La infancia es ese momento evolutivo en que las primeras experiencias asientan los pilares de nuestra personalidad, de nuestra autoconfianza y autoconcepto. El lenguaje de nuestros progenitores nos modela en un sentido u otro, dándonos seguridad o, por el contrario, minando la autoestima o incluso fomentando la ira. Está claro que nadie viene con un manual de instrucciones a este mundo, una guía que nos enseñe cómo ser mejores personas o, aún más importante: ser padres o madres. Podemos esforzarnos en dar lo mejor a nuestros hijos, en llevarlos a un buen colegio, pagarles actividades extraescolares para ofrecerles la mejor formación… pero en ocasiones se nos escapan pequeños detalles. Palabras. Gestos. Expresiones. Algunos días la vida se siente perfecta, otros días simplemente no funciona Lo bueno, lo malo, lo correcto, lo incorrecto, y todo lo que hay en el medio Es una locura, increíble, podemos convertir un corazón a través de las palabras que decimos Las montañas se desmoronan con cada sílaba, la esperanza puede vivir o morir IMPORTANCIA DEL LENGUAJE QUE UTILIZAMOS Cuando logramos utilizar o dar otra forma a nuestros mensajes, la idea que tenemos y lo que pensamos sobre ello puede cambiar completamente. Ayudar a crear una buena autoestima Si lo que pensamos influye directamente en lo que hacemos, el lenguaje cobra un papel clave en el proceso de desarrollo de los sentimientos. Cuántas veces a lo largo del día nos descubrimos juzgando nuestras acciones o las acciones de los demás con adjetivos peyorativos o despectivos, o halagadores y positivos. En función de cuáles empleemos, nos sentiremos y sentiremos al otro de un modo u otro. La frase automática que sale de muchas cabezas o bocas al hacer algo erróneamente es “qué tonto/a soy”. Al hacer eso, la persona se está juzgando a nivel global y no sólo a nivel parcial, no teniendo en cuenta sólo la acción que acaba de hacer. Por otro lado, al juzgar de manera global y decirse este tipo de frases, se auto etiqueta con una cualidad peyorativa. Repetirse una y otra vez esto cada vez que se comete una equivocación o algo sale mal, acaba por minar la autoestima de la persona, pues nuestra realidad es la que nosotros creamos, la que nos creemos.