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Primera edicin en inglés, 1982 mera ediidn en espaol, 1986 ‘Titulo original: The Myths of Human Evolution © 1982, Columbia University Press, Nueva York ISBN 6231-05144 D. R, © IR, Foxno nk Crntv8s Economica, §. A. or CY. ‘Av, de ln Universidad, 975; 08100 México, D. F ISBN 968-16-2254-5 Impreso en México Lo que fue, eso seri. Lo que ya se hizo, eso es lo que se hard; no se hace nada nuevo bajo el Sol. Una cosa de que dicen: “Mira esto, esto es nuevo”, aun éa fue ya en los siglos ante- riores a nosotros, Eclesiastés 1:9:10 NILES ELDREDGE y IAN TATTERSALL LOS MITOS DE LA EVOLUCION HUMANA Traduecién de Juan: ALMELA FONDO DE CULTURA ECONOMICA MEXICO dos los ambit nsejo supersticioso d antarse con el pie derecho hasta alguna de nue tras formulaciones cientificas mas inapreciable Pues la ciencia es contar cuentos, si bien de un gé nero especial, Algunas de las nociones cientificas més nitidas caen en el dominio de la biologia ev lutiva. La evolucién es una tesis tan verificada como la que més dentro de la ciencia. El conceptc basico de que la vida ha evolucionado es tan segu ro como la existencia de la gravedad. La evolucién Pero cémo ha evolucionado la vida es otro asun- to muy diferente. Nuestra visién esponténea de la evolucién sf ¢s un mito, un mito cientifico nacido de otro mito: el mito del progreso. Este libro trata, pues, de un mito contempor neo: los relatos y las actitudes modernas acerca del origen y la naturaleza de nuestra propia especie bio gica: el Homo sapiens. El autor, al demostrar lo que de mitico h: la idea de evolucién, prueba que, contra la opinién corriente, el cambio evolu- tivo no es lento, continuo, de mejoramiento gr: dual, sino esporddico y raro Vistas las cosas bajo esta luz, es erréneo enten- der la evolucién como una progresién constante La historia del mundo es més bien una historia de sacudidas y detenciones, y ala demostracién de esta 2 tesis se aboca la obra de Niles Eldredge. I. MITOS Y HUMANIDAD Este libro trata de mitos contempordneos. Los antiguos griegos, escandinavos y hebreos cantaron hazafias, dieron razén del origen del universo que conocian y explicaron su propia preeminencia en él. Estos mitos afiejos, como puras historias, no nos concienen. En la medida en que chocan con los hallazgos de la ciencia y de la historia en Io tocante al origen y naturaleza de las cosas, estos antiguos mitos han sido abandonados. Su valor para nos- otros reside ahora en las vislumbres que nos proporcio- nan sobre el funcionamiento intimo de las mentes y culturas de antiguos pueblos —a més de los valores pu- ramente estéticos que siempre conservan las buenas na- rraciones. Los tipos de mitos que tenemos en mientes son relatos y actitudes modernos acerca del origen y naturaleza de nuestra propia especie biol6gica, Homo sapiens. Los cuen- tos se vuelven mitos cuando su verdad se da por descon- tada largo tiempo. Esto sucede en todos los ambitos de Ia existencia, desde el consejo supersticioso de levantarse con el pie derecho hasta alguna de nuestras formula- ciones cientificas més inapreciables. Pues la ciencia es con- tar cuentos, si bien de un género especial. La ciencia consiste en inventar explicaciones acerca de lo que las cosas son, de cémo funcionan y de cémo se originaron. Hay reglas, ni que decir tiene: para que un enunciado sea cientifico debemos poder dirigirnos a la naturaleza y justipreciar en qué medida se ajusta aquél, de hecho, a nuestras observaciones del universo. Ciencia es teoria, construcciones mentales a propésito del mundo natural. Hay teorias mejores que otras. Algunas han sido pues- 9 10 MITOS Y HUMANIDAD tas a prucba ms estrictamente que otras. Cuando las teorias quedan largo tiempo sin ser examinadas, tienden a adquirir cualidades mifticas. Nos inclinamos a acep- tarlas como ciertas, en ocasiones frente a testimonios bien claros en contra. Algunos de los mitos que indaga- mos en este libro son de esta clase: nociones cientificas aceptadas desde hace mucho que no resisten ser exami- nadas de cerca. Algunas de las nociones cientificas mas miticas caen en el dominio de la biologia evolutiva. La evolucién —la proposicién de que todos los organismos estén emparen- tados— es una tesis tan verificada como la que més, den- tro de la ciencia, Escrutada de cerca por todas partes desde hace mas de un siglo, la evolucién se muestra como la tnica explicacién naturalista de que dispone- mos de las pautas gemelas de semejanza y diversidad que saturan todo lo viviente. El concepto basico de que la vida ha evolucionado es tan seguro como la existen- cia de la gravedad o la idea de que Ia tierra es esférica. A estas nociones tan altamente verificadas las Ilamamos “hechos” cuando salen sin falta inc6lumes de todos los intentos de probar que son falsas. La evolucién no es un mito, Pero cémo ha evolucionado la vida es otro asunto muy distinto. Nuestra visién espontdnea de la evolucién —len- to, continuo, gradual mejoramiento, y ast cambio, a lo largo del tiempo— si que ¢s un mito. He aqui un mito cient{fico nacido de otro mito, sustentado més general- mente por la sociedad entera en tiempos victorianos: el mito del progreso. La confianza en que el progreso es inevitable abrié el camino a la aceptacién de un concep- to biolégico de evolucién (que es buena cosa) y de una nocién especifica acerca del mecanismo del proceso (la cual ha resultado no serlo tanto). MITOS ¥ HUMANIDAD. u Nos damos cuenta de que las teorias propuestas para reemplazar a sus predecesoras establecidas son a su vez —caso de ser bastante satisfactorias— materia de mitos venideros. No nos importa; s6lo podemos ocuparnos del mito imperante. Segiin ha sefialado cl antropélogo Mar- vin Harris en su libro Cannibals and Kings, el mito del progreso procede de la miopia que acompaiié a un as- censo sin precedentes de los niveles generales de vida cuando la Revolucién industrial domefié al fin el tremen- do potencial energético de los combustibles fésiles. Vi- siones culturales del mundo més tipicas, como la del Predicador del Eclesiastés, recalcan la identidad de las cosas, Si bien se predice cambio, es la sombria perspec- tiva de circunstancias peores. El progreso sigue caracte- rizando nuestro punto de vista (occidental), si bien re~ cientemente ha padecido algunos golpes rudos. Aun bajo su imperio mAs vertiginoso, la nocién de que las cosas no son Io que solian est& siempre al acecho, sirviendo de contrapunto tematico al mito del progreso en todos los érdenes. No es probable que la evolucién biolégica sea acep- tada en una circunstancia social en que reina la estabi- lidad como visi6n del mundo. Las nociones generales de progreso nutren nociones més particulares de cambio y desenvolvimiento del universo fisico, entre animales y plantas y dentro de componentes especificos de la cul- tura. Pero hemos de ver que la nocién de progreso, cuan- do menos en biologia, ha sido Ilevada demasiado lejos. La esperanza tifié la percepcién al grado de que el he- cho elemental més evidente en la evolucién biolégica —el no cambio— rara vez, si es que alguna, ha sido incorporado a las nociones cientificas de nadie acerca del modo real en que evoluciona la vida. Si alguna vez hubo 12 MITOs Y HUMANIDAD un mito, es el de que la evolucién es un proceso de cam- bio constante. Los datos u observaciones basicas de la biologia evo- lutiva pregonan por doquier el mensaje de la estabilidad. EI cambio es dificil y raro, antes que inevitable y con- tinuo. Una vez que han surgido, las especies, con sus propizs y peculiares adaptaciones, comportamientos y sistemas genéticos, son notablemente conservadoras y con frecuencia persisten sin modificacién durante varios mi- ones de afios. Vistas las cosas bajo esta luz, es erréneo ver la evo- lucién —o la historia humana, pues— como una pro gresién constante, lenta o no. La historia del mundo es, més bien, una historia de sacudidas y detenciones, de nuevas brechas abiertas, seguidas de rapido desarrollo, al que sucede, a su vez, la quietud. Las nuevas posibilidades se dijera que tienen algo de la cualidad del vacfo: la naturaleza aborrece una innovacién no explotada. No bien se abre una via nueva, todas las posibilidades in- herentes a ella son prestamente exploradas y se alcanza un nuevo equilibrio, se establece un nuevo estado de cosas, En adelante, la inercia caerd del lado de este es- tado, hasta que irrumpa algo con suficiente vigor para conmoverlo, Examinaremos distintas dreas de la expe- riencia humana para ver cémo lo que sabemos de ellas concuerda con nuestra visién. Todos sabemos que la his- toria se repite, pero mientras cultivemos la idea de la progresién inexorable, del cambio inevitable, menos pro- bable sera que advirtamos que si se repite no es sélo porque la memoria humana sea corta sino sencillamen- te porque es finito el nimero de posibilidades en la ex- periencia humana. EI mito de la progresi6n, de que un cambio de indole positiva es inevitable y constante, de que la historia de MITOS Y HUMANIDAD 18 Ja humanidad es una lucha que va de la brutalidad a las sutilezas de las sociedades modernas, de la barbarie al refinamiento, infecta la percepcién general de la evo- lucién cultural. Pero la constancia arqueolégica de la prehistoria, asi como las historias de muchos antiguos estados, indica también gran estabilidad, persistencia pro- longada de tradiciones culturales. Las tradiciones esti- listicas en artes y artefactos —de las hachas de mano a la escultura— pueden persistir por milenios, y a veces Jo hacen, Una vez més, el mito de la evolucién cultural constante y aun veloz es nutrido sobre todo por el torbe- Ilino de la mutacién tecnolégica que hoy por hoy nos envuelve (acaso s6lo pasajeramente). Pero en plan his- térico, las pautas de cambio cultural propenden a mos- trar estabilidad interrumpida por cambio ocasional, de ordinario mAs bien rapido, y no una modificacién lineal, constante y para mejorar. Todo esto pudiera sonar penosamente familiar a lec- tores abrumados por el reciente alud de libros entrega- dos a explicar la historia cultural de Homo sapiens en términos biolégicos. De ahi que sefialemos de una vez que la semejanza entre las pautas de cambio en la evo- lucién fisica y algunos aspectos de la evolucién cultural no pasa de ser eso: una pauta parecida de cambio epi- s6dico. Una y otra fueron negadas por quienes de un siglo a esta parte han sostenido tercamente el mito del cambio progresivo. Tendremos més que decir, en el pré- ximo capitulo, acerca de propuestas definidas (como las de la sociobiologia), pero aqu{ nos contentamos con enunciar lo evidente: un parecido de pauta no tiene por qué implicar causas comunes subyacentes en todos los casos. La herencia es un concepto decisivo en cualquier idea de cambio. Las anatomias se heredan genéticamen- te. Algunos comportamientos, como el de nidificacién de 1 MITOS Y HUMANIDAD las aves, son transmitidos en gran medida 0 del todo genéticamente. Los atributos de las culturas humanas se transmiten por aprendizaje, si bien algunos atributos psicolégicos de Homo sapiens se dirian ubicuos en la especie entera, lo cual sugiere la posibilidad de cierto grado de control genético de ciertos aspectos basicos de la conducta. La capacidad humana de aprender posi- bilita una “herencia de los caracteres adquiridos” en la evolucién cultural que no se encuentra (en ninguna me- dida significativa) en la evolucién biolégica. La evolu- cién cultural, te6ricamente, procede de diferente manera y, al menos potencialmente, no poco més aprisa que la evolucién fisica. Las dos no son en modo alguno la mis- ma, lo cual hace que la semejanza superficial de las pautas que cada una produce suscite una interesante problematica que abordaremos en el capitulo vm. Pero en ningtin sentido podemos explicar la evolucién cultural humana en términos de evolucién biolégica. Nos ocupa- remos del punto con mucho mayor detalle en el capf- tulo siguiente, s6lo que antes esbozaremos nuestros puntos de vista fundamentales acerca de la evolucién humana fisica y cultural, y entonces liquidaremos otro mito mo- derno. La EvoLucION HUMANA: LOS COMIENZOS La banda de hombres monos Ilevaba algiin tiempo en la charea. En tanto que unos cuantos de los machos més robustos montaban guardia, el resto del grupo, veinte o asi, bebfan, De repente aparecié otra banda de hombres monos, Tenfan aire idéntico a los anteriores. Saltando de un lado a otro, abalanzindose y retrocediendo, los recién legados hostigaban y amenazaban. Con grufiidos y gritos, la primera banda se aparté del agua. Los com- MITOS Y HUMANIDAD 15 petidores se habfan impuesto y ahora podian beber a sus anchas. Cambia la escena, y unos dias més tarde vemos a un hombre mono joven solo entre un montén de huesos, en un rial rocoso. Jugueteando distraido con los huesos, empufia uno largo, de pata de jirafa. Blandiéndolo, da con él por casualidad en un costillar que hay al lado, el cual vuela deshecho en mil pedazos. El hombre mono mira, aténito, el hueso que su mano sigue aferrando. Qué ha hecho? Lo repite, y ahora vuelve trizas un trozo de espinazo, Con sibito regocijo, golpea una y otra vez en todas direcciones, encantado al irse perca- tando de la trascendencia de su descubrimiento. Unos dfas después volvemos a ver una banda de hom- bres monos junto a la charca, Hacia ellos se arrastra otra banda, casi idéntica. Pero esta vez hay una diferen- cia, pues algunos miembros de la banda que se acerca a hurtadillas a la charca llevan armas de hueso. Seré dulce la venganza; sibita y despiadada también. Las dos bandas se enfrentan y el aire se lena otra vez de gritos y alaridos. Entonces uno de los atacantes echa a correr, menea la porra y retrocede corriendo. Otro acude blan- diendo un hueso. Algo més osado, se acerca més, Los otros hombres monos conservan su territorio al lado del agua, confiando en que con gritos ahuyentarén a los in- trusos. Al fin y al cabo, asf ha pasado otras veces; de este modo se apoderaron de la charca. Pero en esta ocasién no resulta. Con un alarido, un hombre mono aplasta de tun porrazo el créneo de un rival que no se lo esperaba. La banda, desconcertada, se retira del agua, aturdida por la sibita muerte de uno de sus guias. La segunda banda, la de los primeros poseedores de la charca, ha triunfado, gracias a la invencién de armas, rudas pero eficaces. 16 MITOS Y HUMANIDAD Esta vifieta de historia de veras antigua acaso ocurrie- ra 0 acaso no, Pero levada a la pantalla por Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke, en las primeras escenas de Ja pelfcula 200/, resulta apasionante. Nos ofrece asi- mismo una nocién precisa de las pautas fundamentales de cambio en la evolucién humana. Kubrick y Clarke basaron sus imagenes en la compe- tencia entre grupos rivales. En su concepto, el cambio habria de ser gradual y esporddico. Primero, un indi- viduo inventa algo. El resto del grupo lo aprende. En- tonces la ventaja es aprovechada en beneficio del grupo entero, en este caso poniendo en fuga a los desdichados de la banda competidora, que no compartian el inven- to. Vemos aqui en accién un mecanismo que nos pro- porciona una imagen que no es de mejoramiento gradual, progresivo, sino de invento repentino, impacto inmediato y —es de suponerse— larga espera hasta que se invente algo nuevo. Entonces volveré a cambiar de pronto la naturaleza o calidad de la vida. El excenario de Kubrick y Clarke trata del comporta- miento y los implementos, dos ingredientes del cambio cultural y, segiin no tardaremos en ver, cuadra muy bien con lo que nos revelan los testimonios arqueolégicos. Sélo que Kubrick y Clarke pudieron también ocuparse de la evolucién fisica de la humanidad. Pues en ella se pre- sentan las mismas posibilidades de diferentes estilos de cambio. El cambio anatémico en la evolucién humana —o cualquier otra— zes siibito y répido, seguido de argos periodos de poco o ningtin cambio? ;O hallamos una pauta de evolucién gradual, progresiva, entre nues- tros precursores, de un estado a otro, desde el hombre mono hasta el moderno Homo sapiens? La creencia po- pular y los textos de antropologfa concuerdan por igual en que el cambio lento, uniforme, durante millones de MITOS Y HUMANIDAD 7 afios, transformé gradualmente al hombre mono de la sabana africana en los hombres de hoy —pero echemos una ojeada a los fésiles mismos. Los detalles de la mAs antigua evoluci6n de la estirpe humana son todavia muy vagos y, como veremos después, a época en la que la linea humana divergié de la que conduciria a nuestros parientes mas cercanos, los antropoi- des africanos, contintia envuelta en la oscuridad. Pero es bien sabido hoy por hoy que hace entre 3 y 4 millones de afios, en Africa, vivian bipedos erectos que, si atin no merecfan ser llamados humanos, no dejaban de poseer algunos de los atributos de que nuestra propia especie tiene la exclusiva en el mundo moderno, de suerte que cuando menos habria que admitirlos en nuestra misma familia zoolégica, la de los hominidos. Tal vez el testi- monio més impresionante del carcter bipedo de esta vieja forma sea la hilera de huellas descubierta en Lae- toli, en Tanzania. Con sus tres millones y un buen pico més de afios a cuestas, estén nitidamente impresas en ceniza volednica y revelan la progresién directa, decidi- da, de un hombre primitivo, pequefio pero bien derecho. Ahf estén, petrificadas, todas las caracteristicas de nues- tras propias pisadas en una playa hiimeda. El dedo gordo est alineado con los otros, no se desvia de ellos; el pie era sustentado por arcos. La humanidad estaba en pie y andando hace casi 4 millones de afios, y es harto posi- ble que desde no poco antes. Los antiguos hominidos africanos que dejaron estas hhuellas eran seres pequefios, de constitucién ligera. Te- nfan dientes grandes para el tamafio de sus cuerpos, pero el cerebro segufa siendo pequefio. Vivian en un medio abierto, expuestos a animales de presa, como los grandes felinos, pero su modo de vida debié de ser afortunado, ues persistieron casi sin cambio por 2 millones de afios 18 MITOS Y HUMANIDAD cuando menos. Por entonces se les unieron otras espe- cies de homfnidos: una, por ejemplo, de mayor tamafio y constitucién més robusta, otra liviana todavia pero con un cerebro mayor. Los restos de una y otra especie apa- recen muy de repente entre los fésiles. Luego, hace al- rededor de 1.6 millones de afios, en Africa y tal vez ya antes en Asia, encontramos, sin predmbulos una vez mis, otra especie mas de hombre, con cerebro atin mé- yor, ain més préxima a la nuestra. Y en todos los casos en que disponemos de suficientes f6siles, nos encontramos con que las especies duraron mucho y que sus respecti- vas historias dan mucho menor muestra de cambio que de estabilidad. Va despejandose el cuadro. No asistimos a un aumento constante y progresivo del cerebro a lo largo del tiempo, y la postura més completamente humana no es alcan- zada poco a poco. Lo que vemos son nuevas “ideas”, como la postura erecta, cabalmente desarrolladas desde el principio. Vemos la persistencia, a través de los millo- nes de afios, de especies que perduraron inmutables en tanto su medio circundante se mantuvo esencialmente igual. Vemos presentarse el cambio sobre todo al origi- narse especies enteramente nuevas: grupos de reproduc- cién nuevos, independientes. Su repentina aparicién al lado de antepasados sin cambio refleja una imagen co- min en la geografia de la evolucién. En todo el reino animal, lo tipico es que las especies nuevas evolucionen, de ordinario bien de prisa, por los confines remotos del dominio de la especie ancestral. Si la nueva especie so- brevive, puede un dia tomar su lugar debajo del sol al lado de su antepasada, si no es que eclipsar por entero a sta, Tal parece haber ocurrido con estos antiguos hombres monos y sus descendientes. Y este cuadro de estabilidad por prolongados periodos, interrumpido por MITOS Y HUMANIDAD 19 cambio stibito, es tfpico de los testimonios fésiles de to- dos los seres vivos. La evolucién humana no difiere en estilo de Ia evolucién de cualquier otro grupo de espe- cies animales afines. EL HACEDOR DE HERRAMIENTAS ‘Al menos desde la época clisica la gente parece ha- berse dado cuenta de que la propensién humana a hacer herramientas la separa del resto de la naturaleza. Aunque hoy en dia sabemos que hacer herramientas y usarlas no es, en el sentido més estricto, cosa exclusivamente nuestra, no deja de ser claro que la complejidad de nues- tra tecnologia, inclusive como se expresa en las mAs an- tiguas sociedades humanas, es del todo Gnica. Es verdad que los chimpancés pelan y preparan varas para “pes- car” termes en sus termiteros, Los monos capuchinos emplean piedras para abrir nueces duras. Los papiones matan escorpiones con piedras antes de quitarles el agui- jén_y comérselos; hasta las nutrias usan piedras para abrir mariscos. Pero esta zona gris, por mucho peso que se le haya querido dar, es ante todo de interés acadé- mico. Nada més el hombre se distingue no s6lo por la riqueza y variedad de las herramientas que hace —y de las cosas que hace con ellas—, sino por el hecho de que se ha vuelto dependiente de ellas para su supervivencia misma, Hacer herramientas y emplearlas para intervenir en el medio: estas propensiones humanas estén estrecha- mente vinculadas a nuestro modo de vida, y de numero- sas y sutiles maneras incluso a nuestra imagen de nos- otros mismos. Viviendo como vivimos en un periodo de la historia en el que cada dia parece traemos noticia 0 MITOS Y HUMANIDAD de un nuevo progreso o perfeccionamiento de nuestra tecnologia, ya de por si complejisima, nos parece natu- ral pensar que el desenvolvimiento de esta tecnologia de la que dependemos es una progresién gradual, casi in- evitable, a partir de sus mas escuetos principios. Pero si bien esto podria parecer intuitivamente razonable, serfa asimismo equivocado. Pues al igual que fue el caso, segtin vimos, con nuestra evolucién fisica, hallamos que el pro- ceso del desarrollo tecnolégico ha procedido a sacudidas. Si nos volvemos hacia la prehistoria, al despliegue del logro cultural humano, encontramos la misma pauta re- pitiéndose una y otra vez. Los testimonios arqueolégicos nos muestran que, una vez surgido un adelanto nuevo ¢ importante, se daba invariablemente una répida explo- racién de todas las posibilidades por él abiertas, seguida de un periodo de espera inactiva, en espera del siguiente logro, Al igual que la naturaleza misma, la humanidad ha sido oportunista desde los primeros tiempos, presta a aprovechar cualquier abertura nueva, no bien la hubo. Pero antes no menos que hoy, los saltos auténticamente creativos fueron mucho més raros que el ejercicio del in- genio humano para explotarlos. Las herramientas de piedra constituyen los testimonios més antiguos de que disponemos del ejercicio de la ca- pacidad humana para la cultura material. Y aparecen muy de repente en el registro arqueolégico, haré dos millones y medio de afios. Por supuesto, parece harto razonable suponer que los primeros intentos de nuestros remotes progenitores a fin de usar 0 conformar imple- mentos para escarbar, ayudarse en la recoleccién de ali- mentos vegetales silvestres, 0 quizé segiin el escenario de Kubrick-Clarke, se hicieron en materiales algo més com- placientes que la rigida piedra. La madera, cuando me- nos en el primer caso, es el candidato evidente. Sélo que MITOS Y HUMANIDAD a la madera y materiales blandos parecidos no se conservan salvo en las ms peculiares condiciones, de suerte que nada més podemos especular acerca del tipo de cultura material que pudo anteceder a la invencién de la indes- tructible herramienta de piedra. Sin embargo, lo que las primeras herramientas de piedra tienen de més ab- sorbente —e instructivo— es que desde que aparecen lo hacen en forma de juego de herramientas. Sus di- versos componentes eran toscos, ni que decir tiene, he- chos de lascas arrancadas de una piedra, para obtener superficies cortantes, pero se reconoce una serie de estas formas, que apuntan a diferentes funciones —tajadores, raspadores, punzones, por ejemplo. Asi que una vez al- canzado el concepto de herramienta de piedra, una vez que nuestros antepasados aprendieron a discernir la for- ma de una herramienta en una piedra y a aporrear ésta con otra hasta realizar dicha forma, se dirfa que todas las variantes fundamentales de forma y funcién abiertas por aquella ruda técnica fueron inventadas casi instan- téneamente. EI hecho de que tales juegos de herramientas de este género siguieran haciéndose durante més de otro millén de afios sin gran mejoramiento revela que todas las vias abiertas por este concepto revolucionario fueron explo- radas a fondo desde el principio. Esta vieja tradicién de trabajo de la piedra se denomina oldowense, por la fa- mosa garganta de Olduvai, en Tanzania, donde ha sido més intensamente estudiada. Aparecié alli hace unos 1.8 millones de afios, y con la apariencia de “Oldowense desarrollado” sobrevivié hasta hace unos 800 mil afios. Otras varias tradiciones en la elaboracién de herramientas n otros puntos de Africa no parecen ser sino variacio- nes sobre el mismo tema; difieren mAs en las propor- ciones de los distintos tipos de herramienta representa- 2 MITOS Y HUMANIDAD dos en el juego que en los tipos de herramienta. Y no hubo cambio esencial en el método de producirlas. Pero sbitamente en Olduvai, después de un medio millén de afios de técnica inmutable en la produccién de herramientas de piedra, aparecié una tradicién en- teramente nueva. Esta industria, conocida como acheu- lense, se fundaba en un concepto revolucionariamente nuevo. En la tradicién oldowense, como vimos, una masa de piecra era golpeada hasta que adquiria cierta forma, La nueva tecnologia partfa asimismo de una piedra, pero de ella se hacfa saltar una lasca alargada, que era la herramienta, en tanto que el meollo del que se habia partido era descartado. Este cambio de concepto permi- ti6 afiadir al juego toda una panoplia de herramientas nuevas, y desde que empez6 a practicarse esta técnica reconocemos hachas de mano, cuchillas y cuchillos, pi- os, etc, aparte de herramientas comunes ya desde hacia cientos de milenios. Una vez més, este arranque de adelanto tecnolégico fue seguido de un periodo de equilibrio relative. A fin de cuentas, es destino de toda revolucién afortunada el convertirse en status quo. Hubo mejoramientos, no hay ni que decirlo, y el hombre del Paleolitico medio —como se lama este periodo de nuestra prehistoria— no tardé en estar en condiciones de producir, con minimo esfuer- zo, una gama relativamente restringida de herramientas que cumplen con especificaciones pasmosamente unifor- mes, a partir de una enorme variedad de materiales pé- treos diversos. Pero, al igual que antes, pasaron cientos de miles de afios antes de que fuera realizado otro avance que fuera comparable al que anuncié el comienzo del periodo Paleolitico medio. La pauta volvié a repetirse, como veremos después, Baste con establecer aqui que fundamentalmente el mis- MITOS Y HUMANIDAD 3 mo patrén de cambio ha persistido en la evolucién tanto fisica como cultural de la humanidad. Tal vez esto sor- prenda a primera vista, ya que los mecanismos de cambio son diferentes en cada caso. Con todo, esta diferencia se refleja de otro modo, en el hecho de que, si bien el cam- bio fisico y el cultural se han dado de la misma manera saltatoria, ambos han estado fuera de fase; no ha exis- tido relaci6n necesaria entre la introduccién de un nue- vo tipo de tecnologia y Ia evolucién de una nueva especie de protohombre. En cualquier caso, lo que encontramos en una y otra rea no se adapta al supuesto de un cam- bio lento, uniforme, en el que se nos ha ensefiado a creer. Para nosotros tiene vital importancia captar la na- turaleza esencialmente episédica del cambio, no s6lo para comprender mejor cémo es que llegamos adonde esta- mos, hoy, sino a fin de adquirir una base racional para entender adénde va nuestra especie. C6Mo NOS ESTUDIAMOS: EL REDUCCIONISMO Y oTRos MrTos La actitud del piblico estadounidense hacia la ciencia es ambivalente. La imagen desmedidamente roméntica del cientffico emocionado, escudrifiando tubos de ensayo mientras burbujean retortas al fondo, no tarda en vol- verse imAgenes de locos obsesionados con experimentos recénditos que les darén control sobre la sociedad. En cierto modo, la ciencia parece un mal necesario. Sin ella no tendrfamos teléfonos ni televisores —y tampoco la bomba neutrénica, El lado “positivo” de semejante ambivalencia tiende a ver a los cientificos como autématas, Kicidos pero des- apasionados, que poco se interesan en lo que no sea su Py MITOS Y HUMANIDAD abstrusa investigacién. La realidad fria, calculada, es la meta, ¢ inmediatamente se piensa en fisicos al pensar en hombres de ciencia. Aunque se recuerde al descuidado Albert Einstein, con un suéter demasiado grande, la fi- gura con bata blanca que realiza sus experimentos cui- dadosamente controlados en el laboratorio estéril es la quintaesencia de nuestra visién general del “cientifico”. Algo de cierto hay, ni que decir tiene, en esta manera de ver la ciencia y a los cientificos. Los fisicos se ocupan de fuerza, energia, materia. Son ellos quienes estudian, tanto te6rica como experimentalmente, los bloques mis- mos de que est constituida la materia. En pos de las particulas elementales, los fisicos disecan Atomos y se aproximan més y mds a enunciados generales acerca de la naturaleza de toda materia. Pues si bien los étomos son todos parecidos en cuanto a plan de organizacién, difieren notablemente en los detalles, La biisqueda de particulas més fundamentales —por debajo de los elec- trones, protones y neutrones— es la busqueda de pro- piedades de la materia mas generales todavia que los &tomos. De aqui los dos temas que se combinan para hacernos nacer “envidia a la fisica”. Primero, vemos al fisico como parangén de lo que un cientifico debe ser; a la perfeccién de este colmo de objetividad y mediciones cuidadosamente controladas se acercan los quimicos, se- guidos por los quimicos “aplicados”, que se ocupan de bioquimica y geoquimica. Otros aspectos de la biologia y la geologia, por no mencionar la psicologia y la antro- pologia, corren con menos suerte. Los fenémenos a que estos campos se enfrentan son més grandes y un tanto mis enrevesados. Y las técnicas empleadas para estu- diar, digamos, la evolucién de los mamiferos son mucho menos escrupulosamente precisas, organizadas u objeti- MITOS Y HUMANIDAD ey vas que las cmaras de burbujas del ciclotrén de un fi- sico. Nos apartamos de la ciencia “dura” tanto mAs cuanto més nos alejamos de la fisi EI otro componente de la envidia a la fisica es mAs sutil pero también més interesante. La nocién de que los fisicos estudian de hecho fendmenos de importancia més general que cualquier otra rama de la ciencia, sim- boliza un marco mental que llamamos “reduccionismo”. Dificil ser echarle en cara a un fisico que persiga las particulas diltimas que constituyen la materia. Sélo que a partir de bisquedas de éstas, en pos de explicaciones progresivamente més generales, se saca la moraleja, con demasiada frecuencia, de que toda ciencia debe laborar de esta suerte. Hay, en otras palabras, la creencia de que la discusién en términos més generales es més “cien- tifica” de lo que son andlisis mAs especfficos. De este modo se dice que los temas se “reducen” a términos més ge- nerales. ‘Un ejemplo habitual de reduccién gira alrededor del compuesto quimico “agua”, H:O. Conociendo las pro- piedades de los 4tomos hidrégeno (H) y oxigeno (O), gases ambos a la temperatura ordinaria a presiones normales, en principio debiéramos saber cémo seria el agua. Los antirreduccionistas sefialan las “propiedades emergentes” del agua, tan distinta de los gases que son sus dos elementos constituyentes cuando estan sin combinar. Pero los prorreduccionistas replican que, dejando aparte la ignorancia actual, en principio las propiedades de H:O serian predecibles a partir de un suficiente conocimien- to de Hy O, Pese al atractivo de las “propiedades emer- gentes”, el reduccionismo satura las mentes de la mayoria de los hombres de ciencia que trabajan hoy en dia. A veces, pareceria, quisiéramos todos ser fisicos y que todas nuestras explicaciones del mundo estuvieran formuladas 26 MITOS Y HUMANIDAD en el lenguaje de los fisicos. Aunque parezca risible “re- ducir” la evolucién humana a los términos de la fisica, a mayoria de nosotros pensamos que sélo razones prag- méticas nos impiden alcanzar esta meta. Sencillamente no tenemos manera hasta ahora de comprender la distri- bucién de huesos humanos de diferentes formas, en el tiempo y en el espacio, en términos de dtomos, no diga- mos de particulas subatémicas. Pero un reduccionista teresado en la evolucién humana puede, a falta de esto, intentar lo ms parecido: tratar, por ejemplo, de redu- cir la evolucién cultural humana a los principios de la evolucién biolégica general. Puede reducir los princi- pios de la evolucién biolégica a los principios de la ge- nética. Reduciendo la genética a las propiedades arqui- tecténicas y quimicas de unas cuantas macromoléculas (DNA y las varias formas de RNA), se acerca mAs to- davia. Estas moléculas gigantes estén hechas de consti- tuyentes quimicos menores (nucleétidos, por ejemplo). ¥ todos estén compuestos de Atomos. Teéricamente, en principio, un reduccionista conseguiria explicar la evo- lucién humana en términos de las leyes de la fisica. Al no estar esto a su alcance por ahora, puede reducir un nivel de complejidad a otro sistema, més general: la evoluci6n cultural a la evolucién biolégica general, los fenémenos evolutivos en gran escala a la genética gene- ral, y asf sucesivamente. Pero todo esto es malentender las lecciones del fisico en busca de particulas progresivamente ms elementa- les. Les fisicos que teorizan acerca de dichas particulas de la materia esperan hacer enunciados verdaderos sobre toda materia, ya conste ésta de 4tomos libres o de dto- mos combinados en sistemas mas complejos. Los varia- dos sistemas en los que estas particulas se encuentran no son pertinentes para los fisicos. ¥ aqui esta la obje- MITOS Y HUMANIDAD a cién clave al reduccionismo: las diferencias entre dos sistemas no son explicadas por las propiedades comunes a ambos. Hay electrones y protones en todos los Atomos, pero existen también fuera de los Atomos. Los electro- nes, protones (y neutrones, presentes en todos los 4tomos excepto el de hidrégeno) son propiedades mAs generales que los atomos. No son las propiedades generales de los electrones, protones y neutrones, sino antes bien su nii- mero y colocacién lo que da razén de las diferencias en- tre hidrégeno, helio y todas las demas formas elementa- les € isot6picas de los 4tomos. De este modo, para entender los fenémenos naturales debemos procurar antes comprender cuén ampliamente esta difundido en la naturaleza cada fenémeno. Un enun- ciado sobre la naturaleza de los electrones que sélo con- cierna a electrones libres y no a los que discurren por la periferia de los niicleos atémicos, no es un enunciado genuinamente general acerca de los electrones. Y senci- lamente no sirve para nada hacer un enunciado general acerca de la “vida” si incluimos animales y plantas pero excluimos los hongos y las hordas incontables de los ‘organismos unicelulares. Una vez que estemos seguros de que el sistema est completo (de que es “natural”), el segundo paso serd explicar las diferencias que hay entre las subunidades dentro del sistema, Las diferencias entre plantas, anima- les y hongos no derivan de su comin posesién de células complejas (“‘eucariéticas”), sino de los diferentes meca- nismos metabélicos para obtener y utilizar la energia dentro de esas células, que cada grupo ha adquirido como especializacién evolutiva, La posesién comin de células eucariéticas, en otras palabras, une plantas, ani- males y hongos (y muchos microorganismos unicelulares también) en un grupo evolutivo vasto y natural, pero 8 MITOS Y HUMANIDAD nada nos dice acerca de por qué difieren plantas, ani- males y hongos. Anilogamente, la caracterizacién de elementos tales como las pautas de parentesco y la religi6n, que se ha- lan en virtualmente todas las formas de organizacin social humana, ayuda a definir la unicidad de la socie- dad humana en el reino evolutivo pero no explica nada a propésito de por qué las religiones, las pautas de pa- rentesco y demés difieren en detalle entre grupo y grupo. Reducir la descripcién de un sistema a los elementos co- munes de que est leno, nos impide autométicamente comprender la naturaleza de las diferencias que hay entre los elementos dentro del sistema, Para estudiar se- mejantes diferencias debemos factorizar los elementos comunes —no tratar de explicar el sistema entero tinica- mente en términos de los elementos comunes. Lo cual no es decir més que esto: no se puede explicar las diferen- cias entre dos cosas hablando s6lo de los parecidos entre ellas. Vistas asi las cosas, el reduccionismo —que s6lo toca la cuerda de los elementos compartidos, comunes, del sis- tema— es indtil como estrategia para explicar la historia de cambio y diferenciacién dentro de un sistema, ya sea el problema de la evolucién de la totalidad de la vida 0 de la historia de las sociedades humanas. Esta visi6n de la naturaleza es fundamentalmente je- rérquica. Afirma que todos los fenémenos naturales tie- nen una distribucién finita, algunos muy extensa (particu- las de materia), algunos muy restringida (organizacién social humana, limitada a una especie, Homo sapiens). Todos los cientificos, reduccionistas y antirreduccionistas por igual, tratan de entender la distribucién de propie- dades en la naturaleza, Todos se dan cuenta de que al- gunas propiedades estan més extensamente dispersas que otras, Los reduccionistas pretenden que las propiedades MITOS ¥ HUMANIDAD 29 més generalmente difundidas, cuando son abarcadas como es debido, explican los sistemas compuestos de propie- dades distribuidas menos ampliamente, Pero los anti reduccionistas, tratando de comprender las diferencias entre sistemas, tienen la sensacién de que las propieda- des distribuidas en mAs de un sistema no son pertinentes para entender las diferencias entre sistemas. Nuestra posicién de derribadores de mitos es que el reduccionismo ha sido seguido, con regularidad auto- mftica, en la mayorfa de las Areas de la ciencia hasta la fecha. La envidia a la fisica, como manifestacién del reduccionismo no es algo en particular divertido. Dada su aceptacién general, el reduccionismo bordea el mito. S6lo que prevenimos contra la tendencia opuesta a identificar un sistema, factorizar todos los componentes que también aparecen en otra parte y pretender auto- miticamente que estén actuando en el sistema importan- tes procesos que no se dan en otro lado. Todo esto se hard mAs claro cuando echemos una ojeada al “hombre como animal” enfrentado al “hombre como portador de cultura”, tema del siguiente capitulo. Esto es visto con harta frecuencia como una discusién de “o esto o lo otro” ; los reduccionistas explican todo el comportamiento humano en términos de principios biolégicos (reducidos a su vez. a la genética) y algunos contrincantes insisten en que propiedades emergentes exteriores al reino bio- légico gobiernan exclusivamente el comportamiento hu- mano. El verdadero problema, en cambio, es tomar cada fenémeno y ver cudn extensamente esté distribuido en Ja naturaleza. Segin veremos, el supuesto antirreduccio- nista de que todo el comportamiento cultural humano es exclusivo de nuestra propia cepa evolutiva, tiene ms peso del que los reduccionistas, como los sociobiélogos, qui- sieran hacernos creer. 30 MITOS Y HUMANIDAD Tenemos presentes, pues, varias clases de mitos. Al- gunos son sustantivos: nociones especificas sobre el des- envolvimiento de la vida en general, sobre el modo como ha evolucionado nuestra especie y sobre la naturaleza basic y las pautas de cambio de Ia cultura. Comparare- mos cada mito con lo que hoy por hoy se sabe y que venga al caso, y presentaremos entonces otra explicacién de lo que pas6 y de su porqué. Al hacer esto no estaremos es- peculando ociosamente, ya que las reglas del juego son claras: los enunciados cientificos deben formularse de tal modo que su veracidad pueda ser puesta en tela de juicio. Las explicaciones que damos en este libro, aunque nosotros nos parezcan superiores a los mitos disponi- bles, podrfan asimismo resultar menos satisfactorias que otras ideas, no consideradas hasta ahora. Para ser cien- tificas, las ideas tienen que ser criticables. Para dar pie a nuevos mitos, tienen que ser explicaciones endemonia- damente buenas, y el jurado apenas se acaba de retirar a deliberar cual seré su veredicto sobre algunas de las ideas que exponemos en este libro. Pero nuestra nueva incursi6n en la envidia a la fisica nos plantea otra clase, mas general, de mito: los varios “ismos” que pretenden decimnos cémo debiéramos ver Homo sapiens y el lugar que nuestra especie ocupa en la naturaleza. Si el estudio propio de la humanidad es el hombre, no podemos esperar Iegar demasiado lejos si queremos saber en qué grado nuestra evolucién —evo- lucién fisica, evolucién de comportamiento— se asemeja a las historias de organismos no humanos, particular- mente esos antropoides que parecen (maravillosamente, desesperantemente) tan semejantes a nosotros. Por otro lado, si aceptamos Ia premisa de algunos de nuestros sabelotodos més parlanchines, si bien no del todo infor- mados —que “todo est4 en nuestros genes”—, se dirfa MITOS Y HUMANIDAD at que debiéramos examinar muy otras cosas (las tropas de papiones son favoritas especiales) a fin de averiguar quiénes somos, por qué hacemos lo que hacemos y de dénde salié todo esto. El reduccionismo y su opuesto ¢s- tricto (aqui, la nocién de que lo Gnico interesante acer- ca del género humano es nuestro juego de propiedades micas) son apenas las més generales de las varias for- mulaciones de cémo debiéramos irnos entendiendo y cémo Megamos aqui. El concepto de que el género hu- mano ha de comprenderse como un “mono desnudo” e: més o menos tan util ¢ informativo a modo de trampo- lin para un programa de investigacién, como lo es la nocién de que fuimos divinamente creados a imagen y semejanza de Dios. Ambos puntos de vista son miticos y uno y otro tienen sus manifestaciones modernas, rela- tivamente rebuscadas. Argumentando contra uno y otro extremo no estamos pidiendo, sin més, que se aplique el éureo medio para resolver una disputa, Sostenemos nuestras ideas propias tan apasionadamente como cualquiera las suyas. Lo que pasa ¢s que la dicotomia de hombre como animal frente a hombre como Angel desdefia la tarea real: nuestra evo- lucién fisica y cultural implica muchos componentes, cada uno con su propia distribucién en el mundo natu- ral. Compartimos algunos de nuestros rasgos (la mayoria fisicos, algunos de conducta) con otros seres, en tanto que otros rasgos (fisicos algunos, la mayorfa de conduc- ta) son exclusivamente nuestros. El problema es hallar cudn extensamente distribuida est de hecho cada pro- piedad. El hecho de que esto sea, en ciertos casos, una tarea nada facil, no significa negar que es el mejor modo de enfrentarnos al problema de quiénes somos y cémo Megamos aqui.

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