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Del conductismo metafísico al conductismo

metodológico.
Una de las concepciones erróneas más frecuentes acerca del conductismo y de la
modificación de la conducta se refiere a la existencia de un modelo conductual monolítico.
Así para el no iniciado, a) todos los modificadores de la conducta son skinnerianos; b)
todos los skinneria- nos suponen un organismo vacío (sin mente); c) la noción de un orga-
nismo vacío es absurda; d) consecuentemente, todos los modificadores de la conducta
son estúpidos.

Las premisas a) y b) son claramente falsas, por lo cual (es de esperar) surgen algunas
dudas acerca de la validez; de la conclusión.

Desafortunadamente, las críticas al “modelo conductual” se han dirigido a una amalgama


inexistente de filosofía conductista y procedimientos clínicos (cfr. Mahoney, Kazdin y
Lesswing, 1974). Más aún, es irónico que muchas de las críticas anticonductistas se
hayan dirigido a una forma de filosofía conductista que hace ya largo tiempo ha sido su-
perada. Sigmud Koch (1964), por ejemplo, en tanto legítimamente culpa a los
conductistas por adherirse a una filosofía de la ciencia ya anticuada (positivismo lógico),
está él mismo atacando un conductismo que ya no es actual. La predicción de Kock sobre
un fallecimiento inminente del conductismo es equiparable a la predicción de Richard
Nixon, en 1962, acerca de su propio futuro político:

Cuando lo absurdo de la posición se hace suficientemente claro, quizás se reirá de la


existencia. Los conductistas han hecho un buen trabajo en hacer esta cualidad
manifiesta.

Seria afortunado decir que lo que nosotros hemos estado oyendo podría caracterizarse
como la muerte bulliciosa del conductismo, pero esta sería una afirmación más de lo que
quisiera presentar, ya que la muerte es, al fin al cabo, un proceso digno.

No obstante las funestas predicciones de Koch, el conductismo no sólo ha sobrevivido,


sino que también se ha desarrollado. La investigación conductual ha crecido
vertiginosamente y las especulaciones acerca de su transitoriedad han perdido cualquier
posibilidad de ser ciertas. Es irónico que algunos de los más acalorados ataques
intelectuales dirigidos contra los primeros conductistas, realmente hayan facilitado la
supervivencia y el crecimiento de tal filosofía (London, 1972). Como una minoría
perseguida, los primeros investigadores desarrollaron una camaradería y una cohesión
que probablemente les ayudó en momentos tan difíciles. Su lema implícito parecía una
reminiscencia de otras perspectivas revolucionarias: “Si no nos unimos, pereceremos
separadamente”. El entusiasmo se mantuvo alto, y la dedicación a la causa similar a una
reverencia religiosa. A medida que las actitudes conductistas maduraron, sin embargo, su
entusiasmo adolescente evolucionó hacia un optimismo más conservador. Aparecieron
los autoexámenes críticos y se desarrollaron las revisiones teóricas (Mahoney, Kazdin y
Lasswing, 1974).

Así, aunque el conductismo ha sobrevivido, no lo ha hecho sin modificaciones. Como


veremos en el presente capítulo, actualmente es posible describir un continuo amplio de
perspectivas conductistas. Sin embargo, antes de examinar tal continuo, dirigiremos
nuestra atención a su historia y a sus predecesores conceptuales, el conductismo radial y
metodológico.
CONDUCTISMO METAFÍSICO
(RADICAL)

Se considera a John Broadus Watson (1978-1958) como el padre del conductismo


norteamericano. Como sucede generalmente en las adscripciones históricas de
responsabilidades, tal paternidad no se encuentra libre de dudas. El artículo clásico de
Watson, publicado en 1913 bajo el título La psicología vista por un conductista
(Psychology as a Behaviorist Views it) constituye indudablemente la culminación de
tendencias anteriores y del momento, provenientes del funcionalismo, cstructuralismo y
asociacionismo (cfr., Marx y Hillix, 1963). Sin embargo, Watson representa la figura
principal en la clarificación y formaliza- ción de la filosofía conductista inicial.

John Watson propone y defiende dos subtipos diferentes de conductismo: a) el


conductismo metafísico, y b) el conductismo metodológico. El primero -el conductismo
metafísico- se relaciona principalmente con el concepto de “mente” y el objeto legítimo de
la investigación psicológica. El conductismo metafísico se denomina a veces “radical” (y
frecuentemente "Fanático”) debido a la naturaleza extrema de sus postulados básicos.

1. Se niega la existencia de la “mente” y de los “estados mentales”.


2. Toda la experiencia puede reducirse a secreciones glandulares y movimientos
musculares.
3. Toda la conducta humana se encuentra determinada casi exclusivamente por las
influencias ambientales (aprendizaje, principalmente a través de los principios del
condicionamiento clásico), más que por factores heredados o biológicos.
4. Los procesos conscientes (fenómenos encubiertos), en caso de existir, se
encuentran más allá del campo de la investigación científica.

Como si estos postulados no fuesen ya suficientemente ofensivos para los puntos de vista
de la psicología convencional, Watson los adorna con algunas consideraciones bastante
ambiciosas acerca de las implicaciones y la comprensividad de su teoría. Por ejemplo, al
referirse al significado primario de las influencias ambientales (aprendizaje) más que a los
factores heredados en el desarrollo humano, presenta su infame desafío:

Dénme una docena de niños saludables, bien formados, y garantizo que tomaré
cualquiera de ellos al azar y lo entrenaré para que se convierta en cualquier tipo de
especialista: un doctor, un abogado, un artista, un comerciante, y aún un mendigo y un
ladrón, sin importar sus talentos, sus inclinaciones, tendencias, habilidades, vocación ni la
raza de sus antecesores (1924, pág. 104).

El rasgo cardinal del conductismo metafísico fue su negación de la existencia de la mente.


En su enérgico ataque al “mentalismo”, Watson resucita inadvertidamente la misma
polémica que esperaba enterrar: la polémica cuerpo-mente. Siglos de discusiones, tanto
sensatas como insensatas, se han dedicado a responder a la pregunta de cómo una
entidad no física (la “mente”) interactúa con un cuerpo físico. Se ha propuesto una
variedad de alternativas ingeniosas:

1. El dualismo cartesiano (conocido también como “interaccionismo”), formalizado


por Rene Descartes, afirma que la mente no física y el cuerpo físico interactúan
causalmente en el cerebro por medio de la glándula pineal.
2. El paralelismo psicofísico (conocido también como “armonía pres-tablecida”),
defendido tanto por Baruch Spinoza como por Gustavo Fechner, afirma que la
mente y el cuerpo, aunque separados, constituyen entidades sincronizadas que
nunca interactúan, pero siempre la una refleja a la otra.
3. El ocasionalismo, propuesto por Geulincx y Malabranche, señala que la mente y el
cuerpo representan dos procesos independientes que sólo ocasionalmente son
sincronizados por la intervención sobrenatural
4. El idealismo, popularizado por el obispo George Berkcley, sugiere una solución
monista (es decir, una sola entidad): que toda la realidad es mental (“espiritual”):
no hay nada que sea físico.
5. El materialismo monista, formalizado por Demócrito y posteriormente por Thomas
Hobbes, considera que toda la realidad es física y que no existe la mente (éste,
naturalmente, fue el predecesor de la posición de Watson).

La antigua polémica se centró naturalmente en la posibilidad lógica de las interacciones


mente-cuerpo. ¿Cómo puede una entidad carente de masa influir en una entidad física, y
viceversa? ¿Cómo puede una mente no física encontrarse situada en el área del cráneo,
y aun ligada a un cuerpo individual, teniendo en cuenta que no se encuentra sujeta a las
mismas fuerzas de los objetos físicos? La crítica conductista de las teorías dualistas
(aquellas que postulan la existencia tanto de la mente como del cuerpo) se hizo
progresivamente más fuerte al acumularse un conocimiento mayor sobre la física y la
fisiología. Por ejemplo, un argumento corriente en la primera época (y aún defendido por
algunos conductistas contemporáneos) se refiere al principio de conservación de la
energía y a la teoría de la relatividad en la física contemporánea. Se supone que la
energía no puede ser ni creada ni destruida y que teóricamente la masa y la energía son
intercambiables (E = me1 1 2). Si la mente no ejerce su influencia sobre los procesos
corporales, entonces se deben emplear los conceptos de masa y energía. (Una mirada
tanto a los escritos de Freud como a la mayoría de las revistas psiquátricas y psico-
lógicas. muestra el uso frecuente de la “energía psíquica” y las “fuerzas mentales” como
supuestos factores de influencia.) Sin embargo, debido a que la energía no se puede
crear ni destruir, se deben especificar los medios precisos a través de los cuales son
intercambiadas y aplicadas las energías “mental” y biológica. Freud consideró que la
energía psíquica se recibía y eliminaba a través de los canales biológicos usuales de
consumo de alimento y metabolismo; sagazmente evitó el punto de cómo y dónde se lleva
a cabo este intercambio. Cuando “fuerza” se usa en términos de la definición de la física
formal (es decir, fuerza = masa acelerada) el mentalista se enfrenta con serias
dificultades. Finalmente, la teoría de la relatividad de Einstein considera que la masa y la
energía son teóricamente intercambiables. De acuerdo con el argumento conductista, esto
quiere decir que cualquier referencia a la “energía psíquica” constituye una referencia a la
masa potencial, desafiando, en consecuencia, al dualismo.

Los argumentos anteriores contra la “mente” y los fenómenos “mentales”, se basan


fundamentalmente en la teoría e investigación de la física. en mi opinión personal, estos
argumentos son inadecuados desde el pimío de vista lógico en su intento por invalidar los
fenómenos mentales. Para comenzar, muchos de ellos son ingenuos desde el punto de
vista de la física contemporánea. La teoría de la relatividad y la implicación de una “masa
potencial” de la energía psíquica son poco prometedoras filosóficamente para el
argumento en contra de la mente. Todas las fuerzas y energías propuestas por físicos y
psicólogos constituyen entidades inferidas. Segundo, los argumentos basados en la física
no amenazan las teorías epifenomenológicas sobre la mente, lós cuales explican la
“conciencia” en términos de ondas o quanta como productos accesorios de la actividad

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cerebral. Finalmente, aun si los modelos atómicos contemporáneos fuesen incompatibles
con los fenómenos mentales, esto no solucionaría el asunto. Si es posible presentar
evidencia empírica de tales fenómenos, tanto pero para la física contemporánea. Nuestros
volubles “hechos” y teorías en constante cambio deberían alertarnos sobre la ingenuidad
de rechazar un fenómeno simplemente por ser incompatible con el cuadro actual de la
realidad.

Mi propio escepticismo tentativo con relación a los fenómenos men-tales se basa en


a) la ausencia marcada de hipótesis sometibles a prueba o fundamentadas sobre su
existencia, b) el porcentaje creciente de procesos comportamentales que empíricamente
se han reducido a fenómenos físicos, y c) los argumentos que sugieren que el “problema”
cuerpo- mente implica un dilema más de tipo lingüístico que existencial (p. ej., Ryle,
1949).

La solución de John Watson al problema cuerpo-mente fue natural-mente muy simple:


negó de plano la existencia de la mente y adoptó una estricta posición monista y
materialista. Cuando se le desafió a explicar los procesos de pensamiento desde un punto
de vista físico, Watson respondió que todas las conductas humanas incluyendo el
“pensamiento”— son el resultado de secreciones glandulares y movimientos musculares.
El pensamiento, dijo, es un tipo de “lenguaje implícito” que implica contracciones
pequeñas, pero medibles, de las cuerdas vocales. En un primer estudio de esta hipótesis,
Jacobson (1932) reportó que es posible detectar respuestas musculares en el aparato
fonador de un sujeto a quien se le ha dado la instrucción de pensar o imaginar la
ejecución de diferentes tipos de tareas. Max (1935, 1937) describe una ingeniosa
extensión de esta línea de investigación; halló que los sordomudos realizan movimientos
sutiles de dedos y manos durante el “pensamiento abstracto”. Ya que los sordomudos
“hablan” a través de señales manuales, estos hallazgos apoyan de nuevo la hipótesis de
un lenguaje implícito propuesta por Watson.

No es sorprendente que haya sido amplia la reacción pública y profesional ante la


consideración de Watson sobre una “ausencia de mente”. Las críticas no se hicieron
esperar, señalando lo absurdo del argumento. indicando que entonces la remoción
quirúrgica de la laringe implica ría la incapacidad para pensar. Se podría añadir también
que es posible la crítica inversa: los políticos representan una evidencia amplia de que
una laringe bien desarrollada no asegura la capacidad para pensar. Sin embargo, Watson
señaló que sus críticos habían interpretado errónea-mente las implicaciones de su
hipótesis sobre el lenguaje implícito: “Nunca he creído que los movimientos laringeales,
como tales, desempeñan el papel predominante en el pensamiento”. (1924, pág. 238).
Como veremos más adelante, el hecho de que la actividad laringeal se correlacione en
forma general con, al menos, algunas formas de mediación simbólica, puede tener
implicaciones importantes para la investigación controlada en esta área.

La contribución de John Watson a la psicología académica llegó a un final prematuro


en 1920. Habiendo sido criticado por algunos asuntos privados, y luego de su divorcio, se
solicitó su retiro de la Universidad de John Hopkins. Se unió a una firma publicitaria y
aparentemente llevó el condicionamiento clásico a la Madison Avenue. En cierto, sentido
debemos agradecer a John B. Watson el haber introducido los paradigmas del
condicionamiento clásico en la publicidad contemporánea (p. ej., las cremas dentales que
producen un mayor atractivo sexual). Sin embargo, no podemos dudar que esta salida
constituyó un evento desafortunado en la historia de la psicología:
Cualquiera que sea nuestra posición sistemática, debemos lamentar la pérdida de
una figura cuya vitalidad y claridad de expresión logró tanta atención y (dependiendo de
nuestro sesgo personal) admiración o asombro. (Marx y Hillix, 1963, pág. 139.)

El conductismo metafísico o radical no ha sobrevivido en su forma original. Aunque la


obra de Skinner Acerca del conductismo (About behaviorism) reitera el mismo
materialista, constituye un grito muy alejado de la concepción Watsoniana ortodoxa. Muy
pocos, si acaso alguno, de los conductistas contemporáneos reducirían toda la
experiencia a secreciones glandulares y movimientos musculares. Aunque aún se
considera que los factores heredados desempeñan un papel relativamente menor, su
existencia y relevancia han sido de mala gana aceptados; y, aunque los eventos privados
se encuentran lejos de ser el centro de atracción del conductismo contemporáneo, es de
esperar que la evidencia revisada en el presente texto disipe cualquier noción absoluta
acerca de la miopía no cognoscitiva de todos los enfoques conductistas.

El rasgo central del conductismo radical fue naturalmente metafísico: negó la


existencia de la mente. Tomando prestada la descripción del ateísmo del obispo Fulton J.
Sheen, se podría decir que el conductista radical es una persona con medios de apoyo no
invisibles. Es llamativo el paralelismo entre el ateísmo y el conductismo metafísico. Hace
poco plantee al doctor Skinner la siguiente pregunta: “Si equiparamos la ‘mente’ con
‘Dios’, ¿se llamaría usted a sí mismo un ateo o un agnóstico?”. Su respuesta fue clara. La
podríamos parafrasear así: “Si por mente quiere decir otra cosa diferente de los procesos
físico-biológicos, niego entonces su existencia”. Naturalmente, esto es consistente con la
posición que ha mantenido en el pasado:

El conductismo parte del supuesto de que el mundo ésta constituido por un solo tipo
de material: el material que ha sido considerado con más éxito por la física [...] los
organismos son parte de ese mundo y sus procesos son consecuentemente procesos
físicos. (Blanshard y Skinner, 1967).

La negación directa de la mente y de los procesos mentales, sin embargo, se halla


con poca frecuencia entre los conductistas contemporáneos. Esto se debe quizás
parcialmente al hecho de que Gilbert Ryle (1949) y otros filósofos, han convencido a
muchos estudiosos de la conducta de que el problema mente-cuerpo es una ilusión
lingüística. Su punto de vista, algunas veces llamada la teoría de la mente del “doble
lenguaje”, afirma que los dualismos mentales físicos son el resultado de nuestros hábitos
lingüísticos. Como veremos en una sección posterior, los seres humanos no observan
pasivamente alguna “realidad verdadera”. Por el contrario, cada individuo construye
activamente su propia realidad privada, atendiendo selectivamente a un porcentaje muy
pequeño de la estimulación presente y organizando esta entrada selectiva de según un
sistema complejo de reglas. Nuestra cultura y nuestro sistema lingüístico nos ha llevado a
hablar de fenómenos privados (encubiertos) y públicos (explícitos) como si fueran
cualitativamente diferentes. Ryle (1949) ofrece una presentación amplia del análisis
lingüístico tal como se aplica al dualismo mente-cuerpo. (Es interesante notar que el análi-
sis lingüístico ha sido igualmente muy popular en la filosofía contemporánea de la religión;
cfr., W. I. Matson, 1965.)

De acuerdo con la posición de Ryle, los conductistas actuales han abandonado la


controversia mente-cuerpo (que tiene de todas maneras poca relación práctica en la
actividad diaria). Permanece una fuerte aversión hacia los términos mentalistas, sin
embargo, como un legado del conductismo metafísico. Para muchos, tal aversión se ha
generalizado a todos los procesos mediacionales virtualmente:

1. Los términos y conceptos mentalistas son no científicos y por lo tanto malos.


2. Los conceptos cognoscitivo-simbólicos (mediacionales) son mentalistas.
3. Consecuentemente, los conceptos mediacionales son malos.

Tanto la premisa mayor (1) como la menor (2.) del silogismo anterior son injustificadas,
como veremos más adelante. Aunque una cantidad permanente de publicaciones se
dirige a estos aspectos (p. ej., Royce, 1973; Keat, 1972; Alston, 1972; Day, 1969¿z, b,
1971), las discusiones acerca de las dicotomías mental-físico, mente-cuerpo, y privado-
público, comprometen aspectos progresivamente menos significativos de los conductistas
contemporáneos.

CONDUCTISMO METODOLÓGICO

Se señaló anteriormente que John B. Watson propuso y defendió dos subtipos


diferentes de conductismo: metafísico y metodológico. Aunque no fue el progenitor de la
variedad metodológica, su defensa explícita y la clarificación de su crucial importancia
justifican una responsabilidad primaria para su crecimiento y desarrollo en los Estados
Unidos. El conductismo metodológico se refiere principalmente a los procedimientos y
métodos de la investigación psicológica, más que a su objeto de estudio. Watson quiso
objetivizar la psicología a través de las líneas de las ciencias físicas y se opuso
especialmente a la subjetividad de los métodos introspectivos populares, previamente
establecidos. La observabilidad se convirtió en el criterio central para la accesibilidad
científica. Si un fenómeno puede ser observado públicamente y descrito en forma
objetiva, constituye entonces una variable científica permisible. Watson recomendó
explícitamente que los psicólogos restringieran sus teorías e investigaciones a los eventos
observables: los estímulos ambientales y la conducta explícita.

Describir el conductismo metodológico es algo casi tan ambicioso como describir el


“método científico”. Así como existen pocos límites explícitos en los procedimientos
incluidos en la investigación científica, existen pocas directrices claras y explícitas en el
conductismo metodológico. Más aún, aunque frecuentemente se emplea la forma singular
de los términos, se debe tener presente que existe todo un continuo de conductismos
diferenciables. Los conductismos metodológicos constituyen una culminación tanto de las
contribuciones iniciales como contemporáneas. Aunque comparten varios supuestos
filosóficos básicos, también presentan cierta heterogeneidad en los procedimientos.
Dependiendo de la versión considerada, la investigación se debe adelantar con sujetos
individuales o con grupos. Los datos se deben analizar a través de la estadística o a
través de la inspección visual. Las hipótesis experimentales se pueden deducir de las
teorías comprensivas o inducirse, partiendo de los hallazgos experimentales previos.

Desde el punto de vista filosófico, la mayoría de los conductismos metodológicos


incorporan grados variables de operacionalismo, positivismo lógico, "falsificacionismo”,
análisis lingüístico y pragmatismo.

Frecuentemente se encuentran representadas las siguientes características generales:

1. Un supuesto de determinismo macroscópico, es decir, que las relaciones


sistemáticas caracterizan ciertas clases de eventos (cfr., Mahoney, Kazmin y
Lasswing, 1974).
2. Un énfasis en la observabilidad: cuando dos clases de eventos se encuentran
hipotéticamente mediados por uno o más elementos inter- vinientes (p. ej.,
estímulos fisiológicos o interoceptivos) el primero y el último de los elementos
deben ser observables.
3. Una adopción pragmática del operacionalismo en el cual las variables
dependientes e independientes son especificadas clara y objetivamente de
acuerdo con los procedimientos (operaciones) implicados en su medida (cfr., la
discusión de Bachrach, 1965, sobre el “lenguaje de los datos”); la objetividad de la
definición operacional frecuentemente se presenta por medio de las medidas de
confiabilidad.
4. Un gran énfasis en la falsificabilidad (o sometimiento a prueba) como un rasgo
central de las hipótesis científicas significativas y de legítima investigación
empírica (cfr., Tumer, 1967); el conductista metodológico debe ser capaz de
especificar qué datos se relacionan con el verdadero valor de sus hipótesis.
5. Un énfasis en la experimentación controlada como medio último de acumular y
refinar el conocimiento acerca de la conducta; la experimentación misma debe
incorporar las cuatro primeras características, y debe demostrarse el control
experimental, reportando medidas objetivas de la variable dependiente, tanto en
presencia como en ausencia de una única variable independiente aislada (bien
sea en un solo sujeto o en grupos de sujetos; (cfr., la discusión de Campbell y
Stanley [1963] sobre la “validez interna”): es posible demostrar los efectos de una
única variable independiente, utilizando controles estadísticos cuidadosos,
(aunque esto se discute entre los conductistas contemporáneos).
6. Una valoración positiva de la repetición independiente y la universidad cuando uno
o más investigadores independientes han observado una relación específica,
aumenta la confianza en su legitimidad; cuan¬do se ha demostrado que la relación
es aplicable (generalizable) a otras poblaciones de sujetos o a fenómenos
similares, aumenta la amplitud de su relevancia.

La defensibilidad epistemológica de las convenciones metodológicas anteriores se


encuentra lejos de ser inequívoca (Weimer, en prensa). El investigador conduciría!
contemporáneo confia casi exclusivamente en una metateoría científica, que desde hace
ya bastante tiempo ha sido rechazada por sus progenitores (cfr, capitulo 16) La
Falsificación se ha mostrado como un criterio indefendible en el desarrollo del
conocimiento (p. ej., Lakatos, 1970) y difícilmente se puede considerar que los “datos”
constituyen árbitros objetivos en nuestra búsqueda de la “ver-dad”. En breve, las filosofías
de la ciencia contemporáneas sugieren que el conductismo actual puede ser
considerablemente ilusorio y notablemente anacrónico al mantener sus reverenciadas
prácticas experimentales. Esta posibilidad será explorada posteriormente en el capítulo
16.

En este momento quizás debería confesar mi propio prejuicio. Aun-que reconozco que
nuestros “datos” son siempre selectivos y distorsionados, mis prejuicios epistemológicos
favorecen la “experiencia” sobre la “expectancia”. Nos gusta presuponer que la filosofía y
la “realidad” son compatibles, al menos ocasionalmente; sin embargo, habrá siempre
conflictos entre datos y doctrina. Cuando éstos surjan optaré —quizás ingenuamente- por
los datos, reconociendo plenamente que todo dato se encuentra distorsionado por mi
sistema falible de procesamiento de información. Después de todo, los sistemas
filosóficos son estrategias artificiales basadas en el lenguaje, para describir y organizar
nuestras sensaciones. Como tales, son herramientas falibles que deben ser revisadas o
descartadas según su utilidad en la ejecución de tal tarea.

A diferencia de su hermano metafísico, el conductismo metodológico no solamente se


ha fortalecido, sino también difundido. Como se mencionó anteriormente, a lo largo del
amplio continuo que describe el conductismo metodológico contemporáneo, existe una
gran diversidad de énfasis. Tomando prestado un ejemplo del área de la ciencia política,
se podría denominar tal continuo en términos de sus perspectivas conservadoras (a la
derecha) y liberales (a la izquierda). Los conductistas del ala derecha generalmente son
menos tolerantes a las variables inferidas, al análisis estadístico, a la investigación de
grupo y al amor libre (generalmente quieren que éste sea contingente). Los conductistas
del ala izquierda, por otra parte, son generalmente más flexibles en términos de
procedimientos metodológicos y variables inferidas, en tanto se demuestre su utilidad
empírica (su amor no es tan no contingente como podrían haber hecho creer). No
extenderé la analogía a los “John Birchers” y “liberales sentimentales” por las
connotaciones emocionales de estos nombres. Es suficiente señalar que el extremo
“conservador” del continuo está constituido por individuos que adoptan un punto de vista
skinneriano (operante) relativamente estricto, en tanto que el extremo liberal incluye a los
“muchachos buenos” (al menos soy suficientemente explícito en mi sesgo).

Para que el lector no malinterprete el respeto mutuo y el reforzamiento recíproco


intercambiado a lo largo de todos los puntos de este con ti uno, presentaré algunos
comentarios serios acerca de las distinciones involucradas relativamente menores Visto
solar el telón de los supuestos fundamentales compartidos por virtualmente lodos los
conductistas metodológicos, sus diferentes preferencias en cuanto a procedimientos
aparecen despreciables. Muy pocos negarían que los paradigmas más conservadores de
los investigadores operantes constituyen algunas de las aplicaciones más refinadas y
poderosas de un enfoque empírico. Igualmente, son relevantes las extensas
contribuciones alcanzadas en la 'investigación “no operante” controlada. Así, no obstante
la analogía política anterior, debemos reconocer que la mayoría de los modificadores de
conducta contemporáneos, poseen una amplia gama de puntos en común.

Un número creciente de investigadores ha comenzado de la misma manera a


defender la utilidad de la variedad de procedimientos en situaciones diversas. Un
científico en particular puede optar por un diseño de un solo sujeto en una situación, un
diseño de grupo controlado con otra, y un diseño combinado en una tercera. Los análisis
estadísticos pueden ser considerados apropiados para ciertos tipos de datos, pero de
menor utilidad en otras áreas. Mi sesgo se encuentra en la utilidad empírica. Tanto los
métodos conductistas “conservadores” como “libera-les” han demostrado
consecuentemente su valor incuestionable y han realizado aportes invaluables a nuestro
conocimiento acerca de la conducta humana.

Los principios fundamentales descritos en la conducta infrahumana, infantil, y en


ciertas formas de conducta adulta, fueron establecidos por investigadores conservadores.
Sin los fundamentos conceptuales y tecnológicos establecidos por ellos, hubiese sido
imposible el desarrollo del análisis funcional de las formas complejas de comportamiento.
Sin embargo, el tema de este libro es que un modelo mediacional — basado firmemente
en la metodología empírica— ha demostrado más utilidad pragmática en la comprensión y
el control de al menos algunas formas de comportamiento humano. Antes de entrar a
discutir tal perspectiva, examinaremos brevemente su antecesor histórico y metodológico:
“el modelo no mediacional”.

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