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264
Enzo Bianchi
Traducción:
María del Carmen Blanco Moreno
Imprimatur.
* Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander
12-11-2009
Diseño de cubierta:
María Pérez-Aguilera
mariap.aguilera@gmail.com
Impresión y encuadernación:
Grafo, S.A. - Basauri (Vizcaya)
índice
♦
I.
¿Qué es la oración?
II.
¿CÓMO ORAR?
ÍNDICE 7
b) «Cuando ores, entra en tu cuarto» (Mt 6,6) ..57
c) «Todo lo que pidáis en mi Nombre, lo haré»
(Jn 14,13) ....................................................... 59
d) Orar con humildad, como el publicano
(cf Le 18,9-14) ................................................ 60
e) Orar juntos, poniéndose de acuerdo
con los hermanos (cf. Mt 18,19-20) ............... 61
f) Orar con confianza (cf. Mt 6,7-8) .................. 62
g) Orar siempre, sin cansarse
(cf. Le 18,1-8 y 21,34-36) .............................. 63
2. La oración cristiana:
entre petición y agradecimiento ........................... 65
a) La oración de petición ................................... 66
b) La oración de agradecimiento ....................... 70
III.
¿Por qué orar?
Dificultades y obstáculos para la oración
Indice 9
«Ora sin descanso quien une
la oración a los compromisos necesarios,
y los compromisos a la oración.
Solamente podemos poner en práctica
el precepto “Orad siempre” (1 Tes 5,17)
si consideramos toda la existencia cristiana
como una única y gran oración,
de la que eso que solemos llamar “oración”
es tan solo una parte».
Orígenes,
Sobre la oración 12,2*
---------------- ♦
Todas las citas de los Padres que figuran en el texto han sido traduci
das por el autor.
Introducción
♦
Orar hoy
♦
F
J__>s tarea de toda generación cristiana,
y de todo cristiano en cada una de las generaciones, reto
mar el camino de la oración, redefinir la oración no tan
to abstractamente cuanto viviéndola. Como dice una cé
lebre máxima: «Si eres teólogo, rezarás verdaderamente;
si rezas verdaderamente, eres teólogo» (Evagrio, La ora
ción 60), es decir, eres una persona que tiende a aquel co
nocimiento íntimo y penetrante de Dios capaz de confi
gurar la vida cotidiana. Frente a esta tarea hay que admi
tir de inmediato que, ayer como hoy, orar no es fácil pa
ra el cristiano: las dificultades relativas a la oración no
constituyen una novedad para los creyentes, que a menu
do experimentan malestar en la relación con ella. No es
casual que ya los primeros discípulos sintieran la necesi
dad de recibir una instrucción sobre la oración, y llegaran
a pedir a Jesús: «Señor, enséñanos a orar» (Le 11,1)*.
ORAR HOY 17
\hora bien, más allá de los obstáculos particulares
i|iit las diversas épocas históricas ponen a la oración cris-
liana, esta es por su misma naturaleza un problema: la
oración, en efecto, no es una actividad evidente, porque
no corresponde a una operación natural del hombre, ni
puede ser puesta bajo los signos restrictivos de la espon
taneidad emotiva o de la búsqueda esotérica de técnicas
de meditación. Por el contrario, lejos de ser el fruto del
sentido natural de auto-trascendencia del hombre o de su
«sentido religioso» innato, la oración aparece, según la
revelación bíblica, como don, esto es, como respuesta del
hombre a la decisión prioritaria y gratuita de Dios de en
trar en relación con él; es acogida y reconocimiento, a
través de la escucha de la Palabra y el discernimiento en
el Espíritu Santo, de una Presencia que está en nosotros
anteriormente a todo esfuerzo nuestro por estar atentos a
ella; es un descentramiento del propio «yo» para dejar
que el «yo» de Cristo despliegue su vida en nosotros (cf.
Ga 2,20). En suma, la oración es un movimiento de aper
tura a la comunicación con Dios en el espacio de la
alianza con él.
Hay que decir, además, que las dificultades de la ora
ción cristiana nos remiten de inmediato a las dificultades
concernientes a la fe. De hecho, la oración es siempre
oratiofidei (euche tés písteos: Sant 5,15), es decir, no so
lo una oración que se ha de hacer con fe, sino que des
ciende de la fe: la oración es la capacidad expresiva de
la fe, es su modalidad elocuente. Bajo esta luz, es dra-
ORAR HOY 19
dirigía principalmente a la encamación de las instancias
evangélicas en el ámbito social: y así se ponía el acento
en el servicio que se había de realizar entre los hombres,
en la caridad activa, mientras que elementos como la so
ledad y el silencio eran valorados como un repliegue ego
ísta sobre uno mismo. En suma, la oración aparecía co
mo una especie de prisión de la que era preciso salir pa
ra ser cristianos eficaces en el mundo.
En la década de 1970 se asistió a un retorno de la ora
ción y, más en general, a un redescubrimiento de la espi
ritualidad. Es difícil discernir si se trató únicamente de
una revancha del fenómeno religioso: el cansancio de la
acción, la imposibilidad de la revolución permanente, así
como la falta de un resultado en la praxis de tantos cris
tianos comprometidos, abrieron de hecho, y en un tiem
po más bien rápido, a una situación marcada por fenó
menos nuevos. El llamado giro hacia Oriente (pensemos
en las peregrinaciones a la India...), con el consiguiente
descubrimiento de nuevas técnicas de oración y de me
ditación; el retorno a una práctica del cristianismo en un
sentido más comunitario; los intentos de realización de
la reforma litúrgica... estos son algunos de los fenóme
nos que parecían indicar un despertar de la oración, ates
tiguado y puesto de manifiesto también por el floreci
miento de grupos espontáneos dedicados a la lectura de
la Biblia. Otras características de esta década son la
creación de nuevos textos litúrgicos, sobre todo en las
comunidades monásticas y en las comunidades de base;
ORAR HOY 21
Con todo, hay que decir que en aquellos años la for
ma dominante de la oración fue siempre más la litúrgica
o la colectiva de grupos reunidos con finalidades preci
sas: descubrimiento de la vocación, discernimiento de los
compromisos que se han de asumir, organización de la
caridad, proclamación de los derechos del hombre, inter
cesión por la paz... La insistencia tan marcada en la di
mensión comunitaria y asamblearia, separada de un es
fuerzo análogo de formación en la oración personal, pro
voca el riesgo de profundizar el foso entre oración y vida,
produciendo, por el contrario, un formalismo que se ma
nifiesta en derivas «ritualistas». Y así, una vez más, la que
sufre las consecuencias es la oración personal: cada vez
menos requerida y enseñada, hacia ella se propician acti
tudes de indiferencia y de superficial inconsciencia, que
desconocen su importancia fundamental. Mientras tanto,
el imperativo dominante de la organización de la caridad,
de la asunción de iniciativas concretas a favor de la paz y
de la justicia, si bien, por una parte, tiene que ser leído co
mo un despertar saludable de la conciencia de solidaridad
y corresponsabilidad de los cristianos para con los demás,
parece favorecer, por otra parte, la edificación de una
Iglesia activa y «protagonista», que, de hecho, hace som
bra al señorío de Cristo: de este modo se termina antepo
niendo las propias obras prefijadas a la llamada libre y ab
soluta del Señor, la única fuente verdadera de la oración.
Por último, al llegar al periodo que va de la década de
1990 al comienzo del tercer milenio, la relación del hom-
ORAR HOY 23
to cómo se ha acentuado este fenómeno, hasta tal
punto que ha sido justamente definida como «la pri
mera sociedad post-tradicional» (Daniéle Hervieu-
Léger).
ORAR HOY 25
cual la vida cristiana corresponde a un compromiso
social, a un estilo de vida genéricamente altruista,
hasta tal punto que «vida eclesial» es ya sinónimo de
actividad organizativa y pastoral, no de lugar capaz
de iniciar a la vida humana y espiritual. Y, así, se ha
perdido la conciencia de que la transmisión de la fe
por parte de la Iglesia debería ser también transmi
sión del arte de orar, ámbito privilegiado donde el
creyente puede llegar a una experiencia auténtica de
conocimiento del Señor en la fe.
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¿Qué es la oración?
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¿QUÉ ES LA ORACIÓN? 31
Pues bien, hoy esta definición de la oración como
acontecimiento situado en el espacio de la búsqueda de
Dios por parte del hombre, aun cuando no sea desmenti
da, parece al menos insuficiente, porque los hombres y
las mujeres de nuestro tiempo, en particular los pertene
cientes a las nuevas generaciones, son alérgicos a las
concepciones ascendentes y «verticales» diseminadas en
toda la espiritualidad cristiana. Esta alergia puede ser sa
ludable, en la medida en que nos ayuda a focalizar un
dato muy presente para el hombre bíblico: la Presencia
de Dios es dada, no plasmada o alcanzada por el hom
bre con sus fuerzas; y al hombre le corresponde acoger
su venida epifánica, y también su retirada al silencio o el
escondimiento.
En otras palabras, el Dios de la revelación bíblica no
es el objeto de nuestra búsqueda, sino quien tiene la ini
ciativa, es el sujeto, es el Dios viviente que no está al fi
nal de un razonamiento nuestro, no se encuentra en la ló
gica de nuestros conceptos, sino que se da, se entrega en
la libertad amorosa de sus actos, que lo muestran bus
cando constantemente al hombre. Es él quien quiere y es
tablece un diálogo con nosotros, es él quien desde el Gé
nesis hasta el Apocalipsis viene, busca, llama, interpela
al hombre, pidiéndole sencillamente ser escuchado y
acogido. El Dios que «nos amó primero» (1 Jn 4,19) ha
bla e inicia el diálogo; el hombre, frente a esta auto-reve
lación de Dios en la historia, re-acciona en la fe a través
de la bendición, la alabanza, la acción de gracias, la ado-
¿QUÉ ES LA ORACIÓN? 33
el contrario, es laboriosa y requiere capacidad de silencio
interior y exterior, sobriedad, lucha contra los múltiples
ídolos que nos amenazan.
Dios habla: esta es la afirmación fundamental que
atraviesa toda la Escritura, es lo «verdaderamente impor
tante», sin lo cual no podríamos tener ninguna relación
personal con él. Con decisión absoluta, con iniciativa li
bre y gratuita. Dios se ha dirigido a los hombres para en
trar en relación con ellos, para entablar un diálogo enca
minado hacia la comunión. En el Deuteronomio se pone
esta reflexión en labios de Moisés:
«Sí, pregunta a la antigüedad, a los tiempos pasados,
remontándote al día en que Dios creó al hombre sobre
la tierra y abarcando el cielo de extremo a extremo, si
ha sucedido algo tan grande o se ha oído algo seme
jante. ¿Ha oído algún pueblo a Dios hablando desde
el fuego, como tú lo has oído, y ha quedado vivo?»
(Dt 4,32-33).
¿QUÉ ES LA ORACIÓN? 35
celencia de la criatura hacia su Creador y Señor. Es sig
nificativo que, a la invitación que le dirige Dios para que
le presente peticiones, el joven rey Salomón respondiera
pidiendo un leb shomea ‘ (1 Re 3,9), «un corazón capaz
de escuchar» -no un «corazón dócil», como traducen al
gunas versiones de la Biblia-: «Al Señor le pareció bien
que Salomón pidiera aquello» (1 Re 3,10). Esta es, de he
cho, una súplica muy agradable al Señor en nuestra ora
ción, porque es la petición engendrada por la voluntad de
Dios, es la petición primordial, la necesidad primera y
fundamental, el presupuesto de la fe. No es casual que
Pablo diga que «la fe nace de la escucha» (fules ex audi-
tu: Rm 10,17). Se comprende, entonces, por qué, cuando
le preguntaron cuál era el primer mandamiento, Jesús
respondió primero: «¡Escucha!», sabiendo que de tal ca
pacidad proviene también la de conocer y amar al Señor
Dios y al prójimo (cf. Me 12,29-31).
Así se esboza el movimiento global de la oración
cristiana: de la escucha a la fe, de la fe al conocimiento
de Dios, y del conocimiento al amor, respuesta última a
su amor gratuito y preveniente al hombre. No se dirá
nunca suficientemente que donde no está bien clara la
primacía de la escucha de Dios, la oración tiende a con
vertirse en una actividad humana y está obligada a nu
trirse de actos y fórmulas, en los que el individuo busca
su satisfacción y seguridad: se convierte en la epifanía de
una arrogancia espiritual, en el sucedáneo del propio
cumplimiento de la voluntad de Dios. A lo sumo, se
¿QUÉ ES LA ORACIÓN? 37
deseo -porque su presencia nos precede, es anterior a
nuestro esfuerzo por prestarle atención-, sino como don
y entrega de Dios mismo a través de su Palabra.
Todo el Antiguo Testamento atestigua una iniciación
a la acogida, por parte del hombre, de la presencia de
Dios, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros; pero con la
humanización de Dios en Jesús, es Dios mismo quien ha
realizado un gesto definitivo: «La Palabra se hizo carne y
acampó entre nosotros» (Jn 1,14). Escuchar la palabra
significa, por lo tanto, acoger al Hijo en su presencia de
Señor y aceptar que venga con el Padre a poner su mora
da en nosotros (cf. Jn 14,23), mediante el Espíritu Santo;
y acoger al Hijo no significa solo vivir «en Cristo», sino
convertirse en su morada, es decir, experimentar la vida
de Cristo en nosotros, hasta llegar a confesar: «No vivo
yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2,20). Se trata de una
experiencia capital para el creyente, hasta tal punto que
tener conciencia de «Cristo en nosotros» (cf. Rm 8,10;
Col 1,27) se convierte en el criterio fundamental para dis
cernir la calidad de nuestra fe cristiana, como recuerda el
apóstol Pablo, que invitaba a los cristianos a ponerse a
prueba: «¿No lográis descubrir a Jesucristo en vosotros?»
(2 Co 13,5). En virtud de esta inhabitación recíproca, po
demos hacer nuestra la oración de Cristo, tener en noso
tros sus mismos sentimientos (cf. Flp 2,5): esta es la ora
ción cristiana, en la que el Espíritu se configura cada vez
más con el Hijo en su estar continuamente vuelto al Pa
dre. Somos atraídos a la identificación con el Hijo, hasta
¿QUÉ ES LA ORACIÓN? 39
existencia: nos dirigimos al Padre, a través del Hijo, en
el poder del Espíritu Santo. Y así, según las palabras di
rigidas por Jesús a la mujer samaritana, recibimos la ca
pacidad de adorar al Padre «en Espíritu y Verdad» (Jn
4,23-24), es decir, en el Espíritu Santo y en Cristo Jesús.
Y el lugar de tal adoración es nuestro cuerpo, es nuestra
humanidad concreta: «Pues nosotros somos templo de
Dios vivo», afirma con audacia Pablo (2 Co 6,16).
Una vez que tomamos conciencia de ello, se com
prende que reconocer a Dios como mi Dios, dirigirme a
él llamándolo «Abbá», significa entrar en relación con
aquel que habita en mí: no es exterior, sino interior, es
distinto de mí y, sin embargo, está en mí. De este modo,
la oración deviene un hacer experiencia espiritual de
aquel que «no es infinitamente lejano, sino cercano, está
en el centro de mi vida» (Dietrich Bonhoeffer). La ora
ción es mi consenso, mi adhesión a esta vida dialogal, tri
nitaria, cuya fuente está en Dios. Es la acogida de una
Presencia descubierta, deseada, invocada; una Presencia
a veces inmensa, sobrecogedora, como dice el salmista:
«Señor, tú me sondeas y me conoces... Me conoces cuan
do me siento o me levanto, de lejos percibes mis pensa
mientos... Me estrechas detrás y delante, apoyas sobre mí
tu palma... ¿Adonde me alejaré de tu aliento?, ¿adonde
huiré de tu presencia?» (Sal 139,1-7); otras veces, en
cambio, es infinitamente silenciosa hasta adoptar la for
ma del ocultamiento, de la ausencia. Pero también en el
silencio que nos obliga a reconocer la alteridad del Otro,
¿QUÉ ES LA ORACIÓN? 41
dor»): (Le 18,13). No solo sus palabras («Oh Dios, ten
piedad de mí, el pecador») son un modelo para nosotros,
sino que lo es sobre todo su disposición interior: única
mente quien es capaz de adoptar una actitud humilde, po
bre, pero muy realista, puede estar ante Dios aceptando
que es conocido por Dios tal y como es verdaderamente.
Por otro lado, nosotros nos conocemos de modo imper
fecto, y lo que cuenta es que somos conocidos por Dios
(cf. 1 Co 13,12; Ga 4,9).
Quien se atiene de este modo a la realidad es también
capaz de confesar: «Aunque no sabemos pedir como es
debido», ni siquiera conocemos plenamente nuestros ge
midos, «el Espíritu mismo intercede por nosotros» (Rm
8,26). Se trata, entonces, de suplicar, de pedir el Espíritu
Santo: si hay palabras nuestras en la oración, las prime
ras que podemos balbucir, son aquellas con las que invo
camos el descenso del Espíritu. La petición del Espíritu
Santo, cosa buena entre las cosas buenas, es prioritaria
y absoluta con respecto a todas las demás, porque en ella
está incluido todo; Jesús mismo nos aseguró que esta ora
ción es siempre escuchada por el Padre: «Pues si voso
tros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará
el Espíritu Santo a quienes lo pidan!» (cf. Le 11,13; cf.
Mt 7,11).
Ni siquiera el acto elemental de la fe es posible sin el
Espíritu, porque «nadie puede decir: “Jesús es el Señor”
si no es en el Espíritu Santo» (1 Co 12,3). En efecto, so-
¿QUÉ ES LA ORACIÓN? 43
4,16), donde la oración encuentra su télos: el agápé de
Dios se convierte en nosotros en amor a todos los hom
bres, incluso a los enemigos; se convierte en compasión
y misericordia. Así, el mandato de Jesús: «Rezad por
vuestros enemigos» (cf. Le 6,27-28), no aparece solo co
mo una amplitud mayor conferida a la oración, sino que
es participación en el amor mismo de Dios, que ama a to
dos los hombres sin exclusión, que hace llover su bendi
ción sobre justos e injustos (cf. Mt 5,45).
¿QUÉ ES LA ORACIÓN? 45
manifestaré a él» (Jn 14,21). Ahora bien, tal manifesta
ción no tiene lugar, como se ha dicho, a través de la vi
sión, ni en un conocimiento teórico, sino en una comuni
cación interior del poder divino: Dios revela su designio
de salvación, su economía, en la que sostiene la creación
entera y ama a todas las criaturas, a todos los hombres.
He aquí, pues, la auténtica contemplación cristiana: fijar
la mirada en el amor de Dios, hasta llegar a ver, por gra
cia, toda la realidad con sus ojos. Entonces Dios brilla
en nuestros corazones para hacer resplandecer «el cono
cimiento de su gloria que brilla en el rostro de Cristo» (2
Co 4,6), y nosotros participamos de su mirada sobre la
historia entera y sobre todas las criaturas. Nuestro ojo se
convierte en el de los querubines, un ojo contemplativo,
lleno de amor y de misericordia...
Y así se nos da la makrothymía de Dios, el ver, el oír,
el pensar con magnanimidad de todas las cosas, de todas
las criaturas, incluidas las más desgraciadas, las más
marcadas por el pecado, las más heridas en su semejanza
con Dios: este es el verdadero discernimiento, que tiene
como fruto el «apocalipsis», ¡la revelación de todas las
cosas! El orante se hace «diorático» es decir, capaz de
ver «más allá», de ver en profundidad; ve que todo es
gracia, todo es don de Dios y se hace entrañas de miseri
cordia en las entrañas de misericordia de Dios, también
frente al mal y al pecado que contradicen el agápe. He
aquí como se expresaba a este respecto Isaac de Nínive,
el gran padre de la Iglesia siriaca:
¿QUÉ ES LA ORACIÓN? 47
nieblas de la noche, divisó una luz que bajaba de lo alto
y disipaba la densa oscuridad: en aquella visión «el mun
do entero fue puesto ante sus ojos como recogido en un
único rayo de sol» (Gregorio Magno, Diálogos 11,35)...
Así ve el mundo el contemplativo: con gran misericordia,
con profunda compasión. ¡Él ha recibido como don la
mirada de Dios!
♦
¿CÓMO ORAR?
-
♦
J
%JesÚs oraba. El pertenecía a un pueblo
que sabía rezar, el pueblo que creó el libro de los Salmos
y encontró en la práctica de oración de Israel la norma
que configuró su misma fe. Su oración litúrgica estaba
configurada según los modos y las formas de la oración
judía de aquel tiempo, tal como era vivida en la liturgia
sinagogal y en las fiestas del Templo de Jerusalén: Sal
mos, recitación del Shema‘ Yisra’el, Tefillah (oración
principal rezada en todos los oficios litúrgicos), lectura
de la Torá y de los Profetas, etcétera. En esta fuente se
inspiró Jesús para su capacidad creativa. El «Padrenues
tro», por ejemplo, presenta evidentes afinidades con la
Tefillah y con el Qaddish (antigua doxología, usada con
frecuencia en el oficio sinagogal); en particular, las pala
bras: «Santificado sea tu nombre, venga tu Reino» (Mt
6,9-10; Le 11,2) parecen adaptarse a una normativa ex
presada en el Talmud con estas palabras: «Una bendición
en la que no se menciona el Nombre divino no es una ben
dición, y una bendición que no contiene la mención de la
realeza de Dios no es una bendición» (bBerajot 40b).
¿CÓMO ORAR? 53
También tiene suma importancia la oración personal
de Jesús. En efecto, en su ministerio público «se retira
ba» con frecuencia, sobre todo durante la noche o al ama
necer, para orar: «en lugares desiertos», «a parte», «él so
lo», «en el monte» (Mt 14,23; Me 1,35; 6,46; Le 5,16;
9,18.28); y, en particular, «se fue él solo, al monte de los
Olivos» (cf. Le 22,39). Lucas es el evangelista que más
insiste en la oración de Jesús, vinculándola a los mo
mentos destacados de su vida y de su misión: Jesús ora
en el momento de recibir el bautismo de Juan (cf. Le
3,21-22); ora antes de elegir a los Doce (cf. Le 6,12-13);
ora en la transfiguración (para Lucas, la transfiguración
es un acontecimiento estrechamente ligado a la oración:
cf. Le 9,28-29); la oración es el espacio predispuesto pa
ra la confesión de fe de Pedro (cf. Le 9,18); de su plega
ria nace la enseñanza sobre la oración dirigida a los dis
cípulos (cf. Le 11,1-4); antes de la pasión, declara que ha
orado por Pedro; para que su fe no desfallezca (cf. Le
22,32); en Getsemaní, su oración tiene una especial in
tensidad (cf. Le 22,39-46); por último, Jesús ora en la
cruz, invocando del Padre el perdón para sus verdugos
(cf. Le 23,34); y, después, entregando con confianza su
aliento en las manos paternas (cf. Le 23,46; cf. Sal 31,6).
La oración de Jesús es personalísima; en ella se diri
ge a Dios llamándolo «Papá», con el matiz de particular
intimidad y confianza intrínseca en el término arameo
Abbá: es la puerta de acceso al misterio de su personali
dad, que se encuentra bajo el signo de la filiación con
¿CÓMO ORAR? 55
a) «Antes de orar, reconcilíate con tu hermano»
(cf. Mt 5,23-24; Me 11,25)
En el momento mismo en que el cristiano se dirige a Dios
llamándolo Padre, debe ser consciente de que no realiza
esta invocación él solo, sino que la expresa junto a los
hermanos: dice «Padre», pero de inmediato añade «nues
tro». Ser custodios de los hermanos en la fe y de todos los
hombres es la condición esencial para acceder a la co
munión trinitaria. La reconciliación con el hermano y el
amor que se extiende hasta el enemigo, incluyendo la vo
luntad de hacer el bien a quien nos hace el mal (cf. Le
6,27): esta es la actitud que debe acompañar el comien
zo de todo diálogo con el Señor. Si se olvida este dato
preliminar, se empobrece gravemente la oración, hasta
banalizarla. En efecto, la situación de división y de odio
vivida por el orante contradice la finalidad de la oración,
que es la comunión: ¿cómo se puede pretender dialogar
con Dios, que nos ha amado cuando éramos enemigos, y
hablar con él, a quien no vemos, si no sabemos perdonar
o no queremos comunicamos con el hermano a quien ve
mos (cf. 1 Jn 4,20)? No es casual que la única petición
del Padrenuestro que Jesús comenta sea: «Perdona nues
tras ofensas como también nosotros perdonamos a los
que nos ofenden» (Mt 6,12), y lo hace con palabras ine
quívocas: «Pues si perdonáis a los hombres las ofensas,
vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros, pero si
no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os
perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15).
¿CÓMO ORAR? 57
cómo nos visita con premura. Un orante que se nutre úni
camente de oración común corre el riesgo de hacer de es
ta última solo una experiencia de pertenencia al grupo, si
no una especie de exhibición frente a los demás...
Pues bien, hoy es precisamente la oración personal la
más descuidada, y esta situación nos hace correr el ries
go, a largo plazo, de vaciar también la verdad de la mis
ma oración litúrgica. Si bien en la pastoral se dedican
muchos esfuerzos a la iniciación litúrgica, lamentable
mente no van acompañados de una adecuada transmisión
de la oración personal, que debería ser enseñada desde la
infancia. En efecto, quien no recibe desde pequeño una
iniciación a la oración personal por parte de los padres o
de los educadores, difícilmente podrá nutrirse de ella en
la edad madura, de forma que acreciente su fe en el Dios
vivo, presente en la existencia cotidiana. Suenan como
una advertencia todavía actual las palabras de Martin
Buber: «Si creer en Dios significa poder hablar de él en
tercera persona, entonces no creo en Dios. Si creer en él
significa poder hablarle, entonces creo en Dios». Hoy, los
cristianos saben hablar de Dios; pero ¿saben también, co
mo en las anteriores generaciones cristianas, hablar a
Dios?
¿CÓMO ORAR? 59
d) Orar con humildad, como el publicano
(cf. Le 18,9-14)
El orgullo, el desprecio a los otros y la sobrevaloración
de nosotros mismos son impedimentos para la oración;
por el contrario, afirmar con convicción, como el publi
cano de la parábola: «Oh Dios, ten piedad de este peca
dor» (Le 18,13), es la primera palabra para dirigirse a
Dios. Ante el Dios tres veces Santo no es posible ningu
na auto-exaltación, sino únicamente el conocimiento del
propio pecado. Cuando esto tiene lugar, se realiza el gran
milagro: «Quien conoce su propio pecado es mayor que
quien resucita a los muertos» (Isaac de Nínive, Primera
colección 65). En el Evangelio según Lucas, como ya he
mos indicado, el modelo de tal disposición interior es el
publicano, el pecador justificado, porque se presentó ante
Dios con aquella humillación que es la única actitud que
puede introducir en la humildad; significativamente, en la
Regla de Benito, al monje se le propone como modelo de
humildad publicanus Ule, el publicano del Evangelio (RB
7,65), no el fariseo, tan ciego en su arrogancia humana y
espiritual... Por lo demás, Pedro es el primer discípulo
perdonado, ya desde el momento de su vocación, cuando,
reconociendo a Jesús como Señor, grita: «¡Apártate de
mí, Señor, que soy un pecador!» (Le 5,8).
¿CÓMO ORAR? 61
mino laborioso de reconocimiento del otro, de su alteri-
dad, de su diferencia, de sus dones y de su servicio en la
Iglesia. Sin cancelar las diferencias y sin acaparar con
voracidad la oración del otro, se trata de acoger su peti
ción en la única búsqueda del Reino que viene; así se
confiere unanimidad a la oración: no a través del consen
so, sino a través de la conversión de los propios pensa
mientos en los de Cristo Jesús. Por desgracia, a menudo
no se tiene suficientemente en cuenta la importancia de
esta oración armónica, que es la instancia primera y ele
mental para vivir la comunión en la comunidad y en la
Iglesia.
¿CÓMO ORAR? 63
pase» (Máximo el Confesor, Libro ascético 25). En otras
palabras, es cuestión de reconocer que el Dios vivo actúa
constantemente en nuestra existencia y en la historia; lu
char para ser siempre conscientes de la presencia de Dios
en nosotros, es decir, de la comunión que él nos da, para
que la acojamos y la compartamos con todos nuestros
hermanos y nuestras hermanas.
Si existe esta conciencia de la presencia de Dios, en
tonces el Espíritu Santo, que ora continuamente en noso
tros, puede invadirnos de tal modo con su oración, que
excave poco a poco en nosotros una fuente de agua viva
(cf. Jn 7,38), un torrente que no se detiene. Llegamos así
a una oración continua, que no nace de nosotros: es un
flujo subterráneo, un constante recuerdo de Dios que de
vez en cuando emerge y se hace oración explícita, pero
que no nos abandona nunca. De este modo podemos ser
también voz de toda criatura y de todo lo creado, porque
el universo es un océano de oraciones que suben hacia
Dios: oraciones inarticuladas, gemidos dirigidos al Crea
dor en la espera de la manifestación de los hijos de Dios
(cf. Rm 8,19).
¿CÓMO ORAR? 65
gracias, nos revela la existencia de una crisis de la fe, de
una patología que afecta a la imagen misma de Dios y a
la del hombre, creando un desequilibrio en la oración. En
cambio, hay que discernir que el Dios al que alabamos,
bendecimos y damos gracias, es el Dios personal, el Dios
de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de Jesucristo, el
Dios de la alianza que se revela concretamente en la his
toria y en la vida, y que este «único Dios, por quien todo
existe y también nosotros» es «el Padre» (1 Co 8,6), al
cual podemos dirigimos con la actitud confiada de los hi
jos. En caso contrario, también la oración de acción de
gracias corre el riesgo de no entrar en el movimiento de
encuentro con Dios, que es relación dinámica entre dos
alteridades y sinergia entre dos libertades, y agostarse en
un monólogo de auto-glorificación tranquilizadora y ce
rrado en sí mismo.
Y no olvidemos que a estas dos formas de oración
van unidas dos modalidades específicas: la intercesión, a
la que aludiremos brevemente más adelante, y la alaban
za, es decir, la gratitud que se traduce en una respuesta
asombrada y «poética» al amor de Dios, reconocido en la
grandeza de los dones que nos otorga.
a) La oración de petición
La forma de oración más atestiguada en la Escritura y re
querida por Jesús mismo es la de petición. Es también la
que ha planteado más problemas a la tradición cristiana,
¿CÓMO ORAR? 67
mente no solo al creyente («¿Quién soy?»), sino también
al Dios «en quien vivimos, y nos movemos y existimos»
(Hch 17,28).
Con la oración de petición, además, el creyente esta
blece un tiempo de espera entre la necesidad y su satis
facción, establece una distancia entre él mismo y su si
tuación concreta: se eleva por encima de su necesidad y
la transfigura en deseo. La oración de petición es verda
deramente la «oficina» de nuestro deseo, porque en ella
podamos aprender a desear, es decir, a conocer y disci
plinar nuestros deseos, distinguiéndolos de nuestros sue
ños y tratando de armonizarlos con el deseo de Dios: «en
la oración, el Espíritu Santo educa nuestro deseo para
descentrarlo de nuestra necesidad y centrarlo de nuevo en
el deseo de Dios» (Jean-Claude Sagne). En suma, pedi
mos dones que colmen nuestras necesidades, y el Espíri
tu Santo nos lleva a invocar la presencia del Dador, es de
cir, a pedir el amor, deseo del deseo.
Por esta razón, la oración de petición aspira, en reali
dad, a la Presencia del Dios a quien se dirige, antes que
a la obtención de un beneficio específico: es comprensi
ble y practicable solo dentro de una relación filial con
Dios, caracterizada por la vivencia de la fe. Sí, es dentro
y en los límites de esa relación y de esa fe donde hay que
colocar la oración de petición cristiana, que no puede ser
confundida de ninguna manera con la oración de petición
común a cualquier forma religiosa, sino que encuentra su
norma normans en la jerarquía de peticiones presentes en
¿CÓMO ORAR? 69
b) La oración de agradecimiento
En el episodio evangélico de los diez leprosos curados
por Jesús (cf. Le 17,11-19) se afirma que únicamente a
uno de ellos se dirigen estas palabras del Señor: «Tu fe te
ha salvado» (Le 17,19); es aquel que, al verse curado,
vuelve para dar gracias a Jesús. Solo quien da gracias tie
ne la experiencia de la salvación, es decir, de la acción de
Dios en su vida. Y dado que la fe es relación personal con
Dios, la dimensión de la acción de gracias no se refiere
solo a la forma exterior de algunas oraciones, sino que
debe impregnar el ser mismo de la persona. Esto es lo
que pide Pablo: «¡Sed eucarísticos!» (Col 3,15; cf. 1 Tes
5,18), es decir, permaneced en constante acción de gra
cias; la fe cristiana es constitutivamente eucarística, y la
vida entera del creyente ha de ser vivida «en la acción de
gracias» (meta eucharistías: 1 Tim 4,4).
¿CÓMO ORAR? 71
«dan gracias continuamente por todo a Dios Padre, en el
nombre del Señor Jesucristo» (cf. Ef 5,20).
¿CÓMO ORAR? 73
Ill
♦
¿Por qué orar?
Dificultades y obstáculos
PARA LA ORACIÓN
<Al lLGUNos hermanos preguntaron al abad Agatón di
ciendo: “Abad, ¿qué virtud entre aquellas que practica
mos requiere mayor fatiga?”. Él les respondió: “Pienso
que no hay una fatiga tan grande como orar a Dios. Por
que cada vez que el hombre quiere orar, los enemigos tra
tan de impedírselo, pues saben que nada puede ser un
obstáculo mayor para ellos que el hecho de orar a Dios.
Cualquier obra que el hombre emprenda, si persevera en
ella, encuentra reposo, pero para la oración hay que lu
char hasta el último aliento”»
- Dichos de los padres del desierto, Colección sistemática XII,2.
b) Oración y secularización
a) La fatiga
La objeción que puede englobar todas las demás es la si
guiente: la oración es fatigosa, la oración cansa. Hemos
visto que la tradición cristiana ha sido siempre conscien-
c) Las distracciones
Tener distracciones forma parte de la psique, y hace fal
ta mucho ejercicio para aprender a concentrarse unifi
cando los pensamientos, la mente, el corazón y el cuer
po: esta es una operación de madurez y de higiene hu
manas, antes aún que una operación espiritual.
Ahora bien, es normal que durante la oración tenga
mos distracciones: las preocupaciones, los ecos, las imá
genes, los sonidos de la vida cotidiana que hemos inte
rrumpido en el momento de ponernos a orar, así como las
numerosas presencias que habitan en nuestras profundi
dades, emergen y se manifiestan imperiosamente en el
momento mismo en el que se entra en la condición de so
ledad y silencio necesaria para la oración. Al orar, es ine
vitable que se encuentren distracciones, en mayor o me
nor medida, pero no pueden ser una excusa para no orar:
las distracciones no restan eficacia a la oración, porque
esta sigue siendo un acto de amor. Ciertamente hay que
luchar contra ellas, pero sin que se conviertan en una ob
sesión: a menudo hay que saber integrarlas en la ora
ción, «arrojarlas en las manos de Dios» (cf. 1 Pe 5,7), es
♦
«El abad Lot visitó al abad José y le dijo: “Abad, ha
go como puedo mi pequeño ayuno, la oración, la medita
ción, vivo en el recogimiento y, según mis fuerzas, trato
de tener pensamientos puros. ¿Qué más debo hacer?”. El
anciano se levantó, extendió los brazos hacia el cielo y
sus dedos se convirtieron en diez llamas. “Si quieres”, le
dijo, “conviértete por completo en fuego"'’»
- De los padres del desierto, Colección sistemática XII,8.
CONCLUSIÓN 105
a día. Por eso, no deberíamos cansamos nunca de pedir
al Señor: «Enséñanos a orar», hasta el día en que nos des
cubra su rostro y seamos juzgados por él solo en el amor:
el amor que hayamos sabido acoger y dar. Dice Agustín: