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Tentei, al ver la tristeza de su querida hija, decidió planear un encuentro entre ella y un pastor
que estaba al otro lado del río Amanogawa, Hikoboshi (彦星) para mejorar el estado de ánimo
de la princesa. Cuando ambos se encontraron, el amor surgió inmediatamente entre los dos
que quedaron prendados uno del otro. No mucho tiempo después se casaron, y se podría decir
que vivían felices, pero el amor no siempre es justo y puede cegarnos de la realidad, y eso fue
lo que ambos hicieron, se olvidaron de su realidad.
Orihime dejo de tejer y Hikoboshi descuidó su ganado dejándolo que se desperdigara por todo
el cielo. Tentei observó furioso dicha irresponsabilidad y separó a los amantes cada uno a un
lado del río Amanogawa como castigo por su comportamiento. Pero un padre es un padre, y al
ver las lágrimas de su hija por no poder ver a su amado decidió hacer algo por ella. Le prometió
que volvería a ver a su amado, pero solo una vez cada año, el séptimo día del séptimo mes,
solo si ella había cumplido con sus tareas.
Muy contenta, la princesa acepto inmediatamente y se dispuso a trabajar con esmero para ver
a su amado ese año. Pero el destino a veces es cruel y al llegar el séptimo día del séptimo mes
se dio cuenta que no podía acercarse a su amado, pues no había puente que atravesara el río
Amanogawa. Ambos amantes estaban tristes en las orillas del río, y la princesa comenzó a
llorar desconsolada por su desdicha.
Pero esto es una historia de amor, y no puede terminar de esta manera. La princesa lloró tanto
en ese momento, que una bandada de urracas vino atraída por ese llanto tan triste,
observaron la situación en la que la princesa estaba y le prometieron que ellas harían de
puente cada año, siempre y cuando no lloviera. Es así como los amantes consiguieron verse
cada año, y cuando llovía, debían esperar al año siguiente para poder consumar su amor.
Esta tradición se originó debido a que en verano siempre hay una lluvia de estrellas por las
fechas que se mencionan en la leyenda, dicha tradición consiste en que los japoneses cuelguen
en palos de bambú papeles con sus deseos la noche de la lluvia de estrellas, para pedirle a
Orihime y Hikoboshi que sean concedidos, posteriormente son colocados en un río o son
quemados, algo muy parecido a la tradición de los barcos de papel y las velas conocida como
Bon Odori (盆踊り).
En conclusión, una hermosa leyenda de amor para empezar con estos días calurosos y recordar
que las leyendas no siempre dan miedo.
El espejo, Leyenda japonesa
1 0 S E P T I E M B R E 2 0 1 1 Publicado en D E C U A N D O E L M A R M U E R T O
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Había una vez en Japón, hace muchos siglos, una pareja de esposos que tenía una niña.
El hombre era un samurai, es decir, un caballero: no era rico y vivía del cultivo de un
pequeño terreno. La esposa era una mujer modesta, tímida y silenciosa que cuando se
encontraba entre extraños, no deseaba otra cosa que pasar inadvertida.
Un día es elegido un nuevo rey. El marido, como caballero que era, tuvo que ir a la
capital para rendir homenaje al nuevo soberano. Su ausencia fue por poco tiempo: el
buen hombre no veía la hora de dejar el esplendor de la Corte para regresar a su casa.
A la niña le llevó de regalo una muñeca, y a la mujer un espejo de bronce plateado (en
aquellos tiempos los espejos eran de metal brillante, no de cristal como los nuestros).
La mujer miró el espejo con gran maravilla: no los había visto nunca. Nadie jamás había
llevado uno a aquel pueblo. Lo miró y, percibiendo reflejado el rostro sonriente,
preguntó al marido con ingenuo estupor:
— ¿Quién es esta mujer?
El marido se puso a reír:
— ¡Pero cómo! ¿No te das cuenta de que este es tu rostro?
Un poco avergonzada de su propia ignorancia, la mujer no hizo otras preguntas, y
guardó el espejo, considerándolo un objeto misterioso. Había entendido sólo una cosa:
que aparecía su propia imagen.
Por muchos años, lo tuvo siempre escondido. Era un regalo de amor; y los regalos de
amor son sagrados.
Su salud era delicada; frágil como una flor. Por este motivo la esposa desmejoró
pronto: cuando se sintió próxima al final, tomó el espejo y se lo dio a su hija,
diciéndole:
— Cuando no esté más sobre esta tierra, mira mañana y tarde en este espejo, y me
verás. Después expiró. Y desde aquel día, mañana y tarde, la muchacha miraba el
pequeño espejo.
Ingenua como la madre, a la cual se parecía tanto, no dudó jamás que el rostro
reflejado en la chapa reluciente no fuese el de su madre. Hablaba a la adorada imagen,
convencida de ser escuchada.
Un día el padre la sorprende mientras murmuraba al espejo palabras de ternura.
— ¿Qué haces, querida hija?, le pregunta.
— Miro a mamá. Fíjate: No se le ve pálida y cansada como cuando estaba enferma:
parece más joven y sonriente.
Conmovido y enternecido el padre, sin quitar a su hija la ilusión, le dijo:
— Tú la encuentras en el espejo, como yo la hallo en ti.
Una leyenda japonesa: la mariposa blanca
Publicado por Aron el 3 de noviembre de 2011 a las 23:26.
Un día de verano se puso muy enfermo, tan enfermo que envió en busca de su
hermana y su hijo, ambos llegaron e hicieron todo lo posible para brindarle
comodidad durante sus últimas horas, pero mientras observaban
a Takahama que se quedaba dormido, una gran mariposa blanca voló en la
habitación y se apoyó en la almohada del anciano.
El hijo trató de alejarla con un ventilador, pero regresó tres veces, como si
resisten a dejar a la víctima, luego la mariposa perseguida por el niño se alejo
el jardín y de allí al cementerio, para posarse sobre la tumba de una mujer y
luego desaparecer misteriosamente.