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A propósito del 12 de diciembre, día de la virgen de Guadalupe.

Floriberto González González


En honor a los peregrinos y creyentes que encuentran en esta
imagen un asidero para su vida.
En memoria de mi amigo Jesús Morfín Garduño, que se fue de este
mundo de forma súbita.
Para Lizet Esther Ventura Alarcón, guadalupana de corazón, por
convicción y por fe. Y quien tiene en su haber una réplica de tamaño
original (foto).

Mi madre, la Sra. Apolonia González, fue muy religiosa. Hasta donde


me da el recuerdo, todas las noches antes de dormir, hincados en
un petate junto con mi hermana Adela, rezábamos el rosario frente a un altar lleno de santos: San
Antonio de Padua, San Martín Caballero, San Martín (el negro), el Niño de Atocha, la Virgen del
Rosario, la Virgen de Guadalupe, la Virgen de Juquila, la de los Remedios, y más. Pero era la virgen
de Juquila la que ocupaba un lugar especial en su altar y en su fe; durante treinta años, junto con mi
hermano Arnulfo, peregrinaron cada año al santuario de Juquila, Oaxaca; en dos ocasiones fui de
colado.

A la virgen de Guadalupe la vine a conocer en mi primera visita al D.F., hoy CDMX., como a la edad
de diez años (1965). Recuerdo que mi hermana Angélica me pidió que la acompañara al Tepeyac;
iba a hacer penitencia y de seguro a pedirle algún favor. La penitencia consistía en entrar de rodillas
desde la entrada principal, cruzando todo el atrio hasta llegar a las puertas de la catedral, la antigua,
esa que del lado oriente se estaba hundiendo y se veía toda chueca y seguirse de rodillas hasta el
altar. Por supuesto que me solidaricé con ella he hice la misma penitencia, aunque ya no me acuerdo
si le pedí algún favor. Años después, durante mi estancia en la CDMX (1974-1985), me asombraba
ver la cantidad de peregrinos que días antes del 12 de diciembre llegaban a ese lugar: en bicicleta,
en las carreras guadalupanas, caminando, en transporte o como fuera, pero había que llegar, había
que estar sin importar el sacrificio frente a ese misterio mítico llamado Guadalupe. Hoy, hay menos
católicos, e incluso se puede uno declarar ateo, pero eso sí: guadalupano.

Va un poco de historia. Me apasiona la vida de Hernán Cortés y de la Malinche, y a través de esas


lecturas, irremediablemente se topa uno con la historia de la guadalupana, esta es una de ellas. Dice
Zunzunegui (2020) que Guadalupe es un nombre árabe; y que, en Extremadura, España, existe el
Real Monasterio de Guadalupe, ubicado en la sierra del mismo nombre. Dicho monasterio fue
construido en el siglo XIV por Alfonso XI de Castilla (rey de 1312 a 1350), después de que derrotó a
los musulmanes, según él, con el apoyo de la virgen de Guadalupe. De ahí que la virgen pise una
media luna en señal de victoria sobre los moros.

Cuando Hernán Cortés, a la edad de 18 años abandona Castilla para encaminarse al nuevo mundo;
en su camino pasó por el Real Monasterio de Guadalupe, se postró e hizo votos frente a la poderosa
virgen negra, la que derrotó a los moros, la madre de Dios y Señora de todos los reyes de Castilla,
santa patrona de Extremadura, ante la que se hincaron y rezaron los Reyes Católicos, ante la que se
postró Colón antes de comenzar su viaje. La misma virgen a la que se encomendó Cortés en 1504 y
que la llevó con él como estandarte. Quién lo iba a predecir, que años después, esa virgen de la
sierra de Guadalupe en Extremadura, España, sería llevada al cerro del Tepeyac, y ese sería el mayor
de sus legados de Cortés a la Nueva España.

Después de la caída de Tenochtitlan y derribados los ídolos del Templo Mayor en 1521, Cortés coloca
en su lugar las imágenes de la cruz y el estandarte de la virgen de Guadalupe; esta última, sería
llevada después por los frailes al Tepeyácac, en donde ya era venerada, en su versión indígena, la
madre de Dios, Tonatzin -mejor sincretismo no se podía dar-. En 1524 llegaron los primeros doce
franciscanos, hermanos de la cofradía de San Gabriel, todos ellos guadalupenses para iniciar la
evangelización, y en 1555, construyen una ermita en Tepeyácac en donde colocaron el lienzo
pintado por Marcos Cipac. Todo gobierno y cada régimen ha necesitado una legitimación; y la
religión en muchas ocasiones ha sido el cómplice perfecto. Todo poder es una construcción hecha
con símbolos. Se iniciaba la conquista por la fe.

En 1528, Cortés regresa a Castilla y se presenta de nuevo frente a esa imagen en Extremadura,
llevando consigo ricos regalos de oro y piedras preciosas para agradecer milagros y favores, pero
también, con la conciencia de que había extendido su culto por el nuevo mundo.

Pero todo eso ya es historia ¿Qué importa ahora si todo el culto a la guadalupana en lo que hoy es
México y otras partes del mundo se fraguó en el Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco?
¿Qué importa si la imagen actual de la virgen de Guadalupe fue pintada en 1555 por Marcos Cipac
de Aquino alumno de dicho colegio? ¿Qué importa si la virgen indígena es una adaptación de la
virgen extremeña? ¿Qué importa si primero se construyó la ermita y después se le apareció a Juan
diego? ¿Qué importa si el lienzo en donde está estampada la imagen de la guadalupana mide 1,7
metros y el ayate de Juan Diego le llegaba del pecho a las rodillas? Todo eso ya no importa, como
tampoco importa si las historias de sus apariciones casi son idénticas: la extremeña se le apareció a
un pastor humilde y sencillo, igual que la guadalupana a Juan Diego. La fe no está a discusión.

Hay que entender que la historia no ofrece alternativas, que lo que pasó, pasó; y que cualquier otra
posibilidad existe sólo en el terreno de la imaginación. Una vez creado el relato mítico que unifica,
ya no necesita una explicación racional. Sólo hay un México, el que es producto de lo que
protagonizaron Cortés y Moctecuzoma y que cada 12 de diciembre es una fiesta nacional para
conmemorar a la virgen de Guadalupe con sus títulos nobiliarios: Reyna de México y Emperatriz de
América, más los que se vayan acumulando.

¡Qué paradójico! De manera perversa nos enseñaron a odiar a Cortés, pero amamos su legado
religioso para apaciguar un poco el alma, para convivir, para hacer fiesta, para estar alegres. Como
lo dijera Carlos Fuentes: Somos lo que somos porque Hernán Cortés, para bien y para mal, hizo lo
que hizo.

Zunzunegui, J. M. (2020). Hernán cortés, encuentro y conquista. Grijalbo, CDMX.

Diciembre del 2021.

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