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INDICE
Staff 18 J es por... D es por…
Índice 19 Problemas
Sinopsis 20 Mandona
1 De nuevo tu/ tú de nuevo 21 Chico de calendario
2 Si no te importa 22 Camino tortuoso
3 Deshazlo 23 Eje de transmisión
4 Conocimientos prácticos. 24 Rojo y azul 4
acaba de heredar.
Pero hay un problema, y no es su intolerancia a la lactosa.
Jake Milovic.
El melancólico granjero ha heredado exactamente el cincuenta por
ciento de la Granja Brent, y está tan convencido de que la chica de ciudad
5
no puede trabajar la tierra, que apuesta a que no puede salvarla en un
verano.
Decidida a demostrarle que está equivocado, Olivia acepta lo que
podría ser la apuesta más tonta de su vida.
Su estrategia para ganar parece sencilla: seguirla a todas partes,
distrayéndola sin camisa entre los ataques de burla implacables. Y es
eficaz: si sus ojos oscuros y sus raras sonrisas no son suficientes para
distraerla, la topografía sudorosa y ondulante del cuerpo del hombre
bestia lo conseguirá.
Lo que no saben es que tendrán que resistir más que el uno al otro.
Circunstancias misteriosas desordenan la granja, y con la granja
lechera en peligro, Olivia y Jake tienen que trabajar juntos. Pero cuando
lo hacen, hay más miedo de lo que ninguno de los dos imaginaba.
Porque ahora sus corazones están en juego, y la granja no será la
única víctima si fracasan
6
Un gruñido muy poco femenino salió de mí.
Cada músculo se activó mientras sacaba una ridícula maleta rosa de
la cinta de equipaje del pequeño aeropuerto. Mis pies se mantenían firmes. 7
Mis glúteos eran lo suficientemente duros como para hacer rebotar una
moneda. Mis hombros se tensaron, los abdominales se apretaron y los
dedos ardieron.
Era más de lo que había entrenado en un año.
En ese momento, me replanteé todo lo que había empacado para
volver a California, aunque había estado absolutamente segura de que cada
prenda era necesaria cuando empaqué. Pero cuando trastabillé hacia atrás
por la fuerza de perder finalmente mi equipaje, me cuestioné las botas de
lluvia. Los overoles. Y toda esa tela escocesa.
Hacía diez años que me había mudado de la granja de mi abuelo y
dos que no estaba en casa. Mi vestuario neoyorquino no servía, tenía que
dar la talla. Y “la talla” exigía cuadros escoceses.
La peor parte de crecer en una granja lechera era ser intolerante a la
lactosa.
Al crecer la mantequilla y nata, helado y queso, depósitos repletos de
leche. Fueron algo inevitable, y como niña dulce e inocente que no tenía ni
idea del trágico destino que le esperaba a mi sistema digestivo, no tuve que
escapar de eso. Recuerdo haber tomado a escondidas trozos de queso de la
cremería y haber comido hasta enfermar en el granero. O sentada frente a
mi abuelo, con un brownie caliente y un vaso de leche fresca ante nosotros,
con el sonido de los grillos flotando a través de las ventanas abiertas de la
granja.
Estos días, era leche de almendras y queso de soya, margarina y
sorbete. Había abandonado la nata y optaba por tomar café puro, lo que me
hacía sentir como una verdadera ruda, algo nada fácil a pesar de medir
metro y medio, tener el cabello del color de un centavo y suficientes pecas
como para encontrar constelaciones. Era tan malvada como una toalla de 8
papel, un conejillo de indias o una zanahoria. O un conejillo de indias sobre
una toalla de papel comiendo una zanahoria.
Cuando las ruedas de la maleta estaban en el resbaladizo suelo de
baldosas en la diminuta sala para recoger equipaje, me aparté el cabello de
la frente húmeda y busqué en la cinta mi otra maleta.
Era de un tono rosa tan ridículo como el de la maleta en la que me
apoyé para recuperar el aliento, un tono chillón, más apropiado para una
niña que para una mujer. Nada menos que una neoyorquina. Pero no me
atreví a frenar la atracción por el color. Era un color que aportaba alegría
al instante; no se podía llevar una maleta tan viva y esperanzadora sin tener
la clara impresión de que todo iría bien, independientemente del lugar al
que fueras.
Incluso a un funeral.
La enorme maleta de plástico dobló la esquina en la cinta como una
brillante gomita. Al verla, me puse de pie y me acerqué. Recordando mi
maleta detrás de mí, lancé una mirada sospechosa a las personas que
estaban cerca, observando su distancia y atención. Pero nadie me prestó
atención a mí ni a mi maleta. Probablemente pensaron que la maleta estaba
llena de pegamento con brillantina y peluches de unicornios.
No es que las botas de lluvia rosas fueran mucho mejor.
Me preparé mientras la maleta se acercaba, desarrollando una
estrategia para dominar el peso, esperando tener suficiente margen para
arrastrarla fuera de la cinta. Con una respiración fortificada y los labios
apretados con determinación, alcancé el asa y tiré con todas mis fuerzas, lo
que me permitió volcarla.
Un par de manos muy grandes y cuadradas se deslizaron en mi
maleta. 9
—Espera, déjame ayudarte con...
—Ya lo tengo —resoplé, moviéndome para ponerme de espaldas a
él.
Con otro impulso, tiré, inclinándome hacia atrás con la esperanza de
que mi peso me ayudara, pero la gravedad tenía otros planes. Volvió a
golpear el cinturón con suficiente fuerza como para llamar la atención de
todos los presentes. La gente se apartó del camino mientras yo caminaba a
su lado, como un prisionero encadenado por mis manos en el asa.
El señor Manos Cuadradas se rió y me rodeó, alcanzando de nuevo la
maleta.
—En serio, te vas a hacer daño. Déjame...
—He dicho que lo tengo —disparé, dispuesta a darle un pisotón o una
patada en la espinilla si no se retiraba. Pero entonces, levanté la mirada.
Cuando Kit, la cocinera, me dijo que habría alguien ahí, la esperaba a ella,
no a la enorme extensión de Jake Milovic.
Sus manos no eran lo único cuadrado –o grande– en él. Mis ojos
sedientos absorbieron la vista, catalogando cada detalle, observando lo que
había cambiado y lo que no había cambiado en los años transcurridos desde
que vi a Jake, la mano derecha de mi abuelo. Era una bestia de hombre,
tan alto que sólo le llegaba a su amplio pecho. Pechos cuadrados, anchos y
sólidos como sus pezones bajo su camiseta gris brezo, que era casi
demasiado pequeña. Tan pequeña que rozaba lo pornográfico.
Era indecente, en realidad.
Sus hombros también eran cuadrados, fuertes, rectos y majestuosos,
y entre ellos se alzaba su cuello, cargado con más músculos. Músculos
sobre músculos, con más fuerza de la que debería tener cualquier ser
humano, pero no la suficiente como para que me pareciera antinatural o
innecesaria. Mi mirada se detuvo en su mandíbula, que al instante decidí 10
que era mi cuadrado favorito: marcado y fuerte, masculino y sombreado.
Esa mandíbula enmarcaba un atisbo de sonrisa en unos labios anchos.
Había besado esos labios, hace tiempo. Pero el niño que había sido
dueño de esos labios había desaparecido, sustituido por un hombre que
parecía pertenecer a un antiguo campo de batalla, empuñando un mazo y
vestido con piel. Incluso la palabra hombre parecía demasiado sosa,
demasiado fina para describirlo. Era un oso, pardo y salvaje, que se paseaba
solo por el bosque.
Ese era el Jake que yo recordaba. Me pregunté qué recordaría él de
mí.
Sus ojos brillaban de diversión, nítidos y salpicados de verde y
marrón, como la primera vuelta de las hojas en otoño.
—¿Jake? —dije estúpidamente, sin darme cuenta de que había dejado
de moverme hasta que la maleta me hizo perder el equilibrio.
Se movió con más gracia de la que un hombre de su tamaño debería
haber sido capaz, atrapándome de alguna manera con un brazo y
levantando mi maleta con el otro. Me encontré metida en su pecho e inhalé
con avidez, cerrando los párpados y llenando mis sentidos. Olía a pino y a
heno, a madera vieja y a tierra arcillosa. Olía como si estuviera hecho del
bosque, de la tierra y del aire salado del mar.
Olía a hogar.
Su mano era tan grande que abarcaba la parte baja de mi espalda, me
sujetaba mientras nos hacía girar como si estuviéramos bailando. Por un
momento, cuando me soltó, me quedé muda, parpadeando.
Una de sus cejas se alzó con la comisura de sus labios, sólo un
parpadeo, sólo un vistazo. 11
—¿Estás bien?
—Por supuesto, estoy bien —solté, sonriendo—. ¿Estás bien? No has
tirado nada, ¿verdad?
—Creo que estoy bien —dijo, levantando mi maleta con una mano.
Sus bíceps se convirtieron en una montaña, con venas que corrían como
ríos por sus antebrazos y manos—. ¿Esa también es tuya? —Señaló con la
cabeza a la maleta gemela.
—¿Cómo lo has adivinado?
Jake me miró de reojo, con la comisura de la boca todavía un poco
más alta que la otra.
—Pensé que el rosa sólo era una fase. —Me encogí de hombros para
cubrir mi ego herido.
—Es el color de mi firma.
—Ya lo veo —dijo, agarrando la otra maleta por el asa sin dejar de
avanzar.
—Tiene ruedas, sabes. —Extendió una para inspeccionarla.
—Claro que las tiene —señaló y siguió caminando hacia la salida.
Atravesamos las puertas corredizas hacia el aparcamiento del
aeropuerto Humbolt, que se encuentra en medio de Nowhere, California.
El aire fresco y primaveral nos envolvía, llevando su olor en la corriente de
aire.
Dios, había crecido. A los dieciséis era demasiado grande para su
edad, pero, según mi criterio, le había crecido casi 30 centímetros la
anchura de los hombros. Cuando se presentó en la granja buscando trabajo
a los dieciséis años, el abuelo no se lo pensó dos veces. Todos teníamos 12
claro que Jake no tenía adónde ir, así que lo recibió y cuidó de él como lo
había hecho conmigo cuando murieron mis padres. A su vez, Jake dejó la
piel por el abuelo, se ganó cada parte de su alojamiento, comida y algo más.
Por supuesto, nos conocimos ese verano, al final del cual me fui a Nueva
York a vivir con mi tía. Jake se quedó en la granja indefinidamente, y yo
me alegré de su presencia. Excusaba mi culpabilidad por haber dejado al
abuelo.
Un fuerte tirón en el pecho me hizo llevar la palma de la mano al
lugar, seguido por el familiar escozor en las comisuras de los ojos. Las
lágrimas nunca estaban lejos en estos días, el interminable manantial
siempre surgiendo sin previo aviso. Estaba en el trabajo cuando Kit me
llamó para decirme que se había ido. Al salir de la oficina, presenté mi
dimisión en la empresa de marketing de mi tía. Fui a casa y preparé una
maleta. Y aquí estaba.
Jake se detuvo y yo me estrellé contra su espalda, rebotando contra él
como una pelota de goma. Sin inmutarse, me miró por encima del hombro.
—¿Segura que estás bien?
Agité una mano e hice un ruido de desacuerdo.
—Por favor. Me topo con paredes todo el tiempo.
Una risita silenciosa lo abandonó. Recogió una de las maletas como
si estuviera vacía y la depositó en la parte trasera de su viejo Chevy.
Un silbido bajo se me escapó mientras inspeccionaba su camioneta.
—¿Una K20 del 67? Vaya, sí que es bonita, Jake. —Pasé una mano
por la brillante franja crema, nítida contra el rojo fuego—. ¿La has
levantado?
—Sólo un par de centímetros —dijo, depositando la otra maleta con
un golpe—. No me imaginaba que fueras una experta en engranajes. 13
—Me crié en una granja, ya sabes —bromeé, sin inmutarme—. Al
abuelo le encantaba su viejo Chevy. Cuando era pequeña, le ayudaba a
arreglarlo, a cambiar piezas. Pensó que era importante que yo supiera a
temprana edad la diferencia entre una llave y un socket.
—Es un conocimiento útil. No es que tengas la oportunidad de usarlo
en la ciudad.
Algo en la forma en como dijo ciudad, como si fuera basura de una
semana, hizo que frunciera los labios. Pero le seguí la corriente cuando se
subió a la camioneta, deslizándome a su lado. El asiento de cuero era
mullido y, con una sonrisa, lo probé. Me miró cuando el chirrido de los
resortes alcanzó su límite de tolerancia.
El calor se apoderó de mis mejillas. Me abroché el cinturón de
seguridad cuando él giró la llave y la camioneta cobró vida a nuestro
alrededor.
Jake no dijo nada mientras daba marcha atrás y nos sacaba del
aparcamiento. No era ese tipo de silencio cómodo y agradable. Era
incómodo, cargado de pensamientos y vacíos.
No estaba acostumbrada a este tipo de silencio. Inicié una docena de
conversaciones en mi mente, pero no pude encontrar los medios para hablar
realmente. En lugar de eso, interpreté cada conversación hacia un callejón
sin salida, porque tenía la sensación de que era ahí donde iría. A ninguna
parte.
No era como si alguna vez hubiera sido de otra manera. En realidad,
no sabía por qué siempre me habían acobardado sus juicios silenciosos o
su falta de habilidades conversacionales. Era y siempre había sido el
granjero melancólico, el caballo de batalla silencioso. El lobo solitario y
todo eso. 14
Para él, yo era la misma chica tonta con las maletas rosas que había
abandonado la granja todos esos años.
Él mismo lo había dicho hace unos años, cuando vine a casa a ayudar
después de que el abuelo se rompiera la pierna. El abuelo me dijo que me
regresara, que todo estaba bien. Jake insistió en que debía quedarme, que
me necesitaba. Yo argumenté que el abuelo me lo diría si eso era cierto. Y
Jake me había acusado de abandonar la granja antes de volver a mi vida en
Nueva York.
Había pasado los últimos días arrepintiéndome de esa elección con
cada doloroso latido del corazón.
Le eché un vistazo rápido, trazando las líneas escarpadas de su perfil
con mi mirada. No estaba equivocado. Pero estaba aquí para corregirlo,
para expiarlo haciendo lo que debería haber hecho hace años: dejarlo todo
para cuidar de la granja.
No sabía por qué había pensado que Jake se comportaría de forma
diferente a como lo hacía siempre. Tal vez esperaba que fuera diferente por
lo totalmente afectada que estaba por él, mi recuerdo palidecía al lado del
real. O tal vez quería que él quisiera hablar conmigo. Tal vez quería
conectar.
Jake era como un nieto para mi abuelo, lo que nos convertía a él y a
mí en la única familia que mi abuelo tuvo al final, mi última conexión con
el hombre que me había criado. Pero Jake no parecía querer hablar
conmigo, y ese conocimiento me hacía sentir desesperadamente sola.
Todos estos años, había estado firmemente en la otra costa,
trabajando en el empleo de mis sueños, utilizando mi título en
comunicaciones para trabajar en los medios sociales en la empresa de
marketing de mi tía, diciéndome a mí misma que mi ausencia de la granja 15
no se sentía, que sólo estorbaría, que tenía tiempo. Pero me había
equivocado, y ahora era demasiado tarde.
Las lágrimas volvieron a aparecer, casi con demasiada fuerza como
para detenerlas, detenidas sólo por un sólido pellizco en mi muslo y una
larga y dura mirada a la nada por la ventana. Casi inmediatamente,
estábamos en el campo, el cielo sin nubes y el sol golpeando la camioneta,
calentando la cabina como un invernadero. El sudor me recorrió la nuca, la
frente y la columna vertebral. Una gota de sudor rodó entre mis pechos y
mi sujetador, y me acerqué a la manija de la ventanilla en el mismo
momento en que él se acercó al aire acondicionado.
Me adelanté a él y bajé la ventanilla con gusto, deleitándome con la
sensación del aire fresco de la costa contra mi piel sobrecalentada. La
corriente me agitó el cabello hasta convertirlo en un tornado cobrizo, rizado
y salvaje, y lo recogí buscando en mi bolso una liga de cabello.
Un mechón se soltó, retorciéndose hacia la ventana, y la visión del
rojo brillante contra el cielo azul y las hierbas onduladas que se extendían
a su encuentro me hizo pensar en el abuelo. En los días de verano en su
camioneta con las ventanillas abajo y escuchando a Merle Haggard en la
vieja radio. Estaba en casa, y este lugar estaría siempre ocupado por mi
abuelo. Estaba aquí, en todas partes, susurrando en el viento, viviendo en
el calor del sol.
El peso de mi soledad se desvaneció por la ventana, el peso de mi
corazón se alivió. Suspiré y me recosté en el asiento con los ojos puestos
en el horizonte, donde el azul se encontraba con el verde.
Tardé un momento en darme cuenta de que Jake me estaba
observando, y cuando me giré para encontrar su mirada, quedé impactada.
Fue sólo un segundo, un segundo fugaz y aleatorio, pero vi la honestidad 16
de su propio dolor, de su pérdida, grabada en las líneas de su rostro, en la
profundidad de sus ojos. Porque no era sólo yo quien había perdido a la
persona más importante de su vida. Él también lo había hecho.
Así que decidí en ese momento que no importaba que no quisiera
hablar conmigo o que fuéramos prácticamente extraños. No importaba si
no quería conectarse. Porque me necesitaba tanto como yo a él. No
sobreviviríamos los próximos días el uno sin el otro.
Estábamos juntos en esto, le gustara o no.
—¿Cómo esta Kit? —pregunté, decidiendo que una charla sin
importancia era mejor que el silencio.
No contestó de inmediato, sus ojos en la carretera y su rostro se
tensaron casi imperceptiblemente.
—Tan bien como te imaginas.
Esperé a que dijera más. Como era de esperar, no lo hizo.
—¿Cuántas bandejas de galletas ha horneado por estrés?
Eso me hizo sacarle una sonrisa, por pequeña que fuera.
—Unas cincuenta. Se podría pensar que está alimentando a un
ejército. Pero se han amontonado. Ninguno de nosotros tiene ganas de
comer.
—No —dije en voz baja—. No lo creo.
Sus ojos se dirigieron a mí y luego volvieron a la carretera.
—Creo que está planeando llevar una canasta al VA más tarde, si
quieres ir con ella.
—Creo que sí. —Hice una pausa, considerando lo que me esperaba
en los próximos días—. No sé si estoy preparada para esto. Para todo. 17
—Ninguno de nosotros lo está. No estarás sola en eso.
Ese pensamiento fue una brasa de esperanza en mi pecho. Pero antes
de que pudiera responder, la apagó.
—¿Segura que no has traído muchas maletas para un fin de semana?
—Eso es porque me voy a quedar unas semanas. —En ese momento,
me lanzó una mirada. Una mirada acusadora y posesiva.
—¿Por qué?
—Porque es mi casa —respondí con el ceño fruncido—. Porque
quiero pasar un tiempo con mis recuerdos.
Porque estoy a punto de heredar la granja, y no estoy muy segura de
lo que eso significará.
Me lo guarde para no molestarlo. De repente, tuve la sensación de
que no iba a estar muy contento de trabajar conmigo, y eso era alarmante.
No había manera de que pudiera dirigir la granja sin Jake.
Se quedó en silencio, pero no presionó. Por supuesto, tampoco
reconoció lo que había dicho.
—Kit tiene todo preparado para ti, y el abogado del abuelo se reunirá
con nosotros en la casa. Está ansioso por hablar contigo sobre el
testamento. ⸺Tragué con fuerza.
—¿Ahora? ¿Tan pronto? ¿No puede esperar hasta... después?
La mandíbula de Jake se flexionó hasta que el músculo se abultó
como una canica.
—Probablemente, pero insistió en verte en cuanto llegaras.
Con una larga exhalación, me senté, sin darme cuenta de que me
había enderezado. Mi mirada se posó en la cerradura de la guantera
18
mientras procesaba que estaba a punto de lidiar con un negocio para el que
no estaba lista. La granja no había ido bien, y yo tenía muchas ideas sobre
cómo cambiar las cosas, ideas que esperaba que Jake me ayudara a poner
en práctica.
Pero no estaba preparada. No quería la granja ahora mismo, todavía
no. No hasta que tuviera la oportunidad de despedirme.
Una oleada de lágrimas me amenazó una vez más, y esta vez no pude
detenerlas. No pude aliviar la opresión de mi pecho ni el nudo de mi
garganta. No pude calmar el escozor de mi nariz ni el dolor que se
desplegaba al llenar mis pulmones.
Porque mi abuelo se había ido. Se había ido y yo estaba sola de nuevo.
La pérdida de mis padres siempre me había atormentado, pero sólo
los recordaba en fugaces fragmentos. En recuerdos que no podía estar
segura de que fueran reales o reconstruidos a partir de historias y fotos.
Pero recordaba al abuelo. Recordaba cada noche que me arropaba, cada
libro que me leía. Cada tarea que se esforzaba en hacer por mí y cada noche
contando luciérnagas en el porche. Lo recordaba todo con una prisa feroz,
como si mi dolor desenterrara todo lo que me dolía sólo para usarlo como
combustible para derramar lágrimas.
No pude ver por las lágrimas en mis ojos, así que cerré los ojos.
Contuve la respiración, sofocando el jadeo de mis pulmones lo mejor que
pude. Lo cual no estaba muy bien.
—Todo va a estar bien, Livi —dijo, con su voz áspera como la
grava—. Si Frank me enseñó una cosa, fue que siempre hay esperanza. En
la noche más oscura, en lo más bajo, siempre hay esperanza.
Se me escapó un sollozo, y lleve mi mano a los labios para detenerlo.
Y sin pensarlo, me deslicé por el asiento y me puse a su lado, colgándome
de su brazo como un ancla. Se puso rígido por la sorpresa, dejando sus 19
manos en el volante mientras resolvía qué hacer conmigo. Cuando no me
solté, cuando mis lágrimas empaparon su manga, se ablandó y se movió
para acercarme a su pecho, abrazándome con su enorme brazo y esa mano
cuadrada en mi hombro. Y lloré. Me estremecí, con la cara enterrada en su
pecho, con su camisa apretada en mi mano. En ese momento, me quedé
desnuda, expuesta y deshilachada después de dos días de intentar
contenerlo todo.
Porque nadie en este mundo me entendía como Jake. Ese hecho era
tan reconfortante como doloroso.
Cuando por fin recuperé el aliento, me aparté y me limpié las mejillas
y la nariz.
—Lo… lo siento —balbuceé, volviendo a mi lado del asiento.
—No te disculpes nunca por echarlo de menos —dijo.
Y cuando nuestras miradas se encontraron, decidí que no lo haría.
En el segundo que Jake entro al largo camino de tierra de la granja,
la visión del hogar me inundó.
Por un momento, me quede sin aliento, con las mejillas manchadas 20
de color, y mis ojos llenos de lágrimas que acababa de ocultar. Robles
antiguos bordeaban el camino, llegando a entrelazar cien años de
crecimiento, solo para poder tocar sus ramas en un susurro. Las colinas se
extienden en todas las direcciones del valle, verdes y frondosas –en todas
direcciones, menos una. Detrás de mí en la distancia, más allá de la afilada
pared del acantilado, surge el Océano Pacifico, en donde la sal y el océano
se mezclan con la tierra arcillosa, besando mi piel y moviéndose por mi
cabello.
Mas allá de las copas de los árboles había un trozo de la granja, blanca
y nítida, orgullosa y sólida.
En dos años no ha cambiado nada, y dudo que otros veinte lo hicieran.
Fue la primera vista que tuve cuando niña, al subir este paseo con mi abuelo
después de que mis padres murieran. Mientras nos acercábamos, la casa
crecía, y los árboles caían en el olvido revelando la casa de la granja en
todo su esplendor. El porche estaba envuelto con mecedoras, y una banca
columpio que se movía con el viento. El alero estaba revestido como los
techos de las casas de jengibre, y tenia una ventana de ojo de buey en el
ático. La puerta antigua que necesitaba una capa de pintura. La camioneta
de mi abuelo en su lugar a lado de la casa, como si estuviera esperando
dentro para verme.
En el momento que la mano de Jake tocó la palanca para aparcar, Kit
salió de repente de la casa como una sonrisa en su rostro y lagrimas en los
ojos mientras se acercaba a mí. Apenas tuve tiempo de bajarme de la
camioneta cuando unos brazos me envolvieron en un abrazo que olía como
Navidad, me sentí como si me hubiera tragado un malvavisco.
Me acunó, llevándome más hacia ella.
—Oh, pequeña. Oh, querida… —Su voz se quebró, y sus brazos
apretaron más fuerte—. Estas aquí. Estas aquí, y todo estará bien, lo 21
prometo. Te lo prometo —divagó, llorando en mi cabello mientras yo lo
hacía en su pecho.
Tardamos un minuto en recomponernos, pero cuando lo hicimos, se
inclinó hacia atrás, agarrándome de los brazos para poder mirarme bien.
—Luces tan mayor. Apenas y te reconozco. Si te hubiera visto de
pasada, juraría que eras tu madre.
Intento sonreír, pero todo le dolía.
—¿Como estas, Kit?
—Oh, estoy aquí y el whisky existe. ¿Estuvo bien tu vuelo?
—Digamos que estoy aquí y el whisky existe.
—Esa es mi chica —dijo riendo—, brindemos por eso tan pronto
como lidies con Jeremiah Polluck. Ese viejo loco me ha estado molestando
desde hace una hora. Creerías que está ciego, ya que no nota cuan ocupada
estoy preparando pasteles.
Jake resopló, pasando por un lado con mis maletas en sus manos.
—Y tú tienes que estar ciega para no darte cuenta de que está
enamorado de ti.
Kit puso los ojos en blanco.
—Está enamorado de mi comida. Y no va a ganar ningún punto
viniendo aquí hoy solo para abalanzarse en la pobre Livi en el cuanto de
llegó a casa.
Mi ansiedad se disparó ante el pensamiento de Jeremiah esperándome
aquí con el testamento de mi abuelo. No sabía que es lo que diría, pero
dado que yo era su ultimo pariente vivo, la respuesta parecía bastante
obvia.
22
De todos modos, no quería saberlo.
Eso era lo que pasaba por mi mente mientras Kit me tomó del brazo
para llevarme hacia la casa, hablando de cualquier cosa solo para llenar el
silencio, lo cual aprecio. Seguimos la amplia espalda de Jake, llena de
músculos que se estrechaban en su cintura, y luego hasta su considerable
culo, el cual estaba a la altura de mis ojos por un glorioso momento
mientras subíamos las escaleras.
Caminar por esa puerta fue otro recuerdo en un libro de recuerdos.
Me llegó el olor familiar de los pasteles horneados y el aroma que solo la
casa contenía, una amalgama de ciento veinte años. Era pino nudoso y
brasas ahumadas. Era tabaco de pipa y hierro antiguo. Eran olores que eran
más recuerdos que olores, como si la casa viviera y respirara en ese lugar,
y tuviera sus propias historias para contar.
El viejo Polluck saltó del taburete –lo que en realidad significa que
se deslizo, haciendo una pausa para estabilizarse– antes de dirigirse hacia
mí con un poco de rebote en sus pasos.
—Olivia —dijo, su triste rostro inundado de pena—. Lo siento
mucho, cariño. La pérdida de Frank se siente profunda y amplia, y de
verdad que lamento molestarte cuando ni siquiera te has establecido, pero
Frank fue muy claro con sus instrucciones. Y como su ejecutor
testamentario, tuve que venir.
Una vez más intenté sonreír, pero fracasé una vez más.
—Gracias, Sr. Polluck.
Hace un gesto con la mano.
—Oh, me has llamado Jeremiah desde que eras una cosita con las
piernas el doble de largas que el resto de ti. No te detengas ahora, me harás
sentir mi edad. —Alisó su corbata sobre su barriga como si quisiera
enderezarse. 23
Jake se aclaró la garganta y se dirigió hacia las escaleras con mi
equipaje.
—¿Quieres que deje estas en tu antigua habitación?
—Hijo. —Jeremiah comenzó—. También te necesitaré aquí.
Jake se detuvo a medio camino, ladeando la cabeza en confusión.
—¿Para qué me necesitas?
—Ven aquí y siéntate, te lo diré.
Los ojos de Kit iban y venían entre nosotros mientras nos
aproximábamos a la cocina.
—Pondré algo de café. —Ofreció, apresurándose para mantenerse
ocupada y así no explotar.
No puedo decir que la culpe. Habría dado cualquier cosa por una lista
de cosas para hacer.
Me siento en la mesa, con Jake a lado mío. Jeremiah lo hace en el
otro lado de la mesa para quedar frente a nosotros con su antiguo maletín
en la mano, y después en la mesa, chirriando cuando lo abre. La baraja de
papeles precedió a la conversación que cambiaría la vida de todos en esta
habitación de una forma u otra.
—Primero, estos son para ustedes. —Jeremiah extendió las manos,
sosteniendo una carta en cada mano.
Tomé la mía con cautela, mis ojos empañándose una vez más ante el
nombre de mi abuelo escrito a mano en el sobre.
—¿Tenemos que leerlas en este momento? —preguntó Jake con la
voz tensa.
—No, esas son para que las lean cuando ustedes deseen. —Tomó aire 24
y se enderezó lo mejor que pudo por poseer una espalda torcida—. Hace
unos años, Frank actualizó su testamento. No creo que les sorprenda que
todo su dinero se relaciona a la granja. Y este activo es su herencia. —Sus
ojos reumáticos se posaron en mí, y después en Jake.
Jake frunció el ceño, parpadeó, me miró, y después a Jeremiah.
—Te refieres a Olivia.
—Me refiero a ambos.
Pasó un momento de silencio lleno de preguntas. Y con el llegó mi
alivio. Mi único chance de éxito con la granja estaba en las manos de Jake,
que era una ayuda en la que no estaba segura de poder confiar hasta este
momento en la que sus apuestas se convirtieron en las mismas que las mías.
Jeremiah buscó en su maletín, sus manos volviendo a la vista con
paquetes idénticos que nos pasó.
—El testamento de Frank Brent establece que la Granja Lechera Bren
será distribuida en partes iguales en su totalidad a ustedes dos, al cincuenta
por ciento, con la excepción de la casa granja, que es completamente de
Olivia. Lo que hagan con ella depende exclusivamente de ustedes, pero
Frank se aseguró de que tuvieran que reunirse para decidir.
Jake asintió.
—Eso es fácil. Olivia no se va a quedar, así que yo sustituiré a Frank,
y ella solo puede recoger su sueldo. —Me miró con su cara de estúpido,
guapo y despistado—. Eso funcionará, ¿cierto?
—No, eso no funcionará —dije, mis mejillas ardieron y mi cerebro
estaba listo para pelear—. No me voy a ir.
Su rostro se torció en señal de confusión. 25
—¿Vas a vivir en la granja? ¿Qué más vas a hacer aquí?
—Voy a trabajar.
—¿Trabajaras de manera remota tu trabajo de Nueva York?
—Renunciaré así puedo trabajar aquí.
—¿Aquí? —Un arrogante estallido de risa me golpeó como una
bofetada en la cara—. No sabes lo más mínimo sobre la gestión de la
granja.
—Tal vez no sobre las vacas y el heno…
—¿Qué más hay por saber?
—Redes sociales. Boletines de noticias. Nuestro sitio web no se ha
actualizado desde hace quince años.
Se puso rígido.
—No necesitamos nada de esas cosas de internet.
—Esas cosas de internet son la manera en la que se gestionan los
negocios de ahora, tanto si crees que lo necesitamos como si no.
El único reconocimiento fue un ruido burlón antes de que cambiara
de tema.
—¿Para qué sirve una granja? Te apuesto a que no puedes recordar
como ordeñar una vaca. Infiernos, no puedes ni siquiera beber un vaso de
leche.
Lo miré como si tuviera varias cabezas.
—Eso no significa que no quiera ser parte de la gestión del negocio
familiar. No puedo creer que esperaras que la entregara sin luchar. No
puedo creer que creíste que me iría.
26
—¿Por qué no? Ya lo hiciste antes.
El calor de mis mejillas se encendió.
—Él abuelo me dijo que me fuera.
—Tu sabías que no debías creerle. Era su orgullo, pero habrías
tomado cualquier excusa para irte. Te alejaste. Te fuiste, Olivia, y no
regresaste. No estabas siendo noble, no pretendas lo contrario. —Antes de
que pudiera decir algo, se recompuso y volvió a intentarlo—. Escucha,
nadie espera que te quedes. Deja que me encargue de la granja y ve a casa.
Sabes que me haré cargo, así que solo vuelve a Nueva York, donde
perteneces.
—No —dije en voz baja, pero con voz temblorosa—. Tenemos que
decidirlo juntos, no me iré a ningún lado.
Respiró hondo por la nariz, con los ojos entrecerrados y molestos.
—No voy a pasar mis días peleando contigo, eso es exactamente lo
que será: una pelea. Se lo que hago, así que déjame hacer mi trabajo sin
interrupciones.
—Solo será una pelea si la conviertes en eso —señalé.
Entrecerró los ojos cuando se tragó un argumento.
—¿Qué hace falta para que me lo entregues?
—¿Cómo puedo responder a eso cuando ni siquiera he tenido la
posibilidad de intentarlo?
Una pausa, el tiempo marcado por la contracción de ese músculo en
su mandíbula.
—Bueno… —comenzó Jeremiah, aclarándose la garganta y 27
moviendo cosas en su maletín sin ningún propósito—. No tienen que
decidirlo ahora mismo. Olivia, tu abuelo quería asegurarse de que tuvieras
tiempo de hacer los planes necesarios una vez que decidieras qué hacer.
Así que tomate tu tiempo. Pasa por lo que está por venir. Estará aquí
esperando. —Cerró su maletín con un chirrido y un chasquido de los cierres
metálicos—. Llámame si puedo ser de ayuda.
Cuando se levantó, nosotros también lo hicimos. Pero antes de que
pudiera ofrecerle acompañarlo a la salida, Jake lo alejó, los dos hablando
como si yo no estuviera allí. Los miré a la espalda con una dolorosa
incredulidad que me lamia las costillas.
Jake estaba indignado, y escandalosamente presuntuoso. Su sorpresa
ante mi voluntad de quedarme me confundió casi tanto como su rechazo.
Quería excusarlo, y por un momento, lo hice. Porque él no lo estaba
haciendo mejor que yo cuando se trataba de perder a mi abuelo. Porque su
mundo entero era esta granja, y su bienestar se había puesto sobre nuestros
hombros… o solo en los suyos, si le preguntas a él. Estaba a punto de
interrumpir ese mundo cuando había estado tan seguro de que no lo
consideraría solo porque era difícil.
Ese gilipollas santurrón pensaba que me tenía delimitada. Creyó que
era más de lo que podía manejar, pero estaba equivocado.
E iba a tener que probárselo.
28
En el segundo que le mostré la salida a Jeremiah, me dirigí
furiosamente hacia el viejo granero rojo con el pecho lleno de truenos.
De alguna manera, no había sospechado que ella querría algo que ver 29
con la granja, y el hecho de que lo hiciera, no se sintió bien. Fue una
invasión, una intrusión hecha por una extranjera que lleva maletas rosas.
Una extraña inculta en el camino de las cosas con grandes motivos para
entrometerse en las cosas que no entendía.
Para cambiar el lugar donde había pasado toda mi vida.
No es como que no hubiera sabido que ella heredaría la granja. Es
solo que asumí que volvería para el funeral, pondría sus asuntos en orden,
y me dejaría el resto a mí, como supervisor de la granja. Hay alguna
posibilidad de que pudiera mantener las cosas como eran, gestionarlas justo
como Frank lo hizo. Pero como si los últimos diez minutos fueran la
prueba, Oliva no permitiría que eso sucediera.
La única ventaja era que yo también heredé la mitad de la granja, así
que si no se va a ir, al menos podría detenerla.
Una sacudida de conmoción me atravesó. La mitad de todo lo que
amaba- todo lo que creí que tendría que entregar a Olía, era mío.
No se sentía real, no podría ser posible. No había conocido a mi padre,
pero todo lo que imagine cuando era un niño no es nada comparado con la
verdad de Frank Brent. Él era más que un padre para mí. Era un salvador,
un mentor. Era la cúspide indestructible e inmutable de una montaña que
se había derrumbado sin previo aviso, y que había cambiado mi perspectiva
por siempre.
Y pareciera que me había amado de igual manera como para haberme
dejado la mitad de su legado.
La mitad de este lugar era mío. Y no había ninguna posibilidad en el
infierno que permitiera a Olivia Brent arruinarla con su inexperiencia.
Estaba absolutamente seguro de que no había forma que ella pudiera
abordar la tarea que tenía ante sí. Olivia, quien había estado un puñado de 30
veces en diez años. Olivia, quien no podría levantar un rastrillo de heno si
su vida dependiera de un hilo. Su salida era tan inminente como nada que
haya existido.
Podría ver los resultados extendidos ante mi como una partida de
ajedrez. Se pasaría por la granja. Entendiendo cuan complejo era
manejarla. Entendiendo que a nadie le importaba la cuenta de Twitter de
una granja lechera. Se aburriría, se daría por vencida, daría media vuelta y
correría de vuelta a la ciudad donde pertenece, justo como siempre lo hizo.
Tal vez me habría sentido diferente si se hubiera quedado cuando se
lo pedí. En el pasado, fui lo suficientemente estúpido como para pensar que
podría hacer algún bien quedándose aquí, en primer lugar, volviendo por
el bienestar de Frank. Si él hubiera estado aquí delante de mí, se habría
reído ante tal sugerencia. Lo disimularía, agitaría la mano, e insistiría en
que ella estaba donde necesitaba estar. Pero lo conocía mejor que eso. Pase
con él suficientes atardeceres en el porche, observando la mirada en sus
ojos cuando hablaba sobre ella. Se sentía solo, y yo era una mala compañía.
De haberla tenido aquí, habría sido una bendición para él, una luz de alegría
en sus últimos años.
Pero no se quedó. No era lo suficientemente importante para ella
como para renunciar a su vida en Nueva York. Y por ende, tampoco lo hizo
por Frank.
Esta vez no sería diferente. Pero me dije a mi mismo que no tenía
nada de qué preocuparme. Ella no sobreviviría hasta septiembre antes de
que se aburriera y me dejará hacer mi trabajo sin interrupciones. Podría
sobrevivir a Olivia durante un verano.
Ya lo había hecho antes, aunque Dios sabe que nunca lo había
olvidado.
Sospechaba que tampoco olvidaría tan pronto este verano. 31
Mi palma golpeó la pequeña puerta lateral del granero con tanta
fuerza que golpeó la pared con un crujido y rebotó de nuevo hacia mí.
El viejo Mack se dio la vuelta, con los ojos desorbitados.
—Buen Dios, hijo —dijo, con las manos curtidas y temblando
mientras se quitaba la gorra de beisbol para limpiarse la frente—. ¿Qué
tienen tus calzoncillos?
—Lo lamento —disparé, sin sonar realmente apenado—. No quise
asustarte.
—No se necesita mucho —dijo riendo, y era verdad.
El veterano de Vietnam había estado sin hogar durante una década
después de la guerra, debido a su debilitante trastorno de estrés post
traumático. No podía encontrar –o mantener– un trabajo, pero Frank lo
trajo aquí, al igual que a todos nosotros. Le brindó un trabajo y un nuevo
comienzo. Salvó la vida de Mack.
Al igual que salvó la mía.
Me quité la camisa y la arrojé por encima de la valla del establo.
Ginger, la yegua dentro relinchó ante la intrusión.
La ignoré, agarré un rastrillo de heno y me puse a trabajar.
Por un momento, Mack me observó sacudir el heno, sentado en una
paca, conteniendo su respiración mientras yo lanzaba paja con más fuerza
y velocidad de la necesaria.
—Sabias que Frank le daría la granja —dijo finalmente.
Esa conmoción otra vez, agudo y rápido.
—Ese no es el problema. Ella no se irá.
—Oh —dijo con un tono difícil de interpretar— ¿Te despidió? 32
61
El día se soportó con una curiosa falta de oxígeno.
Mis pulmones parecían haberse encogido, y no importaba lo que
hiciera, se quedaban clavados en las costillas, con espacios solo para sorbos 62
de aire.
Jake y yo nos colocamos en la línea de recepción, sacudimos las
manos de cientos de personas, y mientras todo eso sucedía, mi voz estaba
cada vez más distante y encogida, era la voz de otra persona, una que se
adelgazaba por toda esa falta importante de oxígeno. Nos sentamos en el
frente del ambón como mucha gente a nuestras espaldas, tantas que apenas
y había espacio para estar de pie. Se cantaron canciones, y se leyeron
escrituras. Di un discurso, deteniéndome por el chirrido del papel que tenía
en mi mano, húmedo por mis palmas y lágrimas. Jake dio un discurso,
soportado con una mano sobre mis labios, y mis hombros temblando en el
circulo de los brazos de Kit.
Y mientras sucedía todo eso, no podía respirar. Y cuando todo el
mundo se fue, dirigiéndose a la casa grande para el velatorio, nos dejaron
a Jake y a mi despedirnos bien y de verdad.
Frank Brent yacía en una cama de satín, con las manos cruzadas sobre
el pecho de su mejor traje. Su cabello platinado estaba peinado, su piel
lucia pálida salvo por el enrojecimiento antinatural de sus mejillas. No era
llamativo, pero no era él.
No lucia como si estuviera durmiendo como decían que hacían los
muertos algunas veces. Incluso dormido, su frente estaba animada. Sus
labios amplios con la sonrisa que siempre parecía estar esperando. Pero
cuando su corazón se detuvo, la luz que habitaba en él desapareció.
Se ha ido. Y despedirse destrozó todo lo que quedaba de mí.
No había suficiente aire, no cuando le dije lo mucho que lo amaba.
No cuando sostuve su mano fría, resistiendo la urgencia de regresarla
sabiendo que sería la última vez que lo tocaría. Alisé su cabello. Le dije
que lo sentía. Y Jake permaneció estoico a mi lado hasta que me alejé,
incapaz de recuperar el aliento por los sollozos agitados, incapaz de 63
mantener los ojos abiertos. Él estaba en todos lados, a mi alrededor,
aplastándome contra su pecho y sosteniéndome en sus brazos. No había
palabras, solo los sollozos silenciosos que trataba contener, pero no podía.
Me abrazó durante mucho tiempo, meciéndome de un lado a otro, con su
gran mano en mi espalda, y el pulgar haciendo círculos suavemente.
No iba a recuperar el aliento, pero encontré la suficiente compostura
para darle su espacio. Nuestras miradas se desviaron hacia el ataúd, y me
moví a su lado para tomar su mano.
—Es tu turno para despedirte, Jake.
No se movió, y no le quitó los ojos de encima a mi abuelo.
—Ya lo hice —dijo, con voz áspera y susurrante.
Y antes de que me sacara de la iglesia, descansó su mano en la
brillante madera oscura y dijo mil palabras con ese gesto.
El camino de regreso a la casa fue silencioso, con las ventanas abajo
y el viento azotando mi cabello fuera de sus límites, pero no me importó.
Me senté en medio de la banca junto a Jake, sentí su calor a través del fino
espacio que había entre nosotros. Y observe el mundo pasar, sin mirarlo en
absoluto.
Pero mientras el viento giraba a nuestro alrededor, encontré por
primera vez en todo el día, que finalmente podía respirar.
Mientras subíamos por el camino de la entrada, acomodé mi cabello.
El patio estaba repleto de coches de una manera tan desordenada, que no
sabía cómo se irían a menos que todos se fueran al mismo tiempo. Estaba
maravillada con esto cuando Jake golpeó el tablero, dándome un susto de
muerte.
Giré el rostro para encontrarlo tenso de furia, como una línea fina en
los labios y las cejas afiladas. 64
—Maldita sea. Malditos sean todos. Precisamente hoy.
—¿Quiénes? ¿A quiénes maldices?
—A los Pattons.
Una ansiedad crepitante se filtró sobre y a través de mí.
—¿Por qué estarían los Pattons aquí? Creía que ellos y mi abuelo se
odiaban.
—Lo hacen. Hacían —corrigió en voz baja—. Los vi en el funeral y
creí que eso era suficiente descaro. ¿Pero venir aquí? ¿A la granja que han
intentado destruir desde hace más de cien años? Podría torcerle la cara a
Chase Patton por esto, podría torcérsela por un montón de cosas, pero
especialmente por esta.
—¿Qué crees que quieren?
—Quieren montar un espectáculo de esto. Quieren posar. Pretender
que les importa el bienestar del pueblo, para ser un par de gilipollas
reconocidos. No lo sé, y no me importa. Solo quiero que se vayan de la
propiedad. Ahora.
Se acercó al viejo granero y aparcó en su sombra. Pero antes de que
abandonáramos este lugar tranquilo y seguro, lo detuve con una mano en
el brazo.
—No puedes hacer que se vayan.
—Como infiernos que no puedo ¿Y por qué no debería? Dame una
buena razón para no echar a los patanes por la puerta principal y por las
escaleras.
—Este día no es sobre ellos, es sobre mi abuelo. El pueblo entero está
aquí, Jake. Todos nos miran.
65
Su mandíbula estaba apretada, pero no discutió. No dijo nada.
—Si vamos a cambiar este lugar, tenemos que jugar bien,
especialmente con los Pattons. Ellos podrían hacer de nuestras vidas un
infierno si lo quisieran. Así que no les demos una razón.
Una vez más, se quedó en silencio, con el musculo de su mandíbula
rebotando y palpitando con el rechinar de sus dientes mientras lo
consideraba.
—De acuerdo, está bien. Pero será mejor que no pongan un pie fuera
de la línea, o no habrá diplomacia. Solo fuerza.
—Entonces supongo que será mi trabajo asegurarme que mantengas
los pies en sus zapatos, que es a donde pertenecen.
Casi sonrió, vi un destello de ella. Pero desapareció y la remplazo por
una de preocupación.
—¿Estás lista para esto?
—Absolutamente no. ¿Tú?
—Nunca. Pero en unas cuantas horas, quedará en el pasado. Es algo
por lo que celebrar.
—Amén a eso.
—Y si le rompo una extremidad a Patton, también lo celebraremos.
Me reí mientras abría la puerta y salía, ofreciéndome una mano para
ayudarme a salir por el lado del conductor. Mientras la aceptaba, me
preguntaba sobre este hombre, el hombre amable –pero malhumorado–
quien me abrazaba mientras lloraba y me ayudaba a salir de la camioneta
como un verdadero caballero. Apenas y lo reconocía, y prefería mucho más
esta versión de él que la del tipo engreído quien no querría otra cosa más
que verme estrellarme y arder antes de poner el país entero entre nosotros. 66
Las personas se habían reunido en grupos afuera y en el porche, así
que nos escabullimos por atrás para evitar la primera ola. Nos dirigimos al
interior en silencio, compartiendo una mirada antes de abrir la puerta y me
hiciera pasar al interior.
La casa estaba llena a rebosar y con la calidez de la gente. El único
espacio que no estaba ocupado por la gente, estaba ocupado por el
mobiliario, y cuando entramos, cada rostro en el lugar se giró hacia
nosotros.
Hubo un suspiro colectivo, una ráfaga de saludos, roces de brazos, lo
sentimos mucho, y lo echaremos de menos. Jake y yo atravesamos la
multitud, deteniéndonos cuando podíamos, abrazando cuando era
necesario, y estrechando las manos cuando las ofrecían.
Eventualmente, salimos de la multitud en la cocina, la cual no estaba
llena de gente simplemente porque nadie podía ponerse en el camino de
Kit sin pagar por ello con una quemadura o una pierna rota. Kit tendía a
correr con cuchillos.
—Oh, ahí están —dijo, limpiándose la frente con el dorso de su mano
y dejando un rastro de harina a su paso—. Todos han estado preguntando
por ustedes. Lleva esto a la mesa, Jake. —Empujó una bandeja de pasteles
delicados hacia él.
—¿Puedo ayudar? —pregunté.
—No, cariño. Tengo las manos llenas y lo prefiero de esta manera. Si
me detengo, voy a… —Su barbilla tembló—. Bueno, es solo que no puedo
parar, eso es todo.
—Entonces no lo hagas —dije con una pequeña sonrisa, girándome
para dejarla en ello. 67
A Jake lo retuvo en la mesa una pequeña anciana que no reconocí.
Mas allá de ella se cernía una multitud de otros con ojos tristes y
hambrientos, esperando su oportunidad con él. No podía recordar los
nombres de la mayoría de ellos, aunque reconocí sus rostros. A muchas
otras no las conocía en absoluto. Mientras miraba a mi alrededor, parada
en la calidez de la cocina, de repente no volvía a haber aire. Demasiada
gente en un lugar muy pequeño.
De alguna manera, entre un montón de gente, estaba sola. Jake era el
centro de este universo, la conexión viviente con mi abuelo, y con su sangre
o sin ella, yo solo era la chica en el borde de la multitud, mirando a algo de
lo que no era parte.
La urgencia de escapar me invadió. Me apresuré a la puerta trasera y
llegando sin obstáculos, me escabullí hacia el porche que rodeaba la casa,
buscando la soledad. Por un momento, la encontré. Cerré los ojos y me
recargué contra un lado de la casa, saboreando la sensación del aire fresco
en mi piel sobrecalentada.
—Día largo, ¿eh?
Me alejé de la pared de inmediato, mis ojos abriéndose para encontrar
a Chase Patton recargado en la barandilla.
Él siempre ha sido alto, su sonrisa sencilla y su cuerpo largo y
delgado. Pelo rubio artísticamente despeinado, con los ojos azul nítido
como un día de verano. Era guapo, y él lo sabía. Y como hijo único del
hombre que poseía el pueblo, recibió todo lo que quería. Me pregunté por
un instante si alguien alguna vez le ha dicho que no, pero decidió que nadie
lo ha hecho.
Por supuesto, no lo había visto desde que me mudé. Lo conocía, todo 68
mundo lo hacía. Pero había visto un lado de él que escondía de otros, y
más importante, de su padre.
Nos observamos mientras se llevó el cigarrillo hacia sus labios para
tomar una larga y profunda calada, y cuando exhalo, exhaló el humo como
un dragón.
Mi corazón tronó, y me sonrojé.
—Oh, lo siento. No me había dado cuenta de que había alguien aquí
afuera. Te dejó con ello. —Comencé a moverme, esperando evitar una
conversación con él, pero me agarró de la mano.
—Por favor, no. No vuelvas al invernadero por mi culpa.
Retiré mi mano de la suya, y me crucé de brazos.
—¿Cigarrillo? —ofreció el cigarrillo colgando de sus labios mientras
metía la mano en su bolsillo.
—No, gracias.
Regresó la cajetilla donde estaba y dio otra calada.
—Fue un hermoso funeral. Vamos a extrañar a Frank por aquí, no
hay duda de eso.
Casi me reí, los Pattons ciertamente no lo extrañaran.
—Gracias.
—Cuando mi abuelo murió, fue el día más largo de mi vida. Él era el
epicentro de este pueblo, entonces el alboroto era casi insoportable. Lo
único que queríamos era estar solos, pero nos encontramos en medio del
dolor de todos los demás. Es brutal. Pero mañana será difícil de diferente
forma, porque es cuando realmente te golpea.
Me tragué las lágrimas, asintiendo.
69
—Gracias por venir a presentar tu respeto.
Sonrió incluso cuando daba una calada.
—Todo lo que has hecho es agradecerme desde que viniste aquí.
Y con eso, me reí, relajándome solo lo suficiente. Me recargué contra
la casa una vez más, frente a él.
—¿Te puedo preguntar algo?
—Lo que sea.
—¿Por qué viniste? Los Pattons y los Brents son los Hafields y
McCoys de este pueblo. Puedes imaginar la sorpresa de verte aquí, en la
casa.
Asintió pensativamente.
—¿Nos echarías si dijera que es política?
—¿A ti? No. ¿A tu padre? No prometo nada.
—La verdad es que he albergado la esperanza de que él tuviera la
valentía de enmendar esta situación. No puedo decir que esté de acuerdo
en una disputa de ciento veinticinco años, porque nunca ha salido nada
bueno de ello. Seguiré esperando un cambio de opinión, en especial ahora
que Frank se ha ido —dijo asintiendo hacia la casa—. No hay razón para
seguir con esto, nada de eso tiene sentido. Pero no podía dejarlo venir solo.
Así que aquí estamos.
Eché un vistazo a través de la ventana para observar a James Patton
hablando con todo el gusto de un político, y la visión me revolvió el
estómago. Intenté decirme a mí misma que la canción y el baile eran la
forma en que un hombre con él lidiaba con el arrepentimiento.
Pretendiendo que no existía.
—Escuché que heredaste la granja. Felicidades. 70
—Gracias.
—De nada, infinito —bromeó.
Reí, observando los listones del porche.
—Así que, ¿qué vas a hacer con esto?
—Bueno, si sabes que lo herede, sabes que Jake heredó la mitad.
—Lo sé.
—Y también sabes que tenemos que decidir todo juntos.
—Naturalmente. Por supuesto, no pensé que te quedarías. Creí que
regresarías a Nueva York.
Fruncí el ceño.
—Tú y todos, al parecer.
—Tiene sentido, eso es todo. No te lo tomes personal —dijo, de
alguna manera sonando reconfortante—. Sabes que mi padre ha intentado
adquirir desde siempre tu granja. Tal vez algún día dependa de ti y de mí.
Podemos acabar con la disputa uniendo fuerzas. Estoy seguro de que sabes
que podríamos hacer mucho por tu granja. Como podríamos utilizar
nuestro alcance, dinero, y expandirnos.
—Estoy segura de que podríamos, pero creo que estaremos bien por
nuestra cuenta. Lo hemos hecho por mucho tiempo.
Me sonrió de lado tan amablemente que no sonó ninguna señal de
advertencia.
—Lo han hecho. Estoy seguro de que sobrevivirás a todos. Pero es
un buen pensamiento, ¿no lo crees? 71
Estaba a punto de agradecerle una vez más por las risas y excusarme,
pero antes de que alguno de los dos pudiera hablar, la puerta trasera se
abrió, y Jake salió.
Se enfureció. Él elaboró y crepitó. Retumbó con remolinos y
remolinos de oscuridad.
Sus ojos se clavaron en Chase.
Pero Chase lo miró acercarse, sin inmutarse. Tomó una última y
perezosa calada de su cigarrillo y lo tiró al patio.
—Hola, Jake. Mis condolencias.
—Jodete, Patton.
Chase levantó las manos en señal de rendición y se enderezó con la
gracia fluida de un gato.
—Venga ya. No quieres hacer esto hoy, ¿o sí?
—Hoy se siente como el mejor día para hacerlo. Si por mi fuera, ya
estarías en tu coche de camino a casa de tu papi con la nariz rota.
—¿Y si no fue por ti, por quién?
Ninguno de nosotros contestó, pero juré escuchar un grito de guerra
retumbando en el pecho de Jake.
—Ya veo —dijo con una sonrisa desenfadada en el rostro—. Bueno,
creo que ya me despediré. —Se giró hacia mí—. Fue bueno verte de nuevo,
Olivia. Espero que la próxima vez sea bajo mejores circunstancias.
No sabía que responder, y parecía que él no lo necesitaba. Él y Jake
se observaron como lobos mientras Chase pasó y se alejó
misericordiosamente de nuestra presencia.
72
Exhalé, hundiéndome contra la pared.
—Dios, gracias por…
—¿Qué mierda quería, Olivia?
Mis cejas se juntaron con confusión.
—¿Disculpa?
—¿Qué quería contigo?
—Nada. Estaba aquí cuando me escabullí por algo de aire.
—Quiere que le vendas, ¿no es así? Quiere que le vendas a su
codicioso padre.
—Habló sobre trabajar juntos, pero…
—¿Qué dijiste? —Se cernía sobre mí, todo en él acusándome—.
¿Qué le dijiste?
—¡Nada! Si no te la vendería a ti, ¿por qué infiernos crees que le
vendería a Patton?
—Chase Patton consigue lo que quiere. Esta granja. Y si sé algo sobre
él, y sé mucho; también a ti. Consigue lo que sea que él quiera, y lo tomará
antes de que siquiera tengas la oportunidad de negarte.
—No puedo creerte —dije, mis manos temblando de furia—. No
puedo creer que me acuses de…
—Sabes que es mejor no meterte en la cama con el diablo, Olivia. No
me des más razones para pelear contigo por esta granja.
Me quedé de pie, boquiabierta, mientras me dio la espalda y se dirigía
hacia la puerta.
73
Con un portazo, se había ido.
Y me quedé sola una vez más.
Merezco una estrella de oro.
El chorro de la ducha golpeaba mi piel como pequeños cuchillos
calientes, aun así, no toqué el grifo. En su lugar, suspiré, cerré los ojos, e 74
incliné mi cabeza hacia arriba.
De verdad, debería haber hecho una de esas tablas de tareas para
adultos. ¿Lavar la ropa? Consigue una estrella. ¿Arreglar la cama? Una
calcomanía brillante. ¿Ducharme? Esa debería valer por dos. Llénala y
obtén un par de zapatos de diseñador. No es como que me sirvan aquí, pero
creo que se verían hermosos en mi closet.
Pasé los últimos tres días en la cama. Chase Patton había estado en lo
correcto sobre una cosa: el día siguiente después del funeral había sido
peor. Incluso el resto del velatorio fue insoportable, el escozor de la
reprimenda de Jake aún estaba fresca. Nos evitábamos como un par de
imanes, la fuerza era demasiado grande como para pelear. Fue fácil
mantenerme alejada dada la densidad del anillo de la gente a su alrededor.
Por su aspecto, creerías que estaba intentando tomar una siesta sobre un
puercoespín, pero se quedó allí y escuchó a todos mientras le ofrecían sus
condolencias. Ocasionalmente, uno de ellos me vería, ofrecería algunas
palabras y se alejaría de nuevo. Pero pocos de ellos me conocían, no
después de todo este tiempo. Algunos de ellos tenían una mirada en sus
ojos, un dolor silencioso, dirigido a mí.
Me preguntaba cuanta gente pensaba como Jake –acusándome de que
había abandonado a mi abuelo y a la granja– y decidí que eran mucho más
de lo que podía soportar.
No pasó mucho antes de que me escabullera por la parte trasera y me
adentrara en el pequeño bosque detrás de las casas, con los tacones
enganchados en los dedos y la hierba de primavera entre los dedos de los
pies. Encontré el viejo columpio de cuerda, y me senté ahí balanceándome,
mirando al punto debajo de mis pies que una vez había estado descubierto
de hierba, y ahora tan igual como el resto. Y pensé.
Pensé sobre nada y, sobre todo, atrapada en ese estado de estática, 75
preguntándome como podía sentir tanto y aun así estar tan vacía. Los
recuerdos oscilantes revoloteaban en mi mente, salpicando con preguntas
sobre mi futuro, y el futuro de la granja. Pero los hilos eran imposibles de
comprender. Me encontraba en un nexo con innumerables caminos que se
extendían ante mí. Podía ir en una de tantas direcciones, pero no tenía una
sola duda sobre qué camino quería seguir.
Lo que no sabía era cuan lejos llegaría. No mucho, si Jake tenía que
ver con ello.
Con otro suspiro, me pasé las manos por la cabeza, el agua
chorreando por la coleta de mi cabello y a la vieja bañera de patas con una
bofetada. Por tres días, no fui capaz de pensar en nada más que en mi
abuelo y en lo que íbamos a hacer sin él. Pero cuando me desperté hoy,
supe que era el momento.
Mi abuelo habría dicho: No puedes ganar terreno si estas de
espaldas, Livi.
Así que, con una especie de paz resignada, me levanté y tomé mi
primera ducha desde el funeral.
Ya era hora de hacerlo.
Mientras lavaba mi cabello y lo acondicionaba en exceso por el bien
de mis rizos, mi mente vagaba por la granja y el dilema al que me
enfrentaba. Había estado en decliné cuando me mudé a Nueva York, pero
en algún punto de los últimos años, la caída había sido peligrosamente
inclinada. Aun no sabía el porqué, y no lo sabría hasta que me encontrara
con Ed, el contador. Las fluctuaciones del precio de la leche, el
adelgazamiento del ganado, el mantenimiento de la granja. Los granjeros
rara vez eran gente rica, y las granjas no eran baratas. Incluso el más
mínimo cambio económico podría tener un grave impacto en nosotros.
76
Lo que si sabía era que necesitábamos dinero. Y para conseguirlo,
necesitaríamos más ventas.
Eso es lo que podía hacer.
Una vez limpia, me sequé, estrujando mi cabello en una vieja
camiseta, una vez más, por el bienestar de mis rizos. Un poco de crema
para rizos fue todo lo que alcanzó mi peinado, un extra de la vida de la
granja. Sin peinados, y sin delineador de ojos. No tenía sentido pasar una
hora desenredando el desastre que era mi cabello si iba a conseguir heno,
lodo o quien sabe que más. Además, a las vaquillas no les importaba si
llevaba rímel en los ojos, entonces ¿Por qué a mi sí?
Unos pocos minutos después, bajé las escaleras en un par de
vaqueros, una blusa blanca en cuello V, en busca de mis botas. Pero en una
exploración superficial en mis zonas para dejar tales cosas, no encontré
nada.
—¿Kit? —llamé, abriendo la cintura para mirar debajo de la mesa de
centro—. ¿Has visto mis botas?
—¿Esas cosas rosas inmaculadas? —preguntó—. Afuera, en el
porche.
La miré.
—Tendrán arañas en ellas.
Agitó una mano.
—Vivirás. Les limpié el lodo.
—¿Para qué? Si se van a ensuciar de nuevo.
—Bueno, ya lo sé, pero son nuevas y brillantes, y quería que se
mantuvieran de esa forma —divagó, con las mejillas sonrojadas y un paño 77
de cocina retorcido en sus manos—. Además, ya sabes como soy. No
puedo dejar de hacer cosas, o…
—Ya sé. —Compartimos una mirada significativa—. Quiero
abrazarte, pero temo que ambas lloremos.
Y con eso, se rio, con lágrimas brillando en sus ojos.
—Entonces es mejor que salgas de aquí rápido.
Así que, con una sonrisa y un escozor en la nariz, salí en dirección al
porche.
Mis botas estaban orgullosamente a lado de la puerta principal. Eran
tan alegres en comparación con el revestimiento blanco y los tablones
encalados en el porche envolvente que tuve que tomar una foto. Con mi
teléfono en mano, bajé los escalones para acercar las botas a la línea de
visión, arrodillándome en uno de los escalones inferiores para alinear la
toma. Se me ocurrió una idea.
El jardín de flores.
Con una sonrisa de oreja a oreja, revoloteé hacia el jardín de la abuela,
que ahora era solo un terreno de cualquier cosa, con un camino cortado a
través de él. Cada temporada, mi abuelo salía aquí con una variedad de
semillas que mezclaba y esparcía por todo el terreno dentro de la valla
blanca. Una vez más, pero esta vez con estiércol, y en unas pocas semanas,
con un poco de lluvia, el jardín crecería y se desbordaría en abundancia.
El siempre usaba las flores favoritas de mi abuela, y en esta época del
año era cuando las peonías florecían, lo cual es la razón por la que vine. La
pequeña caseta junto al jardín albergaba algunas herramientas, así que
agarré los guantes, mirando dentro con desconfianza, imaginando una
señora araña junto a su saco de huevos en el interior. Pero al final, metí las
dos manos sin que me mordieran, recogí las tijeras, y me dirigí al lecho de 78
flores.
Era una explosión de colores, olores y texturas, que uno no sabía a
donde mirar. Las rosas silvestres se entrelazaban con los girasoles, las
dalias, y las digitales. La madre selva trepaba a lo largo de la valla, llegando
de vez en cuando al lecho para mezclarse con los otros tallos más delicados.
No había razón para ello, solo un hermoso caos. Bonito a la vista, pero no
era tan fácil encontrar lo que estabas buscando, si es que buscabas algo en
específico.
Las peonias en todos los tonos de rosa atraparon mi atención, primero
las plantas fucsias. Sus flores estaban caídas, demasiado pesadas para que
los tallos se mantuvieran erguidos. La única característica invariable del
jardín eran los arbustos de peonias de mi abuela en color melocotón
cremoso, rosas suaves, pétalos rosados, y en los tonos más profundo hasta
llegar a ese rosa intenso.
Me incliné y levanté una flor, atrayéndola a mi nariz para respirar
profundamente el perfume embriagador. Y con una sonrisa escandalosa en
la cara, comencé a cortar tallos hasta que tuve un degradado de mi color
favorito acunado en mis brazos. Un par de digitales blancas, y un puñado
de salvia rusa, que eran suficientes para dos ramos.
Perfecto.
No fue hasta que llegué al porche que me di cuenta de que me habían
cortado. Finos cortes de rosas espinosas, un corte más profundo en el lado
de mi dedo índice, y mis pies descalzos raspados en carne viva en la parte
inferior. Encogiéndome de hombros, me senté en el patio frente a mis botas
con mi botín, acomodándolas del cuello, mientras pensaba en mi abuela.
Ella murió antes que mis padres, fue un golpe rápido y fatal. Tenía 79
seis años, así que mis recuerdos de ella son vagos y borrosos, pero la
conocía por las historias que mi abuelo y Kit me habían contado, de los
restos que había dejado por toda la granja.
Mis manos se detuvieron. La antigua tienda –su tienda– escondida
detrás de un tejado de paja cerca del granero. Pop la había cerrado cuando
ella murió, y como niña pequeña, solía escabullirme desde el porche y
mirar hacia adentro. Era una capsula del tiempo, llena de polvo, con sus
productos repartidos por las mesas y expuestos con orgullo en las paredes
y los escaparates. Finalmente me armé de valor para pedirle a mi abuelo
que me permitiera entrar, esperando un duro no o una potencial charla. Sin
embargo, accedió, y me acompaño en silencio hasta la puerta principal.
Una vez abierta, me paseé dentro con la boca abierta, mis ojos hambrientos
comiéndose todo lo que veían. Pero cuando me giré para preguntarle algo
a mi abuelo, él aún estaba a lado del umbral del porche, mirándome con
una expresión ilegible en su rostro. En ese tiempo, era demasiado joven
para entender que era una mezcla de dolor, miedo, y una profunda perdida
que lo mantuvo fuera. Pero entonces sonrió, me dijo que no rompiera nada,
y se marchó al granero.
No se lo pedí de nuevo, sino que me llevé a escondidas las llaves de
repuesto que Kit “no me había mencionado” y me metí para sentarme entre
sus cosas. Puede que fuera el misterio del lugar o que se sentía como un
secreto, pero por años, no me pude alejar. Algunas veces, leía un libro en
la mecedora. Otras, jugaba con la vieja caja registradora. Era demasiado
pequeña para pensar en limpiar el lugar, pero no parecía importar que la
tienda era un desastre. Algunos de los dulces aun sabían bien.
Pero cuando crecí un poco más, el lugar se sintió un poco más triste,
y después de unos cuantos años, la magia se esfumó.
¿Y ahora? La magia estaba de regreso. Y la primera de la que 80
esperaba que fueran muchas ideas brillantes, me golpeó.
Pero primero…
Una vez que los ramos estaban perfectos, me alejé, sosteniendo la
cámara por lo bajo para tomar una serie de fotografías en cada orientación.
Esa sensación de vértigo se dio paso a esa alegría maniaca que
experimentas cuando algo que ni siquiera es divertido sucede y las risas no
cesan. El sentimiento creció hasta que fue demasiado para mi piel mientras
abría una aplicación de edición y le colocaba un filtro para que fuera nítida
y brillante.
Entonces abrí Instagram.
En la agonía de mi niebla de tres días, había pensado demasiado en
abrir una cuenta de la granja, pero me había atascado en el nombre de
usuario –todos los buenos ya estaban utilizados, y nada era lo
suficientemente pegadizo como para llamar la atención de alguien. Pero
mientras abría la aplicación en la mañana, supe lo que quería hacer.
Cuando estuvo disponible, chillé, golpeando mis pies en las tablas del
porche.
@LasAventurasDeUnaChicaDeGranja
Subí mi primera publicación, usando cada etiqueta en la que pudiera
pensar incluyendo #ChicaDeGranja y #GranjaBrent. Incluso etiqueté la
marca de mis botas de lluvia con la esperanza de conseguir más visibilidad.
En el momento en el que se publicó, salí del porche y recogí las flores,
volando hacia la cocina mientras llamaba a Kit.
Su cabeza apareció en la puerta de la despensa antes de que entrara
en la habitación.
—¿Qué ocurre? No me digas que en verdad había una araña en tu
81
bota…
—¡No! ¿Dónde está la llave de la tienda de mi abuela?
Kit no se movía, pero de alguna manera se calmó.
—En el gancho, donde siempre. —Asintió en esa dirección—. ¿De
qué se trata todo esto?
Dejé las flores en sus brazos agarrando la llave.
—Ya sé cómo salvaré la granja.
Su boca se abrió como un bajo, pero antes de que lo captara, salí por
la puerta y metí los pies en las botas. Bajé los escalones y me dirigí hacia
la pequeña tienda con las ideas zumbando en mi cabeza. La manera más
fácil de conseguir gente era con atracciones, y de esas teníamos en
abundancia. La tienda. La granja. Podíamos hacer recorridos y paseos en
carretas de heno. El huerto de calabazas y festivales de vacaciones.
Zoológico interactivo. La cremería hacia productos para las tiendas locales,
pero podíamos agregar nuestros productos a la tienda. Tal vez expandir
nuestra distribución y comenzar a entregar leche, usar el sitio web para que
sea cómodo y accesible, usar las redes sociales para…
—¿Qué estás haciendo?
La voz de Jake me dio un susto de muerte, y salté, girando sobre mí.
—Dios, Jake. Tienes los pies ligeros para ser un ogro.
Frunció el ceño y se cruzó de brazos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó de nuevo, pero esta vez con
autoridad.
Así que también fruncí el ceño.
—No es de tu incumbencia.
82
—Todo lo que pasa en esta granja es de mi incumbencia. ¿Qué es lo
que quieres con la tienda de Janet?
Por un momento lo analicé, considerando como decirle y cuantas
palabras usar para decírselo. Pero no se lo podía ocultar.
—Bueno. —Comencé mientras una sonrisa no deseada se extendía
por mi cara—. Estaba pensando en cómo aumentar nuestros ingresos.
¿Sabías que la mayoría de las granjas tienen recorridos y tiendas?
—Por supuesto que lo sé —chasqueó—. Pero nosotros no.
—La abuela no estaría de acuerdo. —Señalé a la casa—. Antes de
que muriera, ella tenía ambas cosas.
—¿Cómo haremos dinero si tenemos que contratar un montón de
gente para hacer los recorridos y trabajar en la tienda?
—Estaba pensando en que podemos ver si alguien de aquí quiere
ayudarnos con eso. ¿Quién mejor para los recorridos que nuestra gente?
Podríamos limitarlo a los fines de semana, mantenerlo simple al comienzo.
—Nos vas a poner en el suelo, Olivia.
Algo sobre la manera en que había dicho mi nombre sonaba como
una maldición.
—No estamos maximizando nuestro potencial de ganancias.
Podríamos hacer festivales, recorrer el huerto de calabazas. El cuatro de
julio se acerca, y podríamos…
—No.
Parpadeé.
—¿No?
—No.
Parpadeé unas cuantas veces más. 83
106
Una semana después, me quedé en la tienda admirando lo que
había logrado en tan poco tiempo. Dos semanas tenían que ser algún tipo
de récord, no solo por los avances que había hecho para que la granja
estuviera lista para recibir al público, sino por la falta de interferencia de 107
Jake.
A regañadientes, me dejaba hacer lo que quería. Hasta ahora, había
limpiado la tienda y lavado todas las ventanas y pisos. Había ordenado
productos locales y de otro tipo, había decorado la tienda con un trio de
frigoríficos de cristal, y comencé el proceso de organizar los escaparates.
Una empresa de poda de árboles había venido la semana pasada para
remover la maleza, reduciendo las ramas de los arboles y darle una hermosa
vista a la casa desde el estacionamiento que había vertido. El carpintero
local nos había proporcionado muebles y decoración, no solo para usarlos,
si no para venderlos en un acuerdo de consignación que nos ahorro una
cantidad considerable de dinero.
Jake me había prohibido tener cabras para el zoológico de mascotas
–porque eran demasiado molestas, y comían mucho mas de lo que les
correspondía– pero eso era leche y queso que si se podían consumir. ¿Cuál
era la expresión? Mejor pedir perdón, que pedir permiso. Por muy
desconsiderado que fuera el proverbio, desconocía cualquier otra manera
para lidiar con Jake.
Aprendí rápidamente que solo porque Jake no intentaba meterse
conmigo cada vez que nos cruzábamos, no significaba que estaba feliz con
lo que había planeado. Algunas veces, lo había atrapado mirándome con
esa molesta, y escéptica mirada en el rostro, y nada podía detenerlo de
hacer frecuentes y descaradas anotaciones sobre cualquier cosa que
estuviera haciendo.
También aprendí que no le gustaba que le dijera descarado.
Obviamente, se convirtió en su nuevo apodo.
Mi pequeño altavoz estaba sobre el antiguo mostrador de la caja
registradora, poniendo a todo volumen a Fleetwood Mac. Canté muy alto 108
con Stevie mientras me recordó cuando hay truenos (cuando está
lloviendo), y cuando los jugadores te aman (cuando están jugando),
etcétera, pero mis manos estaban ocupadas arreglando macetas de hiedra
en los bolsillos de una jardinera colgante de macramé color crema. Una
chica del pueblo de alado los había hecho, y era casi seguro que, con esta
exhibición, se convertiría en lo más vendido. De hecho, era tan atractiva,
que coloqué la chirriante escalera blanca de ángulo de la que acababa de
bajar, puse unas cuantas cosas de mis herramientas de jardinería en los
escalones, y retrocedí para tomar una fotografía para Instagram.
La iluminación era perfecta, la luz del sol rozaba todo lo que tocaba
con brillo etéreo y atractivo. Tarareando tras una sonrisa, le puse un filtro
y publiqué la fotografía con un recordatorio de nuestra apertura de la
próxima semana.
Mi cuenta de la chica de granja había comenzado, gracias a algunas
marcas etiquetadas estratégicamente y hashtags, la empresa de botas de
lluvia en particular. Habían compartido varias de mis fotografías
etiquetándome una vez más, y entre ellos y los vendedores locales que
había contratado, tenía casi veinte mil seguidores.
Pero las publicaciones más populares eran mis aventuras. O más a
menudo las desgracias. La selfi que había tomado, sonriendo con mi
sombrero para el sol frente al granero, tenía alrededor de mil me gustas, y
aunque era bonita, tenía más que ver con las quemaduras de sol que había
adquirido y el pie de foto: El FPS 1000 no pudo salvarme. ¡Que alguien
llamé a @babanaboat!
Las vacas bebés también eran las favoritas del público. Con pestañas
como esas, los me gusta eran algo seguro.
Estaba revisando mis notificaciones. El tiempo en el que arreglé la
tienda fue bastante bueno, particularmente el segmento en el que me acosté 109
de espaldas en medio de la tienda como una estrella de mar y la parte en la
que me tomé un breve descanso para bailar.
El golpecito en mi hombro me asustó y grité, dándome la vuelta para
encontrarme con Presley Hale sonriendo con una caja de madera lleno de
mercancías en su cadera. Su hija de tres años, Priscilla, estaba muy, pero
muy ocupada haciendo giros de bailarina al ritmo de “Gypsy”.
Bajé el volumen en mi teléfono, sonriendo.
—Olvidé que vendrías hoy—admití.
Se rio, sin inmutarse mientras colocaba la caja en una de las mesas.
—He estado aquí todos los días durante una semana, así que me
cuesta creerlo. La tienda luce casi lista para abrir.
—Es la alfombra. Realmente le da unidad a la habitación. —Me
incliné para estar a la altura de la niña—. Hola, Cilla.
—Hola —respondió, aun girando.
Moví los labios hacia Presley, preguntando:
—¿Dulce? —Y ella asintió.
—Adivina lo que tengo hoy.
Me ignoró.
—Paletas.
Se detuvo en seco, con los ojos muy abiertos.
—Wollipocks?
—Sip. —Me doble por la cintura—. Y tengo de las buenas.
Su rostro se iluminó, y extendí mi mano, que al instante se llenó de
la pequeña y ligeramente pegajosa mano de Priscilla. 110
—La tienda luce bien —dijo Presley, mirando a su alrededor mientras
caminábamos hasta el mostrador donde había escondido un enorme frasco
lleno de paletas Tutsi Pop—. Me alegro de que vendas el macramé de Julie.
¿Quién diría que podía ser arte real? Todo en lo que pienso cuando dices
macramé son esas cosas marrones rayadas de los 70s que nuestras abuelas
solían hacer.
Me reí, desenvolviendo la paleta de fresa mientras ella rebotaba con
impaciencia.
—Gracias por la conexión. ¿Has visto su hamaca? Casi tuvo que
tirarme de ella. Podría nunca haberme ido.
—He estado babeando por la hamaca desde que la publicó hace unas
cuantas semanas.
—Yo también. Le encargué un par de sillas hamaca para colgarlas en
uno de los árboles de enfrente.
Suspira con felicidad.
—Genio. Eres un genio.
—No, solo me gustan las cosas bonitas. Como este pequeño frijol.
—Recogí a Priscilla y la puse sobre la encimera. Ella ni siquiera sabía que
yo existía, estaba demasiado ocupada con su paleta y la exhibición de la
pared a mi espalda, como para darse cuenta de que hablaba sobre ella—.
Me he estado preguntando sobre su nombre. ¿Priscilla y Presley?
—Oh, bueno… Tengo algo por Elvis.
Mis cejas se empujaron entre sí.
—¿Tienes… algo?
—Mi Nonnie lo amaba, como amarlo de verdad, y tenía un gran
gabinete de curiosidades en el comedor, lleno de recuerdos. Y dado mi
111
nombre, me convencí de que él era mi abuelo. Mi madre siempre ponía los
ojos en blanco y declaraba de nuevo las matemáticas que demostraban de
manera concluyente que mi abuelo de verdad es mi abuelo. Pero como niña
pequeña, ni la lógica podía convencerme. Escuché las historias de Nonnie
y decidí que Elvis era mi abuelo, entonces de ahí la razón por la que me
pusieron Presley. Por unos cuantos años, escuché exclusivamente a Elvis,
y tuve una de esas películas antiguas en VHS. ¿Sabes cuán difícil es
conseguir posters de Elvis de principios de los 2000s?
No había parado de reír desde que comenzó a hablar.
Sonrió.
—Lo malo de que la gente sepa que tienes “algo” es que nadie te
compra la idea de que es solo eso. Tengo suficiente mierda de Elvis como
para llenar un estudio.
Priscilla señaló a su madre.
—Mala palabra, mamá.
—Mamá puede decir malas palabras porque mamá sabe cómo
usarlas.
Abrió su pequeña y regordeta mano, con la palma hacia arriba.
—Dinero.
Presley puso los ojos en blanco, buscando en su bolsillo por un
centavo que depositó en la mano de Priscilla. Con una mirada de
suficiencia en el rostro, la pequeña niña cerró su puño.
—Mi madre comenzó un tarro de palabrotas —dijo Presley—. He
gastado una pequeña fortuna en rollos de veinticinco centavos.
—¿Y cómo va eso? —pregunté, aun riéndome.
—La universidad de Cilla debería estar pagada para Navidad. 112
Me limpié una diminuta lagrima de la esquina del ojo.
—Esta es la mejor historia que he escuchado en semanas, y he oído
algunos chismes.
—¿Alguno de ellos de Jake? —preguntó con una sonrisa astuta.
Y así como así, nada era gracioso.
—Actúas como si hablara conmigo. Ora de las oportunidades que
aprovecha para ser un imbécil.
—Oh, vamos. No es tan malo.
Me crucé de brazos y saqué la cadera.
—Tan solo hoy, cuando me lo encontré en la cremería, paso 8 solidos
minutos burlándose de mi por no poder comer queso. ¡Queso! Me dijo:
¿Estás segura de que eres intolerante a la lactosa, o solo la has estado
ordeñando durante años? Como si no lo hubiera escuchado antes.
Una de sus cejas se levantó.
—¿Ya habías escuchado esa broma antes?
—Puede que no esa, pero ha habido un montón. ¿De dónde vienen
las flatulencias de los intolerantes a la lactosa? De tu aire lácteo. ¿Qué le
dijo el cheddar al fantasma? Soy intolerante a la lactosa. Ya me he quedado
sin respuestas para Jake. Solo tenía tres para empezar.
—Bueno, ¿Cuáles son?
—Los lácteos son una cultura inferior. Lo siento, no puedo soportar
chistes cursis. Y es un cuajo que tengo que superar.
—De alguna manera no puedo imaginar a Jake usando juego de
palabras.
113
—Bueno, pues lo hace, y son estúpidas —dije indignada—. Es él
peor. ¿Sabías que casi nunca usa camiseta? ¿Por qué necesita estar sin ella
todo el tiempo? La semana pasada estuve a punto de morir pisoteada hasta
la muerte porque su pecho desnudo me distrajo hasta el punto de ser
peligroso. Alguien debería llamar a la Administración de Seguridad y
Salud Ocupacional.
—Tal vez solo está tratando de mantener su camiseta limpia.
Hice un ruido airoso y desafiante.
—¿Entonces no más peleas?
—Más discusiones que peleas. ¡Me dijo que no podía tener cabras!
Hizo un mohín.
—Pero las cabras son tan adorables.
—Son adorables. Así que compré algunas de todos modos. Llegaron
esta tarde —dije con una sonrisa.
Sacudió la cabeza con una mirada apreciativa.
—¿Lo ves? Un genio.
—Las necesitábamos para el zoológico de mascotas, y quiero vender
leche de cabra y queso, así que tendrá que lidiar con ello.
—Estoy segura de que se lo tomará muy bien. Te apuesto a que te lo
agradecerá.
—Bromeas, pero lo hará. Cuando le demuestre que está equivocado,
se arrastrará como un bebé.
—¿Jake? ¿Jake Milovic? Estamos hablando del mismo tipo, ¿cierto?
Puse los ojos en blanco.
—Bueno, al menos tendrá que aceptar que yo tenía la razón. 114
120
Esa noche me puse de pie frente a mi closet, con las manos en mis
caderas mientras miraba las prendas de vestir como si fueran un problema
matemático por resolver.
121
El problema era que había traído ropa para dos ocasiones: para
ordeñar vacas y para un funeral, y solo podía adivinar lo que las pueblerinas
vestían para ir a un bar. Pero me imaginé que era seguro asumir que los
tacones no eran necesarios. Lo que realmente necesitaba era un vestido
veraniego, y me hice un recordatorio para preguntarle a Presley donde
compraban las chicas por aquí.
Esto no es un problema real, Olivia.
Con un suspiro, me puse una camiseta de tirantes que era más
moderna que funcional, metiéndola a medias dentro de los vaqueros.
—Bastante fácil —le dije a la nada, caminado hacia el baño para
echarme un último vistazo.
Mi cabello estaba grande y esponjoso, y me preguntaba cómo había
pasado así todo el día sin que nadie me lo dijera. Después de un poco de
producto y un poco de trabajo con los dedos, inspeccioné mi reflejo. Mis
mejillas estaban rosadas por todo el sol que había tomado, mi piel estaba
“bronceada” lo que significaba que era un tono más oscuro que la palidez.
Me incline, inspeccionado el puente de mi nariz.
Estaba bastante segura de que mis pecas se habían multiplicado.
Suspiré, poniéndome un poco de máscara para pestañas. Saqué mi
teléfono del bolsillo trasero, sosteniéndolo por encima de mi en un ángulo
para tomarme una selfi que le envié a Presley.
Livi: ¿Suficientemente formal?
Mi teléfono vibró de inmediato.
Presley: ¿Estas usando máscara para pestañas? De ser así, estas
demasiada arreglada.
Le sonreí a la pantalla, mientras mi teléfono vibraba una vez más. 122
Presley: Ya estoy aquí. ¿En cuánto tiempo llegas?
Livi: ¡En diez! Ahora mismo voy.
Presley: ¿Debería conseguirte una Pabst Blue Ribbon o prefieres
una Miller Lite?
Hice una pausa.
Livi: No sé si estas bromeando o no.
Presley: Definitivamente estoy bromeando, pero una advertencia
justa: solo hay dos tipos de vino. Tinto y blanco.
Livi: Entonces supongo que beberé wiski.
Presley: Ahora nos estamos entendiendo.
Regresé mi teléfono al bolsillo trasero cuando alcancé las escaleras,
corriendo mientras bajaba como un venado bebé. La casa estaba vacía y
tranquila, y me agradecí que tuviera algún lugar a donde ir. Si había una
cosa que dudaba que Jake hiciera, era pasar el rato en el bar, y si había algo
que necesitaba, era una noche libre de Jake.
Era extraño, la sensación que tenía mientras me ponía los tenis de
lona y agarraba las llaves de la camioneta de mi abuelo. Como si todavía
fuera una adolescente con una licencia nueva, sintiéndome muy adulta y
responsable. Solo que ahora no había nadie quien me diera permiso, nadie
quien me diera un beso en la mejilla y me dijera que me cuidara. En esta
casa, no me sentía como adulta.
Era un pasajero, incapaz de comprender que la casa era mía. Que la
granja era mía.
O la mitad de ella, por así decirlo.
Una vez que la casa estuvo cerrada y me subí a la camioneta del 123
abuelo, miré a la casa de Jake, una de varias en la parte trasera de la
propiedad. Una luz dorada se derramaba desde las ventanas, filtrándose a
través de las cortinas que deseaba que pudiera ver hacia el interior. ¿Porque
lo que sea que hiciera Jake en su tiempo libre? No podía imaginarlo
haciendo nada más que trabajo.
El pensamiento me hizo sentir triste.
La camioneta rugió con vida cuando giré la llave, y me pareció ver
un movimiento en una de las ventanas. Me preguntaba si tenía algún
pasatiempo. Puede que leyera libros. Tal vez era un panadero en secreto, y
me reí ante el pensamiento de Jake con un delantal y harina en la nariz.
Apuesto a que tejía, y otro estallido de risa lleno la cabina de la camioneta.
Las agujas para tejer parecerían palillos en sus grandes manos.
Y eso me hizo preguntarme como se verían los palillos en sus manos.
Me divertí imaginándome a Jake tejiendo un suéter en una mecedora
junto a la chimenea. Mientras rodaba por el camino, también me imagine
dándole un gato, un gran y gordo gato que fuera demasiado orgulloso y
pomposo como para que le importara alguien más que el mismo. Imaginé
que los dos se llevarían bien. Solo un par de imbéciles, arañando a
cualquiera que se acercara demasiado.
Jake odiaba el cambio, puede que incluso más que mi abuelo. Lo
había convencido de que las entregas era una buena idea, y ya había creado
el sitio web y un plan para la cremería. Casi todo eran ganancias, nuestros
gastos generales por hora de las entregas, y mi esperanza era regresar algo
del dinero a los fondos después de todo lo que había gastado en estas
últimas semanas. Mi corazón se estremecía al pensar en el reloj en marcha,
los días de verano pasando a un ritmo alarmante.
Tenía que acelerar las cosas. Espero que con una idea para el 4 de
julio pudiera compensar todo, si jugaba bien mis cartas. 124
Todos rieron, pero no esa risa burlona y cruel, sino una autentica risa
de relajación y camaradería.
Ahora me sonrojé enserio, mi piel caliente y mi sonrisa inmovible.
—¿Qué más tengo? Si no puedo reírme de mi misma.
—Oh mi Dios —dijo Chantel, golpeando a Stewart en el pecho con
su mirada puesta en mí—. ¿Esa fotografía de Jake en el corral de los
terneros? Sabía que estaba en forma, pero eso fue ridículo.
A Stewart no le hizo ninguna gracia.
—Sigo atrapándola, mirando la fotografía en su teléfono, con el zoom
a cuatrocientos por ciento.
—Tiene muchos abdominales. Son como doce —dijo.
—¿Cómo conseguiste que te dejara publicarla? —preguntó Amanda.
—No preguntando.
La mesa entera rio.
—Apuesto a que eso lo rebasó—adivinó Jared correctamente.
—Apenas y sabe cómo funciona el internet, así que realmente, son
puras palabras.
—Bueno, desde el fondo de nuestros corazones, gracias —dijo
Chantel, presionando la mano en su pecho.
Stewart hizo un ruido burlón y dio un trago a su cerveza.
—¡Oh! —dijo Kendall, llamando la atención—. Hablando de reír de
uno mismo, la otra noche el bebé estaba en el baño…
Chase se inclinó mientras Kendall continuó.
—Ha causado una gran impresión, señorita Brent. 133
161
No había visto a Jake desde que salió furioso de la tienda hace dos
días, lo que era una hazaña en sí misma. Kit me había dicho que en lugar
de traerme a Bowie como había hecho todos los días durante semanas, Jake
se paseó con él todo el día mientras hacia sus rondas. No había manera de 162
saber su motivación para evitarme… o se estaba calmando o estaba
tramando un golpe de estado. O tal vez supiera que si lo veía, le gritaría.
Tendría razón.
No había palabras para describir cómo me había hecho sentir, no
exactamente. No había una sola frase para el torrente de emociones que me
golpeo cuando empujo la puerta de la tienda y salió al ritmo de su risa. Las
pocas lagrimas silenciosas que derramé estaban cargadas de frustración,
audacia y de un profundo dolor. Mi corazón palpitaba de soledad y rechazo,
y mi pulso acelerado con una discordia hostil que no podía recordar haber
sentido antes.
Me era imposible no preocuparme, no con el destino de la granja
colgando entre nosotros. No había a donde ir, ninguna posibilidad de
alejarnos el uno del otro, no cuando podía ver su porche desde mi cocina.
Estaba atrapada aquí con un hombre que me veía como una amenaza, quien
me lastimó en una de las más profundas maneras que pudo.
Dijo que no tenia honor ni respeto por este lugar. Decir esas palabras
eran un pecado inolvidable, una magnifica mentira. Todo lo que podía
hacer era esperar que no lo dijera en serio.
Porque si lo decía en serio, no había ninguna posibilidad de que esto
funcionara.
Estaba harta de las discusiones, ya era hora de arreglar las cosas de
una vez por todas. Su tiempo para discutir casi había acabado, y tan pronto
como terminara su trabajo, caminaría hacia ahí y lo forzaría a hablar
conmigo. Sin escapar, y sin insultos. Solo una conversación de la vida real
de adultos que no terminaría hasta que nos diéramos la mano.
Esta mañana, había despertado con una sensación de posibilidad, todo
lo bueno situado frente a mi como una canasta de gatitos. La tienda y los 163
recorridos de ayer se habían desarrollado casi sin problemas. Habíamos
hecho un montón de dinero el fin de semana que había designado para los
fondos del 4 de julio, y que se tuvieron que modificar para eliminar los
fuegos artificiales, y las atracciones de feria. Ni siquiera había pensado en
los animales antes de que Jake dijera algo.
Una cosa más por el cual lo necesitaba.
Si tan solo se diera cuenta que también me necesita.
Uno pensaría que reconocería una pared de ladrillos, pero yo era tan
terca como él. Eventualmente vería lo que le estaba mostrando.
Todo lo que tenía que hacer era no darme por vencida.
Tarareando la música que sonaba en mis auriculares, agité, vertí, y
sumergí el pincel en la pintura rosa cremosa para dar la primera pincelada
a la vieja puerta negra. Era una racha de alegría sobre la oscuridad, y con
ella llego la inevitable levedad. Trazo tras trazo, borré el apenas visible
negro, y con ello, eliminé mis preocupaciones. Todo se solucionaría.
Siempre lo hacía. Jake volvería en sí, solo necesitaba un poco de espacio
para respirar. Espacio para visualizar todas mis ideas en acción, como la
tienda. Antes de que saliera de la tienda el otro día, se había quedado
realmente impresionado con la cantidad de dinero que había hecho. Por un
instante, había llegado a él, y si pudiera mantenerlo, sabía que me lo
ganaría.
Retrocedí y examiné la puerta, que iba a necesitar unas cuantas capas
más. Debí haberla preparado, pensé. Solo había pintado hasta donde
alcanzaba: un trozo de negro limitaba mi trabajo. Necesitaría una escalera
para solucionarlo.
Pero cuando me giré para dirigirme al cobertizo, terminé cara a cara
con Jake, derrapando para detenerme a un centímetro antes de caer sobre
él. 164
—Por ahora. Solo digo. Te extraño, niña. Tú… bueno, eres todo lo
que tengo de Sarah. No me di cuenta de cuanto llenabas el espacio de tu
madre en mi corazón hasta que fuiste ahí. No estaba lista para dejarte ir.
Creí que tendría más tiempo.
Mi corazón se retorció en mi pecho. no importaba lo que hiciera,
estaba abandonando a alguien.
—También yo —dije en voz baja—. También te extraño, y a Nueva
York, y a su gente. —Se rio, y el sonido me hizo sonreír—. Pero no
regresaré a menos que pierda.
—Tomaré lo que pueda. No quieres regresar ahora de todos modos,
hace mil grados y no ha parado de llover desde hace cuatro días. Disfruta
California mientras estés ahí. Y a ese gran y apestoso imbécil mientras
estas en ello.
—¿El que me odia?
—Sabes lo que dicen: hay una delgada línea entre el amor y el odio.
Tal vez ustedes dos solo necesitan tener sexo.
—Oh por Dios. —Me reí, cerrando el cajón para depositar algunas
camisetas en otro—. En ese sentido, tengo que ordeñar algunas cabras.
—Por favor, por favor graba eso.
—Es lo mismo que ordeñar una vaca, y sé cómo ordeñar una.
—De alguna manera, tengo la sensación de que las cabras van a estar
menos dispuestas.
—Entonces deséame suerte.
—¡Buena suerte! Que no te den una patada en la máquina para hacer
dinero. 178
—Te quiero —dije, riendo.
—También te quiero, cacahuate. Hablamos pronto.
Nos despedimos, y me quedé sola en mi habitación, extrañando mi
antigua vida. Por primera vez desde que llegué a casa, sentí la atracción de
volver a Nueva York. La vida que había tenido se sentía lejana, como si
fuera otra persona, en otro tiempo. El ajetreo de la ciudad, y el bullicio de
un trabajo exigente. Todo era importante, cada elección, ya fuera grande o
pequeña. Mis viejos amigos y colegas estaban tan ocupados y envueltos en
sus vidas que hacer algo más que enviar mensajes de texto, dejándome
cuestionar la profundidad de mis relaciones.
Pero fue la vida que conocí por mucho tiempo, más de lo que he
vivido aquí, como lo había señalado Jake tan amablemente. Esa Olivia que
tenía una carrera prometedora en la mejor ciudad del mundo, un tren a toda
velocidad que iba a algún sitio grande. Esta Olivia tenía una carrera por
delante que nunca la haría rica, que nunca le daría poder o reconocimiento.
Esta carrera era una carrera de sacos que se pegaba cerca de casa.
Pero este trabajo era tal vez el más importante de toda mi vida. Y
aunque no era prestigioso o de elite, era genuino. Y lo que estaba en juego,
era mucho, mucho más alto. Las decisiones eran una cuestión de
supervivencia, y no solo la mía, sino la de toda la granja, humanos y
animales por igual.
Cuando terminé de guardar mi ropa, agarré la pila de pijamas hechos
a la medida que les iba a poner a los niños, y me dirigí al granero.
El corral de las cabras era un hervidero en acción. Había comprado
cinco cabras y sus crías, más un macho para reproducirse, y ocho cabras
bebé estaban brincando por todo el corral, persiguiéndose entre sí mientras 179
ponía mi teléfono a grabar. Se detuvieron y se abalanzaron sobre mí cuando
atravesé la puerta. Riendo, me senté en el taburete y les di un poco de cariño
antes de agarrar a uno y ponerle el pijama.
—Mírate, Brenda —le dije mientras salía rebotando, balando.
A los pocos minutos, los niños estaban dando vueltas por el corral en
sus nuevos pijamas mientras los adultos los observaban como si estuvieran
locos.
Era tan adorable, más adorable de lo que había imaginado cuando los
compré, tanto que me atraganté un poco.
—¿Les pusiste pijamas?
Me giré hacia el sonido de la voz de Jake con una sonrisa en mi rostro,
preparada para pelear.
—Seguro que sí.
Su expresión de escepticismo se derritió cuando uno de los niños
corrió como si lo hubieran marcado, y el resto corrió en dirección opuesta.
Y Jake se rio.
Se rio desde lo más profundo de su vientre, ese sonido libre y fácil
tan extraño en sus labios.
—Eso es ridículo. Absolutamente ridículo.
—Lo sé. Me encanta.
—No me sorprende.
—¿Pero sabes por qué es gracioso?
—¿Por qué le pones ropa a las cabras?
180
—La razón por la que nos reímos de los animales es porque nuestro
subconsciente imagina que son humanos. Por ejemplo, ves una cabra bebé
en pijama, pero tu cerebro secretamente imagina una persona en pijama
brincando alrededor del corral haciendo ruidos de cabra.
Me miró de forma dudosa.
Levanté las manos.
—Búscalo.
—¿Solo viniste aquí a disfrazar a los niños para internet?
—Ante todo, lo hice por mí.
Una risa.
—Y no, iba a intentar ordeñar una de las cabras.
—Entonces llegué justo a tiempo. —Con una sonrisa de satisfacción,
se recargó en la valla.
Hice una pausa.
—¿Así que solo vas a mirarme?
—Era parte del trato con las cabras.
—Eso era con respecto a cortarles las pezuñas. No vas a, no sé.
¿Gritarme por ponerles ropa a las cabras?
—No, porque es divertido.
Sacudí la cabeza.
—No te entiendo.
—Además, estamos trabajando juntos, ¿cierto? Imagino que puedo
confiar en ti con los pijamas. —Antes de que pudiera preguntarle alguna
versión de que demonios, dijo—: Por cierto, ¿les has cortado las pezuñas? 181
Su cara se tensó.
—Él tampoco es honesto. Lo más probable es que este durmiendo
con Amanda.
—¿Qué Amanda no tiene un novio en San Francisco?
Solo tenía que mirarla.
Ella arrugó la cara un poco.
—¿Cómo sabes eso?
—Aquí nada es un secreto. Sabes eso.
Se sacudió la información, enderezándose.
—No importa. Somos amigos.
—¿Pero porque él? Tienes a Presley. Me tienes a mi…
Levantó una ceja de nuevo.
—Porque has sido muy complaciente.
—Sabes a lo que me refiero. Tienes a las chicas con las que has estado
en Joe’s.
—De verdad, ¿cómo sabes eso?
—Porque ella le dijo a Kendall, y Kendall es la más chismosa en el
área triestatal. Ella podría tener un megáfono en todo momento, y ha estado
en cada centímetro de esta granja en el último par de semanas. ¿Así que
por qué, de todos los amigos potenciales que tienes de dónde escoger, por
qué Chase?
—¿Así que solo puedo ser amiga de las mujeres? De acuerdo, tienes
que superar tu parte de masculinidad toxica, porque no creí que fuera tan
lejos. 211
—Chase no es cualquier tipo, y lo sabes.
Un sonido de frustración reverberó en mi garganta ante su aguijón.
—Está bien, está bien —dijo con su mano apoyaba en mis bíceps—.
Lo siento.
—Está bien —me quejé—. Pero todavía no me has contestado.
Por un segundo, se quedó callada, su atención se deslizó hacia los
pastos a ambos lados del camino donde la gente se paseaba.
—Es fácil estar con él, y es… bueno, no es tan malo como lo ves en
tu cabeza. —Parecía querer agregar algo más al pensamiento, pero lo dejo
ir—. Además, es agradable ser querida. Eso es todo.
Una mezcla de expectación y una ráfaga de valentía me arrancó el
corazón, y los pulmones.
—No quieres ser querida por él. Solo te arruinará.
—Es agradable de todos modos.
—Él no es el único que te quiere.
Giró su cara hacia mí.
—Es el único del que sé.
—Bueno, podemos estar de acuerdo en que hay mucho de lo que no
sabes.
—Me has enseñado todo lo demás. ¿Por qué parar aquí?
El aire entre nosotros estaba cargado, y motas de heno estaban
bailando en el aire a nuestro alrededor.
—Olivia…
212
—¿Hay algo que quieras contarme? —preguntó en voz baja, más
cerca de mí que antes. No sabía si ella se había movió o había sido yo.
—Yo… —Mi mirada se fijó en sus labios, y luego en mi pulgar, que
tocó la suavidad de ellos. Me di cuenta de que su mandíbula estaba en mi
mano.
—¿Sí? —Fue un susurro.
La tensión entre nosotros era insoportable, la lucha en mi pecho era
un callejón sin salida, y se estaba debatiendo entre que hacer. Mi mente era
un vacío. El tiempo era un vacío. Miraba fijamente sus labios.
—Oh, joder —suspiró, y entonces estaba en mis brazos.
Nuestros labios se encontraron casi en un rebote –duro por la
sorpresa, luego suave por el deseo– mientras la recogía, y sentía su figura
en mis brazos. La sostuve como una cosa delicada, algo precioso, una cosa
para ser atesorada, esta mujer que podía detener un trueno con una palabra.
Me di cuenta de cada detalle de ella con la obsesión de un artista que
ha visto una cosa que iba a desaparecer. Sus labios, suaves y dulces, sabían
a azúcar, ¿sabía así en todas partes? Necesitaba saberlo. Necesitaba sentir
la presión de nuestros cuerpos para marcar como ella encajaba contra mí
con una familiaridad que no debería poseer. Recorrí su cuello con las
yemas de los dedos mientras nuestros labios se separaban un poco. Conocía
cada línea de ella, sabia sin saber que la curvatura de su cintura encajaría
en mi mano. Conocí su boca, no por el torpe beso de hace tanto tiempo. Lo
sabía porque ella era mía.
Mía. La palabra fue un trueno, un rugido en mis costillas, el
conocimiento puro. No podía entender como no lo había sabido. Como me
había perdido de algo tan claro, tan claro.
Con un movimiento, nos hice rodar, encajando mis caderas contra las 213
suyas, inmovilizándola con mis labios, con mis manos en su cara. Una larga
flexión contra ella, y gimió.
No puedes tenerla.
Me separé con un salto de sorpresa, mirando a Olivia. Piel pálida y
los ojos cerrados. Mejillas rosadas y labios carnosos.
No puedes quedarte con ella.
Me aparté de ella, mirando por la ventana hacia los robles, pasándome
la mano por mis labios.
Esto fue un error. Por más correcto que se sintiera, sabía que estaba
mal. Éramos compañeros, y si hacíamos esto, la alejaría. De alguna
manera, también la perdería.
—¿Jake? —dijo. Su mano encontró la parte baja de mi espalda.
—Lo… lo lamento. No debí haber… —Me puse de pie.
Se movió para sentarse, con la cara inclinada por la confusión.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué está mal?
—No puedo… no podemos… —Me pasé una mano por el cabello
dirigiéndome a la escalera—. Lo siento.
—Ya no. Por favor, regresa y habla conmigo.
Mis pies estaban cuatro peldaños abajo cuando le eché un vistazo.
—No puedo.
—¿Es por la apuesta? ¿Es por la granja? —preguntó frenéticamente,
moviéndose para arrastrarse en mi dirección con el rechazo por todas
partes.
Me detuve. 214
215
Lucía como la mierda.
Era un hecho, no una plática motivacional negativa. Tenía la cara
hinchada por llorar toda la noche, y ninguna cantidad de frotamiento podría 216
sacar el rímel de pestañas, no sin perder una parte considerable en el
proceso. Se había calcificado por mis lágrimas.
Ojalá estuviera bromeando.
La oficina del abuelo estaba calurosa incluso con las ventanas
abiertas, mi cuello estaba salpicado de sudor y mi cabello amontonado en
la cabeza. Había estado aquí por unas cuantas horas revisando las cosas de
mi abuelo, escarbando en sus cajones en busca del tesoro. Y encontré
bastante, desde una pequeña vaca Holstein de un juego de granja que había
tenido de niña hasta una de sus cajas de tabaco de madera. Unas tijeras de
dos kilos que podrían haber decapitado a un intruso se encontraban sobre
la alfombrilla de cuero del escritorio junto a un puñado de clavos oxidados
inesperadamente fascinantes.
En esencia, su oficina era una gigantesca gaveta de chatarras.
Por supuesto que cuando abrí los archivadores, descubrí registros en
un libro de contabilidad que se remontaban a finales de los años 80. Saqué
el conjunto más reciente cuando encontré algunos de mis dibujos metidos
al azar en las carpetas y me prometí que los revisaría.
Jolene puso mucho empeño en una vieja cuerda que había encontrado
debajo del antiguo librero de cristal, y yo miraba las tijeras, preguntándome
que parte de Jake debería cortar primero.
Reviví la vergüenza que había sentido la noche anterior mientras
bajaba por la escalera con heno en el cabello, los ojos desorbitados,
sintiéndome miserable y desesperada por estar sola. La casa había estado
silenciosa como una tumba hasta que Jolene me escuchó y comenzó a
aullar sin detenerse hasta que estuvo en mis brazos. Y con eso, subí las
escaleras acostándome boca abajo en la cama hasta que salió el sol.
Bueno, eso no era exactamente cierto. Me acosté de espaldas también, 217
mirando al techo con lágrimas en los ojos. También hubo un lapso en el
que observé por la ventana mientras todo terminaba, las luces se apagaban,
y las cosas se desmantelaban. Courtney me había dicho que ella y Kendall
estaban en ello, y puse toda mi fe en ellas porque no sabía si podría salir de
la cama con una sonrisa el resto de la noche.
Así que me pase la mayor parte del día vagando, esperando
encontrarme con Jake después del rechazo supremo que me había
provocado. El tiempo que me llevó ordeñar a Alice fue ocupado con el
fastidio de todo el asunto. Como yo teniendo que besarlo. O que habíamos
estado literalmente a un milímetro de rodar en el heno antes de que me
rechazara. Mientras desparasitaba a las cabras –lo que no era tan asqueroso
como sonaba, aunque nadie disfrutaba el proceso– simplemente estaba
enojada. Enojada con su estúpido, e inmaduro lo siento, pero no puedo usar
palabras. Enojada con su estúpida boca por devolverme el beso como lo
hizo. Enojada con sus caderas y el pitón entre ellas que había prometido,
pero no había entregado.
Pero cuando entré y no lo vi –dando así un lugar para descargar mi
rabia– mis emociones se redujeron a una profunda tristeza. Porque yo
quería a Jake y no solo por el pajar. Pero él había dejado en claro cómo se
sentía respecto a mí. Respecto a nosotros. Me había dejado llorando en el
granero con nada más que una disculpa a medias y ninguna explicación.
Y yo quería una.
Jolene y su cuerda se volvieron borrosas cuando mis ojos se llenaron
de miserables lagrimas frustradas. Así que me levanté, metí los pies en mis
botas de lluvia, y me dirigí hacia los grandes graneros. Alguien sabría
dónde estaba.
Los graneros de techo blanco se extienden en hileras a través de una
larga extensión de tierra, rodeados de pasto. Cada rebaño –de entre treinta 218
y cincuenta– tienen su propio establo interior con acceso a la hierba y
largos periodos de tiempo en los pastos. Vi a un par de nuestros hombres,
uno de ellos empujando una carretilla. Debía ser un espectáculo
irrumpiendo en el patio con pantalones cortos, mis botas, y un desastre en
el cabello, porque ambos se detuvieron y me miraron como si fuera a
morderlos.
Dependiendo de si el viento cambiaba o no, lo habría hecho.
—Oye, Joey. ¿Has visto a Jake?
Se miraron y lo dejaron a la suerte.
Joey perdió.
—Comprobación de terneras. Granero J.
J es por jodido idiota. Ya estaba caminando en esa dirección.
—Gracias.
—No le digas que yo te dije —dijo.
Levanté los pulgares sin mirar atrás.
Creerías que el veterinario es quien sería la persona encargada de la
comprobación de terneras, pero en realidad ese era el trabajo del capataz
para asegurarse de que los terneros venían de la manera correcta, una tarea
que se aprendió pronto. El veterinario tenía suficientes preocupaciones
como para revisar la totalidad del rebaño preñado. Solo lo había hecho una
vez, pero mis brazos no eran lo suficientemente largos como para ser de
mucha ayuda.
Cuando rodeé la esquina hacia la parte dividida del granero M, me
encontré con la cosa más satisfactoria que había visto en todo el día: la cara
de Jake contra el culo de una ternera con el brazo enterrado hasta el hombro
en la vagina de una vaca.
219
D es por divertido.
Resoplé, cubriéndome la nariz con una mano cuando un par de
granjeros me miraron.
Al oírme, los ojos de Jake se dirigieron a los míos, y el duro contacto
visual dejo de lado toda ilusión de ser profesional.
La risa brotó de mi mientras Jake les daba instrucciones y cambiaron
de lugar al ternero.
—¿Qué quieres, Olivia?
Rodé los labios y me mordí para tratar de detener mi risa.
—Estoy algo ocupado aquí.
—Ya veo. —Hice una pausa, contemplando mi siguiente
movimiento—. No sé si puedo decirte lo que necesito con tu mano en las
partes femeninas de Gertie.
Volvió a poner los ojos en blanco.
—Quiero decir, estas dentro de ella. Ella literalmente nunca ha visto
tanta acción.
—Jesús, Olivia —se quejó.
Los granjeros se rieron, pero Jake les lanzó una mirada.
—Es enserio. La inseminación artificial es lo más decepcionante que
puede haber, ¿pero esto? Estoy segura de que acabas de dejar embarazada
a tres vacas.
Uno de los chicos se aclaró la garganta para cubrir otra risa.
—Es indecente, Jake. Honestamente.
—¿Vas a decirme que necesitas o solo vas a quedarte ahí haciendo
estúpidas bromas? 220
—¿De verdad quieres que te lo diga ahora? —Me crucé de brazos en
desafío—. ¿Ahora mismo, y enfrente de todos?
—Lo que quiero es que te vayas.
—Bien. Necesito hablar de cómo me manoseaste en el pajar y
después huiste sin darme ninguna explicación.
La habitación estaba quieta, salvo por Gertie cuya mandíbula estaba
haciendo un poderoso bulto en la trompa.
—Tú preguntaste.
Jake retiró la mano de la vaca de forma experta –arrastrándola de
poco a poco, y con algunos sonidos extraños– y se quitó un guante que le
llegaba hasta el hombro.
Hizo un gesto con la barbilla a los granjeros.
—Saquen a Gertie a pastar y traigan a la siguiente en cinco minutos.
Sus miradas rebotaron entre nosotros, todavía reprimiendo sonrisas
mientras hacían lo que les habían dicho, dejándonos solos. De los demás
humanos, al menos.
—Cinco minutos, ¿eh? —chasqueé—. Me alegra saber que le eres
leal a la conversación.
—Lo haces tan fácil cuando actúas como una adolescente —dijo
desde el fregadero.
Acorté el espacio entre nosotros, hablando todo el tiempo.
—¿Por qué? ¿Qué infiernos estás haciendo? ¿Por qué me hiciste eso?
—Tú me besaste —me recordó.
—Tú me besaste de vuelta y me lanzaste al heno como si fueras a 221
tomarme en ese mismo momento. Y después ¡puf! Te fuiste. Y quiero saber
por qué.
—Esto es estúpido, Olivia.
Hice una pausa, mirándolo mientras se lavaba las manos.
—¿Esta conversación o besarme?
—Ambas —dijo, cerrando el agua con un chirrido.
Mis pulmones se vaciaron.
—Vaya.
Negó con la cabeza con los labios fruncidos, frustrado.
Bueno, yo también, amigo.
—No podemos hacer esto.
—Eso dijiste la noche anterior, pero no dijiste por qué.
Se giró para mirarme, tenebroso desde las cejas hasta las botas. Sus
manos colgaban bajas sobre sus caderas, y casi miré hacia abajo, mi
corazón revoloteando ante la idea.
—No entiendo porque tengo que explicarlo. En este momento
estamos atrapados en un juego de tira y afloja por la granja. Todo lo que
hacemos es pelear…
—Eso no es verdad. Hemos estado mejor…
—Nada de lo nuestro tiene sentido.
—¿Quién dijo algo sobre tener sentido?
Sacudió la cabeza y apartó la vista con la mandíbula flexionada.
—No vamos a hacer esto. Es una mala idea, y lo sabes. Tenemos 222
cosas graves que abordar, y ya es bastante difícil trabajar contigo sin
complicarlo mucho más de lo que ya es.
Dejé escapar un fuerte suspiro por la nariz, con los ojos clavados en
él.
—¿Por qué siempre tienes que decidir tu? Tú lo decides todo, y se
supone que debo seguir tu ley bíblica sin cuestionarla. Quizá tengas razón.
No tenemos sentido. Nunca me rebajaría para estar con alguien quien tiene
tan poco respeto por mis pensamientos y emociones.
—Oh, vamos…
Las lágrimas de enojo llenaron mis ojos, subiendo el tono de mi voz.
—Solo porque tú no tengas sentimientos no significa que nadie más
los tenga. Puede que fuera más fácil para ti si todos los demás se los
guardaran para sí mismos, pero ¿adivina qué? La vida no es fácil. Y no
estoy dispuesta a aguantar a un imbécil que no puede usar sus palabras solo
porque es un maldito buen besador. —Señalé al frente del granero donde
estaba la sombra de una J al revés—. La J es por Jodeté, Jake.
Giré sobre mis talones y salí del granero, casi chocando con los chicos
que acababan de salir. Pero no eran más que manchas de colores detrás de
una cortina de lágrimas.
223
Era mi turno de ignorar a Jake, y lo había hecho muy bien, si tenía
que decirlo.
Me mantuve fuera de su dominio, y él se mantuvo fuera del mío. Pasó 224
los días con el ganado, y yo pasé los míos trabajando en mi horario de
programa de mercadotecnia para el siguiente mes. El mayor enfoque sería
el boletín de noticias, que había crecido exponencialmente cada semana
desde que habíamos abierto la granja al público. A todos los que se
inscribieron al boletín de noticias de nuestro sitio web se les había expedido
un cupón del quince por ciento de descuento en la tienda. Había hecho seis
sorteos en Instagram con los productos más vendidos de la tienda a cambio
de su suscripción. Nuestros beneficios habían aumentado, y eso no requería
que Jake creyera en ello para ser cierto. Pero el problema era que no sabía
exactamente con que estaba trabajando cuando se trataba de las deudas de
la granja.
La última conversación con Chase me había dado curiosidad. Si él
sabía la magnitud de nuestras deudas, entonces todo mundo lo sabía.
Todos, excepto yo. No podía darles sentido a los números, y Ed no hizo
mucho por ayudarme más allá de las explicaciones que no hicieron mucho
para aclarar lo que estaba viendo.
Así que dejé de fantasear con la idea de quebrarle la cabeza a Jake
con una barreta, y comencé a organizar la oficina de Pop.
Que fue donde me encontré esa noche.
Había comido dos veces en su oficina, ambas entregadas y arregladas
por Kit, quien me había observado con una mirada dudosa y mucha
preocupación. Pero no me cuestionó, en cambio me dejó organizar la
colección de cosas al azar que era esta habitación.
Eran pasadas de las diez esa noche, y la ultima hora había consistido
en cien bostezos y un repaso a lo que había dejado en el archivador de Pop.
La determinación me impulsó a seguir adelante, estaba demasiado cerca de
terminar como para rendirme ahora. Así que me incliné hacia el archivador
desde la silla de oficina con la espalda adolorida, poniendo los archivos 225
que acababa de revisar donde los había encontrado y los cambié por el
último juego.
Habían estado enterrados en este cajón desde quien sabe cuándo. Los
había hojeado antes de empezar, buscando algo que destacara, pero parecía
como si fuera un montón más de lo mismo.
Pero cuando aterricé en un grueso archivo titulado Jake metido en el
fondo, mi corazón se detuvo.
Contuve la respiración mientras giraba en la silla, mis ojos nunca
dejando la carpeta. La dejé, y la abrí.
Mis ojos se movieron demasiado rápido para comprender lo que
veían, mis manos desesperadas pasando las páginas.
Documentos de inmigración volaron por mi campo de visión. Cartas
legales y notas del tribunal. Facturas de abogados. Papeles de liberación de
inmigración. Copias de la primera hipoteca. Formularios del gobierno. Y
todos ellos llevaban el nombre de Jake junto al de Pop.
Llegué al final de la pila, y le di la vuelta. Comencé una vez más,
despacio.
No estaban en ningún tipo de orden, así que los separé en pilas de
acuerdo con la fecha. Primero los papeles de liberación del Servicio de
Control de Inmigración y Aduanas: habían puesto a Jake en custodia, un
año después de que me fuera. Se lo habían llevado de la granja, y algunos
documentos legales mostraban que Pop había contratado a un gran abogado
de inmigración de San Francisco para traer a Jake de regreso.
El papeleo para solicitar la hipoteca de la granja era de unos pocos
días después.
Los recibos legales ascendían a decenas de miles, cerca de doscientos
mil, según los garabatos que anoté al reverso de la carpeta. 226
Me volví a sentar en la silla, mirando los números.
Pop había hipotecado la granja por Jake.
Se habían llevado a Jake, y Pop luchó por el con cada centavo que
tenía. Todo su patrimonio. La seguridad de la granja. Su legado y el trabajo
de su vida.
Había puesto todo su dinero en el chico que apenas conocía porque
era lo correcto.
Y la granja nunca se recuperó.
Se me cerró la garganta, me picó la nariz, y la vista se me nubló. Todo
este tiempo creí que Jake solo estaba siendo terco. No me quería aquí
porque era una extraña, y no quería un cambio porque lo hacía sentir
incómodo. Y aunque todo eso podría ser cierto, había una razón aún más
grande… una razón que iba más allá de mí.
La deuda de la granja era suya, y había cargado con el peso de ella
por tanto tiempo que podías ver el daño que asumía una vez que sabías lo
que estabas buscando.
Todo se enfocó como si hubiera girado la lente de un telescopio.
Repetí las peleas, y reviví las conversaciones frescas como la luz del día.
Nadie me había dicho. ¿Y porque lo habrían hecho? Tenía diecisiete, Pop
no me habría puesto el peso de las finanzas de la granja a esa edad. No me
habría metido en problemas con las noticias de que patrocinó la
inmigración de Jake, sabiendo que me habría preocupado, especialmente
cuando se unía a las preguntas que seguramente haría por el dinero. Habría
venido a casa en cuanto hubiera podido. Y el también lo había sabido.
El silencio de Jake estaba justificado. Imaginé que con el estado de
nuestras finanzas, cargaba con una parte indebida de responsabilidad y 227
vergüenza, y me pregunté cómo se había castigado por ello todos estos
años. En especial ahora que Pop se había ido y conmigo aquí. Invadiendo.
Gastando el poco dinero que teníamos por capricho, cambiando cosas sin
darme cuenta lo que hacía, sin entender cuanto nos estaba dañando.
Dañándolo.
Recogí los papeles y los metí en el archivo, apretándolo en mi pecho
mientras me apresuraba a salir de la oficina. Deslicé los pies dentro de las
botas de lluvia con el corazón latiéndome con tanta fuerza, que la carpeta
temblaba suavemente por el ritmo.
La puerta mosquitera golpeó el marco detrás de mí, pero ya estaba
bajando los escalones y caminando directo hacia la casa de Jake.
No lo sabía. No lo sabía. No lo sabía, mi mente resonaba con cada
paso que daba por el patio hasta llegar a su puerta. Mis nudillos golpearon
en su puerta mosquitera. Me limpie las lagrimas de las mejillas, mirando
con avidez sobre su sala por alguna señal de él.
Bowie ladró, el sonido de sus uñas resbalándose en la madera se hizo
más fuerte a medida que se acercaba.
—Más despacio, amigo —dijo Jake riendo desde algún lugar más allá
de mi campo de visión.
Estaba sonriéndole a Bowie cuando lo vi. Pero cuando levantó la
mirada y me encontró, se detuvo, y su sonrisa cayó. No me importaron sus
labios planos o cualquiera de sus cuadros afilados al verme. Eso no
importaba. Porque ahora lo sabía.
Nada era lo que creía que era.
Lentamente, comenzó a acercarse.
—¿Qué necesitas? —preguntó. No fue del todo grosero, pero
228
tampoco fue tan amigable.
—¿Puedo pasar?
Miro el montón de papeles que tenía en mis brazos.
—¿Qué es eso?
—Por favor, ¿puedo pasar? —Parecía que no podía decir nada más,
mi voz vacilaba. Mi cerebro se había reducido a un solo pensamiento.
Los labios de Jake pasaron de ser planos para bajar un poco. Pero
abrió la puerta y la sostuvo para que pudiera pasar.
Pasé deprisa por el umbral y caminé por delante de él, dando vueltas
en cuanto estuve adentro.
Desconcertado, se volvió hacia mí.
—¿Qué demonios te pasa?
—Encontré los papeles —dije.
—¿Qué papeles?
Empuje el sobre hacia su pecho; si hablaba, me pondría a llorar.
Los miro, y después los tomó. Los saco para inspeccionarlos. La
compresión lo golpeó.
Cuando se encontró con mi mirada, sus ojos se agitaron con tristeza,
arrepentimiento, y dolor.
—¿Dónde encontraste esto? —preguntó en voz baja.
—En la oficina de Pop.
Silencio.
—Así que ahora lo sabes.
229
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no me lo dijo Ed?
—¿Qué la deuda de la granja es por mi culpa? Yo le dije a Ed que no
te lo dijera… no es tu trabajo de todas maneras. Pero imaginé que lo
descubrirías tarde que temprano.
Fruncí el ceño.
—Vinieron por ti. Pop te ayudó. Tú…
—Arruiné la granja.
—No…
—Si —disparó, instantáneamente furioso y arqueándose sobre mí—.
Todo esto es mi culpa. Debió haber dejado que me llevaran, pero no lo
permitió. No lo dejó pasar, dijo que la granja se recuperaría. Pero nunca
ocurrió, así que sacó una segunda hipoteca. Y ahora es mi deber arreglarlo.
—No tuya. De nosotros.
Una risa seca.
—Todo lo que has hecho es meternos en el agujero. Seguro, lo estas
compensando, pero no hay vuelta atrás. —Levantó el archivo antes de
golpearlo en la mesa cerca de la puerta.
—Todo este tiempo, no tenía ni idea —dije con un aire de asombro,
sin inmutarme—. De haber sabido habría hecho las cosas de otra manera.
—No quiero tu compasión.
Me pasó rozando, pero lo sostuve del brazo. Se detuvo.
—Jake, por favor —le rogué suavemente—. Por favor no te vayas.
Sus fosas nasales se ensancharon cuando me miró, pero sus ojos
seguían hirviendo con un sentimiento que no quería reconocer. Me
pregunté cuanto tiempo había estado ignorándolo. Quizá toda su vida.
230
—No estoy aquí para culparte de nada, no lo hago. Ambos sabemos
que intentar detener a Pop de ayudarte era inútil. No estoy molesta contigo
o con Pop… estoy orgullosa de él. Te salvó, Jake.
—Sé que lo hizo.
—Por favor —dije de nuevo, instándole a girarse, poniéndonos cara
a cara—. Por un minuto, por favor no pelees conmigo. Vine aquí para
decirte que lo siento. Lo siento por la horrible manera en la que te he
tratado, no entendía por completo lo que este lugar significa para ti. Estoy
aquí para decirte que desearía haberlo sabido así podría haber hecho más
en lugar de pelear. Lo que hice es mucho peor que cambiar la granja: he
puesto mucha más presión financiera encima de lo que crees es tu propia
deuda. Pero ya no tienes que hacerlo solo, estoy aquí, incluso si me odias.
—No lo hago —dijo, con voz áspera.
—¿No haces qué?
—Odiarte.
Sacudí la cabeza hacia mis pies.
—No tienes que hacer eso. Está bien.
—No te odio, Olivia. Me vuelves loco, pero no te odio. Te he querido
desde que te conocí. Te he querido y lo he cubierto con peleas. Te he
querido y me lo he negado. Estoy cansado de luchar, Livi. Muy cansado.
Levante la mirada para encontrarme con la suya, pero estaba
demasiado sorprendida y afectada como para hablar. Se acercó más. Lo
quería aún más cerca.
—Pero no perteneces aquí. —Sus ojos se posaron en mis labios—.
Tú eres más grande que todo esto. Y cuando te des cuenta, te irás.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no me voy a ir a ningún lado
231
antes de que lo creas?
—No sé si puedo creerlo.
—¿Por qué no me crees?
—Porque no creo que conozcas más. Crees que nunca vas a volver a
Nueva York, pero ¿cómo estas tan segura? Yo no he ido a más de cien
kilómetros de esta granja desde que llamé a la puerta. No puedo pensar en
nadie que pueda discutir donde está mi hogar. Pero eventualmente vamos
a perder nuestro brillo, y te vas a ir, justo como lo hiciste antes. ¿Y entonces
qué?
Mi garganta se cerró con un doloroso apretón.
—¿Así que prefieres no tener nada a arriesgarte?
Sus labios se levantaron en un lado.
—No sé si te has dado cuenta, pero no soy exactamente alguien que
se arriesga.
—Tal vez es hora de que lo intentes. Frank Brent arriesgó la granja
entera por ti.
—Y mira como resultó.
—Estas aquí, así que diría que resultó bastante bien.
Me miró, y sus cejas se juntaron en curiosidad.
—¿Cómo puedes defenderme después de todo lo que he hecho? Dije
cosas que no quería y por las cuales no debería ser perdonado.
—Tienes razón, debería irme —fingí irme, y le sonreí cuando se rio.
—¿Cómo es que siempre haces eso? —preguntó, escudriñando mi
cara—. ¿Cómo es que tomas todo lo que te duele y lo conviertes en algo
bueno? Desde siempre lo has hecho, incluso desde que éramos niños. Frank 232
solía contar la historia de tu pequeña maleta rosa con la que llegaste a la
casa después de que tus padres murieran. De cómo te secaste tus lágrimas
y pusiste una sonrisa mientras desempacabas tus osos de peluche. Como
pasaste un año entero y vestiste solo de rosa porque te hacia feliz. Tienes
un Banco de Agradecimiento, por amor de Dios. Deberías odiarme, pero
me besaste. Viniste aquí incluso aquí para disculparte cuando soy yo quien
debería disculparse.
Un duro trago hizo un poco para frenar mis lágrimas, pero dije:
—Quiero decir, aceptaré una disculpa si la estas entregando.
Otra risa.
—Dios, lo siento mucho, Olivia. Lo siento por cada palabra
desagradable, cada castigo, por todo. Pero no merezco tu perdón.
—¿Estas pidiéndome que no te perdone? —me burlé.
—¿Pensarías menos de mi si te dijera que sería más fácil aceptar un
rechazo si lo pidiera?
—No, diría que predecible. Lo mismo que mi incapacidad para no
hacer nada más que perdonarte.
Sacudió la cabeza con una especie de asombro doloroso grabado en
el rostro.
—Porque eres más de lo que crees que eres. Vales más de lo que
sabes. Pero lo veo, siempre lo he visto, incluso cuando intentas probar lo
contrario. Este lugar, Pop… son parte de ti, y de mí. Todo lo que he querido
es probar mi valor. Ganarme tu confianza. No me voy a ir, Jake. ¿A dónde
iría? ¿Qué voy a hacer cuando parte de mí siempre estará aquí? No tengo
que hacer el bien de todo, hay un bien en todo. Solo tengo que encontrarlo. 233
Siempre he sabido que también hay bien en ti, si fuera lo suficientemente
paciente y persistente para superar al Loco Jake.
Deslizó su mano en mi cabello, colocando mi mandíbula en su palma.
Levantó mi rostro así él podía mirar hacia abajo.
—Pero si no actúo loco, no seré capaz de mantenerme alejado de ti.
La opresión en mi pecho se apretó ante la admisión.
—Entonces no lo estés. No escuches al Loco Jake. De todos modos,
a nadie le cae bien.
Una risa sobresalió de él, su mandíbula se inclinó y sus ojos se
cerraron por una fracción de segundo.
—Tampoco soy fan de él.
—Ya no peleemos —supliqué—. No pelees conmigo. No luches
contra lo que quieres. Si te dejas ir, solo flotaras en lo que viene. Te llevaré
en lugar de empujarme en la dirección opuesta. Esta lucha, esta con la que
has estado luchando desde que te conozco… te está matando. No hay
manera de ser feliz cuando todo lo que haces es luchar contra lo que tienes.
Me tienes, si me quieres. ¿Estás dispuesto a alejarte de esta felicidad? ¿O
dudas de que pueda hacerte feliz?
—Nunca. Ni por un segundo, incluso en esas estúpidas botas.
—¿Ves? Incluso te gustan mis estúpidas botas. Crees que mis botas
son adorables porque son estúpidas, ¿no es así?
—¿Por qué siempre crees que tienes la razón? —preguntó con una
sonrisa que me decía que tenía toda la razón.
—Porque usualmente la tengo. A estas alturas, son solo matemáticas.
Una risa. Una mirada de profundo anhelo.
234
—No te lastimaré, no a propósito.
—Lo sé. No podrías herir a un rabioso bebé conejo, no a propósito.
—Me acercó un poco más.
—¿Y si soy yo? Si no te vas, igual te pierdo de alguna manera. Te
alejaré sin querer porque simplemente no conozco nada mejor.
—Soy más dura de lo que parezco. He aguantado todo este tiempo y
he estado a la altura. No me asustas Jake. Porque lo entiendo. Conozco la
razón de ello. No me malentiendas, aun estarás en problemas, pero siempre
te perdonaré.
No contestó, solo me miró con un profundo anhelo en el rostro.
—¿Aun crees que es una mala idea?
Asintió. Y después dijo:
—Pero no sé si me importa lo suficiente como para decir que no.
El alivio, la posibilidad, y la alegría absoluta me iluminaron. La
puerta que nos separaba se abrió para unirnos. Todo lo que teníamos que
hacer era atravesar el umbral.
—Bésame —dije. Cuando lo hizo, agregué—: Es inevitable, tú
mismo lo dijiste.
Volvió a mirarme, con su sonrisa desvaneciéndose en algo más
ardiente… más oscuro.
—Es todo en lo que he pensado desde que te besé en el pajar.
Me acerqué más a él, eliminando el espacio que nos separaba.
—Otro sutil recordatorio de que yo te besé. Por eso es tu turno.
Jake capturó mi barbilla entre su dedo pulgar e índice, buscando mis 235
labios.
—No tengo idea de en qué lio me he metido, ¿cierto?
—Ninguna, pero hazlo de todos modos —bromeé.
Y con una sonrisa pasajera, lo hizo.
El último beso que habíamos compartido fue ardiente y duro, un
momento frenético y fugaz.
Un meteoro atravesando el cielo nocturno, consumiéndose en la
atmósfera.
Este beso era algo más.
Fue un apretón de labios, tímido y firme a la vez, su boca contra la
mía, insegura y a la vez absolutamente segura. Podía sentir que la lucha lo
abandonaba con cada flexión y liberación de sus labios, con cada barrido
de su lengua. Sentí el momento en el que se rindió. Tomó una inhalación
profunda a través de su nariz, y vivió en su apretado agarre en la parte
posterior de mi cuello. Su cuerpo se enroscó a mi alrededor, estaba por
todos lados: cada deslizamiento de sus manos, y cada respiración pesada
era otro consumo. Estábamos tan cerca como podíamos, nuestros cuerpos
pegados, y el mío mantenía su sitio en su brazo enroscado alrededor de mi
espalda.
Me estire sobre las puntas de los pies para rodear su cuello, queriendo
estar a su altura para poder apreciar el dulce calor de su boca. Un apretón
cerró el circulo de mis brazos, y él tomó la señal, levantándome por el culo.
Mis piernas se enrollaron en su cintura para aliviar la carga, y me agarré
cuando nos hizo girar a ciegas, el mundo girando antes de que nos
dirigiéramos hacia su habitación con la mano extendida.
Escuché el golpe de su pie abriendo la puerta, y sentí el cambio de la
gravedad cuando me acostó. Aprovechó la apertura de mis piernas para 236
presionar su longitud contra mí. Cuando su mano bajó por mi pierna y
encontró mi bota de goma para lluvia, se rio en mi boca y rompió el beso
para poder alcanzar el talón de una. Lo observé mientras me quitó la
primera, y después la segunda. Estaba iluminado únicamente por el
rectángulo de la luz resplandeciente del umbral. La silueta de su largo
cuerpo al quitarse la camisa. La línea de su perfil, la luz besando las curvas
onduladas de sus hombros, bíceps, el oleaje de sus pectorales, los planos
cuadrados y los profundos valles de sus abdominales.
La visión desapareció cuando volvió a descender.
Su piel irradiaba calor a través de mi camiseta, y cada roce de piel
con piel desencadenaba una frenética ola de deseo. Mis piernas se
volvieron a cerrar alrededor de sus caderas, mis manos recorrían su pecho,
su cintura, los curiosos montículos de musculo de su espalda, pero mi
atención estaba completamente absorta en trazar el camino de sus manos
en mi cuerpo. Sus dedos en mi cuello, su pulgar a lo largo de mi clavícula,
el barrido de la camiseta sobre mi hombro así las yemas de sus dedos
pudieran saborear la curva sin interrupción. El roce de mi pecho cuando
bajó por mis costillas apretó mis piernas, y me provocó un gemido en la
garganta. Al oírlo, su mano se detuvo, retrocedió, rozó la curva mientras le
pedía que me tocara.
Me concedió mi deseo con la palma de su mano ahuecando mi pecho,
comprobando su forma.
Aprendiendo la sensación de mi en su mano. Tocando la punta sin
nada entre su piel y la mía. Al escuchar el gemido en mi garganta, me gané
un sonido en respuesta y un apretón que disparó un rayo de electricidad al
lugar donde nuestras caderas se conectaban.
Perdí la paciencia. Había pasado demasiado tiempo sin él, sin esto,
como para apreciar cualquier cosa menos estar desnuda. 237
Tiré del dobladillo de mi camiseta, y él se apartó, observando su mano
deslizarse por mi torso a medida que descubría mi piel, haciendo una pausa
cuando mis pechos quedaron al descubierto. Estaba demasiado ocupada
quitándomela como para notar que se había quedado quieto, sus ojos
bebiendo lo que encontraron. Durante un puñado de latidos, no me moví,
solo lo observé mirarme. Y entonces lo alcancé.
Sus labios me encontraron primero, después vino la gloriosa presión
de su carne contra la mía. Busqué a tientas su cinturón, empujando sus
pantalones por encima de la protuberancia de su culo. Lo sentí antes de
verlo, el peso de su longitud descansando entre mis piernas. Con un suspiro
de satisfacción, deslice mi mano entre nosotros, sosteniéndolo en mi mano
lo mejor que podía, aprendiendo la forma con las hambrientas yemas de
los dedos. Otro gemido proveniente de él, y una flexión en mi mano.
Ese sonido –el sonido de su placer– la sensación de el contra mí, y mi
núcleo palpito una vez más contra la nada, anticipándolo. Y entonces fue
él quien no pudo esperar.
Un movimiento y un tirón de mis pantalones cortos, y ya no había
nada entre nosotros. Colocó sus caderas entre mis muslos, besándome
mientras sus manos recorrían, rodeaban, y acariciaban. Sus labios le
siguieron. Se puso de lado, con las piernas entrelazadas, accediendo a mi
cuello, a la profundidad de mi garganta, a la apretada punta de mi pezón
con el calor de su boca, y su mano sosteniendo mi pecho donde lo quería.
Mis manos tampoco se quedaron quietas, y encontraron su longitud una
vez más. No podía pensar con su boca sobre mí, no con las yemas de sus
dedos que volvían a vagar hacia el sur, trazando la curva de mi culo, y mi
cadera antes de deslizarse entre mis piernas para devolverme el favor.
Y entonces no había nada que hacer más que sostenerlo en mi mano
y sentirlo en mí. Recorrió la carne ondulante entre mis muslos, tomándose
su tiempo con la punta de mi deseo, sabiendo donde quedarse por los 238
sonidos irreconocibles que hacía. Sentí el cosquilleo de calor que se
extendía desde mi vientre, hasta mi corazón. Subiendo por la columna de
mi cuello, bajando por mis brazos y piernas, me incliné hacia atrás,
descansado una mano en su pecho agitado. Porque esta no era la forma en
que me iba a correr, al menos no la primera vez.
No se detuvo mientras jadeaba, mis parpados luchando por quedarse
abiertos mientras mi propósito entraba y salía del pensamiento consciente,
que había sido escaso para empezar.
—Mmmm, espera —susurré.
Detuvo la mano en su camino, y la mía encontró el camino de vuelta
a él.
—Esto. Eso no —murmuré, moviéndome para subir una rodilla y
colocarme sobre él.
Esa maldita sonrisa.
—Déjame conseguir un…
Comenzó a moverse hacia su tocador, y lo detuve con un duro golpe
y una negación con la cabeza.
—Si no me follas ahora mismo, me voy a correr sin ti.
No era una mentira, y no se resistió, solo me besó con esa sonrisa en
los labios y me dejo hacer lo que quisiera. Tracé la línea de mi núcleo con
su punta –rompió el beso. Suspiró contra mis labios, su mano sosteniendo
mi cadera mientras la hendidura de su coronilla se deslizaba sobre esa
punta dolorosa, y luego bajaba de nuevo, hasta la hendidura que anhelaba
ser llenada por él.
Con una larga y lenta flexión, se deslizó dentro de mí.
239
Suspiré, haciendo rodar mis caderas, arqueando la espalda hasta que
solo quedó su coronilla. Y lo tomé de nuevo hasta que estuvo encajado en
mí, presionando ese lugar, la clave de mi placer.
Un gemido, y nos hizo rodar sobre mi espalda. Lo empujé más cerca
mientras corría hacia el borde, queriendo sentir su peso presionándome
contra la cama, queriendo sentir todo de él mientras mis sentidos subían,
mi consciencia apresurándonos al punto en el que nos conectamos. Lo
quería, quería todo de él. Su placer y su dolor, su confianza y su corazón.
Porque nadie se preocuparía por el de la manera en la que yo lo hago. Nadie
podría sanarlo como yo, este hombre roto con todo que dar y nadie para
dárselo.
Sentí el anhelo, la necesidad, y el alivio con cada empuje de sus
caderas, con cada arrastre de sus labios contra mi piel. Él también quería
todo de mí. Por lo que a mí respecta, podía tenerme.
Un fuerte empujón y un cambio. Estaba enjaulada, y mi pulso se
aceleraba. Tenía los pulmones bloqueados, la barbilla inclinada hacia el
cielo, y los ojos cerrados. Y con una flexión fatal, me deshice debajo de él
en un largo y dulce estremecimiento.
Pero el no bajo el ritmo. No se detuvo. Siguió el ritmo que había
marcado, pero con una nueva intención. Se levantó para poder verme a
través de sus ojos entrecerrados, apoyándose con una mano para poder
agarrar mi cintura con la otra. Podía sentir que estaba cerca por la fuerza
de sus empujes, en la oleada de él dentro de mí. Jadeó, enterrado en mí,
haciendo una pausa para un latido congelado, y se vino con un profundo
gemido, en un nuevo y lento retroceso y avance, alargando su placer como
si quisiera sentir cada centímetro de mi con cada centímetro de él,
estrictamente para el aprecio.
No se derrumbó, no se dio la vuelta, si no que bajo su cuerpo hasta el
mío lentamente, sosteniendo mi cara entre sus manos, con sus dedos en mi 240
cabello.
Y me dio un beso que hizo temblar a las estrellas.
Una larga admiración, una dulce adoración, un elogio a una cosa que
queríamos… que necesitábamos.
El uno al otro.
Se apartó para mirarme, para apartarme el cabello de la cara, para
trazar las líneas de su forma con su mirada, con la yema de sus dedos.
Sonreí.
—Si hubiera sabido que esto era lo que me estaba perdiendo, te habría
hecho besarme desde hace mucho tiempo.
Su risa era un sonido profundo, y retumbante en la caverna de su
pecho.
Otro beso, breve.
—Quédate esta noche, y te arrepentirás de no haberme obligado a
besarte desde el segundo que bajaste del avión.
Resultó que, por una vez, tenía razón.
241
El sol apenas se asomaba al horizonte, y mi habitación estaba
teñida con sombras de color violeta que pronto serían de un tono amarillo
mantequilla, mientras Olivia Brent yacía roncando suavemente en mis
brazos. 242
Me resultaba extraordinariamente difícil no reírme.
Estaba desnuda como el pecado, nuestras piernas entrelazadas y su
brazo sobre mi cintura. Había despertado con nosotros justo así, aunque me
había reclinado un poco para conseguir una mirada de su rostro al escuchar
sus ronquidos.
Dios, se molestaría cuando se lo dijera.
No podía esperar. De hecho, casi la despierto solo para molestarla
con eso.
Su otro brazo estaba en algún lugar debajo de la almohada, su mejilla
aplastada contra la suavidad de la pelusa de esta, y sus labios se abrieron
lo suficiente como para ver una astilla de dientes y la oscura promesa de su
boca detrás de ellos.
También estuve a punto de despertarla por eso.
Pero no me atreví a molestarla. Su cara era un desastre de enredos
cobrizos, por mi culpa, y su piel era de un blanco cremoso. Las mantas
descansaban en la curva de su cintura, dejando sus pechos al descubierto.
Mis ojos dejaron de vagar al ver el rosa pálido de sus pezones, la punta lisa
y suave. Una oleada de sangre se dirigió hacia el sur ante la idea de llamar
su atención sobre ellos.
Infiernos, tal vez la despierte después de todo.
Un cambio y mis labios presionaron un beso en el espacio de sus
pechos, rozando la curva, y cerrándose en el pezón que había admirado.
Gimoteó soñolienta, flexionando sus caderas en mi dirección.
Abandoné mi lugar favorito en favor de otro espacio cálido y
acogedor que había conocido hasta altas horas de la madrugada. Bajo las 243
sabanas, su figura era tenue, pero encontré mi camino sin problemas. Se
puso de espaldas, abriendo sus piernas en señal de invitación, con su mano
acariciando mi cara, y cabello, con infinito cuidado.
En la bruma de la mañana, no podía recordar cómo no había sido
siempre de esta manera. El tiempo antes de anoche no era nada más que un
recuerdo, un sueño lejano y olvidado. Que tonto había sido por no pasar
cada minuto que pudiera justo aquí, con ella en mi boca, con sus suspiros
en mis oídos, con su calidez esperando por mí.
Ahora que la tenía, no podía imaginar que se fuera… abandonar la
granja no estaba en la lista de resultados probables. Todo el esfuerzo que
había hecho para alejarla había sido para fastidiarme a mí mismo, y me
preguntaba cómo podría odiarme tanto que había ignorado su regalo.
Le rendí homenaje a uno de los que sospechaba eran muchos regalos
que venían con ella hasta que se escapó y se dio la vuelta, redirigiéndome
con una mano extendida entre sus piernas. Riendo, me abrí paso besando
su espalda hasta que lo que ella quería estaba en su palma, y luego me
sumergí en su resbaladizo centro. La observé, mis manos guiándola por sus
caderas, su rostro ladeado presionado contra la cama, y sus labios abiertos
por el deseo.
Dios, cuan idiota había sido. Podía haber tenido todo esto, toda ella,
con sus estúpidas botas de lluvia y todo. ya ni siquiera podía fingir que las
odiaba. De hecho, no podía encontrar nada por lo que ser infeliz. Me había
inventado todas esas excusas para mantenerla alejada, y ella las había
borrado todas, primero por llamarme la atención sobre mis estupideces, y
luego con un beso. Ahora con el resto de ella. Me era imposible recordar
porque infiernos había estado tan enojado cuando estaba enterrado hasta la
medula en ella.
Cuando metió la mano entre sus piernas para tocarme, mis ojos se
pusieron en blanco y mis labios se fruncieron para reprimir un gemido. Los 244
sonidos más dulces vinieron de ella; no sabía si yo había estallado o si ella
se había tensado, pero la presión era tan fuerte entre nosotros que no podía
respirar. Se corrió de golpe, con un latido que resonó en mi interior antes
de que la siguiera, gastando todo lo que tenía dentro de ella.
Su espalda estaba empapada de sudor y saboreé su sal mientras nos
hundíamos en la cama y nos poníamos de lado. Me acurruqué alrededor
de ella, besando su hombro, y el pliegue de su cuello.
Tarareó su aprobación.
La verdad es que pensé que sería más reservada en la cama, pero en
realidad era tan libre, dispuesta y abierta como en el resto de su vida. Ella
vivía con una sensación de abandono, una vida sin miedo tan cargada de
esperanza, que era imposible doblegarla. Era imparable, se necesitaría una
fuerza natural tan potente como el sol.
La envidiaba por eso.
Cuando suspiró, pude escuchar su sonrisa.
—¿Puedes despertarme todos los días de esta manera? Me gustaría
quitar mi alarma en favor de tu boca.
—Creo que eso se puede arreglar. ¿Debería hacer el bip-bip-bip
mientras lo hago?
—No, si quieres mantenerme —dijo riendo.
—Tacha eso entonces. ¿Quieres levantarte e ir a la casa grande a
desayunar, o dejar que Jolene salga?
Olivia bostezó.
—Probablemente ha roto todos los pares de zapatos en la casa.
—Lástima que te hayas puesto tus botas. 245
Así que me sacié con la esperanza de que aliviara mis temores con la
devoción de su cuerpo.
Y casi funcionó.
Llegué al restaurante flotando como si estuviera en una nube.
No montada en lo alto de una nube, como uno suele imaginarse. Si
no en una nube, ajena al mundo exterior. Era tan desconsiderada como una 249
nube blanca y esponjosa que cruza el horizonte con una sonrisa en el rostro
y sin ninguna preocupación en el rostro.
Jake y yo nos habíamos separado después de una muy larga y casi
repugnante muestra de afecto. Cuando entramos a la cocina para desayunar
a medio vestir, Kit nos miró, chilló y rompió a llorar de felicidad. Jake
parecía aterrorizado ante el estado de Kit, ya que estaba dirigido cincuenta
por ciento hacia él. Sus ojos eran un par de pelotas de ping pong, sus
mejillas un poco sonrojadas, y su espalda tan recta como una regla. Me
pregunté si él alguna vez había traído alguna chica a casa para presentar a
todo mundo y decidí que por el nivel de entusiasmo de Kit la respuesta era
no.
Pero cuando la mayor parte de su explosión de alegría se agotó,
regresó a la cocina mientras Jake y yo nos sentábamos en la isla,
sonriéndonos el uno al otro como un par de tontos.
Era básicamente el mejor día de todos.
Nos habíamos duchado juntos, y una vez que estaba vestida, me había
enviado con ese beso y una larga lista de cosas para hablar con Presley.
Odiaba que Jake odiara la idea de que fuera amiga de Chase, pero no
había forma de evitarlo. Todos habíamos sido criados para odiarnos, y
desprogramar eso no era una tarea fácil. Jake era probablemente una causa
perdida. Pero Chase y yo teníamos una buena relación. No era tan estúpida
como para creer que él no tenía motivos ocultos, pero creía que era genuino
después de confesar y ofrecer información interna. Vendría a mí si se
enteraba de algo, estaba segura.
Llevaba meses haciendo de abogado del diablo con Jake, pero tuve
que dormir con él para convencerlo de que me dejara intentar hacer las
paces.
250
Afortunadamente, no haría falta eso para que Chase estuviera de
acuerdo. Si tenía planes en esa dirección, iba a estar muy decepcionado y
tal vez terminaría con la nariz rota, si Jake se enteraba.
Ni siquiera le había contado a Jake lo que Chase había dicho sobre su
padre y los planes de James Patton, solo para no hacer crecer más su rencor.
Jake, Jake, Jake.
Sonreí a la nada y suspiré como una adolescente mientras me
deslizaba en una cabina en Debbie’s.
—Bueno, ¿qué te pasa? —preguntó Presley desde mi codo.
Lucía adorable es su pequeño uniforme azul que era de los años 50,
con el cuello almidonado y el nombre bordado en el pecho y todo. En
rebeldía con cualquier tipo de uniforme, rechazaba el cabello de los 50’s,
o incluso un peinado convencional. Hoy, eran dos pequeños moños en la
parte superior de la cabeza como si fueran orejas de oso de peluche.
Una de sus cejas oscuras formaban un elegante arco, y sus labios se
levantaban en un lado en señal de diversión.
—Jake —dije, imitando su expresión.
Y así, su cara se abrió de par en par.
—¿Qué? —Se deslizó en la cabina—. Lo siento… ¿qué?
—Bueno… casi follábamos en el pajar el 4 de julio.
Sacudió la cabeza, parpadeando.
—Rebobina, y vuelve a empezar.
—Follar habría sido preventivo, pero dado otros cinco minutos,
habría ocurrido si él no hubiera huido como un imbécil. Pero entonces…
—Me incliné—. ¿Sabías que mi abuelo había hipotecado la granja para 251
mantener a Jake en Estados Unidos?
No creí que sus ojos pudieran abrirse mucho más, pero lo hicieron.
—Sabía que Frank lo había ayudado, pero no sabía que había tenido
que hipotecarla para ayudarlo, Jesús.
—Bueno, encontré los papeles anoche, y yo… no lo entendía, no
hasta entonces. Así que fui hasta allí, y se lo dije. Digamos que a noche no
llegué a casa. —Moví las cejas—. Conseguí la vela romana que me
negaron el 4 de julio.
Hizo una mueca.
—Ouch.
Me reí. Oficialmente era alguien quien se reía en el ocio.
—Explotó como… —Hice un sonido de explosión mientras señalaba
mis caderas.
—Dios mío, detente —dijo riendo.
—Fue todo blam, blam, blam.
—Eso es todo, ya no podemos ser amigas. Estoy avergonzada por ti
—dijo riendo, fingiendo irse.
La sostuve del brazo y tiré de ella hacia atrás.
Entrecerró los ojos con confusión.
—Aún estoy intentando ponerlos juntos. A ti, y a Jake.
Asentí, sonriendo con los labios juntos.
—Se odian.
—Resulta que no nos odiamos. En lo absoluto. 252
—Si, sí. Creo que ya lo noté. —Una carcajada brotó de ella—. Si
tuvieras una burbuja de pensamiento sobre tu cabeza, estaría llena de
corazones. No sé ni que hacer contigo ahora mismo.
—¿Qué tal si me traes un café?
—No soy su sirvienta, señora —dijo en voz alta mientras se
levantaba—. Usted no puede hablarme así de esa manera—. Mientras se
dirigía hacia a la parte de atrás, me lanzó una mirada inteligente y le dijo
al Sr. Wheaton en la barra de refrescos—: Ella no puede hablarme de esa
manera.
Masticaba su tocino, sin inmutarse.
Inmediatamente, mi mente volvió a pensar en Jake.
Soñé con lo que estaba haciendo. Tal vez tenía a los cachorros con él.
Me preguntaba si tendría puesta una camisa, y por una vez, esperé que no.
Tal vez estaba alimentando a un ternero con un biberón. Mis entrañas se
convirtieron en baba al pensar en ello. En mi fantasía, lo dejé
convenientemente sin camisa.
Esto, por supuesto, no era algo que fuera a hacer, pero puse toda esa
energía en el universo para manifestarlo de todos modos.
Volví a suspirar con esa sonrisa bobalicona en mi cara, tan
preocupada por mi imaginación –Jake se deslizó convenientemente en algo
más cómodo, que resultó ser un par de calzoncillos muy ajustados– no vi a
Chase hasta que se deslizó en la cabina donde acababa de estar Presley.
Con una sacudida para salir de mi ensoñación, mis mejillas se
sonrojaron.
Tenía una expresión divertida.
253
—¿Dónde estabas?
—Oh, en ningún lugar en particular. —Miré a mi alrededor para ver
si alguien estaba observando. Todos lo estaban—. ¿Qué estás haciendo
aquí?
—Lo mismo que tú, desayunando. ¿Te importa si te acompaño?
—Si digo que no, ¿se pondría raro?
—Probablemente —dijo con una sonrisa de satisfacción mientras
desplegaba su servilleta.
Cuando me reí, soné como una extraña.
Tal vez Jake tenía razón. Dios, esperaba que él no tuviera razón.
Rápidamente, cambie de tema.
—Estarás feliz de escuchar que Esther P. Higgenbottom ha
encontrado un lugar privilegiado en mi habitación. Puede ver la granja
entera desde la ventana.
—Qué suerte tiene. Esa es una vista que no me molestaría.
Estaba bastante segura de que no se refería a la granja. Volví a reírme
con ese extraño sonido.
Presley me salvó con su arma preferida en la mano. Deslizó el café
frente a mí, sus ojos en Chase y la falsa sonrisa de camarera en sus labios.
—¿Qué puedo ofrecerte para beber?
—También tomaré café, y huevos benedictinos.
—Hecho. —Extendió una mano por el menú—. ¿Y tú? Tenemos un
especial de salchichas, dos por el precio de una.
Su tono junto con la expresión de su cara era tan sugerente que le
lancé la mirada de deja de joderme y cerré mi menú. 254
—Creo que también elegiré los huevos.
Tomó mi menú.
—Oh, los vas a amar. Hoy, la salsa esta súper caliente y cremosa.
—Me guiño un ojo e hizo un gesto de aprobación con un estilo que solo un
pervertido podría.
Chase nos miró, aclarándose la garganta para disimular una risa.
—Es insufrible —dije.
—Realmente lo es. ¿Cómo terminó el 4 de julio?
Conmigo follando a Jake en seco en el granero.
—Bastante bien. Hicimos lo suficiente que ni siquiera Jake pudo
discutir.
—Es la primera vez.
—Dímelo a mí. ¿Cómo… está todo con Patton?
Se encogió de hombros.
—Lo mismo de siempre. Mi padre ha estado fuera de la ciudad
supervisando la granja en Washington. Así que me dejo a mí a cargo.
—¿Y qué te parece eso? —Tomé un sorbo del café.
—¿Hay algo que te guste? Si soy sincero, la granja es deprimente:
todo ese ganado luce miserable en los establos de ordeño, demasiadas para
pastar, demasiadas para dejarlas vagar, solo viviendo sus vidas empujadas
de cola a nariz en un granero. Pero me han criado para eso desde que estaba
en el útero. No hay mucho que hacer más que comer el sándwich de mierda.
Fruncí el ceño.
—Eso es horrible. Tus vacas.
255
—No es mi decisión. Aprendí desde muy joven que nada importa más
que seguir las decisiones de mi padre, especialmente si quiero mi herencia.
Que es lo que quiero. Mucho.
—Tal vez algún día puedas cambiar las cosas.
Una risa seca.
—Si tengo suerte. Pero tengo el presentimiento de que vivirá mucho
más que todos nosotros, y si cambio una sola cosa, me perseguiría.
—Esperemos que no —dije con una pequeña sonrisa.
—Me alegra que hayas averiguado como obtener beneficios. Tal vez
seas capaz de arreglar las finanzas después de todo.
—¿Cómo sabes sobre eso? —pregunté, incapaz de mantener mi
curiosidad para mí misma.
—Mi padre se empeña en saber todo sobre todos.
—Ah.
Me miró por un segundo.
—Sabes que no soy como él.
Asentí, tomando un sorbo así no tenía que responder. Quería creer
que no era igual, pero el imaginario mono Jake chilló desde mi hombro,
pidiendo que fuera cuidadosa.
—De todos modos, no quiero hablar sobre eso.
—¿De qué quieres hablar?
Presley se acercó con su café.
—¿Qué tal sobre los panqueques? ¿A ambos les gusta los
panqueques?
—¿A quién no le gustan los panqueques? —preguntó Chase. 256
263
El día transcurrió en un borrón.
Cuando llegamos a la casa, deposité a Olivia en una de las dos
ambulancias, quedándome con ella mientras la revisaban, aunque 264
insistieron en revisarme también a mí. Aparte de los rasguños, estaba bien,
al igual que ella. Había recuperado el aliento, se había calmado.
Me dio un susto de muerte.
No fue difícil en el momento. Había sido como una cuchilla buscando
el peligro al que lanzarme.
Cuando los paramédicos nos dieron el alta, volvimos a subir a la
camioneta y nos dirigimos al granero donde habíamos puesto el ganado.
Olía a humo y miedo. El rebaño tenía los ojos muy abiertos y estaba
nervioso, bufando, rebuznando, y en constante movimiento. Uno de los
chicos tuvo el buen sentido común de dejar un tractor en marcha fuera del
granero, borrando el ruido con la esperanza de que pudiéramos mantenerlas
tranquilas. Una de nuestras chicas, Pinky, se sentó en un poste cantando
Led Zeppelin a todo pulmón con una manguera en la mano, salpicando una
fina niebla sobre el ganado. El rebaño estaba salpicado con hocicos
levantados y largas lenguas extendidas para saborear. Miguel las
observaba, tomando nota en un portapapeles, esperando que se calmaran
antes de aventurarse a entrar.
Solo habíamos perdido un ternero –un milagro– un campo de heno, y
un pastizal. La parcela de tierra era un tizón humeante, una marca que no
borraríamos en algún tiempo. Habíamos perdido valiosos meses de heno.
Pero la verdad era que podía haber sido mucho, mucho peor.
Los destellos del incendio pasaron por mi mente sin previo aviso. El
humo picando mis ojos, llenando mi nariz y boca. El crujido y el rugido de
las llamas, el grito de un ternero que no pude salvar. Agradecí que Olivia
estuviera a mi lado. Por los momentos más inesperados en los que ella
deslizaba sus brazos alrededor de mi cintura y se aferraba a mí, atándome
al presente. Pero funcionábamos como un equipo, ambos recorriendo la
granja, haciendo un balance de todo para asegurarnos de que teníamos la 265
imagen completa.
Revisamos nuestros almacenes de grano y heno. Reunimos a los
trabajadores y los llevamos de vuelta a la casa grande. Una Kit estresada
hizo mil sándwiches y se dedicó a alimentar a todas las bocas de la
propiedad. Trajimos tanques de agua fresca, asegurándonos de que todo
mundo estuviera bien. Observé a Olivia dirigirse hacia el demacrado grupo
de granjeros y sus seres queridos con sumo cuidado, abrazándolos y
entregándoles toallas húmedas, asegurándose de que tuvieran algo de
beber. Llamé a la otra mitad de nuestro equipo –el ganado aun necesitaba
ser atendido– y después de un buen tiempo, vimos a los últimos que habían
resistido el día, volver a casa.
Ya había anochecido cuando Olivia y yo habíamos hecho todo lo que
podíamos. La arropé a mi lado mientras caminábamos hacia la casa grande
en un silencio agotador. No nos habíamos perdido de vista el uno del otro
desde que me encontró en el incendio.
—No vayas a casa —dijo mientras nos acercábamos al porche.
—No lo hubiera hecho incluso si me lo hubieras pedido.
Una risa. Nos separamos al subir las escaleras, pero le agarré la mano
para no perder la conexión.
Jolene y Bowie se dirigieron ladrando a la puerta de enfrente cuando
nos escucharon, saliendo en cuanto pudieron para levantarse sobre sus
patas traseras y arañarnos, moviendo la cola y con sus caras rogando que
los levantáramos. Eso hicimos.
Kit dobló la esquina de la cocina, limpiándose las manos en la toalla
que le colgaba del hombro.
—¿Todos están bien? —preguntó, con su cara torcida por la
266
preocupación.
—Todos están bien —dijo Olivia con cansancio.
—Bien —dijo Kit suspirando—. Espero que estén hambrientos. Hice
suficiente lasaña como para alimentar a un país pequeño.
Me reí y observé a Olivia. Su cara, acurrucada en el cuello de Jolene,
estaba manchada de hollín, más oscuro en la línea del cabello donde había
fallado cuando intentó limpiarse. Sus manos estaban manchadas de negro
en el pelaje rubio de Jolene.
—Creo que primero necesitamos limpiarnos —dije.
Kit asintió.
—Dejaré la mitad de una bandeja y me reuniré con el equipo para
asegurarme de que sus estómagos estén llenos.
—¿Cuántas hiciste? —preguntó Olivia.
—Cinco cacerolas de las grandes —dijo tímidamente—. Pero vamos.
Vayan a lavarse el día y descansen un poco. Estaré aquí en la mañana, y
saben dónde estoy si me necesitan.
—Gracias Kit. —La voz de Olivia era áspera por el esfuerzo y el daño
por el humo—. Por todo.
De inmediato, los ojos de Kit se llenaron de lágrimas.
—Solo estoy tan aliviada de que ustedes estén bien. —Antes de que
nos diéramos cuenta, nos rodeó con los brazos y nos sostuvo cerca,
besándonos en las mejillas—. No vuelvan a asustarme así.
Los cachorros se retorcieron desde el interior del sándwich Kit, lo que
la llevó a soltarnos. No creo que lo hubiera hecho de otra manera.
267
—Bien —dijo, secándose los ojos con el dobladillo del delantal—.
Bien —repitió, esta vez con un poco de más convicción—. Ahora váyanse.
Fuera.
Obedecimos mientras nos seguía por las escaleras, bajando a los
cachorros cuando llegamos a la cima. Se escabulleron hacia mi habitación
mientras, pero nosotros fuimos en otra dirección, al baño. Cerré la puerta
detrás de nosotros con un chasquido.
Éramos una marca sucia en el blanco prístino de la habitación, desde
el suelo de baldosas blancas de nido de abeja hasta las paredes de madera.
Olivia cruzó el largo espacio hasta la bañera de hierro con patas, metiendo
la mano para encenderla.
Me quité mi camisa y la tiré en su cesto. Se detuvo frente al espejo,
evaluándose mientras se desenredaba el cabello de la trenza apresurada que
se había hecho.
—Dios, me veo horrible.
Me moví hasta estar detrás de ella, tomando una larga mirada de
nosotros dos. Su cabello, brillante contra el matiz sucio de nuestra piel. Se
acercó a mi hombro, aunque los míos casi eran lo doble de amplios que los
suyos. Parecía tan pequeña a mi lado, su delicada figura encendía una llama
protectora en mi corazón.
—No podrías verte horrible aun si tuvieras dientes de Hillbilly, te
afeitaras la cabeza, y te pusieras la ropa al revés.
Se rio mientras se peinaba con los dedos.
—Eso es extrañamente especifico.
Evalué nuestro estado en el espejo.
—Sigo olvidando que no nos hemos limpiado.
268
—Al menos tienes una camisa limpia.
—Quiero decir, pasé la otra a través del fuego.
—No dije que no estuvieras perdonado.
Alcancé el dobladillo de su blusa y se la saqué. Alzó los brazos para
permitírmelo, y me dio mucho placer ver como su pelo rizado y cobrizo
caía por su espalda. Una vez libre, se recostó contra mí, y encontró mi
mirada en el espejo.
—No quiero volver a vivir un día como este de nuevo.
—Yo tampoco. Pero hubiera sido cien veces más difícil si no hubieras
estado aquí conmigo.
—Bueno, soy tu socia —bromeó.
La hice girar, y le sostuve el rostro con toda seriedad.
—No es por eso.
—Ya lo sé —dijo suavemente—. No creo que alguna vez haya estado
tan asustada como lo estaba mientras esperaba que salieras del incendio.
—No creo que alguna vez haya estado tan aliviado como lo estaba
cuando te vi del otro lado —admití.
Una sonrisa cepilló sus labios.
—Hace dos días, habrías preferido besar en los labios a Sharon la
cabra que a mí.
—No es verdad. —La corregí mientras ella buscaba la hebilla de mi
cinturón. Me quité las botas de una patada, e hizo lo mismo con las
suyas—. He querido besarte durante más tiempo que lo que admitiré en
voz alta, así que no preguntes.
269
—Apuesto que tiraste de las coletas de las niñas en la escuela
primaria. Apuesto a que eras ese chico al que las chicas le decían que se
disculpara por ser un culito solo porque les gustabas.
—¿Acabas de decir “culito”? —pregunté entre risas.
—He dicho lo que he dicho. —Me quito mis jeans, y yo los suyos.
Una vez libre y sin ropa, caminé a la bañera para comprobar la
temperatura.
—No, no les jalé de las coletas.
—Entonces, ¿de las trenzas?
—Ni de las trenzas, ni de las coletas. Apenas y hablaba con alguien.
—Eso no me sorprende.
Tomé su mano y la ayudé a entrar, siguiéndola cuando se colocó bajo
la corriente con los ojos cerrados y la cara inclinada al techo.
Al escuchar los anillos metálicos de la barra de la cortina, se quitó el
agua del cabello y abrió los ojos, intercambiando lugar conmigo. Cuando
el agua caliente me golpeó, casi me derretí por el desagüe.
—Pero tenías amigos en la escuela, ¿cierto? —Manos pequeñas y
jabonosas restregaron su camino por mi pecho.
—Nos mudábamos mucho. Solo íbamos a donde mamá pudiera
encontrar trabajo.
—¿Limpiaba casas?
Asentí, tomando el champú y agarrando una porción.
—Fuera de Philly. —Arrastré los dedos por su cabello y lo recogí,
enjabonándolo en la parte superior de la cabeza hasta que se hizo una
270
ridícula torre de espuma y rizos rojos—. Parecía que siempre había algo.
Los trabajos no se mantenían. Nos desalojaban. Teníamos que aceptar lo
que pudiéramos conseguir.
—Lo que significaba muchas escuelas.
Me enrollé un rizo alrededor del dedo y lo coloqué artísticamente en
la cima de la montaña de champú.
—En el momento que hacia un amigo, ya teníamos que mudarnos de
nuevo. En sexto grado, deje de intentarlo.
—Levanta los brazos —ordenó.
Sonriendo, lo hice. Cuando sus manos se deslizaron por mis axilas,
me estremecí.
—Dios mío, ¿tienes cosquillas?
Movió los dedos y la agarré por las muñecas, riendo.
—¡Si tienes! —Sus manos salieron como cobras.
—Detente.
—Si no hubiera sido el peor día de mi vida, este sería el mejor día de
mi vida. —Se rio mientras yo luchaba contra ella.
—Eres tan rara. —Me reí.
—¿Por qué, porque quiero lavar tus axilas? —Se había movido tanto
que la torre de cabello caía tristemente, y el rizo se deslizaba hacia su cara.
—Si. —La agarré de ambas muñecas y las sostuve frente a ella, los
dos riéndonos como idiotas.
—El indestructible Jake Milovic es cosquilludo. Es un hermoso día
para la humanidad para aprender que tienes una debilidad—. El jabón
corrió por su frente hacia sus ojos, y los cerró de golpe, soplando a lo largo
271
de cara con su labio interior para intentar detenerlo.
—Eso es lo que consigues. —La dejé ir y le quité el jabón antes de
atraerla hacia mi pecho—. Ven aquí. —Nos di la vuelta lentamente y la
puse bajo el chorro de agua para que se enjuagara el cabello.
—Dios, te voy a hacer muchas cosquillas y nunca lo vas a ver venir.
—Sus ojos estaban cerrados, y sus labios sonriendo.
Incliné su cabeza hacia atrás para alcanzar la línea del cabello.
—Voy a acabar contigo, Olivia.
—Oh, va a ser tan bueno —musitó, ignorándome—. En medio de la
noche cuando estés muerto de sueño. ¡Bam! Cuando tengas tu mano en la
vagina de una ternera, ¡bam! Cosquillas ninjas, llegando a ti como hi-yah
phrlebrepthhhhh —escupió cuando le forcé la cara bajo el agua.
—Te dije que no te metieras conmigo.
Estaba demasiado ocupada riéndose como para responder. En su
lugar, se limpió el agua de la cara y volvió a cambiar de lugar conmigo.
Cuando se recompuso, me miro con los ojos marrones aterciopelados,
y la pastilla de jabón rodando entre sus manos.
—Después de hoy, creí que no podría volver a reír, pero me
demostraste lo contrario. Eres bueno en eso.
—Soy bueno en todo tipo de cosas.
Se deslizó dentro de mí, sonriendo astutamente.
—Lo eres. —Pero su sonrisa se desvaneció, el peso del día detrás de
sus ojos—. No podría hacer todo esto por mi misma. Nada de esto. Y no
puedo imaginar administrar la granja con nadie más que tú. Lamento que
272
hayas estado tan solo.
Acaricié su mandíbula, sin saber que decir.
—¿Leíste la carta de Pop?
Sacudí la cabeza. La carta había estado en mi tocador desde que la
recibí. No me atreví a abrirla, sabiendo que era lo último que de diría.
—En la mía, me dijo que nos dejaba a ambos la granja porque sabía
que nos necesitaríamos el uno al otro. En ese momento, me pareció una
broma cruel. No me necesitabas.
—Claro que si —dije en voz baja, con el dolor golpeando como un
partido en mi pecho—. Te necesitaba más de lo que sabias. Te necesitaba
incluso si no lo quería. Solo estaba siendo demasiado terco y tonto como
para admitirlo.
—Menos mal que fui demasiado terca y tonta como para no alejarme.
—Menos mal.
Era todo lo que podía decir sin decir demasiado así que la besé para
librarnos de las palabras por un momento.
Me desarmó por completo, me expuso por completo. A menudo me
daba cuenta de que le decía demasiado, le mostraba más de lo que
pretendía. Ella era muy posiblemente la única persona que quedaba en la
tierra verde de Dios quien me entendía. Me entendió cuando yo no quería
que lo hiciera. Algunas veces cuando yo no me entendía a mí mismo.
Ella era una persona con la que me veía compartiendo mi vida. Ya la
había estado compartiendo desde hace meses. Siendo dueños de la granja,
la habíamos estado compartiendo por un largo, largo tiempo, nos gustara o
no.
Se me cortó la respiración al pensar que algún día no lo querríamos. 273
Y la comprensión de lo que eso implicaba me golpeó como un tren
de carga.
Pero por primera vez, no hui. Me aferré a ella, vaciando mi corazón
en ese beso, en ella.
Porque de todos los caminos que mi vida podría tomar, sabia que el
que terminara con ella era el más brillante.
—Bien, ¿estás lista? —preguntó Jake desde la hierba debajo de
mí.
—Estoy lista —le aseguré desde mi posición en el tractor. 274
—No es como conducir un coche.
—Si, lo sé.
—Será ruidoso.
—Jake. Crecí en la granja. He estado en un tractor.
—Si, si, lo sé. —Su cara no lo sabía—. Bien. ¿A qué velocidad vas?
—Baja —recité.
—Y no vas a salir de la primera velocidad.
—Nop.
—Entonces gira la llave, cariño.
—Gracias, querido —dije y encendí el motor. La fuerza del estruendo
me sacudió, el sonido era más fuerte de lo que recordaba. La risa brotó de
mí con emoción, y reboté en el asiento mullido, mis mejillas en alto y
sonrojadas.
—Bien —gritó, apenas audible por encima del motor—. Pisa el
clutch y pon la marcha.
Sonriendo, hice lo que me había dicho, y el tractor se tambaleo hacia
adelante. Un chillido salió disparado de mí, mis manos con los nudillos
blancos en el volante. Cuando miré a Jake, su rostro estaba abierta y
brillante con una sonrisa que no pude escuchar.
La semana pasada había sido un pequeño pedazo de cielo.
Sin discutir o decidir, nos habíamos deslizado a una convivencia fácil
y natural. Se entendía que cuando no estábamos trabajando, estábamos
juntos. Y algunas veces cuando estábamos trabajando, estábamos juntos.
Había aprendido más sobre el funcionamiento interno de la granja en
una semana que en toda mi vida. Había estado en toda la propiedad con 275
Jake mientras él supervisaba las operaciones. Había conducido un carro RC
en el corral de los toros para distraerlos mientras Jake y un par de los chicos
arreglaban la valla. Había marcado vacas para las revisiones con tiza verde
neón en la dirección de Jake y Miguel. Habíamos paseado a través de los
rebaños de las crías de novilla, comprobando las pegatinas en sus costados
que cambiaban de color cuando estaban en celo.
A su vez, Jake había hecho recorridos conmigo, recogiendo pedidos
para la tienda y convirtiéndose involuntariamente en mi fotógrafo para las
redes sociales. Tomó la dirección mucho mejor que mi trípode. Y para mi
absoluto y total deleite, me había dejado tomar algunas fotos de él. La
fuerza de nuestra operación tenía mucho más compromiso que cualquier
otra cosa que hubiera publicado.
Por desgracia, esto no fue suficiente estimulo para él para dar luz
verde a mi calendario.
Como era de esperar, no había abandonado al fantasma.
El resto del tiempo, estuvimos juntos. El centro lógico de mi cerebro
hizo lo mejor para recordarme que estar mucho tiempo juntos, así de
rápido, era peligroso. Pero el centro lógico de mi cerebro era un lastre.
Estaba convencida de que nada que se sintiera así de bien podría
posiblemente lastimarme.
La granja seguía funcionando, y habíamos expandido nuestros
recorridos a los miércoles y viernes la semana pasada con la tienda abierta
las mismas horas. Mi deuda se había pagado por completo hace un par de
semanas, así que todo lo que habíamos hecho hasta ahora estaba yendo
directo a las hipotecas.
El asunto del incendio no se había resulto, no con el departamento de
bomberos etiquetándolo como incendio provocado y como tal, condenando 276
cualquier ayuda de nuestro seguro. Jake estaba seguro de que habían sido
los Patton, pero él era el rey de las conspiraciones. Un incendio en un
campo de heno parecía demasiado pequeño en escala para una guerra
corporativa, más allá de su falta de imaginación. Se habían producido
muchas discusiones acaloradas sobre el tema. Ninguno de nosotros estaba
convencido. Pero no importaba. Estaba detrás de nosotros. Y las cosas se
veían muy bien.
Reboté y tropecé, riendo mientras me arrastraba hacia adelante.
—¡Quiero ir más rápido! —le grité.
—¿Qué?
—Dije, ¡quiero ir más rápido!
—No.
—Eres el más cagón de los cagones.
—¿Eh?
—Dije…
—¿Me llamaste cagón?
Me encogí de hombros dramáticamente, con los ojos puestos en el
pasto que tenía delante.
—Los llamo como los veo.
Esta vez, lo escuché reír. Era el mejor sonido en el mundo entero.
—Llévalo a la segunda.
Mi cara se abrió de golpe.
—¿De verdad?
—De verdad. Los ojos en el camino, señora. 277
Volví a reírme y lo puse en segunda, que era lo suficientemente
rápido como para ir a casi veinte kilómetros por hora.
—¿A dónde quieres que vaya?
Se inclinó y señaló la sinuosa línea de árboles al otro lado del pasto.
Un arroyo dividía los árboles, uno de los recursos de agua para el ganado.
Nos hice girar en esa dirección, moviendo la cabeza mientras gritaba:
—Me ven rodando, me odian. —Cuando me gané una sonrisa,
dije—: Muuuuu, perra. Sal del heno.
Recibí una carcajada por eso.
Me rodeo y me moví para que pudiera deslizarse por debajo de mí.
—Te llevaré a dar un paseo de verdad —dijo en mi oído, moviendo
la palanca mientras me colocaba en su regazo—. Espera.
Una sacudida, luego un segundo y estábamos volando sobre una
extensión de hierba verde. Bueno, al menos tan rápido como podíamos ir
en un tractor.
Acababa de parar de reírme cuando llegamos a los árboles, mi mano
en la parte superior de mi sombrero para que no saliera volando.
Suspiré cuando apagó el motor. El silencio era fuerte, mis oídos
zumbaban, y mi cuerpo aun vibraba.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —pregunté—. ¿Estoy gritando?
—Un poco. —También gritó un poco, palmeando mi trasero en su
regazo—. Vamos, te mostraré.
Salí del tractor verde bosque con cuidado, pero Jake tuvo toda la
278
gracia de un gato de jungla al salir con un resbalón, y un salto. Me tomó de
la mano, sonriendo.
—¿Qué demonios hiciste? —dije entre risas, volviendo a agarrar mi
sobrero mientras nos dirigíamos hacia el arroyo.
—La verdad es que Kit hizo la mayoría —respondió, apartando las
ramas del camino para revelar una canasta de picnic en una manta de
cuadros.
Solté un grito ahogado y me agaché.
Había encontrado la pequeña parcela de hierba perfecta junto al
burbujeante arroyo, y por la mirada en su rostro, él sabia cuan perfecto era.
Me pregunté por cuanto tiempo había buscado este lugar, y mi corazón se
derritió como una vela.
Me di la vuelta y me paré sobre las puntas de los pies, preparándome
para un beso.
—Me encanta.
—Bien —dijo, presionando sus labios contra los míos.
Y entonces me fui, saltando en un pie para quitarme una bota, y
después la otra. No combinaban con mi vestido de verano, pero me había
dicho que no podía usar sandalias, así que opté por las botas de lluvia como
broma.
Se rio detrás de mi y se arrodilló en la manta para comenzar a sacar
nuestra comida, y yo me metí de puntillas al agua fría, saboreando la
sensación de las piedras lisas presionando los suaves arcos de mis pies.
Pateé la corriente, observando como las gotas de agua volaban por el aire.
Bajando la vista, pisé en una de las rocas más grandes, y luego en la
otra, usándolas como puente hacia el otro lado. Cuando levanté la vista, me
observaba con esa mirada en su rostro que me había estado dedicando 279
últimamente.
Sonriendo, salté hacia él y me senté a su lado.
—Oh, ¿eso es Havarti?
Giró el pedazo de queso en su mano y miro la etiqueta.
—Supongo que sí.
Suspiré.
—Echo de menos el Havarti.
Siseó una palabrota y lanzó el queso a la canasta.
—¿Cómo he podido olvidar eso? Hubo un tiempo en que era una de
mis cosas favoritas para burlarme de ti. Estúpido Pinterest.
Intenté reprimir una sonrisa.
—¿Te metiste a Pinterest?
—No lo empeores. Decía charcutería, lo que le dije a Kit. Hay carne,
uvas, y también galletas. También decía vino, pero imaginé que el whisky
estaba más a nuestro alcance—. Metió la mano en la cesta, y sacó dos copas
de cristal, seguida de una botella de whisky.
—Lo hiciste bien. —Me incliné hacia él y lo besé en el cuello
mientras el continuaba desempacando—. ¿Cómo te fue hoy? Siento haber
estado demasiado ocupada para acompañarte. Preferiría haber estado en el
granero que encerrada en el ordenador.
—Estuvo bien. Tenemos un puñado de terneros enfermos en uno de
los rebaños, pero Miguel no parece estar preocupado por ello. El jefe de
bomberos vino con un avance de la investigación.
Me quede quieta con la galleta en la mano. 280
—¿Averiguaron quien lo hizo?
—No, el avance era que no había ningún avance.
Mis hombros se desplomaron.
—No puedo dejar de pensar que fue un granjero fumando después de
follar con su amiga, o un ritual wiccano, o un vidente haciendo una sesión
de espiritismo o algo así.
—¿Una sesión de espiritismo?
Me encogí de hombros y me metí la galleta a la boca mientras decía:
—Todo es posible, Jake.
—¿Una sesión de espiritismo con gasolina?
—Probablemente no —admití—. Debería preguntarle a Chase.
Me miró.
—No, no deberías.
—Estas tan chapado a la antigua.
—Y también un cagón, aparentemente.
—Todas las fiestas deben tener uno.
—¿Crees que, si Chase estuviera involucrado de alguna manera, te lo
diría?
Arrugué la nariz.
—Probablemente no. Pero tal vez si no se lo pregunto
frenéticamente, me dé una pista. No pudo haber sido él. Estaba en la
cafetería cuando pasó.
—Lo cual no es para nada sospechoso.
Me entregó una copa con whiskey dorado en él. 281
Él vociferó:
—¿Cuáles son las probabilidades de que te meta el clutch?
Me reí, enterrando mi cara en su cuello.
—Bien, esa es buena. Umm… ¡Oh! Tengo una. ¿Quieres levantarme
y revisar mi tren de aterrizaje?
—He estado pensado en ello todo el día. —Su mano se deslizó bajo
mi dobladillo y hacia mi culo. Su sonrisa cayó—. Mierda, Livi, ¿no llevas
bragas?
—No. Hizo que montar el tractor fuera verdaderamente interesante.
Se sentó, y me sujetó por la cintura, inclinándome hacia atrás. Me
besó larga y profundamente. Cuando se apartó, me puse de rodillas para
quitarle los jeans. Aprovechó el momento para deslizar su mano por la
tierna carne de mi muslo, captando mi atención.
—Nunca me he sentido tan afortunado —dijo con voz áspera.
Mis manos se tranquilizaron. Lo miré hasta que levanto la vista.
—Nunca —dijo con sombría tristeza—. ¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo
me hiciste sentir de esta manera?
Me dolía el pecho, pesado por la emoción que no podía reconocer,
que no podíamos hablar sin arruinarla.
Así que, en lugar de eso, dije:
—Así que hubo una sesión de espiritismo…
Se rio con adoración en su rostro. Sostuve su mandíbula,
levantándola. Me rodeo la cintura con sus brazos, y me atrajo hacia él.
—No creo que seas solo tu o yo —dijo—. Creo que somos nosotros. 284
No sé de donde vino. Pero lo que si sé es que no quiero perderlo.
Me bajó hacia su regazo, y tomó mi cuello, trayendo sus labios hacia
los míos en un acuerdo silencioso, y me besó.
No sabía cómo podía haberlo besado tantas veces y aun así
sorprenderme. Se mostraba insensible, convenciendo a todos a su alrededor
que no le importaba. Pero la verdad era que le importaba mucho, que casi
lo destrozaba. Nunca lo había dicho. Pero lo sentía en la manera en la que
me besaba, en la manera en la que me tocaba. Era un beso siempre al borde
de la nostalgia, como si todo lo que tenía se le escapara. Era una sensación
de presencia, como si necesitara estar aquí –justo aquí– y así pudiera
recordar cada momento cuando se fueran.
Me besó de tal manera que lo expuso, y lo que vi me rompió el
corazón. Desencadenó un profundo y doloroso deseo de ser todo lo que él
necesitaba, de entregarme a él para que supiera que mi amor era real y que
lo merecía. Porque no creo que lo supiera.
Me propuse demostrárselo.
Esperaba ya haberlo hecho.
Mi mano encontró su camino entre nosotros, terminando su trabajo
abandonado para liberarlo. Guiándolo a mi encuentro. Acomodándolo
justo dentro de mí. Dejando que la gravedad hiciera el resto.
Nuestras frentes se presionaron cuando me senté, mi cuerpo lo
apretaba, y su palpitación eran un eco. Con las piernas temblorosas, me
levanté y caí, con su cara en mi mano, y nuestras miradas fijas. Y entonces
me atrajo hacia abajo para un beso contundente, guiando el resto de mí con
un mano libre en mi cadera.
Mi cuerpo rodó contra él, sus labios separándose de los míos para
recorrer mi cuello, mi pecho, tirando de mi correa sobre mi hombro para 285
dejar al descubierto un pecho para él. Siguiendo el suave roce de sus dientes
en la delicada carne de mi pezón, a través de la sensación de sus manos
sobre mí, desesperadas por la piel. Seguí buscando presión, buscando la
liberación. Lo monté más duro cuando perdió los medios para tocarme, sus
labios se separaron y jadeo contra la piel de mi cuello. Estaba cerca, podía
sentirlo en el agarre de las yemas de sus dedos, en su hinchazón dentro de
mí. Acuné su cara, apartándolo para verlo, para observarlo hasta que
estuviera cegado por el duro estallido de mi deseo. Y verme venir fue
demasiado para detenerlo. Se tensó, dejó salir un profundo gemido desde
su garganta, y me agarró del culo mientras tomaba lo que quería, y como
lo quería. Se lo di libremente.
Me bajó lentamente, me rodeó con sus brazos, y enterró su cara en
mis pechos. Acuné su cabeza entre mis brazos, besando la parte superior
de su cabeza. Escuchó los latidos de mi corazón.
Y me pregunté si sabría que era suyo.
Toc, toc, toc, toc.
Olivia se levantó de la cama soñolienta como en una caja de
sorpresas, dándome un susto de muerte. Parpadeé hacia el reloj. Una y 286
media. Su habitación estaba en silencio excepto por el suave repiqueteo de
la lluvia en las ventanas.
—¿Ese es la…? —Comenzó antes de otros toc, toc, toc.
—¿Qué mierda? —murmuré, lanzando las sabanas.
Oliva se deslizo fuera de la cama en la oscuridad, buscando su sedosa
bata.
Pero yo ya estaba bajando las escaleras, encendiendo la luz del porche
cuando llegué a la puerta.
Mi corazón se estremeció al ver a Mack con los ojos desorbitados y
agotados al otro lado de la puerta. Su pelo estaba húmedo, y los hombros
de su chaqueta Carhartt estaban oscuros por la lluvia.
La abrí de un tirón.
—¿Qué pasa? —pregunté con gravedad.
—El… el ganado, Jake. Hemos perdido un rebaño.
Al instante, me desperté.
—¿Qué quieres decir con que nos falta un rebaño?
—Eso. El número quince, todos los animales se han ido.
Maldije, pasándome una mano por el cabello.
—Espera aquí.
La puerta se cerró de golpe antes de que respondiera, y estaba a medio
camino de las escaleras en un segundo. Olivia estaba de pie en la cima,
mirando hacia mí.
—¿Desaparecidas? —Respiró.
—Las encontraré. —Le prometí mientras pasaba junto a ella,
presionando un beso en la coronilla de su cabeza. 287
300
La banquera del otro lado del escritorio tenía una expresión de lastima
mientras me devolvía mi carpeta con papeles financieros.
—Lo lamento, Srta. Brent. Pero al ver sus estados de cuenta,
devoluciones y deudas, no hay capital para sacar. No hay garantía.
—Tiene que haber algo que podamos hacer —insistí—. Nuestra
granja tiene que valer algo.
—Dado su deuda pendiente, no podemos prestarle la cantidad de
dinero que usted necesita. Lo siento mucho. Su granja es un elemento
básico en el pueblo, y su abuelo fue un pilar en nuestra comunidad. Pero al
final del día, las matemáticas tienen que funcionar. Y lamento tener que ser
la que le diga que, en este caso, simplemente no lo hace.
Me tragué la bilis y asentí con la cabeza, alcanzando la carpeta con
las manos temblosas.
—¿Hay algo más en lo que la pueda ayudar? —preguntó, sabiendo
perfectamente bien que esa era la única cosa con la que me podía ayudar.
—No, gracias —dije mientras me levantaba—. Le agradezco su
tiempo.
Nos dimos la mano. Me acompañó a su puerta. La dejé atrás,
intentando contener las lágrimas, pero cuanto más me acercaba a las
puertas corredizas del banco, menos control tenía. No podía ver más allá
de la cortina de lágrimas, la inutilidad de nuestras circunstancias me
aplastó, y me había clavado en el suelo.
Tengo que salir de aquí. Tengo que salir. Tengo que…
Me estrellé en una figura borrosa quien me atrapo antes de rebotara
en ellos.
—¿Olivia?
301
Cuando parpadeé, cayeron lagrimas gordas sin siquiera tocar mis
mejillas, revelando a Chase Patton.
Me observó con evidente preocupación escrita por todo su rostro.
—¿Qué está mal? ¿Qué sucedió?
Sacudí la cabeza, desesperada por alejarme.
—Estoy bien, gracias.
—Te ves bien —bromeó suavemente.
Una débil sonrisa.
—Si me disculpas…
—¿De verdad no me vas a decir?
Hizo la pregunta con tanto cuidado que me hizo dudar. Pero al
recuerdo de lo que le había hecho a Jake y a nuestra granja, mi espalda se
puso rígida.
—¿Por qué debería contártelo? Eres la razón por la que nuestra granja
este en problemas.
—¿Cómo es eso?
—Jake me dijo que fue tu padre. El costo de la libertad de Jake fue
nuestra granja. Si ustedes no lo hubieran entregado, no estaríamos aquí
justo ahora.
Miró en dirección a las oficinas, y después a mi vestido negro, esta
vez llevado a un funeral por la esperanza. La compresión pasó por su rostro.
—¿Tan malo es? —preguntó—. Escuché que tus vacas estaban
enfermas…
—Bueno, ¿no estas bien informado? Por favor, no me retengas aquí
302
por más tiempo. Ya estoy bastante humillada.
Chase sacudió la cabeza, mirando sus zapatos.
—No soy el niño que solía ser.
—No, ahora eres la versión adulta del imbécil de Patton.
—No lo entiendes… —Hizo una pausa. Miró al suelo, y sacudió la
cabeza—. Soy quien le dijo a mi padre sobre Jake cuando me enteré en la
escuela. Todo porque creí que le agradaría a mi padre, y así fue. Conseguí
la palmadita en la cabeza que quería y arruiné tu granja. Es mi culpa. Pero
lo que no sabía era que James Patton nunca está satisfecho, y nunca lo
estará.
Lo miré.
—¿Qué quieres de mí, que te perdone? Porque no soy yo quien debe
hacerlo. Y no quieres saber lo que pienso de ti justo en este momento.
—He pasado noches en vela como la gente. La mayoría de las
personas piensan en cosas intrascendentes –algo que dijeron sin cuidado,
un momento vergonzoso, acoso de la infancia. Pero yo pienso sobre
cuantas vidas arruiné o pude haber arruinado con ese pequeño trozo de
información.
—Bien. Deberías estar avergonzado de ti. Espero que te mantenga
despierto por el resto de tus días, Chase Patton.
—Déjame intentar enmendar las cosas. ¿Puedo intentar hacer lo
correcto?
—Tus palabras valen menos que la tierra, así que lo dudo.
—¿Pero que pasa con el dinero?
303
Cerré la boca, me tragué lo que estaba a punto de decir así para
tomarme un momento de confusión para analizar lo que había dicho.
—No me sirve el dinero de Patton.
Sacó la chequera de su bolsillo trasero y la abrió.
—¿Cuánto dinero necesitas?
—No puedes comprar tu camino de vuelta a mi gracia. Y ahora estoy
con Jake, si antes no había la posibilidad de que ocurriera, ahora menos.
Ignorándome, hizo lo posible por garabatear en la chequera sin algo
solido para escribir.
—¿Cien mil son suficientes?
—No puede creerte, maldita sea —dije en voz baja antes de girarme.
Pero me agarró del brazo.
—Olivia, por favor.
Algo en la manera en que lo dijo me hizo detenerme. Me giré para
mirarlo.
—No entiendo que estas haciendo. No nos asociaremos con las
Granjas Patton, y no puedes tenerme. Entonces, ¿cuál es tu ángulo?
—No hay ningún ángulo. Tu estarías limpiando mi consciencia, y yo
estaría arreglando algo que rompí hace mucho tiempo. Doscientos mil
—dijo mientras escribía cada número y lo firmaba con un raspado de su
pluma. Arrancó el cheque y me lo pasó.
Lo miré fijamente.
—Sin ataduras. Solo… piénsalo. ¿Esta bien? Háblalo con Jake. Si
quieres que firme algún tipo de papel, lo haré. Este es el dinero que mi
padre me dio por causa tuya, dinero que me dio para hacer lo que quisiera. 304
Debería cubrir la inmigración de Jake.
Sacudí la cabeza, pero no dije nada.
—Acepta el dinero —instó—. Nada de esto habría sucedió de no
haber sido por mí, tu misma lo dijiste. Necesitas ayuda. Yo te puedo
ayudar. Acepta el cheque y asegúrate de que la respuesta es un rotundo no
antes de romperlo. Eso es todo lo que pido. Porque si no puedes conseguir
dinero aquí…
—Hay otros bancos.
—No importa si estas hundiéndote con tu granja. Nadie te va a
prestar. —Cuando seguí sin aceptarlo, agregó—: Regrésamelo algún día,
si eso te hace sentir mejor.
Miré fijamente el cheque por un momento más, considerando mis
opciones. Un préstamo de un Patton era una blasfemia. Pero ¿una ofrenda
de paz? Tal vez podíamos hacerlo funcionar, si nos cubríamos el culo con
papeleo legal. Si pudiera conseguir que Jake se uniera.
Era el más grande “si” en el que había invertido mi dinero.
De mala gana, lo acepté, deslizándolo en mi carpeta de papeles.
—Es probable que la respuesta siga siendo no.
—Estoy escuchando que hay una posibilidad de que sea un si —dijo
con una sonrisa amable.
—Escucha lo que quieras. Gracias por la oferta. Es… demasiado
generosa.
—Si me preguntas, no es suficiente.
Quería creer en él. Quería cambiar el cheque justo ahora y llegar a
casa y contarle a Jake que lo había solucionado, que podíamos saldar
nuestras deudas y reemplazar al ganado que habíamos perdido. Siempre y 305
cuando no se enfermaran más. Y la Administración de Medicamentos y
Alimentos nos permitiría seguir abiertos.
—Tengo que irme —dije, retrocediendo hacia la puerta.
—Lo entiendo. Hazme saber si hay algo más en lo que pueda ayudar.
Incluso si es mi humillación publica por el bien de tu novio.
Una sonrisa pasó por mi cara y se alejó al pensar en Chase en
calzoncillos apretados, de pie en la barra de Joe, cantando Britney Spears.
Con un asentimiento, me dirigí a la puerta de nuevo, y esta vez, lo hice sin
intromisión.
Una vez en la camioneta de Pop, arrojé la carpeta en el asiento como
si fuera un sobre espolvoreado con ántrax.
El peso de la decisión cayó sobre mí, y me agarré a ella, ansiosa por
escapar.
No había dinero en la granja excepto por el cheque en mi carpeta, y
había venido del bolsillo de nuestro enemigo. Tanto como quería creer en
Chase, y por muy maravilloso que fuera que todos se dieran la mano y
cantaran “Kumbaya”, no podríamos estar más lejos de la paz y la felicidad.
Intenté imaginar lo que diría Jake. Intenté imaginar lo que haríamos
con el dinero y sin él. ¿Venderíamos el ganado? ¿Reduciríamos el tamaño?
¿Despediríamos al personal?
Se me revolvió el estómago, y me entró el pánico.
El viaje a casa fue un borrón. Cuando llegué a la casa, agarré la
carpeta y entré, lanzándola al escritorio de Pop antes de subir a cambiarme.
Me puse las botas. Me até el pañuelo en la cabeza. Abrí la puerta y me
dirigí a toda prisa al granero rojo. 306
Nada como un poco de trabajo manual para quemar la angustia.
El granero olía a heno, alimento, y a los animales. Motas de polvo
flotaban en la luz que entraban por las ventanas, y por un momento, las
observé bailar. Cuan bello seria flotar perezosamente bajo el sol, arrastrado
por cualquier corriente que te atrapara.
Cuando me detuve en los corrales de los animales para saludar, me
saludaron con sonidos de reconocimiento. O hambre. O puede que ambas.
Me acerqué por último a Alice.
—Hola, ¿cómo estás? —Acaricié su cabeza. Cuando nos
encontramos con la mirada, se alegró—. ¿Quieres que te ordeñé?
Alcancé el balde y el taburete, y antes de que los tuviera, Alice se
acostó. Su cara estaba levantada, y sus ojos buscando.
Frunciendo el ceño, regresé hacia donde estaba ella, arrodillándome
para acariciarla.
—¿Qué pasa, chica?
El miedo subió, burbujeando desde mi vientre hasta el esófago. Una
vez más, se alegró, pero recostó su cabeza en mi regazo.
—Oh, Dios. —Respiré, buscando en el heno la única señal que daba
el ganado de que estaba enfermo.
La encontré rápidamente, el anillo rosado de heno que me decía que
no quería saber. Y luego otro.
No.
El retorcijón en el pecho dolió demasiado como para hablar, respirar,
o pensar. Solo me senté ahí con la cabeza de Alice en mi regazo, mi mente
en una pantalla estática hasta que algo finalmente se abrió paso.
307
Jake. Encuentra a Jake.
Antes de que tuviera la oportunidad de mover la cabeza de Alice,
escuché la voz de Jake a mis espaldas.
—¿Dónde has ido con tu vestido de funeral hace un momento…?
—Se detuvo.
Las lagrimas llenaron mis ojos, mi visión se hizo borrosa cuando se
encontró con mi mirada.
—No, Alice no.
Asentí.
—Jesús —dijo, arrodillándose rápidamente a mi lado, de alguna
manera arreglándoselas para sostenerme con la cabeza de la ternera en mi
regazo.
—¿Cómo se enfermó? —preguntó entre sollozos agitados—. Ella ni
siquiera está con los rebaños.
—No lo sé.
—No tiene sentido. Nada tiene sentido. —El miedo y la histeria se
apoderaron de mí, pellizcando mis pulmones hasta que las yemas de mis
dedos hormiguearon.
—Lo tendrá. Voy a averiguar que está sucediendo. Te lo prometo.
—No puedes prometer eso. ¿Qué pasa si no podemos? ¿Qué pasa si
nunca lo averiguamos? —Me hice hacia atrás para mirarlo, cayéndome en
pedazos sin nadie quien me atrapara—. ¡Llegó al granero rojo, Jake! Alice
no ha estado en ningún otro lado cerca de las vacas enfermas, y mira!
¡Mírala! —Ambos lo hicimos—. ¿Qué pasa si todo el ganado se enferma?
¿Qué pasa si perdemos todo lo que tenemos?
—No voy a permitir que eso pase —insistió. 308
—¿Qué pasa si no puedes detenerlo?
La pregunta quedó suspendida entre nosotros.
—Tenemos que comenzar a pensar que sucede si no desaparece.
¿Dónde está el umbral de las perdidas? ¿Cuánto tiempo pasara hasta que
estemos en banca rota o peor? Si esto sigue así, no seremos capaces de
reemplazar el ganado. ¿Y después qué?
Me observó, con las cejas bajas y los ojos oscuros.
—Entonces nos las arreglaremos.
—¿Y que pasa si no podemos?
—¿A dónde quieres llegar?
—Eres demasiado testarudo como para considerar cualquier
resultado que no sea el éxito. Crees que puedes superar cualquier cosa por
el puro poder de tu voluntad. Pero no puedes hacer algo de la nada. No
puedes decidir si va a estar bien. Es hora de que pensemos en que sucede
si no lo está. Y el hecho es que no podemos hacerlo solos.
—Podemos vender cabezas de ganado. Minimizarlo.
—No sabemos cuanto ganado vamos a perder, podríamos no tener
nada para vender.
—El banco entonces. Otro préstamo…
Sacudí la cabeza, las lágrimas me ahogaban.
—Lo intenté. Ahí era donde estaba, el banco. No nos van a dar dinero,
Jake. No tenemos el capital o los fondos para salvarnos. Y entre más
ganado perdemos, más grande será nuestra deuda. —Cuando traté de tomar
un respiro, se agitó en mi pecho—. Me encontré con Chase hoy, y…
309
Retrocedió. Se puso de pie, y me miró.
—Si estas sugiriendo que Chase Patton nos ayudé, te juro por Dios,
Olivia, que hemos terminado.
La facilidad con la que me había lanzado algo tan serio me dejó
boquiabierta.
—¿Me dejarías solo por sugerir algo?
—Si ese algo tiene que ver con los Pattons, entonces sí. Lo haría.
Porque eso significaría que estamos fundamentalmente en desacuerdo en
el punto más sagrado, lealtad a esta granja y a todo lo que representa. Sin
mencionar que ellos son los que nos hicieron esto.
—¿Qué más sugieres que hagamos? Tampoco quiero esto, pero se me
acabaron las ideas. ¿Quién más tiene el dinero para ayudarnos? Si no son
ellos, ¿quiénes? Chase podría ser nuestra única opción. Tenías razón, los
Pattons estaban detrás de nosotros. James Patton envió a Chase para
infiltrarse, pero Chase me lo dijo. No mintió, no intentó escabullirse de mí.
Vino directamente y me lo dijo, solo porque era lo correcto.
Me miró con todo el enojo y toda la traición de los apóstoles
encontrando a Judas.
—¿Cuándo te lo dijo?
—El cuatro de julio…
—¿Lo has sabido desde hace semanas?
—Yo… no pensé…
—No. No pensaste. —Su pecho se hinchó—. Creí que estábamos en
la misma página. No me conoces en lo absoluto si pensaste que
consideraría estrechar las manos con esos ladrones. Supongo que tampoco 310
te conozco, no si ocultaste esto de mí. No si estas sugiriendo que aceptemos
el dinero de un Patton. —Se levantó por completo, su cara me encerró
como una puerta cerrada por el viento—. No voy a aceptar su sucio y
contaminado dinero. Me ocultaste la verdad, los Pattons han estado tras
nosotros todo este tiempo, tal como lo dije. Lo sabías, y los defendiste. Si
crees que Chase no tiene un ángulo, eres una idiota. Pero lo peor de esto es
que confiaste en él y no en mí. Elegiste su palabra por encima de mis
deseos.
—Escogí la granja sobre el orgullo, no a él sobre ti. Es solo que estas
tan cegado por tu rencor como para considerar que él no es tan malo como
lo has hecho parecer.
—Y tú eres demasiado crédula para considerar que él está lleno de
mierda. Te tiene comiendo de su mano, Olivia. Si crees que una disputa de
ciento veinte años puede desaparecer así como así y que tomar el dinero de
los Pattons es una solución, entonces no has estado prestando atención.
—Sacudió la cabeza, pasándose una mano por el cabello, mirando al suelo
por un largo rato—. Dices que eres leal a la granja. A mí. Pero si eso fuera
cierto, nunca habrías pronunciado esas palabras. Nunca te habrías opuesto
a mí en el asunto de los Pattons.
Se giró para irse. Me levanté de debajo de Alice para detenerlo,
tomándolo del brazo.
—Jake, déjame explicarte…
Se encogió de hombros con una sacudida tan brusca, que casi me
tropiezo. No me miró, sino que siguió caminando hacia la puerta del
granero.
—Lo entiendo perfectamente —dijo con frialdad—. Ya has hecho
suficiente daño para toda la vida, Olivia. Ninguna explicación cambiará
eso. 311
Me quedé de pie en medio del granero y lo observé hasta que
desapareció. Mi vaca yacía enferma y muriendo detrás de mí, nuestra
granja estaba atrapada en arenas movedizas, y se nos escapaba nuestro
futuro.
Me prometí que se calmaría. Lo hablaríamos como siempre lo
hacíamos. Trabajaríamos juntos. Hablaríamos de lo que pasaría.
Encontraríamos una solución. Pero no podíamos hacerlo sin ayuda, no si
las cosas empeoraban un poco más.
En ese momento, comprendí porque nadie le vendería su alma al
diablo.
Habría firmado con sangre en ese mismo momento.
Había tenido muchas noches largas, pero ninguna como esta.
Por primera vez en semanas, dormí en mi propia cama… solo. Si la
perdida de ella a mi lado no era suficiente como para mantenerme 312
despierto, habría sido la repetición de nuestra pelea en mi cabeza.
No podía hacer que se detuviera.
Bowie saltó a la cama cuando me escuchó despertar del escaso sueño
que había logrado. Se lanzó por mi cara como un cohete, con la lengua por
delante. Solo cuando lo sujeté, se soltó de mis brazos, regresando con su
pierna de juguete. Así que hice lo que me había pedido: la tomé, la lancé,
y lo escuché escabullirse en su dirección.
En mi caja torácica se asentaba un bloque de hormigón, aplastando
mi corazón y pulmones, irradiando dolor en olas estrepitosas con cada
latido del corazón. Todo estaba mal. Olivia no estaba aquí. Las cosas que
nos dijimos. El ganado. La granja. La ausencia de Frank.
Frank habría sabido que hacer. Pero no era ni la mitad del hombre
que era él. No tenia idea de como manejar lo que había sido arrojado a mi
regazo, no hasta que tuviéramos respuestas. Tampoco sabía que hacer con
mis sospechas sobre Chase. Mi instinto era la confrontación, algo con lo
que también había pasado tiempo fantaseando. Varios escenarios se
desarrollaron en mi mente que involucraban mi puño y el ojo de Chase. Su
nariz también era un objetivo en el carrete de la fantasía, sabía que la visión
de su nariz rota y la mitad de la cara inferior cubierta en sangre satisfaría
muchas, muchas cosas en mí.
Me conformaría con una confesión, pero eso era tan probable como
ponerle neumáticos de bicicleta a un tractor.
O que me disculpe con Olivia.
Mi Olivia. En el fondo, sabia que estaba intentando ayudar,
intentando ser razonable. Estaba buscando soluciones. Pero estaba
husmeando en el último lugar que debería.
Me resultaba imposible de creer que siquiera lo considerara. Al final, 313
había ignorado mis advertencias.
Incluso después de que le conté lo que me habían hecho, a la granja.
A Frank.
Lo que estaba sugiriendo era imperdonable. Que creyera por un
segundo que yo accedería, era inconcebible. Una cosa era innombrable,
solo una: los Pattons. Pero una y otra vez, me empujó en esa dirección,
sabiendo que solo me resistiría y me defendería.
Y después estaba el asunto de su mentira. Había sabido por semanas
que Patton nos perseguía activamente y no me lo dijo. Las únicas razones
que pude encontrar eran que, o tenía sentimientos por Chase, o no confiaba
en mí.
No quería alejarme de ella. No quería estar en ningún otro lado en el
que ella no estuviera. Había sido cruel, dije cosas que no debí, cosas que
no quería decir. Lo ultimo que quería era que se fuera de aquí. Que me
dejara.
Pero creía que ella entendía lo profunda que era la división de
nuestras granjas hasta que ignoró lo que yo había dicho y sentido,
llamándome testarudo como si esto fuera solo un asunto de obstinación. Y
mi herida era tan profunda que no podía verla. Ahora no. No podía
mantenerme teniendo la misma conversación, la misma pelea. Estaba
demasiado cansado, y había demasiado en juego.
Así que, era lo que era.
Tiré de las sabanas, y me levanté de la cama, dirigiéndome a la cocina
con Bowie mordisqueando mis tobillos, dejando abandonada su pierna en
el suelo. Era tan malo como un niño pequeño: sus juguetes estaban
esparcidos por toda la casa, los sacaba de la canasta y los distribuía por
todos los metros cuadrados. En la cocina había una pelota de tenis que lancé
a la sala de estar para conseguir un segundo para preparar café. 314
Hoy sería otro torbellino. Alice había sido puesta en cuarentena con
el otro ganado y revisada por Miguel. Ayer habíamos terminado con un
total de treinta y dos vacas muertas y sin fin a la vista.
Era demasiado.
Independientemente de lo que Olivia hizo o dijo, los Pattons eran las
únicas personas quienes harían todo lo posible por arruinarnos. Era cierto,
no tenía pruebas. Pero era hora de hacer un ajuste de cuentas. Incluso si no
podía sacarle nada a Chase, me sentiría veinte kilos más ligero si pudiera
descargarme en él. Si no lo hacía pronto, era probable que explotara, ¿y
que iba a hacer la granja conmigo en pedazos por todo el granero?
Pero antes de lidiar con Chase, necesitaba encargarme de las rondas
de la granja. Me cambié mientras esperaba el café, vertiéndolo en un termo
cuando terminó de hacerse. Metí los pies en las botas y me dirigí al granero
con el tintineo del collar de Bowie detrás de mí.
Casi todo mi ser estaba sintonizado a la casa grande al pasar por ella,
buscando movimiento o algún mechón de pelo rojo, incluso si no quería.
Quería verla. Tenía miedo de que haría si lo hiciera. Tanto si la besaba
como si me peleaba con ella, sería un error, y no podía enfrentar la elección
o las consecuencias. No hasta que tuviera algo de tiempo u una noche
completa de sueño.
Cuando abrí la puerta del granero, Bowie salió disparado directo
hacia las cabras para burlase de ellas, imbécil.
El establo de Alice estaba dolorosamente vacío, parecía como si todas
las cabezas peludas del establo apuntaran a él. Hice mi recorrido alrededor
de los corrales y los establos de los caballos como Olivia y yo solíamos
hacer juntos, asegurándonos que todos tuvieran comida, heno, y lametones
de sal. Saludando y acariciando sus cabezas. Kit traía la comida de los 315
cerdos y se llevaría los huevos de las gallinas. Uno de los miembros del
equipo limpiaba los establos y preparaba a los caballos.
Bowie le ladró con su pequeño ladrido a la niña Brenda, quien una
vez casi le había roto el cerebro con su grueso cráneo. Algunas veces me
preguntaba si el lo recordaba, tan implacablemente como la molestaba,
entrando al corral para mordisquearle las ancas antes de volver a sacar el
culo antes de que ella lo atrapara. Si Jolene estuviera aquí, perseguiría a
Bowie como un hombre exagerado, dándole la gloria mientras ella le
ofrecía apoyo moral.
Me resultaba muy familiar.
Pasé por el chiquero, verificando el comedero que complementaba la
de los cerdos. Pero me detuve en seco cuando me acerqué lo suficiente para
verlos bien. Porque no eran rosas, estaban amarillentos.
Ictericia.
Un pensamiento me atravesó el cerebro. Me volví hacia las cabras,
escalando para comprobar en una de ellas los ojos, las encías, y entre las
patas. Amarillentas por completo. Pero los caballos estaban bien. Los otros
animales también mostraban signos, pero los pollos no estaban afectados.
Muy pocas enfermedades podían saltar a los animales. Pero todos estos
animales tenían una cosa en común con los rebaños enfermos.
El agua que se les daba provenía de nuestro viejo molino de agua.
Excepto la de los pollos.
Me giré sobre mis talones y me dirigí hacia la camioneta.
Mientras Bowie y yo nos apresurábamos para llegar con Miguel, yo
era un estruendo de pensamientos. Preocupaciones. Acusaciones. Porque
si bien era posible que esa fuente de agua en particular se hubiera 316
contaminado de forma natural, era altamente improbable. Hace dos años,
habíamos reemplazado el equipo subterráneo con componentes de ultima
generación, aunque no tuvimos dinero para otro sistema de filtración. La
infiltración habría tenido que ser manual.
Aceleré.
Cuando llegué al edificio, patiné hasta detenerme, apresurándome a
salir de la camioneta y entrar a la oficina de Miguel.
—El agua. —Comencé, mis pensamientos moviéndose tan rápido
para mi boca—. Los animales que están en el granero rojo están enfermos,
excepto los pollos.
Sus ojos se abrieron de par en par. Una vez que procesó lo que le
había dicho, se hundió en la silla y abrió el ordenador.
—Los cerdos tienen ictericia, y las cabras también. Pero los caballos
están bien.
—Pero los pollos no. Porque se les da agua de la casa —murmuró
mientras sus dedos volaban—. El agua. —Respiró—. Todos ellos se
abastecen de…
—Del molino de agua. Voy a ir allí ahora mismo, pero llama a quien
tengas que llamar.
—Cobre —gritó, mirando la pantalla mientras se paraba de golpe de
la silla. Rodó hacia atrás golpeándose contra un archivador—. Era parte de
uno del panel más recientes que envíe. Debí haberlo comprobado antes,
eso solo que no creí que fuera posible, no con el equipo que tenemos. Pero
no consideré que alguien podría haberlo puesto.
En un torbellino, se dirigió a un armario detrás de mí, rebuscando
hasta que encontró lo que estaba buscando detrás de uno, golpeándose la 317
cabeza cuando lo descubrió. Salió y se llevó una mano a la cabeza.
—Aquí. Esto es una prueba de cobre para el agua, solo una tira de
PH. Ve a hacer la prueba y regresa. Porque si es lo que pienso, aún hay
probabilidad de que podamos salvar a algunas vacas del ganado.
Asentí, observando el pequeño paquete de plástico que podría
contener todas las respuestas.
—Dame diez.
Y me salí de inmediato.
Había dejado a Bowie en la camioneta, mascando un hueso, y cuando
me deslicé a su lado, levanto la cabeza con lo que podría ser una mirada
ofendida por la interrupción. Encendí el motor y conduje hacia la bomba
con el estómago en la garganta.
El molino de agua era la fuente original de agua de la granja, la bomba
había sido construida en 1896 cuando se estableció la granja. La bomba del
molino de viento había sido modernizada a lo largo de estos años, pero
estaba en el mismo lugar, la misma configuración que había sido durante
mas de ciento veinte años.
Me detuve junto al tanque de almacenamiento y volví a salir, trotando
hacia la escalera y subiendo a la plataforma. Un balde de hojalata estaba
junto al grifo que se usaba para cosas como las pruebas –algo que hacíamos
a profundidad cada cinco años– y lo llené hasta la cuarta parte, abrí la
prueba y la sumergí en el agua, esperando los segundos designados antes
de sacarla y sostenerla según las instrucciones.
—Mierda —le dije a la prueba, leyéndola de nuevo para asegurarme
que había visto bien antes de mirar hacia el tanque.
Era lo suficientemente grande como para nadar en él, con un gran
corte cuadrado sobre las escaleras, una se subía por su lado y la otra que 318
bajaba a sus profundidades. Era lo suficientemente fácil de subir, tirar el
mismo suplemento de cobre concentrado que todos teníamos en nuestros
graneros, y contaminar el suministro de agua. No se necesitaría mas que
algunas de las grandes jarras para poner el agua a ese nivel toxico que
indicaba la tira.
Con el corazón retumbando, saqué mi teléfono del bolsillo y tomé
una fotografía, enviándosela a Miguel. Le dije que estaría allí más tarde.
Tenía que ir a ver a un hombre por mi granja.
La finca de los Patton estaba sacada de una revista Better Homes &
Gardens o del infierno.
La casa de campo de casi quinientos metros cuadrados era del alegre 319
color de un huevo de petirrojo, con adornos blancos y persianas de madera.
El porche envolvente tenía sillas colgantes, mecedoras, plantas de adorno,
jardineras, y el patio era una maravilla de clase discreta.
Un montón de mierda de gente rica, si me preguntabas. Tan falsa
como los Pattons.
La camioneta del mayor de los Pattons no estaba en el camino,
convenientemente ausente por los problemas de nuestra granja. Estaba
escondido en Washington en su nuevo cuartel general, ya que parecía que
los Pattons habían superado el pueblo que los hizo. Pero el nuevo Ram de
Chase estaba alto e imponente en la entrada, lo cual era bueno.
El era exactamente el hijo de perra que estaba buscando.
La rabia vibró a través de mí como un diapasón mientras salía de la
camioneta y me dirigía a la puerta principal, furioso de que tuviera que
tocar el timbre y esperar como un hombre civilizado en lugar de arrancar
la puerta de sus bisagras y cazarlo como yo quería. Hubo movimiento en
el interior y la puerta se abrió.
Odiaba su maldita sonrisa. Quería verla sin la mitad de los dientes y
ensangrentada, con el labio partido y las encías recién descubiertas.
—¿Qué puedo hacer por ti, Milovic?
El escaso control que tenía sobre mí se esfumó. Metí la mano, lo
agarré por la camisa, y lo saqué solo para golpearlo contra la pared.
—Sé lo que has hecho, saco de mierda.
Un parpadeo de confusión detrás de sus ojos.
—¿Esto es sobre Olivia?
Gruñí. 320
—¿Por qué? ¿Le hiciste algo a ella? Porque no necesito otra excusa
para romperte el cuello, Patton.
No respondió de inmediato.
—¿Qué crees que hice?
—Sabotear mi granja. El incendio, el ganado perdido, el maldito
cobre en el tanque de nuestro molino de agua. Se que fuiste tú.
—No fui yo.
Lo volví a golpear contra la pared.
—No me mientas, maldita sea.
—No lo hago —dijo con una seriedad plana—. Te lo juro por Dios,
no te estoy mintiendo.
Me dolía la mandíbula por la tensión, mis ojos buscaban salvajemente
la verdad en los suyos.
—No quiero que tu granja se hunda —dijo—. Quiero ayudar.
Una risa amarga me abandonó, mi garganta ardiendo.
—Ayudar. Te crees tan jodidamente inteligente. —Me incliné hacia
él, presionándole mi puño en el pecho—. Pero si crees que puedes entrar
tan fácilmente, entonces eres más tonto de lo que creí.
Me empujó y lo dejé ir por decisión propia, feliz al ver las arrugas de
mi agarre estropeando el algodón impecable de su camisa abotonada.
Sus ojos azules eran de alguna manera fríos y ardientes.
—Si crees que no estoy ya a mitad del camino, entonces eres más
tonto de lo que creía. Y yo ya pensaba que eras jodidamente tonto.
Una pausa. 321
—¿En qué sentido?
—Pregúntale a tu novia. Mejor aún, echa un vistazo en la carpeta que
tenía en el banco. Ahí fue donde puso el cheque que le extendí.
Un frio recorrió mis brazos y piernas.
—Mentiroso —gruñí, apretando mis puños a los costados para no
golpearlo.
Ladeó la cabeza, evaluándome.
—Tú granja se está deshaciendo. Estas a punto de perder todo. Olivia
tiene el sentido común de ver eso, pero no puedo decir que me sorprende
que tu no lo hagas.
—Tu hiciste esto —dije entre dientes—. Arruinaste nuestra granja,
nos dañaste para poder adquirirla. ¿Y esperas que solo me de la vuelta y te
deje tenerla? Me conoces mejor que eso.
—Lo voy a decir de nuevo: yo no tuve nada que ver con eso, Jake.
No le haría eso a Olivia. ¿A ti? No me lo pensaría dos veces. Pero a ella
no.
De nuevo sentí ese pinchazo en las tripas que me decía que estaba
diciendo la verdad.
—¿Entonces quién? Porque solo puedo pensar en otra persona más…
Un latido, y la expresión de Chase cambió.
—¿Crees que…?
—Lo sé. Si fuera a tus graneros, ¿encontraría mi rebaño? ¿O tu papá
ya las vendió?
Sacudió la cabeza, y extendió una mano. Nada en su postura era 322
agresiva, lo que me molestó.
Tenía muchas ganas de golpearlo, pero no era un animal.
—¿Cuántas reces? —preguntó.
—Cuarenta cabezas. Tres remolques.
Se pasó una mano por la boca, sus ojos brillantes por los cálculos.
—¿Comenzó hace un par de semanas?
—Tres. —Mis puños se aflojaron. Lo observé.
Pensó un segundo más antes de sacudir la cabeza.
—No puede ser. Mi padre quiere tu granja, pero no así.
—¿Quieres decir que no te ha estado utilizando para hacer su
voluntad como la herramienta que eres? Olivia ya me dijo que estabas
trabajando en ella.
—Cierto, pero le dije que no seria parte de ello, y no lo he hecho. No
se nada sobre los problemas en tu granja, Jake.
Mis ojos se cerraron en señal de sospecha. Si él supiera algo al
respecto, estaría deslizándose a mi alrededor solo para verme retorcerme.
El hombre enfrente de mí estaba sorprendido y preocupado. Y hacerse el
tonto nunca había sido el estilo de Chase Patton.
—¿Cómo ha conseguido pasar todo esto?
Se puso serio.
—Mi padre me ha estado empujando hacia Olivia, es verdad. Pero
vino justo después del incendio y… mierda. Debí haberlo sabido.
—¿Saber qué?
323
—Saber que no debía creer que le importaba una mierda tu granja.
Vino a mí, habló de lo mal que lo estabas pasando desde que Frank murió.
Dijo que quería ayudar y quería que averiguara como. Pero nuestro capataz
–ya sabes, Garret– había estado actuando de forma extraña. Ya sabes,
sospechoso. Él y mi padre han estado inseparables últimamente. Los atrapo
hablando y se callan cuando entro a la habitación. Y podría saber algo sobre
tu rebaño…
Di dos pasos rápidos en su dirección, arqueándome sobre él.
—Chase, si sabes donde esta mi ganado, será mejor que me lo digas
ahora mismo.
Se cuadró, pero su cara era más una advertencia suave que una
agresión directa.
—Déjame investigar un poco. Es solo una corazonada. Déjame ver a
fondo.
Inspiré por la nariz con tanta fuerza que mis fosas nasales se
ensancharon.
—Voy a ir contigo.
—Si vienes conmigo, no encontraré nada. De hecho, si alguien más
te ve aquí, podrías estropearlo.
—Déjame ayudarte con una buena historia.
Antes de que pudiera preguntar qué, lo golpeé en el ojo.
Se dobló, con la mano en el ojo.
—¡Mierda!
Agité el puño.
324
—No pueden evitar creerte ya que te puse un ojo morado.
—¡Maldito imbécil! Jesús ¡estoy intentando ayudarte!
—Ya lo hiciste —dije con una sonrisa irónica—. No me he sentido
tan bien en días.
Gruñó.
—Lárgate de aquí. Estaré en contacto.
—Será un placer.
Mi sonrisa se desvaneció mientras caminaba hacia la camioneta
donde Bowie esperaba, jadeando desde la ventana. Acababa de recibir dos
sorpresas: una buena y una mala. Chase podría saber donde estaban mis
reces, y esa es una esperanza que había perdido.
La mala estaba en una carpeta en posesión de Olivia.
No quería creer que ella había aceptado un papel tan profano. Que
considerara cambiarlo. De ahí había sacado la idea de pedirle ayuda a los
Pattons. Donde se había abierto una brecha entre nosotros.
¿Por cuánto tiempo había tenido ese cheque? ¿Cuánto tiempo había
estado guardándolo sin decírmelo? ¿Podrían haber sido semanas?
Odie no saberlo, y por algo más que solo saberlo.
No sabía si creería lo que sea que me dijera. No después de que le
había brindado mi confianza, solo para que hiciera un trato con el diablo a
mis espaldas.
Mi dolor del corazón estaba completo, lo sentía desde la cabeza hasta
los pies.
325
No confiaba en ella, y nunca podría estar con alguien en quien no
confiaba.
No importaba lo mucho que la amara.
Mis dedos jugueteaban con el mechón de pelo de Alice mientras
estábamos sentadas en el suelo en la cama de heno del granero médico
aquella tarde. Miguel la había conectado a una intravenosa,
administrándole un medicamento con un largo y olvidable nombre, me dijo 326
que mantuviera la cabeza alta. Lo habíamos detectado lo suficientemente
temprano como para que hubiera una buena oportunidad para ella.
El resto del ganado no había tenido tanta suerte.
La mayoría les había avanzado demasiado como para salvarlas.
Algunas se habían infectado por el agua envenenada justo antes de que se
pusieran en cuarentena y estaban en la misma etapa que Alice, las que tal
vez podríamos ayudar. Con el paso de los días, como el agua nueva había
sido bombeada en el tanque, la solución de cobre se había diluido,
resultando en un número menor de nuevos casos. Y el tamaño importaba,
aunque había vacas enfermas en todos los rebaños, cuanto más pequeñas
eran, más rápido morían.
También habíamos perdido algunos animales del granero. Pero ahora
que sabíamos con que estábamos lidiando, podíamos actuar, y actuar
siempre era preferible al infierno interminable e impotente espera.
Ahora la granja podía seguir adelante.
Era el primer punto brillante que veía desde que Jake se alejó de mí
en el granero rojo. ¿Había sido tan solo ayer? Se sentía con una semana.
Las largas horas de la noche las había pasado aquí con Alice, y había
pasado el tiempo pensando. Pensando en todo lo que me había dicho, todas
las formas en las que me había lastimado y como le había hecho lo mismo
a él. las veces que había tenido la razón y como se había equivocado. Tal
vez había sido ingenua. Tal vez Chase no tenía nada bueno en él, a pesar
de lo que yo creía. Tal vez yo si era una tonta. O tal vez Jake estaba
equivocado.
Todo lo que sabía era que nos volveríamos a lastimar. El me veía
como un estorbo, y yo a él como un obstáculo. Aquí en un momento,
cuando haya tenido tiempo para reflexionar, lo encontraría y lo
hablaríamos. Estaríamos bien, tanto que ambos nos disculparíamos y 327
encontraríamos la manera de comunicarnos.
La esperanza brotó, chispeante y brillante, ante ese pensamiento. Y
puse toda mi concentración en ello con el fin de desear que diera sus frutos.
Esa esperanza se desvaneció como un tajo de color rojo sangre
cuando Jake entró al granero médico.
Si no hubiera sabido lo que había pasado por la sombría calma de su
rostro, lo habría averiguado por el papel que llevaba en la mano.
El corazón se me aceleró y el estomago se me hundió, con la mirada
clavada en el cheque.
Sus pasos eran largos y medidos mientras se acercaba, mirándome
como un dios furioso.
—¿Tienes algo que decirme? —pregunto en voz baja, en tono oscuro.
—Puedo explicarlo. —Comencé, poniéndome de pie.
Sus ojos me siguieron mientras lo hacía.
—No se si haya alguna manera de que puedas explicar esto, Olivia.
Estaba tan calmado, tan agudo que nunca creí que tendría tanto miedo
de lo que diría. Al oso salvaje y furioso se le podía responder con un rugido.
Pero ante esto no sabía cómo luchar.
—Me lo dio apenas ayer…
—Debiste habérmelo dicho en el segundo que llegaste a casa. Justo
como debiste haberlo discutido conmigo antes de que intentaras pedir un
préstamo por la granja.
—Después de que dijeras … cuando dijiste… —tartamudeé—. ¿Qué
se suponía que hiciera, perseguirte y entregarte doscientos mil dólares de
328
los Pattons? No iba a cobrarlos, Jake.
—No te creo.
Un sofoco floreció en mis mejillas, el escozor de mi nariz advirtió las
lágrimas.
—No creerás realmente que yo…
—Cuando aceptaste este pedazo de mierda, me traicionaste, a esta
granja, y a todos los que dependen de ella. Quien aparentemente son todos
menos tu. —Arrugó el papel y lo tiró—. Y otra vez, me mentiste. No me
contaste sobre el dinero, tuve que saberlo de él.
—¿De verdad crees que no te lo iba a decir?
—Me has ocultado cosas antes. ¿Por qué no ahora? Es una pista, has
estado presionando para hacer las paces con los Pattons desde que llegaste
aquí. Desde el funeral de Pop. Esto es lo que quieres, es lo que has querido
durante tanto tiempo, pero si hubieras estado aquí en lugar de dejarnos
todos esos años, sabrías cuan grave fue ese error. Te dije que lo
solucionaríamos, pero no tuviste fe. En su lugar, corriste al banco e
intentaste pedir un préstamo a nombre de la granja sin siquiera
mencionármelo, y después aceptaste un cheque del diablo. Se honesta,
Olivia, ya no confías en mí más de lo que yo confío en ti, o habrías venido
a mi con el préstamo, el cheque, la verdad sobre James Patton y sus
intenciones. Si ni siquiera tenemos confianza entre nosotros, no tenemos
nada.
—¿Qué estás diciendo, Jake? —La pregunta fue temblorosa.
—Eres peligrosa, Olivia. Eres un peligro para esta granja. Eres el
punto débil, tal como los Patton lo imaginaron, y el cheque lo prueba. Si te
hubieras ido a tu maldita casa, nada de esto habría pasado. El ganado
enfermo, el incendio, el rebaño perdido, todo fue un plan para robar la
granja a través de ti. Y tú dejaste que sucediera. 329
331
—No me gusta. —Presley estaba de pie al final de mi mesa en
la cafetería con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados—. No me
gusta para nada, empezando con lo que sea que sea esto. —Me señaló a
mí—. ¿Cuándo fue la ultima vez que te duchaste? 332
—¿El martes? No, el lunes. Creo.
—Si tienes que pensarlo tanto, entonces ha pasado demasiado tiempo.
—Se sentó frente a mí y se inclinó sobre la mesa, apoyada en sus
antebrazos. Sus hombros hicieron una M que hacía juego con sus cejas—.
El solo… ¿se fue?
Asentí y me pasé las manos por el cabello, decidiendo volver a
enrollarlo por milésima vez en un moño que me había hecho desde la
ultima vez que lo había lavado.
—Han pasado tres días, y la única cosa que he conseguido es llorar a
mares, y comprar un boleto de avión de vuelta a Nueva York. Todo está
jodido.
Intentó una sonrisa alentadora.
—Debe ser, lanzando la palabra con J, tan casualmente. Menos mal
que Cilla no está aquí.
—¿Cuánto de ese dinero va de verdad a ese frasco?
—Quien sabe. Creo que está escondiendo un alijo de monedas en
algún lugar detrás de su pila de animales de peluche como una ardilla.
—Hizo una pausa, su rostro se suavizó—. ¿Cuándo te vas?
Instantáneamente, las lágrimas amenazaron con derramarse.
—El lunes.
—Lo odio.
—Yo también.
—Tiene que haber alguna manera de llegar a él. tiene que haber
alguna manera de convencerlo para que vea tu perspectiva.
—Tal vez antes, pero no ahora. Eso fue todo, la gota que derramó el 333
vaso. Debí haber tirado el cheque. Debí haber ido directamente con Jake.
—¿Por qué, para que pudiera gritarte? Escucha, creo que Jake es un
buen tipo, pero puede ser un verdadero imbécil.
—Lo sé. Pero yo también puedo serlo. Ambos somos unos imbéciles.
—Tú no eres una imbécil.
—Lo presioné una y otra vez, escuché a Chase cuando no debí
haberlo hecho. No le conté que James Patton estaba detrás de nosotros. Con
una disputa tan profunda, con estos años entre su familia y la nuestra, no
hay nada que considerar excepto las personas quienes han estado ahí todo
el tiempo que yo no. Pudimos haber encontrado otra opción para el dinero,
o al menos haberlo intentado. Podría haber apoyado a Jake, pero no lo hice.
Sugerí que uniéramos fuerzas con el enemigo, y lo que es peor, tomé su
dinero.
—El miedo hace que la gente diga y haga cosas que no quiere. Como
la perspectiva de perder la granja, tu hogar, Alice –por supuesto que
considerarías tomar su dinero. No querías hacer ningún daño. Es algo así
como cuando Jake tiene miedo, se convierte en un furibundo idiota.
—Pero esa es la cosa. Desde que estuvimos juntos, no habíamos
peleado, me había ganado su confianza. Pero entonces fui y la lancé al
fuego.
Suspiró.
—¿No lo has visto para nada?
—Solo una vez y desde muy, muy lejos. Incluso desde el otro lado de
la propiedad, podía sentir cuan enojado y dolido estaba. Se subió a la
camioneta con Bowie y se alejó. Un par de veces, me senté en el porche 334
trasero y esperé a que viniera después del trabajo, pero nunca apareció. Me
imaginé que probablemente me vio allí y esperó a que me fuera.
—No puedo creer que ni siquiera haya hablado contigo.
—Es mejor así, de verdad, no sé que haría si lo hiciera, pero no puedo
imaginar que sería productivo. Estoy harta de salir lastimada por su culpa,
y de haberlo lastimado. Solo necesito irme antes de romper algo más.
—Pero regresaras, ¿cierto?
—Por supuesto que lo haré. Sigo dirigiendo mi mitad de las cosas.
Solo que las estaré dirigiendo desde Nueva York.
—¿Qué hay sobre la apuesta?
—Está cancelada. Se ha terminado desde hace mucho tiempo, creo.
Puedo hacer lo que había estado haciendo desde el otro lado del país y dejar
esta parte como debí haberlo hecho desde el principio. De todos modos,
eso significa que puedes ir a visitarme. Puedo llevarte a Zabar’s, a Central
Park, y hacer todas las cosas de turistas que quieras.
—Aún te prefiero aquí.
—También yo.
—Disculpa, Presley —dijo el Sr. Blalock desde demasiado lejos para
ser amable—. Si ya has terminado tu conversación allí, me vendría bien
una recarga. —Movió la taza.
—Si, si, está bien —murmuró antes de ponerse de pie—. Estaré de
vuelta en un segundo.
Bajé la mirada a la extensión de comida en mi plato y me sentí mal.
Me había obligado a comer, lo cual no era fácil, mi boca estaba tan seca
335
que ninguna cantidad de agua podía satisfacerla. La comida o era cartón o
era papilla. Y la salsa holandesa en mis huevos no me parecía apetecible
hoy.
Alejé el plato y sentí un maniático tirón en las tripas para irme. Para
alejarme de la mesa. Este pueblo. La granja.
Jake.
Busqué en mi bolsillo un billete de veinte que dejé en la mesa,
despidiéndome de Presley de camino a la puerta y murmurando, te
escribiré.
Parecía preocupada, pero sus manos estaban repletas de platos sucios
para hacer algo más que dejarme ir.
Un duro trago no me abrió la garganta. Un resoplido no disipó el
cosquilleo en mi nariz. Y cuando salí del aparcamiento y entré en la
carretera, me quedé demasiado sola como para luchar.
Primero vinieron las lagrimas en un lavado de desesperación.
Después vinieron los sollozos que sacudieron mis hombros mientras me
aferraba al volante, incapaz de limpiar los chorros de lagrimas de mi cara
sin perder el control. Corrían sin interferencia por mis mejillas para
aferrarse a mi mandíbula hasta que pesaron lo suficiente como para caer.
Llegué al aparcamiento y entré en él, aparcando la camioneta, y
acurrucándome sobre mí misma.
Mi cara cayó en mis manos.
Solté el tenue agarre que había tenido.
El camino de mi vida había tomado un duro giro cuando Pop murió,
desviando todo el tráfico aquí, a casa. Había creído que sería un lugar
permanente para mí. Que el camino terminaría aquí, al final de un largo 336
camino bordeado con robles antiguos. Tal vez lo hubiera sido.
Pero ahora era el momento de irme.
Lo que no le había contado a Presley era que la mayor parte de la
granja me había dejado de hablar. Solo los animales del granero y Kit
seguían siendo comprensivos, pero vi el dolor en los ojos de Kit, la misma
traición escrita en el rostro de todos. El ganado estaba benditamente a
salvo, ese problema en particular se había resuelto. Pero en el asunto del
dinero, aun había un problema.
Yo.
Paso mucho tiempo antes de que me recompusiera, tomando una
buena parte de ese tiempo para sentir lastima de mi misma y llorar todas
mis perdidas, todo el camino hasta mis padres. Había pensado demasiado
en ellos, también en Pop. Sobre como no me había dado cuenta de que a
mi vida le había faltado esto. La granja. Era una parte de mí que había
vuelto a su lugar en el segundo que llegamos a la entrada.
Sabía lo que era no tener un hogar. Pero lo había encontrado de nuevo
aquí, después de diez años a la deriva.
Pero el ancla había sido levantada y guardada, y era el momento de
volver a flotar.
Para cuando volví a la casa, me había recompuesto, aunque una
mirada le diría a cualquiera que había estado llorando. Mi plan era entrar a
toda prisa, meterme a la cama, y vaciar las lagrimas que pudieran quedar.
Me podía esconder ahí un rato antes de dirigirme a la tienda para mostrarles
a las chicas nuestra nueva tienda y como hacer el inventario. Eso estaría
bien. Todo estaría bien.
Me había convencido de que era verdad hasta que vi a Jake saliendo
de mi puerta principal. 337
Sin aliento, aparqué la camioneta, y me observó con una intensidad
suficiente como para freír un huevo. Por un instante, me pregunté si estaba
aquí para hablar, hablar de verdad. O de otro modo, habría enviado a Mack
para transmitir cualquier mensaje. La fantasía de desarrolló en mi mente:
una disculpa, una declaración. Lágrimas de felicidad y sus labios contra los
míos.
Aparté el pensamiento de mi cabeza mientras salía, aunque no podía
dejar escapar ese pequeño rayo de esperanza.
Dios, ¿ha parpadeado siquiera? Me pregunté mientras subía por las
escaleras del porche.
—Hola. —Fue todo lo que se me ocurrió decir.
—Hola. —Su voz era áspera y cruda mientras me miraba.
No sabía lo mucho que lo había extrañado hasta que estuvo aquí,
haciéndome pedazos.
—Yo… lo lamento. No sabía que estarías aquí —dijo,
rompiéndome el corazón un poco más.
Con una pequeña sonrisa, dije:
—También vives aquí. Es solo que… bueno, creí que querías
hablar.
No respondió de inmediato. Sus cejas se juntaron un poco más, una
guerra detrás de sus ojos.
—No sé qué decir.
—Yo tampoco.
Un largo latido.
—Creo… —Comenzó, dejándose llevar—. Me preguntaba si podría
338
soportar verte.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Puedes?
—No.
Apreté los labios mordiéndome para no llorar.
—Porque me odias.
—Porque duele demasiado. —Hizo una pausa—. Te lo dije una vez,
nunca podré odiarte.
—No creí que eso aun fuera verdad.
—Lo es. Es por eso me duele.
Apreté mis emociones como las velas de un barco en una tormenta,
los bordes volando antes de que pudiera asegurarlos. Pero no lloré.
—Creo que deberías tomar la parte decisiva —dije con mas fortaleza
de la que sentía—. Toma el control de la granja. Eres el único que de verdad
sabe qué hacer con ella.
De nuevo bajo la mirada, con la manzana de Adán balanceándose.
—No quiero nada más.
—Eso dices, pero…
—No quiero nada más, Livi.
Mis hombros se hundieron. Ni siquiera me dejaba darle lo que le
debía.
—Si cambias de parecer…
—No lo haré. 339
341
Dos veces en mi vida había experimentado tal perdida que una
parte de mí se rompió, la culpa dejando un abismo agudo y escarpado en
mí, demasiado profundo y ancho para ser superado. La muerte de mi madre
y después la de Frank. 342
Hoy se ha producido la tercera.
Me alejé de ella temblando, demasiado superado como para pensar,
demasiado abrumado como para hacer algo más que hundirme en mi
perdida y esperar no ahogarme. Quería darme la vuelta, sostenerla en mis
brazos, y besarla para alejar todo lo que había ocurrido. Rogar que me
perdonara, y dejarla hacerlo.
Pero no podía. No si quería que esta granja sobreviviera.
Que idea más tonta, subir a la casa. Aquí pensé que tenía una firmeza
en las riendas, pero verla me había puesto a galopar salvajemente. Todo lo
que podía hacer era esperar hasta que lo dominara.
De alguna manera se las arregló para sorprenderme.
Intentó darme la parte mayoritaria, y aunque no discutió, tampoco
intentó convencerme sabiendo que no serviría de nada.
Los dos juntos éramos un desastre, y los dos tratando de administrar
la granja a través de ese problema parecía imposible, no sin destruirla y
destruirnos en el proceso. Lo que sentía por ella era irrelevante, no había
confianza que nos mantuviera unidos. Todo lo relacionado con ella me
dolía. Como la amaba. Como me había traicionado. Como me amaba.
Como me había despreciado.
Nada había sido lo mismo desde que había vuelto a casa. Ni la granja,
ni yo.
Había sucedido como en mis pesadillas: se abalanzó, y dejó su marca
en todo. Había susurros de ella en todas partes. Incluso en la maldita puerta
rosa de la casa grande.
Bowie salió corriendo detrás del granero rojo, con la lengua suelta y 343
las orejas volando. Pero al oír el sonido del metal pesado, se detuvo y se
puso rígido, con los ojos fijos en la entrada trasera. Mack salió detrás de
Bowie como si estuviera en un trance, con los ojos y la boca bien abiertos
mientras miraba en la misma dirección que Bowie. Confundido, me giré
hacia el sonido y adopté la misma expresión.
Tres vehículos de doble tracción se dirigían a los establos, tirando de
remolques de doce metros llenos de ganado.
Chase estaba detrás del volante del primero, con el hombro colgando
de la ventana y una sonrisa de satisfacción en el rostro.
Un grito ahogado a mi lado captó mi atención, y cuando miré hacia
abajo, estaba Olivia, con la boca abierta y sin aliento, sonriendo con
grandes y brillantes lágrimas en los ojos.
—Oh, por Dios. Eso es…
—Creo que sí lo son.
Salimos trotando hacia los graneros donde Jimmy había abierto las
puertas para dejar entrar a los camiones. Llegamos a ellos mientras estaban
aparcando y nos dirigimos al camión de Chase.
Salió por la ventana del coche, apoyándose en el techo del camión, y
saludándonos.
—¿Por qué Chase Patton tiene un ojo negro, Jake?
Cuando la miré, suspiró, y sus ojos se dirigieron al cielo sin nubes.
—¿Buscas esto? —dijo Chase.
Arrastré la mirada sobre la visión del ganado en nuestra granja.
—¿Cómo demonios? —pregunté con asombro.
—Bueno… —Chase bajó de un salto y se acercó—. Tenemos una 344
instalación en Redding que estamos renovando y sus graneros deberían
estar vacíos. Tuve una corazonada de qué si las robó, ahí es donde las
habría llevado—. Su frivolidad se convirtió en piedra—. No puedo
malditamente creerlo.
—Yo sí. Jesús, míralas. Creí que nunca más las volvería a ver—.
Sacudí la cabeza para aclararme y me giré hacia Chase con la mano
extendida—. No sé cómo agradecerte.
Chase tomó el ofrecimiento con una palmada y la sacudió una vez.
—Hay una cosa que puedes hacer.
—Lo que sea.
—No llames a la policía.
Retiré la mano y lo miré.
—No puedes estar hablando enserio.
Chase suspiró, colgando las manos en las caderas.
—Lo estoy. No porque él sea mi padre y nos puedan cerrar, sino
porque hay otra salida. Una que no solo te ayudará a librarte de él, sino que
también te dará todo el dinero que puedas desear.
Olivia y yo intercambiamos una mirada.
—Ya sé que no confías en mí —agregó—, pero me opongo
totalmente a lo que hizo. No sé si tienes idea de las consecuencias de eso,
pero hazme un favor y escúchame antes de que los llames.
Me encontré con la mirada de Olivia en busca de una respuesta y la
encontré antes de volverme hacia Chase.
—Está bien. Escuchémosla.
345
Dos días después, James Patton me miraba desde la profundidad
de su opulento escritorio.
Le devolví la mirada. La diferencia era que llevaba una sonrisa de 346
suficiencia para hacerlo enojar.
—¿Vas a decirme de que se trata todo esto, o nos vamos a quedar
callados? —preguntó.
—Sé que estas detrás de lo que le sucedió a mi granja.
Ni siquiera se inmutó.
—No sé de qué estas hablando, ni siquiera había estado en el pueblo.
—Se que tu capataz hizo que uno de sus hombres iniciara el fuego.
Conozco los nombres de los que robaron mi rebaño. Y también sé que tu
capataz envenenó mi suministro de agua.
Al escuchar eso, se rio, con un sonido grande y sincero.
—Qué bonito, chico. Muy bonito. ¿Tienes alguna prueba de eso?
Abrí la carpeta de cuero en mi regazo y saqué el primero de los
muchos papeles, la volteé en su dirección, y la deslicé por su escritorio.
—Tengo aquí una declaración jurada, y firmada por varios de tus
granjeros quienes accedieron a testificar que les pagaste para sabotear
nuestra granja en el tribunal. Y a la policía, y a La Administración de
Medicamentos y Alimentos.
Divertido, la tomó. Pero en cuanto comenzó a leer, su sonrisa
desapareció, y luego la regresó a su lugar.
—Nadie les cree a esos tipos, y espero que sepas que acabas de
despedir a cada uno de ellos.
Me encogí de hombros.
—Estoy bastante seguro de que conozco otra granja que los
contratara.
347
Un tinte rojo subió por el cuello de su camisa a medida.
—No puedes probar una mierda, Milovic.
—¿Quieres decir que estas tan seguro que nada de esto te preocupa?
—Ningún policía en el condado te escucharía. Ni una sola persona en
la estación me acusaría de robar. ¿Para que demonios necesito tu ganado
andrajoso? ¿Por qué me importaría la granja de Frank?
—Porque es algo que nunca pudiste tener. Porque querías tener éxito,
como tu padre, su padre, y el anterior a él fracasaron. Creíste que podrías
abrirte camino a través de Olivia, pero ella es tan buena como desaparecida.
—Saqué un puñado de fotos—. Pero bien, de acuerdo. Digamos que no
puedo probarlo. ¿Crees que la Administración de Medicamentos y
Alimentos se le dificultará descubrirte cuando llame para avisarles?
—Arrojé las fotos sobre su escritorio.
La mancha roja llegó a su mandíbula.
—No sé quién mierda te crees que eres, pero…
—Mira las fotos, James.
—No me digas que hacer, pequeña mierda.
—Mira las fotos.
Pequeños músculos parpadeaban a lado de sus fosas nasales mientras
intentaba mantener la compostura. Entonces las miró. Y cuando lo hizo,
todo él se puso rojo.
Me burlé, disfrutando se su incomodidad.
—¿Cipro? Pensé que eras mejor que eso. Las granjas Patton,
bombeando su ganado lleno de antibióticos ilegales. No me imagino
porque tus vacas están tan gordas y sanas.
Respiraciones furiosas entraban y salían de él, su pecho subía y 348
bajaba demasiado duro y rápido. Una pizca de sudor le llegaba a la línea
del cabello. Me pregunte si estaba hiperventilándose y fantaseando sobre
morir justo aquí en su escritorio.
—Una llamada y la Administración de Medicamentos y Alimentos
estará aquí, analizando tu leche.
—¿Qué quieres? —pregunto a través de sus dientes.
Saqué dos paquetes de papeles y se los entregué.
—Los papeles en tu mano incluyen un número de cosas:
documentación que enviaré a la policía por mi ganado desaparecido, el
incendio, y las perdidas por el envenenamiento con cobre. Detrás de eso,
encontraras una demanda por daños y prejuicios, y nuestros archivos para
presentar cargos policiales. El ultimo es un contrato de conciliación.
Se saltó los dos primeros y fue de inmediato al último.
—Los términos son bastante simples. Vas a dejar el pueblo
indefinidamente y le dejaras la cremería a Chase. Y nos pagaras…
—¿Tres millones y medio de dólares? —Escupió—. Estás loco, hijo.
—Podemos conseguir diez en el tribunal. Y con el beneficio de verte
en prisión.
—No puedes pedir que me mude…
—Esos son los términos, Patton. Tienes tu nuevo y brillante cuartel y
una casa que se está construyendo en Washington, si escuché bien. Te ibas
a ir de todos modos. Solo estoy sugiriéndote que te vayas ahora y te quedes
allá.
Durante un largo y silencioso momento, me miró fijamente con esa
349
fría y evaluadora mirada de un depredador.
—Eres más inteligente de lo que pareces, especialmente para ser un
ilegal.
Ignoré el golpe, no me interesaba gastar mi energía en corregirlo.
—¿Entonces que vas hacer? La cantidad de antibióticos que tienes
sugiere que todo tu ganado dará positivo. ¿Y entonces qué? ¿Qué vas a
hacer cuando pierdas todo y el pueblo donde empezaste se vuelva en tu
contra?
Se sentó de nuevo en su silla de cuero con esa dura mirada aun en su
rostro.
—Nunca imaginé que fueras un extorsionista. Eres más como del tipo
de un libro.
—Si por mí fuera, ya estarías en prisión. Pero le debo a alguien un
favor.
—Debe ser un gran favor.
—¿Entonces que harás? —pregunté, sin querer darle nada que
implicara a Chase, ese estúpido imbécil.
—Necesito algo de tiempo para considerarlo.
Me encogí de hombros, con la cabeza ladeada en señal de decepción.
—Es ahora o nunca. Pero si no quieres firmar…
Cuando alcancé los papeles, los agarró.
—No te he respondido, chico. —Sacó sus lentes para lectura del
bolsillo de su camisa y se los puso sin romper el contacto visual.
Me senté, quieto y en silencio, observándolo mientras pasaba las
hojas de una por una, los términos del acuerdo era el ultimo y el más largo. 350
Mi corazón era una liebre en mi pecho, y mi mente coreaba “firma” con la
esperanza de manifestar mi petición.
Una risa sin humor desde el otro lado del escritorio.
—Incluso has averiguado como hacerla parecer un negocio legítimo.
—Tenía que averiguar cómo cubrir el ganado que me robaste, ¿no?
—Tanto como quiero darte una paliza ahora mismo, estoy
impresionado.
—Tal vez eso te impida que vuelvas a subestimarme.
Sus ojos pasaron del contrato a mí, y noté una sensación de
aprobación en sus rasgos. Y entonces firmó.
Cuando arrojó la pluma encima con un ruido metálico, dijo:
—Debiste haber pedido cinco. Te los habría dado.
—Esto es más que suficiente para satisfacer nuestras necesidades.
Inicié una tregua, y pondremos esto detrás de nosotros. Será bueno para la
siguiente generación que haga lo que la tuya nunca pudo.
Su risa retumbó.
—¿Qué es eso, ser un montón de maricas?
—Significa llevarse bien.
—Exactamente—. Abrió su ordenador y comenzó a escribir—. Solo
quiero saber una cosa.
—No te voy a decir quién te delató.
Me observó durante un rato.
—En algún momento, lo voy a averiguar. 351
Jake,
Por favor no digas que no.
353
Se que te vas a resistir, pero ya he renunciado a mis acciones, y eso
es tanto si firmas el contrato como si no. Así que espero que aceptes la
granja. Es tuya.
Siempre ha sido tuya.
Vine aquí con las mejores intenciones, y me voy habiendo fracasado
en muchas de ellas. Pero en este acto final, voy a hacer lo correcto y hacer
lo que debí haber hecho desde el principio. Entregarte la granja a ti.
¿Cómo puedo disculparme cuando las palabras no son suficientes?
¿Cómo puedo explicar cómo se siente saber que rompí la confianza que
me diste precavidamente? Tenías razón, llegué a casa como una
excavadora y cambié todo. Pero espero que sepas que nunca te
traicionaría. Que todo lo que hice fue con la granja primero en mente, y
después en ti. Solo que lo tenía al revés, debiste haber sido tú primero,
desde el comienzo.
Gracias por enseñarme mucho más que solo conducir un tractor. Me
mostraste lo que era importante en mi vida y me diste lo que me faltaba.
Me dejaste amarte por una temporada, y eso es un regalo que llevaré por
el resto de mis días.
Extrañaré este lugar mucho más de lo que crees.
Sobre todo, te extrañaré a ti.
Espero que algún día puedas perdonarme. Mientras tanto, por favor
cuida de la granja. Cuida a Kit, Mack y Alice.
Cuídate.
La verdad era que este mundo nunca sería lo mismo sin Frank Brent
en él. Pero no había duda en mi mente que hoy lo habría hecho casi tan
feliz como a mí.
Nunca había sido tan afortunado como he sido desde que ella se
apareció con esas estúpidas maletas rosas para robarme el corazón.
Al pensar en ello, tiré hacia atrás el final de mi bebida y me dirigí a
la pista mientras la canción cambiaba a una de Patsy Cline. Sin decir una
palabra, tomé a mi esposa y la hice girar, dándoles un cortés “Disculpen”
a los que la rodeaban.
Su barbilla se inclinó mientras reía, y le sonreí de vuelta mientras le
hacía dar una vuelta.
—Hola esposa.
—Hola esposo.
Reí ante el sonido de la palabra en sus labios, esa ardiente vena de
posesión y sumisión que de alguna manera contenía en mi pecho.
—Me alegro de que me encontraras. No te he visto en tres canciones.
—Estaba por allá. Es solo que estabas teniendo mucha diversión. No
quería interrumpirte. 374
—Regla del matrimonio número uno: siempre interrúmpeme para
bailar.
Con una carcajada, nos hice girar en un circulo dentro de una medida.
—¿Esa es la regla número uno?
—Sí, junto con besarme al menos una vez al día y dejarme siempre
el asiento bueno en el sofá.
Una manada de cabritas corrió a través de la pista de baile en
esmoquin y tutú con una ola de risas a su paso.
—No puedo creer que hayas conseguido que Stanley usara un
corbatín—dije.
—Me llevo mucho convencerlo. Casi tanto como te costó hacer mi
calendario.
—Eso no es para uso comercial, Olivia.
—Literalmente es el mejor regalo de bodas del mundo. ¿Quién
necesita una vajilla de plata cuando tiene a su esposo inmortalizado
alimentando a las vacas bebés sin camisa?
Puse los ojos en blanco.
—Creo que mi favorita es una donde estas todo sudado enfrente de
las balas de heno con los pantalones bajos. Podrías ser modelo a tiempo
parcial.
—Todo lo que he hecho ha sido sacudir el heno.
—Por eso podrías ser modelo. Das buena cara aun cuando no te das
cuenta de que estas dando buena cara. Tú cara ya es así por defecto.
—¿Qué demonios significa eso? —pregunté entre risas.
375
—Significa que te amo. Ya casi es hora de irnos.
—Gracias a Dios. ¿Sabes cuánto tiempo llevo esperando para sacarte
de ese vestido?
—Bueno, solo he estado en él como por ocho horas…
—Desde que te pedí que te casaras conmigo.
Sus mejillas se sonrojaron, con sus pómulos altos con su sonrisa.
—Eres un romántico de closet.
Una de mis cejas se levantó.
—¿Por qué quiero quitarte la ropa?
—En este contexto, sí.
—Dios, te amo—dije, riendo de nuevo.
—Bien, porque ahora estas atrapado conmigo.
—Nunca quise nada más.
Apenas había empezado a besarla cuando la música volvió a cambiar,
y la voz de Presley llegó a través de los altavoces, dirigiendo a todos a
nuestra salida designada. Olivia desapareció por un minuto, coordinando
sus cosas con Presley y yo saludé a esos quienes se ofrecieron, aceptando
besos en la mejilla y sus buenos deseos del resto mientras se dirigían al
amplio camino que habían señalado con linternas en la hierba. Presley
apareció y comenzó a repartir bengalas. El sol estaba lo suficientemente
bajo como para besar las copas de los árboles cuando Olivia me rodeó la
cintura con sus brazos y me sonrió.
—¿Estas listo para que esto terminé? —preguntó.
—¿Terminar? Apenas estamos empezando. 376
Sonrió.
—¿Lo ves? Romántico.
—Es tu culpa. Tú me hiciste amarte así.
—Fueron las botas, ¿no es cierto?
—Cien por cien las botas.
Me incliné para besarla una vez más, pero Presley nos gritó:
—¡Vamos, tortolitos!
—Juro por Dios que si me vuelven a interrumpir besando a mi mujer
una vez más…
Oliva se rió y me agarró de la mano, y juntos corrimos por el camino
hacia el tractor rosa donde nos esperaba con latas colgando de la parte
trasera. Primero me subí yo, y después la ayudé a subir a mi regazo. Y
cuando lo encendí, Olivia se despidió, y chilló cuando lo puse en marcha.
Y entonces no había nada más que ella y yo.
Salimos a trompicones, dejando atrás la fiesta. Me pregunté por un
minuto que aspecto tendríamos: su falda ocupaba casi toda la cabina.
Me sonrió como si supiera un secreto.
—¿Qué? —pregunté.
—Estamos casados.
—Claro que lo estamos. Eres toda mía.
—Oh, he sido tuya desde siempre.
—Si, pero ahora hay un anillo en tu dedo que se los dice a todos los
demás. Quiero que el mundo entero sepa que me perteneces de manera en
que yo te pertenezco—. Con una mano en el volante, me incliné para poder 377
contemplar el rostro que amaba tan desesperadamente.
Cuando la besé, lo hice bien. La besé como un hombre que era dueño
del mundo. La besé como si fuera el hombre más afortunado que jamás
haya pisado la tierra.
Y esta vez, no hubo interrupciones.
IMPORTANTE
¡Muchas gracias por leer Bet the farm! Espero que estés lista para
ponerte tus botas de lluvia y salir a encontrar algunas vacas bebés para
amarlas.
¿Quieres leer la precuela de Jake y Olivia?
¡Espérala muy pronto!
¿Estas Interesado en leer la historia de Presley?
¡Espera Friends with Benedicts y averigua si Presley consiguió su 378
“felices para siempre”!
387
AGRADECIMIENTOS
Este libro es uno de los que había querido escribir durante años, y al
tener la posibilidad de hacerlo, estaba eufórica. Pero al principio, la vida
intervino. La perdida de nuestro perro mayor a la leucemia. Un ciclo
político y noticioso increíblemente emotivo. Un niño hospitalizado
después de pedirme ayuda: ya no se sentían a salvo con ellos mismos. Una
temporada de vacaciones entrado y saliendo de centros psiquiátricos,
además de mi preocupación de que podría perder a mi hija mayor en la
oscuridad de las enfermedades mentales. Salir en su nombre ante nuestra
familia como no binario, haciendo todo lo posible para guiar a los seres 388
queridos a través de sus emociones e intentar encontrar el camino a través
de las mías. Todo eso encima de una pandemia mundial y de interminables
meses de aislamiento.
Todo el tiempo, tenía esta historia, mi pequeño punto brillante.
Encontrar tiempo para trabajar era difícil. Encontrar alegría en escribir
cuando nuestro mundo estaba tan oscuro era un gran “pero”, y a pesar de
todo, esta historia nació.
Espero que signifique mucho tanto para ti como significa para mí.
Los sospechosos habituales que siempre reciben mi agradecimiento:
A mi esposo Jeff por ser mi soporte y mi inspiración. A Kandi Steiner por
estar siempre conmigo, hablándome a través de cada paso en este proceso,
dejando todo para trabajar como siempre lo hace. A Kerrigan Byrne por las
interminables horas de discusión sobre la trama e historia, algunas veces
mientras fotografiábamos extraterrestres juntos en internet. A Kyla Linde
por ser mi esposa en el trabajo, por ayudarme a encontrar las soluciones
más sencillas a problemas de historias grandes y aterradoras, y por
mantenerme fresca en mis metafóricos zapatos de correr para los sprints.
Quería agradecerles a unas cuantas personas más: Primero a mis
lectores alfa y beta: Amy Vox Libris, Sarah Green, Sasha Erramouspe,
Dani Sanchez, Kandi Steiner, Sara Sentz, Melissa Brooks, Danielle
Lagasse, and Julia Huedorf.
Gracias por su extrema paciencia y flexibilidad a través de cada
cambio en mi horario y fechas de entrega. Sus comentarios significan todo
para mí. Todo. No podría haber hecho esto sin su tiempo, esfuerzo, apoyo,
y comentarios críticos. Gracias, gracias, y gracias.
También me gustaría agradecerle a Jovana Shirley de Unforeseen
Editing, por su minucioso trabajo. A Dani Sanchez por nuestras reuniones 389
semanales en las que peina a su mascota, planifica, espera, y sueña. A
Lauren Perry por la increíble sesión de fotos que hizo para los adelantos.
A Stacey Blake de Champagne Formatting por mis magníficos interiores.
Me gustaría agradecer a Pinky de Morning Fresh Dairy (La casa del yogurt
Noosa) por sentarse conmigo después de mi recorrido en la granja,
respondiendo mi interminable flujo de preguntas, por reírse conmigo sobre
las vaginas de las vacas, y por proponer escenarios viables para la granja
Brent.
A todos los blogueros que me leen, reseñan, publican, y se emocionan
por los libros que aman; gracias por hacer mis sueños realidad. Gracias por
su incansable trabajo, por todas las noches de insomnio que pasaron
leyendo un capitulo más. Te estaré agradecida por siempre.
Y a ti, lector: gracias por pasar estas horas aquí en mi corazón. Espero
que te haya traído un poco de alegría a tu mundo.
OBRAS DE STACI HART
INDEPENDIENTES CONTEMPORÁNEOS
Gilded Lily
Esta impecable planificadora de bodas conoce a su pareja en una
comedia en la que los opuestos se atraen y los enemigos se convierten en
amantes.
THE AUSTENS
Wasted Words (Palabras Desperdiciadas)
Es una adorable aficionada a los libros que nunca podría tener una 391
oportunidad con su guapísimo compañero de piso.
LABIAL ROJO
Piece Of Work (Pieza De Trabajo)
Su engreído jefe quiere arruinar sus prácticas, y quizá también su 392
corazón.
Player (Jugador)
Sólo es un jugador, así que ¿quién mejor para enseñarle? Todo lo
que tiene que hacer es no enamorarse de él.
TÓNIC
Tonic
El reality show que ella está filmando en su salón de tatuajes es lo
último que él quiere, pero si puede tenerla estará satisfecho, descúbrelo
en esta comedia de enemigos a amantes.
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