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ricardo f. crespo
filosofía
de la economía
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ISBN: 978-84-313-0000-0
Depósito Legal: NA 0000-2012
Prólogo . ...................................................................................................................... 9
Introducción: ¿Por qué una filosofía de la economía? . .............................................. 13
Parte 1:
Lo económico y su ciencia:
una aproximación filosófica
II. Lo económico ................................................................................................ 25
III. La ciencia económica .................................................................................... 39
IV. Características y método de la ciencia económica ........................................ 53
V. Economía y ética ........................................................................................... 65
VI. Modelos y mediciones . ................................................................................. 75
VII. Los últimos sesenta años de ideas sobre la ciencia económica y su método . 87
Parte 2:
La actividad económica
VIII. Las actividades económicas .......................................................................... 109
IX. El trabajo humano ......................................................................................... 121
X. El capital y la empresa .................................................................................. 135
XI. Las crisis globales y la globalización ............................................................ 147
XII. Breve conclusión ........................................................................................... 157
I
Introducción:
¿Por qué una filosofía de la economía?
1. Cfr. Alfredo Cruz Prados, Filosofía política, EUNSA, Pamplona, 2009, p. 111.
INTRODUCCIÓN: ¿POR QUÉ UNA FILOSOFÍA DE LA ECONOMÍA 15
de los datos generados en los diversos campos que hoy día están separados»2. Ese
sistema conceptual puede ser la ciencia práctica aristotélica. Pero con anterioridad
a este tipo de intuiciones, la razón teórica (la que conoce más allá de lo sensible o
experimentable) y la razón práctica (o ética) han quedado soslayadas. La empresa
de unificación de las ciencias sociales alrededor de la política tiene como condi-
ción la recuperación de estos usos de la razón.
… por último, con el prodigioso avance de la ciencia a partir del siglo xvii,
el nuevo instrumento de conocimiento había de convertirse, nos inclinamos a de-
cir que inevitablemente, en el vehículo simbólico de la verdad gnóstica […] El
cientifi[ci]smo ha permanecido hasta hoy como uno de los movimientos gnósticos
más pujantes dentro de la sociedad occidental y el orgullo inmanentista de la ciencia
es tan fuerte que incluso las ciencias especializadas nos han dejado cada una un se-
dimento específico en sus diversas versiones de la salvación por medio de la Física,
la Economía, la Sociología, la Biología y la Psicología3.
3. Eric Voegelin, Nueva ciencia de la política, Rialp, Madrid, 1968, p. 199 (The new science of
politics: an introduction, The University of Chicago Press, Chicago, 1952). La traducción que consta
en el texto es «cientifismo».
18 filosofía de la economía
Parece bien actual. Detrás del proceso de la ciencia económica hay un proce-
so de ideas. Las ideas mueven al mundo, pero no lo mueven de un modo directo,
6. Jorge Luis Borges, Antología personal, Sur, Buenos Aires, 1961, p. 47.
20 filosofía de la economía
Lo económico y su ciencia:
una aproximación filosófica
II
Lo económico
1. Uskali Mäki (ed.), «Economic ontology: What? Why? How?», en The economic world view.
Studies in the ontology of economics, Cambridge University Press, Cambridge-Nueva York, 2001, pp.
3-14; p. 4.
26 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
1. Significado de lo económico
2. En español el término «economía» designa tanto a la ciencia económica como a su objeto de
estudio. Como se trata de caracterizar al objeto, no a la ciencia, para evitar confusiones he decido usar
el adjetivo sustantivado «lo económico» para designarlo.
3. Tomás de Aquino, In Analyticorum Posteriorum, I, lect. 1, n. 33, Marietti, 1955, p. 161. Sigue a
Aristóteles, quien afirma lo mismo en Tópicos II, 2, 110a 16-17.
LO ECONÓMICO 27
4. Para una exposición resumida de la analogía, cfr. Juan José Sanguineti, Lógica, 3.ª ed., EUN-
SA, Pamplona, 1989, Primera Parte, capítulo IV.
5. Rafael Alvira, «Economía y filosofía», en Filosofía para un tiempo nuevo, RSE Matritense de
Amigos del País, Madrid, 1988, pp. 157-164; p. 159.
28 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
tercero, es su connotación social, por virtud del carácter social del hombre. Nos
hemos movido hasta ahora en el primer estrato. Es decir, el hombre es económico
en cuanto necesitado.
Pasamos al segundo estrato de lo económico. Las necesidades dan lugar a ac-
ciones que se basan en ciertas capacidades. En primer lugar, el hombre puede co-
nocer y poner los medios para disponer de los recursos que precisa para satisfacer
sus requerimientos. En segundo lugar, visto que tiene que hacerlo del modo más
razonable posible, según las disponibilidades con que cuenta y según su definición
de prioridades, el hombre tiene una razón adaptada a esta peculiar modalidad de
elegir. Podríamos decir que la racionalidad humana tiene una dimensión econó-
mica. A partir del estudio de la razón, el hombre elige y puede actuar económica-
mente, tratando de usar sus recursos del mejor modo posible. Esto supone que el
hombre es libre, dentro de los márgenes impuestos por sus limitaciones. Es decir,
el hombre es económico en cuanto que puede elegir y actuar optimizando.
En cuanto al tercer estrato de lo económico, se ha de decir que la condición
social del hombre tiene relación con sus limitaciones materiales. Los actos que
dan origen al uso de bienes útiles son, la mayoría de las veces, interacciones de
individuos. Por una parte, se puede pensar que la necesaria división del trabajo
impuesta por las limitaciones humanas da origen a relaciones sociales. Por otra, se
podría inferir que, a la inversa, la condición social del hombre viene en su auxilio
como una solución a estas limitaciones. El hombre tiene una naturaleza tal que
hace que sus actos se den en su marco social. Pero además, no puede haber actos
de intercambio sin un mínimo de confianza en el ámbito de una comunidad. El in-
tercambio se hace muy difícil, por no decir imposible, en un clima de desconfian-
za generalizada. A pesar de que se pueda tratar de aislar al individuo y analizar sus
actos económicos individuales, en la realidad solo existen individuos que hacen
economía en determinadas circunstancias sociales y jurídicas. Además, ya vere-
mos cómo lo económico toma su verdadero sentido en el marco de la sociedad.
En cualquier caso, estas relaciones económicas se cristalizan en instituciones eco-
nómicas en las que lo social y lo económico están indisolublemente entrelazados,
como el dinero o el mercado. Estas instituciones no están aisladas sino insertas
en un todo social más amplio, la sociedad civil. Se debe agregar que la esencia
social del hombre implica efectos sociales de los actos económicos individuales.
Es decir, lo económico es como el hombre, esencialmente social. Hasta aquí, lo
económico como rasgo antropológico: el hombre tiene necesidades y actúa social-
mente para satisfacerlas.
LO ECONÓMICO 29
Los párrafos anteriores ya nos dicen algo sobre las acepciones de lo eco-
nómico. Podríamos hablar de una naturaleza humana económica y de una razón
humana económica. Sin embargo, notamos que estamos a un nivel de generalidad
que solo da lugar a una noción «impropia» de lo económico. Cuando hablamos de
lo económico nos referimos a algo más concreto. La economía no es la ciencia de
las actitudes espirituales del hombre en general; tampoco es la ciencia genérica de
los fines de la conducta libre; ni la ciencia de la realidad social en que se ejerce esa
conducta libre. Se debe precisar más. Sin embargo, aunque no sean las principales,
estas acepciones son importantes pues hacen referencia a la raíz de lo económi-
co: la limitación humana debida a la materialidad (ligada, consiguientemente, a
la temporalidad) y su capacidad de superarla especialmente en un marco social.
Conste entonces que esta noción es impropia con relación a otra que será propia.
«Impropio» aquí, aclaro, no es equivalente a ilegítimo o negativo.
Por otra parte, a partir de esos párrafos, se puede hablar de dos acepciones
propias de lo económico. La primera, más amplia, se refiere a la necesidad hu-
mana. En este sentido, podemos afirmar que lo económico está constituido por el
conjunto de las decisiones y acciones dirigidas a la satisfacción de las necesidades
humanas, materiales o espirituales, mediadas materialmente. De este modo hemos
concretado más y ya podemos hablar de una primera noción propia.
La segunda acepción propia es más estricta. Introduce un modo peculiar de
realizar estos actos económicos: el «razonable», el «mejor posible», el «óptimo»,
«maximizador» o «principio económico», como lo llaman los economistas. En
efecto, volviendo sobre las definiciones de los diccionarios, vimos que se dice
económico a todo lo relativo a la satisfacción de las necesidades del hombre ma-
teriales o mediadas por lo material (sentido propio amplio). Pero también es eco-
nómico el realizar este acto procurando sacarle el mayor provecho posible a los
recursos (sentido propio estricto).
Diríamos, hasta aquí, que hemos distinguido acepciones impropias –que ha-
cen referencia a las raíces de lo económico– y acepciones propias, que definen
el objeto mismo de lo económico. Dentro de las propias, proponemos una más
amplia y otra más estricta (cfr. Cuadro I).
A continuación se analizarán ambas nociones propias más detenidamente.
30 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
Cuadro I
Sentido impropio
Economía Amplio
Sentido propio
Estricto
Según quedó definida, la primera noción propia –la amplia– comprende los
actos relativos a la adquisición, disposición o uso de bienes útiles para la satis-
facción de requerimientos humanos. Hablamos de unos requerimientos humanos.
Esta palabra, «requerimiento», es más amplia que «necesidad». La uso ex profe
so para incluir tanto las demandas originadas en necesidades básicas, como las
que surgen por requerimientos superfluos, o que no hacen de modo directo a la
subsistencia. En economía, la «utilidad» es la propiedad de los bienes por la que
satisfacen requerimientos.
Esta noción propia amplia de lo económico es entonces un tipo de acción
humana. Es una acción, provista de cierta racionalidad, libre, encaminada a dispo-
ner de bienes y servicios que sirven para algo que el hombre requiere. Aristóteles
también propone una noción de lo económico como un tipo de acción determina-
do. Para él, la economía era el uso de lo necesario para la vida buena (la vida vir-
tuosa). Pero no solo esta acción, sino también la capacidad, el hábito y el estudio
acerca de esta acción6. Por eso, a pesar de que considero cuatro sustantivos para
9. Antonio Millán Puelles, Economía y libertad, Confederación Española de Cajas de Ahorro,
Madrid, 1974, pp. 21, 64 y 95.
10. Cfr., La función social de los saberes liberales, Rialp, Madrid, 1961, pp. 27-28.
LO ECONÓMICO 33
hace porque otro desea su resultado, no por un interés directo en hacerla, es decir,
cuando se dirige a procurar algo intercambiable. Para al filósofo italiano Vittorio
Mathieu la economía política se ocupa específicamente de la «colaboración por
recíproca conveniencia»11.
La noción propia amplia de lo económico coincide, a grandes rasgos, con el
significado «substantivo» de la ciencia económica, definido por Karl Polanyi con
relación al significado «formal» del siguiente modo12:
Señala el hecho elemental de que los seres humanos, como cualquier otro
ser viviente, no pueden subsistir sin un entorno físico que los sustente. El proceso
económico les proporciona los medios para satisfacer sus necesidades.
Finalmente, las decisiones y acciones económicas no son violentas, pues el
robo no es algo económico. Son decisiones y acciones de disposición de recur-
sos para ciertos objetivos. Hasta aquí ya tenemos una noción de lo económico:
actos libres relativos a la adquisición, disposición o uso de bienes útiles para la
satisfacción de requerimientos humanos en un marco social. La acepción propia
amplia de lo económico define un campo de la realidad humana. Veremos cómo la
acepción propia estricta es una perspectiva de aproximación a ese campo.
11. Vittorio Mathieu, Filosofía del dinero, Rialp, Madrid (Filosofia del denaro, Armando Editore),
1990, p. 17.
12. Primitive, archaic, and modern economies. Essays of Karl Polanyi, editados por George Dal-
ton, Beacon Press, Boston, 1968, pp. 139-140.
34 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
reduce los elementos a tener en cuenta: facilita el trabajo de la razón, pues, si no, la
excesiva complejidad, causada por la multitud de alternativas, nos deja perplejos.
La realidad de la limitación es un rasgo antropológico evidente, también liga-
da a la materialidad humana. La cuestión de la escasez ha sido tema de reflexión
de muchos pensadores. Ha sido planteado de modo singular por Robert Malthus.
La teodicea (entendida como explicación de la escasez) de Malthus considera la
necesidad y la escasez como instrumentos de formación de la mente. Reciente-
mente, Albino Barrera argumenta filosófica y teológicamente que Dios creó el
mundo con el material suficiente para cubrir las necesidades de los hombres; pero
esa suficiencia es condicional al trabajo del hombre para evitar limitaciones de
varios géneros13.
Por eso, existe una dimensión económica necesaria en la perfección humana.
La suficiencia material provista por Dios es condicional. Luego la acción econó-
mica, es causa perfectiva secundaria. Dios quiere un estado de suficiencia material
para el hombre, no de escasez (como en Malthus). Pero la actualización de este
estado corresponde a la conducta humana, que tiene, entonces, un carácter moral.
El hombre está obligado a desarrollar la actividad económica, en cuanto que esta
es necesaria para obtener lo que él necesita. Este análisis nos lleva a recordar dos
rasgos ya mencionados: primero, la centralidad de la significación de acción de lo
económico y, segundo, la dimensión normativa de lo económico.
Quisiera hacer notar que la visión de Barrera acerca de la escasez es equiva-
lente en un punto a la aristotélica. Presupone un individuo con deseos limitados.
Puesto que si los deseos fueran ilimitados, la escasez se daría en cualquier caso.
En este supuesto de ilimitación, la concepción propia amplia de lo económico no
tendría sentido pues siempre sería necesario maximizar. No habría lugar para una
pacífica provisión de lo que está o se puede producir sin una obsesión por el ren-
dimiento óptimo, ya que este último siempre sería necesario visto que los deseos
no se colmarían nunca y siempre estaríamos tratando de cubrirlos lo más o mejor
posible. Esto sucede cuando el hombre se deja gobernar por deseos, que pueden
ser ilimitados, en vez de cubrir necesidades, que siempre son limitadas. De hecho,
hoy día sucede algo de esto, pero parece más bien una adicción patológica. Aristó-
teles concibe una oikonomiké (económica) que usa de los bienes necesarios para la
vida buena y una crematística arte por el que se producen o adquieren esos bienes.
La crematística es parte de la económica a condición de que busque los medios
13. Cfr. Albino Barrera, God and the evil of scarcity, University of Notre Dame Press, Notre
Dame, Indiana, 2005, passim.
36 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
según los límites impuestos por el fin de la polis. La política y ética aristotélicas
establecen el criterio de distinción entre una crematística económica –subordinada
a ellas– y otra no económica.
Aristóteles describe sus características en la Política (I, 8 y 9). En primer lu-
gar, una es natural y la otra no. La crematística que forma parte de la económica es
la natural. Segundo, la crematística natural es necesaria, la no natural; innecesaria.
Esta característica distintiva proviene de una tercera que es la más importante. La
crematística natural, busca su fin de un modo limitado; la no natural en cambio,
ilimitadamente. Para esta última «no parece haber límite alguno en la riqueza y
la propiedad». «Esta crematística comercial parece tener por objeto el dinero, ya
que el dinero es el elemento y término del cambio, y la riqueza resultante de esta
crematística es ilimitada […] La economía doméstica […] tiene un límite, pues
su misión no es la adquisición ilimitada de dinero», sino el «tener a mano los
recursos almacenables necesarios para la vida». «Ambas utilizan la propiedad,
pero no de la misma manera, pues una persigue un fin exterior y la otra su propio
aumento». De allí que algunos confundan y piensen que el fin de la economía sea
buscar aumentar la riqueza indefinidamente. La verdadera riqueza no es ilimita-
da, sostiene Aristóteles, sino una cantidad acotada de instrumentos económicos y
políticos. Todo arte, sigue Aristóteles, busca su fin de un modo ilimitado, pero los
medios son necesariamente limitados a ese fin. Siendo el fin de la crematística la
riqueza y las posesiones, si no se la ciñe, los buscará de un modo ilimitado.
Aristóteles sostiene que el límite de la riqueza es lo necesario para vivir bien.
Se requiere cierta medida de bienes de fortuna para vivir bien y alcanzar la fe-
licidad –eudaimonia–, para vivir moderadamente. Para Aristóteles, «los bienes
externos, en efecto, tienen un límite, como todo instrumento, y todas las cosas son
de tal índole que su exceso perjudica necesariamente» (Política IV ).
La crematística ilimitada, en cambio, ignora la virtud y solo busca el vivir.
¿Cuál es la causa? La ilimitación del apetito que lleva a buscar los medios también
ilimitadamente. El deseo de placeres, que parecen depender de los bienes que se
poseen, provoca el deseo de dedicarse por completo a los negocios. Se usa de las
facultades de un modo antinatural buscando como fin en todas ellas el producir
dinero. Tomás de Aquino, en su Comentario a la «Política» de Aristóteles da su
explicación de esta causa, que resulta más completa por su clara noción de la ili-
mitación de la concupiscencia.
Por ello, según Aristóteles, la crematística ilimitada sigue el principio gene-
ral de conseguir siempre que sea posible el monopolio. Solamente busca la mayor
ganancia, no el aprovisionamiento y la producción adecuados y suficientes. Esta
ilimitación que transforma al medio en fin es el propio de la economía actual.
LO ECONÓMICO 37
Como tal, ha sido considerada por pensadores tan variados como Weber y Karl
Marx. Ambos interpretan en este sentido el fenómeno capitalista. Weber como
diagnóstico, donde la racionalización moderna conlleva la dominación de los fi-
nes por los medios, y Marx como denuncia, donde la alienación lleva consigo la
dominación de los hombres por las mercancías.
Con esto no quiero afirmar que no se dé una situación de escasez o limitación
en la realidad. Por más que se busquen colmar necesidades limitadas, de hecho
estas no están disponibles para todos en cualquier momento. La limitada condi-
ción humana implica más bien la necesidad habitual de una acción económica
maximizadora. Los bienes son suficientes pero no están distribuidos de modo que
la tarea asignativa sea dispensable. Por eso, no basta con que haya intercambio,
sino que se ha de procurar que sea óptimo. La limitación lleva al intercambio y su
optimización a la fijación de un precio adecuado. Se trata de usar inteligentemente
los recursos, haciéndolos rendir lo más posible. Este es, inclusive, un imperativo
moral.
5. Conclusión
Una filosofía de la economía debe comenzar por determinar qué significa «lo
económico». Hemos distinguido varias acepciones de este término.
En primer lugar, una acepción impropia que hace referencia a la raíz de lo
económico: el hecho de que el hombre es limitado, requiere recursos que también
son limitados y usa su razón para distribuirlos del mejor modo posible. Esta si-
tuación es aplicable a realidades que están más allá de lo económico. Por eso, el
hombre y la razón humana son económicos solo en sentido metafórico.
Una acepción propia de lo económico puede tener dos subacepciones: pro-
pia en sentido amplio y en sentido estricto. Lo económico en sentido amplio es
el material económico substantivo, todo lo relativo al uso de los recursos para la
satisfacción de las necesidades. Una característica de este material, para que sea
propiamente económico, es que sea intercambiable (y que consecuentemente, sea
susceptible de recibir un valor económico), lo que nos habla de su dimensión so-
cial. Por otro lado, es libre, frecuentemente relativo a hechos futuros, e incierto.
Lo económico propio en sentido estricto es el mejor modo de usar dicho
material, una asignación eficiente de los recursos a los requerimientos humanos.
Según hemos visto, una correcta ordenación de lo económico implica que esos
requerimientos sean limitados. No es necesario que todo lo económico responda a
esta definición estricta. La economía puede ser simplemente una acción, la mayo-
38 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
1. Lionel Robbins, Ensayo sobre la naturaleza y significación de la ciencia económica, Fondo
de Cultura Económica (FCE), 1944 (Essay on the nature and significance of economic science, Mac
millan, Londres, 2.ª ed. 1935), p. 1.
2. Roger E. Backhouse y Stephen G. Medema, «On the definition of economics», Journal of
Economic Perspectives, 23/1, 2009, 221-233; 223.
40 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
Una conclusión posible que se puede extraer de esta falta de acuerdo es que
realmente no tiene importancia definir la economía […] Otra posible conclusión es
que el material de estudio de la economía es demasiado amplio como para quedar
incluido en una definición escueta […] Jacob Viner reflejó este espíritu en su frase
frecuentemente citada: «Economía es lo que hacen los economistas».
Quienes se han ocupado de este tema sostienen que, entre las diversas ver-
siones de la ciencia económica que se han propuesto a lo largo de su historia, han
predominado dos. Una trata sobre la parte de los asuntos humanos relacionada
con la condición material del hombre. Otra se refiere a una perspectiva de análisis
de toda acción humana. El surgimiento de esta última versión tiene relación con
requerimientos epistemológicos adoptados por la ciencia económica. En este capí-
tulo se analizan ambas versiones junto a un balance de sus pros y contras.
Como ha señalado el premio Nobel de economía Ronald Coase hay dos tipos
de definiciones de ciencia económica3. Las primeras enfatizan el estudio de ciertos
tipos de actividades humanas; mientras que las segundas hacen de la ciencia eco-
nómica el estudio de cierta perspectiva, aplicándola luego a todas las elecciones
humanas. Israel Kirzner las llama definiciones tipo A y tipo B: Las primeras desig-
nan un departamento o sector particular de los asuntos humanos, y las segundas,
un aspecto concreto de todas las acciones humanas. Robbins las denomina defi-
nición materialista y escasez, y las caracteriza como «clasificatoria» y «analítica»
respectivamente. Phelps Brown las llama definiciones «determinadas por el cam-
po» y «determinadas por la disciplina»4. Estas diferentes versiones de la ciencia
económica corresponden aproximadamente a la división de Polanyi entre signifi-
3. Ronald H. Coase, «Economics and contiguous disciplines», The Journal of Legal Studies, 7/2,
1978, 201-211; 206-207.
4. Cfr. Israel M. Kirzner, The economic point of view, Sheed y Ward Inc., Kansas [1960] 1976,
p. 17; Lionel Robbins, Ensayo sobre la naturaleza… cit., [1935] 1944, capítulo 1; y Ernest Hen-
LA CIENCIA ECONÓMICA 41
ry Phelps Brown, «The underdevelopment of economics», The Economic Journal, 82/325, 1972,
pp. 1-10; p. 7.
5. Alfred Marshall, Principles of economics, 8.ª ed., 1962, Macmillan, Londres, [1870] 1920-
1962, p. 1; versión cast.: Principios de economía, Aguilar, Madrid, 1948, p. 3; y pp. 22 y 24, respec-
tivamente.
42 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
naria de «económicas», sin importar que sean racionales o no, inestables, impre-
decibles, inciertas, relacionadas con los medios o los fines, con hechos o valores,
deberían considerarse como parte de la ciencia económica.
Se trata, por tanto, de un objeto bien difícil de conocer. Por ello, para facilitar
el conocimiento de lo económico, la ciencia económica tendió a evolucionar hacia
una ciencia formal. La ciencia económica procuró crear un objeto determinado,
objetivo, preferiblemente observable, porque la categoría de «ciencia positiva» a
la que aspira a pertenecer es un estudio exacto acerca de este tipo de objetos. De-
bía evitar el subjetivismo, la introspección, los juicios de valor, y aunque su objeto
de estudio es cambiante, necesitaba fijarlo en un punto determinado.
Esta transformación en ciencia formal comienza en el siglo xix. Nassau Senior
fue el primer economista que proscribió los fines y la prescripción de la economía,
sosteniendo una distinción entre el análisis positivo o neutral, y las recomenda-
ciones de política económica en su Outline of political economy (1836). En 1860,
dio el discurso presidencial de la Sección F («Ciencia económica y estadística»)
de la British Association for the Advancement of Science6. La Sección F tenía
que afirmar su respetabilidad científica, y sus merecimientos para quedar incluida
entre los objetos ya establecidos de la ciencia natural. Senior hizo una breve ex-
posición de su visión estrecha de la ciencia económica y de las funciones de los
economistas según la cual este objeto queda confinado a los límites de una ciencia
“positiva” estricta. Es decir, la ciencia económica, viéndose presionada por los
requerimientos de las ciencias naturales, modifica su objeto de estudio para ajus-
tarse a esta concepción particular de la ciencia.
Así llegamos a la definición formulada por Robbins, influida por las nocio-
nes de Menger, Weber y Mises: «La economía es la ciencia que estudia la conduc-
ta humana como una relación entre fines y medios limitados que tienen diversa
aplicación»7. Es decir, la economía es la ciencia de una visión específica de la
elección. Entonces, de este modo, la ciencia económica se transforma en una cien-
cia formal. Es formal porque su objeto de estudio ya no es un campo relacionado
con las necesidades humanas materiales, con la producción y la distribución, que
suponen un contenido material concreto. Pasa a ser la elección, cualquier elección,
en cuanto requiere una adaptación de medios a fines, un aspecto, punto de vista
o perspectiva de aproximación a cualquier acción humana. De hecho, original-
mente se ocupa del material económico bajo el aspecto de asignación eficiente
6. «Statistical Science», en R. L. Smyth (ed.), Essays in economic method, Gerald Duckworth &
Co. Ltd., Londres, 1962, pp. 19-24.
7. Lionel Robbins, Ensayo sobre la naturaleza… cit., [1935] 1944, p. 39.
LA CIENCIA ECONÓMICA 43
8. Carl Menger, Investigations into the method of the social sciences with special reference
to economics, New York University Press, Nueva York y Londres, 1965 (Untersuchungen über die
Methode der Socialwissenschaften und der Politischen Oekonomie insbesondere, Ducker & Humblot,
Leipzig), [1883] 1965, pp. 217-219.
9. John von Neumann y Oskar Morgenstern, Theory of games and economic behavior, Prin
ceton University Press, 1944; y Leonard J. Savage, The foundation of statistics, Dover, Nueva York,
[1954] 1972.
44 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
Es decir, se ocupan de todos los actos humanos desde una perspectiva especí-
fica. Dado que esta perspectiva es estrecha, su conocimiento es parcial, y traslada
la parcialidad de este análisis al estudio de toda conducta intencional. La lógica
económica de lo económico estricto toma el lugar de la lógica de todas las ciencias
sociales. Es lo que se llamó «imperialismo científico» de la economía. Dada esta
situación podemos preguntarnos si esta tendencia mejora a la ciencia económica
(y a las otras); o si la ciencia económica se transforma en otro tipo de ciencia.
Coase, en el mismo escrito, indica que esta doble tendencia es errónea. Sostiene
que la ciencia económica debería estudiar las otras ciencias sociales para entender
mejor el funcionamiento del sistema económico, en vez de tratar de imponer su
lógica a esas ciencias sociales. Por otra parte, parece inadecuado transformar la
lógica, por ejemplo, del derecho y la política, en la eficiencia, cuando, como ya se
señaló, debería ser la justicia y el bien común respectivamente.
10. «Razón autónoma y modelos matemáticos de la acción», Revista Empresa y Humanismo, VII,
1/04, 2004, 83-104; 89. Cfr. también su trabajo «Dos visiones distintas de la racionalidad en econo-
mía», Valores, XXIV/65, 2006, 29-34.
11. Ronald H. Coase, «Economics and contiguous disciplines»,. cit., p. 207.
LA CIENCIA ECONÓMICA 45
2. Economía y racionalidades
12. Robert Scoon, «Professor Robbins’ definition of economics», Journal of Political Economy,
51/4, 1943, 310-320; 311.
46 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
conocer, querer y vivir), no pueden existir actos puramente técnicos, porque todo
acto humano supone voluntariedad y, entonces, su mismo ejercicio deja alguna
marca en el interior de la persona. Mientras la racionalidad práctica es raciona-
lidad de fines y de medios en cuanto impactan sobre los fines, la racionalidad
técnica es una racionalidad de medios exclusivamente. Esta última puede ser tanto
una racionalidad de medios eficiente o maximizadora, o puede ser indiferente a la
eficiencia o maximización. En el Cuadro II figuran dichas racionalidades.
Cuadro II
Teórica
Económica
Maximizadora
Racionalidad Lógica
Instrumental No económica
De la acción
No maximizadora
Práctica
13. Max Weber, Economy and society, editado por G. Roth y C. Wittich, University of Califor-
nia Press, Berkeley y Los Ángeles, 1978, pp. 24-25.
LA CIENCIA ECONÓMICA 47
14. Como ha sugerido Josef Pieper, aunque es posible y legítimo usar términos técnicos con
significados específicos, deberíamos desconfiar de toda determinación conceptual que se aparte con
originalidad del uso común del lenguaje de la gente culta: en «El filosofar y el lenguaje», Anuario
Filosófico, 21/1, 1998, 73-84; 73.
15. Alfred Marshall, Principios de economía, cit., pp. 45 y 51.
48 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
16. Lionel Robbins, Ensayo sobre la naturaleza…, cit., [1935] 1944, pp. 25-26, nt. 11.
LA CIENCIA ECONÓMICA 49
Cuadro III
Racionalidad práctica
Material económico
17. Cfr. James M. Buchanan, Economics. Between predictive science and moral philosophy,
Texas A&M University Press, Texas, 1987, pp. 68 y 70; 78.
50 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
Esto nos habla de una ciencia que abarca puntos de vista de varias disciplinas
humanas: la «teoría económica», la sociología, la historia, la antropología cultural,
la filosofía política y social, la ética, la política. Resulta claro que el principio uni-
ficador es la referencia a los fines de las acciones, en este caso, de tipo económico
(relativas al uso de recursos intercambiables para la satisfacción de necesidades).
Esas disciplinas son ciencias prácticas en el sentido clásico. No se debe olvidar
que para Aristóteles, entre estas, la más «arquitectónica» es la política que, en su
más genuino sentido clásico, es ética. Dice en la Ética Nicomaquea (I, 2):
Si existe algún fin de nuestros actos queramos por él mismo y los demás por
él […] es evidente que este fin será lo bueno y lo mejor […] Si es así, hemos de
intentar comprender de un modo general cuál es y a cuál de las ciencias o facultades
pertenece. Parecería que ha de ser el de la más principal y eminentemente directiva
[architektonikes]. Tal es manifiestamente la política […] [L]as facultades más esti-
madas le están subordinadas, como la estrategia, la economía, la retórica. Y puesto
que la política se sirve de las demás ciencias prácticas y legisla además qué se debe
hacer y de qué cosas hay que apartarse, el fin de ella comprenderá el de las demás
ciencias, de modo que constituirá el bien del hombre.
18. «La articulación republicana de la sociedad civil como intento de superar el liberalismo»,
en Jornada sobre la sociedad civil como fórmula de integración social, Fundación Independiente,
Madrid, 1998, p. 47.
52 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
3. Conclusión
1. Editado por Porrúa, México, 2010. No conozco nada mejor sobre este tema.
54 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
Esta expresión pretende reflejar la idea de que unos mismos datos pueden dar
origen a diversas teorías que los expliquen. Los economistas saben que hay varias
teorías de los ciclos, las crisis, el capital, el interés, etc. ¿Cómo sabemos cuál es
la verdadera? Los epistemólogos hablan de una serie de valores epistémicos que
nos guían en la elección de las teorías2. Es decir, reconocen que, frente al carácter
lógicamente imperfecto de las conclusiones de cualquier inducción enumerativa,
y al abanico de posibles explicaciones, debe aparecer otro tipo de conocimiento
que permita conocer la realidad. Este tipo de conocimiento es la intuición intelec-
tual –o teoría– que capta la causalidad envuelta en los procesos bajo estudio. Estas
teorías tienen diversos grados de generalidad dependiendo de la naturaleza del
fenómeno estudiado. No podemos pensar en más principios universales o axio-
mas que los provistos por la antropología filosófica. El resto son relativos a las
estructuras institucionales, características de psicología social, culturas, historia y
demás factores que influyen en los hechos analizados. Por eso, es posible que haya
diversas teorías que respondan a diversas situaciones.
2. Carácter imprescindible de los datos: por eso, sin perjuicio de lo anterior,
sin datos empíricos no podemos hacer ciencia social, tanto porque las teorías en
lo social son muy sensitivas a las situaciones, como porque es necesaria una expe-
riencia previa para plantear hipótesis, y los datos son necesarios para confirmarlas
y ajustarlas. Los valores epistémicos solos no nos garantizan la verdad del conoci-
miento. Alasdair MacIntyre, por razones sobre las que volveré, pone el acento en
la necesidad de conocer muy bien las regularidades sociales para poder predecir
en estas ciencias3.
3. Teoría y observaciones empíricas se apoyan mutuamente y combinan de
modo que no compartimos ni un positivismo en el que lo único relevante son los
datos en una especie de «metromanía», «experimentomanía» o «matematosis»4,
ni un «teoricismo» que deja de lado los datos empíricos. De una parte, la teoría
ha tendido a expresarse axiomáticamente mediante la matemática. Pero la mate-
mática sola, sin acudir a las observaciones o experimentos, puede llevarnos muy
lejos de la realidad. Por otra parte, «juntar datos», sin teoría, no es hacer ciencia:
no nos lleva a ninguna parte. Las correlaciones no nos dicen nada si no nos ayudan
a captar causalidades. Son muchos los autores contemporáneos que señalan los
2. Cfr. Mariano Artigas, Filosofía de la ciencia, EUNSA, Pamplona, 1999, pp. 213-215.
3. Tras la virtud, (After virtue, 2.ª ed., University of Notre Dame Press, Notre Dame, Indiana),
Crítica, Barcelona, 2001, pp. 133-134.
4. Todos son términos usados por Fritz Machlup en «El complejo de inferioridad de las ciencias
sociales», Libertas 7, 1987, 279-280. Pitirim Sorokin habla de «testomanía» y «quantofrenia» en
Achaques y manías de la sociología moderna y ciencias afines, Aguilar, Madrid, 1964.
CARACTERÍSTICAS Y MÉTODO DE LA CIENCIA ECONÓMICA 55
5. The waste land and other poems, Harcourt, Brace & Co., Londres, 1962, p. 81. Traducción de
J. L. Borges.
6. Cfr. Jacques Maritain, Razón y razones, Desclée de Brouwer, Buenos Aires, 1951, cap. III.
Dice Maritain: «En cuanto a los sucesos de libertad, son imprevisibles pero por una razón eminente. No
son previsibles con certeza ni por sí ni por accidente; son por su misma naturaleza absolutamente im-
previsibles con certeza, porque no dependen de ninguna necesidad, ni de derecho ni de hecho» (p. 57).
7. Filosofía de la ciencia, EUNSA, Pamplona, 1999, p. 188.
56 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
5. Los factores que posibilitan una generalización probable en esta materia
son hábitos, rutinas, instituciones, condicionamientos biológicos, físicos y estruc-
turales sociales. Como dice el economista y sociólogo Vilfredo Pareto: «… las
acciones humanas presentan ciertas uniformidades, y es solamente gracias a esa
propiedad que pueden ser objeto de un estudio científico»8. En el mismo sentido,
escribe el filósofo Alasdair MacIntyre, dando un paso más: «El grado de pre-
dictibilidad que poseen nuestras estructuras sociales nos capacita para planear y
comprometernos en proyectos a largo plazo»9. La naturaleza física también pre-
senta tendencias (climáticas, ciclos productivos, etc.) que pueden ser a veces muy
determinantes: no puede dejar de aumentar el consumo de gas en el invierno. Dice
Maritain: «Los actos libres, sin embargo, pueden ser previstos de una manera
más o menos probable, en razón de los motivos que solicitan la libertad, o de las
disposiciones, pasiones e inclinaciones del sujeto. Y de esta manera es posible
prever con cierta probabilidad próxima a la certeza el comportamiento medio de
una multitud humana conocida en circunstancias conocidas igualmente». A conti-
nuación, advierte: «Pero esta probabilidad es menor respecto al comportamiento
de tal persona singular […] en todo caso, presaber con certeza, con certeza objeti-
vamente fundada, a qué se decidirá la voluntad libre, esto es imposible de suyo»10.
Como ya he adelantado, Frank Knight distinguió en 1921 los conceptos de riesgo
e incertidumbre (en Risk, uncertainty and profit, cap. VII). Mientras que el prime-
ro puede ser analizado mediante una relación de probabilidad, para el segundo no
hay elementos para cálculo alguno, como también sostenía Keynes (por ejemplo,
en la Teoría general, capítulo XII, VII). En economía hay riesgo e incertidumbre.
El conocimiento no es completo.
6. La carencia de una síntesis superior completa de las ciencias humanas
debida a la limitación de los datos y de la teoría deja lugar a la tentación de que
la ideología tome ilegítimamente su lugar. Se debe reconocer la inexactitud de las
ciencias sociales debidas al carácter contingente de su objeto, a la libertad humana
y a la complejidad de los fenómenos analizados. Si hubiera una ciencia humana
que buscara la precisión propia de leyes auténticas, debería prescindir de cualquier
referencia a intenciones, propósitos, y razones para la acción: pero ya no sería
entonces una ciencia humana. Además, hemos de ser cautos para no suplir con
ideologías la tentación de reglar el futuro. La tendencia a querer analizar técnica-
11. En Wassily Leontief, «Theoretical assumptions and nonobserved facts», American Economic
Review 61/1, 1971, 1; y «The state of economic science», The Review of Economics and Statistics,
40/2, 1958, 106.
58 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
teoría. Sin embargo, persisten los problemas. En el volumen 100 (año 2001) del
Journal of Econometrics, que recoge una evaluación y prospectivas de la econo-
metría, el premio Nobel James Heckman señalaba una triple separación: la teoría
económica (que incluye la teoría de juegos), la teoría matemático-estadística (a la
que se están inclinando los econometristas) y las observaciones de los estadísticos.
Su prospectiva era condicional: solo serían útiles estos tres participantes si se inte-
graran12. No resulta fácil ya que la sofisticación de cada una de estas ramas requiere
una dedicación exclusiva y genera sociologías científicas cerradas.
Veamos entonces cómo ha de trabajar la economía. Una serie de observacio-
nes y la familiaridad con los hechos permiten postular hipótesis razonables. Los
valores epistémicos están implícitos en esa elección de las hipótesis por parte de
los científicos experimentados. Este es un paso fundamental, llamado «abduc-
ción» por los lógicos: una hipótesis adecuada a la realidad ahorra mucho trabajo.
A partir de las hipótesis hay que llegar, si estas no son proposiciones teóricas no
verificables empíricamente, a proposiciones empíricas por vía deductiva. Para ello
se suelen formular modelos matemáticos que permiten tanto un trabajo deductivo
riguroso, como la expresión precisa de la hipótesis y su testeo con datos reales. De
este modo se pretenden captar relaciones causales reales más o menos específicas.
Sin embargo, como ya se ha repetido varias veces, nos hallamos frente a un objeto
de conocimiento de naturaleza contingente (salvo principios muy generales que
obedecen a constantes antropológicas universales –bien pocas en relación con esta
materia–). Por eso este proceso:
1. Solo da origen a generalizaciones no universales que permiten una pre-
dicción también general, no precisa. Se ha procurado otorgar exactitud a
la teoría mediante su expresión en términos formales. Sin embargo, son
muchos quienes señalan las limitaciones de un lenguaje formal para ex-
plicar una realidad bien compleja.
2. El fundamento de cualquier predicción acertada basada en dichas genera-
lizaciones está en los hábitos humanos y en los condicionamientos bioló-
gicos, psicológicos y sociales estructurales.
3. Por todo lo anterior, es un campo propicio para la probabilidad y su testeo
estadístico.
4. La economía es altamente sensible a los elementos culturales, epocales e
incluso los propios de los grupos y personas particulares involucradas en
el hecho del que se trate.
13. William L. Newman, The Politics of Aristotle, Oxford University Press, I, p. 133; Ernest Bar-
ker en el comentario a su traducción de la Política, Clarendon Press, Oxford, 1952, p. 18, nota E; Carlo
Natali en «Aristotele e l’origine della filosofia pratica», en Laura Issepi (coautor) y Claudio Pacc-
thiani ( a cura di), Filosofia pratica e scienza politica, Francisci, Padova, 1980, pp. 115 y ss.; y Peter
Koslowski (ed.), Economics and philosophy, JCB Mohr (Paul Siebeck), Tubinga, 1985, pp. 1-3.
60 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
a) Inexactitud
Dice Aristóteles en la Ética Nicomaquea (I, 3):
Nos contentaremos con dilucidar esto en la medida que lo permite su materia;
porque no se ha de buscar el rigor por igual en todos los razonamientos […] Por
consiguiente, hablando de cosas de esta índole y con tales puntos de partida, hemos
de darnos por contentos con mostrar la verdad de un modo tosco y esquemático;
hablando solo de lo que ocurre por lo general y partiendo de tales datos, basta con
llegar a conclusiones semejantes […] porque es propio del hombre instruido buscar
la exactitud en cada género de conocimientos en la medida en que la admite la na-
turaleza del asunto; evidentemente, tan absurdo sería aprobar a un matemático que
empleara la persuasión como reclamar demostraciones a un retórico.
Más adelante, agrega: «Todo lo que se dice de las acciones debe decirse en
esquema y no con rigurosa precisión; ya dijimos al principio que se ha de tratar en
cada caso según la materia y en lo relativo a las acciones y a su conveniencia no
hay nada establecido» (II, 2). El motivo está claro, son las «diferencias y fluctua-
ciones», la «incertidumbre», propias de las acciones.
Todo economista reconoce que esta es la condición de su ciencia. Los he-
chos que estudia son inciertos, trabaja con actos humanos, que son libres y con el
futuro, y no es profeta. Esta es la esencia del mensaje de Keynes. También el de
George Shackle, y el de la escuela austríaca de economía. Esta aceptación no es
una actitud derrotista frente a un supuesto defecto sino la correspondiente adapta-
ción al objeto de estudio. Aristóteles, refiriéndose a la adaptación de la ley al caso
concreto –epiqueia– aclara: «… el yerro no está en la ley ni en el legislador, sino
en la naturaleza de la cosa, puesto que tal es desde luego la índole de las cosas
prácticas» (V, 10).
CARACTERÍSTICAS Y MÉTODO DE LA CIENCIA ECONÓMICA 61
más fáciles de conocer para nosotros» (I, 4). Por ello dirá que es muy importante la
costumbre, el contacto con las cosas. «Por esta razón –afirma– el joven no es dis-
cípulo apropiado para la política, ya que no tiene experiencia de las acciones de la
vida, y la política se apoya en ellas y sobre ellas versa» (I, 3). Estas ciencias están
muy cerca de lo singular y contingente. Requieren una adaptación al caso particu-
lar, considerando las circunstancias sociales, culturales e históricas, del lugar y el
tiempo. Por eso acuden, como lo hace Aristóteles a las opiniones comunes, la de
los sabios, las experiencias de uno u otro lado, las constituciones y experiencias
económicas de las diversas poleis o pueblos.
En el ámbito de la economía, luego de un fuerte predominio de las tendencias
metodológicas axiomático-deductivas, se está acudiendo a métodos hipotético-
deductivos con un importante énfasis en la verificación. Debemos aclarar que
esta relación con la experiencia no significa la adopción de un criterio positivista
clásico. A pesar de que hay economistas que se desentienden de la cuestión de la
verdad, conformándose con la coherencia y capacidad predictiva, no se ha perdido
la búsqueda de, como decía John Neville Keynes (el padre de John Maynard), las
verae causae de los fenómenos económicos14.
Ese momento es el nivel del conocimiento práctico en que nos hallemos –de
los primeros principios, de la ciencia o el prudencial–. Tratándose de la ciencia
práctica nos interesan el segundo nivel y el tercero; cabe señalar que de este último
proviene la experiencia necesaria para el segundo. Esta pluralidad metodológica
integrable es muy adecuada para el caso de la ciencia económica.
14. Cfr. John Neville Keynes, The scope and method of political economy, reimp. de la 4.ª ed.,
Kelley, Nueva York, [1917] 1963, pp. 176 y 224.
15. Carlos Ignacio Massini Correas, «Método y filosofía práctica», Anuario Filosófico, Pam-
plona, 1995, 223-251; 247. Cfr. también su «Ensayo de síntesis acerca de la distinción especulativo-
práctico y su estructuración metodológica», Sapientia, (Buenos Aires), 200, 1996, 429-451.
CARACTERÍSTICAS Y MÉTODO DE LA CIENCIA ECONÓMICA 63
5. Conclusión
16. Frank H. Knight, On the history and method of economics, University of Chicago Press,
1956, pp. 128-129.
17. Lionel Robbins, «The economist in the twentieth century», Economica (recogido en el libro
homónimo, Macmillan, Londres, 1956), 1949, p. 17. Robbins tuvo a cargo, en su carácter de chairman
64 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
del Board of Studies in Economics de la London School of Economics and Political Science, el estudio
de la reforma de los planes de la carrera de economía, cfr. y «The teaching of economics in schools and
universities», The Economic Journal, LXV, 1955, 579-593.
V
Economía y ética
1. Karl Polanyi, La grande transformation, Gallimard, París (The great transformation, Nueva
York, 1944), 1983, p. 85.
66 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
estrechamente vinculada a la ética y de solo unos 130 años más o menos separada
de esta. ¿Quién sabe si no volveremos en el futuro a la concepción antigua? El tra-
bajo de economistas como Amartya Sen es promisorio en esta línea. Sen distingue
la tradición de la economía relacionada con la ética (que remonta hasta Aristóteles)
del que denomina «enfoque ingenieril», preocupado por cuestiones «logísticas» más
que por los fines últimos, que este enfoque considera dados2. El «enfoque capacida-
des» de Sen, una propuesta de evaluación de la pobreza, la igualdad y el desarrollo
mediante los fines alcanzados por las personas, no por los medios –el ingreso–,
manifiesta su adhesión a la tradición ética. Aunque la postura de este autor merece
un análisis más profundo, propone una reivindicación de la razón práctica. Sen se
queja de que las formulaciones de la racionalidad son, por lo general, muy estrechas
y hace hincapié en que «la racionalidad incluye el uso del razonamiento para com-
prender y evaluar fines y valores»3. Se refiere, sin duda, a la racionalidad práctica.
2. Amartya Sen, Ethics and economics, Basil Blackwell, Oxford, 1987, pp. 3-7.
3. Amartya Sen, Rationality and freedom, The Belknap Press of Harvard University Press, Cam-
bridge (Mass.), 2002, p. 46; cfr. también p. 51.
ECONOMÍA Y ÉTICA 67
agnóstica en relación con los fines: son algo exterior a su racionalidad. Por eso,
desde que la economía adoptó este esquema puede ser neutral respecto a los valo-
res. Esta desvinculación de los fines es un requisito propio de una ciencia que trata
de imitar las ciencias exactas. Muchos autores piensan que la economía mutó así
su objeto debido a una imposición epistemológica: un «complejo de inferioridad»
la condujo a adoptar métodos que descartaran toda subjetividad y esta imposición
amputó su campo de estudio.
Podemos distinguir los siguientes niveles de objetivos humanos:
1. El nivel de los fines: por ejemplo, llevar una vida honesta, compatible
con un desarrollo afectivo, profesional, estético, de gustos personales y de
cuidado de la sociedad y de los demás. Son metas. Todas ellas colaboran
con el fin último del hombre, su autorrealización, perfeccionamiento o
eudaimonía (para no usar el término «felicidad», hoy cargado de connota-
ciones hedonistas).
2. El nivel de los fines-medios: estudiar, trabajar, cuidar la salud, entablar
relaciones sociales, el ocio y actividades extralaborales, dirigidos todos a
la consecución de esas metas. Son actividades.
3. El nivel de los medios puros, «las cosas que son para el fin», en expresión
de Aristóteles y Tomás de Aquino: el tiempo, el dinero, los bienes.
Mientras que la economía política está involucrada con los tres niveles, la
teoría económica solo considera el tercero. Pero este nivel también tiene una ra-
cionalidad –y, por ende, una normatividad–, que queda incompleta al estar desco-
nectado de los otros dos. En efecto, la noción de racionalidad lleva aneja la de nor-
matividad. Cuando uno dice: «es racional que la gente se comporte de tal modo»
o «tal decisión es irracional», uno expresa su aprobación (o no) y sugiere que se
siga o no tal decisión. Nicholas Rescher ha dedicado parte de su obra a la noción
de racionalidad. Afirma en uno de sus libros que «la importancia de la racionali-
dad no descansa en el fondo en su rol de caracterización descriptiva del proceder
humano (cómo funciona la gente), sino en su papel normativo en tanto indicación
de cómo debería funcionar la gente en relación con los intereses superiores de sus
preocupaciones cognoscitivas y prácticas [...] «la capacidad del hombre para la
razón no significa que la gente normalmente actúe de manera racional. La fuerza
de la racionalidad es normativa y se orienta menos al retrato descriptivo de lo que
los agentes hacen que al análisis evaluativo de lo que deberían hacer»4.
4. Nicholas Rescher, La racionalidad. Una indagación filosófica sobre la naturaleza y justifi
cación de la razón, Tecnos, Madrid, 1993 (Rationality. A philosophical inquiry into the nature and the
rationale of reason, Clarendon Press, Oxford, 1988), pp. 216 y 220.
68 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
2. Economía y ética
ca de los valores, el filósofo Willard Van Orman Quine publicaba por segunda
vez su artículo «Two dogmas of empiricism» en el que se desecha la división
hechos-valores en las ciencias5. Las razones para la continuidad de este «dogma»
en economía son de varios niveles: 1) la pura inercia en el modo de trabajar, 2)
evitar el ingreso de lo subjetivo y lo valorativo, sospechosos de arbitrariedad, 3)
el actual agnosticismo acerca de los fines que hace de este campo una cuestión
extrarracional. Las tres razones –y otras– se apoyan entre sí, como un castillo de
naipes6. En definitiva, se descree de la posibilidad de un discurso racional acerca
de los fines; discurso que, por otra parte, al no obedecer a la lógica maximizadora,
no es formalizable de un modo exacto. La razón práctica solamente puede decla-
rar que se debe mantener una presencia armónica de los diversos fines, alineada
prudencialmente para cada situación concreta, respetando unos mínimos básicos,
cuya medida precisa es también prudencial. Por esto, la introducción de los fines
en la economía resulta revolucionaria para su método. Hilary Putnam vuelca en
un libro reciente su argumentación acerca del «enredo» (entanglement) de hechos
y valores que se da en muchos campos de la actividad humana. Putnam sostiene
el «colapso de la dicotomía hecho-valor», intentando «explicar el significado de
este punto específicamente para la economía»7. Defiende que los fines sí tienen
importancia en la economía y que se pueden discutir racionalmente. Los fines
no pueden separarse de la economía porque la descripción y la evaluación están
entrelazadas y son interdependientes. Amartya Sen reconoce esta condición de la
vida social, no solo de la economía y la filosofía.
5. «The methodology of positive economics», en Essays in positive economics (del mismo Fried-
man), The University of Chicago Press, Chicago y Londres, 1953, pp. 3-43. Está recogido en español
en Frank Hahn y Martin Hollis (eds.), Filosofía y teoría económica, FCE, México, 1986 (Philosophy
and economic theory, Oxford University Press, 1979), p. 45. El trabajo original de Willard Van Orman
Quine es «Two dogmas of empiricism», The Philosophical Review, 60/1, 1951, 20-43. En el mismo
sentido había afirmado Robbins: «Si estamos en desacuerdo acerca de los fines, se trata de un caso
irreductible, de tú o yo, o de vivir y dejar vivir… Si estamos en desacuerdo acerca de la moralidad…
entonces no hay posibilidad de entendimiento», Ensayo sobre la naturaleza y significación de la cien
cia económica, FCE, 1944 (Essay on the nature and significance of economic science, Macmillan,
Londres, 2.ª ed., 1935) pp. 199 y 200. Quine mostró que la distinción absoluta entre analítico y sinté-
tico, paralela y condicionante de la dicotomía hechos-valores, no era absoluta. John L. Austin afirma
que «el contraste familiar entre lo «normativo o evaluativo», por un lado, y lo fáctico, por otro, al igual
que muchas dicotomías, tiene que ser eliminado», en Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, Buenos
Aires y Barcelona, 1996, p. 196 (How to do things with words, Lecture XII, 1962).
6. Varios autores han señalado el anacronismo o visión anticuada de la economía al seguir supo-
niendo planteos agotados hace ya muchos años –más de cincuenta– en la filosofía de la ciencia: cfr. e.
g., Vivian Walsh, «Philosophy and economics», en John Eatwell, Murray Milgate y Peter Newman
(eds.), The new Palgrave. A dictionary of economics, vol. 3, 1987, pp. 861-869; pp. 862 y 868.
7. Hilary Putnam, The collapse of the fact/value dichotomy and other essays, Harvard University
Press, Cambridge (Mass.) y Londres (3.ª ed.), 2002 (2004), vii.
70 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
8. Hilary Putnam, «For ethics and economics without the dichotomies», Review of Political
Economy, 15/3, 2003, 395-412; 406.
9. Martha C. Nussbaum, «Interview», Ethique et Économique/Ethics and Economics, 1, 2003,
p. 1.
10. Al respecto, cfr. Ángel Rodríguez Luño, Ética general, 2.ª ed., EUNSA, Pamplona, 1993,
pp. 202-207; y Antonio Malo, «La ética cartesiana entre teleología y deontología», Sapientia, 195-196,
1995, 33-49.
72 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
las diez capacidades centrales no tienen un orden: cada una es central e innego-
ciable, hasta el cumplimiento de cierto umbral viable11. La idea es que el fin de la
economía no es el crecimiento económico in genere, sino poner los medios para
proveer estas capacidades para cada uno y todos12. Pero como decía antes, el de las
capacidades se trata solo de un ejemplo. En esta vinculación economía política-
ética todo acto económico es también ético por ser acto humano: la ética abarca
toda la realidad económica por ser realidad humana. Sin embargo, el tema no es
tan sencillo; tiene sus precisiones. Se han de definir qué tipos de valores, cómo y
cuándo deben considerarse y qué efectos tiene esta inclusión13.
3. Economía y libertad
11. Martha C. Nussbaum, «Tragedy and human capabilities: a response to Vivian Walsh», Review
of Political Economy, 15/3, 2003, 413-418; 415-416.
12. Martha C. Nussbaum, «Capabilities as fundamental entitlements: Sen and social justice»,
Feminist Economics, 9/2-3, 2003, 33-59; 40-42. En este sentido, cabe agregar que Nussbaum ha tenido
una discusión sin un acuerdo final con Sen. Este último rehúsa aceptar una lista de capacidades estable.
Insiste en que su determinación es cuestión de la razón práctica, pero la concibe más al estilo kantiano
que aristotélico, como una razón que decide unos fines, no que investiga para descubrirlos. Por eso, han
de ser decididos por cada persona o sociedad en acto y no predeterminados.
13. Harold Kincaid, John Dupré y Alison Wylie hacen una excelente exposición de la historia del
abandono de la neutralidad valorativa y diseccionan este problema en la Introducción al libro editado
por ellos mismos Value-free science? Ideals and illusions, Oxford University Press, 2007, pp. 3-23.
ECONOMÍA Y ÉTICA 73
4. Conclusión
1. «Models are experiments, experiments are models», Journal of Economic Methodology, 12/2,
2005, 303-315; 303.
2. Mariano Artigas, Filosofía de la ciencia, EUNSA, Pamplona, 1999, pp. 200-202.
MODELOS Y MEDICIONES 77
se puede perder de vista. Se abstrae o idealiza para conocer una causa o propiedad
real. La economista Joan Robinson (como muchos otros) señala el difícil balance
entre realismo y simplificación que supone un modelo:
Es muy fácil construir modelos sobre supuestos dados. Lo difícil es encontrar
los supuestos relevantes a la realidad. El arte es conseguir un esquema que simpli-
fica el problema para hacerlo manejable sin eliminar la característica esencial de la
situación sobre la que se trata de arrojar luz3.
En el mismo sentido Oskar Morgenstern afirma que «la abstracción sería
errónea si pasara por alto un rasgo fundamental de la realidad económica […] las
simplificaciones radicales son admisibles en la ciencia siempre que no vayan en
contra de la esencia del problema estudiado»4. Un buen modelo teórico pone a la
luz aspectos de la realidad hasta entonces no conocidos. En definitiva, la construc-
ción de modelos requiere una razón teórica bien entrenada. Se comprobará si es un
buen modelo si sus conclusiones empíricas coinciden con los datos reales.
Dijimos que puede haber muchos tipos de modelos. Un modelo puede conten-
tarse con ser una buena descripción de lo esencial de un fenómeno. Sin embargo,
parecería aconsejable que existieran modelos que ayudaran a conocer las causas
en juego en una determinada situación, modelos causales. De hecho, en la ciencia
real, la tradición aristotélica de considerar a la explicación científica en términos
de causas se ha mantenido durante muchos siglos. A pesar de la condena positi-
vista a la pretensión de conocer esencias y causas de los fenómenos, la ciencia
actual sigue explicando por causas. El conocimiento va más allá de la observación.
Tanto Keynes, padre (John Neville), como su hijo (John Maynard) creían en
la capacidad del conocimiento intelectual. Keynes, padre, lógico y economista,
decía que «la economía política no merece de ningún modo el nombre de cien-
cia, si el economista no es competente para razonar acerca del fenómeno de la
riqueza y descubrir leyes de conexión causal. La mera descripción no constituye
una ciencia». Asimismo consideraba que «aunque la teoría pura asume la opera-
ción de fuerzas bajo condiciones artificialmente simplificadas [es decir, modelos],
sostiene que las fuerzas cuyos efectos investiga son verae causae en el sentido
de que efectivamente operan, y ciertamente lo hacen de un modo predominante,
en el mundo económico real»5. Según Keynes, hijo: «… somos capaces de cono-
cimiento directo acerca de las entidades empíricas que va más allá de una mera
expresión de nuestra comprensión o sensación de éstas […] Es decir, somos ca-
paces de conocimiento sintético directo de la naturaleza de los objetos de nuestra
experiencia»6.
Sin embargo, muchos economistas no están interesados realmente en las cau-
sas. Por ejemplo, el econometrista James Heckman afirma: «Argumento que la
causalidad per se no es un concepto interesante. Lo que interesa es saber si una re-
lación determinada empíricamente puede usarse para brindar pronósticos válidos
de política como resultado»7. Cuando se consulta a los economistas académicos
titubean. Algunos opinan como Heckman, pero reconocen que pretenden que sus
estudios tengan una validez real y que eso debe tener relación con causas reales.
Pero no es problema de ellos. Sostienen que les basta con la información que les
provee el modelo y no quieren más compromisos. La respuesta parece obvia. La
dejo en manos de Kevin Hoover, quien escribe:
El interés en la idealización es precisamente que separa lo esencial, pero que
algo sea esencial no es una cuestión de forma sino de cómo es la realidad. El peligro
es que sin una noción de esencia, la idealización podría reducirse a un nombre de
fantasía para una elección arbitraria de condiciones ceteris paribus o una red rela-
cional para teorías8.
Cuadro IV
Clasificación del signo
– Natural: humo y concepto de fuego
1. Según su relación con
– Convencional: la palabra «fuego» o dibujo de
lo significado
llama
– Formal: remite directamente a lo representado:
2. Según su relación con
concepto de fuego
el cognoscente
– Instrumental: humo y la palabra «fuego»
10. John Poinsot, Tractatus de signis. The semiotic of John Poinsot, (John N. Deely (ed.), Berke-
ley y Los Ángeles, California, Londres, University of California Press, (1631-1635) 1985.
80 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
causal concreto está operando, entonces estoy haciendo algo más que reportar una
sensación. Si puedo mostrar que el mismo proceso causal está detrás de diferentes
fenómenos, entonces la unificación está fundada en la realidad. Si puedo proveer
evidencia de que uso mi modelo como un instrumento porque me permite describir
causas reales, puedo tener confianza en éste. Finalmente, si puedo mostrar que las
causas postuladas en el modelo operan en el mundo, puedo comenzar a proveer evi-
dencia de que el modelo realmente explica11.
Sin embargo, estos índices son útiles para focalizar la atención y simplificar
el problema. Tienen mayor impacto en las mentes y atraen la atención pública más
poderosamente que una larga lista de indicadores, combinados con explicaciones
cualitativas. Son muy atractivos (eye-catching)12.
En efecto, los números causan un gran impacto: los ránquines, los porcenta-
jes de crecimiento o disminución, los índices, pueden mucho más que cualquier
descripción cualitativa de una situación o modificación. Santo Tomás de Aquino
se pregunta por qué se acude al cambio cuantitativo para describir un cambio cua-
litativo (una «alteración»), como tanto sucede en economía. La explicación que
ofrece está llena de sentido común:
11. Harold Kincaid, «Social sciences», en Stathis Pasillos y Martin Curd (eds.), The Routledge
Companion to Philosophy of Science, Routledge, Londres, 2008, pp. 594-604; pp. 596-597, cursiva en
el original.
12. Paul Streeten, «Human development: means and ends», The American Economic Review,
84/2, 1994, 232-237; 235.
MODELOS Y MEDICIONES 81
tible que el movimiento según la alteración, entonces los nombres que convienen al
movimiento según la cantidad se derivan a la alteración13.
13. Tomás de Aquino, Cuestión disputada sobre las virtudes en general, a. XI. Cfr. también Suma
Teológica I, q.110 a. 2 c y demás pasajes consignados en la nota 17 de pp. 207-208 de la edición de
la Cuestión usada: Cuestión disputada sobre las virtudes en general, Estudio preliminar, traducción y
notas de Laura E. Corso de Estrada, EUNSA, Pamplona, 2000. Original: De virtutibus in communi en
Quaestiones disputatae II, Marietti, Turín y Roma, 1949 y 1964.
14. Alain Desrosières, L’argument statistique, I. Pour une sociologie historique de la quantifica
tion, Presses de l’École des Mines, París, 2008, pp. 10 y 13.
82 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
números facilita las decisiones. Como señala Theodore Porter: «… los números
son el medio a través del cual deseos, necesidades y expectativas disímiles pueden
hacerse conmensurables de algún modo»15. Estas convenciones son instituciona-
lizadas por estándares, procedimientos, índices y demás instrumentos generados
por organismos estatales o privados y ampliamente difundidos. Las medidas así
crean opinión pública.
A esta altura quisiera remarcar algunas ideas básicas que surgen de lo ante-
rior:
Medir es caracterizar una realidad por una propiedad cuantitativa. Al medir
asignamos números a estas propiedades de un sistema empírico de modo que se
establece cierta proporcionalidad entre ese sistema y el sistema numérico. Tam-
bién se pueden asignar números a propiedades cualitativas según una convención
que permita expresarlas numéricamente.
– Ahora bien, la validez y el alcance de la medición dependen de la existencia
y naturaleza de la relación entre los números y las cosas medidas. Es
directa, si expresa cantidades reales; es indirecta, si expresa convenciones
para medir lo cualitativo.
– Por eso, conviene conocer los diferentes tipos de «concordancias» posi-
bles entre las medidas y las realidades medidas. La medida supone reglas
expresadas en tipos de escalas adecuadas a lo medido. Esas escalas están
sistematizadas en el Cuadro V:
Cuadro V
Tipos de escalas
Escala Nominal Ordinal Ratio Absoluta
Hombre / mujer
Blanco / negro Felicidad Índices
Longitud en cm,
Ejemplo Casado / soltero / bondad / (de precios,
peso en kg
Bondad / belleza satisfacción ingreso, …)
Jugadores de un equipo
15. Theodore Porter, Trust in numbers, Princeton University Press, Princeton, 1995, p. 86.
MODELOS Y MEDICIONES 83
Habiendo visto todos los elementos anteriores, quisiera exponer las dificul-
tades de un instrumento muy usado en economía que revela las ventajas y limi-
taciones de la medición, los números índices compuestos. Estos se forman con
variables heterogéneas. Por ejemplo, se toman las variables confort, potencia del
motor y seguridad de un automóvil para determinar cuál fue «el auto del año». Se
establece una escala para cada variable según, por ejemplo, una encuesta a perso-
nas, los caballos de fuerza y una prueba de resistencia a un golpe.
Sobre la base de una ponderación igual de las tres variables el auto del año
será el Auto II. Pero es obvio que si esta ponderación cambia o si se toman otras
variables, el ganador puede ser otro. Por ejemplo, si se pondera más la potencia o
el confort, los autos ganadores serán el I o el III. Es muy poco claro qué represen-
tan estos números desnudos, pues estamos sumando cualidades no aditivas. Pero
allí tenemos al auto del año.
Como decía Desrosières decidimos una convención (las variables elegidas y
su ponderación) y después viene la medida. Lo que era inconmensurable se hace
conmensurable adoptando una unidad convencional para cada variable, calculan-
do su valor y después sumando una proporción ponderada también convencional
de esos resultados. La clave es que haya una ponderación, pero debe ser la pon-
deración adecuada; lo que no resulta fácil cuando las variables son cualitativa-
mente distintas. Esta medición es útil, pero todos nos damos cuenta de que es
muy relativa y puede dar origen a índices muy engañosos o defectuosos; por su-
puesto, incompletos. Pienso que esto deja claro cómo los aspectos técnicos están
entremezclados con los juicios prácticos: las creencias y los valores afectan a las
decisiones técnicas.
La elección del auto o del deportista del año es una cuestión bastante irre-
levante. Sin embargo, cuando se trata, por ejemplo, de medir el nivel general de
precios, la pobreza, la igualdad o el desarrollo, resulta enormemente relevante,
más aún cuando da origen a políticas económicas. Los fines humanos pertene-
cen a categorías heterogéneas e inconmensurables. Cualquier índice tendrá los
problemas del auto del año. Sin embargo, son muy útiles, más aún, necesarios.
Estos fines pertenecen a una escala nominal. Estamos frente a un caso de incon-
MODELOS Y MEDICIONES 85
16. Amartya Sen, Development as freedom, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1999, p. 80. Cfr. tam-
bién Rationality and freedom, The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge (Mass.),
2002, pp. 39 y 46.
86 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
3. Conclusión
1. En este capítulo trabajaré con la versión en castellano recogida en Frank Hahn y Martin Hollis
(comp.), Filosofía y teoría económica, FCE, México, 1986, citando el número de página en el texto.
2. Para quien desee internarse en la literatura más específica, me parecen recomendables por sus
visiones amplias y por su accesibilidad, los libros de Sheila Dow, 2002. Economic Methodology: An
88 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
Ante todo, como su título expresa, se debe aclarar que Friedman ciñe su es-
tudio a la «economía positiva». La distingue tanto de la «economía normativa»,
como de las posturas éticas. «En suma, concluye, la economía positiva es, o puede
ser, una ciencia “objetiva”, precisamente en el mismo sentido que cualquiera de
las ciencias físicas» (p. 43). Sin embargo, según Friedman, mientras que se puede
establecer una relación entre la economía normativa y la positiva, no cabe relación
con la ética pues acerca de las diferencias de opinión sobre los valores básicos «los
hombres solo pueden pelear en última instancia» (p. 45).
¿Cuál es la tarea de una ciencia positiva? Desarrollar un sistema de gene-
ralizaciones, teorías o hipótesis que generen pronósticos correctos (pp. 43 y 47).
¿En qué consiste la corrección o validez de las teorías? En la coincidencia de
los pronósticos con la experiencia (p. 50). Sin embargo, Friedman admite que
«los datos empíricos nunca pueden “probar” una hipótesis; solo pueden dejar de
refutarla» (p. 50). Dados unos datos empíricos, la cantidad de hipótesis posibles
para explicarlos, sostiene Friedman, son infinitas (p. 51). Se advierte aquí la pre-
sencia de otra tesis epistemológica contemporánea ya mencionada, la denominada
«subdeterminación de las teorías». Para decidir entre estas posibles teorías con
cuál me quedo –algo «arbitrario hasta cierto punto», sostiene Friedman– propone
acudir a los llamados «valores epistémicos». Friedman menciona a la sencillez y
la fecundidad. Una teoría es más sencilla cuanto menor sea el conocimiento inicial
necesario para formular la predicción (p. 52). Elegiremos las teorías más sencillas
y fecundas.
Friedman considera que la imposibilidad de hacer experimentos controlados
no pone a las ciencias sociales en inferioridad de condiciones respecto a las natu-
rales (p. 53). Piensa que es muy importante contar con observaciones empíricas
en dos partes del proceso científico: primero, para la elaboración de la hipótesis
y, segundo, para la verificación de su validez (p. 56). Según Friedman, hay dos
consecuencias funestas de amilanarse ante las dificultades de contar con datos
empíricos: la primera de estas, es la tendencia a refugiarse en la teoría, lo que da
lugar solo a tautologías, mientras que la economía aspira a más que eso (p. 55);
la segunda consecuencia, es que trata de apoyarse en la validez de los supuestos
(p. 57). De allí Friedman pasa a famosas afirmaciones que fueron muy criticadas:
Enquiry, Oxford University Press, Glenn Fox, Reason and reality in the methodologies of economics.
An Introduction, Edward Elgar, Cheltenham y Lyme, 1997; y Roger Backhouse (ed.), New directions
in economic methodology, Routledge, Londres y Nueva York, 1994.
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 89
«cuanto más significativa sea una teoría, serán menos realistas los supuestos» y
«para ser importante, por lo tanto, una hipótesis deberá ser descriptivamente falsa
en sus supuestos» (p. 58).
Para Friedman, entonces, el énfasis no ha de ponerse en el realismo de los
supuestos sino en el buen funcionamiento de la teoría; lo que depende de la co-
rrección de sus predicciones. La liberación del requerimiento de realismo de los
supuestos permite la adopción de la cláusula «como si», tan común en la econo-
mía (pp. 68-69). El ejemplo que pone Friedman es la hipótesis de la maximización
(pp. 68-71). De acuerdo con lo que sostuvo antes, sugiere criterios para la elec-
ción de los supuestos que tienen relación con los valores epistémicos: la claridad
y precisión resultantes en la presentación de la hipótesis, entre otros (en vez del
realismo). En definitiva, el realismo de la teoría no radica en el de sus supuestos
sino en su éxito predictivo (p. 73).
Esta formulación metodológica de Friedman tiene una fuerza de convicción
enorme para un economista. Le da una libertad muy grande a la hora de proponer
hipótesis, ya que le permite hacerlo sin preocuparse mayormente por los supues-
tos: la carga de la prueba se pone en la verificación de las consecuencias que se
predigan, no en el realismo de la teoría. Para la mayoría de los economistas ser
científico tiene relación con testear los modelos y las teorías con los datos. El
economista Robert Lucas, por ejemplo, sigue a Friedman a pie juntillas en materia
metodológica. Los modelos económicos, señala, articulan sistemas económicos
artificiales que son como laboratorios que hacen posible los experimentos. Afir-
ma que todo modelo útil debe ser patentemente irreal, abstracto, artificial. «El
progreso en el pensamiento económico significa conseguir modelos económicos
análogos más y más abstractos, no mejores observaciones verbales acerca del
mundo»3.
No me detendré detalladamente en las críticas a Friedman de los epistemólo-
gos –bien agudas y convincentes– debido a que la audiencia de este libro no son
ellos sino más bien los economistas. Prefiero intentar hacer una síntesis personal
que resulte accesible.
Toda teoría científica es una abstracción; no puede haber ciencia sin simpli-
ficaciones; las hipótesis son esquemas de la realidad y necesariamente difieren
de esta. En esto Friedman está claramente en lo cierto. El problema de la pro-
puesta de Friedman radica en el tipo de énfasis que él pone en la simplificación:
3. Robert E. Lucas, Jr., «Methods and problems in business cycle theory», Journal of Money,
Credit and Banking, 12/4, 1980, 696-715; 696-697 y 700.
90 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
una cosa es decir que las hipótesis son modelos simplificados de la realidad, que
corroboramos testeando sus consecuencias, y otra cosa es decir que las hipótesis
deben ser «descriptivamente falsas». Si la condición de cientificidad es la falsedad
de los supuestos, el papel de la ciencia pasa a ser solo predictivo, y deja de ser
explicativo. Sin embargo, pienso que todo economista, Friedman incluido, con-
vendrá intuitivamente en que no solo pretende predecir un hecho, sino también
explicar por qué acertó (cuando logró acertar). El argumento o «valor epistémico»
de la sencillez nos conduce a la simplificación, pero no a la falsedad. O dicho al
revés, no basta con la sencillez de las hipótesis y sus supuestos para que estas
sean «buenas» hipótesis; también se requiere su verdad (aunque sea simplificada).
Como dice Newton en su regla primera de las reglas del razonamiento en filosofía
(incluidas en sus Principia), «no debemos admitir más causas de las cosas natu-
rales que las que son al mismo tiempo verdaderas y suficientes para explicar sus
apariencias». Es decir, necesitamos simplicidad, pero también verdad. De hecho,
es muy probable que, en la medida en que se repiten experimentos similares con
igual éxito predictivo de las teorías, los supuestos de estas sean, aunque simplifi-
cados, verdaderos.
Pero también podría suceder otra cosa. Recuerdo que una vez, en unas jorna-
das, se presentó una ponencia en la que se probaba que un determinado pensador
sostenía tales y cuales tesis económicas. Pero el comentarista señaló al autor de la
ponencia un hecho crucial que ponía en duda su tesis: se había descubierto poco
antes que los escritos no firmados pero atribuidos al autor estudiado –en los que
el ponente basaba su argumentación– no habían sido realmente escritos por dicho
pensador. El autor de la ponencia respondió que él había supuesto la autenticidad
de esos escritos y que sobre esa base su ponencia era correcta. Su argumento, en
efecto, era coherente, pero sus conclusiones, obviamente, no eran verdaderas (o
al menos, su ponencia no constituía una prueba de ello). Es decir, puede ser que
una teoría prediga con supuestos falsos. Pero no creo que esta teoría le interese
a nadie. Por más simplificación de la realidad que implique una hipótesis, debe
al menos captar su esencia, no oponerse a esta. Es decir, las simplificaciones son
admisibles, pero no las falsedades esenciales.
Por eso, como señalaba Leontief en su discurso presidencial a la American
Economic Association de 1970, quejándose de los desarrollos teóricos académicos
alentados por el impulso del ensayo de Friedman, los datos empíricos importan no
solo a la hora de la predicción, sino también de los supuestos: «… es precisamente
de la validez empírica de estos supuestos de los que depende la validez de todo el
ejercicio. Lo que realmente se requiere, en la mayoría de los casos es una valora-
ción y verificación neta, difícil y pocas veces efectuada, de los supuestos en térmi-
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 91
4. Wassily Leontief, «Theoretical assumptions and nonobserved facts», The American Economic
Review, 1971, 61/1, 1-7; 2.
5. Para un análisis crítico de las posiciones de Popper y Lakatos, recomiendo la lectura de los
capítulos 2 y 4 del excelente libro de Mariano Artigas, El desafío de la racionalidad, EUNSA, Pam-
plona, 1999.
6. cfr. terence w. hutchison, the significance and basic postulates of economic theory, Mac-
millan, Londres, 1938; y Mark Blaug, The methodology of economics, Cambridge University Press,
Cambridge, 1980.
92 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
7. Daniel Hausman, The inexact and separate science of economics, Cambridge University Press,
Cambridge, 1992.
94 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
8. A treatise on probability, en The collected writings of John Maynard Keynes, vol. VIII, St.
Martin’s Press, Nueva York, 1973, p. 402.
9. Donald N. McCloskey, «The rhetoric of economics», Journal of Economic Literature, XXI,
1983, 481-517.
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 95
10. Gary Becker, The economic approach to human behavior, Chicago University Press, Chi-
cago, 1976. Esta es la visión que está detrás del best-seller de Steven Levitt y Stephen Dubner,
Freakonomics: a rogue economist explores the hidden side of everything, Harper and Collins, Nueva
York, 2005.
11. Ver los estudios de Bruno Frey y Alois Stutzer, Happiness and economics, Princeton Uni-
versity Press, Princeton, 2002), y Luigino Bruni y Pier-Luigi Porta, Economics and happiness, Ox-
ford University Press, Oxford, 2006).
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 97
las teorías y los modelos, por una parte, y la realidad, por la otra. Se usan cada vez
más en economía. Dan lugar al análisis de fenómenos que no habían sido conside-
rados previamente. Por ejemplo, tal como adelantaba en la sección anterior, per-
miten desarrollar teorías de los factores de realidades humanas como la felicidad,
el altruismo, o la reciprocidad. También plantean problemas de «validez externa»
que se discuten hoy día.
12. Harvey Leibenstein, Beyond economic man, Harvard University Press: Cambridge (Mass.),
1976, p. 8.
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 99
presa Keynes en un pasaje muy conocido (del capítulo XII de la Teoría general),
las decisiones humanas no pueden basarse solo en el cálculo matemático estricto
de la alternativa mejor, puesto que a veces no existe una base para hacer esos
cálculos. Además, hay un impulso innato hacia la actividad basado en algunos
cálculos, pero también el capricho, el sentimiento, el azar. Aparte del interés por
la eficiencia, los seres humanos tenemos una condición biológica, propensiones
psicológicas, sufrimos presiones sociales, tenemos una historia de vida con todas
sus influencias y rutinas.
La primera reacción del economista convencional será decir que su mapa de
preferencias no corresponde con los precios monetarios y que su decisión habrá
sido maximizadora de sus preferencias a pesar de que el negocio parezca malo.
Pero esto no corresponde, en cambio, al modo habitual de expresarnos: ¿qué tipo
de maximización es hacer malos negocios? A los economistas les costará mucho
evitar esta falacia de ambigüedad consistente en identificar maximización y racio-
nalidad y racionalidad con acción intencional. Para la economía ortodoxa la ra-
cionalidad equivale a optimización limitada (maximización o minimización) y el
concepto de racionalidad es visto como un principio general, el principio univer-
sal de toda acción intencional13. Esta confusión de términos tiene su explicación.
Después de Hume, la racionalidad práctica ha quedado reducida a racionalidad
instrumental y existe una tendencia psicológica –aunque no una implicación lógi-
ca– a considerar la racionalidad instrumental como maximización14. Leibenstein
llama «tautológica» a esta interpretación de la maximización pues no deja lugar a
la falsación15. Leibenstein añade que la teoría de la maximización es matemática,
no economía, y que el postulado de la conducta maximizadora universal de los
agentes económicos debería ser reemplazado por la idea de la respuesta relativa
al peso de la motivación. Es decir, se puede distinguir un principio «metafísico»
de maximización –toda acción racional o intencional sería maximizadora– y otro
«empírico» –una acción lo es con relación a un criterio.
El lenguaje y el sentido comunes indican que el segundo es el verdadero.
Los economistas los confunden continuamente. Como el primero se da siempre,
13. Cfr. S. A. Drakopoulos, Values and economic theory. the case of hedonism, Avebury, Alder-
shot, 1991, p. 164. Ver también Ludwing von Mises, Human action. A treatise on economics, Ludwig
von Mises Institute, Auburn, Alabama (The Scholar’s Edition), [1949] 1998, p. 39.
14. Cfr. Raymond Boudon, «Théorie du choix rationnel, théorie de la rationalité limitée ou in-
dividualisme méthodologique: que choisir?», Journal des Économistes et des Études Humaines, 14/1,
2004, 45-62; 47.
15. Cfr. «On bull’s-eye: painting economics», Journal of Post-Keynesian Economics, 4/3, 1982,
460-465; 461.
100 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
16. Relatada por Harvey Leibenstein, 1982, “On bull’s-eye: painting economics”4/3, p. 465.
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 101
17. Cfr. Abelardo Pithod, «La relación entre el individuo y estructuras en el análisis social»,
Ethos, 12-3, 1984-1985, 81-96.
102 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
18. Cfr. Lawrence A. Boland, The foundations of economic method, Allen & Unwin, Londres,
1982, p. 28. y p. 40; Mark Blaug, The methodology of economics,. cit. p. 44; y John B. Davis, The
theory of the individual in economics. Identity and value, Routledge, Londres, 2003, p. 35.
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 103
19. Cfr. The theory of the individual in economics, cit., pp. 32-6.
20. Cfr. Kevin Hoover, The methodology of empirical macroeconomics, Cambridge University
Press, Cambridge y Nueva York, 2001.
104 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
para garantizar cierta autonomía del nivel macro –el psíquico, en este caso–. La
macroeconomía superviene a la microeconomía, pero no es reducible a esta. Por
cierto, además, las condiciones para una agregación correcta de datos micro no
se cumplen habitualmente: las causas van desde las reconocidas por la misma
corriente principal, hasta las que surgen de la heterogeneidad del material econó-
mico. No hay decisiones individuales puras. Hay convenciones, creencias a las
que se adhieren o miran los individuos, que les llevan a tomar decisiones. Estos
«agregados psicológicos», que surgen como consecuencias no buscadas de infini-
dad de individuos –la corriente de opinión pública–, son como macrofundamentos
tanto de la micro como de la misma macro. Daría la impresión, entonces, de que
más que (o además de) microfundaciones de la macro, hacen falta macrofunda-
ciones de la micro.
En resumen, la corriente principal de la economía se ha desempeñado funda-
mentalmente con un individualismo metodológico que disuelve al individuo. La
versión austríaca –Menger y Hayek– es más rica, considera un individuo que es
claramente humano para intentar una interpretación de su acción.
21. Cfr. «On the history and philosophy of science and economics», en Spiro J. Latsis (ed.),
Method and appraisal in economics, Cambridge University Press, 1976, pp. 181-205; pp. 199 (cita) y
200.
106 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA
La actividad económica
VIII
Las actividades económicas
1. La mirada a la filosofía griega es un buen modo de comenzar cualquier reflexión filosófica.
Alfred N. Whitehead en su Introducción a las matemáticas destaca «su instinto casi infalible para dar
con las cosas en las que vale la pena reflexionar» (Emecé, Buenos Aires, 1944, p. 136). Encontramos
una alabanza similar de los filósofos griegos en Charles de Koninck: «… ponderando las cosas más
simples y buscando en éstas la base para todo lo que requiere una explicación, mostraron poseer una
verdadera sabiduría» (The hollow universe, Presses Universitaires Laval, Québec, 1964, p. 3).
110 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
(V, 5). El libro V trata acerca de la justicia. Los intercambios económicos caen
bajo una forma de justicia, la recíproca. Aristóteles concluye allí que el principio
(justo) que regula la demanda y, por tanto, los precios y los salarios, es lo que
llama chreia, un tipo de necesidad. Por otra parte, la económica tiene como fin la
vida buena, que es una vida moral. Por tanto, chreia debe ser lo necesario para la
vida buena y esto es lo justo. Ahora bien, ¿cuál es la fuerza o grado y objetividad
de esta necesidad?
La versión castellana de la Ética Nicomaquea de María Araujo y Julián Ma-
rías, traduce chreia por «demanda» lo que, aunque no es lo más apropiado, da
una idea de qué tipo de necesidad se trata. No es, sin duda, necesidad en sen-
tido absoluto. En economía, como señala Antonio Millán Puelles, la necesidad
es indeterminada. La necesidad humana da cabida a la libertad; no es como la
necesidad animal2. La riqueza es bien útil, instrumental, no absoluto. Lo útil es
«intercambiable», y aunque sea necesario, el hombre puede prescindir aun de lo
más necesario. Esta indeterminación de la necesidad económica significa, en el
marco aristotélico, que es relativa a cada uno, debido a que la moralidad tiene un
componente personal relevante. Cada uno sabe qué bienes necesita y cuánto de
cada uno. Ahora bien, para que haya justicia en los cambios la necesidad debe
igualarse. Cuando alguien demanda, expresa su necesidad. Pero esta necesidad
debe ser igualada con la de otro para que se produzca el cambio. La justicia se está
realizando en esta igualación mediante el precio, si este expresa una apreciación
compartida.
Entonces, ¿en qué consiste la justicia en la reciprocidad, de la que habla
Aristóteles? Supuesto que no haya fraude, en que la reciprocidad sea realmente
proporcional: que el cambio se realice por el valor que surge de su necesidad y la
consiguiente apreciación común. La igualdad es condición para que el cambio se
produzca y para que sea justo. El intercambio es justo, entonces, cuando ambas
partes satisfacen lo que consideran necesario en conciencia. En el ámbito de la
económica, la subjetividad de la estimación no equivale a arbitrariedad, ya que la
necesidad no es ambigua, sino ordenada a la vida buena, que es una vida de las
virtudes en la polis.
Resumiendo, nos encontramos en Aristóteles con una teoría del valor que
se fundamenta en las necesidades que dan pie al cambio. Su justicia reside en la
reciprocidad que se consigue si hay igualdad en las necesidades intercambiadas
2. Cfr. Antonio Millán Puelles, Economía y libertad, Confederación Española de Cajas de Aho-
rro, Madrid, 1974, pp. 17-21 y 95-107.
LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS 111
3. Cfr. Carl Menger, Principles of economics, The Free Press, Glencoe (Grunsätze der Volkswirts
chaftslehre, Viena, trad. y ed.: J. Dingwall y B. Hoselitz), [1871] 1950, pp. 52 y ss.; y Vilfredo Pare-
to, Manual de economía política, Atalaya, Buenos Aires, 1945, p. 122.
LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS 113
menor al valor de uso, adquiero más unidades, hasta que la utilidad marginal, que
es decreciente, iguale al precio.
La teoría del valor económico ha sido motivo de diversas visiones y de discu-
sión en la historia de la economía. Pienso que las pautas de Aristóteles son certeras
y realistas. Es legítimo y realista distinguir entre valor de uso y valor de cambio,
pero de hecho no están desconectados. El valor de cambio supone un valor de uso
del bien en cuestión, afectado por su disponibilidad real.
3. El mercado
4. El dinero
Dice Aristóteles: «Se debe poner un precio a todo, porque así siempre habrá
cambio, y con él sociedad. Así pues, la moneda, como una medida, iguala todas
las cosas haciéndolas conmensurables: ni habría sociedad si no hubiera cambio,
ni cambio si no hubiera igualdad, ni igualdad si no hubiera conmensurabilidad»
(EN, V, 5). Por eso, el análisis de la moneda debe encuadrarse en el marco de la
preocupación aristotélica por la polis.
La moneda es, en primer lugar, el instrumento mediante el cual se puede ejer-
cer la justicia en los cambios, elemento que sirve para mantener la reciprocidad en
114 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
las relaciones sociales. La justicia en las normas requiere la medición que hace la
moneda. En segundo lugar, la moneda es también factor de cohesión social debido
a que, al facilitar los cambios, es instrumento para la disposición de lo necesario
para los miembros de la polis: sin moneda no hay cambio ni sociedad (EN, V, 5).
La raíz de la importancia de la moneda es su capacidad de medir. La moneda
es como una regla o metro por medio del cual se pueden hacer comparaciones.
No importa tanto su valor absoluto, sino su estabilidad –Aristóteles señala que
aunque la moneda pueda cambiar de valor, es más estable–, que permite efectuar
mediciones relativas, poner precios, y así posibilita el cambio y la sociedad. Con
la moneda, el valor de cambio se puede expresar en un precio monetario.
¿Qué representan la moneda y los precios? La necesidad –chreia– y el im-
pacto de la escasez, que dan origen a un valor de cambio. Que una cosa sea más
necesaria y más escasa que otra se refleja en que hace falta más moneda para
obtenerla. Esta representación es convencional, «no es por naturaleza, sino por
ley, y está en nuestra mano cambiarla o hacerla inútil» (EN, V, 5). La moneda es
un signo, como lo es el sistema decimal o el vocabulario de un lenguaje: signos
arbitrarios, que el hombre puede crear gracias a su racionalidad y que expresan
una realidad.
Aristóteles, entonces, distingue tres funciones del dinero:
1. Es unidad de medida: «Tiene que haber una unidad, y establecida en vir-
tud de un acuerdo […] porque esta unidad hace todas las cosas conmensu-
rables. En efecto, con la moneda todo se mide» (EN, V, 5). En este sentido
es también un estándar de valor.
2. Es medio de cambio: «… todas las cosas que se intercambian deben ser
comparables de alguna manera. Esto viene a hacerlo la moneda» (EN, V).
«La necesidad hizo que se ideara la utilización de la moneda por no ser
fáciles de transportar todos los productos naturalmente necesarios» (Polí
tica, I, 9). «El dinero se hizo para el cambio…» (Política, I, 10).
3. Es reserva de valor: «En cuanto al cambio futuro, si en la actualidad no
necesitamos nada, la moneda es para nosotros como el garante de que
podremos hacerlo si necesitamos algo, porque el que lleva el dinero debe
poder adquirir» (EN, V, 5). El dinero está para ser gastado, pero también
se puede acumular (EN, IV, 1). Así se transforma en parte del capital, o
riqueza acumulada, en la medida en que mantiene su valor de compra.
Aunque Aristóteles no lo diga, esta condición del dinero lo transforma en
un medio de pago.
En resumen, Aristóteles distingue entre la moneda, lo convencional y sopor-
te, y el valor que está detrás, que surge porque le hemos otorgado la representación
LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS 115
de la necesidad, que es algo real. Por convención le damos valor a algo. Pero esto
surge de un modo natural y necesario, hasta el punto de que es imposible la socie-
dad sin ello.
La economía moderna no llega mucho más lejos. El dinero cobra un valor
propio, en la medida en que se considera adecuadamente o no su poder de compra.
El dinero, en cuanto se necesita para efectuar transacciones, como medio de aho-
rro para el futuro o por motivos especulativos, es demandado, y como cualquier
otro bien con una demanda creciente, tiende a aumentar su valor. Una creación de
dinero adicional o el incremento en su velocidad de circulación, actúa como un
aumento en su oferta y tiende a disminuir su valor. Si la cantidad de dinero crece
y no lo hace la cantidad de bienes que representa, el precio de estos bienes crece
(la inflación es un incremento constante de estos precios que puede producirse
tanto por el aumento en la cantidad de dinero como por otros motivos) y el valor
del dinero decrece (supuesta una velocidad de circulación del dinero constante).
En el ínterin la gente puede quedar psicológicamente vinculada al valor previo del
dinero. Por eso, la emisión de dinero buscando aprovechar su poder de compra al
margen de los bienes reales es una práctica que crea inflación e induce al engaño.
Además, se quiebra la confianza, fundamento del valor del dinero. Es decir, con-
viene por el bien de las personas y la polis, como decía Aristóteles, que el valor
del dinero sea estable.
Por otra parte, con el dinero, como señaló Aristóteles, corremos el riesgo de
caer en la crematística ilimitada: pensar que todo valor es el valor de cambio y
que todo se puede comprar, que todo es conmensurable gracias al dinero (Política
I, 9). Las dos crematísticas utilizan el mismo medio de forma distinta. Esta idea
desemboca en una visión reduccionista de la realidad. El dinero toma el lugar de
la realidad verdadera4. Marx expresa esta inversión de la realidad diciendo que
mientras la económica responde al esquema M-D-M (mercancía que se cambia
por mercancía a través del dinero), la crematística ilimitada (para él, propia del
sistema capitalista) responde al esquema D-M-D: la mercancía pasa a ser el dinero
y el medio de cambio pasa a ser la mercancía5. Es un modo agudo y gráfico de
mostrar un proceso actual, detrás del cual, como también señala Aristóteles, está
la ilimitación del apetito (Política I, 9). Por eso, no se trata, como pretendía Marx,
de eliminar el capitalismo, sino de vivir las virtudes. La cita de la Introducción
4. Cfr. Nicolás Grimaldi, El trabajo. Comunión y excomunicación, EUNSA, Pamplona, 2000 (Le
travail. Communion et excommunication, PUF, París, 1998), p. 214.
5. Cfr. El capital, p. 397 en la edición de Gallimard (Bibliotèque de la Pléiade) de las Oeuvres de
Marx, tomo I, Économie, París 1965, edición establecida por Maximilien Rubel.
116 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
5. Virtudes de la economía
El solo hecho de que lo económico sea un acto humano nos habla de su re-
lación con la ética. Lo económico no es éticamente neutro. Es una actividad del
hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionali-
zada éticamente. Lo económico es principalmente, como vimos en el capítulo II,
un acto predominantemente inmanente dirigido a la vida buena. Esto hace que se
lo considere como un acto regulado por la razón práctica, mientras que la crema-
tística es una técnica que le debe estar subordinada. Las virtudes son hábitos que
colaboran en la realización de los actos buenos. Por eso, es lógico que haya unas
virtudes que contribuyan a la fácil realización de estos actos.
Según Aristóteles, se debe usar de los bienes moderada y liberalmente (Po
lítica II, 6). Ambas virtudes deben actuar de modo conjunto, porque por separado
la moderación puede llevar a la miseria y la estrechez, y la liberalidad al lujo. Se
debe evitar el exceso y la acumulación injustificada (Política, IV, 1). La riqueza
consiste más en el uso que en el poseer (Retórica, I, 5). «El uso del dinero parece
consistir en gastarlo y darlo; la ganancia y la conservación son más bien adquisi-
ción» (EN, IV, 1).
En su tratado sobre las virtudes, la Ética Nicomaquea, trata más extensamen-
te acerca de la liberalidad –eleytheriotes– («generosidad» traducen en ese libro
Araujo-Marías; «liberalidad» es más literal), virtud propia de los hombres libres,
que expresa su actitud debida frente a los bienes materiales. La prodigalidad es
exceso al dar y defecto al recibir, y a la inversa la avaricia. Hay que dar por la
belleza misma del dar: el gran móvil de la liberalidad es la amistad. «Siendo por
tanto la generosidad un término medio relativo a dar y tomar riquezas, el generoso
dará y gastará en lo que se debe y cuanto se debe, tanto en lo pequeño como en lo
grande, y ello con agrado» (EN, IV, 1).
6. Ricardo Yepes y Javier Aranguren, Fundamentos de antropología, EUNSA, Pamplona, 1999,
p. 267, se refieren en el mismo sentido a la sofrosyne clásica, que significa moderación, templanza,
como modo de desear adecuadamente los medios materiales.
LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS 117
Una virtud relacionada con el gasto del dinero es la magnificencia (EN, IV,
2). Es un gasto oportuno en gran escala. Sus defectos y excesos son respectiva
mente la mezquindad y la vulgar ostentación. El espléndido, para Aristóteles, es
liberal (en el sentido de generoso), pero su obra será más notable por lo oportuna
y proporcionada. La magnificencia es la virtud que tiene por objeto la «virtud» de
las obras, mientras que la liberalidad tiene por objeto la «virtud» de los bienes.
Aristóteles considera también la magnanimidad –megalopsychía–, que es la
actitud adecuada a la búsqueda del honor que se merece. Incluye un comporta-
miento moderado tanto respecto a los honores como a las riquezas. Su defecto y
exceso son la pusilanimidad y la vanidad, respectivamente (EN, IV, 3).
La justicia general o legal, virtud perfecta, la misma virtud en cuanto se re-
fiere al otro, está presente, en todas las virtudes. Orienta a todos los actos huma-
nos hacia el bien común. Además, tanto a nivel de relación distributiva como
correctiva, las diversas clases correspondientes de justicia deben tener un papel
regulador.
7. Ernst Fehr y Simon Gächter, «Fairness and retaliation: the economics of reciprocity», CESifo
Working Paper, No. 336, 2000.
8. Stefano Zamagni, «Why happiness and capabilities should stay together», Conference on Hap
piness and Capabilities, 16-18 de junio de 2005, Universidad de Milán-Bicocca, 2005.
118 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
de que B dará algo a C, que la cadena no se cortará y que finalmente algo volverá a
A. Esto no ocurre siempre necesariamente. La razón de esta respuesta «desigual»
es que en estas situaciones no solo está en juego un intercambio de medios, sino,
y sobre todo, de fines, de aprecios o afectos. Por tanto, esta atención reciente a la
reciprocidad en la economía está en línea con una reconsideración de los fines en
esta tal como la del enfoque capacidades de Sen o las teorías de la felicidad.
Alvin Gouldner subraya el carácter «heteromórfico» de la reciprocidad9. Con
este apelativo se refiere al hecho de que las cosas reciprocadas pueden ser distin-
tas. Sin embargo, añade, deben ser iguales en valor. Evidentemente, está señalan-
do lo resaltado antes: la reciprocidad implica una correspondencia en los fines,
mientras que los medios pueden ser diferentes.
La «comparabilidad práctica», solución al problema de la inconmensura-
bilidad, es aplicable a la reciprocidad. No podemos calcular y conmensurar in-
tenciones, afectos y los esfuerzos involucrados en un intercambio recíproco. Los
bienes cambiados pueden tener un precio. Sin embargo, la especificidad de su
reciprocidad no tiene precio. No hay cálculos técnicos que permitan determinar
la justicia de la reciprocación. La racionalidad práctica estima la reciprocación
oportuna. Pueden darse opiniones diversas acerca de la justicia de las mismas
reciprocaciones. Algunos pensarán que es suficiente; otros que generoso y otros
que insuficiente. La regla es la propia conciencia. Pero se debe intentar buscar una
apreciación común a través de la comparabilidad práctica. Como nota Zamagni:
9. Alvin W. Gouldner, «The norm of reciprocity: a preliminary statement», American Socio
logical Review, 25/2, 1960, 161-178; 172.
10. Why happiness and capabilities…», cit., 2005, p. 16.
LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS 119
economía. Hoy día proliferan los manuales o recopilaciones sobre estos temas11.
Stefano Zamagni pone el acento en la relacionalidad humana que da origen tanto
a una sociedad como a una economía civil12.
7. Conclusión
11. Cfr., por ejemplo, Stefano Zamagni (ed.), The economics of altruism, Elgar, Aldershot, 2005;
y Serge-Christophe Kolm, y Jean Mercier Ythier (eds.), Handbook of the economics of giving, altru
ism and reciprocity, North Holland, Ámsterdam 2006.
12. Cfr. Luigino Bruni y Stefano Zamagni, Civil economy: efficiency, equity, public happiness,
Peter Lang, Oxford, etc., 2007.
IX
El trabajo humano
1. Miguel Alfonso Martínez Echeverría hace un recorrido histórico de las concepciones del
trabajo desde un enfoque a mi juicio muy acertado en su libro Repensar el trabajo, Ediciones Interna-
cionales Universitarias, Madrid, 2004.
2. John Dupré y Regenia Gagnier, «A brief history of work», Journal of Economic Issues, 30/2,
553-559. Este artículo contiene varias visiones muy agudas. Agradezco a Matías Petersen que me lo
dio a conocer. Se debe advertir que su planteamiento de fondo es marxista, con los problemas que ello
trae consigo con relación al trabajo (al respecto, cfr. Hannah Arendt, La condición humana, Paidós,
Buenos Aires, 1993 (The human condition, The University of Chicago Press, 1958), cap. 3; J. Vi-
alatoux, Signification humaine du travail, Les Éditions Ouvrières, París, 1953, pp. 206-210; Rafael
Corazón González, Fundamentos para una filosofía del trabajo, Cuadernos de Anuario Filosófico,
n. 72, Pamplona, 1999, pp. 9-10; y José Ángel García Cuadrado, Antropología filosófica, EUNSA,
Pamplona, 2001, pp. 206-207).
3. Las tesis de Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (Península, Barcelona,
1969) han sido muy discutidas. Sin embargo, como afirma Kurt Samuelson (Religión y economía,
Ediciones Marova y Fontanella, Madrid y Barcelona, 1970), han tenido gran influencia.
EL TRABAJO HUMANO 123
4. «Semántica del trabajo», en Montserrat Herrero (coord.), Sociedad del trabajo y sociedad del
conocimiento en la era de la globalización, Prentice Hall, Madrid, 2003, pp. 11-15; p. 15.
5. En Tras la virtud, Crítica, Barcelona, 2001, p. 280.
124 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
el salario cubra las necesidades (en un sentido amplio) del trabajador y su familia.
Si la estructura de costos de lo producido no permite este objetivo, el problema
es de la empresa o del producto, no del trabajador. Pero en cualquier caso hoy día
sería impensable un sistema distinto. Solo se trata de recordar que este salario no
es el precio de un commodity ni el fin del trabajo, sino una condición de posibili-
dad de este. No constituye ni la esencia ni el valor ni el fin del trabajo. El trabajo
se valora primordialmente por la perfección que posibilita a su sujeto (y por ende,
por su contribución al bien común de la comunidad pequeña en que trabaja –la
empresa–, de su familia y de la sociedad civil), en cuanto a la dimensión subjetiva,
y por la calidad del producto o servicio que genera, en cuanto a la objetiva. El tra-
bajo genera la riqueza pero es solo parcialmente fuente de su valor económico.
Frente a este proceso contemporáneo, comienzan reacciones de todo tipo.
Son de destacar, primero, tanto por su prioridad temporal como por la finura de
sus propuestas, la de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, especialmente en
la Encíclica Laborem Exercens (1981), del beato Juan Pablo II, y el Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia (2004), del Consejo Pontificio para la Justicia
y la Paz. Su mensaje fundamental es ver al trabajo como acto humano, con todas
sus consecuencias –acto ético y social–, y, por tanto, reconocer la prioridad del
aspecto subjetivo del trabajo sobre el objetivo. Además, conectan el trabajo con la
dignidad humana; el trabajo es un bien digno del hombre: «… mediante el trabajo
el hombre no solo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesida-
des, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido “se
hace más hombre”» (n. 9). En expresión de Martínez Echeverría, «la esencia del
trabajo es la búsqueda de un sentido más pleno de la vida»6. Esta es una verdad
que estamos en proceso de descubrir. Afirma a continuación el mismo autor:
Todavía hoy cuando se habla del trabajo persiste el prejuicio de que se está
haciendo referencia a aquellas actividades que se juzgaban necesarias e imprescin-
dibles para el mantenimiento de la vida corporal. Solo en tiempos muy recientes se
ha podido comprobar que la esencia del trabajo es efectivamente sacar adelante la
vida humana, pero considerada en su plenitud. Es decir, ha dejado de ser un tipo de
actividad concreta, para apuntar al esfuerzo común para vivir una vida humana más
plena.
7. Cfr. especialmente la propuesta de Juan Antonio Pérez López de considerar motivaciones
extrínsecas, intrínsecas y trascendentes: Fundamentos de la dirección de empresas, Rialp, Madrid,
1993.
8. Filosofía de la política, EUNSA, Pamplona, 2009, p. 115.
126 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
9. «La ética cartesiana entre teología y deontología, Sapientia, 195-196, 1995, 48.
EL TRABAJO HUMANO 127
10. Cfr. Servais Pinckaers, Ce qu´on ne peut jamais faire, Cerf, París pp. 86 y 108.
11. Cfr. sobre este planteamiento, además de la obra ya citada,Servais Pinckaers, Le renouveau
de la moral, Casterman, París, 1964; y Joseph de Finance, «L’acte moral et le sujet», Sapientia, 100-
102, 1971, 411-422.
128 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
Existe una afirmación de Santo Tomás según la cual sostiene que el hombre
en su obrar orientado a la dimensión transeúnte se hace bueno solo secundum quid:
como trabajador, médico, ingeniero, orador, escritor, etc. Sin embargo, ninguna de
estas cualidades consideradas en la dimensión inmanente del acto, hace en principio
al hombre como tal bueno o malo simpliciter; es el carácter ético, es decir, el valor
o disvalor moral, el que constituye el bien o el mal objetivo del sujeto agente y hace
al hombre bueno o malo en cuanto hombre […] En las acciones del hombre que tie-
nen un carácter transeúnte, es imprescindible buscar resueltamente aquello que hace
bueno al hombre como tal12.
12. «Teoria e prassi: un tema umano e cristiano», en Atti del Congreso Internazionali Teoria-
prassi, Genova-Barcellona, 1976, Ed. Dominicane, Napoli, 1979, vol. 1, pp. 36-37.
13. Rafael Alvira, Reivindicación de la voluntad, EUNSA, Pamplona, 1988, p. 109. Cfr. también
pp. 60, 120-121, 161, 188-189.
EL TRABAJO HUMANO 129
14. «La filosofía del trabajo en Santo Tomás», en Atti del III Congresso Internazionale della
S.I.T.A.. Etica e società contemporanea, III, Pontificia Accademia di S. Tomasso, Serie «Studi Tomisti-
ci», 50, Libreria Editrice Vaticana, 1992, p. 66. Leonardo Polo señala las relaciones estrechas del agere
y el facere como integrantes de la acción humana en ¿Quién es el hombre? Un espíritu en el tiempo,
Rialp, Madrid, 1998, p. 101.
15. Persona y acción, BAC, Madrid, 1982, p. 175.
130 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
y reflexión, ni sin disposición moral hay elección [no hay acto humano al margen
de la moral]. La reflexión de por sí no pone nada en movimiento, sino la elección
orientada a un fin y práctica [sin causa final no actúa la eficiente]; ésta, en efecto,
gobierna incluso al entendimiento creador [poietikês: técnico], porque todo el que
hace [poieî: produce] una cosa, la hace con vistas a algo, y la cosa hecha no es fin
absolutamente hablando (si bien es un fin relativo y de algo), sino la acción misma,
porque es el hacer bien [eupraxía] las cosas lo que es fin, y eso es el objeto del deseo
(1139a 30 a 1139b 4).
Como señalaba antes, para el griego, el logos (entendido como eidético, como
pensamiento, no calculativo), la physis (naturaleza, realidad), la práxis (obrar) y
la techne (hacer, técnica) estaban perfectamente coordinados, entrelazados, por su
orientación al fin o telos. El telos es fin, pero está al principio. Cuando el pensar se
escinde de la naturaleza, se autoimponen otros teloi (si es que se pueden seguir lla-
mando así) y se pierde el orden: el pensamiento o logos se vuelve exclusivamente
calculativo y reduce todo a cálculo, al que somete a la physis (la naturaleza tanto
física como humana). La práxis, la actividad del logos que podría haber orientado
al telos de la physis, desaparece. De hombres pasamos a ser máquinas e impone-
mos un orden arbitrario a la naturaleza. Obviamente, entonces aparece el proble-
ma ecológico. Como bien señala Agazzi: «… una actividad técnica que ignorara
esta dimensión [la práctica] y que por tanto restringiese el horizonte propio al de la
pura eficacia, olvidando el horizonte del deber, se transformaría automáticamente
en una actividad sub-humana»16.
En síntesis, sin fines no hay acción. Los fines son del agente (y por tanto, in-
trínsecos), aunque el objetivo del fin sea habitualmente externo. Por eso, todo acto
humano es ante todo práctico. Una consideración de cualquier tipo de acción que
se limite al modo de adecuar medios a fines es puramente analítica, no mueve a la
acción. El comienzo de la acción se da una vez justificado y determinado el fin. Es
entonces cuando se comienzan a poner medios para alcanzar ese fin.
Una postura agnóstica respecto a los fines conduce entonces a una reducción
de la teoría de la acción a sus aspectos técnicos. Pero esta operación implica la
anulación misma de la acción (lo que es por cierto imposible) pues no hay eficien-
cia sin fin. Es analíticamente posible como estudio teórico de una acción pasada
o supuesta. Pero es solo una parte, secundaria e instrumental, de una teoría de la
acción que pretenda tener algún influjo real. Como hay que actuar, el hombre ag-
16. Evandro Agazzi, «Per una riconduzione della razionalità tecnologica entro l’ambito della
razionalità pratica», en Sergio Galvan (a cura di), Forme di racionalita pratica, Franco Angeli, Milán,
1992, pp. 17-39; p. 36.
EL TRABAJO HUMANO 131
nóstico que no puede razonar sobre el fin, simplemente lo determina con alguna
otra potencia y reduce la razón a un rol mediático. Lo expresa paradigmáticamente
Bertrand Russell: «La “razón” tiene un significado perfectamente claro y preciso.
Significa la elección de los medios correctos para alcanzar un fin deseado. No
tiene nada que ver con la elección de los fines»17.
Una consideración de la acción que se limite al estudio de la adaptación de
medios a fines es una consideración de una acción inexistente, truncada. Los me-
dios y los fines interactúan y se determinan mutuamente. El aspecto técnico y el
práctico se complementan y requieren mutuamente, teniendo prioridad el último
sobre el primero. Por otra parte, a pesar de que he citado intérpretes recientes de
Aristóteles y Tomás de Aquino, esto no es una novedad. Esta comprensión de la
acción humana con sus dos dimensiones inescindibles ayudará a una reconsidera-
ción del trabajo.
17. En Human society in ethics and politics, George Allen & Unwin, Londres, 1954, p. 8.
18. Karol Wojtyla, «Il problema del costituirse della cultura attraverso la “praxis” umana», Ri
vista di Filosofia Neoscolastica, LXIX, 1977, 516.
132 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
subjetivo, no importa tanto qué haga sino cómo lo haga. Este aspecto es el que
le confiere dignidad al trabajo, que por ello no es una mercancía, commodity o
elemento impersonal.
En segundo lugar, a través de este obrar, sigue Wojtyla, el hombre hace más
humana la realidad externa, constituye la cultura. Para ello es necesario revelar la
profunda relación del acto humano con la verdad, el bien y la belleza:
Esta [relación], continúa, no proviene de afuera del trabajo, o del obrar huma-
no. Sí, este obrar también tiene aquel doble carácter: transitivo y no transitivo. Aún
más, podemos afirmar que aquello que el obrar humano tiene de transitivo, que se
expresa como resultado, obra o producto, no es más que un resultado de lo que es
intransitivo, por una comunión desinteresada del hombre con la verdad, el bien o la
belleza19.
No se trata de un resultado sin más, de un producto que arroja, sino que está
cargado de interioridad, aunque salga en serie. Cuando no es así, se trata de un tra-
bajo deshumanizado que no es verdadero trabajo humano. Ya se ve cómo el pen-
samiento de Wojtyla está presente en la Encíclica Laborem Exercens, su distinción
entre dimensión subjetiva y objetiva del trabajo y la afirmación de la prioridad de
la primera sobre la segunda (nn. 5 y 6).
Una tercera consecuencia es el carácter ético del trabajo. El agere y el facere
están entrelazados; por tanto, es imposible ser un buen trabajador si no se es ético.
Es el momento de repetir el pasaje de Juan Pablo II citado en el capítulo I:
Las causas morales de la prosperidad son bien conocidas a lo largo de la histo-
ria. Ellas residen en una constelación de virtudes: laboriosidad, competencia, orden,
honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio, cumplimiento de la
palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho. Ningún sistema o
estructura social puede resolver, como por arte de magia, el problema de la pobreza
al margen de estas virtudes; a la larga, tanto el diseño como el funcionamiento de las
instituciones reflejan estos hábitos de los sujetos humanos, que se adquieren esen-
cialmente en el proceso educativo y conforman una auténtica cultura laboral.
Este aspecto ético no solo incluye al propio trabajo a través de esas virtudes
–honestidad, competencia, esfuerzo por trabajar bien en cuanto a la dimensión
objetiva–, sino también el equilibrio con el resto de obligaciones de la persona
–e. g., familiares, sociales, personales (salud, descanso)–. Supone equilibrio, un
balance adecuado.
Quisiera agregar otras consecuencias bien agudas que extrae Leonardo Polo
de este carácter personal del trabajo humano. La persona es un ser que aporta,
que es capaz de dar más de sí, de innovar. Si emprende es por ser persona, por ver
en ello un modo de aportar, más allá de los beneficios que obtuviera del aporte.
Esta característica se relaciona con las anteriores pues «está en la naturaleza del
hombre que al aportar, al perfeccionar lo que le rodea a través de su trabajo, se
perfecciona a sí mismo»20. Esta característica mira a su entorno social. No hay
trabajo fuera de la sociedad.
La consideración prioritaria del aspecto subjetivo del trabajo no está reñida,
al contrario, con su efectividad. La reciente literatura del management tiende a
enfatizar las «sinergias» entre creatividad, carácter emprendedor, satisfacción del
trabajador y productividad. No se trata de una ecuación matemática exacta. Pero
sí de una experiencia largamente constatada. Ahora bien, aunque sea cierto que ser
ético es rentable (aunque no siempre ni necesariamente), si se es ético con el fin de
la rentabilidad se deja de ser ético21.
También se pueden valorar positivamente las propuestas de participación de
los trabajadores en la propiedad, la gestión y los resultados del trabajo, a través,
por ejemplo, de participaciones accionarias, composición de equipos directivos
a todos los niveles y «achatamiento» de las pirámides de mando, y el reparto de
beneficios a través de los llamados bonus. Sin embargo, en cuanto a este tipo de
«recompensas» por productividad se requiere cautela para no «bastardear» las
motivaciones trascendentes o intrínsecas poniéndoles un precio. Hay una litera-
tura interesante acerca del efecto «crowding-out» o corrosión de la motivación.
Bruno Frey lo explica diciendo que a la persona intrínsecamente motivada se le
niega la oportunidad de desplegar su propio interés y participación en una acti-
vidad si alguien le ofrece una recompensa22. Se trata de una aplicación de la ley
de Gresham, según la cual «la mala moneda desplaza a la buena moneda». El día
que a la directora del colegio se le ocurrió ofrecer una rebaja en la cuota escolar a
los que siempre llegaran temprano comenzaron a llegar más alumnos tarde, pues
se le puso un precio a algo que no lo tiene y los padres, entonces, ya no estaban
motivados para llegar a tiempo.
20. Leonardo Polo, «El hombre en la empresa: trabajo y retribución», en Empresa y humanismo,
Cuadernos Extensión n. 1, Universidad de los Andes, Santiago de Chile, 1990, p. 31.
21. Cfr. Gabriel Chalmeta, Ética social. Familia, profesión y ciudadanía, EUNSA, Pamplona,
2003, pp. 150-151. Solo el utilitarismo consideraría ético este planteamiento.
22. En Not just for the money: an economic theory of personal motivation, Elgar, Cheltenhan,
1997, pp. 82-85.
134 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
5. Conclusión
1. Sobre el capital
Comenzamos el capítulo anterior diciendo que ex nihilo nihil fit. Toda oferta
proviene de una elaboración basada en algo dado, distinguiendo en lo «dado» una
parte más bien pasiva, que llamamos habitualmente «naturaleza», y otra activa,
el hombre. El trabajo aplicado a la naturaleza genera la oferta. Ahora bien, el
hombre ha descubierto el modo de acumular la naturaleza elaborada de modo de
no tener que empezar siempre desde cero. Ha logrado conservar y poner a dispo-
sición de la producción una acumulación de trabajo sobre la naturaleza. Este es
el llamado «capital». Mediante el dinero, además, ha conseguido desprenderse
del carácter fijo de la naturaleza elaborada, generando un capital completamente
líquido. Faustino Ballvé define al capital del siguiente modo: «El capital consiste
en todos los medios materiales que el empresario emplea para mantener en curso
la producción, desde la tierra y los edificios, maquinaria y utilaje hasta el dinero
necesario para mantener el ciclo productivo»1.
De la afirmación del carácter activo del trabajo se desprende la conclusión de
su prioridad sobre el capital, que es también fundamentalmente trabajo acumula-
do. El trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras que el «capital»,
siendo el conjunto de los medios de producción, es solo un instrumento o la causa
instrumental (cfr. Laborem Exercens, n. 12). La fuente más importante de riqueza,
entonces, es el trabajo2. El capital es un instrumento del trabajo. No puede hacer
1. Diez lecciones de economía, Víctor de Zavalía, Buenos Aires, 1960, p. 48. En economía se
entiende por capital el conjunto de bienes producidos que produce futuros bienes. No se trata de la natu-
raleza virgen, sino de los medios de producción generados por el trabajo a partir de aquella. El concepto
de riqueza es más amplio que el de capital, pues incluye todos los bienes económicos.
2. Cfr. Ricardo Yepes y Javier Aranguren, Fundamentos de Antropología, EUNSA, Pamplona,
1999, p. 267. Esto no significa, como ya aclaré en el capítulo IX, que el salario determine el valor de
su producto. Incide en este a través de la oferta, al ser parte del costo.
136 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
nada por sí solo, especialmente, sin el concurso del empresario. La actividad del
empresario y de la empresa es también trabajo humano.
La naturaleza recibida es suficiente para cubrir nuestras necesidades en la
medida en que la trabajemos y distribuyamos inteligente y justamente. Albino Ba-
rrera muestra en su libro sobre los fundamentos morales de la acción económica,
que Dios quiere un estado de suficiencia material para el hombre, no de escasez.
Pero la actualización de este estado es tarea del hombre. La suficiencia material
provista por Dios es condicional a la acción económica, causa perfectiva secunda-
ria de esa suficiencia. De lo contrario, caemos en la escasez, que se convierte así
en posible ocasión de la virtud humana.
Ahora bien, esto significa a su vez que el capital está para que rinda; la ri-
queza también está para hacerla fructificar y que así crezca y circule, mediante la
aplicación del trabajo humano sobre ella. Esta actitud se ve facilitada cuando se
tiene la mentalidad de que uno no es propietario absoluto de su riqueza. En efecto,
por más que la haya ganado con su trabajo, la naturaleza ha sido originalmente
regalada, es un don, y la propia vida y el trabajo del que somos capaces también
son dones. Por eso, esterilizar o dilapidar la riqueza en consumos excesivamente
lujosos o de cualquier otro modo no corresponde a la naturaleza de las cosas y es
moralmente reprobable. Significa, de hecho, privar a otro del beneficio que podría
haber obtenido al trabajar para que esa riqueza produzca. La esterilización del ca-
pital o su uso inadecuado técnica y éticamente son la causa de la escasez. Por eso,
el problema económico no es la escasez sino, más bien, no caer en la escasez.
2. Sobre la empresa
3. Cfr. «Ética y empresa», Estudios Públicos, 4-5, 1981, 42-52. Así lo considera también Juan Pa-
blo II en su ya citado discurso a la CEPALC de 1987 (http://humanitas.cl/biblioteca/articulos/d0174/):
«El desafío de la miseria es de tal magnitud que, para superarlo hay que recurrir a fondo al dinamismo
y a la creatividad de la empresa privada, a toda su potencial eficacia, a su capacidad de asignación
eficiente de los recursos y a la plenitud de sus energías renovadoras».
EL CAPITAL Y LA EMPRESA 137
10. Son ejemplo de este interés en los clásicos la obra de Tom Morris, If Aristotle ran General
Motors (H. Holt & Co., New York, 1997), los enfoques aristotélicos de Robert C. Solomon, Oliver F.
Williams y Patrick E. Murphy, y Sherwin Klein con su perspectiva platónica. Con Ludovico Videla
hemos compilado varios trabajos con estas características en Ética de los negocios, Educa, Buenos
Aires, 2004.
11. Como hace Alejo Sison en «De la organización del estado al gobierno corporativo: una lectura
actual de Aristóteles», cit.
12. Cfr. Ethics and excellence. Cooperation and integrity in business, Oxford University Press,
1992, capítulos 11, 14 y 16.
13. Dilemas éticos de la empresa contemporánea, FCE, México, 1997, pp. 287-289.
140 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
infundir las virtudes en los discípulos dice que hay dos medios: la ley y la educa-
ción (X, 9). Por eso, los factores que configuran una empresa ética son las normas
vividas en la empresa sumadas a la ejemplaridad educativa de los líderes.
La experiencia es clave en el ámbito de una ciencia práctica como la direc-
ción de empresas. ¿Qué nos enseña? Aún están muy vivos casos como Enron o
Arthur Andersen. Sus ejecutivos habían hecho cursos de ética empresarial; las
empresas tenían códigos de ética y quizás, también, planes de responsabilidad
social corporativa. Obviamente, algo está fallando y hay que corregirlo. Se alaba
la capacidad de reacción de los norteamericanos que endurecieron la legislación.
Pero aún después apareció Maddox. Está bien regular, pero es solo una parte de
la solución. La ley debe ser vivida y requiere también la educación para forjar
virtudes reales que promuevan acciones coherentes. Si falta esta segunda parte,
se profundiza en el sabio refrán «hecha la ley, hecha la trampa». Será más difícil
engañar, pero se seguirá haciendo. Es como pretender curar una infección pres-
cribiendo un antipirético: bajará la fiebre, pero la bacteria seguirá actuando y se
hará sentir con mayor virulencia. De poco sirven los cursos, códigos y leyes si no
llevan a actuar en consecuencia. «No investigamos para saber qué es la virtud,
sino para ser buenos», decía Aristóteles (Ética Nicomaquea II, 2). La coherencia
es especialmente importante en los directivos. Un liderazgo sin ética hace peligrar
a toda la empresa.
Pero ¿qué pasó en los cursos de ética? Ocurrieron, al menos, dos cosas. Pri-
mero, que la ética se enseña solamente en el curso de ética, mientras que en el res-
to de las materias se enseña implícitamente lo contrario. Entonces, la ética queda
de facto descalificada. Para que la enseñanza de la ética sea efectiva hace falta que
el claustro entero de profesores la enseñe y la viva. Segundo, cuando se enseña la
ética, porque «ser ético rinde» o como adaptación a la legislación o para evitar una
caída de la reputación que lleva a otra en las ventas, se enseña una ética que no es
en sí misma ética. Los cursos de ética utilitaristas solo tienen de ética el nombre.
Se advierte rápidamente. Los verdaderos cursos de ética son los que, sin descuidar
los aspectos legales y normativos, ponen el énfasis en la formación del carácter y
el desarrollo de las virtudes, especialmente en los directivos. Pero, como decía un
viejo profesor de la Harvard School of Businnes, los que asisten a los cursos de
ética (voluntarios u optativos) son los que no los necesitan (y viceversa).
Por eso, la ética de los negocios no es un conjunto de principios minimalistas
para calmar la conciencia o evitar las acciones legales contrarias, ni un complejo
cálculo de las consecuencias de las acciones. La verdadera ética de los negocios
es el desarrollo de las virtudes personales –que siempre son sociales, puesto que
el hombre es político–. Esto último es clave porque estrictamente la ética no es
142 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
15. Sobre la doctrina filosófica del bien común, cfr., por ejemplo, Ángel Rodríguez Luño, Ética,
EUNSA, Pamplona, 1982, libro 2, capítulo IV.
16. El bien común como finalidad de la empresa, Cuadernos Empresa y Humanismo, n. 110,
Instituto Empresa y Humanismo, Pamplona, 2009, p. 49.
17. Como lo hacen Paladino y otros autores en Marcelo Paladino (ed.), La responsabilidad de la
empresa en la sociedad, Emecé, Buenos Aires, 2007.
144 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
5. Conclusión
18. Cfr. Domènec Melé, «Las relación empresa-sociedad como base para la responsabilidad de
la empresa en la sociedad», en Marcelo Paladino, La responsabilidad de la empresa en la sociedad,
cit., p. 167.
EL CAPITAL Y LA EMPRESA 145
19. Es muy lúcida la enseñanza de la Encíclica Caritas in veritate de Benedicto XVI al respec-
to: «… el desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos
que sientan urgentemente en su conciencia la llamada al bien común. Se necesita tanto la preparación
profesional como la coherencia moral. Cuando predomina la absolutización de la técnica se produce
una confusión entre los fines y los medios, el empresario considera como único criterio de acción el
máximo beneficio en la producción; el político, la consolidación del poder; el científico, el resultado
de sus descubrimientos. Así, bajo esa red de relaciones económicas, financieras y políticas persisten
frecuentemente incomprensiones, malestar e injusticia; los flujos de conocimientos técnicos aumentan,
pero en beneficio de sus propietarios, mientras que la situación real de las poblaciones que viven bajo y
casi siempre al margen de estos flujos, permanece inalterada, sin posibilidades reales de emancipación.
(n. 71).
XI
Las crisis globales y la globalización
distinto del mero sucederse del tiempo natural. En este nivel se podría encarar el
análisis de dos modos. Primero, haciendo un recuento de los hechos que fueron
conduciendo a la crisis: surgirán elementos técnicos, equivocaciones (meros erro-
res o fallas morales) de personas o instituciones concretas, reacciones psicológi-
cas más o menos masivas, hechos fortuitos. Sin duda, estos factores ayudarán a
entenderla.
Segundo, se pueden considerar los fenómenos de acortamiento o alargamien-
to de los tiempos que provocan las expectativas humanas. Después de la crisis,
muchos estudiosos se han preguntado por qué no se tomaron medidas antes. En
efecto, algunas voces habían alertado acerca de su proximidad y nadie hubiera
negado la necesidad de emprender las acciones que proponían. Sin embargo, no
hubo timing. Los antiguos griegos usaban el término kairos que significa tiempo
oportuno.
Además, la velocidad de la vida contemporánea, su «instantaneísmo», in-
duce al «corto-placismo», al olvido del pasado: estamos anclados en el presente.
Esta aceleración del tiempo va en contra de la calma y la serenidad, actitudes que
faltan durante las crisis.
f) Balance
Beck, por su parte, nota como el capital se «escapa» de los límites del Estado.
Por su carácter tan «líquido» aprovecha y empuja los medios de comunicación y
se traslada a donde haga falta para obtener un rendimiento mayor a partir de me-
jores costos o precios. Por esta vía, el Estado también pierde poder. Esto no cons-
tituiría un hecho dramático si surgieran otras formas de desarrollo de lo político.
Clásicamente la política era el saber y la actividad que disponía a los ciudadanos
al logro de la vida buena. Se ha pensado en el Estado nacional como el posible
gestor moderno de lo político en este sentido clásico. En realidad, se puede dudar
si el Estado nacional lo ha sido efectivamente. El Estado surgió más bien como
instrumento del poder y de hecho lo fue. Al surgir esta figura que se hizo cargo de
la política, la sociedad civil creyó en ella y dejó la política en sus manos. Por otra
parte, a medida que fue haciéndose más liberal, el Estado se despreocupó cada vez
más del bien del hombre.
Por eso, la globalización podría verse como una oportunidad para el surgir de
nuevas formas políticas. La globalización conduciría, entonces, a la necesidad de
construir la gestión de lo político desde abajo. Más que nunca cobran importan-
cia las asociaciones intermedias inspiradas y gestionadas por personas que logran
captar y/o incitar fines comunes. Muchas de ellas tienen ya más importancia que
varios Estados nacionales. Beck no considera que el Estado deba desaparecer, sino
que debería asumir su nueva posición. Debería ser consciente de sus limitaciones
y buscar interactuar más intensamente con otros estados. Problemas bien graves
como las crisis económicas, financieras, energéticas, ecológicas, el terrorismo in-
ternacional o las epidemias, no se generan ni se resuelven localmente. Se requie-
ren concertaciones internacionales tanto para evitarlas como para paliarlas.
Otra globalización conectada con las dos anteriores –la económica y la polí-
tica– es la cultural. Esta plantea problemas difíciles como la pérdida de identidad
de algunas culturas o los choques culturales, que no puedo tratar aquí. Sin duda,
también tiene ventajas; puede surgir un crisol de culturas que conduzca a un per-
feccionamiento humano, respetando las particularidades cuya conservación cons-
tituye una riqueza. Lo resume muy bien Agustín González Enciso: «… quien cla-
ramente tiene más debe intentar enseñar a quien tiene menos, sin menospreciar lo
bueno que éste pueda tener, sin olvidar lo malo que uno tiene para corregirlo»5.
5. «La globalización en la historia», Revista Empresa y Humanismo, V, 1/02, 2002, 95-117; 111.
LAS CRISIS GLOBALES Y LA GLOBALIZACIÓN 155
(como Joseph Stiglitz o George Soros) algunos economistas más ortodoxos lo han
notado y advertido6. Los economistas necesitan las humanidades, su reintegración
con el resto de las ciencias sociales y, sobre todo, necesitan la filosofía. La filoso-
fía urge.
6. Cfr., por ejemplo, los libros de Dani Rodrick, Has globalization gone too far?, Institute for
International Economics, Washington D.C., 1997, The new global economy and developing countries:
making openness work, Overseas Development Council, Washington D.C., 1999; y One economics.
Many recipes. Globalization, institutions, and economic growth, Princeton University Press, Princeton,
2007.
XII
Breve conclusión