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Mito y Tragedia en La Grecia Antigua - J.P Vernant
Mito y Tragedia en La Grecia Antigua - J.P Vernant
V idal-N aquet
9-4001196
Y TRAGEDIA
EN LA GRE(
ANTIGUA i
o
J e a n -P ie n e V ernant es p ro fe so r h o n o rario
del C ollege d e France y autor, enere o íro s
libros. d e Los orijjenes <M pensamiento goego
y E i»nérfiduo. to m u ttte y el omor en to antigua
Creció, am bos ta m b e n publicados p o r
Peídos.
raí
I
Μ
M ITO Y TRAGEDIA
EN LA GRECIA ANTIGUA, I
PAIDÓS ORÍGENES
1. ü. M cGinn. HI Anticristo
2. K. Armstrong, Jerusatén
5. Γ. Braudel, f.n torno a l Mediterráneo
4. G . Epincy, Biirgard y E. Zum Brunn, Mu/cres trotadoras dc Dios
5- I Γ Shanks, Los Manuscritos Jc¡ Mar Muerto
(>. J. ü. Kusscll, / iistoria dc L· brujería
7- P. Grirrwl, luí civilización romana
8. G . Minois, fliitoríade los infiernos
9. J. Le Goff, La civilización Jet Occidente medieval
10. M. Friedman y G. NXr. FrfcdUnd. Los diez mayores descubrimientos de la medicina
11. P. Grim.il, Blam or en la Roma antigua
12. J. \Xf. Ro^cison, Una introducción a ta Biblia
13. K. 2 o lL . Lof m hticot de Occidente. I
N . F. Zo!l;i, Los místicos de Occidente. II
15- F. ZoIJj, místicos de Occidente, IIÍ
16. K. Zoll.i, f j n místicos de Occidente, IV
17. S. Whi· field, La vida en la ruta de ¡a seda
IK. J. Freely, En el serrallo
19. J. Lamer, Polo y el descubrimiento del mundo
20. U. D. l& rttnn,Jesús, el profeta judío apocalíptico
21. J . Flori, Caballeros y caballería en la Edad Media
22. L.-J. C alv a. Historia d e la escritura
2 i. \V. Trcitd^old, bretv histeria de Bizancio
24. K. Armstrong, Una historia de Dios
25. K. Bresciani./l orillas del Nito
2(>- G . Cliuliand y J - P. R a g eau d ./l/iií délos imperios
21. J.-P. Vcmant, /:/ individuo, ta muerte y e l amor en la anticua Grecia
29- J.-P. V crnnnty P. Vidnl-Nsqisct, M ito y tragedia cu la Grecia antigua, t
JEAN-PIERRE VERNANT
PIERRE VIDAL-NAQUET
MITO Y TRAGEDIA
EN LA GRECIA ANTIGUA
Volumen I
4)
PAIDÓS
iv J r tM 'S V I
lA-vc·.»
Titulo original: M ytbe ct trJ$cJíc en Grice áKCtrnne <vo!. i )
Publicado cn frunces, cn 2001, por Editions La Découi'crtc U Syros, París
P re fa c io ................................................................................................. 11
J .-R V e r n a n t
IK V m a l - N a q u k t
Prefacio
Lista de abreviaturas
índice analítico y de nombres
Prefacio
I. Ycasc J-·I1 Vernani. «La Trapcdic grecque scion Louis Cicm rt», H íw w ^ í1 a
tjw it Cierttcl, l’j m . 1966, piy*. > 1-55.
12 Μ ΙΤ Ο γ Τ Κ Λ Ι ϋ ' η ΐ Λ I.N ' L A C K Í .C f A A S T I C 't 'A . I
tic someter, ill igual que los demás* a la reflexión crítica. La intention de
U que hablamos se cxpTes;i a través de la obra» en sus estructuras, en su
organización interna, y no tenemos medio alguno de remontamos des·
de ta obra al autor. Asimismo, por conscientes que seamos del carácter
profundamente histórico de las tragedias griegas, no tratamos de ex
plorar e! trasfondo histórico, en el sentido estricto de la palabra, de cada
pieza. R. Goosens ha escrito un libro admirable que traza la historia de
Atenas a través de la obra de Eurípides,2 pero es muy dudoso que para
lUquilo y Sófocles esté justificada empresa semejante, y las tentativas re
alizadas en esa dircción no nos parecen muy convincentes. Desde luego,
c* lícito pensar que la epidemia descrita al principio del Edipo Rey debe
*Ι>,ό a la peste de Atenas del 430, pero siempre podrá argCiirse que Sófo
cles había leído la litada, que contiene también la evocación de una ame·
tuzante epidemia para toda una comunidad. A fin de cuentas, la luz que
*pnrtü ü la obra tul método es de alcance bastante limitado.
Nuestros análisis operan, en realidad, en dos planos muy diferentes.
I krivan a la vez de la sociología de la literatura y de lo que podría de
nominarse una antropología histórica. N o pretendemos explicar la tra-
Ki'iliu reduciéndola a cierto núm ero de condicionantes sociales. iN’os
«^forzamos por aprehenderla en todas sus dimensiones, como fenóme
no indisolublemente social, estético y psicológico. El problema no es-
t liba en acercar uno de estos aspectos a otro, sino en com prender cómo
·«· articulan y combinan para constituir un hecho humano único, una
misma invención que aparece en la historia bajo tres caras: como reali
dad social, con la institución de los concursos tráficos; como creación
m élica, con el advenimiento de un nuevo género literario; como muta-
»urn psicológica, con el surgimiento de una conciencia y de un hombre
ii tincas,· tres caras que definen un mismo objeto y que se deben a un
nmmo orden de explicaciones...
Nuestras investigaciones suponen una constante confrontación en-
iti* nuestros conceptos m odernos y las categorías establecidas en las
liogedias antiguas. 4 Puede el Edipo Rey ser aclarado por el psicoanáÜ-
»i\J ¿Cómo se elaboran en la tragedia el sentido de la responsabilidad,
rl i imipromiso del agente con sus actos, lo que hoy llamamos la fun-
*tun psicológica de la voluntad? Plantear estos problemas es pedir que
«ritir la intención de la obra y los hábitos mentales del intérprete se en·
u M r un diálogo lúcido y propiam ente histórico, que ayude a desvelar
/ u r , ’ t i A l W ’U'í, fJ n jü ’l j s . I % 0 .
14 M IT O Y T R A C .r t M A US* L A C .l U X I A A N T I C U A , I
•I Varios de los estudios reproducidos en este volumen han sido modificados, eo·
i i» n»iLw o incluso, en algunos casos, aum entados respecto ú su prim era publicación.
I frmivs d e dar Lis gmci-ts a Mme. J. Dctícnns, cuya ayuda nos ha sido precios» para la
j m m a U λ punto d rl texto y su presentación correcta. Domos también Jas gracias a aque·
Ik>*>tic nuestros amibos que han tenido a bien participam os sus observaciones, sobre to-
«hi * M Dciienne. Ph. (u u th ie r y V. G oldschm idt, a it como α M. Maxchmo, que pee·
(Min rl manuscrito para b imprenta.
Capítulo 1
• ! \ t r U’xto fiu· tuibltc.ulti cn Anti.iuitJi gfjcca-mwana <¡c tem porj noxtra, Pratfa.
I·* * . 246 250.
IS -M ITO Y T P v A C U D lA Γ \ 1.Λ C H J .C I A A N T I G U A . »
I Γη unos cursos impartidos cr. 1» Ücole Pratkjuc des i Uutcs K u id o y aún no ρυ·
Mu
20 m it o y t r a c o m a ι n i . λ g r j -.c i a a n t ig u a , í
ra ellos había como grafios dentro del derecho. En un polo, este se apo
yaba sobre la autoridad de hecho, sobre la coacción; en el otro, ponía
en juego poderes sagrados: el orden del mundo, la justicia d e Zeus.
Planteaba también problemas morales que afectaban a la responsabili
dad del hombre. Desde este punto de vista, la misma Dike («Justicia»)
divina puede parecer opaca e incomprensible: comporta, para los h u
manos, un elemento irracional de poder bruto. Por eso vemos en las
Suplicantes oscilar la noción de knítos entre dos acepciones contrarias;
tan pronto designa la autoridad legítima, un dominio jurídicamente
fundado, como la fuer/a brutal en su aspecto de violencia opuesta to
talmente al derecho y a la justicia. Asimismo, en la Antigoua, la palabra
nomos puede ser invocada con valores exactamente contrarios por los
diferentes protagonistas J ^ o ^ u c muestra la tragedia es una dike enJ u
cha contra oirá dike, un derecho aún no fijo, que se desplaza, y $c trans
forma en su contrario. Por supuesto la tragedia es algo totalmente dis
tinto a un debate jurídico. Su objeto es el hombre que vive por sí mismo
ese debate, obligado a hacer una elección decisiva, a orientar su acción
en un universo de valores ambiguos, donde nada es jamás estable ni
unívoco.
Tal es, en el ám bito de lo trágico, la primera posibilidad de con
flicto. Hay una segunda, estrechamente asociada a la anterior. Hemos
visto que la tragedia, mientras permanece viva, obtiene sus temas de
las leyendas de loshérocs. Este arraigo en una tradición de relatos mí
ticos explica que en muchos aspectos encontremos un mayor arcaísmo
religioso entre los grandes trágicos que en Homero. Sin embargo, la tra ·
gedia se distancia de los mitos heroicos en los que se inspira y que
transpone con mucha libertad. Los cuestiona. Confronta los valores he
roicos, las antiguas representaciones religiosas, con los modos de pen·
samiento nuevos que señalan la creación del derecho en el marco de la
ciudad. Las leyendas de héroes se vinculan, en efecto, a linajes reales, a los
gene nobles que, en el plano de los valores, de las prácticas sociales, de las
formas de religiosidad, de los comportamientos humanos, representan pa
ra la ciudad lo mismo que día ha debido condenar y rechazar, aquello con
tra lo que tuvo que luchar para establecerse, pero también aquello a par
tir de lo que se constituyó y de lo que sigue siendo profundísimamente
solidaria.
El momento trágico es, pues, aquel en el que se abre en el corazón
de la experiencia social una fisura lo bastante grande para que entren el
pensamiento jurídico y político por un lado, las tradiciones míticas y
L I. Μ Ο Μ Γ Χ Τ Ο IU S T Ó ÍIIC .O W . I.A Τ Ρ .Λ Γ .Ι-D IA l .K ΙΓΑΓ.Γ.ΙΛ ( . . . ) 21
heroicas por cl otro, sc esbocen elim ínente las oposiciones; pero lo bas-
u n tc leve a la vez para que los conflictos de valor se sientan todavía do
lorosamente y la confrontación no deje de llevarse a cabo. La situación es
I* misma cn lo que concierne a los problemas de la responsabilidad h u
mana tal como se plantean a través de los titubeantes progresos deí de
recho. Hay una conciencia trágica de la responsabilidad cuando los
planos humano y divino son lo bastante distintos como para oponerse
sin dejar por ello de aparecer como inseparables. El sentido trágico de
l.i responsabilidad surge cuando la acción humana se constituye en ob-
feio de reflexión, o debate, pero cuando todavía no ha adquirido un es-
u tu to lo bastante autónomo como para bastarse plenamente a sí m is
ma. Π1 dominio propio de la tragedia se sitúa en esa zona fronteriza cn
lii que los actos humanos van a articularse con las potencias divinas,
donde revelan su sentido verdadero, ignorado incluso por aquellos que
h.in tomado la iniciativa y cardan con su responsabilidad» insertándose
on un orden que sobrepasa al hombre y se le escapa.
Se comprende mejor entonces que la tragedia sea un momento y que
pueda fijarse su florecimiento entre dos fechas que definen dos actitudes
respecto al espectáculo trágico. En el punto de partida, la cólera de un
Solón, abandonando indignado una de las primeras representaciones
líbrales, antes incluso de la institución de los concursos trágicos. Según
Plutarco, el viejo legislador, inquieto por las ambiciones crecientes de
hsisiraio, replicó a Tcspis — quien defendía que después de todo se tra-
tuba sólo de un juego— que sin tardar mucho se verían las conseeuen-
i i.is de tales ficciones sobre las relaciones entre los ciudadanos. Para el
wbio, moralista y hombre de Estado, que asumió la tarea de fundar el or*
ilcfi de la ciudad sobre la moderación y el contrato, que hubo de que·
Inamur el orgullo de los nobles y pretendía evitar en su patria la hfhris
1-mmodecacíón») del tirano, el pasado «heroico» aparecía demasiado
próximo y demasiado vivo para que pudiera ofrecerse sin peligro como
t^pirtáculo en la escena. Al termino de la evolución colocaríamos la no-
tii i.i de Aristóteles sobre Agatón, joven contemporáneo de Eurípides,
que escribía tragedias cuya intriga salía completamente de su magín. El
vinculo con la tradición legendaria se había distendido tanto cn ese mo
hiento que ya no se percibía la necesidad de un debate con el pasado
•heroico». El hombre de teatro puede continuar escribiendo piezas e in-
V· ruar él mismo la trama según un modelo que cree conforme con las
■ihi.is de sus grandes predecesores, pero en él, cn su público, y cn toda
I.* i tritura griega, el resorte trágico está ya roto.
Capítulo 2
Tensiones y ambigüedades
en la tragedia griega
* l 'iu primera versión de « t e texto fue publicad λ en ingles: «Tensions and Amki·
ru iftrt tu (ite c k Tragedy». Interpretation: Theory and Practice. Baltimore, 1969, pi#*·
Un [J\.
24 M IT O Y Τ Κ Λ Κ Ι Ώ Ι Λ Y.bi l .A G H L C IA A N T I C U A . I
I·»·· todas las fuerzas del pasado tienen menos el carácter de una cons-
uiAvión, de una tranquila seguridad, que de una esperanza y de una 11a-
intftU. donde la angustia nunca deja de estar presente, ni siquiera en la
a le g r ía d e la s a p o te o s is finales.* U n a v e z p la n te a d a s la s c u e s tio n e s , p a r a
la c o n c ie n c ia tr á g ic a , n o h a y y a r e s p u e s ta q u e p u e d a s a tis f a c e r la p l e n a
m e n te y e lim in a r s u in te r r o g a c ió n .
E s te d e b a t e c o n u n p a s a d o s ie m p r e v iv o a b r e e n el c o r a z ó n ele c a d a
o b r a tr á g ic a u n a p r im e r a d is ta n c ia q u e el in t é r p r e t e d e b e t e n e r e n c u e n
ta. S e e x p r e s a , d e n t r o d e !a fo n ru i m is m a d e l d r a m a , p o r la te n s ió n e n t r e
lo s d o s e le m e n to s q u e o c u p a n la e s c e n a tr á g ic a : p o r u n la d o , el c o r o ,
p e r s o n a je c o le c tiv o y a n ó n i m o e n c a r n a d o p o r u n c o le g io o fic ia ) d e c iu
d a d a n o s y c u y o p a p e l e s e x p r e s a r e n s u s te m o r e s y e s p e r a n z a s , e n s u s
dad supone la intervención de poderes de una naturaleza distinta y que actúan na por
la suavidad de la nizón, sino por la coacción y el terror. «I lay casos», proclaman his
r.ñnins, «en los que d Terror feo 8fivóvO es útil y, vigilante p.uardián de los corazones,
debe tener permanentemente su sude en ellos» (516 y (Asando instituye el conse
jo d e jueces en el A rrópalo. Atenea repite palabra por palabra « t e mismo tema; «So
bre este m onte de ahora en adelante el Hcspcto y el Miedo (Pró.hns), su hermano, con
tendrán a los ciudadanos lejos del crim en... Q u e eJ Ic rro r fciv ó v j sobre todo no
sea expulsado fuera de las murallas d e mi ciudad: si no Itiiy nada que temer, <quc m or
ral liará lo que debe?» (690*6W). Ni -anarquía «i d o p o iism n existan las Erinias (525);
d i anarquía ni despotismo, repite como un cco Atenea en el m omento de establecer el
tribunal. Al fijar cm.i rcfja como el imperativo al que m ciudad debe obedecer, la dio·
«a subra\ a que ci bien se sitúa entre di» extremos y que l,i ciudad descacha sobre el di·
li;d acuerdo enire poderes contrarios que deben equilibrarse sin destruirse- Trente al
Dios de la palabra, Zeus ^ u rd io s (974J, de l.\ dulce lJcith> que ha guiado la lengua de
Atenea, se perfila Ij augusta Erinto, difundiendo cJ respeto. el miedo, el terror. Y este
poder de terror, que emana de las Erinias y que representa el Areópa/;o en el plana de
11·, instituciones hum anas, será betx;fícn para los ciudadanos, a los que m antendrá ale·
>*do¿dc! a ú n e n . Atenea puede por tanto decir I98V-991), al referirle al aspecto mons
truos!» d i las diosas ψι< acaban d e aceptar residir en «erra «üic.v. «De csios rostros te
rroríficos veo para la ciudad salir una j;ran ventaja». Al térm ino de la tragedia es
Arenca misma (a que celebra el poder de las anticuas diosas, tanto en tre (os Inmorta-
)· s como cm re los dioses infernales {950-932). y quien recuerda ú los guardianes de ia
«i'idad que estas intratables divinidades tienen p oder «para recular todo entre los
*«n»brcs» (930-93 U, para otorgar «a unos canciones; -a otros, lástim as» (*>34-955). Por
I·· demás, <cs necesario recordar que al asociar asi, estrccliam cote, a las Erinias-Hu-
"•rnides eun la fundación del Areópapo, al p oner este consejo — cuyo carácter noc·
*mi:o y sccrcto queda subrayado en dos ocasiones {véanse los versos 692.705-706) ba-
ι»>1 1«j*no no de poderes religiosos que reinan en el ¿pora, como la P aihü, 1j palabra
i* rvuasiva, sino de aquellas que inspiran iV/us y Phó!:o%, Respeto y Miedo— Esquilo
t«- · innova nada? Se acomoda a una tradición mítica y cultural «4ue conocían todos los
«"incuses; véase Pausanias. J, 28, 5-6 (santuario de las Augustas Krinias Σ τμ ναί
I *’ΐν ύ ΐ ς en el Arcópago). a cuyas indicaciones debemos añadir (as de Diogenes l.acr-
• " u b r e la purificación de Atenas por Kpimémdcs: es de! Acrópa^.o de donde el pu·
• ili.ador hace partir las ovejas blancas y negras cuyo sacrificio debe b o rra rlas mácu·
I · ilí* la ciudad; es a las lium cuides a las quir Epiménidcs consagra un santuario.
•J Veaw.· Aristóteles, P rt> !:!fr:ju, 19.48: «Sobre la escena, Jos actores imitan a los
)·· ·.«·. s |-i>jt¡ue.cn 1<í*i ¡mtijiuoi. m'iIo los héroes eran jefes y rej es: el pueblo era el común
I {»*. hom ines. que com ponen el con»·».
30 MITOYTnACr.DIA r.NLACKf.OIA ANTIGUA, 1
5, Aristóteles, Poética, H -J'ía 2-Γ28: «D e (ados los roceros, el trím etro yámbico es
d m j'i apropiado para d torio J e 1* conversación: indicio tic d io es que cn d diÁbigo Ha·
r m m un £i\in núm ero de trímetros y¿milicos, raramente hexámetros, y eso solamente
m aiulo tins apartam os del comí de la convrrsactúm».
T E N S I Ü S E S Y A .M B I C U r D A Ü k S Γ.Ν t .A T K A C C D t A G K l i X i A 31
pronuncia ante el. Porque le basta oír hablar de Polinices para que, re
chazado en cl neto del mundo de la polis, sea devuelto a otro universo:
vuelve a ser cl labdácída de la leyenda, cl hom bre de los gene («estir
pes») nobles, de las grandes familias reales del pasado, sobre las que pesan
las mancillas y las maldiciones ancestrales. El que frente a la religiosidad
emotiva de las mujeres de Tebas y la impiedad guerrera de los hombres
de Argos encamaba las virtudes de moderación, reflexión, de dominio
de sí mismo que hacen al hombre político se precipita bruscamente ha
cia la catástrofe abandonándose al odio fraterno por el que está «pose
ído» completamente. La locura asesina que en adelante va a definir su
fthns («carácter») no es sólo un sentimiento humano, es un poder d e
moníaco que supera a Eteocles por todas partes. Le envuelve en la nu
be oscura de la áte («locura»), lo penetra al modo de un dios que toma
posesión interior de aquél cuya perdición ha decidido, bajo la forma de
una m an ía * de una lyssa («demencia»). Presente en su interior, la locura
tic Eteocles no deja de aparecer también con una realidad extraña y ex
terior: se identifica con el poder nefasto de una mácula que, nacida de
ttitas antiguas, se transmite de generación en generación a lo largo de la
estirpe de los Labdácidas.
La furia destructora que se apodera dei jefe de Tebas no es nada
más que el miasma («mácula») jamás purificado» la Erinia de la raza,
instalada ahora en él por efecto de la ara («maldición»), de la impreca-
ium proferida por Edipo contra sus hijos. Mama, lyssa, áte, ατά, mias
ma, firitrfs, todos estos nombres abarcan en última instancia una sola y
misma realidad mítica, un numen siniestro que se manifiesta bajo múl·
nples formas, en diversos momentos, en e l alma d d hom bre y fuera de
rl; es una potencia maléfica que engloba, a l lado del criminal, a l cri
m e n mismo, sus antecedentes más lejanos, la motivaciones psicológicas
vlc la falta, sus consecuencias, la mácula que ella misma entraña, cl cas-
ΐιμο que prepara para el culpable y para toda su descendencia. 1 lay un
(¿fmino en griego que designa este tipo de poder divino, poco indivi
dualizado, que actúa de forma nefasta la mayoría de las veces, y de múl
tiples formas, en cl corazón de la vida humana: dawion. Eurípides es fiel
«1 o p íriiu trágico de Esquilo cuando emplea, para calificar cl estado
jnunlógico de los hijos de Edipo, abocados al fratricidio por la maldi-
m m J e su padre, el verbo Alimonan: están, en sentido propio, poseídos
l*n un tliiimf/n, un mal genio.*
32 Μ ί τ ο Υ T K A t f t U I A E N Ϊ.Λ C l ' J X l A A N T I C U A , 1
10. En JS7 y sifis., el rey p reg u n ta;» )j.< D jnaides si los hijos de Egipto tienen, se
gún la ley de su país. poder sobre ellas, como pariente* suyos más cercanos (Ε ϊ Τα»
ΚβατοϋσΟ. Los versos siguientes precisan el valor jurídico de este ¿rJ/os. Hi rey obser
va que, si m í fuera, nadie podría obstaculizar las pretensiones de los Egipcíadas sobre
sos primas; sería preciso, pues, que estas últimas sostuvieran, por el contrario, que, se
gún las leyes de tu patria, sos primos no tenían realmente sobre cII.js eso pode/-d e rutó
la (κϋρος). La respuesta de las Danaides queda al mareen de la cuestión. N o ven en el
k rjio t más que el otro ospecto y en su b o ta el vocablo adopta una sipniQcacit’m co n
traria u la que le prestaba Pd.ix^o.· no Je%ij:na yací p o d rr legítimo de tutela que sus p ri
mos podrían cvecuujlmcntc reivindicar a su respecto, sino la violencia pura, la fuerza
brutal del varón, la dominación masculina ijul*(a mujer no puede sino sufrir: «Ah. que
jamás m m \o sometida al poder de los varones, υ π ο χε ίρ ιο ς κ&ρτεσιν άραιίνω ν/» (392-
393). Sobre este aspecto de violencia, véanse los versos K2Q, 8 3 1 y R63. Λ1 ¿nt/oi del
hombre (951). las Danaidcs quieren oponer el de la* mujeres i lOíW). Si lo j hijos de
T^ipui hacen mu! pretendiendo imponerles el matrimonio sin convencerlas por la per-
TENSIONES y AMBlGOtlIMDES ÜN’ la t k a g pijía íííu ix a n
I
■ n : \ s i o N r s v a , m » k . c t . d m ) j : s y . k l .\ t i u < ; i ; w a c : i u i . c ; a 37
litico, sino dos tipos diferentes de religiosidad: por un lado, una reli
gión familiar. puram ente privada, limitada al círculo estrecho de los
parientes cercanos» los phtfai, centrada en el hogar doméstico y el cul
to de los muertos; por otro, una religión pública donde los dioses tu
telares de (a ciudad tienden finalmente a confundirse con los valores su
premos del Listado. Entre estos dos ámbitos de vida religiosa hay una
4 mistante tensión que, en ciertos casos (aquellos mismos que presenta
l.i tragedia), puede conducir a un conflicto insoluble. Como observa el
i oriíco,1' es obra pía honrar piadosamente ;« sus muertos, pero al fren-
fr de la ciudad el magistrado supremo tiene el deber de hacer respetar
*11 ί -rJtos y la ley que ha dictado. Después de todo, el Sócrates del Cr¡-
t···» jwdrá sostener que la piedad, como la justicia, manda obedecer las
)« \oh de su patria, aun las injustas, incluso aunque esa injusticia se vuel-
vλ contra él y te condene a muerte. Porque la ciudad, es decir, sus no-
•i.'/ («leyes»), es más venerable, más sagrada que una madre, que un pa-
*lu· y que todos los antepasados juntos.·'1De las dos actitudes religiosas
.|u<* Antífona sitúa en conflicto, ninguna podría ser buena en sí misma
on conceder a la otra su lugar, sin reconocer precisamente lo que la li-
mmu y pone en duda. Es muy signilicuiivo este respecto que las únicas
divinidades a las que el coro se refiere sean Dioniso y Eras. Pero mien-
Hé·. tanto los dioses nocturnos, misteriosos» maprehensibles para el es-
í-uitii humano, próximos a las mujeres y extraños a la política, condenan
*« pnmer término la pscudorrelij'ión del jefe de Estado Crconte, que
.... If lo divino con la vara de su pobre sentido común p a r a hacerle c a r-
m> vim sus odios y ambiciones personales. Pero las dos divinidades se
»ii. lu-n también contra Antífona, encerrada en su pbilia familiar, con-
♦nM.iila voluntariamente a Hades, porque, hasta en su vínculo con la
h»mv tu*. Dioniso y Eros expresan las potencias de la vida y la renova-
• ·«*»» Antífona no ha sabido oír la llamada para separarse de los «su-
»·>*- v de la philía familiar para abrirse al otro, acoger a Eros y. en ta
•itiM'ii con un extranjero, transmitir a su vez la vida.
21. Véase Eurípides, fenteias, 499*502; «Sí Í j misma cosa fuera igualmente para
iodos bella y sensata, los humanos no conocerían la controversia de las disputas. Pero
p a n Ios moríales no hay nada semejante ni igual, salvo cn las palabras: la realidad es
completamente difercmo*.
22. «AmiflO», «amistad», «provecho)*, *honra», «temor», «audacia*, «ira», «terri
ble»; «Sophocles’ praise of Man and the Conflicts o í the Auti?nnc», Arian, v o l . n " 2 ,
1964. p igs. 46-60,
23. Sobre el lupar y el papel d e U ambigüedad cn los Tráficos, véase W, B. Stand-
ford. Am biguity in Crcck ¡.ücrjiurc SluJtei in Theory and PrjcUcc, O xford, 1959, ca
pítulos X X I!,
T E N S I O N E S Y A M G IG Ü iJD A D r .S flN Ι.Λ Τ Λ Α Ο Π Π ΙΛ ΟΓΟΓ,ΟΑ 39
24.
25 Sur!:C4nlcf. >79 JRO,
k
t t s 'S J o n w y A .M » i < ; ü i : i M D r .s j : n¡ i . a t i i a ü j : d i a íír il g a ·| 1
26. Véase Λ P. \Vin nin pjon ·In j;ra m , of>. cit,\ y, pac lo que concierne al mismo pro-
l»k Hi;i cn F-sqiiÍJi>, A. Leskv, «Decision and Responsability in ihc TrjRedy o f Aeschy-
lu»·. Tl'c¡n:trn.ilo f / icHctu'cStuJn‘i, rT 86,1966, páp*5- 7K-85. (!oi»o observa Lrtky. *la
h U ita d y Ij coacción se hallan unidjs <¡c una manera fccnuinamenfc trágica» porque
iirtn «V los ra«po$ mayares de l,i tragedia es «Ij estrecha unión entre I j necesidad im-
|xir%u p a rio s dioses y la Occisión personal de obrar».
27, Kn h fümuil.t que Esquilo pone en boca del corifeo (Azsincnún. 1337*1338),
Irv iUvs concepciones contrarias se encuentran en cierto m odo superpuestas o confun-
UU* vm las mismas palabras. Por su am bigüedad, la frase se presta, en efecto, a una
•M»lc interpretación·. NOv fi'ci π ρ υ τίρ ω ν α ίμ 'ά πο τείσ ει puede querer decir: «Y aho-
i « m ftene que papar la sangro que derram aron s\>$ antepasados», pero también: «Y
a m tiene que papar la sanjtre que *anttRuaniciuc derramó». Un vi prim er caso. Apa·
*··■ m*n o victim,i de una maldición ancestral: pjj'.a por faltas que no ha com etido. Un
•1 wjtiindo. expía W c rín io n r\ ilc l«»s que responsable.
42 M IT O V T R A G r ü I A E X I.A tiP .E C I A A N T I C U A , l
Esbozos de la voluntad
en la tragedia griega
lu que hizo ayer y que experimenta con tanta más fuerza el sentimiento
su existencia y de su cohesión interna cuanto que sus conductas suce*
hvíis se encadenan y se insertan en un mismo marco para constituir, en
Id continuidad de su línea, una vocación singular.
la realización práctica, bajo sus diversas formas, sino mucho más una
preeminencia reconocida del agente en Ja acción, del sujeto humano
planteado como origen y causa productora de todos los actos que de él
emanan. H! agente se aprehende a si mismo en sus relaciones con los de
más y con la naturaleza como un centro de decisión, poseedor de un po
der que no dimana ni de la afectividad ni de Ja pura inteligencia: un
poder sui generis del que Descartes llega a decir que es infinito, «igual
en nosotros que en Dios», porque en contraste con el entendimiento,
necesariamente limitado en las criaturas, cl poder de la voluntad no im
plica cl más o menos; como cl libre arbitrio del que es, para Descartes,
la cara psicológica, se le tiene por entero desde cl momento en que se le
posee. La voluntad se presenta, en efecto, como ese poder indivisible de
decir sí o no, de aquiescer o de rehusar. Este poder se manifiesta en par·
ricular en cl acto de la decisión. Desde el momento en que un individuo
se compromete mediante una elección, desde que se decide, se constitu
ye a sí mismo —sea cual fuere el plano en cl que se sitúa una reso lu ció n -
como agente, es decir, como sujeto responsable y autónomo que se ma
nifiesta en y por actos que le son imputables.
Así, no hay acción sin un agente individualizado que sea su centro
y su fuente; no hay agente sin un poder que una cl acto al sujeto que lo
ha decidido y que asuma al mismo tiempo su plena responsabilidad.
Estas afirmaciones se nos han vuelto tan naturales que nos parece que
ya no son problema. Nos han llevado a crcer que el hombre se decide
y actúa «voluntariamente» igual que tiene brazos y piernas, Incluso en
una civilización, como la de la Grecia arcaica y clásica, que no posee
en su lengua palabra alguna que corresponda a nuestro térm ino «vo
luntad», apenas dudamos en dotar a los hombres de aquel tiempo, como
a pesar suyo, de esta función voluntaria que ellos sin embargo no nom
braron.
Contra estas pretendidas «evidencias» psicológicas nos pone en
guardia ia obra de Meyerson. La investigación que ha llevado a cabo in
cansablemente en sus escritos y en sus cursos sobre la historia de la per
sona destruye también el mito de una función psicológica de Ja volun
tad, universal y permanente. 1-a voluntad no es un dato de la naturaleza
humana. Es una construcción compleja cuya Jiistoria parece tan difícil,
múltiple e inacabada como la del yo, de la que es en gran parte solidaria.
Por tanto hemos de guardarnos de proyectar sobre el hombre griego an
tiguo nuestro sistema actual de organización de las conductas volunta
rias, las estructuras dt* nuestros procesos de decisión, nuestros modelos
L S ttO Z O S DF. I .Λ V O L U N T A D Γ.Ν Ι.Λ T R A C K D J A O R IM O A 47
3. 7.. D.ubti. Problems o f Iiisioric·)! Ptycbofogy, Londres. I960, cap. IV, «The
Kincfflcnce of IVm mality in tb í Greek World», pótf. 86.
•1 Λ. Lcsky. ilottlicbi' und HU'tnckhíhc Mottv.Uion w t bavtcttscha) Upor, Hculcl-
I k -í j \ l% » .
f S B O Z O S D i : J .A V O I .t.'N ! I-A Π L N ' I . Λ T R A G l - f M A ( J t l H 'C A •P
19. D. J. All sin, «The Practical Syllogism», A m our d'Aristctc, R ecudí d ’étudei ¿c
pfOosopbieancier.nc et m cJiéi'jte offert ά Mgr. Mansion, Lovaina, 1955, págs. 325-3-íO.
20. Vcase G au th ier y Jolif, op. cit., pág. 217. El térm ino eieu tkcrú (E. .V, V,
1131a 28) «design» en esta ¿poca ñ o la libertad psicológica,sino U condición jurídi
ca del hom bre libre p o r oposición a U del esclavo; U expresión “líbre arb itrio ” no
Aparecerá en la lengua griega sino m ucho más tarde, a la vez que cleuthcrú tom a el
«¿nudo d e libertad psicológica; se dirá to aútcxousion (o c aútexousiótcí), Uteralmcn·
u· “el dom inio de sí": el ejemplo r u s antiguo se encuentra en D iodoro de Sicilia, 19.
105,4 (siglo I a. de C J , pero no tiene todavía el valor técnico, i}ue estará ya perfecta-
m rntc fijado en Epiciclo (siglo I después de C J . liste em plea la palabra cinco veces
(HUticJt, 1. 2, 3; iv, i, 5 6 ;6 2 ,6 8 ; 100);a p artir de esta f e c h a d vocablo tendrá caria
»!<·ciudadanía en la filosofía griega». Los latinos traducirán τ6 αυτεξούσιον p or Λ·
brritm arkitrium.
21. Véase A rthur W. 11. Adkins, Merit and Responsibility. A Study in G reek \ii-
( >xford, 1960; V. Brochard. Íítudes de phdosophic anciennc et dc philosophic tuu-
¿true. Paris, 1912, pigs.*í9ft-538»y la actualización, m.-w m atiiad a.d e G authier y Jolif»
•Ψ <tt.. p-igs. 572-378.
5 6 M IT O V Τ Κ Λ < ;1 10 Ι Λ Γ Ν 1 .Λ G R L U A A N T I C U A , I
22. íin otro capítulo J e su obra citada m is arriba. B. Sncll observa que la voluntad
«es una noción c.xrnuu a Jos κriegos; nu tienen skjuient palabra para día», up. di.. f»ig. 182.
23. Lnuis G cm ct. Rcchcrcbci sur U ¿éi'doppcmaU de h pcnxéc juridt ju e ct múra
le en G'rirc, I'jfis, 1971, pá*·. ) 52.
2-1. Louis G cm ct. op. d t 353-354.
RSROZOS ü i: LA V O L U N 1Λ11 i ;n LA TRAC.F-W A G ttü .U A 57
K S U O Z O . S » j : ». A V O J . U N T A D IS LA T R A O L D JA Ο Κ ΙΓ Ο Λ 6 3
*lc otro modo. Pero untes, dice Aristóteles, era dueño, Lirios, de obrar de
lorma distinta.4*En este sentido, si la forma cn que cada uno de nosotros
i oncibc la finalidad de su acción depende necesariamente de su carácter,
«ste depende también de cada uno de nosotros, puesto que está consti
tuido a través de nuestras propia*» acciones. Pero cn ningún momento tra
ta Aristóteles de fundar sobre un análisis psicológico la capacidad que
{«iseería el sujeto, mientras sus disposiciones no estén fijadas, de decidir*
•e de una forma o de otra y de asumir así la responsabilidad de lo que ha-
j λ más tarde. No vemos por qué el niño, desprovisto de proatresis, tentliía
más poder que eí hombre ya m;«luro para determinarse a sí mismo libre-
Miente y fijar su propio carácter. Aristóteles no se interroga sobre las fuer-
/.!·, diversas que entran en la formación de un temperamento individual,
4U5HJUC no ignore ni el papel de la naturaleza ni el de la educación o el de
11legislación. <*Que hayamos sido educados cn la juventud en tal o cual
habito no es de poca importancia; es, por el contrario, soberanamente im*
hutam e, o, mejor dicho, todo reside en eso.»44 Si codo reside en eso, la
Autonomía del sujeto queda borrada ante el peso tic las coacciones soda*
I· · Pero poco le importa a Aristóteles: al ser su propósito esencialmente
mural, le basta con establecer entre el carácter y el individuo, tomado en
ion junto, ese vínculo íntimo y recíproco que funda la responsabilidad
*uii{vtiva del agente. Π1 hombre es «padre» de sus actos cuando encuen*
i'.io «'en él» su principio, a rc b l\ su causa eficiente, w/V/á; pero esta causali*
•I »*l interna no se define más que de forma puramente negativa; siempre
uo pueda asignarse a una acción una fuerza exterior constrictiva es
l*"t que Ij causa se encuentra «en el hombre» que ha actuado «voluntaria-
n» «iic»>. «de grado», y su acto le es entonces impotable con todo derecho.
|-n última instancia, la causalidad del sujeto, o su responsabilidad, no
« t. íiere en Aristóteles a cualquier poder de voluntad. Se apoya en una
«· ululación de lo interno, de lo espontáneo, de lo propiamente autóno-
..... iv.la confusión de ios diferentes niveles de la acción muestra que
• I individuo, aunque asuma ya su particularidad, aunque cargue con to-
•1· · ·los ados por él realizados intencionadamente, permanece aún dema-
»*«.!·. encerrado en las determinaciones de su carácter, demasiado libado
• I ·. deposiciones internas, que ri^en la práctica de los vicios y de las vir-
»·>.!. , |j.ira lilwjrarse plenamente como centro de decisión personal y afir-
·'■ u ·i·, en tanto que autos, en su verdadera dimensión de agente.
I» / N . t l M a ) Ky Π ·21,
Π / , I tu? 1) 24-25; vcASt· 1 1 7 9 1> 31 y si}-.s.
6·1 M I T U V T R A C L D I A I N Ι .Α Ο Κ Γ . Ο Ι Λ A N T I C U A , 1
Lüste largo recorrido por his teorías dc Aristóteles no habrá sido inú
til si nos permite esclarecer el modelo de la acción propia dc la tragedia,
volviéndolo a situar en una perspectiva histórica más amplia. Forma
ción del concepto de responsabilidad subjetiva, distinción entre acto
realizado de grado y el cometido a pesar de uno mismo; atención a las
intenciones del agente: éstas son otras tantas innovaciones que los Trá
gicos no ignoraron y que a través del progreso del derecho afectaron dc
forma profunda a la concepción griega del agente, y modificaron tas rela
ciones del individuo con sus actos. Cambios, por tanto, desde el hombre
homérico a Aristóteles pasando por los Trágicos, cuya amplitud no po
dría desconocerse pero que se producen sin embargo en límites tem
porales bastante estrechos para que incluso en el filósofo, preocupa
do por fundamentar la responsabilidad individual sobre las condiciones
puramente internas de la acción, permanezcan inscritos en un marco psi
cológico en el que la categoría dc la voluntad no tiene cabida.
A tas preguntas generales que A. Rivicr planteaba a propósito del
hombre trágico (¿no hay que admitir, en el caso de los griegos, una vo
luntad sin elección, una responsabilidad independiente de las intencio
nes?) no se puede, por tanto, responder con un sí o con un no. Ifn pri
mer lugar, debido a las transformaciones que ya hemos observado; pero
también, y más profundamente, porque el problema parece que no d e
be formularse en esos términos. En Aristóteles la decisión es concebida
como una elección (bairesis), la intención aparece como constitutiva de
la responsabilidad. Sin embargo, ni la elección de la proairesis, ni la in
tención, incluso deliberada, hacen referencia a un poder íntimo de au
todecisión en el agente. Dándole la vuelta a la fórmula de Rivicr, podría
decirse que en un griego como Aristóteles encontramos la elección y ja
responsabilidad fundada sobre la intención, pero lo que falta es preci
samente la voluntad. En los análisis del Esrngirita, se marca, por otra
parte, el contraste entre lo que se ejecuta por coacción y lo que es rea
lizado dc grado por el sujeto, de lo cual es en ese caso —y sólo en ese
caso— responsable, bien haya sido conducido a la acción espontánea
mente o se haya decidido a ello tras un proceso de cálculo y reflexión.
Pero ¿cuál es el sentido de esta antinomia que la tragedia debiera al
parecer ignorar, si es cierto — como sostiene Rivicr— que las «deci
siones», cuyo modelo nos proporciona la obra de Esquilo, aparecen
siempre como la sumisión del héroe a una coacción que )e viene im
FNB020S Μ . I. Λ V O L I'N T A Ü LN Ι.Α T K A C C IJIA Ο Γ.ΙΓΟ Λ 65
de esta pasión subraya que el personaje, por razones que le son propias
y que se manifiestan condenables, se precipita por sí mismo a la vía que
los dioses, por oíros motivos, han escogido. En el espíritu del rey, can
ta el coro, «se produce una mudanza, impura, sacrilega: está dispuesto
a atreverse a todo, su resolución está tomada... Se atreve a convertirse
en el sucrificador de su hija para ayudar a un ejército a recuperar a una
mujer, a abrir el mar a los bajeles»/* O tro pasaje, al que quizá los co
mentaristas no hayan prestado suficiente atención, confirma a nuestro
parecer esta interpretación del texco. En aquella época, cuenta el coro,
el jefe de la flota aquea, «más que criticar a un adivino, se hacía cóm
plice del destino caprichoso»/9 El oráculo de Ártemis transmitido por
Calcante no se impone al rey como un imperativo categórico. N o dice:
sacrifica a tu hija, sino solamente: si quieres los vientos, es preciso que
los pagues con la sangre de tu hija. Sometiéndose a él sin cuestionar en
modo alguno {pségein = censurar) su carácter monstruoso, el rey revela
que la vida y el am or de su hija dejan de contar para él desde el mo
mento en que constituyen el obstáculo a la expedición guerrera cuyo
mando ha tomado. Se nos responderá que Zeus quiere esta guerra, que
los troyanos deben expiar la falta de Paris contra la hospitalidad. Pero
sobre este punto también queda marcada la ambigüedad de los hechos
trágicos, que cambian de valor y de sentido según se pase de uno a otro
de esos dos planos, divino y humano, que la tragedia une y opone a la
vez. Desde el punto de vista de los dioses, esa guerra está, cn efecto,
plenamente justificada. Pero, al hacerse el instrum ento de la Dike de
Zeus, los griegos entran a su vez cn el mundo de la falta y la impiedad.
Us menos el respeto de los dioses que su propia bfbris lo que les guía.
Kn el curso del drama, la destrucción de Troya y la ejecución de Ifige·
nie, como la matanza de la Jicbrc preñada que prefigura a ambas, se
evocan bajo un aspecto doble y contradictorio: es el sacrificio de una
víctima piadosamente ofrecida a ios dioses para satisfacer su venganza,
pero es también, a la inversa, un horrible sacrilegio perpretado por gue
rreros hambrientos de matanza y de sangre, verdaderas bestias salvajes
—semejantes a dos águilas que han devorado simultáneamente a la tier
na hembra indefensa y a las crías que llevaba cn su seno— .5d La justicia
48. I h i l , 224-227.
49. IbiJ., 184-187.
5(1. Véase P. Viital-Naquet, ««Caza y sacrificio cn la O rcsiteJj d e Esquilo», páps.
142 y de este volumen.
68 M ir o v T K A o m iA γ ν i.a g k i i c i a a n t ig u a , i
de Zeus, cuando se vuelva contra Agamenón, pasará esta vez por Cli-
temnestra. Y más «illa aun de ios dos protagonistas, el castigo del rey
halla su origen en la maldición que pesa sobre toda la estirpe de los
Atridas desde el festín criminal de Tiestes. Pero exigido por la Erinia
de la raza y querido por Zeus, cl asesinato del rey d e los griegos lo
prepara, decide y ejecuta su esposa por razones que son propiam en
te suyas y que se inscriben en la línea de su carácter. Por más que evo
que a Zeus o a la Erinia, es su odio al esposo, su pasión culpable por
Hgisto, su voluntad viril de poder lo que la han decidido a obrar. En
presencia del cadáver de Agamenón trata de justificarse ante los an
cianos del coro: «Pretendes que es obra mía. No lo creas. No pienses
siquiera que sea yo la esposa de Agamenón. Bajo la forma de esposa
de este cadáver está el antiguo, el violento genio vengador (aíáslór)
de A ireo que ha pagado esta víctim a».'1 Aquí se expresa en toda su
fuerza la antigua concepción religiosa de la falta y del castigo. Cli-
tem nestra, como personaje individual, responsable del crimen que
acaba de cometer, pretende borrarse, desaparecer detrás de un poder
dem oníaco que la sobrepasa. A través de ella en realidad habría que
acusar a la Erinia de la raza, a la áte, e! espíritu de extravío criminal
propio de la estripe d e los Atridas que habría manifestado una vez
más su poder siniestro, la mancilla antigua que habría suscitado por
sí misma esta nueva mácula. Pero es muy significativo que cl coro re
chace esa interpretación y que lo haga por medio de un vocabulario
jurídico: «¿Q uién vendrá a a t e s t i g u a r que tú eres inocente de este
c rim en ?» .C litem n e stra no es anaitios, no culpable, no responsable.
Y, sin embargo, el coro mantiene sus dudas. Con la evidencia de esta
responsabilidad totalm ente hum ana de criminales como Cliiemnes-
tra o Egisto (que se jacta de haber actuado intencionadam ente, como
instigador del crimen) se mezcla el sentim iento de que fuerzas sobre
naturales han podido participar en los sucesos. Lejos de criticar al
oráculo, Agamenón se convertía en cómplice del destino: quizá — con
cede esta vez el coro— el nlástor, el genio vengador, haya sido el «auxi
liar» de Clitem nestra (sylUptñr). En su decisión trágica colaboran
también los designios de los dioses y los proyectos o las pasiones de
los hombres. Esta «com plicidad» se expresa m ediante el recurso a
términos jurídicos: wetattias, corrcsponsable; xynaitia, responsabili
que no sea obra tic Zeus.** Pero cuntido Egisto aparece y habla, la úni
ca d i k e que invoca el coro es aquella que cl pueblo cree que debe pagar:
lapidar al criminal cuya fechoría ha revelado su verdadero carácter de
cobarde seductor, de ambicioso sin escrúpulos, de cínico arrogante.61
tithos, el carácter, daiwont el poder divino, tales son, pues, los dos
ordenes de realidad en los que se fundamenta, en Esquilo, Ια decisión
trágica. Al situarse el origen de la acción a Ια vez en el hom bre y fuera
de él, cl mismo personaje aparece unas veces como agente, causa y
fuente de sus actos, y otras como impulsado, inmerso en una fuerza que
le sobrepasa y arrastra. Causalidad humana y causalidad divina: aun
que se mezclen de esia forma en la obra trágica, no por ello se confun
den. Los dos pianos son distintos; en algunas ocasiones, opuestos. Pero
incluso cuando el contraste aparece más deliberadam ente subrayado
l»or el poeta, no se trata de dos categorías excluyenres, entre las que
pudrían distribuirse sus actos, según el grado de iniciativa del perso
nóle, sino de dos aspectos, contrarios e indisoctables, que presentan,
*ii (tinción de la perspectiva que se adopte, las mismas acciones. Las
«►bservaciones de R. P. W innington-lngram relativas al Edipo de Sófo-
• 1·λ tienen sobre este punto valor de demostración.'* Cuando Edipo
nula a su padre y se casa con su madre sin saberlo y sin quererlo, es ju*
«m re de un destino que los dioses le han impuesto desde antes de su
μ h imíeruo. «¿Q ue hombre —se pregunta el soberano de Tebas— po-
dn.i ser más odiado que yo por la divinidad (ccblbrodaímón)? ¿No ha*
l«Utú con lenguaje exacto al juzgar que mis desgracias provienen de un
cruel?.»'" El coro le hace eco algo más adelante: «Con tu desti-
«m» Uhinton) como ejemplo, si, con tu destino, desventurado Edipo, no
feliz ninguna vida de los humanos»/·5 Expresado por la palabra
Jan*#»»!, el destino de Edipo reviste 1a forma de un poder sobrenatural
unido a su persona y que dirige toda su vida. Por eso el coro podrá ex-
*Ι.ιιιμπ «Te ha descubierto a tu pesar (á k o n la ) el Tiempo que ve todas
l«» i «i>as».í1 A esta adversidad sufrida, á k ñ n , parece oponerse radical*
V id .,
i I l h . L 1M 5-I6I6.
• *> K. fc VttnninjiinJi-Infcratn, «Traced)· ¡md G reek Archaic Thought». C/jsh cj I
I *· - j .. ·!.> tH Influente, Essays presented 1 0 11· F). 1:. Kino, Londres, ] 9ó5. pjjjs. 31 *50.
*λ S r - tix le s , l í i i i f o R e y , H 16 y 8 2 8 -8 2 9 .
72 M ir o v T R A c r n i A t .s ι.λ c r c c í a a \ t i c ; l »a . i
6 9 . I b i l . J 2 3 0 y J231
70. l h ± %1297-1302.
71. lítl.
72. íbtJ., I >27-1328.
73. íb¡J , 1)29-1 Ji2 .
ts b o zo s m : la v o l u n t a d i:n l a τ γ .λ < « ι:ι> γ λ c í k i i . c λ
para cl agente. ΛΙ sufrir lo que creía Haber decidido por sí mismo, com
prende el sentido red de lo que se ha realizado sin que él lo quiera o lo
sepa. El agente no es, en su dimensión humana, causa y razón suficien
te de sus actos; es, por el contrario, su acción la que, volviendo sobre él
según lo que los dioses hayan dispuesto soberanamente, le descubre a
sus ojos y le revela la verdadera naturaleza de lo que es, de lo que hace.
Así, Edipo, .sin haber cometido nada intencionadamente que le sea per
sonalmente im putable desde el punto de vista del derecho, se encuen
tra a sí mismo —al final de la investigación que, debido a su pasión por
la justicia, realiza para salvación de la ciudad— como criminal, fuera
de la ley, cargado por los dioses de la más horrible mácula. Pero el peso
mismo de esta falta que debe asumir sin haberla cometido intenciona
damente, la dureza de un castigo que soporta con alma ecuánime sin
haberlo merecido lo elevan por encima de la condición humana, al mis
mo tiempo que le apartan de la sociedad de los hombres. Religiosa
mente calificada por el exceso, por la gratuidad de su desgracia, su
muerte adquirirá el valor de apoteosis y su tumba asegurará la salvación
α aquellos que acepten darle asilo. Y, a la inversa, al término de la trilo
gía de Esquilo, Orestes, culpable de un crimen monstruoso, el asesina*
to deliberado de su madre, se ve absuelto por el prim er tribunal huma
no instituido en Atenas por falta de intención delictiva por su parte.
Puesto que ha tratado, sin conseguirlo, de sustraerse a la orden im
periosa de Apolo, su acto —según dicen sus defensores— debe ser co
locado en la categoría de ¿¡¡Latos phonos, del crimen justificado. Sin
embargo, subsiste todavía la ambigüedad: se abre camino la vacilación.
El juicio humano queda de hecho indeciso. La absolución sólo se o b
tiene mediante un artificio de procedimiento, después de que Atenea
restablezca con su voto la igualdad de opiniones a favor y en contra de
Orestes. El joven queda absuelto legalmente, por tanto, gracias a Ate
nea, es decir, gracias al tribunal de Atenas, sin ser plenamente inocente
desde el punto de vista de la moral humana.
La culpabilidad trágica se constituye así en una constante confron
tación entre la antigua concepción religiosa de la falta, mácula unida a
toda una raza, que se transmite inexorablemente de generación en gene
ración bajo forma de un áít\ de una demencia enviada por los dioses, y la
concepción nueva, puesta en práctica en el derecho, donde el culpable
se define como un individuo particular que, sin ser forzado a ello, ha
elegido deliberadamente cometer un delito. Para un esp/ritu moderno
estas dos concepciones parecen excluirse radicalmente. Pero la trage*
r .s u o / .o s n r . i .a v o l u n t a d γ .ν l a τ κ λ « ι · ι >ι λ « r u x .a 75
dia, ill oponerlas, las reúne en equilibrios diversos de los que nunca v
tá enteramente ausente la tensión: ninguno de los términos dt^esui an-^ χ
tinomta desaparece por entero. Jugando en un doble plano, decision y
responsabilidad adquieren en la tragedia un carácter ambiguo, enigmá
tico: se presentan como cuestiones que aparecen abiertas constante
mente, dado que no comportan una respuesta fija y unívoca.
También el agente tráfico aparece dividido entre dos direcciones
contrarias: unas veces aitios, causa responsable de sus actos en tanto
que expresan su carácter de hombre; otras, simple juguete entre las ma
nos de los dioses, víctima de un destino que puede ligarse a él como un
J.iíwofi. La acción trágica supone, en efecto, que ya se ha constituido la
noción de naturaleza humana con sus rasgos propios y que de esta for
ma los planas humano y divino son lo bastante distintos para oponerse;
pero para que exista lo trágico es preciso también que estos dos planos
no dejen de aparecer como inseparables. La tragedia, al presentar al
hombre comprometido en la acción, atestigua los progresos que se ope
ran en la elaboración psicológica del agente, pero también lo que esta
categoría comporta todavía en el contexto griego de limitado, de inde
ciso, de vago. l£l agente no está ya incluido, inmerso en la acción. Pero
aún no es verdaderamente, por sí mismo, el centro y Ja causa producto·
u . Porque su acción se inscribe en un orden temporal sobre el que no
licite poder y que sufre pasivamente; sus actos se le escapan, le sobre
pasan. Para los griegos, como es sabido, cuando el artista y el artesano
producen una obra por su p o te sis, «acción», no son verdaderamente sus
«tutores. N o crean nada. Su papel es sólo encarnar en la materia una for-
preexistente, independiente y superior a su tccbnc, «técnica». La
obra posee más perfección que el obrero: el hom bre es más pequeño
que su tarea.71 De igual forma, en su actividad práctica, su praxis, el
hombre no es a la medida de lo que hace.
ün la Atenas del siglo v, el individuo se ha afirmado, en su particu
laridad, como sujeto de derecho; la intención del agente se reconoce ya
*orno un elemento fundamental de la responsabilidad; por su partici
pación en una vida política donde se toman las decisiones — al término
de un debate abierto, de carácter positivo y profano— , cada ciudadano
i oinienza a tom ar conciencia de sí como agente responsable de la con·
quilo, que el efecto trágico proviene de que, habiendo soñado toda mu-
Ι·Ί con asesinar a su esposo, es la angustia de su propia culpabilidad la
‘|wo, en e! horror del crimen de Clítemnestra, la despierta y la ahoga.
86 M IT O Y TRA<¡CDIA UN I.A CÍKI.ClA A N T IC U A . I
niendosc a Caos, Gea: la estabilidad. Desde que aparece Gea, algo toma
forma; d espacio ha encontrado un principio de orientación. G c j no es so
lamente lo estable, es la Madre Universal, que engendra cuanto existe,
cuanto tiene forma. Gca comienza por crear a partir de sí misma, sin la
ayuda de Úiv.s, es decir, al margen de toda unión sexual, su contrario mas
culino: Urano, el ciclo macho. Con Urano, nacido directamente de ella,
Gea se acopla, esta vez en sentido propio, para producir una estirpe de hi
jos que, mezcla de los dos principios opuestos, tiene ya una individuali
dad, una figura precisa, pero que, sin embargo, siguen siendo seres pri
mordiales, poderes cósmicos. En efecto, la unión del cielo y de la tierra,
esos dos opuestos salidos uno del otro, se hace de forma desordenada, sin
regla, en una cuasiconfusión de los dos principios contrarios. El cielo ya
ce aún sobre Ja tierra, la cubre toda, y su descendencia — por falta de dis
tancia entre sus dos progenitores cósmicos— no puede desarrollarse a la
luz. Los hijos quedan así «ocultos» en lugar de revelar su forma propia. Es
entonces cuando Gea se irrita contra Urano; invita a uno de sus hijos, Cro-
no, a acechar a su padre y a mutilarlo mientras él se tumba sobre ella en la
noche. Crono obedece a su madre. El gran Urano, castrado de un golpe de
hocino, se retira de encima de Gea maldiciendo a sus hijos. Tierra y ciclo
se separaron entonces, permaneciendo cada uno inmóvil en el lugar que le
correspondía. Entre ellos se abre el gran espacio vacío en el que la suce
sión de Día y Noche revela y enmascara alternativamente todas las formas.
Tierra y cielo no se unirán ya en una permanente confusión análoga a la
que reinaba antes de la aparición de Gca, cuando no existía en el mundo
más que Chaos. En adelante, una vez al año, al principio del otoño, el cic
lo fecundará la tierra con su lluviosa semilla, la tierra dará vida a la vegeta
ción y los hombres deberán celebrar la hierogamia de los dos poderes cós
micos, su unión a distancia en un mundo abierto y ordenado donde los
contrarios se unen, pero permanecen distintos uno a otro. Sin embargo,
este desgarramiento en el que el ser va a poder inscribirse ha sido obteni
do a) precio de una fechoría que habrá de pagar. En adelante, no habrá
ningún acuerdosin lucha; en el tejido de la existencia no se podrán ya ais
lar las fuerzas del conflicto y las de la unión. Los genitales sangrantes de
Urano han caído, en efecto, en parte sobre la tierra, en parte sobre el agua;
han dado origen, en tierra, a las Erinías, a las Ninfas Melíades y a los G i
gantes, es decir, a todos los poderes de la «venganza de la sangre» y de la
guerra, que presiden la lucha y el enfrentamiento; en el mar, han dado ori
gen a Afrodita, que preside la unión sexual y el matrimonio, las fuer/as del
acuerdo y de la armonía. La separación del cielo y de la tierra inaugura un
« k d jp o » s in c n .M r j.e jo 89
* Siyíkc cipernee ebez les Crees, 4.* cd., París, 1971, t. I.p<¡£%. 124-170 (irad. casi.:
Siifo y ¡¡cnsavsicnto en h Greda antigua, Barcelona, Ariel, 1993).
« i i m i 'o » s in c o .M i’ i . r j o 91
2. En los versos 774-775:82-1-827; 966-967; 984-985; 990 í 995; 1001; 1015; 1017;
1021 .
3. 994-999 y ya en 769 y sigs.
« U D IF O » S IN C O M P L K /O 95
7. «72.
8 . Véanse los versos K7J-S78; 1195 y 152*1 >· sigs.
« h b l J ' O » .S IN C O M I ' I i : j o 97
9 8 M I T O Y T R A G I D I A J .N Ι.Λ G K K C I A A . N T t O U A , I
1**1 Urjil. Pfuo¡',ito{vy,t\> «/c L· v:J.¡ crtuJiatta, Mdiliiü. Alianza, 2001 >, l'rcud cS·
• niic. «ΈΙ hecho h ita n te extraño de q uo Ια leyenda £riej;j no teuj¿a ah.sohtin mente en
• .i. ni j J.i cd.ul d e Yocasta j u c parece que concierta muy bien con mi propia conclusión.
ι-u ι·] am o r i]ík* la m adre ¡tupirá a so hijo se trata n o di: la persona actual d e fa nta-
.le·, sir.o de la im agen quv el h ijo ha co nservado d e ella y tjue d a ta d e sus años d e in-
i 1‘ero precisam ente F.tlij'ü iu> p o d ía conservar de sus años de infancia ninguna
t— ι; ί ί ι cb* Yocasta.
15. W ansc los versivs 580*581.
14. Vvaiwe los versos 582; 5*/9; 555; 5-H ;6)S; 642; 65R-659; 701.
15. W a tu c 1<¡s \ ltsos 4 ‘)5 y 5-11.
Uy \\%iit<e los ver*<* 585.
M I T O Y T K A C r i M A I N LA t i l ’. f l C I A A N T I G U A . 1
«Los nombres tienen tin número finito, mientras que las cosas su» infamas. Por
eso es inevitable que un nom bre único tenga varios sentidos»; Aristóteles. D cSvpkistl·
d i V.tenchis, 1,165 a 11.
-1. V w sc Eurípides. F o n d ju 499 y sigv.: «Si Id misma cosa fuera ¡guolmente para
codos bella y sensata, los humanos no conocerían h controversia de las disputas. Pero
para los mortales nad;i hay semejante ni iyual, salvo en las palabras: 1j realidad es com
pletam ente diferente».
5. La misma ambigüedad aparece en los demás térm inos <juc ostenten un puesto
mayor en la textura de la obra: δίκη, φ ίλ ο ς y ς ίλ ία . ttípS oi. τιμή, ΰργή. δεινός. Véase
R. P. (Jobeen, '¡'be ¡m j^ery o f Sop!u>ch'i'/\nt(goiu\ Princcton. 1951. y Cli. P. Sc&tl,
«Sophocles Praise of .Man and the Conflicts of the A m ilane», Arion, vol. J. n" 2,196-1,
p .tg s . 46-66.
6. E. Benvcniste (iVotns d'a^cut ct turnsi d'ticlton ctt indo-ainipivn. Paris. 1948. ράμ*.
79-50) lu señalado que ncw an tk-ne la idea de una atribución recular, de un reparto recu
lado por la autoridad del derecho consuetudinario. Lite sentido da asenta de dos grandes
series en la historia semántica de l.i raí¿ V « , Hurtos* atribución rr^ular. regla consueiu*
diñaría, costumbre, rito religioso, ley divina o cívica, convención; >umí*, atribución te
rritorial ftja da por la costumbre, pastizal, provincia. La expresión tJ tsówizówrriJ designa
el conjunto de lo t}U? se debe ci los dioses; t i Lis reglas con valor religioso o poli·
lico; Ai KO’n ñ m .ü j las costumbres o la moneda <jti? tienen curso en una ciudad.
λ .\ ιβ κ ;ϊί:ο λ ι> η iw v lk siO N [ ...) J05
9. Véase W. B. Stanford, op. cit.. págs. 137*162. Algunos ejemplos: desde Lis pri
meras palabras, Clitemnestra, recordando lis angustias que ha sufrido en ausencia de
su marido, declara que, si Agamenón hubiera recibido tantas heridas como los rumores
han hecho correr, «su cuerpo tendría más agujeros que una red» (S6S). La fórmula es
de una ironía siniestra: es precisamente d e esa forma como el rey va a perecer, preso en
la red m ortal (1115), red süi salida (1382), red de pesca 0 3 8 2 ) que ella tiende en torno
a él (1110). Las puertas, pj/d/ (60-0, las moradas, <911). a Jas que se hace alusión
en repelidas ocasiones no son las det palacio, como creen quienes le escuchan, sino, si
guiendo la expresión consagrada, las del H ades (1291). Cuando Clitemnestra afirma
que el rey encuentra en ella γ υ ν α ίκ α πιστήν, δω μάτω ν κύνα, dice en realidad lo con
trario d e lo que parece γ υ ν α ΐκ ' ά π ισ το ν, una mujer infiel, que se ha com portado como
una perra (606-607). Como observa el escolasta, κύω ν (la perra) significa una mujer
que cícne más d e un hom bre. Cuando evoca a Zeus Telaos, el Zeus por quien todo se
acaba, por quien realiza, τ Λ ε ι, sus desees (973*974), no es en d Zeus del buen retorno en
quien piensa, como podría imaginarse, sino en el Zeus funerario, dueño d e la m uerte
«que codo acaba».
AMBKlCF.DAD L 1NVTRS1ÓN ( . . . ]
do sobre los «suntuosos tejidos» con los que ha sido sembrado el suelo,
el «camino de púrpura» que han hecho nacer bajo sus pasos no es en
modo alguno, como él imagina, la consagración casi excesiva de su glo
ria, sino una forma de entregarle a los poderes infernales, de condenar·
le sin remisión a la muerte, esa muerte «roja» que va hacia él en el mis
mo «suntuoso tejido» preparado por Clitemnestra para hacerle caer ahí
en la trampa, como en una red.13
La ambigüedad que se encuentra en Edipo Rey es muy diferente.
No concierne ni a la oposición de los valores ni a la doblez del persona
je que dirige la acción y se complace en jugar con su víctima. En d drama
de! que es víctima, es Edipo, y sólo Edipo, quien lleva el juego. Nada, a
no ser su voluntad obstinada de desenmascarar al culpable, la alta idea
que se ha hecho de su cargo, de sus capacidades, de su juicio (su gr.üwc),
su deseo apasionado de conocer a cualquier precio la verdad, nada le
obliga a llevar la investigación hasta el final. Tiresias, Yocasta, el pastor
tratan sucesivamente de detenerle. En vano. N o es hombre que se con
tente con términos medios, que se acomode a un compromiso. Edipo
va hasta el final. Y al término del camino que ha trazado hacia y contra
lodos, Edipo descubre que, al llevar el juego desde el principio al fin, ha
j>ido con él mismo con quien se ha jugado desde ese mismo principio has
ta el final. Así podrá, en el momento en que se reconoce responsable de
haber forjado su desgracia con sus propias manos, acusar a los dioses
de haber preparado y ejecutado todo." El equívoco en los propósitos
de Edipo corresponde al ambiguo estatuto a él conferido en el drama y
sobre el que está construida toda la tragedia. Cuando Edipo habla, lle
ga a expresar a veces otra cosa o lo contrario de lo que dice. La ambi·
gúedad de sus palabras no traduce la doblez de su carácter, que es todo
de una pieza, sino, más profundamente, la dualidad de su ser. Edipo es
doble. Constituye por sí mismo un enigma cuyo sentido no adivinará
12. También 3quí remitiré til lector ti la obra de W. B. Stanford, a tas comentarios
de R.Jchb (¡'.¿φχι Tyrj/:n:ts, tSS7 y d e j. C Kamerbcek. JheP LysofSopbixU ^. iv, T hr
(F.Jifwi Tyrjitmn, 1967. .Sólo pondremos unos poco» ejemplos: Creóm e acaba de babl.tr
de bandidos, cn plural, que mataron a Layo. Edipo respondo: ¿cómo <7 asesino, ó
λη σ τή ς, Inbría podido cometer ese acto iin uji «cómplice»? (12-0. El escoliasta obser*
va: «lidipn piensa cn su cunado». Pero con ese singular Edipo, sin saberlo, se condena a
s¡ mismo. Como reconocerá alfio m is addam e IK-12-K-J7). si hubiera habido asesinos, él
n a seria culpable; pero si ha habido un hom bre, único y salo, el crimen le es evideme-
usenle imputable. Cn los versos 137· 1*1! hay tres ambigüedades: I) al eliminar la máeu*
Ij n a !o h.icc cn pro de amibos lejanos, siuo por sí misma: ignora lo certeramente tjue es
tá hablando; 2) el asesino del rev podría verse tentada a atacarlo a él: efectivamente,
E dipo se sacará los ojos; 3) al acudir en ayuda de Layo, sirve a su propia causa: no. se
destruirá a sí mismo. Todo el pasaje d e los versos 258-265, con su conclusión: «Por estas
razones, conn si fu¡yo fu c rj n:i¡'jJrc, com batiré para él», es ambiguo, (.a frase: «Si su
descendencia no hubiera abonado» significa también: «Si su descendencia no se hubie
ra visto abocada a un destino desgraciado*, lin los versos 5 5 1-552 la amenaza d e Edipo
a Creóm e: «Si erees que atacarás a un pariente sin pagarlo, te equívocas» se vuelve con
tra él mismo: pagará por d asesinato de su padre. Un los versos 572-573 hay doble sen
tido: «<T¡restas) no habita pretendido que yo he matado a Layo», pero también: «No h a
bría revelado que be matado a Layo». En el verso 928, la posiciún de ήδε. entre μήτηρ y
τώ ν τέκνω ν, relaciona γυνή y μήτηρ: m i mujer, que es también su madre. En los versos
955-956: «Ú! te anuncia que su pailre PóÜbocstá muerto», pera también: *KI te anuncia
que tu padre no es Pólibo, sino mi muerto», lin el verso I 1S3 Edipo desea la muerte y
exclama: *O b luz, ojalá pueda verte por última vez». Pero φ ώ ς tiene dos sentidos en
£riepo. luz de la vida ν luz del día. El sentido que n a pretende Ivdipo será el verdadero.
λ μ ιικ ; ( : ι :ι )λ ι > ι: i n v í . r s k ’í n 109
don del «doble oído», como el adivino posee el de la profecía, lil len
guaje de Edipo aparece así como el lugar en el que se anudan y se en
frentan en la misma palabra dos discursos diferemes: un discurso bu
mano v uno divino. Al principio, los dos discursos son completamente
distintos y están separados uno del otro; ni térm ino del drama, cuando
todo se haya aclarado, el discurso humano se invierte y se transforma
en su contrario; los dos discursos se reúnen: el enigma queda resuelto.
En las gradas del teatro los espectadores ocupan una situación privile
giada que les permite, como a los dioses, oír al mismo tiem po los dos
discursos opuestos y seguir de un extremo al otro, a través del drama,
la confrontación.
Entonces se com prende por qué desde el punto de vista de la anfi-
Imlogía Edipo Rey tiene un alcance ejemplar. Aristóteles, al recordar
que los dos elementos constitutivos de la tabulación trágica son, ade
más tic lo «patético», el reconocimiento (άναγνο>ρισΐς) y la peripecia
Ιπΐ’ριίΐέΤΈΐα), es decir, la inversión de la acción en su contrario (είς ti)
i1vcxvtíov τών πραττομένω ν μεταβολή), observa que, en Edipo Rey, e l ,
n-conocimicnto es el más hermoso porque coincide con la peripecia.1’
El reconocimiento que realiza Edipo no se refiere, en efeclo, a nadie
más que al propio Edipo. Y esta identificación final del héroe por sí
mismo constituye una inversión completa de la acción, en los dos senti
dos que puede darse a la fórmula de Aristóteles (tampoco exenta de
ambigüedad): la situación de Edipo aboca a un resultado inverso al que_
w había pretendido. Al iniciarse el drama, el extranjero corintio, desci-
It.tdor de enigmas, salvador deTcbas. situado al frente de la ciudad y al
que el pueblo venera como igual a un dios por su saber y su abnegación
por la cosa pública, debe hacer frente a un nuevo enigma, el de la muer-
ir del antiguo rey. ¿Quién mató a Layo? Al término de la investigación,
1 1justiciero se descubre idéntico al asesino. Tras la elucidación progre
s a del enigma policíaco, que forma la trama de la acción trágica, lo
qur representa de hecho es el reconocimiento por Edipo de su iden-
iitl.ul. (atando aparece por primera vez, al inicio de la pieza, para anun-
• μγ a los suplicantes su resolución de descubrir cueste lo que cueste al
*i iminal y su certeza de conseguirlo, se expresa en unos términos cuya
•iMihigiiedad subraya que detrás de la pregunta a la que se jacta de res*
l'iMider (¿quién mató a Layo?) se esboza en filigrana otro problema
quién es Edipo?). «Remontándome a mi vez», declara orgullosamen-
n / V / íi -j . H 5 2 a *2 » .
no M I T O Y T R A C I K D f A Γ ,Ν 1. A C i U X I A Λ Ν ' Τ Ι Ο Γ Λ , t
le cl rey, «al origen (de los sucesos que han permanecido desconoci
dos), seré yo quien los saque a la luz», £*)& ψανώ.Ν El escoliasta no de·
ja de observar que en esc ego phano hay algo disimulado que Edipo no
quiere decir, pero que el espectador com prende «puesto que todo será
descubierto en el propio Edipo, έηεί τό παν έν αύτώ φ ανήσεται». ligo
pbani): soy yo quien sacará a la luz al criminal... pero también: yo me
descubriré a mí mismo como criminal.
¿Quién es, por tanto, Edipo? Como su propio discurso, como la pa
labra del oráculo, Edipo es doble, enigmático. Desde el principio hasta
el fin del drama sigue siendo psicológica y moralmente el mismo: un
hom bre de acción y de decisión, de un valor que nada puede abatir, de
inteligencia avasalladora y al que no se puede im putar ninguna falta
moral, ninguna infracción deliberada a la justicia. Pero sin que lo sepa,
sin haberlo querido ni merecido, esic personaje edípico se revela, en to
das sus dimensiones, social, religiosa, humana, inverso a lo que apare
cía al frente de la ciudad. El extranjero corintio os en realidad natural
de Tebas: el descifrador d e enigmas, un enigma que no puede desci
frar; el justiciero, un criminal; el clarividente, un ciego; el salvador de la
ciudad, su perdición. Edipo, célebre para todos,” el primero de los hu-
manos,*'' el mejor de los moríales,17 el hom bre del poder, de la inteli·
gcncia, de los honores, de la riqueza, resulta ser el último, el más des
venturado15 y el peor de los hombres,” un c r im in a l,u n a mancilla,-1
objeto de horror para sus semejantes," odiado por los dioses,-’ reduci*
í do a la mendicidad y al exilio.:i
Dos rasgos señalan el alcance de esta «inversión» de la condición
edípica. En las primeras palabras que* le dirige, el sacerdote de Zeus lia·
ce de Edipo, en cierta forma, un igual a los dioses: ίσ ο ύ μ ενο ς θεοΐσι.-’*
Η. Πώρο Rey«132.
15. Ik'J.. S.
16. IbiJ., 33.
17. Il'L L 46. -
18. Ib/J.. I2U-M2ÜÓ, 1207 y sips.. 1397.
19. I b id .. 1*133.
20. IhiJ., 1397.
21. ihJ.
22. ¡ h l . 1306.
23. i b i l . 1345.
24. /¿ λ/.. 455 456 v 1518.
25. !/«./.. 31.
A M D IC tT .D A D Γ ! Ν \Τ .Π Μ 0 Χ I · . . ] Ill
26. / t U . 1187-1188.
27.
28. IbU .. 1182.
29. A W ..12H .
JO. i h . L 1397.
M. lh l< 1303-1305.
'2 . 1297.
H. ihJ.. 1)12.
M. I h J ., 1)70 y s¡|?s.
112 Μ Ι Τ Ο Υ Τ Γ . Λ 0 ΐ : υ ΐ Α 1 ·:\ l . A C I t l X I A A N T I G U A , I
' > Sohrc rs íj c^pcciftcufotl Jvl mensaje trágico, véanse pigs. 25 ·2(> de este volumen.
I·· J 'Jtprn it (.ohit'o. 525 y 5 )9 5-11.
It ¡ h .L 2 ( i5 y fi f i . , 521 y si}·.·;., 5J9.
I * \,v· /,·,jKict, 22(>.
114 M IT O Y T R A O r .J JI A UN l.A C R T X J A A N T I C U A . I
7? i-Jif-oRn·. iS .
7* I h J . , *>2.
1 1 8 M IT O Y T R A U U H A LN LA ίΊΚΓ.Γ.ΙΑ A N T U H 'A . I
m onstruo deforme o vil esclavo. Pero también puede ser un hvim· d>
destino excepcional. Salvado de la muerte, vencedor de la pruel·.» <|nr
le es Impuesta desde su nacimiento, el excluido se revela como elegido,
investido de poderes sobrenaturales.'0Vuelto triunfante a la patria que
le expulsó, vivirá no ya como un ciudadano ordinario, sino como due
ño absoluto, reinando sobre sus súbditos a la manera de un dios en me
dio de los hombres. Por eso el rema de la exposición figura en casi to- ,
das las leyendas griegas de héroes. Por tanto, si Edipo fue rechazado ul ’
nacer, separado de su csrirpe humana, es sin duda, como imagina el co
ro, porque es hijo de algún dios, de las ninfas del Citerón, de Pan o de
Apolo, de I Termes o de Dioniso.·3
Esta imagen mítica del héroe expuesto y salvado, rechazado y vuelto
como vencedor, se prolonga en el siglo V, un tanto transformada, en una
cierta representación del tyrannos. Como el héroe, el tirano accede a la
realeza por una vía indirecta, al margen de la descendencia legítima; co·
mo él, se califica por el poder de sus actos, por sus hazañas. Reina no por
l.i virtud de su sangre, sino por las suyas propias; es el hijo de sus obras
a! mismo tiempo que de la Buena Fortuna. El poder supremo que ha sa
bido conquistar al margen de las normas ordinarias le sitúa, para el bien
y para el mal, por encima de los demás hombres y de las leyes.*1Según la
exacta observación de B. Knox, la comparación de la tiranía con el po*
der de los dioses (esos dioses que se definen a los ojos de los griegos co
mo «los más fuertes», «los más poderosos») es un lugar común de la li
teratura de los siglos V y IV. Eurípides^ y Platón” coinciden a l hablar de
Iií τυ ρ α ν ν ίς ισόθεος, de la tiranía igual a la divinidad» cn tanto que es
jwder absoluto de hacer todo lo que quiere, de permitirse todo.*4
85. Sobre Edipo df,os, véase el verso 1426; ν también 1121.656 >· 921; con los cu·
m uñim os de Kanuabuck, op. a t., 3 eüos pasajes.
86. En un curso inédito, im partido en la École des I Ijuics Études; véaic ultor.i
.1. P. G ucptn. i'hc Tragic Paradox, Amsterdam, 1%8. pi^s. 89 ysijjs. Marte Delcoiirt, o¡>.
d i., pijj'i. 30-37. h.i subrayado tas relaciones entre el rito de ta exposición y el del chivo
expijtorio.
» 87. I Icrádoto, 5,70-71; Tuctdtde*. 1.126-127.
88. Focio, D:Nío :ccj, pij?. 534 ÍDckkcr); véase l Ieiiquio, s. c. ς*ρμακυί.
89. |· 16 de Tarnelión. dí:i del nacimiento de Sócr.-ues. es. sq;úii nos dice Dtó#cncs
I¿tercio (2 .4 1 K ¡ΐφκ-l en el que los atenienses «purifican ta ciudad*.
A M H I C Ü U M U K IN V lIR S tO X [ . . . ] 121
90. Focio. op. dt.: I k*sic]UÍo,í. v. κ ρα δίης νόμος; Zetes. Cfa'iijJct, V. 729; I tipo*
rt/Uti'. ir. -1 y 5, Bcr&k.
91. Escobos ¡i Aristófanes. L is 730; C abjU eroi.! 133: Suud.i, j. r. «jvipfirt-
κούς; Harpoetación. citando λ tstro, s. v. «ραρμακΰς: Zcti». ChiUa¿est V.73G.
92. Aristófanes, l ^ s rjtu s. p.if’ü. 750-73*1 .
93. 7ctes, op d t. lil escoliasta a Aristófanes. Cabjfícrat, 115), escribe que los ate··
rnfUM-s mantenían, para servirles de pharmskoi, a gcnics totalmente áycvvei? « a l
Α χρήστους. t!e l>.i¡o origen y malhechores; el escoliasta a Lai rji:j t , 70.3, afirma que sa·
i tilii'jhan.“p.nra expulsar la hambruna, το ΰςςχχύλ ο υς καί παρίχ τή ς ςνύσεως ε χ ιβ ο υ -
λπ«>μι*ν<>υς. seres J ^ u J .t d o s y ilcígraciadus (literalmente: aquellos que han sido mal
tratados por la natwaler;*); w'dsc M. D ckourt.o/i. d t.. páp. ) l . n. 2.
94. LC-cjitdr: [‘str.OWm. 10,9. *152; I-ucto, 4 i·. Λ ευκώίης. Mas.sil¡:»: Petronms
m S cnnis. a JE n ., 3.57; L aclando l’l.icido. CvvanvM StJi. T h e b . 10.793.
1 2 2 Μ Π Ο Υ TR .V C ID IA Γ.Ν Ι.Λ G H f .U A A K T JU U A . I
95. Contra Andócídes, 108, 4: «τήν πυλιν κ*αϋαίραν >cai άπυδιοΓομηείσθαι καί
^ α ρ μ α κ ύ ν ά π οηίμ π κιν...». Listas emplea un vocabulario religioso. Sobre SiosojiM iv.
ίίΛΟδιοπομχτΙσΟαι, διποτα'μπειν y tos ritos de expulsion, los κο μ π αΐα , vca.sc Eustacio,
aJO Jys., 22,4SI. Kn O. R .c n 696,d Corifeo, tras !j querella (jue ha enfrentado a Crcon·
te con Edipo, desea que este ultimo siga siendo «el feliz guía» de la ciudad, εύ ίο μ π υ ς.
Sobre este punto la invention será también completa: el conductor ser» reconductdo, el
cúpofttfHis será el objeto d e Us pompa:j , (le la apópempus.
96. Plutarco. Qujcst. Canv., 717 d; Hcsíquio, s. v. θίφγήλια; Schol. Aristopb.,
Piouíos. 1055 y C¿b*:!!cros, 729, Ateneo. 114 n¡ Eustacio.tíJ i!., 9,530.
*>7. Sobre el circsiúnc, véase Eusiacio. <¡J //., 1283, 7; Sebol. A risinpb, Piautos,
1055: El. Ms¿ri}w;, s. t·. ΕίρΓσιώνη; I lesiquio, s. v. KopiiOaíia,· SouJ j , i . r. Λ ιακύνιον:
Plutarco. ViJ.¡ de tcsco, 22.
98. Sckni Aristophanes, PlouUn, 1055;5f/;. Artucph., Qibjtlcros, 728: o i Jttv "jáp
tpam v ό τι λ ιμ ο ύ , οι δ£ οτι M i l λοιμού; Lustacio .a J ll., 1285,7: úffoxposTty λιμού.
En el calendario religioso, el viresiórte miutvrnÍ3 también en el mes Py,t»cpsi6u, d u
rante la fiesta de las O scufam s. lil mes Pyjncpsiun m.irca el fin de la estación <Jcl vera
nó. así cuino el mes Tkjr& tian (o el mes inmediatamente anterior. SUtuniihuin) señala
su comiendo. La.ofrcnda ritual del pyJntott (AtcniO. 648 b) el día siete del mes de oto-
ño responde λ la ofrenda del tbJrgclos, el siete del mes de la primavera; en ambos casos
se trata de una pjasperm íj, de una masa cocida d e todas las semillas d e los frutos de la
tierra. IX* igual modo, cn el mito, la procesión primaveral d d cim iótu· corresponde a la
partida de Tcseo (Plutarco, Ví J j de Tcscv, 18,1 y 2), y su procesión otoñal, al regreso
del iui«nu> héroe UbiJ., 22, 5-7>. Véase L. Detibner, A ttache Veste, lierlín, 19)2. págs.
198-201 y 224-226; H. Je.in-.Mairc. Caum i t·/ Cnuntcs, París, 1939, págs. >12*313 y 347
y sigS.iJ. y L. Robert, R n u c J t'i étuJcs ¿recyuer. vol. 62, IV49, Bulletin épigraphique.
n" 45, páp. 106.
a m i h c ; ím : i ) a d t in v » .« mc '»n I . . . ] 1 2}
vieja estación e inauguraba el joven uño nuevo bajo el signo del don, de la
abundancia, de la salud." Esta necesidad del grupo social de revigorizar
las fuerzas de la fecundidad de las que depende su vida, despidiendo
aquellas que se han como marchitado durante el año, aparece con toda
claridad en el rito ateniense. El vircsi'ónc sigue colgado de las puertas de
las casas donde se marchita y se soca hasta el día de las Targelias, en el que
lo sustituye aquel que ha hecho reverdecer el año nuevo.1'"*1
Pero el renuevo que simboliza el circsionv sólo puede producirse si
todas las faltas del grupo han sido eliminadas, si la tierra y los hombres
se han vuelto puros. Como recuerda Plutarco,,CI las primicias de todo ti
po que decoran el circsionv conmemoraban el fin de la apkoría, la este
rilidad que hería el suelo del Ática en castigo por el asesinato de Andro
geo, muerte que debe precisamente expiar la expulsión de pharmakór.
El importante papel del circsiór.c qt\. las Targelias explica que Hesiquio
glose Θάργηλος: íj Ικετηρία porque tanto en su forma como en su fun
ción, el circsiütx no es nada más que un «ramo de suplicante».l?J
μ * ta m b ié n IH u ta rc o , V iJ j J e T r u n , 2 2 . Λ y 18, I; E n s u c io . a J II., 1 2 8 3 .6 .
12 4 M i r o Y T iU O Q D IA KN I A (lltC.CIA A N T JG U A . t
Locres y Hc^to, que consultaron c) oráculo para conocer el m edio de cu rar la locura
de sus mujeres, el dios Jes respondió que debían entonar unos péanes en la primavera
d urante sesenta días». Sobre el valor de la primavera, no una estación com o Jas domas,
sino un corte del tiem po que señal λ a la vez el renuevo d e los productos del suelo y el
asolam iento de Lis reservas humanas en esc momento critico d d engarce de un «ñu
aerícola con el otro, véase Alemán, fr. 5613 ·· 137 Ed.: «<Ze«sl lia hecho tres las esta
ciones: verano, invierno, otoño l.i terrera; y una cuarta, la primavera, cuando todo flo
rece y brota pero no se puede com er hasta la saciedad».
Λ.Μ)ϊl<· ί ΐ I ' f>Λ 1> Γ. l « \ T K S t Ú N ( „ . J
paga por la falla de uno solo. El Cronida hace caer sobre todos la des
gracia, limos y loiwós, ham bruna y peste juntas: los hombres mueren,
las mujeres cesan de dar a luz, la tierra permanece estéril, los rebaños
v no se reproducen ya.1" Por eso la solución normal, cuando se abate so·
'* bre un pueblo la cólera divina, es la de sacrificar al rey. Si es el dueño de
la fecundidad y ésta se agota, es que su poder de soberano se halla en
cierto modo trastocado; su justicia se ha hecho crimen, su virtud, falta;
el mejor (áristos) se ha convertido en el peor (kakislos). Las leyendas de
·. Licurgo, Atamante y E n o d o exigen así, para expulsar el loimóSy la lapi
dación del rey, su ejecución ritual o, en su defecto, el sacrificio de su h i
jo. Pero también ocurre que la comunidad delega en un miembro de
ella el cuidado de asumir ese papel de rey indigno, de soberano a la in
versa. El rey descarga sobre un individuo, que es como su imagen inver
tida, todo lo que su personaje puede com portar de negativo. Tal es el
pbarmakós: doble del rey, pero al revés, semejante a esos soberanos de
carnaval a los que se corona durante el tiempo de una fiesta, cuando el
orden está patas arriba y las jerarquías sociales invertidas; las prohibí·
ciones sexuales se levantan, el robo se vuelve lícito, los esclavos asumen
el papel de los amos, las mujeres cambian sus vestidos con los hombres;
entonces d trono debe ser ocupado por el más vil, el más feo, el más ri
dículo, el más criminal. Pero terminada la fiesta, el antirrey es expulsa
do o ejecutado» arrastrando consigo todo el desorden que encarna y de
que al mismo tiempo purga a la comunidad.
En la Atenas clásica el rito de las Targelias deja translucir incluso,
cn el personaje de) pbarmakós, ciertos rasgos que evocan la figura de)
soberano, dueño de la fecundidad.“2 El horrible personaje que debe
encarnar la mácula es mantenido a costa del Estado, alimentado con
platos especialmente puros: frutas, queso, galleta consagrada de mázam
(«harina amasada»); si en el curso de la procesión se le adorna, como al
círcsióac, con collares de higos y de ramos y se le golpea en las partes se
x u a le s con cebollas albarranas, es porque posee la virtud bienhechora
de la fertilidad. Su mácula es una calificación religiosa que puede ser
Λ 17. 0 1 » έ rvese en F.dipo Rey la presencia del ivma d d phtbanor respecto a aquel
que c s ü a ).i c a b c /j de Ij ciudad, véam e los versos >80 y sips.
118. «D e Lis nubes se abaten la nieve yol nf.inizo. Ll trueno sale del r.iyo resplan
deciente. D e los hombres demasiado grandes viene la pérdid.1 de l.i cmd.td>>: Solón, fr.
9-10 (Kdrr.onds).
119. fttlilic j. 3.1284 ;t3 bI3.
Λ λ ΐΒ κ ;ϋ ι:ι> Λ ΐ) ι: i n v i r s i O n [...] 1 2 9
^Cómo podría adm itir la ciudad cn su seno a aquel que, como lidi*
po, «ha lanzado su flecha más lejos que cualquier otro» y que se h.i vuel
to isótbeos? («igual a un dios»). Cuando tunda el ostracismo, la ciudad
crea una institución cuyo papel os simétrico e inverso del ritual de las
Tragedias. En la persona del ostracisado la ciudad expulsa lo que cn ella
es demasiado elevado y encarna el mal que puede venirle de lo alto, lin
fa del pham akós expulsa lo que es más vil y encarna el mal que la ame
naza por a b a j o . P o r este doble y complementario rechazo se delimita
i'H.t misma en relación al más acá y al más allá. Adopta la medida propia
«Je lo humano cn oposición, por un lado, a lo divino y a lo heroico, y por
olio, a lo bestial y monstruoso.
Lo que la ciudad realiza así espontáneamente en el juego de sus insti-
l«dones, Aristóteles lo expresa de forma plenamente refleja y consciente
<(i su teoría política. El hombre, escribe, es por naturaleza un animal po
lítico: aquel, pues, que se encuentra por naturaleza ¿polis es o bien phaft-
/«», un ser degradado, un subhombre o bien κρείχτων ή άνθρωπος, un
\cr por encima de la humanidad, más poderoso que el hombre. Tal hom-
biL··, continúa Aristóteles, es como «una ficha aislada cn el juego de las da
mas» (ütc Ttfp α ζν ξ ών ώσπερ έν πεττοΐς). Y el filósofo vuelve sobre la
mivma idea algo más adelante cuando anota que el que no puede vivir en
»nmnnidad «no forma parte para nada de la ciudad y es, por consiguien-
u·. una bestia bruta o bien un dios (ή θηρίον ή θεός)».121 Éste es precisa
122. liii l:i fórmula de Aristóteles que hemos citado conforme ;i ta traducción
usual «coico una piezj aislad λ en cl jucfto d e d.:nvj$>». oo se el.·, solamente una oposición
entre diylts, ficha desparejada, y fu fto t u pcunS, piezas normales que tiúhxan los
dures {véase J. Trélieux, «Sur le sens Jl*s adjectif& ρίζ\κ^ y rcpí^uyo^», /<<v .'«· tic ph;·
tolo*:e. 1958. ]\ίβ. 89). En efecto, en la csie^oria tie Ins jueces que los j'ricj'os dcsiftoa·
han eun el verbo pesxeúan* babij uik» al <pic denominaban páíts. Scpíin Suctcm o (RCpi
π αιβιώ ν, Í. 16). «Ια ptUii es también un tipo de ¡uej-o de dados en e] que los adversarios
se com ea las fiehjs, c o lo ca d a como en las damas {patentáisr), en cjsíII.:s delimitadas
p or lincas que no cruzan entre si. N o sin ingenio se ll.im.ib:i cii:;l.uk“>(fóh'is) ¡<l;i$ casi
llas delimitados de este ruodu, y perros (kynci), a las ficJi.ís que se enfrentaban ursas a
oirav>. Sefjún PtMux ( 9 .9-HJ. ««.te juej:o en el qsie se desplanan muchas fichas es un ta
blero provino d e casillas. delimitadas por L:¿>linea». Se ll.i::ia al tablero £.-í/ñ, a las fichas
kfftss». Véase ,1. TutlL'rd.tl. Snctonv: Des te rin a injurieux Des jcn x «r<vr, París. 1957.
pj¿;$. 15*1·! 55. Si Aristóteles, para definir al individuo ¡ipfsít·;, se reitere a las damas, es
porque, en el juer.o ^rie^o, el dam ero, que delimita I-.15 posiciones y los movimientos
resp etivos de las ficluis, es susceptible, com o su propio nom bre ir.dica. de reprecomar
el orden de la pólss.
λ .μ β κ »1'π >λ π i: ix v r.K S to u Í...1 M l
I dipo se define en su relación con Lüyo como com partidor cid mismo
! . ho y poseedor cíe una esposa bowósporoti.'-' En su boca esta p.ila-
lu.t quiere decir que él insemma a la misma mujer que Layo ha inse-
•m udo antes que él; pero en el verso 460 Tiresias toma de nuevo el
rmino para otorgarle so verdadero valor: anuncia a Edipo que éste
■-miliará ser al mismo tiempo el asesino de su padre y su bomósporos,
•i coscmbiadoi·.’** Howóspuros tiene, en el lenguaje ordinario, oiro
•nido: nacido de la misma semilla, pariente de igual linaje. De h e
lio. Edipo, sin saberlo, es de igual linaje ramo de Layo como de Yo*
• .k m . La equivalencia entre E dípo y sus hijos se expresa en una serie
•l<· imágenes brutales: el padre ha inseminado a los hijos allí donde él
Mii-.mo ha sido sembrado. Yocasln es una esposa, no esposa sino ma-
di .·. cuyo surco ha producido en una doble cosecha al padre y a los hi*
i· Kdipo ha inseminado a aquella que le engendró, allí donde él mis-
i>mi hie inseminado y de esos mismos surcos, de esos surcos «iguales»,
I· i >'luenido sus hijos.1-5 Pero es Tiresias quien confiere a este vocabu-
I ii ii» de igualdad todo su peso trágico cuando se dirige a Edipo en es- j
i··, términos: vendrán los males que «te harán igual a ti mismo ha-
• ■•’mime igual a rus hijos».1*'· La identificación de Edipo con su
1*1 ■¡¡no padre y con sus hijos, la asimilación, en Yocasta. de la madre y ·
•f· l.i esposa hacen a Edipo igual a sí mismo, es decir, hacen de él un
··., un ser ¿polis, sin medida com ún, sin igualdad con los demás
l"*mbrex y que, creyéndose igual a un dios, se encuentra finalmente
«v**.il a nada.IJ? Porque el tirano isótbeos no acepta, como tampoco lo
i· 1. 1* la bestia feroz, las reglas del juego que fundam entan la ciudad
l.mii.ina.i:' Entre los dioses, que forman una sola familia, el incesto no
n a l y la maldad del animal es de uo.i clase distinta que el vicio»; Aristóteles. Eí. a Nte.,
7 .1145 u 25.
129. Rt'ptíMffii* 569 b.
1J O . l h . t , 360 c . lis te e s e l c o n te x to c n e l q u e d e b e m o s c o m p r e n d e r , c n n u e s tra
n p jm o n , e l s e c u n d o UÁxinon U563- 9U ) . d e l q u e se h a p ro p u e s to in te rp re ta c io n e s m u y
d i v e r s a s . E s e l ú n i c o m o m e n t o c n e l q u e <.·! c o r o a d o p t a t i n . i a c t i t u d n e g a t i v a f e s p e c t o a
E d i p o - T i r a n o : p e r o lo s c r í t i c a s q u e d i t i ^ e a ! a bybrh d e l t i r a n o a p a r e c e n c o m p le t¡:m e n -
i c f u e r a d ·-· l u ^ a r c n e l c a s o d e E d i p o . q u e s e r t a e l ú l t i m o , p o r e j e m p l o , c n a p r o v e c h a r s e
d e s u s itu a c ió n p a r a « lo g r a r b e n e fic io s in ju s to s » (# 89) . ID c h e c h o , la s p a l a b r a s d e l c o r o
.1
c o n c i e r n e o n a ;t J p e r s o n a d e E d t p o . s i n o asu s itu a c ió n « a p a rto » e n h c t u d . '. d . L o s s e n
tim ie n to s d e v e n e ra c ió n c u a s i re lig io s a r e s p e c to λ a q u e l s e r s u p r a b u m a n o s e tr a n s f o r
m a n e n h o r r o r c n e l m o m e n to m is in o e n el q u e lid ip n s e re v e la c o m o e l q u e h a p o d id o
a n t e r io r m e n te c o m e te r u n c r im e n y q u e e h o r a p a r e c e n o p r e s ta r fe a io s o r á c u l o s d iv i
n o s . E n e s te c a s o , e l ñótht'tn ( « i p i a l a u n d io s » ) n o a p a re c e y j c o m o e l g u ía e n el c u a l
p u e d e u n o c o n f i a r , s i n o c o m o u n a c r i a t u r a s i n f r e n o n i le y , u n a m n q u e p u e d e a t r e v e r s e
a tu d o . p e rm itirs e to d o .
13!. El palabra y razón, es lo que hace del hombre el único animal «políii-
eo». Los animales no tienen más que vox. mientras que «el discurso sirve para expresar
lo útil y lo perjudicial, y cn consecuencia también lo justo y In in juito: porque el carác
ter propio del hom brr cn relación a los demás animales es ser el único cn tener el senti
m iento de (o justo y de (o injusto, y de otras nociones murales, y es ü com untdjd de
esos sentimientos lo que engendra Ij familia y la ciudad»». Aristóteles, VoUticj, 1 ,1253 a
10-IK.
132. Dión Crtsóstomn. 10, 29; véase B- Knox. o¡>. cil., ρ.ίμ. 206; véase también
Ovidio. MciJtvorfosii, ?, 3S6-387; «;M cncfrón debía unirse euu su madre, como lo ha
cen los animales salvajes!». Véase también 10, 324-331.
a m m í ; ü i : i >a d p. i n v f . k s j ó n [...|
\ .1» por la Tierra, por el aire, por las aguas, que «cambia su naturaleza»
n i lugar de conservarla plenamente d istin ta .F o rm u la d a por la Usfin-
vy, el enigma del hombre comporta, pues, una solución, pero una soht·
»ión que se vuelve contra el vencedor del monstruo, el descifrador de
rnigmas, para hacerle aparecer a él mismo como un monstruo, un hom*
Ι·ΐί* en forma de enigma, pero un enigma esia vez sin respuesta.
Caza y sacrificio
en la Orestíada de Esquilo*
*| Primera piililtc.nción: Farota dei Pass,Ho, Ι2ιΛ 1% 9. pip*. *101-425. Este estudio
1. ¡Ίΐι" v ü c sjrrn lb comunicacioncs presentados en el seminario J e J. P. Vcrrunt en 1a
1 ·4 < · l ' í u t u | i K · des H j m i c s Étudcs y en el coloquio sobre el «Momento de Esquilo» or*
!«·>·. B:cvrcs en junio de 1969 por M- G ilbert Kühn. Doy las gracias a los parti-
• por sus observaciones.I
I Λτ.ι*\\'κΰΜ.22, 522 y% 9.
i u~:¿!tuL'i, 1022: vt’.ase um h icn ?τυριδώπτω λσ μ π ά δκ 1Ü41-1042.
\ A ;¿ m - K w t. I W M 7 5 .
138 M IT O V T K A C tL M A LN LA O K I.C IA A N I K iU A . 1
enfrentan ante el tribunal de Atenas lo mismo que los hombres. Sin em
bargo, de principio a fin de la trilogía parecen correr dos temas: el del sa
crificio y el de la caza. Las Euménidcs concluyen con una llamada del
cortejo al lamento ritual que profieren las mujeres cuando el animal sa
crificial es abatido, Ια όλυλυγή:* «Y ahora proferid el lamento ritual en
respuesta a nuestro canto (όλολύξατε νϋ ν έπΐ μολιταΐς}». Pero la pri
mera imagen sacrificial aparece en el v. 65 del A gam enón, en el que se
compara la entrada en combate con el sacrificio introductorio del matri
monio, las προτέλεια. Inmediatamente después aparece el lema del sa
crificio que los dioses no aceptan, o, como se ha dicho, el «sacrificio im
puro». «Alimenta tu fuego, madera por debajo, aceite por encima, nada
aplacará la inflexible cólera de las ofrendas que la llama no quiere.»’
No menos presente está la imagen de la caza: el presagio que subya-
ce al Agamenón entero, y, más allá de la pieza, el pasado, el presente y el
futuro de los Atridas, aparece representado en una escena de caza ani
mal, en la que dos águilas devoran una liebre preñada. Las Euménidcs,
por su parte, evocan una caza del hombre, cuya pieza es Orestcs y las
Erinias, las perras. Estas «imágenes» de caza han sido recocidas en una
útil monografía, en la que. sin embargo, el análisis no supera el nivel tri-
vialmente literario/· En cuanto al tema del sacrificio — cuya im portan
cia había escapado por completo a un investigador como E. Fraenkel
que habla simplemente de una «transposición del lenguaje ritual desti
nada a provocar un efecto siniestro»— ’ ha sido objeto en el curso de los
últimos años de trabajos mucho más profundos, ya se trate, con Froma
I. Zeitlin, de averiguar su significado a través de la trilogía·1o, de forma
más ambiciosa y a veces más discutible, de unir el estudio del sacrificio
al de la tragedia griega entera, como hacen W. Burkert y J. P. Guopin^
13. Asimismo. Aristóteles. Politice 1,1256 b 23; sobre este tema en la literatura
fifics* de los «orígenes» d e 1a civilización, veos© Tb. Co!e, Dctnocritut and theSourccs o f
Grcrk Artkropc!a?y> Ann Arbor, 1967, pjgs. 34-36,6-J-65. íSi-S-J, 92-9}, 115 y 123*126.
14. K. Meuli. «Gricchischc O pfcrbrüuclic», P bytloM ui fu r f\-icr io n <lcr MiikU,
Bjsilca, IV4Ó, pjj!S. 185-2R8. P or discutible que sea ese estudio, no por ello dej» de
proporcionar un prodigioso repertorio de hechos e ideas y es el trabajo m is im por
tante sobre el sacrificio entre los griefios. lint re los estudios recientes sobre este lem.i.
he utilizado también ampliamente J. Rudhardt, Notions fondjm cntahs ¿ c h p c n sc c rdt-
fjcu sc i t artes ccnuitutift du culíe dans L¡ Crece cümí^ hc, Ginebra, 195R. y J. O s.ib o n j,
Rcchcrcf.rs sur ¡e i ocsb-ulaircdes lacrificcs en grcc. Aix-Gap. 1966, sin tubU r del anticuo
y siempre útil volumen de P. Stengel. O pfcrknuchc ¿er Gñcckcn, Lcipzifc-Berlín. 1910.
15. Vcnse lo q u c c l mismo dice sobre ello, «/■. d i.. pij*s. 223 -22*1-
16. K. Meuli trata también la cuestión muy brevemente; véase l.i p.ifc. 263.
17. Tcojfmij* 535-5 5Λ.
C A Z A V SACPJJ JC K ) LN LA ORI.STlADA 03'. J.S Q tlI.O 141
12. 356·}%.
22. O J ttc j,
23. ibid., 12, 329-333; véase sobre este p unto mi artículo «Valcurs rcli^icuscs ct
mythiqiics d e l.i terre et d u sacrifice ctans l'Odysséc», Anr.aUs E. S. C , 1970, p .íp .
I.2S8-1.2S9.
2 4 . Una relation, que debería ser completada sobre iodo cor» una investigación ar
queológica precisa, lia sido efectuada p o r P. Stengel, «Ü ker die Wild und Fi.schopfer
der Gricclicii». hhrmcs, IJ$H7,págt. 94-100, incluido en Qpfcrkr&Kke..., p¿g<¡. 197-202.
25. Véase Agamenón, 105· 159.
26. j . de Ronuíly, Rente d a t'iuJcs g r c r . y « i 'j , 1967, p ig . 95; véase también Le
Tattps djrts h irj£edie greeque, Púrt’s, 1971, pigs. 73-74.
27. Sóío después de la redacción de estas pininas h e tenido conocimiento del ex
celente estudio d e j . J. Peradotto, «The Ot-ven o f the Eagles und ιΗ οήϋος o í Agamem
non*. Phoenix, n°23, 1969. páfis. 237·263.
C A Z A V S A C R t N C I O E N L A Ο Κ Γ ί Τ Μ ί λ Ι t)l l ··■ -I MI
«Dos reyes de los pájaros se aparecen a los reyes de la* n·* · · »»m»
completamente negro (κελαινός), otro de lomo blanco, Ap.u............
cerca del palacio, del lado del brazo que blande la lanza, pm.».!.·' I··. ti
a la vista, devorando con toda su fuerza a una liebre preñad.), φ » lu lm
fracasado en su última carrera.» Calcante deduce inmediat.mum« «|<i«
las águilas son los atridas, que estos tomarán Troya, que Artemis, κ^ιιΐ
tada por el crimen de la liebre, exigirá un rescace mucho más vdlh»u
{íftgcnia). lo que, a su vez, dará lugar a otras catástrofes: «DispucM.i .1
abarse un día terrible, una adm inistradora pérfida guarda la casa. La
Cólera que recuerda y quiere vengar a un niño (μίμνεί / γαρ φοβερί*
π α λ ίνο ρ το ς / οίκονόμ ος δ ο λ ία μνάμων Μ ήνις τεκνόποινος}.»-' De
este modo se anuncia, bajo una forma apenas abstracta, la venganza tai
mada de Clitemnestra.
Vocabulario de la caza y vocabulario del sacrificio están aquí estre
chamente mezclados. La liebre había «fracasado en su última carrera»
(λοίσθιων δρόμων),·” expresión técnica que se encuentra en otras par-
tcs.K}1 lay que insistir en la liebre, animal típico de la caza, el único, di
ce H eródoto, cuya hembra concibe mientras está preñada, pues grande
es la necesidad que tiene la naturaleza de estas víctimas,11 antítesis del
león y del águila. H om ero evoca a Aquiles: «Tiene el impulso del águi
la negra, el águila cazadora, la más fuerte y, a la vez, la más rápida de las
aves» (αίετοϋ ο ιμ α τ’ έχω ν μ έλα νο ς το ύ θη ρ η τή ρ ο ς / 6 ς θ' ά μ α κ ά ρ -
τισ τό ς τε κ α ί ώ κισ τος πετεηνών). Es, también, como «el águila de al
to vuelo que va hacia la llanura, a través de las nubes tenebrosas, para
robar un tierno cordero o una liebre que se mete en una madriguera»
(κτωκα λαγωόν), «el águila, la más segura de las aves, el cazador som
brío que se llama el Negro»’2 {μόρφνον θ η ρ η τή ρ ’, 6v κ α ί περκνόν
captura será una caza/11 Pero la liebre también es, como hemos visto, Ifi-
genia sacrificada porsu padre. Ártcmis la bella, la benevolente (εϋφρων ót
Καλά, verso 140), extiende su peligrosa protección «tanto sobre los débi
les retoños de los Icones feroces como sobre las tiernas criaturas de todos
los animales de los campos».·0 Agamenón es también un león:*' victima de
las águilas bajo la forma de liebre preñada, víctima de Artemis como hija
del león, Ifigenia será siempre la víctima de su pudre. Diosa de la natura
leza salvaje cuyo nombre pone Calcante en primer lugar cuando propone
el sacrificio de Ifigenia,41 Artcmis sólo interviene porque Agamenón, bajo
la forma del águila» ha entrado ya en el mundo de lo salvaje” y mucho an
tes de la escena de Áulide, otras crías distintas a las de la liebre habían si
do sacrificadas y devoradas durante el impío festín que evoca la gran es
cena de Casandra; más tarde, Clitemnestra dirá que es «el terrible genio
vengador de Atrco» el que ha «inmolado esta víctima adulta para vendar
a los niños», τόνθ’άπ^τεισεν/ιίλεον νεαροΐςέπιθύσα ς.4" La liebre pue
de identificarse también con los niños asesinados.
Las águilas son los atridas, pero el primero a quien se nombra, el águi
la negra, cazador sombrío consagrado definitivamente a la desgracia 47 no
puede ser más que e! héroe del drama, Agamenón. ¿No es comparado
éste, en el transcurso de la pieza, a un «toro de negros cuernos»?*8
El color blanco, atribuido así implícitamente a Mcnelao, recuerda, sin
duda, que para él el asunto termina bien. Mcnelao es el héroe supervivien
te del drama satírico que remataba la pieza, el Proteo* ’ Pero para compli
car más la tarea d d intérprete, estas águilas son también buitres (α(γΐ)ΐαοί)
a los que al principio de la pieza pinta el Corifeo girando por encima de su
territorio desierto, reclamando —y obteniendo— justicia por sus crias ro
badas, es decir, por Melena raptada.10 ¿Carece -absolutamente de impor
tancia esia oposición? ¿Ha empleado Esquilo dos palabras para designar al
mismo pájaro? Es lo que generalmente se ha sostenido,51 y es cierto que a
•18. tb v ta ú p o v ¿v π ίκ λ ο ισ ιν /μ ε λ ά γ χ ε ρ ω ν λ ε φ ο ύ σ α μ η χ α ν ή μ α χ ι / rin u M :
«Ινη l.i tram pa de un velo ha prendido al toro de cuernos negros; lo golpea» {1126
1128). Traduzco asi a pesar de Fraenkei (<>/>. cit., H, p.igs. 511-519), seguido especial
mente por Thom son y p o r j. D. Dcnniston y D. Page, en sus ediciones del /l£JW<v/ó.v,
O xford, 1957, págs. 171-173. Como Fraenkei, estos ¡nitores coueucrdan μελαγκτίρ»?
con μ η χ β ν ή μ α τι. Por üu parte, J. P. C uépin. op. n i., págs. 2-1-25, piensa que el velo
mismo es «una maquinación de negro cuerno». Los cuernos van, sin embargo, mejor
con un loro que con una artim aña o ιιη velo. Conservo, pues, junto con Mazon, el
μελάγκτρω ν de los manuscritos Tr. F, V y M {antes de la corrección) y no adopto la co
rrección d e Μ μ ελά γκ ίρω ι. Fracnke) traduce: «W ith black contrivance o í the horned
one», lo cual resulta bastante extraño y explica que μηχα νήμ α τα exija un adjetivo c;i
lift cativo: esta observación es, cuando menos, refutable: véase Cut:fo r.a , 980-981:
'ΊδεσΟε S’ ούτε. τώ ν δ 'έχ ή κ ο ο ι κακώ ν / tb μ η χ ά ν η μ α , δεσ μόν άΟλίω jtcxxpi, «Con ·
tem plad, vosotros que no habéis oído más que nuestros males, contem plad por último
la tram pa, el lazo que apretó a mi desventurado padre». Respecto a la traducción a d
vertim os que δεσ μ όν tiene todas las posibilidades de ser aqut un nom bre apuesto, r.o
un adjetivo.
•19. En su comentario. E. Fraenkei cita ( II, pi{?. 67) varios textos que caracterizan
al águila «de lc.mo blanco» por la δειλ ία , la cohardi.i. Esta interpretación no es ccntr.i-
dicJoria con I.»que nosotros defendemos aquí: en favor de esta recordemos que el feliz d e
senlace del destino de M end jo » que ha desaparecido en la tem pestad del retorno, es
discretamente anunciado por d heraldo en los versos 674-679.
50. Ag:.t?:c)iú>¡, 49-54.
51. Así W. G . H eadhm y G , Thomson. The Orcstcíj o f A euhylas, Cambridge.
1938, pág. 16; W. W halíon, que ha visto, s:n embargo, con toda claridad la im pcrunci.i
del bestiario de Esquilo para la interpretación de la obra («Los repetidos símbolos ani
males de la Or*sií¿d& representan la contrapartida esquifas de la ironía dramática sofn
dea» , op. d i . , pág. 81). Concluye en el mismo sentido: «La diferencia genérica entre el
buitre y el águila carecen aquí de importancia; el águila puede haber sido el ave de la
venganza, el buitre, el de h rapacidad» íibt'J., pág. SO). El prcbJema ha sido mejor pían
toado por F. I. Zcitlin, T k e M c tif ., 482-483.
C AZA Y S A C M H C K ) 1Λ’ 1.Λ OKrVJ7/U).1 I M .1UI <'
por Astiagcs. ejemplo paralelo al de h OrcUúJj·, Id.. 2 . 6?, 15. se refiere a los alim en
tos dados por los egipcios a los íd., 13,16, 15: el fuego es com parado a un
animal que devora sus alimentos; Eurípides» O wsfi’S, 189: el héroe, enloquecido, es d e
cir, salvaje, no tiene «¿quiera πόθον βοράς, que yo traduciría, el deseo de l.i besiia de
satisfacerse. Un ejemplo puede prestarse a equívoco: Sófocles, EdipoRtry, 1463-1464,
texto por lo demás difícil que algunos han propuesto enm endar y que ha suscitado in
terpretaciones muy diversas (véase J. C. Kamerbeck. The P hys υ/SvphocIcs, jv, Com·
m enfjry, Leiden, 1967. p ig . 262). Edipo, después de haber dicho a Creóm e que sus h i
jos. por ser hom bres, no corrían peligro de carecer de lo necesario para la vida (τού
βίου] evoca a sus hijas, α ΐν ο ϋ π ο δ ’ ήμή χ ω ρ ίς εστάΟπ β ο ρ ά ς’ / τρ ά χ εζ α ν ε υ τοΰδ
ά ν δ ρ ό ς «para quienes jamás mi mesa se ha puesto sin alimento y sin que yo este p re
stente». ¿N o com para aquí Edipo, implícitamente, a sus hijas con animales familiares
que ^abarcan el mismo alimento que el? Cuando, en el Htpóft/o, 952, Teseo habla del
α ψ ύ χ ο υ β ο ρ ά ς de su hijo, sugiere claram ente que, bajo sus modales d e vegetariano,
C f * un caníbal y un incestuoso.
74- Recordemos que los hijos de Tiestos fueron osados; véase A aanrnctt, 1097.
75. Vféasc Agamenón, 232.1415.
76. ¡b:J., 896.
77. / bid., í>07. £1 vigilante nocturno también es com parado con un perro (3).
78. Agjntcr.ón. 1126,
79. Aristófanes. La Paz, 960. y Escolios; Porfirio, De Aks!¡nc>ti¡J,2,^ iTcof r3sío );
Ilutaren, QujrH. Coai‘ , 8, 8, 279 a y sigs.; De Dcfcct. O r jc , 435 b: Sytlogc', 1025,20;
v-fiitc K. Meuli, lo ca l-, pig. 267. Agamenón nos da su asentimiento, por supuesto; es
lu-iuiu t r o veces (1384-1386), mientras que, por el contrario, se pretendía abatir al an i
ma! de un golpe, y sin dolor (K. Meuli. ib ij., p ig . 268). J. P. G uépin, op. d i., p.íg. 39,
i uinjura l j m uerte de Agamenón con el sacrificio de las Rufonús. Esta asimilación me
p«rrce indefendible. N o hay en 1j inmolación del animal doméstico por excelencia ni 1j
«t>mhra de ima caza previa.
152 M IT O Y T R A O I D I A C N Ι.Λ G K I X t A A N T I O U A , 1
SO. £1 refoto del mensajero hace alternar fos imágenes de caz¿ y J e sacrificio; véa» ■
se los \-crsoi 1 IOS, 1114, ] 142, 1146. Espero tlcdiejr próxim am ente un estudio a este
doble tem a cn el Hipólito y las fljcjhícs.
81. & /« * * « . 1188.
82. I b t l , 1192.
8 J. AfritnenMt, 1231.
84. Véase Λ. Lesley, «Die O rcstic des AiscJiylos», Hcrtrtcs, n” 66, ÍV>1, J90-
214, sobre todo pigs. 207-208.
85. Λ, Lebeck. «The first siasimon o f AcschyUis' Chocphnri: Myih and M irnn
itiujjc», Cíimk j i Pb;!t>!tizy. n” 57.1967, pif/s. 182 185.
C A Z A V S A C R r n C I O | : n I.A Ο Κ Γ Λ Τ ίλ Ο Α D r E S Q U IL O 153
L
154 M IT O Y Ϊ Ι Ι Λ ϋ Κ Ι Μ Λ Γ.Ν* L A C R l X t A A N T I G U A , I
L.
156 M IT O Y T R A C r .U J A L N t . A C R I X . I A A N T I C U A , I
k.
160 M IT O Y T R A G E D I A K N I.A Ο Κ Γ .ίΠ Λ A N T I C U A . I
153. L u C w /o rj\,9 2 .
154. Eumcnidcs, 1006.
155. Íb¿J:,l037.
156. /¿V./..S35.
157. 907-900. Vénnse um ljién los versos 937-948.
158. FjiwcniJt'i, 855.
159. 911.
160. 910.
161. Véanse los versos 525-526 y 696.
162. íluwcm Jcs. 691.
163. Ibid.. 940-941.
C A Z A V S A C R i r i C I O Γ Ν I.A O R £ 5 7 / / iD ,l D r. E S Q U IL O 161
IM . /*¿A. «59*860.
|M . t>66. La interpretación de P. Mazon. «Desprecia los combates entre p j-
11 h *(»· Ij pajarerj», me parccc insxacta. Esta imagen debe relacionarse ccn aquella
l · 114 que rl D Jiu o de L is Suplicantes, 226. expresa la prohibición del incesto: O p v i-
·»■· ,»·»ινΐ4 7tώ ς ix v tc p c w x ς«*,ών («^Qucda puro el pájaro que come carne de seme·
Capítulo 7
2. La bibliografía sobre este tema lia sido dominad.· durante m ucho tiempo p a r el
libro ile 11. Jeanmairc, Couroí ct Courétes, Llllc y Paris, 1939; disponemos desde hace
poco de una síntesis de A. Brclich, Paidcs e Parthvnoi. liorna, 1969; véase sobre este ú l
tim o libro C. Caíame. «Phílulogic ct anthropologic structural·:: a propos d 'u n livrc re
cent d ’Angelo Brclich», QuaJcrrti Urbinati <t$ Cultura Classics, rT 11.1971, pigs. 7-47,
y C h . Soutvinou,. The Journal c f i IcllenieSiuJics, ηΛ9 1 , 1971, pJ^s. 172-177.
3. Sobre la casa en las iniciaciones griegas, véase A, BreJich, op. cit., pips. 175.
198-199.
4. U sístrjlj. 785-792.
5. La traJicíón antigua es estrictam ente contradictoria: Licurgo, cuyo tcsiim cniu
es evidentemente el más directo, pero sólo válido para su propio tiempo, menciona el
juram ento que prestan «todos los ciudadanos cuando se les inscribe en el registro
del demo y se convierten en efebos» {Contra Lcocraics, 76); la misma indicación en una
glosa de Ulpiano {Scholia aJ Dcwoslb. A tnbjts·, 43K. 17, en Orjtorcs Attiei, D idot, 11,
pág. 637). Por el contrarío, Pólux sitúa tanto la inscripción cu el registro del dem o (in
el n¡,ocn:rw ur sóuh.li.·. v i a »i i kía
De esa disputa no tendré cn cuenta aquí mds que un solo punto real
mente capital: el F ilo c tc ie s nos ofrece el ejemplo, único en la obra de Só
focles, de una mutación de un héroe trágico. El joven Neoptóiemo acepta
al principio —a pesar de su repugnancia de hijo de rey, fiel a su carácter
original (phfsis)— engañar a Fiioctctes dirigiéndole un discurso falaz, dic
tado por lílises, con el fin de apoderarse de su arco; luego cambia de opi
nión/·1decidiéndose a decir la verdad/1a devolver el arco22 y, por último,
A abandonar tanto Lemnos como el campo de batalla troyano para regre
sar en compañía de Filoctetcs a su hogar.’*Hay ahí un contraste brutal con
el comportamiento de los héroes sofocleos, esos personajes que se enfren
tan en bloque tanto al mundo de la ciudad como al de los dioses y a los
que la maquinaria divina acaba por quebrar/' La tentación de explicar es
ta mutación por medio de la «psicología», o al menos lo que los comen
taristas de tragedias bautizan con ese nombre, era evidentemente muy
fuerte y no han faltado quienes han sucumbido cn ella/1Pero este «psicolo-
gismo» ha suscitado también reacciones, la más resonante de las cuales ha
sido la de Tycho von Wilamowitz.·’5Su explicación de las dificultades del
Y tlo c ic ic s y de las mutaciones de sus héroes por las solas leyes de la «téc
nica dramática» y de la óptica del teatro, aunque daba cuenta de ciertos
20. liste cam bio es expresado e n d v . 1270 por d verbo μ ετα γνώ ναι, que termt-
ti.trá por designar la noción crucian;! de arrepentimiento, fuente casi inevitable de con
tusión.
21. Fi/acír/rs, 895 y si^s,
22. ibsJ., 1286.
2 ). IbtJ.. 1402.
24. Ll mejor estudio de conjunto es eJd e B .V . Knox, Tbc U cm ic Tctnpcr, StuMt'i
tu StifkocltKn T rjzcjy, Cambridge, Mass.. 1964 (sobre el l'üoctclcs, véanse p i p . 117·
142J; véase también, deJ mismo autor. «Second Thoughts in G reek Tragedy»», G n v k
Κ'··'7λλ a n j B y u n tin c SluJú's, ηΛ7, 1966, págs· 2IJ-2J2.
25. A ií, cl jucz Holmes escribí.» a Γ. Pollock cl 2 de octubre tic 1921 estas lincas
rrvcJadoras: «Λ propósito de las rams ocasiones cn b s que los anti^um se parteen a no-
uttrot, me ha parecido siem pre que un cjcmp!o maravilloso es el arrepentimirnto del
muchacho, cn la obra de Sófocles, d e su engaño y la devolución de) arco», citado por
I Vt'ilson. T he t t o u n Ja n J theB m v, Londres, 1961, pág. 264, η. I. Ll subrayado d e pu-
tabrís y cxprcMoncses mío. Resulta obvio que incluso aunque empleen un lenguaje
«u* elaborado, muchos autores modernos, que no hay por que citar, piensan igual.
26. *Tyc!in von W ilamowiu-Mocllcndurf, ««Die dramatisebe Tcchnik des Sopho-
WW».*. Vhiol. Xhitersiuh.. n” 22.1917: sobre el I'/locM ti, véanse las págs. 269-512. Con-
u<t I j s ¡mcrprciactoni.·* «psicológicas». vúiu.·. por ejemplo, C C artón, «Characterization
ir» t m \ k TnyvAyn, ft>ur/:ji o f I h-/!i‘nt,‘ StuJú-i, 1957. pá^s. 247*254; K. Alt. «Scbicksal
urhl p w n ^ im Philoktct dos Sopliokít·:.·». / I m i n , n“ S‘>. I96J. pá^s. 141-174.
J70 M IT O Y T R A G E D I A KN L A Ο Κ Κ Γ .ΙΛ .A N T IG U A , 1
27. Un ejemplo claro de lo que puede explicar «la óptica dpi teatro»: en cl v. 114,
N coptólem o parece «ignorar» que, se^ún d oráculo, el a rto y Hloctctcs son necesarios
p a n la conquista de Troya, lo que permite a Ulives recordárselo al público; pero U>s versos
197-200 mucsinut que el hijo tic Aquilas estaba en realidad perfectamente al corriente
de ello, ti» un c s m j parecido, se permite distinguirentre el «personaje tic teatro» y vi
“héroe»; pero esic tipo de investigación sóU» puede dar resultados bastante limitados;
en aiaU juicrcaso. cualquiera quese.t la libertad que los poetas f.rse^os utilizan respee·
ut λ los míios, ¿ su no Ilegal*!, por ejemplo, lia.ua ei p unto de hacerles im apnar que Li
puerra de Troya no había exísiido, y me paicce imposible sv[*i»r a D. U. Robinson c u j í » ·
do trata dü hacernos ¡wlmtíif íjue t í espectador atcnirrtse podía creer en o» abandono
' cíeciivo d e l ’iloctetcs al íinal d e la pieza («Topics in Sophocles' M-Hocicics», CAm/V-·/
Qusrtctiy. nueva itrtc . nn |<A i % ‘λ pigs. )·Ι·56, véanse Jas 45-51). llevar Risco
sas demasiado lejos en la dirección obieíta porT ycbo von Yí'ilamou-it*. Γ.1 mismo aiii
culo atribuye, equivocadamente, una duMe conclusión id ttíocietes; véa^e, p o r el con
truno, m is adelante, la pi>;. 178
28. Véase B. Knox. Th<‘ Heroic. Temper, pjj'.s. Kv38.
29. J. Jones. AmtntU- an:/ (in ri: Trj¿cJ?, O xford. l% 2 . p ig . 21‘λ
50. Fiioactci. 144.
31. /£ :J .,2 2 8 ,265, -171.487 y IGIK.
)2 . FiltKit'iii, 5. Como me ha record.tdo Ph. Kouascau. sólo el padre tenía 1 1 ilr
rvcln> de expta/rr a un recién nucido.
e l i t t . o c T i - T r j ιμ ·: s ó m o w . s y l a m u :U
65. I h i l , 101H.
66. IbU.. *>16-947.
67. Com o ha señalado \C. Scliadewaldt en un esjudio célebre. «Sophoklcs uiut das
[.cid·», 1941. reedeiado en ¡¡tilas uttd HtJpericn, Zurich y Stuttgart. 1960, páj;*s. 2 3 1·
¿47. todos los héroes d e Sófocles son precisamente personajes· Urr.itc; la observación
puede extenderse más allá d d «snfrtrmcmo».
68. Op. cit. más arriba, pJg. 2R5.
69. Piltxtcícs, 1423.
70. N o creo ijuc haya jid o liccha toda\ ía esta observación, pero algunos comenta·
i Utas lian caído perfectamente en la cuenta de )j imitación de Ncop:ó!cn;o s:n invocar, na
[3 efebía: üíí M. Poldctr/, Div Gricchijcbc Tra^/idic3, Gottinga, 1954, p% . 334.
ni 1 jt>vL".\ N coptólem o madura para convenirse en hombre»; 11. Weiustocl?, Sofkoklcs*
I< y Berlín, 1931, p᣻. 79 y sigs.; 13. VP. Knox, The Hcwic V m /u r. púg. 141: «Neop·
«.Ί<·ιηο h:i madurado en hombre f.raeias al fuego d e su ordalía y. aunque anics era el su·
U's Jirtado de Uliscs. ahora es un ijni3l d e Filoctetcs»·. La palabra efebo ha « d o promm*
1 litli. pero accidentalmente, ni parecer, por Κ. I. Vourvcrw. Σο<*οκλ£υυς Φ ιλοκτήτης,
Au-tus, 1963, pág. 34: el autor no hace apenas otra cosa que rvpoíif Jo que por su parte
l««b¡a d idin 'Xcirsstoclc snbre cl 1jloetctcs como tragedia cu la educación.
71. í ihxicft'i. 3 -4.
1 7 6 M IT O Y I K iU '.L D IA I N 1 .Λ Ι ίΚ Ι Χ Τ Λ A N T IC ; L1 Λ , 1
i
A
J .L U L O C T I I T L S U ll S t J l O f I I S \ I \ i I
81. Ulises envíj un hom bre Γ.ίς νίιτ&σκΌττήν, «cn cmbcsc.ul.i* M*i
82. tibíeteles, 116.
83. ibid.. 839.840.
84. IbiJ.. 1005-1007.
85. //v i.. 54-55.
86. IbtJ., 54-95.
8 a IbtJ., 130. liste tema del p jp ci del Icnjjíiaje cn el Vttoch'la tiivn \ . *· * ! 1
rrolUdo consiJerahlcincuti·; v é jw c l esbozo de A. Podlecki. «’llic I W i 1 ··! «I '* ·*
in Sophocles’ Philoctcie.sw. (iV Row. ütsJHyz. S f , 11o 7,1966, 211 .’»m
8H. ! t:<Ktc (<■■>.925.
89. D ebo esta expresión α Γ. Jmui».
1 78 M IT O Y T R A C L D 1 A l-N L A G R E C I A A N T I C U A , I
<>8. Filoctetcs, U M M .
99. ibid., 562. Es posible que Sófocles aluda aquí a su propia tragedia d e los S iy -
w t i*n 1a que los tesetdas iban, según se ha afirmado, a buscar a N coptólem o en su isla
'sr:*K· T. Zielinski, Trjgxfum cnon iibri tres, Cracovia, 1925, p ip s. 103-112, y para una
«rpretcw ación d e esta misma escena sobro un vaso, Ch. D u p s , «I,‘Ambassadc ti Sky·
f·’*·, Ihilleti» deetirmpintdjncebeHcnt-fue, 19)4. pigs. 281-290).
100. í b t J 1257.
1GI. Artifoattj. 370; véase 11. Funkc, «Κ ρέων α π ο λις* , A n tikc u n d Ahcndlattd,
IΛ l% 6 , páR?. 29-50.
in>. Vthcielct, 99-Π0.
11)1. K. Hrinbardt U:p fit·, más arriba, jv p . 174) compara con razón las relaciones
• 'ιμ λ Ncopiúlemo con las d e Creontc y su hijo I temún en la A n tíg m j.
18 0 M IT O V T R A C .l'D lA 1-M t A G K K C I A A N T I C U A . I
10-1. Vilnctctcs. 9 5 0 .
105.
1<Y>, hlocietes. 1065, 1550.
107. l h ¡ á 136ü;Jj e x p re s ió n se nrpite e n d verso 139ιλ
108. Op. d t., pifi. 2¿¡0.
109. VilocKU 'S.ll^.
11 0 . I h \l, 4 5 3 ,47V, 490,664,728 y 14)0.
111. Todo esto ha sido visto perfectamente por 11. C . Avcry cn su artim lo. cit.ulo
ñ u s arriba, de l% 5 .
r.i. m a cn rts d e sftrocits y la i:rr.»U 181
112. //Átrffj.
115. Sobre ttí c pum o Bowra nene sin duda nljum:) razón frente a Kitto; vease m.is
arriba, pjg. HiS, n. 19.
114. t i U h h s . 220-2)1.
115. / ^ . ‘) l‘í ‘)2 0 y l> 7 6 .|3 7 9 .
116. Μ ο ν υ μ α χ ή α α ς Άλεξάνδρω Ktcívct, dicc el a su m en de l.i P ta u riij I fa J j
(»/> A i. 166. n. 8>.
117. i d s M a . M2M 426.
IKS. 1429 (ά ρ ισ τά *¿KAa(V»w σ τρατεύματος),
119. í r U . 14*2 ( súámv Cjtüv μνημΓία),
120. ι ω , ι α · » » .
182 M I T O Y T R A C .L D 1A U N L A C K I X I A A N T I C U A , T
caída de Troya, como hom bre que se creía destinado a lom ar la ciudnd,
Ulises le había respondido: «No puedes sin el arco, el arco no puede
sin ti» (ουτ’α ν σ ϋ κείνων χω ρ ίς, ο ϋ τ’έκ εΐν α σ ο υ ),131 Heracles, diri
giéndose esta vez al hijo de Aquiles, repite una fórmula análoga, pero
que cn esta ocasión no concierne al ejército, sino a Filocietcs: «No
puedes sin él conquistar la llanura iroyana y él no puede sin ti».12* De
la unión de un hombre y un arco, se ha pasudo a la unión de dos hom
bres, de dos combatientes. Heracles añade: Α λλ'ώ ς λέοντε συννόμω
φ υ λά σ σ ετον / ο ϋ το ς o t κ α ι σ υ τόνδε, «Como dos leones que com
parten el mismo destino,'^ velad el uno por el otro, él p o r ti, tú por
él ».1:4 Es el juram ento que pronuncia el efebo de no abandonar a su
com pañero d e fila.
El hom bre salvaje se ha reintegrado, pues, a la ciudad; el efebo se ha
convertido cn hoplita. Queda, sin embargo, una última mutación: la de
la naturaleza misma. Hasta el final definitivo de la obra. Lemnos es la
tierra desierta de hombres, la región de la naturaleza salvaje y feroz, el
ámbito de las rapaces y las fieras. La ¿{ruta de Fiioctctes era definida co
mo α ο ικ ο ς είσοίκησις, «una morada que no lo es»,m pero luego es a
una tierra pastoril a la que Fiioctctes dice adiós, incluso aunque recuer
da que ha sufrido allí: no es que se haya convertido en «civilizada», sino
que el salvajismo ha cambiado, por así decirlo, de signo; un poco como
la isla de La Tempestad de Shakespeare, que puede ser unas veces la de
Caliban y otras la de Ariel. Las ninfas reemplazan a los animales salva
jes. Todo un mundo húmedo surge:,:i>«Vamos. En la hora cn la que me
alejo, voy a saludar a esta tierra. Adiós, m orada127 que me has guardado
121. M . . 115.
122. IbiJ., 1434-M35.
123. σύννομος puede referirse al acompañamiento militar; véase Esquilo, IjosS íc-
/<v354. Notemos también el em plea del dual que refuerza el tema de la solidaridad.
124. Fiioclctcs, 1436· 1437.
1 2 5 .í¿/i.,5 3 4 .
126. El matiz no hu sido completamente captado por Ch. Segal, quien, cn su a
tículo, por otra parte excelente {«Nature and the W'orJd 0/ Man in GrceJc Literature»,
Ari'on, vol. 2, π“ 1,1965, pips. 19-57), escribe; «Sus palabras finales no son una bienve
nida al m undo de los humanos, sino una última despedida al desierto en el que ha su
frido. pero existe un lazo entre él y el hombre».
127. M is exactamente μέλαθρον, palacio, pero Ij palabra no tim e aquí el mismo
valor la Ja vez irónico y desif¡n.idor dcJ decorado) qi»e en cJ verso 147, véase m is arriba,
p ig . 171, n . >6.
r x U L Q C ir .T C S o r . s r t r o c t x s v ι ; γ γ . η <λ I S3
evidente que nos encontramos aquí jncc un efebo que parece recibir las
instrucciones de Atenea guerrera.m El misterio empieza cuando se tra
ta de identificar a la joven ricamente vestida y adornada que está a la
derecha, tocando la roca con su diestra, y que parece hablar con Ulises.
Como ha dicho bien P. Wuillcumicr, es «extraña a todas las repro
ducciones literarias y artísticas de la escena».m Ninguna de las inter
pretaciones sugeridas es convincente1” y la literatura no menciona por
audazm ente que d joven es Ulises rejuvenecido por Atenea» no es válido, puesto que
Ulises iba acom pañado precisamente de Diomedes. Curiosamente en verdad el mismo
uutor, en un libro editado el mismo año, em ite esa misma hipótesis audaz y ¿imbuye, sin
más vacilaciones, el vaso a los ilustradores de Euripides, M onuments itlM trjttnf· Trj-
gt J y dr:J S iity r P hy, |,<mdres, 196?, p ig . 162.
135. El com entario del C. V. A. subraya con toda razón el carácter oratorio del
gesto de Atenea,
136. «Q uestions de ecraniíque it.tliotc», Revucarehéol<í*iq:«\ n" ) ) . 1931, pág.
2-18.
137. D. Pace habí;i propuesto ver alli una ninfa, una personificación de la isla o de
la diosa Bciidis, pero resulta difícil ver que pinta allí esa diosa. 1.. Sccban (op. d t., p.íg,
4^1). tras haber dejado de lado estas hipótesis y la que vería en el personaje femenino a
la diosa Peitó (compartera de Afrodita), piensa más bien en el papel de una seductora
que seria tomado en préstamo de una picra desconocida para nosotros. Por último, S.
Setti, en un comentario reciente de nuestro vaso («Contribuiocscgctico a un vaso "pes
taño"». Dtonisa, n" >8, 1964. págs. 214 -22(1), recoge la primera hipótesis de Pacc, ha
ciendo de l,i joven una ninfa, y da al mito, a la joven y al vaso una significación funera
ria. l.os argumentos em pleados son bastante débiles. En particular, si fuera preciso
atribuir, com o parece quererlo Scui. a todos las escenas representadas sobre vasos des
cubiertos en tumbas una significación crónica y funeraria, habría que proceder a una
seria revisión de nuestros conocimientos en materia de mitología griega. Sin ver ahí
i»na contradicción con *» interpretación general. S, Setti relaciona también el vaso de
Siracusa con la pieza de Eurípides, cuyo carácter funerario es más que dudoso; en cual
quier caso, es vano esperar una coincidencia perfecta entre la tradición literaria y la ico
nográfica. Así, un docum ento descubierto Ju ra n te Jas excavaciones d e C aü ru (Πι runa)
asocia en la isla de Lemnos a Filoctetes, Palamcdes y 1lermcs, cosa que nada permitía
prever (véase K. L'ambrechts, «Un m iroir ctrusque inedit el le m ythc de Philocretc»,
fiulieti» ¿v ("Instituí kiitM ttjuc de Rome. n‘‘ 39, 1968, p i g s .1·25). En este último obje
to, c) artista ha tenido a bien inform ¡irnos escribiendo el nom bre de PaUmedes que no
sotros habríamos sido totalmente incapaces de identificar. Por mi parle, no me atrevo a
proponer un nombre para el personaje femenino, pero haj;o Lt observación siguiente:
Mile. F. II. Pairault, miembro de la Escuela Francesa d e Roma, quien tam bién ha tra
bajado sobre el vaso de Siracusa y ha leido esle estudio en manuscrito, me escribe que,
por su parte, abundaría en mi interpretación y no vacilaría en proponer el nombre d r
A p jic («Engaño») para el persónate desconocido. Kn efecto, esta investigadora señala
ι:«- n i . ü c r r r v s d i. s O i o c l e s v l a γ .π .η Ιλ