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Pasamos de la colectividad, el ajetreo político y dinamismo de las revueltas sociales

de los años 2018 y 2019, al completo encierro, individualidad y ensimismamiento


del confinamiento de la pandemia del año 2020. Nos vimos obligados a fijar nuestra
mirada, que alguna vez se encontró en lo público, en nuestro propio reflejo.
Así, el proceso reflexivo de nuestros proyectos pasa primero por una revisión de los
territorios internos y externos entre los que circulamos; imaginarios, sensaciones, y
territorio político, por un lado, el cuerpo como primer territorio y el territorio físico
en el que habitamos por otro.
Esta introspección luego pasa a ser la base de los ejercicios de producción de los
trabajos, en donde se pasa a la proyección de la obra y formulación de relatos. De
esta manera, la memoria se vuelve un eje transversal de esta curatoría pues permite
la articulación del territorio a través de su ejercicio. A partir de esto planteamos la
categorización de los trabajos insertos en esta curatoría, que se dividen en las
categorías de: territorio, cuerpo, sensorial y relato.
Pasamos a ser narcisos con la vista vuelta hacia nuestro propio reflejo,
reflexionando a partir de lo que vemos. Aun así, es una reflexión solo en un
comienzo individual, pues posee la cualidad de convertirse en conocimiento en el
momento en que le hace sentido a un otro.
La problemática surge en el momento en que la divulgación y masificación de
estas reflexiones se encuentran por sobre el contenido de las mismas. ¿Qué tan
necesario se ha hecho para el arte estas plataformas de visibilidad que
sobrepasan a la obra en sí misma? Da igual lo que diga la obra, la importancia
radica en la visibilidad; no importa qué se muestra, si no que esté.

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