, minadora, hacia fines de 1879, se jugé su graduacién, Con cara de desesperaci6n, Sandalio lo tom6 por el brazo y con temor le pregun- 6 ~Sabés quienes nos van a tomar? -No, Escuché...Mitre, Pellegrini, Vicente Fidel Lépez, Delfin Gallo y Cosme Béccar Bueno, no te preocupes, todo va a salir bien. No tembl6 cuando los ojos de sus examinadores lo miraron fijamente. Sereno, se- euro de sf, respondié con acierto. El grado de teniente segundo era suyo. Cuando recibié la aprobacién de sus ilustres jueces, Mite se levant6 de su asiento daindole la mano, lo felicit6: ~Cadete, le auguro un futuro brillante por el acierto de sus contestaciones, el crite- 2 Relo y recto y por su profundo conocimiento de la ciencia militar No cabfa de felicidad en su uniforme. ~Por fin, Pablo, nos gradvamos! -Io abraz6 largamente su amigo y compafiero wan Diaz. ora para menos. En una carta a sus padres, les describiria aquel momento, “Ter- =< mis estudios con el aplauso de mis superiores. Me siento duefio del mundo’ $6-e124 de noviembre de 1879 con el grado de teniente segundo y con su des- ajo el brazo para revistar en el Regimiento de Artlleria 1, que comandaba el cate coronel Remigio Gil. Smbargo, el nacimiento del nuevo aio presagiaba una sangrienta lucha de po- 7 deres, El enfrentamiento entre el presidente Avellaneda y el gobernador de la provin- cia de Buenos Aires, Carlos Tejedor, arrastr6 a los argentinos a una nueva guerra ci- vil, e] 2 de junio de 1880. Con apenas 20 afios, Riccheri recibié su bautismo de fuego. Por segunda vez, de- fendia los postulados republicanos y constitucionales. ~;Vamos, soldados, la patria nos reclama! -los arengé el jefe del reg -Hacia dénde nos mandan? -era la pregunta que todos se hacfan. ‘A pesar de la incertidumbre reinante y de las confusas noticias que legaban desde el frente, sabfa qué hacer. Primero en Puente Alsina, a orillas del Riachuelo, y en Los Corrales y Barracas, después, participé en encarnizados combates con sus compafie- ros de la primera bateria, al mando del capitin Estanislao Maldones (El 26 de mayo de 1936, poco tiempo antes de morir, esctibié al teniente coronel Antonio Berardo, jefe del Regimiento 1 de Artilleria Montada, en Liniers, expresindole “que me cupo el honor de ser incorporado a esa unidad apenas egresado y en sus filas recibf el bau- tismo de fuego”... Sobre Maldones, le deca en esas mismas lineas, “conservo inol- vidables recuerdos y fue digno heredero de las altas virtudes militares”) Sintié miedo, pero se sobrepuso, La metralla pasaba por todos lados. El olor a pél- vora y los incendios producidos por los cafionazos rodeaban a los combatientes. Vio la muerte cara a cara. Sinti6 miedo otra vez. Con determinacién levant6 la espada y se lanz6 el ataque. Sus hombres lo siguieron. Cuando atacaron la posicién enemiga, escuché un grito. -iMe dieron!, {Me dieron, Pablo! ‘Apenas tuvo tiempo de mirar al costado. Cuando lo hizo, su amigo Juan agoniza- a con la chaqueta manchada de sangre. No lo podfa creer. -; Vamos, levantéte...vos no...! Se acere6 para socorrerlo, En ese instante supo que estaba muerto, Con amargura, cerré los ojos de aquel camarada para siempre. Las acciones continuaron en Los Corrales donde, por su valor, recibié las insignias de teniente primero. Era el 21 de junio. La lucha se decidié el 30, cuando Tejedor presenté la renuncia a la Asamblea Legislativa, “Mi conciencia me dice que en esta situacién no debo seguir sacrificando la juventud, que es el porvenir de la patria, la clase menesterosa y trabajadora expuesta ya al hambre y he aceptado la solucién de paz en términos decorosos...” Pablo regres6 con sus hombres a los cuarteles, Llevaba en el alma la pena por el amigo desaparecido. No tenia consuelo. Se propuso gestionar fondos para inhumar dignamente los restos de aquel camarada del 5° de Infanterfa cafdo en la Chacarita ‘Tocé las puertas de todas la unidades de la Primera Divisién, comandada por el ge- neral Nicolés Levalle y, por medio de suscripeiones, alcanz6 su propésito "Ahora sabfa en carne propia qué significaba la guerra, con todos sus horrores. Por eso, intimamente jur6 perfeccionarse para evitar, por todos los medios a su alcance, jiento. sus terribles consecuencias © El negro Luis yin aos después de aquel dia en que, abatido por la falta de respuesta a su solictwud ara entrar al Colegio Militar, un humilde ordenanza iluminara su camino, Riccheri aleanzaba la titularidad del ministerio de Guerra; precisamente, donde habfa penado tanto siendo adolescente. Enseguida de prestar juramento, “pasé a mi despacho para la ceremonia de rigor, especie de besamanos, donde los altos jefes, oficiales y amigos iban a srilbutarme el honor de sus pldcemes. De acuerdo con la costumbre militar fui saludando a cada uno de ellos, ceremoniosamente, Detrds de todo aquel numeroso gentio, aleancé a ver «al moreno Luis. El ordenanza me miraba con el rostro iluminado por la sonrisa de su dentadura. Senti un impulso ciego. Lo lamé, pretendid ocultarse leno de respeto. Le abrt camino entre los espectadores y, ante el asombro de todos, quebré la severidad del Protocolo y me abracé con ese negro humilde, sin cuya intervencién no hubiera podido ingresar al Colegio Militar A él le debia mi cargo de ministro”. Al dia siguiente, el primer asunto que sometié a consideracién del Presidente, como secretario de Estado, fue el tema del ordenanza Luis. Roca lo nombré mayordomo de los ordenanzas de la Casa de Gobierno.

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