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INDICE
Staff 18 J es por... D es por…
Índice 19 Problemas
Sinopsis 20 Mandona
1 De nuevo tu/ tú de nuevo 21 Chico de calendario
2 Si no te importa 22 Camino tortuoso
3 Deshazlo 23 Eje de transmisión
4 Conocimientos prácticos. 24 Rojo y azul 4

5 Instinto de supervivencia 25 Pacto con el diablo


6 Invernadero 26 Hay una serpiente en mi bota
7 Chica de granja 27 No olvides venderla
8 Tonterías 28 Pertenencia y otras mentiras
9 Déjate sorprender 29 Somos unos imbéciles
10 Sin cabras 30 Solo un favor
11 Probablemente este tejiendo 31 Un poco de esto
12 Kevin 32 Salida francesa
13 Mother Heifer Epilogo
14 Bonita en rosa Friends with benedicts
15 Fiesta de pijamas Agradecimientos
16 ¡Pam, pam! ¡Pam, pam! Obras de de Staci Hart
17 Alturas Sobre la autora
SINOPSIS
livia Brent tiene un verano para salvar la granja lechera que

acaba de heredar.
Pero hay un problema, y no es su intolerancia a la lactosa.
Jake Milovic.
El melancólico granjero ha heredado exactamente el cincuenta por
ciento de la Granja Brent, y está tan convencido de que la chica de ciudad
5
no puede trabajar la tierra, que apuesta a que no puede salvarla en un
verano.
Decidida a demostrarle que está equivocado, Olivia acepta lo que
podría ser la apuesta más tonta de su vida.
Su estrategia para ganar parece sencilla: seguirla a todas partes,
distrayéndola sin camisa entre los ataques de burla implacables. Y es
eficaz: si sus ojos oscuros y sus raras sonrisas no son suficientes para
distraerla, la topografía sudorosa y ondulante del cuerpo del hombre
bestia lo conseguirá.
Lo que no saben es que tendrán que resistir más que el uno al otro.
Circunstancias misteriosas desordenan la granja, y con la granja
lechera en peligro, Olivia y Jake tienen que trabajar juntos. Pero cuando
lo hacen, hay más miedo de lo que ninguno de los dos imaginaba.
Porque ahora sus corazones están en juego, y la granja no será la
única víctima si fracasan
6
Un gruñido muy poco femenino salió de mí.
Cada músculo se activó mientras sacaba una ridícula maleta rosa de
la cinta de equipaje del pequeño aeropuerto. Mis pies se mantenían firmes. 7
Mis glúteos eran lo suficientemente duros como para hacer rebotar una
moneda. Mis hombros se tensaron, los abdominales se apretaron y los
dedos ardieron.
Era más de lo que había entrenado en un año.
En ese momento, me replanteé todo lo que había empacado para
volver a California, aunque había estado absolutamente segura de que cada
prenda era necesaria cuando empaqué. Pero cuando trastabillé hacia atrás
por la fuerza de perder finalmente mi equipaje, me cuestioné las botas de
lluvia. Los overoles. Y toda esa tela escocesa.
Hacía diez años que me había mudado de la granja de mi abuelo y
dos que no estaba en casa. Mi vestuario neoyorquino no servía, tenía que
dar la talla. Y “la talla” exigía cuadros escoceses.
La peor parte de crecer en una granja lechera era ser intolerante a la
lactosa.
Al crecer la mantequilla y nata, helado y queso, depósitos repletos de
leche. Fueron algo inevitable, y como niña dulce e inocente que no tenía ni
idea del trágico destino que le esperaba a mi sistema digestivo, no tuve que
escapar de eso. Recuerdo haber tomado a escondidas trozos de queso de la
cremería y haber comido hasta enfermar en el granero. O sentada frente a
mi abuelo, con un brownie caliente y un vaso de leche fresca ante nosotros,
con el sonido de los grillos flotando a través de las ventanas abiertas de la
granja.
Estos días, era leche de almendras y queso de soya, margarina y
sorbete. Había abandonado la nata y optaba por tomar café puro, lo que me
hacía sentir como una verdadera ruda, algo nada fácil a pesar de medir
metro y medio, tener el cabello del color de un centavo y suficientes pecas
como para encontrar constelaciones. Era tan malvada como una toalla de 8
papel, un conejillo de indias o una zanahoria. O un conejillo de indias sobre
una toalla de papel comiendo una zanahoria.
Cuando las ruedas de la maleta estaban en el resbaladizo suelo de
baldosas en la diminuta sala para recoger equipaje, me aparté el cabello de
la frente húmeda y busqué en la cinta mi otra maleta.
Era de un tono rosa tan ridículo como el de la maleta en la que me
apoyé para recuperar el aliento, un tono chillón, más apropiado para una
niña que para una mujer. Nada menos que una neoyorquina. Pero no me
atreví a frenar la atracción por el color. Era un color que aportaba alegría
al instante; no se podía llevar una maleta tan viva y esperanzadora sin tener
la clara impresión de que todo iría bien, independientemente del lugar al
que fueras.
Incluso a un funeral.
La enorme maleta de plástico dobló la esquina en la cinta como una
brillante gomita. Al verla, me puse de pie y me acerqué. Recordando mi
maleta detrás de mí, lancé una mirada sospechosa a las personas que
estaban cerca, observando su distancia y atención. Pero nadie me prestó
atención a mí ni a mi maleta. Probablemente pensaron que la maleta estaba
llena de pegamento con brillantina y peluches de unicornios.
No es que las botas de lluvia rosas fueran mucho mejor.
Me preparé mientras la maleta se acercaba, desarrollando una
estrategia para dominar el peso, esperando tener suficiente margen para
arrastrarla fuera de la cinta. Con una respiración fortificada y los labios
apretados con determinación, alcancé el asa y tiré con todas mis fuerzas, lo
que me permitió volcarla.
Un par de manos muy grandes y cuadradas se deslizaron en mi
maleta. 9
—Espera, déjame ayudarte con...
—Ya lo tengo —resoplé, moviéndome para ponerme de espaldas a
él.
Con otro impulso, tiré, inclinándome hacia atrás con la esperanza de
que mi peso me ayudara, pero la gravedad tenía otros planes. Volvió a
golpear el cinturón con suficiente fuerza como para llamar la atención de
todos los presentes. La gente se apartó del camino mientras yo caminaba a
su lado, como un prisionero encadenado por mis manos en el asa.
El señor Manos Cuadradas se rió y me rodeó, alcanzando de nuevo la
maleta.
—En serio, te vas a hacer daño. Déjame...
—He dicho que lo tengo —disparé, dispuesta a darle un pisotón o una
patada en la espinilla si no se retiraba. Pero entonces, levanté la mirada.
Cuando Kit, la cocinera, me dijo que habría alguien ahí, la esperaba a ella,
no a la enorme extensión de Jake Milovic.
Sus manos no eran lo único cuadrado –o grande– en él. Mis ojos
sedientos absorbieron la vista, catalogando cada detalle, observando lo que
había cambiado y lo que no había cambiado en los años transcurridos desde
que vi a Jake, la mano derecha de mi abuelo. Era una bestia de hombre,
tan alto que sólo le llegaba a su amplio pecho. Pechos cuadrados, anchos y
sólidos como sus pezones bajo su camiseta gris brezo, que era casi
demasiado pequeña. Tan pequeña que rozaba lo pornográfico.
Era indecente, en realidad.
Sus hombros también eran cuadrados, fuertes, rectos y majestuosos,
y entre ellos se alzaba su cuello, cargado con más músculos. Músculos
sobre músculos, con más fuerza de la que debería tener cualquier ser
humano, pero no la suficiente como para que me pareciera antinatural o
innecesaria. Mi mirada se detuvo en su mandíbula, que al instante decidí 10
que era mi cuadrado favorito: marcado y fuerte, masculino y sombreado.
Esa mandíbula enmarcaba un atisbo de sonrisa en unos labios anchos.
Había besado esos labios, hace tiempo. Pero el niño que había sido
dueño de esos labios había desaparecido, sustituido por un hombre que
parecía pertenecer a un antiguo campo de batalla, empuñando un mazo y
vestido con piel. Incluso la palabra hombre parecía demasiado sosa,
demasiado fina para describirlo. Era un oso, pardo y salvaje, que se paseaba
solo por el bosque.
Ese era el Jake que yo recordaba. Me pregunté qué recordaría él de
mí.
Sus ojos brillaban de diversión, nítidos y salpicados de verde y
marrón, como la primera vuelta de las hojas en otoño.
—¿Jake? —dije estúpidamente, sin darme cuenta de que había dejado
de moverme hasta que la maleta me hizo perder el equilibrio.
Se movió con más gracia de la que un hombre de su tamaño debería
haber sido capaz, atrapándome de alguna manera con un brazo y
levantando mi maleta con el otro. Me encontré metida en su pecho e inhalé
con avidez, cerrando los párpados y llenando mis sentidos. Olía a pino y a
heno, a madera vieja y a tierra arcillosa. Olía como si estuviera hecho del
bosque, de la tierra y del aire salado del mar.
Olía a hogar.
Su mano era tan grande que abarcaba la parte baja de mi espalda, me
sujetaba mientras nos hacía girar como si estuviéramos bailando. Por un
momento, cuando me soltó, me quedé muda, parpadeando.
Una de sus cejas se alzó con la comisura de sus labios, sólo un
parpadeo, sólo un vistazo. 11
—¿Estás bien?
—Por supuesto, estoy bien —solté, sonriendo—. ¿Estás bien? No has
tirado nada, ¿verdad?
—Creo que estoy bien —dijo, levantando mi maleta con una mano.
Sus bíceps se convirtieron en una montaña, con venas que corrían como
ríos por sus antebrazos y manos—. ¿Esa también es tuya? —Señaló con la
cabeza a la maleta gemela.
—¿Cómo lo has adivinado?
Jake me miró de reojo, con la comisura de la boca todavía un poco
más alta que la otra.
—Pensé que el rosa sólo era una fase. —Me encogí de hombros para
cubrir mi ego herido.
—Es el color de mi firma.
—Ya lo veo —dijo, agarrando la otra maleta por el asa sin dejar de
avanzar.
—Tiene ruedas, sabes. —Extendió una para inspeccionarla.
—Claro que las tiene —señaló y siguió caminando hacia la salida.
Atravesamos las puertas corredizas hacia el aparcamiento del
aeropuerto Humbolt, que se encuentra en medio de Nowhere, California.
El aire fresco y primaveral nos envolvía, llevando su olor en la corriente de
aire.
Dios, había crecido. A los dieciséis era demasiado grande para su
edad, pero, según mi criterio, le había crecido casi 30 centímetros la
anchura de los hombros. Cuando se presentó en la granja buscando trabajo
a los dieciséis años, el abuelo no se lo pensó dos veces. Todos teníamos 12
claro que Jake no tenía adónde ir, así que lo recibió y cuidó de él como lo
había hecho conmigo cuando murieron mis padres. A su vez, Jake dejó la
piel por el abuelo, se ganó cada parte de su alojamiento, comida y algo más.
Por supuesto, nos conocimos ese verano, al final del cual me fui a Nueva
York a vivir con mi tía. Jake se quedó en la granja indefinidamente, y yo
me alegré de su presencia. Excusaba mi culpabilidad por haber dejado al
abuelo.
Un fuerte tirón en el pecho me hizo llevar la palma de la mano al
lugar, seguido por el familiar escozor en las comisuras de los ojos. Las
lágrimas nunca estaban lejos en estos días, el interminable manantial
siempre surgiendo sin previo aviso. Estaba en el trabajo cuando Kit me
llamó para decirme que se había ido. Al salir de la oficina, presenté mi
dimisión en la empresa de marketing de mi tía. Fui a casa y preparé una
maleta. Y aquí estaba.
Jake se detuvo y yo me estrellé contra su espalda, rebotando contra él
como una pelota de goma. Sin inmutarse, me miró por encima del hombro.
—¿Segura que estás bien?
Agité una mano e hice un ruido de desacuerdo.
—Por favor. Me topo con paredes todo el tiempo.
Una risita silenciosa lo abandonó. Recogió una de las maletas como
si estuviera vacía y la depositó en la parte trasera de su viejo Chevy.
Un silbido bajo se me escapó mientras inspeccionaba su camioneta.
—¿Una K20 del 67? Vaya, sí que es bonita, Jake. —Pasé una mano
por la brillante franja crema, nítida contra el rojo fuego—. ¿La has
levantado?
—Sólo un par de centímetros —dijo, depositando la otra maleta con
un golpe—. No me imaginaba que fueras una experta en engranajes. 13
—Me crié en una granja, ya sabes —bromeé, sin inmutarme—. Al
abuelo le encantaba su viejo Chevy. Cuando era pequeña, le ayudaba a
arreglarlo, a cambiar piezas. Pensó que era importante que yo supiera a
temprana edad la diferencia entre una llave y un socket.
—Es un conocimiento útil. No es que tengas la oportunidad de usarlo
en la ciudad.
Algo en la forma en como dijo ciudad, como si fuera basura de una
semana, hizo que frunciera los labios. Pero le seguí la corriente cuando se
subió a la camioneta, deslizándome a su lado. El asiento de cuero era
mullido y, con una sonrisa, lo probé. Me miró cuando el chirrido de los
resortes alcanzó su límite de tolerancia.
El calor se apoderó de mis mejillas. Me abroché el cinturón de
seguridad cuando él giró la llave y la camioneta cobró vida a nuestro
alrededor.
Jake no dijo nada mientras daba marcha atrás y nos sacaba del
aparcamiento. No era ese tipo de silencio cómodo y agradable. Era
incómodo, cargado de pensamientos y vacíos.
No estaba acostumbrada a este tipo de silencio. Inicié una docena de
conversaciones en mi mente, pero no pude encontrar los medios para hablar
realmente. En lugar de eso, interpreté cada conversación hacia un callejón
sin salida, porque tenía la sensación de que era ahí donde iría. A ninguna
parte.
No era como si alguna vez hubiera sido de otra manera. En realidad,
no sabía por qué siempre me habían acobardado sus juicios silenciosos o
su falta de habilidades conversacionales. Era y siempre había sido el
granjero melancólico, el caballo de batalla silencioso. El lobo solitario y
todo eso. 14

Para él, yo era la misma chica tonta con las maletas rosas que había
abandonado la granja todos esos años.
Él mismo lo había dicho hace unos años, cuando vine a casa a ayudar
después de que el abuelo se rompiera la pierna. El abuelo me dijo que me
regresara, que todo estaba bien. Jake insistió en que debía quedarme, que
me necesitaba. Yo argumenté que el abuelo me lo diría si eso era cierto. Y
Jake me había acusado de abandonar la granja antes de volver a mi vida en
Nueva York.
Había pasado los últimos días arrepintiéndome de esa elección con
cada doloroso latido del corazón.
Le eché un vistazo rápido, trazando las líneas escarpadas de su perfil
con mi mirada. No estaba equivocado. Pero estaba aquí para corregirlo,
para expiarlo haciendo lo que debería haber hecho hace años: dejarlo todo
para cuidar de la granja.
No sabía por qué había pensado que Jake se comportaría de forma
diferente a como lo hacía siempre. Tal vez esperaba que fuera diferente por
lo totalmente afectada que estaba por él, mi recuerdo palidecía al lado del
real. O tal vez quería que él quisiera hablar conmigo. Tal vez quería
conectar.
Jake era como un nieto para mi abuelo, lo que nos convertía a él y a
mí en la única familia que mi abuelo tuvo al final, mi última conexión con
el hombre que me había criado. Pero Jake no parecía querer hablar
conmigo, y ese conocimiento me hacía sentir desesperadamente sola.
Todos estos años, había estado firmemente en la otra costa,
trabajando en el empleo de mis sueños, utilizando mi título en
comunicaciones para trabajar en los medios sociales en la empresa de
marketing de mi tía, diciéndome a mí misma que mi ausencia de la granja 15
no se sentía, que sólo estorbaría, que tenía tiempo. Pero me había
equivocado, y ahora era demasiado tarde.
Las lágrimas volvieron a aparecer, casi con demasiada fuerza como
para detenerlas, detenidas sólo por un sólido pellizco en mi muslo y una
larga y dura mirada a la nada por la ventana. Casi inmediatamente,
estábamos en el campo, el cielo sin nubes y el sol golpeando la camioneta,
calentando la cabina como un invernadero. El sudor me recorrió la nuca, la
frente y la columna vertebral. Una gota de sudor rodó entre mis pechos y
mi sujetador, y me acerqué a la manija de la ventanilla en el mismo
momento en que él se acercó al aire acondicionado.
Me adelanté a él y bajé la ventanilla con gusto, deleitándome con la
sensación del aire fresco de la costa contra mi piel sobrecalentada. La
corriente me agitó el cabello hasta convertirlo en un tornado cobrizo, rizado
y salvaje, y lo recogí buscando en mi bolso una liga de cabello.
Un mechón se soltó, retorciéndose hacia la ventana, y la visión del
rojo brillante contra el cielo azul y las hierbas onduladas que se extendían
a su encuentro me hizo pensar en el abuelo. En los días de verano en su
camioneta con las ventanillas abajo y escuchando a Merle Haggard en la
vieja radio. Estaba en casa, y este lugar estaría siempre ocupado por mi
abuelo. Estaba aquí, en todas partes, susurrando en el viento, viviendo en
el calor del sol.
El peso de mi soledad se desvaneció por la ventana, el peso de mi
corazón se alivió. Suspiré y me recosté en el asiento con los ojos puestos
en el horizonte, donde el azul se encontraba con el verde.
Tardé un momento en darme cuenta de que Jake me estaba
observando, y cuando me giré para encontrar su mirada, quedé impactada.
Fue sólo un segundo, un segundo fugaz y aleatorio, pero vi la honestidad 16
de su propio dolor, de su pérdida, grabada en las líneas de su rostro, en la
profundidad de sus ojos. Porque no era sólo yo quien había perdido a la
persona más importante de su vida. Él también lo había hecho.
Así que decidí en ese momento que no importaba que no quisiera
hablar conmigo o que fuéramos prácticamente extraños. No importaba si
no quería conectarse. Porque me necesitaba tanto como yo a él. No
sobreviviríamos los próximos días el uno sin el otro.
Estábamos juntos en esto, le gustara o no.
—¿Cómo esta Kit? —pregunté, decidiendo que una charla sin
importancia era mejor que el silencio.
No contestó de inmediato, sus ojos en la carretera y su rostro se
tensaron casi imperceptiblemente.
—Tan bien como te imaginas.
Esperé a que dijera más. Como era de esperar, no lo hizo.
—¿Cuántas bandejas de galletas ha horneado por estrés?
Eso me hizo sacarle una sonrisa, por pequeña que fuera.
—Unas cincuenta. Se podría pensar que está alimentando a un
ejército. Pero se han amontonado. Ninguno de nosotros tiene ganas de
comer.
—No —dije en voz baja—. No lo creo.
Sus ojos se dirigieron a mí y luego volvieron a la carretera.
—Creo que está planeando llevar una canasta al VA más tarde, si
quieres ir con ella.
—Creo que sí. —Hice una pausa, considerando lo que me esperaba
en los próximos días—. No sé si estoy preparada para esto. Para todo. 17
—Ninguno de nosotros lo está. No estarás sola en eso.
Ese pensamiento fue una brasa de esperanza en mi pecho. Pero antes
de que pudiera responder, la apagó.
—¿Segura que no has traído muchas maletas para un fin de semana?
—Eso es porque me voy a quedar unas semanas. —En ese momento,
me lanzó una mirada. Una mirada acusadora y posesiva.
—¿Por qué?
—Porque es mi casa —respondí con el ceño fruncido—. Porque
quiero pasar un tiempo con mis recuerdos.
Porque estoy a punto de heredar la granja, y no estoy muy segura de
lo que eso significará.
Me lo guarde para no molestarlo. De repente, tuve la sensación de
que no iba a estar muy contento de trabajar conmigo, y eso era alarmante.
No había manera de que pudiera dirigir la granja sin Jake.
Se quedó en silencio, pero no presionó. Por supuesto, tampoco
reconoció lo que había dicho.
—Kit tiene todo preparado para ti, y el abogado del abuelo se reunirá
con nosotros en la casa. Está ansioso por hablar contigo sobre el
testamento. ⸺Tragué con fuerza.
—¿Ahora? ¿Tan pronto? ¿No puede esperar hasta... después?
La mandíbula de Jake se flexionó hasta que el músculo se abultó
como una canica.
—Probablemente, pero insistió en verte en cuanto llegaras.
Con una larga exhalación, me senté, sin darme cuenta de que me
había enderezado. Mi mirada se posó en la cerradura de la guantera
18
mientras procesaba que estaba a punto de lidiar con un negocio para el que
no estaba lista. La granja no había ido bien, y yo tenía muchas ideas sobre
cómo cambiar las cosas, ideas que esperaba que Jake me ayudara a poner
en práctica.
Pero no estaba preparada. No quería la granja ahora mismo, todavía
no. No hasta que tuviera la oportunidad de despedirme.
Una oleada de lágrimas me amenazó una vez más, y esta vez no pude
detenerlas. No pude aliviar la opresión de mi pecho ni el nudo de mi
garganta. No pude calmar el escozor de mi nariz ni el dolor que se
desplegaba al llenar mis pulmones.
Porque mi abuelo se había ido. Se había ido y yo estaba sola de nuevo.
La pérdida de mis padres siempre me había atormentado, pero sólo
los recordaba en fugaces fragmentos. En recuerdos que no podía estar
segura de que fueran reales o reconstruidos a partir de historias y fotos.
Pero recordaba al abuelo. Recordaba cada noche que me arropaba, cada
libro que me leía. Cada tarea que se esforzaba en hacer por mí y cada noche
contando luciérnagas en el porche. Lo recordaba todo con una prisa feroz,
como si mi dolor desenterrara todo lo que me dolía sólo para usarlo como
combustible para derramar lágrimas.
No pude ver por las lágrimas en mis ojos, así que cerré los ojos.
Contuve la respiración, sofocando el jadeo de mis pulmones lo mejor que
pude. Lo cual no estaba muy bien.
—Todo va a estar bien, Livi —dijo, con su voz áspera como la
grava—. Si Frank me enseñó una cosa, fue que siempre hay esperanza. En
la noche más oscura, en lo más bajo, siempre hay esperanza.
Se me escapó un sollozo, y lleve mi mano a los labios para detenerlo.
Y sin pensarlo, me deslicé por el asiento y me puse a su lado, colgándome
de su brazo como un ancla. Se puso rígido por la sorpresa, dejando sus 19
manos en el volante mientras resolvía qué hacer conmigo. Cuando no me
solté, cuando mis lágrimas empaparon su manga, se ablandó y se movió
para acercarme a su pecho, abrazándome con su enorme brazo y esa mano
cuadrada en mi hombro. Y lloré. Me estremecí, con la cara enterrada en su
pecho, con su camisa apretada en mi mano. En ese momento, me quedé
desnuda, expuesta y deshilachada después de dos días de intentar
contenerlo todo.
Porque nadie en este mundo me entendía como Jake. Ese hecho era
tan reconfortante como doloroso.
Cuando por fin recuperé el aliento, me aparté y me limpié las mejillas
y la nariz.
—Lo… lo siento —balbuceé, volviendo a mi lado del asiento.
—No te disculpes nunca por echarlo de menos —dijo.
Y cuando nuestras miradas se encontraron, decidí que no lo haría.
En el segundo que Jake entro al largo camino de tierra de la granja,
la visión del hogar me inundó.
Por un momento, me quede sin aliento, con las mejillas manchadas 20
de color, y mis ojos llenos de lágrimas que acababa de ocultar. Robles
antiguos bordeaban el camino, llegando a entrelazar cien años de
crecimiento, solo para poder tocar sus ramas en un susurro. Las colinas se
extienden en todas las direcciones del valle, verdes y frondosas –en todas
direcciones, menos una. Detrás de mí en la distancia, más allá de la afilada
pared del acantilado, surge el Océano Pacifico, en donde la sal y el océano
se mezclan con la tierra arcillosa, besando mi piel y moviéndose por mi
cabello.
Mas allá de las copas de los árboles había un trozo de la granja, blanca
y nítida, orgullosa y sólida.
En dos años no ha cambiado nada, y dudo que otros veinte lo hicieran.
Fue la primera vista que tuve cuando niña, al subir este paseo con mi abuelo
después de que mis padres murieran. Mientras nos acercábamos, la casa
crecía, y los árboles caían en el olvido revelando la casa de la granja en
todo su esplendor. El porche estaba envuelto con mecedoras, y una banca
columpio que se movía con el viento. El alero estaba revestido como los
techos de las casas de jengibre, y tenia una ventana de ojo de buey en el
ático. La puerta antigua que necesitaba una capa de pintura. La camioneta
de mi abuelo en su lugar a lado de la casa, como si estuviera esperando
dentro para verme.
En el momento que la mano de Jake tocó la palanca para aparcar, Kit
salió de repente de la casa como una sonrisa en su rostro y lagrimas en los
ojos mientras se acercaba a mí. Apenas tuve tiempo de bajarme de la
camioneta cuando unos brazos me envolvieron en un abrazo que olía como
Navidad, me sentí como si me hubiera tragado un malvavisco.
Me acunó, llevándome más hacia ella.
—Oh, pequeña. Oh, querida… —Su voz se quebró, y sus brazos
apretaron más fuerte—. Estas aquí. Estas aquí, y todo estará bien, lo 21
prometo. Te lo prometo —divagó, llorando en mi cabello mientras yo lo
hacía en su pecho.
Tardamos un minuto en recomponernos, pero cuando lo hicimos, se
inclinó hacia atrás, agarrándome de los brazos para poder mirarme bien.
—Luces tan mayor. Apenas y te reconozco. Si te hubiera visto de
pasada, juraría que eras tu madre.
Intento sonreír, pero todo le dolía.
—¿Como estas, Kit?
—Oh, estoy aquí y el whisky existe. ¿Estuvo bien tu vuelo?
—Digamos que estoy aquí y el whisky existe.
—Esa es mi chica —dijo riendo—, brindemos por eso tan pronto
como lidies con Jeremiah Polluck. Ese viejo loco me ha estado molestando
desde hace una hora. Creerías que está ciego, ya que no nota cuan ocupada
estoy preparando pasteles.
Jake resopló, pasando por un lado con mis maletas en sus manos.
—Y tú tienes que estar ciega para no darte cuenta de que está
enamorado de ti.
Kit puso los ojos en blanco.
—Está enamorado de mi comida. Y no va a ganar ningún punto
viniendo aquí hoy solo para abalanzarse en la pobre Livi en el cuanto de
llegó a casa.
Mi ansiedad se disparó ante el pensamiento de Jeremiah esperándome
aquí con el testamento de mi abuelo. No sabía que es lo que diría, pero
dado que yo era su ultimo pariente vivo, la respuesta parecía bastante
obvia.
22
De todos modos, no quería saberlo.
Eso era lo que pasaba por mi mente mientras Kit me tomó del brazo
para llevarme hacia la casa, hablando de cualquier cosa solo para llenar el
silencio, lo cual aprecio. Seguimos la amplia espalda de Jake, llena de
músculos que se estrechaban en su cintura, y luego hasta su considerable
culo, el cual estaba a la altura de mis ojos por un glorioso momento
mientras subíamos las escaleras.
Caminar por esa puerta fue otro recuerdo en un libro de recuerdos.
Me llegó el olor familiar de los pasteles horneados y el aroma que solo la
casa contenía, una amalgama de ciento veinte años. Era pino nudoso y
brasas ahumadas. Era tabaco de pipa y hierro antiguo. Eran olores que eran
más recuerdos que olores, como si la casa viviera y respirara en ese lugar,
y tuviera sus propias historias para contar.
El viejo Polluck saltó del taburete –lo que en realidad significa que
se deslizo, haciendo una pausa para estabilizarse– antes de dirigirse hacia
mí con un poco de rebote en sus pasos.
—Olivia —dijo, su triste rostro inundado de pena—. Lo siento
mucho, cariño. La pérdida de Frank se siente profunda y amplia, y de
verdad que lamento molestarte cuando ni siquiera te has establecido, pero
Frank fue muy claro con sus instrucciones. Y como su ejecutor
testamentario, tuve que venir.
Una vez más intenté sonreír, pero fracasé una vez más.
—Gracias, Sr. Polluck.
Hace un gesto con la mano.
—Oh, me has llamado Jeremiah desde que eras una cosita con las
piernas el doble de largas que el resto de ti. No te detengas ahora, me harás
sentir mi edad. —Alisó su corbata sobre su barriga como si quisiera
enderezarse. 23
Jake se aclaró la garganta y se dirigió hacia las escaleras con mi
equipaje.
—¿Quieres que deje estas en tu antigua habitación?
—Hijo. —Jeremiah comenzó—. También te necesitaré aquí.
Jake se detuvo a medio camino, ladeando la cabeza en confusión.
—¿Para qué me necesitas?
—Ven aquí y siéntate, te lo diré.
Los ojos de Kit iban y venían entre nosotros mientras nos
aproximábamos a la cocina.
—Pondré algo de café. —Ofreció, apresurándose para mantenerse
ocupada y así no explotar.
No puedo decir que la culpe. Habría dado cualquier cosa por una lista
de cosas para hacer.
Me siento en la mesa, con Jake a lado mío. Jeremiah lo hace en el
otro lado de la mesa para quedar frente a nosotros con su antiguo maletín
en la mano, y después en la mesa, chirriando cuando lo abre. La baraja de
papeles precedió a la conversación que cambiaría la vida de todos en esta
habitación de una forma u otra.
—Primero, estos son para ustedes. —Jeremiah extendió las manos,
sosteniendo una carta en cada mano.
Tomé la mía con cautela, mis ojos empañándose una vez más ante el
nombre de mi abuelo escrito a mano en el sobre.
—¿Tenemos que leerlas en este momento? —preguntó Jake con la
voz tensa.
—No, esas son para que las lean cuando ustedes deseen. —Tomó aire 24
y se enderezó lo mejor que pudo por poseer una espalda torcida—. Hace
unos años, Frank actualizó su testamento. No creo que les sorprenda que
todo su dinero se relaciona a la granja. Y este activo es su herencia. —Sus
ojos reumáticos se posaron en mí, y después en Jake.
Jake frunció el ceño, parpadeó, me miró, y después a Jeremiah.
—Te refieres a Olivia.
—Me refiero a ambos.
Pasó un momento de silencio lleno de preguntas. Y con el llegó mi
alivio. Mi único chance de éxito con la granja estaba en las manos de Jake,
que era una ayuda en la que no estaba segura de poder confiar hasta este
momento en la que sus apuestas se convirtieron en las mismas que las mías.
Jeremiah buscó en su maletín, sus manos volviendo a la vista con
paquetes idénticos que nos pasó.
—El testamento de Frank Brent establece que la Granja Lechera Bren
será distribuida en partes iguales en su totalidad a ustedes dos, al cincuenta
por ciento, con la excepción de la casa granja, que es completamente de
Olivia. Lo que hagan con ella depende exclusivamente de ustedes, pero
Frank se aseguró de que tuvieran que reunirse para decidir.
Jake asintió.
—Eso es fácil. Olivia no se va a quedar, así que yo sustituiré a Frank,
y ella solo puede recoger su sueldo. —Me miró con su cara de estúpido,
guapo y despistado—. Eso funcionará, ¿cierto?
—No, eso no funcionará —dije, mis mejillas ardieron y mi cerebro
estaba listo para pelear—. No me voy a ir.
Su rostro se torció en señal de confusión. 25
—¿Vas a vivir en la granja? ¿Qué más vas a hacer aquí?
—Voy a trabajar.
—¿Trabajaras de manera remota tu trabajo de Nueva York?
—Renunciaré así puedo trabajar aquí.
—¿Aquí? —Un arrogante estallido de risa me golpeó como una
bofetada en la cara—. No sabes lo más mínimo sobre la gestión de la
granja.
—Tal vez no sobre las vacas y el heno…
—¿Qué más hay por saber?
—Redes sociales. Boletines de noticias. Nuestro sitio web no se ha
actualizado desde hace quince años.
Se puso rígido.
—No necesitamos nada de esas cosas de internet.
—Esas cosas de internet son la manera en la que se gestionan los
negocios de ahora, tanto si crees que lo necesitamos como si no.
El único reconocimiento fue un ruido burlón antes de que cambiara
de tema.
—¿Para qué sirve una granja? Te apuesto a que no puedes recordar
como ordeñar una vaca. Infiernos, no puedes ni siquiera beber un vaso de
leche.
Lo miré como si tuviera varias cabezas.
—Eso no significa que no quiera ser parte de la gestión del negocio
familiar. No puedo creer que esperaras que la entregara sin luchar. No
puedo creer que creíste que me iría.
26
—¿Por qué no? Ya lo hiciste antes.
El calor de mis mejillas se encendió.
—Él abuelo me dijo que me fuera.
—Tu sabías que no debías creerle. Era su orgullo, pero habrías
tomado cualquier excusa para irte. Te alejaste. Te fuiste, Olivia, y no
regresaste. No estabas siendo noble, no pretendas lo contrario. —Antes de
que pudiera decir algo, se recompuso y volvió a intentarlo—. Escucha,
nadie espera que te quedes. Deja que me encargue de la granja y ve a casa.
Sabes que me haré cargo, así que solo vuelve a Nueva York, donde
perteneces.
—No —dije en voz baja, pero con voz temblorosa—. Tenemos que
decidirlo juntos, no me iré a ningún lado.
Respiró hondo por la nariz, con los ojos entrecerrados y molestos.
—No voy a pasar mis días peleando contigo, eso es exactamente lo
que será: una pelea. Se lo que hago, así que déjame hacer mi trabajo sin
interrupciones.
—Solo será una pelea si la conviertes en eso —señalé.
Entrecerró los ojos cuando se tragó un argumento.
—¿Qué hace falta para que me lo entregues?
—¿Cómo puedo responder a eso cuando ni siquiera he tenido la
posibilidad de intentarlo?
Una pausa, el tiempo marcado por la contracción de ese músculo en
su mandíbula.
—Bueno… —comenzó Jeremiah, aclarándose la garganta y 27
moviendo cosas en su maletín sin ningún propósito—. No tienen que
decidirlo ahora mismo. Olivia, tu abuelo quería asegurarse de que tuvieras
tiempo de hacer los planes necesarios una vez que decidieras qué hacer.
Así que tomate tu tiempo. Pasa por lo que está por venir. Estará aquí
esperando. —Cerró su maletín con un chirrido y un chasquido de los cierres
metálicos—. Llámame si puedo ser de ayuda.
Cuando se levantó, nosotros también lo hicimos. Pero antes de que
pudiera ofrecerle acompañarlo a la salida, Jake lo alejó, los dos hablando
como si yo no estuviera allí. Los miré a la espalda con una dolorosa
incredulidad que me lamia las costillas.
Jake estaba indignado, y escandalosamente presuntuoso. Su sorpresa
ante mi voluntad de quedarme me confundió casi tanto como su rechazo.
Quería excusarlo, y por un momento, lo hice. Porque él no lo estaba
haciendo mejor que yo cuando se trataba de perder a mi abuelo. Porque su
mundo entero era esta granja, y su bienestar se había puesto sobre nuestros
hombros… o solo en los suyos, si le preguntas a él. Estaba a punto de
interrumpir ese mundo cuando había estado tan seguro de que no lo
consideraría solo porque era difícil.
Ese gilipollas santurrón pensaba que me tenía delimitada. Creyó que
era más de lo que podía manejar, pero estaba equivocado.
E iba a tener que probárselo.

28
En el segundo que le mostré la salida a Jeremiah, me dirigí
furiosamente hacia el viejo granero rojo con el pecho lleno de truenos.
De alguna manera, no había sospechado que ella querría algo que ver 29
con la granja, y el hecho de que lo hiciera, no se sintió bien. Fue una
invasión, una intrusión hecha por una extranjera que lleva maletas rosas.
Una extraña inculta en el camino de las cosas con grandes motivos para
entrometerse en las cosas que no entendía.
Para cambiar el lugar donde había pasado toda mi vida.
No es como que no hubiera sabido que ella heredaría la granja. Es
solo que asumí que volvería para el funeral, pondría sus asuntos en orden,
y me dejaría el resto a mí, como supervisor de la granja. Hay alguna
posibilidad de que pudiera mantener las cosas como eran, gestionarlas justo
como Frank lo hizo. Pero como si los últimos diez minutos fueran la
prueba, Oliva no permitiría que eso sucediera.
La única ventaja era que yo también heredé la mitad de la granja, así
que si no se va a ir, al menos podría detenerla.
Una sacudida de conmoción me atravesó. La mitad de todo lo que
amaba- todo lo que creí que tendría que entregar a Olía, era mío.
No se sentía real, no podría ser posible. No había conocido a mi padre,
pero todo lo que imagine cuando era un niño no es nada comparado con la
verdad de Frank Brent. Él era más que un padre para mí. Era un salvador,
un mentor. Era la cúspide indestructible e inmutable de una montaña que
se había derrumbado sin previo aviso, y que había cambiado mi perspectiva
por siempre.
Y pareciera que me había amado de igual manera como para haberme
dejado la mitad de su legado.
La mitad de este lugar era mío. Y no había ninguna posibilidad en el
infierno que permitiera a Olivia Brent arruinarla con su inexperiencia.
Estaba absolutamente seguro de que no había forma que ella pudiera
abordar la tarea que tenía ante sí. Olivia, quien había estado un puñado de 30
veces en diez años. Olivia, quien no podría levantar un rastrillo de heno si
su vida dependiera de un hilo. Su salida era tan inminente como nada que
haya existido.
Podría ver los resultados extendidos ante mi como una partida de
ajedrez. Se pasaría por la granja. Entendiendo cuan complejo era
manejarla. Entendiendo que a nadie le importaba la cuenta de Twitter de
una granja lechera. Se aburriría, se daría por vencida, daría media vuelta y
correría de vuelta a la ciudad donde pertenece, justo como siempre lo hizo.
Tal vez me habría sentido diferente si se hubiera quedado cuando se
lo pedí. En el pasado, fui lo suficientemente estúpido como para pensar que
podría hacer algún bien quedándose aquí, en primer lugar, volviendo por
el bienestar de Frank. Si él hubiera estado aquí delante de mí, se habría
reído ante tal sugerencia. Lo disimularía, agitaría la mano, e insistiría en
que ella estaba donde necesitaba estar. Pero lo conocía mejor que eso. Pase
con él suficientes atardeceres en el porche, observando la mirada en sus
ojos cuando hablaba sobre ella. Se sentía solo, y yo era una mala compañía.
De haberla tenido aquí, habría sido una bendición para él, una luz de alegría
en sus últimos años.
Pero no se quedó. No era lo suficientemente importante para ella
como para renunciar a su vida en Nueva York. Y por ende, tampoco lo hizo
por Frank.
Esta vez no sería diferente. Pero me dije a mi mismo que no tenía
nada de qué preocuparme. Ella no sobreviviría hasta septiembre antes de
que se aburriera y me dejará hacer mi trabajo sin interrupciones. Podría
sobrevivir a Olivia durante un verano.
Ya lo había hecho antes, aunque Dios sabe que nunca lo había
olvidado.
Sospechaba que tampoco olvidaría tan pronto este verano. 31
Mi palma golpeó la pequeña puerta lateral del granero con tanta
fuerza que golpeó la pared con un crujido y rebotó de nuevo hacia mí.
El viejo Mack se dio la vuelta, con los ojos desorbitados.
—Buen Dios, hijo —dijo, con las manos curtidas y temblando
mientras se quitaba la gorra de beisbol para limpiarse la frente—. ¿Qué
tienen tus calzoncillos?
—Lo lamento —disparé, sin sonar realmente apenado—. No quise
asustarte.
—No se necesita mucho —dijo riendo, y era verdad.
El veterano de Vietnam había estado sin hogar durante una década
después de la guerra, debido a su debilitante trastorno de estrés post
traumático. No podía encontrar –o mantener– un trabajo, pero Frank lo
trajo aquí, al igual que a todos nosotros. Le brindó un trabajo y un nuevo
comienzo. Salvó la vida de Mack.
Al igual que salvó la mía.
Me quité la camisa y la arrojé por encima de la valla del establo.
Ginger, la yegua dentro relinchó ante la intrusión.
La ignoré, agarré un rastrillo de heno y me puse a trabajar.
Por un momento, Mack me observó sacudir el heno, sentado en una
paca, conteniendo su respiración mientras yo lanzaba paja con más fuerza
y velocidad de la necesaria.
—Sabias que Frank le daría la granja —dijo finalmente.
Esa conmoción otra vez, agudo y rápido.
—Ese no es el problema. Ella no se irá.
—Oh —dijo con un tono difícil de interpretar— ¿Te despidió? 32

—Nop, porque Frank también me dejo la granja. Cincuenta-


cincuenta.
Hubo un silencio detrás de mi mientras clavaba el tenedor en el
montón.
—Bueno, que me parta un rayo. —Respiró—. Felicidades, hijo.
—Una pausa—. ¿Entonces cómo es que estas tan molesto?
—Es porque ella quiere trabajar en la granja aun cuando no sabe lo
que está haciendo —disparé, derramando la carga en el pequeño remolque
enganchado al todo terreno.
—Ya veo. —No sonó para nada sorprendido.
—Tuvo todas estas ideas sobre las redes sociales y quien sabe que
más. Quiere cambiar las cosas– sé que lo hace. Puedo oler la ciudad en toda
ella. Puede que alimentara pollos y ordeñara vacas cuando era una niña,
pero no conocía esta granja. Ella no sabe cómo es el día a día. No sabe lo
mucho por lo que hemos trabajado. Por lo que Frank trabajó. El infierno
tendría que congelarse antes de que le permita hundir lo que él construyó.
—Los cambios nunca son fáciles, Jake. Y habrá muchos cambios por
aquí ahora que Frank se ha ido.
Esa pesadez familiar se hundió en mis costillas.
Frank. Solo había una manera de dirigir este lugar y es exactamente
como él lo había hecho. Lo conocía lo suficiente como para saber lo que
haría en cualquier situación, y la mejor manera de honrarlo es actuar como
él lo haría. Todo lo que sea menos que eso sería una blasfemia. Seguro,
estábamos en números rojos, pero había cientos de maneras
convencionales para darle la vuelta. Y si alguna vez tuviera que dirigir esta
granja por mi cuenta, apostaría en ello. 33
No importaría que tuviera miedo de fallarle: no habría opción para
hacerlo. Me colocaría en su lugar, supiera o no lo que estaba haciendo.
Tenía que preservarlo. Era la mejor manera que conocía para hacerlo sentir
orgulloso.
Otra pausa, dejándome marcar el tacto del suave mango en mis puños,
golpeados por los callos que he tenido desde siempre. El ardor en mis
hombros era un consuelo, un dolor punzante que me recordaba que estaba
aquí. Que este era mi lugar.
—Desearía poder decir que me sorprende que quiera intervenir
—dijo Mack—, pero después de todo, es familiar de Frank. Rendirse no
está en la composición genética de los Brent.
Me detuve, girándome hacia el con las cejas tensas.
—¿Te imaginabas que ella querría quedarse?
Hizo rodar un hombro inclinado.
—Oh, no. Pero tampoco creí que se rendiría. No estaba convencido
de que solo llegara y se fuera. Frank era un padre como para ella como para
ti.
Ese pensamiento me golpeó en los lugares más suaves.
—Me dejaste creer que era algo seguro, que nos la entregaría a
nosotros.
—Bueno, pareces muy seguro de ti mismo, Jake. Ninguno de
nosotros podría llevarte la contraria. Kit imaginó que había una posibilidad
de que tuvieras razón así que no quiso alterar el carro de manzanas sin
razón alguna.
—¿Kit también? —me quejé—. Y todo este tiempo creí que estabas
de mi lado. 34
—Oh, déjalo. Aquí no hay ningún bando que elegir.
—No importa —dije, regresando a mi tarea con un poco de más
determinación—. Se va a doblar como una silla de jardín, solo mira y
observa. Si sabe lo que le conviene, lo dejará ir. Su intromisión solo hará
las cosas difíciles por aquí, no más fáciles.
—Supongo que lo averiguaremos —dijo como si supiera algo que
yo no—. Voy a ir a los establos para comprobar el equipo de ordeño.
¿Quieres que les cuente las buenas noticias?
—Lo averiguaran de todos modos. Mejor que de ti, que de mí.
—Lanzó el heno, irritado de que el tráiler estuviera lleno.
—No seas tan duro con ella, Jake. Ella solo quiere lo mejor para la
granja, al igual que nosotros.
—Excepto que ella no sabe que es lo mejor para la granja. —Molesto
por mi propia petulancia, añadí—: Le daré un trato justo. Lo prometo.
Con una mirada dubitativa, asintió y se alejo, dejándome con mis
pensamientos. Los cuales son mayormente consumidos por Olivia.
Me dirigí a los establos, con la esperanza de que si los limpiaba,
también podría hacerlo con ella.
Cuando la vi en el aeropuerto, con ese pelo rojo flamante, apenas la
reconocí. No la había visto en casi dos años, y la verdad era que, la evitaba
tanto como podía cuando ella venía a casa. No siempre había sido de esta
manera– hace tiempo me deleitaba con sus regresos a casa, esperando
por… no sabía que. Puede que otro beso… o algo más. Siempre dijo que
regresaría de inmediato después de la universidad, pero después de ese
viaje a casa cuando descarto la verdad tan fácilmente, nunca la volví a ver
de la misma manera.
35
Le dije directamente que Frank la necesitaba, pero aun así se fue. Y
cuando se graduó, consiguió un trabajo elegante, como todos lo sabemos.
Olivia no iba a volver a la granja, no si podía evitarlo.
Y ahora está aquí toda demandante, justo como lo había imaginado.
Cuando alcanzo la maleta rosa por el cinturón, no había manera de
que no fuera ella.
Era baja como la recordaba, una cosa delicada. Un mechón de frágiles
huesos y cabello salvaje. Su piel es tan blanca que diez minutos en el pasto
la hervirían como una langosta. Parecía de porcelana… rompible. Y la
granja no era lugar para cosas que se pueden romper.
Tal vez tenía más valor del que me imaginaba, pero esperaba que esa
posibilidad fuera nula. Porque si había algo que protegería hasta mi último
aliento, era esta granja. Cada vaca y cada ternero, cada acre y cada brizna
de hierba. Y me aseguraría de cumplir esa promesa, le gustara a Olivia o
no.
Subí las escaleras con la furia suficiente que incluso Kit sabía que
no debía seguirme.
Sabía que no estaba lista para escuchar lo que Jeremiah tenía que 36
decir, pero de lo que había imaginado, esto era un trillón de veces peor. No
por el conocimiento de que había dividido la granja con Jake.
Si no por el hecho de que Jake me odiaba con tanta desesperación.
Entré a mi antigua habitación a ciegas, cerrando la puerta de un
portazo.
Había permanecido sin cambios, y cuando pasé el umbral, fui
teletransportada en el tiempo. Volvía a tener dieciséis años y recibí las
noticias de que viviría con Annette, la hermana de mi madre, en Nueva
York. Las lágrimas eran las mismas. El desgarro en mi pecho era idéntico.
Y no había nada que hacer más que tomarme un minuto para revolcarme.
Me habían dado una cubeta llena de limones y quería exprimirlos
todos en el ojo de Jake.
Me hundí en mi cama, acurrucándome en mi misma, pero junto con
el chirrido del viejo colchón surgió un papel arrugado.
La carta que llevaba en mi bolsillo trasero me llamaba la atención,
momentáneamente olvidada. Sostenerla en mis manos se sentía tan
surrealista, el peso de las palabras que contenía era tan tangible como el
propio papel. Estas palabras son las ultimas que me diría, y ese
conocimiento me dejo reacia a abrirla como desesperada por devorar las
palabras en su interior.
¿No es así como siempre sucede? Los momentos en los que más
necesitabas a los que perdiste era cuando ya se habían ido.
Y yo necesitaba a Pop.
Con las manos temblorosas, rompí el sobre, rogando porque el papel
me guiara.
37
Livi,
Parece que hace un millón de años que tú y yo llegamos a casa
después de perder a todos a los que queríamos. Eras del tamaño de una
cosita de bolsillo, recuerdo haberte sacado del camión pensando en lo
preciada que eras para mí. Recuerdo que me di cuenta de lo mucho que
me necesitabas y de la compresión de que yo te necesitaba a ti. Porque
estábamos solos. Pero podíamos estar solos juntos.
Así que me hice a mí mismo –y a ti– una promesa. Nunca te volvería
a dejar sola.
Tiempo después, estuve pensando mucho en esa promesa. Viene a mí
a veces en el viento, en el sonido de la mecedora en el porche. Viene a mí
en los momentos en el que siento cada kilómetro que nos separa, y ahí
estas, tan viva en mi mente como si estuvieras de pie frente a mí. Algún día
me habré ido, y ¿Qué será de ti?
No puedo dejarte sola. No otra vez. Así que por eso te estoy dejando
con Jake. Espero que no me odies por repartir lo que es tuyo por derecho.
Pero sospecho que ustedes dos se necesitaran, incluso si es solo por el
bienestar de la granja. También sospecho que Jake no se tomará bien tu
interferencia más de lo que tú puedes dejar de interferir. Pero debes
prometerme que lo escucharas. Nunca conocí a un hombre tan dedicado a
la granja o a mí, como él. Sé que entre ustedes dos, harán algo de nuestra
granja que ninguno de nosotros podría haber imaginado. A decir verdad,
ese pensamiento hace que escribir esta carta sea mucho más fácil.
Te quiero, Livi. Desearía que fueras fuerte, pero ya lo eres– no
conoces ninguna otra manera. Persistes con alegría en tu corazón, y
seguirás adelante a pesar de mi ausencia. Pero desearía que cuides de ti y
de la granja. Cuida a Jake de la manera en la que espero que el cuide de 38
ti. Y trata de no extrañarme tanto. Porque siempre estaré aquí, contigo.
Con todo mi amor,
Pop.

Me tomo mucho más del tiempo necesario leer la carta, por la


incesante cortina de lágrimas y el deseo hambriento de escuchar su voz.
No puedo dejarte sola.
Recordé ese día, el día en que llegué a la granja en la camioneta de
Pop, con un osito de peluche en mis brazos, y mi pequeña maleta rosa de
lunares llena de mis pertenencias. Recordé la manera en la que olía, y la
canción en la radio “Blue Eyes Crying In The Rain” de Willie Nelson.
Recordé el chirrido del asiento mientras subíamos a trompicones por el
camino. Y recordé a Kit quien no había cambiado en mis ojos. Recordé la
soledad que había sentido hasta el momento en el que mi abuelo me
recogió en el aeropuerto y me arrojó a sus brazos.
No puedo dejarte sola.
Así que, en su lugar, me dejó con Jake.
Fue un consuelo y una maldición tenerlo como compañero– sabía lo
que estaba haciendo y como administrar la granja, eso era cierto. Pero tenía
un sentimiento muy fuerte que este compañerismo estaba fuera de
discusión.
Me había dejado con Jake. Pero Jake no quería que lo dejaran
conmigo.
Me limpié las lágrimas, volví a leer la carta, y así una vez más. Había
39
dejado la granja a nuestro cargo, y su última voluntad era que nos
encargáramos de ella.
Así que me aseguraría de que lo hiciéramos. Se lo debía.
Le debía mucho más que esto.
Esta era mi oportunidad para probarme a mí misma, para corregir el
haberme ido. Jake me había acusado de evitar regresar a casa, y de muchas
maneras, lo hice. Creía que tenía tiempo cuando no volví. No había estado
lista para volver, pero eso no debió haberme importado.
Todo lo que tenía ahora, era mi propósito.
La determinación me llenó como la luz del sol en una botella: ligera,
brillante y cálida. Era un propósito que había encontrado.
Y parecía hacer toda la diferencia en el mundo.
Me levante de la cama como una caja de sorpresas, lista para
desempacar e instalarme. Pero luego recordé que Jake no había subido mis
maletas, y que yo había pasado a lado de ellas hecha una furia. Así que,
con la barbilla levantada y la espalda recta, bajé las escaleras, esperando
que Kit me ayudara a subirlas. Excepto que ella no estaba por ningún lado,
y yo aún no estaba dispuesta a abandonar la seguridad de la casa –no sabía
dónde estaba Jake, y lo último que quería es que él supiera que necesitaba
ayuda. Por lo que me paré enfrente de las maletas y me di una charla
motivacional antes de agarrar una, levantarla con todas mis fuerzas, y
apoyarla en mi pierna para aliviar un poco el peso mientras la llevaba a mi
habitación.
Subí las escaleras, resoplando e intentando no rayar las paredes. Para
cuando llegué arriba, mis dedos ardían y se contraían. Tres escalones más,
y hubiera caído en el descansillo, lo cual hubiera sido un absoluto desastre.
No podría exactamente salvar la granja con dos piernas rotas. 40
No había manera de que pudiera subir la segunda maleta, así que recé
cuando la abrí para que fuera la que tenía las cosas que necesitaba. Y
cuando abrí la bendita maleta, mis oraciones fueron escuchadas.
Desempaqué mi ropa, artículos para el aseo, y mis benditas botas de
lluvia. Habían sido una compra tonta, si soy sincera. La probabilidad de
que las usara en Nueva York era escasa o nula y se habrían reído de mi en
Manhattan si alguien me hubiera visto en el metro con botas de lluvia rosas.
El único lugar donde las usaría por siempre era aquí. Pero cuando las vi en
el aparador en abril, hace unos años, me pare en seco. Había tenido que
comprarlas, incluso si solo las conseguía para ponerlas debajo del perchero
solo para admirarlas.
Pero finalmente, su momento había llegado.
Los cajones de la vieja cómoda emitían quejidos y crujían, sus piezas
hechas a mano estaban desiguales y deformadas por los años de uso.
Estaba muy lejos de los cajones de IKEA que duraban un año antes
de desprenderse de las uniones.
El choque cultural era lo que era. Hace mucho tiempo, esto había sido
mi mundo entero. Pero ahora, tenía a Nueva York para compararlo.
Descubrí que me gustaba más aquí. Cuanto tenía dieciséis años, mi
abuelo y mi tía Annette decidieron que Nueva York me proveería más
oportunidades que Maravillo, población: pequeña. No quería irme en ese
momento, pero cuando llegué a Manhattan, me enamoré como la mayoría
de la gente lo hizo. Por primera vez desde que mi madre había fallecido,
tuve una madre sustituta en Annette, alguien quien me guio hacia la
feminidad.
Aun amaba la ciudad, ¿pero aquí? Bueno, aquí estaba mi hogar. Aquí 41
había tranquilidad. Espacio. Era más lento y fácil en muchos sentidos. Mas
espacio del que había visto en bastante tiempo, lo suficiente como para
estar un poco desorientada, como si nadara en aguas abiertas.
No me malinterpretes, también había amado vivir con Annette.
Amaba mi trabajo, y amaba mi vida. Con el paso de los años, me había
convencido de que Nueva York era mi hogar, pero en el segundo que puse
un pie en las tierras frente a la gran casa, supe que eso no era verdad. Este
era mi hogar, y siempre lo sería, no importaba cuantos años haya pasado
lejos o cuantos miles de kilómetros se interpusieran entre nosotros. La
decisión de renunciar a mi trabajo y mudarme aquí había sido tan fácil y
sencilla. Al menos por eso, estaba agradecida.
Jake amaría ver que me fuera, y yo odiaría darle esa satisfacción.
—Dime que no puedo ordeñar una vaca —murmuré mientras me
ponía unos jeans y me abrochaba una camisa azul de cuadros—. Oh,
ordeñaré una vaca —le dije a mis botas, enfundando un pie en una, y
después en la otra—. La ordeñaré tan bien, que necesitará un cigarrillo
cuando termine.
Me puse de pie, comprobando mi reflejo. Lucía como una chica
propia de una granja, excepto por mi cabello que estaba tan rebelde como
siempre. Así que deslicé los dedos en mis mechones, tarareando mientras
me hacia una trenza francesa para mantener los mechones mientras hacía
exactamente lo que Jake me dijo que no podía.
Nada me motivaba más que ser subestimada.
Bajé por las escaleras y salí por la puerta principal. La luz dorada del
sol se filtraba por las ramas de los robles que daban sombra a la entrada y
a la casa, mojando el suelo junto con la brisa. Esa brisa era algo que había
extrañado– el aire fresco de California, tocado con una pizca, incluso en 42
pleno verano.
Rodeé el porche y me dirigí hacia el viejo granero. El prado se
extendía y subía una colina salpicada de terneros que salían a pastar.
Hemos proporcionado productos lácteos desde finales de los 80s, por lo
que nuestro ganado ha ido incrementando a lo largo de los años hasta
alcanzar más de mil cabezas de ganado. Los grandes graneros se extendían
en la distancia, todos construidos para dejar mucho espacio a nuestros
rebaños y un acceso largo y regular a los pastizales.
Formábamos parte de la fundación del pueblo antes de que llegaran
los Patton. Eran ganaderos, conocidos por el robo de ganado, se creían por
encima de la ley. La leyenda dice que habían robado el ganado de los
Brents y que lo habían llevado a Wyoming, y que cuando volvieron, los
Brents los estaban esperando. En el enfrentamiento, un Patton le disparó a
uno de los chicos Brent, y el mayor de los Brent hizo que el mayor de los
Patton fuera arrestado y colgado. Con la ley vigilándolos, los herederos
Patton decidieron que la ganadería no sería lo suficientemente lucrativa.
Así que fueron a la lechería, y lo hicieron a lo grande, su objetivo número
uno parecía poner nuestra granja por debajo.
Fue un milagro que nuestra granja sobreviviera. Pero el pleito nunca
terminó, y pasó de generación en generación hasta el infinito. Mi abuelo y
el difunto Billy Patton habían estado en ello desde que nacieron. James
Patton y mi padre se habían golpeado casi hasta la muerte por mi madre.
No sabía en donde había aterrizado Chase Patton.
Cuando tenía nueve años y no tenía ni un solo amigo, Chase fue uno
de los que se sentó conmigo en el almuerzo. Él jugó conmigo en el
descanso y me dijo que le gustaba mi cabello rojo cuando los otros niños
se burlaban de mi por eso. Él fue mi primer amigo en el momento que
necesitaba uno. Hasta que su padre se enteró. Y después vino a la escuela, 43
me empujó del columpio enfrente de sus otros amigos, y se burló de mí
mientras yacía llorando en el suelo, diciendo que era una sucia Brent.
Ni siquiera sabia lo que eso significaba, solo que dolía mucho.
Pop lo hizo. James tuvo un ojo negro por una semana, como
resultado.
Pero siempre creí que Chase solo lo estaba haciendo porque se lo
habían dicho, no porque él lo quisiera. En silencio, me había mostrado
amabilidad. En silencio, me había protegido en más de una ocasión de las
burlas de las chicas, y lo que es peor, de algunos chicos.
Nunca pude entender como el viejo pleito aun continuaba.
El viejo granero se había abierto para dejar que entrara la luz del sol,
y pasé el umbral lleno de sentimentalismo. El olor del heno y de la madera
antigua, de ganado y cebada. Los caballos relinchaban en sus establos
cuando pasaba, el amplio suelo cubierto con heno, y en la esquina trasera
con un bocado de bolo alimenticio estaba Alice.
Mi sonrisa se extendió cuando vi la marca en forma de corazón en su
costado que la diferenciaba del resto de la manada.
El verano anterior antes de que me mudara, había ayudado a Alice a
nacer, lo cual resultó ser un asunto angustioso. Su madre casi muere, y
creímos que Alice también lo haría. Pero por algún milagro, ambas
vivieron, y después de mi constante atención y el apego que vino con él,
Alice y yo nos hicimos mejores amigas. Me encontró cuando visite su
rebaño, y se siguió mientras marcaba las novillas para el veterinario. Se
acurrucaba y me daba codazos con su hocico hasta que le prestaba atención.
Cuando comenzó a seguirme hasta la puerta, la lleve a la casa para darle
un buen cepillado a la antigua. Y cuando no quiso volver a los pastizales,
si no que me empujó hacia el viejo granero, le pregunté a mi abuelo si podía
quedarse cerca de la casa. El me complació como lo hacía con frecuencia, 44
y desde entonces, allí era donde prefería estar, en el viejo granero con los
caballos y el heno.
Ella siempre pastaba con el resto del ganado, pero luego se acercaba
a la puerta y mugía su petición de paso, que siempre era concedida, a veces
simplemente porque se quedaba allí balando hasta que alguien la dejara
entrar.
Me acerqué a ella con el cariño de un viejo amigo. Su trasero estaba
hacia mí, pero me vio casi al instante con su vista periférica de trecientos
grados. Dejo de mascar. Estaba feliz. Se volvió hacia mí con sus orejas
moviéndose en mi dirección, su grandes y dulces ojos llenos de
reconocimiento.
Podría haber llorado al verla.
—Oye, Alice —dije con voz temblorosa, extendiendo la mano para
rascar el amplio espacio entre sus ojos.
Esos ojos se cerraron y se apoyó en mi mano.
—También te extrañe. ¿Estás enojada conmigo porque me alejé por
mucho tiempo?
Mugió y me reí, mirando a su alrededor para tener una mejor visión
de sus ubres.
—¿Tuviste otro bebé? —Acaricié su hombro—. Que afortunadas
somos. Tengo que probarle a alguien que está equivocado.
—¿Y ese quien podría ser?
Di un salto de un metro ante la voz de Jake, dando vueltas como si
me estuvieran sujetando.
—Jesús. —Respiré, presionando una mano ante mi corazón
desbocado—. ¿Qué estás haciendo aquí?
45
Y sin camisa.
Indecente era lo que era. Su cuerpo estaba cincelado y solido como
una piedra, era absolutamente indecente. Su amplio pecho estaba salpicado
de suciedad y partículas de heno, las mismas partículas diminutas que se
enganchaban en los valles entre sus abdominales y músculos que hacían la
V de sus caderas.
Realmente nunca había visto una de esas V en persona, y algo dentro
de mí se apretó ante tal vista.
Me atrapó mirándolo y sonrío un poco, solo lo suficiente como para
incendiar mis mejillas y hacer que mi mirada fuera a la suya.
—Lindas botas —dijo, sacando la camisa de la pared del establo de
Ginger.
Dios, incluso verlo ponerse la camisa era caliente. El elegante
estiramiento y tirón, el desorden de su cabello oscuro revuelto, la flexión
de sus bíceps y el aleteo de los músculos de sus antebrazos mientras se
tiraba del dobladillo para ponerlo en su sitio.
Me di vuelta hacia Alice, sin querer mirarlo más. Bueno, si quería
mirarlo – me habría gustado pasar un buen rato dibujando un mapa de esos
músculos con el interés de un estudiante de anatomía. Porque realmente,
no podía entender de donde salieron todo ellos. No sabía que la mayoría de
esos existían.
—No te burles de mis botas —espeté, acariciando a Alice, quien se
separó de mi para dirigirse a la pared donde estaba clavado el balde.
Mugió y lo apartó del clavo con la nariz y sin inmutarse cuando cayó
al piso con un estruendo.
Me reí. 46
—Así de mal, ¿eh? Estoy aquí para ayudar.
—Que afortunada, ya que tienes algo que “probar”.
Fruncí el ceño al balde, trayendo el taburete hasta la habitación. En
el momento que me senté, Alice se colocó justo enfrente de mí.
—Está bien, chica —dije para que solo ella me pudiera escuchar—.
¿Estás lista para desmantelar algo de misoginia?
Con otro sonido y un pisotón, comprendí que estaba de acuerdo.
Por un momento, inspeccioné el terreno. De seguro, esto era como
andar en bicicleta. Había ordeñado millones de vacas, pero no en los
últimos cinco años, y mientras miraba sus ubres –y Jake me observaba con
una mirada crítica– me lo pensé dos veces. Ubres opuestas, sabia eso.
Necesitaba desnudarlas primero.
Con el objetivo en mente, alejé el balde del lugar y agarré un pezón
en cada mano, tomando una respiración antes del momento de la verdad.
Las exprimí, arrastrando el movimiento que se sentía a la vez tan
familiar, pero a la vez extraño. Algo andaba mal, puede que fuera mi agarre
–podía decirlo por la sensación del movimiento, confirmándolo cuando no
salió nada.
Sin inmutarme, lo intenté de nuevo. Y una vez más, estaba mal. Alice
mugió en descontento.
—Sostenla más arriba, más cerca de la bolsa —dijo desde a un lado
de mi dónde estaba recargado en un poste con los brazos cruzados.
—No me digas que hacer.
—Bien, pero cuando Alice te tiré de ese taburete y te dejé sin aliento,
no vengas llorando.
47
—No me atrevería —dije, odiándome a mí misma por hacer lo que
me dijo.
Otro golpe me dijo que aún lo seguía haciendo mal.
Deje escapar una ruidosa respiración a través de mi nariz y lo intente
de nuevo, ajustando la presión y los pellizcos, pero nada salió de ella.
Con un resoplido, la solté, escarbando en mi cerebro por una
respuesta mientras Jake me observaba desde su posición, muy satisfecho.
Cuando creí haber encontrado la solución, agarré una vez más sus ubres
solo para que me golpeara en el rostro con la cola.
Escupí el grueso pelo de la cola y me limpié los labios con el interior
de mi mano mientras Jake reía. No era una pequeña risa, si no un sonido
amplio y feliz que no había sospechado que viviría en él. Estaba demasiado
molesta como para apreciarla.
—Golpea la bolsa como lo haría un ternero —dijo cuando recuperó
el aliento—. Eso permitirá que la leche salga.
—Sé cómo hacerlo —dije.
—Podrías haberme engañado.
Ignorándolo, empuje la ubre con la mano.
—Bien. Ahora sostenla más arriba, llena tu mano con la ubre, y…
—¡Sé cómo hacerlo!
Levantó las manos rindiéndose.
—Bien. Entonces veamos.
Pero una vez más, hice lo que me dijo, y mientras jalaba, sabía que
era lo correcto -me recompensaron con el primer chorro de leche.
Alardeé, exprimiendo cada ubre un par de veces para despejarlas. 48
Alegremente, y tal vez con demasiada confianza, sostuve el balde con mis
piernas como solía hacer y ordeñé la maldita vaca como una campeona
lechera.
—Te dije que podía ordeñar una vaca —dije por encima del sonido
metálico de la leche golpeando el balde de metal.
—Seguro. Eres una profesional habitual. ¿Cuánto tiempo crees que
te habrías sentado aquí antes de que Alice se impacientara y te aventara?
—Tendría que haberlo averiguado. —Me defendí.
—Supongo que nunca lo sabremos.
—Si no hubieras interferido, lo sabríamos.
—Solo trataba de ayudar —dijo.
—No es verdad. Solo te estabas burlando de mí.
—No creía que usarías esas botas si no quisieras que la gente se
burlara de ti.
—No me importa una mierda lo que pienses de ellas.
—Parecen nuevas. ¿Si quiera las habías usado alguna vez?
—¿Eso que importa? —Me puse en guardia, con los ojos puestos en
las ubres de Alice, imaginando mis puños envueltos en su cuello en lugar
de los pezones de la vaca.
—Es solo que luces como si estuvieras a punto de vomitar.
—Olvidas que crecí aquí.
—Eso no significa que sepas que es qué. Ni siquiera podías ordeñar
a la vieja Alice de no haber sido por mi ayuda.
—No creo que eso sea un indicativo de mi perspicacia empresarial.
Resopló una carcajada.
49
—Perspicacia, ¿eh? Así que dime, ¿Cómo harás para manejar una
granja lechera por tu cuenta?
—Yo sola, no. Entre los dos lo haremos.
Esta vez, el sonido que hizo no sonó para nada como una risa.
—¿Así que yo haré todo mientras tú que, vienes aquí y hablas con
Alice como si fuera tu diario?
—Hay mucho por hacer, hay muchas cosas que se han descuidado e
ignorado por años. Estoy aquí para levantar una vez más el negocio. Puedes
seguir haciendo lo que sea que hagas.
—¿Lo que sea que haga? —disparó—. Solo por esa afirmación, tu
argumento no es válido. Esto esta más allá de tu entendimiento, chica de
granja.
—Chica de granja, ¿eh?
—Chica de ciudad, apareciendo con su atuendo de la ciudad,
pretendiendo ser una chica de granja. Una caída en el chiquero, y estarás
corriendo a Saks donde apuesto que compraste esas estúpidas botas.
—Tus botas son estúpidas —contraataqué—. Mis botas son bonitas,
rosas y me hacen feliz, lo cual es mucho más de lo que puedo decir de ti.
Ahora si me disculpas, tengo una vaca que ordeñar.
—¿Cómo para qué? No puedes beberla.
Me detuve, volcando mi furia sobre él como una sirena.
—¿Qué infiernos te importa? Si viniste aquí solo para molestarme,
eres incluso peor de lo ya había notado.
—Yo estaba aquí primero.
—Técnicamente, yo estaba aquí primero —respondí—. Esta granja 50
nació de mi sangre, así que no vengas a intentar convencerme de que no
importo. Importo, Jake. Y poseo la mitad de esta granja, al igual que tú.
—Dime que hacer para que te vayas —dijo con severidad, haciéndose
eco de una exigencia a la que no sospechaba que fuera a renunciar—.
Puedes dirigir tu mitad financiera, si sientes que tienes que hacerlo. Pero
sería más fácil para todos si lo haces desde Nueva York.
—¿Más fácil para todos o más fácil para ti?
Su mandíbula se apretó.
—Ya sabes, lo peor de todo esto es que ni siquiera me darás una
oportunidad. No me permitirás siquiera intentarlo.
Jake se alejó del poste y habló en voz baja para ser tan intenso como
siempre lo era.
—Muy bien entonces, te diré que. Haremos un trato. Si puedes
levantar el negocio en una temporada, te daré un porciento de mi mitad, y
toda la cosa será tuya. Pero si no puedes, me darás un porciento de tu parte
y te iras a casa.
—Estoy en casa.
La mirada en su rostro decía ¡y una mierda!, pero en lugar de decir
algo, extendió su mano para cerrar el trato.
Y tomé ese gran y tonto martillo que tiene por mano, y la apreté tan
fuerte como podía cuando la sacudí.
—No voy a ir a ninguna parte. —Le prometí de nuevo.
Sus ojos eran oscuros, las cejas fruncidas y sus labios se rozaban con
el fantasma de una sonrisa.
—Ya lo veremos —dijo.
51
Antes de que pudiera lanzarle mi balde, se giró para irse.
Por Dios, si no estaba feliz de ver su espalda. Y por más de una razón.
—Somos tu y yo contra el mundo, Alice.
Y con un mugido de acuerdo y un empujón para que terminará el
trabajo, me quedé con la esperanza de salir a flote.
No podía acomodarme la corbata.
Con un resoplido, un tirón, y un deslizamiento de la seda, se deshizo
de nuevo, así que lo intente una vez más. 52
Podía contar con los dedos de una mano la cantidad de veces que usé
una corbata, y cada vez, había tenido a Frank para que me ayudara a
arreglarla cuando estaba torcida o la cola estaba demasiado larga. Pero hoy,
en el día de su funeral, solo éramos el espejo y yo.
Mi rostro estaba recién afeitado, el cabello bien peinado, y las uñas
limpias. La camisa a medida que había sacado de las profundidades de mi
closet era casi demasiado pequeña; la tela estaba tensa alrededor de mi
pecho y de los bíceps, pero de todos modos nadie la vería. Al menos Kit
me había dejado el saco a la medida. Serviría.
Si dependiera de mí, quemaría todo el atuendo en cuanto este día
acabara.
Un duro trago apenas y abrió mi garganta, y las ganas de salir
corriendo me invadieron. No quería hacer esto. No quería despedirme. No
quería pretender que todo iba a estar bien, y no quería consolar a la gente
del pueblo, a los amigos y seres queridos que estarían hoy aquí.
Todo lo que quería era sentarme en la cocina con las personas que lo
amaban y recordarlo. Por un instante, soñé despierto sobre una imposible
escena donde Kit estaba horneando mientras yo me encontraba sentado en
la isla, cosechando los resultados. Oliva también estaría ahí, y descubrí que
no odiaba la idea. Porque si había una persona en el mundo que conocía y
amaba a Frank de la misma manera que yo, era ella.
La imaginé llorando y sabía que no sabría qué hacer. Sus emociones
eran grandes y ruidosas que cambiaban sin previo aviso. Las mías, por el
contrario, eran silenciosas que se cocinaban a fuego lento hasta que
hervían. No sabía cómo manejar su gran volumen de voz mejor de lo que
ella parecía saber cómo lidiar conmigo. Ella quería hablar. Y yo quería
escuchar. Y mientras tanto, comprendí que lo haríamos lo suficientemente
bien. Al menos mientras no esperara que yo le contestara. 53
El dolor que me rodeaba desde que Frank murió era profundo, sordo
y constante. Era un sentimiento que conocía muy bien, uno que había
tenido desde que tenía dieciséis años sin mi madre, recorriendo el país en
camión y haciendo trabajos esporádicos en granjas. Me mantuve en
silencio y con la cabeza agachada. Usaba mi tamaño y mi fuerza para
mantener un techo sobre mi cabeza y un estómago lleno. Y cuando toqué
la puerta de la vieja granja, encontré un hogar cuando creí que nunca
volvería a conocer una familia de nuevo.
Sin hogar y solo a esa edad, ese verano marcó el inicio de una nueva
vida. Frank me integró a la familia de tantas maneras que nunca hubiera
esperado o imaginado. Tal vez todo lo que había querido era un catre en el
granero y unas cuantas semanas de trabajo, pero en cambio me brindó un
hogar. Me dio esperanza cuando me había convencido de que eso no
existía.
Así que hice lo que sea que el me pedía, sin hacer ninguna pregunta.
Mantuve la cabeza gacha como me gustaba hacer. Pero observé a Olivia.
Ambos perdimos a nuestras familias, a ambos nos salvó Frank. Nos dio un
hogar, y nos mostró bondad y amor. Y pasé tanto tiempo maravillándome
de su inhundible optimismo incluso cuando no había ni una sola gota de
optimismo en mi ser. Rara vez había un momento en el que ella no
estuviera sonriendo, y nunca hubo alguna ocasión donde no encontrara
alegría donde yo no podía verla.
Cuando me encontró en el pajar aquella noche, hace mucho tiempo,
mirando por la ventana del frontón abierta a la luna, conversamos sobre las
pérdidas que compartíamos. Bueno, ella habló. Yo escuche, mi corazón
dolía con la compresión que no podía encontrar las palabras para
expresarlo. Ella era más joven que yo cuando su madre murió, pero cuando
hablo de la muerte de sus padres, me sentí celoso de que no los hubiera
visto partir –ella estaba en la escuela cuando ocurrió el accidente, y sus 54
ataúdes cerrados. Dijo que por años esperó que sus padres entraran
caminando por la puerta; se dijo a si misma que solo estaban lejos y que
volverían en cualquier momento.
Y yo le conté como sostuve la mano de mi madre y la miré dar su
último aliento, dejándome solo en el mundo.
Puede que fuera el reconocimiento en su rostro. Puede que fuera la
honestidad de las lágrimas en sus ojos. Puede que nunca hubiera conocido
a nadie que me entendiera hasta ella.
Pero la besé. Y ese beso me hizo desear haberla besado en el
momento en que la conocí en lugar de la noche antes de que se fuera.
Ella nunca volvió definitivamente, y por eso Frank sintió su ausencia
cada día.
Fui yo quien lo encontró el día que falleció. Escuche el estruendo
cuando cayó, llevando consigo una estantería. Un momento fue todo lo que
se necesitó. Un parpadeo y un latido de su corazón, y el hombre que había
conocido se desvaneció en mis brazos antes de que llegara la ambulancia.
Pero bombeé su pecho todo el tiempo con Kit a mi lado, rezándole a un
Dios en quien no creía para que lo salvara.
No era la primera vez que él me había abandonado. Viendo a mi
madre marchitarse, abandonada en la cama del hospital del condado, había
rezado. Había negociado y suplicado. Pero al final, de todas formas la
apartó de mí. No había seguro médico para una inmigrante, incluso si había
llegado aquí buscando asilo de la guerra. No hubo ninguna compensación
porque mi padre hubiera muerto en un valle en Croacia, y no había ningún
lugar para mí en ninguna parte. No había ningún cuartel para ninguno de
nosotros.
Así que cuando mi madre sostuvo mi mano con lágrimas en sus ojos
hundidos y me rogó que sobreviviera, le prometí que lo haría. Pero no sería 55
en el sistema de acogida. Ni siquiera sabía que sucedería conmigo si les
dejara acogerme, pero el miedo a la deportación a un país que nunca había
conocido fue suficiente para salir por mi cuenta. Era joven y fuerte, y supe
que tenía que haber trabajo para mí, si lo buscaba.
Así que me dirigí al oeste, seguramente había un lugar al final del
camino donde encontraría lo que estaba buscando, incluso si no sabía lo
que era.
Granja tras granja, cosechando maíz, criando ganado, aprendiendo
todo lo que pudiera para ampliar mi currículo, para hacerme útil e
indispensable. Pero nunca me quedaba por tanto tiempo, nunca eché raíces.
La mayoría de las personas fueron amables. Pero muchas veces, no lo
fueron. Aunque al final, cuando me fui a la Costa Oeste, encontré oro al
final del arcoíris.
Había encontrado a Frank… y Frank me había dado todo.
No quería poner un pie fuera de la casa, situada en el límite de la
propiedad de la casa grande. No quería comenzar este día, un día que sabía
que se sentiría como que no tendría fin y seria agotador en formas que ni
siquiera podía imaginar. No quiera despedirme de Frank, no con público,
nunca.
Pero no tenía opción. No había manera de evitarlo, y la gente de este
pueblo necesitaba a alguien para aceptar sus condolencias.
Mi único consuelo era que no estaría solo.
Olivia y yo nos habíamos mantenido alejados el uno del otro en el
ultimo par de días, resultando en alguna especie de tregua sobreentendida.
Aún era infeliz sobre toda esta situación tanto como ella. Pero hoy, ambos
nos necesitábamos. Hoy, nada más importaba excepto Frank. Así que nos 56
quedamos uno al lado del otro y aceptamos las condolencias de todos, y
apilándolo sobre el nuestro. Nos sentaríamos hombro con hombro en un
banco y haríamos todo lo posible por no quebrarnos enfrente del pueblo
entero. Pasaríamos el día de hoy, y dejaríamos el resto para mañana.
Maldije en voz baja, deshaciendo de nuevo mi corbata. Era inútil, no
tenía remedio.
Se me ocurrió una idea: Kit. Kit sabía todo, sobre todo. Tenía que
saber cómo atar una estúpida corbata. Con el trozo de seda en el puño, me
dirigí hacia afuera, agarrando mi saco en el camino.
La mañana era fría, el sol solo salió lo suficiente como para disparar
rayos de la luz solar a través de las hojas húmedas de los árboles. Incluso
la hierba brillaba, bañada con esa ráfaga de luz que hizo que todo el mundo
luciera como si estuvieran llorando.
El camino se extiende alrededor de otras casas de campo, una de Kit,
una de Mack, y una de Miguel, nuestro veterinario. Olisqueé muy bien los
panecillos de Kit antes de que alcanzara la puerta trasera y esperaba
encontrar caras conocidas. Esperaba que pudiéramos tener un momento
para nosotros antes de que el día comenzara.
Pero una vez más, la suerte no estaba de mi lado.
La cocina estaba vacía excepto por una persona, un rostro que apenas
y conocía, uno que estaba acostumbrado a ver la irritación de la gente. Pero
en el momento en el que entré, el rostro de Olivia era suave, sus ojos
brillaban, y tenía los hombros caídos. Por primera vez desde que la recogí
en el aeropuerto, lucía como la chica de ciudad que conocía. Un vestido
negro a la medida con mangas que cubrían sus pequeños hombros. Su
cuello, largo y pálido, estaba expuesto por el giro de su cabello. Sus labios,
exuberantes e inclinados hacia abajo.
57
Estaba desprevenida, y la vista también me tomo por sorpresa. Todo
sobre ella era delicado y vulnerable –desde la curva de su barbilla hasta sus
largos y enhebrados dedos– la persona explosiva se apagó dejando nada
más que su sombra. Y cuando se encontró con mi mirada, compartimos ese
sentimiento, el hilo de la conexión profunda y tangible entre nosotros.
Pero apartó la mirada y se llevó ese momento con ella.
—Kit fue a ponerse su vestido —dijo Olivia, golpeando sus mejillas,
con la espalda rígida. Cuando volvió a levantar la mirada, y luego a la
corbata en mi puño, frunció el ceño—. ¿Necesitas ayuda?
Me reí.
—No.
—¿Entonces porque tienes la corbata en la mano y no alrededor de tu
cuello?
—¿Dijiste que Kit estaba en su casa?
—Se está vistiendo —agregó, deslizándose del taburete—. No seas
un bebé, Jake —dijo sin inmutarse—. Déjame ayudarte.
Dejé salir un ruidoso y resignado suspiro mientras se acercaba hacia
mí en los tacones más altos que jamás haya visto. Eran negros y brillantes
en comparación con la palidez de su piel, sus piernas largas y su paso
seguro. Este era su aspecto más que las estúpidas botas rosas. Y en este
aspecto, estaba tan perdido como ella lo estaba en el mío.
Tomó la corbata de mi mano cuando se detuvo frente a mí.
—Te ves bien —dijo, sus ojos en sus manos mientras deslizaban la
corbata alrededor de mi cuello en un susurro.
—Tú también —le ofrecí, con toda la intención.
58
Por un instante no dijo nada, solo miraba sus manos mientras yo la
miraba a ella. Su nariz, pequeña y fina. Sus pestañas, largas y ligeras. Sus
mejillas, salpicadas de pecas. Olía a flores, no del tipo de una anciana. Sino
del tipo que te hace suspirar en el verano y desear vivir en una pradera.
Tragué, interrumpiendo su trabajo con mi manzana de Adán.
—¿Pudiste dormir? —preguntó.
—No pegue el ojo. ¿Tú?
—No. Vi salir el sol deseando que se volviera a esconder. —Su voz
temblaba—. No creo querer hacer esto en lo absoluto.
—Tampoco yo. Lo único que lo hace un poco más fácil es saber que
estarás ahí conmigo.
Giro el rostro para mirarme, con las cejas fruncidas.
—¿Yo? Creí que todo lo que querías era que me rindiera y me fuera
a casa.
—Oh, lo hago —Una pequeña sonrisa parpadeó en mis labios, pero
desapareció—. Pero no hoy.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Pensé que estaríamos en desacuerdo como lo hemos estado.
—No soy un monstruo, Livi. Sé que puedo actuar como uno, pero no
lo soy.
La más pequeña de las sonrisas apareció en sus labios.
—No lo sé. Me viene a la mente el troll del puente.
Solté una carcajada.
59
—Al menos déjame ser algo con estilo. Como un hombre lobo o algo.
Con una sonrisa, alisó mi corbata.
—Ahí está, todo listo.
—Gracias. La única persona que sabía cómo atarla era Frank.
—Bueno. —Comenzó, conteniendo sus lágrimas por mi bien—. Creo
que estaría muy orgulloso de ti.
—Oh, no sé. Cuando viene de ti, no estoy tan seguro.
—No te preocupes, aún hay tiempo.
Cuando me sonrío, estaba abrumado por la urgencia de atraerla a mi
pecho. Para abrazarla, y quitarle sus lágrimas. Para resguardar esa cosa tan
delicada de lo que podría dañarla.
Casi lo hice. Justo en ese momento, sin ninguna razón, casi lo hice.
Pero antes de que pudiera, la puerta trasera se abrió y Kit entro a toda
prisa luciendo como una científica loca: pelo desordenado, el vestido
abotonado de forma incorrecta, y trazos de rímel bajo sus ojos.
Olivia y yo nos apartamos como una cascara de huevo. Frunció el
ceño, mirando a Kit mientras se apresuraba al horno para sacar una bandeja
de panecillos.
—¿Cómo te ayudo? —preguntó Olivia mientras se acercaba a Kit
como si fuera un animal salvaje.
—Oh, todo está en orden, solo estoy apresurada. No quería que los
panecillos se quemaran.
—¿Qué vamos a comer? —Olivia se burló, señalando las dos docenas
de panecillos que se encontraban apiladas en el mostrador. 60
—Silencio —dijo Kit, poniendo la bandeja para hornear en la
estufa—. Ven aquí y ayúdame a mover esto a la rejilla, Livi.
—¿Y si mejor te ayudo a arreglarte el vestido?
Kit parpadeó, luego miró hacia abajo y se rio.
—¿Por qué tengo la sensación de que todo el día será así?
Olivia sonrió con tristeza y rodeó a Kit, alisando su cabello en un
moño.
—Horquillas —ordenó, extendiendo su palma libre, y con la otra
sosteniendo el moño en su lugar. Cuando Kit le dio una palmadita en el
delantal, Olivia agregó—: Sé que tienes algo ahí.
—Si no se me cayeran como escamas, lo discutiría —bromeó,
depositando un par de horquillas en la mano de Olivia.
Las observé mientras platicaban, mientras Olivia calmaba y sujetaba
a Kit para que no saliera corriendo. Y una vez más, me alegraba que ella
estuviera a mi lado. Podía ver la bondad de Frank en ella, esa luz que nunca
dejaba de brillar sobre su piel. Era inhundible, enfrentando su pérdida con
una sonrisa y su maleta rosa, con los ojos puestos en el futuro y el sol en la
cara.
Y en ese momento, ni siquiera me importó que ella pudiera ser el fin
de la granja que conocía. Porque si alguna vez necesitaba esa alegría, era
hoy.

61
El día se soportó con una curiosa falta de oxígeno.
Mis pulmones parecían haberse encogido, y no importaba lo que
hiciera, se quedaban clavados en las costillas, con espacios solo para sorbos 62
de aire.
Jake y yo nos colocamos en la línea de recepción, sacudimos las
manos de cientos de personas, y mientras todo eso sucedía, mi voz estaba
cada vez más distante y encogida, era la voz de otra persona, una que se
adelgazaba por toda esa falta importante de oxígeno. Nos sentamos en el
frente del ambón como mucha gente a nuestras espaldas, tantas que apenas
y había espacio para estar de pie. Se cantaron canciones, y se leyeron
escrituras. Di un discurso, deteniéndome por el chirrido del papel que tenía
en mi mano, húmedo por mis palmas y lágrimas. Jake dio un discurso,
soportado con una mano sobre mis labios, y mis hombros temblando en el
circulo de los brazos de Kit.
Y mientras sucedía todo eso, no podía respirar. Y cuando todo el
mundo se fue, dirigiéndose a la casa grande para el velatorio, nos dejaron
a Jake y a mi despedirnos bien y de verdad.
Frank Brent yacía en una cama de satín, con las manos cruzadas sobre
el pecho de su mejor traje. Su cabello platinado estaba peinado, su piel
lucia pálida salvo por el enrojecimiento antinatural de sus mejillas. No era
llamativo, pero no era él.
No lucia como si estuviera durmiendo como decían que hacían los
muertos algunas veces. Incluso dormido, su frente estaba animada. Sus
labios amplios con la sonrisa que siempre parecía estar esperando. Pero
cuando su corazón se detuvo, la luz que habitaba en él desapareció.
Se ha ido. Y despedirse destrozó todo lo que quedaba de mí.
No había suficiente aire, no cuando le dije lo mucho que lo amaba.
No cuando sostuve su mano fría, resistiendo la urgencia de regresarla
sabiendo que sería la última vez que lo tocaría. Alisé su cabello. Le dije
que lo sentía. Y Jake permaneció estoico a mi lado hasta que me alejé,
incapaz de recuperar el aliento por los sollozos agitados, incapaz de 63
mantener los ojos abiertos. Él estaba en todos lados, a mi alrededor,
aplastándome contra su pecho y sosteniéndome en sus brazos. No había
palabras, solo los sollozos silenciosos que trataba contener, pero no podía.
Me abrazó durante mucho tiempo, meciéndome de un lado a otro, con su
gran mano en mi espalda, y el pulgar haciendo círculos suavemente.
No iba a recuperar el aliento, pero encontré la suficiente compostura
para darle su espacio. Nuestras miradas se desviaron hacia el ataúd, y me
moví a su lado para tomar su mano.
—Es tu turno para despedirte, Jake.
No se movió, y no le quitó los ojos de encima a mi abuelo.
—Ya lo hice —dijo, con voz áspera y susurrante.
Y antes de que me sacara de la iglesia, descansó su mano en la
brillante madera oscura y dijo mil palabras con ese gesto.
El camino de regreso a la casa fue silencioso, con las ventanas abajo
y el viento azotando mi cabello fuera de sus límites, pero no me importó.
Me senté en medio de la banca junto a Jake, sentí su calor a través del fino
espacio que había entre nosotros. Y observe el mundo pasar, sin mirarlo en
absoluto.
Pero mientras el viento giraba a nuestro alrededor, encontré por
primera vez en todo el día, que finalmente podía respirar.
Mientras subíamos por el camino de la entrada, acomodé mi cabello.
El patio estaba repleto de coches de una manera tan desordenada, que no
sabía cómo se irían a menos que todos se fueran al mismo tiempo. Estaba
maravillada con esto cuando Jake golpeó el tablero, dándome un susto de
muerte.
Giré el rostro para encontrarlo tenso de furia, como una línea fina en
los labios y las cejas afiladas. 64
—Maldita sea. Malditos sean todos. Precisamente hoy.
—¿Quiénes? ¿A quiénes maldices?
—A los Pattons.
Una ansiedad crepitante se filtró sobre y a través de mí.
—¿Por qué estarían los Pattons aquí? Creía que ellos y mi abuelo se
odiaban.
—Lo hacen. Hacían —corrigió en voz baja—. Los vi en el funeral y
creí que eso era suficiente descaro. ¿Pero venir aquí? ¿A la granja que han
intentado destruir desde hace más de cien años? Podría torcerle la cara a
Chase Patton por esto, podría torcérsela por un montón de cosas, pero
especialmente por esta.
—¿Qué crees que quieren?
—Quieren montar un espectáculo de esto. Quieren posar. Pretender
que les importa el bienestar del pueblo, para ser un par de gilipollas
reconocidos. No lo sé, y no me importa. Solo quiero que se vayan de la
propiedad. Ahora.
Se acercó al viejo granero y aparcó en su sombra. Pero antes de que
abandonáramos este lugar tranquilo y seguro, lo detuve con una mano en
el brazo.
—No puedes hacer que se vayan.
—Como infiernos que no puedo ¿Y por qué no debería? Dame una
buena razón para no echar a los patanes por la puerta principal y por las
escaleras.
—Este día no es sobre ellos, es sobre mi abuelo. El pueblo entero está
aquí, Jake. Todos nos miran.
65
Su mandíbula estaba apretada, pero no discutió. No dijo nada.
—Si vamos a cambiar este lugar, tenemos que jugar bien,
especialmente con los Pattons. Ellos podrían hacer de nuestras vidas un
infierno si lo quisieran. Así que no les demos una razón.
Una vez más, se quedó en silencio, con el musculo de su mandíbula
rebotando y palpitando con el rechinar de sus dientes mientras lo
consideraba.
—De acuerdo, está bien. Pero será mejor que no pongan un pie fuera
de la línea, o no habrá diplomacia. Solo fuerza.
—Entonces supongo que será mi trabajo asegurarme que mantengas
los pies en sus zapatos, que es a donde pertenecen.
Casi sonrió, vi un destello de ella. Pero desapareció y la remplazo por
una de preocupación.
—¿Estás lista para esto?
—Absolutamente no. ¿Tú?
—Nunca. Pero en unas cuantas horas, quedará en el pasado. Es algo
por lo que celebrar.
—Amén a eso.
—Y si le rompo una extremidad a Patton, también lo celebraremos.
Me reí mientras abría la puerta y salía, ofreciéndome una mano para
ayudarme a salir por el lado del conductor. Mientras la aceptaba, me
preguntaba sobre este hombre, el hombre amable –pero malhumorado–
quien me abrazaba mientras lloraba y me ayudaba a salir de la camioneta
como un verdadero caballero. Apenas y lo reconocía, y prefería mucho más
esta versión de él que la del tipo engreído quien no querría otra cosa más
que verme estrellarme y arder antes de poner el país entero entre nosotros. 66
Las personas se habían reunido en grupos afuera y en el porche, así
que nos escabullimos por atrás para evitar la primera ola. Nos dirigimos al
interior en silencio, compartiendo una mirada antes de abrir la puerta y me
hiciera pasar al interior.
La casa estaba llena a rebosar y con la calidez de la gente. El único
espacio que no estaba ocupado por la gente, estaba ocupado por el
mobiliario, y cuando entramos, cada rostro en el lugar se giró hacia
nosotros.
Hubo un suspiro colectivo, una ráfaga de saludos, roces de brazos, lo
sentimos mucho, y lo echaremos de menos. Jake y yo atravesamos la
multitud, deteniéndonos cuando podíamos, abrazando cuando era
necesario, y estrechando las manos cuando las ofrecían.
Eventualmente, salimos de la multitud en la cocina, la cual no estaba
llena de gente simplemente porque nadie podía ponerse en el camino de
Kit sin pagar por ello con una quemadura o una pierna rota. Kit tendía a
correr con cuchillos.
—Oh, ahí están —dijo, limpiándose la frente con el dorso de su mano
y dejando un rastro de harina a su paso—. Todos han estado preguntando
por ustedes. Lleva esto a la mesa, Jake. —Empujó una bandeja de pasteles
delicados hacia él.
—¿Puedo ayudar? —pregunté.
—No, cariño. Tengo las manos llenas y lo prefiero de esta manera. Si
me detengo, voy a… —Su barbilla tembló—. Bueno, es solo que no puedo
parar, eso es todo.
—Entonces no lo hagas —dije con una pequeña sonrisa, girándome
para dejarla en ello. 67
A Jake lo retuvo en la mesa una pequeña anciana que no reconocí.
Mas allá de ella se cernía una multitud de otros con ojos tristes y
hambrientos, esperando su oportunidad con él. No podía recordar los
nombres de la mayoría de ellos, aunque reconocí sus rostros. A muchas
otras no las conocía en absoluto. Mientras miraba a mi alrededor, parada
en la calidez de la cocina, de repente no volvía a haber aire. Demasiada
gente en un lugar muy pequeño.
De alguna manera, entre un montón de gente, estaba sola. Jake era el
centro de este universo, la conexión viviente con mi abuelo, y con su sangre
o sin ella, yo solo era la chica en el borde de la multitud, mirando a algo de
lo que no era parte.
La urgencia de escapar me invadió. Me apresuré a la puerta trasera y
llegando sin obstáculos, me escabullí hacia el porche que rodeaba la casa,
buscando la soledad. Por un momento, la encontré. Cerré los ojos y me
recargué contra un lado de la casa, saboreando la sensación del aire fresco
en mi piel sobrecalentada.
—Día largo, ¿eh?
Me alejé de la pared de inmediato, mis ojos abriéndose para encontrar
a Chase Patton recargado en la barandilla.
Él siempre ha sido alto, su sonrisa sencilla y su cuerpo largo y
delgado. Pelo rubio artísticamente despeinado, con los ojos azul nítido
como un día de verano. Era guapo, y él lo sabía. Y como hijo único del
hombre que poseía el pueblo, recibió todo lo que quería. Me pregunté por
un instante si alguien alguna vez le ha dicho que no, pero decidió que nadie
lo ha hecho.
Por supuesto, no lo había visto desde que me mudé. Lo conocía, todo 68
mundo lo hacía. Pero había visto un lado de él que escondía de otros, y
más importante, de su padre.
Nos observamos mientras se llevó el cigarrillo hacia sus labios para
tomar una larga y profunda calada, y cuando exhalo, exhaló el humo como
un dragón.
Mi corazón tronó, y me sonrojé.
—Oh, lo siento. No me había dado cuenta de que había alguien aquí
afuera. Te dejó con ello. —Comencé a moverme, esperando evitar una
conversación con él, pero me agarró de la mano.
—Por favor, no. No vuelvas al invernadero por mi culpa.
Retiré mi mano de la suya, y me crucé de brazos.
—¿Cigarrillo? —ofreció el cigarrillo colgando de sus labios mientras
metía la mano en su bolsillo.
—No, gracias.
Regresó la cajetilla donde estaba y dio otra calada.
—Fue un hermoso funeral. Vamos a extrañar a Frank por aquí, no
hay duda de eso.
Casi me reí, los Pattons ciertamente no lo extrañaran.
—Gracias.
—Cuando mi abuelo murió, fue el día más largo de mi vida. Él era el
epicentro de este pueblo, entonces el alboroto era casi insoportable. Lo
único que queríamos era estar solos, pero nos encontramos en medio del
dolor de todos los demás. Es brutal. Pero mañana será difícil de diferente
forma, porque es cuando realmente te golpea.
Me tragué las lágrimas, asintiendo.
69
—Gracias por venir a presentar tu respeto.
Sonrió incluso cuando daba una calada.
—Todo lo que has hecho es agradecerme desde que viniste aquí.
Y con eso, me reí, relajándome solo lo suficiente. Me recargué contra
la casa una vez más, frente a él.
—¿Te puedo preguntar algo?
—Lo que sea.
—¿Por qué viniste? Los Pattons y los Brents son los Hafields y
McCoys de este pueblo. Puedes imaginar la sorpresa de verte aquí, en la
casa.
Asintió pensativamente.
—¿Nos echarías si dijera que es política?
—¿A ti? No. ¿A tu padre? No prometo nada.
—La verdad es que he albergado la esperanza de que él tuviera la
valentía de enmendar esta situación. No puedo decir que esté de acuerdo
en una disputa de ciento veinticinco años, porque nunca ha salido nada
bueno de ello. Seguiré esperando un cambio de opinión, en especial ahora
que Frank se ha ido —dijo asintiendo hacia la casa—. No hay razón para
seguir con esto, nada de eso tiene sentido. Pero no podía dejarlo venir solo.
Así que aquí estamos.
Eché un vistazo a través de la ventana para observar a James Patton
hablando con todo el gusto de un político, y la visión me revolvió el
estómago. Intenté decirme a mí misma que la canción y el baile eran la
forma en que un hombre con él lidiaba con el arrepentimiento.
Pretendiendo que no existía.
—Escuché que heredaste la granja. Felicidades. 70

—Gracias.
—De nada, infinito —bromeó.
Reí, observando los listones del porche.
—Así que, ¿qué vas a hacer con esto?
—Bueno, si sabes que lo herede, sabes que Jake heredó la mitad.
—Lo sé.
—Y también sabes que tenemos que decidir todo juntos.
—Naturalmente. Por supuesto, no pensé que te quedarías. Creí que
regresarías a Nueva York.
Fruncí el ceño.
—Tú y todos, al parecer.
—Tiene sentido, eso es todo. No te lo tomes personal —dijo, de
alguna manera sonando reconfortante—. Sabes que mi padre ha intentado
adquirir desde siempre tu granja. Tal vez algún día dependa de ti y de mí.
Podemos acabar con la disputa uniendo fuerzas. Estoy seguro de que sabes
que podríamos hacer mucho por tu granja. Como podríamos utilizar
nuestro alcance, dinero, y expandirnos.
—Estoy segura de que podríamos, pero creo que estaremos bien por
nuestra cuenta. Lo hemos hecho por mucho tiempo.
Me sonrió de lado tan amablemente que no sonó ninguna señal de
advertencia.
—Lo han hecho. Estoy seguro de que sobrevivirás a todos. Pero es
un buen pensamiento, ¿no lo crees? 71
Estaba a punto de agradecerle una vez más por las risas y excusarme,
pero antes de que alguno de los dos pudiera hablar, la puerta trasera se
abrió, y Jake salió.
Se enfureció. Él elaboró y crepitó. Retumbó con remolinos y
remolinos de oscuridad.
Sus ojos se clavaron en Chase.
Pero Chase lo miró acercarse, sin inmutarse. Tomó una última y
perezosa calada de su cigarrillo y lo tiró al patio.
—Hola, Jake. Mis condolencias.
—Jodete, Patton.
Chase levantó las manos en señal de rendición y se enderezó con la
gracia fluida de un gato.
—Venga ya. No quieres hacer esto hoy, ¿o sí?
—Hoy se siente como el mejor día para hacerlo. Si por mi fuera, ya
estarías en tu coche de camino a casa de tu papi con la nariz rota.
—¿Y si no fue por ti, por quién?
Ninguno de nosotros contestó, pero juré escuchar un grito de guerra
retumbando en el pecho de Jake.
—Ya veo —dijo con una sonrisa desenfadada en el rostro—. Bueno,
creo que ya me despediré. —Se giró hacia mí—. Fue bueno verte de nuevo,
Olivia. Espero que la próxima vez sea bajo mejores circunstancias.
No sabía que responder, y parecía que él no lo necesitaba. Él y Jake
se observaron como lobos mientras Chase pasó y se alejó
misericordiosamente de nuestra presencia.
72
Exhalé, hundiéndome contra la pared.
—Dios, gracias por…
—¿Qué mierda quería, Olivia?
Mis cejas se juntaron con confusión.
—¿Disculpa?
—¿Qué quería contigo?
—Nada. Estaba aquí cuando me escabullí por algo de aire.
—Quiere que le vendas, ¿no es así? Quiere que le vendas a su
codicioso padre.
—Habló sobre trabajar juntos, pero…
—¿Qué dijiste? —Se cernía sobre mí, todo en él acusándome—.
¿Qué le dijiste?
—¡Nada! Si no te la vendería a ti, ¿por qué infiernos crees que le
vendería a Patton?
—Chase Patton consigue lo que quiere. Esta granja. Y si sé algo sobre
él, y sé mucho; también a ti. Consigue lo que sea que él quiera, y lo tomará
antes de que siquiera tengas la oportunidad de negarte.
—No puedo creerte —dije, mis manos temblando de furia—. No
puedo creer que me acuses de…
—Sabes que es mejor no meterte en la cama con el diablo, Olivia. No
me des más razones para pelear contigo por esta granja.
Me quedé de pie, boquiabierta, mientras me dio la espalda y se dirigía
hacia la puerta.
73
Con un portazo, se había ido.
Y me quedé sola una vez más.
Merezco una estrella de oro.
El chorro de la ducha golpeaba mi piel como pequeños cuchillos
calientes, aun así, no toqué el grifo. En su lugar, suspiré, cerré los ojos, e 74
incliné mi cabeza hacia arriba.
De verdad, debería haber hecho una de esas tablas de tareas para
adultos. ¿Lavar la ropa? Consigue una estrella. ¿Arreglar la cama? Una
calcomanía brillante. ¿Ducharme? Esa debería valer por dos. Llénala y
obtén un par de zapatos de diseñador. No es como que me sirvan aquí, pero
creo que se verían hermosos en mi closet.
Pasé los últimos tres días en la cama. Chase Patton había estado en lo
correcto sobre una cosa: el día siguiente después del funeral había sido
peor. Incluso el resto del velatorio fue insoportable, el escozor de la
reprimenda de Jake aún estaba fresca. Nos evitábamos como un par de
imanes, la fuerza era demasiado grande como para pelear. Fue fácil
mantenerme alejada dada la densidad del anillo de la gente a su alrededor.
Por su aspecto, creerías que estaba intentando tomar una siesta sobre un
puercoespín, pero se quedó allí y escuchó a todos mientras le ofrecían sus
condolencias. Ocasionalmente, uno de ellos me vería, ofrecería algunas
palabras y se alejaría de nuevo. Pero pocos de ellos me conocían, no
después de todo este tiempo. Algunos de ellos tenían una mirada en sus
ojos, un dolor silencioso, dirigido a mí.
Me preguntaba cuanta gente pensaba como Jake –acusándome de que
había abandonado a mi abuelo y a la granja– y decidí que eran mucho más
de lo que podía soportar.
No pasó mucho antes de que me escabullera por la parte trasera y me
adentrara en el pequeño bosque detrás de las casas, con los tacones
enganchados en los dedos y la hierba de primavera entre los dedos de los
pies. Encontré el viejo columpio de cuerda, y me senté ahí balanceándome,
mirando al punto debajo de mis pies que una vez había estado descubierto
de hierba, y ahora tan igual como el resto. Y pensé.
Pensé sobre nada y, sobre todo, atrapada en ese estado de estática, 75
preguntándome como podía sentir tanto y aun así estar tan vacía. Los
recuerdos oscilantes revoloteaban en mi mente, salpicando con preguntas
sobre mi futuro, y el futuro de la granja. Pero los hilos eran imposibles de
comprender. Me encontraba en un nexo con innumerables caminos que se
extendían ante mí. Podía ir en una de tantas direcciones, pero no tenía una
sola duda sobre qué camino quería seguir.
Lo que no sabía era cuan lejos llegaría. No mucho, si Jake tenía que
ver con ello.
Con otro suspiro, me pasé las manos por la cabeza, el agua
chorreando por la coleta de mi cabello y a la vieja bañera de patas con una
bofetada. Por tres días, no fui capaz de pensar en nada más que en mi
abuelo y en lo que íbamos a hacer sin él. Pero cuando me desperté hoy,
supe que era el momento.
Mi abuelo habría dicho: No puedes ganar terreno si estas de
espaldas, Livi.
Así que, con una especie de paz resignada, me levanté y tomé mi
primera ducha desde el funeral.
Ya era hora de hacerlo.
Mientras lavaba mi cabello y lo acondicionaba en exceso por el bien
de mis rizos, mi mente vagaba por la granja y el dilema al que me
enfrentaba. Había estado en decliné cuando me mudé a Nueva York, pero
en algún punto de los últimos años, la caída había sido peligrosamente
inclinada. Aun no sabía el porqué, y no lo sabría hasta que me encontrara
con Ed, el contador. Las fluctuaciones del precio de la leche, el
adelgazamiento del ganado, el mantenimiento de la granja. Los granjeros
rara vez eran gente rica, y las granjas no eran baratas. Incluso el más
mínimo cambio económico podría tener un grave impacto en nosotros.
76
Lo que si sabía era que necesitábamos dinero. Y para conseguirlo,
necesitaríamos más ventas.
Eso es lo que podía hacer.
Una vez limpia, me sequé, estrujando mi cabello en una vieja
camiseta, una vez más, por el bienestar de mis rizos. Un poco de crema
para rizos fue todo lo que alcanzó mi peinado, un extra de la vida de la
granja. Sin peinados, y sin delineador de ojos. No tenía sentido pasar una
hora desenredando el desastre que era mi cabello si iba a conseguir heno,
lodo o quien sabe que más. Además, a las vaquillas no les importaba si
llevaba rímel en los ojos, entonces ¿Por qué a mi sí?
Unos pocos minutos después, bajé las escaleras en un par de
vaqueros, una blusa blanca en cuello V, en busca de mis botas. Pero en una
exploración superficial en mis zonas para dejar tales cosas, no encontré
nada.
—¿Kit? —llamé, abriendo la cintura para mirar debajo de la mesa de
centro—. ¿Has visto mis botas?
—¿Esas cosas rosas inmaculadas? —preguntó—. Afuera, en el
porche.
La miré.
—Tendrán arañas en ellas.
Agitó una mano.
—Vivirás. Les limpié el lodo.
—¿Para qué? Si se van a ensuciar de nuevo.
—Bueno, ya lo sé, pero son nuevas y brillantes, y quería que se
mantuvieran de esa forma —divagó, con las mejillas sonrojadas y un paño 77
de cocina retorcido en sus manos—. Además, ya sabes como soy. No
puedo dejar de hacer cosas, o…
—Ya sé. —Compartimos una mirada significativa—. Quiero
abrazarte, pero temo que ambas lloremos.
Y con eso, se rio, con lágrimas brillando en sus ojos.
—Entonces es mejor que salgas de aquí rápido.
Así que, con una sonrisa y un escozor en la nariz, salí en dirección al
porche.
Mis botas estaban orgullosamente a lado de la puerta principal. Eran
tan alegres en comparación con el revestimiento blanco y los tablones
encalados en el porche envolvente que tuve que tomar una foto. Con mi
teléfono en mano, bajé los escalones para acercar las botas a la línea de
visión, arrodillándome en uno de los escalones inferiores para alinear la
toma. Se me ocurrió una idea.
El jardín de flores.
Con una sonrisa de oreja a oreja, revoloteé hacia el jardín de la abuela,
que ahora era solo un terreno de cualquier cosa, con un camino cortado a
través de él. Cada temporada, mi abuelo salía aquí con una variedad de
semillas que mezclaba y esparcía por todo el terreno dentro de la valla
blanca. Una vez más, pero esta vez con estiércol, y en unas pocas semanas,
con un poco de lluvia, el jardín crecería y se desbordaría en abundancia.
El siempre usaba las flores favoritas de mi abuela, y en esta época del
año era cuando las peonías florecían, lo cual es la razón por la que vine. La
pequeña caseta junto al jardín albergaba algunas herramientas, así que
agarré los guantes, mirando dentro con desconfianza, imaginando una
señora araña junto a su saco de huevos en el interior. Pero al final, metí las
dos manos sin que me mordieran, recogí las tijeras, y me dirigí al lecho de 78
flores.
Era una explosión de colores, olores y texturas, que uno no sabía a
donde mirar. Las rosas silvestres se entrelazaban con los girasoles, las
dalias, y las digitales. La madre selva trepaba a lo largo de la valla, llegando
de vez en cuando al lecho para mezclarse con los otros tallos más delicados.
No había razón para ello, solo un hermoso caos. Bonito a la vista, pero no
era tan fácil encontrar lo que estabas buscando, si es que buscabas algo en
específico.
Las peonias en todos los tonos de rosa atraparon mi atención, primero
las plantas fucsias. Sus flores estaban caídas, demasiado pesadas para que
los tallos se mantuvieran erguidos. La única característica invariable del
jardín eran los arbustos de peonias de mi abuela en color melocotón
cremoso, rosas suaves, pétalos rosados, y en los tonos más profundo hasta
llegar a ese rosa intenso.
Me incliné y levanté una flor, atrayéndola a mi nariz para respirar
profundamente el perfume embriagador. Y con una sonrisa escandalosa en
la cara, comencé a cortar tallos hasta que tuve un degradado de mi color
favorito acunado en mis brazos. Un par de digitales blancas, y un puñado
de salvia rusa, que eran suficientes para dos ramos.
Perfecto.
No fue hasta que llegué al porche que me di cuenta de que me habían
cortado. Finos cortes de rosas espinosas, un corte más profundo en el lado
de mi dedo índice, y mis pies descalzos raspados en carne viva en la parte
inferior. Encogiéndome de hombros, me senté en el patio frente a mis botas
con mi botín, acomodándolas del cuello, mientras pensaba en mi abuela.
Ella murió antes que mis padres, fue un golpe rápido y fatal. Tenía 79
seis años, así que mis recuerdos de ella son vagos y borrosos, pero la
conocía por las historias que mi abuelo y Kit me habían contado, de los
restos que había dejado por toda la granja.
Mis manos se detuvieron. La antigua tienda –su tienda– escondida
detrás de un tejado de paja cerca del granero. Pop la había cerrado cuando
ella murió, y como niña pequeña, solía escabullirme desde el porche y
mirar hacia adentro. Era una capsula del tiempo, llena de polvo, con sus
productos repartidos por las mesas y expuestos con orgullo en las paredes
y los escaparates. Finalmente me armé de valor para pedirle a mi abuelo
que me permitiera entrar, esperando un duro no o una potencial charla. Sin
embargo, accedió, y me acompaño en silencio hasta la puerta principal.
Una vez abierta, me paseé dentro con la boca abierta, mis ojos hambrientos
comiéndose todo lo que veían. Pero cuando me giré para preguntarle algo
a mi abuelo, él aún estaba a lado del umbral del porche, mirándome con
una expresión ilegible en su rostro. En ese tiempo, era demasiado joven
para entender que era una mezcla de dolor, miedo, y una profunda perdida
que lo mantuvo fuera. Pero entonces sonrió, me dijo que no rompiera nada,
y se marchó al granero.
No se lo pedí de nuevo, sino que me llevé a escondidas las llaves de
repuesto que Kit “no me había mencionado” y me metí para sentarme entre
sus cosas. Puede que fuera el misterio del lugar o que se sentía como un
secreto, pero por años, no me pude alejar. Algunas veces, leía un libro en
la mecedora. Otras, jugaba con la vieja caja registradora. Era demasiado
pequeña para pensar en limpiar el lugar, pero no parecía importar que la
tienda era un desastre. Algunos de los dulces aun sabían bien.
Pero cuando crecí un poco más, el lugar se sintió un poco más triste,
y después de unos cuantos años, la magia se esfumó.
¿Y ahora? La magia estaba de regreso. Y la primera de la que 80
esperaba que fueran muchas ideas brillantes, me golpeó.
Pero primero…
Una vez que los ramos estaban perfectos, me alejé, sosteniendo la
cámara por lo bajo para tomar una serie de fotografías en cada orientación.
Esa sensación de vértigo se dio paso a esa alegría maniaca que
experimentas cuando algo que ni siquiera es divertido sucede y las risas no
cesan. El sentimiento creció hasta que fue demasiado para mi piel mientras
abría una aplicación de edición y le colocaba un filtro para que fuera nítida
y brillante.
Entonces abrí Instagram.
En la agonía de mi niebla de tres días, había pensado demasiado en
abrir una cuenta de la granja, pero me había atascado en el nombre de
usuario –todos los buenos ya estaban utilizados, y nada era lo
suficientemente pegadizo como para llamar la atención de alguien. Pero
mientras abría la aplicación en la mañana, supe lo que quería hacer.
Cuando estuvo disponible, chillé, golpeando mis pies en las tablas del
porche.
@LasAventurasDeUnaChicaDeGranja
Subí mi primera publicación, usando cada etiqueta en la que pudiera
pensar incluyendo #ChicaDeGranja y #GranjaBrent. Incluso etiqueté la
marca de mis botas de lluvia con la esperanza de conseguir más visibilidad.
En el momento en el que se publicó, salí del porche y recogí las flores,
volando hacia la cocina mientras llamaba a Kit.
Su cabeza apareció en la puerta de la despensa antes de que entrara
en la habitación.
—¿Qué ocurre? No me digas que en verdad había una araña en tu
81
bota…
—¡No! ¿Dónde está la llave de la tienda de mi abuela?
Kit no se movía, pero de alguna manera se calmó.
—En el gancho, donde siempre. —Asintió en esa dirección—. ¿De
qué se trata todo esto?
Dejé las flores en sus brazos agarrando la llave.
—Ya sé cómo salvaré la granja.
Su boca se abrió como un bajo, pero antes de que lo captara, salí por
la puerta y metí los pies en las botas. Bajé los escalones y me dirigí hacia
la pequeña tienda con las ideas zumbando en mi cabeza. La manera más
fácil de conseguir gente era con atracciones, y de esas teníamos en
abundancia. La tienda. La granja. Podíamos hacer recorridos y paseos en
carretas de heno. El huerto de calabazas y festivales de vacaciones.
Zoológico interactivo. La cremería hacia productos para las tiendas locales,
pero podíamos agregar nuestros productos a la tienda. Tal vez expandir
nuestra distribución y comenzar a entregar leche, usar el sitio web para que
sea cómodo y accesible, usar las redes sociales para…
—¿Qué estás haciendo?
La voz de Jake me dio un susto de muerte, y salté, girando sobre mí.
—Dios, Jake. Tienes los pies ligeros para ser un ogro.
Frunció el ceño y se cruzó de brazos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó de nuevo, pero esta vez con
autoridad.
Así que también fruncí el ceño.
—No es de tu incumbencia.
82
—Todo lo que pasa en esta granja es de mi incumbencia. ¿Qué es lo
que quieres con la tienda de Janet?
Por un momento lo analicé, considerando como decirle y cuantas
palabras usar para decírselo. Pero no se lo podía ocultar.
—Bueno. —Comencé mientras una sonrisa no deseada se extendía
por mi cara—. Estaba pensando en cómo aumentar nuestros ingresos.
¿Sabías que la mayoría de las granjas tienen recorridos y tiendas?
—Por supuesto que lo sé —chasqueó—. Pero nosotros no.
—La abuela no estaría de acuerdo. —Señalé a la casa—. Antes de
que muriera, ella tenía ambas cosas.
—¿Cómo haremos dinero si tenemos que contratar un montón de
gente para hacer los recorridos y trabajar en la tienda?
—Estaba pensando en que podemos ver si alguien de aquí quiere
ayudarnos con eso. ¿Quién mejor para los recorridos que nuestra gente?
Podríamos limitarlo a los fines de semana, mantenerlo simple al comienzo.
—Nos vas a poner en el suelo, Olivia.
Algo sobre la manera en que había dicho mi nombre sonaba como
una maldición.
—No estamos maximizando nuestro potencial de ganancias.
Podríamos hacer festivales, recorrer el huerto de calabazas. El cuatro de
julio se acerca, y podríamos…
—No.
Parpadeé.
—¿No?
—No.
Parpadeé unas cuantas veces más. 83

—¿No a que parte?


—A todo ello. No estamos prostituyendo la granja por dinero.
Me eché hacia atrás como si me hubieran abofeteado.
—¿Disculpa?
—Quieres explotar este lugar con extraños solo para ganar dinero. No
conozco una mejor definición de la palabra. —Señaló al granero—. Para
empezar, no tenía muchas expectativas en ti, pero pensé que podíamos
hacerlo mucho mejor que esto.
Con las mejillas enrojecidas y la nariz ardiendo, apenas pude contener
mi furia.
—No sé quién te crees que eres…
—Creo que soy la única persona que sabe cómo manejar este lugar,
y creo que tú estás más llena de mierda que los patios de estiércol.
—Bueno, Jake —escupí—. Creo que eres un imbécil miserable que
está tan asustado del cambio que preferirías ver fracasar a la granja, antes
que admitir la derrota. Así que intimidas a cualquiera a tu alrededor hasta
salirte con la tuya. ¿Pero adivina qué? No te tengo miedo, y no permitiré
que me digas que es lo que puedo y no puedo hacer en mi granja.
Echó la cabeza hacia atrás mientras se reía tan alto, que un pájaro
salió volando de un árbol cercano.
—Tu granja. Eso es poderoso. Llámala como quieras por los
siguientes tres meses. Porque después de eso… —Cuando se encontró con
mi mirada, su sonrisa se volvió fría—. Te habrás ido.
Me dolían los músculos como para lanzarme sobre él y empujarlo con
todas las fuerzas que tenía. Apreté los puños a los lados, la cresta de la llave 84
cortando mi palma.
—Hicimos un trato —dije en voz baja, mi voz temblando por la
contención—. No puedo salvar la granja si no me lo permites. Si vamos a
hacer esto justo, tendrás que permitirme hacer lo que quiera.
Me miró fijamente, con esos estúpidos y furiosos músculos rebotando
en su mandíbula. Eran enormes, más grandes que los de una persona
promedio, probablemente por el uso excesivo.
—Otro cualquiera prostituye sus granjas porque es bueno para el
negocio. No tendrás que hacer nada, yo tomaré el control y la
responsabilidad completa de ella. De lo contrario, te consideraré en
incumplimiento de nuestro acuerdo, y el trato estará fuera de la mesa.
Por un instante, se mantuvo observándome con sus ojos como el
carbón caliente en sus cuencas. Se prolongó tanto que me pregunté si
respondería.
—Términos —dijo finalmente—. No me pedirás ayuda, esto es tuyo
para que fracase, y no me ensuciaré las manos con ello. Cualquier gasto
que hagas se convierte en tu deuda de la granja y deberás devolverlo en su
totalidad. Y cuando fracases, no discutirás cuando te diga que te lo dije.
—Bastante justo. —Intenté explotar su cabeza con mis globos
oculares. No funcionó.
La energía caliente y hostil chisporroteaba entre nosotros. Nuestros
pensamientos casi lo suficientemente fuertes para escucharlos, lo
suficientemente agudos como para cortar.
—No funcionará.
—No con esa actitud —dije con alegría fingida antes de alejarme de
él. 85
No comprobé si estaba observándome, así que solo abrí la puerta con
mis manos temblorosas y con los oídos zumbando antes de adentrarme.
La tienda estaba silenciosa y quieta, el polvo era más espeso, y el olor
más almizclado. Pero todo lo demás era igual.
Mi pulso se ralentizó mientras me dirigía hacia la parte trasera,
haciendo pausas ocasionales para quitarle el polvo a las cosas. Y cuando
llegué a la pared ranurada, me di la vuelta y observé su especialidad.
Iba a estar furioso cuando ganara, y yo iba a estar tan satisfecha
cuando él perdiera.
Y alimentada por ese fuego, no había nada más que hacer que ponerse
a trabajar.
Una sarta de improperios se me metió en el cerebro como una
cuerda en un tornado.
En el momento que cerró la puerta de la tienda, me volví en mis 86
talones y me fui. Tres días sin ver la piel ni el pelo de Olivia no habían sido
suficiente distancia, si mi furia era una prueba. Había creído que la mayoría
de mi enojo se había esfumado, pero una mirada, y ¡puf! Mi autocontrol
salió volando por la ventana.
Por un instante, creí que había una oportunidad de que pudiéramos
trabajar juntos. Y un segundo después, la encontré sonriéndole a Chase
como si fuera un maldito ángel, hablando sobre nuestra granja, con un
hombre cuya intención es verla fracasar.
Después de eso, nada me convencería de que lo que Olivia dijo era
una buena idea. Cada pequeña infracción se acumulaba con la siguiente.
Su intrusión. Nuestra responsabilidad compartida, una que nunca siquiera
planeé tener en primer lugar, pero una que no podía soportar compartir con
ella y sus ideas locas que resultarían en ella cambiando mi mundo en su
totalidad. La visión de ella con Chase Jodido Patton, y el conocimiento de
que el haría cualquier cosa para conseguir nuestra granja para su padre
corrupto. Incluso usar a Olivia, y en cualquier capacidad que pudiera.
Cualquier capacidad.
Y ahora iba a husmear en la tienda de Janet, sabiendo perfectamente
bien que Frank no pondría un pie en ese lugar. Podía sentir su descontento
más allá del velo, y eso me hizo sentir enfermo. Mi estomago era un balde
oxidado de rocas, que repiqueteaba y rechinada con cada paso que daba.
No creía que alguien en el mundo me hubiera hecho sentir tan furioso
como Olivia Brent.
—Bien, ¿Qué te pasa? —preguntó Kit.
Mi mirada se dirigió a ella, inconsciente de su presencia en el granero.
Su rostro era un desastre; una mezcla de curiosidad, sorpresa, y puede que
un poco de juicio. Tenía en su mano un balde de la mitad del tamaño de un
bote de basura, lleno de desperdicios de la cocina, se colocó en uno de los 87
comederos de los cerdos que estaban en el establo con los desperdicios a
punto de derramarse.
—Ella. —Indiqué con un dedo en dirección a la tienda.
Kit me dio una mirada acusativa.
—Siempre eres un gruñón, pero este es un nivel completamente
nuevo de calor bajo el cuello. Las únicas otras veces que has estado así de
enojado es por un Patton.
—Si, bueno, que se jodan todos ellos, incluida ella.
Eso me valió una mirada de reprimenda en toda regla.
—Jakob Milovic, mide lo que dices. Olivia solo está intentando
ayudar, y por mi parte no creo que abrir la tienda sea una mala idea.
—¿Tu administras la granja? —disparé.
Lo lamenté de inmediato.
El rubor de las mejillas de Kit aumentó, su boca se apretó con la
flexión de su barbilla. El brillo en sus ojos me destripó, y las piedras en mi
vientre cayeron al suelo.
—No, supongo que no. Pero tú tampoco.
Avergonzado, suspiré y me pasé una mano por el cabello,
permitiéndome mirar al suelo donde no podía ver lo que había hecho. Así
que pude tomarme un segundo para reducir la abrazadera de mi garganta.
En la suciedad bajo mis botas, descubrí una verdad que no había
reconocido.
Esto no era sobre la tienda. Apenas y era sobre Olivia.
El único padre que había conocido se había ido, pero yo no estaba
88
listo para dejarlo ir. No estaba listo para llenar sus zapatos, mis pies eran
tan pequeños y sin practica para hacer nada que no sea flotar inútilmente.
Había pasado los últimos tres días evitando esta verdad, trabajando desde
el amanecer hasta el atardecer, así no tenía que pensar en nada o sentir algo
que no fuera mi furia hacia Olivia.
Eso era mucho más fácil que enfrentar la verdad.
—Lo siento. —Dos palabras, ásperas con la emoción—. Es solo…
nada es… no sé cómo… —Sacudí la cabeza, luchando con las
emociones—. Frank se ha ido, Kit. ¿Qué infiernos se supone que debemos
hacer ahora?
Antes de que lo supiera, de alguna manera estaba en los brazos de
Kit, lo cual era un logro de la física, dada su estatura y la mía. Pero se las
arregló, meciéndome, silenciándome y llorando, por lo que parecía. Los
cerdos se volvieron más ruidosos cuando colocó el balde en el suelo, fuera
de su alcance. Una de las cerdas se esforzaba por meter la cabeza entre las
barras de la valla, lo que sería un desastre. Tendría que romperla para poder
liberarla.
—Es mejor que alimentes a esos cerdos antes de que Susie destrocé
la jaula —me burlé, acariciando la espalda de Kit.
Río sobre sus lágrimas, limpiándose los ojos con el delantal.
—No querría más trabajo para ti dado que tienes las manos llenas
con una pelirroja de tamaño pequeño, ¿verdad? —Kit levantó el balde—.
Silencio, Susan. No seas dramática.
En el momento que las sobras cayeron al comedero, el único sonido
fue el de su descuidado comer.
—Vamos, Jake. Creo que tú también necesitas comer algo —dijo,
89
deslizando su brazo en el mío.
Tomé el balde de Kit y dejé que me llevara con ella.
—Muy bien. —Comenzó una vez que estábamos fuera del
granero—. Te has estado reprimiendo lo suficiente. Ve y descárgate.
Bajé la vista hacia ella, inseguro de si alguien estaba listo para eso.
Pero me miró.
—Vamos, gallina.
Así que tomé una respiración profunda, y por la duración del camino,
lo hice.
Era mucho de lo mismo, centrado en las ideas de Olivia y puntuando
frecuentemente por las palabras estúpido y no. Escuché la petulancia en mi
voz mientras me acercaba al final de mi intercambio con Olivia y lo odié,
odié cuan malvado sonaba. Pero no tanto como odie el darme cuenta de
que tal vez no estaba totalmente en lo cierto.
Para cuando llegamos a la casa, lo había sacado, pero no se había ido.
La película se aferraba al espacio que había ocupado. A regañadientes, dejé
que me guiara dentro tomando de manos el balde antes de colocarme en
una silla de la isla de la cocina.
Durante el tiempo que tardó en poner el contenedor bajo el fregadero
y lavar sus manos, se mantuvo en silencio. Pero cuando caminó hacia el
frigorífico, dijo:
—Tiene razón, y lo sabes.
Mis fosas nasales se abrieron.
Kit no esperó que respondiera, lo cual estaba bien. Preferiría haber
saltado del techo del granero antes que admitir que ella tenía razón.
90
—Todas las granjas con éxito en el área triestatal tienen una tienda y
hacen recorridos, y lo sabes. La única razón por la que Frank no lo hacía
era porque le recordaba a que Jane se había ido. Era más fácil ignorar su
ausencia si él no lidiaba con esa parte de su negocio. ¿Por qué permitir que
alguien más maneje la granja? Era suya. Creyó que dejar que alguien más
la administrara, borraría su esencia. No tuve el corazón para decirle que esa
solo era otra manera de esconderse. Pero no tengo problemas diciéndotelo
a ti. Y si hay una persona a la que la dejaría abrirla, es a Livi. Creo que
también sabes eso.
No me puso en aprietos haciendo contacto visual, sino que se
mantuvo moviéndose primero con un recipiente de carne fresca y bollos de
brioche que de seguro horneó a las tres de la mañana.
—Necesitamos elevar nuestros ingresos, y Olivia tiene las
herramientas para hacerlo. Pero tienes que permitírselo. Nada cambiara si
no lo hacemos, y ninguno de nosotros sabe cómo hacerlo, excepto Livi.
Estamos a nada de que la granja caiga en un déficit del que no podamos
recuperarnos. Y después no tendremos elección. Tendremos que vender, y
¿Quién crees que será el mejor postor? —preguntó con el bollo en su mano
mientras lo untaba con mostaza.
El pensamiento de tener que venderles a esos sinvergüenzas me hizo
estallar el pecho.
—Eso no pasará.
—Como están las cosas, no podemos hacer mucho para compensar
los últimos años. No puedes prometer que no tendremos que vender,
especialmente si no haces nada más que enterrar tu cabeza en la arena, tal
y como Frank lo hizo.
—Hay otras maneras. Mas ganado, más producción, e incrementar
nuestros precios al por mayor. 91
—Eso no será suficiente, el costo del ganado por si solo tomará años
en recuperarse. Frank mantuvo todo tranquilo, fingiendo que resolvería
todo por si solo mientras el mundo cambiaba a su alrededor. Puede que
estuviera demasiado asustado del riego o escéptico del éxito de cualquier
situación. No estaba dispuesto a adaptarse. Y si tú tampoco lo estas, tú serás
quien cargará el fracaso de la granja independientemente si haya sido tu
culpa o no. —Bajó el cuchillo con un estruendo, su cara estaba tensa por la
emoción cuando finalmente se encontró con mi mirada—. No sobrevivirás
a eso, Jake. Así que, si no escuchas a Oliva por ti mismo, hazlo por mí.
Hazlo por esta granja. Sal de su camino y déjala intentarlo. Frank arriesgó
la supervivencia de esta granja por ti. No te atrevas a dejar que sea en vano.
El dolor en mi pecho era tan fuerte que pensé que podría ahogar mi
pulso.
Porque ahí era donde me tenía. Acababa de decir la verdad sin rodeos
de lo que quería escucharla.
La granja había estado en decadencia cuando la encontré, pero no
había entrado en este margen de endeudamiento hasta que Frank pidió una
hipoteca sobre la granja para financiar mi inmigración. Mi madre había
venido aquí desde Croacia bajo asilo, y cuando murió, mi estatus
migratorio tenía que ser revisado y renovado. No lo sabía, al menos no
hasta que me establecí en la granja y el Servicio de Control Migratorio y
Aduanas vino por una denuncia anónima que no tenía nada de anónima.
Que lo nieguen todo lo que quieran, pero supe exactamente quien había
hecho esa llamada.
Los Pattons me habían detenido, un hecho que Chase ondeaba como
una bandera de guerra. Y Frank tuvo que hipotecar la granja y endeudarse
con cerca de doscientos mil dólares para mantenerme aquí.
La caída de esta granja era más culpa mía que de nadie más. Era mi 92
deuda.
No pude escapar de eso. No podría permitir que la granja fracasara.
Incluso si eso significa salir del camino de Olivia.
Se asentó una pesada resignación en mis hombros, inclinándolos.
—Está bien. —Concedí con tranquilidad—. Pero si ella es la razón
por la que perdamos la granja…
—Sé que no confías en nadie, pero has tu mejor esfuerzo por creerme
cuando te digo que no lo será.
Con un asentimiento, prometí la única cosa que podía.
—Lo intentaré.
Miré las hojas del escritorio que estaban entre Ed, él contador de
la granja, y yo, fingiendo que sabía lo que estaba mirando.
—Así que… —continuó Ed—, puedes ver que la mayor parte de las 93
deudas de la granja son debido a dos hipotecas que Frank sacó sobre la
granja: una hace una década, y la segunda hace dos años. La primera nos
puso en el hoyo, y la segunda solo lo empeoró.
Volteé la hoja de arriba, y después hojeé la segunda en busca de
información que entendiera sin encontrar nada.
—¿Pero que causó la decadencia en primer lugar?
—Los precios del mercado, el mantenimiento, y expansión. Ese tipo
de cosas.
Algo en su voz curtida sonaba a evasión. Lo miré en busca de alguna
pista y encontré lo suficiente en las escarpadas líneas de su rostro para
confirmarlo.
—Entonces la primera hipoteca fue por…
Jugueteó con la pila como si estuviera buscando algo, evitando mi
mirada.
—Bueno, en su mayoría fue por herramientas. Modernización, y
ganado. Ya sabes, cosas de granja.
—Cierto. Cosas de granja.
Le di una mirada.
—¿Qué tal si te doy acceso a los libros? Puedes ver en todo lo que
Frank gastó, si quieres. Y estoy aquí siempre que necesites respuestas, si
es necesario.
—Eso ayudaría. —Volteó algunas otras hojas—. Es mucho dinero
para gastar en la modernización sin un retorno.
—Seguro. Pero mientras Frank modernizada las herramientas, él no
lo hizo en otros lugares, como mencionaste. No conozco mucho sobre la
94
nueva forma de mercadotecnia, pero puedo ver que es hacia donde nos
dirigimos. —Se inclinó un poco—. No le digas a Jake, pero creo que tienes
una buena idea. Mis nietos le enseñaron a mi esposa como usar Instagram,
y ella me ha estado mostrando tus fotografías. Tengo la corazonada de que
eres lo que nos faltaba por aquí. Desearía que hubieras venido hace algunos
años —dijo en una risa amable.
Una cosa aparentemente inofensiva, una reflexión sin importancia.
No podía conocer mi culpa, no se había dado cuenta lo desesperadamente
que deseaba haberme quedado cuando Jake me lo pidió.
Sonreí a través del dolor.
—Tu secreto está a salvo conmigo. Espero que pueda ayudar.
—No tengo ninguna duda, Livi. ¿Tienes alguna otra pregunta?
¿Qué es lo que no me estás diciendo?
—No, creo que eso bastará por ahora. Solo envíame esos registros, si
puedes, y aceptaré tu oferta para ayudarme a darles sentido.
—Hecho —dijo mientras se levantaba para acompañarme a la salida.
Nos despedimos, y me alejé de nuestras oficinas, construidas en uno
de los antiguos graneros reconvertidos, hacia la granja con los papeles que
me dio bajo mi brazo.
Papeles que nos mostraban varios cientos de miles de dólares de
deuda.
Tenía sentido, las herramientas por sí solas se trataban de un gasto
masivo, y con la caída constante del mercado, los productores de leche por
todo el país estaban perdiendo sus granjas. No estábamos solos. Era tan
difícil obtener beneficios, que sobrevivíamos a duras penas. Un par de
cientos de miles no era nada en comparación con el valor de la granja, pero
con nuestros beneficios constantemente cayendo en picada, no había 95
manera de ponerse al día. Solo seguíamos cayendo más y más, el dinero
derramándose cual hemorragia cada trimestre.
Así que mi trabajo era detener el sangrado.
Con ese pensamiento, entré a la casa, depositando los papeles en la
oficina desordenada de mi abuelo antes de agarrar mis cosas para salir a
los pastizales por una pequeña sesión fotográfica con los terneros.
El día era lo suficientemente caluroso y húmedo después de la lluvia
de la noche pasada, como para dibujar un hilillo de sudor tan pronto como
salí de la sombra. El sol besaba mis hombros y mejillas desnudas, y me
pregunté cuanto tiempo hacía que no tomaba tanta vitamina D.
Probablemente debí haberme puesto un sombrero y algún protector solar
más fuerte que el de SPF 15 que me pongo a diario como norma. Además,
con suerte no pasaría tanto tiempo afuera como para quemarme.
Atravesé la granja en mis botas de lluvia rosadas y mis pantalones
cortos, con una camiseta blanca debajo, y un pañuelo de goma de mascar
atado alrededor de mi loco moño. Pasé por el patio de los recién nacidos
donde cada ternero estaba separado el uno del otro. Sin saber la razón, la
gente algunas veces pensaba que era cruel, o que la separación y el
confinamiento era para vender los terneros para carne. Pero la verdad es
que los terneros estaban tan llenos de gérmenes como los bebes, y justo
como los bebes, se llevaban todo a sus bocas y tenían un sistema
inmunológico completamente nuevo. Así que, por un par de meses, viven
en pequeñas jaulas, socializando con sus vecinos a través de la cerca. De
esta manera, si un ternero enfermaba, era fácil de contener y esterilizar. Si
los mantuviéramos juntos, perderíamos ganado en masa incluso cuando
solo uno se enfermaba.
En un espacio abierto entre los terneros y los graneros, unas jaulas
más grandes mantenían grupos pequeños de terneros mayores donde 96
socializábamos con ellos, aprendiendo sus personalidades, haciéndolos
acostumbrarse a los demás antes de que acabaran en el rebaño de los
adolescentes, lo que causaba tantos problemas como la variedad humana.
Pero yo me dirigía a las jaulas donde los terneros aún son pequeños y es
menos probable que me jugaran una broma.
—Oigan, chicas —arrullé mientras me acercaba a una jaula y
trabajaba en la fijación del trípode a la valla metálica.
Las tres crías se apresuraron a pasar sus narices a través de la valla
cuadriculada.
—Me sentiría alagada si no supiera que solo están buscando comida.
La cría albina lamió su nariz mientras batía sus pestañas.
—No te preocupes. Obtendrás todos los regalos una vez que
consigamos la inyección de dinero.
Comprobé la pantalla para asegurarme de que tenía una buena vista
de la jaula y el escenario. Los robles se alzaban en la distancia detrás de
nosotros, la tierra entre nosotros y ellos, verde y exuberante.
Las colinas montañosas y peñascosas que creaban nuestro valle se
cortaban en el cielo, la vista reconfortante y familiar, tan hermosa como
siempre.
No tenía otro plan más que limpiar el granero y cepillar a los terneros.
Normalmente se hacía por la tarde con un turno separado para rellenar el
heno, agua y lo programaba para no interrumpir el trabajo de nadie.
O eso creía.
No fui tan lejos con la tarea, con las botas plantadas en el barro y la
pala en las manos, cuando escuché un todoterreno en la distancia. Me 97
asomé, protegiendo mis ojos del sol, entrecerrando los ojos a la figura
arriba del todoterreno, por si mis ojos me engañaban.
No lo hacían.
Jake se dirigió directamente hacia mí, arrastrando un remolque de
heno y pensé.
Sin camiseta.
Estaba bronceado y fornido, con una postura mucho más relajada de
lo que lo había visto desde que llegue a casa. Había algo elemental sobre
él, como si hubiera sido creado de la mismísima tierra, y en su presencia,
se sintiera a gusto… en casa. Esto era su dominio, y su autoridad era
absoluta, particularmente cuando me veía a un lado arrodillada con la pala
de estiércol.
Lo supe en el momento exacto en el que me vio.
Se convirtió en una piedra.
Cada línea suave se enderezó, se afiló. Podía sentir la pesadez de su
mirada en mí desde cientos de kilómetros lejos, y mi pulso aumentó
preparándose para una pelea.
Cuando se detuvo al final de las jaulas y regresó al trabajo sin
reconocerme, me dejó mucho más confundida que aliviada. Pero no por
mucho.
Le di la espalda antes de rellenar una carretilla antigua azul,
pretendiendo que él no estaba ahí.
La tarea era imposible.
Podía sentir su presencia como si estuviera a lado mío. Cada sonido
que hizo mantuvo mi atención, mi mente obsesionándose de más con lo
que estaba haciendo. Un susurro del heno. Metal rozando más metal. El 98
sonido de las piedras, en la pala, y después el golpeteo contra el balde de
plástico para el consumo.
Cuando fue demasiado, me dirigí a otra sección de las jaulas con mis
botas hundidas en el barro. Los terneros me siguieron con expectativa, así
que apoyé la pala contra la valla y les di un poco de amor, observando a
Jake con el rabillo del ojo.
Se había acercado más a mí, solo a un par de jaulas más abajo, con
sus músculos juntándose y relajándose. El solo que se reflejaba en el brillo
de su piel era cegador. O puede que ese solo fuera el efecto que exigía esa
clase de estatura. Total, y completamente cegadora.
Dejé de acariciar a la cría albina y me dio un codazo. Después otra de
sus amigas me empujo desde atrás, lanzándome a la albina. Con un chillido,
intenté alejarme de su camino antes de que el tercero me golpeara en el
pecho.
Hubiera salido de ahí, si mi bota no se hubiera atorado en el lodo
pegajoso.
Bajé como un molino de viento, con un pie en el aire y los brazos
girando. El ternero apenas y me había rozado, pero con la fuerza combinada
con mi caída sin gracia, me estrelló contra el piso.
Mis costillas se estremecían, mis pulmones estaban vacíos por la
conmoción y bloqueados por el dolor. Aturdida, observé a los terneros que
me rodeaban, sabiendo que necesitaba acurrucarme, arrastrarme, o pedir
ayuda. Pero no me podía mover o hablar, estaba demasiado ocupada
intentando abrir mis pulmones y escuchar más allá del zumbido de mis
oídos.
Un silbido agudo cortó el caos, y los terneros se alejaron hacia el otro 99
extremo de la jaula. El sol me martilleaba en el barro.
Respira, no puedo respirar, no puedo…
Una sobra se cernió sobre mí, y abrí los ojos para ver la silueta de
Jake contra el cielo azul.
Me ayudó a sentarme, apoyando mi cuerpo contra el suyo e
inspeccionándome lo mejor que pudo.
—¿Te lastimaste?
Sacudí la cabeza.
—No puedo… respirar…
—Si puedes, solo mírame.
Cuando me encontré con su mirada, le habría dicho que esa era la
cosa más tonta que había sugerido, si hubiera podido hablar. Porque era
imposible respirar con su rostro a centímetros del mío. Sus ojos se
entrecerraron con preocupación, el verde de sus iris era nítido y brillante,
incluso en la sobra. Tal vez era la falta de oxígeno. Es probable que
estuviera alucinando. Nadie podía ser tan perfecto, cada característica
simétrica y alineada. Debía tener un defecto además de su actitud de
mierda. Orejas peludas, tal vez.
Cuando giró su cabeza para comprobar mis extremidades, me di
cuenta de que sus estúpidas orejas también eran perfectas.
Idiota.
—Respiraciones lentas. Eso es. —Con su mano libre, comprobó mis
costillas.
Me retorcí en sus brazos, tosiendo en lugar de reír.
—Detente —dije—. Reírme duele.
100
Capté un destello de sonrisa mientras me sentó del todo y me soltó.
—Sabes, pudiste haberte lastimado. ¿Dónde está tu zapato?
—preguntó con el ceño fruncido.
—Allá.
La bota errante se quedó en el lodo como un soldado quien ha sido
abandonado en su puesto.
—¿Te has quedado sin botas?
Me encogí de hombros y me levanté poniéndome de pie.
—Estoy decepcionada. Siempre había querido que me
impresionaran, así que esto se siente como un tremendo fracaso.
—¿Qué estabas haciendo aquí, de todas maneras?
—Grabando —dije mientras me observaba, mis manos estaban
cubiertas con lodo y algo peor.
Puso la bota a lado de mi pie enfundado en el calcetín, que no había
tenido el valor para plantarlo completamente en el lodo.
—Deberías haberme preguntado.
Lo miré mal.
—No necesito tu permiso.
—No es por eso, lo estás haciendo mal.
—¿Lo estoy haciendo mal?
—Primero, tu pala es demasiado larga para tu altura. Y con ese
mango, estás trabajando más de lo necesario. Además, tienes la cabeza
equivocada… con una plana hubiera sido más fácil.
—Jesús. —Puse mi pie dentro de la bota—. ¿Lo estas disfrutando? 101

—No me estoy metiendo contigo. Solo intento ayudar.


—Nunca te dediques a la enseñanza. Hay formas mucho más fáciles
para hacer llorar a los niños.
Cruzó sus amplios brazos sobre el pecho. Ese pecho que había estado
mirando estaba manchado de lodo, de la misma manera que sus vaqueros,
manos y antebrazos. Tenía un poco de lodo en su rostro, y sé que debí
haberle dicho, pero no lo hice.
—¿Así que, hiciste todo esto y casi te pisotearon por un estúpido
video?
Me crucé de brazos al igual que él.
—Estos estúpidos videos traerán gente a la granja, así que no los
critiques. Nadie te está pidiendo que hagas el tonto en el video. ¿Por qué te
importa lo que haga?
—Si no estuvieras siendo irresponsable, no me importaría.
Solté una carcajada.
—La tienda no es irresponsable, y sé que preferirías comer vidrio
antes que dejarme hacerlo.
—El dinero que cuesta es irresponsable.
—Bueno, Sr. Arreglador, ¿Cuál es tu gran idea para darle un giro a la
granja? Porque no he escuchado ninguna sugerencia, solo más de lo mismo.
Una sombra cayó sobre su rostro.
—He estado a cargo por una semana. ¿Cómo demonios debería
saberlo? Apenas sé si estoy haciendo esto bien o no, no importa como
cambiar las cosas.
Hice una pausa, acobardada. 102
—¿Esto no es lo que siempre has hecho?
Con un resoplido, arrastró una mano sobre su cabello, gimiendo
cuando recordó que se estaba embarrando.
—Algunas cosas, sí. He seguido a Frank lo suficiente como para
saber con lo que estoy lidiando, pero solo en los términos generales. Yo…
no lo he hecho, no sin ayuda. No sin su guía. Así que perdóname por no
tener tiempo para elaborar una propuesta de negocio para un trabajo que
no sabía ni siquiera que tendría.
Bajé la mirada a mis zapatos, mis ojos pinchados por las lágrimas. Mi
abuelo habría sabido que hacer. Estábamos a la deriva sin él.
Y si no nos ayudamos mutuamente, ambos nos ahogaríamos.
—¿Puedo hacer una sugerencia?
—Si tiene algo que ver con el maldito internet, te juro por Dios…
—¿Qué hay sobre las entregas locales?
Frunció el ceño.
Lo miré.
—¿Estás enojado por la idea o porque soy yo quien lo sugirió?
—No quieres que responda a eso. Cuéntame tu gran idea.
—Bueno. —Comencé, animada—. Estamos vendiendo leche a las
tiendas locales, y el excedente se vende para su distribución. ¿Qué pasa si
distribuyéramos menos al por mayor en favor a un servicio local de entrega
de leche? Podríamos hacer mucho más vendiéndola al por menor en lugar
del mercado de la leche al por mayor. Y no sería tan difícil. Ya estamos
embotellando y empacando para las tiendas. Por ahora ni siquiera
necesitaríamos un transporte especial, solo una solución de refrigeración
para la parte trasera de un camión. Podría ponerlo en la página web así la 103
gente podría hacer un pedido con nosotros en línea. Podemos poner
volantes y yo puedo anunciarlo en ya sabes dónde.
Aún seguía frunciendo el ceño, pero este era un ceño diferente. Con
este, tenía un presentimiento de que era el resultado directo de que estaba
en lo correcto.
—Reúne algo que podamos llegar con Ed y con el equipo. Si es viable
financieramente, podría funcionar.
Intenté no sonreír demasiado.
—¿Es un sí?
—Es un veremos. —Me observó durante un rato—. ¿Cómo es que no
puedes venir con más ideas que no cuesten un brazo y una pierna?
—Miraré en mi diario y veré si puedo desenterrar algo —bromeé.
Soltó una risa silenciosa por la nariz.
—Probablemente debas ir a bañarte, hueles a mierda.
—Tu no hueles mejor que yo. Eres quien tiene mierda de verdad en
tus grandes y desnudas tetas de hombre.
Una carcajada completa salió de él.
—Quiero decir, llevas puestos unos vaqueros ¿pero no una camiseta?
Es como encender la calefacción con las ventanas abiertas.
—Intenta cargar el heno en pantalones cortos y dime cómo se siente.
—Tal vez lo haga —dije inteligentemente, dirigiéndome hacia la pala
para terminar de limpiar.
—Y tal vez la próxima vez, pienses en protector solar. Eso dolerá en
un par de horas. 104
—Pero solo he estado aquí un… —Me miré el hombro y resoplé—.
Hijo de perra.
Jake río, acariciando la cabeza del albino mientras pasaba junto a ella
para saltar la valla con tanta facilidad, que me pregunté si de verdad era
algún tipo de bestia salvaje.
—Hazme un favor y no te metas en problemas —dijo sobre su
hombro.
—No puedo prometer eso —grité a su espalda, disfrutando la vista
hasta que volvió a recoger el rastrillo de heno.
Una vez que guardé las herramientas y les di a las crías las golosinas
que les había prometido, desenganché mi teléfono del trípode y me
recargué en la valla para echarle un vistazo a los fotogramas del video.
Había algunas fotos bonitas de mí y de los terneros, algunas más geniales
de mi paleando el estiércol, y después la secuencia de un ternero dándome
un cabezazo y tumbándome de espaldas.
Pero eso no es nada comparado con las tomas en las que aparecía
Jake.
Había visto algunas fotografías de Jake por la casa, y en cada
fotografía que posaba, tenía una de esas sonrisas falsas que mostraban los
dientes. Como si alguien le hubiera dicho que dijera queso mientras le
clavaban penicilina en el culo.
Cuando no estaba prestando atención, tal vez era el hombre más
apuesto que había conocido en mi vida.
Mientras pasaba a través de las fotografías, la visión de él metiéndose
al lodo para colocarme en su regazo hizo que algo se derritiera y se
calentara en mis entrañas. La preocupación en su rostro me hizo
preguntarme si tal vez si le importaba mi bienestar. Pero mi foto favorita 105
era el de nosotros dos frente a frente, con los brazos entrelazados y el lodo
sobre nosotros.
Pensé en un puñado de pies de foto en un milisegundo, sopesando el
valor de poner a Jake sin camisa en internet que tanto detestaba contra a lo
que me haría si yo lo hacía.
—Oye —dije en su dirección—. Usaré estas fotografías en nuestras
redes sociales.
Me observó.
—¿No era ese el objetivo?
—¿Y estas bien con eso?
—¿Tengo elección?
—En realidad no.
—Entonces gracias por preguntar —dijo en tono inexpresivo.
—Míranos, siendo un equipo y todo.
—No tengas tus esperanzas tan elevadas, chica de granja.
—¡Demasiado tarde! —celebré, caminado hacia la puerta para saltar
hacia la casa y ducharme.
Nada podía borrar la sonrisa de mi cara.

106
Una semana después, me quedé en la tienda admirando lo que
había logrado en tan poco tiempo. Dos semanas tenían que ser algún tipo
de récord, no solo por los avances que había hecho para que la granja
estuviera lista para recibir al público, sino por la falta de interferencia de 107
Jake.
A regañadientes, me dejaba hacer lo que quería. Hasta ahora, había
limpiado la tienda y lavado todas las ventanas y pisos. Había ordenado
productos locales y de otro tipo, había decorado la tienda con un trio de
frigoríficos de cristal, y comencé el proceso de organizar los escaparates.
Una empresa de poda de árboles había venido la semana pasada para
remover la maleza, reduciendo las ramas de los arboles y darle una hermosa
vista a la casa desde el estacionamiento que había vertido. El carpintero
local nos había proporcionado muebles y decoración, no solo para usarlos,
si no para venderlos en un acuerdo de consignación que nos ahorro una
cantidad considerable de dinero.
Jake me había prohibido tener cabras para el zoológico de mascotas
–porque eran demasiado molestas, y comían mucho mas de lo que les
correspondía– pero eso era leche y queso que si se podían consumir. ¿Cuál
era la expresión? Mejor pedir perdón, que pedir permiso. Por muy
desconsiderado que fuera el proverbio, desconocía cualquier otra manera
para lidiar con Jake.
Aprendí rápidamente que solo porque Jake no intentaba meterse
conmigo cada vez que nos cruzábamos, no significaba que estaba feliz con
lo que había planeado. Algunas veces, lo había atrapado mirándome con
esa molesta, y escéptica mirada en el rostro, y nada podía detenerlo de
hacer frecuentes y descaradas anotaciones sobre cualquier cosa que
estuviera haciendo.
También aprendí que no le gustaba que le dijera descarado.
Obviamente, se convirtió en su nuevo apodo.
Mi pequeño altavoz estaba sobre el antiguo mostrador de la caja
registradora, poniendo a todo volumen a Fleetwood Mac. Canté muy alto 108
con Stevie mientras me recordó cuando hay truenos (cuando está
lloviendo), y cuando los jugadores te aman (cuando están jugando),
etcétera, pero mis manos estaban ocupadas arreglando macetas de hiedra
en los bolsillos de una jardinera colgante de macramé color crema. Una
chica del pueblo de alado los había hecho, y era casi seguro que, con esta
exhibición, se convertiría en lo más vendido. De hecho, era tan atractiva,
que coloqué la chirriante escalera blanca de ángulo de la que acababa de
bajar, puse unas cuantas cosas de mis herramientas de jardinería en los
escalones, y retrocedí para tomar una fotografía para Instagram.
La iluminación era perfecta, la luz del sol rozaba todo lo que tocaba
con brillo etéreo y atractivo. Tarareando tras una sonrisa, le puse un filtro
y publiqué la fotografía con un recordatorio de nuestra apertura de la
próxima semana.
Mi cuenta de la chica de granja había comenzado, gracias a algunas
marcas etiquetadas estratégicamente y hashtags, la empresa de botas de
lluvia en particular. Habían compartido varias de mis fotografías
etiquetándome una vez más, y entre ellos y los vendedores locales que
había contratado, tenía casi veinte mil seguidores.
Pero las publicaciones más populares eran mis aventuras. O más a
menudo las desgracias. La selfi que había tomado, sonriendo con mi
sombrero para el sol frente al granero, tenía alrededor de mil me gustas, y
aunque era bonita, tenía más que ver con las quemaduras de sol que había
adquirido y el pie de foto: El FPS 1000 no pudo salvarme. ¡Que alguien
llamé a @babanaboat!
Las vacas bebés también eran las favoritas del público. Con pestañas
como esas, los me gusta eran algo seguro.
Estaba revisando mis notificaciones. El tiempo en el que arreglé la
tienda fue bastante bueno, particularmente el segmento en el que me acosté 109
de espaldas en medio de la tienda como una estrella de mar y la parte en la
que me tomé un breve descanso para bailar.
El golpecito en mi hombro me asustó y grité, dándome la vuelta para
encontrarme con Presley Hale sonriendo con una caja de madera lleno de
mercancías en su cadera. Su hija de tres años, Priscilla, estaba muy, pero
muy ocupada haciendo giros de bailarina al ritmo de “Gypsy”.
Bajé el volumen en mi teléfono, sonriendo.
—Olvidé que vendrías hoy—admití.
Se rio, sin inmutarse mientras colocaba la caja en una de las mesas.
—He estado aquí todos los días durante una semana, así que me
cuesta creerlo. La tienda luce casi lista para abrir.
—Es la alfombra. Realmente le da unidad a la habitación. —Me
incliné para estar a la altura de la niña—. Hola, Cilla.
—Hola —respondió, aun girando.
Moví los labios hacia Presley, preguntando:
—¿Dulce? —Y ella asintió.
—Adivina lo que tengo hoy.
Me ignoró.
—Paletas.
Se detuvo en seco, con los ojos muy abiertos.
—Wollipocks?
—Sip. —Me doble por la cintura—. Y tengo de las buenas.
Su rostro se iluminó, y extendí mi mano, que al instante se llenó de
la pequeña y ligeramente pegajosa mano de Priscilla. 110
—La tienda luce bien —dijo Presley, mirando a su alrededor mientras
caminábamos hasta el mostrador donde había escondido un enorme frasco
lleno de paletas Tutsi Pop—. Me alegro de que vendas el macramé de Julie.
¿Quién diría que podía ser arte real? Todo en lo que pienso cuando dices
macramé son esas cosas marrones rayadas de los 70s que nuestras abuelas
solían hacer.
Me reí, desenvolviendo la paleta de fresa mientras ella rebotaba con
impaciencia.
—Gracias por la conexión. ¿Has visto su hamaca? Casi tuvo que
tirarme de ella. Podría nunca haberme ido.
—He estado babeando por la hamaca desde que la publicó hace unas
cuantas semanas.
—Yo también. Le encargué un par de sillas hamaca para colgarlas en
uno de los árboles de enfrente.
Suspira con felicidad.
—Genio. Eres un genio.
—No, solo me gustan las cosas bonitas. Como este pequeño frijol.
—Recogí a Priscilla y la puse sobre la encimera. Ella ni siquiera sabía que
yo existía, estaba demasiado ocupada con su paleta y la exhibición de la
pared a mi espalda, como para darse cuenta de que hablaba sobre ella—.
Me he estado preguntando sobre su nombre. ¿Priscilla y Presley?
—Oh, bueno… Tengo algo por Elvis.
Mis cejas se empujaron entre sí.
—¿Tienes… algo?
—Mi Nonnie lo amaba, como amarlo de verdad, y tenía un gran
gabinete de curiosidades en el comedor, lleno de recuerdos. Y dado mi
111
nombre, me convencí de que él era mi abuelo. Mi madre siempre ponía los
ojos en blanco y declaraba de nuevo las matemáticas que demostraban de
manera concluyente que mi abuelo de verdad es mi abuelo. Pero como niña
pequeña, ni la lógica podía convencerme. Escuché las historias de Nonnie
y decidí que Elvis era mi abuelo, entonces de ahí la razón por la que me
pusieron Presley. Por unos cuantos años, escuché exclusivamente a Elvis,
y tuve una de esas películas antiguas en VHS. ¿Sabes cuán difícil es
conseguir posters de Elvis de principios de los 2000s?
No había parado de reír desde que comenzó a hablar.
Sonrió.
—Lo malo de que la gente sepa que tienes “algo” es que nadie te
compra la idea de que es solo eso. Tengo suficiente mierda de Elvis como
para llenar un estudio.
Priscilla señaló a su madre.
—Mala palabra, mamá.
—Mamá puede decir malas palabras porque mamá sabe cómo
usarlas.
Abrió su pequeña y regordeta mano, con la palma hacia arriba.
—Dinero.
Presley puso los ojos en blanco, buscando en su bolsillo por un
centavo que depositó en la mano de Priscilla. Con una mirada de
suficiencia en el rostro, la pequeña niña cerró su puño.
—Mi madre comenzó un tarro de palabrotas —dijo Presley—. He
gastado una pequeña fortuna en rollos de veinticinco centavos.
—¿Y cómo va eso? —pregunté, aun riéndome.
—La universidad de Cilla debería estar pagada para Navidad. 112
Me limpié una diminuta lagrima de la esquina del ojo.
—Esta es la mejor historia que he escuchado en semanas, y he oído
algunos chismes.
—¿Alguno de ellos de Jake? —preguntó con una sonrisa astuta.
Y así como así, nada era gracioso.
—Actúas como si hablara conmigo. Ora de las oportunidades que
aprovecha para ser un imbécil.
—Oh, vamos. No es tan malo.
Me crucé de brazos y saqué la cadera.
—Tan solo hoy, cuando me lo encontré en la cremería, paso 8 solidos
minutos burlándose de mi por no poder comer queso. ¡Queso! Me dijo:
¿Estás segura de que eres intolerante a la lactosa, o solo la has estado
ordeñando durante años? Como si no lo hubiera escuchado antes.
Una de sus cejas se levantó.
—¿Ya habías escuchado esa broma antes?
—Puede que no esa, pero ha habido un montón. ¿De dónde vienen
las flatulencias de los intolerantes a la lactosa? De tu aire lácteo. ¿Qué le
dijo el cheddar al fantasma? Soy intolerante a la lactosa. Ya me he quedado
sin respuestas para Jake. Solo tenía tres para empezar.
—Bueno, ¿Cuáles son?
—Los lácteos son una cultura inferior. Lo siento, no puedo soportar
chistes cursis. Y es un cuajo que tengo que superar.
—De alguna manera no puedo imaginar a Jake usando juego de
palabras.
113
—Bueno, pues lo hace, y son estúpidas —dije indignada—. Es él
peor. ¿Sabías que casi nunca usa camiseta? ¿Por qué necesita estar sin ella
todo el tiempo? La semana pasada estuve a punto de morir pisoteada hasta
la muerte porque su pecho desnudo me distrajo hasta el punto de ser
peligroso. Alguien debería llamar a la Administración de Seguridad y
Salud Ocupacional.
—Tal vez solo está tratando de mantener su camiseta limpia.
Hice un ruido airoso y desafiante.
—¿Entonces no más peleas?
—Más discusiones que peleas. ¡Me dijo que no podía tener cabras!
Hizo un mohín.
—Pero las cabras son tan adorables.
—Son adorables. Así que compré algunas de todos modos. Llegaron
esta tarde —dije con una sonrisa.
Sacudió la cabeza con una mirada apreciativa.
—¿Lo ves? Un genio.
—Las necesitábamos para el zoológico de mascotas, y quiero vender
leche de cabra y queso, así que tendrá que lidiar con ello.
—Estoy segura de que se lo tomará muy bien. Te apuesto a que te lo
agradecerá.
—Bromeas, pero lo hará. Cuando le demuestre que está equivocado,
se arrastrará como un bebé.
—¿Jake? ¿Jake Milovic? Estamos hablando del mismo tipo, ¿cierto?
Puse los ojos en blanco.
—Bueno, al menos tendrá que aceptar que yo tenía la razón. 114

—Lo mejor que puedes esperas es que admita que no estabas


equivocada —dijo riéndose, moviendo el cajón hacia el mostrador—. Así
que he traído todo lo que me pediste, y empaqué un muestrario para que
puedas saber lo que quieres para tu próximo pedido.
—Perfecto. Tengo una lata de leche de cinco galones para ti. Solo
necesito que Mack lo traiga.
—Y con eso, haré todas las delicias. Lociones, cremas, jabones, los
trabajos, marcados especialmente para ti.
—Ya sabes, de todas mis asociaciones, esta es mi favorita.
—No se lo diré a la vieja Regina. Si se entera que he sacado sus
bufandas, ninguna de nosotras escuchará el final de esto. Ven aquí,
calabaza —le dijo a Priscilla, levantándola. Presley se inclinó hacia atrás,
mirando sus brillantes manos—. ¿Le agradeciste a la señorita Olivia?
Priscilla se golpeó la boca antes de decir:
—Gracias, Wivia.
—Oye. —Comenzó Presley, su voz tomando un tono nuevo—. Un
montón de nosotros iremos a Buffalo Joe’s está noche. Mamá se encargará
de Cilla. Deberías venir.
Estaba lista para negarme, pero me di cuenta de que no tenía un buen
argumento. Conocía a casi todo el mundo de la escuela, pero eso parecía
haber sido hace un trillón de años. También me di cuenta de que no había
salido de la granja para divertirme desde que llegué aquí.
Por lo que, con una sonrisa, le dije:
—Suena divertido.
Presley saltó y Cilla soltó una risita desde su cadera. Su pequeña
115
mano se agitó, y así como así, la paleta se atascó en el pelo oscuro de
Presley.
—Hijo de perra —siseó, alcanzó el dulce ofensivo.
—Mamá, dame dinero—. Abrió su palma de la mano donde una
moneda sudada ya yacía en ese sitio.
—Es un robo de caminos —dijo Presley mientras me las arreglaba
para ayudarla.
Casi terminaba cuando la puerta se abrió y Jake entró con una jarra
de leche colgada de ese martillo que llamaba mano.
—Dime que no acabo de escuchar una maldita cabra allá afuera,
Olivia.
—¡Mala palabra! —Priscilla llamó como si acabara de ganar el bingo.
Las mejillas de Jake se sonrojaron, pero su rostro aún seguía furioso.
—Lo lamento, Cilla. Hola, Presley. —Subió la temperatura una vez
más cuando se encontró con mi mirada—. Creí haber dicho que sin cabras.
—Y yo creí haber dicho que es un buen plan para el negocio. —Saqué
la paleta del ultimo cabello de Presley, pero antes de que la pudiera tirar a
la basura, Priscilla me la arrebato y se la metió a la boca.
Presley suspiró.
—Maldición, Olivia. Yo no accedí a esto.
—Dineroooooooo —dijo Priscilla, inclinándose en su dirección con
suficiente fuerza y velocidad que Presley tuvo que atraparla antes de que
cayera.
—Sabes, mejor nos vamos. Te enviaré un mensaje más tarde, Olivia.
116
Le ofrecí una débil sonrisa, pero no dije nada mientras ella dejaba a
Priscilla en el suelo, agarraba la jarra de leche, y se iba. Jake no se dio
cuenta de nada. Estaba demasiado ocupado intentando enviarme al infierno
con su mirada.
—Es mi dinero, ¿o no? —Lo reté.
—Técnicamente, es dinero de la granja, y la granja no tiene un saco
lleno de billetes de cien dólares de sobra.
—Dijiste que no te meterías en mi camino.
Se acercó un paso más.
—Y lo he hecho. Pero lo estas presionando. Primero con mí estúpida
fotografía que pusiste en las redes sin mi permiso…
—Dijiste que podía…
—Publicar sobre la granja, no sobre mí.
—Esa fue la publicación más famosa que alguna vez he tenido,
gracias a tu negativa a vestirte.
Me señaló.
—Estas presionándolo, Olivia. Y dije que sin cabras.
—¿Cuál es tu problema con ellas?
—¿Tú vas a limpiar sus pezuñas? ¿Quién va a arreglar todas las vallas
cuando se escapen porque son una manada de Houdinis descerebrados?
¿Qué pasa con la desparasitación? Eso y que se tienen que reproducir. ¿Has
olisqueado a una cabra macho? Dime, listilla, ¿has visto a las cabras
aparearse?
Sacudí la cabeza.
117
—Solo digamos que hay una razón por la que el demonio tiene
cuernos de cabra, y tú vas a tener un asiento en primera fila para el
espectáculo del terror. Si supieras algo, nunca habrías empezado todo esto.
Otro paso, sus brazos cruzados sobre su amplio pecho, el cual estaba
cubierto. Y gracias a Dios. No podía pensar cuando no tenía puesta una
camiseta.
Parte de mi cree que él también lo sabía.
—Déjame decirte algo, Olivia. Yo seré quien se encargue de las
malditas cabras, no tú. Y te dije que no.
—Bien. En virtud de este acto asumo toda la responsabilidad de las
cabras. Todos los cortes de pezuñas, el arreglo de las vallas, y la
desparasitación serán hechas por mí.
Me miró fijamente durante un segundo, y lo que sea que estuviera
pensando tiró una en una de las esquinas de sus labios para que sonriera.
Extendió la mano para estrecharla.
La tomé, consciente de cada nervio tocando su piel. La aspereza de
sus callos. La calidez de sus palmas. La extraña sensación en mi mano de
ser casi envuelta por la suya.
Apreté y sacudí nuestras manos una sola vez.
—Solo prométeme una cosa —dijo, aun sosteniendo mi mano.
—¿Qué cosa?
—Avísame cuando les cortes las pezuñas así puedo hacer palomitas
de maíz.
Aún tenía esa casi sonrisa en el rostro cuando soltó mi mano. Hice un
sonido de impaciencia.
Él se rio. 118
Dios, era un sonido agradable, un profundo, barítono rodante. Me
preguntaba que significaba la felicidad para él y como podía conseguir más
de ella. Porque Jake feliz era mucho mejor que un Jake imbécil cualquier
día de la semana, incluso si era a costa mía.
—Buena suerte con tus cabras. Son tan tercas como tú.
—¿Terca, yo? —Fue mi turno para reírme—. Argumentarías que las
manchas de Alice estaban en blanco sobre negro en lugar de negro sobre
blanco, y ella ni siquiera puede defender su postura. No me importa cuando
alguien está en desacuerdo contigo. Yo no voy a la estación de ordeño y te
digo como manejar el equipo, ¿o sí?
—Podrías, pero dado que no sabes lo que estás haciendo, no tendrías
mucho para argumentar algo, ¿o sí?
—Nop, pero ayer viniste aquí, hojeaste los periódicos y dijiste: nadie
quiere papel sin líneas, y que eso era por la apariencia, no por su función.
De hecho, has estado aquí todos los días para molestarme por algo.
—¿Para molestarte? —Todavía tenía esa mirada divertida en el
rostro—. ¿Qué edad tenemos, ocho?
—Tu dímelo. Eres tú quien siempre está encima de mí.
—Oh, ¿así que comprar cabras no tiene nada que ver cómo hacerme
enojar?
—Lo creas o no, de verdad quiero que la granja deje ganancias, y las
cabras ayudaran. Que te hagan enojar es solo un extra.
Hizo un sonido, explorando la tienda. Buscando algo para meterse
conmigo, sin duda. Cuando sus ojos se estrecharon, me preparé para lo que
sea que me lanzara.
—¿Tu colgaste esos estantes?
119
—Si —dije, enderezándome—. Usé un taladro y todo.
Con otro sonido de indignación se acercó a ellos para comprobar el
soporte. Cuando se movió, y se deslizo un poco, me miró.
—Ve a conseguirme el taladro.
—Puedo arreglarlo —insistí—. Solo dime que hice mal.
—Estas paredes son resistentes, pero estos estantes son demasiado
grandes para no anclarlos con un broche.
Lo miré.
—Me perdiste en el anclar.
—Exactamente. Así que ve y consigue el taladro, te mostraré como
hacerlo así no matas a alguien y consigues que nos demanden.
Mientras me dirigía a la caja de herramientas, me pregunté por él. De
verdad había estado aquí todos los días, además me había seguido mientras
entrenaba al equipo de los recorridos, utilizando el guion, y los temas de
conversación que había elaborado. Creería que lo hacía solo para
intimidarme, que funcionó, pero mientras lo observaba caminar por la
tienda buscando por algo para arreglar, me pregunté si había algo más. Si
tal vez quería que tuviera éxito. O tal vez no le importaba una mierda si
tenía éxito mientras la granja lo tuviera.
Pero la razón no importaba. Con cabras o sin cabras, él estaba de mi
lado.
Y eso era algo por lo que celebrar.

120
Esa noche me puse de pie frente a mi closet, con las manos en mis
caderas mientras miraba las prendas de vestir como si fueran un problema
matemático por resolver.
121
El problema era que había traído ropa para dos ocasiones: para
ordeñar vacas y para un funeral, y solo podía adivinar lo que las pueblerinas
vestían para ir a un bar. Pero me imaginé que era seguro asumir que los
tacones no eran necesarios. Lo que realmente necesitaba era un vestido
veraniego, y me hice un recordatorio para preguntarle a Presley donde
compraban las chicas por aquí.
Esto no es un problema real, Olivia.
Con un suspiro, me puse una camiseta de tirantes que era más
moderna que funcional, metiéndola a medias dentro de los vaqueros.
—Bastante fácil —le dije a la nada, caminado hacia el baño para
echarme un último vistazo.
Mi cabello estaba grande y esponjoso, y me preguntaba cómo había
pasado así todo el día sin que nadie me lo dijera. Después de un poco de
producto y un poco de trabajo con los dedos, inspeccioné mi reflejo. Mis
mejillas estaban rosadas por todo el sol que había tomado, mi piel estaba
“bronceada” lo que significaba que era un tono más oscuro que la palidez.
Me incline, inspeccionado el puente de mi nariz.
Estaba bastante segura de que mis pecas se habían multiplicado.
Suspiré, poniéndome un poco de máscara para pestañas. Saqué mi
teléfono del bolsillo trasero, sosteniéndolo por encima de mi en un ángulo
para tomarme una selfi que le envié a Presley.
Livi: ¿Suficientemente formal?
Mi teléfono vibró de inmediato.
Presley: ¿Estas usando máscara para pestañas? De ser así, estas
demasiada arreglada.
Le sonreí a la pantalla, mientras mi teléfono vibraba una vez más. 122
Presley: Ya estoy aquí. ¿En cuánto tiempo llegas?
Livi: ¡En diez! Ahora mismo voy.
Presley: ¿Debería conseguirte una Pabst Blue Ribbon o prefieres
una Miller Lite?
Hice una pausa.
Livi: No sé si estas bromeando o no.
Presley: Definitivamente estoy bromeando, pero una advertencia
justa: solo hay dos tipos de vino. Tinto y blanco.
Livi: Entonces supongo que beberé wiski.
Presley: Ahora nos estamos entendiendo.
Regresé mi teléfono al bolsillo trasero cuando alcancé las escaleras,
corriendo mientras bajaba como un venado bebé. La casa estaba vacía y
tranquila, y me agradecí que tuviera algún lugar a donde ir. Si había una
cosa que dudaba que Jake hiciera, era pasar el rato en el bar, y si había algo
que necesitaba, era una noche libre de Jake.
Era extraño, la sensación que tenía mientras me ponía los tenis de
lona y agarraba las llaves de la camioneta de mi abuelo. Como si todavía
fuera una adolescente con una licencia nueva, sintiéndome muy adulta y
responsable. Solo que ahora no había nadie quien me diera permiso, nadie
quien me diera un beso en la mejilla y me dijera que me cuidara. En esta
casa, no me sentía como adulta.
Era un pasajero, incapaz de comprender que la casa era mía. Que la
granja era mía.
O la mitad de ella, por así decirlo.
Una vez que la casa estuvo cerrada y me subí a la camioneta del 123
abuelo, miré a la casa de Jake, una de varias en la parte trasera de la
propiedad. Una luz dorada se derramaba desde las ventanas, filtrándose a
través de las cortinas que deseaba que pudiera ver hacia el interior. ¿Porque
lo que sea que hiciera Jake en su tiempo libre? No podía imaginarlo
haciendo nada más que trabajo.
El pensamiento me hizo sentir triste.
La camioneta rugió con vida cuando giré la llave, y me pareció ver
un movimiento en una de las ventanas. Me preguntaba si tenía algún
pasatiempo. Puede que leyera libros. Tal vez era un panadero en secreto, y
me reí ante el pensamiento de Jake con un delantal y harina en la nariz.
Apuesto a que tejía, y otro estallido de risa lleno la cabina de la camioneta.
Las agujas para tejer parecerían palillos en sus grandes manos.
Y eso me hizo preguntarme como se verían los palillos en sus manos.
Me divertí imaginándome a Jake tejiendo un suéter en una mecedora
junto a la chimenea. Mientras rodaba por el camino, también me imagine
dándole un gato, un gran y gordo gato que fuera demasiado orgulloso y
pomposo como para que le importara alguien más que el mismo. Imaginé
que los dos se llevarían bien. Solo un par de imbéciles, arañando a
cualquiera que se acercara demasiado.
Jake odiaba el cambio, puede que incluso más que mi abuelo. Lo
había convencido de que las entregas era una buena idea, y ya había creado
el sitio web y un plan para la cremería. Casi todo eran ganancias, nuestros
gastos generales por hora de las entregas, y mi esperanza era regresar algo
del dinero a los fondos después de todo lo que había gastado en estas
últimas semanas. Mi corazón se estremecía al pensar en el reloj en marcha,
los días de verano pasando a un ritmo alarmante.
Tenía que acelerar las cosas. Espero que con una idea para el 4 de
julio pudiera compensar todo, si jugaba bien mis cartas. 124

El camino a Maravillo estaba desierto, serpenteando entre espesos


bosques solo para doblar lo suficientemente cerca de la costa para escuchar
a la distancia el choque de las olas y ver el borde del acantilado. Pero entre
más me acercaba al pueblo, más coches observaba. Y después llegué a
Main Street y a la parada de cuatro vías que marcaba el centro de la ciudad.
Buffalo Joe’s era el único lugar abierto después de las ocho y uno de
los dos lugares para comer en el pueblo, el otro era Debbie’s Diner, donde
Presley había trabajado desde la preparatoria. Aunque nos habíamos
convertido en amigas rápidamente desde que trabajamos juntas, no
habíamos sido amigas desde entonces, lo cual era interesante, dado que
había solo sesenta personas en nuestra clase. Porque ella era porrista, y yo
tocaba el clarinete. Incluso en una escuela pequeña, nuestros grupos no se
relacionaban. Yo tenía una buena amiga, Carol Ann, quien era la otra chica
que tocaba el clarinete. Y eso era todo lo que necesitaba. Pero entonces me
mudé, y Carol también lo hizo para irse a la universidad. Ella ya tiene dos
bebés y vive en Milwaukee con su esposo. Nuestras vidas se habían
separado, y aunque nos seguimos en las redes sociales, no habíamos
hablado en años.
Pero hombre, deseaba que ella estuviera aquí hoy.
Me detuve en un lugar frente a Joe’s y apagué el motor, pensando una
vez más sobre lo extraño que era ser un adulto en un lugar donde había sido
una niña. Esos viejos grupos y construcciones sociales aun existían por
debajo de la superficie de todo, y me sentí como un estudiante de primer
año después de que los de tercer año me preguntaran si quería pasar el rato.
Me di cuenta de esto en verdad cuando me dirigí a la puerta y vi alrededor
de un tercio de mi antigua preparatoria justo allí en Joe’s.
Todos estaban mezclados, todos conversando. En un pueblo tan
pequeño, era tan fácil despreciar a la gente cuando pensabas que te ibas a 125
ir. Excepto que nadie se iba, y, por ende, se quedaron atascados con los
demás. Así que parecía que las líneas se habían disuelto, no dejando más
que un rastro. Pero aun podías verlas, si prestabas atención.
Presley me hizo un gesto desde donde estaba parada en el bar, en
medio de dos taburetes mientras esperaba a que Joe le entregara una bebida.
Los ojos me siguieron mientras me dirigí hacia ella. Hice lo mejor que pude
para mantenerme derecha y fingir que no me había dado cuenta.
—¿Qué quieres beber? —Me preguntó cuando me acerqué.
—Marker’s y Coca Cola —respondí, queriendo mantenerlo simple,
yo era un pararrayos para los chismes sin pedir un French 75 en Buffalo
Joe’s.
Joe, cuya gigantesca estatura y vello corporal muy viril realmente me
recordaban a un buffalo, asintió y se puso a hacer mi pedido.
Presley se giró hacia mí, recargándose en la barra con una sonrisa en
la cara.
—Me alegra que vinieras. ¿Quieres sentarte aquí un momento?
—Por favor —le dije, sentándome en donde me señaló. Miré sobre
mi hombro a la mitad del antiguo equipo de porristas de la preparatoria.
Sus miradas se apartaron de mí—. Parece que la banda esta toda aquí.
Suspiró.
—Nada nunca cambia por aquí. Los mismos idiotas de siempre,
excepto que en lugar de sentarse alrededor de una fogata en un campo con
un barril de Natural Light que el hermano mayor de John Planter trajo,
estamos sentados en Joe’s bebiendo Budweiser como los adultos
sofisticados que somos. —Cuando Joe dejo nuestras bebidas, ella le
agradeció y levantó la suya para brindar—. Por lo mismo de siempre.
—Salud, salud —contesté, chocando nuestros vasos. Tomamos 126
nuestros sorbos obligatorios—. Entonces, ¿cuánto tiempo te llevó quitarle
lo pegajoso a Cilla?
—Cerca de una hora. Gracias por eso, por cierto.
—Mi objetivo es complacer.
—¿Cómo terminó lo de Jake?
Moví la cabeza.
—Bien, creo. Lo dejó pasar bajo la condición de que yo me haga
cargo de las cabras por mí misma.
Puso una cara apestosa y agria.
—¿Has cuidado cabras alguna vez? Si no, me pongo del lado de Jake.
—YouTube. —Fue todo lo que dije.
—El manual de instrucciones de los buscadores. Me preocupa más lo
mucho que lo vas a odiar.
—¿Es tan malo?
Asintió con un aire de condolencias.
—Pero son tan adorables como la mierda, así que eso ayuda. —Antes
de que alguna de las dos hablara, sus ojos volaron hacia la puerta antes de
barrer el techo—. Ugh, Chase Patton acaba de entrar.
—¿Eso es algo malo?
—El chico de oro de Maravillo vive de la admiración y de los
aplausos, y ha hecho un arte de venderse a sí mismo. Lo que sea necesario
para ganar.
—¿Ganar qué?
—Todo. 127
—Quiere nuestra granja —dije en voz baja, sin saber a qué distancia
estaba y sin querer mirar.
—Entonces estas doblemente jodida. Maldición, viene para acá.
—Puso una sonrisa ganadora—. Chase, hola. ¿Cómo estás?
—Bien como siempre —dijo, inclinándose y dándole un beso en la
mejilla antes de voltear a verme—. Bueno, mira esto: Olivia Brent ha salido
de la granja.
No lo dijo de forma pedante, parecía genuinamente alegre de verme.
—Culpa a Presley. Es bastante convincente.
—Culpable —dijo, levantando la mano a la altura del hombro.
—Bueno, me alegro de que estés aquí. Tal vez tengamos la
oportunidad de hablar sin Milovic enfurruñado.
Opté por la sonrisa falsa que había puesto Presley para ocultar mi
malestar.
—Vamos —dijo Presley, bajándose del taburete—. Vamos a
sentarnos.
—Consíganme uno para mí también —agregó Chase, sonriéndome.
No sabía cómo hizo eso, me hizo sentir, retorcida, cálida e incómoda
como solo una mirada. Hubo otro chico que me hizo eso, pero por razones
completamente diferentes.
La idea de que esas razones no eran totalmente diferentes pasó por
mi mente, y dejé que se alejaran sin reconocerlo de nuevo.
—Seguro —dijo Presley, tomando mi brazo para arrastrarme.
Chase nos observó durante todo el camino, junto con todos los demás
en el bar.
128
Un grupo de personas se sentó alrededor de una gran mesa que habían
hecho con otras más pequeñas, y al acercarnos, los saludos se hicieron
presentes. Las sillas se movieron y un par de chicos que solían ser del
equipo de beisbol nos acercaron sus asientos.
—Todos ustedes recuerdan a Olivia Brent.
Asintieron y saludaron con alegría. El grupo estaba formado por
mitad porristas y mitad de inadaptados. Chantel, Courtney, Kendall y
Kaylee –las porristas– y Amanda, Megan, Celeste, y Shannon, quienes
habían sido chicas góticas. Ahora parecía que todos se habían mezclado.
Unos cuantos chicos salpicados entre ellos –maridos, por lo que parece–
eran jugadores de beisbol y desadaptados. Stewars casi había incendiado la
escuela jugando con un encendedor y un poco de espray cuando estaba
drogado. Ahora lucia como un contador. Jared y James –gemelos
jugadores de beisbol– alguna vez habían sido los chicos más calientes del
pueblo, con la posición de parador en corto y el jugador de base en el
equipo de la secundaria. Ahora tenían cuarenta kilos de sobrepeso y ya
estaban calvos.
—Se siente como si no te hubiéramos visto en miles de años.
Lamento escuchar lo de tu abuelo.
—Gracias —dije, agarrando mi bebida.
—¿Cómo va todo en la granja? —preguntó—. Escuché que Jake y tú
tuvieron que dividirla. Eso no puede ser fácil, no creo haberlo visto nunca
sonriendo.
—Es muy raro, y por lo general, es a expensas de alguien.
Se acarició el vientre.
—No sé cómo te mantienes tan delgada con todo ese helado 129
alrededor. Si viviera en una granja lechera, tendrían que llevarme en una
plataforma.
—Y con todo ese queso —reflexionó Amanda. Los demás asintieron
con la cabeza—. Haría comidas con ruedas de cheddar. Tendrías que luchar
contra mí.
—De verdad. —Inició Chantel—. Si dices que no lo preparas, podría
tirarme del tejado por lo injusto de todo esto.
—Por favor, no te eches un clavado por mi culpa. No tengo un
metabolismo mágico. Soy intolerante a la lactosa.
Parpadearon al verme. Una risa salió disparada de Stewart.
—Estas bromeando. Heredaste una granja lechera, ¿pero me estas
diciendo que no puedes beber leche?
—Quiero decir, podría, pero no sería bonito.
—¿Ni siquiera con Lactaid? —preguntó Shannon con una mirada
triste en el rostro.
Me encogí de hombros.
—Así es mi maldición.
—Eso es horrible —dijo Chantel con voz vacilante.
Stewart la observó como si fuera una bomba a punto de explotar.
—No estas a punto de llorar por el sistema digestivo de Olivia, ¿o sí?
—No —disparó, barriendo la esquina de su ojo con el dedo índice.
Cuando Stewart comenzó a reír, ella le dio un golpe en el brazo.
—Es tu culpa que sea así. Tú me hiciste esto —señaló su vientre antes 130
de aceptar un beso en la cien.
Kaylee sonrió y dijo:
—Mi hijo pequeño, Braden, se enteró de la existencia de un zoológico
interactivo, y creo que su sonrisa era lo suficientemente brillante como para
encender el pueblo; estaba muy emocionado. Quiero decir, los Pattons
tienen una, pero los animales lucen deprimidos. Les vas a dar una carrera
por su dinero.
—Alguien debería —dijo Stewart en su vaso de cerveza antes de
darle un trago.
—Es verdad. Incluso tengo cabras con un montón de bebés en la
mezcla. Les compré mamelucos, a lo cual todos me dijeron que estaba loca.
Obviamente soy terrible escuchando.
Se rieron, pero su atención cambio cuando Chase colocó una silla a
lado mío.
Todos los chicos se levantaron y le dieron una palmada en el hombro
o le tendieron la mano, y todas las chicas lo saludaron, algunas con desdén,
otras con una especie de anhelo de celebridad, y unos pocos con una apatía
bastante amistosa. Pero todos parecían tener una reacción.
Chase Patton demandaba atención sin tener que decir una palabra.
—¿De que estábamos hablando? —preguntó.
—Solo le estaban preguntando a Olivia sobre la apertura de la granja
al público —dijo Presley con orgullo con sus ojos en mí.
—Creo que escuché algo de eso —dijo, colgando su brazo en el
respaldo de mi silla. Todos en la mesa se dieron cuenta.
Hice lo posible para no escaparme, por un lado, porque estaba bajo
131
escrutinio, por el otro porque se suponía que es el enemigo, y por último,
porque no necesariamente quería que lo fuera.
—Vas a abrir la antigua tienda, ¿cierto? —preguntó.
—Si lo hará, y va a poner mi jabón en la ventana principal —dijo
Presley—. ¿Cierto, Olivia?
Me reí.
—Supongo.
—Realmente es algo, chicos. Tienen que ir a ver lo que ha hecho con
el lugar —agregó Presley.
—Oh, no es nada, de verdad. —Odié que me sonrojara, y esperaba
que mi bronceado ayudara a ocultarlo.
—Hemos visto un poco —dijo Kendall—. Todos te seguimos en
Instagram.
Todos asintieron de acuerdo, incluso Chase.
Le dirigí una mirada interrogativa y sonriente.
—Bueno, gracias.
Courtney se rió.
—Oh Dios mío, el video en el que limpiabas los establos y caías en
la mierda nos hizo reír a Dave y a mí. ¿Verdad, cariño?
Dave asintió.
—Creí que Court iba a hiperventilar.
—He limpiado un establo en toda mi vida, y fue exactamente igual
—dijo Courtney.
—Y las etiquetas —dijo Amanda, golpeando a Courtney en el brazo.
Y al mismo tiempo gritaron: ¡Mierda! 132

Todos rieron, pero no esa risa burlona y cruel, sino una autentica risa
de relajación y camaradería.
Ahora me sonrojé enserio, mi piel caliente y mi sonrisa inmovible.
—¿Qué más tengo? Si no puedo reírme de mi misma.
—Oh mi Dios —dijo Chantel, golpeando a Stewart en el pecho con
su mirada puesta en mí—. ¿Esa fotografía de Jake en el corral de los
terneros? Sabía que estaba en forma, pero eso fue ridículo.
A Stewart no le hizo ninguna gracia.
—Sigo atrapándola, mirando la fotografía en su teléfono, con el zoom
a cuatrocientos por ciento.
—Tiene muchos abdominales. Son como doce —dijo.
—¿Cómo conseguiste que te dejara publicarla? —preguntó Amanda.
—No preguntando.
La mesa entera rio.
—Apuesto a que eso lo rebasó—adivinó Jared correctamente.
—Apenas y sabe cómo funciona el internet, así que realmente, son
puras palabras.
—Bueno, desde el fondo de nuestros corazones, gracias —dijo
Chantel, presionando la mano en su pecho.
Stewart hizo un ruido burlón y dio un trago a su cerveza.
—¡Oh! —dijo Kendall, llamando la atención—. Hablando de reír de
uno mismo, la otra noche el bebé estaba en el baño…
Chase se inclinó mientras Kendall continuó.
—Ha causado una gran impresión, señorita Brent. 133

—Suelo hacer eso. La pregunta es si la impresión es buena o mala.


—Oh, creo que es buena. Las chicas te han acosado en redes sociales
por semanas.
—Quiero decir, no es como que nunca nos hubiéramos visto.
—Seguro —dijo encogiéndose de hombros—. Pero me gustaría creer
que no somos quienes éramos antes.
La declaración estaba llena de significado. Casi creí escuchar una
disculpa en alguna parte de ella.
—No, supongo que no. Espero que no estés planeando empujarme
otra vez del columpio, ha pasado mucho tiempo desde que no tengo una
rodilla desollada, y el pensamiento me intimida un poco —bromeé.
Pero él no sonrió.
—Pienso en eso más de lo que debería.
Me senté, pretendiendo que lo evaluaba.
—¿Quieres decir que Chase Patton es un ser humano con un corazón
y todo?
—Lo sé, es difícil de creer. —Por un segundo, solo me miró—. Mi
padre nada le gustaría más que mantener la disputa, incluso si eso significa
manipular a un alumno de cuarto grado para que haga algo cruel.
—Está bien —le aseguré, insegura de que más decir.
—No lo está, pero aprecio que lo digas. —Otra pausa—. Déjame
llevarte a una cita.
—Chase…
—Creo que te lo debo por lo mierda que fui contigo. Déjame 134
comenzar con una cena.
—¿Así el pueblo entero puede cuchichear sobre nosotros siendo
vistos juntos? —pregunté con ligereza—. ¿Para que pueda darle un
martillazo a la frágil paz que tenemos Jake y yo? Chase, sabes que no puede
suceder. ¿Cierto? Un Patton y una Brent, incluso siendo vistos así. —Hice
un gesto hacia nosotros—. Me hace sentir como que he roto algo.
Asintió.
—Tienes mucho que perder.
—Exactamente.
—Entonces te tengo una propuesta. ¿Qué tal si tú y yo encontramos
la manera de terminar la disputa de una vez por todas?
Me fue imposible no reírme.
—¿Deberíamos sacrificar una cabra?
—Suena desastroso. Estaba pensando más en la línea de trabajar
juntos.
Mi sonrisa se deslizó de mi cara hasta mi regazo.
—La cabra sería más eficaz.
—Es enserio —dijo riendo—. Tal vez podríamos elaborar un
producto en conjunto o algo. Un sabor especial de helado que se llame
Tratado de Paz de crema de vainilla combinado con golosinas, como Nerds
o Handshake… hacerlo con malteada de chocolate, tal vez.
—Suena como un batido hecho con las manos.
—Eso es desagradable, y deberíamos trabajar juntos.
Se me escapó una risa genuina. 135
—Ser vista en público contigo es demasiado por mi lugar en la granja,
¿pero trabajar juntos sería fácil? Creo que prefiero compartir un Banana
Split contigo que firmar con los Pattons. No, tacha eso. Me colgarían por
ambas cosas.
Suspiró.
—Piénsalo. Tiene que haber una manera, y cuando la encontremos,
compartiremos ese Banana Split frente a todo el pueblo.
—¿Todo eso solo para tener una cita conmigo? Sabía que te gustaba
ganar, pero creo que subestimé hasta donde llegarías —bromeé.
Chase se inclinó un poco más cerca, mostrando esa sonrisa de valla
publicitaria que tiene.
—Esta será la última vez que cometas ese error.
Su pulgar acarició la parte posterior de mi hombro, y me senté de
nuevo en mi asiento, regresando a la conversación justo cuando Kendall
terminaba su historia sobre su hijo pequeño haciendo popo en la bañera y
su llamada a Jared: Cariño, ¡trae la cuchara ranurada!
Escuché, reí, y me deleité en la normalidad de la noche, pero mientras
tanto, mi mente se fijaba en Chase y en que su mano nunca se fue del
respaldo de mi silla. Debía tener algún tipo de ángulo, ¿no? No es que
importara, pero trabajar juntos no era una opción, y la cena era incluso más
improbable. Si terminaba en la cama con Patton, cuatro generaciones de
Brents se revolcarían en sus tumbas. Mi fantasma sería condenado al
ostracismo. Me dejarían para perseguir el granero y las cabras. Y Jake, si
pudiera manejarlo.
Perseguiría a Jake hasta el infierno.
Pienso en él una vez más, sentado solo en su casa. Si tan solo me 136
dejara ser su amiga, todo sería mejor, y más fácil. Tal vez podría incluso
enseñarme a tejer.
Pero solo si lo hiciera sin camiseta.
¿Todavía lo estás viendo?
Fruncí el ceño ante Netflix, apuntando con el control remoto a la
televisión para responder: 137
Si, imbécil.
Era más de la media noche cuando comenzó otro capítulo de Parks y
Rec. No podía recordar la última vez que me había quedado despierto
intencionalmente hasta tan tarde. Mi boca se estiró en un bostezo al pensar
en ello, y parpadeé ante la pantalla de la televisión, escuchando solo a
medias mientras Leslie Knope nos contaba sobre el próximo Festival de la
Mayor Cosecha del Pequeño Sebastián.
El resto de mi estaba escuchando por el regreso de Olivia.
Mi cerebro estaba masticando desde que escuché la camioneta
encenderse. Desacostumbrado a escuchar el sonido después del anochecer,
había comprobado lo que era y la vi alejarse, dejándome con la duda de a
donde infiernos iba. Dado que Presley había estado ahí hoy, era seguro
asumir que habían ido juntas a algún lugar, probablemente a lo de Joe. Pero
no sabía a quienes había conocido recorriendo el pueblo mientras buscaba
mercancía para vender en la tienda. Tal vez se tropezó con Chase. Tal vez
la invitó a salir. Tal vez estaban en una cita. No me sorprendería si un
degenerado como Chase no recogiera a la chica en su puerta, y con Olivia
siendo una chica de ciudad, probablemente no lo pensaría dos veces.
Si había salido con Chase Jodido Patton, la discusión que tendríamos
al respecto incendiaria el granero.
Ya era lo suficiente malo que ella pusiera una fotografía mía en sus
redes sociales, incluso si era una buena. Cuando Kit me mostró cuantas
personas le habían dado me gusta y comentado en ella, me había
avergonzado en su mayoría, pero lo que más me enfado fue el hecho de
que la publicara en primer lugar. Ni siquiera las malditas cabras eran lo
peor, si no el hecho de que había pasado sobre mí. Me hizo sentir mejor el
hecho de saber que podría ver como trataba de manejar una excusión de
cabras, y serían una buena adición a su estúpido zoológico interactivo, me 138
gustara o no.
Pero nada perdonaría que ella y Chase estuvieran juntos en cualquier
contexto.
Había estado muy nervioso desde que se había ido. Las carreteras
estaban muy oscuras a esta hora de la noche, y con la luna nueva, no había
farolas, había muchos ciervos y mapaches que dejaban sus huellas desde
un camino del bosque hasta el otro. Ella no estaba preparada para conducir
en una noche como esta. Con un animal travieso, y ella podría terminar
saltando por un acantilado en la camioneta del abuelo.
Me puse a recordar en mi mente cuando fue la última vez que el
abuelo había revisado los frenos y no lo pude recordar.
Moviéndome en mi asiento, tensé mi cara y a la vez fruncí el ceño.
Miré el reloj. 12:02.
—Esto es ridículo. —Me dije a mi mismo enfadado mientras apagaba
el televisor.
La habitación se sumió en la oscuridad. Me quedé de pie, conociendo
el camino lo suficientemente bien para ir con los ojos vendados,
castigándome a mí mismo.
—No eres su jodida madre —refunfuñé, desabrochándome la camisa
de camino al baño. Encendí la luz, y estremeciéndome por el impacto de la
luz, tomé mi cepillo de dientes. Fruncí el ceño mientras me frotaba los
dientes.
¿Qué te importa dónde está? Probablemente esté bebiendo cerveza y
jugando a Patsy Cline en la máquina de discos. Apuesto a que Chase está
ahí. Apuesto a que la invito a bailar, ese torcido y confabulador hijo de 139
puta.
Escupí en el lavabo y me los volví a frotar.
Se cree tan jodidamente hábil. Cree que nadie lo ve. Pero yo lo hago.
Y Olivia nunca sabrá que la golpeó, no si no se lo advierto…
Un golpe en la distancia, y dejé de cepillarme, mis oídos se esforzaron
por un sonido. Un par de voces femeninas, y me enjuagué la boca,
volviendo a recorrer la casa hacia las ventanas frontales.
Al otro lado del patio, alcancé a ver la camioneta de Presley y a Olivia
recargada en la ventana. Un tintineo de risas. Olivia retrocedió –algo
estaba en sus brazos, pero no podía distinguir lo que era– y Presley dio la
vuelta a la camioneta, despidiéndose antes de volver a bajar por el camino.
Olivia volvió a mirar a lo que sea que estuviera en sus brazos, y creí
haberla escuchado hablando mientras se tambaleaba hacia el granero.
—Que en el infierno…
Mis cejas se juntaron, mis ojos se entrecerraron y se fijaron en ella
mientras salía descalzo por la puerta principal para seguirla.
Cambio la carga hacia un solo brazo para agarrar la manija de hierro
fundido de la gran puerta lateral. Puso todo su peso para poder deslizarla y
abrirla, su cuerpo se inclinó unos cuarenta y cinco grados hacia el piso por
el esfuerzo. Desapareció en la oscuridad.
Entre más me acercaba, mejor podía escucharla hablando con algo
como si fuera su mamá. Las cabras balaron. Un cerdo resopló ante la
intrusión. Ginger hizo un suave graznido. Y Olivia continuó con su charla.
—… y ahora van a vivir aquí conmigo. Estaban completamente solos,
pero ya no lo estarán nunca más, ¿no es cierto? No, ¿lo ven? Nos tenemos
los unos a los otros, ¿no es eso genial? —Una cabra bebé aulló—. ¡Detén 140
eso, Brenda! No… ¡ahh!
Olivia Brent se quedó paralizada en el sitio, con los ojos bien abiertos
como pelotas de ping pong y su boca ligeramente abierta en forma O por
la sorpresa. Había lanzado una pierna por encima de la valla hasta el corral
de las cabras, y la otra estaba apoyada en una viga. Un brazo estaba sobre
la valla, y en el otro se retorcían dos cachorros. Una cabra en el interior del
corral tiró del borde de su tanque hasta que se sobresaltó con un chirrido.
Estaba al otro lado del granero antes de que se tambaleara y perdiera
el control de la valla, levantándola por la cintura. La cabra y yo tuvimos un
breve momento de tira y afloja antes de que el sonido de la tela desgarrada
señalara su libertad.
Con cautela, nos hice girar, prestando mucha atención a la maraña de
sus piernas y la valla. Los cachorros se retorcían en mi pecho, que estaba
parcialmente desnudo, pero lo que más sentía era la respiración de Olivia
haciéndome cosquillas en el hueco de mi garganta. Olía a whiskey,
primavera y problemas, y cuando la puse en sus pies, me quedé cerca de
ella sin pensarlo, queriendo respirarla un segundo más.
Cuando su carita se giró hacia mí, sus ojos eran oscuros en una noche
sin luna.
—Yo… ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué estas despierto a esta hora?
—Las palabras se atropellaron un poco, pero mantuvo la compostura por
más borracha de lo que sospechaba que estaba.
—Que hay sobre un: Gracias, Jake. Me habría roto el cuello en la
jaula de las cabras si no me hubieras salvado.
Riendo, me empujó en el pecho.
—Eres el peor, ¿sabes eso? —Cuando volvió a mirar mi pecho, puso
141
los ojos en blanco, gimiendo.
—Dios, ¿alguna vez llevas la camiseta puesta?
—Para tu información, me estaba cepillando los dientes cuando
llegaste a casa haciendo todo ese ruido.
—Mmm. —Tarareó de placer—. Es por eso por lo que hueles a
menta.
Ignoré la nota, sin saber qué hacer con ella y seguro de que no quería
descubrirlo.
—¿Qué estás haciendo aquí a la media noche? ¿Y que son esos?
—¡Oh! —dijo, pareciendo recordar los retorcidos cachorros rubios
en sus brazos—. Oh, mi Dios, Jake. Escucha esto, Presley me traía a casa
desde lo de Joe porque podría haber bebido demasiado, y estábamos a las
afueras del pueblo cuando nos encontramos con esta caja de cartón en el
lado del camino en la que alguien había escrito CACHORROS. ¿Puedes
crees que alguien haría eso? Este mundo está tan jodido.
Comencé a reír por el uso de la palabra “jodido” pero me aclaré la
garganta.
—Está bien, pero ¿qué hacen aquí?
—Bueno, eran tan adorables, y Presley quería uno, y llevaría los
demás al pueblo… —Un hipo—. Discúlpame. Al pueblo mañana para ver
si alguien los quería o ella conduciría hasta el refugio de animales. Y yo
estaba ahí sentada con la caja en mi regazo mirando a estos pequeños bebés
sin mamá quien cuide de ellos, y yo… bueno, yo… —Su voz vaciló, y las
lágrimas le llenaron sus ojos tan alto, que tocaron sus pupilas—. Están
completamente solos. Así como yo, y así como tú. Así que nos traje
cachorros. Este es tuyo.
Me puso un cachorro en el pecho. 142
—No, espera. Este es tuyo.
Me puso el otro cachorro en el pecho, agarrando el primero para ella.
Miré a la cosa peluda y serpenteante, tomándolo con poca reticencia.
—No quiero un perro.
—Bueno, pues qué pena, ¿no? —le dijo al cachorro que tenía en sus
brazos con una voz chillante—. Jake, ¿no son adorables? Podría
comérmelo.
—Esa es una niña.
Miró en busca de confirmación.
—Bueno, supongo que tendré que conseguirle un nombre nuevo.
Kevin no es exactamente un nombre neutral, ¿cierto? —Cuando levantó la
mirada, su nariz estaba un poco roja, pero sus ojos estaban limpios. Hasta
que me miró bien y su cara se derritió en esa expresión de ojos saltones que
tienen las chicas cuando miran a un bebé.
—¡Awww, Jake! Estas sosteniendo un cachorro. —Se rió, pero sus
ojos estaban brillantes de nuevo como si estuviera a punto de llorar—. Y
tú camisa esta toda desabrochada, ¡y no llevas los zapatos puestos! No
puedo soportarlo. —Se animó con una idea—. Déjame tomarte una foto.
—Ya estaba buscando a tientas su teléfono.
—Paso. —Volví a dejar el cachorro en sus brazos junto a su
hermano—. No quiero un perro, y no quiero estar por todos lados en tus
estúpidas redes sociales.
Hizo una cara de gruñido dramático y dijo con una burlona voz
masculina:
—No quiero estar en la red con los TikTokers e Instagrammers. Eres
un anticuado. Y no puedes decirle que no al cachorro. 143
El cachorro estaba de regreso en mis brazos.
—Créeme, si puedo.
Intenté devolvérselo, pero lo empujo en mi dirección, con su cara
retorciéndose con una triste frustración.
—Escúchame, imbécil. Necesitas este cachorro, y ella te necesita. No
me dejaras ser tu amiga, así que, por favor, acepta el perro. Ella no tiene a
nadie más para que la cuide, y tú no tienes a nadie que cuide de ti. Ya no
tenemos al abuelo, Jake. No te tengo y tu no me tienes a mi porque eres un
estúpido idiota que nunca tiene una camiseta puesta cuando sabes que me
pone toda… ¡Así que acepta el maldito perro! Y yo tomaré el mío. Y así
ya nunca más estaremos solos.
La desesperación de sus palabras me hizo sentir un dolor intenso. En
el conocimiento en sus tacones. Ante la mirada de tristeza, y enojo en su
rostro y esas lagrimas brillantes aun en sus ojos. Me asombro la manera en
la que había pasado por tantos tipos de lágrimas. Pero esa era Olivia. Ella
sentía todo, y siempre estaba intentando encontrar la manera de ser feliz a
pesar de las circunstancias. Lo cual, en este momento, era una mierda.
Y todo lo que había hecho era hacérselo peor, simplemente porque
estaba asustado de perder todo lo que significaba algo para mí. Había
perdido suficiente.
Ella tenía razón. Estábamos solos, y necesitábamos un amigo, uno
canino y otro humano.
Observé al cachorro, y este me miró a mí, con su pequeña lengua rosa
y sus uñas rasgando el interior de mi mano. Miré hacia su cola.
—Hay un problema.
—¿Ahora qué?
144
—Este es un niño.
Con una carcajada de alivio, puso los ojos en blanco.
—Lo juro, conozco los genitales.
Compartimos una mirada. El color de sus mejillas estalló lo suficiente
como para verlo incluso en la oscuridad.
Levantó la barbilla.
—Mantengo esa confirmación en cualquier contexto.
Le pase el cachorro para que lo inspeccionara.
—Kevin es un nombre tonto, solo los contadores se llaman Kevin. Él
luce más como Rhett —dije.
—¡Uf! Ustedes gente del campo. ¿Por qué Kevin no puede ser un
contador? Solo permítele vivir su vida.
—Un perro de granja necesita un buen nombre a la antigua, como
Buck, o tal vez Hank. ¿Nash? ¿Ryder? ¿Qué piensas de Ryder, amigo?
—¿Así que necesita ser un vaquero?
—Cualquier cosa es mejor que un contador.
Se puso a mi lado para inspeccionar conmigo al cachorro.
—¿Qué hay sobre Bowie? Puedes fingir que está detrás del cuchillo,
y yo puedo fingir que es de la variedad del Mayor Tom.
Una risa silenciosa salió de mí.
—Bowie, ¿eh? No odio ese nombre.
—Eso podría ser lo mejor que cualquiera de nosotros puede esperar,
Jake. 145

—¿Qué nombre le vas a poner al tuyo?


—Ella es tan peluda, adorable, y rubia… —Hizo una pausa—. Puede
que Dolly. ¿Crees que le puedo enseñar a aullar “Jolene”?
—No lo sé. Creo que podría lucir más como Jolene que como Dolly.
Olivia me miró, y después al cachorro.
—Sabes, creo que podrías tener razón.
—He estado esperando escucharte decir eso desde hace semanas.
Resopló una carcajada.
—Imbécil.
Las cabras nos gritaban a coro desde la valla, asomando sus cabezas
desde los peldaños de la valla. Le hice un gesto con la barbilla.
—¿Qué estabas haciendo en la jaula de las cabras?
Su cara se ilumino como si hubiera encendido una bombilla.
—Bueno, estaba muy emocionada por los cachorros, y sabía que
nunca me dormiría, pero tus luces estaban apagadas o habría venido y te lo
hubiera entregado. Así que creí que debería llevarlos a ver las cabras bebés,
y así todos los bebés serían amigos. Pero entonces Brenda se emocionó,
seguía tratando de darles cabezazos hasta la muerte, y me asusté, y ahí fue
cuando entraste.
—Brenda no estaba intentando matar a tus cachorros.
—Nuestros cachorros —corrigió.
—Bien, nuestros cachorros. Pero así es como los niños juegan.
¿Nunca los has visto jugar?
146
—Bueno, solo las hemos tenido como por doce horas, así que no.
—Ven aquí. Obsérvalas.
Caminamos hacia el corral, y metí la mano en el balde que colgaba
en lo alto del poste por un puñado de alimento. Cuatro segundos después
de que se lo terminaran, los adultos volvieron a dormir, y los niños
comenzaron a jugar. Hay que reconocer que fue alarmante: se turnaban
para lanzarse a la cabeza de los demás, golpeando a sus compañeros entre
los ojos.
Miré a Olivia, que se había pasado los dedos por los labios,
horrorizada.
—No te asustes. Son los animales más obstinados en todo el planeta.
—Bueno, me sorprende que no se lleven mejor.
—Nunca dije que no nos llevábamos bien. Solo dije que no quería el
dolor en el culo. Uno de ellos fue tan bueno, que dio al menos dos golpes
al aire.
Me lanzó una mirada divertida y de reojo.
—Si tan solo pudiéramos escapar de las cosas que son dolores en el
culo. —Sus cejas se juntaron—. ¿Dolor en los culos? ¿Dolores en el culo?
—Entiendo lo que quieres decir. —Jolene chilló desde los brazos de
Olivia—. Son pequeños, creo que tendremos que alimentarlos mediante
biberón.
Se giró hacia mí con la cara iluminada.
—Oh mi Dios, por favor dime que lo alimentaras en la mecedora y
sin camisa, para mi calendario.
—¿Qué calendario?
—En el que acabo de pensar. Doce meses de los pectorales de 147
hombre, por Jake Milovic —dijo, haciendo un gesto como si estuviera
leyendo una marquesina.
—En tu vida.
—Oh, vamos. Sé bueno.
—¿Cuándo he sido bueno?
—¿Qué tendría que hacer? —Abrí la boca para decir: entrégame la
granja, pero me detuvo apuntándome con el dedo—. Eso no. ¿Qué más
tendría que darte?
—No puedes pagarme, Olivia.
Se rio y utilizó ese dedo señalador para golpearme el pecho. No me
había dado cuenta cuan cerca estábamos hasta que me tocó.
—Eso es lo que tú crees, amigo. Vamos, sé que puedes pensar en
algo humillante para que haga.
—Oh, puedo pensar en muchas cosas, pero no hay ninguna
oportunidad en el infierno de que yo pose para un calendario.
Con una mirada astuta, dijo:
—Bien. Entonces tendré que tomar algunas cuando no estés mirando.
Así que, si pudieras por favor alimentar a Bowie sin camisa mañana en la
noche a las seis treinta en la mecedora de enfrente, no me esconderé entre
los arbustos para tomarte fotografías y distribuirlas ilegalmente para
recaudar dinero para la granja.
Se me escapó una carcajada no deseada, y ella se ablandó ante el
sonido. Sus ojos recorrieron las líneas de mi cara con una emoción
desconocida detrás de ellas. Era una especie de cariño, una admiración.
—Amo cuando te ríes. Nunca lo haces. Ni siquiera sonríes. ¿Alguien 148
te ha dicho que tienes bonitos dientes?
—No lo sabias, pero esto es lo primero bueno que alguien dice sobre
mí —bromeé.
Con una risa, intentó golpearme con su cadera, pero como estaba
borracha, simplemente cayó sobre mí. Por segunda vez en diez minutos, el
cuerpo de Olivia estaba pegado contra en mío.
Pero esta vez, no fue solo su dulce aroma lo que noté. Era la longitud
de sus pestañas oscuras, y la infinita profundidad de sus ojos. Era esa
pequeña nariz inteligente y el valle que la conectaba a sus labios. Esos
labios que estaban llenos y anchos con un arco tan profundo y afilado, que
parecía como si hubiera sido tallado por un escultor. Podía haber contado
las pecas en sus mejillas o los pliegues de esos labios carnosos y
sonrosados, que se separaban solo un poco. Solo lo suficiente como para
capturar uno si lo intentaba.
Excepto que se echó a reír.
Confundido, parpadeé hacia ella.
Sus ojos se cerraron, su barbilla se levantó, y un alboroto de risas rodó
por el aire.
—Jake, ¡Oh, mi Dios! ¿Estabas a punto de besarme? —Se le escapó
un resoplido, y una carcajada se desbordó tras de él.
—Es todo —dije, intentando contener una sonrisa, incapaz de
malhumorarme con su risa tan bonita. Me dirigí a la puerta del granero, y
la tomé del brazo—. Te vas a la cama.
—¿Por qué? ¿Quieres venir conmigo? —Otro bufido, seguido de una
parada mientras se inclinó, riendo. Una bocanada de aire, y se puso de pie
de nuevo, agitando su mano como un limpiaparabrisas—. Lo siento, pero
es que es muy divertido. Tu… besándome. 149
—¿Qué hay de divertido en eso? —pregunté con un tono burlón para
disimular el rechazo mientras la guiaba fuera del granero, y cerraba la
puerta detrás de mí.
—Es solo el hecho de que quisieras besarme. Me odias.
—No sé si pudiera llamarlo odio.
—Solo los dolor en los culos en general. ¿Dolores en el culo? No
puedo descifrar cual es el correcto.
—Quiero decir, me conseguiste un cachorro.
—¡Aww, lo hice! Salvé al cachorro de mapaches rabiosos o de una
turba de ardillas furiosas, o Dios no lo quiera, de un oso. No lo conseguí
exactamente para ti.
—Bueno, aun cuenta —dije mientras nos acercábamos a los
escalones de la gran casa—. Y …bueno, gracias.
Nos detuvimos y subió dos escalones, dándose la vuelta para
mirarme.
—De nada, Jake. Me alegra que no me hicieras regresarlo porque me
habría puesto muy triste.
Una risa.
—No podría hacerte eso.
—Recordaré que me dijiste eso la próxima vez. —Con una sonrisa,
se dio la vuelta, subiendo el último de los escalones.
—Entonces esperemos que cuide mis modales.
—Sería la primera vez para todos nosotros —bromeó, atravesando el
umbral—. Buenas noches, Jake. 150
—Buenas noches, Livi.
Y la puerta se cerró con un chasquido.
Dirigiéndome hacia mi casa, dejé salir un profundo suspiro y miré a
Bowie.
—¿Qué demonios voy a hacer con un cachorro?
Me lamió la mano en respuesta, y pensé que podría saber qué hacer
con él después de todo. Necesitaba a alguien para amar tanto como Olivia
decía que lo hacía.
Un sofoco subió por mi cuello. No se equivocaba, tres segundos más,
y la habría besado. Me juré no volver a ser tan estúpido de nuevo. No con
la granja en la balanza y nuestros futuros en juego.
Necesitaba alguien a quien amar.
Pero Dios nos ayude a todos si considero que ese alguien sea ella.
Solo quedaban un par de coches en el aparcamiento de grava
cuando terminé mis rondas en el día de apertura, un día que me pasé
intentando no pensar en cuantos extraños había en la propiedad.
151
Olivia había estado ocupada.
Por lo que había deducido, nuestro primer día había transcurrido sin
problemas. Nuestro personal que dirigía los recorridos estaba con los ojos
muy abiertos y rebosantes de emoción por lo divertido que había sido. Los
terneros estaban bien alimentados, gracias al zoológico interactivo y los
animales en el granero parecían tan emocionados como el personal por los
nuevos rostros que habían visto. Mack me dijo que la tienda había estado
muy abarrotada, y que apenas y había espacio para caminar. Se habían
agotado los productos de la cremería cuatro veces.
Y para sorpresa de nadie, estaba escéptico.
Debería haber estado tan aturdido como las cabras y el personal. En
su lugar, la ansiedad y el miedo se retorcían en mi pecho como una toalla
caliente, humeante y ardiente al tacto. ¿Por qué que pasaba si no
funcionaba? ¿Qué si ella fracasaba? ¿Qué le sucedería a la granja y a
nuestras finanzas? ¿Y si solo era una casualidad?
¿Y qué pasaría cuando se aburriera y se fuera dejándome aquí para
recoger las piezas solo?
Mientras me dirigía hacia la tienda para recoger a Bowie, mojé la
toalla en agua helada y escuché el chisporroteo. La verdad era que
habíamos estado ocupados, y el estarlo era bueno, me había dado cuenta de
que la gente hacia cálculos rápidos para averiguar cuanto habíamos ganado
solo con los recorridos a diez dólares por cabeza, veinte por cada recorrido,
ocho veces por día. Solo el margen de beneficio de los productos de la
cremería habría supuesto una fuerte suma si se calculaban cuatro veces
más.
En eso, encontré suficiente esperanza para aliviar mi mente, incluso
si solo era por un grado.
152
La luz dorada del atardecer se colaba a través de los árboles mientras
rodeaba el granero y divisaba la tienda de Janet. Olivia había pintado la
puerta en ese tono Pepto Bismol y en un poste estaba colgado un logo que
había hecho ella misma. Chica de granja se leía en un arco ilustrado con un
par de botas de lluvia rosas y rellenas con flores.
Olivia tenía buenas intenciones, y basado en lo de hoy, podía ver
como lo que estaba haciendo ayudaría. Pero al final del día, la
responsabilidad de las deudas de la granja recaía en mí, justo como
deberían.
Eran mis deudas, después de todo.
Mientras subía los escalones blancos de la tienda, miré las grandes
ventanas delanteras pintadas con un texto que decía el nombre de la tienda
y la información de las redes sociales junto con la frase: “me distraigo
fácilmente con las vacas”. Puse los ojos en blanco mientras abría la puerta
con el sonido de la pequeña campana de arriba.
Era verdad. Se distraía con las vacas, las cabras, las flores, los
cachorros y yo había gastado una tonelada de energía fingiendo que no lo
encontraba tan malditamente adorable como molesto.
La tienda estaba iluminada por el sol oblicuo, el espacio brillante y
alegre por diseño. Ella había arreglado todo en mesas y estantes de granja
en pequeñas estampas, la mesa principal era la más grande y la mejor.
Tenía cestas de fierro rellenas de heno y huevos falsos. Franela y latas
desgastadas. Camisetas promocionado la granja y la chica de granja, así
como algunas con frases divertidas como Mother Heifer. Olía como a tarta
de manzana, y noté que algunas de las velas de Presley ardían en un camino
casi directo hacia una pared de jabones, lociones y velas.
Al estilo de Olivia, había creado un pequeño rincón a lado de la caja
registradora donde había pintado manchas negras de Holstein y la frase de 153
una de sus camisetas: Mother Heifer sobre una imagen de un burro. El
nuevo logotipo de la granja, el nombre de Instagram, y las etiquetas estaban
bastante cerca de la frase como para estar en la foto, pero en un tamaño
decente para que no interfirieran. Aunque la tienda estaba técnicamente
cerrada, dos mujeres se fotografiaban frente a la pared con una sonrisa de
oreja a oreja en sus rostros.
Y ahí detrás de la caja registradora estaba Olivia, sonriéndole a un
cliente con una bolsa de papel marrón con el nuevo logotipo de la granja
en la mano.
A menudo, me encontraba atrapado en momentos como este, un
extraño alargamiento en el techo donde veía cada detalle de ella a la vez.
La luz iluminando su salvaje pelo cobrizo desde atrás, resplandeciendo
como un halo.
Mother Heifer (juego de palabras para referirse a mother fucker: hijo de puta) y la palabra
Bad* (malo)

La oscuridad de sus ojos marrones aterciopelados en contraste con la


palidez de su piel. La forma de su sonrisa, y los pequeños semicírculos en
las esquinas. Las curvas que componían la línea de su cuello y hombros,
en plena exhibición a favor del corte del vestido de verano.
Ese vestido fue lo que más me llamó la atención, la tela blanca y
vaporosa hecha de luz, los rayos del sol que sombreaban la figura borrosa
de su cuerpo. Nada en él era sugerente, de hecho, el propio vestido casi no
tenía forma, pero no pude evitar fijarme en su figura, como si hubiera
capturado un susurro de un secreto que no debía conocer.
—Oye, Jake—dijo Presley desde mi codo en un tono cómplice que
no me gustó por su sugerencia de que había escuchado lo que estaba 154
pensando.
Oculté mi sorpresa ante su presencia con:
—Sabes que no te van a pagar por hoy, ¿cierto?
Ante eso, se rio.
—¿Tienes idea de cuantas de mis propias cosas vendí? Créeme, no
necesito que me paguen. ¿Cómo fue por ahí hoy?
—Parece que ha ido bien, pero no sé cuántos de todos ellos están
emocionados por ello y cuanto fue un beneficio real.
—Hay más en la vida que el dinero —señaló mientras esperábamos
a que Olivia terminara.
La miré.
—No actúes como que no supieras que cualquier granja está a una
temporada de distancia de grandes dificultades. No hacemos esto por el
dinero, pero sin dinero, no podemos hacerlo.
—Aun así, hay algo más que…
Antes de que pudiera terminar, tres cachorros y Priscilla salieron de
la esquina trasera dirigiéndose hacia nosotros, ladrando. Priscilla era la más
ruidosa.
Riendo, me agaché para saludar al trio, quienes procedieron a trepar
uno sobre otro en un esfuerzo por lamerme la cara. Antes de que Priscilla
me alcanzara, Presley la capturó.
—No, no, no. No creo que Jake quiera lametones tuyos también.
155
Priscilla frunció el ceño con fuerza, pero en un segundo, desapareció.
Pareció recordar que había alguien más dentro de una distancia para lamer,
y se lanzó a la cara de su madre.
—¡Blah! —Presley se inclinó hacia atrás lo suficiente como para
romper el contacto.
Descontenta, Priscilla le ladró.
Presley me ofreció una sonrisa sarcástica.
—Hemos estado jugando a ser cachorros todo el día.
—Suena divertido. —Recogí a los retorcidos cachorros y los dirigí
hacia la esquina donde estaban sus camas. Pero cada vez que atrapaba uno,
el otro huía.
Después de cuatro intentos, suspiré y me rendí.
Cuando me levanté y me giré, el cliente ya se había ido, y Olivia y
Presley estaban hombro con hombro, mirándome y susurrando. Priscilla
jadeaba desde su posición en la cadera de Presley.
—¿Sobre qué están susurrando ustedes dos? —pregunté.
—Bueno. —Inició Olivia—. Presley está de acuerdo en que
deberíamos hacer un calendario. Estoy bastante segura de que nos haríamos
millonarios.
La miré.
—Bien, al menos conseguiríamos unos cuantos miles. —Sonrió⸺
¿Cómo te fue allá?
—Bien, supongo. ¿Cómo te fue aquí?
156
Su rostro se iluminó como en la víspera de año nuevo.
—Oh, Jake. Nos quedamos sin leche y helado y tuvimos que guardar
el plato de queso porque tan pronto como poníamos comida en él, se
terminaba. Casi agotamos las golosinas de Presley.
—Saqué todo lo que tenía en el coche. Creí que solo estaba siendo
optimista. —Le sonrió a Olivia—. No creo que una sola persona pasara por
alto la tienda, después del recorrido.
—Vieron tu despliegue en el escaparate y no se pudieron resistir
—dijo Olivia—. Tendré que hacer un nuevo pedido de mercancía, un
pedido urgente, si mañana va así. Y creo que necesitaré un par más de
frigoríficos así no hacemos correr al pobre Mack hasta la muerte.
—Tiene un todo terreno a su disposición. Creo que vivirá
—bromeé—¿Alguna idea de cuanto fue nuestra ganancia hoy?
—Me muero por saber —dijo con una sonrisa, girándose hacia la
Tablet que había colocado como registro para hacer clic en un par de
pantallas.
Pero entonces se detuvo. Su sonrisa cayó, y sus ojos se abrieron de
par en par.
Mi corazón se estremeció de miedo.
Lentamente, su rostro se volvió hacia el mío.
—Hoy he cobrado casi siete mil dólares.
La mandíbula de Presley quedó abierta mientras miraba por encima
del hombro de Olivia.
—Tienes que estar malditamente bromeando —dijo. 157
—No digas malas palabras, mamá. —Priscilla le tendió la mano, pero
Presley estaba demasiado aturdida como para notarla.
—Yo… ¿Tú qué? —pregunté estúpidamente. No había manera.
—Mira. —Giró la pantalla y me acerqué a mirar. Y ahí estaba.
Doscientas siete transacciones, algunas de las cuales gastaron varios
cientos de dólares.
—Como… —dije, haciendo cuentas.
—Reservamos ciento sesenta cabezas por recorrido, y un montón de
gente del pueblo solo vino para mostrar su apoyo. Casi todos se fueron con
algo del frigorífico por lo menos, pero muchos compraron otras cosas. He
estado bromeando con los productos toda la semana en las redes sociales y
la gente pedía detalles.
—Incluso vendimos la hamaca, y esa cosa costaba ciento cincuenta
dólares —agregó Presley.
—¿Y cuál es tu margen de beneficio? —pregunté.
—Cincuenta por ciento —respondió Olivia con tranquilidad—.
Doscientos para nuestra lechería. Y eso no incluye los diez dólares por
cabeza de los recorridos.
Me pasé una mano por la boca.
—¿Otros seiscientos por recorridos? ¿En un día?
Sonriendo, Olivia asintió.
—Cristo Jesús —murmuré.
—¿Tienes idea de lo que esto significa? —preguntó Olivia—. Incluso
si no hacemos esta cantidad cada fin de semana, vamos a hacer más de diez
mil a la semana entre la tienda y los recorridos. ¿Y cuándo comencemos a 158
hacer festivales? Todos los vendedores tendrán que pagar una cuota de
mesa, y vamos a llamar a multitudes en un área de tres condados.
Fruncí el ceño.
—¿Festivales?
—Como el 4 de julio. He estado llamando por ahí, mirando
atracciones de feria y camiones de comida, y creo que he encontrado un
tipo de fuegos artificiales que puede…
Mi presión arterial se disparó.
—No vamos a tener atracciones de feria, ni fuegos artificiales en la
granja.
Frunció el ceño.
—¿Por qué no?
—Primero porque asustaría a los animales, y mayormente porque no
podemos solventarlo.
—Pero si seguimos ganando dinero, no podemos…
—¿Tienes idea de cuánto cuesta administrar esta granja? Mil
doscientas vacas cuestan seis mil por día para alimentarlas. Agrégalo a las
deudas que ya teníamos y estas rasgando la superficie con lo que has hecho
aquí.
—Pero eso es lo que estoy diciendo, si ganamos esto en un día con la
tienda, ¿Qué podríamos hacer si abriéramos aún más la granja?
Mi cuello estaba caliente por la indignación, un pinchazo de sudor
lamía mi línea del cabello. Ella no lo entendía. No podía entenderlo. Y no
podía dejar que nada respirara. Ella no podía dejarlo en paz. No se podía
concentrar en una cosa a la vez, prefiriendo apilar un nuevo proyecto, una
nueva meta, un nuevo cambio sobre todo lo demás que había puesto al 159
revés.
—Nunca nada será suficiente para ti, ¿cierto? —Mis palabras fueron
duras, y afiladas—. No desempolvar la tienda de Janet. No borrar el antiguo
logotipo en favor de tus malditas y estúpidas botas de lluvia…
—Dinero…
Presley puso su mano sobre la boca de Priscilla.
—No las malditas cabras y ni siquiera el maldito primer día. Ni
siquiera has cerrado la puerta y ya estás hablando de más. Más, más y más.
El rostro de Olivia se contrajo y se sonrojó.
—Eres él más miserable, e intratable imbécil que he conocido en mi
vida. Estoy haciendo que ganemos dinero. Estoy pensando desde fuera de
la caja. Lo que no soy es el enemigo.
—¿No has invadido? ¿No estamos en una guerra? Todo lo que has
hecho desde que pusiste un pie en esta propiedad es hacer estallar las cosas.
—Y tu todo lo que has hecho es pelear cuando podríamos estar
trabajando juntos.
Una risa seca salió de mí.
—Eso es lo que los Romanos prometieron antes de que esclavizaran
cada país que dominaban. Así que si, voy a luchar hasta el amargo final.
¿Quién más defenderá la granja? Porque tú no lo harás. No tienes ningún
honor, ningún respeto por este lugar, por lo que representa.
Su cuerpo tembló, al igual que su voz cuando susurró:
—Como te atreves.
—Oh, no te hagas la victima —disparé—. Estoy harto y cansado de
que actúes como si yo fuera el loco cuando soy el único que intenta
160
mantener este lugar funcionando. Todo lo que has hecho es aumentar la
factura cuando ya estamos deteriorados por nuestras deudas. No vamos a
añadir otra idea descabellada que va a duplicar lo que ya gastamos. Voy a
poner el pie en el suelo.
Me arrastró al suelo con una mirada.
—¿Qué tal si pones el otro pie delante del primero y lo repites hasta
que salgas de mi tienda?
Resoplé, pero me giré hacia la puerta, vibrando con furia.
—Sigue gastando, y te veré en el siguiente vuelo que salga de aquí.
—Nada de lo que hagas me asustara, nada.
Mi palma golpeó la puerta mientras la empujaba, riendo cruelmente,
odiándome más con cada paso que daba.
¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué dijiste eso? ¿Por qué la
lastimaste cuando pudiste haberte alejado, hijo de puta? Me pregunte
mientras me alejaba furioso.
Pero sabia la respuesta. Nunca me haría decirla, y nunca se la diría en
voz alta, pero la sabia.
Olivia Brent tenía el poder de quitarme todo lo que significaba algo
para mí. Y yo estaba demasiado asustado por esa posibilidad como para
hacer algo más que luchar con ella.
Incluso si ella pudiera tener la razón.

161
No había visto a Jake desde que salió furioso de la tienda hace dos
días, lo que era una hazaña en sí misma. Kit me había dicho que en lugar
de traerme a Bowie como había hecho todos los días durante semanas, Jake
se paseó con él todo el día mientras hacia sus rondas. No había manera de 162
saber su motivación para evitarme… o se estaba calmando o estaba
tramando un golpe de estado. O tal vez supiera que si lo veía, le gritaría.
Tendría razón.
No había palabras para describir cómo me había hecho sentir, no
exactamente. No había una sola frase para el torrente de emociones que me
golpeo cuando empujo la puerta de la tienda y salió al ritmo de su risa. Las
pocas lagrimas silenciosas que derramé estaban cargadas de frustración,
audacia y de un profundo dolor. Mi corazón palpitaba de soledad y rechazo,
y mi pulso acelerado con una discordia hostil que no podía recordar haber
sentido antes.
Me era imposible no preocuparme, no con el destino de la granja
colgando entre nosotros. No había a donde ir, ninguna posibilidad de
alejarnos el uno del otro, no cuando podía ver su porche desde mi cocina.
Estaba atrapada aquí con un hombre que me veía como una amenaza, quien
me lastimó en una de las más profundas maneras que pudo.
Dijo que no tenia honor ni respeto por este lugar. Decir esas palabras
eran un pecado inolvidable, una magnifica mentira. Todo lo que podía
hacer era esperar que no lo dijera en serio.
Porque si lo decía en serio, no había ninguna posibilidad de que esto
funcionara.
Estaba harta de las discusiones, ya era hora de arreglar las cosas de
una vez por todas. Su tiempo para discutir casi había acabado, y tan pronto
como terminara su trabajo, caminaría hacia ahí y lo forzaría a hablar
conmigo. Sin escapar, y sin insultos. Solo una conversación de la vida real
de adultos que no terminaría hasta que nos diéramos la mano.
Esta mañana, había despertado con una sensación de posibilidad, todo
lo bueno situado frente a mi como una canasta de gatitos. La tienda y los 163
recorridos de ayer se habían desarrollado casi sin problemas. Habíamos
hecho un montón de dinero el fin de semana que había designado para los
fondos del 4 de julio, y que se tuvieron que modificar para eliminar los
fuegos artificiales, y las atracciones de feria. Ni siquiera había pensado en
los animales antes de que Jake dijera algo.
Una cosa más por el cual lo necesitaba.
Si tan solo se diera cuenta que también me necesita.
Uno pensaría que reconocería una pared de ladrillos, pero yo era tan
terca como él. Eventualmente vería lo que le estaba mostrando.
Todo lo que tenía que hacer era no darme por vencida.
Tarareando la música que sonaba en mis auriculares, agité, vertí, y
sumergí el pincel en la pintura rosa cremosa para dar la primera pincelada
a la vieja puerta negra. Era una racha de alegría sobre la oscuridad, y con
ella llego la inevitable levedad. Trazo tras trazo, borré el apenas visible
negro, y con ello, eliminé mis preocupaciones. Todo se solucionaría.
Siempre lo hacía. Jake volvería en sí, solo necesitaba un poco de espacio
para respirar. Espacio para visualizar todas mis ideas en acción, como la
tienda. Antes de que saliera de la tienda el otro día, se había quedado
realmente impresionado con la cantidad de dinero que había hecho. Por un
instante, había llegado a él, y si pudiera mantenerlo, sabía que me lo
ganaría.
Retrocedí y examiné la puerta, que iba a necesitar unas cuantas capas
más. Debí haberla preparado, pensé. Solo había pintado hasta donde
alcanzaba: un trozo de negro limitaba mi trabajo. Necesitaría una escalera
para solucionarlo.
Pero cuando me giré para dirigirme al cobertizo, terminé cara a cara
con Jake, derrapando para detenerme a un centímetro antes de caer sobre
él. 164

Me pregunté brevemente si los globos oculares de una persona


podrían ponerse rojos si se enojan lo suficiente como en las caricaturas. Si
acumularan tanta presión, podrían reventar uno o diez vasos sanguíneos
por pura rabia.
Jake era la viva imagen de una furia magnifica, compuesta una vez
más de cuadrados. La dura línea de sus cejas formaba la parte superior, su
mandíbula la inferior, y en algún punto intermedio, sus labios planos se
abrían y cerraban, haciendo formas que debían producir sonidos.
Me quité uno de los auriculares.
—¿… maldito rosa? La tienda fue un juego justo, ¿pero la casa
grande? Frank se estaría revolcando desde su tumba desde el momento en
el que pusiste ese cepillo en la madera. Jesús, Olivia. No tienes vergüenza.
Parpadeando, me puse a su altura, notando cuan extraño era estar a la
misma altura que un gigante, yo en el porche y él en los escalones.
—¿Es enserio? ¿Es enserio que estas buscando pelear conmigo otra
vez?
Los hombros cuadrados se alzaron, los pectorales cuadrados se
agitaron mientras respiraba como una ola.
—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué no puedes detenerte por un
maldito minuto y pensar? No le preguntaste a nadie si podías pintar la
puerta…
—¿Y a quien debería haberle preguntando para pintar mi puerta? La
casa no es tuya, Pop me la dejó a mí, así que puedo pintar la puerta de
cualquier maldito color que yo quiera. —Me cruce de brazos, olvidando
que la brocha seguía en mi mano hasta que la pintura empapó mi camiseta.
Me negué a reconocerlo para no perturbar mi poderosa fachada, por lo que 165
dije—: no tengo que pedirte permiso. Al menos no para esto.
—¿Qué hay sobre las cabras, o sobre los gastos de la granja? ¿Qué
hay sobre publicar todos nuestros negocios en el maldito internet? Solo
quiero saber por qué. ¿Por qué crees que tienes el derecho de regresar aquí
después de diez años y destrozar este lugar?
—Porque este es mi hogar. Estoy tratando de ayudar.
Se inclinó, su rostro con el color de la amenaza.
—Sigues diciendo eso, pero todo lo que has hecho es…
—¿Intentarlo? ¿Trabajar? No puedo ayudar si insistes en mantener
todo de la misma manera, incluso este argumento. No quieres que salve la
granja, quieres alejarme y rezar por que todo se solucione. Noticias de
última hora, Jake, nadie va a salvar la granja excepto nosotros. Y eso va a
necesitar cambios.
—Me convenciste del cambio: te dejé abrir la tienda, ¿o no?
—¿Me dejaste? —me burlé de él.
—Pero no te detuviste. No puedes dejarlo estar. Es como si tuvieras
que escribir tu nombre en cada superficie en la que te encuentras. Como si
tuvieras que mover todo por donde pasas hasta que ya nada se ve bien.
Mi cabeza se inclinó, mis cejas se acercaron lo suficiente como para
casi tocarse cuando me di cuenta.
—¿Entonces de eso se trata?
—Esto es por el dinero.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto que estoy seguro —espetó.
—Tú… ya no te das cuenta, estas enojado conmigo por… ¿por borrar 166
tu hogar?
Sacudió la cabeza, sus ojos dirigiéndose al cielo en una súplica de
ayuda.
—Crees que todo es tan simple, ¿no es así? No me conoces, Olivia.
No sabes nada sobre mí. Así que será mejor que no asumas.
Jake me dio la espalda y comenzó a alejarse.
Corri detrás de él y lo acusé a sus espaldas.
—Oh, no. No vas a huir y dejarme aquí.
—Parece que estoy haciendo justo eso.
—Jake…
—Déjalo estar. Ya has hecho suficiente.
—No creo que lo haya hecho. Por favor, detente.
Su ritmo era tal que yo casi trotaba.
—Jake, entiendo si no es lo mismo, pero…
—Tú no entiendes una mierda.
Me detuve en seco, haciendo un agujero en su espalda, y antes de
saber lo que estaba haciendo, le lancé la brocha.
Lo golpeó en los omóplatos, justo en el punto exacto donde mis ojos
estaban puestos, con las cerdas primero. En el momento en el que lo golpeó,
se congeló a mitad del camino. Una mancha rosa estropeó su camisa
blanca, y la marca desapareció cuando se giró para mirarme.
Observó mi mano.
—¿Acabas de lanzarme la brocha? 167
No podía decir si estaba enojado o solo era curiosidad, porque lo
había dicho de forma tan uniforme. Enojado era una apuesta segura.
—Bueno, tenía que conseguir tu atención de alguna manera. —Me
crucé de brazos, mi corazón resonando con una extraña mezcla de
frustración y entendimiento—. Esta granja ha sido la misma desde la
primera vez que llamaste a esa puerta hace diez años. Ese fue el lugar donde
lo conociste, ¿no es así? Y fui y la pinté toda de rosa, lo cual odias en un
día normal. Pero en esa puerta, fue demasiado.
Giró la cabeza para mirar a lo lejos, haciendo un gesto de desprecio.
—Ese color es estúpido y no queda con la granja.
Cuando el nudo de su garganta se agitó, fue toda la respuesta que
necesitaba. Mi mirada de suavizó, y di un paso hacia él.
—Lo siento —dije en voz baja—. No lo entendía, Jake. Debí haberlo
discutido contigo.
—Claro que deberías haberlo hecho.
—Pero no puedes seguir haciendo esto.
—¿Hacer que, exactamente?
—Esto —señalé a lo largo de él—. Ni una sola vez has venido con
un problema y has tenido una conversación real conmigo. Solo gritas, me
insultas y huyes. —Hice una pausa, trazando la línea de su perfil con la
mirada—. No quieres lastimarme, no eres cruel, incluso si te empeñas en
echarme. Pero me estas lastimando, soy el perro que recibe la patada.
Ambos perdimos a Pop. Estoy lidiando con mi dolor cambiando cosas
porque es muy difícil verlas exactamente igual. Para recordar. Pero tú estás
viendo como lo borro cuando todo lo que quieres es esperar. ¿Así es como
te sientes? ¿Es eso lo que he hecho? 168
Su cara se volvió hacia la mía, sus ojos duros y apretados, y sus labios
en una línea.
—Detenlo.
Mi ceño se frunció.
—¿Detener qué?
—Intentar adivinar lo que siento.
—Si me cuentas, no tendría que hacerlo.
Esos hercúleos músculos de la mandíbula rebotaban mientras lo
consideraba. Y cuando por fin habló, lo hizo de forma cortada y con la
misma fuerza que el resto de su cuerpo.
—Este es mi hogar, y lo ha sido por mucho más tiempo de lo que ha
sido el tuyo. Te fuiste cuando debiste haberte quedado, cuando te lo pedí,
cuando te necesitábamos. Y ahora has estado aquí un mes, y ya nada es lo
mismo. Nada. Hemos tenido extraños por toda la granja. Todo es rosa, de
todos los colores… ¿Quién podría tomarnos en serio? Llegaste de golpe y
tocaste todo, y cuando te vayas, tus huellas dactilares estarán por todo el
lugar. Y no me mires de esa manera. Como si no supieras que te aburrirás
y huirás de vuelta a la ciudad. Sabes tan bien como yo que esta no es la
vida que quieres.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Ya te fuiste una vez. ¿Por qué no habrías de hacerlo de nuevo? Si
la granja era tan importante, debiste haber regresado antes.
Algo en mi pecho me dolía tan profundamente que no podía respirar.
—Estaba obteniendo mi título.
Una risa sin humor.
169
—Tu título, seguro. Y después fuiste y te conseguiste un trabajo con
tu tía sin siquiera venir a casa, sin siquiera considerar que te podríamos
necesitar aquí. Cualquier excusa para estar lejos. En realidad, no quieres
estar aquí, y entre más pronto lo averigües, mejor será para todos nosotros.
—Estaba equivocada. Debí haberme quedado cuando me lo pediste.
Debí haber venido a casa después de la escuela. Y cada mañana desde que
murió, me despierto con arrepentimiento. Creí que tenía más tiempo. Yo…
no sé si puedo perdonarme por eso, así que tampoco te pediré perdón. Pero
te estoy mirando a los ojos, y diciéndote que si quiero estar aquí. —Di unos
pasos más hacia él—. Estoy aquí para enmendar mi error lo mejor que
pueda, y eso significa que no me voy a ir a ningún lado.
—Puedes decir todo lo que quieras, pero no te creo. Y en lo profundo,
tú tampoco lo crees.
La gravedad me pesaba, me hundía los hombros.
—Estoy cansada de pelear. Estoy cansada de contenerme y correr
para evitar pensar en él. Estoy cansada de discutir, y de que me lastimes.
—Se me quebró la voz, maldita sea—. Todo lo que quiero, todo lo que
quiero en el mundo entero, es que veas lo que realmente estoy tratando de
hacer y que confíes en mí. No haría nada para dañar la granja, y no haría
nada para lastimarte a ti.
La tensión en su rostro desapareció, y su sospecha se calmó un poco.
—Lo sé —dijo después de un rato.
—¿Entonces porque me castigas?
Un destello de sorpresa apareció en sus ojos.
—¿Castigarte?
170
—Por irme. Por cambiar cosas. —Cerré la brecha que nos separaba,
y me detuve cuando estaba lo suficientemente cerca para tocar su mano.
Pero me contuve—. No quiero hacer más daño.
Levantó la barbilla, sus ojos encontrándose con los míos.
—No quiero lastimarte. Es solo que estoy…
Asustado. Escuché la palabra colgando en el silencio.
Y entonces tomé su mano.
—También yo. Pero nos tenemos el uno al otro. Y si podemos
averiguar la manera de trabajar juntos, le daremos la vuelta a este lugar.
—¿Cómo? —preguntó en voz baja.
—Bueno, como dije, tendrás que confiar en mí. Necesitas creer que
no haría nada que no fuera en el mejor interés de la granja. En el fondo,
sabes eso, ¿cierto?
Un asentimiento.
—Y tienes que hablar conmigo. Hablar —repetí—, no gritar, no
acusar, no insultar. Hablar.
Una sonrisa se dibujó en sus labios.
—No me lo pones fácil para mantener la calma.
—Los dos tenemos mucho trabajo, ¿no? Pero el peso de la granja no
recae solamente en ti.
—¿No? —preguntó, divertido.
—Quiero decir, noventa y cinco por ciento recae en ti —bromeé—.
Pero tienes razón, necesito consultarte antes de cambiar algo.
—Sabes, deberías haber hecho eso desde el comienzo —señaló con
ironía. 171
—¿Para qué me dijeras que no, como con las cabras?
—Que de todos modos fuiste y conseguiste.
—Porque no me escuchaste.
—Porque las cabras son idiotas.
—Igual que tú.
Un ruido divertido.
—Y tenemos que estar de acuerdo, vamos a estrechar las manos, así
que escucha con atención, vamos a estar de acuerdo en que nos
escucharemos mutuamente.
—¿Por qué vengo a ti pidiendo permiso todo el tiempo?
Debió haber sido la manera en que sonrió o la sensación de mi mano
perdida en la suya, pero me hice consciente de cuan cerca estábamos. Podía
oler el heno, la tierra, y el sol en él, podía sentir la calidez irradiando de su
cuerpo.
Puse los ojos en blanco para ocultarlo.
—Uno de estos días vas a necesitar que firme algo, y voy a hacer que
beses mis botas de lluvia rosas como condición.
Se quejó, y me reí.
—Y vamos a comprometernos —agregué—. De lo contrario, nunca
conseguiremos nada.
Una pausa. Un suspiro.
—Está bien.
—Bien —dije con autoridad, retrocediendo y extendiendo la mano 172
con valentía—. ¿Compañeros?
Jake miró mi mano, con ese atisbo de sonrisa en el rostro, y cuando
la tomó, se encontró con mi mirada de nuevo.
—Compañeros.
—¡Genial! Entonces sobre el 4 de julio…
—Maldita sea, Olivia…
—¿Si prometo que no habrá más ruidos que los de la multitud?
Sus ojos se estrecharon.
—No es un truco. Lo prometo. —Levanté una mano y crucé los
dedos—. Honor del explorador.
Con una sonrisa, deshizo mis dedos y los acomodó en el saludo de la
niña exploradora.
—No es muy convincente si no lo haces bien. —Sus ojos atraparon
los míos de nuevo—. ¿Qué te parece si vienes con una lista de lo que
quieres hacer para el 4 de julio?
—¿Colaboraremos? —pregunté con demasiadas ganas.
—Si quieres llamarlo de esa manera.
—¿Y no pelearas conmigo?
—No pelearé contigo. Tus ideas no son tan malas.
Mi cara se iluminó.
—Eso fue casi un cumplido. Siento como que gané algún tipo de
premio.
Ante eso, se rio completamente, ese sonido que tanto me gustaba, 173
incluso cuando lo odiaba. El calor se encendió en mi vientre, y antes de
darme cuenta, me lancé sobre él, envolviendo mis brazos alrededor de su
cuello. Apenas y tuvo tiempo de atraparme. Lo sentí reírse a través de su
pecho, a través del mío.
—Gracias —susurré junto a su oído.
—Lo lamento —respondió.
Solté mis brazos, indicándole que me dejara en el suelo, lo que en
realidad fue un gran deslizamiento en lo largo de su cuerpo. El
remordimiento sincero en su rostro ante la disculpa me rompió el corazón.
—También lo lamento —dije.
—Ahora no hagas que me arrepienta —bromeó.
Le di un golpe en la losa de granito a la que llamaba pecho.
—Repintaré la puerta.
Miro detrás de mi hacia la puerta, y luego de vuelta a mí.
—Déjalo. Estaba equivocado sobre Pop, él te lo habría permitido. Te
habría permitido hacer cualquier cosa que quisieras, así que no tengo
ningún derecho en detenerte.
Un chillido que se convirtió en una risa burbujeante salió de mi
mientras rebotaba como un niño pequeño.
—Gracias Jake.
—¿Sabes qué? Ni lo menciones.
Sonreí.
—No, de verdad. No le digas a nadie, o lo negaré con mi último
aliento. 174
Con esa pequeña sonrisa en su rostro, se volteó y esta vez le permití
irse.
Porque aceptaría lo que pudiera conseguir.
Y ahora que trabajaríamos juntos, me había dado más de lo que sabía.
—Solo digo que, basándome en tus redes sociales, la vida en la
granja luce como que involucra mucha mierda, literalmente y de la otra
manera… —dijo mi tía del otro lado de la línea.
175
—¿Es raro que lo esté disfrutando? —pregunté mientras doblaba mi
ropa.
—Si. Quiero decir, tal vez no el idiota grande y guapo.
Probablemente podría encontrar la manera de disfrutarlo.
—Soy optimista de que podríamos haber pasado la página. Más
mierda de conejo que de toro. Incluso me está ayudando con el festival del
4 de julio.
—He estado observando tu Instagram. Diría que estaba sorprendida
de cuan bien lo has hecho con la publicidad de la granja, pero no había
manera de que fracasaras. Este es tu dominio, y tu reinado en absoluto.
—Créeme, podría haber fracasado. Aun puedo fracasar. No tengo
mucho tiempo para obtener un beneficio, y si Jake vuelve a cambiar de
parecer, podría hacerlo imposible.
—Y si pierdes, ¿regresarás a Nueva York?
—Ese es el trato.
—Probablemente no debería alentarlo.
—En definitiva, no deberías —dije riendo.
—¿Sería tan malo volver?
—Volver significaría que le fallé a la granja y a Pop. No sé cómo
viviría conmigo misma, Anette.
Un suspiro.
—Te extrañamos. No me di cuenta de que eras el pegamento que
mantenía al grupo unido. El mes pasado ha sido un espectáculo de mierda
y no solo en la oficina. Ha pasado mucho tiempo desde que no vivo sola,
desde antes de que tu vinieras conmigo. Mi siguiente fase es ser la señora
de los gatos, y no estoy segura de sí me gusta ese aspecto para mí.
176
—No lo sé. Puedo verlo. Tal vez si consigues uno de esos gatos sin
pelo.
Hizo un ruido de disgusto.
—Lucen como escroto con ojos, Livi. No volvería a dormir con esas
cosas merodeando por mi casa.
Una carcajada brotó de mí.
—¿Qué? No soy un amante de los animales.
—Oh, ya lo sé.
—Por eso no te sorprenderá que piense que deberías volver. Deja la
granja a los granjeros y ven a tomar el puesto superior de publicidad en la
empresa.
Mis manos se detuvieron en un cajón abierto de ropa interior.
—¿Jill se fue?
—Se mudará a Seattle con su nuevo esposo, y tengo un puesto que
llenar.
Me quedé en silencio por un momento.
—Es un gran salto profesional.
—Bueno, ¿si no con que más te traería de vuelta? —preguntó entre
risas.
—Anette…
—No digas que no. Solo piénsalo, ¿está bien? Si las cosas no
funcionan por allá, Jill se va en octubre. El puesto es tuyo, si lo quieres.
No discutí como quería. En cambio, dije:
—Gracias. Es un honor, de verdad. Jill tiene el trabajo de mis sueños. 177

—Por ahora. Solo digo. Te extraño, niña. Tú… bueno, eres todo lo
que tengo de Sarah. No me di cuenta de cuanto llenabas el espacio de tu
madre en mi corazón hasta que fuiste ahí. No estaba lista para dejarte ir.
Creí que tendría más tiempo.
Mi corazón se retorció en mi pecho. no importaba lo que hiciera,
estaba abandonando a alguien.
—También yo —dije en voz baja—. También te extraño, y a Nueva
York, y a su gente. —Se rio, y el sonido me hizo sonreír—. Pero no
regresaré a menos que pierda.
—Tomaré lo que pueda. No quieres regresar ahora de todos modos,
hace mil grados y no ha parado de llover desde hace cuatro días. Disfruta
California mientras estés ahí. Y a ese gran y apestoso imbécil mientras
estas en ello.
—¿El que me odia?
—Sabes lo que dicen: hay una delgada línea entre el amor y el odio.
Tal vez ustedes dos solo necesitan tener sexo.
—Oh por Dios. —Me reí, cerrando el cajón para depositar algunas
camisetas en otro—. En ese sentido, tengo que ordeñar algunas cabras.
—Por favor, por favor graba eso.
—Es lo mismo que ordeñar una vaca, y sé cómo ordeñar una.
—De alguna manera, tengo la sensación de que las cabras van a estar
menos dispuestas.
—Entonces deséame suerte.
—¡Buena suerte! Que no te den una patada en la máquina para hacer
dinero. 178
—Te quiero —dije, riendo.
—También te quiero, cacahuate. Hablamos pronto.
Nos despedimos, y me quedé sola en mi habitación, extrañando mi
antigua vida. Por primera vez desde que llegué a casa, sentí la atracción de
volver a Nueva York. La vida que había tenido se sentía lejana, como si
fuera otra persona, en otro tiempo. El ajetreo de la ciudad, y el bullicio de
un trabajo exigente. Todo era importante, cada elección, ya fuera grande o
pequeña. Mis viejos amigos y colegas estaban tan ocupados y envueltos en
sus vidas que hacer algo más que enviar mensajes de texto, dejándome
cuestionar la profundidad de mis relaciones.
Pero fue la vida que conocí por mucho tiempo, más de lo que he
vivido aquí, como lo había señalado Jake tan amablemente. Esa Olivia que
tenía una carrera prometedora en la mejor ciudad del mundo, un tren a toda
velocidad que iba a algún sitio grande. Esta Olivia tenía una carrera por
delante que nunca la haría rica, que nunca le daría poder o reconocimiento.
Esta carrera era una carrera de sacos que se pegaba cerca de casa.
Pero este trabajo era tal vez el más importante de toda mi vida. Y
aunque no era prestigioso o de elite, era genuino. Y lo que estaba en juego,
era mucho, mucho más alto. Las decisiones eran una cuestión de
supervivencia, y no solo la mía, sino la de toda la granja, humanos y
animales por igual.
Cuando terminé de guardar mi ropa, agarré la pila de pijamas hechos
a la medida que les iba a poner a los niños, y me dirigí al granero.
El corral de las cabras era un hervidero en acción. Había comprado
cinco cabras y sus crías, más un macho para reproducirse, y ocho cabras
bebé estaban brincando por todo el corral, persiguiéndose entre sí mientras 179
ponía mi teléfono a grabar. Se detuvieron y se abalanzaron sobre mí cuando
atravesé la puerta. Riendo, me senté en el taburete y les di un poco de cariño
antes de agarrar a uno y ponerle el pijama.
—Mírate, Brenda —le dije mientras salía rebotando, balando.
A los pocos minutos, los niños estaban dando vueltas por el corral en
sus nuevos pijamas mientras los adultos los observaban como si estuvieran
locos.
Era tan adorable, más adorable de lo que había imaginado cuando los
compré, tanto que me atraganté un poco.
—¿Les pusiste pijamas?
Me giré hacia el sonido de la voz de Jake con una sonrisa en mi rostro,
preparada para pelear.
—Seguro que sí.
Su expresión de escepticismo se derritió cuando uno de los niños
corrió como si lo hubieran marcado, y el resto corrió en dirección opuesta.
Y Jake se rio.
Se rio desde lo más profundo de su vientre, ese sonido libre y fácil
tan extraño en sus labios.
—Eso es ridículo. Absolutamente ridículo.
—Lo sé. Me encanta.
—No me sorprende.
—¿Pero sabes por qué es gracioso?
—¿Por qué le pones ropa a las cabras?
180
—La razón por la que nos reímos de los animales es porque nuestro
subconsciente imagina que son humanos. Por ejemplo, ves una cabra bebé
en pijama, pero tu cerebro secretamente imagina una persona en pijama
brincando alrededor del corral haciendo ruidos de cabra.
Me miró de forma dudosa.
Levanté las manos.
—Búscalo.
—¿Solo viniste aquí a disfrazar a los niños para internet?
—Ante todo, lo hice por mí.
Una risa.
—Y no, iba a intentar ordeñar una de las cabras.
—Entonces llegué justo a tiempo. —Con una sonrisa de satisfacción,
se recargó en la valla.
Hice una pausa.
—¿Así que solo vas a mirarme?
—Era parte del trato con las cabras.
—Eso era con respecto a cortarles las pezuñas. No vas a, no sé.
¿Gritarme por ponerles ropa a las cabras?
—No, porque es divertido.
Sacudí la cabeza.
—No te entiendo.
—Además, estamos trabajando juntos, ¿cierto? Imagino que puedo
confiar en ti con los pijamas. —Antes de que pudiera preguntarle alguna
versión de que demonios, dijo—: Por cierto, ¿les has cortado las pezuñas? 181

—No. ¿Lo necesitan?


Estuvo a punto de atravesar la puerta, pero se detuvo.
—¿Te importaría si te ayudo?
—Ya que lo has pedido tan amablemente, pasa.
Con esa pequeña sonrisa en la cara, se unió a mí.
—Me alegra que aún no lo hayas intentado. Iba a dejar que lo
descubrieras por tu cuenta, pero me preocupaba que te lastimaras. Así que
me tomé la libertad de prepararte. Sobre todo, esto. —Me hizo un gesto
para que me acercara a la valla que daba al patio, y en un espacio justo
después del granero había una pequeña plataforma con una pared en un
lado, dos rejillas de madera más altas que hacían de tope para la cabeza, y
un balde del otro lado.
—Es un…
—Es un puesto de ordeño —dijo, saltando la valla.
Cuando comencé a subir para unirme a él, me agarró por la cintura, y
me levantó sin siquiera doblar las rodillas.
—Déjame mostrarte como funciona.
Lo seguí hasta el aparato, que me explicó con todo detalle. Estaba
demasiado ocupada desconcertada con él como para escuchar.
—Todo lo que tienes que hacer es deslizar esta tabla para que su
cabeza encaje, y después cerrarla con este pestillo. Y así ella puede comer
mientras haces lo que necesites hacer. Lo hice a una altura que deberías ser
capaz de alcanzar su ubre y sin dañar su espalda ni nada.
—¿Tú lo hiciste?
182
—Bueno, sí. ¿Crees que gastaría ciento cincuenta dólares en algo que
podía hacer por mí mismo?
No pude evitar reírme.
—Bueno, cuando lo pones de esa forma…
—También traje algunos cortaúñas. Esas no las pude hacer.
—¿Quién eres tú? —pregunté, sonriendo.
Se pasó la mano por la nuca.
—Te lo debo. Por… por castigarte.
—No me debías nada, pero lo apreció. En especial, la ayuda. No he
tenido tiempo de ver videos en YouTube de como cortar las pezuñas, así
que me vendrían bien los consejos.
—Entonces ven y te enseñaré.
De vuelta al corral, fue de cabra en cabra, levantando sus pezuñas
para así poder verlas, y finalmente encontró una que necesitaba atención.
La acompañé con una correa hasta la caseta, a la que se subió de buena
manera cuando escuchó el ruido del balde. Metió la cabeza, cerramos el
pestillo y mordisqueó felizmente, sin saber lo que le estaban a punto de
hacer.
Con los cortaúñas en mano, Jake se acercó a la cabra y levantó la
pezuña para mostrarme como limpiar la suciedad y donde se podía recortar.
Estaba bien hasta que utilizó lo que parecían tijeras de alta resistencia para
recortar el anillo exterior de las pezuñas.
Apretó su agarre hasta que dejo de luchar, explicándome todo
mientras sobre como sostenerla y que hacer. Y el porqué de ello: las cabras
domesticadas no atraviesan el tipo de terreno que desgasta sus pezuñas, y 183
que dejar que crecieran más de la cuenta podría cambiar su forma de
caminar y eventualmente dejarlas lisiadas. O sus pezuñas podrían
infectarse y hacer que las cabras se enfermaran. Así que se lo hizo en una,
y luego me paso el cortaúñas.
Miré el culo de la cabra saltarina, intentando animarme.
—Lo tienes —dijo—. Solo agárrala y no levantes su pata hasta que
estés a su lado.
—Bien. —Me acerqué un paso más cerca, poniendo mi mano en su
culo para tranquilizarla.
En lugar de eso, su pierna salió disparada como un martillo,
clavándose en mis costillas.
Me tambaleé hacia atrás, me quedé sin aire otra vez, aunque de alguna
manera seguía de pie. Me tomó un segundo darme cuenta de que era porque
Jake me estaba sosteniendo.
Tosiendo, me incliné con la mano presionada contra mis costillas
ardientes.
—Santa mierda —resoplé.
—Debí haber escogido otra cabra cuando la vi nerviosa, maldición.
Lo siento.
Le hice un gesto con la mano y cojeé hasta el granero.
—Espera. Déjame asegurarme que estas bien.
Dolorosamente, me enderezó, y con inmenso cuidado, Jake presionó
mis costillas y el costado. Solo me estremecí un poco, gastando una
cantidad exorbitante de energía en mantener mi cara en el juego.
—Bueno, si estuviera rota, no habrías sido capaz de mantenerte 184
—dijo—. Vamos. Vamos a ponerte hielo y a la cama.
Asentí, y me rodeo con un brazo para mantenerme firme.
—Tienes que dejar de hacerte daño, Livi.
—Es gracioso —dije con voz ronca—. Dado que solo me lastimo
cuando estas a mi alrededor.
—Tienes razón, mi elaborado plan para deshacerme de ti giraba en
torno a que fueras aplastada hasta la muerte.
—Lo sabía.
—¿Qué tal si les corto las pezuñas por ahora? Aun puedes ordeñarlas.
—Gracias por el permiso. ¿Las vas a vender ahora que no puedo
cumplir nuestro trato?
—No. Esos niños en pijama valen la pena.
Se le escapó una risita no deseada. Pensé que podría tener cosquillas.
Incluso pensé en hacerle cosquillas.
Cuando llegamos a la casa, Kit me interceptó preocupada mientras
me recostaba en el sofá. Fue por hielo, y Jake se arrodilló a mi lado.
—Voy a terminar con Sharon para bajarla del soporte. ¿Estás bien?
Asentí.
Una pequeña sonrisa rozó sus labios.
—No te preocupes, chica de granja. Ya te tocara tu momento para
hacerlo. Vamos a esperar que no te rompas ninguna costilla mientras lo
haces.
Mi risa se convirtió en una tos. 185
—Gracias, Jake.
—Te lo dije, te lo debía.
—No, no solo por el soporte. Por darme una oportunidad.
Miró hacia abajo, y resistí el impulso de pasar mis dedos por su
cabello oscuro.
—Debí haberlo hecho desde el comienzo —dijo.
—De cualquier manera, lo estás haciendo ahora. Mejor tarde que
nunca, ¿cierto?
—Si tú lo dices.
Apoyó la mano en el cojín que estaba entre nosotros, y la cubrí con
la mía.
—Lo digo.
Me miró, nuestros ojos se fijaron, la conexión era tangible. Vivía en
el cosquilleo de mi mano sobre la suya, en el latido de mi corazón, en el
aire entre nosotros, en la profundidad de sus ojos. Estaban abiertos, sin
vigilancia, una ventana al hombre detrás de la pared.
—Te conseguí hielo y agua, cariño —dijo Kit mientras se apresuraba
a entrar, demasiado ocupada con su carga como para notar la manera en
que nos apartamos, o cuan rápido se levantó.
—Aquí tienes ibuprofeno —dijo, pasándome las pastillas—. Y
bébete esto—. Tomé el agua y deslicé las pastillas, sin darme cuenta cuan
seca estaba mi boca hasta que el agua fresca entro deprisa.
—¿Dónde te duele? —preguntó, buscando en mi cuerpo con la bolsa
de hielo en la mano. 186
—Yo, voy a buscar a la cabra —dijo Jake desde su incómoda posición
entre la puerta y yo.
Me reí de nuevo, pero dolía tanto, que hice una mueca de dolor en un
suspiro.
—Tu siempre me pones de nervios —bromeé.
Ante eso, la tensión en él se alivió. Esa pequeña sonrisa estaba de
vuelta.
—¿Alguna vez te tomas las cosas en serio?
—No si puedo evitarlo.
Con una sacudida de su cabeza y una ampliación en su sonrisa, se
giró para irse.
Y por primera vez, deseé que se quedara.
No podía pensar en una sola cosa que no me gustara del 4 de julio.
Era un día para barbacoa y cerveza, piscinas y bronceado. Helados y
paletas, pantalones cortos y sandalias. Eran bengalas y música, y la gente 187
lo amaba. Era una celebración del aniversario de Estados Unidos, y para
bien o para mal, la queríamos y esperábamos un mejor futuro juntos. Era
un día en el que nunca faltaba la felicidad, el asombro, la diversión, y el
ocio. De recuerdo y esperanza.
Y este 4 de julio podría haber superado a todos los anteriores.
Había estado ocupada la mayor parte del día, pero gracias a la
incorporación de algunas nuevas mujeres del personal, no había sentido ni
una sola vez que las cosas se salieran de control.
Courtney y Kendall habían aprovechado la oportunidad de ayudarme
a planear el evento y gestionarlo hoy. Juntas, habíamos reservado dos
docenas de vendedores locales para el mercado, y habíamos contratado a
la feria para proporcionar juegos y alimento, colocándolos tan lejos del
ganado como pudimos. El castillo inflable de colores brillantes, el tobogán
doble, las bolas de hámster de tamaño humano, y el bungee trampolín
habían estado llenos todo el día. Pero la verdadera estrella del espectáculo
fue el enorme tobogán inflable que encontré. Ver a tantos adultos
convertirse de nuevo en niños, riéndose y lanzándose, fue una especie de
magia.
También habíamos conseguido camiones de comida con todo tipo de
productos: desde tacos y costillas, hasta rosquillas y helados. La música
sonaba por todas partes a través de un sistema de sonido que habíamos
instalado, reproduciendo rock clásico y honky-tonk con alguna canción
country mezclada por si acaso.
El 4 de julio no era el 4 de julio sin un poco de Reba.
Y así, mientras el crepúsculo se asentaba en un día muy ocupado, me
senté en el porche de mi casa, mirando a todas las caras sonrientes con mi
propia sonrisa. Joline yacía estirada sobre su espalda junto a mí, royendo
un cuero sin curtir clavado entre sus patas. Willie Nelson se escuchaba en 188
la distancia, el cielo era de un tono violeta intenso. Las bombillas desnudas
se extendían en zigzag por toda la operación.
Había costado una pequeña fortuna, pero habíamos hecho una fortuna
considerable. Y lo que esperaba que fuera una nueva tradición de la ciudad,
había unido a toda la comunidad de una manera que creía que perduraría.
Quería que nuestra granja fuera un elemento permanente en sus vacaciones.
Calabazas en otoño, mercado de navidad y árboles en el invierno, y la caza
de huevos de pascua en la primavera.
Si estuviera aquí tanto tiempo. Tal como se veían las cosas, creí que
podría tener una posibilidad.
Irónicamente, eso fue en gran parte gracias a Jake. Antes del desastre
de la puerta, había dicho que se mantendría fuera de mi camino cuando no
era su intención. Pero esta vez, no se hizo a un lado. Ayudó que lo incluyera
y que no lo desafiara abiertamente -el desafío silencioso estaba en marcha
de vez en cuando, aunque solo con cosas intrascendentes, que
deliberadamente miraba para otro lado. Hubo algunas quejas, algunas
discusiones sobre el dinero, y algunos compromisos, pero aun así me ayudó
en todo momento. Este evento fue la gran prueba.
Por primera vez, vi la posibilidad de una asociación feliz.
Un movimiento en el borde de la multitud captó mi atención, y de ella
emergió Chase Patton con las manos en los bolsillos y una sonrisa en el
rostro mientras caminaba hacia mí.
El calor floreció en mis mejillas, y mis dedos se movieron para
juguetear con un mechón de pelo. Había visto a Chase unas pocas veces,
sobre todo en Buffalo Joe’s cuando iba con Presley. Estar cerca de él se
sentía como un pecado capital. Un Patton, y una Brent, amigables.
Pero era imposible que no te gustara. Probablemente debí haber
asumido que todo lo que dijo era una especie de trampa, pero no pude 189
reunir la energía.
Chase subió los escalones.
—Hola —dijo.
—Hola de vuelta —respondí.
Cuando se inclinó hacia mí, me congelé, esperando por Dios que no
fuera a besarme. En el último segundo, me guiñó, y se dirigió a Jolene.
—Ahí está mi chica —dijo, rascando su vientre antes de volver a
mirarme—. Lo siento, no te vi allí.
Riendo, le di un pequeño empujón.
—No esperaba verte por aquí.
—Quería ver lo que hiciste con el lugar. —Levantó a Jolene y se sentó
a mi lado, sosteniéndola como un bebé para rascarle el vientre—. Estoy
impresionado. No creo que este pueblo haya visto semejante obra en veinte
años. Y parece que has atraído gente de todas partes.
—El poder de las redes sociales.
Se rio.
—Tu Instagram es particular. Te juro que no creo haber escuchado a
Courney y Kendall tan emocionadas por algo desde que el equipo de
porristas llegó al campeonato local. Y para ser honestos, el listón estaba
abajo en esa cuenta. ¿Cómo se te ocurre todo ese contenido? Estas
avergonzando a nuestro equipo. No es tan difícil, considerando que nuestro
equipo es un tipo llamado Dan.
—No lo sé. Es una segunda naturaleza, supongo. La vida me divierte,
en especial las partes incomodas. Así que tomo una fotografía bonita, y 190
hago una pequeña broma. El noventa y nueve por ciento es sin guión.
—Eso espero, porque si hubieras planeado que una cabra te pateara
la semana pasada, habría sido un nuevo nivel de locura.
—Aún tengo un moretón —dije, levantado el dobladillo de mi remera
para exponer mis costillas donde todavía estaba el fantasma de un
moretón—. Sharon me sacó el aire, aparentemente no era la cabra indicada
para aprender a como cortar las pezuñas.
—Sharon, Brenda, Barbara, Susan. ¿Se reúnen regularmente para las
fiestas de Avon?
—De Tupperware. Y alguna que otra partida de canasta. Aunque
Linda es la parte superior del árbol telefónico. No permitas que Patty te
diga lo contrario.
Sacudió la cabeza, moviendo los labios para fingir que reprimía una
sonrisa.
—Eres otra cosa, ¿sabes eso?
—Gracias, señor. Por lo general tiro de tolerable a adecuado, así que
es bueno saber que estoy dando en el blanco.
—¿Qué tal si te invito una copa y vemos si te puedo ganar uno de los
grandes peluches?
—No desperdicies tu dinero. Esos son solo una estafa, ya sabes…
inalcanzables.
Con una sonrisa inteligente, dijo:
—Nada es inalcanzable si te esfuerzas lo suficiente.
—Hablando como un auténtico niño rico —bromeé.
Siseó y se frotó el pecho. 191

—Me heriste. No sé si sabes esto, pero soy un as, y esta noche me


siento con suerte. —Con una sonrisa simpática, añadió—: Además, ¿quién
no necesita un canguro de peluche rosa de un metro de altura?
—Quiero decir, el que diga que no es un mentiroso o un aburrido.
Chase dejó a Jolene en el suelo y se levantó, extendiendo su mano.
—Mis pensamientos exactamente. —Cuando la tomé, me ayudó a
ponerme de pie—. ¿Cuál será? ¿Dardos a los globos? ¿Anillos en los patos
de goma?
—A elección del repartidor. —Recogí a mi mascota, soportando el
baño de lengua durante el tiempo que me tomó llevarla adentro y ponerla
en su jaula. Chilló y gritó mientras me alejaba, y mi corazón se rompió.
—Odio dejarla así —dije cuando llegué a su lado.
—¿No puedes traerla contigo?
—Es demasiado pequeña para una correa. Prácticamente tengo que
arrastrarla detrás de mí. Nadie es feliz en este escenario.
—Supongo que no —dijo entre risas mientras nos dirigíamos a la
multitud.
Por error, creí que una vez que el sol cayera, la gente se dispersaría
para observar los fuegos artificiales, pero parecía haber más gente. Tanta,
que casi nos separamos, hasta que Chase me tomó de la mano para guiarme
a través.
Su mano era cálida y fuerte, una mano segura. Una mano que sostenía
a la mía con una certeza que no requería permiso, logrando de alguna
manera que no se sintiera como una invasión, aunque técnicamente lo era.
Pero esta mano era suave a comparación de la de Jake que era áspera y 192
desgastada. Esta mano no se tragó la mía, solo la sostuvo,
caballerosamente. Nuestra piel no chispeó, ni mi mente se consumió por el
contacto. De hecho, solo noté las diferencias porque el gesto me hizo
pensar en Jake.
Fruncí el ceño y parpadeé. Nos separamos cuando nos abrimos paso.
Sentí que me miraban y me encontré con Kit y Mack observándome con
los ojos entrecerrados desde la fila de los algodones de azúcar.
Ofreciendo lo que esperaba que fuera una sonrisa tranquilizadora,
sacudí la cabeza y moví la mano sutilmente, intentando desestimar su
malentendido.
Estoy muy segura de que no funcionó.
Con un suspiro, seguí a Chase hasta que nos encontramos en el
callejón dorado y brillante de los juegos de la feria.
Chase los estudió como si su decisión fuera a alterar el curso del
universo. Apunto con un dedo a las dianas de hojalata.
—El destino ha decidido. Hay canguros. Y tienen de los rosas, como
sospechaba. Tu color favorito.
—¿Disparando armas para ganar mi gracia? —Arqueé la ceja, y mi
sonrisa se ladeo.
Se inclinó, moviendo los ojos.
—¿Crees que funcionara?
—Lo dudo, pero no dejes que eso te impida intentarlo.
Con una sonrisa fácil, me ofreció su brazo. Y cuando lo acepté, miré
a mi alrededor, esperando que nadie me viera del brazo con Chase.
—¿Avergonzada de que te vean conmigo? —bromeó.
—¿Qué? No. Quiero decir… —tartamudeé—. Tienes que admitirlo, 193
es raro.
—Solo si tú lo haces raro.
Puse los ojos en blanco.
—Sabes a lo que me refiero. Nuestras familias han estado detrás del
oro por más de un siglo. Cada Patton y Brent han sido criados para odiarse
mutuamente. No puedes fingir que no es extraño que tú y yo estemos
paseando juntos por la feria.
—Inesperado, seguro. ¿Pero qué tiene que ver con nosotros una
disputa de ciento veinticinco años? No soy mi padre. Él ha intentado poner
todo ese rencor en mi toda mi vida, pero no lo quiero.
—¿Entonces que quieres?
No respondió cuando nos acercamos al puesto y le dio al trabajador
de la feria un billete de veinte.
—Bueno. —Comenzó, acercando la pistola de aire comprimido a su
hombro para mirar por la mira—. Te diré lo que no quería. No quería
tratarte como lo hice cuando éramos niños.
Mi cerebro se sacudió cuando disparó.
—No quería ir al funeral de Frank. No porque no lo respetara, lo
hacía. Si no porque creí que sería irrespetuoso que estuviéramos ahí.
—Bombeó, la alineó, y le dio al círculo rojo con blanco justo en el
medio—. Y no quería intentar engañarte para trabajar con nosotros como
mi padre quería que lo hiciera.
Bombea. Apunta. Dispara.
Se me cortó la respiración.
194
—¿Tu… que?
—Quiere que le ayude a ganarte. Me dijo que me pondría a cargo de
nuestra granja de Maravillo cuando se vaya a Washington en unos pocos
meses, si puedo manejarlo.
Bombea. Apunta. Dispara.
—¿Por qué estás diciéndome esto?
—Porque creí que deberías saberlo —dijo mientras bombeaba aire en
el cañón y apuntaba de nuevo. Disparo. —Y entre más estoy a tu alrededor,
menos inclinado estoy a ayudarle.
Dispara.
—¿Qué hará cuando descubra que me lo dijiste?
Una risa.
—No planeó decirle, ¿y tú?
Niego estúpidamente con la cabeza.
—Sé que dijiste que entre tu y yo nunca sucederá nada, y sé que
mucho de eso tiene que ver con el hecho de que no puedes confiar en mí.
Así que aquí estoy siendo honesto contigo con la esperanza de que lo
reconsideres. Mi padre quiere todo lo que no puede tener. Quiere terminar
la disputa de la misma manera que hizo mi abuelo y mi bisabuelo. Pero no
quiero verte herida. Y puedo ofrecerte información interna y protección
contra mi padre. Piensa en lo mucho que recorreríamos de camino para
arreglar la disputa si tuviéramos algo.
Conmoción era una palabra demasiado suave. Me quedé muda
mientras Chase bombeaba el rifle de aire comprimido y alineaba un tiro,
intentando analizar lo que acaba de decirme. Patton había puesto a Chase
sobre nosotros, pero el me lo dijo solo porque quería… ¿salir conmigo?
Nada de eso tenía sentido. Pero una cosa que sabía era que su 195
propuesta era imposible, no solo por lo que le haría a mi familia aquí en la
granja, sino porque yo no lo quería.
Había alguien más a quien yo quería, alguien a quien me había dicho
que no podría tener nunca. Hace tiempo, eso podría haber sido cierto. Pero
ya no.
Lo vi en los ojos de Jake, lo sentí en su toque. Había sido testigo de
su bondad, del cuidado delicado que vivía en él. Solo que todo estaba
enterrado dentro de una capa tras otra de armadura. Pero con cada día,
había ganado un poco más de su confianza. Y de una por una, las capas se
habían caído, dejando al hombre que realmente era.
Y ese era el hombre que quería.
La comprensión fue un golpe de látigo, que me hizo tomar
consciencia.
Cuando me di cuenta, aparté la nueva información para abordar el
problema que tenía delante.
—Chase…
Desenfocó un ojo para mirarme, con los labios más arriba de un lado.
—No vas a derribarme cuando estoy a punto de ganar tu gracia,
¿cierto?
Me reí, mis ojos se dirigieron al toldo a rayas. Disparo.
—Oh, mierda. Si lo estas.
Cuando lo volví a mirar, aún seguía sonriendo, aunque ahora era con
resignación.
—Lo entiendo. Soy el enemigo, ¿cierto? —Disparo. 196

—No es eso —mentí, odiando decepcionarlo—. Es solo que… tengo


mucho en mi plato. Solo tengo unas pocas semanas más para obtener
beneficios de la granja, o Jake va a conseguirlo, y tendré que irme.
—Cierto… la apuesta.
—La apuesta —repetí—. Al menos ahora es amigable. Hace unas
pocas semanas, no sabía que tendría una oportunidad justa. Pero después
de hoy, creo haber hecho un gran impacto en las ganancias.
—No me imagino que hayas ganado lo suficiente para cubrir toda la
deuda.
Mis cejas se juntaron.
—Me refería al costo del emprendimiento de la tienda y a lo que costó
organizarla hoy. ¿Qué sabes sobre nuestra deuda?
Chase se encogió de hombros y alineó otro tiro.
—Quiero decir, todo el mundo sabe que Brent estaba en problemas.
No sé cuánto es, solo que la deuda aún sigue.
Estaba mintiendo, pero no sabía porque, ni sobre que exactamente.
Pero hice una nota para averiguarlo.
Cambié de tema, no estaba dispuesta a discutir las finanzas de la
granja con el más de lo que ya lo había hecho.
Volvió a disparar el arma y dio en la diana otra vez. El trabajador de
la feria lo miró con el ceño fruncido.
—Es mejor que tengas cuidado —le dije por un lado de la boca—.
No creo que a Reggie le divierta.
Una risa.
197
—Te dije que era un as.
Me giré para mirar su perfil, recargando mi cadera en la barandilla
frente a la cabina.
—La verdad es que estoy demasiado ocupada aquí que no tengo
tiempo para nadie más. No hasta que se resuelva el asunto de mi herencia.
—Así que lo que estoy escuchando es que hay una posibilidad.
Me reí.
—Eso es lo que escuchaste, ¿eh?
Reggie intervino diciendo:
—¿Cuál quieres?
—El canguro rosa, si puedes, Reggie —contestó Chase.
Con un suspiro, Reggie uso su bastón con el gancho en la punta y
bajo un marsupial grande con escandalosas pestañas de fieltro. Me lo pasó
directamente a mí, dándole a Chase una mirada.
Nos alejamos, dirigiéndonos hacia los pasteles de embudo.
Chase se quedó callado durante un minuto.
—Así que una vez que ganes la apuesta, y todo lo de Milovic este
arreglado, tendrás más tiempo. Y entonces voy a llevarte a una cita.
—Cuando me volví a reír, agregó—: Mientras tanto, ¿amigos?
—Amigos.
—Bien. Entonces, ¿qué tal un almuerzo?
—Eres implacable. ¿Te lo han dicho alguna vez? 198
—Una o dos veces. Es genético. De todos modos, los amigos
almuerzan. Podemos ir a Debbie´s Diner cuando Presley esté trabajando,
en caso de que creas necesitar una chaperona.
Le dirigí una mirada divertida y suspiré.
—¿Lo podemos posponer?
—Bien —dijo, deteniéndose. Se volvió hacia mí y me tendió una
mano—. Pero vas a tener que estrecharla.
Cambié el premio a mi otra cadera y acepté su ofrecimiento, dándole
un apretón a su mano.
—Ahora vamos a compartir el pastel de embudo antes de que mi
estomago pierda la voz.
Riendo, lo seguí a la fila mientras me contaba sobre un viaje de
acampada que hacía todo el equipo de Joe, pero solo lo escuché a medias,
demasiado preocupada para hacer otra cosa que no fuera sonreírle.
Jake tenía razón. Patton estaba tras nosotros, y estaba usando a Chase
para hacerlo. Me había utilizado, pero Chase lo aclaró antes de que me
tomaran ventaja. Él era honesto en un esfuerzo por construir la confianza.
Había visto un atisbo de ese niño pequeño quien compartió su postre
conmigo en cuarto grado. El niño que había sido mi amigo cuando me había
quedado sola en el mundo. Y no pude evitar imaginar que podríamos ser
amigos. Tal vez su honestidad haría a Jake entrar en razón.
Jake.
El corazón se me subió a la garganta y se quedó ahí.
Debería haberme sentido complicada. Debería a ver evitado el
pensamiento. Pero en su lugar, encontré esperanza. Encontré la posibilidad.
Encontré la emoción y el temor de que Jake podría ser todo para mí, si 199
pusiéramos la confianza en el otro.
Y si él sentía lo mismo.
Desde mi posición en la ventana del pajar podía ver todo lo que
Olivia había hecho en una amplia panorámica.
Debajo de mí bullía todo lo que parecía ser el pueblo entero y media 200
mitad del pueblo de alado; el murmullo de la multitud estaba lo
suficientemente lejos como para que pudiera distinguir una sola voz, salvo
risas o gritos de ánimo provenientes de los juegos de la feria.
Había pasado todo el día haciendo mis tareas, las vaquillas
necesitaban ser ordeñadas a pesar del día festivo, y por un momento, me
mantuve ocupado en el granero donde podía mantener un ojo en los
animales que se dejaban acariciar, listo para abalanzarme si surgía la
necesidad. Pero nunca ocurrió.
Los niños pequeños y muchos de los adultos estaban más allá de los
corrales, arrullando y sonriéndole a los animales. Olivia había rentado una
carpa y habíamos colocado un corral provisional para las cabras y los
cerditos con un granjero dentro para ayudar a los niños y asegurarse que
no mordieran a nadie. Los corrales de los terneros estaban ocupados con
gente alimentándolos con biberón a través de las vallas.
No creo que hubiera un solo rostro triste en todo el lugar.
Aparte del mío, supuse. Pero así era mi rostro.
Pero ni siquiera yo podía quejarme al ver a todo el mundo tan feliz.
El deleite en sus rostros mientras alimentaban a un ternero o sostenían una
zanahoria mientras la cabra bebé la mordisqueaba. Después del trabajo, me
duché y me paseé por los alrededores. Conseguí algo de barbacoa y un par
de cervezas. Al cabo de un ahora, había tenido suficiente de la gente, así
que llevé a Bowie a la cama, me tomé un paquete de seis cervezas, y subí
al desván para ver.
Me había tomado mucho tiempo saber de que se trataba el 4 de julio.
Mi madre y yo nunca lo celebramos, y no fue hasta que me mudé aquí que
participé. Pero no veía la magia en ello: me hacía sentir como un intruso
hasta que me convertí en ciudadano.
201
Algo te sucede cuando te paras en una habitación y juras tu lealtad a
un país donde siempre has vivido, pero al que nunca has pertenecido. Ese
día se abrió una puerta, y cuando la atravesé, el significado de días como
hoy cambió. Las personas tienden a olvidar la esperanza sobre la que este
país se construyó, pero cuando elegiste este lugar, cuando luchaste para
estar aquí, cuando tuviste que ganarte tu vida… todo eso significa mucho
más que hotdogs y fuegos artificiales. Días como hoy me recuerdan todo
por lo que tengo que estar agradecido. Y todo por Pop y esta granja.
Le debo todo.
Tomé un sorbo de la cerveza en un intento de abrir mi garganta.
Sin saberlo, me había saltado la revisión de los refugiados cuando mi
madre murió. Pensé que me llevarían, que me enviarían a Croacia. Ni
siquiera conocía el idioma, no conocía a una sola alma. Y si me deportaban,
nunca habría sido capaz de volver. Así que me escapé. Y como me perdí la
revisión, me esperaba la deportación inmediata. Mantenerme aquí requirió
una pelea con los abogados del gobierno, que son algunos de los mejores
del país. Para ganar necesitábamos al mejor. Y el mejor no era barato.
Algunas veces sentí que saldaría mi deuda hasta que tomara mi último
aliento.
Me dejaría la piel para honrarlo.
En la multitud que había debajo de mí había caras que conocía y
muchas que no. A algunos no los había visto en años, y a algunos otros los
veía todos los días. Pero había una sensación de alegría desenfrenada que
flotaba hacia los árboles y las estrellas, y la capté mientras se elevaba.
Observé a Olivia mientras ella observaba el atardecer desde el porche,
incapaz de ignorar la profunda gratitud que sentía por ella, por todo esto.
Sentimental pero cierto. Las últimas semanas habían transcurrido sin 202
problemas ahora que trabajábamos juntos. Ocasionalmente ella
mencionaba la apuesta, y yo simplemente bromeaba y cambiaba de tema.
Porque la verdad era que esperaba que ella ganara.
No quería que se fuera.
De acuerdo, sigo pensando que está loca. Se lanzaba a todo lo que
hacía a toda velocidad, sin vacilar. Ella tenía un pensamiento, y luego
actuaba sobre ese pensamiento con una valentía que nunca había visto. No
pienso que le tenga miedo a algo. Excepto a fracasar. Tenía la sensación de
que no se lo tomaría bien.
Esa era otra razón para creer en ella. Ese impulso en ella casi
garantizaba el éxito.
Había dicho que nos necesitábamos mutuamente, pero no sabía si lo
había entendido completamente cuando lo dijo por primera vez, con
lágrimas en sus ojos y un cachorro en sus brazos. Pero cada día, me daba
más cuenta. Cada día, encontraba razones nuevas para apreciarla. Cada día
traía consigo un poco de más facilidad, un poco de más confianza. Algunas
veces, la veía de lejos y sentía un jalón en su dirección, como el tirón de
una cuerda. O si estábamos sentados en la cocina comiendo cualquier cena
que Kit nos hubiera preparado, los dos estábamos juntos en lugar de
separados, como usualmente estábamos. Sonreía y ella reía.
Se iluminaba desde el interior cuando reía, y descubrí que haría todo
tipo de cosas que de otro modo no habría hecho solo para escuchar ese
sonido.
No había olvidado que se había reído de mí en el granero cuando casi
la besé. La verdad era que éramos demasiado diferentes para cualquier cosa
que no fuera lo que teníamos. Y no pondría en peligro eso, no cuando
nosotros apenas comenzamos a vernos a los ojos.
203
Había sido un tonto por pelear contra ella por tanto tiempo. Y ella
tenía razón en todo, y pensé que ya era hora de decirlo.
Si tuviera que adivinar, nuestras ganancias entre el festival, la granja,
y la tienda, nos acercábamos a los veinte mil dólares. Sería más para
compensar lo que había gastado para traernos aquí con espacio de sobra.
Oficialmente estábamos en números verdes en su empresa y listos para
hacer dinero real.
Por primera vez desde que llegué a la granja, vi la posibilidad de
pagar nuestra deuda y hacer que este lugar funcionara. Y todo fue por ella.
Todo lo que tuve que hacer era apartarme de su camino.
La observé mientras el sol se puso, pensando en todo lo que había
dicho, todo lo que había hecho. Se había quedado a pesar de que la castigué,
y si eso no la hizo irse, no estoy seguro de que lo haría.
Hasta que Chase Patton se deslizó a su lado. Junto a ella. Y la hizo
reír. Antes de que se adentraran en la multitud, levantó la mirada, y se
encontró con mis ojos como un desafío que podía ver incluso desde aquí.
Después desaparecieron en el mar de gente. Para entonces, estaba
demasiado oscuro como para distinguirla, su pelo rojo era usualmente el
equivalente de una alarma de incendios en una multitud, así que me senté
ahí, escaneando los pasillos con la esperanza de encontrarla. Eso, y
enojarme.
El hecho de saber que ella estaba con él hizo que la sangre me
hirviera. Parte de mi quería ir ahí e interponerme entre ellos. El resto de mi
sabía que solo parecería un imbécil, y Chase como siempre sería el héroe.
Además, le terminaría diciendo algo a ella que no quería y prendería el
fuego a todo lo que habíamos construido.
Ya la había lastimado lo suficiente con el arma de mis palabras.
204
Pero Chase podía vender calentadores en el ecuador. Encontrar la
manera de convencerla para que venda sería solo otro martes para él.
Ella nunca venderá. Confía en ella.
La cosa era, que de verdad confiaba en ella. En quien no confiaba era
en él.
Cuéntale. Cuéntale quien es él. Cuéntale que es él.
Era encantador, eso era lo que ella sabía. Pero mostrar su cara aquí
era suficiente insulto. No podía soportar que viniera hasta acá por ella.
Como ella podía andar con él estaba más allá de mí. Podría haber dicho
que Frank se estaba retorciendo en su tumba, ¿pero esto? Esto lo habría
matado. Y estaba seguro de qué si alguien cercano a esta granja los veía,
pensarían lo mismo.
No sabía que a Olivia le disgustaba alguien más que yo en
ocasiones… todo el mundo tenía un trato justo con ella. Incluso Chase
Patton, y ese gusano no se merecía ese favor.
Estuvieron fuera el tiempo de dos cervezas. Escuché sus voces
mientras se acercaban a la casa grande, noté el ridículo canguro que
colgaba de su codo, y le vi besar su mejilla. su risa cabalgaba en la brisa, y
lo odié por haberla convocado. Cuando por fin se alejó como yo había
querido, me miró de nuevo, y juro que le vi sonreír.
Pero el movimiento también llamó la atención de Olivia, cuando mi
mirada se desplazó de nuevo a ella, y me observó con la cabeza inclinada.
Un pequeño saludo, y depositó su carga en el porche antes de caminar en
mi dirección.
Tomé un largo trago de mi cerveza, imaginando que lo necesitaría.
Se detuvo debajo de mí, sonriendo.
—¿Tienes más cerveza? 205
—Un par.
—Enseguida subo.
Mi estomago se me subió a la caja torácica cuando desapareció en el
granero, y me tomé un segundo para asegurarme de que todo era adecuado
para ella. No sabía porque, si era el granero, por amor de Dios. Pero ella
llevaba unos pantalones cortos y el heno haría que le picaran las piernas.
Así que volví a colocar mi cerveza abierta en la caja y agarré una manta
para caballos de un gancho cercano para extenderla en el borde del gablete.
Su cabeza apareció a llegar al pajar.
—¿Qué estás haciendo aquí arriba?
Me encogí de hombros y tomé una cerveza fría para ella, girando la
parte superior a un silbido de la carbonatación.
—Solo estoy observando.
—No me sorprende. No eres un emprendedor. —Se sentó a mi lado
con una mirada traviesa en el rostro aceptando la cerveza que le ofrecía.
—Por favor, hago más de lo que puedes manejar tú en un día. Te he
visto sacudir el heno.
Ante eso, se rio.
—Realmente soy muy mala en todo por aquí.
Sacudí la barbilla hacia la feria.
—No en todo.
Se llevó la cerveza hacia sus sonrientes labios y bebió un trago.
Observé esos labios por un poco más de tiempo.
—No está tan mal, ¿cierto? —preguntó, valorando su dominio. 206

—Nada menos que milagroso, si me preguntas.


Su cara giró en mi dirección.
—¿Acabas de hacerme un cumplido?
Me reí tomando un trago.
—No dejes que se te suba a la cabeza, chica de granja.
—¿Me has conocido alguna vez? Definitivamente voy a poner eso en
mi Banco de Agradecimiento más tarde.
—Tu… ¿banco de agradecimiento? No te refieres a… —No pude
terminar la frase. La miré en su lugar.
—Mi banco de agradecimiento. Cosas por las que estoy agradecida y
que puedo revisar si estoy triste.
—Solo tú. —Tomé un sorbo para que no viera mi diversión.
Cruzó los talones y columpio sus pies un poco.
—Es más aterrador aquí arriba de lo que recuerdo.
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste aquí arriba?
Ella movió sus cejas hacia mí.
La noche que la besé hace un millón de años.
—No. ¿De verdad?
—De verdad. —Se inclinó un poco, apoyándose en un brazo—. Me
gusta estar aquí arriba. Es tranquilo.
—Esta noche no.
—Comparado a allá abajo, lo es. 207
—Por eso estoy aquí arriba.
Su mirad recorrió la multitud.
—Viéndolo desde esta perspectiva, te… hace sentir grande y pequeño
a la vez, ¿no es así?
—Así es.
—Te alegrará saber que hicimos una matanza.
—Bien, ahora solo me arrepiento un poco.
Sacudió la cabeza y me golpeó el hombro.
—¿Así que me dirás que quería Chase?
Incluso en el tenue resplandor de las luces de abajo, la vi sonrojarse.
—Solo quería decir hola.
—¿Ganó para ti esa monstruosidad rosa?
—De hecho, lo hizo, y por favor refiérete a ella por su nombre de
pila: Esther P. Higgenbottom.
—Deberías darle de comer a la Srta. Higgenbottom a las cabras.
Se quedó con la boca abierta.
—Retira lo dicho.
—Duraría veinte minutos antes de que esos deshechos barbudos
acaben con ella.
Me dio un manotazo en el brazo, y fingí que me estremecía.
—Eres terrible, Jake.
—¿Qué harás con esa cosa?
208
—Recostarme en su regazo y dejar que me cuente sobre su tierra.
—¿La parte trasera de una camioneta de los trabajadores de la feria?
Apuesto a que tiene algunas historias que contar.
—Estoy ansiosa por escuchar sobre sus viajes a tierras exóticas, así
que, por favor, no bromees.
—Asumo que estuvo contigo y con Chase. ¿Crees que pueda
conseguir que me cuente de lo que hablaban?
—Oh, creo que sabes dónde está su lealtad.
Lo deje pasar en favor de poner toda mi atención en ella.
—¿Qué quería?
—Nada en particular. —Se revolvió y tomó un trago—. Solo somos
amigos.
—¿Lo sabe?
—Ahora lo sabe.
Me quede quieto.
—¿Se te insinuó?
—No en ese sentido, pero me invitó a salir. Otra vez.
Un destello de furia celosa. Lo contuve.
—¿Otra vez?
—Las dos veces le dije que no. —Hizo rodar un hombro y miró sobre
la multitud.
—¿No crees que es sospechoso?
—¿Por qué eso sería sospechoso? ¿Estás diciendo que no soy lo 209
suficientemente atractiva como para llamar su atención? —preguntó, con
la ceja arqueada.
—No, eso no es lo que estoy diciendo…
Una sonrisa curvó sus labios.
—Oh, ¿así que si crees que soy atractiva?
Me miró.
—Quiere la granja, Olivia.
—Su padre quiere la granja. Además, tomaré tu evasión para
responder la pregunta sobre mi atractivo como un sí.
—Nunca dije eso.
—Lo insinuaste. —Sonrió de lado mientras tomaba un trago.
—Los Pattons han estado detrás de la granja por generaciones. ¿De
verdad crees que el padre de Chase no le ha lavado el cerebro?
—¿Importa? No se la voy a vender.
—¿Vas a dormir con él?
Olivia me miró con dureza.
—Eso no es de tu incumbencia, Jake.
—Si mi compañera de negocios duerme con el enemigo es
absolutamente de mi incumbencia.
Levantó la barbilla en señal de desafío.
—No, no voy a dormir con él. Ya sé que es lo suficientemente difícil
para todos ustedes verme con él incluso como amigos. No puedo imaginar
lo que le pasaría a la pobre de Kit si saliera con él.
—Chase no va a citas. Solo para que quede claro. 210

Su cara se tensó.
—Él tampoco es honesto. Lo más probable es que este durmiendo
con Amanda.
—¿Qué Amanda no tiene un novio en San Francisco?
Solo tenía que mirarla.
Ella arrugó la cara un poco.
—¿Cómo sabes eso?
—Aquí nada es un secreto. Sabes eso.
Se sacudió la información, enderezándose.
—No importa. Somos amigos.
—¿Pero porque él? Tienes a Presley. Me tienes a mi…
Levantó una ceja de nuevo.
—Porque has sido muy complaciente.
—Sabes a lo que me refiero. Tienes a las chicas con las que has estado
en Joe’s.
—De verdad, ¿cómo sabes eso?
—Porque ella le dijo a Kendall, y Kendall es la más chismosa en el
área triestatal. Ella podría tener un megáfono en todo momento, y ha estado
en cada centímetro de esta granja en el último par de semanas. ¿Así que
por qué, de todos los amigos potenciales que tienes de dónde escoger, por
qué Chase?
—¿Así que solo puedo ser amiga de las mujeres? De acuerdo, tienes
que superar tu parte de masculinidad toxica, porque no creí que fuera tan
lejos. 211
—Chase no es cualquier tipo, y lo sabes.
Un sonido de frustración reverberó en mi garganta ante su aguijón.
—Está bien, está bien —dijo con su mano apoyaba en mis bíceps—.
Lo siento.
—Está bien —me quejé—. Pero todavía no me has contestado.
Por un segundo, se quedó callada, su atención se deslizó hacia los
pastos a ambos lados del camino donde la gente se paseaba.
—Es fácil estar con él, y es… bueno, no es tan malo como lo ves en
tu cabeza. —Parecía querer agregar algo más al pensamiento, pero lo dejo
ir—. Además, es agradable ser querida. Eso es todo.
Una mezcla de expectación y una ráfaga de valentía me arrancó el
corazón, y los pulmones.
—No quieres ser querida por él. Solo te arruinará.
—Es agradable de todos modos.
—Él no es el único que te quiere.
Giró su cara hacia mí.
—Es el único del que sé.
—Bueno, podemos estar de acuerdo en que hay mucho de lo que no
sabes.
—Me has enseñado todo lo demás. ¿Por qué parar aquí?
El aire entre nosotros estaba cargado, y motas de heno estaban
bailando en el aire a nuestro alrededor.
—Olivia…
212
—¿Hay algo que quieras contarme? —preguntó en voz baja, más
cerca de mí que antes. No sabía si ella se había movió o había sido yo.
—Yo… —Mi mirada se fijó en sus labios, y luego en mi pulgar, que
tocó la suavidad de ellos. Me di cuenta de que su mandíbula estaba en mi
mano.
—¿Sí? —Fue un susurro.
La tensión entre nosotros era insoportable, la lucha en mi pecho era
un callejón sin salida, y se estaba debatiendo entre que hacer. Mi mente era
un vacío. El tiempo era un vacío. Miraba fijamente sus labios.
—Oh, joder —suspiró, y entonces estaba en mis brazos.
Nuestros labios se encontraron casi en un rebote –duro por la
sorpresa, luego suave por el deseo– mientras la recogía, y sentía su figura
en mis brazos. La sostuve como una cosa delicada, algo precioso, una cosa
para ser atesorada, esta mujer que podía detener un trueno con una palabra.
Me di cuenta de cada detalle de ella con la obsesión de un artista que
ha visto una cosa que iba a desaparecer. Sus labios, suaves y dulces, sabían
a azúcar, ¿sabía así en todas partes? Necesitaba saberlo. Necesitaba sentir
la presión de nuestros cuerpos para marcar como ella encajaba contra mí
con una familiaridad que no debería poseer. Recorrí su cuello con las
yemas de los dedos mientras nuestros labios se separaban un poco. Conocía
cada línea de ella, sabia sin saber que la curvatura de su cintura encajaría
en mi mano. Conocí su boca, no por el torpe beso de hace tanto tiempo. Lo
sabía porque ella era mía.
Mía. La palabra fue un trueno, un rugido en mis costillas, el
conocimiento puro. No podía entender como no lo había sabido. Como me
había perdido de algo tan claro, tan claro.
Con un movimiento, nos hice rodar, encajando mis caderas contra las 213
suyas, inmovilizándola con mis labios, con mis manos en su cara. Una larga
flexión contra ella, y gimió.
No puedes tenerla.
Me separé con un salto de sorpresa, mirando a Olivia. Piel pálida y
los ojos cerrados. Mejillas rosadas y labios carnosos.
No puedes quedarte con ella.
Me aparté de ella, mirando por la ventana hacia los robles, pasándome
la mano por mis labios.
Esto fue un error. Por más correcto que se sintiera, sabía que estaba
mal. Éramos compañeros, y si hacíamos esto, la alejaría. De alguna
manera, también la perdería.
—¿Jake? —dijo. Su mano encontró la parte baja de mi espalda.
—Lo… lo lamento. No debí haber… —Me puse de pie.
Se movió para sentarse, con la cara inclinada por la confusión.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué está mal?
—No puedo… no podemos… —Me pasé una mano por el cabello
dirigiéndome a la escalera—. Lo siento.
—Ya no. Por favor, regresa y habla conmigo.
Mis pies estaban cuatro peldaños abajo cuando le eché un vistazo.
—No puedo.
—¿Es por la apuesta? ¿Es por la granja? —preguntó frenéticamente,
moviéndose para arrastrarse en mi dirección con el rechazo por todas
partes.
Me detuve. 214

—No, o no exactamente. Pero no podemos hacer esto. Sabes que no


podemos. No debí haberte besado…
—Yo te besé.
Sacudí la cabeza y comencé a bajar por la escalera.
—No debió haber sucedido. Buenas noches, Olivia.
—No me digas buenas noches, imbécil —dijo con voz irregular, y
lágrimas en los ojos mientras me lanzaba un puñado de heno. Cayó sobre
mí, atorándose en mi cabello, y revoloteando en el piso.
Salté los últimos peldaños, apresurándome por la parte trasera del
granero donde podía cortar hacia mi casa sin tener que verla de nuevo. No
quería lastimarla peor de lo que ya lo había hecho. Pero no podía fingir que
si hacía lo que quería con ella sería casual. Y no podía pretender que no me
mataría cuando me dejara aquí como cualquiera con cerebro sabía que
haría.
Así que atravesé la propiedad en la oscuridad como un ladrón.
No me siguió.
Pero deseé más que nada que lo hiciera.

215
Lucía como la mierda.
Era un hecho, no una plática motivacional negativa. Tenía la cara
hinchada por llorar toda la noche, y ninguna cantidad de frotamiento podría 216
sacar el rímel de pestañas, no sin perder una parte considerable en el
proceso. Se había calcificado por mis lágrimas.
Ojalá estuviera bromeando.
La oficina del abuelo estaba calurosa incluso con las ventanas
abiertas, mi cuello estaba salpicado de sudor y mi cabello amontonado en
la cabeza. Había estado aquí por unas cuantas horas revisando las cosas de
mi abuelo, escarbando en sus cajones en busca del tesoro. Y encontré
bastante, desde una pequeña vaca Holstein de un juego de granja que había
tenido de niña hasta una de sus cajas de tabaco de madera. Unas tijeras de
dos kilos que podrían haber decapitado a un intruso se encontraban sobre
la alfombrilla de cuero del escritorio junto a un puñado de clavos oxidados
inesperadamente fascinantes.
En esencia, su oficina era una gigantesca gaveta de chatarras.
Por supuesto que cuando abrí los archivadores, descubrí registros en
un libro de contabilidad que se remontaban a finales de los años 80. Saqué
el conjunto más reciente cuando encontré algunos de mis dibujos metidos
al azar en las carpetas y me prometí que los revisaría.
Jolene puso mucho empeño en una vieja cuerda que había encontrado
debajo del antiguo librero de cristal, y yo miraba las tijeras, preguntándome
que parte de Jake debería cortar primero.
Reviví la vergüenza que había sentido la noche anterior mientras
bajaba por la escalera con heno en el cabello, los ojos desorbitados,
sintiéndome miserable y desesperada por estar sola. La casa había estado
silenciosa como una tumba hasta que Jolene me escuchó y comenzó a
aullar sin detenerse hasta que estuvo en mis brazos. Y con eso, subí las
escaleras acostándome boca abajo en la cama hasta que salió el sol.
Bueno, eso no era exactamente cierto. Me acosté de espaldas también, 217
mirando al techo con lágrimas en los ojos. También hubo un lapso en el
que observé por la ventana mientras todo terminaba, las luces se apagaban,
y las cosas se desmantelaban. Courtney me había dicho que ella y Kendall
estaban en ello, y puse toda mi fe en ellas porque no sabía si podría salir de
la cama con una sonrisa el resto de la noche.
Así que me pase la mayor parte del día vagando, esperando
encontrarme con Jake después del rechazo supremo que me había
provocado. El tiempo que me llevó ordeñar a Alice fue ocupado con el
fastidio de todo el asunto. Como yo teniendo que besarlo. O que habíamos
estado literalmente a un milímetro de rodar en el heno antes de que me
rechazara. Mientras desparasitaba a las cabras –lo que no era tan asqueroso
como sonaba, aunque nadie disfrutaba el proceso– simplemente estaba
enojada. Enojada con su estúpido, e inmaduro lo siento, pero no puedo usar
palabras. Enojada con su estúpida boca por devolverme el beso como lo
hizo. Enojada con sus caderas y el pitón entre ellas que había prometido,
pero no había entregado.
Pero cuando entré y no lo vi –dando así un lugar para descargar mi
rabia– mis emociones se redujeron a una profunda tristeza. Porque yo
quería a Jake y no solo por el pajar. Pero él había dejado en claro cómo se
sentía respecto a mí. Respecto a nosotros. Me había dejado llorando en el
granero con nada más que una disculpa a medias y ninguna explicación.
Y yo quería una.
Jolene y su cuerda se volvieron borrosas cuando mis ojos se llenaron
de miserables lagrimas frustradas. Así que me levanté, metí los pies en mis
botas de lluvia, y me dirigí hacia los grandes graneros. Alguien sabría
dónde estaba.
Los graneros de techo blanco se extienden en hileras a través de una
larga extensión de tierra, rodeados de pasto. Cada rebaño –de entre treinta 218
y cincuenta– tienen su propio establo interior con acceso a la hierba y
largos periodos de tiempo en los pastos. Vi a un par de nuestros hombres,
uno de ellos empujando una carretilla. Debía ser un espectáculo
irrumpiendo en el patio con pantalones cortos, mis botas, y un desastre en
el cabello, porque ambos se detuvieron y me miraron como si fuera a
morderlos.
Dependiendo de si el viento cambiaba o no, lo habría hecho.
—Oye, Joey. ¿Has visto a Jake?
Se miraron y lo dejaron a la suerte.
Joey perdió.
—Comprobación de terneras. Granero J.
J es por jodido idiota. Ya estaba caminando en esa dirección.
—Gracias.
—No le digas que yo te dije —dijo.
Levanté los pulgares sin mirar atrás.
Creerías que el veterinario es quien sería la persona encargada de la
comprobación de terneras, pero en realidad ese era el trabajo del capataz
para asegurarse de que los terneros venían de la manera correcta, una tarea
que se aprendió pronto. El veterinario tenía suficientes preocupaciones
como para revisar la totalidad del rebaño preñado. Solo lo había hecho una
vez, pero mis brazos no eran lo suficientemente largos como para ser de
mucha ayuda.
Cuando rodeé la esquina hacia la parte dividida del granero M, me
encontré con la cosa más satisfactoria que había visto en todo el día: la cara
de Jake contra el culo de una ternera con el brazo enterrado hasta el hombro
en la vagina de una vaca.
219
D es por divertido.
Resoplé, cubriéndome la nariz con una mano cuando un par de
granjeros me miraron.
Al oírme, los ojos de Jake se dirigieron a los míos, y el duro contacto
visual dejo de lado toda ilusión de ser profesional.
La risa brotó de mi mientras Jake les daba instrucciones y cambiaron
de lugar al ternero.
—¿Qué quieres, Olivia?
Rodé los labios y me mordí para tratar de detener mi risa.
—Estoy algo ocupado aquí.
—Ya veo. —Hice una pausa, contemplando mi siguiente
movimiento—. No sé si puedo decirte lo que necesito con tu mano en las
partes femeninas de Gertie.
Volvió a poner los ojos en blanco.
—Quiero decir, estas dentro de ella. Ella literalmente nunca ha visto
tanta acción.
—Jesús, Olivia —se quejó.
Los granjeros se rieron, pero Jake les lanzó una mirada.
—Es enserio. La inseminación artificial es lo más decepcionante que
puede haber, ¿pero esto? Estoy segura de que acabas de dejar embarazada
a tres vacas.
Uno de los chicos se aclaró la garganta para cubrir otra risa.
—Es indecente, Jake. Honestamente.
—¿Vas a decirme que necesitas o solo vas a quedarte ahí haciendo
estúpidas bromas? 220
—¿De verdad quieres que te lo diga ahora? —Me crucé de brazos en
desafío—. ¿Ahora mismo, y enfrente de todos?
—Lo que quiero es que te vayas.
—Bien. Necesito hablar de cómo me manoseaste en el pajar y
después huiste sin darme ninguna explicación.
La habitación estaba quieta, salvo por Gertie cuya mandíbula estaba
haciendo un poderoso bulto en la trompa.
—Tú preguntaste.
Jake retiró la mano de la vaca de forma experta –arrastrándola de
poco a poco, y con algunos sonidos extraños– y se quitó un guante que le
llegaba hasta el hombro.
Hizo un gesto con la barbilla a los granjeros.
—Saquen a Gertie a pastar y traigan a la siguiente en cinco minutos.
Sus miradas rebotaron entre nosotros, todavía reprimiendo sonrisas
mientras hacían lo que les habían dicho, dejándonos solos. De los demás
humanos, al menos.
—Cinco minutos, ¿eh? —chasqueé—. Me alegra saber que le eres
leal a la conversación.
—Lo haces tan fácil cuando actúas como una adolescente —dijo
desde el fregadero.
Acorté el espacio entre nosotros, hablando todo el tiempo.
—¿Por qué? ¿Qué infiernos estás haciendo? ¿Por qué me hiciste eso?
—Tú me besaste —me recordó.
—Tú me besaste de vuelta y me lanzaste al heno como si fueras a 221
tomarme en ese mismo momento. Y después ¡puf! Te fuiste. Y quiero saber
por qué.
—Esto es estúpido, Olivia.
Hice una pausa, mirándolo mientras se lavaba las manos.
—¿Esta conversación o besarme?
—Ambas —dijo, cerrando el agua con un chirrido.
Mis pulmones se vaciaron.
—Vaya.
Negó con la cabeza con los labios fruncidos, frustrado.
Bueno, yo también, amigo.
—No podemos hacer esto.
—Eso dijiste la noche anterior, pero no dijiste por qué.
Se giró para mirarme, tenebroso desde las cejas hasta las botas. Sus
manos colgaban bajas sobre sus caderas, y casi miré hacia abajo, mi
corazón revoloteando ante la idea.
—No entiendo porque tengo que explicarlo. En este momento
estamos atrapados en un juego de tira y afloja por la granja. Todo lo que
hacemos es pelear…
—Eso no es verdad. Hemos estado mejor…
—Nada de lo nuestro tiene sentido.
—¿Quién dijo algo sobre tener sentido?
Sacudió la cabeza y apartó la vista con la mandíbula flexionada.
—No vamos a hacer esto. Es una mala idea, y lo sabes. Tenemos 222
cosas graves que abordar, y ya es bastante difícil trabajar contigo sin
complicarlo mucho más de lo que ya es.
Dejé escapar un fuerte suspiro por la nariz, con los ojos clavados en
él.
—¿Por qué siempre tienes que decidir tu? Tú lo decides todo, y se
supone que debo seguir tu ley bíblica sin cuestionarla. Quizá tengas razón.
No tenemos sentido. Nunca me rebajaría para estar con alguien quien tiene
tan poco respeto por mis pensamientos y emociones.
—Oh, vamos…
Las lágrimas de enojo llenaron mis ojos, subiendo el tono de mi voz.
—Solo porque tú no tengas sentimientos no significa que nadie más
los tenga. Puede que fuera más fácil para ti si todos los demás se los
guardaran para sí mismos, pero ¿adivina qué? La vida no es fácil. Y no
estoy dispuesta a aguantar a un imbécil que no puede usar sus palabras solo
porque es un maldito buen besador. —Señalé al frente del granero donde
estaba la sombra de una J al revés—. La J es por Jodeté, Jake.
Giré sobre mis talones y salí del granero, casi chocando con los chicos
que acababan de salir. Pero no eran más que manchas de colores detrás de
una cortina de lágrimas.

223
Era mi turno de ignorar a Jake, y lo había hecho muy bien, si tenía
que decirlo.
Me mantuve fuera de su dominio, y él se mantuvo fuera del mío. Pasó 224
los días con el ganado, y yo pasé los míos trabajando en mi horario de
programa de mercadotecnia para el siguiente mes. El mayor enfoque sería
el boletín de noticias, que había crecido exponencialmente cada semana
desde que habíamos abierto la granja al público. A todos los que se
inscribieron al boletín de noticias de nuestro sitio web se les había expedido
un cupón del quince por ciento de descuento en la tienda. Había hecho seis
sorteos en Instagram con los productos más vendidos de la tienda a cambio
de su suscripción. Nuestros beneficios habían aumentado, y eso no requería
que Jake creyera en ello para ser cierto. Pero el problema era que no sabía
exactamente con que estaba trabajando cuando se trataba de las deudas de
la granja.
La última conversación con Chase me había dado curiosidad. Si él
sabía la magnitud de nuestras deudas, entonces todo mundo lo sabía.
Todos, excepto yo. No podía darles sentido a los números, y Ed no hizo
mucho por ayudarme más allá de las explicaciones que no hicieron mucho
para aclarar lo que estaba viendo.
Así que dejé de fantasear con la idea de quebrarle la cabeza a Jake
con una barreta, y comencé a organizar la oficina de Pop.
Que fue donde me encontré esa noche.
Había comido dos veces en su oficina, ambas entregadas y arregladas
por Kit, quien me había observado con una mirada dudosa y mucha
preocupación. Pero no me cuestionó, en cambio me dejó organizar la
colección de cosas al azar que era esta habitación.
Eran pasadas de las diez esa noche, y la ultima hora había consistido
en cien bostezos y un repaso a lo que había dejado en el archivador de Pop.
La determinación me impulsó a seguir adelante, estaba demasiado cerca de
terminar como para rendirme ahora. Así que me incliné hacia el archivador
desde la silla de oficina con la espalda adolorida, poniendo los archivos 225
que acababa de revisar donde los había encontrado y los cambié por el
último juego.
Habían estado enterrados en este cajón desde quien sabe cuándo. Los
había hojeado antes de empezar, buscando algo que destacara, pero parecía
como si fuera un montón más de lo mismo.
Pero cuando aterricé en un grueso archivo titulado Jake metido en el
fondo, mi corazón se detuvo.
Contuve la respiración mientras giraba en la silla, mis ojos nunca
dejando la carpeta. La dejé, y la abrí.
Mis ojos se movieron demasiado rápido para comprender lo que
veían, mis manos desesperadas pasando las páginas.
Documentos de inmigración volaron por mi campo de visión. Cartas
legales y notas del tribunal. Facturas de abogados. Papeles de liberación de
inmigración. Copias de la primera hipoteca. Formularios del gobierno. Y
todos ellos llevaban el nombre de Jake junto al de Pop.
Llegué al final de la pila, y le di la vuelta. Comencé una vez más,
despacio.
No estaban en ningún tipo de orden, así que los separé en pilas de
acuerdo con la fecha. Primero los papeles de liberación del Servicio de
Control de Inmigración y Aduanas: habían puesto a Jake en custodia, un
año después de que me fuera. Se lo habían llevado de la granja, y algunos
documentos legales mostraban que Pop había contratado a un gran abogado
de inmigración de San Francisco para traer a Jake de regreso.
El papeleo para solicitar la hipoteca de la granja era de unos pocos
días después.
Los recibos legales ascendían a decenas de miles, cerca de doscientos
mil, según los garabatos que anoté al reverso de la carpeta. 226
Me volví a sentar en la silla, mirando los números.
Pop había hipotecado la granja por Jake.
Se habían llevado a Jake, y Pop luchó por el con cada centavo que
tenía. Todo su patrimonio. La seguridad de la granja. Su legado y el trabajo
de su vida.
Había puesto todo su dinero en el chico que apenas conocía porque
era lo correcto.
Y la granja nunca se recuperó.
Se me cerró la garganta, me picó la nariz, y la vista se me nubló. Todo
este tiempo creí que Jake solo estaba siendo terco. No me quería aquí
porque era una extraña, y no quería un cambio porque lo hacía sentir
incómodo. Y aunque todo eso podría ser cierto, había una razón aún más
grande… una razón que iba más allá de mí.
La deuda de la granja era suya, y había cargado con el peso de ella
por tanto tiempo que podías ver el daño que asumía una vez que sabías lo
que estabas buscando.
Todo se enfocó como si hubiera girado la lente de un telescopio.
Repetí las peleas, y reviví las conversaciones frescas como la luz del día.
Nadie me había dicho. ¿Y porque lo habrían hecho? Tenía diecisiete, Pop
no me habría puesto el peso de las finanzas de la granja a esa edad. No me
habría metido en problemas con las noticias de que patrocinó la
inmigración de Jake, sabiendo que me habría preocupado, especialmente
cuando se unía a las preguntas que seguramente haría por el dinero. Habría
venido a casa en cuanto hubiera podido. Y el también lo había sabido.
El silencio de Jake estaba justificado. Imaginé que con el estado de
nuestras finanzas, cargaba con una parte indebida de responsabilidad y 227
vergüenza, y me pregunté cómo se había castigado por ello todos estos
años. En especial ahora que Pop se había ido y conmigo aquí. Invadiendo.
Gastando el poco dinero que teníamos por capricho, cambiando cosas sin
darme cuenta lo que hacía, sin entender cuanto nos estaba dañando.
Dañándolo.
Recogí los papeles y los metí en el archivo, apretándolo en mi pecho
mientras me apresuraba a salir de la oficina. Deslicé los pies dentro de las
botas de lluvia con el corazón latiéndome con tanta fuerza, que la carpeta
temblaba suavemente por el ritmo.
La puerta mosquitera golpeó el marco detrás de mí, pero ya estaba
bajando los escalones y caminando directo hacia la casa de Jake.
No lo sabía. No lo sabía. No lo sabía, mi mente resonaba con cada
paso que daba por el patio hasta llegar a su puerta. Mis nudillos golpearon
en su puerta mosquitera. Me limpie las lagrimas de las mejillas, mirando
con avidez sobre su sala por alguna señal de él.
Bowie ladró, el sonido de sus uñas resbalándose en la madera se hizo
más fuerte a medida que se acercaba.
—Más despacio, amigo —dijo Jake riendo desde algún lugar más allá
de mi campo de visión.
Estaba sonriéndole a Bowie cuando lo vi. Pero cuando levantó la
mirada y me encontró, se detuvo, y su sonrisa cayó. No me importaron sus
labios planos o cualquiera de sus cuadros afilados al verme. Eso no
importaba. Porque ahora lo sabía.
Nada era lo que creía que era.
Lentamente, comenzó a acercarse.
—¿Qué necesitas? —preguntó. No fue del todo grosero, pero
228
tampoco fue tan amigable.
—¿Puedo pasar?
Miro el montón de papeles que tenía en mis brazos.
—¿Qué es eso?
—Por favor, ¿puedo pasar? —Parecía que no podía decir nada más,
mi voz vacilaba. Mi cerebro se había reducido a un solo pensamiento.
Los labios de Jake pasaron de ser planos para bajar un poco. Pero
abrió la puerta y la sostuvo para que pudiera pasar.
Pasé deprisa por el umbral y caminé por delante de él, dando vueltas
en cuanto estuve adentro.
Desconcertado, se volvió hacia mí.
—¿Qué demonios te pasa?
—Encontré los papeles —dije.
—¿Qué papeles?
Empuje el sobre hacia su pecho; si hablaba, me pondría a llorar.
Los miro, y después los tomó. Los saco para inspeccionarlos. La
compresión lo golpeó.
Cuando se encontró con mi mirada, sus ojos se agitaron con tristeza,
arrepentimiento, y dolor.
—¿Dónde encontraste esto? —preguntó en voz baja.
—En la oficina de Pop.
Silencio.
—Así que ahora lo sabes.
229
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no me lo dijo Ed?
—¿Qué la deuda de la granja es por mi culpa? Yo le dije a Ed que no
te lo dijera… no es tu trabajo de todas maneras. Pero imaginé que lo
descubrirías tarde que temprano.
Fruncí el ceño.
—Vinieron por ti. Pop te ayudó. Tú…
—Arruiné la granja.
—No…
—Si —disparó, instantáneamente furioso y arqueándose sobre mí—.
Todo esto es mi culpa. Debió haber dejado que me llevaran, pero no lo
permitió. No lo dejó pasar, dijo que la granja se recuperaría. Pero nunca
ocurrió, así que sacó una segunda hipoteca. Y ahora es mi deber arreglarlo.
—No tuya. De nosotros.
Una risa seca.
—Todo lo que has hecho es meternos en el agujero. Seguro, lo estas
compensando, pero no hay vuelta atrás. —Levantó el archivo antes de
golpearlo en la mesa cerca de la puerta.
—Todo este tiempo, no tenía ni idea —dije con un aire de asombro,
sin inmutarme—. De haber sabido habría hecho las cosas de otra manera.
—No quiero tu compasión.
Me pasó rozando, pero lo sostuve del brazo. Se detuvo.
—Jake, por favor —le rogué suavemente—. Por favor no te vayas.
Sus fosas nasales se ensancharon cuando me miró, pero sus ojos
seguían hirviendo con un sentimiento que no quería reconocer. Me
pregunté cuanto tiempo había estado ignorándolo. Quizá toda su vida.
230
—No estoy aquí para culparte de nada, no lo hago. Ambos sabemos
que intentar detener a Pop de ayudarte era inútil. No estoy molesta contigo
o con Pop… estoy orgullosa de él. Te salvó, Jake.
—Sé que lo hizo.
—Por favor —dije de nuevo, instándole a girarse, poniéndonos cara
a cara—. Por un minuto, por favor no pelees conmigo. Vine aquí para
decirte que lo siento. Lo siento por la horrible manera en la que te he
tratado, no entendía por completo lo que este lugar significa para ti. Estoy
aquí para decirte que desearía haberlo sabido así podría haber hecho más
en lugar de pelear. Lo que hice es mucho peor que cambiar la granja: he
puesto mucha más presión financiera encima de lo que crees es tu propia
deuda. Pero ya no tienes que hacerlo solo, estoy aquí, incluso si me odias.
—No lo hago —dijo, con voz áspera.
—¿No haces qué?
—Odiarte.
Sacudí la cabeza hacia mis pies.
—No tienes que hacer eso. Está bien.
—No te odio, Olivia. Me vuelves loco, pero no te odio. Te he querido
desde que te conocí. Te he querido y lo he cubierto con peleas. Te he
querido y me lo he negado. Estoy cansado de luchar, Livi. Muy cansado.
Levante la mirada para encontrarme con la suya, pero estaba
demasiado sorprendida y afectada como para hablar. Se acercó más. Lo
quería aún más cerca.
—Pero no perteneces aquí. —Sus ojos se posaron en mis labios—.
Tú eres más grande que todo esto. Y cuando te des cuenta, te irás.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no me voy a ir a ningún lado
231
antes de que lo creas?
—No sé si puedo creerlo.
—¿Por qué no me crees?
—Porque no creo que conozcas más. Crees que nunca vas a volver a
Nueva York, pero ¿cómo estas tan segura? Yo no he ido a más de cien
kilómetros de esta granja desde que llamé a la puerta. No puedo pensar en
nadie que pueda discutir donde está mi hogar. Pero eventualmente vamos
a perder nuestro brillo, y te vas a ir, justo como lo hiciste antes. ¿Y entonces
qué?
Mi garganta se cerró con un doloroso apretón.
—¿Así que prefieres no tener nada a arriesgarte?
Sus labios se levantaron en un lado.
—No sé si te has dado cuenta, pero no soy exactamente alguien que
se arriesga.
—Tal vez es hora de que lo intentes. Frank Brent arriesgó la granja
entera por ti.
—Y mira como resultó.
—Estas aquí, así que diría que resultó bastante bien.
Me miró, y sus cejas se juntaron en curiosidad.
—¿Cómo puedes defenderme después de todo lo que he hecho? Dije
cosas que no quería y por las cuales no debería ser perdonado.
—Tienes razón, debería irme —fingí irme, y le sonreí cuando se rio.
—¿Cómo es que siempre haces eso? —preguntó, escudriñando mi
cara—. ¿Cómo es que tomas todo lo que te duele y lo conviertes en algo
bueno? Desde siempre lo has hecho, incluso desde que éramos niños. Frank 232
solía contar la historia de tu pequeña maleta rosa con la que llegaste a la
casa después de que tus padres murieran. De cómo te secaste tus lágrimas
y pusiste una sonrisa mientras desempacabas tus osos de peluche. Como
pasaste un año entero y vestiste solo de rosa porque te hacia feliz. Tienes
un Banco de Agradecimiento, por amor de Dios. Deberías odiarme, pero
me besaste. Viniste aquí incluso aquí para disculparte cuando soy yo quien
debería disculparse.
Un duro trago hizo un poco para frenar mis lágrimas, pero dije:
—Quiero decir, aceptaré una disculpa si la estas entregando.
Otra risa.
—Dios, lo siento mucho, Olivia. Lo siento por cada palabra
desagradable, cada castigo, por todo. Pero no merezco tu perdón.
—¿Estas pidiéndome que no te perdone? —me burlé.
—¿Pensarías menos de mi si te dijera que sería más fácil aceptar un
rechazo si lo pidiera?
—No, diría que predecible. Lo mismo que mi incapacidad para no
hacer nada más que perdonarte.
Sacudió la cabeza con una especie de asombro doloroso grabado en
el rostro.
—Porque eres más de lo que crees que eres. Vales más de lo que
sabes. Pero lo veo, siempre lo he visto, incluso cuando intentas probar lo
contrario. Este lugar, Pop… son parte de ti, y de mí. Todo lo que he querido
es probar mi valor. Ganarme tu confianza. No me voy a ir, Jake. ¿A dónde
iría? ¿Qué voy a hacer cuando parte de mí siempre estará aquí? No tengo
que hacer el bien de todo, hay un bien en todo. Solo tengo que encontrarlo. 233
Siempre he sabido que también hay bien en ti, si fuera lo suficientemente
paciente y persistente para superar al Loco Jake.
Deslizó su mano en mi cabello, colocando mi mandíbula en su palma.
Levantó mi rostro así él podía mirar hacia abajo.
—Pero si no actúo loco, no seré capaz de mantenerme alejado de ti.
La opresión en mi pecho se apretó ante la admisión.
—Entonces no lo estés. No escuches al Loco Jake. De todos modos,
a nadie le cae bien.
Una risa sobresalió de él, su mandíbula se inclinó y sus ojos se
cerraron por una fracción de segundo.
—Tampoco soy fan de él.
—Ya no peleemos —supliqué—. No pelees conmigo. No luches
contra lo que quieres. Si te dejas ir, solo flotaras en lo que viene. Te llevaré
en lugar de empujarme en la dirección opuesta. Esta lucha, esta con la que
has estado luchando desde que te conozco… te está matando. No hay
manera de ser feliz cuando todo lo que haces es luchar contra lo que tienes.
Me tienes, si me quieres. ¿Estás dispuesto a alejarte de esta felicidad? ¿O
dudas de que pueda hacerte feliz?
—Nunca. Ni por un segundo, incluso en esas estúpidas botas.
—¿Ves? Incluso te gustan mis estúpidas botas. Crees que mis botas
son adorables porque son estúpidas, ¿no es así?
—¿Por qué siempre crees que tienes la razón? —preguntó con una
sonrisa que me decía que tenía toda la razón.
—Porque usualmente la tengo. A estas alturas, son solo matemáticas.
Una risa. Una mirada de profundo anhelo.
234
—No te lastimaré, no a propósito.
—Lo sé. No podrías herir a un rabioso bebé conejo, no a propósito.
—Me acercó un poco más.
—¿Y si soy yo? Si no te vas, igual te pierdo de alguna manera. Te
alejaré sin querer porque simplemente no conozco nada mejor.
—Soy más dura de lo que parezco. He aguantado todo este tiempo y
he estado a la altura. No me asustas Jake. Porque lo entiendo. Conozco la
razón de ello. No me malentiendas, aun estarás en problemas, pero siempre
te perdonaré.
No contestó, solo me miró con un profundo anhelo en el rostro.
—¿Aun crees que es una mala idea?
Asintió. Y después dijo:
—Pero no sé si me importa lo suficiente como para decir que no.
El alivio, la posibilidad, y la alegría absoluta me iluminaron. La
puerta que nos separaba se abrió para unirnos. Todo lo que teníamos que
hacer era atravesar el umbral.
—Bésame —dije. Cuando lo hizo, agregué—: Es inevitable, tú
mismo lo dijiste.
Volvió a mirarme, con su sonrisa desvaneciéndose en algo más
ardiente… más oscuro.
—Es todo en lo que he pensado desde que te besé en el pajar.
Me acerqué más a él, eliminando el espacio que nos separaba.
—Otro sutil recordatorio de que yo te besé. Por eso es tu turno.
Jake capturó mi barbilla entre su dedo pulgar e índice, buscando mis 235
labios.
—No tengo idea de en qué lio me he metido, ¿cierto?
—Ninguna, pero hazlo de todos modos —bromeé.
Y con una sonrisa pasajera, lo hizo.
El último beso que habíamos compartido fue ardiente y duro, un
momento frenético y fugaz.
Un meteoro atravesando el cielo nocturno, consumiéndose en la
atmósfera.
Este beso era algo más.
Fue un apretón de labios, tímido y firme a la vez, su boca contra la
mía, insegura y a la vez absolutamente segura. Podía sentir que la lucha lo
abandonaba con cada flexión y liberación de sus labios, con cada barrido
de su lengua. Sentí el momento en el que se rindió. Tomó una inhalación
profunda a través de su nariz, y vivió en su apretado agarre en la parte
posterior de mi cuello. Su cuerpo se enroscó a mi alrededor, estaba por
todos lados: cada deslizamiento de sus manos, y cada respiración pesada
era otro consumo. Estábamos tan cerca como podíamos, nuestros cuerpos
pegados, y el mío mantenía su sitio en su brazo enroscado alrededor de mi
espalda.
Me estire sobre las puntas de los pies para rodear su cuello, queriendo
estar a su altura para poder apreciar el dulce calor de su boca. Un apretón
cerró el circulo de mis brazos, y él tomó la señal, levantándome por el culo.
Mis piernas se enrollaron en su cintura para aliviar la carga, y me agarré
cuando nos hizo girar a ciegas, el mundo girando antes de que nos
dirigiéramos hacia su habitación con la mano extendida.
Escuché el golpe de su pie abriendo la puerta, y sentí el cambio de la
gravedad cuando me acostó. Aprovechó la apertura de mis piernas para 236
presionar su longitud contra mí. Cuando su mano bajó por mi pierna y
encontró mi bota de goma para lluvia, se rio en mi boca y rompió el beso
para poder alcanzar el talón de una. Lo observé mientras me quitó la
primera, y después la segunda. Estaba iluminado únicamente por el
rectángulo de la luz resplandeciente del umbral. La silueta de su largo
cuerpo al quitarse la camisa. La línea de su perfil, la luz besando las curvas
onduladas de sus hombros, bíceps, el oleaje de sus pectorales, los planos
cuadrados y los profundos valles de sus abdominales.
La visión desapareció cuando volvió a descender.
Su piel irradiaba calor a través de mi camiseta, y cada roce de piel
con piel desencadenaba una frenética ola de deseo. Mis piernas se
volvieron a cerrar alrededor de sus caderas, mis manos recorrían su pecho,
su cintura, los curiosos montículos de musculo de su espalda, pero mi
atención estaba completamente absorta en trazar el camino de sus manos
en mi cuerpo. Sus dedos en mi cuello, su pulgar a lo largo de mi clavícula,
el barrido de la camiseta sobre mi hombro así las yemas de sus dedos
pudieran saborear la curva sin interrupción. El roce de mi pecho cuando
bajó por mis costillas apretó mis piernas, y me provocó un gemido en la
garganta. Al oírlo, su mano se detuvo, retrocedió, rozó la curva mientras le
pedía que me tocara.
Me concedió mi deseo con la palma de su mano ahuecando mi pecho,
comprobando su forma.
Aprendiendo la sensación de mi en su mano. Tocando la punta sin
nada entre su piel y la mía. Al escuchar el gemido en mi garganta, me gané
un sonido en respuesta y un apretón que disparó un rayo de electricidad al
lugar donde nuestras caderas se conectaban.
Perdí la paciencia. Había pasado demasiado tiempo sin él, sin esto,
como para apreciar cualquier cosa menos estar desnuda. 237
Tiré del dobladillo de mi camiseta, y él se apartó, observando su mano
deslizarse por mi torso a medida que descubría mi piel, haciendo una pausa
cuando mis pechos quedaron al descubierto. Estaba demasiado ocupada
quitándomela como para notar que se había quedado quieto, sus ojos
bebiendo lo que encontraron. Durante un puñado de latidos, no me moví,
solo lo observé mirarme. Y entonces lo alcancé.
Sus labios me encontraron primero, después vino la gloriosa presión
de su carne contra la mía. Busqué a tientas su cinturón, empujando sus
pantalones por encima de la protuberancia de su culo. Lo sentí antes de
verlo, el peso de su longitud descansando entre mis piernas. Con un suspiro
de satisfacción, deslice mi mano entre nosotros, sosteniéndolo en mi mano
lo mejor que podía, aprendiendo la forma con las hambrientas yemas de
los dedos. Otro gemido proveniente de él, y una flexión en mi mano.
Ese sonido –el sonido de su placer– la sensación de el contra mí, y mi
núcleo palpito una vez más contra la nada, anticipándolo. Y entonces fue
él quien no pudo esperar.
Un movimiento y un tirón de mis pantalones cortos, y ya no había
nada entre nosotros. Colocó sus caderas entre mis muslos, besándome
mientras sus manos recorrían, rodeaban, y acariciaban. Sus labios le
siguieron. Se puso de lado, con las piernas entrelazadas, accediendo a mi
cuello, a la profundidad de mi garganta, a la apretada punta de mi pezón
con el calor de su boca, y su mano sosteniendo mi pecho donde lo quería.
Mis manos tampoco se quedaron quietas, y encontraron su longitud una
vez más. No podía pensar con su boca sobre mí, no con las yemas de sus
dedos que volvían a vagar hacia el sur, trazando la curva de mi culo, y mi
cadera antes de deslizarse entre mis piernas para devolverme el favor.
Y entonces no había nada que hacer más que sostenerlo en mi mano
y sentirlo en mí. Recorrió la carne ondulante entre mis muslos, tomándose
su tiempo con la punta de mi deseo, sabiendo donde quedarse por los 238
sonidos irreconocibles que hacía. Sentí el cosquilleo de calor que se
extendía desde mi vientre, hasta mi corazón. Subiendo por la columna de
mi cuello, bajando por mis brazos y piernas, me incliné hacia atrás,
descansado una mano en su pecho agitado. Porque esta no era la forma en
que me iba a correr, al menos no la primera vez.
No se detuvo mientras jadeaba, mis parpados luchando por quedarse
abiertos mientras mi propósito entraba y salía del pensamiento consciente,
que había sido escaso para empezar.
—Mmmm, espera —susurré.
Detuvo la mano en su camino, y la mía encontró el camino de vuelta
a él.
—Esto. Eso no —murmuré, moviéndome para subir una rodilla y
colocarme sobre él.
Esa maldita sonrisa.
—Déjame conseguir un…
Comenzó a moverse hacia su tocador, y lo detuve con un duro golpe
y una negación con la cabeza.
—Si no me follas ahora mismo, me voy a correr sin ti.
No era una mentira, y no se resistió, solo me besó con esa sonrisa en
los labios y me dejo hacer lo que quisiera. Tracé la línea de mi núcleo con
su punta –rompió el beso. Suspiró contra mis labios, su mano sosteniendo
mi cadera mientras la hendidura de su coronilla se deslizaba sobre esa
punta dolorosa, y luego bajaba de nuevo, hasta la hendidura que anhelaba
ser llenada por él.
Con una larga y lenta flexión, se deslizó dentro de mí.
239
Suspiré, haciendo rodar mis caderas, arqueando la espalda hasta que
solo quedó su coronilla. Y lo tomé de nuevo hasta que estuvo encajado en
mí, presionando ese lugar, la clave de mi placer.
Un gemido, y nos hizo rodar sobre mi espalda. Lo empujé más cerca
mientras corría hacia el borde, queriendo sentir su peso presionándome
contra la cama, queriendo sentir todo de él mientras mis sentidos subían,
mi consciencia apresurándonos al punto en el que nos conectamos. Lo
quería, quería todo de él. Su placer y su dolor, su confianza y su corazón.
Porque nadie se preocuparía por el de la manera en la que yo lo hago. Nadie
podría sanarlo como yo, este hombre roto con todo que dar y nadie para
dárselo.
Sentí el anhelo, la necesidad, y el alivio con cada empuje de sus
caderas, con cada arrastre de sus labios contra mi piel. Él también quería
todo de mí. Por lo que a mí respecta, podía tenerme.
Un fuerte empujón y un cambio. Estaba enjaulada, y mi pulso se
aceleraba. Tenía los pulmones bloqueados, la barbilla inclinada hacia el
cielo, y los ojos cerrados. Y con una flexión fatal, me deshice debajo de él
en un largo y dulce estremecimiento.
Pero el no bajo el ritmo. No se detuvo. Siguió el ritmo que había
marcado, pero con una nueva intención. Se levantó para poder verme a
través de sus ojos entrecerrados, apoyándose con una mano para poder
agarrar mi cintura con la otra. Podía sentir que estaba cerca por la fuerza
de sus empujes, en la oleada de él dentro de mí. Jadeó, enterrado en mí,
haciendo una pausa para un latido congelado, y se vino con un profundo
gemido, en un nuevo y lento retroceso y avance, alargando su placer como
si quisiera sentir cada centímetro de mi con cada centímetro de él,
estrictamente para el aprecio.
No se derrumbó, no se dio la vuelta, si no que bajo su cuerpo hasta el
mío lentamente, sosteniendo mi cara entre sus manos, con sus dedos en mi 240
cabello.
Y me dio un beso que hizo temblar a las estrellas.
Una larga admiración, una dulce adoración, un elogio a una cosa que
queríamos… que necesitábamos.
El uno al otro.
Se apartó para mirarme, para apartarme el cabello de la cara, para
trazar las líneas de su forma con su mirada, con la yema de sus dedos.
Sonreí.
—Si hubiera sabido que esto era lo que me estaba perdiendo, te habría
hecho besarme desde hace mucho tiempo.
Su risa era un sonido profundo, y retumbante en la caverna de su
pecho.
Otro beso, breve.
—Quédate esta noche, y te arrepentirás de no haberme obligado a
besarte desde el segundo que bajaste del avión.
Resultó que, por una vez, tenía razón.

241
El sol apenas se asomaba al horizonte, y mi habitación estaba
teñida con sombras de color violeta que pronto serían de un tono amarillo
mantequilla, mientras Olivia Brent yacía roncando suavemente en mis
brazos. 242
Me resultaba extraordinariamente difícil no reírme.
Estaba desnuda como el pecado, nuestras piernas entrelazadas y su
brazo sobre mi cintura. Había despertado con nosotros justo así, aunque me
había reclinado un poco para conseguir una mirada de su rostro al escuchar
sus ronquidos.
Dios, se molestaría cuando se lo dijera.
No podía esperar. De hecho, casi la despierto solo para molestarla
con eso.
Su otro brazo estaba en algún lugar debajo de la almohada, su mejilla
aplastada contra la suavidad de la pelusa de esta, y sus labios se abrieron
lo suficiente como para ver una astilla de dientes y la oscura promesa de su
boca detrás de ellos.
También estuve a punto de despertarla por eso.
Pero no me atreví a molestarla. Su cara era un desastre de enredos
cobrizos, por mi culpa, y su piel era de un blanco cremoso. Las mantas
descansaban en la curva de su cintura, dejando sus pechos al descubierto.
Mis ojos dejaron de vagar al ver el rosa pálido de sus pezones, la punta lisa
y suave. Una oleada de sangre se dirigió hacia el sur ante la idea de llamar
su atención sobre ellos.
Infiernos, tal vez la despierte después de todo.
Un cambio y mis labios presionaron un beso en el espacio de sus
pechos, rozando la curva, y cerrándose en el pezón que había admirado.
Gimoteó soñolienta, flexionando sus caderas en mi dirección.
Abandoné mi lugar favorito en favor de otro espacio cálido y
acogedor que había conocido hasta altas horas de la madrugada. Bajo las 243
sabanas, su figura era tenue, pero encontré mi camino sin problemas. Se
puso de espaldas, abriendo sus piernas en señal de invitación, con su mano
acariciando mi cara, y cabello, con infinito cuidado.
En la bruma de la mañana, no podía recordar cómo no había sido
siempre de esta manera. El tiempo antes de anoche no era nada más que un
recuerdo, un sueño lejano y olvidado. Que tonto había sido por no pasar
cada minuto que pudiera justo aquí, con ella en mi boca, con sus suspiros
en mis oídos, con su calidez esperando por mí.
Ahora que la tenía, no podía imaginar que se fuera… abandonar la
granja no estaba en la lista de resultados probables. Todo el esfuerzo que
había hecho para alejarla había sido para fastidiarme a mí mismo, y me
preguntaba cómo podría odiarme tanto que había ignorado su regalo.
Le rendí homenaje a uno de los que sospechaba eran muchos regalos
que venían con ella hasta que se escapó y se dio la vuelta, redirigiéndome
con una mano extendida entre sus piernas. Riendo, me abrí paso besando
su espalda hasta que lo que ella quería estaba en su palma, y luego me
sumergí en su resbaladizo centro. La observé, mis manos guiándola por sus
caderas, su rostro ladeado presionado contra la cama, y sus labios abiertos
por el deseo.
Dios, cuan idiota había sido. Podía haber tenido todo esto, toda ella,
con sus estúpidas botas de lluvia y todo. ya ni siquiera podía fingir que las
odiaba. De hecho, no podía encontrar nada por lo que ser infeliz. Me había
inventado todas esas excusas para mantenerla alejada, y ella las había
borrado todas, primero por llamarme la atención sobre mis estupideces, y
luego con un beso. Ahora con el resto de ella. Me era imposible recordar
porque infiernos había estado tan enojado cuando estaba enterrado hasta la
medula en ella.
Cuando metió la mano entre sus piernas para tocarme, mis ojos se
pusieron en blanco y mis labios se fruncieron para reprimir un gemido. Los 244
sonidos más dulces vinieron de ella; no sabía si yo había estallado o si ella
se había tensado, pero la presión era tan fuerte entre nosotros que no podía
respirar. Se corrió de golpe, con un latido que resonó en mi interior antes
de que la siguiera, gastando todo lo que tenía dentro de ella.
Su espalda estaba empapada de sudor y saboreé su sal mientras nos
hundíamos en la cama y nos poníamos de lado. Me acurruqué alrededor
de ella, besando su hombro, y el pliegue de su cuello.
Tarareó su aprobación.
La verdad es que pensé que sería más reservada en la cama, pero en
realidad era tan libre, dispuesta y abierta como en el resto de su vida. Ella
vivía con una sensación de abandono, una vida sin miedo tan cargada de
esperanza, que era imposible doblegarla. Era imparable, se necesitaría una
fuerza natural tan potente como el sol.
La envidiaba por eso.
Cuando suspiró, pude escuchar su sonrisa.
—¿Puedes despertarme todos los días de esta manera? Me gustaría
quitar mi alarma en favor de tu boca.
—Creo que eso se puede arreglar. ¿Debería hacer el bip-bip-bip
mientras lo hago?
—No, si quieres mantenerme —dijo riendo.
—Tacha eso entonces. ¿Quieres levantarte e ir a la casa grande a
desayunar, o dejar que Jolene salga?
Olivia bostezó.
—Probablemente ha roto todos los pares de zapatos en la casa.
—Lástima que te hayas puesto tus botas. 245

—Tú amas mis botas.


—Amaría quemar tus botas, pero apestaría el lugar durante una
semana.
Riendo, se dio la vuelta con una mirada en el rostro que hizo algo
cálido y doloroso en mis entrañas.
—¿Qué vas a hacer hoy? —pregunté, calculando cuando terminaría
mi día. Cuando recordé el almuerzo, estaba casi a lo que se le llama vértigo.
—Bueno, voy a almorzar en Debbie’s, y necesito trabajar en mi plan
promocional para el siguiente mes. Definitivamente debería tomar nuevas
fotografías. Ese tipo de cosas.
—¿Vas a ver a Presley en Debbie’s?
—Si, es aún más crucial ahora que tengo todo esto para chismear.
—Menos mal que le dijiste a Chase que se fuera a la mierda, o estaría
preocupado.
Su cara se aplanó.
—¿Es enserio?
—¿Qué?
—Somos amigos… —Comenzó, pero la interrumpí.
—No puedes ser solo amiga de Chase Patton.
Su cara se apretó con furia.
—No puedes decirme de quien puedo ser amiga.
—Puedo cuando se trata de él. 246
Resopló.
—Esto es parte del problema, ni siquiera consideraras darle una
oportunidad. ¿No ves que podría arreglar las cosas? Podría ser el puente.
Esta vieja disputa tiene que terminar, y esta podría ser la manera de hacerlo.
—Solo quiere follarte.
—¡Jake! —disparó, golpeándome en el pecho—. ¡Jesús!
—Lo conozco desde hace más tiempo que tú, y lo he visto trabajar.
Quiere follarte y conseguir poner un pie en la puerta de aquí, tienes que ver
eso.
Estaba totalmente enfadada, tirando de las sabanas hacia su pecho
mientras se sentaba, y me miraba fijamente.
—Eso es una cosa horrible para decir.
—Livi, lo siento si ha sonado mal, era un insulto dirigido a él.
—Acaricié su brazo con mi pecho todo retorcido, animado cuando se relajó
por un pequeño margen—. Lo que quiero decir es que no puedes confiar
en él.
Me miró.
—Dices eso sobre todo el mundo. Dijiste lo mismo sobre mí.
—Estaba equivocado contigo. No me equivoco con él.
Inclinándose, me agarró por la mandíbula.
—Jake. —Empezó suavemente—. Confías en mí, ¿cierto?
Un único y voluntarioso asentimiento.
—Después de anoche, ¿aún crees que hay alguna posibilidad de que
me escape con Chase Patton?
247
Entrecerré los ojos y negué con la cabeza.
Sonrió, satisfecha.
—Correcto. Así que voy a ir a almorzar con Presley, y cuando
regrese, vendré directo aquí, me quitaré la ropa y me meteré a tu cama
donde me quedaré hasta que vengas a almorzar.
Eso le valió una sonrisa: se había imaginado almorzando juntos
exactamente como yo. Desnudos.
—Bien. Pero solo para que conste, no me gusta nada que pongas a
Chase y a ti en la misma frase, ni hablar de construir.
—Tomo nota. Pero vas a dejarme ser amable con Chase.
La miré.
—Los Pattons son capaces de más de lo que sabes, y Chase es un
mentiroso entrenado. Ellos quieren la granja. Solo recuerda eso por mí.
—Lo prometo. Siempre y cuando me dejes ser diplomática para que
podamos dejar todo esto en la cama de una vez por todas
Levanté una ceja.
—Preferiría no involucrar a Chase en ninguna discusión que
involucre camas.
—A pastar entonces.
—Mejor.
Se inclinó para darme un tierno beso que se convirtió en uno sin
aliento. Cuando me separé, estaba inmovilizada debajo de mí.
—Creí que tenías hambre —dijo con una sonrisa.
—Oh, la tenga. 248

Así que me sacié con la esperanza de que aliviara mis temores con la
devoción de su cuerpo.
Y casi funcionó.
Llegué al restaurante flotando como si estuviera en una nube.
No montada en lo alto de una nube, como uno suele imaginarse. Si
no en una nube, ajena al mundo exterior. Era tan desconsiderada como una 249
nube blanca y esponjosa que cruza el horizonte con una sonrisa en el rostro
y sin ninguna preocupación en el rostro.
Jake y yo nos habíamos separado después de una muy larga y casi
repugnante muestra de afecto. Cuando entramos a la cocina para desayunar
a medio vestir, Kit nos miró, chilló y rompió a llorar de felicidad. Jake
parecía aterrorizado ante el estado de Kit, ya que estaba dirigido cincuenta
por ciento hacia él. Sus ojos eran un par de pelotas de ping pong, sus
mejillas un poco sonrojadas, y su espalda tan recta como una regla. Me
pregunté si él alguna vez había traído alguna chica a casa para presentar a
todo mundo y decidí que por el nivel de entusiasmo de Kit la respuesta era
no.
Pero cuando la mayor parte de su explosión de alegría se agotó,
regresó a la cocina mientras Jake y yo nos sentábamos en la isla,
sonriéndonos el uno al otro como un par de tontos.
Era básicamente el mejor día de todos.
Nos habíamos duchado juntos, y una vez que estaba vestida, me había
enviado con ese beso y una larga lista de cosas para hablar con Presley.
Odiaba que Jake odiara la idea de que fuera amiga de Chase, pero no
había forma de evitarlo. Todos habíamos sido criados para odiarnos, y
desprogramar eso no era una tarea fácil. Jake era probablemente una causa
perdida. Pero Chase y yo teníamos una buena relación. No era tan estúpida
como para creer que él no tenía motivos ocultos, pero creía que era genuino
después de confesar y ofrecer información interna. Vendría a mí si se
enteraba de algo, estaba segura.
Llevaba meses haciendo de abogado del diablo con Jake, pero tuve
que dormir con él para convencerlo de que me dejara intentar hacer las
paces.
250
Afortunadamente, no haría falta eso para que Chase estuviera de
acuerdo. Si tenía planes en esa dirección, iba a estar muy decepcionado y
tal vez terminaría con la nariz rota, si Jake se enteraba.
Ni siquiera le había contado a Jake lo que Chase había dicho sobre su
padre y los planes de James Patton, solo para no hacer crecer más su rencor.
Jake, Jake, Jake.
Sonreí a la nada y suspiré como una adolescente mientras me
deslizaba en una cabina en Debbie’s.
—Bueno, ¿qué te pasa? —preguntó Presley desde mi codo.
Lucía adorable es su pequeño uniforme azul que era de los años 50,
con el cuello almidonado y el nombre bordado en el pecho y todo. En
rebeldía con cualquier tipo de uniforme, rechazaba el cabello de los 50’s,
o incluso un peinado convencional. Hoy, eran dos pequeños moños en la
parte superior de la cabeza como si fueran orejas de oso de peluche.
Una de sus cejas oscuras formaban un elegante arco, y sus labios se
levantaban en un lado en señal de diversión.
—Jake —dije, imitando su expresión.
Y así, su cara se abrió de par en par.
—¿Qué? —Se deslizó en la cabina—. Lo siento… ¿qué?
—Bueno… casi follábamos en el pajar el 4 de julio.
Sacudió la cabeza, parpadeando.
—Rebobina, y vuelve a empezar.
—Follar habría sido preventivo, pero dado otros cinco minutos,
habría ocurrido si él no hubiera huido como un imbécil. Pero entonces…
—Me incliné—. ¿Sabías que mi abuelo había hipotecado la granja para 251
mantener a Jake en Estados Unidos?
No creí que sus ojos pudieran abrirse mucho más, pero lo hicieron.
—Sabía que Frank lo había ayudado, pero no sabía que había tenido
que hipotecarla para ayudarlo, Jesús.
—Bueno, encontré los papeles anoche, y yo… no lo entendía, no
hasta entonces. Así que fui hasta allí, y se lo dije. Digamos que a noche no
llegué a casa. —Moví las cejas—. Conseguí la vela romana que me
negaron el 4 de julio.
Hizo una mueca.
—Ouch.
Me reí. Oficialmente era alguien quien se reía en el ocio.
—Explotó como… —Hice un sonido de explosión mientras señalaba
mis caderas.
—Dios mío, detente —dijo riendo.
—Fue todo blam, blam, blam.
—Eso es todo, ya no podemos ser amigas. Estoy avergonzada por ti
—dijo riendo, fingiendo irse.
La sostuve del brazo y tiré de ella hacia atrás.
Entrecerró los ojos con confusión.
—Aún estoy intentando ponerlos juntos. A ti, y a Jake.
Asentí, sonriendo con los labios juntos.
—Se odian.
—Resulta que no nos odiamos. En lo absoluto. 252
—Si, sí. Creo que ya lo noté. —Una carcajada brotó de ella—. Si
tuvieras una burbuja de pensamiento sobre tu cabeza, estaría llena de
corazones. No sé ni que hacer contigo ahora mismo.
—¿Qué tal si me traes un café?
—No soy su sirvienta, señora —dijo en voz alta mientras se
levantaba—. Usted no puede hablarme así de esa manera—. Mientras se
dirigía hacia a la parte de atrás, me lanzó una mirada inteligente y le dijo
al Sr. Wheaton en la barra de refrescos—: Ella no puede hablarme de esa
manera.
Masticaba su tocino, sin inmutarse.
Inmediatamente, mi mente volvió a pensar en Jake.
Soñé con lo que estaba haciendo. Tal vez tenía a los cachorros con él.
Me preguntaba si tendría puesta una camisa, y por una vez, esperé que no.
Tal vez estaba alimentando a un ternero con un biberón. Mis entrañas se
convirtieron en baba al pensar en ello. En mi fantasía, lo dejé
convenientemente sin camisa.
Esto, por supuesto, no era algo que fuera a hacer, pero puse toda esa
energía en el universo para manifestarlo de todos modos.
Volví a suspirar con esa sonrisa bobalicona en mi cara, tan
preocupada por mi imaginación –Jake se deslizó convenientemente en algo
más cómodo, que resultó ser un par de calzoncillos muy ajustados– no vi a
Chase hasta que se deslizó en la cabina donde acababa de estar Presley.
Con una sacudida para salir de mi ensoñación, mis mejillas se
sonrojaron.
Tenía una expresión divertida.
253
—¿Dónde estabas?
—Oh, en ningún lugar en particular. —Miré a mi alrededor para ver
si alguien estaba observando. Todos lo estaban—. ¿Qué estás haciendo
aquí?
—Lo mismo que tú, desayunando. ¿Te importa si te acompaño?
—Si digo que no, ¿se pondría raro?
—Probablemente —dijo con una sonrisa de satisfacción mientras
desplegaba su servilleta.
Cuando me reí, soné como una extraña.
Tal vez Jake tenía razón. Dios, esperaba que él no tuviera razón.
Rápidamente, cambie de tema.
—Estarás feliz de escuchar que Esther P. Higgenbottom ha
encontrado un lugar privilegiado en mi habitación. Puede ver la granja
entera desde la ventana.
—Qué suerte tiene. Esa es una vista que no me molestaría.
Estaba bastante segura de que no se refería a la granja. Volví a reírme
con ese extraño sonido.
Presley me salvó con su arma preferida en la mano. Deslizó el café
frente a mí, sus ojos en Chase y la falsa sonrisa de camarera en sus labios.
—¿Qué puedo ofrecerte para beber?
—También tomaré café, y huevos benedictinos.
—Hecho. —Extendió una mano por el menú—. ¿Y tú? Tenemos un
especial de salchichas, dos por el precio de una.
Su tono junto con la expresión de su cara era tan sugerente que le
lancé la mirada de deja de joderme y cerré mi menú. 254
—Creo que también elegiré los huevos.
Tomó mi menú.
—Oh, los vas a amar. Hoy, la salsa esta súper caliente y cremosa.
—Me guiño un ojo e hizo un gesto de aprobación con un estilo que solo un
pervertido podría.
Chase nos miró, aclarándose la garganta para disimular una risa.
—Es insufrible —dije.
—Realmente lo es. ¿Cómo terminó el 4 de julio?
Conmigo follando a Jake en seco en el granero.
—Bastante bien. Hicimos lo suficiente que ni siquiera Jake pudo
discutir.
—Es la primera vez.
—Dímelo a mí. ¿Cómo… está todo con Patton?
Se encogió de hombros.
—Lo mismo de siempre. Mi padre ha estado fuera de la ciudad
supervisando la granja en Washington. Así que me dejo a mí a cargo.
—¿Y qué te parece eso? —Tomé un sorbo del café.
—¿Hay algo que te guste? Si soy sincero, la granja es deprimente:
todo ese ganado luce miserable en los establos de ordeño, demasiadas para
pastar, demasiadas para dejarlas vagar, solo viviendo sus vidas empujadas
de cola a nariz en un granero. Pero me han criado para eso desde que estaba
en el útero. No hay mucho que hacer más que comer el sándwich de mierda.
Fruncí el ceño.
—Eso es horrible. Tus vacas.
255
—No es mi decisión. Aprendí desde muy joven que nada importa más
que seguir las decisiones de mi padre, especialmente si quiero mi herencia.
Que es lo que quiero. Mucho.
—Tal vez algún día puedas cambiar las cosas.
Una risa seca.
—Si tengo suerte. Pero tengo el presentimiento de que vivirá mucho
más que todos nosotros, y si cambio una sola cosa, me perseguiría.
—Esperemos que no —dije con una pequeña sonrisa.
—Me alegra que hayas averiguado como obtener beneficios. Tal vez
seas capaz de arreglar las finanzas después de todo.
—¿Cómo sabes sobre eso? —pregunté, incapaz de mantener mi
curiosidad para mí misma.
—Mi padre se empeña en saber todo sobre todos.
—Ah.
Me miró por un segundo.
—Sabes que no soy como él.
Asentí, tomando un sorbo así no tenía que responder. Quería creer
que no era igual, pero el imaginario mono Jake chilló desde mi hombro,
pidiendo que fuera cuidadosa.
—De todos modos, no quiero hablar sobre eso.
—¿De qué quieres hablar?
Presley se acercó con su café.
—¿Qué tal sobre los panqueques? ¿A ambos les gusta los
panqueques?
—¿A quién no le gustan los panqueques? —preguntó Chase. 256

—Son el postre original para la comida del desayuno —agregué.


—Por favor, coméntenlo —dijo ella.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo, y cuando lo saqué para mandar la
llamada al buzón de voz, vi el número de la casa grande.
Fruncí el ceño.
—Lo siento, tengo que atender esta llamada. —Presioné el botón
verde y me llevé el teléfono a la oreja—. ¿Hola?
Kit estaba histérica, su voz era estridente y temblorosa.
—Livi, hay un incendio. Hay un incendio, tienes que venir. El campo
de heno ha desaparecido. Se ha ido, Livi, y se extendió a un pasto donde
están los adolescentes y esos terneros que acabamos de trasladar…
—Voy para allá.
—Date prisa.
—Lo haré.
Ya estaba fuera de la cabina.
—Hay un incendio en la granja —dije contra el dolor en mi pecho.
Se sentía como que una bomba hubiera estallado en mi caja torácica.
Presley se cubrió la boca con la mano, y Chase intentó levantarse.
—No, por favor, no lo hagas. No puedo llegar contigo.
Una sombría inclinación de su parte, y salí a toda prisa por la puerta.
La radio estaba apagada, las ventanas rotas, y mis pensamientos
estaban revueltos y frenéticos. No podía escuchar nada más allá del
zumbido de mis oídos mientras recorría posibles escenarios. Podía ver el
humo que salía de la ciudad, tan blanco como las nubes que alcanzaba. 257
Diez minutos conduciendo se sintieron como una hora, y cuando
entré en el camino, aceleré mucho más de lo que debía, derrapando hasta
que me detuve frente a la casa, y apagué el motor. No pensé en agarrar las
llaves mientras corría hacia el personal, incluyendo a Kit, quien corrió para
encontrarme.
No vi a Jake.
—Oh, Livi. —Lloró Kit, rompiendo en un nuevo ataque de
lágrimas—. El personal, los terneros de ahí, y los camiones de bomberos
pasando por ahí, es solo que no puedo creer cuando rápido ocurrió. Fue
muy rápido —dijo.
Mi mano estaba en su brazo, pero mis ojos estaban en la multitud.
—¿Dónde está Jake?
—Fue con ellos. Todos esos terneros… —Se disolvió en lágrimas.
Salí corriendo hacia la camioneta.
Kit me llamó mientras aceleraba en dirección al humo, inclinándome
para abrir la guantera, buscando a ciegas un pañuelo que había dejado ahí
para cuando quisiera bajar las ventanas. Cuando llegué a los pastizales,
frené con suficiente fuerza como para derrapar.
No podía llegar donde los camiones lo suficientemente rápido. Una
docena de granjeros estaban arreando a las vacas jóvenes, intentando
mantenerlas tranquilas. Sus ojos se tiñeron de blanco mientras pataleaban
y corrían en todas direcciones, y todos los granjeros se colocaban en filas
sueltas en ambos lados con camisas y pañuelos atados en su boca y nariz,
gritando ¡Arre! y ¡Vamos! con los brazos extendidos. Gracias a Dios
ninguna de las reses era adulta, o habría sido exponencialmente más
peligroso.
Cuando me amarré mi pañuelo, corrí hacia Mack, quien estaba justo 258
a lado de los camiones de bomberos, tan asustado como los terneros.
—¡Mack! —grité, jadeando. Lo agarré de los hombros, y me encontré
con su mirada, esperando a que me reconociera.
—Livi, no puedes estar aquí.
—Ninguno de nosotros puede. Ve a la camioneta. ¿Dónde está Jake?
El pecho de Mack se hinchó, y miró hacia el fuego.
—Algunos de los terneros fueron acorralados. Fue a buscarlos.
—No. —Respiré.
—Ya sacó tres, pero hay un par más.
Miré al muro de humo y llamas.
—Sube a la camioneta, Mack.
—¿Para qué? —gritó, tapándose las orejas.
Dirigí la mirada a él.
—¡Sube a la camioneta! Llévala de nuevo a la casa grande —grité.
Un asentimiento, y se fue.
Por un instante, me paré ahí, congelada ante la indecisión. Con el
ganado en una estampida, solo pondría en peligro a los granjeros y a mí
misma si me entrometía. Y el fuego… no sabía, no lo veía, y no lo
encontraba.
No había nada que hacer. Así que me quedé ahí, arrastrando
respiraciones agitadas, mirando al fuego mientras rezaba a todos los dioses
que conocía para que él apareciera.
—Señorita, tiene que volver. —Un bombero me tomo del brazo.
259
—Él está ahí adentro.
—Lo sé—gritó ella—. Tu hombre no escucha una mierda.
Una risa me sorprendió, las lágrimas se precipitaron de mis ojos
demasiado rápido como para notarlo hasta que las sentí calientes en mis
mejillas.
—Tienes que ir por él —grité.
Negó con la cabeza.
—No es seguro.
—¡Ya sé que no es malditamente seguro, es por eso que necesito que
vayas por él!
—Necesitas salir de aquí. —Intentó que retrocediera, pero me solté.
—No me voy a ir a ningún lado —dije con tal ferocidad, que cedió.
Miró sobre su hombro hacia el fuego.
—La hierba es corta aquí, y llegamos a él antes de que se nos fuera
de las manos. Se va a quemar rápido. Por muy testarudo que sea, saldrá.
—¡Millie! ¡Toma una pala y ve con los chicos! —Alguien la llamo
desde el combate.
Con un asentimiento comprensivo, se alejó corriendo.
No sabía cuánto tiempo llevaba ahí parada, preparada para correr
hacia el caos. Recordando, creí que habían sido unos pocos segundos. Se
sentía con un año.
Primero era una sombra emergiendo del humo como un fantasma.
Manchado con hollín desde la cabeza hasta los pies con una camisa atada
alrededor de la mitad inferior de su cara, salió del fuego tan rápido como
pudo con un ternero en brazos. 260
Corrí hacia él, encontrándolo justo cuando dejaba al ternero en la
boca del canal que lleva a los animales hacia el siguiente pasto, y salió
corriendo y gritando de terror hacia los graneros.
Me lancé hacia el como una muñeca de trapo, sin huesos y llorando.
Me atrapó, apretándome tan fuerte que mis costillas dolían. Su
respiración era entrecortada, sus temblores tan intensos, que mis dientes
temblaban.
No me soltó durante mucho, mucho tiempo.
Cuando lo hizo, fue en los talones de un bombero gritando,
espantándonos hacia la valla como el ganado. Jake me agarró de la mano y
me llevó hacia la valla, levantándome para después subirse el mismo, y
retrocedimos, volviéndonos para observar la masacre.
Ninguno de los dos podíamos respirar. Nos limitamos a ver como
ardía el pasto.
—¿Cómo pasó esto? —pregunté después de un largo rato.
—Comenzó con una bala en el campo de heno, y todo el campo se
levantó en un puñado de minutos. Atravesó la valla tan rápido que ni
siquiera tuvimos la oportunidad de llegar aquí a tiempo. No hasta que el
rebaño estaba casi rodeado. Un grupo de nosotros corrió y los asustamos.
Derribaron a Jimmy, creo que se rompió el brazo. —Se habían convertido
en frases planas y distantes mientras miraba el fuego—. Pudo haber sido
mucho peor. Nos mojamos con una manguera antes de llegar aquí, en
cuanto vimos al fuego. Pero un par de pequeños no querían ir.
Simplemente… se detuvieron. Saqué a dos de ellos, pero el tercero…
Se me entrecorta la respiración. No había suficiente aire, y el pánico
me apretó en las costillas.
261
Los ojos de Jake se dirigieron a mí, agudos por la adrenalina.
—Livi. Livi, respira.
Aspiré aire, me quité el pañuelo, y me agarré cuando mi visión se
oscureció.
Jake me sostuvo y corrió hacia el granero.
—Todo está bien —dijo con una certeza tranquila—. Te tengo. Todos
están a salvo, y tú también. ¿Está bien? Aguanta la respiración.
Lo intenté.
—Eso es. Aguántala de nuevo.
Lo intenté con más fuerza.
—Buena chica. —Jadeó.
Un silbido salió de sus labios, y escuché como una camioneta se
deslizaba hasta detenerse. Me dejó en el asiento y se subió después de mí,
colocándome en su regazo mientras nos íbamos.
—Yo… —Jadeé—. Lo siento.
Me acuné en sus brazos, mirando la visión de él contra el cielo infinito
mientras pasábamos los baches y saltábamos hacia la casa grande.
Una sonrisa tiró de sus labios.
—¿Te estas disculpando por tener un ataque de pánico?
Me reí y cerré los ojos, acurrucándome contra su pecho.
—Yo también me detuve. —Carraspeé, con la garganta en carne viva
por el humo—. Como los terneros. Solo me detuve. 262
—Si hubieras entrado después de mí, te habría gritado como nunca te
habían gritado, Olivia.
—Creí que tú… No sabía si tú…
Sus brazos se tensaron.
—Lo sé. No debí haber regresado, pero no podía dejarlos.
Mis ojos aún seguían cerrados debido al olor a humo en mi nariz
porque estaba por todas partes.
—En unas horas cuando pueda respirar, vamos a hablar sobre como
acabas de salir corriendo de un incendio con una vaca bebé en brazos. Sin
camisa.
Una risa ronca salió de él, y me besó la parte superior de la cabeza.
—No vas a hacer un calendario conmigo. No me importa cuanto
ruegues.
—Pero rescataste una vaca bebé. No sé cómo puedes darle la espalda
a los millones que ganaríamos—. Una tos seca me sacudió tan fuerte, que
no pude decir nada más.
—No hables. Puedes convencerme más tarde.
Me incliné hacia él.
—No vuelvas a hacer eso.
Me abrazó más fuerte, diciendo sobriamente:
—No lo haré.

263
El día transcurrió en un borrón.
Cuando llegamos a la casa, deposité a Olivia en una de las dos
ambulancias, quedándome con ella mientras la revisaban, aunque 264
insistieron en revisarme también a mí. Aparte de los rasguños, estaba bien,
al igual que ella. Había recuperado el aliento, se había calmado.
Me dio un susto de muerte.
No fue difícil en el momento. Había sido como una cuchilla buscando
el peligro al que lanzarme.
Cuando los paramédicos nos dieron el alta, volvimos a subir a la
camioneta y nos dirigimos al granero donde habíamos puesto el ganado.
Olía a humo y miedo. El rebaño tenía los ojos muy abiertos y estaba
nervioso, bufando, rebuznando, y en constante movimiento. Uno de los
chicos tuvo el buen sentido común de dejar un tractor en marcha fuera del
granero, borrando el ruido con la esperanza de que pudiéramos mantenerlas
tranquilas. Una de nuestras chicas, Pinky, se sentó en un poste cantando
Led Zeppelin a todo pulmón con una manguera en la mano, salpicando una
fina niebla sobre el ganado. El rebaño estaba salpicado con hocicos
levantados y largas lenguas extendidas para saborear. Miguel las
observaba, tomando nota en un portapapeles, esperando que se calmaran
antes de aventurarse a entrar.
Solo habíamos perdido un ternero –un milagro– un campo de heno, y
un pastizal. La parcela de tierra era un tizón humeante, una marca que no
borraríamos en algún tiempo. Habíamos perdido valiosos meses de heno.
Pero la verdad era que podía haber sido mucho, mucho peor.
Los destellos del incendio pasaron por mi mente sin previo aviso. El
humo picando mis ojos, llenando mi nariz y boca. El crujido y el rugido de
las llamas, el grito de un ternero que no pude salvar. Agradecí que Olivia
estuviera a mi lado. Por los momentos más inesperados en los que ella
deslizaba sus brazos alrededor de mi cintura y se aferraba a mí, atándome
al presente. Pero funcionábamos como un equipo, ambos recorriendo la
granja, haciendo un balance de todo para asegurarnos de que teníamos la 265
imagen completa.
Revisamos nuestros almacenes de grano y heno. Reunimos a los
trabajadores y los llevamos de vuelta a la casa grande. Una Kit estresada
hizo mil sándwiches y se dedicó a alimentar a todas las bocas de la
propiedad. Trajimos tanques de agua fresca, asegurándonos de que todo
mundo estuviera bien. Observé a Olivia dirigirse hacia el demacrado grupo
de granjeros y sus seres queridos con sumo cuidado, abrazándolos y
entregándoles toallas húmedas, asegurándose de que tuvieran algo de
beber. Llamé a la otra mitad de nuestro equipo –el ganado aun necesitaba
ser atendido– y después de un buen tiempo, vimos a los últimos que habían
resistido el día, volver a casa.
Ya había anochecido cuando Olivia y yo habíamos hecho todo lo que
podíamos. La arropé a mi lado mientras caminábamos hacia la casa grande
en un silencio agotador. No nos habíamos perdido de vista el uno del otro
desde que me encontró en el incendio.
—No vayas a casa —dijo mientras nos acercábamos al porche.
—No lo hubiera hecho incluso si me lo hubieras pedido.
Una risa. Nos separamos al subir las escaleras, pero le agarré la mano
para no perder la conexión.
Jolene y Bowie se dirigieron ladrando a la puerta de enfrente cuando
nos escucharon, saliendo en cuanto pudieron para levantarse sobre sus
patas traseras y arañarnos, moviendo la cola y con sus caras rogando que
los levantáramos. Eso hicimos.
Kit dobló la esquina de la cocina, limpiándose las manos en la toalla
que le colgaba del hombro.
—¿Todos están bien? —preguntó, con su cara torcida por la
266
preocupación.
—Todos están bien —dijo Olivia con cansancio.
—Bien —dijo Kit suspirando—. Espero que estén hambrientos. Hice
suficiente lasaña como para alimentar a un país pequeño.
Me reí y observé a Olivia. Su cara, acurrucada en el cuello de Jolene,
estaba manchada de hollín, más oscuro en la línea del cabello donde había
fallado cuando intentó limpiarse. Sus manos estaban manchadas de negro
en el pelaje rubio de Jolene.
—Creo que primero necesitamos limpiarnos —dije.
Kit asintió.
—Dejaré la mitad de una bandeja y me reuniré con el equipo para
asegurarme de que sus estómagos estén llenos.
—¿Cuántas hiciste? —preguntó Olivia.
—Cinco cacerolas de las grandes —dijo tímidamente—. Pero vamos.
Vayan a lavarse el día y descansen un poco. Estaré aquí en la mañana, y
saben dónde estoy si me necesitan.
—Gracias Kit. —La voz de Olivia era áspera por el esfuerzo y el daño
por el humo—. Por todo.
De inmediato, los ojos de Kit se llenaron de lágrimas.
—Solo estoy tan aliviada de que ustedes estén bien. —Antes de que
nos diéramos cuenta, nos rodeó con los brazos y nos sostuvo cerca,
besándonos en las mejillas—. No vuelvan a asustarme así.
Los cachorros se retorcieron desde el interior del sándwich Kit, lo que
la llevó a soltarnos. No creo que lo hubiera hecho de otra manera.
267
—Bien —dijo, secándose los ojos con el dobladillo del delantal—.
Bien —repitió, esta vez con un poco de más convicción—. Ahora váyanse.
Fuera.
Obedecimos mientras nos seguía por las escaleras, bajando a los
cachorros cuando llegamos a la cima. Se escabulleron hacia mi habitación
mientras, pero nosotros fuimos en otra dirección, al baño. Cerré la puerta
detrás de nosotros con un chasquido.
Éramos una marca sucia en el blanco prístino de la habitación, desde
el suelo de baldosas blancas de nido de abeja hasta las paredes de madera.
Olivia cruzó el largo espacio hasta la bañera de hierro con patas, metiendo
la mano para encenderla.
Me quité mi camisa y la tiré en su cesto. Se detuvo frente al espejo,
evaluándose mientras se desenredaba el cabello de la trenza apresurada que
se había hecho.
—Dios, me veo horrible.
Me moví hasta estar detrás de ella, tomando una larga mirada de
nosotros dos. Su cabello, brillante contra el matiz sucio de nuestra piel. Se
acercó a mi hombro, aunque los míos casi eran lo doble de amplios que los
suyos. Parecía tan pequeña a mi lado, su delicada figura encendía una llama
protectora en mi corazón.
—No podrías verte horrible aun si tuvieras dientes de Hillbilly, te
afeitaras la cabeza, y te pusieras la ropa al revés.
Se rio mientras se peinaba con los dedos.
—Eso es extrañamente especifico.
Evalué nuestro estado en el espejo.
—Sigo olvidando que no nos hemos limpiado.
268
—Al menos tienes una camisa limpia.
—Quiero decir, pasé la otra a través del fuego.
—No dije que no estuvieras perdonado.
Alcancé el dobladillo de su blusa y se la saqué. Alzó los brazos para
permitírmelo, y me dio mucho placer ver como su pelo rizado y cobrizo
caía por su espalda. Una vez libre, se recostó contra mí, y encontró mi
mirada en el espejo.
—No quiero volver a vivir un día como este de nuevo.
—Yo tampoco. Pero hubiera sido cien veces más difícil si no hubieras
estado aquí conmigo.
—Bueno, soy tu socia —bromeó.
La hice girar, y le sostuve el rostro con toda seriedad.
—No es por eso.
—Ya lo sé —dijo suavemente—. No creo que alguna vez haya estado
tan asustada como lo estaba mientras esperaba que salieras del incendio.
—No creo que alguna vez haya estado tan aliviado como lo estaba
cuando te vi del otro lado —admití.
Una sonrisa cepilló sus labios.
—Hace dos días, habrías preferido besar en los labios a Sharon la
cabra que a mí.
—No es verdad. —La corregí mientras ella buscaba la hebilla de mi
cinturón. Me quité las botas de una patada, e hizo lo mismo con las
suyas—. He querido besarte durante más tiempo que lo que admitiré en
voz alta, así que no preguntes.
269
—Apuesto que tiraste de las coletas de las niñas en la escuela
primaria. Apuesto a que eras ese chico al que las chicas le decían que se
disculpara por ser un culito solo porque les gustabas.
—¿Acabas de decir “culito”? —pregunté entre risas.
—He dicho lo que he dicho. —Me quito mis jeans, y yo los suyos.
Una vez libre y sin ropa, caminé a la bañera para comprobar la
temperatura.
—No, no les jalé de las coletas.
—Entonces, ¿de las trenzas?
—Ni de las trenzas, ni de las coletas. Apenas y hablaba con alguien.
—Eso no me sorprende.
Tomé su mano y la ayudé a entrar, siguiéndola cuando se colocó bajo
la corriente con los ojos cerrados y la cara inclinada al techo.
Al escuchar los anillos metálicos de la barra de la cortina, se quitó el
agua del cabello y abrió los ojos, intercambiando lugar conmigo. Cuando
el agua caliente me golpeó, casi me derretí por el desagüe.
—Pero tenías amigos en la escuela, ¿cierto? —Manos pequeñas y
jabonosas restregaron su camino por mi pecho.
—Nos mudábamos mucho. Solo íbamos a donde mamá pudiera
encontrar trabajo.
—¿Limpiaba casas?
Asentí, tomando el champú y agarrando una porción.
—Fuera de Philly. —Arrastré los dedos por su cabello y lo recogí,
enjabonándolo en la parte superior de la cabeza hasta que se hizo una
270
ridícula torre de espuma y rizos rojos—. Parecía que siempre había algo.
Los trabajos no se mantenían. Nos desalojaban. Teníamos que aceptar lo
que pudiéramos conseguir.
—Lo que significaba muchas escuelas.
Me enrollé un rizo alrededor del dedo y lo coloqué artísticamente en
la cima de la montaña de champú.
—En el momento que hacia un amigo, ya teníamos que mudarnos de
nuevo. En sexto grado, deje de intentarlo.
—Levanta los brazos —ordenó.
Sonriendo, lo hice. Cuando sus manos se deslizaron por mis axilas,
me estremecí.
—Dios mío, ¿tienes cosquillas?
Movió los dedos y la agarré por las muñecas, riendo.
—¡Si tienes! —Sus manos salieron como cobras.
—Detente.
—Si no hubiera sido el peor día de mi vida, este sería el mejor día de
mi vida. —Se rio mientras yo luchaba contra ella.
—Eres tan rara. —Me reí.
—¿Por qué, porque quiero lavar tus axilas? —Se había movido tanto
que la torre de cabello caía tristemente, y el rizo se deslizaba hacia su cara.
—Si. —La agarré de ambas muñecas y las sostuve frente a ella, los
dos riéndonos como idiotas.
—El indestructible Jake Milovic es cosquilludo. Es un hermoso día
para la humanidad para aprender que tienes una debilidad—. El jabón
corrió por su frente hacia sus ojos, y los cerró de golpe, soplando a lo largo
271
de cara con su labio interior para intentar detenerlo.
—Eso es lo que consigues. —La dejé ir y le quité el jabón antes de
atraerla hacia mi pecho—. Ven aquí. —Nos di la vuelta lentamente y la
puse bajo el chorro de agua para que se enjuagara el cabello.
—Dios, te voy a hacer muchas cosquillas y nunca lo vas a ver venir.
—Sus ojos estaban cerrados, y sus labios sonriendo.
Incliné su cabeza hacia atrás para alcanzar la línea del cabello.
—Voy a acabar contigo, Olivia.
—Oh, va a ser tan bueno —musitó, ignorándome—. En medio de la
noche cuando estés muerto de sueño. ¡Bam! Cuando tengas tu mano en la
vagina de una ternera, ¡bam! Cosquillas ninjas, llegando a ti como hi-yah
phrlebrepthhhhh —escupió cuando le forcé la cara bajo el agua.
—Te dije que no te metieras conmigo.
Estaba demasiado ocupada riéndose como para responder. En su
lugar, se limpió el agua de la cara y volvió a cambiar de lugar conmigo.
Cuando se recompuso, me miro con los ojos marrones aterciopelados,
y la pastilla de jabón rodando entre sus manos.
—Después de hoy, creí que no podría volver a reír, pero me
demostraste lo contrario. Eres bueno en eso.
—Soy bueno en todo tipo de cosas.
Se deslizó dentro de mí, sonriendo astutamente.
—Lo eres. —Pero su sonrisa se desvaneció, el peso del día detrás de
sus ojos—. No podría hacer todo esto por mi misma. Nada de esto. Y no
puedo imaginar administrar la granja con nadie más que tú. Lamento que
272
hayas estado tan solo.
Acaricié su mandíbula, sin saber que decir.
—¿Leíste la carta de Pop?
Sacudí la cabeza. La carta había estado en mi tocador desde que la
recibí. No me atreví a abrirla, sabiendo que era lo último que de diría.
—En la mía, me dijo que nos dejaba a ambos la granja porque sabía
que nos necesitaríamos el uno al otro. En ese momento, me pareció una
broma cruel. No me necesitabas.
—Claro que si —dije en voz baja, con el dolor golpeando como un
partido en mi pecho—. Te necesitaba más de lo que sabias. Te necesitaba
incluso si no lo quería. Solo estaba siendo demasiado terco y tonto como
para admitirlo.
—Menos mal que fui demasiado terca y tonta como para no alejarme.
—Menos mal.
Era todo lo que podía decir sin decir demasiado así que la besé para
librarnos de las palabras por un momento.
Me desarmó por completo, me expuso por completo. A menudo me
daba cuenta de que le decía demasiado, le mostraba más de lo que
pretendía. Ella era muy posiblemente la única persona que quedaba en la
tierra verde de Dios quien me entendía. Me entendió cuando yo no quería
que lo hiciera. Algunas veces cuando yo no me entendía a mí mismo.
Ella era una persona con la que me veía compartiendo mi vida. Ya la
había estado compartiendo desde hace meses. Siendo dueños de la granja,
la habíamos estado compartiendo por un largo, largo tiempo, nos gustara o
no.
Se me cortó la respiración al pensar que algún día no lo querríamos. 273
Y la comprensión de lo que eso implicaba me golpeó como un tren
de carga.
Pero por primera vez, no hui. Me aferré a ella, vaciando mi corazón
en ese beso, en ella.
Porque de todos los caminos que mi vida podría tomar, sabia que el
que terminara con ella era el más brillante.
—Bien, ¿estás lista? —preguntó Jake desde la hierba debajo de
mí.
—Estoy lista —le aseguré desde mi posición en el tractor. 274
—No es como conducir un coche.
—Si, lo sé.
—Será ruidoso.
—Jake. Crecí en la granja. He estado en un tractor.
—Si, si, lo sé. —Su cara no lo sabía—. Bien. ¿A qué velocidad vas?
—Baja —recité.
—Y no vas a salir de la primera velocidad.
—Nop.
—Entonces gira la llave, cariño.
—Gracias, querido —dije y encendí el motor. La fuerza del estruendo
me sacudió, el sonido era más fuerte de lo que recordaba. La risa brotó de
mí con emoción, y reboté en el asiento mullido, mis mejillas en alto y
sonrojadas.
—Bien —gritó, apenas audible por encima del motor—. Pisa el
clutch y pon la marcha.
Sonriendo, hice lo que me había dicho, y el tractor se tambaleo hacia
adelante. Un chillido salió disparado de mí, mis manos con los nudillos
blancos en el volante. Cuando miré a Jake, su rostro estaba abierta y
brillante con una sonrisa que no pude escuchar.
La semana pasada había sido un pequeño pedazo de cielo.
Sin discutir o decidir, nos habíamos deslizado a una convivencia fácil
y natural. Se entendía que cuando no estábamos trabajando, estábamos
juntos. Y algunas veces cuando estábamos trabajando, estábamos juntos.
Había aprendido más sobre el funcionamiento interno de la granja en
una semana que en toda mi vida. Había estado en toda la propiedad con 275
Jake mientras él supervisaba las operaciones. Había conducido un carro RC
en el corral de los toros para distraerlos mientras Jake y un par de los chicos
arreglaban la valla. Había marcado vacas para las revisiones con tiza verde
neón en la dirección de Jake y Miguel. Habíamos paseado a través de los
rebaños de las crías de novilla, comprobando las pegatinas en sus costados
que cambiaban de color cuando estaban en celo.
A su vez, Jake había hecho recorridos conmigo, recogiendo pedidos
para la tienda y convirtiéndose involuntariamente en mi fotógrafo para las
redes sociales. Tomó la dirección mucho mejor que mi trípode. Y para mi
absoluto y total deleite, me había dejado tomar algunas fotos de él. La
fuerza de nuestra operación tenía mucho más compromiso que cualquier
otra cosa que hubiera publicado.
Por desgracia, esto no fue suficiente estimulo para él para dar luz
verde a mi calendario.
Como era de esperar, no había abandonado al fantasma.
El resto del tiempo, estuvimos juntos. El centro lógico de mi cerebro
hizo lo mejor para recordarme que estar mucho tiempo juntos, así de
rápido, era peligroso. Pero el centro lógico de mi cerebro era un lastre.
Estaba convencida de que nada que se sintiera así de bien podría
posiblemente lastimarme.
La granja seguía funcionando, y habíamos expandido nuestros
recorridos a los miércoles y viernes la semana pasada con la tienda abierta
las mismas horas. Mi deuda se había pagado por completo hace un par de
semanas, así que todo lo que habíamos hecho hasta ahora estaba yendo
directo a las hipotecas.
El asunto del incendio no se había resulto, no con el departamento de
bomberos etiquetándolo como incendio provocado y como tal, condenando 276
cualquier ayuda de nuestro seguro. Jake estaba seguro de que habían sido
los Patton, pero él era el rey de las conspiraciones. Un incendio en un
campo de heno parecía demasiado pequeño en escala para una guerra
corporativa, más allá de su falta de imaginación. Se habían producido
muchas discusiones acaloradas sobre el tema. Ninguno de nosotros estaba
convencido. Pero no importaba. Estaba detrás de nosotros. Y las cosas se
veían muy bien.
Reboté y tropecé, riendo mientras me arrastraba hacia adelante.
—¡Quiero ir más rápido! —le grité.
—¿Qué?
—Dije, ¡quiero ir más rápido!
—No.
—Eres el más cagón de los cagones.
—¿Eh?
—Dije…
—¿Me llamaste cagón?
Me encogí de hombros dramáticamente, con los ojos puestos en el
pasto que tenía delante.
—Los llamo como los veo.
Esta vez, lo escuché reír. Era el mejor sonido en el mundo entero.
—Llévalo a la segunda.
Mi cara se abrió de golpe.
—¿De verdad?
—De verdad. Los ojos en el camino, señora. 277
Volví a reírme y lo puse en segunda, que era lo suficientemente
rápido como para ir a casi veinte kilómetros por hora.
—¿A dónde quieres que vaya?
Se inclinó y señaló la sinuosa línea de árboles al otro lado del pasto.
Un arroyo dividía los árboles, uno de los recursos de agua para el ganado.
Nos hice girar en esa dirección, moviendo la cabeza mientras gritaba:
—Me ven rodando, me odian. —Cuando me gané una sonrisa,
dije—: Muuuuu, perra. Sal del heno.
Recibí una carcajada por eso.
Me rodeo y me moví para que pudiera deslizarse por debajo de mí.
—Te llevaré a dar un paseo de verdad —dijo en mi oído, moviendo
la palanca mientras me colocaba en su regazo—. Espera.
Una sacudida, luego un segundo y estábamos volando sobre una
extensión de hierba verde. Bueno, al menos tan rápido como podíamos ir
en un tractor.
Acababa de parar de reírme cuando llegamos a los árboles, mi mano
en la parte superior de mi sombrero para que no saliera volando.
Suspiré cuando apagó el motor. El silencio era fuerte, mis oídos
zumbaban, y mi cuerpo aun vibraba.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —pregunté—. ¿Estoy gritando?
—Un poco. —También gritó un poco, palmeando mi trasero en su
regazo—. Vamos, te mostraré.
Salí del tractor verde bosque con cuidado, pero Jake tuvo toda la
278
gracia de un gato de jungla al salir con un resbalón, y un salto. Me tomó de
la mano, sonriendo.
—¿Qué demonios hiciste? —dije entre risas, volviendo a agarrar mi
sobrero mientras nos dirigíamos hacia el arroyo.
—La verdad es que Kit hizo la mayoría —respondió, apartando las
ramas del camino para revelar una canasta de picnic en una manta de
cuadros.
Solté un grito ahogado y me agaché.
Había encontrado la pequeña parcela de hierba perfecta junto al
burbujeante arroyo, y por la mirada en su rostro, él sabia cuan perfecto era.
Me pregunté por cuanto tiempo había buscado este lugar, y mi corazón se
derritió como una vela.
Me di la vuelta y me paré sobre las puntas de los pies, preparándome
para un beso.
—Me encanta.
—Bien —dijo, presionando sus labios contra los míos.
Y entonces me fui, saltando en un pie para quitarme una bota, y
después la otra. No combinaban con mi vestido de verano, pero me había
dicho que no podía usar sandalias, así que opté por las botas de lluvia como
broma.
Se rio detrás de mi y se arrodilló en la manta para comenzar a sacar
nuestra comida, y yo me metí de puntillas al agua fría, saboreando la
sensación de las piedras lisas presionando los suaves arcos de mis pies.
Pateé la corriente, observando como las gotas de agua volaban por el aire.
Bajando la vista, pisé en una de las rocas más grandes, y luego en la
otra, usándolas como puente hacia el otro lado. Cuando levanté la vista, me
observaba con esa mirada en su rostro que me había estado dedicando 279
últimamente.
Sonriendo, salté hacia él y me senté a su lado.
—Oh, ¿eso es Havarti?
Giró el pedazo de queso en su mano y miro la etiqueta.
—Supongo que sí.
Suspiré.
—Echo de menos el Havarti.
Siseó una palabrota y lanzó el queso a la canasta.
—¿Cómo he podido olvidar eso? Hubo un tiempo en que era una de
mis cosas favoritas para burlarme de ti. Estúpido Pinterest.
Intenté reprimir una sonrisa.
—¿Te metiste a Pinterest?
—No lo empeores. Decía charcutería, lo que le dije a Kit. Hay carne,
uvas, y también galletas. También decía vino, pero imaginé que el whisky
estaba más a nuestro alcance—. Metió la mano en la cesta, y sacó dos copas
de cristal, seguida de una botella de whisky.
—Lo hiciste bien. —Me incliné hacia él y lo besé en el cuello
mientras el continuaba desempacando—. ¿Cómo te fue hoy? Siento haber
estado demasiado ocupada para acompañarte. Preferiría haber estado en el
granero que encerrada en el ordenador.
—Estuvo bien. Tenemos un puñado de terneros enfermos en uno de
los rebaños, pero Miguel no parece estar preocupado por ello. El jefe de
bomberos vino con un avance de la investigación.
Me quede quieta con la galleta en la mano. 280
—¿Averiguaron quien lo hizo?
—No, el avance era que no había ningún avance.
Mis hombros se desplomaron.
—No puedo dejar de pensar que fue un granjero fumando después de
follar con su amiga, o un ritual wiccano, o un vidente haciendo una sesión
de espiritismo o algo así.
—¿Una sesión de espiritismo?
Me encogí de hombros y me metí la galleta a la boca mientras decía:
—Todo es posible, Jake.
—¿Una sesión de espiritismo con gasolina?
—Probablemente no —admití—. Debería preguntarle a Chase.
Me miró.
—No, no deberías.
—Estas tan chapado a la antigua.
—Y también un cagón, aparentemente.
—Todas las fiestas deben tener uno.
—¿Crees que, si Chase estuviera involucrado de alguna manera, te lo
diría?
Arrugué la nariz.
—Probablemente no. Pero tal vez si no se lo pregunto
frenéticamente, me dé una pista. No pudo haber sido él. Estaba en la
cafetería cuando pasó.
—Lo cual no es para nada sospechoso.
Me entregó una copa con whiskey dorado en él. 281

—Sospechas de todo el mundo.


—Es por eso que nadie puede llegar a mí.
—Yo llegué a ti.
Ahí estaba, ese pequeño destello en sus labios que solo sucedía
cuando no quería sonreír.
—Bueno, tú eres especial.
—Gracias —dije, enderezándome le vestido sobre los muslos.
Levantó su copa, y la acercó a la mía. Bebimos un sorbo.
—Así que… —Comencé—. ¿Hay alguna ocasión que estemos
celebrando? ¿O solo querías burlarle de mi con un producto lácteo
prohibido?
—No hay ocasión. Sabía que estaríamos aquí con el tractor, y creí
que te gustaría un picnic.
—Suficiente para Pinterest. —Me lleve una mano en el corazón.
Pero él se rio.
—Eres la peor.
—Tú eres el peor.
—De nada por enseñarte a conducir un tractor, por cierto.
—Me dejaste conducir como por cuatro segundos antes de que
tomaras el control, pero aun así. ¿Crees que la próxima vez pueda llegar a
la tercera?
—Oh, me gusta cuando lo dices de esa manera. Suena sucio.
Dejé mi whisky en la tabla de quesos y me arrastré hacia él, diciendo
con una falsa voz sexy: 282

—¿Quieres que te muela el eje del engranaje?


Se inclinó un poco hacia atrás, con las piernas estiradas frente a él, y
esa sonrisa en su rostro.
—De verdad que sí.
Me subí a su regazo, a horcajadas de él.
—Pon la llave en el contacto y acelera. —Moví los hombros con mi
voz de ha-cha-cha.
Se rio mientras dejaba su vaso.
—¿Eso es lo mejor que tienes?
—¿Por qué, tu tienes algo mejor? —Abrí el botón superior de su
camisa a cuadros.
Sus manos se deslizaron por mis muslos hasta tocarme el culo.
—Súbete, tengo carga completa.
Le desabroché otro botón.
—No está mal. ¿Cuándo fue la ultima vez que tuviste tu eje
lubricado?
—Mas o menos cuando me revisaron el rodamiento de bolas.
Mordisqueé mi sonriente labio inferior, trabajando en desabrochar el
resto.
—Por suerte para ti, esta es una tienda de servicio completo.
—Bien. Tal vez pueda averiguar que hacer cuando te muestre como
manejo las curvas.
—Si fueras una puerta de coche, te azotaría toda la noche. 283

Él vociferó:
—¿Cuáles son las probabilidades de que te meta el clutch?
Me reí, enterrando mi cara en su cuello.
—Bien, esa es buena. Umm… ¡Oh! Tengo una. ¿Quieres levantarme
y revisar mi tren de aterrizaje?
—He estado pensado en ello todo el día. —Su mano se deslizó bajo
mi dobladillo y hacia mi culo. Su sonrisa cayó—. Mierda, Livi, ¿no llevas
bragas?
—No. Hizo que montar el tractor fuera verdaderamente interesante.
Se sentó, y me sujetó por la cintura, inclinándome hacia atrás. Me
besó larga y profundamente. Cuando se apartó, me puse de rodillas para
quitarle los jeans. Aprovechó el momento para deslizar su mano por la
tierna carne de mi muslo, captando mi atención.
—Nunca me he sentido tan afortunado —dijo con voz áspera.
Mis manos se tranquilizaron. Lo miré hasta que levanto la vista.
—Nunca —dijo con sombría tristeza—. ¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo
me hiciste sentir de esta manera?
Me dolía el pecho, pesado por la emoción que no podía reconocer,
que no podíamos hablar sin arruinarla.
Así que, en lugar de eso, dije:
—Así que hubo una sesión de espiritismo…
Se rio con adoración en su rostro. Sostuve su mandíbula,
levantándola. Me rodeo la cintura con sus brazos, y me atrajo hacia él.
—No creo que seas solo tu o yo —dijo—. Creo que somos nosotros. 284
No sé de donde vino. Pero lo que si sé es que no quiero perderlo.
Me bajó hacia su regazo, y tomó mi cuello, trayendo sus labios hacia
los míos en un acuerdo silencioso, y me besó.
No sabía cómo podía haberlo besado tantas veces y aun así
sorprenderme. Se mostraba insensible, convenciendo a todos a su alrededor
que no le importaba. Pero la verdad era que le importaba mucho, que casi
lo destrozaba. Nunca lo había dicho. Pero lo sentía en la manera en la que
me besaba, en la manera en la que me tocaba. Era un beso siempre al borde
de la nostalgia, como si todo lo que tenía se le escapara. Era una sensación
de presencia, como si necesitara estar aquí –justo aquí– y así pudiera
recordar cada momento cuando se fueran.
Me besó de tal manera que lo expuso, y lo que vi me rompió el
corazón. Desencadenó un profundo y doloroso deseo de ser todo lo que él
necesitaba, de entregarme a él para que supiera que mi amor era real y que
lo merecía. Porque no creo que lo supiera.
Me propuse demostrárselo.
Esperaba ya haberlo hecho.
Mi mano encontró su camino entre nosotros, terminando su trabajo
abandonado para liberarlo. Guiándolo a mi encuentro. Acomodándolo
justo dentro de mí. Dejando que la gravedad hiciera el resto.
Nuestras frentes se presionaron cuando me senté, mi cuerpo lo
apretaba, y su palpitación eran un eco. Con las piernas temblorosas, me
levanté y caí, con su cara en mi mano, y nuestras miradas fijas. Y entonces
me atrajo hacia abajo para un beso contundente, guiando el resto de mí con
un mano libre en mi cadera.
Mi cuerpo rodó contra él, sus labios separándose de los míos para
recorrer mi cuello, mi pecho, tirando de mi correa sobre mi hombro para 285
dejar al descubierto un pecho para él. Siguiendo el suave roce de sus dientes
en la delicada carne de mi pezón, a través de la sensación de sus manos
sobre mí, desesperadas por la piel. Seguí buscando presión, buscando la
liberación. Lo monté más duro cuando perdió los medios para tocarme, sus
labios se separaron y jadeo contra la piel de mi cuello. Estaba cerca, podía
sentirlo en el agarre de las yemas de sus dedos, en su hinchazón dentro de
mí. Acuné su cara, apartándolo para verlo, para observarlo hasta que
estuviera cegado por el duro estallido de mi deseo. Y verme venir fue
demasiado para detenerlo. Se tensó, dejó salir un profundo gemido desde
su garganta, y me agarró del culo mientras tomaba lo que quería, y como
lo quería. Se lo di libremente.
Me bajó lentamente, me rodeó con sus brazos, y enterró su cara en
mis pechos. Acuné su cabeza entre mis brazos, besando la parte superior
de su cabeza. Escuchó los latidos de mi corazón.
Y me pregunté si sabría que era suyo.
Toc, toc, toc, toc.
Olivia se levantó de la cama soñolienta como en una caja de
sorpresas, dándome un susto de muerte. Parpadeé hacia el reloj. Una y 286
media. Su habitación estaba en silencio excepto por el suave repiqueteo de
la lluvia en las ventanas.
—¿Ese es la…? —Comenzó antes de otros toc, toc, toc.
—¿Qué mierda? —murmuré, lanzando las sabanas.
Oliva se deslizo fuera de la cama en la oscuridad, buscando su sedosa
bata.
Pero yo ya estaba bajando las escaleras, encendiendo la luz del porche
cuando llegué a la puerta.
Mi corazón se estremeció al ver a Mack con los ojos desorbitados y
agotados al otro lado de la puerta. Su pelo estaba húmedo, y los hombros
de su chaqueta Carhartt estaban oscuros por la lluvia.
La abrí de un tirón.
—¿Qué pasa? —pregunté con gravedad.
—El… el ganado, Jake. Hemos perdido un rebaño.
Al instante, me desperté.
—¿Qué quieres decir con que nos falta un rebaño?
—Eso. El número quince, todos los animales se han ido.
Maldije, pasándome una mano por el cabello.
—Espera aquí.
La puerta se cerró de golpe antes de que respondiera, y estaba a medio
camino de las escaleras en un segundo. Olivia estaba de pie en la cima,
mirando hacia mí.
—¿Desaparecidas? —Respiró.
—Las encontraré. —Le prometí mientras pasaba junto a ella,
presionando un beso en la coronilla de su cabeza. 287

Me siguió a la habitación, encendiendo la luz mientras me ponía los


jeans.
—Voy a ir contigo.
—Espera aquí. No sé con qué estamos lidiando.
—Si crees que me quedaré aquí sola por mi cuenta, no me conoces
en lo absoluto.
Me habría reído si no estuviera tan preocupado.
—Está bien, pero ponte un abrigo.
—Seguro, papá —dijo desde el interior de la sudadera que se estaba
poniendo. Ya se había puesto los jeans.
Una vez puesta la camiseta, me apresuré a bajar las escaleras,
metiendo los pies en las botas. Oliva estaba detrás de mí, amarrándose el
cabello en un moño cuando volvía a abrir la puerta.
Mack estaba esperando en el porche como le había pedido, su cara
inclinada por la preocupación, y sus manos metidas en los bolsillos. No me
detuve, solo salí en el momento en el que la puerta se abrió rumbo a mi
camioneta.
—Cuéntamelo todo. —Me subí y encendí el motor mientras él
hablaba, Olivia se deslizó entre nosotros antes de que saliera hacia los
graneros.
—Jimmy estaba de ronda esta noche, dijo que todo era lo habitual
hasta que uno de los otros rebaños salió. Los animales estaban inquietos,
ruidosos, uno de los graneros del otro lado de la granja estaba abierto, las
vacas puestas a pastar. Y mientras él y un par de chicos estaban reuniendo
a los animales y regresándolos al granero, alguien dejó que el rebaño
quince pastara. Se fueron. 288

—¿A dónde mierda fueron? —Vacas de cuarenta y una toneladas no


desaparecen, así como así—. ¿Cuánto tiempo se fue Jimmy?
—Tal vez media hora. La mitad de los chicos siguieron las puertas
del pasto. Había señales del ganado, pero no había nada excepto huellas de
cascos, huellas de neumáticos, y miles de kilos de mierda.
Oliva y yo nos miramos.
Giré por un camino de tierra que iba en dirección al pasto vacío.
Focos delanteros brillaban en la distancia.
—Estoy asumiendo que llamaron a la policía.
—Vienen en camino. Fui directamente a buscarte.
Por un momento, condujimos en silencio excepto por la grava debajo
de los neumáticos, y el repiqueteo de las rocas contra el tren de aterrizaje.
El incendio. El ganado perdido. Y con pocas semanas de diferencia.
Si no hubiera estado ya convencido que el incendio era un sabotaje,
esto lo habría hecho.
Habían dejado la puerta del pasto abierta, y entré, dirigiéndome al
grupo de camiones y a los coches todo terreno. No había mucha acción,
solo el lote de ellos parados bajo las luces de las vigas, con aspecto rígido
y preocupado. Noté marcas de neumáticos, grandes. Duallys con huellas
de neumáticos dobles dentro de conjuntos más amplios tan profundos, que
hacían surcos de quince centímetros hacia la puerta. Alguien había dejado
entrar a las vacas donde tres, o tal vez cuatro remolques las esperaban para
llevárselas. Seguí el rastro de las huellas de los cascos hasta el conjunto de
vehículos, aparqué, y salí de la camioneta. Me acerqué al conjunto y miré
a mi alrededor.
Sus expresiones eran una mezcla de preocupación y vergüenza. 289

—Lo lamento, Jake —dijo Jimmy que retorcía su gorra de béisbol en


sus manos—. No pensé en dejar a nadie atrás cuando regresamos el rebaño
suelto. Debí solo haberles llamado a unos cuantos chicos para que me
ayudaran y dejar al resto vigilando. Es solo que… no pensé que…
Le di una palmada en el hombro al chico.
—Está bien. —Le aseguré—. Hiciste justo lo que debías hacer.
¿Alguien encontró algo? —pregunté, escudriñando sus rostros.
Uno de los chicos habló.
—Tres remolques las sacaron. Cortaron los pernos de la puerta trasera
junto a la carretera, y entraron directamente.
Observé hacia el pasto oscuro, demasiado enojado como para
encontrarme con los ojos de alguien.
Si les hubiéramos puesto GPS al ganado, las habríamos encontrado
con una llamada telefónica. Pero no teníamos los fondos suficientes para
un gasto considerable. Estábamos demasiado ocupados intentando
mantener nuestro equipo funcionando sin problemas y en condiciones.
Ante la perdida de un rebaño entero, ese gasto no parecía ser tan
elevado después de todo.
En la distancia, una nube de tormenta se iluminó desde el interior, un
estruendo de truenos nos encontraron segundos más tarde. Los chicos
estaban en silencio, esperando mis indicaciones.
Deseé tener alguna.
—Está bien —dije finalmente—. ¿Alguien vio algo?
Sacudieron la cabeza.
—Jimmy, trae a uno de los chicos que te ayudó con el otro rebaño y 290
quédate conmigo para hablar con la policía. El resto de ustedes, diríjanse
de vuelta a los graneros. Quiero a dos de ustedes haciendo recorridos sin
parar en los todo terreno y otro par vayan a comprobar los otros graneros.
Mack, regresa a la casa y muéstrales a los policías donde estamos cuando
lleguen. Llévate mi camioneta. —Le lancé las llaves y me volví hacia
Olivia—. ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres ir con Mack, o…?
—Me quedo —dijo sombríamente.
—Lo imaginaba —respondí con una sonrisa a medias—. Correcto,
vamos. Paul, si necesitas más manos, haz una lista hasta que llegué alguien.
Y envía a alguien a encontrarme cuando llegue el comisario de ganadería.
—Si, señor —dijo, y se separaron, dirigiéndose a sus recorridos.
Uno por uno, los faros giraron y desaparecieron, dejándonos de pie
bajo la lluvia. Me alejé, mis ojos en las huellas en un intento de entenderlas,
deseando que pudieran hablar.
Nos tenían en la mira, y quería saber quien mierda sería tan estúpido.
Porque se las verían conmigo cuando los encontrara.
Me detuve en una de las huellas de los remolques, mirando la banda
de rodadura. Era perfecta, si tuviera que adivinar, los neumáticos eran
nuevos por la profundidad y la nitidez del patrón. Si eran tres remolques,
tuvieron que haber sido grandes, de doce metros, o no habrían sido capaces
de llevarse un rebaño entero.
Esta no era una operación pequeña. Estaba organizada, con
conocimiento interno de nuestra granja, y de los pastos. Una operación
como esta sabría que nuestro ganado no tenía GPS.
Olivia se paró a mi lado, deslizando su mano en la mía.
—Nuestro ganado… 291
—Lo sé.
—¿Quién haría algo como esto?
Era una pregunta retórica, pero la miré con una respuesta de todos
modos. Ni siquiera tuve que decir sus nombres, ella lo sabía.
—¿Por qué los Pattons robarían nuestras vacas? —preguntó con
indignación—. No pueden mantener nuestras terneras o lo sabríamos.
—¿Lo sabríamos? ¿Cómo es eso?
—No podría… bueno, ¿la policía no sería capaz de comprobar la
cantidad de su ganado? ¿Ver si su rebaño aumentó?
—Ellos tienen ganado entrando y saliendo de la granja todos los días.
Un chasquido, y eso lo explicaría. Aunque venderán a las terneras,
probablemente a un cuatrero. Fuera de los libros. No las van a regresar, y
no hay manera de probar que los Pattons están detrás de nosotros. Pero eso
no cambia el hecho de que fueran ellos.
—Eso no es un hecho, Jake. No tenemos ninguna prueba, solo tu
corazonada.
—Voy a encontrar las pruebas. Primero el incendio, y ahora esto.
¿Qué sigue?
—Jake… —Respiró, mirándome—. Las terneras enfermas.
Me quedé quieto. El puñado de ellas que habían estado enfermas
desde hace unos días se había multiplicado, y luego una vez más. Teníamos
grupos de casos en otros pocos rebaños, –todos los rebaños en cuarentena–
y Miguel había estado haciendo pruebas sin parar para intentar averiguar
que estaba mal. Había probado un montón de remedios sin suerte. Todo lo
que habíamos hecho era tachar las posibilidades de la lista sin aprender
nada nuevo. Pero si sabíamos que era algún tipo de interferencia, 292
podríamos reducir la lista.
Me saqué el teléfono del bolsillo. Llamé a Miguel. Le dije que me
encontraría con él en su oficina una vez que terminara con la policía así
podíamos investigar un poco más, considerando el sabotaje como primera
opción.
Las sirenas sonaron en la distancia mientras guardaba el teléfono, y
cuando miré en dirección al sonido, pude ver las luces brillando en azul,
morado, y rojo. Olivia envolvió sus brazos en mi cintura, y la acerqué,
mirando las luces por encima de su cabeza sin ver nada.
—¿Qué vamos a hacer, Jake?
—Todo lo que esté a nuestro alcance —respondí.
Solo esperaba que eso fuera suficiente.
Me pasé una mano por la cara, mirando el reloj.
La noche había sido interminable, el sol se alzaba sobre el equipo
forense ocupado alrededor del granero, y en el pasto. Había dejado a Mack
con ellos junto con Miguel para que les hablaran sobre lo que podría estar
mal con nuestro ganado.
Hasta ahora, no habíamos tenido suerte.
—Es solo que no tiene ningún sentido —dijo Miguel desde detrás del
ordenador—. Ninguno de los paneles ha revelado nada. Estoy esperando
algún resultado viral, o mineral, pero todo lo que puedo comprobar es
negativo. Si supiera que es algo viral, ya seria algo. Incluso he hablado con
algunos amigos para ver si ellos tienen alguna idea, pero lo he hecho todo.
hasta perder una ternera no lo sabremos. Una autopsia podría ayudarnos a 293
diagnosticar.
Ese sombrío pensamiento colgaba en el aire.
Oliva entró con dos tazas de café y una expresión de cansancio en el
rostro. Puso una enfrente de Miguel y me pasó la otra antes de sentarse a
mi lado. No dijo nada.
Miguel se reclinó en su silla, con las cejas fruncidas.
—No sé nada de como se contagiaron, pero no creo que sea
contagioso –desde la cuarentena, no ha habido nuevas reces enfermas en
los rebaños, solo de los graneros. Lo mejor que tengo es la orina roja– es
el único síntoma visible aparte de la pereza general, y la disminución de
apetito. Podrían ser sus riñones. No es la sangre. Ninguna causa natural
como el betabel o el trébol duraría un periodo prolongado. No es uretral.
Hasta que consiga más resultados de las pruebas, estoy atascado. —Cerró
el ordenador—. Hemos puesto a cuatro rebaños en cuarentena y cien vacas
se han enfermado en solo unos pocos días.
—Así que no hay nada que podamos hacer —dijo Olivia. No
preguntó.
—Por ahora, no.
Se hundió. Sentí el peso de todo arrastrándome al suelo, y me puse
de pie, desafiándolo.
—Entonces tenemos que descansar —dije, tomándola de la mano.
Con un asentimiento se puso de pie, apoyándose en mi lado—. Haz que Kit
nos despierte si necesitas algo.
Miguel asintió.
—Lo haré.
Nos arrastramos de vuelta a la casa. 294
—No sé si volveré a dormir, Jake.
—Yo tampoco. Pero te apuesto a que una vez que nos limpiemos y
nos metamos a la cama, nos encontrará.
—Es que no lo entiendo. —Su voz tembló.
—Lo entiendo perfectamente. Estoy bastante seguro de que sabremos
quien lo hizo y por qué.
Olivia se detuvo en seco, con el rostro enrojecido y sus ojos brillando
con lágrimas.
—Detente. Solo detente. Estas convencido de que los Pattons están
obsesionados contigo, pero yo creo que eres tú quien está obsesionado. No
tiene ningún sentido, Jake. ¿Por qué dañarían la propiedad que quieren
adquirir? Son más inteligentes que eso, ¿o no?
—Jesús, Olivia. No seas ingenua, ellos harían lo que sea para
quedarse con esta granja. Harán lo que sea para arruinarnos con tal de
hacerlo. No necesitan ninguna razón más aparte de esa.
—Pero no hay pruebas de que nos estén saboteando. Si, nos quieren
arruinar, pero no podemos acusarlos de algo sin evidencia física, ni ahora
ni nunca. Nombra una cosa que hayan hecho que haya provocado un daño
real.
No respondí. Estaba demasiado ocupado intentando averiguar como
contarle el mayor pecado de los Pattons.
—¿Ves? Ni siquiera puedes nombrar una.
Un fuego de rabia, arrepentimiento y vergüenza se elevó en mí como
un incendio. Lo podía sentir en mis pulmones aserraban el aire fresco de la 295
mañana. Podía sentir el fuego en mi piel, humeante y sonrojada.
—Ellos fueron los que me reportaron.
La confusión se reflejó en su frente.
—Al Servicio de Control de Inmigración y Aduanas. ¿Quieres saber
quien de verdad nos puso a Pop y a mi en el hoyo? Fueron ellos.
Se dio cuenta y sus ojos se abrieron de par en par.
Le di la espalda, caminé unos cuantos pasos, y me pasé una mano por
el cabello. Me volví hacia ella.
—Ellos lo averiguaron y llamaron a inmigración. Esto, después de
años de robar nuestro negocio y generaciones de lucha. Pero se detuvieron
cuando Frank se arruinó para salvarme. Y entonces todo lo que tuvieron
que hacer fue esperar a que nos desmoronáramos.
Sus labios se separaron.
—Yo… ¿cómo lo supiste?
—Porque Chase Patton no puede mantener la puta boca cerrada.
Sabes que nada se mantiene en secreto por aquí, y en el momento en el que
se lo contó a Kendall, toda la escuela lo sabía. ¿Estás satisfecha ahora? ¿Ya
te has convencido?
—Eso no es justo.
—Lo que no es justo es que no me creas en esto —dije—. Crees que
soy un tonto testarudo. Pero ni una sola vez me he equivocado, no hasta ti.
Por otra parte, te empeñas en romper las expectativas, ¿no? —Sacudí la
cabeza, y miré a otro lado, mis dientes apretándose lo suficientemente
fuertes como para rechinar—. Frank se ha ido, y han pensado en ti nuestro
punto débil. Van a asfixiarnos y entrar, y tú eres la única vía que tienen. La 296
mitad de todo esto es tuyo, Olivia. Y lo quieren.
—Jake —dijo en voz baja mientras se acercaba.
Mire fijamente un corte en el lateral del granero rojo.
—Jake, por favor.
Su mano en mi brazo fue como un bálsamo en mis heridas. La miré,
encontrando la paz en el marrón sin fondo de sus ojos, tanto si quería verlo
como si no.
—Lo siento. Lamento que te hayan hecho esto. A la granja. La única
cosa que les agradezco es que te mantuvieran aquí, así pude encontrar mi
camino de vuelta a ti.
Se me hizo un nudo en la garganta. La atraje hacia mi pecho así no
podía ver mi cara, demasiado cansada de fingir.
—Te creo —dijo después de un minuto—. Creo que deberíamos
hacerle saber a la policía quién creemos que está interfiriendo.
Una risa seca.
—Olvidas que los Pattons manejan este pueblo. Cada rincón de el, él
sheriff incluido. No serviría de nada.
—Bueno, algo se nos ocurrirá —prometió—. Consigue ayuda
externa. Encuentra evidencia irrefutable. Tengo que creer que todo estará
bien, Jake. Tiene que estarlo. No sé… no sé cómo vamos a… —Sus
palabras de disolvieron en lágrimas.
Pero sabia que una cosa que había dicho era cierta, ella necesitaba
creer que todo iba a estar bien. Y puede que no haya podido hacer mucho,
pero podía darle eso.
—Tienes razón —dije antes de darle un beso en la frente—. Lo
averiguaremos. 297
Y me tocaba a mi averiguarlo.
Ciento veinte cabezas de ganado enfermas.
Treinta y dos muertes en tres días.
La cara de Kit estaba desencajada mientras terminada de arreglar la 298
canasta apilada con panecillos de salchicha que iba a llevar al personal.
—Miguel debería saber algo sobre las pruebas hoy, ¿cierto?
—preguntó, con la mirada en sus manos.
Mi corazón se hundió más de lo que ya estaba.
—Las recibió esta mañana. Nada.
—No veo como eso es posible —resopló—. Esos laboratorios no
saben lo que están haciendo. Se supone que tengan que darnos respuestas,
y no un montón de ceros. Alguien tiene que ayudar, ellos son los
profesionales.
—Lo sé. Pero todo lo que pueden darnos son datos, y los datos no
muestran nada. Miguel está haciendo otra ronda de pruebas de minerales y
toxinas en el ganado, así como en el agua, el heno, y el alimento. La
Administración de Medicamentos y Alimentos estuvo aquí ayer, por amor
de Dios. Estamos en peligro de que nos cierren, así que tenemos que
averiguarlo… pronto. Hemos comprobado los campos por algún signo de
interferencia, pero podría ser cualquier cosa, Kit. Alguien podría haber
manipulado el suelo, haber plantado algo en algún rincón que perjudicara
al rebaño para comer. Poner algo en el agua que no pudiéramos detectar en
nuestros propios análisis. Solo esperemos que en esta ronda aparezca algo,
porque nadie parece ser capaz de averiguar lo que está ocurriendo.
—Estoy muy enojada —dijo con la voz temblorosa mientras usaba
demasiada fuerza para apilar los pequeños sándwiches—. Y asustada.
Después de todo, y ahora esto. Todo se siente demasiado grande,
demasiado difícil. —Resolló, y empujó la canasta en mi dirección.
—Lo sé —dije con las entrañas hechas pedazos mientras rodeada la
mesa para darle un abrazo.
Se aferró a mi como si fuera a salir volando en caso de soltarme. 299
—¿Qué vamos a hacer, Livi? —preguntó en voz baja—. ¿Cómo
vamos a hacer para sobrevivir?
—Vamos a seguir intentando —dije con esperanza—. Necesitamos
dinero para reemplazar el ganado que perdimos y mantenernos
funcionando, y no hemos intentado en el lugar que resulta tener una caja
fuerte llena de él.
—¿El banco? —Se inclinó para encontrarse con mis ojos—. Livi,
¿vas a intentar pedir un préstamo? ¿Vas a volver a hipotecar la granja?
—Ya lo he solicitado. Tengo una cita esta tarde para averiguar si lo
conseguimos.
Sus ojos se abrieron de par en par con esperanza.
—¿Crees que te lo darán?
—Todo lo que puedo hacer es cruzar los dedos.
—Entonces también cruzaré los míos.
—Oh… y Kit, no le digas a Jake.
Me miró.
—No es así. Es solo que sabía que diría que no. Si lo consigo, se lo
diré. Si no, no se enterará de nada.
Kit respiró profundo y lo soltó en un suspiro.
—Espero que lo logres. Si alguien puede hacerlo, esa eres tú.

300
La banquera del otro lado del escritorio tenía una expresión de lastima
mientras me devolvía mi carpeta con papeles financieros.
—Lo lamento, Srta. Brent. Pero al ver sus estados de cuenta,
devoluciones y deudas, no hay capital para sacar. No hay garantía.
—Tiene que haber algo que podamos hacer —insistí—. Nuestra
granja tiene que valer algo.
—Dado su deuda pendiente, no podemos prestarle la cantidad de
dinero que usted necesita. Lo siento mucho. Su granja es un elemento
básico en el pueblo, y su abuelo fue un pilar en nuestra comunidad. Pero al
final del día, las matemáticas tienen que funcionar. Y lamento tener que ser
la que le diga que, en este caso, simplemente no lo hace.
Me tragué la bilis y asentí con la cabeza, alcanzando la carpeta con
las manos temblosas.
—¿Hay algo más en lo que la pueda ayudar? —preguntó, sabiendo
perfectamente bien que esa era la única cosa con la que me podía ayudar.
—No, gracias —dije mientras me levantaba—. Le agradezco su
tiempo.
Nos dimos la mano. Me acompañó a su puerta. La dejé atrás,
intentando contener las lágrimas, pero cuanto más me acercaba a las
puertas corredizas del banco, menos control tenía. No podía ver más allá
de la cortina de lágrimas, la inutilidad de nuestras circunstancias me
aplastó, y me había clavado en el suelo.
Tengo que salir de aquí. Tengo que salir. Tengo que…
Me estrellé en una figura borrosa quien me atrapo antes de rebotara
en ellos.
—¿Olivia?
301
Cuando parpadeé, cayeron lagrimas gordas sin siquiera tocar mis
mejillas, revelando a Chase Patton.
Me observó con evidente preocupación escrita por todo su rostro.
—¿Qué está mal? ¿Qué sucedió?
Sacudí la cabeza, desesperada por alejarme.
—Estoy bien, gracias.
—Te ves bien —bromeó suavemente.
Una débil sonrisa.
—Si me disculpas…
—¿De verdad no me vas a decir?
Hizo la pregunta con tanto cuidado que me hizo dudar. Pero al
recuerdo de lo que le había hecho a Jake y a nuestra granja, mi espalda se
puso rígida.
—¿Por qué debería contártelo? Eres la razón por la que nuestra granja
este en problemas.
—¿Cómo es eso?
—Jake me dijo que fue tu padre. El costo de la libertad de Jake fue
nuestra granja. Si ustedes no lo hubieran entregado, no estaríamos aquí
justo ahora.
Miró en dirección a las oficinas, y después a mi vestido negro, esta
vez llevado a un funeral por la esperanza. La compresión pasó por su rostro.
—¿Tan malo es? —preguntó—. Escuché que tus vacas estaban
enfermas…
—Bueno, ¿no estas bien informado? Por favor, no me retengas aquí
302
por más tiempo. Ya estoy bastante humillada.
Chase sacudió la cabeza, mirando sus zapatos.
—No soy el niño que solía ser.
—No, ahora eres la versión adulta del imbécil de Patton.
—No lo entiendes… —Hizo una pausa. Miró al suelo, y sacudió la
cabeza—. Soy quien le dijo a mi padre sobre Jake cuando me enteré en la
escuela. Todo porque creí que le agradaría a mi padre, y así fue. Conseguí
la palmadita en la cabeza que quería y arruiné tu granja. Es mi culpa. Pero
lo que no sabía era que James Patton nunca está satisfecho, y nunca lo
estará.
Lo miré.
—¿Qué quieres de mí, que te perdone? Porque no soy yo quien debe
hacerlo. Y no quieres saber lo que pienso de ti justo en este momento.
—He pasado noches en vela como la gente. La mayoría de las
personas piensan en cosas intrascendentes –algo que dijeron sin cuidado,
un momento vergonzoso, acoso de la infancia. Pero yo pienso sobre
cuantas vidas arruiné o pude haber arruinado con ese pequeño trozo de
información.
—Bien. Deberías estar avergonzado de ti. Espero que te mantenga
despierto por el resto de tus días, Chase Patton.
—Déjame intentar enmendar las cosas. ¿Puedo intentar hacer lo
correcto?
—Tus palabras valen menos que la tierra, así que lo dudo.
—¿Pero que pasa con el dinero?
303
Cerré la boca, me tragué lo que estaba a punto de decir así para
tomarme un momento de confusión para analizar lo que había dicho.
—No me sirve el dinero de Patton.
Sacó la chequera de su bolsillo trasero y la abrió.
—¿Cuánto dinero necesitas?
—No puedes comprar tu camino de vuelta a mi gracia. Y ahora estoy
con Jake, si antes no había la posibilidad de que ocurriera, ahora menos.
Ignorándome, hizo lo posible por garabatear en la chequera sin algo
solido para escribir.
—¿Cien mil son suficientes?
—No puede creerte, maldita sea —dije en voz baja antes de girarme.
Pero me agarró del brazo.
—Olivia, por favor.
Algo en la manera en que lo dijo me hizo detenerme. Me giré para
mirarlo.
—No entiendo que estas haciendo. No nos asociaremos con las
Granjas Patton, y no puedes tenerme. Entonces, ¿cuál es tu ángulo?
—No hay ningún ángulo. Tu estarías limpiando mi consciencia, y yo
estaría arreglando algo que rompí hace mucho tiempo. Doscientos mil
—dijo mientras escribía cada número y lo firmaba con un raspado de su
pluma. Arrancó el cheque y me lo pasó.
Lo miré fijamente.
—Sin ataduras. Solo… piénsalo. ¿Esta bien? Háblalo con Jake. Si
quieres que firme algún tipo de papel, lo haré. Este es el dinero que mi
padre me dio por causa tuya, dinero que me dio para hacer lo que quisiera. 304
Debería cubrir la inmigración de Jake.
Sacudí la cabeza, pero no dije nada.
—Acepta el dinero —instó—. Nada de esto habría sucedió de no
haber sido por mí, tu misma lo dijiste. Necesitas ayuda. Yo te puedo
ayudar. Acepta el cheque y asegúrate de que la respuesta es un rotundo no
antes de romperlo. Eso es todo lo que pido. Porque si no puedes conseguir
dinero aquí…
—Hay otros bancos.
—No importa si estas hundiéndote con tu granja. Nadie te va a
prestar. —Cuando seguí sin aceptarlo, agregó—: Regrésamelo algún día,
si eso te hace sentir mejor.
Miré fijamente el cheque por un momento más, considerando mis
opciones. Un préstamo de un Patton era una blasfemia. Pero ¿una ofrenda
de paz? Tal vez podíamos hacerlo funcionar, si nos cubríamos el culo con
papeleo legal. Si pudiera conseguir que Jake se uniera.
Era el más grande “si” en el que había invertido mi dinero.
De mala gana, lo acepté, deslizándolo en mi carpeta de papeles.
—Es probable que la respuesta siga siendo no.
—Estoy escuchando que hay una posibilidad de que sea un si —dijo
con una sonrisa amable.
—Escucha lo que quieras. Gracias por la oferta. Es… demasiado
generosa.
—Si me preguntas, no es suficiente.
Quería creer en él. Quería cambiar el cheque justo ahora y llegar a
casa y contarle a Jake que lo había solucionado, que podíamos saldar
nuestras deudas y reemplazar al ganado que habíamos perdido. Siempre y 305
cuando no se enfermaran más. Y la Administración de Medicamentos y
Alimentos nos permitiría seguir abiertos.
—Tengo que irme —dije, retrocediendo hacia la puerta.
—Lo entiendo. Hazme saber si hay algo más en lo que pueda ayudar.
Incluso si es mi humillación publica por el bien de tu novio.
Una sonrisa pasó por mi cara y se alejó al pensar en Chase en
calzoncillos apretados, de pie en la barra de Joe, cantando Britney Spears.
Con un asentimiento, me dirigí a la puerta de nuevo, y esta vez, lo hice sin
intromisión.
Una vez en la camioneta de Pop, arrojé la carpeta en el asiento como
si fuera un sobre espolvoreado con ántrax.
El peso de la decisión cayó sobre mí, y me agarré a ella, ansiosa por
escapar.
No había dinero en la granja excepto por el cheque en mi carpeta, y
había venido del bolsillo de nuestro enemigo. Tanto como quería creer en
Chase, y por muy maravilloso que fuera que todos se dieran la mano y
cantaran “Kumbaya”, no podríamos estar más lejos de la paz y la felicidad.
Intenté imaginar lo que diría Jake. Intenté imaginar lo que haríamos
con el dinero y sin él. ¿Venderíamos el ganado? ¿Reduciríamos el tamaño?
¿Despediríamos al personal?
Se me revolvió el estómago, y me entró el pánico.
El viaje a casa fue un borrón. Cuando llegué a la casa, agarré la
carpeta y entré, lanzándola al escritorio de Pop antes de subir a cambiarme.
Me puse las botas. Me até el pañuelo en la cabeza. Abrí la puerta y me
dirigí a toda prisa al granero rojo. 306
Nada como un poco de trabajo manual para quemar la angustia.
El granero olía a heno, alimento, y a los animales. Motas de polvo
flotaban en la luz que entraban por las ventanas, y por un momento, las
observé bailar. Cuan bello seria flotar perezosamente bajo el sol, arrastrado
por cualquier corriente que te atrapara.
Cuando me detuve en los corrales de los animales para saludar, me
saludaron con sonidos de reconocimiento. O hambre. O puede que ambas.
Me acerqué por último a Alice.
—Hola, ¿cómo estás? —Acaricié su cabeza. Cuando nos
encontramos con la mirada, se alegró—. ¿Quieres que te ordeñé?
Alcancé el balde y el taburete, y antes de que los tuviera, Alice se
acostó. Su cara estaba levantada, y sus ojos buscando.
Frunciendo el ceño, regresé hacia donde estaba ella, arrodillándome
para acariciarla.
—¿Qué pasa, chica?
El miedo subió, burbujeando desde mi vientre hasta el esófago. Una
vez más, se alegró, pero recostó su cabeza en mi regazo.
—Oh, Dios. —Respiré, buscando en el heno la única señal que daba
el ganado de que estaba enfermo.
La encontré rápidamente, el anillo rosado de heno que me decía que
no quería saber. Y luego otro.
No.
El retorcijón en el pecho dolió demasiado como para hablar, respirar,
o pensar. Solo me senté ahí con la cabeza de Alice en mi regazo, mi mente
en una pantalla estática hasta que algo finalmente se abrió paso.
307
Jake. Encuentra a Jake.
Antes de que tuviera la oportunidad de mover la cabeza de Alice,
escuché la voz de Jake a mis espaldas.
—¿Dónde has ido con tu vestido de funeral hace un momento…?
—Se detuvo.
Las lagrimas llenaron mis ojos, mi visión se hizo borrosa cuando se
encontró con mi mirada.
—No, Alice no.
Asentí.
—Jesús —dijo, arrodillándose rápidamente a mi lado, de alguna
manera arreglándoselas para sostenerme con la cabeza de la ternera en mi
regazo.
—¿Cómo se enfermó? —preguntó entre sollozos agitados—. Ella ni
siquiera está con los rebaños.
—No lo sé.
—No tiene sentido. Nada tiene sentido. —El miedo y la histeria se
apoderaron de mí, pellizcando mis pulmones hasta que las yemas de mis
dedos hormiguearon.
—Lo tendrá. Voy a averiguar que está sucediendo. Te lo prometo.
—No puedes prometer eso. ¿Qué pasa si no podemos? ¿Qué pasa si
nunca lo averiguamos? —Me hice hacia atrás para mirarlo, cayéndome en
pedazos sin nadie quien me atrapara—. ¡Llegó al granero rojo, Jake! Alice
no ha estado en ningún otro lado cerca de las vacas enfermas, y mira!
¡Mírala! —Ambos lo hicimos—. ¿Qué pasa si todo el ganado se enferma?
¿Qué pasa si perdemos todo lo que tenemos?
—No voy a permitir que eso pase —insistió. 308
—¿Qué pasa si no puedes detenerlo?
La pregunta quedó suspendida entre nosotros.
—Tenemos que comenzar a pensar que sucede si no desaparece.
¿Dónde está el umbral de las perdidas? ¿Cuánto tiempo pasara hasta que
estemos en banca rota o peor? Si esto sigue así, no seremos capaces de
reemplazar el ganado. ¿Y después qué?
Me observó, con las cejas bajas y los ojos oscuros.
—Entonces nos las arreglaremos.
—¿Y que pasa si no podemos?
—¿A dónde quieres llegar?
—Eres demasiado testarudo como para considerar cualquier
resultado que no sea el éxito. Crees que puedes superar cualquier cosa por
el puro poder de tu voluntad. Pero no puedes hacer algo de la nada. No
puedes decidir si va a estar bien. Es hora de que pensemos en que sucede
si no lo está. Y el hecho es que no podemos hacerlo solos.
—Podemos vender cabezas de ganado. Minimizarlo.
—No sabemos cuanto ganado vamos a perder, podríamos no tener
nada para vender.
—El banco entonces. Otro préstamo…
Sacudí la cabeza, las lágrimas me ahogaban.
—Lo intenté. Ahí era donde estaba, el banco. No nos van a dar dinero,
Jake. No tenemos el capital o los fondos para salvarnos. Y entre más
ganado perdemos, más grande será nuestra deuda. —Cuando traté de tomar
un respiro, se agitó en mi pecho—. Me encontré con Chase hoy, y…
309
Retrocedió. Se puso de pie, y me miró.
—Si estas sugiriendo que Chase Patton nos ayudé, te juro por Dios,
Olivia, que hemos terminado.
La facilidad con la que me había lanzado algo tan serio me dejó
boquiabierta.
—¿Me dejarías solo por sugerir algo?
—Si ese algo tiene que ver con los Pattons, entonces sí. Lo haría.
Porque eso significaría que estamos fundamentalmente en desacuerdo en
el punto más sagrado, lealtad a esta granja y a todo lo que representa. Sin
mencionar que ellos son los que nos hicieron esto.
—¿Qué más sugieres que hagamos? Tampoco quiero esto, pero se me
acabaron las ideas. ¿Quién más tiene el dinero para ayudarnos? Si no son
ellos, ¿quiénes? Chase podría ser nuestra única opción. Tenías razón, los
Pattons estaban detrás de nosotros. James Patton envió a Chase para
infiltrarse, pero Chase me lo dijo. No mintió, no intentó escabullirse de mí.
Vino directamente y me lo dijo, solo porque era lo correcto.
Me miró con todo el enojo y toda la traición de los apóstoles
encontrando a Judas.
—¿Cuándo te lo dijo?
—El cuatro de julio…
—¿Lo has sabido desde hace semanas?
—Yo… no pensé…
—No. No pensaste. —Su pecho se hinchó—. Creí que estábamos en
la misma página. No me conoces en lo absoluto si pensaste que
consideraría estrechar las manos con esos ladrones. Supongo que tampoco 310
te conozco, no si ocultaste esto de mí. No si estas sugiriendo que aceptemos
el dinero de un Patton. —Se levantó por completo, su cara me encerró
como una puerta cerrada por el viento—. No voy a aceptar su sucio y
contaminado dinero. Me ocultaste la verdad, los Pattons han estado tras
nosotros todo este tiempo, tal como lo dije. Lo sabías, y los defendiste. Si
crees que Chase no tiene un ángulo, eres una idiota. Pero lo peor de esto es
que confiaste en él y no en mí. Elegiste su palabra por encima de mis
deseos.
—Escogí la granja sobre el orgullo, no a él sobre ti. Es solo que estas
tan cegado por tu rencor como para considerar que él no es tan malo como
lo has hecho parecer.
—Y tú eres demasiado crédula para considerar que él está lleno de
mierda. Te tiene comiendo de su mano, Olivia. Si crees que una disputa de
ciento veinte años puede desaparecer así como así y que tomar el dinero de
los Pattons es una solución, entonces no has estado prestando atención.
—Sacudió la cabeza, pasándose una mano por el cabello, mirando al suelo
por un largo rato—. Dices que eres leal a la granja. A mí. Pero si eso fuera
cierto, nunca habrías pronunciado esas palabras. Nunca te habrías opuesto
a mí en el asunto de los Pattons.
Se giró para irse. Me levanté de debajo de Alice para detenerlo,
tomándolo del brazo.
—Jake, déjame explicarte…
Se encogió de hombros con una sacudida tan brusca, que casi me
tropiezo. No me miró, sino que siguió caminando hacia la puerta del
granero.
—Lo entiendo perfectamente —dijo con frialdad—. Ya has hecho
suficiente daño para toda la vida, Olivia. Ninguna explicación cambiará
eso. 311
Me quedé de pie en medio del granero y lo observé hasta que
desapareció. Mi vaca yacía enferma y muriendo detrás de mí, nuestra
granja estaba atrapada en arenas movedizas, y se nos escapaba nuestro
futuro.
Me prometí que se calmaría. Lo hablaríamos como siempre lo
hacíamos. Trabajaríamos juntos. Hablaríamos de lo que pasaría.
Encontraríamos una solución. Pero no podíamos hacerlo sin ayuda, no si
las cosas empeoraban un poco más.
En ese momento, comprendí porque nadie le vendería su alma al
diablo.
Habría firmado con sangre en ese mismo momento.
Había tenido muchas noches largas, pero ninguna como esta.
Por primera vez en semanas, dormí en mi propia cama… solo. Si la
perdida de ella a mi lado no era suficiente como para mantenerme 312
despierto, habría sido la repetición de nuestra pelea en mi cabeza.
No podía hacer que se detuviera.
Bowie saltó a la cama cuando me escuchó despertar del escaso sueño
que había logrado. Se lanzó por mi cara como un cohete, con la lengua por
delante. Solo cuando lo sujeté, se soltó de mis brazos, regresando con su
pierna de juguete. Así que hice lo que me había pedido: la tomé, la lancé,
y lo escuché escabullirse en su dirección.
En mi caja torácica se asentaba un bloque de hormigón, aplastando
mi corazón y pulmones, irradiando dolor en olas estrepitosas con cada
latido del corazón. Todo estaba mal. Olivia no estaba aquí. Las cosas que
nos dijimos. El ganado. La granja. La ausencia de Frank.
Frank habría sabido que hacer. Pero no era ni la mitad del hombre
que era él. No tenia idea de como manejar lo que había sido arrojado a mi
regazo, no hasta que tuviéramos respuestas. Tampoco sabía que hacer con
mis sospechas sobre Chase. Mi instinto era la confrontación, algo con lo
que también había pasado tiempo fantaseando. Varios escenarios se
desarrollaron en mi mente que involucraban mi puño y el ojo de Chase. Su
nariz también era un objetivo en el carrete de la fantasía, sabía que la visión
de su nariz rota y la mitad de la cara inferior cubierta en sangre satisfaría
muchas, muchas cosas en mí.
Me conformaría con una confesión, pero eso era tan probable como
ponerle neumáticos de bicicleta a un tractor.
O que me disculpe con Olivia.
Mi Olivia. En el fondo, sabia que estaba intentando ayudar,
intentando ser razonable. Estaba buscando soluciones. Pero estaba
husmeando en el último lugar que debería.
Me resultaba imposible de creer que siquiera lo considerara. Al final, 313
había ignorado mis advertencias.
Incluso después de que le conté lo que me habían hecho, a la granja.
A Frank.
Lo que estaba sugiriendo era imperdonable. Que creyera por un
segundo que yo accedería, era inconcebible. Una cosa era innombrable,
solo una: los Pattons. Pero una y otra vez, me empujó en esa dirección,
sabiendo que solo me resistiría y me defendería.
Y después estaba el asunto de su mentira. Había sabido por semanas
que Patton nos perseguía activamente y no me lo dijo. Las únicas razones
que pude encontrar eran que, o tenía sentimientos por Chase, o no confiaba
en mí.
No quería alejarme de ella. No quería estar en ningún otro lado en el
que ella no estuviera. Había sido cruel, dije cosas que no debí, cosas que
no quería decir. Lo ultimo que quería era que se fuera de aquí. Que me
dejara.
Pero creía que ella entendía lo profunda que era la división de
nuestras granjas hasta que ignoró lo que yo había dicho y sentido,
llamándome testarudo como si esto fuera solo un asunto de obstinación. Y
mi herida era tan profunda que no podía verla. Ahora no. No podía
mantenerme teniendo la misma conversación, la misma pelea. Estaba
demasiado cansado, y había demasiado en juego.
Así que, era lo que era.
Tiré de las sabanas, y me levanté de la cama, dirigiéndome a la cocina
con Bowie mordisqueando mis tobillos, dejando abandonada su pierna en
el suelo. Era tan malo como un niño pequeño: sus juguetes estaban
esparcidos por toda la casa, los sacaba de la canasta y los distribuía por
todos los metros cuadrados. En la cocina había una pelota de tenis que lancé
a la sala de estar para conseguir un segundo para preparar café. 314

Hoy sería otro torbellino. Alice había sido puesta en cuarentena con
el otro ganado y revisada por Miguel. Ayer habíamos terminado con un
total de treinta y dos vacas muertas y sin fin a la vista.
Era demasiado.
Independientemente de lo que Olivia hizo o dijo, los Pattons eran las
únicas personas quienes harían todo lo posible por arruinarnos. Era cierto,
no tenía pruebas. Pero era hora de hacer un ajuste de cuentas. Incluso si no
podía sacarle nada a Chase, me sentiría veinte kilos más ligero si pudiera
descargarme en él. Si no lo hacía pronto, era probable que explotara, ¿y
que iba a hacer la granja conmigo en pedazos por todo el granero?
Pero antes de lidiar con Chase, necesitaba encargarme de las rondas
de la granja. Me cambié mientras esperaba el café, vertiéndolo en un termo
cuando terminó de hacerse. Metí los pies en las botas y me dirigí al granero
con el tintineo del collar de Bowie detrás de mí.
Casi todo mi ser estaba sintonizado a la casa grande al pasar por ella,
buscando movimiento o algún mechón de pelo rojo, incluso si no quería.
Quería verla. Tenía miedo de que haría si lo hiciera. Tanto si la besaba
como si me peleaba con ella, sería un error, y no podía enfrentar la elección
o las consecuencias. No hasta que tuviera algo de tiempo u una noche
completa de sueño.
Cuando abrí la puerta del granero, Bowie salió disparado directo
hacia las cabras para burlase de ellas, imbécil.
El establo de Alice estaba dolorosamente vacío, parecía como si todas
las cabezas peludas del establo apuntaran a él. Hice mi recorrido alrededor
de los corrales y los establos de los caballos como Olivia y yo solíamos
hacer juntos, asegurándonos que todos tuvieran comida, heno, y lametones
de sal. Saludando y acariciando sus cabezas. Kit traía la comida de los 315
cerdos y se llevaría los huevos de las gallinas. Uno de los miembros del
equipo limpiaba los establos y preparaba a los caballos.
Bowie le ladró con su pequeño ladrido a la niña Brenda, quien una
vez casi le había roto el cerebro con su grueso cráneo. Algunas veces me
preguntaba si el lo recordaba, tan implacablemente como la molestaba,
entrando al corral para mordisquearle las ancas antes de volver a sacar el
culo antes de que ella lo atrapara. Si Jolene estuviera aquí, perseguiría a
Bowie como un hombre exagerado, dándole la gloria mientras ella le
ofrecía apoyo moral.
Me resultaba muy familiar.
Pasé por el chiquero, verificando el comedero que complementaba la
de los cerdos. Pero me detuve en seco cuando me acerqué lo suficiente para
verlos bien. Porque no eran rosas, estaban amarillentos.
Ictericia.
Un pensamiento me atravesó el cerebro. Me volví hacia las cabras,
escalando para comprobar en una de ellas los ojos, las encías, y entre las
patas. Amarillentas por completo. Pero los caballos estaban bien. Los otros
animales también mostraban signos, pero los pollos no estaban afectados.
Muy pocas enfermedades podían saltar a los animales. Pero todos estos
animales tenían una cosa en común con los rebaños enfermos.
El agua que se les daba provenía de nuestro viejo molino de agua.
Excepto la de los pollos.
Me giré sobre mis talones y me dirigí hacia la camioneta.
Mientras Bowie y yo nos apresurábamos para llegar con Miguel, yo
era un estruendo de pensamientos. Preocupaciones. Acusaciones. Porque
si bien era posible que esa fuente de agua en particular se hubiera 316
contaminado de forma natural, era altamente improbable. Hace dos años,
habíamos reemplazado el equipo subterráneo con componentes de ultima
generación, aunque no tuvimos dinero para otro sistema de filtración. La
infiltración habría tenido que ser manual.
Aceleré.
Cuando llegué al edificio, patiné hasta detenerme, apresurándome a
salir de la camioneta y entrar a la oficina de Miguel.
—El agua. —Comencé, mis pensamientos moviéndose tan rápido
para mi boca—. Los animales que están en el granero rojo están enfermos,
excepto los pollos.
Sus ojos se abrieron de par en par. Una vez que procesó lo que le
había dicho, se hundió en la silla y abrió el ordenador.
—Los cerdos tienen ictericia, y las cabras también. Pero los caballos
están bien.
—Pero los pollos no. Porque se les da agua de la casa —murmuró
mientras sus dedos volaban—. El agua. —Respiró—. Todos ellos se
abastecen de…
—Del molino de agua. Voy a ir allí ahora mismo, pero llama a quien
tengas que llamar.
—Cobre —gritó, mirando la pantalla mientras se paraba de golpe de
la silla. Rodó hacia atrás golpeándose contra un archivador—. Era parte de
uno del panel más recientes que envíe. Debí haberlo comprobado antes,
eso solo que no creí que fuera posible, no con el equipo que tenemos. Pero
no consideré que alguien podría haberlo puesto.
En un torbellino, se dirigió a un armario detrás de mí, rebuscando
hasta que encontró lo que estaba buscando detrás de uno, golpeándose la 317
cabeza cuando lo descubrió. Salió y se llevó una mano a la cabeza.
—Aquí. Esto es una prueba de cobre para el agua, solo una tira de
PH. Ve a hacer la prueba y regresa. Porque si es lo que pienso, aún hay
probabilidad de que podamos salvar a algunas vacas del ganado.
Asentí, observando el pequeño paquete de plástico que podría
contener todas las respuestas.
—Dame diez.
Y me salí de inmediato.
Había dejado a Bowie en la camioneta, mascando un hueso, y cuando
me deslicé a su lado, levanto la cabeza con lo que podría ser una mirada
ofendida por la interrupción. Encendí el motor y conduje hacia la bomba
con el estómago en la garganta.
El molino de agua era la fuente original de agua de la granja, la bomba
había sido construida en 1896 cuando se estableció la granja. La bomba del
molino de viento había sido modernizada a lo largo de estos años, pero
estaba en el mismo lugar, la misma configuración que había sido durante
mas de ciento veinte años.
Me detuve junto al tanque de almacenamiento y volví a salir, trotando
hacia la escalera y subiendo a la plataforma. Un balde de hojalata estaba
junto al grifo que se usaba para cosas como las pruebas –algo que hacíamos
a profundidad cada cinco años– y lo llené hasta la cuarta parte, abrí la
prueba y la sumergí en el agua, esperando los segundos designados antes
de sacarla y sostenerla según las instrucciones.
—Mierda —le dije a la prueba, leyéndola de nuevo para asegurarme
que había visto bien antes de mirar hacia el tanque.
Era lo suficientemente grande como para nadar en él, con un gran
corte cuadrado sobre las escaleras, una se subía por su lado y la otra que 318
bajaba a sus profundidades. Era lo suficientemente fácil de subir, tirar el
mismo suplemento de cobre concentrado que todos teníamos en nuestros
graneros, y contaminar el suministro de agua. No se necesitaría mas que
algunas de las grandes jarras para poner el agua a ese nivel toxico que
indicaba la tira.
Con el corazón retumbando, saqué mi teléfono del bolsillo y tomé
una fotografía, enviándosela a Miguel. Le dije que estaría allí más tarde.
Tenía que ir a ver a un hombre por mi granja.
La finca de los Patton estaba sacada de una revista Better Homes &
Gardens o del infierno.
La casa de campo de casi quinientos metros cuadrados era del alegre 319
color de un huevo de petirrojo, con adornos blancos y persianas de madera.
El porche envolvente tenía sillas colgantes, mecedoras, plantas de adorno,
jardineras, y el patio era una maravilla de clase discreta.
Un montón de mierda de gente rica, si me preguntabas. Tan falsa
como los Pattons.
La camioneta del mayor de los Pattons no estaba en el camino,
convenientemente ausente por los problemas de nuestra granja. Estaba
escondido en Washington en su nuevo cuartel general, ya que parecía que
los Pattons habían superado el pueblo que los hizo. Pero el nuevo Ram de
Chase estaba alto e imponente en la entrada, lo cual era bueno.
El era exactamente el hijo de perra que estaba buscando.
La rabia vibró a través de mí como un diapasón mientras salía de la
camioneta y me dirigía a la puerta principal, furioso de que tuviera que
tocar el timbre y esperar como un hombre civilizado en lugar de arrancar
la puerta de sus bisagras y cazarlo como yo quería. Hubo movimiento en
el interior y la puerta se abrió.
Odiaba su maldita sonrisa. Quería verla sin la mitad de los dientes y
ensangrentada, con el labio partido y las encías recién descubiertas.
—¿Qué puedo hacer por ti, Milovic?
El escaso control que tenía sobre mí se esfumó. Metí la mano, lo
agarré por la camisa, y lo saqué solo para golpearlo contra la pared.
—Sé lo que has hecho, saco de mierda.
Un parpadeo de confusión detrás de sus ojos.
—¿Esto es sobre Olivia?
Gruñí. 320

—¿Por qué? ¿Le hiciste algo a ella? Porque no necesito otra excusa
para romperte el cuello, Patton.
No respondió de inmediato.
—¿Qué crees que hice?
—Sabotear mi granja. El incendio, el ganado perdido, el maldito
cobre en el tanque de nuestro molino de agua. Se que fuiste tú.
—No fui yo.
Lo volví a golpear contra la pared.
—No me mientas, maldita sea.
—No lo hago —dijo con una seriedad plana—. Te lo juro por Dios,
no te estoy mintiendo.
Me dolía la mandíbula por la tensión, mis ojos buscaban salvajemente
la verdad en los suyos.
—No quiero que tu granja se hunda —dijo—. Quiero ayudar.
Una risa amarga me abandonó, mi garganta ardiendo.
—Ayudar. Te crees tan jodidamente inteligente. —Me incliné hacia
él, presionándole mi puño en el pecho—. Pero si crees que puedes entrar
tan fácilmente, entonces eres más tonto de lo que creí.
Me empujó y lo dejé ir por decisión propia, feliz al ver las arrugas de
mi agarre estropeando el algodón impecable de su camisa abotonada.
Sus ojos azules eran de alguna manera fríos y ardientes.
—Si crees que no estoy ya a mitad del camino, entonces eres más
tonto de lo que creía. Y yo ya pensaba que eras jodidamente tonto.
Una pausa. 321
—¿En qué sentido?
—Pregúntale a tu novia. Mejor aún, echa un vistazo en la carpeta que
tenía en el banco. Ahí fue donde puso el cheque que le extendí.
Un frio recorrió mis brazos y piernas.
—Mentiroso —gruñí, apretando mis puños a los costados para no
golpearlo.
Ladeó la cabeza, evaluándome.
—Tú granja se está deshaciendo. Estas a punto de perder todo. Olivia
tiene el sentido común de ver eso, pero no puedo decir que me sorprende
que tu no lo hagas.
—Tu hiciste esto —dije entre dientes—. Arruinaste nuestra granja,
nos dañaste para poder adquirirla. ¿Y esperas que solo me de la vuelta y te
deje tenerla? Me conoces mejor que eso.
—Lo voy a decir de nuevo: yo no tuve nada que ver con eso, Jake.
No le haría eso a Olivia. ¿A ti? No me lo pensaría dos veces. Pero a ella
no.
De nuevo sentí ese pinchazo en las tripas que me decía que estaba
diciendo la verdad.
—¿Entonces quién? Porque solo puedo pensar en otra persona más…
Un latido, y la expresión de Chase cambió.
—¿Crees que…?
—Lo sé. Si fuera a tus graneros, ¿encontraría mi rebaño? ¿O tu papá
ya las vendió?
Sacudió la cabeza, y extendió una mano. Nada en su postura era 322
agresiva, lo que me molestó.
Tenía muchas ganas de golpearlo, pero no era un animal.
—¿Cuántas reces? —preguntó.
—Cuarenta cabezas. Tres remolques.
Se pasó una mano por la boca, sus ojos brillantes por los cálculos.
—¿Comenzó hace un par de semanas?
—Tres. —Mis puños se aflojaron. Lo observé.
Pensó un segundo más antes de sacudir la cabeza.
—No puede ser. Mi padre quiere tu granja, pero no así.
—¿Quieres decir que no te ha estado utilizando para hacer su
voluntad como la herramienta que eres? Olivia ya me dijo que estabas
trabajando en ella.
—Cierto, pero le dije que no seria parte de ello, y no lo he hecho. No
se nada sobre los problemas en tu granja, Jake.
Mis ojos se cerraron en señal de sospecha. Si él supiera algo al
respecto, estaría deslizándose a mi alrededor solo para verme retorcerme.
El hombre enfrente de mí estaba sorprendido y preocupado. Y hacerse el
tonto nunca había sido el estilo de Chase Patton.
—¿Cómo ha conseguido pasar todo esto?
Se puso serio.
—Mi padre me ha estado empujando hacia Olivia, es verdad. Pero
vino justo después del incendio y… mierda. Debí haberlo sabido.
—¿Saber qué?
323
—Saber que no debía creer que le importaba una mierda tu granja.
Vino a mí, habló de lo mal que lo estabas pasando desde que Frank murió.
Dijo que quería ayudar y quería que averiguara como. Pero nuestro capataz
–ya sabes, Garret– había estado actuando de forma extraña. Ya sabes,
sospechoso. Él y mi padre han estado inseparables últimamente. Los atrapo
hablando y se callan cuando entro a la habitación. Y podría saber algo sobre
tu rebaño…
Di dos pasos rápidos en su dirección, arqueándome sobre él.
—Chase, si sabes donde esta mi ganado, será mejor que me lo digas
ahora mismo.
Se cuadró, pero su cara era más una advertencia suave que una
agresión directa.
—Déjame investigar un poco. Es solo una corazonada. Déjame ver a
fondo.
Inspiré por la nariz con tanta fuerza que mis fosas nasales se
ensancharon.
—Voy a ir contigo.
—Si vienes conmigo, no encontraré nada. De hecho, si alguien más
te ve aquí, podrías estropearlo.
—Déjame ayudarte con una buena historia.
Antes de que pudiera preguntar qué, lo golpeé en el ojo.
Se dobló, con la mano en el ojo.
—¡Mierda!
Agité el puño.
324
—No pueden evitar creerte ya que te puse un ojo morado.
—¡Maldito imbécil! Jesús ¡estoy intentando ayudarte!
—Ya lo hiciste —dije con una sonrisa irónica—. No me he sentido
tan bien en días.
Gruñó.
—Lárgate de aquí. Estaré en contacto.
—Será un placer.
Mi sonrisa se desvaneció mientras caminaba hacia la camioneta
donde Bowie esperaba, jadeando desde la ventana. Acababa de recibir dos
sorpresas: una buena y una mala. Chase podría saber donde estaban mis
reces, y esa es una esperanza que había perdido.
La mala estaba en una carpeta en posesión de Olivia.
No quería creer que ella había aceptado un papel tan profano. Que
considerara cambiarlo. De ahí había sacado la idea de pedirle ayuda a los
Pattons. Donde se había abierto una brecha entre nosotros.
¿Por cuánto tiempo había tenido ese cheque? ¿Cuánto tiempo había
estado guardándolo sin decírmelo? ¿Podrían haber sido semanas?
Odie no saberlo, y por algo más que solo saberlo.
No sabía si creería lo que sea que me dijera. No después de que le
había brindado mi confianza, solo para que hiciera un trato con el diablo a
mis espaldas.
Mi dolor del corazón estaba completo, lo sentía desde la cabeza hasta
los pies.
325
No confiaba en ella, y nunca podría estar con alguien en quien no
confiaba.
No importaba lo mucho que la amara.
Mis dedos jugueteaban con el mechón de pelo de Alice mientras
estábamos sentadas en el suelo en la cama de heno del granero médico
aquella tarde. Miguel la había conectado a una intravenosa,
administrándole un medicamento con un largo y olvidable nombre, me dijo 326
que mantuviera la cabeza alta. Lo habíamos detectado lo suficientemente
temprano como para que hubiera una buena oportunidad para ella.
El resto del ganado no había tenido tanta suerte.
La mayoría les había avanzado demasiado como para salvarlas.
Algunas se habían infectado por el agua envenenada justo antes de que se
pusieran en cuarentena y estaban en la misma etapa que Alice, las que tal
vez podríamos ayudar. Con el paso de los días, como el agua nueva había
sido bombeada en el tanque, la solución de cobre se había diluido,
resultando en un número menor de nuevos casos. Y el tamaño importaba,
aunque había vacas enfermas en todos los rebaños, cuanto más pequeñas
eran, más rápido morían.
También habíamos perdido algunos animales del granero. Pero ahora
que sabíamos con que estábamos lidiando, podíamos actuar, y actuar
siempre era preferible al infierno interminable e impotente espera.
Ahora la granja podía seguir adelante.
Era el primer punto brillante que veía desde que Jake se alejó de mí
en el granero rojo. ¿Había sido tan solo ayer? Se sentía con una semana.
Las largas horas de la noche las había pasado aquí con Alice, y había
pasado el tiempo pensando. Pensando en todo lo que me había dicho, todas
las formas en las que me había lastimado y como le había hecho lo mismo
a él. las veces que había tenido la razón y como se había equivocado. Tal
vez había sido ingenua. Tal vez Chase no tenía nada bueno en él, a pesar
de lo que yo creía. Tal vez yo si era una tonta. O tal vez Jake estaba
equivocado.
Todo lo que sabía era que nos volveríamos a lastimar. El me veía
como un estorbo, y yo a él como un obstáculo. Aquí en un momento,
cuando haya tenido tiempo para reflexionar, lo encontraría y lo
hablaríamos. Estaríamos bien, tanto que ambos nos disculparíamos y 327
encontraríamos la manera de comunicarnos.
La esperanza brotó, chispeante y brillante, ante ese pensamiento. Y
puse toda mi concentración en ello con el fin de desear que diera sus frutos.
Esa esperanza se desvaneció como un tajo de color rojo sangre
cuando Jake entró al granero médico.
Si no hubiera sabido lo que había pasado por la sombría calma de su
rostro, lo habría averiguado por el papel que llevaba en la mano.
El corazón se me aceleró y el estomago se me hundió, con la mirada
clavada en el cheque.
Sus pasos eran largos y medidos mientras se acercaba, mirándome
como un dios furioso.
—¿Tienes algo que decirme? —pregunto en voz baja, en tono oscuro.
—Puedo explicarlo. —Comencé, poniéndome de pie.
Sus ojos me siguieron mientras lo hacía.
—No se si haya alguna manera de que puedas explicar esto, Olivia.
Estaba tan calmado, tan agudo que nunca creí que tendría tanto miedo
de lo que diría. Al oso salvaje y furioso se le podía responder con un rugido.
Pero ante esto no sabía cómo luchar.
—Me lo dio apenas ayer…
—Debiste habérmelo dicho en el segundo que llegaste a casa. Justo
como debiste haberlo discutido conmigo antes de que intentaras pedir un
préstamo por la granja.
—Después de que dijeras … cuando dijiste… —tartamudeé—. ¿Qué
se suponía que hiciera, perseguirte y entregarte doscientos mil dólares de
328
los Pattons? No iba a cobrarlos, Jake.
—No te creo.
Un sofoco floreció en mis mejillas, el escozor de mi nariz advirtió las
lágrimas.
—No creerás realmente que yo…
—Cuando aceptaste este pedazo de mierda, me traicionaste, a esta
granja, y a todos los que dependen de ella. Quien aparentemente son todos
menos tu. —Arrugó el papel y lo tiró—. Y otra vez, me mentiste. No me
contaste sobre el dinero, tuve que saberlo de él.
—¿De verdad crees que no te lo iba a decir?
—Me has ocultado cosas antes. ¿Por qué no ahora? Es una pista, has
estado presionando para hacer las paces con los Pattons desde que llegaste
aquí. Desde el funeral de Pop. Esto es lo que quieres, es lo que has querido
durante tanto tiempo, pero si hubieras estado aquí en lugar de dejarnos
todos esos años, sabrías cuan grave fue ese error. Te dije que lo
solucionaríamos, pero no tuviste fe. En su lugar, corriste al banco e
intentaste pedir un préstamo a nombre de la granja sin siquiera
mencionármelo, y después aceptaste un cheque del diablo. Se honesta,
Olivia, ya no confías en mí más de lo que yo confío en ti, o habrías venido
a mi con el préstamo, el cheque, la verdad sobre James Patton y sus
intenciones. Si ni siquiera tenemos confianza entre nosotros, no tenemos
nada.
—¿Qué estás diciendo, Jake? —La pregunta fue temblorosa.
—Eres peligrosa, Olivia. Eres un peligro para esta granja. Eres el
punto débil, tal como los Patton lo imaginaron, y el cheque lo prueba. Si te
hubieras ido a tu maldita casa, nada de esto habría pasado. El ganado
enfermo, el incendio, el rebaño perdido, todo fue un plan para robar la
granja a través de ti. Y tú dejaste que sucediera. 329

—Eso no es justo —dije suavemente, con dolor—. Intenté contártelo.


—No lo intentaste lo suficiente.
Durante un largo y embarazoso momento, solo nos observamos.
—Dime que hacer, Jake. Dime como hacer lo correcto.
Sacudió la cabeza.
—Hay una sola cosa en este mundo que tengo por encima de todo: la
lealtad. Creo que piensas que estas ayudando. Creo que crees que tienes las
respuestas. Dijiste que nunca me harías daño a propósito. Tampoco le
harías daño a la granja a propósito. Pero aquí estamos, ambos rotos, gracias
a ti. Y el bien que has hecho se esfumó cuando pusiste tu confianza en los
malditos Pattons por encima de mí.
—Tú tienes tanto miedo de creer en alguien más que me alejas, me
acusas de sabotaje. Yo si confío en ti. ¿Cómo se supone que me deshiciera
del cheque cuando lo necesitamos tan desesperadamente? Al menos
merecía una discusión. Pero debí haberlo sabido. Debí haber sabido que
me lo devolverías cuando sabes que nunca te traicionaría.
—No puedo hacer esto.
Una pausa.
—¿Hacer que exactamente?
—Pelear contigo. Perdonarte. Dejar pasar esto. No puedo hacerlo,
Olivia.
Mis pulmones ardían, mi respiración estaba quieta.
—No digas eso. No puedes decirlo en serio.
—¿Alguna vez he sido algo más que honesto contigo?
330
—No…
—No, no lo he sido. A diferencia de ti.
—¿En donde nos deja esto? ¿Qué hacemos?
Me miró a los ojos con el dolor y la traición al rojo vivo.
—No sé.
Me quedé quieta. Leí la escritura de su rostro. Sentí que el suelo me
ataba, sentí el peso de la gravedad sobre mi piel.
Se había acabado.
Tanto si era mi intención como si no, tanto si tenía razón como si no,
había roto la confianza que me había ganado, la confianza que me había
dado con tanta fe. Sabía que era malo, pero creí que había un camino para
volver a estar juntos, incluso si necesitaba tiempo para enmendarlo.
Pero todo se esfumó en el segundo que encontró el cheque en mi
escritorio, y no podía decir que lo culpaba. Sin conocerlo tan bien como lo
conocía, lo cual, a pesar de su insistencia, estaba muy bien.
Sus ojos brillaron, su mandíbula se endureció. Pero detrás de su furia,
vi su dolor. Vi la lucha interna tan claramente como podía ver la mía.
Las lagrimas brotaron, desdibujando la habitación y la traición en su
rostro. Por eso, al menos, estaba agradecida.
Se dio la vuelta, dejando el granero.
Y se llevó mi corazón con él.

331
—No me gusta. —Presley estaba de pie al final de mi mesa en
la cafetería con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados—. No me
gusta para nada, empezando con lo que sea que sea esto. —Me señaló a
mí—. ¿Cuándo fue la ultima vez que te duchaste? 332
—¿El martes? No, el lunes. Creo.
—Si tienes que pensarlo tanto, entonces ha pasado demasiado tiempo.
—Se sentó frente a mí y se inclinó sobre la mesa, apoyada en sus
antebrazos. Sus hombros hicieron una M que hacía juego con sus cejas—.
El solo… ¿se fue?
Asentí y me pasé las manos por el cabello, decidiendo volver a
enrollarlo por milésima vez en un moño que me había hecho desde la
ultima vez que lo había lavado.
—Han pasado tres días, y la única cosa que he conseguido es llorar a
mares, y comprar un boleto de avión de vuelta a Nueva York. Todo está
jodido.
Intentó una sonrisa alentadora.
—Debe ser, lanzando la palabra con J, tan casualmente. Menos mal
que Cilla no está aquí.
—¿Cuánto de ese dinero va de verdad a ese frasco?
—Quien sabe. Creo que está escondiendo un alijo de monedas en
algún lugar detrás de su pila de animales de peluche como una ardilla.
—Hizo una pausa, su rostro se suavizó—. ¿Cuándo te vas?
Instantáneamente, las lágrimas amenazaron con derramarse.
—El lunes.
—Lo odio.
—Yo también.
—Tiene que haber alguna manera de llegar a él. tiene que haber
alguna manera de convencerlo para que vea tu perspectiva.
—Tal vez antes, pero no ahora. Eso fue todo, la gota que derramó el 333
vaso. Debí haber tirado el cheque. Debí haber ido directamente con Jake.
—¿Por qué, para que pudiera gritarte? Escucha, creo que Jake es un
buen tipo, pero puede ser un verdadero imbécil.
—Lo sé. Pero yo también puedo serlo. Ambos somos unos imbéciles.
—Tú no eres una imbécil.
—Lo presioné una y otra vez, escuché a Chase cuando no debí
haberlo hecho. No le conté que James Patton estaba detrás de nosotros. Con
una disputa tan profunda, con estos años entre su familia y la nuestra, no
hay nada que considerar excepto las personas quienes han estado ahí todo
el tiempo que yo no. Pudimos haber encontrado otra opción para el dinero,
o al menos haberlo intentado. Podría haber apoyado a Jake, pero no lo hice.
Sugerí que uniéramos fuerzas con el enemigo, y lo que es peor, tomé su
dinero.
—El miedo hace que la gente diga y haga cosas que no quiere. Como
la perspectiva de perder la granja, tu hogar, Alice –por supuesto que
considerarías tomar su dinero. No querías hacer ningún daño. Es algo así
como cuando Jake tiene miedo, se convierte en un furibundo idiota.
—Pero esa es la cosa. Desde que estuvimos juntos, no habíamos
peleado, me había ganado su confianza. Pero entonces fui y la lancé al
fuego.
Suspiró.
—¿No lo has visto para nada?
—Solo una vez y desde muy, muy lejos. Incluso desde el otro lado de
la propiedad, podía sentir cuan enojado y dolido estaba. Se subió a la
camioneta con Bowie y se alejó. Un par de veces, me senté en el porche 334
trasero y esperé a que viniera después del trabajo, pero nunca apareció. Me
imaginé que probablemente me vio allí y esperó a que me fuera.
—No puedo creer que ni siquiera haya hablado contigo.
—Es mejor así, de verdad, no sé que haría si lo hiciera, pero no puedo
imaginar que sería productivo. Estoy harta de salir lastimada por su culpa,
y de haberlo lastimado. Solo necesito irme antes de romper algo más.
—Pero regresaras, ¿cierto?
—Por supuesto que lo haré. Sigo dirigiendo mi mitad de las cosas.
Solo que las estaré dirigiendo desde Nueva York.
—¿Qué hay sobre la apuesta?
—Está cancelada. Se ha terminado desde hace mucho tiempo, creo.
Puedo hacer lo que había estado haciendo desde el otro lado del país y dejar
esta parte como debí haberlo hecho desde el principio. De todos modos,
eso significa que puedes ir a visitarme. Puedo llevarte a Zabar’s, a Central
Park, y hacer todas las cosas de turistas que quieras.
—Aún te prefiero aquí.
—También yo.
—Disculpa, Presley —dijo el Sr. Blalock desde demasiado lejos para
ser amable—. Si ya has terminado tu conversación allí, me vendría bien
una recarga. —Movió la taza.
—Si, si, está bien —murmuró antes de ponerse de pie—. Estaré de
vuelta en un segundo.
Bajé la mirada a la extensión de comida en mi plato y me sentí mal.
Me había obligado a comer, lo cual no era fácil, mi boca estaba tan seca
335
que ninguna cantidad de agua podía satisfacerla. La comida o era cartón o
era papilla. Y la salsa holandesa en mis huevos no me parecía apetecible
hoy.
Alejé el plato y sentí un maniático tirón en las tripas para irme. Para
alejarme de la mesa. Este pueblo. La granja.
Jake.
Busqué en mi bolsillo un billete de veinte que dejé en la mesa,
despidiéndome de Presley de camino a la puerta y murmurando, te
escribiré.
Parecía preocupada, pero sus manos estaban repletas de platos sucios
para hacer algo más que dejarme ir.
Un duro trago no me abrió la garganta. Un resoplido no disipó el
cosquilleo en mi nariz. Y cuando salí del aparcamiento y entré en la
carretera, me quedé demasiado sola como para luchar.
Primero vinieron las lagrimas en un lavado de desesperación.
Después vinieron los sollozos que sacudieron mis hombros mientras me
aferraba al volante, incapaz de limpiar los chorros de lagrimas de mi cara
sin perder el control. Corrían sin interferencia por mis mejillas para
aferrarse a mi mandíbula hasta que pesaron lo suficiente como para caer.
Llegué al aparcamiento y entré en él, aparcando la camioneta, y
acurrucándome sobre mí misma.
Mi cara cayó en mis manos.
Solté el tenue agarre que había tenido.
El camino de mi vida había tomado un duro giro cuando Pop murió,
desviando todo el tráfico aquí, a casa. Había creído que sería un lugar
permanente para mí. Que el camino terminaría aquí, al final de un largo 336
camino bordeado con robles antiguos. Tal vez lo hubiera sido.
Pero ahora era el momento de irme.
Lo que no le había contado a Presley era que la mayor parte de la
granja me había dejado de hablar. Solo los animales del granero y Kit
seguían siendo comprensivos, pero vi el dolor en los ojos de Kit, la misma
traición escrita en el rostro de todos. El ganado estaba benditamente a
salvo, ese problema en particular se había resuelto. Pero en el asunto del
dinero, aun había un problema.
Yo.
Paso mucho tiempo antes de que me recompusiera, tomando una
buena parte de ese tiempo para sentir lastima de mi misma y llorar todas
mis perdidas, todo el camino hasta mis padres. Había pensado demasiado
en ellos, también en Pop. Sobre como no me había dado cuenta de que a
mi vida le había faltado esto. La granja. Era una parte de mí que había
vuelto a su lugar en el segundo que llegamos a la entrada.
Sabía lo que era no tener un hogar. Pero lo había encontrado de nuevo
aquí, después de diez años a la deriva.
Pero el ancla había sido levantada y guardada, y era el momento de
volver a flotar.
Para cuando volví a la casa, me había recompuesto, aunque una
mirada le diría a cualquiera que había estado llorando. Mi plan era entrar a
toda prisa, meterme a la cama, y vaciar las lagrimas que pudieran quedar.
Me podía esconder ahí un rato antes de dirigirme a la tienda para mostrarles
a las chicas nuestra nueva tienda y como hacer el inventario. Eso estaría
bien. Todo estaría bien.
Me había convencido de que era verdad hasta que vi a Jake saliendo
de mi puerta principal. 337
Sin aliento, aparqué la camioneta, y me observó con una intensidad
suficiente como para freír un huevo. Por un instante, me pregunté si estaba
aquí para hablar, hablar de verdad. O de otro modo, habría enviado a Mack
para transmitir cualquier mensaje. La fantasía de desarrolló en mi mente:
una disculpa, una declaración. Lágrimas de felicidad y sus labios contra los
míos.
Aparté el pensamiento de mi cabeza mientras salía, aunque no podía
dejar escapar ese pequeño rayo de esperanza.
Dios, ¿ha parpadeado siquiera? Me pregunté mientras subía por las
escaleras del porche.
—Hola. —Fue todo lo que se me ocurrió decir.
—Hola. —Su voz era áspera y cruda mientras me miraba.
No sabía lo mucho que lo había extrañado hasta que estuvo aquí,
haciéndome pedazos.
—Yo… lo lamento. No sabía que estarías aquí —dijo,
rompiéndome el corazón un poco más.
Con una pequeña sonrisa, dije:
—También vives aquí. Es solo que… bueno, creí que querías
hablar.
No respondió de inmediato. Sus cejas se juntaron un poco más, una
guerra detrás de sus ojos.
—No sé qué decir.
—Yo tampoco.
Un largo latido.
—Creo… —Comenzó, dejándose llevar—. Me preguntaba si podría
338
soportar verte.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Puedes?
—No.
Apreté los labios mordiéndome para no llorar.
—Porque me odias.
—Porque duele demasiado. —Hizo una pausa—. Te lo dije una vez,
nunca podré odiarte.
—No creí que eso aun fuera verdad.
—Lo es. Es por eso me duele.
Apreté mis emociones como las velas de un barco en una tormenta,
los bordes volando antes de que pudiera asegurarlos. Pero no lloré.
—Creo que deberías tomar la parte decisiva —dije con mas fortaleza
de la que sentía—. Toma el control de la granja. Eres el único que de verdad
sabe qué hacer con ella.
De nuevo bajo la mirada, con la manzana de Adán balanceándose.
—No quiero nada más.
—Eso dices, pero…
—No quiero nada más, Livi.
Mis hombros se hundieron. Ni siquiera me dejaba darle lo que le
debía.
—Si cambias de parecer…
—No lo haré. 339

Una carcajada por la nariz.


—No, no lo harás. Una vez que te decides por algo, no hay vuelta
atrás.
La leve sonrisa en mis labios se desapareció ante el cambio de
contexto. Parecía desgarrado.
El momento se rompió con un endurecimiento de espalda.
—Será mejor que vuelva al trabajo.
—Está bien —respondí, observando cómo se dirigía a las escaleras.
Detenlo. Di algo. Esta es tu última oportunidad.
—Jake —lo llamé con un tono de voz demasiado alto.
Se detuvo y miró sobre su hombro, me sentí desolada por su belleza,
por ese profundo y constante rio de dolor que rodaba por él. sabía que era
inútil. Pelear solo nos haría más daño a los dos. Así que le dije otra verdad,
una que ya sabía.
—Lo siento.
Permaneció ahí, a punto de alejarse o volver a subir las escaleras
hacia mí.
Pero solo dijo:
—También yo.
Y entonces se alejó, y ese ultimo rayo de esperanza se fue con él.
Esta granja no podría funcionar sin Jake. Yo era reemplazable,
intrascendente para el trabajo que él hacía. No di nada a esta granja que
otra persona no pudiera proporcionar, pero Jake era el corazón de este 340
lugar.
Perderlo significaría perder el motor de la granja.
El momento de pelear había pasado. Tratar de resistirme ahora solo
alargaría la batalla hasta que ambos estuviéramos ensangrentados y
arruinados. No tenía ninguna duda de que él ganaría.
Como debía. Porque ¿dónde más podría ir? ¿A alguna otra granja,
para dejar su hogar atrás solo porque no podía mirarme sin revivir su dolor?
Tenía un trabajo esperándome en Nueva York. Tenía una vida allá a la que
volver.
Me di cuenta con una fría sensación de realidad, de cuánta razón tenía
sobre mí, solo que no en la forma en que yo había pensado que se refería.
Esta granja era el mundo entero para Jake, y yo siempre tenía un plan B.
siempre había una red de seguridad para mí donde él no tenía ninguna. Su
ferocidad en defensa de este lugar nació en algo más profundo.
Era todo lo que tenía.
La verdad me llegó como el amanecer desde la horca. Si me quedaba,
no estaría ayudando a la granja en absoluto.
No estaría ayudando a Jake.
Estaría rompiendo todo lo que amaba.
Solo había una cosa que podía hacer.
Y con lagrimas en las mejillas, me dirigí a la casa para hacer la
llamada que lo haría.

341
Dos veces en mi vida había experimentado tal perdida que una
parte de mí se rompió, la culpa dejando un abismo agudo y escarpado en
mí, demasiado profundo y ancho para ser superado. La muerte de mi madre
y después la de Frank. 342
Hoy se ha producido la tercera.
Me alejé de ella temblando, demasiado superado como para pensar,
demasiado abrumado como para hacer algo más que hundirme en mi
perdida y esperar no ahogarme. Quería darme la vuelta, sostenerla en mis
brazos, y besarla para alejar todo lo que había ocurrido. Rogar que me
perdonara, y dejarla hacerlo.
Pero no podía. No si quería que esta granja sobreviviera.
Que idea más tonta, subir a la casa. Aquí pensé que tenía una firmeza
en las riendas, pero verla me había puesto a galopar salvajemente. Todo lo
que podía hacer era esperar hasta que lo dominara.
De alguna manera se las arregló para sorprenderme.
Intentó darme la parte mayoritaria, y aunque no discutió, tampoco
intentó convencerme sabiendo que no serviría de nada.
Los dos juntos éramos un desastre, y los dos tratando de administrar
la granja a través de ese problema parecía imposible, no sin destruirla y
destruirnos en el proceso. Lo que sentía por ella era irrelevante, no había
confianza que nos mantuviera unidos. Todo lo relacionado con ella me
dolía. Como la amaba. Como me había traicionado. Como me amaba.
Como me había despreciado.
Nada había sido lo mismo desde que había vuelto a casa. Ni la granja,
ni yo.
Había sucedido como en mis pesadillas: se abalanzó, y dejó su marca
en todo. Había susurros de ella en todas partes. Incluso en la maldita puerta
rosa de la casa grande.
Bowie salió corriendo detrás del granero rojo, con la lengua suelta y 343
las orejas volando. Pero al oír el sonido del metal pesado, se detuvo y se
puso rígido, con los ojos fijos en la entrada trasera. Mack salió detrás de
Bowie como si estuviera en un trance, con los ojos y la boca bien abiertos
mientras miraba en la misma dirección que Bowie. Confundido, me giré
hacia el sonido y adopté la misma expresión.
Tres vehículos de doble tracción se dirigían a los establos, tirando de
remolques de doce metros llenos de ganado.
Chase estaba detrás del volante del primero, con el hombro colgando
de la ventana y una sonrisa de satisfacción en el rostro.
Un grito ahogado a mi lado captó mi atención, y cuando miré hacia
abajo, estaba Olivia, con la boca abierta y sin aliento, sonriendo con
grandes y brillantes lágrimas en los ojos.
—Oh, por Dios. Eso es…
—Creo que sí lo son.
Salimos trotando hacia los graneros donde Jimmy había abierto las
puertas para dejar entrar a los camiones. Llegamos a ellos mientras estaban
aparcando y nos dirigimos al camión de Chase.
Salió por la ventana del coche, apoyándose en el techo del camión, y
saludándonos.
—¿Por qué Chase Patton tiene un ojo negro, Jake?
Cuando la miré, suspiró, y sus ojos se dirigieron al cielo sin nubes.
—¿Buscas esto? —dijo Chase.
Arrastré la mirada sobre la visión del ganado en nuestra granja.
—¿Cómo demonios? —pregunté con asombro.
—Bueno… —Chase bajó de un salto y se acercó—. Tenemos una 344
instalación en Redding que estamos renovando y sus graneros deberían
estar vacíos. Tuve una corazonada de qué si las robó, ahí es donde las
habría llevado—. Su frivolidad se convirtió en piedra—. No puedo
malditamente creerlo.
—Yo sí. Jesús, míralas. Creí que nunca más las volvería a ver—.
Sacudí la cabeza para aclararme y me giré hacia Chase con la mano
extendida—. No sé cómo agradecerte.
Chase tomó el ofrecimiento con una palmada y la sacudió una vez.
—Hay una cosa que puedes hacer.
—Lo que sea.
—No llames a la policía.
Retiré la mano y lo miré.
—No puedes estar hablando enserio.
Chase suspiró, colgando las manos en las caderas.
—Lo estoy. No porque él sea mi padre y nos puedan cerrar, sino
porque hay otra salida. Una que no solo te ayudará a librarte de él, sino que
también te dará todo el dinero que puedas desear.
Olivia y yo intercambiamos una mirada.
—Ya sé que no confías en mí —agregó—, pero me opongo
totalmente a lo que hizo. No sé si tienes idea de las consecuencias de eso,
pero hazme un favor y escúchame antes de que los llames.
Me encontré con la mirada de Olivia en busca de una respuesta y la
encontré antes de volverme hacia Chase.
—Está bien. Escuchémosla.
345
Dos días después, James Patton me miraba desde la profundidad
de su opulento escritorio.
Le devolví la mirada. La diferencia era que llevaba una sonrisa de 346
suficiencia para hacerlo enojar.
—¿Vas a decirme de que se trata todo esto, o nos vamos a quedar
callados? —preguntó.
—Sé que estas detrás de lo que le sucedió a mi granja.
Ni siquiera se inmutó.
—No sé de qué estas hablando, ni siquiera había estado en el pueblo.
—Se que tu capataz hizo que uno de sus hombres iniciara el fuego.
Conozco los nombres de los que robaron mi rebaño. Y también sé que tu
capataz envenenó mi suministro de agua.
Al escuchar eso, se rio, con un sonido grande y sincero.
—Qué bonito, chico. Muy bonito. ¿Tienes alguna prueba de eso?
Abrí la carpeta de cuero en mi regazo y saqué el primero de los
muchos papeles, la volteé en su dirección, y la deslicé por su escritorio.
—Tengo aquí una declaración jurada, y firmada por varios de tus
granjeros quienes accedieron a testificar que les pagaste para sabotear
nuestra granja en el tribunal. Y a la policía, y a La Administración de
Medicamentos y Alimentos.
Divertido, la tomó. Pero en cuanto comenzó a leer, su sonrisa
desapareció, y luego la regresó a su lugar.
—Nadie les cree a esos tipos, y espero que sepas que acabas de
despedir a cada uno de ellos.
Me encogí de hombros.
—Estoy bastante seguro de que conozco otra granja que los
contratara.
347
Un tinte rojo subió por el cuello de su camisa a medida.
—No puedes probar una mierda, Milovic.
—¿Quieres decir que estas tan seguro que nada de esto te preocupa?
—Ningún policía en el condado te escucharía. Ni una sola persona en
la estación me acusaría de robar. ¿Para que demonios necesito tu ganado
andrajoso? ¿Por qué me importaría la granja de Frank?
—Porque es algo que nunca pudiste tener. Porque querías tener éxito,
como tu padre, su padre, y el anterior a él fracasaron. Creíste que podrías
abrirte camino a través de Olivia, pero ella es tan buena como desaparecida.
—Saqué un puñado de fotos—. Pero bien, de acuerdo. Digamos que no
puedo probarlo. ¿Crees que la Administración de Medicamentos y
Alimentos se le dificultará descubrirte cuando llame para avisarles?
—Arrojé las fotos sobre su escritorio.
La mancha roja llegó a su mandíbula.
—No sé quién mierda te crees que eres, pero…
—Mira las fotos, James.
—No me digas que hacer, pequeña mierda.
—Mira las fotos.
Pequeños músculos parpadeaban a lado de sus fosas nasales mientras
intentaba mantener la compostura. Entonces las miró. Y cuando lo hizo,
todo él se puso rojo.
Me burlé, disfrutando se su incomodidad.
—¿Cipro? Pensé que eras mejor que eso. Las granjas Patton,
bombeando su ganado lleno de antibióticos ilegales. No me imagino
porque tus vacas están tan gordas y sanas.
Respiraciones furiosas entraban y salían de él, su pecho subía y 348
bajaba demasiado duro y rápido. Una pizca de sudor le llegaba a la línea
del cabello. Me pregunte si estaba hiperventilándose y fantaseando sobre
morir justo aquí en su escritorio.
—Una llamada y la Administración de Medicamentos y Alimentos
estará aquí, analizando tu leche.
—¿Qué quieres? —pregunto a través de sus dientes.
Saqué dos paquetes de papeles y se los entregué.
—Los papeles en tu mano incluyen un número de cosas:
documentación que enviaré a la policía por mi ganado desaparecido, el
incendio, y las perdidas por el envenenamiento con cobre. Detrás de eso,
encontraras una demanda por daños y prejuicios, y nuestros archivos para
presentar cargos policiales. El ultimo es un contrato de conciliación.
Se saltó los dos primeros y fue de inmediato al último.
—Los términos son bastante simples. Vas a dejar el pueblo
indefinidamente y le dejaras la cremería a Chase. Y nos pagaras…
—¿Tres millones y medio de dólares? —Escupió—. Estás loco, hijo.
—Podemos conseguir diez en el tribunal. Y con el beneficio de verte
en prisión.
—No puedes pedir que me mude…
—Esos son los términos, Patton. Tienes tu nuevo y brillante cuartel y
una casa que se está construyendo en Washington, si escuché bien. Te ibas
a ir de todos modos. Solo estoy sugiriéndote que te vayas ahora y te quedes
allá.
Durante un largo y silencioso momento, me miró fijamente con esa
349
fría y evaluadora mirada de un depredador.
—Eres más inteligente de lo que pareces, especialmente para ser un
ilegal.
Ignoré el golpe, no me interesaba gastar mi energía en corregirlo.
—¿Entonces que vas hacer? La cantidad de antibióticos que tienes
sugiere que todo tu ganado dará positivo. ¿Y entonces qué? ¿Qué vas a
hacer cuando pierdas todo y el pueblo donde empezaste se vuelva en tu
contra?
Se sentó de nuevo en su silla de cuero con esa dura mirada aun en su
rostro.
—Nunca imaginé que fueras un extorsionista. Eres más como del tipo
de un libro.
—Si por mí fuera, ya estarías en prisión. Pero le debo a alguien un
favor.
—Debe ser un gran favor.
—¿Entonces que harás? —pregunté, sin querer darle nada que
implicara a Chase, ese estúpido imbécil.
—Necesito algo de tiempo para considerarlo.
Me encogí de hombros, con la cabeza ladeada en señal de decepción.
—Es ahora o nunca. Pero si no quieres firmar…
Cuando alcancé los papeles, los agarró.
—No te he respondido, chico. —Sacó sus lentes para lectura del
bolsillo de su camisa y se los puso sin romper el contacto visual.
Me senté, quieto y en silencio, observándolo mientras pasaba las
hojas de una por una, los términos del acuerdo era el ultimo y el más largo. 350
Mi corazón era una liebre en mi pecho, y mi mente coreaba “firma” con la
esperanza de manifestar mi petición.
Una risa sin humor desde el otro lado del escritorio.
—Incluso has averiguado como hacerla parecer un negocio legítimo.
—Tenía que averiguar cómo cubrir el ganado que me robaste, ¿no?
—Tanto como quiero darte una paliza ahora mismo, estoy
impresionado.
—Tal vez eso te impida que vuelvas a subestimarme.
Sus ojos pasaron del contrato a mí, y noté una sensación de
aprobación en sus rasgos. Y entonces firmó.
Cuando arrojó la pluma encima con un ruido metálico, dijo:
—Debiste haber pedido cinco. Te los habría dado.
—Esto es más que suficiente para satisfacer nuestras necesidades.
Inicié una tregua, y pondremos esto detrás de nosotros. Será bueno para la
siguiente generación que haga lo que la tuya nunca pudo.
Su risa retumbó.
—¿Qué es eso, ser un montón de maricas?
—Significa llevarse bien.
—Exactamente—. Abrió su ordenador y comenzó a escribir—. Solo
quiero saber una cosa.
—No te voy a decir quién te delató.
Me observó durante un rato.
—En algún momento, lo voy a averiguar. 351

—Bueno, déjame saber cuándo lo hagas. Te compraré una copa.


De nuevo una risa, tocada de respeto. Era una sensación extraña,
incluso distantemente respetado por alguien que odiabas tanto. Una especie
de dulce y agria.
Y disfruté del sabor hasta que fui tres-punto-cinco millones de
dólares más rico.

El estallido de un corcho de champán sonó en la oficina de Jeremiah.


Me reí mientras lo observé tantear con la botella, impotente ante la
fuente espumosa.
Mientras servía dos vasos de champán, que habría preferido que
estuvieran llenos con whisky de verdad, dijo:
—Nunca pensé que vería el día en el que los Patton fueran expulsados
de la ciudad.
—Bueno, no todos —dije, tomando el vaso que me ofreció.
—Por Frank —dijo con el vaso en el aire.
—Por Frank —repetí, deseando que estuviera aquí.
Tomamos tragos simultáneos e hicimos caras idénticas.
Dejó el suyo sobre la mesa.
—Parece ser la bebida correcta para celebrar, pero había olvidado
cuanto lo odiaba. 352

—Oh, ya recordé lo malo que era.


—A la próxima, habla más fuerte—. Se sentó, sonriendo. Pero algo
en su expresión era triste—. Tengo una cosa que necesito que firmes hoy.
—¿Qué es? —pregunté, mientras sacaba una carpeta que no había
visto en su escritorio.
—Míralo tú mismo.
Cuando me lo entregó, la curiosidad me recorrió de arriba abajo. Lo
abrí. Vi el nombre de Olivia, y dejé de respirar.
Le eché un vistazo a la jerga legal del documento, llegando a los
puntos del contrato.
El primero de ellos me concedió su parte del cincuenta por ciento.
Hojeé el resto, seleccionando unos cuantos términos. Pero no pude
pensar más allá del primero.
La granja entera.
Mía.
Miré a Jeremiah, quien tenía la misma sonrisa triste en el rostro.
—También me pidió que te diera esto.
Agarré la carta con las manos temblorosas. La abrí. Primero la leí
muy rápido, y después una vez más despacio. Y con cada palabra, un
pedacito de mí se desmoronó.

Jake,
Por favor no digas que no.
353
Se que te vas a resistir, pero ya he renunciado a mis acciones, y eso
es tanto si firmas el contrato como si no. Así que espero que aceptes la
granja. Es tuya.
Siempre ha sido tuya.
Vine aquí con las mejores intenciones, y me voy habiendo fracasado
en muchas de ellas. Pero en este acto final, voy a hacer lo correcto y hacer
lo que debí haber hecho desde el principio. Entregarte la granja a ti.
¿Cómo puedo disculparme cuando las palabras no son suficientes?
¿Cómo puedo explicar cómo se siente saber que rompí la confianza que
me diste precavidamente? Tenías razón, llegué a casa como una
excavadora y cambié todo. Pero espero que sepas que nunca te
traicionaría. Que todo lo que hice fue con la granja primero en mente, y
después en ti. Solo que lo tenía al revés, debiste haber sido tú primero,
desde el comienzo.
Gracias por enseñarme mucho más que solo conducir un tractor. Me
mostraste lo que era importante en mi vida y me diste lo que me faltaba.
Me dejaste amarte por una temporada, y eso es un regalo que llevaré por
el resto de mis días.
Extrañaré este lugar mucho más de lo que crees.
Sobre todo, te extrañaré a ti.
Espero que algún día puedas perdonarme. Mientras tanto, por favor
cuida de la granja. Cuida a Kit, Mack y Alice.
Cuídate.

Con todo mi amor 354


Olivia.

Pasé el pulgar por el relieve de su nombre con mi corazón que no era


nada más que fragmentos brillantes en mi pecho.
Debería haberme alegrado: era lo que creía que quería, después de
todo. Pero todo lo que sentía era una perdida profunda y dolorosa, junto
con un rechazo inmediato de su contrato.
Porque no era lo que quería después de todo. No sin ella.
Si me hubiera entregado estos papeles hace unos meses, habría
firmado sin preguntar. Pero no ahora. Porque de alguna manera, en el
transcurso de un verano, había llegado a confiar en ella. Había compartido
cada momento con ella mientras navegábamos en nuestras nuevas vidas
solitarias sin Frank. Cada fracaso, cada logro. Se había convertido en la
única persona con la podía compartir la granja, justo como Frank había
pretendido.
No se podía ir. Nunca quise que se fuera.
Hace tiempo, la habría dejado ir sin pelear, y luego la culparía por
ello. La habría alejado y cerrado la puerta detrás de ella. Y aquí vamos de
nuevo, la historia repitiéndose. Excepto que esta vez, fui yo quien había
causado este desastre.
Fui yo quien no confió en ella. No al revés.
Ella no me estaba dejando, sino que yo la había alejado, cumpliendo
mi profecía, saboteándome a mí mismo, a mi felicidad.
Todo había cambiado por ella, pero ni una sola cosa –ni siquiera las
355
cabras– era un perjuicio. No podía volver a la manera en que era antes.
Y no podía hacer esto sin ella.
Me había enamorado de ella.
No pude evitar preguntarme si Frank también tenía esa intención.
¿Qué he hecho?
Ella nunca habría puesto la granja en peligro. Nunca la habría
vendido. No podía haberme traicionado incluso si hubiera querido. Porque
ella no lo hizo.
Los papeles en mi mano eran la prueba, sacrificaría todo para hacer
lo que creía era lo correcto. Incluso considerar el dinero de los Patton fue
con el mejor interés de la granja, justo como había dicho. Había sido
demasiado ciego para verlo. Demasiado lastimado para creerle.
Miré a Jeremiah, quien me observaba.
—No puedo firmar esto—. Las palabras se abrieron paso en mi
garganta seca.
—Bueno, ¿por qué no?
—Porque sin ella, nada de esto importa.
Pero ya estaba de pie con la carpeta bajo el brazo.
—Bueno hijo, si tienes algo que decirle, es mejor que te apures. Se
va pronto al aeropuerto.
—¿Se va? —respiré.
Asintió.
—Se regresa a Nueva York. Me pidió que no te lo dijera.
356
—No se puede ir. No puede… Tengo que…
Con una risa, Jeremiah me empujó hacia la puerta.
—Vamos, chico. Sal de aquí rápido.
Y lo dejé sonriendo detrás de mi mientras corría hacia mi camioneta.
La amaba.
Y tenía que asegurarme de que lo supiera.
Mis maletas rosas estaban alineadas como alegres soldaditos en el
porche.
No podía parar de llorar. 357
Jolene yacía aun en mis brazos, y me pregunte si ella sabía lo que
estaba sucediendo.
—Kit va a cuidar muy bien de ti. —Le prometí, meciéndola en una
silla del porche, rascándole el cuello y mirando su dulce rostro—. Vas a
ser la más mimada del mundo, ¿sabes eso? Ella va a ali… alimentarte con
hamburguesas y carne, y pollo con salsa. Y también tendrás a Bowie.
Nunca vas a estar so… sola.
Las palabras se disolvieron, mis ojos se cerraron, y la atraje para
poder enterrar mi cara en su pelaje. Lamió las lágrimas de mis mejillas, y
lloré con más fuerza.
Otra vez sola.
—Oh, cariño—dijo Kit detrás de mí, con la voz quebrada—. Ven
aquí.
Me levanté aun sosteniendo a Jolene en mis brazos mientras Kit me
envolvía en sus brazos, y por un momento, me incliné hacia ella, intentando
sacarlo todo. Pero las lágrimas parecían no tener fin. A estas alturas, lo
sabía de sobra.
Cuando me separé, me limpié las mejillas.
—Tiene que haber alguna manera de que te quedes—dijo Kit a través
de sus propias lagrimas—. Tiene que haberla.
Negué con la cabeza.
—Está bien, Kit. Es… estaré bien.
—Habla con Jake. Se que entrará en razón.
—Es mejor para todos si me voy. Todos ustedes pueden volver a la
normalidad.
—Nada nunca volverá a ser igual, no como antes de que Frank 358
muriera. Y yo que pensaba que habíamos encontrado una nueva
normalidad, una de la que Frank estaría tan orgulloso.
—También yo.
Cuando mi barbilla se tambaleó, me volvió a sostener.
Jeremiah me había dicho que Patton había firmado el contrato. La
granja tenía todo el dinero que podía desear. James Patton se había ido.
Chase había tomado el control. Todos habían obtenido lo que querían.
Excepto yo.
Kit me dejo ir e intentó secarse las lágrimas.
—No sé cómo voy a llevarte al aeropuerto en este estado. ¡Oh! Te he
preparado una comida. Déjame ir por ella, y podremos… podremos,
podremos irnos. —Hizo una pausa—. ¿Estás segura de que no hay nadie
más de quien te quieras despedir?
Negué con la cabeza con una débil sonrisa en mi rostro.
—Vi a Presley anoche, y Chase y yo nos despedimos esta mañana
cuando se estaba haciendo a un lado.
—¿Nadie más? —Me dio un codazo.
Sacudí la cabeza una vez más.
—No puedo. Ya nos despedimos, no puedo hacerlo de nuevo.
Frunció los labios cuando su rostro se inclinó y respondió con un
asentimiento. Con un silbido, se dirigió al interior.
Dejé a Jolene en el suelo, bajé los escalones y me alejé un poco para
poder ver la granja. Fue aquí donde realmente había crecido, el hogar que
mejor recordaba y conocía tan bien. Esta granja era un santuario, uno que
me había salvado de pequeña. Todas mis experiencias más significativas,
359
todas mis más grandes alegrías, habían sido aquí, en este lugar. Pensé que
las había recuperado. Pero luego las había perdido de nuevo.
Es lo mejor, me dije.
Me pregunté si alguna vez me convencería de que era verdad.
Miré a Jolene.
—Correcto, chica. Es hora.
Esas maletas rosas esperaban por mí en el porche blanco, pero por
primera vez, no me trajeron ningún alivio. Ningún destello de optimismo.
Esa primera maleta rosa me trajo a la granja. A los animales, a la diversión,
a un abuelo cariñoso, y a la aventura.
Esa maleta rosa me había llevado a un lugar más feliz. Pero en esta
ocasión, me estaba alejando de uno.
Decidí que debía cambiar mi equipaje por un conjunto negro.
Estaba a medio camino de los escalones cuando escuché el zumbido
lejano de un motor y me detuve. No era un sonido inusual en la granja, pero
no era uno que escucháramos tan cerca de la casa. Entre más cerca estaba,
más fuerte se volvía, así que volví a bajar las escaleras, caminando unos
cuantos pasos curiosos en dirección al ruido. Me protegí los ojos del sol
abrasador, mirando el punto más alto de una colina que conducía a los
pastos.
Un destello de luz solar contra el cristal me cegó. Me estremecí antes
de volver a mirar otra vez cuando la parte superior de un tractor apareció y
se hizo visible.
La parte superior de un tractor rosa.
Jake estaba detrás del volante. 360
Mi corazón magullado subió a mi garganta, atascándola. No podía
entender que estaba haciendo aquí, ahora. Era el último rostro que esperaba
ver, el único que había estado intentando y fracasando dejar ir. No podía
creer que había venido aquí solo para pelear o para hablar, pero no para
nada bueno. Pero no podía permitirme imaginarme que esto era lo que más
quería. Perdón. Aceptación. Fe.
No hasta que se puso de pie, inclinándose por el lado abierto con una
mano en el volante y la otra en el aire. Y en su cara estaba la sonrisa que
tanto amaba. Podía escuchar la risa que la acompañaba en mi cabeza.
Me reí, corrí hacia él, y grité:
—¿Qué estás haciendo? —Para que pudiera escucharme.
Cuando se dio cuenta que estaba lo suficientemente cerca, apago el
motor y saltó casi en el mismo movimiento.
—Gracias a Dios que te alcancé—respiró mientras se acercaba.
—¿Qué estas…?
Sin saber lo que pasaba, estaba en sus brazos. Rodeada por su aroma
embriagador. Enjaulada en su cuerpo…
Tomada por completo con sus labios contra los míos.
Fue como si hubiera respirado por primera vez en cien años.
Lo respiré con avidez, inclinándome hacia el beso, hacia él, sin
preguntarle que, por qué, o como. No me importaba si solo era un sueño.
Porque al menos en este momento, él era mío de nuevo.
Rompió el beso, sus manos acunando mi barbilla, y su frente contra
la mía. Luego sus labios en mi cabello cuando me jaló hacia a su pecho y
me sostuvo allí.
361
Y lo abracé, demasiado asustada como para hablar. Todo podría
desaparecer si lo hacía.
—Aún estas aquí—dijo suavemente.
Asentí en el hueco de su pecho.
Tomó una respiración temblorosa, y la soltó lentamente.
—No sé cómo pedir tu perdón.
Me aparté para mirarlo.
—¿Tú?
—Ya sé que es difícil de creer —dijo, levantando un lado de la boca.
Pero desapareció. Me alisó el cabello, y me miró a la cara—. Me diste la
granja.
—Nunca fue mía, en primer lugar.
—No la quiero.
Mis cejas se fruncieron.
—No si no estás aquí para compartirla conmigo.
Sacudí la cabeza, desconcertada.
—No lo entiendo. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué estas…?
—Tu sucediste, justo como siempre lo haces. Todo lo que haces es
por el bien de las personas que amas. Nunca para ti misma. Yo solo fui
demasiado orgulloso para verlo, estaba demasiado… demasiado asustado.
Tenía tanto miedo de perderte, hice que te fueras. —Debí parecer
confundida, porque dijo—: No esperabas que apareciera, ¿cierto?
—No.
—Me diste la granja, solo me la entregaste, con toda la intención de 362
subirte a esa camioneta, subirte al avión y dejar todo lo que amas aquí. Y
por ninguna otra razón más que tu convicción de que era lo mejor para
todos. Excepto para ti. No confié en ti porque fui un imbécil. Luché contra
ti porque estaba asustado. Pero seguiste intentado porque creías en mí. Y
te llamé desleal cuando fui yo quien no tuvo fe. No merecía tu gracia,
Olivia…
—Jake, yo…
—Pero me la diste de todas maneras. Porque me amabas a pesar de
todo. Tenía mucho miedo de que me dejaras, que yo mismo te alejé. Te
amo. ¿Tienes… tienes una idea de cuanto te amo?
Buscó mis ojos, tragando con fuerza.
Mi corazón se detuvo.
Me ama.
—Y casi te dejo ir sin decírtelo. —Me acarició la mejilla—. Quédate.
No sé quién soy sin ti aquí, ya no. Y no quiero saberlo. Cambiaste todo
para mejor, a mí sobre todo. Sin ti, esta granja no tiene corazón ni alma. Y
tampoco yo.
No estaba segura de cuando había empezado a llorar, probablemente
en algo momento cerca de la parte del amor, pero mis lagrimas dibujaron
líneas de frio en mi cara. Me tocó con el pulgar el rastro de una.
Después de un segundo, dijo:
—No creo que nunca hayas estado tan callada como ahora.
Una carcajada brotó de mí, y envolví mis brazos en su cuello para
acercarlo a mi cara, nuestros labios conectándose con la dulce familiaridad
del hogar. Cuando nos quedamos sin aire, me separé, con mis brazos aun 363
rodeando su cuello.
—Bueno, si me amas ¿cómo podría irme? Como dijiste, todo lo que
amo está aquí.
—¿Si te amo? —dijo riendo—. Si te amara más, tendría un ataque al
corazón. No sé cuánto más puede soportar.
—Entonces no me voy a ninguna parte.
—Bien—dijo contra mis labios.
Y luego los tomó como propios.
Nunca me habían besado antes como en este momento. Nunca habría
conocido la rendición hasta que se entregó a mí.
Nunca había conocido el verdadero amor hasta que me enamoré de
él.
Subimos como una llama en un giro de cuerpos en perfecto acuerdo,
y habría ardido felizmente ahí en sus brazos.
Lo habría hecho, de no haber sido por Kit.
Nos separamos ante su chillido de sorpresa, riendo mientras se
colocaba entre nosotros.
—Ustedes dos—dijo en medio de un sollozo—. Casi me matan antes
de tiempo. Livi, dime que eso significa que te quedas.
—Me quedo. —Le prometí, viendo a Jake a los ojos.
—Por siempre, si tengo algo que ver con ello—respondió.
A lo que Kit rompió en nuevas lágrimas de felicidad.
—Es todo—balbuceó—. Vamos a tener una fiesta esta noche, y voy 364
a hacer que Mack ponga la carne en el ahumador ahora mismo. Si quiero
que el postre este listo, será mejor que deje de llorar y me ponga a trabajar.
—¿Cocinas cuando estas feliz y cuando estas triste? —Se burló Jake.
—Sucede que he descubierto que cocinar es la respuesta correcta para
cualquier ocasión. Ahora, mete tu culo a la casa con las maletas de Livi,
Jake. Desempaquen de una vez por todas.
—Con mucho gusto—dijo, volviendo a tirar de mí hacia su pecho una
vez que Kit estuvo libre.
Hizo una mueca al vernos, con las manos sobre los labios antes de
hacer un gesto para que nos fuéramos y entrar a la casa. un segundo
después, la escuché salir por la puerta trasera llamando a Mack y gritándole
que me quedaba como el pregonero del pueblo.
No pude evitar reírme.
—¿Crees que esta feliz? —preguntó Jake.
—Creo que, si fuera más feliz, podría explotar en una nube de brillos
y confeti.
—Entonces ya somos dos.
Me gire en sus brazos para sonreírle.
—Que sean tres.
—Maldición, me alegro de haberte atrapado antes de que te fueras.
—¿Cuándo hiciste eso? —pregunté, señalando con la cabeza hacia el
tractor.
Miro hacia atrás como si hubiera olvidado que estaba ahí.
—Hemos estado trabajando en él desde la semana pasada. Te iba a
sorprender con el pero entonces… 365

—Es rosa. Me regalaste un tractor rosa. —Le sonreí—. Odias el rosa.


—No tanto como te amo a ti. Tanto que, de hecho, estaba listo para
subirme al avión en caso de que fuera necesario.
—¿Pintaste un tractor rosa y te habrías subido por primera vez a un
avión, por mí?
—Y habría ido a Nueva York. Sería un sinfín de primeras veces. Pero
no había manera de que te dejara ir para siempre, no sin asegurarme de que
supieras que soy un idiota y que te amo.
—Dilo de nuevo—arrullé.
Con esa sonrisa ladeada suya, deslizó su mano en mi cabello.
—Soy un idiota. El imbécil más grande del mundo.
—No, la otra parte.
Su sonrisa se hizo más grande.
—Oh, ¿la parte donde digo que te amo?
—Mhhmm—murmuré.
—Lo siento, Livi. Por todo. No sé como hacerlo bien, lo que hice, lo
que dije. Te ibas a ir, como temía que lo hicieras. Excepto que en lugar de
que nos dieras la espalda, yo te alejé. Nunca más. Si alguna vez quieres
irte, no será por mí. De hecho, podría tenerte como rehén.
La risa brotó de mí.
—¿Me vas a encerrar en el granero con a las cabras que no querías?
—Estaba pensando más bien en un anillo en tu dedo y un nuevo
apellido.
Parpadeé, insegura de si había escuchado bien. 366
—¿Quieres decir…?
—Quiero decir que te quiero aquí conmigo por siempre. Empezando
desde hoy. —Me acarició la mejilla, sonriendo de nuevo—. Si no creyera
que necesitas un año para planear alguna gran cosa, te lanzaría sobre mi
hombro y conduciría hasta el juzgado en este momento.
—No actúes como si me conocieras —dije riendo, aunque había
lágrimas en mis ojos.
—Oh, te conozco, Olivia Brent. Eres lo mejor que me ha pasado en
la vida. Incluso junto a Frank. Porque el pudo haberme enseñado lo que
significa el hogar, pero tu me mostraste como amar. Como confiar. Así que
algún día, te traeré un anillo y me arrodillaré para hacerte la pregunta. Ni
siquiera lo vas a ver venir.
Gemí.
—Oh, mi Dios. Vas a hacer que me vuelva loca esperando, ¿no es
cierto?
—Cien por ciento. Me aseguraré de que Kit lo grabe para tus redes
sociales.
Un jadeo falso.
—¿Estás de acuerdo con mis redes sociales? ¿Cuáles son las
probabilidades de que también pueda conseguir que hagas el calendario?
—No tientes tu suerte.
Suspiré.
—Lo juro, algún día te convenceré.
—Tienes más oportunidades de convencerme de que pinte mi 367
camioneta de rosa.
Una de mis cejas se levantó en señal de desafío.
—Jesús—dijo, riendo—. No tengo ninguna oportunidad, ¿cierto?
—Nop.
—Menos mal que haría cualquier cosa por ti. Excepto el calendario
—agregó cuando vio mi cara—. Me rehúso a que la mitad del pueblo tenga
mi pecho desnudo en sus frigoríficos.
—No eres divertido—dije haciendo un mohín.
—Bueno, espero que no me ames por mi sentido del humor.
—Te amo por muchas, muchas razones. Son tantas que cuando te
arrodilles y me hagas esa pregunta, diré que sí.
El fuego brilló detrás de sus ojos.
—Bien. Entonces llevemos estas maletas adentro, vaciémoslas, y
guardémoslas indefinidamente.
—Y luego vamos a seguirle la corriente a Kit y pasar por su fiesta tan
pronto como podamos. Porque todo lo que realmente quiero es encerrarnos
en mi cuarto por los siguientes tres días para compensar cada segundo que
no estuvimos juntos.
Con esa sonrisa, me levantó para que estuviéramos nariz con nariz,
pecho contra pecho, y mis piernas alrededor de su cintura con nuestros
labios lo suficientemente cerca como para respirarnos el uno al otro.
—¿Qué tal si empezamos con una tarde?
—La tomaré. Tomaré todo. Todo de ti.
368
—Qué bueno, porque soy tuyo, Livi.
Nuestros labios se encontraron con un intercambio de corazones.
Y nunca quise el mío de regreso, no si eso significaba que podía
mantener el suyo para siempre.
Ha sido el año más feliz de mi vida, gracias a ella.
Estaba en el borde de la pista de baile al atardecer con un whisky en
la mano, una sonrisa en la cara, y mis ojos en mi esposa.
Olivia bailaba con el abandono con el que abordaba todo. Sujetaba su
vestido de novia en los puños para no tropezar, dejando al descubierto sus
botas de lluvia rosas. Cuando apareció aquí hace un año, estaban 369
impecables y sin usar. Ahora estaban raspadas y golpeadas, el brillo había
desaparecido y la goma estaba desgastada. Intenté comprarle un par nuevo
para la boda, pero dijo que no sería lo mismo. Tenían que ser esas.
La mitad del pueblo estaba aquí en la granja para celebrar. Le había
llevado todo este tiempo para planearlo, como sospechaba, y puso cada
parte de ella, justo como siempre lo hacía. Hace unas horas, estaba bajo los
dos últimos olmos al final del camino, la luz del sol mojando los asientos
alienados entre los árboles. Todos estaban llenos, Kit en primera fila con
la nariz en un pañuelo, y la tía de Olivia llorando a su lado. Tal vez con un
poco de luto porque Olivia no dejaría la granja para ir a Nueva York. Ella
todavía no sabía los planes de Olivia sobre convencerla para que se mudara
aquí y emparejarla con alguien. Aún no sabía con quién. El único hombre
soltero de su edad era Buffalo Joe, pero tenía el presentimiento que tenía
demasiado vello corporal para ella.
Me paré bajo un arco de flores con el corazón latiéndome en la
garganta, esperando por el momento en el que mi vida cambiaria.
Y entonces la vi al final del pasillo del brazo de Mack.
Nunca en mi vida había estado tan abrumado como lo estaba en este
momento. Mientras se dirigía a mi lado donde se quedaría por siempre, me
despojé de todo menos de mi amor por ella, dejándome con un profundo
agradecimiento de que esta mujer me hubiera escogido cuando podría
haber elegido el mundo.
Sostuve su mano, repitiendo las palabras. Escuchando sus votos con
mi garganta en un nudo, diciendo los míos con voz áspera y mi corazón
demasiado lleno como para dominarme a mí mismo. Le prometí que sería
para siempre, y ella me prometió lo mismo. 370
Sellamos los votos con un beso.
Fue la forma perfecta de marcar el final de una vida y el comienzo de
otra.
Sonreí mientras miraba a Olivia rebotar en el parqué con Presley y
Priscilla, ajena a mí, aunque yo siempre era consciente de ella. Podríamos
estar a kilómetros de distancia, y de todas maneras la sentiría como si
estuviera justo a mi lado. Aunque el caso era raro: era inusual que
estuviéramos en lugares separados.
Durante dos meses, esperó la propuesta, y yo la llevé como un
bastardo, disfrutando verla avergonzarse para darle el anillo. Una vez, me
arrodillé frente a ella para atarme el zapato. Una vez, la llevé a nuestro
lugar de picnic y la observé escarbar en el postre buscándolo. La peor fue
cuando junté a todos y los hice pararse en el porche, le di un gran
discurso… y le entregué su regalo de cumpleaños, una cámara de lujo que
había insinuado desde siempre. No estaba seguro de que alguna vez me
perdonaría por esa ocasión.
Cuando finalmente sucedió, la había llevado en el tractor rosa, el cual
se había convertido en un icono para la granja. Era el atardecer de uno de
los últimos días de verano, se sentó en mi regazo, recargada en mi
perezosamente mientras subíamos en una de las colinas más altas de los
pastos. Desde allí, podías ver el océano en la distancia extendiéndose hasta
el horizonte, y las montañas a ambos lados de nosotros acunando nuestro
valle. Había bajado primero, y cuando se acercó en el borde para bajar, me
arrodillé con una caja de terciopelo abierta en mi mano.
Como estaba previsto, no lo había visto venir.
La granja prosperó bajo nuestra mirada y con la ayuda del dinero de 371
Patton. Pagamos nuestras deudas, y nuestras finanzas quedaron libres y
limpias por primera vez en una década. Las entregas a domicilio se habían
convertido en nuestro mayor ingreso, seguido de cerca por los recorridos y
la tienda, por supuesto. James Patton había mantenido su promesa de
quedarse en Washington, y Chase se había convertido en un aliado
inesperado.
Se quedo en el otro lado de la pista de baile imitándome. Cuando
levantó su vaso en mi dirección, hice lo mismo y dimos un trago de
camaradería.
Nunca creí que vería el día en el que le diera la mano a un Patton. Y
esta definitivamente era la primera boda de un Brent que un Patton asistía
en ciento veinticinco años.
Incluso habíamos hecho un sabor de helado juntos, como él y Olivia
habían hablado: Tratado de Paz. Era un cremoso de fresas (Olivia) y
caramelo (Chase) mezclado con trozos de caramelo salado (yo), y no
podíamos mantenerlo en existencia. Con Chase a cargo de la granja Patton,
las cosas en el pueblo habían cambiado. Por primera vez en más de cien
años, éramos iguales, trabajando en armonía, y la disputa había finalmente
acabado por la generación con sentido.
Lo único que faltaba era Frank.
Su ausencia se había sentido mucho más en las ultimas semanas que
nunca, especialmente hoy. Poco después de comprometernos, me mudé
oficialmente a la casa grande, y en el proceso, Olivia encontró la carta de
Pop en mi tocador, en el mismo lugar donde la había dejado desde que la
recibí. Para sorpresa de nadie, me convenció de que era hora de leerla,
pasándomela antes de salir de la habitación y dejarme solo.
La leí tantas veces, que me la aprendí de memoria.
372
Jake,
Lo siento.
Lo último que quería era dejarte con la granja en el estado en el que
está, pero si esta carta está en tus manos, he fracasado. Sé que debe
sorprenderte que te haya dejado la mitad de todo esto, pero espero que me
escuches cuando digo que este lugar es tuyo tanto como lo es de Olivia.
Pasé siete años de mi vida sin un hijo, criando a mi único pariente –
su hija única– solo. Todos los días son un recordatorio de su ausencia.
Cada grillo que Livi traía para mostrarme, cada abrazo con sus brazos
fibrosos, cada pequeña lagrima que limpié me dejo deseando que el
estuviera aquí. Creí que había conocido la perdida cuando Janet murió.
Pero nada se puede comparar con sobrevivir a tu hijo.
Y entonces Livi se fue, dirigiéndose a una mejor vida de la que podía
darle, y tuve que enfrentarme a la perspectiva de estar solo de nuevo, mas
solo que nunca. Pero entonces llamaste a la puerta, y supe lo mucho que
nos necesitábamos el uno al otro.
Si conozco a Olivia, sé que llegara aquí como una excavadora, y si
te conozco, sé que te moverás como una pared de ladrillos. Pero te
necesita. Y se que no quieres admitirlo, pero tú también la necesitas.
Y yo necesito que se cuiden el uno al otro.
Mi mayor tristeza es pensar en dejarlos solos, y mi único consuelo es
saber que estarán juntos. Cuídala, Jake. Cuida la granja, y cuídate tú.
Si alguien puede salvarla, son ustedes dos.
Que sepas que cada vez que te llamaba hijo, no era un cariño. Era
un hecho. Soy el hombre más afortunado de la tierra por haberte
373
encontrado, por haber ayudado a criarte, y por estar ahí para ti justo como
tu estuviste para mí, incluso cuando no sabias lo mucho que significabas
para mí. Espero que sepas lo mucho que te quiero, hijo. Ahora sal al
mundo y haz el bien.
Por siempre tu Pop,
Frank.

La verdad era que este mundo nunca sería lo mismo sin Frank Brent
en él. Pero no había duda en mi mente que hoy lo habría hecho casi tan
feliz como a mí.
Nunca había sido tan afortunado como he sido desde que ella se
apareció con esas estúpidas maletas rosas para robarme el corazón.
Al pensar en ello, tiré hacia atrás el final de mi bebida y me dirigí a
la pista mientras la canción cambiaba a una de Patsy Cline. Sin decir una
palabra, tomé a mi esposa y la hice girar, dándoles un cortés “Disculpen”
a los que la rodeaban.
Su barbilla se inclinó mientras reía, y le sonreí de vuelta mientras le
hacía dar una vuelta.
—Hola esposa.
—Hola esposo.
Reí ante el sonido de la palabra en sus labios, esa ardiente vena de
posesión y sumisión que de alguna manera contenía en mi pecho.
—Me alegro de que me encontraras. No te he visto en tres canciones.
—Estaba por allá. Es solo que estabas teniendo mucha diversión. No
quería interrumpirte. 374
—Regla del matrimonio número uno: siempre interrúmpeme para
bailar.
Con una carcajada, nos hice girar en un circulo dentro de una medida.
—¿Esa es la regla número uno?
—Sí, junto con besarme al menos una vez al día y dejarme siempre
el asiento bueno en el sofá.
Una manada de cabritas corrió a través de la pista de baile en
esmoquin y tutú con una ola de risas a su paso.
—No puedo creer que hayas conseguido que Stanley usara un
corbatín—dije.
—Me llevo mucho convencerlo. Casi tanto como te costó hacer mi
calendario.
—Eso no es para uso comercial, Olivia.
—Literalmente es el mejor regalo de bodas del mundo. ¿Quién
necesita una vajilla de plata cuando tiene a su esposo inmortalizado
alimentando a las vacas bebés sin camisa?
Puse los ojos en blanco.
—Creo que mi favorita es una donde estas todo sudado enfrente de
las balas de heno con los pantalones bajos. Podrías ser modelo a tiempo
parcial.
—Todo lo que he hecho ha sido sacudir el heno.
—Por eso podrías ser modelo. Das buena cara aun cuando no te das
cuenta de que estas dando buena cara. Tú cara ya es así por defecto.
—¿Qué demonios significa eso? —pregunté entre risas.
375
—Significa que te amo. Ya casi es hora de irnos.
—Gracias a Dios. ¿Sabes cuánto tiempo llevo esperando para sacarte
de ese vestido?
—Bueno, solo he estado en él como por ocho horas…
—Desde que te pedí que te casaras conmigo.
Sus mejillas se sonrojaron, con sus pómulos altos con su sonrisa.
—Eres un romántico de closet.
Una de mis cejas se levantó.
—¿Por qué quiero quitarte la ropa?
—En este contexto, sí.
—Dios, te amo—dije, riendo de nuevo.
—Bien, porque ahora estas atrapado conmigo.
—Nunca quise nada más.
Apenas había empezado a besarla cuando la música volvió a cambiar,
y la voz de Presley llegó a través de los altavoces, dirigiendo a todos a
nuestra salida designada. Olivia desapareció por un minuto, coordinando
sus cosas con Presley y yo saludé a esos quienes se ofrecieron, aceptando
besos en la mejilla y sus buenos deseos del resto mientras se dirigían al
amplio camino que habían señalado con linternas en la hierba. Presley
apareció y comenzó a repartir bengalas. El sol estaba lo suficientemente
bajo como para besar las copas de los árboles cuando Olivia me rodeó la
cintura con sus brazos y me sonrió.
—¿Estas listo para que esto terminé? —preguntó.
—¿Terminar? Apenas estamos empezando. 376
Sonrió.
—¿Lo ves? Romántico.
—Es tu culpa. Tú me hiciste amarte así.
—Fueron las botas, ¿no es cierto?
—Cien por cien las botas.
Me incliné para besarla una vez más, pero Presley nos gritó:
—¡Vamos, tortolitos!
—Juro por Dios que si me vuelven a interrumpir besando a mi mujer
una vez más…
Oliva se rió y me agarró de la mano, y juntos corrimos por el camino
hacia el tractor rosa donde nos esperaba con latas colgando de la parte
trasera. Primero me subí yo, y después la ayudé a subir a mi regazo. Y
cuando lo encendí, Olivia se despidió, y chilló cuando lo puse en marcha.
Y entonces no había nada más que ella y yo.
Salimos a trompicones, dejando atrás la fiesta. Me pregunté por un
minuto que aspecto tendríamos: su falda ocupaba casi toda la cabina.
Me sonrió como si supiera un secreto.
—¿Qué? —pregunté.
—Estamos casados.
—Claro que lo estamos. Eres toda mía.
—Oh, he sido tuya desde siempre.
—Si, pero ahora hay un anillo en tu dedo que se los dice a todos los
demás. Quiero que el mundo entero sepa que me perteneces de manera en
que yo te pertenezco—. Con una mano en el volante, me incliné para poder 377
contemplar el rostro que amaba tan desesperadamente.
Cuando la besé, lo hice bien. La besé como un hombre que era dueño
del mundo. La besé como si fuera el hombre más afortunado que jamás
haya pisado la tierra.
Y esta vez, no hubo interrupciones.
IMPORTANTE
¡Muchas gracias por leer Bet the farm! Espero que estés lista para
ponerte tus botas de lluvia y salir a encontrar algunas vacas bebés para
amarlas.
¿Quieres leer la precuela de Jake y Olivia?
¡Espérala muy pronto!
¿Estas Interesado en leer la historia de Presley?
¡Espera Friends with Benedicts y averigua si Presley consiguió su 378
“felices para siempre”!

Gracias a todos por su ayuda en la difusión y contárselo a un amigo.


Aprecio a todos y cada uno de ustedes, y espero que consideren dejar una
reseña en su sitio de libros favorito.

¡Da la vuelta a la página para leer un adelanto de


Friends with Benedicts!
La cantidad de café que consumieron los tejanos en un clima de
casi cuarenta grados me sorprendió.
Di mi doceava vuelta en la cafetería con la humeante cafetera en mi
mano, sonriendo con mi sonrisa que decía “dame propina”, rezando a los
dioses de la grasa que la cafetera de reserva que tenia en marcha terminara
de prepararse para cuando llegara detrás del mostrador. Esta estaba casi 379
muerta.
Realmente era antinatural. Como podía beber alguien algo que no
fuera agua, cerveza, o té dulce en este calor que estaba más allá de mí, pero
aquí estaban todos sentados, bebiendo su droga de elección más rápido de
lo que la ciencia lo habría permitido.
Rin, rin.
—¡Orden!
—Justo a tiempo —dije con mi cafetera vacía mientras me apresuraba
a la ventana donde los platos del desayuno esperaban a ser arrastrados a
sus hogares para siempre.
Segundos después, los platos se apilaban en un brazo, y volví a girar
sobre mis talones para distribuirlos.
Era mi tercer día de trabajo en el Betty’s Biscuits en la bulliciosa
metrópolis de Lindenbach, Texas, población de mil ciento dos. Mil ciento
cinco desde la semana pasada cuando mi madre, mi hija, y yo llegamos a
la ciudad después de tres difíciles días de conducción. En el calor. Sin aire
acondicionado.
Déjenme decirles que fue un verdadero placer. Mi hija de cuatro años,
Priscilla, estaba pegajosa en un día normal, pero ¿después de ocho horas
sin aire acondicionado y comer en nada más que una gasolinera? Olvídalo.
La niña había comido tantas paletas, que podía pegarse a la pared como
una de esas arañas de gelatina. No es como que fuera a pegar a mi hija a la
pared. Quiero decir, en la mayoría de los días, de todos modos.
Mientras repartía los panqueques y los huevos, escuchaba el sonido
de las voces de los campesinos en la voz de todos, encontrándolo
encantador y familiar. Había pasado los veranos aquí cuando era niña con
mis primos, corriendo alrededor de la granja de abejas de mil acres aquí en 380
el pueblo, pero no había vuelto en cerca de cinco años.
No sé cuándo la hubiera vuelto a visitar de nuevo de no ser porque
habíamos perdido nuestra casa en el norte de California. Ciertamente nunca
pensé que viviría en Texas en ninguna circunstancia. Pero aquí estábamos,
aceptando con gratitud la limosna del lado de la familia Blum hasta que
nos recuperáramos.
Me preguntaba si la prima de mi madre, Dottie, sabía que nunca nos
íbamos a recuperar y decidí no ser quien se lo dijera.
Eran las nueve de la mañana, pero me imaginé que ya estaba a casi
cincuenta grados allá afuera. Tal vez exageraba, pero para una chica de
California acostumbrada a la brisa costera, este paisaje infernal sin salida
al mar era una abominación de la naturaleza.
Y, sin embargo, el café fluía como el vino.
Los tejanos eran de su propia especie.
—¿Puedo traerle algo más? —pregunté, esperando que dijera que no.
—Más café, si eres tan amable —dijo un hombre con cara de cuero,
un sombrero vaquero en la cabeza, y una sonrisa que me hizo pensar en
mis abuelos y el dulce olor a tabaco y helado en las noches de verano.
—Por supuesto —respondí.
Era mi respuesta conservada de mesera a cualquier pregunta. Todas
las meseras tenían una. Algunas decían hecho, seguro, o vuelvo con eso,
pero me di cuenta de que por supuesto sonaba como si fuera una prioridad.
Nadie decía por supuesto y luego no hacía lo que prometía.
Quiero decir, excepto las meseras. Pero solo cuando no estaban muy
ocupadas. O cuando sus clientes eran unos imbéciles. A los imbéciles se
les servía el café a lo último. 381
El hombre Marlboro recibiría el suyo pronto.
Me moví por el lugar recogiendo los platos de camino a la parte de
atrás, tarareando “All Shook up”. Era un clásico comedor de los años
cincuenta, rosa pastel y ese tono Tiffany mentolado de azul verdoso que
los pervertidos de Crayola llamaron “Verde espuma de mar”.
Aggie, otra mesera quien había decidido que iba a ser mi esposa en
el trabajo, se detuvo frente a la ventana de la cocina con su labio torcido en
el clásico estilo Elvis, sus labios moviéndose de un lado a otro. No dejó de
hacerlo hasta que los chicos de atrás se rieron, entonces volvió al trabajo,
tomando la cafetera fresca.
—Oye —llamé por encima de mi hombro mientras me dirigía a la
parte de atrás—. ¿Podrías golpear la mesa doce con eso?
—No golpearé al Sr. Hersh con la cafetera, Presley Hale. Deberías
estar avergonzada.
—Gracias —dije riendo.
Descargué mi carga en la estación de platos, con cuidado de no
derramar nada en mi bonito uniforme o el blanco impoluto de mi delantal.
El hombre que eligió estos colores debería haber sido avergonzado
públicamente. Las probabilidades de que llegara al almuerzo sin
ensuciarme de sirope o cátsup eran escasas si no es que ninguna, y solo
tenía dos uniformes. Esta chica no es fan de lavar la ropa, y menos de
plancharla.
Me pregunté momentáneamente que edad debería tener Priscilla para
aprender a planchar. Probablemente en el kínder, por lo menos.
Qué pena.
Cuando me lavé las manos, me dirigí de nuevo a la planta, 382
comprobando las cafeteras, asegurándome que algo se estaba preparando
en todas ellas. Mi mano estaba metida hasta el codo en una manga de filtros
cuando escuché una voz que se deslizó sobre mí como la seda.
—Bueno, mira eso. Los rumores son ciertos.
Un relámpago me golpeó en el acto: conmoción, me di cuenta
distantemente. La sensación fue seguida por la fritura de mis ovarios como
un par de huevos desprevenidos.
Sebastián Vargas tenía ese efecto en mí y en mis huevos.
Volteé, sonriendo a pesar de mi horror. Y allí estaba él, alto, moreno,
y sonriéndome de esa manera que hacia que todas las chicas le tiraran las
bragas.
Los recuerdos eran divertidos, lo que creías recordar con vivida y
cierta claridad, era una triste y diluida versión de la realidad. No recordaba
que fuera tan alto, aunque le había llegado a los hombros desde que
teníamos diecisiete años. No recordaba lo fuerte que era el corte de su
mandíbula, que se agudizaba por su prolija barba. O la línea masculina de
su elegante nariz, la abundancia de su cabello oscuro, tan espeso que no se
podía ver su cuero cabelludo, incluso con los mechones ébano cortados con
surcos de sus dedos. No recordaba el ámbar dorado de su piel, el color tan
rico que parecía tragar la luz del sol con sed.
No era lo único sediento en su entorno.
Tenía la constitución de un corredor, largo y delgado, con hombros
fuertes y músculos ondulados. Noté cada curva de sus pectorales hasta que
su camisa colgaba demasiado floja como para contar los músculos
abdominales que sabia a ciencia cierta que estaban ahí, persiguiéndose
unos a otros en pares hacia sus estrechas caderas.
Me quedé mirando el negro sin profundidad de sus ojos, de un tono 383
tan profundo de marrón, que solo se podían ver sus pupilas con una cierta
inclinación de la luz. Aquellos ojos que recordaba, delineados con
envidiables pestañas negras. Esa sonrisa en unos labios anchos y carnosos
que conocía. El destello de los dientes cuando se reía había sido solo para
mí durante unos cuantos veranos perfectos, aunque siempre lo rompía
cuando volvía a California.
Siempre fue muy práctico.
—Seb —dije con una sonrisa que esperaba que no fuera demasiado
obvia al hecho de que me hubiera gustado trepar por encima de la barra y
sobre su cara, si tan solo los modales y las reglas sociales no fueran una
cosa.
—Ven aquí —dijo con una sonrisa de estrella de cine si alguna vez
vi una. Caminó hacia la galera, hizo una pausa, indeciso por una fracción
de segundo.
Y luego casi corrí hacia él, riendo como la adolescente que era cuando
me había enamorado de él hacia un millón de años.
Me sorprendió con una carcajada que retumbó en mi interior. Y por
un segundo, me sostuvo allí.
Lo respiré: olía igual, una especia terrosa que recordaba por encima
de todo. Un olor que provocó una reacción biológica que hizo que mis
manos se aferraran a la parte trasera de su camisa, donde me aferraba a él.
Relajé mi agarre, y aprovechó el momento para bajarme. Pero no se
alejó, en su lugar, colgó sus manos en mis caderas para poder mirarme a la
cara.
Siempre había sido así entre nosotros. Fácil.
384
—Maldita sea, Pres. ¿Cuánto ha pasado, cinco años?
Me reí así no tenía que responder la pregunta directamente. Porque
eran alrededor de cuatro años y nueve meses, si contábamos.
—¿Qué estas haciendo aquí? —pregunté estúpidamente.
—Estaba buscando rosquillas sin agujeros. Es inhumano lo que
ustedes les hacen, desfigurándolas así.
—Intenté pedírselo a Bettie, pero se rió, le dio una calada a su
cigarrillo, y me mandó a la mierda.
—Cierto —dijo entre risas.
Por un momento nos quedamos en silencio, de pie, mirándonos el uno
al otro con esas estúpidas sonrisas en nuestros rostros.
Al mismo tiempo que pregunté:
—¿Qué has estado haciendo?
Él preguntó:
—¿Dónde has estado?
Y un cliente dijo:
—¡Disculpa!
Sebastián me sonrió. Le sonreí.
—¿Puedo verte esta noche? —preguntó.
—Solo si me traes rosquillas sin agujeros.
—¡Orden! —llamó Frankie desde la ventana de la cocina. Lo ignoré.
—Quiero decir, ¿por qué debería pagar por las rosquillas y los
agujeros por separado? —preguntó—. Es una mierda, francamente.
Mientras me reía, agarró una servilleta de cóctel y robó un bolígrafo 385
de mi delantal.
—Disculpa —dijo la señora con mucha menos paciencia y una
mirada poco amable en su rostro.
—Enseguida estoy con usted. —Le aseguré.
Aggie hizo un movimiento de cejas por detrás de la señora antes de
entrar a ayudarle en mi lugar.
Sebastián me entregó la servilleta con su número en ella, los números
cuadrados y sus letras pares, con mayúsculas inclinadas.
—Mi nuevo número. Envíame un mensaje más tarde.
—Trae las rosquillas o no hay trato. —Lo señalé y bajé la barbilla.
Dios, su sonrisa podría haber alimentado a medio pueblo.
—Me vas a hacer conducir hasta Austin, ¿cierto?
Me encogí de hombros.
—Has lo que tengas que hacer, Vargas. —Cuando dio un paso hacia
atrás, le dije—: ¡Espera!
—¿Sí?
—¿Vas a ordenar algo? —Agarre mi bloc de notas.
—No.
—¿Entonces porque viniste?
—Vine para verte.
—¡Orden! —Frankie tocó el timbre como nueve veces.
Le devolví la mirada y le saqué la lengua cuando lo atrapé
enloqueciéndome.
386
—Probablemente no debería hacer que me despidan en mi tercer día.
—Al menos no por mí parte. Vete. Nos vemos luego.
—Está bien —respondí con las mejillas calientes y una sonrisa
verdaderamente escandalosa en mi cara. Durante un segundo lo observé
alejarse.
Y entonces Frankie volvió a hacer de las suyas con la campana.
Levanté mis manos rindiéndome.
—Esta bien, esta bien. Dios no permita que tenga una conversación
por aquí, Frankie. Lo voy a recordar la próxima ves que te escuche hablar
con los aderezos de ensalada cuando creas que nadie te está escuchando.
Puso los ojos en blanco, pero sonrió un poco. Lo consideré una
victoria.
Mientras apilaba platos en mi brazo y con mi dopamina
metabolizándose, el temor tomó el lugar de mi vertiginoso entusiasmo.
Porque tenía un secreto, uno que había intentado contarle en estos cuatro
años y nueve meses aproximadamente desde que lo había visto por ultima
vez.
Y su nombre era Priscilla Marie.

387
AGRADECIMIENTOS
Este libro es uno de los que había querido escribir durante años, y al
tener la posibilidad de hacerlo, estaba eufórica. Pero al principio, la vida
intervino. La perdida de nuestro perro mayor a la leucemia. Un ciclo
político y noticioso increíblemente emotivo. Un niño hospitalizado
después de pedirme ayuda: ya no se sentían a salvo con ellos mismos. Una
temporada de vacaciones entrado y saliendo de centros psiquiátricos,
además de mi preocupación de que podría perder a mi hija mayor en la
oscuridad de las enfermedades mentales. Salir en su nombre ante nuestra
familia como no binario, haciendo todo lo posible para guiar a los seres 388
queridos a través de sus emociones e intentar encontrar el camino a través
de las mías. Todo eso encima de una pandemia mundial y de interminables
meses de aislamiento.
Todo el tiempo, tenía esta historia, mi pequeño punto brillante.
Encontrar tiempo para trabajar era difícil. Encontrar alegría en escribir
cuando nuestro mundo estaba tan oscuro era un gran “pero”, y a pesar de
todo, esta historia nació.
Espero que signifique mucho tanto para ti como significa para mí.
Los sospechosos habituales que siempre reciben mi agradecimiento:
A mi esposo Jeff por ser mi soporte y mi inspiración. A Kandi Steiner por
estar siempre conmigo, hablándome a través de cada paso en este proceso,
dejando todo para trabajar como siempre lo hace. A Kerrigan Byrne por las
interminables horas de discusión sobre la trama e historia, algunas veces
mientras fotografiábamos extraterrestres juntos en internet. A Kyla Linde
por ser mi esposa en el trabajo, por ayudarme a encontrar las soluciones
más sencillas a problemas de historias grandes y aterradoras, y por
mantenerme fresca en mis metafóricos zapatos de correr para los sprints.
Quería agradecerles a unas cuantas personas más: Primero a mis
lectores alfa y beta: Amy Vox Libris, Sarah Green, Sasha Erramouspe,
Dani Sanchez, Kandi Steiner, Sara Sentz, Melissa Brooks, Danielle
Lagasse, and Julia Huedorf.
Gracias por su extrema paciencia y flexibilidad a través de cada
cambio en mi horario y fechas de entrega. Sus comentarios significan todo
para mí. Todo. No podría haber hecho esto sin su tiempo, esfuerzo, apoyo,
y comentarios críticos. Gracias, gracias, y gracias.
También me gustaría agradecerle a Jovana Shirley de Unforeseen
Editing, por su minucioso trabajo. A Dani Sanchez por nuestras reuniones 389
semanales en las que peina a su mascota, planifica, espera, y sueña. A
Lauren Perry por la increíble sesión de fotos que hizo para los adelantos.
A Stacey Blake de Champagne Formatting por mis magníficos interiores.
Me gustaría agradecer a Pinky de Morning Fresh Dairy (La casa del yogurt
Noosa) por sentarse conmigo después de mi recorrido en la granja,
respondiendo mi interminable flujo de preguntas, por reírse conmigo sobre
las vaginas de las vacas, y por proponer escenarios viables para la granja
Brent.
A todos los blogueros que me leen, reseñan, publican, y se emocionan
por los libros que aman; gracias por hacer mis sueños realidad. Gracias por
su incansable trabajo, por todas las noches de insomnio que pasaron
leyendo un capitulo más. Te estaré agradecida por siempre.
Y a ti, lector: gracias por pasar estas horas aquí en mi corazón. Espero
que te haya traído un poco de alegría a tu mundo.
OBRAS DE STACI HART
INDEPENDIENTES CONTEMPORÁNEOS

ROMANCE EN UNA CIUDAD PEQUEÑA


Bet The Farm (Apuesta por la granja).
Friends with Benedicts: Proxima primavera del 2021.

JÓVENES BRILLANTES 390


Fool Me Once
Todo el mundo quiere saber quién organiza las fastuosas fiestas,
incluso el comisario de la policía, y nadie sabe que es ella... ni siquiera la
reportera que se ha colado en las fiestas y en su corazón.

LOS HERMANOS BENNET


Coming Up Roses
Todo el mundo odia algo de su trabajo, y ella odia a Luke Bennet.
Porque si no lo hace, se enamorará de él.

Gilded Lily
Esta impecable planificadora de bodas conoce a su pareja en una
comedia en la que los opuestos se atraen y los enemigos se convierten en
amantes.

Mum's The Word


A una Bower no se le permite enamorarse de un Bennet, pero estos
amantes prohibidos podrían no tener elección.

THE AUSTENS
Wasted Words (Palabras Desperdiciadas)
Es una adorable aficionada a los libros que nunca podría tener una 391
oportunidad con su guapísimo compañero de piso.

A Thousand Letters (Mil Cartas)


El destino los reúne después de siete años para una segunda
oportunidad que nunca pensaron que tendrían en esta historia lírica sobre
el amor, la pérdida y la superación.

Love, Hannah (Te Amo, Hannah)


Una historia de encontrar el amor cuando todo parece perdido y de
encontrar el hogar cuando estás lejos de todo lo que has conocido.

Love Notes (Notas De Amor)


Annie quiere vivir mientras pueda, tan plenamente como pueda, sin
saber cuán profundamente podría romperse su corazón.

Pride And Papercuts (Orgullo Y Recortes)


Puede ser civilizada y seguir odiando a Liam Darcy, pero si
descubre que hay más en él de lo que muestra su exterior, podría tropezar
con la línea que separa el amor del odio y caer en sus brazos.

LABIAL ROJO
Piece Of Work (Pieza De Trabajo)
Su engreído jefe quiere arruinar sus prácticas, y quizá también su 392
corazón.

Player (Jugador)
Sólo es un jugador, así que ¿quién mejor para enseñarle? Todo lo
que tiene que hacer es no enamorarse de él.

Work In Progress (Trabajo En Progreso)


Nunca pensó que su primer beso sería el día de su boda. Regla
número uno: No te enamores de su falso marido.

Well Suited (Bien Adaptados)


Está convencida de que el amor no es más que productos químicos
cerebrales, y el padre de su bebé está decidido a demostrar que está
equivocada.

TÓNIC
Tonic
El reality show que ella está filmando en su salón de tatuajes es lo
último que él quiere, pero si puede tenerla estará satisfecho, descúbrelo
en esta comedia de enemigos a amantes.

Bad Penny 393


Sabe que está loca por los chicos, y por eso sigue reglas estrictas,
pero este tipo hará todo lo posible por convencerla de que rompa todas y
cada una de ellas.
SOBRE LA AUTORA

Staci ha sido muchas cosas hasta este momento de su vida: 394


diseñadora gráfica, empresaria, costurera, camarera, diseñadora de ropa y
bolsos. No se puede olvidar eso. También ha sido madre de tres niñas que
seguramente crecerán para romper varios corazones. Ha sido esposa,
aunque ciertamente no es la más pulcra, ni la mejor cocinera. También es
súper divertida en las fiestas, especialmente si ha estado bebiendo whisky,
y su palabra favorita empieza por f, termina por k.
Desde sus raíces en Houston, hasta una temporada de siete años en el
sur de California, Staci y su familia acabaron estableciéndose en algún
lugar intermedio e igualmente al norte, en Denver. Cuando no está
escribiendo, está leyendo, jugando o diseñando gráficos.

www.stacihartnovels.com
staci@stacihartnovels.com

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