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filosofía de la economía

ricardo f. crespo

filosofía
de la economía

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NAVARRA,s.a.
S.A.
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PAMPLONA
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Primera edición: Mayo 2012

© 2012: Ricardo F. Crespo


Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (EUNSA)

ISBN: 978-84-313-0000-0
Depósito Legal: NA 0000-2012

Imprime: Gráficas Alzate, S.L. Pol. Comarca 2. Esparza de Galar (Navarra)

Printed in Spain - Impreso en España


But from time to time it is probably necessary to detach oneself
from the technalities of the argument
and to ask quite naively what it is all about.
Friedrich A. von Hayek
«Economics and knowledge»,
Economica, 4/23, febrero de 1937, 54.
Prólogo

Solo unas breves palabras de agradecimiento. Llevo años dedicándome a esta


disciplina filosófica y acrecentando mi ilusión por poner por escrito un extracto
de las ideas fundamentales a las que he arribado. En los comienzos de mi carrera
académica, el profesor y gran amigo Héctor J. Padrón me trazó el recorrido pros-
pectivo que debería seguir. Éste culminaba con un libro de síntesis. El que ahora
presento pretende ser su primera aproximación. Por eso, mi primer agradecimiento
es para él, pues además con esta sugerencia me manifestó su confianza en mis po-
sibilidades futuras. También quiero dar las gracias al Prof. Ángel Luis González,
quien acogió y brindó su apoyo en el proyecto de esta publicación. Estoy en deuda
con otros profesores de la Universidad de Navarra por sus enseñanzas y amistad:
Miguel Alfonso Martínez Echevarría, Rafael Alvira, Alfredo Cruz Prados, Jaime
Nubiola y Marina Martínez. También con los profesores y alumnos de las institu-
ciones en que enseño e investigo habitualmente: el IAE (Universidad Austral, de
Buenos Aires), la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza, Argentina) y el Con-
sejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, también de Argentina. No
quisiera dejar de mencionar a mis maestros o directores de tesis y amigos Miguel
Verstraete, Carlos Ignacio Massini, Jorge Martínez Barrera, Abelardo Pithod, John
B. Davis y Marcel Boumans. Miguel Alfonso Martínez Echevarría, Matías Muná-
rriz, José Luis Gómez, Miguel F. Gutiérrez (R.I.P.), y varios evaluadores anónimos
leyeron entero este trabajo e hicieron observaciones muy interesantes y útiles.
Como señalo al final de la introducción, escribir un libro sobre esta materia
es algo audaz, pues no hay muchos antecedentes. No se trata de un manual de
ética, lógica o metafísica, disciplinas tradicionales de la filosofía. Por eso, se en-
contrarán algunas perspectivas muy personales tanto en la elección de los temas
como en las ideas contenidas. El libro abre brechas, con todos los riesgos que esto
conlleva. Por eso, estaré muy agradecido a las observaciones y comentarios que
estoy seguro que ayudarán a mejorar lo presente. Mi dirección de correo electró-
nico es rcrespo@iae.edu.ar.
Índice

Prólogo . ...................................................................................................................... 9
Introducción: ¿Por qué una filosofía de la economía? . .............................................. 13

Parte 1:
Lo económico y su ciencia:
una aproximación filosófica
II. Lo económico ................................................................................................ 25
III. La ciencia económica .................................................................................... 39
IV. Características y método de la ciencia económica ........................................ 53
V. Economía y ética ........................................................................................... 65
VI. Modelos y mediciones . ................................................................................. 75
VII. Los últimos sesenta años de ideas sobre la ciencia económica y su método . 87

Parte 2:
La actividad económica
VIII. Las actividades económicas .......................................................................... 109
IX. El trabajo humano ......................................................................................... 121
X. El capital y la empresa .................................................................................. 135
XI. Las crisis globales y la globalización ............................................................ 147
XII. Breve conclusión ........................................................................................... 157
I
Introducción:
¿Por qué una filosofía de la economía?

La introducción a un libro debe presentar la cuestión de la que tratará y jus-


tificar su necesidad y conveniencia. En estas primeras páginas sostendré que la
economía es una realidad humana relevante que merece una aproximación filo-
sófica. Esta razón se refuerza porque la situación actual del pensamiento social y
económico también requiere este análisis para poder discriminar sus luces y som-
bras y proponer una vía de mejora. La idea del libro está condensada en la frase de
Hayek que se presenta al comienzo: dejar de lado por un rato las tecnicidades de
la economía para preguntarse de qué se trata lo económico y su ciencia.
Aristóteles, al comenzar el libro de la Política (I, 2), caracteriza al hombre
como zoon echon logon –animal que tiene palabra– y zoon politikon –animal polí-
tico–. El hecho de que esta doble caracterización sea simultánea tiene un significa-
do profundo. Con la palabra, dice Aristóteles, el hombre puede expresar lo conve-
niente o inconveniente, lo justo o injusto, lo bueno y lo malo, y puede conocerlo.
Al mismo tiempo, sostiene que «la comunidad de estas cosas es lo que constituye
la casa y la ciudad». Es decir, el hombre desarrolla su racionalidad o capacidad
de conocimiento teórico (metafísico), práctico (ético) y técnico en el ámbito de la
comunidad familiar y política.
La comunidad política surge con el fin de lograr la vida buena de sus ciuda-
danos, es el lugar de la perfección humana. Ahora bien, también según Aristóteles,
para lograr la vida buena de la persona y para la misma existencia de la sociedad
es necesario contar con un mínimo de recursos (ver, por ejemplo, Política III, 9).
Diógenes Laercio cuenta en Vidas de los filósofos que Aristóteles enseñaba que la
virtud no es suficiente por sí misma para conferir la felicidad; porque el hombre
también tiene necesidad de los bienes del cuerpo, de bienes externos. Lo econó-
mico es, entonces, una condición de la vida buena en la sociedad y, por tanto, su
14 filosofía de la economía

finalidad última es ética1. De hecho, Aristóteles comienza la Política escribiendo


acerca de lo económico.
La condición material del hombre nos impone la cuestión de su subsistencia.
Se trata de una subsistencia que va más allá de la meramente animal, pues la espi-
ritualidad del hombre infiltra toda su realidad y sus acciones. Por otra parte, esta
espiritualidad exige más que la mera subsistencia. El hombre necesita satisfacer
requerimientos que van más allá de la subsistencia, para los que también hace falta
contar con recursos. Por eso, la economía es una realidad y una acción humanas
en las que se manifiestan al mismo tiempo su materialidad y su espiritualidad, su
sociabilidad, su inteligencia y su libertad.
Lo económico ha estado siempre presente en la vida humana, desde sus orí-
genes más arcanos. Ya las pinturas o grabados rupestres nos muestran escenas de
cacerías u otras actividades orientadas a la subsistencia. Pero, sin duda, la econo-
mía hoy día ha cobrado una importancia enorme, influyendo poderosamente en
la vida de las personas. Precisamente por este motivo, la filosofía –más concre-
tamente, la filosofía práctica– no puede dejar de reflexionar sobre esta actividad
humana.
Por otra parte, la atención filosófica a la economía puede conducir a recu-
perar la unidad de las actuales ciencias sociales bajo el imperio arquitectónico de
la política. Esta unidad se perdió en algún momento de la modernidad. La cien-
cia social tiene una necesidad innegable de establecer una unión fructífera con la
filosofía, para que esta le ayude a salir del estado de descomposición en que se
encuentra. En este sentido, la filosofía o ciencia práctica constituye una ayuda
notable para las ciencias sociales actuales.
Sin embargo, como veremos en el capítulo III, en vez de apoyarse en la fi-
losofía y formar filas con las demás ciencias sociales, la economía ha intentado
imponerles su lógica. Por el contrario, la economía debería beneficiarse de las ló-
gicas de las otras ciencias sociales para conocer mejor su objeto de estudio, ya que
no está regido solamente por la lógica económica, sino también por otras como la
valorativa, la psicológica y la sociológica. Para Aristóteles la ciencia práctica prin-
cipal era la política. Disciplinas como la economía le estaban subordinadas. La
filosofía contemporánea intuye la necesidad de recuperar esta unidad de las cien-
cias sociales. El filósofo Mario Bunge habla, aunque con probables connotaciones
distintas de las aristotélicas, de «convertir a cada una de las ciencias sociales en
una componente de un único sistema conceptual que goce del sostén y del control

1.  Cfr. Alfredo Cruz Prados, Filosofía política, EUNSA, Pamplona, 2009, p. 111.
INTRODUCCIÓN: ¿POR QUÉ UNA FILOSOFÍA DE LA ECONOMÍA 15

de los datos generados en los diversos campos que hoy día están separados»2. Ese
sistema conceptual puede ser la ciencia práctica aristotélica. Pero con anterioridad
a este tipo de intuiciones, la razón teórica (la que conoce más allá de lo sensible o
experimentable) y la razón práctica (o ética) han quedado soslayadas. La empresa
de unificación de las ciencias sociales alrededor de la política tiene como condi-
ción la recuperación de estos usos de la razón.

1. La tecnificación de la economía y la recuperación


de la razón teórica y práctica

La economía actual posee una racionalidad –técnica o instrumental– y nece-


sita reincorporar una nueva racionalidad –teórica y práctica– para que el hombre
sea su centro. Solo una recuperación de la razón teórica y práctica nos brindará las
bases para una reflexión sobre el hombre y su fin y para una acción plenamente
humana.
En la segunda mitad del siglo xx surgió un fuerte movimiento de rehabilita-
ción de las nociones aristotélicas de razón y ciencia prácticas principalmente en
Alemania. Sus representantes conciben este paradigma como una reacción contra
la exigencia moderna de neutralidad valorativa imperante en las ciencias sociales.
Cuando fue concebida la idea de la razón, aspiraba a mucho más que la mera
tarea de regular la relación entre medios y fines: pretendía comprender los fines.
Detengámonos por un momento para explicar estos conceptos, claves a lo largo
del libro.
Aristóteles distingue en la Metafísica (II, 2 y VII, 1) tres usos diferentes de
la razón: teórica, práctica y poiética (o técnica), que originan los tres tipos corres-
pondientes de ciencias. Esta distinción corresponde a sus diferentes objetos de
estudio:
1. La ciencia teórica trata de las cosas que no son producibles o modifi-
cables, que solo pueden contemplarse. Según Aristóteles, comprende la
metafísica, la física y las matemáticas.
2. La ciencia práctica trata de aquellos objetos que se originan en decisiones
o elecciones humanas; tiene un fin práctico.
3. La ciencia técnica se ocupa de los artefactos y de las reglas para su pro-
ducción.

2.  Economía y filosofía, Tecnos, Madrid, 1985, p. 81.


16 filosofía de la economía

El uso teórico de la razón hace posible el conocimiento de esencias y causas


que se encuentran «tras» lo que se puede observar empíricamente o a través de
instrumentos. Aristóteles distingue cuatro causas reales (eficiente, formal, mate-
rial y final), que originan diferentes tipos de explicación; se trata de «una doctrina
de cuatro porqués» que responde a las siguientes preguntas: quién lo ha hecho, por
qué esta cosa y no otra, de qué está hecho y con qué fin se ha hecho. El camino
hacia esas causas es el conocimiento teórico.
El uso práctico de la razón, por otra parte, se centra en la comprensión y elec-
ción de fines de las acciones humanas y en el mejor modo de alcanzarlos en orden
a la perfección del agente. Es la fuente de la moralidad y el modo de conocer el
bien y el mal morales. La razón práctica es la razón humana misma en la tarea de
dirigir a las personas para que vivan de acuerdo con lo que son; intenta responder a
la pregunta «¿cómo debo vivir?». El ser racional se pregunta naturalmente por qué
debería buscar uno u otro fin y cuáles son los medios para obtenerlo. Esta pregun-
ta, así como su respuesta, está presente en toda acción, al menos tácitamente. La
experiencia del fin de una acción –un fin que puede ser malo o bueno en sí mismo
o para nosotros– es el punto inicial del razonamiento práctico. La razón práctica
se aplica al ámbito de aquello que es factible o posible que realicen los seres hu-
manos. La verdad práctica es la coincidencia entre la acción finalmente ejecutada
y la acción y el fin que desea la buena voluntad (el fin y la acción apropiados a la
naturaleza humana en la situación específica considerada).
La ciencia práctica es una reflexión normativa acerca de los fines correctos
de las acciones humanas. Una condición posible para esta reflexión es que seamos
capaces de conocer lo que es bueno para el ser humano. Esto supone la oposición
al agnosticismo ético o escepticismo. Aristóteles y los defensores de la ciencia
práctica sostienen que es posible una investigación racional sobre los valores; es
una ciencia esencialmente moral o evaluativa.
Finalmente, al uso técnico de la razón compete el estudio de la adecuación de
los medios de que disponemos para alcanzar los fines sugeridos por la razón prác-
tica. Dado el fin o los fines, trata de determinar cuáles son los medios apropiados
para alcanzarlo/s. La dimensión técnica considera, planea y obtiene un resultado.
Para la racionalidad técnica los medios y fines vienen dados, no son elegidos y la
pregunta que se hace es cuáles son los medios para alcanzar los fines: por eso se la
ha llamado racionalidad instrumental. La racionalidad técnica mira a los medios
en cuanto medios.
La racionalidad técnica puede no contentarse con averiguar cuáles son los
medios, sino también tratar de sacarles el mayor provecho posible. El mayor apro-
vechamiento de los medios disponibles conduciría a la consecución de la mayor
INTRODUCCIÓN: ¿POR QUÉ UNA FILOSOFÍA DE LA ECONOMÍA 17

satisfacción de fines posible. Es la operación que en economía se denomina maxi-


mización.
Las ciencias humanas suelen tener un aspecto práctico y otro técnico. El
derecho, por ejemplo, busca la justicia como fin: se trata de una cuestión prác-
tica. Pero su misma determinación y el modo concreto de exigirla van acom-
pañados de un proceso técnico. La política tiene como fin el bien común, pero
también acude a un sinnúmero de técnicas para alcanzarlo. La sociología trata,
de hecho, con fines sociales; pero también se sirve de una serie de técnicas,
como estadísticas y encuestas para su trabajo. La economía, por ejemplo, al
proponer un índice de desarrollo humano, determina fines del desarrollo. Pero la
construcción del índice mismo y su cálculo también resultan de una aplicación
de la razón técnica. De igual modo, la empresa se plantea fines u objetivos que
se consiguen técnicamente. Por eso, tanto el olvido del fin y de la razón prác-
tica como la desatención a los procedimientos técnicos conducen a una ciencia
incompleta. La economía como ciencia en los últimos ciento cincuenta años ha
soslayado su aspecto práctico.
Otro aspecto de la economía moderna ya insinuado es su tendencia invasora
de otras ciencias sociales. Hace ya unos cuantos años, Eric Voegelin publicó su
lúcido ensayo sobre el gnosticismo como «teología civil» de la sociedad occiden-
tal. Las corrientes gnósticas antiguas ofrecían la posibilidad de la salvación me-
diante un conocimiento –la gnosis– que brindaba una seguridad mayor a la de la
fe. En tiempos recientes se ha aplicado el calificativo de «gnósticas» a corrientes
de pensamiento que prometen a esta sociedad la salvación en la tierra mediante
el sometimiento a un proyecto secular que va tomando diversas formas. De este
modo lo usa Voegelin:

… por último, con el prodigioso avance de la ciencia a partir del siglo xvii,
el nuevo instrumento de conocimiento había de convertirse, nos inclinamos a de-
cir que inevitablemente, en el vehículo simbólico de la verdad gnóstica […] El
­cientifi[ci]­smo ha permanecido hasta hoy como uno de los movimientos gnósticos
más pujantes dentro de la sociedad occidental y el orgullo inmanentista de la ciencia
es tan fuerte que incluso las ciencias especializadas nos han dejado cada una un se-
dimento específico en sus diversas versiones de la salvación por medio de la Física,
la Economía, la Sociología, la Biología y la Psicología3.

3.  Eric Voegelin, Nueva ciencia de la política, Rialp, Madrid, 1968, p. 199 (The new science of
politics: an introduction, The University of Chicago Press, Chicago, 1952). La traducción que consta
en el texto es «cientifismo».
18 filosofía de la economía

Para la cultura actual la ciencia puede llegar a conocer todo, y la economía


y la técnica pueden llegar a conseguirlo. La sociedad capitalista ha propugna-
do la salvación mediante la economía de mercado. Decía el economista, escritor,
periodista y político francés Bernard Maris: «Dieu existe, c’est le marché»4. La
economía no puede resolver todos los problemas sociales. Aun así, puede hacer
mucho, pero para esto se requiere una economía con una lógica más completa que
la puramente instrumental.
¿Cuál es la clave de esta lógica? Considerar al hombre como centro de la
economía. El mercado no funciona bien si no hay formas internas de solidaridad y
confianza recíproca. Los instrumentos, como el mercado, no resuelven los proble-
mas por sí mismos. El mercado no funciona adecuadamente en un vacío de ethos
social. Como decía el papa Juan Pablo II en Santiago de Chile (discurso ante la
CEPALC el 3 de abril de 1987, en ocasión de su visita al Cono Sur de América):

Las causas morales de la prosperidad son bien conocidas a lo largo de la histo-


ria. Ellas residen en una constelación de virtudes: laboriosidad, competencia, orden,
honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio, cumplimiento de la
palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho. Ningún sistema o
estructura social puede resolver, como por arte de magia, el problema de la pobreza
al margen de estas virtudes; a la larga, tanto el diseño como el funcionamiento de las
instituciones reflejan estos hábitos de los sujetos humanos, que se adquieren esen-
cialmente en el proceso educativo y conforman una auténtica cultura laboral5.

La actividad económica debe estar orientada al bien común, y esta orienta-


ción es parte de la economía, no de algo separado: es una exigencia de la misma
razón económica. Es decir, la razón económica es primordialmente razón práctica.
La técnica, por su parte, no es un instrumento negativo en sí mismo, en la medida
en que conserve su papel de instrumento y no se convierta en un fin o en un instru-
mento de un fin equivocado. La mayor parte de las veces la equivocación en el fin
no proviene del fin en sí mismo, sino de su absolutización. Por detrás suele haber
una crispación del afán de libertad que se transforma en un proyecto liberacionista
rebasando los límites de la naturaleza de la realidad y su fin. Así, finalmente, la
técnica termina oponiéndose a la misma naturaleza y a su recto orden: aparece
entonces el problema ecológico. En el ámbito de lo práctico es necesaria una ar-
monización de fines, no una reducción de todos los fines a uno solo.

4.  Le Monde, 18 de junio de 1991.


5.  http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1987/april/documents/hf_jp-ii_
spe_19870403_cepalc-chile_sp.html y http://humanitas.cl/biblioteca/articulos/d0174/.
INTRODUCCIÓN: ¿POR QUÉ UNA FILOSOFÍA DE LA ECONOMÍA 19

La concentración del interés solo en lo técnico limita al hombre y su conoci-


miento. Lo técnico «distrae» al hombre y lo va haciendo incapaz del conocimiento
teórico que es «un pequeño prodigio». Es el prodigio al que se refiere Jorge L.
Borges en su cuento «Funes, el memorioso». Funes podía memorizar todos los
datos: «Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín.
Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar dife-
rencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino
detalles, casi inmediatos»6. El hombre técnico tiene finalmente un universo muy
acotado, superficial y efímero. No ve más allá de sí mismo.
La economía también se ha transformado en una técnica que busca su fin de
modo ilimitado. El mismo instrumento, el mercado, que es una herramienta útil para
la coordinación de los intereses indivi­duales que se ajustan a la necesidad, sirve
para sacar el máximo provecho a los recursos como un fin en sí mismo. La llamada
«revolución marginalista» aplica el cálculo infinitesimal a la teoría económica con
objeto de alcanzar la maximización. Cuando la economía se emancipa de la moral
y se transforma en una técnica de maximización tiende a imponer este parámetro
(el de la maximización) a la misma técnica, es decir, el proceso de tecnificación
de la economía arrastra a la técnica; ambas, economía y técnica, a su vez tienden a
divorciarse de la naturaleza y de la moral y con frecuencia a oponerse a esta. En rea-
lidad, no hay actividad humana, sin moral; por eso, lo que sucede de hecho es que se
reemplaza una moral del bien por otra moral del resultado. Lo técnicamente posible
con su mayor rendimiento pasa a ser moralmente exigible. La economía deviene la
nueva moral. Es por ello que esta economía resulta compatible con el utilitarismo,
al que ha estado históricamente asociada. Por otra parte, contagia su espíritu a otras
actividades humanas. Ya lo había previsto Aristóteles (Política I, 9):
Así ha surgido la segunda forma de crematística, pues al perseguir el placer en
exceso, procuran también lo que puede proporcionarles ese placer excesivo, y si no
pueden procurárselo por medio de la crematística, lo intentan por otro medio, usando
todas sus facultades de un modo antinatural; lo propio de la valentía no es producir
dinero, sino confianza, ni tampoco es lo propio de la estrategia ni de la medicina,
cuyos fines respecti­vos son la victoria y la salud. No obstante algunos convierten en
crematísticas todas las facultades, como si el producir dinero fuese el fin de todas
ellas y todo tuviera que encaminarse a ese fin.

Parece bien actual. Detrás del proceso de la ciencia económica hay un proce-
so de ideas. Las ideas mueven al mundo, pero no lo mueven de un modo directo,

6.  Jorge Luis Borges, Antología personal, Sur, Buenos Aires, 1961, p. 47.
20 filosofía de la economía

sino a través de su impregnación en disciplinas sociales como la política y la eco-


nomía y las acciones humanas resultantes. La evolución seguida por la economía,
de una ciencia práctica al servicio de la perfección ética humana, a una técnica
de maximización de una utilidad o valor indefinidos que se convierte en la nueva
ética, no es más que una de las consecuencias o manifestaciones del proceso del
pensamiento filosófico moderno.
La consideración de la economía como ciencia práctica vuelve a poner las
cosas en su lugar. La economía, bajo esta perspectiva, se ocupa de la elección de
los fines acordes con una vida buena. La técnica queda debidamente subordinada,
limitada al fin del hombre. Por una parte, solo el ejercicio de la razón teórica per-
mite saber qué es la economía, qué es la técnica y cuáles son sus competencias.
Por otra, el ejercicio de la razón práctica permite la elección adecuada de los fines
y un uso de los medios acordes con esos fines. Cuando la razón práctica alcanza
su verdad, marca el rumbo de la libertad que se transforma en una capacidad de
ejercicio de la acción conducente al bien personal y común del hombre. Esta es la
nueva lógica necesaria para la economía.

2.  Las partes de este libro y sus «ideas madre»

El plan de este libro será el siguiente. En primer lugar me detendré en el


concepto de lo económico: ¿cómo se define la realidad económica? Aunque pueda
parecer extraño, no es un tema que esté claro, pero es básico. Según la definición
analógica de lo económico que se expone en el capítulo II, aparecerán dos visiones
complementarias de la economía como ciencia en el capítulo III. En el capítulo
IV desarrollaré algunas características y el método de estas versiones de la eco-
nomía. El capítulo V tratará de las vinculaciones entre la ciencia económica y la
ética. En el VI procuraré ofrecer una definición de la naturaleza y alcances de dos
instrumentos claves de la economía: los modelos y las mediciones. El capítulo VII
–especialmente dedicado a los economistas– repasará las novedades de la ciencia
económica durante los últimos sesenta años. Con este tema doy por finalizada la
primera parte del libro, centrada en la ciencia económica. La segunda parte se
concentrará en la actividad económica. El capítulo VIII tratará sobre el consumi-
dor y su demanda; mientras que el IX comenzará a ocuparse de la producción y
la oferta a través de su elemento central, el trabajo. En el capítulo X le llegará su
turno al capital y la empresa. Finalmente, el capítulo XI tratará sobre las finanzas
y la economía internacional y la globalización, comenzando el análisis desde la
realidad de la crisis financiera mundial de 2008.
INTRODUCCIÓN: ¿POR QUÉ UNA FILOSOFÍA DE LA ECONOMÍA 21

A pesar de correr el riesgo de repetir algunas nociones, he procurado que


cada capítulo contenga buena parte de las explicaciones que necesita para ser
comprendido. Así, por ejemplo, cuestiones como el significado de la razón teórica
y la razón práctica, el carácter social y ético de la economía, son como un leitmo­
tiv que recorre todo el libro. En efecto, las ideas centrales desarrolladas en estas
páginas son:
1. Que la economía es una realidad esencialmente humana.
2. Que, por tanto, su estudio debe encararse primordialmente desde la razón
práctica.
3. Que, por el contrario, la ciencia económica desde el siglo xix, como una
de las tantas manifestaciones de la reducción de la racionalidad humana
propia de la modernidad, ha ceñido lo económico a lo técnico.
4. Que urge recuperar la practicidad de la economía, para lo que se hace
necesario repensarla desde la razón teórica.
5. Que la actividad económica es acción de la persona humana en su socie-
dad, siendo esta la realidad que ha de iluminar su análisis y realización
concreta.
Una última aclaración: no conozco muchos libros de filosofía de la economía
y menos desde la perspectiva de la filosofía realista, como pretende ser este. No
se trata de escribir un manual de metafísica o de ética, es decir, de materias en las
que se cuenta con una larga experiencia previa. Por ello, muchos de los conceptos
y desarrollos del libro serán bastante originales. El libro abre brecha en numerosas
cuestiones, con todos los riesgos que esto conlleva. Espero que sea una brecha
adecuada, y si no lo es, que sea rápidamente corregida. Por otra parte, algunos de
los temas tratados darían para libros enteros. Realicé una selección de estos y de la
extensión de su tratamiento en la que procuré ser lo más objetivo posible en cuan-
to a su importancia. Me explayé más en aquellos temas en que pienso que tengo
alguna idea que aportar. Sin embargo, otros pueden verlo de un modo diverso o
pude haber cometido errores en esta selección. En cualquier caso, como «lo mejor
es enemigo de lo bueno», aquí está este libro, pues pienso que una introducción a
la filosofía de la economía no se puede demorar más.
Parte 1:

Lo económico y su ciencia:
una aproximación filosófica
II
Lo económico

Este capítulo será una aproximación desde la razón teórica a la economía


para descubrir qué es, es decir, qué significa que una realidad –una decisión, una
acción, un sistema– sea económica. Fuera de algunas alusiones por parte de Platón
y Jenofonte, el primero en referirse filosóficamente a lo económico fue Aristóte-
les. Él no habla de economía sino de «económi­co» (oikonomiké), gramaticalmente
un adjetivo. Para el filósofo griego, por tanto, se trata de una característica de
alguna realidad o realidades, que también podría sustantivarse: «lo económico».
El profesor finlandés Uskali Mäki, ha intentado la definición de esta característica
mediante una «ontología económica». Dice así:

El estudio de la ontología económica se ocupa de lo que podría denominarse


«el reino económico»: el reino económico consiste en aquellas partes o aspectos del
universo que pueden agruparse por constituir la materia de la ciencia económica.
Podemos pensar en el reino económico como distinto de otros reinos (el físico, el
biológico, el estético) por el hecho de estar compuesto de cierto tipo de entidades
o propiedades […] El reino económico está conectado con otros reinos de varios
modos. La posibilidad de la existencia del reino económico presupone la existencia
de los reinos físico, biológico y psíquico. La caracterización de esta dependencia es
en sí misma un asunto ontológico; […] El funcionamiento del reino económico está
modelado por los reinos de la moralidad y la política1.

Aunque este párrafo aporta caracterizaciones interesantes de lo económico


–su vinculación con lo físico, lo biológico, lo psíquico, lo moral y lo político–,

1.  Uskali Mäki (ed.), «Economic ontology: What? Why? How?», en The economic world view.
Studies in the ontology of economics, Cambridge University Press, Cambridge-Nueva York, 2001, pp.
3-14; p. 4.
26 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

no consigue definirlo en sí. La determinación de qué significa lo económico es la


tarea más difícil de una filosofía de la economía. Pero es un paso necesario.
Mäki dice que el «reino» (o campo) de lo económico es la materia de la cien-
cia económica. Pero proceder de este modo parecería poner el carro delante de
los caballos, como de hecho ha sucedido muchas veces. Las diversas definiciones
de la economía –como ciencia– ensayadas a lo largo de la historia suponen cierta
noción de lo económico –como objeto de la ciencia–2. A veces, la concepción de
lo económico ha dependido en mayor o menor grado de la postura epistemológica
adoptada por la ciencia económica. Es decir, se ha configurado la realidad econó-
mica a partir de la «conveniencia» de la ciencia que se ocupa de esta. En efecto,
aunque lo lógico es que la ciencia se adapte al objeto, a menudo ciertos presupues-
tos acerca de lo que debería ser una ciencia, concretamente, la ciencia económica,
han condicionado la noción de lo económico. A pesar de que no han faltado excep-
ciones, la mayoría de los autores que se han ocupado de estas cuestiones básicas se
han concentrado más en la ciencia que en su objeto. Entonces, debemos comenzar
por un estudio detenido de lo económico. La economía como ciencia procederá
a partir de este estudio de la filosofía de la economía. Sostuve en la introducción
que es necesario usar la razón teórica en la economía. El primer paso de esta razón
será precisamente saber qué es lo económico. El segundo paso, que encararé en el
capítulo siguiente, será conocer la naturaleza de la ciencia económica.

1. Significado de lo económico

«El significado de un nombre debe tomarse de lo que se entiende significar


con él en el lenguaje común»3. Un criterio que adoptaré aquí para definir lo eco-
nómico, siguiendo esta máxima, será analizar qué piensa la gente qué es lo eco-
nómico: qué se entiende habitualmente por lo económico (o por «economía» en
el sentido de la realidad económica). A continuación recojo acepciones de varios
diccionarios. Para el Webster’s dictionary, «economía» significa un ahorro, fruga-
lidad en el gasto o consumo, el manejo de los recursos de la comunidad con vistas
a su productividad, la disposición o regulación de las partes o funciones de un todo

2.  En español el término «economía» designa tanto a la ciencia económica como a su objeto de
estudio. Como se trata de caracterizar al objeto, no a la ciencia, para evitar confusiones he decido usar
el adjetivo sustantivado «lo económico» para designarlo.
3.  Tomás de Aquino, In Analyticorum Posteriorum, I, lect. 1, n. 33, Marietti, 1955, p. 161. Sigue a
Aristóteles, quien afirma lo mismo en Tópicos II, 2, 110a 16-17.
LO ECONÓMICO 27

orgánico, el uso eficiente o conciso de algo, el manejo de los asuntos domésticos.


Para el Diccionario de la lengua española de la RAE, economía es la adminis-
tración eficaz y razonable de los bienes, el conjunto de bienes y actividades que
integran la riqueza de una colectividad o un individuo, la ciencia que estudia los
métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, me-
diante el empleo de bienes escasos, la contención o adecuada distribución de re-
cursos materiales o expresivos, un ahorro de trabajo, de tiempo o de otros bienes o
servicios, los ahorros mantenidos en reserva, una reducción de gastos anunciados
o previstos. Aunque algunas de estas acepciones no responden con precisión a la
que buscamos, me parece útil presentarlas pues dan una idea del «aire de familia»
de este término.
Una primera conclusión que se puede extraer de esta pluralidad de significa-
dos es que se trata de una expresión análoga (tiene varias significaciones parcial-
mente parecidas y parcialmente distintas). Se han propuesto varias clasificaciones
de la analogía, por ejemplo, la que distingue entre un significado propio e impro-
pio4. Debemos determinar cuáles son los significados analógicos de lo económico
y como se relacionan entre sí.
En una primera acepción, lo económico responde a una condición y exigen-
cia antropológica. Se trata una de las «reacciones» del espíritu humano, frente a la
limitación que le impone su encarnación en la materia5. De suyo y primariamente,
la realidad económica es una actitud espiritual del hombre, ente libre y razonable,
sometido al condicionamiento físico de un cuerpo que debe ser sostenido y prote-
gido y de un alma que solo halla expresión a través de ese condicionamiento físico
y corporal.
La materialidad impone limitaciones al hombre: primero, necesita bienes
tanto para su subsistencia, como para su normal desarrollo y, segundo, no puede
hacerlo todo, porque su tiempo y capacidad son limitados, debe elegir y obrar de
modo que pueda satisfacer sus necesidades, según ciertas prioridades. Podríamos
hablar, entonces, de una condición económica básica del hombre, a nivel antro­
pológico. En efecto, el hombre es «animal económico». Lo decía Aristóteles, en el
sentido de que necesita de la casa (Ética a Eudemo VII, 10). Podemos distinguir
tres «estratos» o fases de lo económico: el primer estrato es el hecho de la insufi-
ciencia ontológica del hombre; el segundo estrato es la acción consiguiente, y el

4.  Para una exposición resumida de la analogía, cfr. Juan José Sanguineti, Lógica, 3.ª ed., EUN-
SA, Pamplona, 1989, Primera Parte, capítulo IV.
5.  Rafael Alvira, «Economía y filosofía», en Filosofía para un tiempo nuevo, RSE Matritense de
Amigos del País, Madrid, 1988, pp. 157-164; p. 159.
28 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

tercero, es su connotación social, por virtud del carácter social del hombre. Nos
hemos movido hasta ahora en el primer estrato. Es decir, el hombre es económico
en cuanto necesitado.
Pasamos al segundo estrato de lo económico. Las necesidades dan lugar a ac-
ciones que se basan en ciertas capacidades. En primer lugar, el hombre puede co-
nocer y poner los medios para disponer de los recursos que precisa para satisfacer
sus requerimientos. En segundo lugar, visto que tiene que hacerlo del modo más
razonable posible, según las disponibilidades con que cuenta y según su definición
de prioridades, el hombre tiene una razón adaptada a esta peculiar modalidad de
elegir. Podríamos decir que la racionalidad humana tiene una dimensión econó-
mica. A partir del estudio de la razón, el hombre elige y puede actuar económica-
mente, tratando de usar sus recursos del mejor modo posible. Esto supone que el
hombre es libre, dentro de los márgenes impuestos por sus limitaciones. Es decir,
el hombre es económico en cuanto que puede elegir y actuar optimizando.
En cuanto al tercer estrato de lo económico, se ha de decir que la condición
social del hombre tiene relación con sus limitaciones materiales. Los actos que
dan origen al uso de bienes útiles son, la mayoría de las veces, interacciones de
individuos. Por una parte, se puede pensar que la necesaria división del trabajo
impuesta por las limitaciones humanas da origen a relaciones sociales. Por otra, se
podría inferir que, a la inversa, la condición social del hombre viene en su auxilio
como una solución a estas limitaciones. El hombre tiene una naturaleza tal que
hace que sus actos se den en su marco social. Pero además, no puede haber actos
de intercambio sin un mínimo de confianza en el ámbito de una comunidad. El in-
tercambio se hace muy difícil, por no decir imposible, en un clima de desconfian-
za generalizada. A pesar de que se pueda tratar de aislar al individuo y analizar sus
actos económicos individuales, en la realidad solo existen individuos que hacen
economía en determinadas circunstancias sociales y jurídicas. Además, ya vere-
mos cómo lo económico toma su verdadero sentido en el marco de la sociedad.
En cualquier caso, estas relaciones económicas se cristalizan en instituciones eco-
nómicas en las que lo social y lo económico están indisolublemente entrelazados,
como el dinero o el mercado. Estas instituciones no están aisladas sino insertas
en un todo social más amplio, la sociedad civil. Se debe agregar que la esencia
social del hombre implica efectos sociales de los actos económicos individuales.
Es decir, lo económico es como el hombre, esencialmente social. Hasta aquí, lo
económico como rasgo antropológico: el hombre tiene necesidades y actúa social-
mente para satisfacerlas.
LO ECONÓMICO 29

2. Dos acepciones de lo económico

Los párrafos anteriores ya nos dicen algo sobre las acepciones de lo eco-
nómico. Podríamos hablar de una naturaleza humana económica y de una razón
humana económica. Sin embargo, notamos que estamos a un nivel de generalidad
que solo da lugar a una noción «impropia» de lo económico. Cuando hablamos de
lo económico nos referimos a algo más concreto. La economía no es la ciencia de
las actitudes espirituales del hombre en general; tampoco es la ciencia genérica de
los fines de la conducta libre; ni la ciencia de la realidad social en que se ejerce esa
conducta libre. Se debe precisar más. Sin embargo, aunque no sean las principales,
estas acepciones son importantes pues hacen referencia a la raíz de lo económi-
co: la limitación humana debida a la materialidad (ligada, consiguientemente, a
la temporalidad) y su capacidad de superarla especialmente en un marco social.
Conste entonces que esta noción es impropia con relación a otra que será propia.
«Impropio» aquí, aclaro, no es equivalente a ilegítimo o negativo.
Por otra parte, a partir de esos párrafos, se puede hablar de dos acepciones
propias de lo económico. La primera, más amplia, se refiere a la necesidad hu-
mana. En este sentido, podemos afirmar que lo económico está constituido por el
conjunto de las decisiones y acciones dirigidas a la satisfacción de las necesidades
humanas, materiales o espirituales, mediadas materialmente. De este modo hemos
concretado más y ya podemos hablar de una primera noción propia.
La segunda acepción propia es más estricta. Introduce un modo peculiar de
realizar estos actos económicos: el «razonable», el «mejor posible», el «óptimo»,
«maximizador» o «principio económico», como lo llaman los economistas. En
efecto, volviendo sobre las definiciones de los diccionarios, vimos que se dice
económico a todo lo relativo a la satisfacción de las necesidades del hombre ma-
teriales o mediadas por lo material (sentido propio amplio). Pero también es eco-
nómico el realizar este acto procurando sacarle el mayor provecho posible a los
recursos (sentido propio estricto).
Diríamos, hasta aquí, que hemos distinguido acepciones impropias –que ha-
cen referencia a las raíces de lo económico– y acepciones propias, que definen
el objeto mismo de lo económico. Dentro de las propias, proponemos una más
amplia y otra más estricta (cfr. Cuadro I).
A continuación se analizarán ambas nociones propias más detenidamente.
30 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

Cuadro I

1. Economía en sentido impropio: el carácter económico antropológico.


2. Economía en sentido propio:
2.1. En sentido propio amplio: el material económico, es decir, las de-
cisiones y acciones relativas a los recursos para satisfacer necesi-
dades y las determinaciones de esas necesidades.
2.2. En sentido propio estricto: el «principio económico» (maximiza-
ción) aplicado al material económico.

Sentido impropio
Economía Amplio
Sentido propio
Estricto

3. Noción propia amplia de lo económico

Según quedó definida, la primera noción propia –la amplia– comprende los
actos relativos a la adquisición, disposición o uso de bienes útiles para la satis-
facción de requerimientos humanos. Hablamos de unos requerimientos humanos.
Esta palabra, «requerimiento», es más amplia que «necesidad». La uso ex profe­
so para incluir tanto las demandas originadas en necesidades básicas, como las
que surgen por requerimientos superfluos, o que no hacen de modo directo a la
subsistencia. En economía, la «utilidad» es la propiedad de los bienes por la que
satisfacen requerimientos.
Esta noción propia amplia de lo económico es entonces un tipo de acción
humana. Es una acción, provista de cierta racionalidad, libre, encaminada a dispo-
ner de bienes y servicios que sirven para algo que el hombre requiere. Aristóteles
también propone una noción de lo económico como un tipo de acción determina-
do. Para él, la economía era el uso de lo necesario para la vida buena (la vida vir-
tuosa). Pero no solo esta acción, sino también la capacidad, el hábito y el estudio
acerca de esta acción6. Por eso, a pesar de que considero cuatro sustantivos para

6.  Me he ocupado de la naturaleza de lo económico para Aristóteles en La economía como ciencia


moral, Educa, Buenos Aires, 1997; y en «The ontology of “the economic”: an Aristotelian perspecti-
ve», Cambridge Journal of Economics, 30/5, 2006, 765-781.
LO ECONÓMICO 31

el adjetivo «económico» –estudio, capacidad, hábito y acción– el principal es este


último, un tipo de acción humana: un acto dispositivo de bienes en función de las
necesidades o requerimientos humanos.
Pero en Aristóteles hay un elemento esencial que conecta la realidad económi-
ca del nivel antropológico con el nivel social: el fin de la vida buena, pues esta es
una vida de virtudes en la polis. Para él, la economía debe ser buena y «política»,
pues el hombre no es bueno en solitario ya que solamente puede perfeccionarse
en la comunidad. La excelencia de la economía es de índole ética. El interés eco-
nómico ha de estar conjugado con una actividad societaria y trascendente. Esta
concepción de lo económico trata, como escribe Rafael Alvira, «de integrar la eco-
nomía en el conjunto de la vida del espíritu, sin que ella pierda su especificidad,
pero impidiéndose a toda costa que se constituya autónomamente, pues esto sig-
nifica materialismo y falseamiento radical de la realidad humana»7. Se persigue el
fin económico subordinado al social. Lo expresa muy bien Alfredo Cruz Prados:

La economía real, la que es actividad efectiva y concreta, es siempre la econo-


mía de una comunidad humana, de una forma de vida o ethos común, y se ordena al
mantenimiento y perfección de tal comunidad, es decir, al bien común de ésta8.

Mediante este agregado se da un giro normativo, ya no solo descriptivo, a la


acepción propia amplia de lo económico. El hombre debe realizar actos económi-
cos que deben estar integrados en la totalidad de su actuar, que ha de ser moral y
social.
La actividad dispensativa supone una decisión y, entonces, muchos econo-
mistas hablan de la economía como la ciencia de la elección. Para ellos lo econó-
mico sería precisamente la elección humana: una conducta que supone una elec-
ción. Pero esto sigue siendo demasiado general con relación al uso coloquial del
término «economía». Elecciones hay de muchos tipos, no solo económicas. Los
economistas que se quedan a este nivel de generalidad, están confundiendo la
noción propia con la noción impropia de economía. Sírvales de disculpa que están
captando algo muy profundo de lo económico, su raíz antropológica. Pero si se
quedan a este nivel, de hecho están transformando a la economía en antropología.
Entonces, ¿qué le queda a la antropología?, ¿ser una economía? Esta es una ope-
ración bien peligrosa, pues lo humano no se agota en lo económico.

7.  Rafael Alvira, «Economía y filosofía»,. cit, pp. 157-164; p. 163.


8.  Alfredo Cruz Prados, Filosofía política, EUNSA, Pamplona, 2009, p. 112. Cursivas del
­autor.
32 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

Volvamos a esta primera noción de lo económico, que he denominado propia


y amplia. Esta es consciente, libre, responsable y social, dirigida a la producción
de riqueza. La libertad como característica de lo económico es otro rasgo que
hace de lo económico una actividad típicamente humana. La libertad ingresa en
lo económico a varios niveles. Por una parte, es una elección o acto libre (no hay
economía animal): me refiero al libre arbitrio; por otra, suele requerirse para el
intercambio: aquí se trata de libertad exterior. Pero, finalmente, el ejercicio econó-
mico del hombre es libre en el sentido de la indeterminación de las necesidades.
Si las necesidades estuvieran determinadas la economía se «resolvería» en técni-
ca. Por eso resulta impropio dejar a los fines fuera de la economía como ciencia
como si fueran simplemente datos. Parte de la economía es la elección del fin.
La indeterminación de las necesidades o fines es una condición de lo económico
señalado con agudeza por el filósofo español Antonio Millán Puelles9. Lo libre no
es muchas veces la necesidad –estamos obligados a comer–, sino la especificación
de esta –según uno u otro menú.
La libertad inserta en lo económico y el hecho de que buena parte de lo
económico sucede en el futuro, da lugar a otra característica de lo económico: la
incertidumbre. No podría ser de otro modo pues trata con hechos futuros y libres.
Este es un tema que ha sido desarrollado con suma agudeza por economistas como
Frank Knight (en su Risk, uncertainty and profit de 1921) y John Maynard Keynes
(en su Teoría general de 1936, entre otros escritos).
Para Millán Puelles lo económico es también social. Escribe: «La economía,
en efecto, es aquel campo o zona de la vida social que se define por el intercambio
de bienes y servicios […] la forma misma de la economía estriba en la actividad
del intercambio». Lo económico es lo apto para el intercambio y la justicia es la
virtud que lo regula10. Es decir, una condición de los bienes económicos es que
sean susceptibles de ser intercambiados. No sostengo que lo sean en efecto. No
toda economía es economía de mercado. Pero un bien que es útil para uno solo y
no es útil para nadie más no es bien económico; por ejemplo, el traje a medida fue
un bien económico durante su confección, en tanto era tela, hilo, botones y trabajo
del sastre, pero una vez terminado y apropiado, dejó de serlo (a no ser que le fuera
bien a otra persona y se tratara de comercializar en un negocio de venta de ropa
usada). El intercambio es clave para la concepción del economista clásico inglés
Philip Wicksteed, quien llega a sostener que una acción es económica cuando se

  9.  Antonio Millán Puelles, Economía y libertad, Confederación Española de Cajas de Ahorro,
Madrid, 1974, pp. 21, 64 y 95.
10.  Cfr., La función social de los saberes liberales, Rialp, Madrid, 1961, pp. 27-28.
LO ECONÓMICO 33

hace porque otro desea su resultado, no por un interés directo en hacerla, es decir,
cuando se dirige a procurar algo intercambiable. Para al filósofo italiano Vittorio
Mathieu la economía política se ocupa específicamente de la «colaboración por
recíproca conveniencia»11.
La noción propia amplia de lo económico coincide, a grandes rasgos, con el
significado «substantivo» de la ciencia económica, definido por Karl Polanyi con
relación al significado «formal» del siguiente modo12:

El significado sustantivo de ciencia económica se deriva de la dependencia de


la vida del hombre de la naturaleza y de sus congéneres. Se refiere al intercambio
con su ambiente natural y social, en tanto que este conduce a proveerle los medios
de su «querer-satisfacción» material. El significado formal deriva del carácter lógico
de la relación medios-fines […] Se refiere a una situación definida de elección: entre
los diferentes usos de los medios inducidas por una insuficiencia de dichos medios
[…] La última deriva de la lógica, la primera de los hechos.

Señala el hecho elemental de que los seres humanos, como cualquier otro
ser viviente, no pueden subsistir sin un entorno físico que los sustente. El proceso
económico les proporciona los medios para satisfacer sus necesidades.
Finalmente, las decisiones y acciones económicas no son violentas, pues el
robo no es algo económico. Son decisiones y acciones de disposición de recur-
sos para ciertos objetivos. Hasta aquí ya tenemos una noción de lo económico:
actos libres relativos a la adquisición, disposición o uso de bienes útiles para la
satisfacción de requerimientos humanos en un marco social. La acepción propia
amplia de lo económico define un campo de la realidad humana. Veremos cómo la
acepción propia estricta es una perspectiva de aproximación a ese campo.

4. Noción propia estricta de lo económico

¿Qué característica común tienen algunas de las acepciones de lo económico


del diccionario que no son específicas de la acepción propia amplia? Un senti-
do de razonabilidad en el uso de los medios útiles: el aprovechamiento máximo
de estos medios. Entonces, en sentido estricto es económico un modo concreto

11.  Vittorio Mathieu, Filosofía del dinero, Rialp, Madrid (Filosofia del denaro, Armando Editore),
1990, p. 17.
12.  Primitive, archaic, and modern economies. Essays of Karl Polanyi, editados por George Dal-
ton, Beacon Press, Boston, 1968, pp. 139-140.
34 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

de satisfacer las necesidades (básicas y no básicas): cuando se hace del mejor


modo posible, consiguiendo el mejor rendimiento factible. Es decir, cuando la
relación entre los insumos, medios o recursos y los resultados o metas alcanza-
das es la máxima (u óptima, según la jerga económica) o se aplica el «principio
económico». La aplicación de este principio al material económico da lugar a la
noción propia y estricta de «lo económico». La conducta que no se adapte a estas
condiciones normativas de optimización, será «mala» desde un punto de vista
económico. La idea expresada coloquialmente es que hay que sacar «el mayor
jugo posible» a los recursos. Se trata de optimizar la relación costo-beneficio. Sin
embargo, una compra o una venta son actos económicos independientemente de
que, considerados en concreto, hayan sido o no económicamente racionales. El
adverbio «económicamente» expresa la idea que está detrás del «principio econó-
mico». El Webster’s dictionary define economically como «con un uso eficiente
de los ingresos y de la riqueza».
Se aclara que este «principio económico» se puede aplicar a otras realidades
que no son económicas: por ejemplo, al uso de mis tiempos del fin de semana, a
la distribución óptima de las aulas, horarios y cursos en una institución educativa.
Algunas aplicaciones, como las anteriores, son legítimas. En cambio, en el caso
de otras como la familia, el crimen, la educación, la política o la religión se puede
dudar de su legitimidad si se pretende que sea el criterio preponderante, pues no
da la impresión de que la racionalidad propia de esas realidades sea la maximi-
zación, sino el amor, la justicia o el bien común. La economía en sentido propio
estricto equivaldría al significado «formal» de Polanyi: el economizar en situación
de escasez.
Ahora bien, de la comparación entre las nociones anteriores, la amplia y la es-
tricta, surge la siguiente diferencia. El motivo o la racionalidad que guía la acción
en el caso de la economía estricta es solo el «económico»: el principio económico,
o maximización. En cambio, el sentido amplio incluye tanto a este motivo como a
otros. No siempre tomo mis decisiones relativas al uso de los recursos tratando de
sacarles el mayor provecho posible, sino también por otros motivos: gusto, capri-
cho, hábito, etc., sobre todo, en algunas configuraciones sociológicas.
¿Por qué surge esta segunda acepción propia estricta? Por lo que los econo-
mistas han considerado clave para la definición de lo económico, la escasez. Serían
económicas las acciones humanas motivadas o enfrentadas con el problema de la
escasez de los medios necesarios para alcanzar fines. Las deliberaciones y actos
económicos son administración de recursos limitados y útiles. La realidad de la
escasez implica la del costo de oportunidad: si uso algo con un fin, no lo puedo usar
para otro simultáneamente. Parece algo negativo, pero tiene su cara positiva pues
LO ECONÓMICO 35

reduce los elementos a tener en cuenta: facilita el trabajo de la razón, pues, si no, la
excesiva complejidad, causada por la multitud de alternativas, nos deja perplejos.
La realidad de la limitación es un rasgo antropológico evidente, también liga-
da a la materialidad humana. La cuestión de la escasez ha sido tema de reflexión
de muchos pensadores. Ha sido planteado de modo singular por Robert Malthus.
La teodicea (entendida como explicación de la escasez) de Malthus considera la
necesidad y la escasez como instrumentos de formación de la mente. Reciente-
mente, Albino Barrera argumenta filosófica y teológicamente que Dios creó el
mundo con el material suficiente para cubrir las necesidades de los hombres; pero
esa suficiencia es condicional al trabajo del hombre para evitar limitaciones de
varios géneros13.
Por eso, existe una dimensión económica necesaria en la perfección humana.
La suficiencia material provista por Dios es condicional. Luego la acción econó-
mica, es causa perfectiva secundaria. Dios quiere un estado de suficiencia material
para el hombre, no de escasez (como en Malthus). Pero la actualización de este
estado corresponde a la conducta humana, que tiene, entonces, un carácter moral.
El hombre está obligado a desarrollar la actividad económica, en cuanto que esta
es necesaria para obtener lo que él necesita. Este análisis nos lleva a recordar dos
rasgos ya mencionados: primero, la centralidad de la significación de acción de lo
económico y, segundo, la dimensión normativa de lo económico.
Quisiera hacer notar que la visión de Barrera acerca de la escasez es equiva-
lente en un punto a la aristotélica. Presupone un individuo con deseos limitados.
Puesto que si los deseos fueran ilimitados, la escasez se daría en cualquier caso.
En este supuesto de ilimitación, la concepción propia amplia de lo económico no
tendría sentido pues siempre sería necesario maximizar. No habría lugar para una
pacífica provisión de lo que está o se puede producir sin una obsesión por el ren-
dimiento óptimo, ya que este último siempre sería necesario visto que los deseos
no se colmarían nunca y siempre estaríamos tratando de cubrirlos lo más o mejor
posible. Esto sucede cuando el hombre se deja gobernar por deseos, que pueden
ser ilimitados, en vez de cubrir necesidades, que siempre son limitadas. De hecho,
hoy día sucede algo de esto, pero parece más bien una adicción patológica. Aristó-
teles concibe una oikonomiké (económica) que usa de los bienes necesarios para la
vida buena y una crematística arte por el que se producen o adquieren esos bienes.
La crema­tística es parte de la económica a condición de que busque los medios

13.  Cfr. Albino Barrera, God and the evil of scarcity, University of Notre Dame Press, Notre
Dame, Indiana, 2005, passim.
36 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

según los límites impuestos por el fin de la polis. La política y ética aristo­télicas
establecen el criterio de distinción entre una crematís­tica económica –subordinada
a ellas– y otra no económica.
Aristóteles describe sus características en la Política (I, 8 y 9). En primer lu-
gar, una es natural y la otra no. La crematística que forma parte de la económica es
la natural. Segundo, la crematística natural es necesaria, la no natural; innece­saria.
Esta característica distintiva proviene de una tercera que es la más importante. La
crematística natural, busca su fin de un modo limitado; la no natural en cambio,
ilimitadamente. Para esta última «no parece haber límite alguno en la riqueza y
la propiedad». «Esta crema­tística comercial parece tener por objeto el dinero, ya
que el dinero es el elemen­to y término del cambio, y la riqueza resultante de esta
crema­tística es ilimitada […] La economía domésti­ca […] tiene un límite, pues
su misión no es la adquisición ilimi­tada de dinero», sino el «tener a mano los
recursos almacenables necesarios para la vida». «Ambas utilizan la propiedad,
pero no de la misma manera, pues una persigue un fin exterior y la otra su propio
aumento». De allí que algunos confundan y piensen que el fin de la economía sea
buscar aumentar la riqueza indefinida­mente. La verdadera riqueza no es ilimita-
da, sostiene Aristóteles, sino una cantidad acotada de instru­mentos económicos y
políticos. Todo arte, sigue Aristóteles, busca su fin de un modo ilimita­do, pero los
medios son necesariamente limitados a ese fin. Siendo el fin de la crematís­tica la
riqueza y las posesiones, si no se la ciñe, los buscará de un modo ilimitado.
Aristóteles sostiene que el límite de la riqueza es lo necesario para vivir bien.
Se requie­re cierta medida de bienes de fortuna para vivir bien y alcanzar la fe-
licidad –eudaimonia–, para vivir moderada­mente. Para Aristóte­les, «los bienes
externos, en efecto, tienen un límite, como todo instru­mento, y todas las cosas son
de tal índole que su exceso perjudica necesa­riamente» (Política IV ).
La crematística ilimitada, en cambio, ignora la virtud y solo busca el vivir.
¿Cuál es la causa? La ilimitación del apetito que lleva a buscar los medios también
ilimitada­mente. El deseo de placeres, que parecen depender de los bienes que se
poseen, provoca el deseo de dedicarse por completo a los negocios. Se usa de las
facultades de un modo antinatural buscando como fin en todas ellas el producir
dinero. Tomás de Aquino, en su Comentario a la «Política» de Aristóteles da su
explicación de esta causa, que resulta más completa por su clara noción de la ili-
mitación de la concupiscen­cia.
Por ello, según Aristóteles, la crematística ilimitada sigue el principio gene-
ral de conse­guir siempre que sea posible el monopolio. Solamente busca la mayor
ganancia, no el aprovisiona­miento y la producción adecuados y suficientes. Esta
ilimitación que transforma al medio en fin es el propio de la economía actual.
LO ECONÓMICO 37

Como tal, ha sido considerada por pensadores tan variados como Weber y Karl
Marx. Ambos interpretan en este sentido el fenómeno capitalista. Weber como
diagnóstico, donde la racionalización moderna conlleva la dominación de los fi-
nes por los medios, y Marx como denuncia, donde la alienación lleva consigo la
dominación de los hombres por las mercancías.
Con esto no quiero afirmar que no se dé una situación de escasez o limitación
en la realidad. Por más que se busquen colmar necesidades limitadas, de hecho
estas no están disponibles para todos en cualquier momento. La limitada condi-
ción humana implica más bien la necesidad habitual de una acción económica
maximizadora. Los bienes son suficientes pero no están distribuidos de modo que
la tarea asignativa sea dispensable. Por eso, no basta con que haya intercambio,
sino que se ha de procurar que sea óptimo. La limitación lleva al intercambio y su
optimización a la fijación de un precio adecuado. Se trata de usar inteligentemente
los recursos, haciéndolos rendir lo más posible. Este es, inclusive, un imperativo
moral.

5. Conclusión

Una filosofía de la economía debe comenzar por determinar qué significa «lo
económico». Hemos distinguido varias acepciones de este término.
En primer lugar, una acepción impropia que hace referencia a la raíz de lo
económico: el hecho de que el hombre es limitado, requiere recursos que también
son limitados y usa su razón para distribuirlos del mejor modo posible. Esta si-
tuación es aplicable a realidades que están más allá de lo económico. Por eso, el
hombre y la razón humana son económicos solo en sentido metafórico.
Una acepción propia de lo económico puede tener dos subacepciones: pro-
pia en sentido amplio y en sentido estricto. Lo económico en sentido amplio es
el material económico substantivo, todo lo relativo al uso de los recursos para la
satisfacción de las necesidades. Una característica de este material, para que sea
propiamente económico, es que sea intercambiable (y que consecuentemente, sea
susceptible de recibir un valor económico), lo que nos habla de su dimensión so-
cial. Por otro lado, es libre, frecuentemente relativo a hechos futuros, e incierto.
Lo económico propio en sentido estricto es el mejor modo de usar dicho
material, una asignación eficiente de los recursos a los requerimientos humanos.
Según hemos visto, una correcta ordenación de lo económico implica que esos
requerimientos sean limitados. No es necesario que todo lo económico responda a
esta definición estricta. La economía puede ser simplemente una acción, la mayo-
38 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

ría de las veces no maximizadora, de satisfacción de necesidades. La relación que


hay entre las dos nociones propias sería de analogía proporcional. La amplia trata
sobre «lo económico» y la estricta además lo hace «económicamente».
Sea amplia o estricta, la noción propia de lo económico es una acción hu-
mana. Una conocida distinción de Tomás de Aquino es la de los actos humanos y
los actos del hombre. Los primeros son voluntarios y los segundos no. Los actos
voluntarios pueden serlo de un modo actual o virtual (por un hábito que se origina
en un acto actualmente voluntario). La naturaleza racional actúa conociendo los
fines del acto en tanto tales y la relación de los medios con los fines. En esto se
distingue de los animales. El ordenamiento de lo económico al bien del hombre
y la sociedad implica su inmersión en lo ético y lo político entendido en sentido
clásico.
Analizado qué es lo económico, el siguiente paso consiste en determinar qué
tipo de racionalidad humana es la adecuada para su estudio y, por tanto, cómo
debe ser su ciencia.
III
La ciencia económica

Como se dijo en el capítulo anterior, se ha tendido a concebir unívocamente


«lo económico» a partir de los requerimientos de la ciencia económica. A pesar
de ello, la analogía de «lo económico» ha logrado reflejarse en diversas concep-
ciones correspondientes de la ciencia económica a lo largo de la historia. Según
las concepciones de lo económico desarrolladas en páginas precedentes, pode-
mos afirmar de un modo aproximado que originalmente la economía se concibió
como un estudio de lo económico en el sentido propio amplio, posteriormente
como un estudio de lo económico en sentido propio estricto, y finalmente dilató
su objeto para considerar toda la realidad humana desde la perspectiva de esta
última acepción. Estas tres concepciones no han sido consideradas habitualmente
como complementarias. Más aún, en realidad, la cuestión de la definición de la
economía no ha preocupado mayormente a los economistas y este no es un asunto
cerrado. Lionel Robbins, en 1935, al comenzar su libro sobre la definición de la
economía, decía que esta noción aún no estaba clara: «… todos hablamos de lo
mismo, si bien no nos hemos puesto todavía de acuerdo sobre el objeto de nuestra
conversación»1. No es bueno no saber de qué estamos hablando. Si atendemos
a consejos metodológicos básicos, esta situación es realmente desastrosa, y aún
no ha sido superada. En un trabajo reciente, Roger Backhouse y Steve Medema
afirman que «los economistas están lejos de ser unánimes acerca de la definición
de su materia de estudio»2. Después de exponer varias definiciones disímiles afir-
man:

1.  Lionel Robbins, Ensayo sobre la naturaleza y significación de la ciencia económica, Fondo
de Cultura Económica (FCE), 1944 (Essay on the nature and significance of economic science, Mac
millan, Londres, 2.ª ed. 1935), p. 1.
2.  Roger E. Backhouse y Stephen G. Medema, «On the definition of economics», Journal of
Economic Perspectives, 23/1, 2009, 221-233; 223.
40 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

Una conclusión posible que se puede extraer de esta falta de acuerdo es que
realmente no tiene importancia definir la economía […] Otra posible conclusión es
que el material de estudio de la economía es demasiado amplio como para quedar
incluido en una definición escueta […] Jacob Viner reflejó este espíritu en su frase
frecuentemente citada: «Economía es lo que hacen los economistas».

En efecto, como ellos mismos –Backhouse y Medema– sostienen, «los eco-


nomistas se guían por consideraciones pragmáticas acerca de qué funciona… no
por definiciones formales». La misión de este capítulo será tratar de poner orden
en este asunto. No podemos no contar con una (o unas) definición (es) de la cien-
cia económica. Se trata de una de las tareas impostergables de una filosofía de la
economía.

1. Dos concepciones principales de la ciencia económica

Quienes se han ocupado de este tema sostienen que, entre las diversas ver-
siones de la ciencia económica que se han propuesto a lo largo de su historia, han
predominado dos. Una trata sobre la parte de los asuntos humanos relacionada
con la condición material del hombre. Otra se refiere a una perspectiva de análisis
de toda acción humana. El surgimiento de esta última versión tiene relación con
requerimientos epistemológicos adoptados por la ciencia económica. En este capí-
tulo se analizan ambas versiones junto a un balance de sus pros y contras.
Como ha señalado el premio Nobel de economía Ronald Coase hay dos tipos
de definiciones de ciencia económica3. Las primeras enfatizan el estudio de ciertos
tipos de actividades humanas; mientras que las segundas hacen de la ciencia eco-
nómica el estudio de cierta perspectiva, aplicándola luego a todas las elecciones
humanas. Israel Kirzner las llama definiciones tipo A y tipo B: Las primeras desig-
nan un departamento o sector particular de los asuntos humanos, y las segundas,
un aspecto concreto de todas las acciones humanas. Robbins las denomina defi-
nición materialista y escasez, y las caracteriza como «clasificatoria» y «analítica»
respectivamente. Phelps Brown las llama definiciones «determinadas por el cam-
po» y «determinadas por la disciplina»4. Estas diferentes versiones de la ciencia
económica corresponden aproximadamente a la división de Polanyi entre signifi-

3.  Ronald H. Coase, «Economics and contiguous disciplines», The Journal of Legal Studies, 7/2,
1978, 201-211; 206-207.
4.  Cfr. Israel M. Kirzner, The economic point of view, Sheed y Ward Inc., Kansas [1960] 1976,
p. 17; Lionel Robbins, Ensayo sobre la naturaleza… cit., [1935] 1944, capítulo 1; y Ernest Hen-
LA CIENCIA ECONÓMICA 41

cado sustantivo y formal de la ciencia económica explicada en el capítulo previo.


Históricamente, se adoptó primero la sustantiva y luego la formal. En breve, las
relacionaré con las nociones de lo económico distinguidas en el capítulo anterior.
Como hemos visto, para Aristóteles, la ciencia económica era una ciencia
práctica, es decir, moral. «Lo económico» (oikonomiké) era para él el uso de lo
necesario para alcanzar la vida buena. Lo consideraba como un concepto análogo
que incluía una acción humana, una capacidad, una virtud y una ciencia. Es el
sector de la vida humana relativo a las necesidades materiales humanas (que para
él eran subjetivas pero no arbitrarias). Subyace a este concepto una visión de los
seres humanos como seres materiales y espirituales, sociales, libres e inteligentes.
Es decir, se trata de una noción sustantiva de la ciencia económica. Adam ­Smith,
en La riqueza de las naciones, dice que la economía política era «una de las ra-
mas de la ciencia del legislador o del estadista» (Libro IV, Introducción). Por eso
también sostenía una noción de la ciencia económica sustantiva, como parte de la
filosofía moral. Alfred Marshall, economista inglés formador de numerosos eco-
nomistas de la primera parte del siglo xx, también propuso una definición de la
ciencia económica como sustantiva:

La Economía política o economía es el estudio de las actividades del hombre


en los actos corrientes de la vida; examina aquella parte de la acción individual y
social que está más íntimamente relacionada con la consecución y uso de los requi-
sitos materiales del bienestar. [Los economistas] consideran al hombre tal como es,
no como un ente económico abstracto, sino como un ser de carne y hueso… influido
en gran manera por móviles egoístas en su vida comercial… pero que si obra a veces
por vanidad y por cálculo, también siente a menudo la satisfacción de cumplir bien
su cometido5.

Como subraya E. H. P. Brown, el problema con estas definiciones sustanti-


vas –«determinadas por el campo», según su terminología– es doble: dan cabida
a comportamientos tanto racionales como irracionales (entendiendo «racionali-
dad» como concordancia con el «principio económico» –la maximización–) y se
ocupan tanto de la asignación de los medios como de la valoración de los fines o
preferencias elegidas. Todas las realidades que caen bajo la denominación ordi-

ry Phelps Brown, «The underdevelopment of economics», The Economic Journal, 82/325, 1972,
pp. 1-10; p. 7.
5.  Alfred Marshall, Principles of economics, 8.ª ed., 1962, Macmillan, Londres, [1870] 1920-
1962, p. 1; versión cast.: Principios de economía, Aguilar, Madrid, 1948, p. 3; y pp. 22 y 24, respec-
tivamente.
42 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

naria de «económicas», sin importar que sean racionales o no, inestables, impre-
decibles, inciertas, relacionadas con los medios o los fines, con hechos o valores,
deberían considerarse como parte de la ciencia económica.
Se trata, por tanto, de un objeto bien difícil de conocer. Por ello, para facilitar
el conocimiento de lo económico, la ciencia económica tendió a evolucionar hacia
una ciencia formal. La ciencia económica procuró crear un objeto determinado,
objetivo, preferiblemente observable, porque la categoría de «ciencia positiva» a
la que aspira a pertenecer es un estudio exacto acerca de este tipo de objetos. De-
bía evitar el subjetivismo, la introspección, los juicios de valor, y aunque su objeto
de estudio es cambiante, necesitaba fijarlo en un punto determinado.
Esta transformación en ciencia formal comienza en el siglo xix. Nassau Senior
fue el primer economista que proscribió los fines y la prescripción de la economía,
sosteniendo una distinción entre el análisis positivo o neutral, y las recomenda-
ciones de política económica en su Outline of political economy (1836). En 1860,
dio el discurso presidencial de la Sección F («Ciencia económica y ­estadística»)
de la British Association for the Advancement of Science6. La Sección F tenía
que afirmar su respetabilidad científica, y sus merecimientos para quedar incluida
entre los objetos ya establecidos de la ciencia natural. Senior hizo una breve ex-
posición de su visión estrecha de la ciencia económica y de las funciones de los
economistas según la cual este objeto queda confinado a los límites de una ciencia
“positiva” estricta. Es decir, la ciencia económica, viéndose presionada por los
requerimientos de las ciencias naturales, modifica su objeto de estudio para ajus-
tarse a esta concepción particular de la ciencia.
Así llegamos a la definición formulada por Robbins, influida por las nocio-
nes de Menger, Weber y Mises: «La economía es la ciencia que estudia la conduc-
ta humana como una relación entre fines y medios limitados que tienen diversa
aplicación»7. Es decir, la economía es la ciencia de una visión específica de la
elección. Entonces, de este modo, la ciencia económica se transforma en una cien-
cia formal. Es formal porque su objeto de estudio ya no es un campo relacionado
con las necesidades humanas materiales, con la producción y la distribución, que
suponen un contenido material concreto. Pasa a ser la elección, cualquier elección,
en cuanto requiere una adaptación de medios a fines, un aspecto, punto de vista
o perspectiva de aproximación a cualquier acción humana. De hecho, original-
mente se ocupa del material económico bajo el aspecto de asignación eficiente

6.  «Statistical Science», en R. L. Smyth (ed.), Essays in economic method, Gerald Duckworth &
Co. Ltd., Londres, 1962, pp. 19-24.
7.  Lionel Robbins, Ensayo sobre la naturaleza… cit., [1935] 1944, p. 39.
LA CIENCIA ECONÓMICA 43

de medios, pero casi inmediatamente se traslada esta lógica al análisis de otras


realidades humanas.
La clave para «encajar» la acción humana en un marco exacto es considerar
los fines o preferencias como dados. La estabilidad y el carácter exógeno de las
preferencias (los fines de la economía) preparan el terreno para edificar un ob-
jeto científico determinado. Carl Menger titula «El punto de partida y el fin de
toda la economía humana están estrictamente determinados» al Apéndice VI de
sus Investigaciones acerca del método. Allí sostiene que «la economía no es más
que el camino que transitamos desde el punto de partida de la actividad humana
previamente indicado hasta su fin también previamente indicado». Estrictamen-
te hablando se trata de un camino técnico que permite formular leyes exactas,
cuya «naturaleza formal no difiere de las leyes de otras ciencias exactas y parti-
cularmente de las ciencias exactas naturales»8. Entonces, la ciencia económica
considera que los fines están dados. Como sostiene Robbins, a la economía no le
interesa en modo alguno ningún fin como tal.
La racionalidad instrumental maximizadora procura ser una lógica formal
al margen de elementos psicológicos, sociológicos y morales. Aunque Robbins
trató de dejar de lado la psicología, reconocía que era «por lo menos la mitad de
la ecuación». La misma palabra «utilidad» tiene resonancias psicológicas. Paul
Samuelson desarrolla luego su teoría de la preferencia revelada «arrojando afuera
los últimos vestigios del análisis de la utilidad», sin embargo, la misma palabra
«preferencia» también evoca la psicología. John von Neumann, Oskar Morgens-
tern y Leonard Savage, influidos por la escuela matemática francesa Bourbaki,
desarrollan finalmente una teoría completamente formal de la elección racional, la
teoría de la utilidad esperada9. Se trata de una teoría axiomática que sostiene que
si la gente es racional –en el sentido específico definido por ellos– se comportarán
como si maximizaran la utilidad. El orden de las preferencias y las probabilidades
están dados y la solución es exacta. Sin embargo, la teoría contiene supuestos muy
estrictos que la hacen aún más estrecha que la de Robbins. Supone una sobre-sim-
plificación del problema de la incertidumbre. Miguel Alfonso Martínez Echeve-
rría expresa muy bien la dirección de este programa: «… no se trata de desvelar un

8.  Carl Menger, Investigations into the method of the social sciences with special reference
to economics, New York University Press, Nueva York y Londres, 1965 (Untersuchungen über die
Methode der Socialwissenschaften und der Politischen Oekonomie insbesondere, Ducker & Humblot,
Leipzig), [1883] 1965, pp. 217-219.
9.  John von Neumann y Oskar Morgenstern, Theory of games and economic behavior, Prin­
ceton University Press, 1944; y Leonard J. Savage, The foundation of statistics, Dover, Nueva York,
[1954] 1972.
44 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

subyacente orden natural, sino de construir matemáticamente un orden artificial


que resulte compatible con un modo de entender la conducta humana»10.
Con relación a la clasificación de «lo económico» del capítulo anterior,
mientras que la economía sustantiva se ocupa de «lo económico» en sentido pro-
pio amplio, la economía formal se ocupa de «lo económico» en sentido propio
estricto, pero aplica esta perspectiva de análisis, el «principio económico», tanto a
realidades económicas como no económicas.
Coase describe muy bien el proceso de transformación de la ciencia econó-
mica sustantiva en una economía formal propia de todo lo humano. Señala que se
pueden observar dos tendencias en operación:

La primera consiste en un ensanchamiento de los límites de los intereses de los


economistas en relación al objeto de estudio. La segunda es un estrechamiento del
interés profesional hacia un análisis más formal, técnico, comúnmente matemático.
Este análisis más formal tiende a poseer una mayor generalidad. Puede decir menos,
o dejar mucho por decir, acerca del sistema económico, pero, a causa de su gene-
ralidad, resulta aplicable a todos los sistemas sociales […] la ciencia económica se
transforma en el estudio de toda conducta humana intencional y su ámbito es, por
tanto, coincidente con el de todas las ciencias sociales11.

Es decir, se ocupan de todos los actos humanos desde una perspectiva especí-
fica. Dado que esta perspectiva es estrecha, su conocimiento es parcial, y traslada
la parcialidad de este análisis al estudio de toda conducta intencional. La lógica
económica de lo económico estricto toma el lugar de la lógica de todas las ciencias
sociales. Es lo que se llamó «imperialismo científico» de la economía. Dada esta
situación podemos preguntarnos si esta tendencia mejora a la ciencia económica
(y a las otras); o si la ciencia económica se transforma en otro tipo de ciencia.
­Coase, en el mismo escrito, indica que esta doble tendencia es errónea. Sostiene
que la ciencia económica debería estudiar las otras ciencias sociales para entender
mejor el funcionamiento del sistema económico, en vez de tratar de imponer su
lógica a esas ciencias sociales. Por otra parte, parece inadecuado transformar la
lógica, por ejemplo, del derecho y la política, en la eficiencia, cuando, como ya se
señaló, debería ser la justicia y el bien común respectivamente.

10.  «Razón autónoma y modelos matemáticos de la acción», Revista Empresa y Humanismo, VII,
1/04, 2004, 83-104; 89. Cfr. también su trabajo «Dos visiones distintas de la racionalidad en econo-
mía», Valores, XXIV/65, 2006, 29-34.
11.  Ronald H. Coase, «Economics and contiguous disciplines»,. cit., p. 207.
LA CIENCIA ECONÓMICA 45

Como se ve, paradójicamente, las imposiciones epistemológicas a veces


confunden a las ciencias. Parece haber algo incorrecto en este proceso. En este
sentido parecen agudas las reflexiones de Robert Scoon acerca de la definición
de Robbins:

Sostengo que si se definiera la ciencia económica de este modo, incluiría lo


político, lo militar, lo legal, lo médico y todo lo moral apoyado en bases utilitaristas;
y entonces desaparecería la utilidad de la definición en cuanto a distinguir la ciencia
económica de otras disciplinas. Elegir no es una actividad específicamente económi-
ca, y la introducción de la escasez no altera la situación12.

Ambas concepciones de la economía están conectadas con diversas formas


de la racionalidad humana. Por tanto, un juicio acerca de estas posturas debe con-
tar con la noción de racionalidad como instrumento de análisis.

2. Economía y racionalidades

Tal como expliqué en el capítulo I, Aristóteles distinguió diversas formas que


adopta la razón humana según el objeto de conocimiento que se le presenta. Por
una parte, el hombre usa de su razón teóricamente (o especulativamente). Por la
razón teórica (del verbo griego theorein, contemplar), el hombre conoce la natu-
raleza y causas de los entes, sin pretender pasar a la acción. Además, el hombre
cuenta con la racionalidad lógica, por la que imprime un orden a su misma razón
para que lo conduzca correctamente al conocimiento de la verdad.
Respecto al conocimiento y gobierno de la propia acción humana, Aristó-
teles distinguió la racionalidad práctica y la poiética (o técnica). La racionalidad
práctica es la relativa al aspecto inmanente de las acciones humanas, es decir, a la
incidencia de la acción en el mismo agente que la decide y realiza. Por más que
una acción esté dirigida a un resultado externo al agente, no deja de tener un im-
pacto en el mismo agente. La racionalidad poiética o técnica se identifica con la
obtención del resultado de la acción. La primera se pregunta cómo he de compor-
tarme pensando en mi propia realización; segunda cuáles son los medios que debo
poner y cómo debo hacerlo para obtener el resultado exterior deseado. Aristóteles
pensaba que mientras pueden existir actos prácticamente racionales puros (como

12.  Robert Scoon, «Professor Robbins’ definition of economics», Journal of Political Economy,
51/4, 1943, 310-320; 311.
46 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

conocer, querer y vivir), no pueden existir actos puramente técnicos, porque todo
acto humano supone voluntariedad y, entonces, su mismo ejercicio deja alguna
marca en el interior de la persona. Mientras la racionalidad práctica es raciona-
lidad de fines y de medios en cuanto impactan sobre los fines, la racionalidad
técnica es una racionalidad de medios exclusivamente. Esta última puede ser tanto
una racionalidad de medios eficiente o maximizadora, o puede ser indiferente a la
eficiencia o maximización. En el Cuadro II figuran dichas racionalidades.

Cuadro II
Teórica
Económica
Maximizadora
Racionalidad Lógica
Instrumental No económica
De la acción
No maximizadora
Práctica

Veinticuatro siglos después, Max Weber distinguió cuatro tipos de motivos


que guían las acciones sociales: la racionalidad instrumental, la racionalidad valo-
rativa, la motivación afectiva y la tradicional13. Según este autor, una acción es ins-
trumentalmente racional cuando procura la asignación de medios adecuada para
obtener los fines del agente. Es valorativa cuando está determinada por la creencia
consciente en su valor intrínseco. Es afectiva si está guiada por los sentimientos
del agente. Es tradicional cuando está determinada por un hábito incorporado.
Weber pensaba que, aunque puede predominar en algún tipo de acción una forma
concreta de racionalidad, casi todas las acciones humanas están orientadas por
varios tipos. Los fenómenos sociales son complejos y podemos analizarlos bajo
diversas perspectivas de racionalidad. La racionalidad instrumental de Weber es
asimilable a la racionalidad poiética o técnica de Aristóteles. Las otras, aunque
de un modo muy aproximado, también son asimilables a la racionalidad práctica
aristotélica.
«Lo económico» entendido en sentido propio amplio se ocupa de las reali-
dades económicas, cualquiera que sea la forma de racionalidad implicada en su

13.  Max Weber, Economy and society, editado por G. Roth y C. Wittich, University of Califor-
nia Press, Berkeley y Los Ángeles, 1978, pp. 24-25.
LA CIENCIA ECONÓMICA 47

decisión y acción: instrumental, valorativa, afectiva y tradicional, en términos de


Weber. En cambio, la racionalidad propia de «lo económico» en sentido propio
estricto, es la racionalidad instrumental (de un tipo concreto, maximizadora u op-
timizadora). La racionalidad instrumental se define como la elección de acciones
que satisfacen mejor los objetivos o fines del individuo sea como fuere que estos
objetivos o fines estén caracterizados. La racionalidad instrumental es una racio-
nalidad de medios eficientes, y per se es completamente agnóstica respecto a la
naturaleza de los fines servidos por los medios. Este tipo de racionalidad, como
es un tipo concreto, no agota la racionalidad. Por eso, no excluye conductas que
desde este punto de vista son irracionales –pasiones, emociones, tradiciones o há-
bitos–. Su esencia reside en ser un modo calculable y algorítmico de ir de un punto
a otro, ambos fijos, tal como describía Menger a la economía.
Una vez expuestas las racionalidades implícitas en las dos concepciones de
la economía, también puede ser útil volver a observar el lenguaje ordinario. Na-
die niega la legitimidad y utilidad de la terminología científica, pero el objeto o
aquello de lo que trata una ciencia, al menos, debería coincidir con la realidad
significada en el lenguaje ordinario14. Es natural que la sociología se ocupe de la
sociedad, la psicología de la psiquis y la ciencia económica de la economía, tra-
tando de significar las cosas que la gente considera que son la sociedad, la psiquis
o la economía. Marshall aconseja usar los términos que entiende la gente:

Sus razonamientos [los del economista] han de ser expresados en un lenguaje


inteligible al público en general y deben, por tanto, tratar de adaptarse a los términos
familiares de la vida cotidiana y usarlos, en la medida de lo posible, tal como se
emplean comúnmente15.

Robbins, sin embargo, señala:

A menudo se afirma que las definiciones científicas de las palabras empleadas,


tanto en el lenguaje ordinario como en el análisis científico, no debieran diferir del
uso diario de esas palabras. Sin duda es un consejo muy bueno y en principio debe
ser aceptado. Es cierto que se crea una gran confusión cuando una palabra se usa
en un sentido dentro de la práctica de los negocios, y en otro en el análisis de esa
práctica […] Pero una cosa es seguir el uso ordinario cuando se adopta un término y

14.  Como ha sugerido Josef Pieper, aunque es posible y legítimo usar términos técnicos con
significados específicos, deberíamos desconfiar de toda determinación conceptual que se aparte con
originalidad del uso común del lenguaje de la gente culta: en «El filosofar y el lenguaje», Anuario
Filosófico, 21/1, 1998, 73-84; 73.
15.  Alfred Marshall, Principios de economía, cit., pp. 45 y 51.
48 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

otra pretender que el lenguaje ordinario es la corte suprema de apelación cuando se


define una ciencia, pues, en este caso, el sentido importante de la palabra es el objeto
de las generalizaciones de la ciencia16.

Es decir, en la versión de Robbins la ciencia no se define por su objeto sino


por lo que la ciencia misma hace. Este es su argumento para apartarse de la defi-
nición de economía de Marshall, una definición sustantiva, y para acuñar su defi-
nición formal. La ciencia económica, sin embargo, debería ocuparse de la realidad
significada por la palabra correspondiente. Este criterio, entonces, excluye de «lo
económico» en sentido propio estricto su aplicación a realidades que no son eco-
nómicas. Según esto, la mayor parte del programa de investigación desarrollado
por el economista Gary Becker no es economía, sino un análisis de aplicación de
racionalidad instrumental maximizadora a acciones humanas no económicas o
economía en un sentido impropio. Hecho este análisis podemos establecer algunas
distinciones en las disciplinas económicas.

La ciencia económica y sus partes

El Cuadro III ayudará a comprender mejor estas distinciones dentro de la


economía como ciencia. De la intersección de los conjuntos «racionalidad instru-
mental», «racionalidad práctica» y «material económico» surgen las siguientes
áreas:
1. Racionalidad instrumental maximizadora u optimizadora aplicada a reali-
dades no económicas: sería economía en sentido impropio.
2. Racionalidad instrumental optimizadora aplicada a realidades económi-
cas: es la economía en sentido propio estricto.
3. Racionalidad instrumental no optimizadora aplicada a realidades econó-
micas: es parte de la economía en sentido propio amplio.
4. Racionalidad práctica aplicada a realidades económicas: también es parte
de la economía en sentido propio amplio.
5. Racionalidad instrumental no optimizadora aplicada a realidades no eco-
nómicas: la técnica.
6. Racionalidad práctica aplicada a realidades no económicas: la ética, polí-
tica y demás ciencias prácticas.

16.  Lionel Robbins, Ensayo sobre la naturaleza…, cit., [1935] 1944, pp. 25-26, nt. 11.
LA CIENCIA ECONÓMICA 49

Cuadro III

Racionalidad práctica

Material económico

Entonces, sugiero distinguir dos disciplinas dentro de la ciencia económica:


1.  Propongo llamar teoría económica a la racionalidad instrumental optimi-
zadora aplicada a realidades económicas (área 2), es decir a la economía en sen­
tido propio estricto. Es «teoría» en el sentido de que contempla una realidad eco-
nómica bajo un punto de vista determinado, pero sin que se pueda derivar en una
acción eficaz, pues este punto de vista es parcial. Su alcance es bien limitado. Es
muy difícil que obtenga una explicación adecuada de los hechos económicos pues
estos responden a motivaciones de lo más variadas, Por eso tampoco tiene mayor
capacidad predictiva. O esta depende de que no haya «sorpresas». Pero sin sorpre-
sas, ¿qué mérito tiene la predicción? Puede tener, en cambio, un fin prescriptivo,
en la medida en que convenga atenerse a las motivaciones económicas y dejar de
lado las no económicas en situaciones concretas. Es una disciplina «completa» en
el sentido de que hay un objeto formal –la racionalidad económica– aplicado a un
objeto material –la realidad económica.
2.  Propongo llamar «economía política» a la economía en sentido propio
amplio (áreas 2, 3 y 4). Ésta será una ciencia práctica a la que se subordina la «teo-
ría económica». Deja espacio a las distintas motivaciones o racionalidades, que
quedan subsumidas en la racionalidad práctica. En la medida en que considera los
elementos subjetivos de una acción cuyo fin se va definiendo en su curso mismo,
la propuesta de James Buchanan tiene similitudes con esta. Para él, estos elemen-
tos subjetivos quedan definidos dentro de los límites entre la ciencia positiva del
modelo ortodoxo y la filosofía moral17. Dice Buchanan:
Los aspectos residuales de la acción humana que no son reducibles a reac-
ciones a estímulos similares a las de las ratas, aun en variantes humanas mucho

17.  Cfr. James M. Buchanan, Economics. Between predictive science and moral philosophy,
Texas A&M University Press, Texas, 1987, pp. 68 y 70; 78.
50 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

más complejas, definen el dominio de una ciencia humana completamente diferente,


mucho más compleja aún, y única – que, por su naturaleza, no puede ser análoga a
las ciencias predictivas y positivas del paradigma ortodoxo. Hay seguramente sufi-
ciente espacio para que ambas ciencias existan en la categoría más incluyente que
llamamos teoría económica.

Las «ciencias predictivas y positivas del paradigma ortodoxo» de Buchanan


son mi «economía en sentido propio estricto» o «teoría económica», y su «ciencia
humana completamente diferente, mucho más compleja aún», es mi «racionalidad
práctica aplicada a realidades económicas». La «economía en sentido propio am-
plio», o «teoría económica» de Buchanan, es la categoría incluyente que preferí
llamar «economía política», un nombre bien clásico que ha sido rescatado por el
mismo Lionel Robbins.
Buchanan habla de categorías excluyentes: la racionalidad de la economía
subjetiva es diversa de la ortodoxa. En efecto, una es de fines y la otra de medios.
La racionalidad práctica deja abiertas las puertas a la incertidumbre. Las llamadas
ciencias prácticas carecen de exactitud en sus conocimientos, su fin va más allá
del puro conocimiento invadiendo el campo de la acción, dependen mucho de la
experiencia. No admiten una formalización, su razonamiento es prudencial. Es
una racionalidad de fines en la que no es aplicable un cálculo, pues los fines, al ser
heterogéneos, no son conmensurables. Al no serlo, no pueden ser reducidos a una
unidad maximizable. No se pueden reducir a una medida común objetivos como la
sustentación, la cultura, la amistad y la democracia, para poner algunos ejemplos
de fines posibles. Solo se pueden comparar cualitativamente y establecer priori-
dades. Luego se podrían asignar ponderaciones cuantitativas, con las limitaciones
que se analizarán en el capítulo VI. La racionalidad técnica, en cambio, parte de
la base de la posibilidad de reducir sus objetivos a una medida común cuantifi-
cable que da pie a la conmensuración y la maximización, procurando eliminar la
incertidumbre. Por esto, es diversa de la práctica. Esta última, a la inversa, puede
considerar a la racionalidad técnica como un elemento a tener en cuenta.
El acto económico tiene una posible forma de realización eficaz desde un
punto de vista técnico, aspecto crucial para lo económico estricto –lo que supo-
ne una normatividad técnica–. Pero lo económico no se agota en la racionalidad
técnica, sino que también requiere una consideración de los fines, propia de la
racionalidad práctica. Esta disciplina tiene límites vagos, si la consideramos desde
el punto de vista de la aplicación de una perspectiva u objeto formal a un deter-
minado material. En efecto, son muchas las perspectivas o racionalidades que se
considerarían. Es una concepción de la economía que, como dice E.H. Phelps
Brown, se define por el campo, no por la disciplina.
LA CIENCIA ECONÓMICA 51

Esto nos habla de una ciencia que abarca puntos de vista de varias disciplinas
humanas: la «teoría económica», la sociología, la historia, la antropología cultural,
la filosofía política y social, la ética, la política. Resulta claro que el principio uni-
ficador es la referencia a los fines de las acciones, en este caso, de tipo económico
(relativas al uso de recursos intercambiables para la satisfacción de necesidades).
Esas disciplinas son ciencias prácticas en el sentido clásico. No se debe olvidar
que para Aristóteles, entre estas, la más «arquitectónica» es la política que, en su
más genuino sentido clásico, es ética. Dice en la Ética Nicomaquea (I, 2):

Si existe algún fin de nuestros actos queramos por él mismo y los demás por
él […] es evidente que este fin será lo bueno y lo mejor […] Si es así, hemos de
intentar comprender de un modo general cuál es y a cuál de las ciencias o facultades
pertenece. Parecería que ha de ser el de la más principal y eminentemente directiva
[architektonikes]. Tal es manifiestamente la política […] [L]as facultades más esti-
madas le están subordinadas, como la estrategia, la economía, la retórica. Y puesto
que la política se sirve de las demás ciencias prácticas y legisla además qué se debe
hacer y de qué cosas hay que apartarse, el fin de ella comprenderá el de las demás
ciencias, de modo que constituirá el bien del hombre.

La economía política, aunque conserva su distinción, está subsumida en la


política, pues su fin lo está. Desde una visión aristotélica, en palabras de Alfredo
Cruz Prados, «si, como polis, no ordenamos la economía política a un fin de-
terminado –el bien común de la polis–, no podemos juzgar si esa economía está
cumpliendo su misión –si es justa–, y tampoco podemos juzgar si las conductas
económicas individuales son justas»18. Es un error conceptual pensar la economía
al margen de la política. La postura aristotélica puede servirnos para reflexionar y
fijar criterios a las actuales relaciones entre economía y política. Claro está, no es
la política actual. Se ha producido un divorcio de un matrimonio que es indisolu-
ble por naturaleza. Este es un buen argumento, también, para conservar el nombre
clásico de «economía política» para la economía.
Es interesante ver cómo, después de haber ofrecido una definición de la eco-
nomía que responde a lo que aquí he denominado «teoría económica», Ricardo
Yepes Stork y Javier Aranguren la «expanden» al considerar la finalidad de la
actividad económica. Entonces, afirman, la economía «deja de ser solo una técni-

18.  «La articulación republicana de la sociedad civil como intento de superar el liberalismo»,
en Jornada sobre la sociedad civil como fórmula de integración social, Fundación Independiente,
Madrid, 1998, p. 47.
52 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

ca de disposición acerca de los medios y la adquisición de bienes materiales. Se


convierte en un saber que facilita la vida buena»19.

3. Conclusión

En síntesis, en este capítulo consideramos dos nociones de economía com-


plementarias. Vimos cómo surgieron históricamente y las formas de racionalidad
asociadas. Se trata de:
1. La que llamamos «teoría económica»: tiene como objeto «lo económico»
en sentido propio estricto. Es decir, contiene un objeto material, que es
el material económico, y un objeto formal, que es el punto de vista de la
racionalidad instrumental maximizadora.
2. La que llamamos «economía política»: tiene como objeto material «lo
económico» en sentido propio amplio. Su racionalidad es también amplia,
considerando razones instrumentales y prácticas.
También vimos que históricamente la primera concepción derivó rápidamen-
te en una consideración de racionalidad instrumental maximizadora de toda rea-
lidad humana. Hemos considerado que esto no es economía o que, si lo es, lo es
solo en un sentido impropio.
Como sugieren muchos economistas y el sentido común, el objetivo primor-
dial de la economía es ocuparse de problemas económicos reales. Por eso, por una
parte, en sus tareas descriptivas, explicativas y predictivas, debería tratar acerca
de lo económico en sentido propio amplio y estricto, es decir, de las interacciones
realizadas económica y noeconómicamente, porque esto es lo que tenemos en
la realidad. Por otra parte, la ciencia económica, en su tarea normativa, proba-
blemente debería proponer actuar económicamente, siempre que convenga que
predomine el motivo de eficiencia. Para ello cuenta con la «teoría económica».
Sin embargo, con esta no basta. Por eso, la concepción de la economía como
ciencia práctica, o «economía política», en el sentido de la expresión aquí usado,
considera armónicamente las razones para actuar en el ámbito de «lo económico»
en sentido amplio y acude a la «teoría económica» para poder hacerlo económi-
camente. Además, posibilita la introducción de la libertad y la moralidad en la
economía. Esta clasificación ha sido posible gracias a la aplicación de la razón
teórica, la cual, a la luz de la noción de lo económico, conoce la naturaleza de la
ciencia que se ocupa de esto.

19.  Fundamentos de antropología, EUNSA, Pamplona, 1999, p. 262.


IV
Características y método de la ciencia económica

Tras proponer una clasificación de la noción analógica de lo económico en el


capítulo II y la correspondiente división de la ciencia económica en el capítulo III,
ahora corresponde presentar algunas características metodológicas de esta última
que conviene aclarar y tener en cuenta a la hora de estudiar y ejercer la economía
como ciencia. Comenzaré con la «teoría económica» y continuaré con la «econo-
mía política». Quedarán para el siguiente capítulo (V) una referencia específica
a la relación de la ciencia económica con la ética y para el subsiguiente (VI) dos
temas relativos especialmente a la teoría económica: las condiciones de un buen
modelo económico y la legitimidad y alcances de la medición en economía.

1. El método de la «teoría económica»: marco de análisis

La «teoría económica» es una ciencia social. Para el análisis de la adecuación


de su método primero debemos establecer algunos criterios epistemológicos y
metodológicos de las ciencias sociales. Para ello me apoyaré en el libro de Abe-
lardo Pithod Epistemología de las ciencias humanas y sociales1. Esos criterios
se podrían expresar sintéticamente en la siguiente tesis: las ciencias sociales, al
tratar con un objeto predominantemente contingente, no pueden llegar más allá
de generalizaciones, requieren una fuerte apoyatura empírica y han de priorizar
la teoría, pero pueden arribar a conclusiones lo suficientemente válidas y razona­
bles. Esta tesis se puede desplegar en las siguientes seis proposiciones:
1.  Primado de la teoría: un problema señalado por la epistemología con-
temporánea es el que se denomina «la sub- o infradeterminación de las teorías».

1.  Editado por Porrúa, México, 2010. No conozco nada mejor sobre este tema.
54 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

Esta expresión pretende reflejar la idea de que unos mismos datos pueden dar
origen a diversas teorías que los expliquen. Los economistas saben que hay varias
teorías de los ciclos, las crisis, el capital, el interés, etc. ¿Cómo sabemos cuál es
la verdadera? Los epistemólogos hablan de una serie de valores epistémicos que
nos guían en la elección de las teorías2. Es decir, reconocen que, frente al carácter
lógicamente imperfecto de las conclusiones de cualquier inducción enumerativa,
y al abanico de posibles explicaciones, debe aparecer otro tipo de conocimiento
que permita conocer la realidad. Este tipo de conocimiento es la intuición intelec-
tual –o teoría– que capta la causalidad envuelta en los procesos bajo estudio. Estas
teorías tienen diversos grados de generalidad dependiendo de la naturaleza del
fenómeno estudiado. No podemos pensar en más principios universales o axio-
mas que los provistos por la antropología filosófica. El resto son relativos a las
estructuras institucionales, características de psicología social, culturas, historia y
demás factores que influyen en los hechos analizados. Por eso, es posible que haya
diversas teorías que respondan a diversas situaciones.
2.  Carácter imprescindible de los datos: por eso, sin perjuicio de lo anterior,
sin datos empíricos no podemos hacer ciencia social, tanto porque las teorías en
lo social son muy sensitivas a las situaciones, como porque es necesaria una expe-
riencia previa para plantear hipótesis, y los datos son necesarios para confirmarlas
y ajustarlas. Los valores epistémicos solos no nos garantizan la verdad del conoci-
miento. Alasdair MacIntyre, por razones sobre las que volveré, pone el acento en
la necesidad de conocer muy bien las regularidades sociales para poder predecir
en estas ciencias3.
3.  Teoría y observaciones empíricas se apoyan mutuamente y combinan de
modo que no compartimos ni un positivismo en el que lo único relevante son los
datos en una especie de «metromanía», «experimentomanía» o «matematosis»4,
ni un «teoricismo» que deja de lado los datos empíricos. De una parte, la teoría
ha tendido a expresarse axiomáticamente mediante la matemática. Pero la mate-
mática sola, sin acudir a las observaciones o experimentos, puede llevarnos muy
lejos de la realidad. Por otra parte, «juntar datos», sin teoría, no es hacer ciencia:
no nos lleva a ninguna parte. Las correlaciones no nos dicen nada si no nos ayudan
a captar causalidades. Son muchos los autores contemporáneos que señalan los

2.  Cfr. Mariano Artigas, Filosofía de la ciencia, EUNSA, Pamplona, 1999, pp. 213-215.
3.  Tras la virtud, (After virtue, 2.ª ed., University of Notre Dame Press, Notre Dame, Indiana),
Crítica, Barcelona, 2001, pp. 133-134.
4.  Todos son términos usados por Fritz Machlup en «El complejo de inferioridad de las ciencias
sociales», Libertas 7, 1987, 279-280. Pitirim Sorokin habla de «testomanía» y «quantofrenia» en
Achaques y manías de la sociología moderna y ciencias afines, Aguilar, Madrid, 1964.
CARACTERÍSTICAS Y MÉTODO DE LA CIENCIA ECONÓMICA 55

efectos nocivos sobre el verdadero conocimiento que tiene el exceso de informa-


ción. Mencioné a Borges en la Introducción a este respecto. Es inevitable recordar
los versos de T. S. Eliot: «¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en cono-
cimiento? ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?.5».
Las mediciones, además, tienen limitaciones según su correspondencia mayor o
menor con la realidad (sobre lo que volveré en el próximo capítulo). Se debe con-
seguir un balance adecuado entre teoría y observaciones.
4.  La mayoría de los datos se refieren a características no necesarias del
objeto de estudio. El acontecimiento mayormente contingente parece ser el libre6.
La sociedad es una unidad ordenada de relaciones que tienen un carácter real pero
accidental y libre. Por eso, las conclusiones de las ciencias humanas y sociales
no son más que generalizaciones y no pueden pretender universalidad. A pesar
de esto, es posible realizar un análisis general de las realidades sociales mediante
la provechosa intervención de los instrumentos probabilísticos y la estadística.
El científico social puede trabajar legítimamente con esta. Mediante la ley de los
promedios no digo nada contra la libertad, solo trabajo en otro plano. Sin embar-
go, tales regularidades estadísticas valen siempre para totalidades, y excluyen una
aplicación inmediata a los elementos individuales que constituyen esas totalida-
des. Estas regularidades no dan lugar a teorías universales estrictas, aplicables sin
más a los casos particulares. El científico social no puede olvidar esta limitación.
El individuo del estadístico es indiferenciado, no identificado. El individuo real
se enfrenta a la contingencia. En economía en particular, como decía Alfred Mar-
shall, no hay dos eventos exactamente iguales, lo que nos habla de una validez
suficiente, pero imprecisa, de las mediciones. Mariano Artigas expresa estas difi-
cultades del siguiente modo:

En las ciencias humanas intervienen las dimensiones específicamente humanas


que incluyen la libertad, y por tanto, las leyes que conseguimos en esas ciencias no
tienen la fiabilidad propia de la ciencia experimental. Cuando intervine la libertad,
no existen reglas fijas y, por ende, no se pueden realizar experimentos repetibles, no
se pueden formular leyes constantes, y tampoco podemos predecir el futuro utilizan­
do leyes fijas que no existen7.

5.  The waste land and other poems, Harcourt, Brace & Co., Londres, 1962, p. 81. Traducción de
J. L. Borges.
6.  Cfr. Jacques Maritain, Razón y razones, Desclée de Brouwer, Buenos Aires, 1951, cap. III.
Dice Maritain: «En cuanto a los sucesos de libertad, son imprevisibles pero por una razón eminente. No
son previsibles con certeza ni por sí ni por accidente; son por su misma naturaleza absolutamente im-
previsibles con certeza, porque no dependen de ninguna necesidad, ni de derecho ni de hecho» (p. 57).
7.  Filosofía de la ciencia, EUNSA, Pamplona, 1999, p. 188.
56 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

5.  Los factores que posibilitan una generalización probable en esta materia
son hábitos, rutinas, instituciones, condicionamientos biológicos, físicos y estruc-
turales sociales. Como dice el economista y sociólogo Vilfredo Pareto: «… las
acciones humanas presentan ciertas uniformidades, y es solamente gracias a esa
propiedad que pueden ser objeto de un estudio científico»8. En el mismo sentido,
escribe el filósofo Alasdair MacIntyre, dando un paso más: «El grado de pre-
dictibilidad que poseen nuestras estructuras sociales nos capacita para planear y
comprometernos en proyectos a largo plazo»9. La naturaleza física también pre-
senta tendencias (climáticas, ciclos productivos, etc.) que pueden ser a veces muy
determinantes: no puede dejar de aumentar el consumo de gas en el invierno. Dice
Maritain: «Los actos libres, sin embargo, pueden ser previstos de una manera
más o menos probable, en razón de los motivos que solicitan la libertad, o de las
disposiciones, pasiones e inclinaciones del sujeto. Y de esta manera es posible
prever con cierta probabilidad próxima a la certeza el comportamiento medio de
una multitud humana conocida en circunstancias conocidas igualmente». A conti-
nuación, advierte: «Pero esta probabilidad es menor respecto al comportamiento
de tal persona singular […] en todo caso, presaber con certeza, con certeza objeti-
vamente fundada, a qué se decidirá la voluntad libre, esto es imposible de suyo»10.
Como ya he adelantado, Frank Knight distinguió en 1921 los conceptos de riesgo
e incertidumbre (en Risk, uncertainty and profit, cap. VII). Mientras que el prime-
ro puede ser analizado mediante una relación de probabilidad, para el segundo no
hay elementos para cálculo alguno, como también sostenía Keynes (por ejemplo,
en la Teoría general, capítulo XII, VII). En economía hay riesgo e incertidumbre.
El conocimiento no es completo.
6.  La carencia de una síntesis superior completa de las ciencias humanas
debida a la limitación de los datos y de la teoría deja lugar a la tentación de que
la ideología tome ilegítimamente su lugar. Se debe reconocer la inexactitud de las
ciencias sociales debidas al carácter contingente de su objeto, a la libertad humana
y a la complejidad de los fenómenos analizados. Si hubiera una ciencia humana
que buscara la precisión propia de leyes auténticas, debería prescindir de cualquier
referencia a intenciones, propósitos, y razones para la acción: pero ya no sería
entonces una ciencia humana. Además, hemos de ser cautos para no suplir con
ideologías la tentación de reglar el futuro. La tendencia a querer analizar técnica-

  8.  Manual de economía política, Atalaya, Buenos Aires, 1945, p. 10.


  9.  Tras la virtud, cit., p. 134.
10.  Razón y razones, cit., pp. 57-58.
CARACTERÍSTICAS Y MÉTODO DE LA CIENCIA ECONÓMICA 57

mente la acción humana y a hacerla completamente predecible es muy vieja. Ya


está presente en el Protágoras de Platón y se renueva constantemente.
En síntesis, podemos afirmar que la validez de una conclusión social (y eco­
nómica) se funda en su respaldo en una teoría «local» debidamente confirmada
por los datos disponibles. Cualquier generalización de teorías locales se basa en
la presencia de leyes naturales y de instituciones, tendencias o rutinas sociales.
Una vez expuestos estos criterios paso a aplicarlos a la teoría económica.

2. El método de la «teoría económica»

La teoría económica debería adecuarse a las ideas madres enumeradas en


la sección previa. Trataré de mostrar que esto es o debe ser así. Sin embargo, a
lo largo de su historia la economía también ha caído en excesos y defectos. Ha
conocido fases o corrientes excesivamente teóricas y otras excesivamente empíri-
cas. Pocos economistas han logrado un justo equilibrio. Esto se debe quizás a que
a veces las posturas se fijaron por reacción frente a otras. El péndulo no deja de
excederse del punto medio. Por cierto, esto es una señal de su vitalidad.
A mi juicio, uno de los economistas más equilibrados en este sentido ha sido
el premio Nobel ruso Wassily Leontief. En su discurso presidencial de la American
Economic Association de 1970 reaccionó frente a la falta de respaldo en datos de
muchas teorías. Decía por ejemplo: «Claramente, el débil fundamento empírico y
su crecimiento demasiado lento no puede basar la proliferante superestructura de la
[…] teoría económica pura». En un artículo previo Leontief citaba al economista
fisiócrata del siglo xviii Francois Quesnay: «Estas dos partes, es decir la Teoría y la
experiencia que se concilian perfectamente cuando están unidas en la misma perso-
na, libran una guerra continua cuando se separan»11. En efecto, por ejemplo, entre
1970 y 1980 más de la mitad de los artículos publicados en la American Economic
Review reportaban modelos matemáticos sin dato alguno. Hoy día esta situación
se ha superado. El inconveniente es que en economía no es fácil obtener datos
fiables homogéneos y repetibles que permitan realizar verdaderos experimentos.
Los modelos son el modo habitual de acercar la teoría a los datos en economía. La
econometría es el puente entre los modelos y la estadística. El siglo xx ha sido un
período de presión para que la recolección de datos se realizara en función de una

11.  En Wassily Leontief, «Theoretical assumptions and nonobserved facts», American Economic
Review 61/1, 1971, 1; y «The state of economic science», The Review of Economics and Statistics,
40/2, 1958, 106.
58 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

teoría. Sin embargo, persisten los problemas. En el volumen 100 (año 2001) del
Journal of Econometrics, que recoge una evaluación y prospectivas de la econo-
metría, el premio Nobel James Heckman señalaba una triple separación: la teoría
económica (que incluye la teoría de juegos), la teoría matemático-estadística (a la
que se están inclinando los econometristas) y las observaciones de los estadísticos.
Su prospectiva era condicional: solo serían útiles estos tres participantes si se inte-
graran12. No resulta fácil ya que la sofisticación de cada una de estas ramas requiere
una dedicación exclusiva y genera sociologías científicas cerradas.
Veamos entonces cómo ha de trabajar la economía. Una serie de observacio-
nes y la familiaridad con los hechos permiten postular hipótesis razonables. Los
valores epistémicos están implícitos en esa elección de las hipótesis por parte de
los científicos experimentados. Este es un paso fundamental, llamado «abduc-
ción» por los lógicos: una hipótesis adecuada a la realidad ahorra mucho trabajo.
A partir de las hipótesis hay que llegar, si estas no son proposiciones teóricas no
verificables empíricamente, a proposiciones empíricas por vía deductiva. Para ello
se suelen formular modelos matemáticos que permiten tanto un trabajo deductivo
riguroso, como la expresión precisa de la hipótesis y su testeo con datos reales. De
este modo se pretenden captar relaciones causales reales más o menos específicas.
Sin embargo, como ya se ha repetido varias veces, nos hallamos frente a un objeto
de conocimiento de naturaleza contingente (salvo principios muy generales que
obedecen a constantes antropológicas universales –bien pocas en relación con esta
materia–). Por eso este proceso:
1. Solo da origen a generalizaciones no universales que permiten una pre-
dicción también general, no precisa. Se ha procurado otorgar exactitud a
la teoría mediante su expresión en términos formales. Sin embargo, son
muchos quienes señalan las limitaciones de un lenguaje formal para ex-
plicar una realidad bien compleja.
2. El fundamento de cualquier predicción acertada basada en dichas genera-
lizaciones está en los hábitos humanos y en los condicionamientos bioló-
gicos, psicológicos y sociales estructurales.
3. Por todo lo anterior, es un campo propicio para la probabilidad y su testeo
estadístico.
4. La economía es altamente sensible a los elementos culturales, epocales e
incluso los propios de los grupos y personas particulares involucradas en
el hecho del que se trate.

12.  Cfr. «Econometrics and empirical economics», p. 5.


CARACTERÍSTICAS Y MÉTODO DE LA CIENCIA ECONÓMICA 59

5. Las mediciones tienen sentido en la medida en que se cumplan los reque-


rimientos teóricos y empíricos relevantes a la cuestión en juego (sobre lo
que se volverá en el capítulo próximo).
Es decir, la capacidad predictiva de la economía es bien limitada. Varía en
función de:
1. La experiencia y capacidad del economista que formula la hipótesis base
de la predicción.
2. Los hábitos relacionados con la predicción, y las instituciones existentes.
3. La adaptación de la teoría al caso concreto que incorpora la consideración
de tipo particular.
4. La precisión de los datos con que se cuenta.
Una vez recorrido el método de la «teoría económica», pasamos al de la
«economía política».

3. El método de la «economía política»

La «economía política», tal como la caractericé en el capítulo anterior, es una


ciencia práctica. Esta tipificación responde a la idea aristotélica de la disciplina
acerca de «lo económico». Así lo ven, por ejemplo, aristotélicos como Newman,
Ernest Barker, Carlo Natali y Peter Koslowski13. La ciencia práctica va más allá de
la asignación eficiente de medios, ocupándose de la racionalidad de los fines y de
los medios en cuanto que participan del fin. En efecto, el ordenamiento práctico,
además de versar sobre los fines también lo hace sobre los medios, de modo tal que
corregiría una posible solución técnica no ética. En el marco aristotélico, mientras
que es posible una crematística (que es una técnica) no ética, la economía debe
ser ética para ser economía. Esta es una de las tareas de la economía como ciencia
práctica, es decir, de la «economía política», disciplina esencialmente valorativa,
como sostiene el mismo Robbins. Pero además la «economía política» considera
los motivos ajenos a la racionalidad técnica que influyen sobre lo económico en
sentido propio amplio –históricos, psicológicos, sociológicos– para explicar, pre-
decir o prescribir las acciones económicas. Es lo que hace un ministro de economía
o un consultor económico, es decir, la persona que trabaja en la economía real.

13.  William L. Newman, The Politics of Aristotle, Oxford University Press, I, p. 133; Ernest Bar-
ker en el comentario a su traducción de la Política, Clarendon Press, Oxford, 1952, p. 18, nota E; Carlo
Natali en «Aristotele e l’origine della filosofia pratica», en Laura Issepi (coautor) y Claudio Pacc-
thiani ( a cura di), Filosofia pratica e scienza politica, Francisci, Padova, 1980, pp. 115 y ss.; y Peter
Koslowski (ed.), Economics and philosophy, JCB Mohr (Paul Siebeck), Tubinga, 1985, pp. 1-3.
60 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

Este tipo de ciencia, la práctica, tiene sus peculiaridades que expondré y


aplicaré a la «economía política». Una de estas es la introducción del elemento
valorativo. Un economista que lo ha adoptado es Amartya Sen. En este capítulo
mencionaré este asunto solo brevemente. Dejo para el próximo (V) la relación de
la economía con la ética. Además, quedará para el siguiente (VI) mostrar, a propó-
sito de la medición en economía, cómo lo valorativo está siempre presente.

4. Características de la ciencia práctica y la economía política

Las he mencionado antes. Ahora las desarrollaré. Podemos sistematizarlas


de este modo:

a)  Inexactitud
Dice Aristóteles en la Ética Nicomaquea (I, 3):
Nos contentaremos con dilucidar esto en la medida que lo permite su materia;
porque no se ha de buscar el rigor por igual en todos los razonamientos […] Por
consiguiente, hablando de cosas de esta índole y con tales puntos de partida, hemos
de darnos por contentos con mostrar la verdad de un modo tosco y esquemático;
hablando solo de lo que ocurre por lo general y partiendo de tales datos, basta con
llegar a conclusiones semejantes […] porque es propio del hombre instruido buscar
la exactitud en cada género de conocimientos en la medida en que la admite la na-
turaleza del asunto; evidentemente, tan absurdo sería aprobar a un matemático que
empleara la persuasión como reclamar demostraciones a un retórico.

Más adelante, agrega: «Todo lo que se dice de las acciones debe decirse en
esquema y no con rigurosa precisión; ya dijimos al principio que se ha de tratar en
cada caso según la materia y en lo relativo a las acciones y a su conveniencia no
hay nada establecido» (II, 2). El motivo está claro, son las «diferencias y fluctua-
ciones», la «incertidumbre», propias de las acciones.
Todo economista reconoce que esta es la condición de su ciencia. Los he-
chos que estudia son inciertos, trabaja con actos humanos, que son libres y con el
futuro, y no es profeta. Esta es la esencia del mensaje de Keynes. También el de
George Shackle, y el de la escuela austríaca de economía. Esta aceptación no es
una actitud derrotista frente a un supuesto defecto sino la correspondiente adapta-
ción al objeto de estudio. Aristóteles, refiriéndose a la adaptación de la ley al caso
concreto –epiqueia– aclara: «… el yerro no está en la ley ni en el legislador, sino
en la naturaleza de la cosa, puesto que tal es desde luego la índole de las cosas
prácticas» (V, 10).
CARACTERÍSTICAS Y MÉTODO DE LA CIENCIA ECONÓMICA 61

b)  Fin práctico


Aristóteles afirma que «el fin de la política no es el conocimiento, sino la
acción» (I, 2), o que «no investigamos para saber qué es la virtud, sino para ser
buenos» (II, 2). Asegura en la Metafísica que «el fin de la ciencia teórica es la ver-
dad y el de la ciencia práctica, la obra» (II, 1). Estos pasajes indican el fin práctico
de la ciencia correspondiente.
Ahora bien, una ciencia puede tener un objeto práctico, pero ser teórica por el
fin, como observamos en muchas ciencias sociales contemporáneas. Al respecto es
útil tener en cuenta un pasaje de Tomás de Aquino en el De Veritate (­ q. 3, a. 3):

Un conocimiento se dice práctico por su ordenación al obrar, lo que ocurre de


dos maneras. Algunas veces en acto: es decir, cuando se ordena actualmente a algún
operable […] Otras veces, cuando un conocimiento es verdaderamente ordenable al
acto, pero sin embargo no está directamente ordenado a él […]; y de este modo un
conocimiento es práctico virtualmente o en hábito, pero no en acto.

En las actuales ciencias sociales se da una ordenación virtual al acto. Por


eso, aunque la ciencia en cuestión sea teórica por el fin, o tenga una parte teórica
y otra práctica, como en la economía, la ordenación implícita a la acción manda
en cuanto a su encuadramiento epistemológico. Aun los economistas más puristas
admiten la intencionalidad práctica de su ciencia, llamándola economía aplicada,
normativa, política económica o incluso economía política. Son estas ramas las
que, aunque aparentemente secundarias, definen el estatuto epistemológico de la
economía.

c)  Carácter normativo-ético de la ciencia práctica


Toda acción humana es intrínsecamente moral. El fin subjetivo de la acción
conduce o no al perfeccionamiento del sujeto, conforme a su naturaleza. El apar-
tado previo estuvo dirigido a señalar el fin práctico de la ciencia de la acción hu-
mana. Basta reunir ambas conclusiones para inferir el carácter normativo-ético de
la ciencia práctica. A este carácter responde la tradición que ve la economía como
ciencia moral.

d)  Contacto estrecho con la experiencia


Esta característica está vinculada al método propio de la ciencia práctica.
Aristóteles se plantea en la Ética Nicomaquea esta cuestión: «Sin duda se ha de
comenzar por las cosas más fáciles de conocer; pero éstas lo son en dos sentidos:
unas, para nosotros; las otras, en absoluto. Debemos, pues, acaso empezar por las
62 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

más fáciles de conocer para nosotros» (I, 4). Por ello dirá que es muy importante la
costumbre, el contacto con las cosas. «Por esta razón –afirma– el joven no es dis-
cípulo apropiado para la política, ya que no tiene experiencia de las acciones de la
vida, y la política se apoya en ellas y sobre ellas versa» (I, 3). Estas ciencias están
muy cerca de lo singular y contingente. Requieren una adaptación al caso particu-
lar, considerando las circunstancias sociales, culturales e históricas, del lugar y el
tiempo. Por eso acuden, como lo hace Aristóteles a las opiniones comunes, la de
los sabios, las experiencias de uno u otro lado, las constituciones y experiencias
económicas de las diversas poleis o pueblos.
En el ámbito de la economía, luego de un fuerte predominio de las tendencias
metodológicas axiomático-deductivas, se está acudiendo a métodos hipotético-
deductivos con un importante énfasis en la verificación. Debemos aclarar que
esta relación con la experiencia no significa la adopción de un criterio positivista
clásico. A pesar de que hay economistas que se desentienden de la cuestión de la
verdad, conformándose con la coherencia y capacidad predictiva, no se ha perdido
la búsqueda de, como decía John Neville Keynes (el padre de John Maynard), las
verae causae de los fenómenos económicos14.

e)  Particularidades metódicas


Encontramos una buena síntesis de estas en el siguiente texto:

… en la filosofía práctica, no es posible limitarse a la utilización de un método úni-


co, sino que es preciso recurrir a una pluralidad metodológica. Esto significa que
no puede sostenerse que el método de la ética sea pura y simplemente analítico, ni
sintético, ni dialéctico, ni demostrativo, ni retórico, sino que es necesario hacer jugar
todos esos procedimientos racionales de un modo estructurado, haciendo uso de
cada uno de ellos en la medida y el «momento» adecuado15.

Ese momento es el nivel del conocimiento práctico en que nos hallemos –de
los primeros principios, de la ciencia o el prudencial–. Tratándose de la ciencia
práctica nos interesan el segundo nivel y el tercero; cabe señalar que de este último
proviene la experiencia necesaria para el segundo. Esta pluralidad metodológica
integrable es muy adecuada para el caso de la ciencia económica.

14.  Cfr. John Neville Keynes, The scope and method of political economy, reimp. de la 4.ª ed.,
Kelley, Nueva York, [1917] 1963, pp. 176 y 224.
15.  Carlos Ignacio Massini Correas, «Método y filosofía práctica», Anuario Filosófico, Pam-
plona, 1995, 223-251; 247. Cfr. también su «Ensayo de síntesis acerca de la distinción especulativo-
práctico y su estructuración metodológica», Sapientia, (Buenos Aires), 200, 1996, 429-451.
CARACTERÍSTICAS Y MÉTODO DE LA CIENCIA ECONÓMICA 63

5. Conclusión

En cuanto a la «teoría económica» podemos afirmar que la validez de sus


conclusiones se funda en su respaldo en una teoría «local» confirmada por los da-
tos disponibles. Cualquier generalización de teorías locales se basa en la presencia
de leyes naturales y de instituciones, tendencias o rutinas sociales. En cualquier
caso, la teoría económica solo capta el motivo «económico» sin analizar los otros
motivos que inciden de hecho en los hechos económicos.
Por su parte, la «economía política», al igual que la política, es una ciencia
prudencial (moral) que ha de tener en cuenta factores institucionales y culturales
aparte de los técnicos. Debe incorporar racionalidades diversas de la instrumental.
En cambio, la aplicación universal del punto de vista económico para la explica-
ción de toda conducta humana no responde a la realidad del hombre y rebaja su
condición. En este sentido, parece deseable una vuelta a la tutela de la política,
entendida en el sentido clásico de ciencia del bien humano.
Una posible objeción es que bastaría con que la economía fuera una buena
técnica, que hiciera un buen trabajo de adaptación de medios a los fines señalados
por la política. Pero este razonamiento supone una concepción incompleta del acto
humano: un acto que no considera los fines, es un acto truncado. Sin fin no hay
acto. Como señala Knight, los fines dados, no son fines; los fines se redefinen en
el curso de la misma acción16. Es decir, no solo se da una adaptación de medios a
fines, sino, y más a menudo, una adaptación de fines a medios. Por eso, el econo-
mista no puede ser solamente técnico. Debe ser capaz de entender y discriminar
entre fines. Debe tener los criterios políticos acerca de los fines firmemente incor-
porados. Robbins, el mismo que definió tan estrecha (en cuanto a la racionalidad)
y ampliamente (en cuanto al campo) a la economía, advirtió esto y recomendó:
«… debemos estar preparados para estudiar no solo los principios económicos y la
economía aplicada; debemos estar preparados para estudiar también muchas otras
disciplinas», entre las que menciona la filosofía política, la administra­ción públi-
ca, el derecho, la historia y «las obras clásicas de la literatura». También señaló la
necesidad de estudiar, además de los principios y la historia económica, la política
y la historia17. Opina además que solamente se debería estudiar economía en una
segunda etapa, luego de cierta experiencia de la vida.

16.  Frank H. Knight, On the history and method of economics, University of Chicago Press,
1956, pp. 128-129.
17.  Lionel Robbins, «The economist in the twentieth century», Economica (recogido en el libro
homónimo, Macmillan, Londres, 1956), 1949, p. 17. Robbins tuvo a cargo, en su carácter de chairman
64 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

Esto no significa que el economista se independice del político, sino, al con-


trario, que trabaje en estrecha relación con él. El economista debe considerar que
su ciencia es más que una técnica, una ciencia moral y política. A su vez, el políti-
co debe entender que los medios son limitados y no todo es posible. Necesitamos
un político con formación económica y un economista con formación política,
que manejen lenguajes y criterios comunicables y que acuerden objetivos. Pare-
ce un ideal utópico. Pero a la luz de la evolución de las ideas, no puedo dejar de
proponerlo.

del Board of Studies in Economics de la London School of Economics and Political Science, el estudio
de la reforma de los planes de la carrera de economía, cfr. y «The teaching of economics in schools and
universities», The Economic Journal, LXV, 1955, 579-593.
V
Economía y ética

Como aclaré al comenzar el libro, la relación economía-ética sería una cons-


tante a lo largo de estas páginas. Sin embargo, parece conveniente dedicarle un
capítulo entero, sin que, lógicamente, agote el tema. Debe complementarse con
los otros y, aun así, queda mucho por decir.
Las relaciones entre economía y ética dependen de la definición de economía
como ciencia que adoptemos. Según lo visto en los capítulos previos, queda claro
que la «economía política» es ciencia de fines, ciencia práctica, es decir, ciencia
moral. En cuanto a la «teoría económica», se trata de una técnica subordinada a
la anterior. Sin embargo, no es posible ninguna aplicación concreta de la teoría
económica sin una incorporación de valores.
La economía, que nació como ciencia moral, se fue separando de esta a me-
dida que se desarrolló, pero precisamente en John Stuart Mill podemos hablar de
su emancipación respecto a la política y la moral. Esta separación responde a la
desvinculación operada entre la economía y la búsqueda de lo necesario para la
vida buena. Buena parte de la filosofía moderna es agnóstica respecto a los bienes.
Al no poder determinar racionalmente qué es lo bueno para el hombre, aparece
en el ámbito económico un criterio de determinación de lo óptimo sucedáneo del
bien del hombre, la maximización. El principio de necesidad es reemplazado por
un principio de maximización que también, aunque con otros términos (debido a
la ilimitación del apetito), conocía Aristóteles. Se produce, como señala Polanyi,
una escisión entre un principio de uso y uno de ganancia, que ocasiona una ruptura
entre los móviles económicos y los fines sociales1.
La emancipación iniciada por Mill se consolidó en el siglo xx. Pero, si mira-
mos hacia atrás, comprobamos que hemos hablado de unos 2.200 años de economía

1.  Karl Polanyi, La grande transformation, Gallimard, París (The great transformation, Nueva
York, 1944), 1983, p. 85.
66 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

estrechamente vinculada a la ética y de solo unos 130 años más o menos separada
de esta. ¿Quién sabe si no volveremos en el futuro a la concepción antigua? El tra-
bajo de economistas como Amartya Sen es promisorio en esta línea. Sen distingue
la tradición de la economía relacionada con la ética (que remonta hasta Aristóteles)
del que denomina «enfoque ingenieril», preocupado por cuestiones «logísticas» más
que por los fines últimos, que este enfoque considera dados2. El «enfoque capacida-
des» de Sen, una propuesta de evaluación de la pobreza, la igualdad y el desarrollo
mediante los fines alcanzados por las personas, no por los medios –el ingreso–,
manifiesta su adhesión a la tradición ética. Aunque la postura de este autor merece
un análisis más profundo, propone una reivindicación de la razón práctica. Sen se
queja de que las formulaciones de la racionalidad son, por lo general, muy estrechas
y hace hincapié en que «la racionalidad incluye el uso del razonamiento para com-
prender y evaluar fines y valores»3. Se refiere, sin duda, a la racionalidad práctica.

1. Economías, racionalidades y normatividades

Al principio dije que esta vinculación o separación depende del concepto de


economía adoptado. La moral trata de los fines del hombre y de los medios en
cuanto alineados a los fines. Una economía desvinculada de los fines queda enton-
ces al margen de la moral. Mientras que la economía «premilliana» trataba acerca
de los medios y los fines, la economía «postmilliana» se ocupa solo de la asigna-
ción de medios a fines dados. La primera, la «premilliana», es un conocimiento
acerca de un campo concreto de lo humano, bajo todos sus aspectos. La segunda
o «postmilliana» es un conocimiento de todo lo humano, bajo un solo aspecto: la
adaptación de medios a fines. Como expliqué antes, a la primera, le interesa la sa-
tisfacción mediante recursos intercambiables de las necesidades humanas media-
das por lo material, por diversas razones que van más allá de la instrumental. A la
segunda, en cambio, le interesa cualquier acción humana, con tal que sea sujetable
a un proceso de maximización.
Las racionalidades envueltas en uno y otro caso son en parte diversas. En
la economía «premilliana» necesitamos racionalidades propias de medios y de
fines. En cambio, en la «postmilliana», basta con una racionalidad de medios. La
economía «postmilliana» se queda en la racionalidad técnica. En este ámbito, es

2.  Amartya Sen, Ethics and economics, Basil Blackwell, Oxford, 1987, pp. 3-7.
3.  Amartya Sen, Rationality and freedom, The Belknap Press of Harvard University Press, Cam-
bridge (Mass.), 2002, p. 46; cfr. también p. 51.
ECONOMÍA Y ÉTICA 67

agnóstica en relación con los fines: son algo exterior a su racionalidad. Por eso,
desde que la economía adoptó este esquema puede ser neutral respecto a los valo-
res. Esta desvinculación de los fines es un requisito propio de una ciencia que trata
de imitar las ciencias exactas. Muchos autores piensan que la economía mutó así
su objeto debido a una imposición epistemológica: un «complejo de inferioridad»
la condujo a adoptar métodos que descartaran toda subjetividad y esta imposición
amputó su campo de estudio.
Podemos distinguir los siguientes niveles de objetivos humanos:
1. El nivel de los fines: por ejemplo, llevar una vida honesta, compatible
con un desarrollo afectivo, profesional, estético, de gustos personales y de
cuidado de la sociedad y de los demás. Son metas. Todas ellas colaboran
con el fin último del hombre, su autorrealización, perfeccionamiento o
eudaimonía (para no usar el término «felicidad», hoy cargado de connota-
ciones hedonistas).
2. El nivel de los fines-medios: estudiar, trabajar, cuidar la salud, entablar
relaciones sociales, el ocio y actividades extralaborales, dirigidos todos a
la consecución de esas metas. Son actividades.
3. El nivel de los medios puros, «las cosas que son para el fin», en expresión
de Aristóteles y Tomás de Aquino: el tiempo, el dinero, los bienes.
Mientras que la economía política está involucrada con los tres niveles, la
teoría económica solo considera el tercero. Pero este nivel también tiene una ra-
cionalidad –y, por ende, una normatividad–, que queda incompleta al estar desco-
nectado de los otros dos. En efecto, la noción de racionalidad lleva aneja la de nor-
matividad. Cuando uno dice: «es racional que la gente se comporte de tal modo»
o «tal decisión es irracional», uno expresa su aprobación (o no) y sugiere que se
siga o no tal decisión. Nicholas Rescher ha dedicado parte de su obra a la noción
de racionalidad. Afirma en uno de sus libros que «la importancia de la racionali-
dad no descansa en el fondo en su rol de caracterización descriptiva del proceder
humano (cómo funciona la gente), sino en su papel normativo en tanto indicación
de cómo debería funcionar la gente en relación con los intereses superiores de sus
preocupaciones cognoscitivas y prácticas [...] «la capacidad del hombre para la
razón no significa que la gente normalmente actúe de manera racional. La fuerza
de la racionalidad es normativa y se orienta menos al retrato descriptivo de lo que
los agentes hacen que al análisis evaluativo de lo que deberían hacer»4.

4.  Nicholas Rescher, La racionalidad. Una indagación filosófica sobre la naturaleza y justifi­
cación de la razón, Tecnos, Madrid, 1993 (Rationality. A philosophical inquiry into the nature and the
rationale of reason, Clarendon Press, Oxford, 1988), pp. 216 y 220.
68 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

Entonces, si la racionalidad es normativa, las diferentes racionalidades serán


normativas de distinto modo. ¿Qué tipos de normatividades surgen de los modos
de racionalidades? De la racionalidad técnica surge una normatividad técnica, y de
la práctica, una ética. La economía en sentido propio amplio (economía política)
analiza actos económicos: compras, ventas, producciones, préstamos. Los moti-
vos para esos actos pueden ser variados. Pongamos el ejemplo de la compra de un
producto. Puede haber un motivo solo técnico (es el adecuado para satisfacer tales
preferencias). Pero se puede entremezclar más o menos con motivos estéticos
(me gusta), de fidelidad a una marca o una costumbre, de agradar a una persona,
de comodidad: aparecen motivos intrínsecos, éticos. A la «teoría económica», en
cambio, no le interesa tanto el objeto analizado, como el punto de vista del análi-
sis: la motivación solo medial en la acción. Por lo que la normatividad solo puede
ser técnica. Sin embargo, como no hay acto sin fin, se suponen unos fines que que-
dan implícitos. Va a quedar más claro en el próximo capítulo al poner el ejemplo
del Índice de Desarrollo Humano. Es decir, no puede haber de hecho una teoría
económica operativa sin una economía política.
La visión de la «economía política» propuesta aquí está regida por ambos
tipos de racionalidades. Esta visión abarca tanto la cuestión de los medios como
de los fines y permite la inserción de consideraciones éticas. A estas alturas se nos
presentan varios interrogantes. Primero, si damos lugar a la racionalidad práctica
y su normatividad ética, ¿qué pasa con la neutralidad valorativa, principio caro
a la economía como ciencia –no a los economistas como personas–? Segundo,
en vista de que hay varias teorías éticas –a grandes rasgos, ética aristotélica de
las virtudes, ética kantiana del deber, ética utilitarista–, ¿cuál de estas es la más
apropiada para la economía? Tercer interrogante: ¿no nos estaremos perdiendo en
elucubraciones filosóficas? ¿Qué significa todo esto para la economía? Para con-
testar estas preguntas seguiré los desarrollos recientes de varios autores que han
encarado un intercambio interdisciplinar, los filósofos Hilary Putnam y Martha
Nussbaum, y los economistas Amartya Sen y Vivian Walsh.

2. Economía y ética

¿Puede quebrarse legítimamente el criterio de neutralidad valorativa en la


economía? No solo se puede, sino que se debe hacerlo. Esto no significará un
retroceso sino un avance para la economía. Avance que, por cierto, se ha hecho
esperar. El mismo año 1953, en el que Milton Friedman escribía en su «The me-
thodology of positive economics» que no se puede razonar sino solo pelear acer-
ECONOMÍA Y ÉTICA 69

ca de los valores, el filósofo Willard Van Orman Quine publicaba por segunda
vez su artículo «Two dogmas of empiricism» en el que se desecha la división
hechos-valores en las ciencias5. Las razones para la continuidad de este «dogma»
en economía son de varios niveles: 1) la pura inercia en el modo de trabajar, 2)
evitar el ingreso de lo subjetivo y lo valorativo, sospechosos de arbitrariedad, 3)
el actual agnosticismo acerca de los fines que hace de este campo una cuestión
extrarracional. Las tres razones –y otras– se apoyan entre sí, como un castillo de
naipes6. En definitiva, se descree de la posibilidad de un discurso racional acerca
de los fines; discurso que, por otra parte, al no obedecer a la lógica maximizadora,
no es formalizable de un modo exacto. La razón práctica solamente puede decla-
rar que se debe mantener una presencia armónica de los diversos fines, alineada
prudencialmente para cada situación concreta, respetando unos mínimos básicos,
cuya medida precisa es también prudencial. Por esto, la introducción de los fines
en la economía resulta revolucionaria para su método. Hilary Putnam vuelca en
un libro reciente su argumentación acerca del «enredo» (entanglement) de hechos
y valores que se da en muchos campos de la actividad humana. Putnam sostiene
el «colapso de la dicotomía hecho-valor», intentando «explicar el significado de
este punto específicamente para la economía»7. Defiende que los fines sí tienen
importancia en la economía y que se pueden discutir racionalmente. Los fines
no pueden separarse de la economía porque la descripción y la evaluación están
entrelazadas y son interdependientes. Amartya Sen reconoce esta condición de la
vida social, no solo de la economía y la filosofía.

5.  «The methodology of positive economics», en Essays in positive economics (del mismo Fried-
man), The University of Chicago Press, Chicago y Londres, 1953, pp. 3-43. Está recogido en español
en Frank Hahn y Martin Hollis (eds.), Filosofía y teoría económica, FCE, México, 1986 (Philosophy
and economic theory, Oxford University Press, 1979), p. 45. El trabajo original de Willard Van Orman
Quine es «Two dogmas of empiricism», The Philosophical Review, 60/1, 1951, 20-43. En el mismo
sentido había afirmado Robbins: «Si estamos en desacuerdo acerca de los fines, se trata de un caso
irreductible, de tú o yo, o de vivir y dejar vivir… Si estamos en desacuerdo acerca de la moralidad…
entonces no hay posibilidad de entendimiento», Ensayo sobre la naturaleza y significación de la cien­
cia económica, FCE, 1944 (Essay on the nature and significance of economic science, Macmillan,
Londres, 2.ª ed., 1935) pp. 199 y 200. Quine mostró que la distinción absoluta entre analítico y sinté-
tico, paralela y condicionante de la dicotomía hechos-valores, no era absoluta. John L. Austin afirma
que «el contraste familiar entre lo «normativo o evaluativo», por un lado, y lo fáctico, por otro, al igual
que muchas dicotomías, tiene que ser eliminado», en Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, Buenos
Aires y Barcelona, 1996, p. 196 (How to do things with words, Lecture XII, 1962).
6.  Varios autores han señalado el anacronismo o visión anticuada de la economía al seguir supo-
niendo planteos agotados hace ya muchos años –más de cincuenta– en la filosofía de la ciencia: cfr. e.
g., Vivian Walsh, «Philosophy and economics», en John Eatwell, Murray Milgate y Peter Newman
(eds.), The new Palgrave. A dictionary of economics, vol. 3, 1987, pp. 861-869; pp. 862 y 868.
7.  Hilary Putnam, The collapse of the fact/value dichotomy and other essays, Harvard University
Press, Cambridge (Mass.) y Londres (3.ª ed.), 2002 (2004), vii.
70 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

Pasemos a la segunda pregunta: ¿qué teoría ética es la más adecuada para la


economía? Siguiendo la argumentación y discusiones de los autores mencionados,
la balanza se inclina a favor de la ética aristotélica de virtudes. Diversos motivos
indican el carácter inapropiado del utilitarismo e incompleto de la deontología
kantiana.
El utilitarismo es una forma de consecuencialismo (la consideración de la
moralidad de una acción solo por sus consecuencias). Para este, la norma de mo-
ralidad es «la mayor felicidad para el mayor número de personas». Para el utili-
tarismo en su versión básica, la moral es un cálculo técnico que tiene por objeto
maximizar la felicidad y minimizar lo que no nos hace felices. No parece tan
errado. Incluso Aristóteles parece hacer radicar la bondad en la felicidad: «… vivir
bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz», señala en la Ética Nicomaquea (I,
4). Mas todo depende del concepto de felicidad que esté en juego. O, de qué esté
antes, la felicidad o el deber. En Aristóteles, la felicidad no se busca por sí misma,
sino que se disfruta cuando se alcanza lo que se ha de buscar, el fin al que se ha de
tender, lo bueno para el hombre. La noción aristotélica de felicidad es normativa,
no «conativa», no depende de un mero deseo/satisfacción subjetivo sino de la
realización de unas acciones que son los fines de la naturaleza y que constituyen,
ellas mismas, la felicidad. Elegir la felicidad no es elegir un difuso estado subje-
tivo de complacencia, como parece señalar el actual uso del término, sino elegir
una vida de acciones buenas.
Mientras tanto, para el utilitarismo la acción misma es neutra, radicando la
moralidad en sus consecuencias buenas o malas; los actos son solo realidades
físicas, moralmente indiferentes. Entonces, si mi acción tuvo azarosamente una
consecuencia positiva es buena, y a la inversa. La moralidad depende del corte
temporal, pues una acción puede tener al comienzo una consecuencia mala que
luego se trastoca en buena (o a la inversa). Resulta también que el fin justifica los
medios, que no hay principios éticos inexcepcionables. No importa el fin o la mo-
ralidad de la acción misma sino el resultado exterior de esta a la que se adosa o no
la intención del agente. Por todo lo anterior, el utilitarismo es una moral amoral.
Los utilitaristas homogeneizan placeres cualitativamente distintos, que no
admiten suma ni maximización, sino armonización o congruencia. Este es un pro-
cedimiento afín al de la economía, que trabaja con un concepto de utilidad homo-
géneo en el que los bienes son sustituibles. Este es también uno de los argumentos
de Sen contra el utilitarismo: no capta la heterogeneidad e inconmensurabilidad de
los diversos aspectos del desarrollo.
En cuanto a la moral kantiana, las objeciones se centran en su formalismo.
Al surgir como reacción frente a una ética de búsqueda de una felicidad subjeti-
ECONOMÍA Y ÉTICA 71

va conativa como la utilitarista, descarta cualquier referencia a las necesidades


o realizaciones de la naturaleza humana. Como señala Putnam, en Kant, «la ra-
zón, al imponer la forma sobre la materia que encuentra, no está guiada por fines
substantivos»8. Kant se queda con una noción formal y abstracta del deber que
obliga solo por sí mismo. No puede explicar, incluso, por qué la gente va a querer
ser buena.
La crítica de Martha Nussbaum corre por estos carriles. Toda sociedad, dice
la profesora de la Universidad de Chicago, implica el cuidado (care) mutuo de sus
miembros y la perspectiva kantiana no es favorable para esto. Para Kant, señala
Nussbaum, el hombre está escindido: la fuente de su dignidad está radicalmente
separada de su condición material, que queda descuidada con consecuencias muy
negativas. Por eso afirma: «Conecto las capacidades con una concepción política
de la persona que es más aristotélica que kantiana en espíritu, que se focaliza en la
necesidad y la sociabilidad tanto como en la racionalidad, y que ve estrechamente
entrelazadas la racionalidad y la necesidad corporal»9.
La ética aristotélica no cae en las deficiencias de la (no) ética utilitarista y de
la ética kantiana. Para Aristóteles la felicidad personal (eudaimonía) es el fin de la
vida moral. Pero no es la felicidad utilitarista. Por otra parte, esta no es la norma
de moralidad, sino que, a la inversa, el cumplimiento de la norma de moralidad,
facilitada por las virtudes, conduce a la felicidad10.
Pasamos a la tercera pregunta: ¿qué significa en concreto la consideración
de los fines en la economía? Solo para poner un ejemplo: en la postulación de
una lista de fines que reemplazan a la maximización de utilidades como fin de la
actividad económica. Nussbaum presenta un interesante listado de «capacidades»
(capabilities) que se debe tratar de obtener para todos. Las capacidades son lo que
la gente puede de hecho hacer y ser. Nussbaum propone una justificación para una
lista abierta de diez capacidades que considera como requerimientos centrales de
una vida digna. Su versión del año 2003 incluía: la vida, la salud, la integridad
corporal, la capacidad de usar los sentidos, la imaginación y el pensamiento, ca-
pacidades afectivas, morales, de pertenecer y convivir, de atención a la naturaleza,
de juego, de participación política y propiedad privada y relacionadas. Para ella,

  8.  Hilary Putnam, «For ethics and economics without the dichotomies», Review of Political
Economy, 15/3, 2003, 395-412; 406.
  9.  Martha C. Nussbaum, «Interview», Ethique et Économique/Ethics and Economics, 1, 2003,
p. 1.
10.  Al respecto, cfr. Ángel Rodríguez Luño, Ética general, 2.ª ed., EUNSA, Pamplona, 1993,
pp. 202-207; y Antonio Malo, «La ética cartesiana entre teleología y deontología», Sapientia, 195-196,
1995, 33-49.
72 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

las diez capacidades centrales no tienen un orden: cada una es central e innego-
ciable, hasta el cumplimiento de cierto umbral viable11. La idea es que el fin de la
economía no es el crecimiento económico in genere, sino poner los medios para
proveer estas capacidades para cada uno y todos12. Pero como decía antes, el de las
capacidades se trata solo de un ejemplo. En esta vinculación economía política-
ética todo acto económico es también ético por ser acto humano: la ética abarca
toda la realidad económica por ser realidad humana. Sin embargo, el tema no es
tan sencillo; tiene sus precisiones. Se han de definir qué tipos de valores, cómo y
cuándo deben considerarse y qué efectos tiene esta inclusión13.

3. Economía y libertad

La voluntariedad libre del acto humano es requisito de su moralidad. Por


eso, otro ángulo para enfocar los motivos de la separación ética-economía de la
economía postmilliana es considerar el endeble concepto de libertad implícito esta
la última. La racionalidad instrumental, propia de esta postura, no deja lugar a una
conducta libre. En efecto, una adaptación de medios a fines determinados es una
cuestión técnica en la cual la libertad únicamente reside en la elección previa de
los fines. Pero para la economía, los fines son solo datos. Determinada la com-
binación óptima de medios para alcanzar los fines solo cabe la libertad exterior
de ejecutar la acción tendiente a lograrla. Esta reducción de la libertad a libertad
exterior es consistente con la misma reducción del liberalismo clásico que inspira
la teoría económica. El hombre no nace libre; la libertad se adquiere en la socie-
dad y el mercado. Esta concepción se ve claramente en la escuela neoclásica y en
la misma escuela austriaca. Para Mises, por ejemplo, la libertad es la capacidad
de obrar conforme a lo determinado por las leyes praxeológicas que indican al
hombre cómo debe reaccionar. Hayek, por su parte, sostiene un determinismo

11.  Martha C. Nussbaum, «Tragedy and human capabilities: a response to Vivian Walsh», Review
of Political Economy, 15/3, 2003, 413-418; 415-416.
12.  Martha C. Nussbaum, «Capabilities as fundamental entitlements: Sen and social justice»,
Feminist Economics, 9/2-3, 2003, 33-59; 40-42. En este sentido, cabe agregar que Nussbaum ha tenido
una discusión sin un acuerdo final con Sen. Este último rehúsa aceptar una lista de capacidades estable.
Insiste en que su determinación es cuestión de la razón práctica, pero la concibe más al estilo kantiano
que aristotélico, como una razón que decide unos fines, no que investiga para descubrirlos. Por eso, han
de ser decididos por cada persona o sociedad en acto y no predeterminados.
13.  Harold Kincaid, John Dupré y Alison Wylie hacen una excelente exposición de la historia del
abandono de la neutralidad valorativa y diseccionan este problema en la Introducción al libro editado
por ellos mismos Value-free science? Ideals and illusions, Oxford University Press, 2007, pp. 3-23.
ECONOMÍA Y ÉTICA 73

psicológico basado en una concepción materialista14. Es razonable, entonces, que


el papel de la ética quede ciertamente opacado.

4. Conclusión

La economía nació y vivió muchos siglos como ciencia moral. Solo en el


siglo xix abandonó su carácter ético bajo el influjo de un marco epistemológico
propio de las ciencias naturales, y de un agnosticismo acerca de los fines, propio
de buena parte de la modernidad. El análisis de su objeto, una acción humana en
la que se consideran medios y fines, comporta una doble racionalidad, técnica
y práctica, y también una doble normatividad, técnica y ética, que no están des-
vinculadas. Por eso, la economía debe volver a ser ciencia ética, renunciando al
axioma de neutralidad valorativa, ya superado por el resto de las ciencias sociales.
El trabajo de economistas como Amartya Sen apunta en este sentido. Es de esperar
que el siglo xxi sea el de la reinserción de los fines en la economía. Ya comienzan
las señales de este cambio.

14.  He desarrollado extensamente estos temas en mi libro Liberalismo económico y libertad,


Rialp, Madrid, 2000. Sobre Hayek se puede ampliar con «La libertad en Hayek», Libertas, XIII/45,
2006, 25-33.
VI
Modelos y mediciones

En este capítulo –que interesará especialmente a los economistas– me ocupa-


ré de dos instrumentos claves de la economía, particularmente de la teoría econó-
mica: los modelos y las mediciones. El análisis de estas herramientas nos servirá
para hacer más patente la necesidad de contar con el uso teórico y práctico de la
razón en economía. Se consolidará la idea de que no basta con la teoría económica
–que responde a una definición formal como perspectiva de análisis de acciones
humanas–; necesitamos trascenderla mediante la economía política –que responde
a una definición sustantiva que se ocupa de lo económico bajo todos sus aspectos.

1.  Los modelos

El modo usual de razonamiento de la teoría económica es mediante modelos.


La mayor parte de los artículos de economía comienzan presentando el modelo
con que se analizará el fenómeno que interesa conocer. Keynes escribe al econo-
mista Roy Harrod: «La economía es la ciencia de pensar en términos de modelos
junto al arte de escoger los modelos relevantes para el mundo actual». Para él, los
modelos son instrumentos del pensamiento adaptados a la situación que se desea
estudiar mediante un estrecho conocimiento de los hechos.
Los modelos económicos se presentan habitualmente mediante expresio-
nes matemáticas, pero también suelen agregarse explicaciones verbales, gráfi-
cos geométricos o analogías (por ejemplo, la hidráulica). Los modelos tratan de
adaptarse al evento y situación a explicar escogiendo los supuestos, restricciones
y variables que se consideren más adecuados. En la rivalidad entre generalidad
(cantidad de fenómenos explicados) y realismo o adecuación al caso, la economía
tiende a dar prioridad a lo primero.
76 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

Durante los últimos años, la filosofía de la economía ha prestado especial


atención a los modelos. Considera que hay distintos tipos de modelos, y diferen-
tes explicaciones de su naturaleza, de sus fines y del modo de construirlos. Los
modelos son considerados como métodos para la investigación de causas estables
reales, como mediadores entre la teoría y los datos, como vehículos para testear
teorías, como experimentos mentales, o fórmulas abiertas para postular hipótesis,
como medios de comunicación o de «contar historias», o como analogías.
Mäki define los modelos como «sistemas substitutos que se examinan di-
rectamente a fin de adquirir información indirecta sobre los sistemas a los que
se refieren»1. Señala dos características de los modelos: la representación y la
similitud. Esta última rige solo en cierto grado pues, dado que el modelo es una
idealización, debe separar o idealizar algunos aspectos. El aspecto epistémico (o
cognoscitivo) del modelo es su objetivo de conocer las características y el funcio-
namiento del sistema al que se refiere.
Artigas explica cómo el uso de idealizaciones hizo avanzar notablemente a
la ciencia. Estas idealizaciones no se encuentran directamente en los fenómenos
observados, pero ayudan a captar causas reales que operan en estos. Pone el ejem-
plo de la caída libre en el vacío y del péndulo ideal de Galileo. La misma realidad
puede ser estudiada por distintos modelos para conocer características diferentes
de esta. Es decir, los modelos se refieren a cuestiones reales bajo cierto aspecto
que interesa estudiar. Por eso se pueden encontrar en los modelos (como en los
conceptos) un significado o sentido y un referente real. Se comprueba si es tal
mediante la verificación empírica o la experimentación2.
Un modelo contiene los siguientes elementos:
– Varias hipótesis acerca de relaciones proporcionales (fijas o dinámicas)
entre variables: es decir, varias funciones.
– Un conjunto de supuestos que permiten postular las hipótesis anteriores.
– Un trabajo deductivo que permite mostrar relaciones teóricas implícitas
en los elementos anteriores que no eran evidentes.
– Procura arribar a proposiciones empíricas que permitan, al contrastarlas
con los datos, estimar el valor de los parámetros funcionales y de las va-
riables.
Mediante un modelo, entonces, se intenta ofrecer una explicación de un fe-
nómeno. La conexión con la realidad es un aspecto vital del modelo, que a veces

1.  «Models are experiments, experiments are models», Journal of Economic Methodology, 12/2,
2005, 303-315; 303.
2.  Mariano Artigas, Filosofía de la ciencia, EUNSA, Pamplona, 1999, pp. 200-202.
MODELOS Y MEDICIONES 77

se puede perder de vista. Se abstrae o idealiza para conocer una causa o propiedad
real. La economista Joan Robinson (como muchos otros) señala el difícil balance
entre realismo y simplificación que supone un modelo:
Es muy fácil construir modelos sobre supuestos dados. Lo difícil es encontrar
los supuestos relevantes a la realidad. El arte es conseguir un esquema que simpli-
fica el problema para hacerlo manejable sin eliminar la característica esencial de la
situación sobre la que se trata de arrojar luz3.
En el mismo sentido Oskar Morgenstern afirma que «la abstracción sería
errónea si pasara por alto un rasgo fundamental de la realidad económica […] las
simplificaciones radicales son admisibles en la ciencia siempre que no vayan en
contra de la esencia del problema estudiado»4. Un buen modelo teórico pone a la
luz aspectos de la realidad hasta entonces no conocidos. En definitiva, la construc-
ción de modelos requiere una razón teórica bien entrenada. Se comprobará si es un
buen modelo si sus conclusiones empíricas coinciden con los datos reales.
Dijimos que puede haber muchos tipos de modelos. Un modelo puede conten-
tarse con ser una buena descripción de lo esencial de un fenómeno. Sin embargo,
parecería aconsejable que existieran modelos que ayudaran a conocer las causas
en juego en una determinada situación, modelos causales. De hecho, en la ciencia
real, la tradición aristotélica de considerar a la explicación científica en términos
de causas se ha mantenido durante muchos siglos. A pesar de la condena positi-
vista a la pretensión de conocer esencias y causas de los fenómenos, la ciencia
actual sigue explicando por causas. El conocimiento va más allá de la observación.
Tanto Keynes, padre (John Neville), como su hijo (John Maynard) creían en
la capacidad del conocimiento intelectual. Keynes, padre, lógico y economista,
decía que «la economía política no merece de ningún modo el nombre de cien-
cia, si el economista no es competente para razonar acerca del fenómeno de la
riqueza y descubrir leyes de conexión causal. La mera descripción no constituye
una ciencia». Asimismo consideraba que «aunque la teoría pura asume la opera-
ción de fuerzas bajo condiciones artificialmente simplificadas [es decir, modelos],
sostiene que las fuerzas cuyos efectos investiga son verae causae en el sentido
de que efectivamente operan, y ciertamente lo hacen de un modo predominante,
en el mundo económico real»5. Según Keynes, hijo: «… somos capaces de cono-

3.  Joan Robinson, Economic heresies, Macmillan, Londres, 1971, p. 141.


4.  Oskar Morgenstern, Selected writings of Oskar Mogernstern (Andrew Schotter, ed.), New
York University Press, 1964, p. 255.
5.  The scope and method of political economy (1890), 4.ª ed., A. M. Kelley & Millman Inc.,
Nueva York, 1963, pp. 176 y 223-224.
78 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

cimiento directo acerca de las entidades empíricas que va más allá de una mera
expresión de nuestra comprensión o sensación de éstas […] Es decir, somos ca-
paces de conocimiento sintético directo de la naturaleza de los objetos de nuestra
experiencia»6.
Sin embargo, muchos economistas no están interesados realmente en las cau-
sas. Por ejemplo, el econometrista James Heckman afirma: «Argumento que la
causalidad per se no es un concepto interesante. Lo que interesa es saber si una re-
lación determinada empíricamente puede usarse para brindar pronósticos válidos
de política como resultado»7. Cuando se consulta a los economistas académicos
titubean. Algunos opinan como Heckman, pero reconocen que pretenden que sus
estudios tengan una validez real y que eso debe tener relación con causas reales.
Pero no es problema de ellos. Sostienen que les basta con la información que les
provee el modelo y no quieren más compromisos. La respuesta parece obvia. La
dejo en manos de Kevin Hoover, quien escribe:
El interés en la idealización es precisamente que separa lo esencial, pero que
algo sea esencial no es una cuestión de forma sino de cómo es la realidad. El peligro
es que sin una noción de esencia, la idealización podría reducirse a un nombre de
fantasía para una elección arbitraria de condiciones ceteris paribus o una red rela-
cional para teorías8.

Es decir, no parece posible construir un buen modelo sin un conocimiento


esencial de la realidad. Si no, se puede caer en esta red de relaciones para acoger
teorías (modelos) mencionadas por Hoover, que se mostrarán finalmente inade-
cuadas para resolver problemas reales.
Uskali Mäki hace una precisión que puede resultar útil para entender la rela-
ción modelo-realidad. Distingue el modelo mental –que posee las características
provistas por el conjunto de idealizaciones de las situaciones del mundo real– de
la descripción del modelo, que puede ser matemática, verbal, geométrica9. Enton-
ces, podemos distinguir:
– el mundo real con toda su complejidad;
– el sistema aislado o referencia, e.d., el aspecto del mundo real, aislado de
su contexto, que tratamos de explicar o entender;

6.  A treatise on probability, Macmillan, Londres, (1921) 1952, pp. 263-264.


7.  James Heckman, «Conditioning, causality and policy analysis: Commentary», Journal of
Econometrics, 112/1, 2003, 73-78; 73.
8.  Kevin Hoover, The methodology of empirical macroeconomics, Cambridge University Press,
Cambridge y Nueva York, 2001, p. 37.
9.  Cfr. Ukali Mäki, «Models and the locus of their truth», Synthese, 180, 2011, pp. 47-63.
MODELOS Y MEDICIONES 79

– el modelo o «modelo descrito»; y


– la descripción del modelo o «modelo descriptor».
En la medida en que, también según Mäki, el modelo tiene propiedades se-
mánticas, podemos aplicar una antigua clasificación de los signos (Cuadro IV),
que se remonta a Juan de Santo Tomás10, para clarificar estas relaciones. Podría-
mos afirmar que el modelo descriptor debería actuar como signo instrumental y
convencional del modelo descrito, y que este debería ser un signo formal y natural
de las conexiones reales del sistema real aislado que se intentan conocer.

Cuadro IV
Clasificación del signo
–  Natural: humo y concepto de fuego
1. Según su relación con
– Convencional: la palabra «fuego» o dibujo de
lo significado
llama
– Formal: remite directamente a lo representado:
2. Según su relación con
concepto de fuego
el cognoscente
– Instrumental: humo y la palabra «fuego»

El mundo social se compone de intenciones, conexiones teleológicas, causas


finales, razones para la acción, motivos, causas intencionales o como se los quiera
llamar, todas son expresiones que hablan de causas finales reales. Por otra parte,
el lenguaje ordinario posee muchos verbos que, aunque no contengan la palabra
«causa», expresan formas de esta.
Luego de postular el modelo hay que probarlo. Como el mundo social es ex-
tremadamente contingente, los errores son frecuentes. Por eso, Aristóteles afirma
que «se debe dar más crédito a la observación que a las teorías, y a las teorías si
coinciden con los hechos observados» (De la generación de los animales, III 10,
760b 31). Se deben ir ajustando los modelos a la luz de los datos.
Harold Kincaid explica:

Si contamos con evidencia de que un modelo con supuestos no realistas está


captando las causas de ciertos efectos, entonces podemos usarlo para explicar, a
pesar de su «irrealismo». Si puedo mostrar que mi visión (insight) es que un proceso

10.  John Poinsot, Tractatus de signis. The semiotic of John Poinsot, (John N. Deely (ed.), Berke-
ley y Los Ángeles, California, Londres, University of California Press, (1631-1635) 1985.
80 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

causal concreto está operando, entonces estoy haciendo algo más que reportar una
sensación. Si puedo mostrar que el mismo proceso causal está detrás de diferentes
fenómenos, entonces la unificación está fundada en la realidad. Si puedo proveer
evidencia de que uso mi modelo como un instrumento porque me permite describir
causas reales, puedo tener confianza en éste. Finalmente, si puedo mostrar que las
causas postuladas en el modelo operan en el mundo, puedo comenzar a proveer evi-
dencia de que el modelo realmente explica11.

En definitiva, los buenos modelos facilitan la aprehensión intelectual de las


causas que operan en los fenómenos estudiados. Aunque son falibles, y requieren
refinación mediante el contraste con los datos, son instrumentos para captar las
causas mediante la razón teórica. Pasamos ahora a la cuestión de la medición.

2.  La medición en economía

La fuerza retórica de los números es notable. Después de confesar las im-


perfecciones del Índice de Desarrollo Humano (HDI) del Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD), Paul Streeten afirmaba:

Sin embargo, estos índices son útiles para focalizar la atención y simplificar
el problema. Tienen mayor impacto en las mentes y atraen la atención pública más
poderosamente que una larga lista de indicadores, combinados con explicaciones
cualitativas. Son muy atractivos (eye-catching)12.

En efecto, los números causan un gran impacto: los ránquines, los porcenta-
jes de crecimiento o disminución, los índices, pueden mucho más que cualquier
descripción cualitativa de una situación o modificación. Santo Tomás de Aquino
se pregunta por qué se acude al cambio cuantitativo para describir un cambio cua-
litativo (una «alteración»), como tanto sucede en economía. La explicación que
ofrece está llena de sentido común:

Así como a partir de las cosas más conocidas llegamos al conocimiento de


las que lo son menos, así también a partir de lo más conocido designamos lo que es
menos […] [P]orque el movimiento de la sustancia según la cantidad es más percep-

11.  Harold Kincaid, «Social sciences», en Stathis Pasillos y Martin Curd (eds.), The Routledge
Companion to Philosophy of Science, Routledge, Londres, 2008, pp. 594-604; pp. 596-597, cursiva en
el original.
12.  Paul Streeten, «Human development: means and ends», The American Economic Review,
84/2, 1994, 232-237; 235.
MODELOS Y MEDICIONES 81

tible que el movimiento según la alteración, entonces los nombres que convienen al
movimiento según la cantidad se derivan a la alteración13.

Se trata de una predicación «per similitudinem» (ad 1). Nuestra condición


material también se demuestra en esto.
Por otra parte, los números son signos convencionales de los conceptos nu-
méricos que representan. A su vez, estos conceptos son símbolos naturales de la
cantidad real; y las operaciones y relaciones matemáticas también son signos de
relaciones reales. Aunque con limitaciones, nos comunican parte de la realidad.
Por eso, otra razón para la «atractividad» de los números es que dan a conocer un
aspecto de la realidad, su naturaleza cuantitativa.
Una tercera razón para esta tendencia humana a descansar y confiar en los
números, es el afán humano de controlar lo incierto, azaroso, de sus asuntos. El
hombre tiene un impulso hacia la exactitud que le permite el control del futuro y lo
imprevisto. Las raíces antropológicas de este intento se hallan ya en los primeros
pensadores occidentales. Platón en su Protágoras busca un procedimiento para
arribar a una decisión que nos permita salvarnos de la contingencia de la suerte
o el azar. Se pregunta: ¿qué ciencia nos salvará de la contingencia impredecible?
Contesta: «la ciencia de la medición» (Protágoras, 356e).
Hay aún una cuarta razón. Aparte de la gradación de cualidades expresada
a través de la cantidad, necesitamos decidir entre fines heterogéneos, que no son
conmensurables. ¿Cómo podríamos reducir la elección acerca de fines cualitativa-
mente distintos de un cálculo cuantitativo? Necesitamos hacerlos conmensurables
a través de una comparación cualitativa, más una decisión convencional de asig-
nar números al resultado de esa comparación.
En este caso, como explica Alain Desrosières, cuantificar supone un consen-
so previo sobre cómo medir («convenir et mesurer»). Por eso, añade, «postular y
construir un espacio de equivalencia que permita la cuantificación y medición es
al mismo tiempo un acto técnico y político»14. El alineamiento de fines cualitativa-
mente distintos se logra a partir de esa decisión convencional, reduciéndolos a una
medida común. Los números son homogéneos y prácticos; expresar la realidad en

13.  Tomás de Aquino, Cuestión disputada sobre las virtudes en general, a. XI. Cfr. también Suma
Teológica I, q.110 a. 2 c y demás pasajes consignados en la nota 17 de pp. 207-208 de la edición de
la Cuestión usada: Cuestión disputada sobre las virtudes en general, Estudio preliminar, traducción y
notas de Laura E. Corso de Estrada, EUNSA, Pamplona, 2000. Original: De virtutibus in communi en
Quaestiones disputatae II, Marietti, Turín y Roma, 1949 y 1964.
14.  Alain Desrosières, L’argument statistique, I. Pour une sociologie historique de la quantifica­
tion, Presses de l’École des Mines, París, 2008, pp. 10 y 13.
82 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

números facilita las decisiones. Como señala Theodore Porter: «… los números
son el medio a través del cual deseos, necesidades y expectativas disímiles pueden
hacerse conmensurables de algún modo»15. Estas convenciones son instituciona-
lizadas por estándares, procedimientos, índices y demás instrumentos generados
por organismos estatales o privados y ampliamente difundidos. Las medidas así
crean opinión pública.
A esta altura quisiera remarcar algunas ideas básicas que surgen de lo ante-
rior:
Medir es caracterizar una realidad por una propiedad cuantitativa. Al medir
asignamos números a estas propiedades de un sistema empírico de modo que se
establece cierta proporcionalidad entre ese sistema y el sistema numérico. Tam-
bién se pueden asignar números a propiedades cualitativas según una convención
que permita expresarlas numéricamente.
– Ahora bien, la validez y el alcance de la medición dependen de la existencia
y naturaleza de la relación entre los números y las cosas medidas. Es
directa, si expresa cantidades reales; es indirecta, si expresa convenciones
para medir lo cualitativo.
– Por eso, conviene conocer los diferentes tipos de «concordancias» posi-
bles entre las medidas y las realidades medidas. La medida supone reglas
expresadas en tipos de escalas adecuadas a lo medido. Esas escalas están
sistematizadas en el Cuadro V:

Cuadro V
Tipos de escalas
Escala Nominal Ordinal Ratio Absoluta

Ratio entre Razón entre una


Lista de
Descripción Códigos asignados magnitudes del magnitud y su
atributos
mismo tipo unidad standard

Hombre / mujer
Blanco / negro Felicidad Índices
Longitud en cm,
Ejemplo Casado / soltero / bondad / (de precios,
peso en kg
Bondad / belleza satisfacción ingreso, …)
Jugadores de un equipo

15.  Theodore Porter, Trust in numbers, Princeton University Press, Princeton, 1995, p. 86.
MODELOS Y MEDICIONES 83

– Escala nominal: hay igualdad entre las realidades consideradas, no existe


un motivo intrínseco de prelación.
– Escala ordinal: solo hay posibilidad de establecer la igualdad y un orden
jerárquico, pero no una diferencia cuantitativa cardinal.
– Ratio y escala absoluta: las diferencias cardinales corresponden a diferen-
cias reales; se pueden efectuar válidamente las operaciones numéricas.
Los distintos tipos de escala nos manifiestan la diferente naturaleza de las
realidades medidas que conduce a diversos modos de medirlas. De derecha a iz-
quierda:
– Primero, realidades cuantitativas como la distancia, el peso, las ventas
pueden medirse mediante números cardinales definiendo una unidad de
medida: metro, kilos, unidades vendidas o ventas en dinero. Se pueden
realizar las operaciones matemáticas con estos números resultantes.
– Segundo, podemos medir la evolución de esas cantidades reales median-
te una ratio entre los valores comparados: por ejemplo, la evolución del
nivel de precios. Se define un valor estándar para un período base –por
ejemplo, nivel de precios de 1960=100­– y así se transforma la ratio en una
escala cardinal. Los números que resultan tienen sentido con referencia a
la base.
– Tercero, la escala ordinal. La economía trabaja frecuentemente con este
tipo de medidas. A los valores ordinales –primero, segundo, etc.– se les
pueden asignar números, pero las operaciones matemáticas –adición, res-
ta, etc.– entre estos no son válidas pues no expresan algo real.
– Cuarto, finalmente hay otras realidades que no pueden ser puestas en una
lista de mayor o menor. Si se hiciera así, sería en función de un objetivo
concreto y no expresarían nada más allá de lo relativo a ese objetivo. Son
las comprendidas en una escala nominal.
Por todo lo anterior, al encontrarnos con números, debemos discriminar qué
tipo de realidad representan para conocer sus alcances y limitaciones. Agregar o
sumar es absolutamente indispensable. Pero es necesario no tomar como cantida-
des aditivas lo que son simples niveles, o simples números, por la sola razón de
que se logra sumarlos.
Por otra parte, en el capítulo IV, he aclarado las limitaciones de las gene-
ralizaciones estadísticas. La estadística se aplica a los conjuntos, no a los casos
individuales. Que el 5% de la población sea analfabeta no significa que yo sea un
5% analfabeto; en cambio, habrá algunos que son 100% analfabetos. Sin embargo,
la estadística sirve para tomar decisiones acerca del conjunto.
84 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

Habiendo visto todos los elementos anteriores, quisiera exponer las dificul-
tades de un instrumento muy usado en economía que revela las ventajas y limi-
taciones de la medición, los números índices compuestos. Estos se forman con
variables heterogéneas. Por ejemplo, se toman las variables confort, potencia del
motor y seguridad de un automóvil para determinar cuál fue «el auto del año». Se
establece una escala para cada variable según, por ejemplo, una encuesta a perso-
nas, los caballos de fuerza y una prueba de resistencia a un golpe.

Auto/variable Confort HP Seguridad Total


Auto I 0,5 1 0,5 0,66
Auto II 0,7 0,7 0,7 0,70
Auto III 1 0,5 0,5 0,66

Sobre la base de una ponderación igual de las tres variables el auto del año
será el Auto II. Pero es obvio que si esta ponderación cambia o si se toman otras
variables, el ganador puede ser otro. Por ejemplo, si se pondera más la potencia o
el confort, los autos ganadores serán el I o el III. Es muy poco claro qué represen-
tan estos números desnudos, pues estamos sumando cualidades no aditivas. Pero
allí tenemos al auto del año.
Como decía Desrosières decidimos una convención (las variables elegidas y
su ponderación) y después viene la medida. Lo que era inconmensurable se hace
conmensurable adoptando una unidad convencional para cada variable, calculan-
do su valor y después sumando una proporción ponderada también convencional
de esos resultados. La clave es que haya una ponderación, pero debe ser la pon-
deración adecuada; lo que no resulta fácil cuando las variables son cualitativa-
mente distintas. Esta medición es útil, pero todos nos damos cuenta de que es
muy relativa y puede dar origen a índices muy engañosos o defectuosos; por su-
puesto, incompletos. Pienso que esto deja claro cómo los aspectos técnicos están
entremezclados con los juicios prácticos: las creencias y los valores afectan a las
decisiones técnicas.
La elección del auto o del deportista del año es una cuestión bastante irre-
levante. Sin embargo, cuando se trata, por ejemplo, de medir el nivel general de
precios, la pobreza, la igualdad o el desarrollo, resulta enormemente relevante,
más aún cuando da origen a políticas económicas. Los fines humanos pertene-
cen a categorías heterogéneas e inconmensurables. Cualquier índice tendrá los
problemas del auto del año. Sin embargo, son muy útiles, más aún, necesarios.
Estos fines pertenecen a una escala nominal. Estamos frente a un caso de incon-
MODELOS Y MEDICIONES 85

mensurabilidad, pero podemos acudir a una comparación cualitativa prudencial,


y a la posterior definición, también prudencial, de una ponderación, mediante una
decisión (valorativa). El ejemplo más claro es el ya mencionado HDI del PNUD.
Este –y otros índices­– requiere una definición previa de los conceptos en juego,
el descubrimiento o elección de las variables adecuadas, establecer reglas para su
combinación y ponderación, la elección de los indicadores (o modos de medir las
variables) y finalmente el aspecto técnico, teniendo en cuenta su impacto sobre
todo lo anterior.
Siguiendo las ideas de Sen, el PNUD, calcula y publica el HDI en un Infor­
me de desarrollo humano anual (HDR) desde 1990. Es un índice combinado de
tres factores –longevidad, educación e ingreso–. El índice ha ido evolucionando
desde entonces, procurando cumplir más perfectamente su fin. Muchos autores
y el mismo PNUD han señalado sus limitaciones, pero lo han aceptado como
instrumento válido por fines pragmáticos. La homogeneización resultante va en
contra de la consideración de cada fin como valioso en sí mismo. Esos fines son,
como sostiene Sen, plurales e inconmensurables. Por eso, aboga por un uso de la
razón práctica en su examen y elección. Posteriormente, también afirma Sen, «los
valores implícitos deben hacerse más explícitos»16.
En efecto, el HDI contiene una serie de supuestos que no han sido debida-
mente explicitados. Estos hacen referencia al aspecto valorativo o práctico. Nos
podemos hacer, entre otras, las siguientes preguntas: ¿por qué se eligen esas tres
variables? ¿Por qué se les asigna una ponderación igual? ¿Cómo se definen los
datos que representarán esas variables? ¿Por qué en algunos casos la escala es lo-
garítmica y en otros no? Las respuestas más que explicaciones son afirmaciones.
Es decir, se establecen una serie de supuestos acerca de las capabilities que no
están argumentadas. Esta argumentación –y la posterior construcción y aplicación
del Índice– debería seguir un proceso predeterminado. Así quedaría claro el por-
qué de la inserción de determinados valores en los instrumentos económicos. Se
deberían poner sobre la mesa y argumentarlos racionalmente. De no ser así, esos
instrumentos devienen ideológicos, pues se fundamentan en valores que quedan
implícitos sin ninguna discusión previa. Así, queda clara la conveniencia de com-
pletar el análisis técnico económico con argumentos de la racionalidad práctica.
Afortunadamente, muchos especialistas son conscientes de las limitaciones de
estos índices y de la necesidad de argumentos prácticos, ello redunda en que los

16.  Amartya Sen, Development as freedom, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1999, p. 80. Cfr. tam-
bién Rationality and freedom, The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge (Mass.),
2002, pp. 39 y 46.
86 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

índices van mejorando crecientemente. Recientemente se ha agregado un índice


multidimensional de pobreza, argumentando las dimensiones, los indicadores y
las ponderaciones, de un modo que se asemeja al trabajo de la razón práctica. Esta
iniciativa está impulsada por la Oxford Poverty and Human Development Initiati-
ve (OPHI), una institución que está influyendo positivamente.

3. Conclusión

Tanto los modelos como las mediciones son instrumentos indispensables


para el trabajo del economista. Por eso, resulta importante que se diseñen e in-
terpreten correctamente. En cuanto a los modelos, interesa que muestren las rela-
ciones causales reales concernientes al evento que interesa estudiar. En cuanto a
las mediciones, que comprendamos a qué tipo de escala representan, de modo de
saber en qué grado realmente lo hacen.
VII
Los últimos sesenta años de ideas
sobre la ciencia económica y su método

Después de haber puesto un poco de orden en las nociones de economía, sus


características y métodos, sus relaciones con la ética, y la naturaleza y alcances
de los modelos y las mediciones, podremos entender la corrección (o no) de las
propuestas de los últimos años. Este capítulo también interesará especialmente al
economista.
Ya mencionamos que en 1953 Milton Friedman publicó su célebre ensayo
sobre el papel y alcance de la ciencia económica: «The methodology of positive
economics»1. En este trabajo establece como criterio de cientificidad la capacidad
predictiva de las teorías, y presenta a la economía como una ciencia a imagen de
una ciencia natural. Este escrito fue, probablemente, el documento más influyente
del siglo xx en materia de metodología de la economía. Los economistas se han
sentido atraídos e identificados con su propuesta metodológica y la han practicado.
Por ello, parte de este capítulo girará alrededor de la postura conceptual y metodo-
lógica de Friedman para exponerla y para valorar las críticas que recibió. Partiré de
esta posición para explicar otras que aparecieron en el resto del siglo xx. Algunos
economistas ven a las teorías epistemológicas y metodológicas como cuestiones
esotéricas y/o inútiles. La realidad es que la discusión epistemológica y metodoló-
gica en economía es creciente. La cantidad de libros, revistas y jornadas sobre este
tema no pueden explicarse solo como una «industria académica». Sin embargo, el
economista no tiene por qué ser un experto en epistemología y metodología, pues
estas son «metateorías» de lo que él hace. Pero sí debería saber dónde está parado.
Por ello, trataré de exponerlas del modo más claro y práctico del que sea capaz,
evitando tecnicismos o brindando las explicaciones que se requieran2.

1.  En este capítulo trabajaré con la versión en castellano recogida en Frank Hahn y Martin Hollis
(comp.), Filosofía y teoría económica, FCE, México, 1986, citando el número de página en el texto.
2.  Para quien desee internarse en la literatura más específica, me parecen recomendables por sus
visiones amplias y por su accesibilidad, los libros de Sheila Dow, 2002. Economic Methodology: An
88 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

1. El ensayo de Friedman

Ante todo, como su título expresa, se debe aclarar que Friedman ciñe su es-
tudio a la «economía positiva». La distingue tanto de la «economía normativa»,
como de las posturas éticas. «En suma, concluye, la economía positiva es, o puede
ser, una ciencia “objetiva”, precisamente en el mismo sentido que cualquiera de
las ciencias físicas» (p. 43). Sin embargo, según Friedman, mientras que se puede
establecer una relación entre la economía normativa y la positiva, no cabe relación
con la ética pues acerca de las diferencias de opinión sobre los valores básicos «los
hombres solo pueden pelear en última instancia» (p. 45).
¿Cuál es la tarea de una ciencia positiva? Desarrollar un sistema de gene-
ralizaciones, teorías o hipótesis que generen pronósticos correctos (pp. 43 y 47).
¿En qué consiste la corrección o validez de las teorías? En la coincidencia de
los pronósticos con la experiencia (p. 50). Sin embargo, Friedman admite que
«los datos empíricos nunca pueden “probar” una hipótesis; solo pueden dejar de
refutarla» (p. 50). Dados unos datos empíricos, la cantidad de hipótesis posibles
para explicarlos, sostiene Friedman, son infinitas (p. 51). Se advierte aquí la pre-
sencia de otra tesis epistemológica contemporánea ya mencionada, la denominada
«subdeterminación de las teorías». Para decidir entre estas posibles teorías con
cuál me quedo –algo «arbitrario hasta cierto punto», sostiene Friedman– propone
acudir a los llamados «valores epistémicos». Friedman menciona a la sencillez y
la fecundidad. Una teoría es más sencilla cuanto menor sea el conocimiento inicial
necesario para formular la predicción (p. 52). Elegiremos las teorías más sencillas
y fecundas.
Friedman considera que la imposibilidad de hacer experimentos controlados
no pone a las ciencias sociales en inferioridad de condiciones respecto a las natu-
rales (p. 53). Piensa que es muy importante contar con observaciones empíricas
en dos partes del proceso científico: primero, para la elaboración de la hipótesis
y, segundo, para la verificación de su validez (p. 56). Según Friedman, hay dos
consecuencias funestas de amilanarse ante las dificultades de contar con datos
empíricos: la primera de estas, es la tendencia a refugiarse en la teoría, lo que da
lugar solo a tautologías, mientras que la economía aspira a más que eso (p. 55);
la segunda consecuencia, es que trata de apoyarse en la validez de los supuestos
(p. 57). De allí Friedman pasa a famosas afirmaciones que fueron muy criticadas:

Enquiry, Oxford University Press, Glenn Fox, Reason and reality in the methodologies of economics.
An Introduction, Edward Elgar, Cheltenham y Lyme, 1997; y Roger Backhouse (ed.), New directions
in economic methodology, Routledge, Londres y Nueva York, 1994.
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 89

«cuanto más significativa sea una teoría, serán menos realistas los supuestos» y
«para ser importante, por lo tanto, una hipótesis deberá ser descriptivamente falsa
en sus supuestos» (p. 58).
Para Friedman, entonces, el énfasis no ha de ponerse en el realismo de los
supuestos sino en el buen funcionamiento de la teoría; lo que depende de la co-
rrección de sus predicciones. La liberación del requerimiento de realismo de los
supuestos permite la adopción de la cláusula «como si», tan común en la econo-
mía (pp. 68-69). El ejemplo que pone Friedman es la hipótesis de la maximización
(pp. 68-71). De acuerdo con lo que sostuvo antes, sugiere criterios para la elec-
ción de los supuestos que tienen relación con los valores epistémicos: la claridad
y precisión resultantes en la presentación de la hipótesis, entre otros (en vez del
realismo). En definitiva, el realismo de la teoría no radica en el de sus supuestos
sino en su éxito predictivo (p. 73).
Esta formulación metodológica de Friedman tiene una fuerza de convicción
enorme para un economista. Le da una libertad muy grande a la hora de proponer
hipótesis, ya que le permite hacerlo sin preocuparse mayormente por los supues-
tos: la carga de la prueba se pone en la verificación de las consecuencias que se
predigan, no en el realismo de la teoría. Para la mayoría de los economistas ser
científico tiene relación con testear los modelos y las teorías con los datos. El
economista Robert Lucas, por ejemplo, sigue a Friedman a pie juntillas en materia
metodológica. Los modelos económicos, señala, articulan sistemas económicos
artificiales que son como laboratorios que hacen posible los experimentos. Afir-
ma que todo modelo útil debe ser patentemente irreal, abstracto, artificial. «El
progreso en el pensamiento económico significa conseguir modelos económicos
análogos más y más abstractos, no mejores observaciones verbales acerca del
mundo»3.
No me detendré detalladamente en las críticas a Friedman de los epistemólo-
gos –bien agudas y convincentes– debido a que la audiencia de este libro no son
ellos sino más bien los economistas. Prefiero intentar hacer una síntesis personal
que resulte accesible.
Toda teoría científica es una abstracción; no puede haber ciencia sin simpli-
ficaciones; las hipótesis son esquemas de la realidad y necesariamente difieren
de esta. En esto Friedman está claramente en lo cierto. El problema de la pro-
puesta de Friedman radica en el tipo de énfasis que él pone en la simplificación:

3.  Robert E. Lucas, Jr., «Methods and problems in business cycle theory», Journal of Money,
Credit and Banking, 12/4, 1980, 696-715; 696-697 y 700.
90 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

una cosa es decir que las hipótesis son modelos simplificados de la realidad, que
corroboramos testeando sus consecuencias, y otra cosa es decir que las hipótesis
deben ser «descriptivamente falsas». Si la condición de cientificidad es la falsedad
de los supuestos, el papel de la ciencia pasa a ser solo predictivo, y deja de ser
explicativo. Sin embargo, pienso que todo economista, Friedman incluido, con-
vendrá intuitivamente en que no solo pretende predecir un hecho, sino también
explicar por qué acertó (cuando logró acertar). El argumento o «valor epistémico»
de la sencillez nos conduce a la simplificación, pero no a la falsedad. O dicho al
revés, no basta con la sencillez de las hipótesis y sus supuestos para que estas
sean «buenas» hipótesis; también se requiere su verdad (aunque sea simplificada).
Como dice Newton en su regla primera de las reglas del razonamiento en filosofía
(incluidas en sus Principia), «no debemos admitir más causas de las cosas natu-
rales que las que son al mismo tiempo verdaderas y suficientes para explicar sus
apariencias». Es decir, necesitamos simplicidad, pero también verdad. De hecho,
es muy probable que, en la medida en que se repiten experimentos similares con
igual éxito predictivo de las teorías, los supuestos de estas sean, aunque simplifi-
cados, verdaderos.
Pero también podría suceder otra cosa. Recuerdo que una vez, en unas jorna-
das, se presentó una ponencia en la que se probaba que un determinado pensador
sostenía tales y cuales tesis económicas. Pero el comentarista señaló al autor de la
ponencia un hecho crucial que ponía en duda su tesis: se había descubierto poco
antes que los escritos no firmados pero atribuidos al autor estudiado –en los que
el ponente basaba su argumentación– no habían sido realmente escritos por dicho
pensador. El autor de la ponencia respondió que él había supuesto la autenticidad
de esos escritos y que sobre esa base su ponencia era correcta. Su argumento, en
efecto, era coherente, pero sus conclusiones, obviamente, no eran verdaderas (o
al menos, su ponencia no constituía una prueba de ello). Es decir, puede ser que
una teoría prediga con supuestos falsos. Pero no creo que esta teoría le interese
a nadie. Por más simplificación de la realidad que implique una hipótesis, debe
al menos captar su esencia, no oponerse a esta. Es decir, las simplificaciones son
admisibles, pero no las falsedades esenciales.
Por eso, como señalaba Leontief en su discurso presidencial a la American
Economic Association de 1970, quejándose de los desarrollos teóricos académicos
alentados por el impulso del ensayo de Friedman, los datos empíricos importan no
solo a la hora de la predicción, sino también de los supuestos: «… es precisamente
de la validez empírica de estos supuestos de los que depende la validez de todo el
ejercicio. Lo que realmente se requiere, en la mayoría de los casos es una valora-
ción y verificación neta, difícil y pocas veces efectuada, de los supuestos en térmi-
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 91

nos de hechos observados»4. Este énfasis de Leontief en los datos no significa un


desmerecimiento de la teoría sino una convocatoria para que se desarrollen teorías
que sean verdaderas y se ocupen de problemas reales. Porque el realismo de los
supuestos también tiene relación con la relevancia de los asuntos de los que se
ocupa la teoría. De hecho, buena parte de los artículos publicados en la American
Economic Review hasta hace bien poco tiempo presentaban modelos matemáticos
sin evidencia empírica. Cada vez más, por el contrario, se exige la presentación de
esta junto con al artículo sometido a arbitraje.
Sin embargo, la tendencia a ocuparse más de la teoría que del trabajo empíri-
co continúa en muchas partes de la economía. Una «sana» postura epistemológica
sigue sosteniendo legítimamente la prioridad de la teoría. En efecto, como decía-
mos antes citando a Friedman, unos mismos datos pueden ser explicados de muy
diversos modos, incluso con consecuencias predictivas coincidentes en su éxito.
Por eso, la teoría es relevante. Nos interesa más explicar que predecir, pero la pre-
dicción certera es un signo –aunque no definitivo– de una buena explicación. Aho-
ra bien, si la verificación de la predicción no ofrece una seguridad absoluta de la
verdad de la teoría, y nos interesa que esta sea verdadera, ¿qué debemos hacer?

2. Popper y Lakatos y la economía5

En este punto los economistas interesados en la epistemología pensaron que


las ideas de Popper podían ser una solución. Popper desembarca en la economía
de la mano de Terence Hutchison (1938), primero, y de Mark Blaug, después
(1980)6.
¿Qué significa ser popperiano? En primer lugar, significa ser falsacionista.
Es decir, en vez de adoptar el criterio de verificabilidad como regla de demarca-
ción entre lo que es y lo que no es ciencia, Popper adopta el de falsabilidad: una
teoría será científica cuando se componga de proposiciones que admitan la reali-
zación de experimentos que puedan demostrar su falsedad. Para el verificacionis-

4.  Wassily Leontief, «Theoretical assumptions and nonobserved facts», The American Economic
Review, 1971, 61/1, 1-7; 2.
5.  Para un análisis crítico de las posiciones de Popper y Lakatos, recomiendo la lectura de los
capítulos 2 y 4 del excelente libro de Mariano Artigas, El desafío de la racionalidad, EUNSA, Pam-
plona, 1999.
6.  cfr. terence w. hutchison, the significance and basic postulates of economic theory, Mac-
millan, Londres, 1938; y Mark Blaug, The methodology of economics, Cambridge University Press,
Cambridge, 1980.
92 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

mo la frase «existen los centauros» es científica –aunque aún no probada– porque


podría verificarse cuando se encuentre un centauro, pero no es falsable porque no
existe el experimento que permita descartarla probando que no existen los centau-
ros: siempre podrían existir. En cambio, una proposición más acotada como «no
hay centauros ahora en esta habitación» sí es falsable. Cuanto más acotada es una
teoría, es más interesante desde este punto de vista, pues es más fácil falsarla. Si
una teoría es falsable y pasa exitosamente un test es corroborada. La corrobora-
ción consiste en una aprobación provisoria. Provisoria, pues se puede pensar en
la posibilidad de un experimento en que finalmente quede falsada. Por eso, para
Popper, en la ciencia nunca hay una verdad definitiva. Popper prefiere hablar de
verosimilitud: toda teoría es conjetural. La falsación se aplica tanto a las conse-
cuencias o predicciones como a los supuestos. La misión de la ciencia económica
es entonces, según Blaug, proponer hipótesis refutables.
Ahora bien, por más que una teoría quede falsada, en la práctica esto puede
no conducirnos a descartarla sin más. Hay tres motivos por los que la falsación no
conduce necesariamente a una conclusión definitiva. El primero es la llamada tesis
Duhem-Quine: en todo test junto a la hipótesis considerada se testean otras hipóte-
sis auxiliares. Si el test es negativo, no se sabe si lo falsado es la hipótesis testeada
o las auxiliares. El segundo indica que todo testeo supone la aceptación conven-
cional de la definición de la base empírica. Se podría adoptar otra convención e
intentar evitar la falsación. La falsación de una teoría económica no equivale a su
eclipse definitivo, pues las circunstancias históricas o institucionales que le die-
ron fundamento en algún momento pueden repetirse más adelante. Finalmente, el
tercero señala que la base empírica está «impregnada de teoría» es theory-ladden.
Esto significa que nuestra aproximación a los datos no es «ingenua» o «pura».
Buscamos unos datos porque tenemos una teoría y buscamos los datos que nos
confirman esa teoría. Blaug se ha quejado muchas veces de esta costumbre de
los economistas. Más allá, incluso, del problema de la theory-ladeness, Blaug se
queja de que los economistas evitan exponer sus teorías a la falsación: lo que les
interesa es comprobarlas, no falsarlas. En efecto, es más fácil que se publique un
artículo que pruebe que una teoría es verdadera a uno que pruebe que es falsa.
Blaug, consciente de estas limitaciones, se abre a la consideración de las
posturas de otro epistemólogo, el húngaro Imre Lakatos. Lakatos, dice Blaug, es
en un 90% Popper. Lakatos sostiene un «falsacionsimo sofisticado». Esta postura
admite que hay un núcleo duro de las teorías científicas que no es falsable. Según
Lakatos, este núcleo duro está rodeado por un «cinturón protector» de hipótesis
falsables. De modo tal que una refutación no descarta la teoría. Lakatos concibe
la tarea científica como programas de investigación que pueden ser progresivos
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 93

–corroborados– o regresivos –falsados–. Un ejemplo de proposición perteneciente


al núcleo duro de la economía es el principio de maximización. Esta posición, en
efecto, se ajusta mucho a las prácticas de la economía. Se parte de algunos supues-
tos fundamentales que no se cuestionan y se ponen a prueba otras proposiciones
secundarias o deducciones de aquellos y estas.
Sin embargo, vista desde la epistemología esta postura sigue presentando to-
dos los problemas de ambas tendencias (la teórica y la empírica): primero, ¿cómo
sabemos que un supuesto teórico no falsable es verdadero?, y, segundo, ¿cómo
salvamos los problemas asociados a la verificación y a la falsación, que persisten?
En efecto, estamos frente a un callejón sin salida. El problema de la inducción
no tiene solución desde el punto de vista de la lógica. Este problema se traslada
finalmente a la práctica. Quizás se deba aceptar que la economía es una ciencia
inexacta, tal como la califica Daniel Hausman en el título de uno de sus libros7.
Hausman vuelve a la vieja idea de John Stuart Mill de la economía como ciencia
de tendencias. Cualquier economista sensato está dispuesto a reconocer que su
objeto es contingente y que, por tanto, las predicciones económicas son generales,
basadas en la ley de los grandes números; y que, en cambio, es más difícil efectuar
predicciones específicas, pues las generalizaciones estadísticas son válidas preci-
samente como generalizaciones, no aplicadas a casos concretos.
En este marco, las instituciones cobran una importancia especial, ya que la
manera de consolidar tendencias que permitan formular generalizaciones cien-
tíficas es mediante su institucionalización. No es casual, por tanto, que estemos
presenciando un fuerte renacimiento de institucionalismos de diversos tipos.
Como le oí opinar a Mark Blaug, Uskali Mäki y Jack Vromen en un seminario en
Rótterdam en 2003, el xxi será el siglo de las instituciones en la economía. Este
énfasis en lo institucional también está presente en Keynes por motivos similares.
No hay que olvidar que Keynes se ocupó precisamente del problema de la induc-
ción. Ofreció la solución de una teoría lógica de la probabilidad en su A treatise
on probability publicado en 1921. Sin embargo, él es bien consciente de que su
solución es parcial, pues considera dentro de las posibles variantes que ofrecen las
situaciones probables, aquella en la que no hay base alguna para un cálculo. Nos
debemos conformar entonces con una solución «razonable» basada en el «estado
de confianza», fuertemente apoyado en señales institucionales. Es notable el equi-
librio de Keynes cuando afirma: «Aunque la naturaleza tiene sus hábitos, debido a

7.  Daniel Hausman, The inexact and separate science of economics, Cambridge University Press,
Cambridge, 1992.
94 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

la recurrencia de las causas, son generales, no invariables. Sin embargo, el cálculo


empírico, aunque inexacto, puede ser adecuado para los asuntos prácticos»8. En
fin, los economistas hacen lo que pueden con su difícil objeto de estudio y esto es
valioso. Tratan de proponer las hipótesis y modelos que parecen más plausibles y,
aunque reconocen las limitaciones de los análisis empíricos, no por ello los dejan
de lado y tratan de ir perfeccionando tanto los datos como el modo de usarlos para
comprobar, al menos provisoriamente, los modelos propuestos. Podemos estar
seguros de que esta práctica tiene fundamentos epistemológicos bien sólidos y
que constituye la visión más realista y sensata, por más que sea limitada en sus
alcances.
Buena parte de la epistemología de la economía y de los economistas se va
orientando a propuestas «más humildes» que no deben ser vistas como soluciones
de compromiso sino como las adecuadas al objeto de la economía. Esto no signi-
fica una debilidad por parte de la ciencia económica pues el rigor no equivale ne-
cesariamente a la exactitud, y menos aún en el campo de lo humano. Sin embargo,
hay otros epistemólogos que son todavía más escépticos y pretenden aún menos
de la ciencia económica. Se trata de los que veremos ahora.

3. McCloskey y la retórica de la economía

Las visiones de Friedman y Popper han provocado también algunas críticas


extremas. Es el caso de otra corriente epistemológica reciente, que encarna en la
economía el amplio movimiento posmodernista de la filosofía: la llamada «econo-
mía como retórica». En esta postura hizo punta Donald McCloskey con su artículo
«The rhetoric of economics» de 19839. La posmodernidad es escéptica y cínica.
Los posmodernos no creen que la ciencia –economía incluida– pueda alcanzar
algún tipo de verdad. La economía, para McCloskey y sus seguidores, no es más
que una conversación, un fenómeno cultural. La economía no sería una ciencia
ni predictiva ni explicativa de una realidad: sería una ciencia histórica. En esta
visión, el consentimiento de los mismos economistas se transforma en el test que
hace aceptable a una teoría.
McCloskey propone realizar un análisis retórico de la economía, porque, en
realidad, sostiene, la economía es retórica. La economía se expresa en un len-

8.  A treatise on probability, en The collected writings of John Maynard Keynes, vol. VIII, St.
Martin’s Press, Nueva York, 1973, p. 402.
9.  Donald N. McCloskey, «The rhetoric of economics», Journal of Economic Literature, XXI,
1983, 481-517.
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 95

guaje. El lenguaje es un hecho social, supone una audiencia. La retórica consiste


en prestar atención a dicha audiencia para tratar de persuadirla. McCloskey se
concentra en una primera etapa en un instrumento retórico, la metáfora. Luego
amplía el análisis considerando también el relato o cuento (story). La observación
de los diálogos de los economistas, señala McCloskey, nos puede enseñar mucho.
Actualmente ellos, de hecho, usan y reconocen la aptitud de las metáforas, la
importancia de los antecedentes históricos, la persuasión introspectiva, el poder
de la autoridad, el encanto de la simetría, el reclamo de moralidad, todos estos
instrumentos irrelevantes para el «modernismo» que McCloskey critica. De modo
tal que, si se aplicara realmente este último, se trabaría el avance de la economía.
Los economistas no trabajan en el vacío; tienen una audiencia para persuadir con
características culturales concretas. Esto trasciende su positivismo metodológico
y puede ser comprendido mediante las herramientas provistas por la crítica litera-
ria contemporánea.
Esta propuesta está muy en la línea de la gran tendencia de los años ochenta
a hacer un análisis literario de los discursos de las diversas ciencias. También hay
que tener en cuenta que tiende a realizar las condiciones ideales de la comuni-
cación de Jürgen Habermas. Visto este enfoque, el resultado de la propuesta de
McCloskey no afecta a la teoría económica misma sino al modo en que esta debe
ser considerada por los economistas: no sería la ciencia en que creían los positi-
vistas, sino una ciencia retórica. En conclusión, la economía para McCloskey es
una ciencia histórica, social, humanista, no predictiva –como, según este autor, lo
son todas las ciencias, aun las mismas matemáticas–. Aunque los economistas no
han tomado en serio a McCloskey, no deja de ser verdad que hay cierta sociología
de la profesión, que importan los consensos y que también existe una retórica,
que hoy día es predominantemente matemática. Son de lamentar los excesos de
McCloskey, pues invalidan algunas posibles observaciones agudas que podrían
derivarse de sus ideas.

4. Gary Becker y la dilatación del campo de la economía

A la hora de la consideración de las concepciones vigentes sobre la naturale-


za de la economía no se puede dejar de dedicar un apartado a la idea subyacente
en el programa de investigación de Gary Becker, ya mencionado en el capítulo
III. Allí señalamos que las concepciones de lo económico se reparten entre las que
designan un departamento concreto de asuntos y las que se ocupan de un aspecto
particular de los asuntos en general. Estas grandes divisiones de definiciones están
96 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

dando por supuesto que lo económico o bien es un campo concreto de la realidad,


o un aspecto concreto de las realidades. En una profundización de la línea trazada
por Mises y Robbins, Becker considera que la economía es más un punto de vista
de estudio de cualquier acción humana que una porción o tipo de las acciones
humanas.
Para Becker, el fin de la teoría económica es mostrar cómo el comportamien-
to humano, sea el que sea, educación, relaciones conyugales, criminalidad, dere-
cho, política, etc., puede ser interpretado como un comportamiento maximizador,
con preferencias estables10. Esta perspectiva ha dado origen a una fantástica dila-
tación del campo de la economía en lo que se ha denominado «imperialismo eco-
nómico». Pero el punto de vista usado se restringe: solo pasa a ser el económico,
es decir, el que implica o reviste una conducta maximizadora. Como vimos, E.H.
Phelps Brown se queja de la reducción de la economía, a la que denominó una de-
finición determinada por la disciplina en oposición a una definición determinada
por el campo. También mencionamos que Ronald Coase da cuenta de este proceso
simultáneo de ensanchamiento del área de interés y angostamiento del punto de
vista de análisis de esa área. Es decir, la economía pasa a interesarse en cualquier
realidad humana en tanto que dé lugar a un proceso asignativo eficiente o maxi-
mizador. El imperialismo económico, que es un imperialismo teórico, pero termi-
na teniendo consecuencias prácticas: el economicismo hoy día reinante. Provoca
reacciones por parte de quienes quieren incluir en la economía otros fenómenos
humanos diversos del mero intercambio. En este contexto, pero apartándose de la
perspectiva imperialista, aparecen académicos interesados por analizar cuestiones
como la felicidad, la reciprocidad, la amistad, el altruismo, etc., con una fuerte re-
lación con la economía experimental, a nivel empírico, y con la teoría de juegos, a
nivel teórico11. En efecto, los experimentos muestran que muchas veces el hombre
se comporta de modos no consistentes con la teoría de la elección racional clásica
y que estos comportamientos pueden ser formalizados mediante la teoría de jue-
gos. Es el tema de la próxima sección.

10.  Gary Becker, The economic approach to human behavior, Chicago University Press, Chi-
cago, 1976. Esta es la visión que está detrás del best-seller de Steven Levitt y Stephen Dubner,
Freakonomics: a rogue economist explores the hidden side of everything, Harper and Collins, Nueva
York, 2005.
11.  Ver los estudios de Bruno Frey y Alois Stutzer, Happiness and economics, Princeton Uni-
versity Press, Princeton, 2002), y Luigino Bruni y Pier-Luigi Porta, Economics and happiness, Ox-
ford University Press, Oxford, 2006).
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 97

5.  Behavioral economics y economía experimental

Durante el siglo xix y comienzos del xx la economía estuvo muy vinculada


a la psicología. La visión de la utilidad de autores como Gossens, Jevons, Menger,
Walras y Marshall está asociada con la psicología. Para Keynes la incidencia de
los factores psicológicos en el comportamiento es clave. Pero la teoría ordinal de
la utilidad, que comienza en Pareto, Hicks y Allen y Slutsky, va desprendiéndose
de la psicología, poniendo las semillas de una teoría «lógica», no psicológica, de
la elección racional. La formulación de Robbins, la teoría de la preferencia reve-
lada de Samuelson y de la utilidad esperada de Von Neumann y Morgenstern son
pasos sucesivos que permiten arribar a una explicación de la elección en términos
puramente formales, más pretendidamente científicos, al margen de la psicología.
Estas teorías hicieron furor entre 1945 y aproximadamente el fin del siglo. Pero
casi simultáneamente empiezan a aparecer evidencias empíricas de las debilidades
de esta teoría de la elección racional que no es más que racionalidad instrumental
maximizadota, de la mano, por ejemplo, del economista francés Maurice Allais.
En los últimos años asistimos a una explosión de la consideración de los factores
psicológicos en la conducta económica. La mecha la encendieron los representan-
tes de la behavioral economics y se consolidó gracias a los experimentos.
La behavioral economics es un esfuerzo por mejorar el poder explicativo y
predictivo de la economía gracias a la incorporación de elementos psicológicos.
Este enfoque está emparentado con el de los viejos institucionalistas norteame-
ricanos que otorgaban un papel relevante a las consideraciones psicológicas. Su
renacimiento obedece al trabajo conjunto de Daniel Kahneman y Amos Tversky,
ambos psicólogos, especialmente desde los años setenta. A ellos se unen Richard
Thaler, Matthew Rabin, George Loewenstein y Colin Camerer, para mencionar
a algunos académicos de esta rama de la economía, con peculiaridades propias.
Algunas características epistemológicas o metodológicas de esta postura son: 1.
su evidente interdisciplinariedad; 2. su aceptación de entidades no observables,
como las creencias o las emociones, como fuentes válidas de conocimiento cientí-
fico; 3. su consiguiente estrecha relación con las ciencias cognitivas y sus avances,
lo que recientemente ha dado lugar a una nueva derivación, la «neuroeconomía»;
4. su tentativa de realizar experimentos que permitan objetivar la evidencia y sacar
conclusiones.
Kahneman recibió el Premio Nobel en el año 2002. Junto con él lo recibió
también Vernon Smith por una innovación metodológica: «… por haber estableci-
do los experimentos de laboratorio como una herramienta de análisis económico».
Los experimentos controlados se constituyen en mediadores entre las hipótesis,
98 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

las teorías y los modelos, por una parte, y la realidad, por la otra. Se usan cada vez
más en economía. Dan lugar al análisis de fenómenos que no habían sido conside-
rados previamente. Por ejemplo, tal como adelantaba en la sección anterior, per-
miten desarrollar teorías de los factores de realidades humanas como la felicidad,
el altruismo, o la reciprocidad. También plantean problemas de «validez externa»
que se discuten hoy día.

6. El principio de maximización

Frente al argumento de que no siempre los seres humanos se comportan se-


gún la lógica económica, es decir, maximizando, economistas como Becker (y la
mayoría) dirán que ese argumento se basa en una noción limitada de maximiza-
ción monetaria. En realidad, dirán, los hombres siempre maximizan; lo que suce-
de es que no conocemos qué están maximizando. No lo sabemos, sostendrán, ni
tenemos por qué meternos en ello. Los fines son subjetivos y las personas pueden
tener preferencias ilógicas desde el punto de vista de la maximización monetaria:
hay actividades que, aunque rentables, pueden provocarles una «des-utilidad», o
pueden encontrar satisfacción en actividades como el altruismo.
Parece haber algo erróneo en esto. ¿Dónde está la confusión? ¿Son todas las
acciones económicas acciones maximizadoras? La respuesta es negativa porque si
lo fueran no necesitaríamos la misma especificación de «maximizadora». Harvey
Leibenstein ha sostenido con agudeza:

El problema puede ser parcialmente semántico. Depende en gran parte en


cómo interpretemos la palabra utilidad. Se podría interpretar de tal modo que toda
conducta quede subsumida bajo alguna versión de la maximización de la utilidad.
Pero esto extraería de los conceptos de utilidad y maximización su significado real.
Si se supone que hacemos algo que tiene cierto nivel de especificidad, debe haber
algo diverso que no cae en el criterio del primer tipo de acción. Dicho de otro modo,
la idea de maximización de la utilidad debe contener la posibilidad de elección de
una opción no maximizadora de la utilidad12.

Si las acciones maximizadas no corresponden estrictamente a las acciones


económicas esto deja espacio a acciones económicas no eficientes. Esto es obvio:
en la vida diaria se dan muchas acciones económicas no eficientes. Como lo ex-

12.  Harvey Leibenstein, Beyond economic man, Harvard University Press: Cambridge (Mass.),
1976, p. 8.
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 99

presa Keynes en un pasaje muy conocido (del capítulo XII de la Teoría general),
las decisiones humanas no pueden basarse solo en el cálculo matemático estricto
de la alternativa mejor, puesto que a veces no existe una base para hacer esos
cálculos. Además, hay un impulso innato hacia la actividad basado en algunos
cálculos, pero también el capricho, el sentimiento, el azar. Aparte del interés por
la eficiencia, los seres humanos tenemos una condición biológica, propensiones
psicológicas, sufrimos presiones sociales, tenemos una historia de vida con todas
sus influencias y rutinas.
La primera reacción del economista convencional será decir que su mapa de
preferencias no corresponde con los precios monetarios y que su decisión habrá
sido maximizadora de sus preferencias a pesar de que el negocio parezca malo.
Pero esto no corresponde, en cambio, al modo habitual de expresarnos: ¿qué tipo
de maximización es hacer malos negocios? A los economistas les costará mucho
evitar esta falacia de ambigüedad consistente en identificar maximización y racio-
nalidad y racionalidad con acción intencional. Para la economía ortodoxa la ra-
cionalidad equivale a optimización limitada (maximización o minimización) y el
concepto de racionalidad es visto como un principio general, el principio univer-
sal de toda acción intencional13. Esta confusión de términos tiene su explicación.
Después de Hume, la racionalidad práctica ha quedado reducida a racionalidad
instrumental y existe una tendencia psicológica –aunque no una implicación lógi-
ca– a considerar la racionalidad instrumental como maximización14. Leibenstein
llama «tautológica» a esta interpretación de la maximización pues no deja lugar a
la falsación15. Leibenstein añade que la teoría de la maximización es matemática,
no economía, y que el postulado de la conducta maximizadora universal de los
agentes económicos debería ser reemplazado por la idea de la respuesta relativa
al peso de la motivación. Es decir, se puede distinguir un principio «metafísico»
de maximización –toda acción racional o intencional sería maximizadora– y otro
«empírico» –una acción lo es con relación a un criterio.
El lenguaje y el sentido comunes indican que el segundo es el verdadero.
Los economistas los confunden continuamente. Como el primero se da siempre,

13.  Cfr. S. A. Drakopoulos, Values and economic theory. the case of hedonism, Avebury, Alder-
shot, 1991, p. 164. Ver también Ludwing von Mises, Human action. A treatise on economics, Ludwig
von Mises Institute, Auburn, Alabama (The Scholar’s Edition), [1949] 1998, p. 39.
14.  Cfr. Raymond Boudon, «Théorie du choix rationnel, théorie de la rationalité limitée ou in-
dividualisme méthodologique: que choisir?», Journal des Économistes et des Études Humaines, 14/1,
2004, 45-62; 47.
15.  Cfr. «On bull’s-eye: painting economics», Journal of Post-Keynesian Economics, 4/3, 1982,
460-465; 461.
100 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

trasladan su universalidad al segundo. Este traslado es posible como principio


normativo (lo que puede ser aberrante en muchos casos). También lo es como
principio descriptivo después de realizado el acto, ya que a posteriori, podemos
describir cualquier situación como una situación maximizadora. Pero esta des-
cripción es probablemente un engaño. Además, la economía ortodoxa no provee
los medios para averiguar si es un engaño porque tal como es entendida la lógica
maximizadora no admite falsación. Es como la historia contada por Daniel Bell:
un general que visita Rusia se sorprende por las marcas de disparo distribuidas por
varias paredes. En cada caso había un agujero de disparo en el centro de un blan-
co. Cuando el general encontró al hombre que disparó y le preguntó cómo había
hecho para desarrollar tan buena puntería, éste le respondió: «Oh, excelencia, no
es tan difícil. Primero disparo y después pinto el blanco»16. Si algunos economistas
entendieran esta falacia, ya habría valido la pena este libro.

7. El individualismo metodológico, el agente representativo


y las «microfundaciones» de la macroeconomía

Quiérase o no la economía tiene un compromiso con una concepción de on-


tología social. Precisamente, como no se quiere un compromiso, la concepción
predominante ha sido un individualismo o atomismo ontológico. Esta concepción
filosófica de la sociedad ha dado pie al llamado individualismo metodológico.
Aunque tiene diversas variantes en sus diversos representantes (de Menger a Jon
Elster, pasando por Weber, Schumpeter –el inventor del término–, Hayek, Popper
y J. W. N. Watkins), este individualismo metodológico se apoya sobre la idea de
que la sociedad no es más que la suma de los individuos. En gran parte (dejando
de lado a Menger), esta concepción parece tributaria de un constructivismo deri-
vado del pensamiento kantiano. Tanto es así que lo más que tiende a reconocer
como real es cierta sociabilidad humana, pero muy poco o nada de una existencia
independiente de los fenómenos sociales, fuera de lo que se puede encontrar de
estos en los individuos. El núcleo del individualismo metodológico sostiene que la
explicación de los procesos sociales debe analizarse como el resultado de la inte-
racción de decisiones individuales independientes que pueden, no obstante, tener
como una fuente, dato o razón de ser, las acciones de los demás.

16.  Relatada por Harvey Leibenstein, 1982, “On bull’s-eye: painting economics”4/3, p. 465.
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 101

El límite ontológico que marca el paso del individualismo metodológico al


holismo metodológico y ontológico u organicismo es la consideración de que en
la sociedad (o el conjunto social del que se trate) hay algo más que la sumatoria de
los individuos y de que esta puede tener acciones propias independientes de aque-
llos, y, por tanto, inexplicables en términos individualistas. Concibe a la sociedad
como regida por un principio organizador de tipo estructural, cultural o ideológico
que incide fuertemente a nivel individual. Considera, al menos, que hay un plus
en lo social que se debe tener en cuenta; una explicación que se base solo en lo
individual no alcanza.
Las demandas de explicación individualistas, independientemente de los pre-
supuestos ontológicos, pueden ser mayores o menores. Un caso extremo es el
reduccionismo, que sostiene, por ejemplo, que una teoría sociológica podría ser
explicada en términos psicológicos; la teoría psicológica en términos biológicos,
y la biológica en términos químicos. Hoy día nos encontramos con varias tenden-
cias de este estilo que no siempre tienen en cuenta, y menos aún se cuestionan, la
diferencia entre correlación y causalidad. Por otra parte, de hecho, la complejidad
de los fenómenos no hace posible una explicación reduccionista completa. Me-
nos extremas son las demandas que reclaman que las explicaciones en términos
individuales son fundamentales, son las mejores y/o son suficientes. O la postu-
ra que propone al individualismo metodológico como la aproximación heurística
más adecuada para las ciencias sociales. No podemos decir que en Menger, cuyo
individualismo metodológico tenía la intención de explicar la «genética» social,
o en Weber, quien trataba de comprender lo social a través de lo subjetivo, se den
posturas reduccionistas, como las que encontramos en Watkins, Thomas Nagel y
Robert Nozick.
Parece conveniente destacar el equilibrio de una posición de ontología social
diversa del individualismo y el holismo. Se trata de la que considera a las relacio-
nes sociales como relaciones accidentales pero reales que agregan a los individuos
–únicos componentes sustanciales de la sociedad– una orientación real a un fin
compartido17. La relación real, sin ser una sustancia, subsiste independientemente
del hecho de ser conocida o no y agrega algo real: por ejemplo, no es lo mismo
que dos personas sean padre e hijo y/o amigos. Lo social resulta entonces un todo
relacional compuesto de individuos sustantivos y una relación real entre estos.
Esta relación agrega un «orden hacia», sin el que no se puede explicar la acción

17.  Cfr. Abelardo Pithod, «La relación entre el individuo y estructuras en el análisis social»,
Ethos, 12-3, 1984-1985, 81-96.
102 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

individual. Constituye una «unidad de orden», más «tenue» (accidental) que la


unidad propia de un organismo (sustancial), propias de buena parte del organi-
cismo u holismo ontológicos. Ese «todo de orden» es dinámico, comportamental.
Esta posición quizás sea más cercana a la ontología social implícita en Menger,
quien reconoce tipos y relaciones típicas reales. Los tipos y leyes de Menger cap-
tan naturalezas. Las relaciones reales –unas veces dadas, otras elegidas– influyen
realmente en los individuos. Su reconocimiento y consideración en el análisis de
lo social puede dar origen a un método que vaya de lo individual a lo social y, a la
inversa, de lo social a lo individual, repetitivamente.
El individualismo metodológico ha sido el método más aceptado por la eco-
nomía (haciendo excepción de buena parte de las posiciones marxistas e institu-
cionalistas; también de Keynes –no necesariamente del keynesianismo–). Pero
deberíamos analizar de qué versión de individualismo metodológico estamos ha-
blando.
La frecuente referencia de Hayek a la Ilustración escocesa nos lleva a men-
cionar a esta –particularmente a Adam Smith (la idea de las consecuencias no
buscadas, las explicaciones tipo mano invisible)– como antecedente del indivi-
dualismo metodológico. Generalmente ha sido considerado como tal. Menger en
sus Principios de economía política hace una estricta aplicación de su individua-
lismo metodológico a las diversas partes de la economía: la teoría del valor, del
intercambio y del precio. Este es también un supuesto habitual en el pensamiento
económico de Hayek. Tanto en Adam Smith y el resto de los representantes de la
Ilustración escocesa, como en Menger encontramos un individualismo metodo-
lógico que es predominantemente tal, metodológico, sin que implique necesaria-
mente un individualismo ontológico. En cambio, la teoría de la elección racional
y la de la racionalidad limitada (Herbert Simon) reposan sobre un principio de
individualismo metodológico con fundamentos ontológicos.
Tal como destacan la mayoría de los metodólogos de la economía, el indi-
vidualismo metodológico, como es adoptado por los neoclásicos, es un programa
reduccionista (las explicaciones de los fenómenos supraindividuales pueden ser
reducidas a explicaciones en términos de acciones individuales)18. Los neoclásicos
se apoyan en la figura del agente representativo para pasar del plano individual al
grupal. ¿Qué tipo de agente es este? Luego de un minucioso análisis, John Davis
llega a la conclusión de que no se trata de un individuo sino de un átomo que no

18.  Cfr. Lawrence A. Boland, The foundations of economic method, Allen & Unwin, Londres,
1982, p. 28. y p. 40; Mark Blaug, The methodology of economics,. cit. p. 44; y John B. Davis, The
theory of the individual in economics. Identity and value, Routledge, Londres, 2003, p. 35.
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 103

tiene las características de un individuo humano y cuya interacción podría no ser


social19. La concepción abstracta del individuo no se refiere a individuos humanos;
sin embargo, funciona bien como una explicación puramente formal de individuos
atomistas.
Pero hay otra pregunta: ¿es válida la reducción explicativa del comporta-
miento agregado al comportamiento del agente representativo? No, no lo es, pues
el agente representativo es un individuo homogéneo e idéntico, un tipo ideal
del individuo real, que es eliminado en favor del análisis de la entidad supra-
individual. Se trata de un individualismo de individuos mutilados. Por tanto, la
predicción, que era lo que se buscaba, va a ser defectuosa. Por otra parte, no es
posible dar una explicación completa dejando de lado los elementos supraindi-
viduales que inciden en los comportamientos individuales. Sin lugar a dudas lo
social incide en el comportamiento individual. El análisis debe recorrer ambas
direcciones.
La teoría del equilibrio general económico obedece a la lógica del individua-
lismo metodológico. En relación con la teoría de los juegos, se trata de un ejemplo
de individualismo metodológico. Esto no significa que los individuos que parti-
cipan del juego no interactúen. Si fuera así no estaríamos ante un juego. Pero el
análisis no es de la lógica del conjunto, sino de las acciones individuales influidas
como están por las acciones de los otros participantes del juego. La racionalidad
del agente de la teoría de juegos, a pesar de ser estratégica (tiene en cuenta las
acciones de los otros y las reglas del juego), sigue siendo individual.
El agente representativo es un representante de la economía como un todo,
pero al mismo tiempo es un agente individual que provee microfundaciones a
ese todo. Las microfundaciones de la macroeconomía son un ejemplo magnífico
del programa reduccionista neoclásico. Habíamos dejado fuera del individualismo
metodológico a Keynes con su visión holística del sistema económico. A la revo-
lución keynesiana le sucedió, por los años setenta y ochenta, la contrarrevolución
de la nueva economía clásica. Esta señaló la necesidad de reducir las magnitudes
macro a sus agregados individuales que las conforman.
Como argumenta Kevin Hoover, el origen de esta tentativa está en la imi-
tación de las ciencias naturales20. Pero aun las mismas ciencias naturales, entre
tanto, han cambiado de visión. Surge el concepto de «superviniencia», en la expli-
cación de las relaciones entre fenómenos psíquicos y neurológicos, precisamente

19.  Cfr. The theory of the individual in economics, cit., pp. 32-6.
20.  Cfr. Kevin Hoover, The methodology of empirical macroeconomics, Cambridge University
Press, Cambridge y Nueva York, 2001.
104 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

para garantizar cierta autonomía del nivel macro –el psíquico, en este caso–. La
macroeconomía superviene a la microeconomía, pero no es reducible a esta. Por
cierto, además, las condiciones para una agregación correcta de datos micro no
se cumplen habitualmente: las causas van desde las reconocidas por la misma
corriente principal, hasta las que surgen de la heterogeneidad del material econó-
mico. No hay decisiones individuales puras. Hay convenciones, creencias a las
que se adhieren o miran los individuos, que les llevan a tomar decisiones. Estos
«agregados psicológicos», que surgen como consecuencias no buscadas de infini-
dad de individuos –la corriente de opinión pública–, son como macrofundamentos
tanto de la micro como de la misma macro. Daría la impresión, entonces, de que
más que (o además de) microfundaciones de la macro, hacen falta macrofunda-
ciones de la micro.
En resumen, la corriente principal de la economía se ha desempeñado funda-
mentalmente con un individualismo metodológico que disuelve al individuo. La
versión austríaca –Menger y Hayek– es más rica, considera un individuo que es
claramente humano para intentar una interpretación de su acción.

8.  La cuestión de los fines y la ética

Mientras que la economía se había concebido especialmente desde fines del


siglo xix como una ciencia de asignación óptima de medios a fines dados, este
tipo de realidades analizadas por la economía experimental y las «anormalidades»
descubiertas por la behavioral economics, ponen de manifiesto la importancia de
la consideración de los fines por parte de la economía. No es lógico cortar el aná-
lisis en los medios, pues no hay acción sin fines. La resistencia a tratar con fines
es paralela a la intencionalidad de la economía en transformarse en una ciencia
neutral respecto a los valores, que recorrió buena parte del siglo xx, al margen de
la moral y la política.
Cada vez más, sin embargo, se acepta que no es posible hacer distinciones
tajantes. Buena parte de los epistemólogos señalan algo que ya ha sido aceptado
por las otras ciencias sociales, el carácter de value-laddeness (influencia de los
valores) de las observaciones y de las teorías. El otorgamiento en 1998 del Premio
Nobel a Amartya Sen es un testimonio del interés por estos temas relacionados
con los fines, en este caso en concreto, por la posibilidad de la consideración y
agregación de valores individuales en decisiones sociales. También el interés en
la felicidad, la reciprocidad, el altruismo y el don, sobre lo que volveré más ade-
lante.
LOS ÚLTIMOS SESENTA AÑOS DE IDEAS SOBRE LA CIENCIA ECONÓMICA Y SU MÉTODO 105

9.  La economía y las otras ciencias sociales

A pesar de que ya hemos dedicado un capítulo a las relaciones entre eco-


nomía y ética, corresponde –al menos brevemente– dedicar unas palabras a su
evolución en los últimos años. Después del fuerte intento de subsumir al resto de
las ciencias sociales en la lógica económica (Becker), hoy día estamos asistiendo
al proceso inverso, aunque como los paradigmas en ciencias sociales tienden a
perdurar demasiado, aún predomina la primera tendencia. Sucede que, como se-
ñala Terence Hutchison, «las teorías y programas de la economía y demás ciencias
sociales tienden a vivir mucho, sobreviviendo a menudo en un estado estable o
semi-moribundo»21. Sin embargo, son cada vez más los economistas, aun de una
posición «ortodoxa» que se toman en serio los aportes de otras ciencias. George
Akerlof y Rachel Kranton traban lazos estrechos con la sociología a través de su
«identity economics». En relación con esta ciencia se debe mencionar también a
Mark Granovetter, Neil Smelser y Richard Swedberg. Las nuevas formas de ins-
titucionalimo también tienen vínculos cercanos con la sociología. En cuanto a la
psicología, además de Kahneman y Tversky, corresponde nombrar a Bruno Frey,
Alois Stutzer, Ernst Fehr, Armin Falk y Simon Gächter. Hay una vieja tradición de
antropología económica desde autores como Karl Polanyi, que no se ha interrum-
pido y hoy se mira con mayor atención. También está retornando el interés en la
misma historia que había sido casi abandonada por los economistas. En cuanto a
la ética, las relaciones cruzadas son cada vez más frecuentes. En fin, la reacción
contra la visión estrecha de la racionalidad de la teoría estándar es promisoria,
especialmente porque está prendiendo dentro de esta misma.

10.  La relevancia de la epistemología y la metodología para la economía

Hasta el momento he tratado de conectar las ideas epistemológicas y meto-


dológicas con la investigación económica durante los últimos sesenta años. Sin
embargo, aunque se han dado efectivamente relaciones entre estas dos disciplinas,
se han desarrollado con una independencia posiblemente mayor a la deseable.
Esto no tiene mucho sentido, en primer lugar para los mismos epistemólogos. Por
eso, de frente a los próximos años de la economía, podríamos preguntarnos: ¿cuál

21.  Cfr. «On the history and philosophy of science and economics», en Spiro J. Latsis (ed.),
Method and appraisal in economics, Cambridge University Press, 1976, pp. 181-205; pp. 199 (cita) y
200.
106 LO ECONÓMICO Y SU CIENCIA: UNA APROXIMACIÓN FILOSÓFICA

es o cuál debería ser el papel de los epistemólogos de la economía? El epistemó-


logo debería ser un consultor que oyera a los economistas y leyera sus trabajos
para tratar de arrojarles luz sobre la validez de sus conclusiones. También debería
facilitar la comunicación entre las distintas posiciones metodológicas económicas
aclarando el papel o lugar de cada tendencia o actividad dentro de la economía:
¿cuál es el papel de la teoría?, ¿cuál el de la comprobación empírica?, ¿cuáles son
las limitaciones de una y otra y cómo se pueden apoyar?, ¿cómo se puede facilitar
la convergencia del trabajo de la teoría económica, la econometría y la estadística?,
¿cómo ayudar a mejorar la comunicación entre las distintas partes que intervienen
en la investigación económica? Si el epistemólogo lograra cumplir este papel, su
ayuda sería muy valorada pues sería real. Para ello, pienso que es importante que
conozca bien el trabajo de unos y otros, y que –supuesta una sólida formación
económica– también haya practicado, aunque sea rudimentariamente, las distintas
tareas que componen este trabajo complejo, facilitado cuando hay equipo, que es
la investigación económica.
Parte 2

La actividad económica
VIII
Las actividades económicas

Pasamos a ocuparnos más detalladamente de la realidad económica a la que


nos hemos referido en el capítulo II. Según Aristóteles la economía (oikonomiké
o «económica») es un uso de lo necesario para la vida en general y la vida buena.
Por su parte, para él, la crematística es una técnica de adquisición, producción o
comercio dirigida a la provisión de lo que usa la «económica». Siguiendo esta dis-
tinción podríamos dividir dos grandes tipos de actividades económicas, las dirigi-
das al consumo o uso y las dirigidas a la producción o provisión. Ambas confluyen
en el intercambio. Comenzaré refiriéndome a la primera en este capítulo y dejaré
para los siguientes la segunda. Seguiré la exposición aristotélica, pues garantiza
tener en cuenta los criterios éticos adecuados para la actividad económica y los
epistemológicos de la «economía política»1.

1.  La necesidad económica y el valor de uso

Con la expresión «la vida en general» Aristóteles se refiere al ámbito de la


casa (oikos). En cambio, el ámbito de la vida buena es la comunidad civil (polis).
El concepto de vida buena tiene un significado moral bien preciso; es una vida de
virtudes a través de la que el hombre alcanza su plena realización.
¿Qué tipo de necesidad es la de las cosas necesarias para la vida buena?
­Aristóteles clarifica este punto cuando analiza el mercado en la Ética Nicomaquea

1.  La mirada a la filosofía griega es un buen modo de comenzar cualquier reflexión filosófica.
Alfred N. Whitehead en su Introducción a las matemáticas destaca «su instinto casi infalible para dar
con las cosas en las que vale la pena reflexionar» (Emecé, Buenos Aires, 1944, p. 136). Encontramos
una alabanza similar de los filósofos griegos en Charles de Koninck: «… ponderando las cosas más
simples y buscando en éstas la base para todo lo que requiere una explicación, mostraron poseer una
verdadera sabiduría» (The hollow universe, Presses Universitaires Laval, Québec, 1964, p. 3).
110 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

(V, 5). El libro V trata acerca de la justicia. Los intercambios económicos caen
bajo una forma de justicia, la recíproca. Aristóteles concluye allí que el principio
(justo) que regula la demanda y, por tanto, los precios y los salarios, es lo que
llama chreia, un tipo de necesidad. Por otra parte, la económica tiene como fin la
vida buena, que es una vida moral. Por tanto, chreia debe ser lo necesario para la
vida buena y esto es lo justo. Ahora bien, ¿cuál es la fuerza o grado y objetividad
de esta necesidad?
La versión castellana de la Ética Nicomaquea de María Araujo y Julián Ma-
rías, traduce chreia por «demanda» lo que, aunque no es lo más apropiado, da
una idea de qué tipo de necesidad se trata. No es, sin duda, necesidad en sen-
tido absoluto. En economía, como señala Antonio Millán Puelles, la necesidad
es indeterminada. La necesidad humana da cabida a la libertad; no es como la
necesidad animal2. La riqueza es bien útil, instrumental, no absoluto. Lo útil es
«inter­cambiable», y aunque sea necesario, el hombre puede prescindir aun de lo
más necesario. Esta indeterminación de la necesidad económica significa, en el
marco aristotélico, que es relativa a cada uno, debido a que la moralidad tiene un
componente personal relevante. Cada uno sabe qué bienes necesita y cuánto de
cada uno. Ahora bien, para que haya justicia en los cambios la necesidad debe
igualarse. Cuando alguien demanda, expresa su necesidad. Pero esta necesidad
debe ser igualada con la de otro para que se produzca el cambio. La justicia se está
realizando en esta igualación mediante el precio, si este expresa una apreciación
compartida.
Entonces, ¿en qué consiste la justicia en la reciprocidad, de la que habla
Aristó­teles? Supuesto que no haya fraude, en que la reciprocidad sea realmente
proporcional: que el cambio se realice por el valor que surge de su necesidad y la
consiguiente apreciación común. La igualdad es condición para que el cambio se
produzca y para que sea justo. El intercambio es justo, entonces, cuando ambas
partes satisfacen lo que consideran necesario en conciencia. En el ám­bito de la
económi­ca, la sub­jetividad de la estimación no equivale a arbitrariedad, ya que la
necesidad no es ambigua, sino ordenada a la vida buena, que es una vida de las
virtudes en la polis.
Resumiendo, nos encontramos en Aristóteles con una teoría del valor que
se fundamenta en las necesidades que dan pie al cambio. Su justicia reside en la
reciprocidad que se consigue si hay igualdad en las necesidades intercambiadas

2.  Cfr. Antonio Millán Puelles, Economía y libertad, Confederación Española de Cajas de Aho-
rro, Madrid, 1974, pp. 17-21 y 95-107.
LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS 111

y si la demanda está impregnada de una actitud ética. Las com­paraciones entre


necesida­des son posibles gracias a la moneda y los precios (cfr. EN, V, 5). Si se
produjeran distorsiones injustas en estos últimos, las consiguientes correcciones
prima­rían sobre el mismo mecanismo. El bien común, objeto de la justicia gene-
ral, subordi­na a la justicia correctiva, que no es más que una parte o aspecto de la
única justicia, la general. Pensar de otro modo sería olvidar que estos temas están
tratados en y con los fines propios de la Ética a Nicómaco y la Política en un ám-
bito en que la economía in­depen­dien­te era incipiente.

2. El valor de cambio y el precio

Sigamos de la mano de Aristóteles. Los Tópicos y la Retórica contienen una


serie de consideraciones acerca del valor de los bienes, de su uso, las relaciones de
preferencia y la comparación entre éstos. Estas observaciones están motivadas por
el fin propio de los libros en cuestión: establecer criterios útiles para evitar los erro-
res en la argumentación. Estos criterios también son aplicables a la economía. Des-
de el punto de vista de este estudio, quizás lo más impor­tante sea el recono­cimiento
de la posibilidad de apreciar más un bien que es de menos valor intrínseco, no
económico, debido a su escasez. Dice en la Retóri­ca: «Y también lo más escaso es
mayor bien que lo abun­dante, como el oro que el hierro, aunque es más inútil, pero
su posesión es mayor bien porque es más difícil. De otra manera, es lo abundante
mejor que lo escaso, porque su utilidad –chre­sis– excede, pues muchas veces ex-
cede a pocas [veces], de donde se dice (Píndaro, Ol, I, 1): “lo mejor es el agua”.
Y en general lo más fácil que lo más difícil, porque es como queremos» y «puesto
que lo más difícil y lo más escaso es mayor bien» (I, 7). En los Tópicos añade: «…
lo más (es preferible a lo menos difícil): pues nos gusta más tener las cosas que no
es posible obtener fácilmente» (117b). Como ya dije, en la Ética Nicomaquea (V,
5) señala además que es necesario que haya apreciación para que haya cambio. En
conclusión, el valor económico de un bien depende de una apreciación basada en
su necesidad. La necesidad, aunque subjetiva, debe ser real. Pero este valor puede
ser modificado por el hecho de la escasez. La disponibilidad de lo necesario genera
el llamado valor de cambio: cuánto es necesario dar de un bien para obtener otro a
cambio y a la inversa, hasta que se igualen. El precio expresa el valor de cambio.
Este modo de ver se prolonga en la Edad Media, salvo en quienes postulan
una teoría objetiva del valor basada en los costos de los bienes. Los economistas
clásicos ingleses desde Adam Smith hasta Mill se adhieren a esta última. A fines
del siglo xix se vuelve a la teoría subjetiva del valor. Esta comienza al modo aris-
112 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

totélico, con un ancla en la necesidad real. De hecho, Menger establece diferen-


cias entre necesidades reales e imaginarias y Pareto distingue la utilidad (que se
refiere a una característica objetiva de los bienes) de la ofelimidad (la valoración
o aspecto subjetivo). Pone el ejemplo de la morfina, que tiene ofelimidad pero no
utilidad, pues satisface una necesidad del morfinómano pero es malsana para él3.
De ese modo hay cosas necesarias y otras superfluas. Esta visión se quiebra defi-
nitivamente con Lionel Robbins, quien se desentiende de la determinación de los
fines y de cualquier juicio acerca de estos.
La economía moderna considera que aquellas cosas que tienen aptitud para
satisfacer una necesi­dad humana y que son escasas, son útiles. Cuando a una cosa
útil se la reconoce como tal y está disponible, es un bien económico. En la econo-
mía no hay un criterio ético para la necesidad; tampoco un criterio de real necesi-
dad: un bien es económico, aunque no satisfaga una necesidad o aunque la necesi-
dad no sea real, si los hombres piensan que lo hace. Los economistas redefinen la
necesidad: necesario es lo que uno considera como tal. La utilidad depende de que
el bien sea deseado. No obstante, esta visión es compatible con una visión ética,
en la medida en que el deseo sea éticamente razonable.
La teoría económica distingue entre la utilidad total –la agregación de las uti-
lidades individuales de los bienes considerados– y la utilidad marginal –el efecto
sobre la utilidad total del agregado o sustracción de una unidad del bien–. El valor
económico del bien es función de su utilidad y disponibilidad. La con­sideración
propia de la utilidad marginal nos lleva a la de la cantidad de dinero o de otro bien
que estoy dispuesto a dar por una unidad más del primero y conduce a la deter­
minac­ión de su valor de cambio o precio. Los valores de uso tienen relación con
la utilidad total. Un bien con gran valor de uso, por ejemplo, el agua, puede tener
una baja utilidad marginal debido a su gran abundancia que hace que no resulte
sig­nificativa la adición o sustracción de una unidad: y, en cambio, otro con bajo
valor de uso puede tener una utilidad marginal muy alta debido a su escasez, como
el diamante. Estos elementos, unidos a la «ley de la utilidad marginal decrecien­
te», llevan a que la situación óptima se produzca donde la relación de utilidades
marginales sea igual a la de los precios de los bienes, y por ello tienden a igualarse
utilidad marginal y precio. Esto se produce bajo ciertos supuestos: el agente eco-
nómico tiene capacidad de evaluar y es maximizador, su ingreso está dado y no
cambia, no ahorra, nos manejamos dentro de un período de tiempo. Si el precio es

3.  Cfr. Carl Menger, Principles of economics, The Free Press, Glencoe (Grunsätze der Volkswirts­
chaftslehre, Viena, trad. y ed.: J. Dingwall y B. Hoselitz), [1871] 1950, pp. 52 y ss.; y Vilfredo Pare-
to, Manual de economía política, Atalaya, Buenos Aires, 1945, p. 122.
LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS 113

menor al valor de uso, adquiero más unidades, hasta que la utilidad marginal, que
es decreciente, iguale al precio.
La teoría del valor económico ha sido motivo de diversas visiones y de discu-
sión en la historia de la economía. Pienso que las pautas de Aristóteles son certeras
y realistas. Es legítimo y realista distinguir entre valor de uso y valor de cambio,
pero de hecho no están desconectados. El valor de cambio supone un valor de uso
del bien en cuestión, afectado por su disponibilidad real.

3. El mercado

Las transacciones suceden en el mercado. El mercado, al igual que la socie-


dad, tiene una unidad accidental, compuesta por las relaciones que vinculan a sus
miembros en orden a un fin común. La red de relaciones del mercado está formada
por ciudadanos que compran y venden, gente que intercambia: el orden o unidad
proviene de la coincidencia de voluntades de comprar o vender al objeto de satis-
facer necesidades; la coincidencia se da gracias a los precios.
Esta red de relaciones pertenece a la más amplia red de la sociedad como
prerrequisito y componente de esta. El mercado está inserto en una sociedad y
su buen funcionamiento depende de la unidad de esta en torno a su fin o bien
común. El fin del mercado es que cada uno obtenga lo que necesite y está enmar-
cado en el fin de la sociedad. En una sociedad cohesionada, el mercado colabora
en esa cohesión a través de la provisión de lo estimado necesario. El mercado no
­funciona bien en un vacío social. Esta posición ha sido sostenida actualmente por
varios autores que enfatizan la necesidad de lazos morales para que el mercado
funcione bien.

4. El dinero

Dice Aristóteles: «Se debe poner un precio a todo, porque así siempre habrá
cambio, y con él sociedad. Así pues, la moneda, como una medida, iguala todas
las cosas haciéndolas conmensurables: ni habría sociedad si no hubiera cambio,
ni cambio si no hubiera igualdad, ni igualdad si no hubiera conmensurabilidad»
(EN, V, 5). Por eso, el análisis de la moneda debe encuadrarse en el marco de la
preocupación aristotélica por la polis.
La moneda es, en primer lugar, el instrumento mediante el cual se puede ejer-
cer la justicia en los cambios, elemento que sirve para mantener la reciprocidad en
114 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

las relacio­nes sociales. La justicia en las normas requiere la medición que hace la
moneda. En segundo lugar, la moneda es también factor de cohesión social debido
a que, al facilitar los cambios, es instrumento para la disposición de lo necesario
para los miembros de la polis: sin moneda no hay cambio ni sociedad (EN, V, 5).
La raíz de la importancia de la moneda es su capacidad de medir. La moneda
es como una regla o metro por medio del cual se pueden hacer comparaciones.
No importa tanto su valor absolu­to, sino su estabi­lidad –Aristóteles señala que
aunque la moneda pueda cambiar de valor, es más estable–, que permite efectuar
medicio­nes relativas, poner precios, y así posibilita el cambio y la sociedad. Con
la moneda, el valor de cambio se puede expresar en un precio monetario.
¿Qué representan la moneda y los precios? La necesidad –chreia– y el im-
pacto de la escasez, que dan origen a un valor de cambio. Que una cosa sea más
necesa­ria y más escasa que otra se refleja en que hace falta más moneda para
obtenerla. Esta representación es convencio­nal, «no es por naturaleza, sino por
ley, y está en nuestra mano cambiarla o hacerla inútil» (EN, V, 5). La moneda es
un signo, como lo es el sistema decimal o el vocabulario de un lenguaje: signos
arbitrarios, que el hombre puede crear gracias a su racionalidad y que expresan
una realidad.
Aristóteles, entonces, distingue tres funciones del dinero:
1. Es unidad de medida: «Tiene que haber una unidad, y establecida en vir-
tud de un acuerdo […] porque esta unidad hace todas las cosas conmensu-
rables. En efecto, con la moneda todo se mide» (EN, V, 5). En este sentido
es también un estándar de valor.
2. Es medio de cambio: «… todas las cosas que se intercam­bian deben ser
comparables de alguna manera. Esto viene a hacerlo la moneda» (EN, V).
«La necesidad hizo que se ideara la utilización de la moneda por no ser
fáciles de trans­portar todos los productos natural­mente necesarios» (Polí­
tica, I, 9). «El dinero se hizo para el cambio…» (Política, I, 10).
3. Es reserva de valor: «En cuanto al cambio futuro, si en la actualidad no
necesitamos nada, la moneda es para nosotros como el garante de que
podremos hacerlo si necesitamos algo, porque el que lleva el dinero debe
poder adquirir» (EN, V, 5). El dinero está para ser gastado, pero también
se puede acumular (EN, IV, 1). Así se transforma en parte del capital, o
riqueza acumulada, en la medida en que mantiene su valor de compra.
Aunque Aristóteles no lo diga, esta condición del dinero lo transforma en
un medio de pago.
En resumen, Aristóteles distingue entre la moneda, lo convencional y sopor-
te, y el valor que está detrás, que surge porque le hemos otor­gado la representación
LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS 115

de la necesidad, que es algo real. Por convención le damos valor a algo. Pero esto
surge de un modo natural y necesario, hasta el punto de que es imposible la socie-
dad sin ello.
La economía moderna no llega mucho más lejos. El dinero cobra un valor
propio, en la medida en que se considera adecuadamente o no su poder de compra.
El dinero, en cuanto se necesita para efectuar transacciones, como medio de aho-
rro para el futuro o por motivos especulativos, es demandado, y como cualquier
otro bien con una demanda creciente, tiende a aumentar su valor. Una creación de
dinero adicional o el incremento en su velocidad de circulación, actúa como un
aumento en su oferta y tiende a disminuir su valor. Si la cantidad de dinero crece
y no lo hace la cantidad de bienes que representa, el precio de estos bienes crece
(la inflación es un incremento constante de estos precios que puede producirse
tanto por el aumento en la cantidad de dinero como por otros motivos) y el valor
del dinero decrece (supuesta una velocidad de circulación del dinero constante).
En el ínterin la gente puede quedar psicológicamente vinculada al valor previo del
dinero. Por eso, la emisión de dinero buscando aprovechar su poder de compra al
margen de los bienes reales es una práctica que crea inflación e induce al engaño.
Además, se quiebra la confianza, fundamento del valor del dinero. Es decir, con-
viene por el bien de las personas y la polis, como decía Aristóteles, que el valor
del dinero sea estable.
Por otra parte, con el dinero, como señaló Aristóteles, corremos el riesgo de
caer en la crematística ilimitada: pensar que todo valor es el valor de cambio y
que todo se puede comprar, que todo es conmensurable gracias al dinero (Política
I, 9). Las dos crematísticas utilizan el mismo medio de forma distinta. Esta idea
desemboca en una visión reduccionista de la realidad. El dinero toma el lugar de
la realidad verdadera4. Marx expresa esta inversión de la realidad diciendo que
mientras la económica responde al esquema M-D-M (mercancía que se cambia
por mercancía a través del dinero), la crematística ilimitada (para él, propia del
sistema capitalista) responde al esquema D-M-D: la mercancía pasa a ser el dinero
y el medio de cambio pasa a ser la mercancía5. Es un modo agudo y gráfico de
mostrar un proceso actual, detrás del cual, como también señala Aristóteles, está
la ilimitación del apetito (Política I, 9). Por eso, no se trata, como pretendía Marx,
de eliminar el capitalismo, sino de vivir las virtudes. La cita de la Introducción

4.  Cfr. Nicolás Grimaldi, El trabajo. Comunión y excomunicación, EUNSA, Pamplona, 2000 (Le
travail. Communion et excommunication, PUF, París, 1998), p. 214.
5.  Cfr. El capital, p. 397 en la edición de Gallimard (Bibliotèque de la Pléiade) de las Oeuvres de
Marx, tomo I, Économie, París 1965, edición establecida por Maximilien Rubel.
116 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

de Juan Pablo II en Santiago de Chile menciona una «constelación de virtudes»


relacionadas con la prosperidad económica, especialmente con la producción. Por
ello, las dejo para los capítulos siguientes. Pero menciono aquí dos que vienen
muy a cuento con esto: la frugalidad y el ahorro, y desarrollo otras en el siguiente
apartado6.

5. Virtudes de la economía

El solo hecho de que lo económico sea un acto humano nos habla de su re-
lación con la ética. Lo económico no es éticamente neutro. Es una actividad del
hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionali-
zada éticamente. Lo económico es principalmente, como vimos en el capítulo II,
un acto predominantemente inmanente dirigido a la vida buena. Esto hace que se
lo considere como un acto regulado por la razón práctica, mientras que la crema-
tística es una técnica que le debe estar subordinada. Las virtudes son hábitos que
colaboran en la realización de los actos buenos. Por eso, es lógico que haya unas
virtudes que contribuyan a la fácil realización de estos actos.
Según Aristóteles, se debe usar de los bienes moderada y liberal­mente (Po­
lítica II, 6). Ambas virtudes deben actuar de modo conjunto, porque por separado
la moderación puede llevar a la miseria y la estre­chez, y la libera­lidad al lujo. Se
debe evitar el exceso y la acumu­lación injustifica­da (Política, IV, 1). La riqueza
consiste más en el uso que en el poseer (Retórica, I, 5). «El uso del dinero parece
consis­tir en gastarlo y darlo; la ganancia y la conservación son más bien adquisi-
ción» (EN, IV, 1).
En su tratado sobre las virtudes, la Ética Nicomaquea, trata más extensamen-
te acerca de la liberalidad –eleytheriotes– («generosidad» traducen en ese libro
Araujo-Marías; «liberalidad» es más literal), virtud propia de los hombres libres,
que expresa su actitud debida frente a los bienes materiales. La prodiga­lidad es
exceso al dar y defec­to al recibir, y a la inversa la avaricia. Hay que dar por la
belleza misma del dar: el gran móvil de la liberalidad es la amistad. «Siendo por
tanto la generosidad un término medio relativo a dar y tomar riquezas, el generoso
dará y gastará en lo que se debe y cuanto se debe, tanto en lo pequeño como en lo
grande, y ello con agrado» (EN, IV, 1).

6.  Ricardo Yepes y Javier Aranguren, Fundamentos de antropología, EUNSA, Pamplona, 1999,
p. 267, se refieren en el mismo sentido a la sofrosyne clásica, que significa moderación, templanza,
como modo de desear adecuadamente los medios materiales.
LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS 117

Una virtud relacionada con el gasto del dinero es la magnificencia (EN, IV,
2). Es un gasto oportuno en gran escala. Sus defectos y excesos son respectiva­
mente la mezquindad y la vulgar ostentación. El espléndido, para Aristóteles, es
liberal (en el sentido de generoso), pero su obra será más notable por lo oportuna
y proporcionada. La magnificencia es la virtud que tiene por objeto la «virtud» de
las obras, mientras que la liberalidad tiene por objeto la «virtud» de los bienes.
Aristóteles considera también la magnanimidad –megalopsychía–, que es la
actitud adecuada a la búsqueda del honor que se merece. Incluye un comporta-
miento moderado tanto respecto a los honores como a las riquezas. Su defecto y
exceso son la pusilanimidad y la vanidad, respectivamente (EN, IV, 3).
La justicia general o legal, virtud perfecta, la misma virtud en cuanto se re-
fiere al otro, está presen­te, en todas las virtudes. Orienta a todos los actos huma-
nos hacia el bien común. Además, tanto a nivel de relación distribu­tiva como
correcti­va, las diversas clases correspondien­tes de justicia deben tener un papel
regulador.

6.  La reciprocidad y otras novedades

Aristóteles trata acerca del intercambio como forma de reciprocidad para


determinar los criterios de su justicia. Al dejar la justicia de lado, la economía mo-
derna distingue el intercambio de la reciprocidad y se concentra en el primero. Sin
embargo, la economía se ha interesado recientemente en la reciprocidad, como un
modo de cambio diferente del intercambio. La reciprocidad no requiere un mer-
cado. Tal como es caracterizada por Fehr y Gachter (2000): «… la reciprocidad
significa que la gente, en respuesta a acciones amistosas, es frecuentemente más
agradable y cooperativa que lo predicho por el modelo de auto-interés»7. Según
Zamagni, la reciprocidad implica aspectos relacionales profundos entre las per-
sonas8. A reciproca a B de un modo no comparable al intercambio mercantil. A
guardará cierto equilibrio en la «reciprocación». Sin embargo, ese equilibrio no
es necesariamente exacto; muchas veces resulta sobreabundante. Además, la reci-
procidad puede cumplirse «dando a cambio» algo heterogéneo e inconmensurable
respecto a lo que se había recibido previamente. A veces A da a B con la esperanza

7.  Ernst Fehr y Simon Gächter, «Fairness and retaliation: the economics of reciprocity», CESifo
Working Paper, No. 336, 2000.
8.  Stefano Zamagni, «Why happiness and capabilities should stay together», Conference on Hap­
piness and Capabilities, 16-18 de junio de 2005, Universidad de Milán-Bicocca, 2005.
118 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

de que B dará algo a C, que la cadena no se cortará y que finalmente algo volverá a
A. Esto no ocurre siempre necesariamente. La razón de esta respuesta «desigual»
es que en estas situaciones no solo está en juego un intercambio de medios, sino,
y sobre todo, de fines, de aprecios o afectos. Por tanto, esta atención reciente a la
reciprocidad en la economía está en línea con una reconsideración de los fines en
esta tal como la del enfoque capacidades de Sen o las teorías de la felicidad.
Alvin Gouldner subraya el carácter «heteromórfico» de la reciprocidad9. Con
este apelativo se refiere al hecho de que las cosas reciprocadas pueden ser distin-
tas. Sin embargo, añade, deben ser iguales en valor. Evidentemente, está señalan-
do lo resaltado antes: la reciprocidad implica una correspondencia en los fines,
mientras que los medios pueden ser diferentes.
La «comparabilidad práctica», solución al problema de la inconmensura-
bilidad, es aplicable a la reciprocidad. No podemos calcular y conmensurar in-
tenciones, afectos y los esfuerzos involucrados en un intercambio recíproco. Los
bienes cambiados pueden tener un precio. Sin embargo, la especificidad de su
reciprocidad no tiene precio. No hay cálculos técnicos que permitan determinar
la justicia de la reciprocación. La racionalidad práctica estima la reciprocación
oportuna. Pueden darse opiniones diversas acerca de la justicia de las mismas
reciprocaciones. Algunos pensarán que es suficiente; otros que generoso y otros
que insuficiente. La regla es la propia conciencia. Pero se debe intentar buscar una
apreciación común a través de la comparabilidad práctica. Como nota Zamagni:

La relación de reciprocidad requiere una cierta forma de balanceo entre lo que


uno da y espera recibir, o espera que una tercera persona reciba; sin embargo, este
balance no se expresa en una magnitud definida (por ejemplo, un precio relativo),
puesto que puede variar según la intensidad con la que se ponen en práctica senti-
mientos morales como la simpatía, la benevolencia o el sentido de solidaridad por
los agentes involucrados en la reciprocación10.

Entonces, el caso de la reciprocidad refuerza la conveniencia de la razón


práctica en economía.
Además de la reciprocidad, los economistas han comenzado a considerar
acciones económicas, del nivel familiar, de organizaciones intermedias o econo-
mías enteras, basadas en relaciones sociales como la cooperación, el altruismo y
el don. Los antropólogos proveen conocimientos de la existencia de estos tipos de

  9.  Alvin W. Gouldner, «The norm of reciprocity: a preliminary statement», American Socio­
logical Review, 25/2, 1960, 161-178; 172.
10.  Why happiness and capabilities…», cit., 2005, p. 16.
LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS 119

economía. Hoy día proliferan los manuales o recopilaciones sobre estos temas11.
Stefano Zamagni pone el acento en la relacionalidad humana que da origen tanto
a una sociedad como a una economía civil12.

7. Conclusión

Nos hemos ocupado de la necesidad humana, de la consiguiente demanda,


del precio y la moneda, del mercado y el intercambio, incluyendo la reciente con-
sideración de la reciprocidad. Lo hemos hecho en el marco de una consideración
de la dimensión práctica del acto aconómico, lo que supone su libertad y su mo-
ralidad. Hemos revistado las virtudes que facilitan la apreciación adecuada de la
necesidad y que importan para el intercambio. Pasamos ahora a las actividades
económicas relacionadas con la producción o la oferta.

11.  Cfr., por ejemplo, Stefano Zamagni (ed.), The economics of altruism, Elgar, Aldershot, 2005;
y Serge-Christophe Kolm, y Jean Mercier Ythier (eds.), Handbook of the economics of giving, altru­
ism and reciprocity, North Holland, Ámsterdam 2006.
12.  Cfr. Luigino Bruni y Stefano Zamagni, Civil economy: efficiency, equity, public happiness,
Peter Lang, Oxford, etc., 2007.
IX
El trabajo humano

En el capítulo anterior analizamos el lado de la demanda de la actividad


económica. En este y en el próximo nos concentraremos en el sector de la oferta.
Ex nihilo nihil fit, de la nada, nada se hace. Todo resultado tiene un origen. Elabo-
ramos o producimos a partir de algo. La base de lo dado, de lo existente, es llama-
do physis por los griegos, natura por los latinos, naturaleza o nature en nuestras
lenguas. Dentro de esta natura podemos distinguir una parte más bien pasiva, la
que denominamos «naturaleza» habitualmente, y otra más bien activa, el hombre.
Hasta el siglo xvi la pampa argentina era una planicie agreste llena de cardos,
planta absolutamente inútil (salvo para ser flor nacional de Irlanda), donde los
habitantes originarios, cazadores y recolectores, sobrevivían sin dejar más restos
que sus osamentas. Los ganados rústicos que se reprodujeron a partir de la llegada
de los españoles y la apropiación del caballo por los indígenas se combinaron
para producir una explotación pastoril extensiva y el pillaje de estos últimos. En
uno de esos episodios mataron a mi tatarabuelo, Juan José Crespo Guerrero, para
robarle alguna tontera. Desde fines del siglo xix, con la expansión del comercio
y la inmigración, trabajando, la pampa se convirtió en un prodigio de fertilidad y
producción que hizo de la Argentina el «granero del mundo», tan potente que aún
hoy, aunque disminuida, resiste a la persistente aplicación de políticas económicas
contradictorias. Sin ese trabajo humano, la pampa seguiría siendo un erial. Esta
complementariedad entre la naturaleza inerte y el hombre solamente pudo haber
sido diseñada por la providencia. Pero esta es otra cuestión.
En este capítulo nos dedicaremos al trabajo. En el próximo, al capital, riqueza
acumulada disponible para producir y la empresa, ámbito y actividad (una forma
de trabajo) que tiene el fin de combinar del mejor (especialmente en el significado
cualitativo del adjetivo) modo posible el trabajo y el capital. Se debe aclarar que la
cuestión del trabajo tiene numerosas aristas y da para escribir varios libros. Aquí
he hecho una selección de temas, otros están mencionados al pasar y otros ni se
122 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

mencionan. En la bibliografía citada se podrán encontrar desarrollos más extensos


de las cuestiones dejadas de lado.

1. Breve referencia histórica1

El hombre siempre ha trabajado. John Dupré y Regenia Gagnier señalan que,


históricamente, la realidad del trabajo ha sido considerada desde la perspectiva
subjetiva, del hombre que trabaja, hasta bien entrado el siglo xix2. Esta perspec-
tiva o bien ha enfatizado las fatigas y durezas del trabajo, o bien ha destacado su
importancia para el desarrollo de la persona. Los trabajos y los oficios tenían una
demarcación definida, que se manifestaba en nombres específicos para su remu-
neración. Emolumento, para los molineros; sueldo como moneda que cobraban
las personas armadas para la defensa –llamados soldados–. Algunos de estos usos
se conservan, aplicados a profesiones como los notarios, abogados y arquitectos
y dan bastante juego a consideraciones jurídicas e impositivas. Aparte de este as-
pecto subjetivo, también se consideró el objetivo: para algunos, como Aristóteles,
el trabajo obraba una transformación de la naturaleza limitada, con el fin de usar
lo necesario para la vida buena. En cambio, para otros como Locke y Calvino (en
la versión de Max Weber), su fin era una acumulación ilimitada3.
Al nacer la economía neoclásica, el trabajo pasa a ser un factor de produc-
ción, un commodity con un precio, el salario, que antes se consideraba como el
necesario sostenimiento del trabajador. Lo que no es un commodity con precio,
como el trabajo de la mujer en su casa o el estudio, deja de ser trabajo. El trabajo
pasa a ser un input más con un precio más, sujeto a leyes de oferta y demanda. Esta

1.  Miguel Alfonso Martínez Echeverría hace un recorrido histórico de las concepciones del
trabajo desde un enfoque a mi juicio muy acertado en su libro Repensar el trabajo, Ediciones Interna-
cionales Universitarias, Madrid, 2004.
2.  John Dupré y Regenia Gagnier, «A brief history of work», Journal of Economic Issues, 30/2,
553-559. Este artículo contiene varias visiones muy agudas. Agradezco a Matías Petersen que me lo
dio a conocer. Se debe advertir que su planteamiento de fondo es marxista, con los problemas que ello
trae consigo con relación al trabajo (al respecto, cfr. Hannah Arendt, La condición humana, Paidós,
Buenos Aires, 1993 (The human condition, The University of Chicago Press, 1958), cap. 3; J. Vi-
alatoux, Signification humaine du travail, Les Éditions Ouvrières, París, 1953, pp. 206-210; Rafael
Corazón González, Fundamentos para una filosofía del trabajo, Cuadernos de Anuario Filosófico,
n. 72, Pamplona, 1999, pp. 9-10; y José Ángel García Cuadrado, Antropología filosófica, EUNSA,
Pamplona, 2001, pp. 206-207).
3.  Las tesis de Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (Península, Barcelona,
1969) han sido muy discutidas. Sin embargo, como afirma Kurt Samuelson (Religión y economía,
Ediciones Marova y Fontanella, Madrid y Barcelona, 1970), han tenido gran influencia.
EL TRABAJO HUMANO 123

visión implica un empobrecimiento notable de la noción del trabajo. Su aspecto


subjetivo queda entre paréntesis y todo el valor del trabajo pasa a radicar en su
aporte al proceso productivo y a medirse por el salario. Grimaldi culmina su his-
toria del concepto afirmando: «El trabajo acaba siendo considerado únicamente
desde una perspectiva exclusivamente financiera: solo trabaja aquel (o aquello)
que incrementa el capital o produce ganancia»4. Con esta concepción el mismo
trabajador tiende a considerar el valor de su trabajo en función de los bienes que
puede comprar con su fruto, no por su aspecto subjetivo, ni tampoco por el ob-
jetivo, es decir, el valor de lo que produce. Cuanto más puede comprar, más vale
su trabajo; y para el ethos de la economía neoclásica, no hay límite en ese «más».
De este modo, la economía se constituye en el soporte científico del consumismo,
legitima la codicia. Como señala MacIntyre: «… la pleonexía [codicia], un vicio
según el esquema aristotélico, es ahora la fuerza que mueve el trabajo productivo
moderno»5. Las personas adquieren este vicio, más aún cuando el tener pasa a ser
la raíz y signo del prestigio. Midiéndose el valor de las personas por su ingreso,
definen su identidad por lo que compran con este. Cuanto más tengan (y lo mues-
tren) más valen. Los negociantes ponen la psicología al servicio de la ganancia e
inventan modas que inducen a un consumo creciente presionando sobre el trabajo
como mercancía. Este círculo vicioso que «racionaliza la vida» constituye una
«caja de hierro» en que tanto Weber como Marx consideran que las personas están
encerradas.
Solo cuando la economía incorpora valores diversos del salario como benefi-
cios intangibles que pueden agregarse al resultado total, estos valores comienzan a
recuperarse, pero more económico. Esto supone una simplificación, pues implica,
entre otras cosas, que esos valores, que deberían ser inconmensurables, resultan
intercambiables. Cabe pensar en mutar familia por salario con el fin, bien paradó-
jico, de mantener a la familia; y, de hecho, se pierde por culpa de esa mutación. La
identidad de la persona constituida, entre otros elementos, por su vocación profe-
sional, pasa a ser comerciable. Todo se negocia, incluidas las personas, a través de
su trabajo. Hasta la idea sana de que hay cosas que no tienen precio (priceless) y
que el dinero no puede comprar sirve de propaganda a una tarjeta de crédito. Se
puede interpretar tanto positiva como irónicamente. Estas consideraciones no se
oponen al sistema de salarios determinados en el mercado, con las lógicas regula-
ciones de la autoridad competente. Esta regulación es necesaria para asegurar que

4.  «Semántica del trabajo», en Montserrat Herrero (coord.), Sociedad del trabajo y sociedad del
conocimiento en la era de la globalización, Prentice Hall, Madrid, 2003, pp. 11-15; p. 15.
5.  En Tras la virtud, Crítica, Barcelona, 2001, p. 280.
124 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

el salario cubra las necesidades (en un sentido amplio) del trabajador y su familia.
Si la estructura de costos de lo producido no permite este objetivo, el problema
es de la empresa o del producto, no del trabajador. Pero en cualquier caso hoy día
sería impensable un sistema distinto. Solo se trata de recordar que este salario no
es el precio de un commodity ni el fin del trabajo, sino una condición de posibili-
dad de este. No constituye ni la esencia ni el valor ni el fin del trabajo. El trabajo
se valora primordialmente por la perfección que posibilita a su sujeto (y por ende,
por su contribución al bien común de la comunidad pequeña en que trabaja –la
empresa–, de su familia y de la sociedad civil), en cuanto a la dimensión subjetiva,
y por la calidad del producto o servicio que genera, en cuanto a la objetiva. El tra-
bajo genera la riqueza pero es solo parcialmente fuente de su valor económico.
Frente a este proceso contemporáneo, comienzan reacciones de todo tipo.
Son de destacar, primero, tanto por su prioridad temporal como por la finura de
sus propuestas, la de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, especialmente en
la Encíclica Laborem Exercens (1981), del beato Juan Pablo II, y el Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia (2004), del Consejo Pontificio para la Justicia
y la Paz. Su mensaje fundamental es ver al trabajo como acto humano, con todas
sus consecuencias –acto ético y social–, y, por tanto, reconocer la prioridad del
aspecto subjetivo del trabajo sobre el objetivo. Además, conectan el trabajo con la
dignidad humana; el trabajo es un bien digno del hombre: «… mediante el trabajo
el hombre no solo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesida-
des, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido “se
hace más hombre”» (n. 9). En expresión de Martínez Echeverría, «la esencia del
trabajo es la búsqueda de un sentido más pleno de la vida»6. Esta es una verdad
que estamos en proceso de descubrir. Afirma a continuación el mismo autor:

Todavía hoy cuando se habla del trabajo persiste el prejuicio de que se está
haciendo referencia a aquellas actividades que se juzgaban necesarias e imprescin-
dibles para el mantenimiento de la vida corporal. Solo en tiempos muy recientes se
ha podido comprobar que la esencia del trabajo es efectivamente sacar adelante la
vida humana, pero considerada en su plenitud. Es decir, ha dejado de ser un tipo de
actividad concreta, para apuntar al esfuerzo común para vivir una vida humana más
plena.

Por otra parte, la disciplina de la dirección o administración de empresas,


recurriendo a conocimientos de psicología basados en diversas visiones antropo-

6.  Repensar el trabajo, cit., 2004, 20.


EL TRABAJO HUMANO 125

lógicas, también rescata la importancia de los diversos tipos de motivaciones en el


trabajo, yendo más allá de la consideración del salario7. El trabajo debe permitir el
despliegue libre de la inteligencia y creatividad humanas, del espíritu de iniciativa,
colaboración y capacidad directiva, en el marco de las funciones que competen a
cada uno. Estas disciplinas están recuperando parte de la riqueza perdida por la
simplificación incurrida por la economía.
En definitiva, la clave para una reconsideración enriquecedora del trabajo
radica en la recuperación de su aspecto subjetivo o práctico. Como hemos desa-
rrollado extensamente en capítulos anteriores, la economía moderna eliminó el as-
pecto práctico y se quedó con el técnico o poiético. Así, como señala Cruz Prados,
el trabajo «dejó de ser una práctica dotada de bienes internos –una actividad en
que la excelencia es auténtica virtud– para convertirse en un quehacer meramente
instrumental, al servicio de bienes externos exclusivamente»8. El aspecto subjeti-
vo o práctico, al comprender la autorrealización personal, incluye necesariamente
su referencia a la comunidad en la que se vive, pues no se puede alcanzar sin esta.
Es decir, hablar del aspecto práctico es hablar del aspecto ético-político, con refe-
rencia a un bien común.
Ahora bien, la filosofía clásica ha distinguido siempre dos tipos de actos hu-
manos, el facere o producir y el agere o hacer, haciendo radicar el carácter ético en
este último. Para comprender a fondo el trabajo, el carácter no escindible y prio-
ritario de su aspecto subjetivo, debemos pasar por comprender que no podemos
hablar de facere y agere como distinciones absolutas, como muchas veces se ha
tendido a hacer, sino como aspectos del acto humano. Esa mala comprensión está
en la raíz de las distinciones tajantes entre técnica y ética, entre moral y negocios.
Entonces, primero analizaré esta cuestión con cierto detenimiento. Aunque pueda
parecer un paso algo arduo, considero que bien vale la pena darlo. Luego será más
fácil volver sobre el trabajo y su recta comprensión.

2.  Agere y facere

Aristóteles distingue entre la práxis y la póiesis: «Acción –práxis– es aquella


en la que se da el fin» (Metafísica IX, 6): la visión, el pensar, el vivir, acciones

7.  Cfr. especialmente la propuesta de Juan Antonio Pérez López de considerar motivaciones
extrínsecas, intrínsecas y trascendentes: Fundamentos de la dirección de empresas, Rialp, Madrid,
1993.
8.  Filosofía de la política, EUNSA, Pamplona, 2009, p. 115.
126 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

«inmanentes». Son actos perfectos, enêrgeiai. La póiesis, en cambio, es el acto


cuyo fin está fuera de sí mismo, un acto imperfecto, movimiento –kínesis–, acto
transeúnte.
Para Aristóteles las práxeis son actos morales y las poieseis «técnicos». Re-
firiéndose a la prudencia afirma que no puede ser un arte «porque la acción y la
producción son de género distinto. Tiene que ser [la prudencia], por tanto, una
disposición racional verdadera y práctica respecto de lo que es bueno y malo para
el hombre. Porque el fin de la producción es distinto de ella, pero el de la acción
no puede serlo: la buena actuación misma es un fin» (EN, VI, 5). Cuando el acto
es transitivo el fin es algo exterior y, por tanto, no puede ser fin ni la bondad ni
la maldad. Cuando, en cambio, el acto es inmanente, el fin es la acción buena
–eupraxia.
Esta distinción es solo analítica en un mismo acto, no es distinción de actos
físicos. Cuando se consideran los medios para alcanzar el resultado exterior, es-
tamos en el campo del arte; y cuando lo que se busca es saber cómo hacer para
que la acción sea buena, en el de la prudencia. Ambas consideraciones tienen
como objeto la misma acción: ¿cómo hacer para fabricar este objeto?, y ¿es bueno
fabricarlo?, respectivamente. Sin embargo, la afirmación de que la acción y la
producción y sus respectivos hábitos son actos distintos y, a su vez, unidos, la pri-
mera –acción y prudencia– a la moralidad, y la segunda –producción y arte– a la
corrección técnica, oscurece este enfoque y puede dar lugar a confusiones: pensar
que el bien es propio de los actos inmanentes, y excluirlo de los transitivos, sin
considerar que todo acto transitivo está impregnado de inmanencia. La cultura, la
técnica, el arte, como obras del hombre, tendrían un ámbito de reglas propias con
una incidencia solo extrínseca de la moral. Sin embargo, como sostiene Antonio
Malo «cualquier acto es moral porque existe en él una adecuación esencial con
ese fin último»9.
La visión contemporánea de la técnica contiene un corte entre el sujeto y
el objeto que no es propio del pensamiento griego. Para el griego lo poiético es
una prolongación de la physis y no tiene sentido plantearse controversias entre lo
técnico y lo moral, pues ambas consideraciones están sumergidas en el contexto
más amplio de la naturaleza a la que pertenecen. Nada hay más ajeno al espíritu
aristotélico que la escisión entre una racionalidad técnica y otra ética.
Santo Tomás de Aquino sigue de cerca a Aristóteles en esta cuestión de la
división entre práxis y póiesis. Son numerosas las veces que repite esta doctri-

9.  «La ética cartesiana entre teología y deontología, Sapientia, 195-196, 1995, 48.
EL TRABAJO HUMANO 127

na aristotélica, haciendo referencia al pasaje de la Metafísica citado más arriba.


Sin embargo, algunas precisiones tomasianas permiten dejar claro que lo que está
exento de la moralidad no es el acto sino solo el aspecto (o la dimensión) técnico
del mismo, que debe ser completado con el correspondiente juicio moral. Santo
Tomás considera una injerencia radical de la moralidad en todo acto humano, ya
sea agere o facere. Clasifica los actos en humanos, morales, voluntarios y del
hombre. Lo que en Aristóteles solo sería aplicable a la práxis, en Santo Tomás rige
para todo acto humano.
Santo Tomás también divide el acto interior y el exterior. Para él, el acto in-
terior es forma del exterior. La moralidad persiste en la ejecución del acto exterior
por la unión de la voluntad a lo que se está haciendo, como la forma se une a la
materia, al punto de que el acto interior de la voluntad y el exterior forman un solo
acto. El acto exterior es moral porque es voluntario, dice el Aquinate, por más que
sea eventualmente productivo, agregamos nosotros.
Esta unión del acto interior y el exterior implica la existencia de una dimen-
sión interior de todo acto exterior, también del acto productivo. Práxis y póiesis,
agere y facere no son actos distintos sino dimensiones distintas y no separables de
un mismo proceso humano. En efecto, el moralista Servais Pinckaers considera
los aspectos moral y técnico como dimensiones del acto humano10. Afirma que
se puede discernir una dimensión técnica en el acto exterior, pero esta, debe ser
integrada en una nueva dimensión que le viene de su relación con el hombre que
lo realiza y el hombre al que se dirige, la considerada por la moral. El amor que
impregna todo acto humano dice siempre relación a una persona. Para Tomás de
Aquino, el amor, acto principal de la voluntad, tiene siempre como objeto, también
primero y principal, a una persona. Queremos siempre algo para alguien, aunque
sea para nosotros mismos. Por ello, el amor es el principio de toda acción moral,
sea buena o mala. En todo acto el agente busca la perfección de una persona, sea de
un tercero, sea la propia. Además hay que considerar, como dice Pinckaers, que la
acción humana es el acto de un hombre que se perfecciona o no, y para el hombre,
incidiendo en su moralidad11. Si se marginaran estas reflexiones estaríamos en el
caso, inexistente en la realidad, de un acto técnico que sea moralmente indiferente.
El plano de lo concreto, del acto real, es esencialmente voluntario y, por tan-
to, moral. Por esto, no se puede juzgar sobre lo conveniente en cualquier asunto

10.  Cfr. Servais Pinckaers, Ce qu´on ne peut jamais faire, Cerf, París pp. 86 y 108.
11.  Cfr. sobre este planteamiento, además de la obra ya citada,Servais Pinckaers, Le renouveau
de la moral, Casterman, París, 1964; y Joseph de Finance, «L’acte moral et le sujet», Sapientia, 100-
102, 1971, 411-422.
128 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

humano solamente con la técnica. En un contexto como el tomista en que no se


concebía la exagerada desvinculación actual entre los saberes esto estaba muy
claro. También hay que tener en cuenta que dicho contexto, al igual que el de
Aristóteles, que no era el del presente avance tecnológico, no sugería ni requería
especiales atenciones a este tema. Hoy, en cambio, es necesario insistir en que el
mismo acto que involucra la técnica es también acto moral, y aunque en algunos
casos no haya nada que deliberar –porque los medios están determinados o se trata
de detalles insignificantes– ese acto es humano y perfectivo del hombre. En 1976,
el entonces cardenal Karol Wojtyla decía:

Existe una afirmación de Santo Tomás según la cual sostiene que el hombre
en su obrar orientado a la dimensión transeúnte se hace bueno solo secundum quid:
como trabajador, médico, ingeniero, orador, escritor, etc. Sin embargo, ninguna de
estas cualidades consideradas en la dimensión inmanente del acto, hace en principio
al hombre como tal bueno o malo simpliciter; es el carácter ético, es decir, el valor
o disvalor moral, el que constituye el bien o el mal objetivo del sujeto agente y hace
al hombre bueno o malo en cuanto hombre […] En las acciones del hombre que tie-
nen un carácter transeúnte, es imprescindible buscar resueltamente aquello que hace
bueno al hombre como tal12.

Aparte de pensar lo moral y lo técnico como «momentos» del acto, Rafael


Alvira sugiere también:

… en todo tipo de actividad, en cualquiera de las tres señaladas [contempla-


ción, praxis moral, arte o técnica], se ven implicadas las otras dos. Mientras vivimos
en este mundo, no podemos contemplar sin el apoyo previo en la acción moral y sin
el uso de una técnica previa del intelecto que nos lleve «a las puertas» de esa con-
templación. Y toda acción moral implica una contemplación previa y un hacer […].
Todo hacer, todo producir implican a su vez contemplación y presupuesto moral13.

Mauricio Beuchot señala, en el mismo sentido:

Según Santo Tomás, en el agere y el facere se reúnen otra díada de acciones,


a saber, la acción inmanente y la acción transeúnte o transitiva. En ambos casos,
de la prudencia moral y del arte o técnica, de la conducta y del trabajo, la raíz y la

12.  «Teoria e prassi: un tema umano e cristiano», en Atti del Congreso Internazionali Teoria-
prassi, Genova-Barcellona, 1976, Ed. Dominicane, Napoli, 1979, vol. 1, pp. 36-37.
13.  Rafael Alvira, Reivindicación de la voluntad, EUNSA, Pamplona, 1988, p. 109. Cfr. también
pp. 60, 120-121, 161, 188-189.
EL TRABAJO HUMANO 129

fuente es la acción inmanente; pero la culminación se debe a la acción transitiva o


transeúnte, a la que pone a la obra u objeto del trabajo como un producto fuera de sus
causas. Esto nos muestra la estrecha dependencia que tiene el trabajo con respecto a
la moral, como algo que se ejerce en sociedad14.

La presencia en Tomás de Aquino de un concepto acabado de la voluntad


como apetito racional, que interviene en todas las acciones amando el bien, condu-
ce a la afirmación de la relevancia moral de todo acto humano, sea este inmanente
o transitivo. También Wojtyla ve en la autodeterminación de la voluntad la fuente
de la unidad en la acción de su exterioridad e interioridad15. Consiguientemen-
te, el acto productivo y su obra deben adecuarse a la condición perfectible de la
naturaleza humana. En la cultura y sus formas, entre las que se encuentran las
actividades económica, técnica y artística y sus resultados, no se puede prescindir,
como exigencia íntima de estas, del aspecto moral, sin afectarlas esencialmente.
La aplicación de lo propio de la dimensión técnica al acto productivo ha contribui-
do al destierro de la moralidad del campo de este último. Esta interpretación po-
dría encontrar cierto apoyo en algunas afirmaciones aristotélicas y sus citaciones
tomasianas. Sin embargo, un repaso atento de la doctrina aristotélico-tomista nos
ha permitido alcanzar sus notas verdaderas. Nos podemos preguntar ahora, ¿cuál
de estas dimensiones tiene prioridad?

3. Integración de racionalidades y prioridad de la razón práctica

La respuesta es clara: Aristóteles otorga prioridad a la dimensión práctica,


pues es el fin de la acción no solo su objetivo; es causa de la acción tanto práctica
como técnica. La causa eficiente no actúa sin el influjo previo de la causa final
(los fines): no hay elección de medios sin fin querido. Cito la Ética Nicomaquea
intercalando alguna aclaración entre corchetes:

El principio de la acción –aquello de donde parte el movimiento, no el fin que


persigue– es la elección, y el de la elección el deseo y la elección orientada a un
fin [la elección es causa eficiente y el fin causa final]. Por eso ni sin entendimiento

14.  «La filosofía del trabajo en Santo Tomás», en Atti del III Congresso Internazionale della
S.I.T.A.. Etica e società contemporanea, III, Pontificia Accademia di S. Tomasso, Serie «Studi Tomisti-
ci», 50, Libreria Editrice Vaticana, 1992, p. 66. Leonardo Polo señala las relaciones estrechas del agere
y el facere como integrantes de la acción humana en ¿Quién es el hombre? Un espíritu en el tiempo,
Rialp, Madrid, 1998, p. 101.
15.  Persona y acción, BAC, Madrid, 1982, p. 175.
130 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

y reflexión, ni sin disposición moral hay elección [no hay acto humano al margen
de la moral]. La reflexión de por sí no pone nada en movimiento, sino la elección
orientada a un fin y práctica [sin causa final no actúa la eficiente]; ésta, en efecto,
gobierna incluso al entendimiento creador [poietikês: técnico], porque todo el que
hace [poieî: produce] una cosa, la hace con vistas a algo, y la cosa hecha no es fin
absolutamente hablando (si bien es un fin relativo y de algo), sino la acción misma,
porque es el hacer bien [eupraxía] las cosas lo que es fin, y eso es el objeto del deseo
(1139a 30 a 1139b 4).

Como señalaba antes, para el griego, el logos (entendido como eidético, como
pensamiento, no calculativo), la physis (naturaleza, realidad), la práxis (obrar) y
la techne (hacer, técnica) estaban perfectamente coordinados, entrelazados, por su
orientación al fin o telos. El telos es fin, pero está al principio. Cuando el pensar se
escinde de la naturaleza, se autoimponen otros teloi (si es que se pueden seguir lla-
mando así) y se pierde el orden: el pensamiento o logos se vuelve exclusivamente
calculativo y reduce todo a cálculo, al que somete a la physis (la naturaleza tanto
física como humana). La práxis, la actividad del logos que podría haber orientado
al telos de la physis, desaparece. De hombres pasamos a ser máquinas e impone-
mos un orden arbitrario a la naturaleza. Obviamente, entonces aparece el proble-
ma ecológico. Como bien señala Agazzi: «… una actividad técnica que ignorara
esta dimensión [la práctica] y que por tanto restringiese el horizonte propio al de la
pura eficacia, olvidando el horizonte del deber, se transformaría automáticamente
en una actividad sub-humana»16.
En síntesis, sin fines no hay acción. Los fines son del agente (y por tanto, in-
trínsecos), aunque el objetivo del fin sea habitualmente externo. Por eso, todo acto
humano es ante todo práctico. Una consideración de cualquier tipo de acción que
se limite al modo de adecuar medios a fines es puramente analítica, no mueve a la
acción. El comienzo de la acción se da una vez justificado y determinado el fin. Es
entonces cuando se comienzan a poner medios para alcanzar ese fin.
Una postura agnóstica respecto a los fines conduce entonces a una reducción
de la teoría de la acción a sus aspectos técnicos. Pero esta operación implica la
anulación misma de la acción (lo que es por cierto imposible) pues no hay eficien-
cia sin fin. Es analíticamente posible como estudio teórico de una acción pasada
o supuesta. Pero es solo una parte, secundaria e instrumental, de una teoría de la
acción que pretenda tener algún influjo real. Como hay que actuar, el hombre ag-

16.  Evandro Agazzi, «Per una riconduzione della razionalità tecnologica entro l’ambito della
razionalità pratica», en Sergio Galvan (a cura di), Forme di racionalita pratica, Franco Angeli, Milán,
1992, pp. 17-39; p. 36.
EL TRABAJO HUMANO 131

nóstico que no puede razonar sobre el fin, simplemente lo determina con alguna
otra potencia y reduce la razón a un rol mediático. Lo expresa paradigmáticamente
Bertrand Russell: «La “razón” tiene un significado perfectamente claro y preciso.
Significa la elección de los medios correctos para alcanzar un fin deseado. No
tiene nada que ver con la elección de los fines»17.
Una consideración de la acción que se limite al estudio de la adaptación de
medios a fines es una consideración de una acción inexistente, truncada. Los me-
dios y los fines interactúan y se determinan mutuamente. El aspecto técnico y el
práctico se complementan y requieren mutuamente, teniendo prioridad el último
sobre el primero. Por otra parte, a pesar de que he citado intérpretes recientes de
Aristóteles y Tomás de Aquino, esto no es una novedad. Esta comprensión de la
acción humana con sus dos dimensiones inescindibles ayudará a una reconsidera-
ción del trabajo.

4. El trabajo como acción humana

Entender el trabajo como un acto humano personal tiene consecuencias bien


profundas. Las expondré en un orden que no significa una prioridad de importan-
cia. Primero, en tanto que acción humana, el trabajo debe ser perfectivo de quien
lo realiza. Señala Wojtyla:

Según mi opinión, fundada en Santo Tomás de Aquino, el obrar humano, es de-


cir el acto, es al mismo tiempo «transitivo» (transiens) y «no transitivo» (non tran­
siens). Es transitivo en cuanto que va «más allá» del sujeto buscando una expresión o
un efecto en el mundo externo y así se objetiviza en algún producto. Es no transitivo
en la medida en que «permanece en el sujeto», determina su calidad y valor, y es-
tablece su «fieri» esencialmente humano. Por consiguiente, el hombre, obrando, no
solo cumple una acción, sino que de algún modo se realiza y hace a sí mismo18.

Somos conscientes de la necesidad natural y psicológica que tiene el hombre


de trabajar, de sentirse útil. El hombre necesita sentir que sirve, que hace algo
valioso, que impacta, así se autorealiza. Es algo que ha señalado enfáticamente
la corriente de la psicología positiva. Este aspecto subjetivo es el más estable. El
aspecto objetivo, en cambio, es contingente y variable. Desde este punto de vista

17.  En Human society in ethics and politics, George Allen & Unwin, Londres, 1954, p. 8.
18.  Karol Wojtyla, «Il problema del costituirse della cultura attraverso la “praxis” umana», Ri­
vista di Filosofia Neoscolastica, LXIX, 1977, 516.
132 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

subjetivo, no importa tanto qué haga sino cómo lo haga. Este aspecto es el que
le confiere dignidad al trabajo, que por ello no es una mercancía, commodity o
elemento impersonal.
En segundo lugar, a través de este obrar, sigue Wojtyla, el hombre hace más
humana la realidad externa, constituye la cultura. Para ello es necesario revelar la
profunda relación del acto humano con la verdad, el bien y la belleza:
Esta [relación], continúa, no proviene de afuera del trabajo, o del obrar huma-
no. Sí, este obrar también tiene aquel doble carácter: transitivo y no transitivo. Aún
más, podemos afirmar que aquello que el obrar humano tiene de transitivo, que se
expresa como resultado, obra o producto, no es más que un resultado de lo que es
intransitivo, por una comunión desinteresada del hombre con la verdad, el bien o la
belleza19.

No se trata de un resultado sin más, de un producto que arroja, sino que está
cargado de interioridad, aunque salga en serie. Cuando no es así, se trata de un tra-
bajo deshumanizado que no es verdadero trabajo humano. Ya se ve cómo el pen-
samiento de Wojtyla está presente en la Encíclica Laborem Exercens, su distinción
entre dimensión subjetiva y objetiva del trabajo y la afirmación de la prioridad de
la primera sobre la segunda (nn. 5 y 6).
Una tercera consecuencia es el carácter ético del trabajo. El agere y el facere
están entrelazados; por tanto, es imposible ser un buen trabajador si no se es ético.
Es el momento de repetir el pasaje de Juan Pablo II citado en el capítulo I:
Las causas morales de la prosperidad son bien conocidas a lo largo de la histo-
ria. Ellas residen en una constelación de virtudes: laboriosidad, competencia, orden,
honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio, cumplimiento de la
palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho. Ningún sistema o
estructura social puede resolver, como por arte de magia, el problema de la pobreza
al margen de estas virtudes; a la larga, tanto el diseño como el funcionamiento de las
instituciones reflejan estos hábitos de los sujetos humanos, que se adquieren esen-
cialmente en el proceso educativo y conforman una auténtica cultura laboral.

Este aspecto ético no solo incluye al propio trabajo a través de esas virtudes
–honestidad, competencia, esfuerzo por trabajar bien en cuanto a la dimensión
objetiva–, sino también el equilibrio con el resto de obligaciones de la persona
–e. g., familiares, sociales, personales (salud, descanso)–. Supone equilibrio, un
balance adecuado.

19.  Ibíd., 521.


EL TRABAJO HUMANO 133

Quisiera agregar otras consecuencias bien agudas que extrae Leonardo Polo
de este carácter personal del trabajo humano. La persona es un ser que aporta,
que es capaz de dar más de sí, de innovar. Si emprende es por ser persona, por ver
en ello un modo de aportar, más allá de los beneficios que obtuviera del aporte.
Esta característica se relaciona con las anteriores pues «está en la naturaleza del
hombre que al aportar, al perfeccionar lo que le rodea a través de su trabajo, se
perfecciona a sí mismo»20. Esta característica mira a su entorno social. No hay
trabajo fuera de la sociedad.
La consideración prioritaria del aspecto subjetivo del trabajo no está reñida,
al contrario, con su efectividad. La reciente literatura del management tiende a
enfatizar las «sinergias» entre creatividad, carácter emprendedor, satisfacción del
trabajador y productividad. No se trata de una ecuación matemática exacta. Pero
sí de una experiencia largamente constatada. Ahora bien, aunque sea cierto que ser
ético es rentable (aunque no siempre ni necesariamente), si se es ético con el fin de
la rentabilidad se deja de ser ético21.
También se pueden valorar positivamente las propuestas de participación de
los trabajadores en la propiedad, la gestión y los resultados del trabajo, a través,
por ejemplo, de participaciones accionarias, composición de equipos directivos
a todos los niveles y «achatamiento» de las pirámides de mando, y el reparto de
beneficios a través de los llamados bonus. Sin embargo, en cuanto a este tipo de
«recompensas» por productividad se requiere cautela para no «bastardear» las
motivaciones trascendentes o intrínsecas poniéndoles un precio. Hay una litera-
tura interesante acerca del efecto «crowding-out» o corrosión de la motivación.
Bruno Frey lo explica diciendo que a la persona intrínsecamente motivada se le
niega la oportunidad de desplegar su propio interés y participación en una acti-
vidad si alguien le ofrece una recompensa22. Se trata de una aplicación de la ley
de Gresham, según la cual «la mala moneda desplaza a la buena moneda». El día
que a la directora del colegio se le ocurrió ofrecer una rebaja en la cuota escolar a
los que siempre llegaran temprano comenzaron a llegar más alumnos tarde, pues
se le puso un precio a algo que no lo tiene y los padres, entonces, ya no estaban
motivados para llegar a tiempo.

20.  Leonardo Polo, «El hombre en la empresa: trabajo y retribución», en Empresa y humanismo,
Cuadernos Extensión n. 1, Universidad de los Andes, Santiago de Chile, 1990, p. 31.
21.  Cfr. Gabriel Chalmeta, Ética social. Familia, profesión y ciudadanía, EUNSA, Pamplona,
2003, pp. 150-151. Solo el utilitarismo consideraría ético este planteamiento.
22.  En Not just for the money: an economic theory of personal motivation, Elgar, Cheltenhan,
1997, pp. 82-85.
134 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

El hombre tiene necesidad de trabajar, tanto por razones antropológicas como


las señaladas, como por razones más vitales, por sostenerse. Se podría pensar que
el sostenimiento se puede cubrir de otro modo. Pero el trabajo es el modo más
digno de la persona humana para sostenerse. El mejor modo de ayudar al hombre
a que se sostenga es dándole la formación o recursos necesarios para que pueda
trabajar y hacerlo por sus medios. Los planes de asistencia social, que a veces son
necesarios, deben ser lo más provisionales posible, pues van contra la dignidad de
la persona si perduran y devienen «asistencialistas». Ya Aristóteles en la Política
(VI, 5) afirmaba que se debía evitar lo que hacen los demagogos, distribuir dinero
a los pobres, sino procurar que tengan un pequeño terreno o lo necesario para co-
menzar un emprendimiento agrícola o comercial. Por eso, un objetivo de política
económica básico en orden al bien común es evitar el desempleo. Pero el trabajo
va más allá del sostenimiento: es el modo de realización más pleno del hombre.
Más que el resultado exterior o el salario en el trabajo importan la posibilidad de
alcanzar la plenitud del hombre que trabaja junto a su intrínseco impacto social.

5. Conclusión

El contenido de este capítulo se ha centrado en mostrar que, debido al ca-


rácter esencialmente personal, y por ende social, del trabajo, la economía actual,
al ocuparse del trabajo como factor de producción, soslaya en gran medida sus
aspectos más valiosos. Se ha tratado de mencionarlos junto a sus consecuencias.
Se ha dedicado un espacio mayor para mostrar que las dimensiones subjetiva-
inmanente-interior y objetiva-transitiva-exterior son eso, dimensiones, no actos
diversos y que, por tanto, no tiene sentido escindir la técnica y los negocios de la
ética y la atención a la eficiencia del fin de autorrealización en el trabajo. Estos
temas tienen lugar en una concepción de la economía política, planteada como
ciencia práctica.
X
El capital y la empresa

1. Sobre el capital

Comenzamos el capítulo anterior diciendo que ex nihilo nihil fit. Toda oferta
proviene de una elaboración basada en algo dado, distinguiendo en lo «dado» una
parte más bien pasiva, que llamamos habitualmente «naturaleza», y otra activa,
el hombre. El trabajo aplicado a la naturaleza genera la oferta. Ahora bien, el
hombre ha descubierto el modo de acumular la naturaleza elaborada de modo de
no tener que empezar siempre desde cero. Ha logrado conservar y poner a dispo-
sición de la producción una acumulación de trabajo sobre la naturaleza. Este es
el llamado «capital». Mediante el dinero, además, ha conseguido desprenderse
del carácter fijo de la naturaleza elaborada, generando un capital completamente
líquido. Faustino Ballvé define al capital del siguiente modo: «El capital consiste
en todos los medios materiales que el empresario emplea para mantener en curso
la producción, desde la tierra y los edificios, maquinaria y utilaje hasta el dinero
necesario para mantener el ciclo productivo»1.
De la afirmación del carácter activo del trabajo se desprende la conclusión de
su prioridad sobre el capital, que es también fundamentalmente trabajo acumula-
do. El trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras que el «capital»,
siendo el conjunto de los medios de producción, es solo un instrumento o la causa
instrumental (cfr. Laborem Exercens, n. 12). La fuente más importante de riqueza,
entonces, es el trabajo2. El capital es un instrumento del trabajo. No puede hacer

1.  Diez lecciones de economía, Víctor de Zavalía, Buenos Aires, 1960, p. 48. En economía se
entiende por capital el conjunto de bienes producidos que produce futuros bienes. No se trata de la natu-
raleza virgen, sino de los medios de producción generados por el trabajo a partir de aquella. El concepto
de riqueza es más amplio que el de capital, pues incluye todos los bienes económicos.
2.  Cfr. Ricardo Yepes y Javier Aranguren, Fundamentos de Antropología, EUNSA, Pamplona,
1999, p. 267. Esto no significa, como ya aclaré en el capítulo IX, que el salario determine el valor de
su producto. Incide en este a través de la oferta, al ser parte del costo.
136 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

nada por sí solo, especialmente, sin el concurso del empresario. La actividad del
empresario y de la empresa es también trabajo humano.
La naturaleza recibida es suficiente para cubrir nuestras necesidades en la
medida en que la trabajemos y distribuyamos inteligente y justamente. Albino Ba-
rrera muestra en su libro sobre los fundamentos morales de la acción económica,
que Dios quiere un estado de suficiencia material para el hombre, no de escasez.
Pero la actualización de este estado es tarea del hombre. La suficiencia material
provista por Dios es condicional a la acción económica, causa perfectiva secunda-
ria de esa suficiencia. De lo contrario, caemos en la escasez, que se convierte así
en posible ocasión de la virtud humana.
Ahora bien, esto significa a su vez que el capital está para que rinda; la ri-
queza también está para hacerla fructificar y que así crezca y circule, mediante la
aplicación del trabajo humano sobre ella. Esta actitud se ve facilitada cuando se
tiene la mentalidad de que uno no es propietario absoluto de su riqueza. En efecto,
por más que la haya ganado con su trabajo, la naturaleza ha sido originalmente
regalada, es un don, y la propia vida y el trabajo del que somos capaces también
son dones. Por eso, esterilizar o dilapidar la riqueza en consumos excesivamente
lujosos o de cualquier otro modo no corresponde a la naturaleza de las cosas y es
moralmente reprobable. Significa, de hecho, privar a otro del beneficio que podría
haber obtenido al trabajar para que esa riqueza produzca. La esterilización del ca-
pital o su uso inadecuado técnica y éticamente son la causa de la escasez. Por eso,
el problema económico no es la escasez sino, más bien, no caer en la escasez.

2. Sobre la empresa

El ámbito y la actividad moderna por la que se combinan trabajo humano y


capital para seguir generando riqueza es la empresa. Por eso, el empresario, que
frecuentemente es denostado bajo diversas acusaciones o sospechas (a veces con
fundamento), debería ser considerado, tal como añora Irving Kristol, como un
héroe3. Se refiere al empresario de las virtudes burguesas (probidad, diligencia,
ahorro, sinceridad, trato justo, confianza y respeto por sí mismo). El empresario

3.  Cfr. «Ética y empresa», Estudios Públicos, 4-5, 1981, 42-52. Así lo considera también Juan Pa-
blo II en su ya citado discurso a la CEPALC de 1987 (http://humanitas.cl/biblioteca/articulos/d0174/):
«El desafío de la miseria es de tal magnitud que, para superarlo hay que recurrir a fondo al dinamismo
y a la creatividad de la empresa privada, a toda su potencial eficacia, a su capacidad de asignación
eficiente de los recursos y a la plenitud de sus energías renovadoras».
EL CAPITAL Y LA EMPRESA 137

está llamado a ser el hombre emprendedor que con inteligencia, profesionalidad,


perspicacia, libertad y asumiendo riesgos, sabe combinar la naturaleza, el capital
y el trabajo humano para producir la riqueza que todos necesitamos. Así genera
lo que en la literatura de la dirección de empresas se denomina «valor económico
añadido (VEA)». Esta combinación, como decía más arriba, también es trabajo.
Por eso, la empresa es fundamentalmente trabajo, con todas las notas desarro-
lladas en el capítulo previo. Afirma Miguel Alfonso Martínez Echeverría: «Si el
trabajo es lo esencial de la empresa, lo que le permite alcanzar su objetivo, enton-
ces es acción humana en plenitud, integración de naturaleza, diseño, relación e
intención. Algo complejo de realizar»4.
¿Cuál es el fin de la empresa? Cruz Prados lo expresa de este modo: «… pro-
porcionar a la polis un bien que contribuya a perfeccionar la vida en común que
tiene lugar en ella»5. Si el beneficio o ganancia individual fuera el fin, al margen del
bien común, se estaría instrumentalizando a la sociedad que adquiere el producto
para alcanzarlo. La empresa que crea verdadera riqueza, la riqueza que aporta el
sello del trabajo personal, va más allá del beneficio.
Cuando se habla de empresario se puede distinguir al que, siendo dueño del
capital, emprende el negocio, y al directivo empresarial que no es dueño, aunque
tiende a serlo, al menos parcialmente. En realidad, como señala agudamente Alejo
Sison, «es un error pensar que los accionistas son “dueños” de la empresa cuando
solo son titulares de acciones»6. Cuando a accionistas, directivos, empleados y de-
más personas sin las que la empresa no podría funcionar, los mueve el fin común
al que están llamados, es decir, la generación de riqueza entre todos para todos,
no se plantean los llamados «problemas de agencia» que se dedica a resolver la
economía. El problema de agencia aplicado a la empresa se puede expresar de este
modo: yo, dueño de la empresa, ¿cómo controlo al directivo para que maximice
mi beneficio, no su sueldo u otras ventajas que pueda obtener? Se comprenderá
que este conflicto surge en el ámbito de la llamada por Aristóteles crematística
ilimitada. Pero en el esquema planteado aquí, el beneficio, como el salario, es una
condición, no el fin. Por eso, otro fin de la empresa es la convivencia armónica de
sus miembros: dueño, directivo y resto de los trabajadores en favor de un objetivo
común. Peter Drucker ya percibió en The future of industrial man de 1942 que la

4.  Repensar el trabajo, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 2004, p. 136.


5.  Filosofía y política, EUNSA, Pamplona, 2009, p. 117.
6.  En «De la organización del estado al gobierno corporativo: una lectura actual de Aristóteles»,
en Agustín García Enciso (ed.), Más allá de la división del trabajo, EUNSA, Pamplona, 2007, pp.
201-221; p. 205.
138 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

empresa es una «institución política», una «entidad social». Entonces, la consti-


tución de la misma comunidad de personas que la integran es también fin de la
empresa. Cito nuevamente a Cruz Prados:

Para que el trabajo en la empresa sea verdaderamente humano y humanizador,


es necesario que la empresa constituya un empeño compartido con vistas a un obje-
tivo común; y para que esto sea posible, es preciso, a su vez, que este objetivo sea
entendido corporativamente como la particular aportación y responsabilidad de la
empresa de cara al bien común político7.

Sin duda, las formas participativas de la gestión, de los frutos y de la pro-


piedad mencionadas en el capítulo anterior ayudan a fortalecer esta unidad. De
todos modos, la fuente de esta unidad no es solo el objetivo común. La realiza-
ción de un trabajo en común es un fin en sí mismo más allá de su resultado. A su
vez, allí radica la originalidad, el valor de la riqueza –el resultado– que genera.
Señala Martínez Echeverría «La potencia de acción o capacidad de trabajo de una
empresa reside en las personas, y en el modo en que se integran para formar una
comunidad»8.
Estos tres elementos, el fin de ofrecer un bien útil a la comunidad, el de la
constitución de la comunidad empresarial misma y los salarios y beneficios como
condición de lo anterior están expresados sintéticamente en el siguiente pasaje de
la Encíclica Centesimus Annus de Juan Pablo II:

La finalidad de la empresa no es simplemente la producción de beneficios, sino


más bien la existencia misma de la empresa como comunidad de hombres que, de
diversas maneras, buscan la satisfacción de sus necesidades fundamentales y cons-
tituyen un grupo particular al servicio de la sociedad entera. Los beneficios son un
elemento regulador de la vida de la empresa, pero no el único; junto a ellos hay que
considerar otros factores humanos y morales que, a largo plazo, son por lo menos
igualmente esenciales para la vida de la empresa9.

A veces se ha distinguido una misión externa –brindar el producto o servicio–


e interna –la consolidación de la misma comunidad empresarial– de la empresa.
En realidad, están unidas y condicionados entre sí. En la medida y proporción que
realice la misión interna la empresa estará en condiciones eficaces para ejecutar
la externa. En este marco, surge con claridad la vinculación de la empresa y su di-

7.  Filosofía y política, p. 119.


8.  Repensar el trabajo, cit., p. 143.
9.  Juan Pablo II, Centesimus Annus, n. 35.
EL CAPITAL Y LA EMPRESA 139

rección con la tarea política, entendida en sentido clásico10. La política aristotélica


se propone el estudio de las condiciones, fines y hábitos necesarios para la vida
del hombre en su ámbito perfectivo por excelencia, la sociedad. Asimismo es un
estudio de la tarea directiva o política en dicho marco. Por eso, se puede intentar
una analogía entre la polis aristotélica y la empresa11.
En consonancia con todo lo dicho, Robert Solomon concibe a la empresa
como una ciudad en sentido aristotélico, una comunidad de fines compartidos12.
En este contexto, saber dirigir es saber sintetizar o integrar acertadamente una
pluralidad de fines y datos. Es una tarea que ha de estar orientada a la búsqueda de
la verdad sobre los fines –objetivos de la empresa y subjetivos de sus miembros–.
No se trata de una mera compatibilización o alineación de fines, sino del descubri-
miento y fomento dialógico de coincidencias.
El directivo (que puede ser cualquier miembro de la empresa en cuanto ejer-
za un mínimo de dirección en su tarea) integra datos de lo más variados: aspectos
técnicos, psicológicos, sociológicos y éticos. Toma y fomenta decisiones, realiza
e impulsa acciones, en el marco de esta visión integradora, o síntesis interdisci-
plinar. Se trata de acciones prácticas –praxeis–, como ha denominado la filosofía
clásica este tipo de conductas comprehensivas. Precisamente, los negocios como
práctica es la idea central de Solomon.
El conocimiento acerca de las prácticas es ciencia o filosofía práctica. Este co-
nocimiento orienta e ilustra, y de este modo fomenta y ayuda a compartir, el hábito
humano que proviene de la buena práxis y la facilita: la prudencia o sabiduría prác-
tica. En efecto, la prudencia tiene una tarea sintetizadora que culmina en la acción,
que es siempre una integración. En esta misma línea, Carlos Llano sostiene que un
enfoque directivo o prudencial es el que puede sintetizar las posibles tensiones entre
los principios y las consecuencias de las acciones13. La racionalidad de la tarea direc-
tiva es una racionalidad práctica que usa los instrumentos técnicos y estima su vali-
dez y aplicabilidad prudencialmente, teniendo en cuenta las circunstancias cultura-
les, históricas, pero sobre todo las personalidades de quienes componen la empresa.

10.  Son ejemplo de este interés en los clásicos la obra de Tom Morris, If Aristotle ran General
Motors (H. Holt & Co., New York, 1997), los enfoques aristotélicos de Robert C. Solomon, Oliver F.
Williams y Patrick E. Murphy, y Sherwin Klein con su perspectiva platónica. Con Ludovico Videla
hemos compilado varios trabajos con estas características en Ética de los negocios, Educa, Buenos
Aires, 2004.
11.  Como hace Alejo Sison en «De la organización del estado al gobierno corporativo: una lectura
actual de Aristóteles», cit.
12.  Cfr. Ethics and excellence. Cooperation and integrity in business, Oxford University Press,
1992, capítulos 11, 14 y 16.
13.  Dilemas éticos de la empresa contemporánea, FCE, México, 1997, pp. 287-289.
140 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

Vistas las características de las ciencias prácticas, particularmente sus pecu-


liaridades metódicas, parece que el método del caso resulta especialmente adecua-
do para su transmisión. Por una parte, el mismo profesor aprende al enriquecerse
con la visión de los alumnos. Por otra, los alumnos desarrollan la capacidad de
decisión prudente o sintetizadora, adquiriendo una experiencia hipotética antici-
pada. La intervención de cuestiones morales es patente pues aun en los casos más
técnicos –piénsese en finanzas o producción, por ejemplo– se analiza la acción
a seguir, las técnicas en su uso, y, como dijimos, la acción humana siempre es
moral. Probablemente lo más importante en los casos sea la descripción realista
del carácter peculiar de las personas envueltas en el problema. No se ha de olvidar
que los negocios son relaciones entre personas, no de personas con objetos. Esta
valoración del método del caso no excluye la conveniencia de dictar algunas cla-
ses teóricas y de prescribir algunas lecturas, a fin de transmitir conocimientos más
avanzados a los de la moral natural «precientífica», que aflora en los casos.

3. Ética de los negocios

Al hablar de ciencia práctica nos referimos a un conocimiento sobre un objeto


con claras connotaciones éticas. En efecto, la tarea directiva es ética en cuanto ac-
ción humana y en cuanto directiva. Por eso, la ética de los negocios, estrictamente
hablando, no existe como disciplina. Lo que existe es la ciencia ética y la virtud
de la prudencia, que aplica los principios éticos a la acción concreta del hombre
singular en la empresa. La empresa y el hombre de empresa son ámbitos de acción
y sin las virtudes, los mejores principios y valores no pasan a la acción.
Como toda realidad dinámica, el hombre tiene un modo de actuar adecuado a
su propia naturaleza. El buen uso de cualquier artefacto sigue reglas. Ese «manual
de funcionamiento» del hombre, que es la ética, explica que sin virtudes funciona
mal. Es, utilizando una expresión aristotélica ya clásica, la recta ratio agilibilium o
la forma apropiada de obrar. Cualquier hombre puede actuar correctamente en una
situación extraordinaria si lo hace habitualmente en su vida corriente. Es decir, si tie-
ne virtudes. El hombre virtuoso conoce los principios y es capaz de actuar conforme
a estos. Lo mejor para el hombre de empresa no es consultar con un experto en ética
de los negocios, sino con su propia conciencia basada en la vivencia de sus princi-
pios: él sabe cómo actuar porque, como dice Aristóteles en la Ética Nicomaquea
acerca de los hombres prudentes, «cada uno juzga bien aquello que conoce» (I, 3).
Este buen comportamiento crea un verdadero clima ético en la empresa. En
efecto, cuando Aristóteles se pregunta en la Ética Nicomaquea cómo se han de
EL CAPITAL Y LA EMPRESA 141

infundir las virtudes en los discípulos dice que hay dos medios: la ley y la educa-
ción (X, 9). Por eso, los factores que configuran una empresa ética son las normas
vividas en la empresa sumadas a la ejemplaridad educativa de los líderes.
La experiencia es clave en el ámbito de una ciencia práctica como la direc-
ción de empresas. ¿Qué nos enseña? Aún están muy vivos casos como Enron o
Arthur Andersen. Sus ejecutivos habían hecho cursos de ética empresarial; las
empresas tenían códigos de ética y quizás, también, planes de responsabilidad
social corporativa. Obviamente, algo está fallando y hay que corregirlo. Se alaba
la capacidad de reacción de los norteamericanos que endurecieron la legislación.
Pero aún después apareció Maddox. Está bien regular, pero es solo una parte de
la solución. La ley debe ser vivida y requiere también la educación para forjar
virtudes reales que promuevan acciones coherentes. Si falta esta segunda parte,
se profundiza en el sabio refrán «hecha la ley, hecha la trampa». Será más difícil
engañar, pero se seguirá haciendo. Es como pretender curar una infección pres-
cribiendo un antipirético: bajará la fiebre, pero la bacteria seguirá actuando y se
hará sentir con mayor virulencia. De poco sirven los cursos, códigos y leyes si no
llevan a actuar en consecuencia. «No investigamos para saber qué es la virtud,
sino para ser buenos», decía Aristóteles (Ética Nicomaquea II, 2). La coherencia
es especialmente importante en los directivos. Un liderazgo sin ética hace peligrar
a toda la empresa.
Pero ¿qué pasó en los cursos de ética? Ocurrieron, al menos, dos cosas. Pri-
mero, que la ética se enseña solamente en el curso de ética, mientras que en el res-
to de las materias se enseña implícitamente lo contrario. Entonces, la ética queda
de facto descalificada. Para que la enseñanza de la ética sea efectiva hace falta que
el claustro entero de profesores la enseñe y la viva. Segundo, cuando se enseña la
ética, porque «ser ético rinde» o como adaptación a la legislación o para evitar una
caída de la reputación que lleva a otra en las ventas, se enseña una ética que no es
en sí misma ética. Los cursos de ética utilitaristas solo tienen de ética el nombre.
Se advierte rápidamente. Los verdaderos cursos de ética son los que, sin descuidar
los aspectos legales y normativos, ponen el énfasis en la formación del carácter y
el desarrollo de las virtudes, especialmente en los directivos. Pero, como decía un
viejo profesor de la Harvard School of Businnes, los que asisten a los cursos de
ética (voluntarios u optativos) son los que no los necesitan (y viceversa).
Por eso, la ética de los negocios no es un conjunto de principios minimalistas
para calmar la conciencia o evitar las acciones legales contrarias, ni un complejo
cálculo de las consecuencias de las acciones. La verdadera ética de los negocios
es el desarrollo de las virtudes personales –que siempre son sociales, puesto que
el hombre es político–. Esto último es clave porque estrictamente la ética no es
142 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

individual sino comunitaria. El hombre es sujeto moral en cuanto miembro de una


comunidad. Por eso, una visión individualista de la economía y la empresa (las
contractualistas) no favorece su carácter ético14.
Obviamente, esto no se consigue de un día para el otro. La razón recta res-
pecto a la acción, que es el bien, es una razón correcta, es decir, que se corrige.
Supone apertura a la autocorrección y a la corrección de los demás; el presupuesto
de las virtudes es la humildad, saber que tenemos mucho que mejorar, para decirlo
positivamente. Esto parece muy realista. La experiencia de la vida enseña, y uno
va creciendo, si la capitaliza –o cayendo, si la desoye– en altura moral. Como,
nuevamente, el hombre es animal político, este proceso se facilita en un entorno
de virtudes y colabora en su consolidación. De allí que se requiera más fortaleza
en los ambientes culturales moralmente insanos. Hace falta mucha virtud para no
adaptarse pragmáticamente al ambiente. Sócrates fue consecuente hasta la muerte
con su máxima de que es peor padecer la injusticia que cometerla. Ahora bien, su
heroicidad solamente fue posible gracias a su vida intachable practicada diaria-
mente. Nuestra vida moral es proporcional al grado de virtud que poseamos. Y
el progreso en la virtud puede ser indefinido. Por eso, lo crucial son las virtudes.
El hombre verdaderamente moral no trata solo de cubrir mínimos, sino de actuar
lo mejor posible. Así, siempre se comporta bien tanto en la empresa, como en la
familia y en los diversos ámbitos de su vida.
La virtud no se aprende en los libros sino en el ejercicio de los actos que la
forjan. Los libros solo pueden impulsar, animar, si el razonamiento es convincente
y está bien presentado, a intentarlo. «Tales razonamientos, dice Aristóteles, pa-
recen tener fuerza para exhortar y estimular a los jóvenes generosos, y para que
los que son de carácter noble y aman verdaderamente la bondad, puedan estar
poseídos de virtud» (Ética Nicomaquea X, 9). Por eso, si los razonamientos son
adecuados, esta enseñanza los ayudará.

4.  La responsabilidad social empresaria

La responsabilidad social empresaria (RSE) es una cuestión que, afortunada-


mente, ha adquirido gran relevancia hoy día. Con todo lo dicho hasta el momento,
su tratamiento no requerirá un gran desarrollo. El marco de este tema es la voca-
ción hacia el bien común que ha de abrazar toda persona e institución que forman

14.  Cfr. Alfredo Cruz Prados, op. cit., 2009.


EL CAPITAL Y LA EMPRESA 143

parte de la sociedad. En este contexto, el fin de la empresa –al igual que el de


cualquier individuo u organización intermedia– va más allá de la empresa misma.
Por ello, la RSE no es un añadido a los fines de la empresa, sino que, por su misma
naturaleza, el fin de la empresa es social e implica, por tanto, un compromiso con
el resto de la sociedad.
La doctrina filosófica del bien común –un bien que está en función del bien
de los individuos– lo concibe como superior al bien particular. En esta concepción
del bien común como fin de la sociedad no existen fines o bienes individuales,
desvinculados de aquel. Es decir, el fin de las personas o instituciones singulares
es el mismo bien común, que funciona como «regulador» del bien personal. Sin
referencia al bien común, no hay verdaderos bienes personales. Estos son una
parte indivisa del conjunto de todos los bienes que constituyen el fin de cualquier
persona u organización social. Ese conjunto de bienes comprende complementa-
riamente algunos dirigidos directamente al bien común y otros a un bien particular
o privado. Sin embargo, ese ente social no cumple con el bien común si no busca
ambos tipos de bienes. Unos y otros bienes dejan de ser bienes si faltan sus com-
plementarios: constituyen un fin completo del individuo o de la organización. No
pueden alcanzarse parcialmente, unos sí y otros no, porque en tal caso se estaría
trocando el fin15.
Por eso, hablar de RSE como un fin agregado a un fin individual de la empre-
sa –o subordinado a este– supone un planteamiento que, aunque es positivo, parte
de preámbulos deficientes. Como señala José Carlos Fernández Duarte: «… la em-
presa no debería colaborar con el bien común sino que forma parte del bien común,
y eso es lo que da razón de ser a su existencia»16. Quizás sería más claro, entonces,
hablar de responsabilidad de la empresa en la sociedad, no de RSE17. Desde la li-
bertad y las virtudes de una persona física o jurídica, no solo cumpliendo principios
mínimos que suelen limitarse a una función «asistencialista».
Sin embargo, convendría distinguir varios aspectos vinculados a la respon-
sabilidad de la empresa en la sociedad. El primero y primordial es que la empre-
sa realice bien su tarea principal: que fabrique o venda buenos productos y que
realice buenos servicios: «do well to do good», «hacer bien las cosas para hacer

15.  Sobre la doctrina filosófica del bien común, cfr., por ejemplo, Ángel Rodríguez Luño, Ética,
EUNSA, Pamplona, 1982, libro 2, capítulo IV.
16.  El bien común como finalidad de la empresa, Cuadernos Empresa y Humanismo, n. 110,
Instituto Empresa y Humanismo, Pamplona, 2009, p. 49.
17.  Como lo hacen Paladino y otros autores en Marcelo Paladino (ed.), La responsabilidad de la
empresa en la sociedad, Emecé, Buenos Aires, 2007.
144 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

el bien». Este aspecto incluye los criterios de eficiencia, creatividad, innovación


y previsión para dar lo mejor. Por otra parte, «el bien hacer» requiere honestidad
para distinguir lo necesario y lo superfluo, para dar un servicio que genere con-
fianza, y para retribuir adecuadamente a los llamados stakeholders. Lo que se
suele denominar «superfluo» (que no hay que confundir con lo superficial) no es
éticamente censurable. Lo censurable en lo superfluo es darle prioridad sobre lo
necesario y la falta de medida en su valoración.
El segundo aspecto es que la empresa sea «buena ciudadana»: que respete
las leyes, fomente relaciones justas, la participación, colabore en la creación de
un ambiente humano y ecológico sano, y divulgue con los hechos estos ideales.
La empresa aporta a la formación del llamado «capital social». Un crecimiento
equilibrado termina beneficiando a la misma empresa.
El tercer aspecto es el relacionado con su participación en la elevación de la co-
munidad en que trabaja. Se puede ver este trabajo como filantropía, pero es más que
ello. Pues es la participación razonable de un agente bien relevante en la solución de
los problemas de la sociedad en que trabaja. La orientación al bien común requiere
esta atención. Sin embargo, se debe tener en cuenta que este es solo uno de los as-
pectos de su responsabilidad en la sociedad, que las posibilidades de la empresa en
este sentido son limitadas y que lo ha de desarrollar sin descuidar los otros fines18.
En concreto, también en cuanto a la RSE, se ha de evitar un planteamiento
utilitarista. Sería un desacierto desarrollar este tipo de actividades para conseguir
simpatías o reconocimientos orientados a los beneficios. Se pondría el acento en
el mensaje con descuido del contenido. Es bueno dar a publicidad lo que se hace,
pues resulta ejemplar. Pero la intencionalidad no puede ser esta. El compromiso
ha de ser con la sociedad, no con los beneficios.

5. Conclusión

Los escaparates están repletos de libros de autoayuda y de management. Por


eso, este capítulo podría haber tenido muchas más páginas. Sin embargo, he pre-
ferido concentrarme en los temas que me parecen más importantes o en los que
pensaba que tenía algo interesante o distinto para decir, y ofrecer, generalmente en
las notas al pie, pasajes relevantes de los últimos documentos pontificios.

18.  Cfr. Domènec Melé, «Las relación empresa-sociedad como base para la responsabilidad de
la empresa en la sociedad», en Marcelo Paladino, La responsabilidad de la empresa en la sociedad,
cit., p. 167.
EL CAPITAL Y LA EMPRESA 145

En concreto, la clave que he procurado transmitir es que tanto la valoración


del uso del capital como de la función del empresario y la empresa debe hacerse
en el contexto de su servicio al bien común de la sociedad civil y de la comunidad
empresarial. Los beneficios y salarios quedan entonces limitados a una condición
de estas actividades. No pueden pretender metas maximizadoras, sino suficientes
y limitadas19. Este planteamiento es posible en una consideración de la economía
y de la disciplina de la dirección de empresas como ciencias prácticas.

19.  Es muy lúcida la enseñanza de la Encíclica Caritas in veritate de Benedicto XVI al respec-
to: «… el desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos
que sientan urgentemente en su conciencia la llamada al bien común. Se necesita tanto la preparación
profesional como la coherencia moral. Cuando predomina la absolutización de la técnica se produce
una confusión entre los fines y los medios, el empresario considera como único criterio de acción el
máximo beneficio en la producción; el político, la consolidación del poder; el científico, el resultado
de sus descubrimientos. Así, bajo esa red de relaciones económicas, financieras y políticas persisten
frecuentemente incomprensiones, malestar e injusticia; los flujos de conocimientos técnicos aumentan,
pero en beneficio de sus propietarios, mientras que la situación real de las poblaciones que viven bajo y
casi siempre al margen de estos flujos, permanece inalterada, sin posibilidades reales de emancipación.
(n. 71).
XI
Las crisis globales y la globalización

En este capítulo comenzaré ilustrando la cuestión de las crisis globales con


el análisis de una concreta, la de 2008, como un caso de estudio. Este análisis
me dará pie para poner en juego muchos de los conceptos explicados en capítu-
los previos. Continuaré el capítulo con una referencia a la globalización. Luego
de describir sus características postularé las condiciones para orientarla según la
perspectiva de todo el libro: poner la economía al servicio del bien del hombre.

1.  La crisis financiera global de 2008

Nada menos que la tradicional casa financiera Lehman Brothers quiebra en


septiembre de 2008. Poco después la siguen las compañías hipotecarias Fannie
Mae y Freddie Mac y la empresa de seguros AIG. Inmediatamente la crisis se ex-
pande a Europa y otros países, y afecta a la economía real. El hecho de que la crisis
de 2008 haya sido global nos sirve de introducción a la cuestión de la economía
internacional y la globalización.
Una crisis económica es un hecho inesperado con fuertes consecuencias para
la riqueza, para los hábitos y para los comportamientos de las naciones, de las
instituciones y del público en general. La crisis se aparta de la evolución «normal»
de los hechos previstos por la ciencia económica y exige nuevas explicaciones teó-
ricas. Sorprende a los agentes económicos (individuos, empresas y gobiernos) que
tratan de averiguar qué tipo de fenómeno están enfrentando, para poder decidir qué
acciones deben seguir. Las crisis conducen a revisiones de la teoría, de los planes y
de las expectativas. En fin, la crisis merece una explicación que aclare sus causas.
Este no es un asunto sencillo. Los fenómenos sociales no son fáciles de ana-
lizar dada su complejidad. Keynes, un experto en crisis económicas, advirtió fre-
cuentemente acerca del carácter reflexivo, complejo, variable, heterogéneo, dis-
148 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

creto, discontinuo e inconmensurable del material social en general y económico


en particular. Estos rasgos hacen que la explicación por las causas y la predicción
sean empresas bien difíciles en este ámbito. Por otra parte, cada crisis tiene sus
particularidades. No se puede hacer una teoría general de las crisis. Cualquier
análisis de la crisis financiera y económica global debe buscar todo un entramado
de causas. Propongo contemplar, al menos, cinco niveles de análisis causal, pro-
gresivamente más profundos pero complementarios: el técnico, el psicológico, el
moral, el histórico y el filosófico. Probablemente haya cabida para otras perspec-
tivas –por ejemplo, la cultural, la étnica, la sociológica–; pienso, sin embargo, que
estos cinco niveles ayudarán suficientemente a dilatar nuestra visión de la crisis.

a)  Nivel técnico

La mayor parte de las opiniones que se emitieron sobre la crisis se concentra-


ron en este campo, que es bien real, pero el más superficial. Una serie de técnicas
de evaluación financiera, contables, sistemas de retribución, fijación de tasas de
interés, etc. facilitan la evolución de la crisis y dificultan su detección. Los agentes,
cual caballos con anteojeras, avanzan casi inexorablemente hacia el precipicio, sin
una responsabilidad clara de la mayoría de ellos. Generan como círculos viciosos
crecientes que nadie, individual e intencionalmente, crea. Friedrich Hayek habla
de «órdenes espontáneos» que emergen casi automáticamente en las sociedades
en tanto que se disemine la información y la gente se adapte a las condiciones
señaladas por esta información.
Parafraseando a Hayek, podemos hablar de «desórdenes espontáneos» que
aparecen en las crisis. Los instrumentos financieros y de evaluación no contenían
los resortes técnicos para impedir la falla del mecanismo de autorregulación me-
diante el autointerés. Allan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, confesó
ante el Congreso el 23-X-2008: «… aquellos de nosotros que buscaron que el
auto-interés de las instituciones crediticias protegiera al accionista (especialmen-
te yo mismo) están en un estado de descreimiento choqueante… El paradigma
moderno del manejo de riesgo (risk management) prevaleció por décadas. Sin
embargo, el verano pasado colapsó el edificio intelectual entero».

b)  Nivel psicológico

Se hacen muchas referencias al clima optimista de las euforias y a los com-


portamientos de manada y pánicos frente al riesgo. Ambos exageran los movi-
LAS CRISIS GLOBALES Y LA GLOBALIZACIÓN 149

mientos conducentes a la crisis. La aversión al riesgo es un sentimiento fuerte que


acelera la caída. La crisis es una crisis de confianza, como bien señalaba Keynes
en el famoso capítulo XII de su Teoría general. Para él, la crisis no hubiera sido
algo nuevo y sorprendente. La psicología no solo acelera la crisis, sino que tam-
bién dificulta el superarla. Necesitamos recobrar la confianza y esto depende en
gran medida de lo que la gente percibe. Se requieren signos de confianza. Sin
embargo, la psicología no es la raíz última de la crisis. Las esperanzas o temores
artificiales no hubieran aparecido si algunos hechos no los hubieran motivado. Es
decir, debemos profundizar el análisis.

c)  Nivel moral

El presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, por ejemplo, mantuvo un dis-


curso moralista acerca de la crisis. Muhammad Yunus y Joseph Stiglitz también
enfatizaron el papel de la moral. Amartya Sen se refirió a un vacío moral y legal.
Se habló de fraude, de cortoplacismo, de la codicia. También hay que agregar
que en esta crisis hubo mucho de mediocridad, de trabajo mal hecho. Muchos se
habían dado cuenta de que algo no estaba del todo bien, pero no quisieron pararse
a reflexionar acerca de ello (los ganó la pereza, o la complicidad con intereses
egoístas o pragmáticos). Por el contrario, vimos que desde un punto de vista moral
se requiere un conjunto de virtudes para asegurar una economía próspera: laborio-
sidad, excelencia, frugalidad, ahorro, honestidad y espíritu de servicio.
Este es un punto relevante porque no podemos resolver los problemas mo-
rales con remedios técnicos. Por este motivo, las regulaciones buscadas solo para
controlar no son la solución: pueden ser incluso un refugio para los inescrupulosos.
Las regulaciones parecen ser una ayuda cuando también buscan forjar virtudes y
caracteres, que es lo que aparentemente está faltando. Hay algunos académicos,
incluso, que sostienen que la crisis se produjo no por la falta de intervención, sino
por la misma intervención del Estado en la economía. En esta misma línea, las vir-
tudes se forman más eficazmente mediante la educación, entendida en el sentido
griego de paideia, formación del carácter, en vez de por las regulaciones.

d)  Nivel histórico

En realidad, este nivel de análisis no es más profundo, sino concomitante


respecto al resto. El hombre vive en la historia. El tiempo humano o histórico es
150 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

distinto del mero sucederse del tiempo natural. En este nivel se podría encarar el
análisis de dos modos. Primero, haciendo un recuento de los hechos que fueron
conduciendo a la crisis: surgirán elementos técnicos, equivocaciones (meros erro-
res o fallas morales) de personas o instituciones concretas, reacciones psicológi-
cas más o menos masivas, hechos fortuitos. Sin duda, estos factores ayudarán a
entenderla.
Segundo, se pueden considerar los fenómenos de acortamiento o alargamien-
to de los tiempos que provocan las expectativas humanas. Después de la crisis,
muchos estudiosos se han preguntado por qué no se tomaron medidas antes. En
efecto, algunas voces habían alertado acerca de su proximidad y nadie hubiera
negado la necesidad de emprender las acciones que proponían. Sin embargo, no
hubo timing. Los antiguos griegos usaban el término kairos que significa tiempo
oportuno.
Además, la velocidad de la vida contemporánea, su «instantaneísmo», in-
duce al «corto-placismo», al olvido del pasado: estamos anclados en el presente.
Esta aceleración del tiempo va en contra de la calma y la serenidad, actitudes que
faltan durante las crisis.

e)  Nivel filosófico o metafísico

Se trata de la causa más profunda y relevante. Esta crisis puso de manifiesto


el sinsentido de depositar toda la confianza en los instrumentos técnicos. Hace
unos días, decía una economista que eligió esa carrera porque buscaba exactitud
en lo humano. Los alumnos de los másteres buscan que les enseñen herramientas.
Ya Platón en el Protágoras hablaba de la tendencia y ambición de reemplazar el
azar incierto por la previsión técnica. Pero esta empresa es parcial y, por tanto, no
es realista. Pensar que la racionalidad técnica (incluida la del mercado tal como es
concebido por la economía) es todo, es fascinante por lo sencillo y práctico, pero es
una simplificación. Lo único analizable solo técnicamente en lo humano es lo pura-
mente biológico –y hasta cierto punto, diría un buen médico clínico–. En el campo
humano son más importantes la racionalidad psicológica y la racionalidad moral.
El éxito y la exactitud de la técnica son atractivos y han empujado a las an-
tiguas ciencias morales –la ética, la política, la economía– a un desarrollo técnico
fantástico. Desde un punto de vista descriptivo o explicativo esto es insuficien-
te. Desde la perspectiva normativa, la racionalidad técnica (o instrumental) debe
servir a los fines de la racionalidad práctica que es la racionalidad incierta de las
acciones humanas reales.
LAS CRISIS GLOBALES Y LA GLOBALIZACIÓN 151

f)  Balance

Este conjunto de causas, especialmente la última, nos conduce a la necesi-


dad de repensar la lógica de la economía. Aparte de que pueda haber problemas
morales de tipo penal o casi penal –codicia, fraude–, hay un problema moral
que, por ser más profundo, he llamado metafísico. La racionalidad técnica no
basta para explicar ni controlar la economía, tanto a nivel local como global.
A nivel personal, de los consumidores, productores y operadores financieros,
el pathos de la maximización impide la coordinación. A nivel institucional, el
mercado global, como el local, solo funciona bien en el marco de un ethos de
convivencia internacional que solo es posible si se reconoce un bien común a
nivel mundial.
La crisis es la manifestación de una actitud de la gente respecto a su pro-
pia vida. Una visión del mundo que asigna un papel exagerado a la técnica; esto
induce a una separación entre vida moral y negocios y, por tanto, a la irrespon-
sabilidad. Los instrumentos técnicos, sin reflexión humana acerca de sus límites
y uso responsable, casi automáticamente llevan a la crisis; el «instantaneísmo»
actual y la psicología humana agravan la situación. Agreguemos la desmesura en
la ambición por la ganancia, y en el consumo a costa de endeudamiento o de falta
de ahorro. Pequeños desórdenes conducen a un desorden espontáneo general y se
produce la crisis.
Los economistas fueron las estrellas de la crisis. Se suponía que deberían
haber actuado como los guardianes de una economía sana y, sin embargo, no lo
hicieron. La crisis fue prevista por pocos de ellos y no llegaron a tiempo. Esto
sucede porque están habituados a considerar solamente los aspectos técnicos de
los asuntos económicos. Parece muy importante cambiar el modo de formarlos.
La economía debe aprenderse en el marco de una escuela de pensamiento social.
Antes que las herramientas (modelos, etc.), que deben quedar para un segundo ci-
clo, los economistas deben aprender filosofía política, historia, sociología, psico-
logía, antropología, filosofía moral e incluso literatura. Como señalé antes, de esto
se dio cuenta el mismo Lionel Robbins, quien acuñó la definición de economía
como técnica. Solo así se formarán verdaderos economistas políticos. En efecto,
los grandes economistas fueron grandes humanistas.
¿Cómo se superó la crisis? Las soluciones se focalizaron en instrumentos y
remedios técnicos. No se repensó la economía. No se acudió a las soluciones de
fondo. Si se hubiera pretendido una curación estable, se deberían haber ponderado
el conjunto de causas que actúan y los remedios correspondientes. En Estados
152 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

Unidos se operó un «gran salvataje» que hipotecó a las generaciones futuras (o


que defraudará a los correspondientes acreedores). En Europa se han ensayado
algunos ajustes bajo la presión de Alemania. Pero nadie quiere enarbolar la ban-
dera muy poco «política» del cambio de la actitud de fondo: poner a la economía
en su lugar exige un ethos que no es el propio del hombre de la sociedad liberal,
radicalmente individualista.
¿Qué consecuencias extraigo de lo anterior? Que aparte de que la economía
internacional plantee algunos problemas específicos, los principios de solución
de raíz son los mismos que hemos considerado hasta el momento. Ahora bien,
hay una realidad patente, la de la imparablemente creciente interrelación a nivel
global. Esta realidad refuerza la exigencia personal e institucional pues surgen
mayores responsabilidades respecto a personas e instituciones geográficamente
lejanas, la mayor parte de las cuales son y serán desconocidas. Hoy día, el impacto
de nuestras acciones no se circunscribe a círculos inmediatos.
El exceso de consumo y la deficiencia de ahorro de los países occidentales,
facilitado por los bajos costos de producción, bajos precios y el ahorro de países
como China e India, no se corrige solo con medidas económicas. Si la creciente
interconexión global condujera a una verdadera comunidad o fraternidad univer-
sal, la economía internacional no tendría estos problemas. Mientras no se consiga
esto, las medidas para paliar la crisis son malos paliativos: son como pintar una
pared húmeda para tapar la mancha; el arreglo dura quince días. De hecho, hoy día
(2011-2012) tenemos una nueva crisis en Europa.

2.  La globalización y sus consecuencias

«Globalización» es un término fascinante que puede aplicarse a varias reali-


dades. El común denominador es la expresión de la dinámica por la que se acele-
ran los intercambios e interacciones mundiales y crece la interdependencia entre
los continentes y sus países, sus culturas, sus formas de vida, sus modas, sus ma-
nifestaciones artísticas, sus preocupaciones o desafíos y hasta sus ideas políticas y
morales. Autores como el sociólogo alemán Ulrich Beck analizan la globalización
como un proceso de varios ámbitos y niveles: comunicativo, técnico, económico,
cultural, político. Lo que reclamamos para las crisis. El avance de las comunica-
ciones gracias a la técnica es una condición clave de la globalización. Sería mucho
decir que es la causa, pues en procesos tan complejos las causas son múltiples.
Por otra parte, este avance está empujado por variados factores. Entre estos, cla-
ro está, lo económico es uno de los motores principales. No en vano el término
LAS CRISIS GLOBALES Y LA GLOBALIZACIÓN 153

«globalización» se originó en un artículo con el título de «The globalization of


markets»1.
Stefano Zamagni señala cinco componentes de la globalización, más bien
centrados en lo económico:
1. La expansión siempre creciente de la estructura financiera más allá de la
economía real. Ésta conduce a una pérdida de poder del Estado y a una
«desmaterialización» de la economía. Lo financiero se convierte en un
bien en sí, en un objeto de cambio independiente. Es decir, tiende a des-
prenderse de la realidad que debería representar.
2. El desarrollo del papel de la tecnología de información.
3. Una «hiper-competencia» de las empresas que empuja hacia una mayor
flexibilidad y movilidad.
4. Una cultura del contrato privado que reemplaza a la ley.
5. La emergencia de una cultura global que postula una fuerte referencia a
una «sociedad civil internacional»2.
Beck es uno de los que remarcan la disminución del poder y relevancia de
los Estados nacionales como uno de los efectos de la globalización y su conexión
con la globalización económica3. Kant ya había visto algo al respecto. En sus Ideas
para una historia universal en clave cosmopolita condena «las funestas consecuen-
cias que el Estado experimenta con una deuda pública –¡esa nueva invención!–
siempre en aumento, deuda cuya amortización es sencillamente incalculable». Esto
hace que la gestión deficitaria de un Estado sea «una empresa arriesgada, dada la
repercusión que toda quiebra estatal tiene sobre los otros Estados, al estar tan en-
trelazadas sus actividades comerciales». Tiene la esperanza y la seguridad de que
esta situación conduzca a la solución del «mayor problema para la especie humana,
a cuya solución le fuerza la Naturaleza, la instauración de una sociedad civil que
administre universalmente el derecho»4. Kant anuncia un aspecto del proceso que
estamos contemplando: por la globalización económica, los problemas financieros
de los Estados repercuten sobre todo el mundo, debilitan a los Estados nacionales
y obligan a buscar formas regulatorias y leyes universales.

1.  Theodore Levitt, Harvard Business Review, mayo/junio de 1983, 92-102.


2.  «Globalisation as specificity of post-industrial economies. Economic implications and ethical
options», en Roberto Papini, Antonio Pavan y Stefano Zamagni (eds.), Living in the global soceity,
Ashgate, Aldershot, 1997, pp. 201-214.
3.  Cfr. Ulrich Beck, ¿Qué es la globalización?, Paidós, Buenos Aires, 1998 (Suhrkamp, Frankfurt,
1997).
4.  Del octavo y quinto principios de Ideas para una historia universal en clave cosmopolita, Tec-
nos, Madrid, 1994 (Idee zu einer allgemeinen Geschichte in weltbürgerlicher Absicht, 1784).
154 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

Beck, por su parte, nota como el capital se «escapa» de los límites del Estado.
Por su carácter tan «líquido» aprovecha y empuja los medios de comunicación y
se traslada a donde haga falta para obtener un rendimiento mayor a partir de me-
jores costos o precios. Por esta vía, el Estado también pierde poder. Esto no cons-
tituiría un hecho dramático si surgieran otras formas de desarrollo de lo político.
Clásicamente la política era el saber y la actividad que disponía a los ciudadanos
al logro de la vida buena. Se ha pensado en el Estado nacional como el posible
gestor moderno de lo político en este sentido clásico. En realidad, se puede dudar
si el Estado nacional lo ha sido efectivamente. El Estado surgió más bien como
instrumento del poder y de hecho lo fue. Al surgir esta figura que se hizo cargo de
la política, la sociedad civil creyó en ella y dejó la política en sus manos. Por otra
parte, a medida que fue haciéndose más liberal, el Estado se despreocupó cada vez
más del bien del hombre.
Por eso, la globalización podría verse como una oportunidad para el surgir de
nuevas formas políticas. La globalización conduciría, entonces, a la necesidad de
construir la gestión de lo político desde abajo. Más que nunca cobran importan-
cia las asociaciones intermedias inspiradas y gestionadas por personas que logran
captar y/o incitar fines comunes. Muchas de ellas tienen ya más importancia que
varios Estados nacionales. Beck no considera que el Estado deba desaparecer, sino
que debería asumir su nueva posición. Debería ser consciente de sus limitaciones
y buscar interactuar más intensamente con otros estados. Problemas bien graves
como las crisis económicas, financieras, energéticas, ecológicas, el terrorismo in-
ternacional o las epidemias, no se generan ni se resuelven localmente. Se requie-
ren concertaciones internacionales tanto para evitarlas como para paliarlas.
Otra globalización conectada con las dos anteriores –la económica y la polí-
tica– es la cultural. Esta plantea problemas difíciles como la pérdida de identidad
de algunas culturas o los choques culturales, que no puedo tratar aquí. Sin duda,
también tiene ventajas; puede surgir un crisol de culturas que conduzca a un per-
feccionamiento humano, respetando las particularidades cuya conservación cons-
tituye una riqueza. Lo resume muy bien Agustín González Enciso: «… quien cla-
ramente tiene más debe intentar enseñar a quien tiene menos, sin menospreciar lo
bueno que éste pueda tener, sin olvidar lo malo que uno tiene para corregirlo»5.

5.  «La globalización en la historia», Revista Empresa y Humanismo, V, 1/02, 2002, 95-117; 111.
LAS CRISIS GLOBALES Y LA GLOBALIZACIÓN 155

3. Orientar la globalización económica

Desde el punto de vista de la economía, la globalización puede ser una opor-


tunidad magnífica si se orienta al bien humano. Más que nunca se podría encarar
una gestión óptima y justa de los recursos existentes. Esta debería ser también
una gestión concertada universalmente; de lo contrario, fracasaría. Supone una
voluntad firme de infundir una cultura solidaria entre las personas de las diversas
naciones. Es decir, hay que hacer algo para que las consecuencias de la globali-
zación sean positivas y se eviten las negativas, ya que ello no se dará automáti-
camente.
Un campo en el que se nota la necesidad de que el acuerdo sea global es el del
comercio internacional. Buena parte de la ayuda para el desarrollo de los países
más pobres se puede concretar en la reducción o anulación de las barreras arance-
larias que dificultan el comercio de sus productos.
Cabe una responsabilidad muy grande a la empresa, dada su relevancia para
la economía actual, el paralelo ocaso del Estado y su participación en el proceso
de globalización. No hace falta detenerse en temas difíciles pero de clara califica-
ción ética, como las emigraciones por motivos de trabajo, la «deslocalización», la
dignidad de las condiciones de trabajo o el trabajo de las mujeres y de los niños.
Desde un punto de vista positivo, la globalización implica un replanteo del alcan-
ce de la RSE.
En cuanto a las finanzas, se requiere volver a las fuentes evitando que se
conviertan en una actividad con un fin en sí mismo. Desvinculadas de la economía
real, pierden su sentido y rumbo –pues así lo posibilita su carácter ideal o abstrac-
to– y terminan en cracks como el reciente.
Una condición necesaria para que el proceso de globalización sea exitoso
–probablemente la más importante– es la promoción de una educación técnica,
moral y cívica de todas las personas. El «capital humano» es el más importante
en la sociedad del conocimiento. Dentro de este es también condición necesaria
de su buena orientación el que podríamos llamar «capital moral». Tal como se ha
configurado el mundo, la autoridad está más repartida y se requiere entonces, más
que nunca, que todos estén educados. A su vez, esto reclama, para que no sea una
educación superficial, la recuperación de la razón teórica y práctica de la que se
viene hablando desde el comienzo de este libro.
Al igual que respecto a las crisis, la cuestión de la globalización reclama una
formación más amplia para los economistas. El perfil de ingeniero o técnico so-
cial cultivado por los economistas no sirve para enfrentar el desafío de orientar la
globalización económica al bien humano. Aparte de los contestatarios habituales
156 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

(como Joseph Stiglitz o George Soros) algunos economistas más ortodoxos lo han
notado y advertido6. Los economistas necesitan las humanidades, su reintegración
con el resto de las ciencias sociales y, sobre todo, necesitan la filosofía. La filoso-
fía urge.

6.  Cfr., por ejemplo, los libros de Dani Rodrick, Has globalization gone too far?, Institute for
International Economics, Washington D.C., 1997, The new global economy and developing countries:
making openness work, Overseas Development Council, Washington D.C., 1999; y One economics.
Many recipes. Globalization, institutions, and economic growth, Princeton University Press, Princeton,
2007.
XII
Breve conclusión

En esta breve conclusión, sintetizaré el contenido del libro. Al comenzar que-


daron planteadas sus ideas principales:
1. La economía es una realidad esencialmente humana.
2. Por tanto, su estudio debe encararse primordialmente desde la razón prác-
tica.
3. En cambo, la ciencia económica desde el siglo xix, como una de las ma-
nifestaciones de la reducción de la racionalidad propia de la modernidad,
ha ceñido lo económico a lo técnico.
4. Por eso, urge recuperar la practicidad de la economía, para lo que se hace
necesario repensarla desde la razón teórica.
5. La actividad económica es acción de la persona humana en su socie-
dad, siendo esta la realidad que ha de iluminar su análisis y realización
­concreta.
Antes de encarar el estudio de la ciencia económica, el libro comenzó tratan-
do de poner orden en las significaciones análogas de su objeto, «lo económico».
Entonces se distinguió:
1. Una significación metafórica o «impropia»: el hombre «económico» en
cuanto que es necesitado, puede elegir y satisfacer sus necesidades usan-
do los medios con los que cuenta.
2. Una significación más precisa que da origen a un «sentido propio amplio»
de lo económico: las elecciones y actos relativos a la adquisición y uso
de los bienes que pueden satisfacer los requerimientos humanos que están
mediados por lo material.
3. Otra significación también precisa que da origen a un «sentido propio
estricto» de lo económico, que agrega el carácter optimizador a las elec-
ciones y actos previos.
158 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

Se señalaron como características de lo económico su carácter libre, inmerso


en el tiempo, incierto –pues tiene relación con el futuro–, subjetivo –­en cuanto
requiere la apreciación humana– y social. Se sostuvo que no corresponde llamar
propiamente «económico» a la optimización de los actos relativos a las realidades
humanas no económicas, es decir, no propias de la adquisición y uso de los bienes
con que se satisfacen las necesidades humanas mediadas por lo material. Con
otras palabras, la «economía de la familia» o del delito, del derecho, etc. no son en
realidad economía sino un análisis muy limitado de esa actividades humanas.
El capítulo siguiente distinguió dos nociones de economía como ciencia
complementarias asociadas a dos formas de racionalidad:
1. La que llamé «teoría económica» tiene como objeto «lo económico» en
sentido propio estricto. Su objeto material es la realidad económica –ad-
quisición y uso de lo necesario para cubrir los requerimientos humanos
mediados por lo material–, y su objeto formal es específicamente el análi-
sis de esta realidad desde el punto de vista de la racionalidad instrumental
maximizadora.
2. La que llamé «economía política» tiene como objeto material también
«lo económico». Su objeto formal también es amplio, considerando ra-
zones instrumentales y prácticas. Es una ciencia práctica en sentido clá-
sico.
La primera concepción derivó en una consideración de racionalidad instru-
mental maximizadora de toda realidad humana. Tal como adelanté más arriba, es-
timo que esto no es economía o que, si lo es, lo es solo en un sentido impropio. El
objetivo primordial de la economía es ocuparse de problemas económicos reales.
Por eso, por una parte, en sus tareas descriptivas, explicativas y predictivas, debe-
ría tener la amplitud de la economía política; por otra, la ciencia económica, en su
tarea normativa, probablemente debería proponer actuar «económicamente» –del
modo más eficiente posible–, siempre que convenga que predomine el motivo de
eficiencia. Para ello cuenta con la «teoría económica».
En cuanto al método de la ciencia económica, fue ampliado en el capítulo
IV. Primero se señaló la necesaria armonía entre teoría y observaciones empíri-
cas. Los datos sin teoría no nos dicen nada. Pero la teoría sin datos puede ser una
construcción irreal, sobre todo en una materia tan contingente, libre y relativa a
la sociedad y su cultura, como la económica. Esta contingencia se supera parcial-
mente gracias a las generalizaciones probables –nunca universales– que podemos
hacer sobre la base de regularidades o tendencias naturales y sociales. Por eso, 1.
las instituciones son tan importantes, y 2. la capacidad predictiva de la economía
es siempre limitada. La «economía política» es ciencia práctica, con todas sus
BREVE CONCLUSIÓN 159

características: inexactitud, necesidad de cercanía a los datos, normatividad, fin


práctico y pluralidad metódica. Supone un razonamiento prudencial, no algorít-
mico ni formalizable.
Posteriormente (capítulo V) se volvió sobre las relaciones entre la economía
y la ética haciendo notar que dependen de la definición de economía que adopte-
mos. La «economía política» es ciencia de fines, ciencia práctica, es decir, ciencia
moral. En cuanto a la «teoría económica», se trata de una técnica subordinada a la
anterior. Sin embargo, no es posible ninguna aplicación concreta de la teoría eco-
nómica sin una incorporación de valores éticos. Solo en el siglo xx se pretendió
prescindir de la vinculación con estos. Hoy día se están volviendo a incorporar,
siguiendo la tendencia de otras ciencias sociales.
El capítulo VI se dedicó al análisis filosófico de los modelos y las mediciones,
herramientas cotidianas del economista. Se insistió en la necesidad de velar por su
realismo. En cuanto a los modelos, se deben buscar aquellos que sean signos de
relaciones causales reales. En cuanto a las mediciones, no se debe perder de vista
que suponen una simplificación de la realidad: toman sus aspectos cuantitativos y
transforman en cuantitativos otros aspectos que no lo son.
El capítulo VII, de especial interés para los economistas, consiste en una
revisión de las posiciones epistemológicas y novedades de enfoques económicos
de los últimos sesenta años. Se comenzó señalando las deficiencias de la posi-
ción metodológica de Milton Friedman. Luego se reseñaron las influencias en la
economía de las posturas epistemológicas de Karl Popper, Imre Lakatos y de la
posmodernidad. Posteriormente se analizaron algunas ideas económicas recien-
tes. Se notaron los límites del proyecto de Gary Becker. Por su vinculación con el
capítulo anterior, también se hicieron precisiones en cuanto a la noción de maxi-
mización, el individualismo metodológico y las llamadas «microfundaciones» de
la macroeconomía. También se presentó el regreso de la psicología, la ética y de
otras ciencias sociales a la economía.
La segunda parte del libro, sobre la actividad económica, comenzó analizán-
dola desde el punto de vista del consumidor (capítulo VIII). La necesidad humana
confiere un valor a los bienes que pueden satisfacerla. Gracias al mercado se asig-
na un precio a esos bienes y se facilita su intercambio y consumo (en la medida
en que el precio exprese ese valor adecuadamente). El dinero actúa como medio
para ese cambio, como unidad de medida y como reserva de valor y tiene un valor
propio. El buen funcionamiento de este sistema requiere una serie de virtudes que
se reseñaron a continuación. La compra-venta no es la única forma de intercam-
bio. Para Aristóteles esta es una forma de reciprocidad. Hoy día esta última se ha
vuelto a considerar.
160 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

Luego se abordaron los «factores de la producción». A pesar de que el trabajo


forma parte de estos en el ámbito de la denominación económica, en el capítulo IX
se ha hecho un esfuerzo grande por mostrar el carácter de actividad esencialmente
humana de este, donde importa más la realización de la persona que los resultados
exteriores –sin desmedro de su necesidad–. Esta es la clave para entender cómo
la actividad económica no puede escindirse de la ética. Keynes afirma en su en-
sayo sobre Rusia de 1925: «Si el progreso económico no tiene un objetivo moral,
entonces se deduce que no debemos sacrificar, ni siquiera por un momento, las
ventajas morales a las materiales; en otras palabras, no podemos mantener por
más tiempo el negocio y la religión en compartimentos separados del alma».
El capítulo X ha estado dedicado a los otros factores de la producción, el ca-
pital y la organización empresarial. El capital surge del trabajo sobre la naturaleza.
La actividad empresarial es una forma de trabajo. Por eso se aplican a ambos los
criterios vistos en el capítulo anterior respecto al trabajo. Por ejemplo, así como el
salario no es el fin del trabajo, tampoco lo es el beneficio respecto a la empresa. Se
trata de condiciones, no fines. El capítulo termina con un apartado sobre la ética de
los negocios y otro sobre la responsabilidad social empresaria.
Finalmente, el capítulo XI se ha ocupado de algunos efectos internacionales
de la economía: las crisis financieras y económicas globales, y el complejo fenó-
meno de la globalización. En ambos casos, se ha intentado situarlos en un marco
que va más allá de lo estrictamente económico pues una gestión adecuada de estos
eventos sociales requiere una visión bien amplia.
En todo el libro se ha procurado mantener e infundir la consigna de la recu-
peración de la racionalidad teórica y práctica para lograr volver a una lógica de la
economía que permita centrarla en el hombre. El lector juzgará si ha logrado su
objetivo.

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