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Resloilidades del amor cory a\ Redrigo Sancho Minos eee Criterios de eleccién La fusién amorosa La voluntad de amar (necesidad de amar) esté inscrita en el corazén humano con tanta fuerza, al menos, como las Jeyes de los instintos. La vida depende del amor («el amor es lo que hace ser», M. Blondel) y se realiza en el amor (aprobar, afir- mar, aceptar). La finalidad del hombre se expre- sa, asimismo, en términos de amor. El adolescen- te necesita de un ti amigo para llegar a ser él mismo y el nifio, de su madre, para que le remedie su indigencia y le siga transmitiendo la vida. Para Tillich, enamorarse, es ¢] «ensamblaje de un yo y de un ti (hombre/mujer), semejantes, pero alejados ef uno del otro». En definitiva, el acoplamiento en el Ambito tridimensional del ser hhumano constituido por la corporalidad-afectivi- dad-espiritualidad. En términos populares, el en- caje de dos medias naranjas. ¢Pero surge existen- cialmente con una espontaneidad bioldgica o de- terminado por un anilisis critico del yo y del at acerca de sus posibilidades de aceptacién recipro- 64 Rodrigo Sancho cas? Parece razonable pensar que, respecto de cada persona, se da, esponténeamente, un conjun- to de posibilidades de eleccién, lo suficientemente importante como para poder admitir que, entre sus limites, haya de encontrarse ese ti maravillo- so. ¢Pero cémo descubrirlo? Porque es un hecho corriente que, el «descubrimiento» puede reali zarse como consecuencia de una intuicién répida 0 como resultado de un proceso de conocimiento més largo: E] primer caso es el del «flechazo», el segundo Ja consecuencia de una decisién electiva més re- posada. En ambos, Jo que soberanamente importa, es legar a conocer cules son realmente las posi- bilidades reciprocas de exsamblaje en toda la ex- tensién y profundidad del ser personal, de tal manera que el yo adquiera la certidumbre de que realmente se encuentra ante su ti. Singularmente para los espfritus més incisivos, delicados y va- liosos, la eleccién puede transcurrir entre nebli- nas de angustia, en pos de una certidumbre que se escapa constantemente de las manos. Los me- nos hicidos, suelen ser menos criticos y més f4- ciles de satisfacer. Pata cualesquiera coordenadas personales, la eleccién del ti es de una impor- tancia fuertemente condicionante de su particular realizacién personal. Ello justifica Ja reflexién so- bre unos posibles criterios de eleccién que quizé hubieran de apoyarse en principios como los si guientes: Griterios de elecciéa q 1. Visién objetiva de la realidad humana. 2. Satisfaccién de necesidades. 3. Principio de Complementariedad. Vision objetiva de la realidad Es frecuente que el hombre y la mujer, muy jévenes, todavia no hayan conseguido despegarse lo suficiente de la tendencia sofiadora caracteris- tica de la adolescencia resumible en una idealiza- cién subjetiva del ser bumano. Cuando se goza de una visién mds serena del paisaje psicolégico-espiri- tual humano, es signo de madurez personal la ca- pacidad de matizar, lo cual conduce, con facilidad, a la persuasién tranquila de que no existe un 4l/ella ideales, sino que su contenido personal in- cluir4 cualidades de ambos signos, siendo su suma algebraica el valor final con ef que se habré de contar. Se puede ser noblemente exigente, pero no se puede ser cerrilmente (o infantilmente) exigen- te. Menos todavia, unilateralmente exigente. S{ se debe ser, por contra, ambicioso en los proyectos de mejora del otro, naturalmente acompafiados de Jos correspondientes de automejora personal. Ha de ser recalcada la singular imporrancia de conseguir por parte de los jévenes la conquista de un minimo de madurez personal que les permita reconacer objetivamente las cualidades del otro sin idealizaciones ni conformismos derrotistas. Sobre la base de que la «media naranja» perfecta cs un producto utdpico, también lo es el de «cualquiera» 6 Rodrigo Sancho sirve. La realidad personal de los posibles enamo- rados ha de estar contenida entre ambos extremos y ha de ser reconocida como valida por cada cual. Satisfaccién de necesidades La cleccién deberd practicarse sobre la base de la satisfaccién simulténea de él/ella en los tres planos conocidos de 1a realizacién del amor. Es Ja manera de obviar las aberraciones derivadas de la reduccién del amor segtin las lineas separadas de la — Corporalidad — Afectividad — Espiritualidad expresables, respectivamente, en términos de — Genitalismo (ampliamente difundido en la sociedad permisiva) — Sentimentalismo (poco corriente en la ac- tualidad) — Psicologismo (referible a personas «desen- carnadas») de cuya inviabilidad existencial nos ocuparemos al tiempo de las Patologias del amor. Es innegable que el primer impacto del proceso amoroso proviene més frecuentemente del lado de Caiterios de eleccién @ Ia corporalidad, por ser lo inmediatamente apre- hensible. Bajo este mismo prisma, sigue el proce- dente de la Afectivided, para quedar, en ultima instancia, quizé el més determinante del éxito del amor, por ser ontoldgicamente el de mayor enti- dad: la influencia superior del todo psicoldgico y racional humano, contenido en la Espiritualidad de la persona. La proporcién equilibrada de las tres aporta- ciones encierra, seguramente, la clave de la feli- cidad. Acaso el origen de tantas frustraciones —como se ha sugerido anteriormente—_ puede atribuirse a un contenido psicolégicamente into- lerable de los radicales biolégicos; seguido de cer- ca de los afectivos y ya, de lejos, por los racio nales, En resumidas cuentas, él y ella tendrén que reunir las condiciones siguientes: a4 3° La capacidad reciproca de comprenderse. Desde esta base: a) uno y otro habran de esti- mar, como tentacién a rechazar, toda insinuacién exterior a ellos que oftezca aparentemente més posibilidades: serfa caer en una serie de trampas in fin; B) ély ella habrén de gozar la seguridad suficiente de ser justa, precisa y exclusivamente «el uno para el otro», del todo y para siempre, protagonistas de la historia més repetida y més nueva, la del amor hombre-mujer. 68 Rodrigo Sancho Principio de complementariedad El principio de‘ complementariedad ha de in- cluir analogias y discrepancias, de tal manera que resulte una nueva unidad superior mas rica y valio- sa que la de las individualidades originales. El amor es, simulténeamente, resultado del cono miento reciproco y fuente de conocimiento. Exis- tencialmente, es un proceso bipolar cuyos extre- mos se realimentan mutuamente, permitiendo de- tectar las cualidades complementarias del yo y del ti para dar lugar a un nosotros. La «semejanza», de Tillich, no ha de confun- dirse con la identidad y menos como un antago nismo contradictorio. Es decir, la atracci6n amo- rosa interpersonal, no puede entenderse en térmi- nos de igualdad de caracteristicas personales, tra- ducible en un falso se aman los iguales; ni en tér- minos de caracteristicas personales opuestas, resu- mible en el todavia més falso concepto de que en el amor, se atraen los opuestos. El primer caso, es decididamente inexistencial porque cada ser es Yinico e irtepetible; del segundo, no puede salir el amor, cuando se entienden las caracteristicas opuestas como contradictorias, lo que llevarfa a una cadena ininterrumpida de fricciones que impediria, en la prdctica, que se llegara a producir un acople- miento, efectivo y feliz, en los ambitos de la Afec- tividad y de la Espiritualidad. En consecuencia, la semejanza habr4 que entenderla como comple- mentariedad, con un claro contenido en analogtas que permitan el ajuste profundo de las personali- Criterios de elecciéa o dades y en discrepancias que enriquezcan el espec- tro personal psicolégico-humano de él/ella con tal de que no lleguen a ser intolerablemente antagé- nicas, permitiendo, en consécuencia, un crecimien- to dialéctico del proceso amoroso. El conocimiento: causa y efecto del amor Unas y otras no tienen caracteres de valores ab- solutos sino relativos respecto de un yo y de un tii concretos, por lo que, analogias y discrepancias, han de ser descubiertas por el conocimiento deri- vado de su propio amor, de tal manera que, un ctiterio vélido sobre si se quiere 0 no a un tt, seré la capacidad del yo para conocerle. Exacta- mente estamos queriendo decir que el amor pre- cede aqui al conocimiento y que no es consecuen- cia necesaria de un anélisis intelectual de posibili- dades, sino causa de conocimiento, Conocen los que aman porque el amor es, in- comprensiblemenie, antes que el conocimiento y, conociendo, aman més: es la realimentacién re- cfproca y simulténea de un proceso bipolar volun- tad-intelecto, amor-conocimiento. Este es el tre- mendo misterio del amor, nunca reductible al re- sultado del ajuste de posibilidades ejecurado por una computadora con frialdad matematica libre de error. El amor es un proceso indeterminado, al que no accede nmds que los seres libres, raciona- les y trascendentes, en el que se gastan libremen- 70 Rodrigo Sancho te su libertad. De aqu{ su misterio y su inefabi- lidad. También se derivan de aquf las posibilidades de error en la eleccién porque se puede confundir con amor lo que sdlo es una fuerte atraccidn ins- tintiva. Este extremo ha de resolverlo cada yo y cada ti. Si el amor es «don y tarea encomendada», corresponde a él/ella ver las posibilidades recipro- cas de conocimiento para su desarrollo como «ta- rea». Si no las hay, el «don» seré puro espejismo. Segunda parte Las edades del amor

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