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SUMARY: Kurt tiene un maestro sustituto que es increíble.

No puede evitar tener un “crush” con él y finge no


entender la materia para optar a clases de reforzamiento, que coincidentemente las imparte su maestro suplente,
el Sr. Anderson.

Problemas Matemáticos.

01.

El reloj del salón de clases indicaba que su maestra llevaba quince minutos de retraso, y Kurt no podía sentirse
más inquieto ante la posibilidad de que los rumores fueran ciertos. Su profesora de matemáticas, la señorita
Jackson era una de sus docentes favoritas, por la forma tan sencilla que empleaba al explicar cada ejercicio,
haciendo aquella materia una de las que Kurt más le gustaba.

- Te dije que no vendría – le susurró su amiga Rachel, relajándose en su asiento al lado de él – Aquel virus la
mandó directo al hospital… Y probablemente hoy no tengamos clases… ¿No es genial? – la chica sonrió
divertida, metiendo su cuaderno de regreso a su bolso.
- ¡Rachel! – la riñó el chico - ¿Cómo puedes alegrarte de la desgracia ajena? – negó con la cabeza,
reprobatoriamente.
- No estoy feliz porque la señorita Jackson esté enferma… ¡Dios, no! – se escandalizó la muchacha – Sólo
celebraba el hecho de no pasarme dos horas haciendo ecuaciones y logaritmos.

Kurt le lanzó una mirada por el rabillo del ojo y guardó silencio. Si no tendrían clases, en cualquier momento
vendría alguien a avisarles. Garabateó distraídamente en su cuaderno, dibujando flores y estrellas, cuando
escuchó que alguien entraba al salón a la carrera.

Alzó la vista, esperando ver al director, el señor Figgins, o a su secretaria, para informar la ausencia de la
maestra; sin embargo, sus ojos quedaron atrapados en la perfecta imagen frente a él. Un joven, y muy apuesto
hombre, con anteojos de marco negro y un maletín de cuero en su mano, estaba acomodándose en el escritorio
del maestro. Tomó un marcador y con una exquisita caligrafía, escribió “Sr. Anderson” en la blanca pizarra.

- Buenos días, alumnos – comenzó a decir y Kurt sintió que un coro de ángeles estaba resonando por el aula. No
sólo se veía perfecto físicamente, sino que se oía como perfección pura también – Disculpen el retraso, pero
tuvimos un pequeño inconveniente – Kurt apoyó su cabeza sobre su palma, posando el codo en su pupitre para
mantenerla en alto y tener una mejor vista – Como han oído, la señorita Jackson se encuentra en el hospital por
tiempo indefinido… Por lo que yo… Seré su maestro, el tiempo que ella tarde en regresar – el chico casi brincó
de su asiento para celebrar aquella noticia – Soy el señor Anderson – indicó con su dedo índice la pizarra –
Algunos ya me conocen del taller de reforzamiento matemático, del que me hice cargo este año… - El chico
entendió entonces por qué no había visto al hombre jamás – Espero que nos llevemos muy bien… Porque,
créanme que no querrán tenerme de enemigo – le guiñó un ojo a todo el salón y Kurt creyó que se desmayaría –
De acuerdo, vamos a ver la asistencia.

El hombre se sentó frente al escritorio y acomodó unos papeles, antes de comenzar a nombrar a cada uno por su
apellido. Kurt Hummel, a sus 17 años, estaba seguro que acababa de experimentar su primer “flechazo” y no
podía evitarlo, considerando el monumento de profesor que tenía ante él; cabello negro, ligeramente ondulado,
ojos claros con largas pestañas, casi podía asegurar que eran color avellana… Unos hermosos labios, y extrañas
cejas pobladas y triangulares. Era algo que jamás el adolescente había visto en su vida. Además de la adorable
forma de vestir de su maestro, que le restaba años de encima; camisa a cuadros, corbata de moño, chaleco sin
mangas. Sus pantalones mostrando parte de sus tobillos y…
- ¿Hummel? – dijo el hombre, pero Kurt estaba tan absorto analizándolo, que no podía oírle. Rachel a su lado lo
miró con curiosidad - ¿Kurt Hummel?
- ¡Kurt! – fue codeado con poca delicadeza por su amiga, despertando de golpe de su ensoñación, ruborizándose
furiosamente por ser tan despistado.
- ¡Kurt Hummel! – dijo por última vez el señor Anderson, escrutando el salón con la mirada.
- ¡Aquí! – chilló el muchacho, elevando su voz una octava, causando algunas risitas a su alrededor – Yo… Soy
yo – se ganó un ceño fruncido de su maestro, y luego se encogió en su lugar, avergonzado.
- ¿Dónde tenías la cabeza, eh? – le increpó la muchacha, acomodando su flequillo castaño.
- En ninguna parte, sólo… Me distraje y ya – se salió por la tangente.
- Hey, no soy ciega Kurt – advirtió ella – Te vi – le acusó, causando que su rubor aumentara de intensidad –
Estabas mirando al señor Anderson.
- ¿Qué? – soltó en una aguda exclamación - ¡Claro que no!
- Vamos, no me mientas… - la chica lo picó con un dedo en las costillas, riendo con complicidad – El tipo está
para comérselo.
- Santo cielo, Rachel… ¿Quieres callarte? – el chico se removió incómodo en su asiento, lanzando furtivas
miradas al frente, intentando no alimentar las sospechas de su amiga.

El señor Anderson finalizó el registro de asistencia y comenzó su clase, explicando las actividades que
realizarían, escribiendo en el pizarrón, sin embargo, Kurt no podía entender nada porque el hombre lo distraía
demasiado con la forma en que movía sus labios y el pestañeo de sus ojos. Era imposible para el chico captar
algo del complejo problema matemático que su maestro desarrollaba frente a la clase.

- Señor Hummel, al frente – demandó el profesor y Kurt no se movió, hasta que sintió a su amiga sacudirle el
brazo.
- ¿Uh? – miró confundido a Rachel, quien, con un gesto de cabeza, le indicó que volteara a ver adelante - ¿Qué?
- Venga aquí – dijo el maestro, señalando la pizarra.
- Y-yo… O-okay – tartamudeó, levantándose torpemente de su asiento. Caminó como si cargara el peso del
mundo, sonrojándose al acercarse al señor Anderson, recibiendo el marcador que éste le ofrecía.
- Desarrolle el ejercicio – indicó, y Kurt se maldijo a sí mismo por no estar prestando atención a la clase.
Realmente intentó concentrarse en los números que tenía frente a él; pero el perfume de su profesor inundaba su
nariz, haciéndolo enloquecer, y el hecho de tenerlo tan cerca que si estiraba su mano podía tocarlo, no
ayudaba… No supo cuánto tiempo pasó imaginándose junto a su maestro, hasta que éste se aproximó a él
nuevamente – No deberías estar en clase de matemática avanzada, si no puedes realizar un ejercicio tan
básico… ¿Te sientes bien? – consultó al ver al muchacho completamente ruborizado. Frunció el ceño en
confusión y puso el dorso de su mano sobre la frente del menor, haciendo que todos los puntos nerviosos del
chico se activaran.
- S-s-si… - balbuceó, sintiendo que el cualquier momento caería al suelo.
- De acuerdo… - el hombre apartó su mano y recibió el marcador de vuelta – Regresa a tu lugar.

Kurt caminó como si flotara sobre una nube, sentándose con un suspiro que Rachel no pudo ignorar, alzándole
una ceja en interrogación.

- ¿Qué demonios te pasó, Kurt? – susurró ella – Has hecho ese ejercicio cientos de veces…
- ¿Qué? – dijo el chico distraído.
- ¡Kurt! – se molestó la muchacha - ¿Estás enfermo o algo?
- Yo… estoy perfectamente – respondió él en un suspiro, con una creciente sonrisa en su rostro.
- Has perdido la cabeza – comentó Rachel, volviendo su atención a la clase.

Cuando el timbre resonó, indicando el inicio del receso, Kurt y Rachel guardaron sus cosas rápidamente para
salir del salón.
- Am… Hummel – la voz del señor Anderson lo descolocó, haciéndolo voltear en media fracción de segundo -
¿Puedes quedarte un momento? Quisiera hablar contigo.
- O-o-okay - tartamudeó, y al parecer esa era la única forma en que podía hablarle a su maestro.

Rachel le hizo un gesto, abriendo sus ojos cafés con exageración, a lo que Kurt respondió con una negativa de
su cabeza.

El aula de desocupó rápidamente, y el chico anduvo con pies de plomo hasta la mesa del maestro. Se sentó
frente a él y acomodó su bolso sobre sus piernas, tomando una bocanada de aire con nerviosismo, aspirando el
aroma varonil del hombre.

- Kurt… ¿Por qué decidiste tomar la clase avanzada de matemáticas? – cuestionó el hombre, mirando al
inquieto chico, revolver sus ojos azules de un lado a otro.
- Y-yo… S-se veía f-fácil en un c-comienzo… - mintió, aun sin saber por qué lo hacía – Y la maestra Jackson lo
hacía parecer sencillo t-todo el tiempo…
- No voy a cuestionar las habilidades de mi colega, ni te diré que dejes la clase… - analizó, pasando una mano
por su barbilla – De todos modos, el año está bastante avanzado y no sería bueno para ti… - el hombre apoyó
los codos en la mesa, enlazando sus manos y aproximándose al frente, hacia Kurt - Pero, si te interesa... puedes
asistir al taller de reforzamiento matemático – sugirió el mayor - Creo que te vendría bien repasar un poco, para
nivelarte con tus compañeros.
- ¿Us-usted... cree? - balbuceó. La idea de tener al adonis que le sonreía cortésmente en ese momento, por unas
horas más a semana, susurrándole al oído cómo resolver un ejercicio matemático, mientras su cuerpo se apoya
sobre su pupitre, le aguó el cerebro y le calentó las mejillas.
- Kurt... - dijo con un tono de voz grave, que para el chico era increíblemente caliente - No te sientas
avergonzado... Todos necesitamos un poco de ayuda, de vez en cuando - La sonrisa del hombre se amplió un
poco más, mientras con una de sus grandes manos ásperas palmeó el dorso de las manos que Kurt reposaba
sobre la mesa. Una electrificante sensación le recorrió la espina dorsal con solo sentirlo. Necesitaba salir de ahí,
antes de que terminara cometiendo una locura, o avergonzándose aún más a sí mismo, debido a que ya estaba
medio duro en sus pantalones.
- L-lo haré... Iré a... Su clase de ref-reforzamiento - medio jadeó, pasando saliva, antes de ponerse en pie,
poniendo estratégicamente su bolso delante de él - Y-yo... Yo ya me voy.
- Si, vete... – el profesor rió, haciendo un gesto con su manos - Nos vemos mañana a las 3:30... En el aula de
ciencias... – detalló.
- Okay... – articuló Kurt, como si acabara de acceder a ser parte de algo secreto y pecaminoso. Aquello sólo lo
encendió más.

Casi corrió para salir del salón en una sola pieza, mientras la incomodidad de caminar con una erección lo
estaba matando; pero no planeaba detenerse hasta llegar a su carro. Estuvo tentado a perder su compostura y
terminar con las fantasías de su mente ahí mismo en el parqueadero del instituto, pero los del equipo de futbol
estaban cerca y lo espantaron lo suficiente para refrenar sus curiosas manos de cruzar la línea del ecuador.

En cambio, aceleró a fondo para llegar a la privacidad de su cuarto lo antes posible y tomar una extensa ducha
caliente.

Estaba asombrado de sí mismo, por ser tan hormonal frente a una situación común y corriente. Tal vez, se deba
a que, teniendo diecisiete años, ni siquiera ha dado su primer beso. Mucho menos ha tenido alguna experiencia
del tipo sexual, por lo que su cuerpo adolescente, está lleno de curiosidad, y su increíblemente atractivo maestro
suplente, no es de mucha ayuda, mirándolo con sus ojos color avellana, a través de sus espesas pestañas;
sonriendo con sus perfectos dientes y los hoyuelos en las mejillas… Todo en su profesor gritaba sexo, y Kurt
sólo deseaba acudir a ese llamado y sentir lo que el hombre era capaz de hacerle. Lo quería todo, y eso lo
aterraba y excitaba al mismo tiempo.
Con un poco de brusquedad, se quitó la ropa y echó el seguro a la puerta de su baño, antes de encender la ducha
y sumergirse bajo la lluvia artificial de agua caliente, la cual quemaba su blanquecina piel, limpiándola
lentamente. Las inquietas manos de Kurt se pasearon por su cuerpo sensible y encendido en calor, recorriéndose
a sí mismo, evocando la imagen de su profesor en diversas situaciones. Se imaginó al hombre tomándolo con
firmeza, para besarlo contra el pizarrón, presionando su cuerpo trabajado contra el suyo, apoderándose de él y
haciéndolo enloquecer. Su imaginación voló más allá, visualizándose con las manos apoyadas sobre el
escritorio, desnudo y sudoroso; su profesor paseando sus callosas manos por sus piernas, lento y caliente, hasta
llegar a sus muslos y más arriba…

Una de sus manos se envolvió en su palpitante erección, acariciándola con necesidad, al ritmo de sus eróticas
fantasías; dejándose llevar, como si el mismísimo señor Anderson estuviera tomándolo, duro y constante,
embistiéndolo contra su escritorio, sin descanso.

El chico gimió, tan excitado que no pudo contener por más tiempo su venida, eyaculando sobre su mano,
gloriosamente. Soltó un jadeo gutural y se apoyó en la pared de azulejo, regularizando su agitada respiración.
Era la primera vez que sentía algo así, tan carnal y primitivo. Kurt solía ser bastante reservado y pudoroso con
relación al sexo. Sin embargo, no podía evitar fantasear y tocarse a sí mismo, pensando en su profesor sustituto,
porque él había encendido una llama que el chico no sabía que tenía dentro; y si no lo detenía, terminaría por
quemarlo completamente.

02.

La siguiente vez que Kurt vio a su profesor de matemáticas, fue en el aula de ciencias, después de que sus clases
habían acabado. En el salón no habían más de diez estudiantes, todos con pinta de no querer estar allí. El chico
entró, caminando lentamente y se ubicó en el pupitre frente al escritorio de su maestro. Intentó mantenerse
sereno, mientras él llegaba, sacando entre tanto su libreta de apuntes y un par de lápices.

Recordó porqué había caído en la burda mentira de no entender la clase, cuando su imponente profesor ingresó
al salón, deslumbrándolo con su impecable sonrisa, y sus trabajados bíceps que sobresalían de la camiseta polo
que traía puesta. Aunque la tarde no estaba del todo calurosa, a Kurt le dieron ganas de abanicarse con sólo
verlo. Los pantalones color caqui del señor Anderson se pegaban firmemente a sus muslos y el adolescente
sintió de pronto la boca seca. Era demasiado atractivo para su propio bien, o para el bien de Kurt. Casi chocó los
cinco mentalmente consigo mismo por fingir su estupidez, ya que aquel espectáculo no tenía precio.

- Buenas tardes – saludó el hombre, con su habitual cortesía – Veo que tenemos una gran asistencia hoy.

Kurt se volvió a mirar los pupitres vacíos tras de él. Si esa era una gran asistencia, no quería saber lo que sería
una mala.

El señor Anderson se sumió en una extensa y detallada explicación de lo que era una ecuación que Kurt podría
hacer con los ojos vendados. Sabía que era una locura perder su tiempo con un taller que no necesitaba en
absoluto, sólo por mirar a su nuevo maestro, pero quién podría culparlo, cuando el sujeto estaba para comérselo
con zapatos incluidos.
- ¿Algún voluntario para resolver este ejercicio? – el hombre escrutó el salón, con ojos esperanzados -
¿Alguien? – Kurt miró hacia sus desinteresados compañeros de aula, con los pies picando por ponerse en pie -
¿Kurt? – oyó la dulce voz del profesor, diciendo su nombre, como si depositara toda su confianza en la buena
voluntad del joven.
- ¿Uh? – el chico volteó a ver al frente con sus ojos abiertos en sorpresa. Él no esperaba que recordara su
nombre.
- ¿Quieres venir al frente? – el chico de pelo castaño asintió, con las mejillas comenzando a ruborizarse.

Recibió el marcador de la mano de su maestro, rozando intencionalmente los dedos con él, para tocarle con
disimulo.

La ecuación frente a sus ojos era simple, al punto que podría saber el valor de “x” sin necesidad de hacer el
desarrollo del ejercicio, pero como deseaba seguir viendo a su profesor en camisetas de manga corta,
sonriéndole como un dios griego, debía pretender no saber.

Garabateó indeciso un par de números, borrándolos luego, poniendo su mejor cara de inocencia, sabiendo lo
bien que esa expresión le salía.

- ¿Qué ocurre? – susurró, prácticamente, el señor Anderson junto a él, erizándole los bellos de la nuca al menor.
- Es… es sólo que… no estoy muy seguro – dijo el chico, mordiendo el marcador, en un gesto que suponía ser
sexi.
- Lo que escribiste, antes de borrar… estaba bien – comentó, dándole una sonrisa para infundirle ánimos. Kurt
sintió que podía besarlo ahí mismo frente a todos.
- Okay – siseó en cambio, volviendo a borrar el desarrollo mal hecho. Reescribió los números, esta vez
correctamente, pero anotó una respuesta errónea para el valor de la incógnita.
- Hmm… - el maestro puso una mano en su barbilla y observó los garabatos de Kurt, para luego volver a
mirarlo a él - ¿Estás seguro de esa respuesta? – Kurt negó lentamente, agitando sus pestañas – Revísalo
nuevamente – pidió. Kurt fingió analizar la ecuación, y gesticuló como si hubiera encontrado el error, dándole
una pequeña sonrisita traviesa al señor Anderson. Entonces, escribió el valor correcto de “x” – Eso es… muy
bien… - lo felicitó, recibiendo el marcador de vuelta de las manos de Kurt – Este es un error muy común… –
continuó hablando para el resto de la clase, por lo que al chico no le quedó más que volver a su asiento –
Muchos de ustedes logran tener un buen desarrollo del ejercicio, pero erran en el resultado final, porque no
prestan suficiente atención a los signos…

La clase continuó, mientras que los ojos de Kurt siguieron en todo momento los movimientos de su profesor. El
chico estaba fascinado, y su mente rememoraba las fantasías de su ducha caliente del día anterior. Era
consciente que debía mantener las imágenes a raya, si no deseaba tener una erección en medio de la clase de
reforzamiento. Cuando finalmente, el taller acabó, el maestro se encargó de darles a cada uno un cuadernillo de
ejercicios.

- Recuerden que deben traer este cuadernillo el viernes, con las páginas 22 y 23 resueltas – informó, antes de
que todos los chicos se marcharan. Kurt, deliberadamente, tardó más de lo necesario en guardar sus cosas,
tirando sus lápices al suelo, fingiendo torpeza - ¿Qué te ha parecido el taller de reforzamiento, Kurt? – preguntó
el señor Anderson, poniendo las manos en los bolsillos de su pantalón, logrando que su trasero destacara aún
más en su ajustada prenda.
- Y-yo… si, ha… ha ido bien… - tartamudeó, acomodando la tira del bolso sobre su hombro, casi sin poder
despegar sus ojos de la parte baja de su maestro.
- Te dije que sería de ayuda – nuevamente, la sonrisa encantadora de su maestro, deslumbró a Kurt; haciéndolo
sonreír ampliamente sin poder siquiera evitarlo.
- Gracias, señor Anderson – murmuró, mirándolo con intensidad. El hombre abrió la boca para decir algo, pero
se distrajo con la expresión intensa de Kurt.
- Hmp… - aclaró su garganta con una tosecita, volteándose para recoger sus cosas también – Nos vemos
mañana, Kurt.

El chico salió del salón con las mejillas sonrojadas y una traviesa sonrisa adornando su pálido rostro de
porcelana. Volteó a ver por última vez a su querido maestro, quien, coincidentemente, también lo observaba. El
profesor bajó la mirada rápidamente, y Kurt suspiró. Tal vez su tonto plan, pueda resultar, después de todo.

Los otros días, no fueron diferentes. Cuando se trataba de su clase avanzada de matemáticas, Kurt mantenía un
perfil bajo, para no llamar la atención y dejar en evidencia frente a sus compañeros que lo conocían y sabían lo
bueno que era en matemáticas, que estaba fingiendo. Además de que su amiga Rachel estaba todo el tiempo
mirándolo como si pudiera leer su retorcida mente adolescente.

Era cuando llegaba al aula de ciencias, luego que las clases acabaran, que su teatro iniciaba realmente,
pretendiendo tener dudas todo el tiempo, logrando que su maestro pasara más tiempo en su pupitre, que frente a
los demás, impartiendo la clase de reforzamiento. Blaine tampoco hacía un gran esfuerzo en alejarse o
conservar la distancia con el chico, pues cada vez que notaba el ceño fruncido en confusión en la cara de Kurt,
se acercaba sin ser llamado, para ayudarle a resolver cualquier conflicto que pudiera tener. El castaño tardaba
siempre en meter sus cosas al bolso, quedándose hasta que sólo estuviera su maestro y él, para tener una breve
plática, en donde las miradas decían mucho más que las palabras. Al término de la primera semana, Kurt ya
sabía que el hombre, motivo de sus fantasías, se llamaba Blaine; nombre que él se había encargado de elogiar,
asegurándole a su profesor que era muy lindo y que le quedaba bien; además de haber averiguado que venía de
Westerville y que rentaba un pequeño departamento cerca de la zona comercial, mientras terminaba el curso,
que su color favorito era el morado y que era un gran admirador de la música orquestada y del jazz. Kurt se
sentía satisfecho del gran avance que había hecho, cuando pensó que todo era una pérdida de tiempo en un
principio.

La semana siguiente, Kurt asistió puntualmente al taller de reforzamiento, confirmando que él era el único
yendo allí por voluntad propia. Blaine entró al salón con una pequeña caja, llena de caramelos, los cuales
pretendía usar para hacer sus clases un poco más interactivas y didácticas.

- Buenas tardes, chicos – saludó como solía hacer, depositando la caja sobre su escritorio. Los ojos curiosos de
Kurt observaron el paquete con interés – Hoy tendremos una ronda de actividades… con dulces premios - El
castaño se dijo a sí mismo, que su maestro era el premio mayor – Cada uno de ustedes pasara a resolver un
ejercicio y por cada respuesta correcta, tendrán uno de estos – el hombre tomó uno de los caramelos rojos del
interior de la caja, enseñándolo al salón.

Esa fue tal vez la clase más participativa que el señor Anderson había tenido en los tres meses que llevaba
impartiendo el taller de reforzamiento. Kurt, sin embargo, no pudo evitar demostrar parte de sus habilidades,
llevándose una gran cantidad de caramelos en recompensa por sus acertadas respuestas. Nuevamente el chico
esperó a que el salón se vaciara.

- Debería traer este tipo de premios más seguido, para tenerlos a todos atentos a la clase – bromeó el mayor,
recogiendo un par de papeles y guardándolos en su maletín de cuero.
- Tal vez… - Kurt sonrió, agradecido de que su tartamudeo inicial se acabara a la hora de hablar con su maestro
– En lo personal, amo estos caramelos – en un gesto que no pretendía ser insinuante en absoluto, el chico
desenvolvió el dulce de color rojo, llevándoselo a la boca, para luego lamer el resto de uno de sus dedos. Blaine
siguió todo el movimiento de sus labios atentamente, lo cual no pasó desapercibido para Kurt.

Cuando el chico percibió que tenía un pequeño efecto en su maestro, no dudó medio segundo en pasar su lengua
lentamente por su labio inferior, saboreando la dulzura que el caramelo le dejó. Su maestro aclaró su garganta y
forzó una sonrisa, para disimular su aturdimiento.
- M-me quedan… me quedan algunos… si quieres – ofreció torpemente, tomando la caja y acercándose a Kurt
– Sólo… no los comas todos de una vez – advirtió como si de un dentista se tratara.
- Gracias, señor Anderson – susurró, con la voz grave, intentando sonar sexi.
- N-no… no es nada – el hombre se rascó la nuca y terminó de recoger sus cosas – Hasta mañana, Kurt.

Esta vez, fue el profesor quien se retiró primero, dejando a un acalorado Kurt guardando caramelos en su bolso.

Las actividades con premios se habían vuelto algo recurrente para el profesor Anderson, quien había encontrado
fascinante ver a Kurt comer los caramelos, con sus rosados labios humedecidos por su lengua. El hombre sabía
que no podía dejar ir sus pensamientos mucho más allá, pero el chico era tan cautivador, siempre mirándolo con
esos profundos ojos azules llenos de inocencia y pureza, mientras su boca decía cosas cargadas de un doble
sentido que le agitaba las hormonas.

El día viernes decidió comprar una gran bolsa de paletas, de lo cual se arrepintió en cuanto vio la forma en que
el castaño chico decidió comerla.

Kurt había sido el primero en ganar su merecido premio, recibiendo de las manos del señor Anderson una paleta
de fresa. No esperó ni un segundo para quitarle el envoltorio, y llevarse a la boca el redondo caramelo,
saboreándolo con placer, frente a la mesa del profesor, donde solía sentarse. Lamió el dulce, sacándolo de su
boca y volviéndolo a meter, despreocupadamente, hasta que sus ojos ingenuos captaron la mirada de Blaine
sobre él.

Blaine se maldijo a sí mismo, por la fatal idea de comprar precisamente aquellos caramelos. Nunca pensó que
algo tan inocente como su alumno comiendo un caramelo, pudiera encenderlo a tal punto. Casi podía imaginarlo
haciendo maravillas con esa lengua en otras circunstancias. Cuando los pantalones comenzaron a incomodarle,
se vio obligado a concentrar su mirada en algo más, si no deseaba quedar totalmente expuesto como un enfermo
pervertido delante de su clase.

Para prevenir cualquier oportunidad de cometer una locura, recogió sus cosas antes de darles la salida a la clase,
retirándose junto con todos sus alumnos, evitando quedar a solas con Kurt y las fantasías de su cabeza.

Ciertamente llevaba demasiado tiempo solo, luego de haber terminado su última relación de casi dos años.
Habían pasado casi siete meses, y como no le quedaba mucho tiempo después del trabajo, no salía a conocer
gente. Tal vez ya fuera hora de hacerlo, antes de que las ganas de seguir mirando a su alumno, lo desquiciara.
Pero, se le hacía tan difícil quitarse la imagen mental del chico lamiendo animadamente la redondez del
caramelo, con sus ojos profundos y azules. Era tan hermoso y perfecto para Blaine, que temía estar metiéndose
en algo peligroso.

-o-

Aquella semana, Kurt tampoco fue al ensayo del coro, y su amiga Rachel no pudo dejarlo pasar tan fácilmente.
Ella estaba segura que algo estaba entreteniendo demasiado a su amigo y quería averiguar qué era.

- Es la segunda vez, Kurt – insistió la morena, caminando con el castaño hacia la cafetería – Y tu jamás habías
faltado a un ensayo, en estos tres años.
- Lo sé, es sólo que tuve cosas que hacer – se excusó vagamente, sabiendo que no podía confesarle la verdad a
Rachel – Eso es todo.
- ¿Cosas que hacer? – cuestionó la chica, poniendo los brazos en jarras, con una expresión de total incredulidad
pintada en el rostro - ¿Acaso estaban rematando alguna tienda de ropa exclusiva, o qué? Tú no eres así, y estoy
segura de que te pasa algo.
- Deja de imaginar cosas, Rach – la cortó el chico – Nada pasa, créeme.
- ¿Son los chicos del equipo? ¿Se están metiendo contigo? – su voz cambió a un tono preocupado.
- Dios, no… - se escandalizó el chico – Si algo así pasara, tú serías la primera en enterarte.
- Tal vez… - la chica se quedó pensativa por un rato, antes de añadir – Sólo, ven a los ensayos y ya deja ese
misterio que te traes.
- Lo haré, tranquila – aseguró el chico, con tal de quitarse a su amiga de encima.

Y tal como prometió, ese viernes esperó por que el taller de reforzamiento acabara, para tener un breve
momento a solas con su maestro. Éste en un principio intentó escabullirse, pero Kurt lo retuvo.

- ¡Señor Anderson! – lo llamó, por sobre el bullicio del salón vaciándose. Lo tomó suavemente del brazo y el
hombre volteó sorprendido.
- Kurt… ¿Q-qué necesitas? – balbuceó, mirando a los demás alumnos salir del aula.
- Yo… tengo algo que decirle – la mente hábil del mayor, voló lejos, imaginando diversos motivos para que el
chico le dijera eso. Lo primero que le vino a la mente, es que se confesaría; pero luego de considerarlo
demasiado temerario, para la inocente timidez característica en el chico, lo descartó.
- Dime, ¿de qué se trata? – Blaine se esforzó en sonar normal, a pesar de las conjeturas que su cabeza no paraba
de hacer.
- Oh, es sólo que… - Kurt jugueteó distraídamente con el pañuelo atado en su pantalón – Estoy en el club Glee,
y tenemos ensayo los jueves… - explicó, aliviando la maraña de pensamientos que su profesor tenía – Ya me he
saltado dos ensayos por venir al taller de reforzamiento, y me preguntaba si… ¿Podía hacer una excepción
conmigo, al menos los días jueves?
- Por supuesto, Kurt… este taller sólo es obligatorio para algunos chicos – informó – Aquellos que están
reprobando la clase normal de matemáticas, o quienes pertenecen a algún equipo y necesitan mantener cierto
rango de calificaciones… - la sonrisa cordial volvió a su rostro, mientras observaba el alivio en los ojos de Kurt
– Puedes ir tranquilo.
- Gracias, señor Anderson – el chico se mantuvo en silencio, sólo mirándolo.
- Me gustaría oírte cantar – soltó de improviso el maestro, encendiendo una llama en los ojos del menor – Digo,
debes… debes ser muy bueno en eso – añadió, algo avergonzado el hombre.
- Quizás… algún día… en un karaoke o algo… - sugirió el castaño, coqueto.
- Sí, seguro – asintió Blaine, bajo el hechizo de los ojos de Kurt.
- De acuerdo, entonces… - el chico se acercó a su profesor, con un objetivo en mente. Con movimientos
vacilantes, envolvió al hombre con sus delicadas manos, en un abrazo simple. Blaine sintió que su cuerpo se
crispaba por completo al contacto con su alumno. Kurt se separó, no sin antes depositar un dulce beso en la
mejilla de su maestro. La cabeza del profesor, terminó por estallar al sentir los suaves labios del chico sobre su
piel – Nos vemos el lunes, señor Anderson – el castaño susurró las palabras, con voz baja y sugerente.

Cuando el chico se fue, con una sonrisa divertida en el rostro, Blaine soltó el aire que había contenido. Se sentía
como un completo idiota, por permitir que un adolescente tuviera ese efecto en él, como si el profesor fuera un
chiquillo virgen. Se miró el bulto en los pantalones y maldijo nuevamente. Necesitaría una ducha fría.

Kurt llegó a su casa y a la carrera se encerró en su cuarto, como había hecho varias veces, desde que estaba
yendo al taller de reforzamiento; puso el seguro a la puerta y se deshizo de sus pantalones. Con su mano
ansiosa, envolvió la longitud de su miembro y se acarició a si mismo con avidez. El recuerdo de su profesor de
matemáticas llegó a su mente, junto con un sinfín de vívidas fantasías. No estaba seguro de cuánto tiempo
soportaría esto, ni si se podría contener la siguiente vez que lo viera. El señor Anderson lo tenía al borde, con su
sonrisa y sus ojos avellana… con su cuerpo, que parecía hecho para pecar… Oh, Kurt quería morder ese fruto
prohibido, demasiado. Jadeó de deseo cuando sentía que su orgasmo se aproximaba, produciéndole un calor en
el estómago. En su mente, la boca de su maestro envolvía diligentemente su pene, succionando con rudeza. La
potencia de esa imagen mental, lo llevó a derramarse con dos empujes más, en su mano y en el piso.

Blaine, en la soledad de su departamento, imitó el actuar de su alumno, metiéndose bajo la ducha y bombeando
su miembro rápidamente, en busca de quitarse las ganas que lo carcomían por dentro, de apoderarse del
inocente cuerpo de Kurt. Su cabeza lo atormentaba con las más calientes posiciones en las que podría cogerse a
su alumno, que no duró mucho tiempo antes de venirse contundentemente sobre su mano. Estaba perdiendo el
juicio y no sabía cómo detenerlo.

03.

Kurt había sido plantado por su amiga Rachel, en su habitual salida de sábado por la tarde, porque la chica había
tenido alguna clase de drama familiar. Él comprendió la situación, pero, de todos modos, se sintió abandonado.
Ese día pretendían echarle un vistazo a la nueva colección de una de sus tiendas favoritas. El muchacho paseó
por el centro comercial, hasta que consideró que dar vueltas solo, no era divertido. Cuando se había decido por
regresar a casa, sus ojos captaron algo que le cambió la expresión del rostro. Era su querido maestro, caminando
despreocupadamente a unos metros de él, con pantalones hasta los tobillos, una polera a rayas con cuello
redondo y una sudadera negra. Su rostro se veía sereno y llevaba gafas de marco blanco. Era casi una aparición
para el chico, tan irreal y perfecto al mismo tiempo, que Kurt tuvo que pellizcar su propio brazo para asegurarse
que no se trataba de un sueño. Sin detenerse demasiado a pensarlo, anduvo veloz a su encuentro, sonriendo
como cada vez que veía al profesor.

- ¡Señor Anderson! – exclamó, situándose frente a él – Qué gran coincidencia encontrarlo aquí – los ojos claros
del hombre lo observaron de pies a cabeza, asintiendo, tan sorprendido como el chico.
- Sí… Kurt, ¿qué haces por aquí? – miró a su alrededor, casi con culpa de sentirse emocionado de ver a su
alumno en un lugar alejado de la escuela - ¿Estás de compras con tus padres? – el chico negó enérgicamente con
la cabeza.
- Lo cierto es que… me plantaron – confesó, sin dejar que su semblante alegre cambiara – Iba a verme con una
amiga y, no pudo venir – el muchacho se encogió de hombros.
- Oh, que desafortunado – Blaine nuevamente le dio una apreciativa mirada. Lo cierto es que el chico tenía un
cuerpo increíble, tanto que, para el mayor, era imposible apartar su mirada de él. Traía puesto un pantalón rojo,
indecentemente ajustado, dejando muy poco a la promiscua imaginación de Blaine, junto a una camisa blanca,
pegada a su torso; un suéter sin mangas de hilo con rombos en las mismas tonalidades de rojo y blanco y un
sombrero borgoña, ligeramente inclinado hacia el frente. La lujuria andante para el señor Anderson – Y, ¿qué
piensas hacer? ¿Vas a volver a tu casa, o…?
- No, yo… - Kurt se adelantó a responder – En realidad, deseaba pasar un rato aquí…
- ¿Solo? – dudó el maestro, tentado a ofrecerle su compañía.
- Y, ¿usted está de compras hoy? – quiso saber el chico, ignorando deliberadamente la pregunta de su profesor.
- No exactamente… Vine a pedir un reembolso por un tostador que compré y que no funcionaba – el hombre se
rascó la nuca – Pero, ya no tengo nada más que hacer – aclaró, sugerente.
- Señor Anderson, ¿le gusta el café? – preguntó el chico de improviso, sacando una sonrisa en Blaine.
- Sí, por supuesto – respondió el aludido.
- Entonces, iremos a tomar café – declaró el chico, tomando a su maestro de la mano, con determinación,
jalándolo hacia su cafetería favorita.
- ¿Pagarás tú? – bromeó Blaine, dejándose llevar por su alumno.

Una vez sentados en las redondas mesas de la cafetería favorita de Kurt, el Lima Bean, Blaine se sintió inseguro
de estar haciendo lo correcto, ya que el castaño lo miraba con un extraño brillo en sus ojos azules, que lo estaba
poniendo al borde.

- Es un buen café… - comentó Blaine, para romper con la extraña tensión en el ambiente - ¿Vienes a menudo
aquí? – preguntó, bebiendo un sorbo.
- Sí – afirmó el chico, dejando su vaso sobre la mesa, luego de beber un largo trago – Prácticamente, todos los
sábados.
- Oh, vaya… - se sorprendió el hombre - ¿No es eso demasiada cafeína en tu organismo? – dijo, en su posición
de profesor.
- No siempre compro café – aclaró con una sonrisa – También tienen jugos y batidos bastante buenos.
- Oh… - Blaine tomó otro trago de café, clavando su mirada en la mesa caoba, intentado ordenar sus
pensamientos.
- Señor Anderson… ¿qué planea hacer cuando su reemplazo termine? – curioseó el menor, ladeando su cabeza
para mirarlo atentamente.
- Am… Supongo que continuaré con el taller de reforzamiento… - dijo el maestro, jugueteando con la servilleta
entre sus dedos – Tal vez, enviar solicitudes a otras escuelas… No lo sé aún.
- ¿Piensa irse de McKinley? – Kurt no pudo ocultar la tristeza que eso le producía.
- Es una posibilidad, pero… esperaré a que el curso termine – aclaró – No tengo ninguna prisa, además… me
siento muy bien en McKinley… y siento cariño por mis alumnos – finalizó con una sonrisa, tomando otro sorbo
de café.
- ¿Siente… cariño por mí… señor Anderson? – indagó el chico, haciendo que su profesor casi se atragantara
con el café.
- Yo… - el hombre aclaró su garganta, ligeramente dolorida por tragar el café caliente – Supongo… que sí – el
estómago del maestro se contrajo, sabiendo que no debería decirle cosas así a su alumno.
- También yo – añadió el muchacho, dándole una de esas miradas que calentaban a Blaine hasta los huesos,
cargadas de inocencia y ternura, pero llameando algo muy parecido a la lujuria y el deseo – Usted es el único
profesor al que podría escuchar hablar por horas… sin aburrirme en absoluto – confesó el ojiazul, sintiendo
como sus mejillas se encendían.
- Gr-gracias – balbuceó el hombre, afectado con las palabras del chico.

El resto de la conversación, después de esas extrañas declaraciones, se mantuvo dentro de lo trivial, ambos
contando un poco de su vida al otro, hasta que el café se terminó. Caminaron juntos hasta el estacionamiento,
prácticamente en silencio, interrumpido por los suspiros de Kurt y la tos incómoda de Blaine. El mayor podía
sentir la fuerte tensión eléctrica que se había instaurado entre ellos, desde que el chico preguntara si él lo quería.

- Éste es mío – indicó el adolescente, señalando su Navigator.


- Es… un gran auto – reconoció el profesor, dándole una apreciativa mirada al vehículo.
- Sí, papá me lo dio a cambio de algunas cosas – Kurt se encogió de hombros – Como deshacerme de mi
colección de muñecas Barbie, porque dijo que era escalofriante que aun las conservara – explicó – Y aseguró
haber visto a una mover la cabeza – bromeó el castaño.
- ¿Por qué coleccionarías…? – pero la pregunta de Blaine quedó en el aire, cuando la respuesta lo golpeó en el
rostro.
- No es por estereotipo… - argumentó el muchacho – Digo, qué tiene de malo que a un chico le guste
coleccionar muñecas, sea gay o no – los ojos avellana del profesor, se encendieron al oírle – Pero, sí… soy gay.
- Oh… am… Es… Hmm… sorpresivo – Blaine intentó buscar la palabra adecuada.
- ¿Tiene algún problema con la gente gay, señor Anderson? – instigó el menor, buscando por una respuesta que
le abriera las puertas a la aventura con su maestro de matemáticas.
- No, no… yo… para nada, digo… - el moreno se aclaró la garganta, mientras pasaba una mano por su nuca –
Yo…

El cuerpo del menor se crispó en anticipación, aproximándose al inquieto profesor, como un sutil felino en
busca de su presa.

- A usted… - el rostro del chico peligrosamente cerca del de Blaine - ¿Le gustan los hombres también? – Kurt
agitó sus pestañas, hechizando al confundido maestro.
- S-sí… - respondió, tartamudeando ante la cercanía de su alumno, mientras luchaba con las ganas de
acorralarlo contra el vehículo y besarlo hasta que sus labios dolieran – Am… sí, eso es algo en común que
tenemos – dijo, dando un par de pasos lejos del adolescente, para recuperar su cordura.

Kurt soltó un resoplido, frustrado. Deseaba tanto al hombre frente a él, que no sabía cómo conseguirlo.
Necesitaba hacerlo de alguna manera, antes de enloquecer o morir quemado por el fuego que el señor Anderson
había encendido dentro de él con su mirada cálida y sus ojos de otoño.

- Bueno, te… te agradezco la invitación – comenzó a despedirse – Pero, ya es tarde y supongo que deben estar
esperándote en casa.
- Sí… un montón de tarea sin hacer – bromeó el menor, alivianando el ambiente – Nos vemos en clase, señor
Anderson.
- Cuídate, Kurt – sin querer quedarse con las ganas de tener algún contacto con su maestro, Kurt se lanzó al
frente, besando al hombre en la comisura de los labios, recibiendo un dulce jadeo en respuesta.
- ¡Adiós! – exclamó, subiéndose al carro a la carrera y dejando a su profesor de pie, pasmado y más confundido
que antes.

-o-

Kurt cerró la puerta de su cuarto de un solo golpe, respirando con dificultad, tanto por correr escaleras arriba,
como por lo que acaba de hacer. Había ido demasiado lejos y temía que su atrevimiento le costara la cercanía
con su profesor. Aun así, mordió su labio inferior con deseo, como si se tratara de la boca de su maestro,
lamiendo la imaginaria esencia del hombre objeto de su deseo. Sus pantalones pronto se sintieron pequeños, y la
necesidad de aliviar sus ganas le pudo más, por lo que, con torpeza y manos ansiosas, quitó el cinturón y bajó su
cremallera. Llevaba muchos días aplacando sus deseos consigo mismo, como nunca antes; y sabía que llegaría a
un punto en que masturbarse no sería suficiente. Acarició la cabeza de su miembro con el pulgar, utilizando el
pre-semen que la cubría, para deslizar su mano con mayor facilidad, haciéndolo más placentero. Casi podía
visualizar al señor Anderson tocándolo, recorriendo su pálida piel con sus húmedos labios, dejando besos y
raspándolo con sus dientes. Se le erizaba el bello de la nuca por lo realista que podían ser las imágenes en su
cabeza, al extremo de sentir la incipiente barba del hombre arañando sus mejillas, y las callosas manos
paseando por los costados de su cuerpo. Era tan prohibido, y tal vez eso lo hacía enormemente excitante para el
chico, quien aún conservaba su gran “V”.

Retuvo el sonido de sus gemidos, cubriendo su boca con el dorso de una de sus manos, mientras se venía con
fuerza en la otra.

- Oh, santa mierda… - gruñó al ver el completo desastre que había dejado en su hormonal necesidad de
masturbarse – Espero que esto salga…

Cuando el lunes llegó, iniciando una nueva semana, Kurt se sentía inquieto y, aunque quisiera negárselo a su
consciencia, temeroso. Le aterraba que su maestro se alejara definitivamente de él, o le pidiera que dejara de
asistir al taller de reforzamiento matemático. Sin embargo, en un rincón apartado de su cabeza, una vocecita le
decía que, si él no hubiera estado de acuerdo con su cercanía, habría reaccionado diferente en el parqueadero,
cuando se acercó a besarlo, o en el salón cuando lo abrazó.

Aun así, cuando el reloj marcó las 3:30 de la tarde, el estómago se le retorció dolorosamente en anticipación.
Caminó tratando de regular su respiración, para aparentar normalidad y no lucir como si estuviera a nada de
tener un ataque de pánico. El salón estaba a medio llenar y el señor Anderson no había llegado todavía. El
castaño se sentó en su pupitre de siempre y se mentalizó en estar tranquilo, pues, mientras estuvieran rodeados
de alumnos, el hombre no le diría nada, por lo que podía preocuparse luego, al acabar la clase. Pero, poco le
duró la calma, cuando por el umbral de la puerta, apareció su profesor luciendo más atractivo que nunca, como
si se hubiera arreglado especialmente para impartir la clase.

Kurt tuvo que recordarse a sí mismo, que debía cerrar la boca para no parecer extraño.

Ese día, Blaine Anderson había decidido dejar de lado su habitual estilo de profesor, olvidando la corbata de
moño en casa, y desabotonando los dos primeros botones de su camisa, además de portar un pantalón más
ajustado de lo que acostumbraba, junto a una chaqueta de cuero negra. Al ojiazul le supo a lujuria, cuando el
hombre abrió la boca para saludarlos. Sentía que el cuerpo de su maestro lo llamaba, y que podía tener un
orgasmo ahí mismo, en medio del salón.

Todo en su profesor gritaba sexo; y el joven de cabello castaño no podía dejar de mirarlo como si quisiera
comérselo con los ojos.

- Kurt, ¿sabes la respuesta de este ejercicio? – dijo de pronto el hombre, despertando al chico de su candente
sueño. El muchacho, sin saber cuánto tiempo llevaba divagando en su mente con el culo de su profesor, miró a
su alrededor confundido, para posar luego sus ojos en la pizarra. Era un ejercicio simple, pero el cerebro de Kurt
no podía pensar coherentemente, si los brillantes ojos color avellana del señor Anderson lo miraban así,
mientras sus labios casi esbozaban una sonrisa. El chico negó lentamente con la cabeza, sintiéndose tonto –
Hmm… Voy a repetirlo para ti – ofreció, dejando a Kurt en las nubes al momento en que soltó una risa grave.

Kurt estuvo tentado a abofetearse con su propia mano, para prestar atención a la explicación del ejercicio
matemático, y poder responder correctamente esta vez; sin embargo, no podía evitar fantasear con la idea de
una pradera solitaria, él y su maestro besándose, el mayor cogiéndoselo mientras sus cuerpos descansan sobre la
chaqueta de cuero que él tenía puesta. La imagen era demasiado bizarra y caliente para el chico, por lo que
rogaba que no lo mandaran al pizarrón, pues no quería estar frente a la clase con una erección imposible de
ocultar a estas alturas.

Agradeció cuando el señor Anderson preguntó por la respuesta a otro chico.


Luego de su explicación, les dejó un par de problemas para resolver, en tanto el hombre se dedicaba a corregir
los exámenes de sus otras clases. Kurt se sentía completamente perdido, ahora que su maestro mordía el
extremo de su bolígrafo con una profunda mueca de concentración. Al ojiazul se le hacía increíblemente tierno
y sexy al mismo tiempo. Casi brincó en su silla, cuando los ojos del mayor se alzaron de improviso,
capturándolo en el vergonzoso acto de mirarle embobado. El chico intentó componer una expresión neutral,
pero el sonrojo de sus mejillas los delató. Centró su atención en su cuaderno, viendo por el rabillo del ojo como
el señor Anderson se ponía de pie, dirigiéndose directamente a su pupitre. El corazón del muchacho latió
desbocado, y temió comenzar a hiperventilar al verle apoyar una de sus manos sobre el escritorio, mientras la
otra reposaba en el hombro de Kurt.

Tímido, el castaño miró hacia arriba, chocando con la imagen de su atractivo profesor a diez centímetros de
distancia de él, sonriéndole dulcemente.

- ¿Tienes problemas para resolverlo? – el chico tuvo que darse un momento para procesar la pregunta del
mayor, entendiendo finalmente que se refería a la tarea – Puedo ayudarte, si gustas – añadió, acercándose
peligrosamente, con una expresión que confundía horriblemente la mente del menor.

Entonces, a pesar de su nula experiencia, Kurt distinguió con claridad que el señor Anderson estaba
indiscutiblemente coqueteando con él. Su boca estaba sonriendo de forma ladina, sus ojos brillaban con lujuria
y la mano que aun reposaba en su hombro, le daba pequeñas caricias, imperceptibles para el resto de los
alumnos en el salón. Se le estaba insinuando sutilmente y el adolescente no sabía como reaccionar a ello, sin
avergonzarse a sí mismo, evidenciando lo inexperto que era.

Decidido a no desaprovechar esa oportunidad, Kurt decidió dejar de lado su nerviosismo, entrando en el juego
del mayor, esforzándose en convertirse en la perfecta mezcla entre inocente y sexy.

- Me encantaría – prácticamente susurró, poniendo casualmente el bolígrafo entre sus labios – La verdad es que
no se me dan bien este tipo de ejercicios – añadió, esperando que el mayor entendiera el doble sentido de sus
palabras.
- Ah, ¿sí? – el hombre se acercó aún más, quitándole suavemente el lápiz de la mano y comenzando a resolver
la tarea, sin explicarle nada – Entonces, ¿qué ejercicios se te dan bien? – Blaine volteó a mirarlo, a sabiendas
que estaban demasiado cerca, casi rozando sus narices.
- Los físicos – soltó, sin saber qué hacía. Bien podría terminar en la oficina del director por insinuarse a su
profesor, pero no podía evitarlo; mucho menos si su maestro lo tentaba, aproximándose de esa forma tan
descarada – Una vez audicioné para ser animador – continuó diciendo, observando como la expresión del señor
Anderson cambiaba drásticamente a una mucho más intensa.

El hombre estuvo a punto de perder su cordura al oírle hablar de esa manera tan lasciva a su alumno. El simple
hecho de imaginarlo metido en un ajustado uniforme de animador lo puso a cien, por lo que tuvo que hacer uso
de todo su autocontrol para no cometer una locura. Aquel muchacho tenía el aspecto de ser inocente y dulce,
pero Blaine Anderson acababa de descubrir que, bajo esa perfecta máscara de pureza, se ocultaba una
personalidad peligrosamente atrayente y malditamente sensual.

Lo más arriesgado de toda esa situación entre alumno sexy y profesor ganoso, era que aquella, no fue la única
vez que sucedió.

Kurt poco a poco se liberaba de su nerviosismo al estar alrededor de su maestro, atreviéndose más a acercársele.
A veces sólo caminaba casualmente hasta su escritorio, preguntándole todo cuanto se le ocurriera, percatándose
de que el mayor le seguía el juego con facilidad cada vez, resolviendo algunos ejercicios, sin explicarle nada en
realidad, sólo hablando en doble sentido, cosas que, para cualquier otra persona, sonarían inocentes.
En otras ocasiones, el adolescente lleno de osadía, usaba sus pantalones más ajustados, sólo para ser observado
minuciosamente por el señor Anderson, cuando se levantaba de su pupitre repetidas veces a botar algo al
basurero.

El castaño era plenamente consciente que eso estaba muy mal; desde un principio, el unirse al taller de
reforzamiento, fue incorrecto. Besar la mejilla del mayor en un lugar fuera de la escuela, fue incorrecto.
Corresponder al coqueteo de su maestro, fue incorrecto. Y es aun más incorrecto, continuar haciéndolo, con la
esperanza de que esas insinuaciones se transformen en algo más.

Y tal vez, el sabor de lo prohibido, era lo que lo hacía tan interesante y atractivo; al punto que Kurt había
comenzado a masturbarse a diario, con tal de contenerse cuando estaba cerca del señor Anderson.

04.

El ojiazul entró a su salón de lengua esa mañana, luciendo un lindo suéter recientemente adquirido, que lo hacía
lucir genial. El amarillo definitivamente hacía resaltar sus colores propios.

- Es hermoso – reconoció Rachel, dándole una apreciativa mirada, ante la risita satisfecha de Kurt - ¿Es nuevo?
- Sí, ¿te gusta? – preguntó – Lo compré el día que me plantaste en el centro comercial – hizo un puchero falso,
viendo a su amiga ofenderse de mentira – Y no sabes lo que me costó decidirme… había demasiadas opciones
en rebaja.
- Es por el cambio de temporada – dijo con obviedad la castaña, acomodando su flequillo – Pero, finalmente,
¿cómo lo elegiste?
- Bueno, al principio estaba seguro de comprarlo en color azul príncipe… - comenzó a explicar – Porque, ya
sabes que ese color me sienta muy bien… pero, entonces vi éste en el aparador y, dijeron que era el único que
les quedaba y era de mi talla – dijo con emoción – No estaba seguro del amarillo, a veces es difícil de combinar,
pero el señor Anderson dijo que realzaba mis…
- Espera, ¿qué? – le interrumpió, poniendo una mano al frente. Kurt se maldijo internamente por olvidar el
pequeño gran detalle de no mencionar su encuentro con su maestro – Tú… dijiste que… ¿el señor Anderson te
dijo? ¿Cómo fue eso? ¿Cuándo? – exigió saber.
- No, yo… lo que quise decir… este… - tartamudeó el castaño, tropezando con sus propias palabras.
- ¿Fuiste… a comprar con él, o…?
- ¿Tal vez? – susurró, sonriendo apenado. Rachel abrió la boca, escandalizada por lo que oía.
- ¡¿Qué?! – chilló, llamando la atención de los demás ocupantes del salón de clases.
- ¡Shhh! Sólo… ¿podrías callarte? – le pidió en susurros – Sí, me encontré por casualidad con él en el centro
comercial – narró, ante la mirada atónita de su amiga – Me acerqué a saludar y hablamos… después compramos
un par de cosas, tomamos un café… y eso es todo – aclaró – No es la gran cosa.
- ¿No es la gran cosa? – rebatió la chica – Kurt, ¿quién en este mundo hace algo como eso? – cuestionó – Uno
no se va de compras con su maestro… eso es… muy extraño – terminó con un tono bajo.
- No lo es… - le restó importancia, tratando de sonar convincente – Además, el señor Anderson es bastante
joven aún… no es como si tuviera sesenta años, Rachel… ya deja el drama, ¿quieres?
- Olvidas mencionar que es increíblemente sexy… - acotó, alzando su índice – Y eso… marca la diferencia en
este asunto.
- ¿Por qué? – dudó el castaño, deseando salir de esa situación tan incómoda.
- ¿Has pensado que puede ser algún tipo de acosador? – le dio una mirada dramática, con sus ojos cafés
centelleando de drama – O un pedófilo… o algo peor.
- Rachel… - la interrumpió, mostrándole una ceja alzada – Cierra la boca – la silenció.

Los chicos se mantuvieron en silencio el resto de la clase, incluso evitando sus miradas. Cuando el maestro dio
fin a su explicación, Rachel se atrevió a volver a hablarle a su amigo.

- Kurt… soy tu amiga… - dijo, poniendo una mano en el brazo del castaño – Y te quiero mucho… sólo, si algo
pasara… lo que fuera… confía en mí, ¿de acuerdo?
- Lo dices como si el señor Anderson fuera a lastimarme – se burló sin humor – Y eso no pasará, tranquila…
Sólo fue una coincidencia el encontrarnos.
- Okay – y con eso, el tema se cerró entre ellos.

Más tarde, el salón donde el taller de reforzamiento matemático se llevaba a cabo, comenzaba a vaciarse, luego
de que éste terminara. Kurt permaneció sentado, esperando por un momento a solas con el mayor. Atrás habían
quedado las palabras de su amiga, porque el castaño las consideraba una tontería.

El señor Anderson, captando las intenciones del adolescente, se puso de pie, haciendo algo de tiempo mientras
borraba el pizarrón blanco. Los alumnos desaparecieron y para cuando el profesor volteó, sólo estaba Kurt,
observándolo fijamente con una mirada particularmente sugerente.

- Estaba pensando… - comenzó a decir el ojiazul, poniéndose de pie y dando un par de pasos vacilantes hacia el
mayor – En ese karaoke… ¿Deberíamos poner una fecha? – sugirió, apoyándose en el escritorio con su cadera.
- No lo sé… - el hombre dejó ver una perfecta sonrisa de dientes blancos, que aceleró el corazón atolondrado de
Kurt – No quisiera romper tus tímpanos con mi manera de cantar – bromeó, haciendo reír al castaño.
- Me niego a creer que usted cante así de mal – Kurt negó con su cabeza – Debo comprobarlo de primera fuente.
- Si voy a cantar… no me gustaría que nadie más que tú me oyera – y aquello sonó casi como una invitación
camuflada para el menor.
- ¿Qué tal si lo hacemos en su casa? – soltó, viendo la inmediata reacción de su maestro ante sus palabras – Lo
del karaoke.

Kurt lo miró, agitando sus pestañas, con esa forma inocente y peligrosa que tenía de mirar, nublando el juicio de
Blaine. Él, a pesar de saber que no debería aceptar una propuesta como esa, anticipando las segundas
intenciones del chico, realmente se sentía tentado a decir que sí.

- Pronto tendré que competir por un solo – continuó hablando el ojiazul – Y me vendría de maravilla un poco de
práctica extra.
- Yo… - entonces, el profesor maldijo para sí mismo, notando que aquella atracción que sentía por su alumno,
sobrepasaba lo sexual. Blaine Anderson estaba sintiendo mucho más por él… porque sólo eso explicaría sus
siguientes acciones – Creo que sí.

El maestro de Kurt se sintió perdido luego de ello, porque no tenía la más remota idea de qué hacer, ya que sólo
deseaba pasar tiempo a solas con él, y no podía contener aquellos deseos que estaban consumiéndolo por
dentro.

Durante el camino a casa, Blaine tuvo un tiempo a solas para aclarar sus pensamientos, reparando en el hecho
de que su decisión fue incorrecta. Él, como figura de autoridad, nunca debió permitir que las cosas llegaran a
ese punto y temía reconocer que aun no era tarde para frenarlo, porque, en lo más profundo de su ser, no
deseaba pararlo.

Kurt le siguió de cerca con su carro, deteniéndose justo detrás de su profesor, cuando éste lo hizo. El
departamento del hombre era bastante modesto, libre de cosas extravagantes o grandes conjuntos de muebles,
dándole a Kurt una perspectiva distinta de la personalidad de Blaine. El moreno lucía incómodo, de pie junto a
la puerta a medio cerrar, sin saber cómo decirle a su alumno que no era buena idea que estuviera allí y que debía
marcharse.

- ¡Wow! ¿Tiene un piano? – la emoción en la voz del chico era perceptible con claridad, y sin esperar un
permiso, se dirigió al instrumento, sentándose y haciendo sonar una melodía que su maestro reconoció como
una canción infantil.

Pudo ser el interés en el piano o los más ocultos deseos del corazón del mayor, pero cerró la puerta tras de él y
acompañó al castaño en la tonada que estaba tocando.

- ¿Qué otras canciones sabe tocar? – preguntó Kurt, sentado junto a él en el banquillo, mirándole con emoción.
- Am… básicamente, cualquier melodía que escuche – presumió con una sonrisa.

Rápidamente, el ojiazul lo llenó de peticiones de números de Broadway y algunos clásicos; cantando


armónicamente cada una de las canciones, como todo un profesional. Blaine Anderson sólo podía maravillarse
al oír la preciosa voz de soprano que el chico poseía. Simplemente perfecto a los ojos del mayor.

- ¡Es su turno! – declaró el castaño, instándole a su maestro a que cantara algo.


- Oh, bien… - pensó un poco, y comenzó a presionar las teclas suavemente, trayendo a la vida una suave y
romántica melodía.

Blaine Anderson solía oírla de su difunta madre, cuando era sólo un niño. Y, como en sus recuerdos, cantó con
su corazón, dejándose fluir a través de la canción.

- Eso… fue tan hermoso… - los ojos azules de Kurt estaban vidriosos de lágrimas contenidas – Ni siquiera sé
porqué está enseñando matemáticas, cuando podría ser un gran cantante ahora mismo – bromeó.
- ¿Qué puedo decir? – se encogió de hombros – Siempre he sido un nerd.
Acomodó sus gafas sobre el puente de su nariz y Kurt rió divertido.

El mayor se alegró de que la extraña tensión entre ellos se disolviera, luego de cantar; logrando que su mente
pensara funcionalmente, y su juicio estuviera intacto ante la presencia de su alumno en la soledad de su
departamento.

Cuando la tarde cayó, Blaine optó por pedir una pizza, agradecido de la compañía del chico, quien lograba
llenar los espacios vacíos del lugar. Hacía mucho tiempo que estaba por su cuenta, llegando a casa sólo para
dormir.

- No me gustan mucho este tipo de comidas, pero como buen invitado… no voy a quejarme – dijo el castaño
con un tono de diversión en su voz.
- Con decir eso, ya estás quejándote, Kurt – contestó el mayor, soltando una risita.
- De acuerdo, lo siento… - alzó las manos en inocencia – Sólo digo… que la próxima vez, yo podría cocinar
para usted – sugirió, alzando las cejas.
- Uh, ¿habrá una próxima vez? – cuestionó Anderson, conservando su sonrisa.
- Por supuesto que la habrá, y quedará encantado con mi comida… - declaró con suficiencia.

Ambos se aproximaron a tomar la última rebanada de pizza, rozando sus manos. La velada hasta ese momento
había sido en completa paz, básicamente porque evitaron en un cien por ciento el contacto físico. Sin embargo,
aquel pequeño toque de dedos, logró electrificar el aire entre ellos en cuestión de segundos. Aun así, se
esforzaron en conservar el ambiente tranquilo.

Terminaron de comer y Blaine no pudo evitar sonreír, al notar la diminuta mancha de salsa en la comisura del
labio de Kurt. Tomó una servilleta y sin decirle nada, se acercó, con la intención de ayudarle a limpiarse. El
castaño, tomado por sorpresa, sintió un fuerte hormigueo en la boca del estómago al notar lo cerca que su
maestro estaba de su rostro. El hombre lentamente alzó su servilleta, rozando ligeramente el borde de los labios
del menor. Al momento en que levantó su vista, siendo capturado por la intensidad de los azules ojos de Kurt,
reparó en las consecuencias de su despreocupada acción.

Kurt entreabrió la boca, respirando agitadamente; podía aspirar el aroma varonil del mayor, lo que lo encendía
de una manera irracional. Simplemente, no podía resistir la cercanía con su profesor, y al parecer, él no era
indiferente tampoco. Siendo incapaces de contenerse por más tiempo a la tensión existente entre ellos,
rompiendo las barreras de alumno-profesor, Blaine capturó con sus labios, el belfo inferior de su alumno,
succionándolo con avidez, para luego atrapar el rostro del menor entre sus manos y profundizar el beso.

El castaño era un desastre emocional en ese momento. El sólo hecho de sentir a su atractivo maestro devorarle
la boca de esa manera, lo estaba desquiciando, haciéndole gemir. Anderson exigió entrar más profundamente, a
lo que el ojiazul no se negó, abriéndose para él, recibiendo su curiosa lengua en su cavidad, mezclándose con la
suya. Aquel beso era tan salvaje como sus sentimientos; carnal, desesperado y ansioso. Sus cuerpos rápidamente
se juntaron, y sin saber cómo, Kurt terminó sentado a horcajadas en el regazo de su maestro, sobre el sofá de
tres cuerpos, meciendo su trasero contra el bulto en sus ajustados pantalones, buscando desesperadamente algo
de fricción.

- N-no… no… - Blaine apartó a su alumno de improviso, quitándole de encima sus piernas, para ponerse de pie
– Es-esto no está bien, Kurt… - pasó una mano por su cabello oscuro, despeinándolo, dándole un aspecto
salvaje y sexy – No deberíamos estar haciendo esto…
- L-lo sé… - la incomodidad creciendo en el menor, sintiéndose vulnerable – Y-yo m-mejor me voy… - susurró,
para luego tomar su bolso y caminar hacia la salida, con sus ojos comenzando a picar.

No llegó lejos, antes de oírle hablar de nuevo.


- ¡Kurt! – el aludido volteó – Espera…

Lo siguiente que el ojiazul sintió, fue el cuerpo de su profesor estampándolo con poca delicadeza contra la
pared del pasillo, mientras su boca volvía a devorar la suya, esta vez con mucha más determinación. Las manos
grandes de Blaine tomaron sus brazos, guiándolos a apoyarse sobre sus anchos hombros, para luego sostenerlo
de las caderas, alzándolo, de modo que se tocaran en los lugares adecuados, con la nueva posición. Kurt enlazó
sus piernas en las caderas del mayor; consiguiendo que la prominente erección del señor Anderson rozara
deliciosamente contra él, sacándole suaves gemidos, que terminaban perdidos entre el húmedo choque de sus
labios.

El trasero de Kurt fue tocado de forma minuciosa por Blaine, en tanto que sus cuerpos se restregaban en un
ritmo candente y mortal para el inexperimentado adolescente. Podía sentir la pequeña humedad en su ropa
interior, y temía terminar avergonzándose a sí mismo por lo ansioso que estaba de correrse de una vez; y la
indecente forma en que la lengua de Blaine estaba lamiendo cada sección de piel expuesta, no le ayudaba
mucho. El castaño estaba tan excitado y caliente, que no sabía cuantos besos apasionados e intensos toques más
podría soportar.

El menor supo que, cuando su camisa fue desabotonada, las cosas iban realmente en serio. Por un segundo
temía estar yendo demasiado lejos con su maestro, apresurándose a los hechos, pero entonces, el mayor atrapó
uno de sus pezones con sus dientes, logrando que jadeara como nunca, echando su cabeza hacia atrás, sumido
en el placer que la boca de su profesor le daba. Decidido a devolverle un poco de todo lo que estaba
experimentando al señor Anderson, extendió su tímida mano hasta el gran bulto que era ahora su erección,
acariciándole por encima de la rígida tela. Considerando que era insuficiente, bajó la cremallera con dedos
hábiles y metió su mano bajo sus boxers, deleitándose con lo que encontró allí. Definitivamente, su maestro era
un hombre en toda la extensión de la palabra. Su miembro firme sobresalió del elástico de la ropa interior,
tentándolo a tocarle; y así lo hizo Kurt. Acarició toda su longitud, viendo el placer cruzar por el rostro de su
maestro, junto con un gruñido de satisfacción. Bajó aún más, hasta que tuvo los testículos en sus manos,
jugueteando suavemente con ellos, disfrutando cómo aquello afectaba al mayor.

Convencidos de llegar hasta el final, Kurt dejó de lado sus inhibiciones, comenzando a bombear el miembro de
su profesor, sacando de él graves jadeos, mientras que no dejaban de besarse descuidadamente. Las manos de
Blaine también quisieron explorar a su alumno, acariciando su trasero primero, para luego dirigirse a su
erección.

- ¡Mierda! – gritó Kurt, cuando la vibración y el estridente sonido de su celular lo sorprendió. Tomándose sólo
unos segundos para regresar a la realidad, miró la pantalla del aparto – Lo siento, es… mi papá… debo
contestar.

Blaine asintió, alejándose de él, poniendo las manos en su cintura, intentando regularizar su agitada respiración.

- ¿Papá? – contestó, ligeramente temeroso – S-sí, ya lo sé… Y lo siento… - la mirada de Kurt se tornó
preocupada – Lo haré, no te preocupes… Sí, en media hora… Lo prometo – terminó la llamada con un suspiro
cargado de frustración – Mi padre me dijo que debía regresar a casa lo antes posible…
- Entiendo – dijo simplemente Blaine, aun abrumado por todo lo sucedido.
- Él es algo sobreprotector a veces… - intentó hacerlo sonar como una broma; pero, para su maestro, aquello
sonó más como una advertencia.
- Kurt… lo que acaba de pasar… - comenzó a decir, recuperando el juicio ahora - ¿Podemos dejarlo como un
secreto? – el mayor no pudo evitar notar la decepción cruzar por los ojos de su alumno.
- Sí, por supuesto… - Kurt le dio una sonrisa forzada a su maestro. No era lo que él esperaba de todo esto,
aunque, siendo plenamente sincero, más allá de en una fantasía, el castaño jamás creyó que llegaría tan lejos
con su profesor; y si el guardar el secreto, le permitiría continuar viéndose, aunque fuera a escondidas, él lo
haría – Hasta mañana, señor Anderson – susurró suavemente, sin apartar su lujuriosa mirada de los oscuros ojos
de su maestro, quien lucía salvaje frente a él, a medio vestir y con los labios rojos y húmedos. Se acercó
cuidadosamente a él y depositó un beso juguetón en la comisura de su boca.

Abotonó su camisa, intentando alisarla un poco, fracasando pues esta se encontraba totalmente arrugada.
Terminó de abrigarse, regresando al frío exterior, dejando tras él a un confundido Blaine, que se debatía el por
qué había cedido ante sus más bajas pasiones.

El mayor se sentía como un estúpido; se suponía que él como un adulto consciente y responsable, debería ser
quien trazara los límites en la relación con sus alumnos, y los hiciera respetar, sin embargo, lo que hizo con
Kurt en su propia casa, no tenía ningún tipo de justificación válida. Él simplemente se dejó llevar, y mentiría si
dijera que no lo disfrutó. Maldición, el chico era tan perfecto en sus manos, pegado a su cuerpo. Todo de Kurt le
parecía hecho a medida para él, y su boca sabía tan dulce.

- ¡Maldita sea! – bufó, cubriéndose el rostro, lleno de frustración - ¡Aaahg!

Se lanzó sobre el sofá, con deseos de no despertar jamás de sus sueños.

05.

La ansiedad carcomía por dentro al castaño, cuando se dirigía casi a la carrera hacia el taller de reforzamiento
matemático, con el corazón latiéndole fuertemente en el pecho, anticipándose al encuentro con su profesor,
luego de su candente sesión de besos en casa de éste.
En cuanto entró al salón, las ilusiones se fueron esfumando de a poco. Blaine mantenía una extraña actitud para
con él, siendo distante y algo frío en sus respuestas. El chico intentó acercarse algunas veces a su escritorio,
pero apenas le veía ponerse en pie, él también lo hacía, con cualquier excusa para no tenerlo demasiado cerca.
Kurt no sabía realmente qué pensar al respecto; quería creer que sólo se debía a que no estaban solos en ese
lugar o a la mezcla de emociones y sentimientos que podrían estar abrumándolo, por lo que hicieron el día
anterior. También existía una tercera idea rondando en su mente, pero prefería descartarla, negándose a pensar
que el señor Anderson pretendiera que nada de aquello ocurrió. Él no se atrevería a ignorarlo, ¿o sí?

Una pesada sensación de angustia lo invadió, forzándolo a dejar de intentar estar cerca de Blaine, por lo que
quedaba de clase. Apoyó su cabeza en su palma abierta, con el codo sobre el pupitre, suspirando amargamente.
¿En realidad su primer romance auténtico, terminaría así, un par de horas después de comenzar? Kurt temía que
para su profesor ni siquiera se tratara de algo romántico, o significativo siquiera. Tal vez para el mayor sólo
fuera un poco de diversión pasajera a costa de su inmaduro corazón de adolescente. El castaño, abrumado por
todos esos deprimentes pensamientos, sintió su vista nublarse, y se vio en la necesidad de parpadear repetidas
veces, para no llorar.

La clase lentamente fue llegando a su fin, con ejercicios que Kurt no pudo resolver, pues su concentración
desapareció completamente, perdido en sus cavilaciones.

- Bien, eso es todo por hoy, chicos – anunció el señor Anderson, poniéndose frente al alumnado – Recuerden
repasar los contenidos en casa, para el examen que tendremos en lunes, ¿de acuerdo? – un coro de voces
respondió afirmativamente – Hasta la próxima semana.

El castaño alzó la mirada; los vestigios de sus preocupaciones surcando la expresión de su rostro, mientras
observaba la masa de estudiantes apresurándose para salir del salón. Con lentitud y desgana, metió su libreta de
apuntes, además del cuadernillo de ejercicios que el señor Anderson les había entregado. El hombre se
entretuvo limpiando la pizarra, hasta que sintió que Kurt aclaraba su garganta para llamar su atención.

- Señor Anderson… - murmuró, una vez que estuvieron completamente solos – Yo… quería hablar de lo que
pasó ayer…
- Sí, Kurt, con respecto a eso… - Blaine interrumpió, volteándose para verle directo a los ojos, notando el
nerviosismo y angustia en los de su alumno – No puede volver a ocurrir… jamás – sentenció, presenciando el
momento exacto en que el frágil corazón del menor, se rompió en pedazos. Diablos, él realmente estaba
esperando oír algo muy diferente al parecer, y Blaine sólo pudo sentirse miserable por haber alimentado los
volátiles sentimientos adolescentes de Kurt – Lo siento mucho, pero… así debe ser… - las lágrimas se
acumularon en las profundidades azules del muchacho, sin embargo, estas no fueron derramadas, pues Kurt
quería aferrarse a lo poco que le quedaba de dignidad – Por seguridad, sería mejor que mantuviéramos distancia
entre nosotros, como profesor y alumno, nada más… - el maestro dio un par de pasos vacilantes, acercándose a
su alumno – Kurt, tú… aún eres menor de edad, y si algo llegara a pasar… si nos descubrieran… el único
culpable sería yo… - aclaró, dejando ver parte de su sincera preocupación en sus ojos mieles – No quiero eso…
Me gusta mi empleo, y no deseo arriesgarlo… ¿entiendes?
- Sí – se limitó a decir el menor, haciendo un enorme esfuerzo por no echarse a llorar como un niño, ante lo
devastado que se sentía.

Para Kurt, aquello era una enorme traición; Blaine Anderson no podía simplemente hacerle sentir mariposas en
el estómago con sus coquetas sonrisas y sus miradas llenas de intensidad, para luego besarlo de la manera en
que lo hizo, llevándole al límite… y desecharlo al día siguiente. Por eso, el chico no esperó escuchar más
excusas de parte de su profesor, y tomando su bolso con brusquedad, salió del aula a zancadas. Sólo deseaba
desaparecer de la faz de la tierra.
Blaine, por su parte, quedó con un amargo sabor de boca al verle marchar de esa manera. Sabía que había roto
su corazón y su consciencia lo acusaba por ello. No sería fácil para él continuar viéndole, y no volver a caer
ante sus encantos, pero tendría que mantenerse firme en su postura, o las cosas se irían al carajo.

Kurt llegó a su casa, azotando la puerta de entrada con furia, y también la de su cuarto, arrojándose sobre la
cama para llorar toda su pena el resto de la tarde, hasta dormirse. Cuando la noche cayó, un par de cálidas
manos lo mecieron para traerlo de regreso a la realidad.

- Hey, Kurt… La cena está lista – informó Finn, su hermanastro, con una sonrisa de medio lado – Ven a comer.
- Finn, yo… - los ojos se le aguaron al instante, al recordar lo ocurrido con su profesor – Yo no tengo ganas de
nada…
- ¿Qué pasa? ¿Te sientes mal? – indagó, mirándolo con curiosidad y preocupación - ¿Estás enfermo? Puedo
comprar medicina para ti, si quieres.
- No… lo que siento no se quita con medicina, Finn – Kurt comenzó a llorar, sintiéndose expuesto y vulnerable,
pero a la vez, seguro junto a su hermano – Y creo que jamás dejará de doler – sollozó finalmente, lanzándose a
los brazos del mayor.
- Kurt… - susurró sorprendido su hermanastro, intentado con movimientos algo torpes, darle consuelo al chico
que lloraba en su pecho, pasando una mano por su espalda.

-o-

Rachel estaba muy intrigada con la actitud de su mejor amigo; Kurt no solía ser la clase de persona que
permanecía en silencio mientras se debatía un tema tan importante como la selección de canciones que
presentarían en la competencia regional de coros. Algo estaba pasando con él y ella realmente deseaba
averiguar de qué se trataba y ver si podía ayudarle a salir del letargo en el que se mantenía sumido. También
notaba que no sólo su estado anímico no era el de siempre, pues su apariencia distaba mucho de lo que
acostumbraba a ser. Portaba unas notorias ojeras violáceas bajo sus ojos azules, contrastando con su pálida piel,
dándole un aspecto enfermizo; y, sin temor a equivocarse, la castaña estaba segura de haberlo visto repetir aquel
conjunto que llevaba el lunes.

A su parecer, debía ser algo importante aquello que estaba afectando a Kurt, de otro modo, no se explicaba la
actitud de esa semana.

La clase de matemáticas llegó y en modo zombi, Kurt caminó en compañía de su amiga hacia en salón,
sabiendo que debía enfrentarse a su profesor sin llorar, lo cual le parecía casi imposible. Y es que el chico se
encontraba realmente herido, lastimado en lo más profundo de su ser, y por, sobre todo, decepcionado. Él
hubiera sobrellevado un romance en secreto, fingiendo que nada pasaba entre ellos durante el horario escolar,
con tal de poder pasar un par de tardes a la semana junto al hombre que le volaba la cabeza, pero jamás esperó
que él simplemente terminara con todo de raíz, pretendiendo que aquello nunca pasó.

Anderson tomó un par de respiraciones profundas, deteniéndose a diez pasos de la puerta de su siguiente clase.
Kurt estaría allí y él intentaba mentalizarse en no hacerlo incómodo para ninguno de los dos. Debía conservarse
firme, así se muriera por dentro.

- Buenas tardes, alumnos – vociferó con voz firme, entrando como un huracán al salón, dejando su maletín
sobre el escritorio, comenzando a escribir casi inmediatamente, no perdiendo tiempo en siquiera echar una
ojeada por encima del hombro, evitando ver al castaño.

Inevitablemente, Kurt sintió la actitud del profesor de matemáticas como una patada en el estómago. Era
evidente que no deseaba mirarle a la cara, y el chico sólo pudo asumir que era el arrepentimiento que estaba
sintiendo el hombre, lo que se lo impedía, por lo que quiso morir. No cabía en su cabeza que sólo él hubiera
disfrutado aquel momento, por ser lo más increíble que le había pasado en la vida.
Rachel observó el extraño comportamiento de su mejor amigo, quien recostó su cabeza sobre el pupitre,
cerrando fuertemente sus ojos, con una expresión de dolor.

- ¿Te sientes bien, Kurt? – indagó la muchacha, acariciando el cabello castaño del otro. El aludido asintió
lentamente, a sabiendas que ella no le creería – No me mientas – le riñó maternalmente, sin embargo, no obtuvo
mayor respuesta a su reclamo.
- ¡Mirada al frente! – exclamó el señor Anderson, al notar que la amiga de Kurt estaba distraída. La morena
rápidamente alzó la vista, concentrándose en la clase, para evitar reproches.

La clase avanzó tortuosamente lenta, mientras el corazón de Kurt dolía cada vez más. El humor del señor
Anderson tampoco parecía ser el mejor, comportándose de forma severa y criticando duramente a los alumnos
cada vez que equivocaban sus respuestas.

- Si se tomaran el tiempo de estudiar, como es su deber, no estarían reprobando sus exámenes – exclamó, una
vez que terminó de informar las calificaciones – Esto es matemática avanzada, no el jardín de infantes –
finalizó, tomando su maletín y dando por terminada su clase.
- ¿Qué rayos le pasa a este tipo? – masculló Rachel, una vez que el hombre se marchara – Y tan agradable que
parecía en un principio – negó con la cabeza, sacudiendo su flequillo con molestia – Kurt, ¿quieres ir a
almorzar? – el chico se apresuró en negar – Pagaré por tu almuerzo… - intentó animarle – Puedes comer tanto
como quieras – dejó ver una sonrisa, en su esfuerzo de convencerle.
- No, Rach… gracias, pero… no tengo hambre – mintió, sintiendo que las lágrimas se acumulaban en sus ojos,
por lo que se levantó de su asiento, para huir antes de quedar en evidencia – Nos vemos al rato.

No esperó por la respuesta de la castaña y salió, casi corriendo para llegar a los servicios de chicos,
encerrándose a llorar.

Aquel miércoles se debatió si debía asistir al reforzamiento matemático, o era mejor ausentarse como la semana
pasada. Anímicamente estaba devastado y no estaba seguro de poder aparentar normalidad, estando frente a
Blaine durante una hora completa. Aun le dolía lo ocurrido, y no podía evitar sentirse usado por el mayor, como
un desahogo para liberar estrés. Había transcurrido casi dos semanas desde que se besaran en su casa y después
de la conversación que habían tenido, el profesor no volvió a acercarse a él, ni a dirigirle la mirada, como si la
culpa fuera de Kurt.

Como un modo de distraerse, accedió a ayudar a Rachel en su proyecto de ciencias, dirigiéndose al laboratorio
del segundo piso.

- ¿Qué es eso? – preguntó el chico, en cuanto entró al salón, viendo a su amiga poner un par de gotas en un tubo
de ensayo burbujeante, que cambió el color del líquido de rosado pálido a púrpura intenso.
- Estoy intentando seguir este tutorial de internet… - aclaró la morena, mostrándole la pantalla de su celular,
mientras acomodaba sus gafas protectoras.
- Y… ¿realmente funcionará? – dudó con recelo – No quiero volverme radioactivo o algo así – intento bromear.
- No seas tonto… - el extraño líquido comenzó a burbujear con mayor intensidad, alertando a los dos
muchachos – Pero, tal vez debas ponerte una bata de laboratorio, sólo por si… - la chica no terminó su frase,
antes de ser salpicada al reventar un gran globo púrpura, de la pegajosa sustancia del tubo de ensayo. Su cabello
y rostro completamente cubiertos de la sustancia viscosa, no era lo que le preocupaba; pues al observar a su
amigo, como el monstruo del pantano morado, supuso que éste la mataría por arruinar su ropa.

Con lentitud, Kurt alzó sus manos y con sus dedos índices, retiró el exceso de mezcla de sus ojos, para darle una
mirada letal a la chica, demostrándole su furia con ese gesto.
- Kurt, yo… realmente lo lamento… creí que resultaría como en el video de internet – se excusó, buscando por
algo que le sirviera para limpiar el rostro de su amigo. Tomó un rollo de papel de cocina y se acercó a Kurt con
la intención de quitarle la sustancia viscosa de la cara, pero él le arrebató el papel y alejándose de ella, se
limpió.
- Yo me largo – sentenció, arrojando el papel a la basura con violencia.
- Kurt, no te enojes conmigo… - rogó la chica – Te pagaré la ropa, lo prometo.
- Oh, por supuesto que lo harás – dijo con sarcasmo, antes de marcharse.

Condujo a toda velocidad hasta su casa, para cambiarse. No había decidido del todo su situación con respecto al
taller de reforzamiento, pues, de todos modos, no lo necesitaba, y el motivo principal por asistir era Blaine
Anderson. A pesar de todo eso, se dijo a sí mismo que no iba a mostrarse como un inmaduro, huyendo de él
como si fuera el culpable de lo ocurrido. No. El único responsable de que las cosas se fueran al caño, había sido
su maestro, por intentar pretender que nada pasó. Kurt sacaría su lado salvaje, enfrentándose al mayor, como
siempre lo hacía con todo tipo de situaciones, no iba a acobardarse ahora.

Estaba a solo dos cuadras del instituto, con una copiosa lluvia cayendo a su alrededor, cuando su carro se
detuvo.

- ¡Maldita sea! – gruñó, dándole un golpe al volante.

Molesto, bajó del vehículo, colgándose el bolso en el hombro, sintiendo como a poco se empapaba con la
intensa lluvia.

- ¡Genial! – bufó. Definitivamente ese no era su día. Caminó a paso lento, completamente resignado, hasta
entrar en el edificio, dirigiéndose a la clase de reforzamiento. Se maldijo por querer ayudar a Rachel en su
estúpido experimento. Si no fuera por ella no estaría empapado ahora ni con su carro descompuesto.

Al llegar al salón, abrió la puerta silenciosamente, pues iba algo tarde y no deseaba llamar la atención. Para su
sorpresa, el lugar estaba completamente vacío, a excepción de una persona. Blaine Anderson.

El hombre se extrañó de que Kurt estuviera parado en la puerta, con expresión confundida, puesto que había
dejado de asistir al taller de reforzamiento, desde el día que hablaron por última vez. Tampoco esperaba aquella
lluvia que salió de la nada, y que los alumnos no llegaran a su clase, excepto Kurt.

- He cancelado la clase… – informó con voz vacilante, sintiéndose nervioso de tener al chico nuevamente cerca
de él, a solas y completamente mojado, con el cabello castaño pegado a su rostro y sus labios rosados y
húmedos, al igual que sus mejillas sonrojadas. Era una imagen inocente y a la vez demasiado atractiva para el
hombre - …por la lluvia – añadió casi en un murmullo, señalando la ventana a su espalda con su pulgar.
- Oh… - el adolescente se sintió tonto entonces, siendo el único en asistir, en el peor día de todos.
- Puedes ir a casa – dijo, apartando la mirada a su escritorio, tragándose sus deseos de lanzarse sobre su alumno.

Al no oír los pasos de Kurt salir, Blaine volteó a mirarle, encontrándose con el chico en el mismo lugar,
inmóvil, conteniendo las ganas de decirle algo, teniendo una lucha interna consigo mismo, que se reflejaba en
su ceño fruncido y su expresión facial. Los ojos almendrados del profesor lo escanearon, intentando adivinar los
pensamientos del castaño. Lentamente se puso de pie, dando un par de pasos más cerca del muchacho,
humedeciendo sus labios, al ver las gotas de lluvia resbalar por su rostro hasta perderse en el cuello de su
camiseta.

- Kurt… - el chico, despertando de su trance, clavó sus ojos azules en los deseosos de su maestro, determinado a
no salir de allí sin algo a cambio. Estaba harto de llorar por los rincones por lo que pudo haber sido y no fue.
¡No! Dejaría de comportarse como un niño tonto y tomaría las riendas de la situación.
Con eso en mente, cerró la puerta tras de él, sin dejar de mirar al mayor directamente a los ojos, echándole el
seguro. Blaine tragó duro, entendiendo la silenciosa invitación que su alumno le enviaba con esa acción, y
maldita sea, él lo deseaba a un punto que dolía, y su determinación tambaleaba al verle mojado y caliente frente
a él, respirando con los labios entre abiertos mientras sus ojos azules lo escudriñan, ansiosos en busca de una
respuesta afirmativa. Anderson sabía de sobra que aquello estaba mal, que era incorrecto y que, si alguien se
enteraba, sería su fin. Sin embargo, su cuerpo parecía ser atraído por una fuerza magnética hacia el cuerpo de su
alumno, y no podía evitarlo.

06.
Kurt casi se sobresaltó por el rápido movimiento de su maestro, quien se acercó a él en menos de tres pasos,
sosteniéndolo con sus manos varoniles, calentándole la piel fría bajo la mojada tela de su camiseta. Soltó un
jadeo involuntario, que fue silenciado por la desesperada boca de Blaine. Su lengua lo recorrió por dentro,
dejándole saber lo mucho que extrañó ese contacto con el chico y que los días que estuvieron apartados, fueron
una tortura también para él. Por su parte, el castaño sentía deseos de llorar de felicidad, por estar recibiendo
exactamente lo que esperaba, confirmando que sus sentimientos no eran unilaterales. Kurt podía percibir las
ansias en su maestro y la forma en que sus manos le acariciaban con dulzura, le enternecía y le calentaba el
pecho. En cambio, la sucia y sugerente manera en que le besaba, lo llevaba al límite, sintiéndose sofocado en su
propia piel, deseando cada vez más de él.

Su cabeza chocó contra la madera a sus espaldas, en tanto Blaine continuaba con su tarea de devorarle la boca,
tocando cada fibra de su ser, tan íntimamente que Kurt estaba deshecho en sus brazos, completamente a la
deriva. El chico estaba dolorosamente excitado, al igual que su profesor, quien no podía contenerse de pegar su
entrepierna a la del menor, sólo para que éste notara en el estado que se encontraba tras compartir aquellos
húmedos besos. El castaño, poseído de una valentía desconocida para él, los hizo girar, dejando a Blaine contra
la pared, descendiendo con sus besos por el cuello del mayor, tentándole y desquiciándolo, por puro placer.
Cuando Anderson oyó el ruido de su cremallera ser bajada, una oleada de pánico lo embargó, queriendo detener
a Kurt de lo que sea que pensaba hacer.

- N-no… no creo que… Ah… K-Kurt… - masculló, con los dientes apretados, sintiendo la fría mano del
adolescente sobre su erección, piel a piel, acariciándole con movimientos suaves y tortuosos – Oh… mierda… -
gruñó más fuerte al notar que la mano era reemplazada por la boca caliente de su alumno – Mierda, mierda,
mierda… ¡K-Kurt! – se mordió la lengua, ahogando sus gemidos de placer, para no llamar demasiado la
atención.

Blaine se sentía en la gloria, al punto en que sus piernas temblaban, debilitadas por la descarga de satisfacción
en su cuerpo. Sus manos se posaron sobre la castaña cabeza de Kurt, quien engullía su miembro gustoso de
oírlo jadear como loco, con la respiración entrecortada. Kurt jamás había hecho algo como eso, pero eso no
significaba que no supiera como debía hacerse. Tenía la teoría, sólo le faltaba llevarlo a cabo.

- T-tienes que… parar… - intentó advertirle, cuando su venida estaba cerca y no se sentía capaz de retenerla por
más tiempo – K-Kurt… ya… - las palabras de Blaine fueron cortadas por la potente succión del chico sobre su
miembro, aumentando cada vez más, consiguiendo que perdiera la razón, corriéndose gloriosamente en su boca.
Kurt sintió el líquido caliente golpearle la garganta y se apresuró en tragar, hasta que se detuvo. Anderson
apenas podía mantenerse en pie, por el temblor de sus debilitadas piernas, y la impresión que se llevó al ver a
Kurt tragarse toda su corrida sin problemas. Estaba extasiado con ese chico, y cada vez le encantaba más y más
– Mierda… vas a matarme… - intentó bromear. El castaño se puso de pie y ayudó al mayor a regresar su ropa a
su lugar, para luego mirarlo con una sonrisa cargada de satisfacción y lujuria.
- Tiene una boca muy sucia, señor Anderson – ronroneó como un gato mimado, pestañeando suavemente,
tentando a su maestro.
- Mmmh… - el hombre saboreó sus palabras – Creo que oírte llamarme así… es lo más excitante que me han
dicho.
- ¿Señor Anderson? – repitió con fingida inocencia.
- Tú te lo buscaste – gruñó, antes de volver a unir sus labios, esta vez con más suavidad que antes. Kurt disfrutó
del toque de sus cuerpos, y Blaine lo guió lentamente hacia el escritorio, sentándolo sobre este, para que
pudieran estar aún más unidos – Gracias… - susurró una vez que necesitaron respirar.
- ¿Por qué me da las gracias? – dudó el chico, trazando líneas imaginarias sobre el pecho del mayor.
- Por la mejor mamada de mi vida – no pudo evitar reír un poco al decirle aquello a su alumno – Esto es una
locura…
- Ambos estamos locos – lo corrigió el castaño.
- Sí… - Blaine soltó un profundo suspiro, antes de volver a mirarlo – Te compensaré… cuando tengamos otra
oportunidad – ofreció, haciendo brillar los ojos del chico, llenos de esperanza.
- ¿Tendremos otra oportunidad? – cuestionó – O, ¿sólo pretenderá que esto tampoco pasó? – lo atacó con su
lengua afilada. Anderson cerró sus ojos, golpeado por la culpa de apartarse de Kurt de esa forma.
- Kurt… - lentamente lo miró, acunando su pálido rostro con sus grandes manos – Tienes que entenderme…
Estaba asustado de lo que sentía y… sí, me acobardé… - Kurt torció el gesto – Tenía miedo de estar dañándote,
llevándote a algo que no querías realmente… Creí que, si te alejabas de mí, podrías aclarar tus sentimientos y…
- No – negó con vehemencia – Señor Anderson, yo… realmente usted me gusta… me gusta mucho…
- Lo sé, y tu me gustas también, pero… - el profesor suspiró nuevamente – Soy mayor que tú por varios años,
además de ser tu maestro y tú… un menor de edad… ¿Te das cuenta de lo peligroso que es todo esto? – soltó
una risa triste.
- Entonces, ¿volverá a alejarme? – preguntó con voz dolida, queriendo apartarse del agarre que aún mantenía
sobre su rostro.
- ¿Realmente crees que podría apartarme de ti, después de esto? – dijo, mirándole directo a los ojos – No puedo.
- Que bien, porque tampoco pensaba dejarle hacerlo otra vez – bromeó Kurt, sonriendo por primera vez – Pero,
¿Qué pasa con todo lo que acaba de decir? ¿No dijo que era peligroso?
- A la mierda todo – susurró sobre sus labios, para después besarlo profundamente, sellando ese momento –
Buscaremos la manera de hacer que funcione… aunque tendremos que ser muy cautelosos, por lo que esto de
encerrarnos aquí, no debe volver a repetirse – advirtió, con severidad fingida.
- Sí, señor Anderson – contestó como un niño obediente, volviendo a besarlo.
- Definitivamente, vas a matarme – murmuró, perdiéndose en la sensualidad y ternura del chico frente a él.

-o-

Para Blaine Anderson, dar aquel gran paso con su alumno, logró desatar una bestia dormida en su interior,
sintiéndose mucho más sensible ante los sutiles estímulos que el chico le daba, y receptivo con sus coqueteos
disimulados. Pero, también vivía bajo el constante temor de que todo se fuera al demonio por un descuido de su
parte o por exponerse de esa manera. No podía negar que adoraba a Kurt, su inocencia propia de la edad y la
dulzura que el muchacho proyectaba, además de la sensualidad y lascivia que escondía en el interior, y eso lo
aterraba más. Los nueve años que los separaban lo volvía todo más complejo, mucho más en su situación como
profesor del castaño al que sólo quería amar.

Temía corromperlo, obligándolo a saltarse las etapas que le corresponden vivir, sólo para satisfacer su
insaciable deseo de tenerlo con él. Aquello podría terminar desencadenando un incurable rencor de parte del
castaño, cuando mirara hacia atrás y se arrepintiera de no disfrutar su juventud como debía, por su culpa…
Aquellos pensamientos le torturaban por las noches, sin embargo, Kurt los barría de su mente con sus sonrisas y
el suave movimiento de sus pestañas. Estaba embobado con ese adolescente, y su razón era nublada cada vez
que le veía. Era inevitable sucumbir ante sus encantos, y ¿quién podría culparlo? Nadie que conociera la entrega
y la pasión de Kurt en cada toque y en cada beso, podría hacerlo, porque la manera que tenía de amar, era de
otro mundo.

Habían acordado no tener ningún tipo de encuentro casual mientras estuvieran en el instituto, para su seguridad.
Y, a pesar de que ambos se esforzaban en cumplir con esa regla, a veces les resultaba imposible, cuando el
salón quedaba finalmente vacío, sólo ellos dos en el interior, hablando de cualquier cosa, hasta que la
electricidad del aire los encendía y atraía sus cuerpos como imanes, necesitando el toque del otro para calmar la
insaciable sed de sus deseos más profundos.

- Oh, señor Anderson~ Mmhp… - Kurt estaba disfrutando de la más maravillosa e increíble mamada que jamás
había recibido, a cargo de su querido maestro - ¡Maldición! ¡Blaine! – chilló cuando el orgasmo lo golpeó,
sintiendo sus extremidades temblorosas, ante la imagen del hombre tragando con ferocidad todos sus fluidos,
como si fuera el más rico de los néctares.
- Creo que tendré que castigarte por ser un niño malo – bromeó el hombre, con una voz grave y excitante a
oídos del menor – Llamándome por mi nombre, como a un igual… que falta de respeto… - Kurt ni siquiera
podía moverse. Los espasmos de su reciente corrida aun le contraían el vientre, por lo que solo soltó una risita
traviesa en respuesta.
- Lo siento, señor Anderson… - murmuró sensualmente, con los vestigios de la excitación en su sistema – No
volverá a ocurrir – aseguró, llevando una mano a su frente, para recuperar el aliento, quitando el sudor de su
rostro.

El maestro se alzó, robándole el aliento al muchacho con un beso que le permitió saborearse a sí mismo. Sus
manos grandes acunaron su cuerpo delgado, pegándolo a su trabajado torso, sintiendo su calor corporal, además
de la agitada respiración del chico.

- Estamos arriesgándonos demasiado… - reflexionó el hombre, mirando a su alrededor, como si la realidad lo


acabara de golpear en la cara, dándose cuenta que aun estaban en el salón de clases y que cualquiera pudo haber
entrado por la puerta.
- ¿Qué cree que deberíamos hacer? – preguntó Kurt, trazando dibujos sobre la camisa de su profesor, con la
punta de su dedo índice – Es casi inevitable estar juntos…
- Tal vez… - Blaine dudó, considerando que su idea era arriesgada, y podía desencadenar un sinfín de
problemas. Aun así, decidió sugerirlo – Tal vez… es mejor que nos veamos en mi casa… - el tono de duda fue
percibido por el menor, quien abrió sus ojos grandemente. Su cabeza adolescente pintándole las más
provocadoras imágenes en su mente.
- Yo… - Kurt humedeció sus labios, enrojecidos por la sesión de besos – Creo que sí… es una buena idea… -
afirmó, sintiendo un gran nudo en su estómago, con los nervios a flor de piel.

Sólo entonces, mientras conducía hacia la casa del señor Anderson, cayó en cuenta de lo que pasaría. En
principio, sus ansias por estar con él no lo habían dejado pensar con claridad, pero en este momento, muchas
cosas circulaban por su mente, poniéndolo en alerta. ¿Realmente estaba preparado para ir hasta el final? Él aún
tenía 17 años y su inexperiencia lo asustaba. ¿Qué tal si nada es como él piensa? No podía tomar el porno como
una referencia de lo que el sexo es en realidad, pues era consciente que lo que mostraban en pantalla, no era
real… no del todo. ¿Y si Blaine lo dañaba? ¿Qué pasa si se retractaba al saber que Kurt era virgen aún? Tal vez,
por la forma como sucedieron las cosas, el hombre estaba pensando que ya tenía experiencias sexuales previas.

Kurt se detuvo frente a la casa de su maestro, mordiéndose la uña de su meñique, intentando controlar su
nerviosismo. De pronto, se sintió asustado, como un niño pequeño. No, definitivamente él no estaba preparado
para el sexo… o, al menos, no para ser tomado por el profesor.

Aun así, y con las piernas vacilantes, bajó de su vehículo, acercándose al señor Anderson, quien rebuscaba por
las llaves, para entrar tras de él. Inhaló grandes cantidades de aire, ingresando a la vivienda de Blaine,
reconociendo su olor en el lugar; una mezcla de perfume amaderado y libro nuevo.

- ¿Todo bien? – la profunda voz del mayor, lo apartó bruscamente de sus pensamientos – Kurt, te vez algo
pálido… bueno, más de lo usual – intentó bromear, ante el mutismo del muchacho.
- Yo… si, sólo… - aclaró su garganta. Debía ser directo con su profesor, y decirle sus temores… o por lo
menos, advertirle sus límites. Se giró lentamente, clavando su mirada azul en la del mayor, antes de continuar
hablando – Yo… yo nunca he… - los colores le subieron al rostro en ese momento, sintiéndose como un niño
pequeño hablando de sexo – Yo… soy virgen… señor Anderson – soltó finalmente, en medio de una exhalación
nerviosa. El hombre frente a él lo contempló con los ojos brillantes, como si sus palabras en lugar de
desanimarle, hubieran sido un alago.
- Vaya, Kurt… eso es… - una pequeña sonrisa estiró sus labios – Es increíble…
Kurt le devolvió la mirada con confusión. Qué podía tener de increíble tener en su cama a un chico con cero
experiencia sexual, al que tuviera que guiarle en todo, porque no sabía cómo complacerle. El castaño no lo
entendía.

- ¿Qué? – dijo, incapaz de reprimir su curiosidad.


- Sé que no lo entenderás, pero… - el hombre le tomó la mano con delicadeza, besando sus nudillos – Para
cualquier hombre es… Mmh… algo especial ser el primero… - continuó, sin dejar de rozar con su boca, la tersa
piel de las manos del menor.
- Si soy sincero con usted, estoy asustado ahora mismo – casi rió, pero las emociones burbujeando dentro de su
pecho no se lo permitieron.
- Lo entiendo, Kurt… Y no planeo obligarte a hacer nada que no quieras… o puedas – terminó por decir,
guiándole hacia la sala, sin liberar su mano – Puedes estar tranquilo… No soy ninguna clase de pervertido, ni
nada parecido… - Kurt alzó sus cejas y Blaine soltó una risa gutural, la cual resonó por la casa – Sí, creo que en
nuestra situación… - los señaló a ambos con su índice, alternadamente – Eso no es muy creíble, pero, te aseguro
que mis intensiones son buenas… - Kurt lo analizó en silencio, dejándose abrazar y apegar al cuerpo de su
maestro - ¿Confías en mí?
- Sí – fue la respuesta del castaño, sin vacilaciones. Anderson, tomando eso como una respuesta a todas las
dudas que flotaban entre ellos, se inclinó ligeramente, ladeando la cabeza para capturar la boca rosada de su
alumno con delicadeza y ternura.

Quería de esa manera demostrarle que realmente le gustaba mucho más allá de una atracción física y sexual; si
no que también adoraba sus mejillas sonrojadas, sus profundos ojos azules cargados de inocencia y la
maravillosa forma de ser del chico, siempre tan natural y alegre. Le adoraba en mil maneras, y amaba mirarle
cada vez que tenía oportunidad de hacerlo, pasándose los recesos observándole por la ventana del salón de
maestros, sólo para verle reír sin inhibiciones con sus amigas. Imaginaba el sonido de su risa, llegando a sus
oídos como la melodía más hermosa jamás creada. En clases tenía tiempo de sobra para estudiar cada uno de
sus gestos y expresiones faciales, disfrutando la deliberada forma en que fruncía su ceño al no comprender los
ejercicios en su cuaderno, o como llevaba el bolígrafo a sus labios dándole pequeños golpecitos en tanto
pensaba como continuar resolviendo su tarea. Kurt Hummel cumplía con todas sus expectativas de lo que
buscaba en una pareja, excepto por su edad… todo lo demás, era perfectamente hecho a medida para Blaine
Anderson.

-o-

- Señor Anderson… - Kurt giró en la cama de su maestro, quedando sobre su estómago, apoyando el mentón en
el pecho marcado de su profesor – Estaba pensando algunas cosas… - una mirada picara se apoderó de sus ojos
azules, llamando la atención del hombre junto a él – Respecto a… nosotros… - Kurt acarició la palabra en sus
labios, tanto como pudo – Tal vez sería mejor que esperemos a que yo cumpla mi mayoría de edad… para… - el
chico carraspeó avergonzado – Ya sabe… Ir más lejos.
- Oh… - Blaine, tomado con la guardia baja, lo miró sorprendido. Cuando su alumno le confesó ser virgen, el
hombre se resignó a tomarse las cosas con calma, esperando que Kurt se sintiera listo para avanzar al siguiente
nivel.
- En mayo cumpliré dieciocho y… supongo que sería una buena manera de celebrarlo, ¿no cree? – una sonrisa
traviesa apareció en su pálido rostro y el maestro le imitó.
- Kurt, será cuando tu lo desees… no necesitas apurarte por mí, cariño… Te esperaré todo lo que quieras – los
ojos del menor brillaron con fascinación al oírlo llamarlo de esa forma tan íntima y amorosa. Cariño.
- Lo deseo – soltó, como una invitación a pecar, con los labios entreabiertos y las mejillas ardiendo. Anderson
sintió un tirón en su vientre, debido a la anticipación.
En un rápido movimiento, posó una de sus manos en la nuca del chico, jalándolo hasta que sus bocas se
encontraron en un beso necesitado. Tal vez tendría que esperar, pero eso no quitaba que pudieran practicar
algunas cosas antes.

- Tendré que prepararme para ese momento… - soltó el muchacho cuando se separaron en busca de aire. Blaine
le dio una mirada divertida – Es… un poco aterrador ser el que recibe… - confesó, cubriéndose el rostro con
ambas manos por lo que decía – Más aún, considerando… que usted es realmente grande… - Blaine sólo pudo
carcajear al oírle decir eso, mientras su alumno se refugiaba de su vergüenza en el cuello del profesor.

07.

Las borrosas líneas que dividían la relación de profesor-alumno, poco a poco iban desapareciendo entre Blaine
y Kurt. Ambos habían caído bajo una ilusión de romance y pasión que, hasta cierto punto, los cegaba de la
realidad que los rodeaba. El adolescente, en su apogeo juvenil de amor, no era consciente de la aguda mirada de
su amiga sobre él, estudiando y buscándole un por qué a cada suspiro y sonrojo que el chico exteriorizaba,
haciendo eco de sus pensamientos, durante la clase de matemáticas. Rachel, con ojo crítico, observaba la
llamativa actitud de su mejor amigo, quien sonreía a la nada y parecía brillar, con sus mejillas ruborizadas y el
particular resplandor en su mirada azul, dándole un aspecto diferente. Ella no solía ser curiosa, más allá de lo
normal, pero aquel comportamiento en el castaño, le estaba desquiciando debido a la incertidumbre de saber la
razón de tal cambio.

- ¿Ocurrió algo bueno? Te vez radiante – comentó la chica, intentando poner un cebo, sutilmente.
- Oh, no… para nada… - contestó Kurt, ladeando su cabeza, forzándose a ocultar su sonrisa, fracasando en su
intento – Incluso, creo que reprobaré el examen de química.
- ¿Seguro? – la chica lo miró expectante, a la espera de alguna reacción que coincidiera con lo que acababa de
decirle. Sin embargo, el humor del castaño parecía imperturbable – Deberías estar preocupado, ¿no crees?
- Y lo estoy, pero… - Kurt inevitablemente rio - ¿No es un lindo día el de hoy? – volteó a mirarla con diversión
en sus ojos.
- ¿Qué? – Rachel no entendía nada.

Más tarde, Kurt caminaba casi sin tocar el suelo, sintiendo su cuerpo ligero, como si flotara, mientras se dirigía
al salón de reforzamiento matemático. Sólo una semana había pasado en compañía de su adorado profesor, y en
su pecho no cabía más dicha. Ellos se esforzaban en ser tan discretos como sus sentimientos les permitían, pero
parecían nunca tener suficiente del otro; con el latente deseo de estar cerca, de tocarse y sentir los latidos de sus
corazones a un solo ritmo. Se necesitaban el uno al otro, como el aire, para vivir.

Las clases transcurrían lentas, cuando sabían que al terminar se volverían a encontrar; el tiempo se ponía en
contra de su anhelo, tardándose tanto como podía, sólo para perturbarlos, aumentando sus ansias de estar juntos
finalmente. Cuando el momento llegaba, y se veían solos en el salón, no podían contenerse y se besaban con
pasión, deseando que el mundo y el tiempo se congelaran, para alargar ese momento eternamente, sin
preocupaciones, ni prisas. Sin embargo, la realidad los golpeaba tan pronto como sus labios se tocaban,
obligándolos a mantener las distancias.

- Vuelves a llegar tarde, Kurt – había dicho su padre, cuando el chico entraba por la puerta, pasadas las siete de
la tarde ese día.
- Estaba estudiando… - mintió el muchacho, rogando porque su cara no se tiñera de rojo – Y olvidé llamar.
- No me gusta que estés dando vueltas por ahí a estas horas – insistió el hombre, para luego beber un trago de su
cerveza, acomodando su cuerpo en el sofá – Es peligroso.
- Lo sé… Tendré eso en cuenta, papá – aseguró Kurt, antes de marcharse escaleras arriba.

El chico entró a su cuarto, con el corazón latiendo fuertemente en su pecho. Estaba tomando demasiados riesgos
en su afán de mantener una relación con su profesor, y sabía que eso podría pasarle la cuenta. Temía ser
atrapado en su prohibido romance y que lo alejaran para siempre del señor Anderson. Su corazón de adolescente
no podría soportarlo. Aun así, se prometió no rendirse al miedo, y disfrutar de lo que tenían.

-o-

Blaine se encontraba recostado, acariciando tranquilamente el cabello castaño de su alumno. Afuera, la tarde
caía lentamente, mientras ellos disfrutaban su tiempo juntos, tendidos en la cama del maestro.

- ¿Me creería si le digo que llevo una cuenta regresiva hasta mayo? – murmuró de repente el menor, sacando a
Anderson de sus pensamientos.
- ¿Es así? – dudó, intentando mirarlo a la cara, para ver si bromeaba, el chico alzó la mirada, demostrando que
no lo era.
- Realmente lo hago – confirmó con una sonrisita traviesa – Muero de ganas por estar con usted, sin que nadie
nos separe… ni la edad, ni su trabajo… ni mi padre – confesó, con un deje de tristeza cruzando por sus ojos
azules.
- Eso no pasará – le besó la frente – Si somos cautelosos, nadie nos va a alejar… - los labios del profesor
buscaron por los de Kurt, uniéndose en un beso suave y húmedo.

Los cuerpos de ambos se acoplaron, cuando el mayor se giró, quedando sobre su alumno, sin abandonar su
boca, con manos ansiosas recorriendo los costados de su torso, sintiendo la electricidad de su piel a través de la
tela de su camisa.

- Mmh… Señor Anderson… - jadeó Kurt, deleitándose con los toques suaves del mayor – Me encanta…
- Tu me encantas a mí, Kurt – ronroneó cerca del lóbulo de su oreja, acariciándole luego con la punta de la nariz
en la barbilla, trasladando sus labios al hueco de su cuello, besando y aspirando su suave aroma a vainilla.

Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, el profesor se detuvo, antes de sobrepasar su límite de autocontrol.
Terminó besando sus labios brevemente, para luego sentarse en la cama. Kurt se enderezó también, caminando
con sus rodillas sobre el acolchado, hasta llegar a su maestro, envolviéndolo desde atrás con sus brazos, dejando
un tronado beso en su mejilla.

- Soy muy feliz, ¿sabe? – comentó, fortaleciendo el agarre alrededor del cuerpo de Blaine.
- También yo – el hombre se giró, solo para volver a besar los dulces labios de caramelo del castaño - ¿Te
parece si preparamos algo de comer?

Kurt asintió entusiasta y ambos se dirigieron a la cocina. La habitación era pequeña, con pisos y paredes
cubiertas de azulejos blancos, dándole un aspecto limpio y en calma. Perfecto. El menor observó a su maestro
rebuscar entre sus muebles, sacando ingredientes, recipientes y un sartén mediano.

- No pensé que supiera cocinar – comentó el chico, apoyándose en la isla de la cocina con sus codos – Después
de la pizza de la última vez, creí que sobrevivía en base a comida rápida.
- Oh, no… no creas que soy un gran gourmet… - el hombre se rascó la nuca avergonzado – En realidad, no es
mi fuerte… sólo conozco un par de recetas que puedo completar sin quemarme yo, ni la casa.
- Puedo ayudarle si gusta – se ofreció el muchacho, dando un par de brinquitos para llegar a su lado – No es por
presumir, pero esto de la cocina se me da muy bien.
Blaine mostró una sonrisa divertida y aliviada, explicándole rápidamente lo que pensaba preparar. Kurt se puso
manos a la obra y juntos cocinaron en medio de una charla trivial y algunas bromas. Estando envueltos en su
propia burbuja de felicidad, no había distancias ni diferencias entre ellos. Sólo eran dos personas enamoradas y
felices, preparando la cena, ayudándose y riendo cómodamente.

Cuando finalizaron su labor, más que satisfechos con el resultado, acomodaron los platos en la mesa y un par de
copas, además de servilletas y otras cosas; sentándose frente a frente en el comedor, degustando su preparación.

- Está increíble – aseguró Blaine, luego de devorar un gran bocado – No puedo creer que sepa tan delicioso.
- Señor Anderson, sólo es pasta – se burló el chico, con una sonrisa de medio lado.
- Pues, es muy diferente a la que suelo comer… - aclaró, limpiándose con la servilleta – Podría dejarte
encerrado aquí… para siempre… y obligarte a cocinar para mí todos los días – bromeó, guiñándole un ojo a su
alumno.
- No necesitaría encerrarme para que esté cada día a su lado – confesó con un fuerte rubor en las mejillas – Lo
haría encantado.

Ambos cayeron en un silencio cargado de electricidad, compartiendo una mirada intensa, llena de sentimientos
y emociones potentes. El celular de Kurt les interrumpió, resonando con su melodía pop, por la sala.

- Debe ser papá – dijo el castaño, antes de correr a su bolso, rebuscando por el aparato - ¿Diga? – contestó – Lo
sé, papá… Es que Rachel me invitó a cenar – mintió, sonando muy convincente – Está bien, sí… Nos vemos – y
cortó.
- ¿Todo bien? – quiso saber Blaine, quien había observado en silencio todos sus movimientos.
- Sí… no… - Kurt soltó un suspiro – A papá no le gusta que esté tan tarde fuera de casa… Asique, creo que
mejor me voy ya.
- Oh, entiendo – la decepción era perceptible en las palabras del profesor - ¿Nos veremos mañana?
- Por supuesto que sí – afirmó, llegando a su lado, para depositar un suave beso sobre su mejilla, a modo de
despedida. El chico iba a salir, una vez que cogió su bolso, pero Anderson lo detuvo.
- ¿A eso llamas beso de despedida? – se quejó, apresándolo entre sus fuertes brazos, pegando su torso al del
menor, buscando su calor, quitándole el aliento al chico frente a él.
- ¿Uh? – Kurt algo confundido por el rápido movimiento del mayor, sólo se dejó hacer.

Recibió gustoso los suaves labios de su profesor sobre los suyos, comiéndole la boca con esmero, intentando de
esa forma que su esencia le acompañara hasta el momento en que volvieran a estar juntos otra vez. Los ojos
azules y vidriosos de Kurt le miraron con adoración, una vez que se hubieren separado, diciéndole sin palabras
lo mucho que le quería. Entonces, se marchó.

-o-

Kurt parecía completamente fuera de foco; con las mejillas sonrosadas y la mirada brillante. Rachel le miraba
confundida, comentando con su morena compañera de puesto, Mercedes; intentando averiguar qué bicho le
había picado al chico.

- Creo que es primera vez que lo veo así – susurró la castaña, acomodando su flequillo con frustración.
- ¿No estuvo igual el año pasado? – cuestionó Mercedes, intentando recordar con exactitud.
- ¿Sí? – dudó la otra.
- Sí… cuando nos confesó que le gustaba Finn – recordó la morena, chasqueando los dedos – ¿Recuerdas que
estaba todo sonrisitas y sus ojos parecían dos corazones cada vez que hablaba de él?
- Tienes razón… - Rachel lo miró detalladamente, analizándolo - ¿Estará enamorado otra vez?
- Eso explicaría lo ausente que ha estado estas semanas… - comentó Mercedes – El fin de semana le llamé para
ir al remate de una boutique y dijo que no podía, porque estaba ocupado… ¿Puedes creerlo?
- Eso no es propio de Kurt – respondió la castaña – Creo que le ha pegado mucho más fuerte esta vez.

Inconsciente de las miradas curiosas de sus amigas, Kurt divagaba en su mente, pensando en qué receta
prepararía esa tarde para deslumbrar a su profesor; sintiéndose tan feliz de que el mayor no le forzara al sexo, ni
que fuera ese el único motor de su naciente relación, si no que también podían compartir momentos cotidianos y
conversaciones maduras, sin necesidad de llegar más allá en lo íntimo. Agradecía profundamente la paciencia y
respeto que el hombre le demostraba con cada actitud, siendo prudente y a la vez apasionado, una extraña
mezcla que lo dejaba al borde del abismo, pero que también lo hacía sentir seguro de que no caería.

El móvil le vibró en el bolsillo, apartándolo de sus cavilaciones. Era un mensaje de Blaine.

Sr. Anderson
Debo corregir un par de exámenes, pero todo lo que hago es pensar en ti.

Kurt se vio tentado de exteriorizar las emociones que lo embargaban, dando brincos por el salón y riendo como
un desquiciado, pero se contuvo y sólo dejó ver una amplia sonrisa, que sus amigas no pasaron por alto,
cuestionándose qué clase de cosas estaba viendo en su celular para sonreír así.

Sintiéndose cursi, envió un mensaje, ansioso por recibir la respuesta del mayor, en tanto mordía su labio inferior
para reprimir las ganas de reírse que tenía. No quería llamar la atención o verse raro, aunque ya lo hubiera
hecho con sus amigas, quienes no apartaban sus ojos juzgones de él.

Kurtie
Ya somos dos. Ni siquiera sé de qué está hablando el profesor Schuester.
Usted es al único maestro que quiero escuchar.

Blaine dejó ver una sonrisa de medio lado, lleno de satisfacción, sabiendo de antemano quien era el emisor del
mensaje que acababa de recibir. Negó con la cabeza, divertido ante la respuesta de su adorado alumno,
pensando en qué escribir, para continuar su conversación.

Sr. Anderson
Eso está mal, no quiero ser una mala influencia para ti.
¿Qué clase de profesor sería, si interfiero en el trabajo de mis colegas?

Kurtie.
¡El mejor maestro del mundo!

Una carcajada se le escapó ante la contestación. Apartó el móvil y regresó su atención a la pila de exámenes por
corregir, sintiendo su humor renovado, ahora que había hablado brevemente con el dueño de sus fantasías.

- ¿Anderson? – la voz familiar de su colega, le hizo voltear hacia la puerta del salón. La maestra; una mujer
joven de curvas pronunciadas, entró al lugar, contoneando sus caderas, sonriendo amable.
- Señorita Baker – saludó de manera educada, trazando una línea invisible entre ellos - ¿Puedo ayudarle en
algo?
- No lo sé… ¿tal vez? – la profesora dejó salir una risita, sentándose frente al escritorio de Blaine – Compré
entradas para el cine, hay una película que deseo ver y la amiga con la que iría, me acaba de cancelar… la
función es en dos horas más… y pensé, ¿por qué no invitarte? – puso una expresión que pretendía ser coqueta
en su rostro, batiendo sus pestañas con intención de lucir inocente. Blaine torció el gesto, sabiendo que debía
zafar de la incómoda situación a como dé lugar, pues no perdería una tarde con Kurt, por una película.
- Emily, me encantaría, pero… - señaló la gran pila de hojas en su escritorio, con fingida decepción – Se me ha
acumulado algo de trabajo y… creo que tendré que decir que no.
- Oh, ya veo… - la sonrisa tembló en la maestra, inconforme – Es una pena que no puedas dejar eso para más
tarde – intentó persuadirle, poniéndose en pie, apoyando el muslo en el escritorio, dejando ver parte de este al
levantarse su falda tubo.
- Sí… - Anderson suspiró, actuando y clavando su mirada en el examen frente a él – Pero, de seguro, cualquier
otro maestro estaría encantado de acompañarte… - la miró con una sonrisa forzada – Que disfrutes la película –
finalizó la conversación, comenzando a corregir las respuestas, con su bolígrafo rojo.

La mujer, ante el brutal rechazo, no tuvo otra opción más que marcharse indignada, acomodando su falda.
Blaine rio divertido al oír el azote de la puerta. La parpadeante luz en su móvil, le hizo revisar de qué se trataba.
Un nuevo mensaje de su chico.

Kurtie
Acabo de salir del ensayo…
¿A qué hora saldrá usted?

Anderson miró la hora. 5:34 pm. Su mirada regresó a la pila de exámenes por corregir.

- ¡Al diablo! – bufó, tomando todo y guardándolo en una carpeta que posteriormente fue a terminar en su
maletín – Esta noche no dormiré… pero valdrá la pena.

Salió del salón con una sonrisa, dirigiéndose al parqueadero, donde se cruzó con Kurt, quien iba saliendo con su
grupo de amigos y su hermanastro, riendo. Disimuladamente le guiñó un ojo cuando sus miradas se encontraron
y disfrutó de ver sus mejillas sonrojadas. Se montó en su carro y emprendió el viaje a su casa, para esperar por
su alumno favorito.

Diez minutos después de que llegó a su hogar, el timbre sonó. Casi corrió hacia la puerta, abriéndola y
deleitándose con la imagen frente a él. Kurt sonreía, con la nariz ligeramente enrojecida por el frío clima, al
igual que sus mejillas.

- Hola… - susurró en saludo. Blaine no se detuvo a responderle, jalándolo hacia él, para besarlo con necesidad.

El castaño contuvo el gemido de satisfacción ante la dulce boca de su maestro. Le había extrañado como un
loco ese día, porque no le vio en el instituto, y su mente no dejaba de pensarle. El hombre lo apoyó contra la
puerta, que se encontraba cerrada ahora, acunando el rostro del menor entre sus grandes manos varoniles,
profundizando más el beso, saboreando los rincones de su cavidad con la lengua, dominándole y disfrutando el
sabor a bálsamo labial de cereza, que portaba el chico. Las nerviosas manos de Kurt rodearon el cuello de
Anderson, dándole luz verde para que continuara con sus caricias; mientras que las del maestro, descendieron
desde sus mejillas, hasta posarse en su cintura, tocándole con adoración, bajando aún más, desviándose hacia la
curva de su trasero. Kurt se olvidó del frío que antes acribillaba su cuerpo, pues este fue reemplazado por el
fuego que encendía el profesor en su interior, calentándole hasta los huesos con sus toques, robándose su
inocencia.

Cuando los besos se trasladaron hasta el blanquecino cuello del castaño, un gemido escapó de él, incapaz de
retenerlo por más tiempo, activando los puntos nerviosos en el pelinegro, ignorando las advertencias en su
cabeza de que debía esperar a que Kurt cumpliera los 18 años. Sus manos traviesas envolvieron el redondeado
trasero de su alumno descaradamente, apretándolo contra su creciente erección, sacando un nuevo jadeo de sus
labios, demostrándole lo mucho que el chico disfrutaba todo eso.

Sin embargo, y como en otras ocasiones, el celular de Kurt les forzó a romper el contacto. Blaine aprovechó ese
breve instante para recordar los límites que antes había omitido en favor de sus enormes deseos de hacer suyo al
chico.
- Rachel, ¿qué ocurre? – contestó, algo fastidiado.
- ¿Estás en casa? – preguntó la chica.
- Nos acabamos de despedir, hace media hora – continuó con su tono de voz demostrando que no estaba de
humor - ¿Qué puede ser tan importante?
- ¿Estás en casa si o no? – insistió la castaña, haciendo a su amigo soltar un bufido.
- Sí – mintió.
- Okay, estoy por llegar – Kurt abrió los ojos con espanto – Necesito contarte algo y tiene que ser en persona,
porque es algo que te afecta a ti también y eres mi amigo, y nuestra amistad es importante, por lo que consideré
que era mejor que lo habláramos lo antes posible – el castaño sólo oyó la mitad de la rápida frase que su amiga
soltó como una metralleta. El rostro pálido y la expresión atemorizada del chico alertó al profesor, quien se
acercó curioso.
- ¡No puedes! – chilló, alterado – N-no… No vayas a mi casa… No ahora – advirtió.
- ¿Qué pasa, Kurt? – dudó la chica, confundida - ¿Has oído lo que dije? ¡Es muy importante!
- N-no… no estoy en casa – confesó, su voz apagándose en cada palabra.
- ¿Estás jugando conmigo? – reclamó Rachel – Ya casi llego.
- Por favor… - pidió el castaño, con súplica – No puedo explicártelo ahora, pero… por favor, hablemos mañana,
¿sí?
- Maldición, Kurt… ¿Es en serio? – la muchacha se oía completamente desconcertada. Kurt la escuchó soltar un
suspiro – Bien… mas te vale tener una buena excusa para esto, Kurt, ¿oíste?
- La tengo, lo juro – aseguró él, sintiendo como el alma volvía a su cuerpo. Hubiera estado en una situación muy
complicada, si la coartada que se había inventado, llegara a su casa a preguntar por él. Su padre no se lo
perdonaría y todo se iría al demonio – Gracias, Rach.
- Eres un amigo muy ingrato – y diciendo esto último, finalizó la llamada.

El castaño estuvo tentado a dejarse caer desmayado, pero en lugar de eso, se sentó en el sofá, intentando regular
su respiración, aun alterada por el susto que había vivido.

- ¿Todo bien? – el chico negó, dejando ver un puchero - ¿Qué ocurre?

Kurt tomó una gran cantidad de aire, oxigenando su cuerpo, antes de contarle lo ocurrido.

- Le dije a mi padre que, al salir del instituto, me iría con Rachel a su casa – aclaró. Blaine le observaba
atentamente – Pero, ella me llamó, diciendo que estaba afuera de mi casa, porque necesitaba hablar conmigo de
algo urgente – el mayor abrió los ojos como platos – Por suerte, logré convencerla de que lo dejáramos para
mañana… Pero, ahora debo inventar una justificación para no haber estado en casa… y no sé qué le diré.
- Uff… - Anderson sintió el alivio recorrer sus venas – Estuvo cerca.
- ¿Cerca? – Kurt negó con su cabeza – Esa chica no se quedará tranquila hasta saber exactamente qué estaba
haciendo, dónde, con quién y por qué… Realmente, a veces me cuestiono por qué es mi amiga – el chico apoyó
los codos en sus piernas, enterrando el rostro en sus palmas, frustrado – Como le vaya con el chisme a Finn…
estoy perdido.
08.

Decir que Kurt estaba nervioso, era poco. Había pasado una mala noche, con el miedo carcomiéndole, pues
sabía que su amiga no era alguien que se pudiera tomar a la ligera. Su mayor temor, era evidenciar su romance
con Blaine y que este tuviera problemas en su trabajo luego, porque conocía a Rachel y su moral intachable.
Jamás permitiría que él mantuviera su secreto romance con un profesor.

Por lo que, cuando la bajita castaña lo abordó en cuanto entró al salón, no se sorprendió. Resignado, se dijo a si
mismo que la mejor manera de zafar de esa incómoda situación, era decir algo de verdad camuflada en mentira.

- Kurt, sé sincero conmigo… ¿Me estás evitando? – dramatizó la chica, como solía hacer - ¿Es que acaso hice
algo que te ofendiera? Porque ya te expliqué que lo del sweater no lo dije con la intención de herirte, sino
porque realmente era horrible… - se justificó.
- Lo sé, Rach… y ya está en mi basurero, pero no es nada de eso… - le aseguró, tomando las manos de la
muchacha entre las suyas – Y, como eres mi amiga, te diré la verdad… - Kurt tomó una bocanada de aire,
armándose de valor para realizar su mejor interpretación de sí mismo – Estaba en una cita – soltó.

En principio, no hubo una reacción en Rachel, porque las palabras de su amigo tardaron en ser procesadas, hasta
que la realidad de lo que le decía la golpeó, haciéndola abrir enormemente sus ojos, además de poner una mano
sobre su pecho, para exteriorizar aún más su impresión.

- ¿Estás bromeando? ¿Una cita? – preguntó, con la emoción brotando de su ser por cada poro - ¡Dios mío!
¡Kurt! ¿Por qué no me habías contado nada? – le golpeó el brazo en regaño.
- Es… complicado, ¿sí? – el chico torció el gesto.
- Ahora entiendo esos ojitos brillantes, y la sonrisa boba todo el día – le picó con su dedo en las costillas,
acompañando sus palabras con una risita traviesa – Pero, ¿quién es? ¿es alguien de nuestra clase? – susurró,
acercándose a su amigo para mantener su conversación privada - ¡Dime, dime!
- Oh, no… - el castaño soltó un suspiro – Por eso te digo que es complicado… - jugueteó con sus manos,
retorciendo sus dedos con nerviosismo evidente – Se trata de alguien que conocí sin querer… Fue algo así como
amor a primera vista… - Rachel soltó un chillido emocionada con lo que le contaba el otro – La atracción fue
instantánea… tenemos mucha química, en realidad… él es increíble.
- Entonces, ¿qué es lo complicado, si ambos se gustan? – cuestionó la muchacha, confundida.
- Él es algo… mayor que yo – terminó por aclarar, recibiendo una mueca que no le gustó nada.
- ¿Qué tan mayor? – inquirió ella – No me digas que te has buscando un “sugar daddy”, porque no aceptaré los
futuros gastos universitarios como una excusa, Kurt – advirtió con severidad la chica, cruzando sus brazos a la
altura del pecho.
- ¡No, no! ¡Qué cosas dices! – desmintió, agitando sus manos – Esto no tiene que ver con el dinero… ¡Dios!
¡Deberías dejar de juntarte con Santana en los ensayos del coro! - Rachel resopló con alivio, meciendo su
flequillo con ese acto – Además, sólo me lleva unos años, nada más.
- ¿Es un universitario? – entonces, inevitablemente la idea cruzó la mente del chico, haciéndole asentir. Era
perfecto.
- Sí, eso es… - afirmó, sabiendo que una pequeña diferencia etaria, no escandalizaría a su amiga – Es un chico
universitario, y… no le he dicho nada a papá, porque ya sabes cómo se pone con esas cosas – rodó los ojos, sin
embargo, la expresión de preocupación no abandonaba el rostro de la chica – Y, en serio, siento haberte puesto
como excusa con mi padre… Pero, de otra manera, jamás me hubiera dejado salir de casa… Apenas estamos
conociéndonos bien y realmente me gusta… No quiero quedarme pensando en lo que pudo haber sido, por no
arriesgarme un poco.
- Kurt, sabes que me hace feliz verte a ti feliz – la chica lo miró con intensidad, manteniendo la mirada,
mientras hablaba, para probar la sinceridad de sus palabras – Pero… no puedo evitar preocuparme… te conozco
y siento que eres demasiado ingenuo aun – Kurt frunció el ceño – Oh, no me mires así… Me refiero a que… un
chico universitario está interesado en otras cosas más… intensas, y tu ni si quiera has dado tu primer beso…
- Bueno, respecto a eso… - las mejillas del castaño se sonrojaron, recordando que había hecho mucho más que
sólo besar.
- ¡Ya se besaron! – exclamó la chica, llamando la atención de algunas personas en el salón, regresando a hablar
en susurros, luego de controlarse – No puedo creer que apenas me estoy enterando… ¿Qué clase de amigo eres?
- Lo siento, pero no podía interrumpir mi primer maldito beso, para telefonearte a contarte qué tal estuvo –
ironizó, dejando ver una sonrisa.
- Aun así… - le restó importancia – Tienes que estar consciente de que en algún momento él querrá pasar de los
besos a algo más… y, si te soy sincera, no creo que estés listo para eso – enfatizó la muchacha.
- ¿Cómo lo sabes? ¿No es algo que debería decidir yo? – le desafió, ligeramente molesto de ser encasillado por
su amiga.
- Por supuesto que sí, pero si ni siquiera te atreves a contárselo a tu padre aún, y eso es señal más que clara que
no estás preparado para asumir el peso de una relación adulta, en realidad – decretó, y sus palabras martillearon
en su cabeza.
- Rach… acabo de encontrar una persona real, que me gusta y que yo le gusto a él… que es apuesto y
divertido… ¿No puedes sólo apoyarme? – pidió, casi con tono de súplica en su voz.
- Claro que te apoyo, lo que no quita que no pueda aconsejarte, porque te quiero, Kurt – respondió Rachel,
envolviendo en sus brazos a su amigo – Y por eso mismo te digo que te cuides, que no te fuerces a hacer cosas
que no quieras hacer y te falles a ti mismo… Tú debes estar primero que todo lo demás.
- Tranquila… no voy a entregarme tan fácilmente – bromeó el chico, robándole una sonrisa a la chica – Prometo
ponerme un cinturón de castidad.
- No estaría mal – se burló Rachel.

Pasaron un momento en silencio, pensando en las palabras de cada uno, hasta que Kurt recordó la llamada que
había desencadenado todo ese drama.

- Rach… ¿qué era eso tan importante que ibas a decirme ayer? – preguntó, recuperando la atención de su amiga.
- Oh, eso… yo… - las mejillas de la chica se colorearon al instante y una boba sonrisa apareció – Verás, ayer…
cuando terminó el ensayo del Glee, Finn se ofreció a llevarme a casa… - contó, acomodando su cabello con
ansiedad – Y la verdad, Mercedes iba a ir conmigo, pero como yo les he hablado que tengo esta especie de
flechazo con tu hermano, ella se inventó algo que hacer para dejarnos ir los dos solos en su carro… – las
palabras salían a gran velocidad, aturdiendo ligeramente al chico, que se esforzaba en no perderse detalle de la
historia de la castaña - …Entonces, él me preguntó si quería oír algo de música, pensando en practicar para la
tarea que nos puso el señor Schuester esta semana, pero no había nada bueno en la radio… Y yo recordé que
andaba con un disco de mis canciones favoritas, ese que siempre cargo por si se presenta la ocasión de
desbordar mi corazón en el momento apropiado, y creo que ese fue uno de esos momentos, porque en cuanto
sonó la primera canción, ambos nos miramos y, te juro que sentí que nuestras almas se conectaron con la
música, y cantamos con tanta emoción que, aun después de que la canción acabó, me hormigueaban las
manos… - Kurt cerró brevemente los ojos, abriéndolos luego y sacudiendo su cabeza, esforzándose en procesar
todo lo que la chica estaba soltando como una máquina – En fin, llegamos a mi casa y él, tan caballeroso como
siempre, se bajó para abrirme la puerta y cuando tomé su mano, una corriente me recorrió hasta los pies…
nuestros ojos se encontraron y nos acercamos lentamente, hasta que Finn tomó mis mejillas y me besó…
¿Puedes creerlo? ¡Él me besó! – terminó en un chillido de emoción.
- Vaya valiente – murmuró, aprovechando la pequeña pausa que hizo su amiga, para ordenar sus pensamientos.
- Yo quedé tan perdida en su beso, aun lo recuerdo… - la chica pasó una mano distraídamente por sus labios –
Pensé que, como se trata de tu hermanastro, y yo soy tu mejor amiga, era apropiado que te lo contara de
inmediato, por eso te llamé, porque eso es lo que hace una amiga, contarle a su amigo las cosas que le ocurren y
que son importantes, apenas pasan y no cuando es descubierto… - aprovechó de reñirle nuevamente – Pero,
como probablemente terminaremos siendo familia, no puedo molestarme contigo… Y sólo espero que mi nueva
cercanía con Finn no ponga en una posición complicada nuestra amistad, porque sería demasiado duro tener que
elegir entre el amor o la amistad.
- Tranquila, reina del drama… ¿quién ha dicho algo de hacerte elegir nada? – la detuvo el castaño, antes de que
siguiera creando ideas extrañas en su cabeza – En realidad, me sorprende que ese grandulón no te haya saltado
encima antes… ya que no deja de hablar de ti en todo momento.
- ¿Qué? ¿Realmente él hace eso? – dudó la castaña.
- Claro… No te lo dije porque temía que le aparecieras debajo de la cama – bromeó – Además de ser secreto de
hermanos – Kurt puso una mano en su corazón, como si realizara un juramento – Es algo inquebrantable.
- ¿Y dónde está tu lealtad de amigo? – gruño leve – Sabías que me gustaba desde hace mucho… Pudiste darme
una pista para acelerar las cosas.
- No, con Finn es mejor ir a paso lento – aseguró el ojiazul – Porque tarda un poco más que los demás en
entender lo que siente y lo que quiere – se encogió de hombros, con suficiencia.

Rachel estuvo a poco de rebatir sus argumentos, pero fue interrumpida por la maestra de ciencias, quien entraba
al salón para impartir su clase en ese momento.

Más tarde, llegó la temida clase de deportes. Kurt las odiaba y prefería mil veces, hacerse el enfermo, que correr
en un circuito de obstáculos absurdamente altos, que le hacían tropezar con sus propios pies, para caer luego y
avergonzarse delante de toda la clase. No, gracias.

Vagó por los pasillos de McKinley, cubierto con la excusa de que iba camino a la enfermería. Se preguntó
donde estaría Blaine en ese momento, y sacando su móvil, le texteó, contándole su gran travesura de huir de
clase de gimnasia. Sólo pasó un minuto y medio, antes de que la respuesta llegara. Anderson le reprochaba su
mala conducta, pero a la vez, le decía que le encantaba su rebeldía propia de la edad.

- Te gustan los chicos malos, ¿eh? – murmuró Kurt, encaminándose al salón mencionado por el mayor, donde
pasaba su período libre, corrigiendo exámenes – Vamos a ver qué tanto.

En el interior del aula, el profesor masajeaba sus sienes, en busca de aliviar el naciente dolor de cabeza que le
producía su pesado trabajo. Amaba enseñar, pero era un ser humano también.

El sonido de la puerta, lo distrajo, haciéndole olvidar sus dolencias, en cuanto divisó unos traviesos ojos azules,
acompañados de la expresión más caliente que en su vida había visto. Kurt entraba como un huracán, arrasando
con todo lo que era Blaine Anderson.

- Estaba pensando en ti… - fue lo primero que soltó el mayor, al recibirlo en sus brazos – Eres el único que
puede hacerme sentir bien.
- Es lindo saberlo – el chico acarició con su nariz, el hueso de la clavícula de su profesor, aspirando su aroma
varonil. Sus cuerpos se fundieron en un necesitado abrazo, que les recargó las energías a ambos.
- Sabes que no deberías estar aquí… - susurró el pelinegro, mordiendo luego el lóbulo de la oreja del castaño –
Si te encuentran saltándote las clases, para venir a verme… Serás castigado.
- No le temo al castigo – respondió, dándole un doble sentido a sus palabras, notando la involuntaria reacción en
el cuerpo de su profesor, quien, con dificultad, pasó saliva.
- ¿Te gusta jugar con fuego? – la voz gruesa de Blaine era sólo un ronroneo grave, bailando en el oído del
menor.
- Tal vez será porque me gustan las cosas calientes – y con aquellas estimulantes palabras, saliendo como un
gemido de los labios del chico, Anderson se vio en la obligación de alzarlo por los muslos, hasta posarlo sobre
el escritorio, besándolo con fuerza.

Kurt jadeó, casi sin aliento, sorprendido de la reacción de su maestro, ante sus provocaciones. Le excitaba la
manera en que lograba empujar a Blaine a sus límites, haciendo que se olvidara por completo de su alrededor,
en favor de sus instintos más carnales. El chico deseaba con locura, que el mes de mayo llegara pronto. Luego
de una intensa sesión de besos, tomaron una pausa para respirar.

- No quiero sonar grosero, pero… - Anderson se aclaró la garganta, esforzándose en recuperar la compostura –
Será mejor que vuelvas a tu clase, o a la enfermería… donde se supone que debes estar – le regaló una sonrisa
apenada – Porque si sigues aquí… - el hombre mordió su labio, dándole una apreciativa mirada al menor – No
quieres saber lo que puedo hacerte – con un guiño, le tendió una mano para ayudarle a bajar del escritorio.
- Quizás sí, pero entiendo… - el chiquillo besó su mejilla con dulzura – Le dejaré terminar su trabajo… - se
dispuso a caminar hacia la salida, volteando en el último momento – Nos vemos más tarde, en el taller de
reforzamiento – aseguró, y sin esperar respuesta de su profesor, se marchó, contoneando sus caderas adrede.

La sonrisa satisfecha en el rostro sonrojado de Kurt, le iluminaba como un faro; sin embargo, ésta desapareció
en un parpadeo, cuando sus ojos chocaron de frente con su bajita mejor amiga, quien alzó una ceja confundida,
al verle salir del salón.

- ¿Rachel? – dudó, intentando disimular su nerviosismo - ¿Porqué no estás en gimnasia?


- Porque la clase ya terminó – informó ella, haciendo que un incrédulo Kurt chequeara la hora en su móvil -
¿Dónde estabas tú? Fui hasta la enfermería, pero no había nadie… ¿Qué hacías en el salón de ciencias?
- Oh, yo… nada… yo… - la cabeza del chico trabajaba a toda velocidad, ideando excusas para justificarse y
evitar que la curiosa castaña fuera por ella misma a indagar – Cr-creí haber olvidado algo… e-esta mañana…
sólo vine a revisar…
- ¿Perdiste algo? – la acusación en los ojos marrones de la muchacha cambió a preocupación sincera.
- Sí, pero no era nada importante… Sólo un bolígrafo que realmente me gustaba – la tomó por el brazo, para
alejarla rápidamente del lugar, distrayéndola con su conversación - ¿Recuerdas ese lápiz blanco con el pequeño
pompón gris brillante en el extremo?
- ¿El de tinta en gel? – preguntó Rachel, dejándose arrastrar por su amigo, sin notarlo.
- Ese mismo… - Kurt frunció el gesto con fingida pena.
- Oh… era lindo – la chica acotó, mientras se encaminaban hacia la siguiente clase.

Sólo entonces, Kurt respiró con tranquilidad, sabiendo que su secreto romance continuaba oculto.
09.

Hacía quince minutos que la clase de reforzamiento había acabado, y Kurt, junto a su maestro, estaban
revisando los exámenes sorpresa de ese día. A veces el castaño olvidaba que debía pretender no ser tan bueno
en esa materia, como en aquella ocasión, en donde Blaine estaba observándole con una ceja alzada, mientras el
chico se burlaba de las respuestas en los exámenes.

- Esto es ridículo… - Kurt se mofó, señalando un problema matemático con un único número como respuesta –
Este tipo debería volver al jardín de infantes.
- Al parecer has aprendido bastante rápido – comentó el mayor, dándole una significativa mirada, con los ojos
entrecerrados en curiosidad.
- ¿Uh? – Kurt, notando su torpeza, sintió como se ruborizaba al instante, forzando una sonrisa inocente – E-es…
eso es porque… usted es un excelente maestro… Me ha enseñado bien.
- ¿Tú crees? – dudó, viendo la travesura cruzando por los ojos azules de su alumno.
- Es el mejor de todos – aseguró, poniéndose de pie y sentándose en el regazo del hombre, para envolver los
brazos alrededor del cuello del mayor – Mi profesor favorito – Kurt recargó su frente en la del moreno,
respirando su aroma, rozando sus narices tan íntimamente, sintiendo las manos varoniles del maestro sostener
sus caderas con firmeza, para mantenerle cerca de su cuerpo.

Lentamente, siguiendo sus instintos, juntaron sus labios en un beso suave y erótico, que se combinaba a la
perfección con el lento vaivén circular que habían establecido, tocándose y haciéndole sentir al otro su deseo.
Los susurrados jadeos inundaron rápidamente el salón, acompañados de los húmedos sonidos de sus besos
apasionados.

- Cariño, necesito terminar de corregir esos exámenes ahora… - ronroneó el mayor, separándose sólo dos
centímetros de los rosados labios de su alumno.
- Me gusta cuando me dice “cariño” – el chico sonrió preciosamente, poniéndose en pie, del regazo de su
profesor, recibiendo una sensual palmada en el trasero.
- Me parece bien, porque no pienso llamarte de otra manera, cariño – dejó salir una risa grave, antes de volver a
centrarse en su trabajo. Soltó un suspiro y se masajeó la sien derecha con su mano apoyada desde el codo en el
escritorio.
- Supongo que puedo aprovechar este tiempo para avanzar en mis otras materias – comentó Kurt, arrastrando
una silla para posarla en el lateral del escritorio del maestro, sacando un libro de su bolso y un bolígrafo.

Ambos trabajaron tranquilamente, en la comodidad de la compañía del otro. Cuando el teléfono del castaño
sonó, supo que su tiempo había terminado, sólo con leer el nombre del contacto en la pantalla.

- Hola, papá – Anderson alzó la mirada con curiosidad, recibiendo una sonrisa triste de parte del menor – Sí, ya
estoy acabando aquí y salgo para la casa – prometió – Okay, adiós.

El chico guardó el móvil, junto con su libro. Blaine posó una mano sobre el brazo del contrario, llamando su
atención. Kurt le miró resignado.

- Ya debo regresar a casa… - aclaró lo que el mayor ya asumía – Lo siento… - la mirada del chico lucía
cansada.
- No necesitas disculparte por eso… Yo entiendo – le consoló Anderson, acariciando todo lo largo de su brazo,
hasta entrelazar sus manos juntas – Yo debería disculparme por no tener tiempo…
- Es su trabajo, debe hacerlo – se encogió de hombros – Aún así… ¿puedo tener un beso, antes de irme? – pidió,
y sus ojos azules brillaron con anticipación.
- Claro que sí – la sonrisa se amplió en el hombre, que no dudó en jalarlo de regreso a sus piernas, para que éste
se sentara a horcajadas, siendo recibido ansiosamente por sus labios.

Kurt disfrutó al sentir lo rápido que el cuerpo de su maestro reaccionaba a su cercanía, medio endureciéndose
bajo su trasero, mientras él se mecía sutilmente, para hacer de aquel último beso del día, algo especial. Sus
lenguas se encontraron, reconociéndose. Sus bocas chasqueaban y hacían sonidos que les calentaban las
extremidades de sólo oírlos, mientras que sus traviesas manos intentaban obtener, tanto como podían, del otro.
Era un beso realmente caliente, que los tenía jadeando en poco tiempo, con la mirada vidriosa en deseo. Kurt no
sabía cuanto más podría resistirse a los simples besos. Cada día que pasaba, sentía que no era suficiente para
saciar sus deseos más profundos y carnales. Blaine Anderson lo estaba enloqueciendo totalmente.

El sonido de la puerta abriéndose, les hizo separarse tan rápido como si sus cuerpos quemasen. Kurt se alzó de
las piernas de su maestro, con las mejillas ardiendo en vergüenza y el corazón latiendo agitado en su pecho.
Blaine no se encontraba en una situación diferente; su respiración irregular, mientras intentaba acomodar su
cabello revuelto anteriormente por las manos de su alumno.

Ambos hombres estaban perplejos, observando a la persona que acababa de entrar, y no sabían si sentir alivio o
preocuparse aún más.

- Ra-rachel… - balbuceó Kurt, intentando acercarse a la muchacha, para explicarle la situación – No vayas a
pensar mal, por favor… esto no es…
- ¿Qué no es lo que parece? – le interrumpió la chica, cruzando sus brazos - ¿Entonces qué mierda es esto?
¡Kurt, por Dios! ¡Es nuestro profesor de matemáticas! – exclamó, perdiendo un poco la compostura - ¿Qué
pensaría tu padre si se enterara de esto?
- No, no, no, no, no… - negó rápidamente, tomando a su amiga por los hombros – Tú… tú no puedes… no
puedes hacer eso… No, no, no… mi padre me mataría, lo sabes… Por favor, por favor… - rogaba el castaño,
fuera de sí, con las lágrimas empañando sus ojos azules – No puedes hacerme algo así, eres mi mejor amiga…
tienes que entender…
- ¿Entender qué? – le increpó – Cuando me dijiste que habías conocido a alguien, realmente me alegré por ti,
incluso sabiendo que era algo mayor… Pero, ¿esto? – señaló al profesor, que mantenía una prudente distancia
de sus alumnos - ¡Esto es inmoral, Kurt! ¡Podría ser tu padre!
- Rachel, por favor… - continuaba suplicando el ojiazul, aterrado – Déjame explicarte… sólo, por favor… no
malentiendas las cosas.
- No te preocupes… - dijo la muchacha con ironía – Ahora me queda claro porqué estabas comportándote de
esa forma tan extraña – le dio una mirada severa a su amigo antes de continuar, el cual quedó petrificado en su
sitio – Lo que estás haciendo en una locura, Kurt… jamás esperé de ti que hicieras algo tan… incorrecto – las
palabras como puñales, atravesaban el corazón de Kurt, llegando directamente a la consciencia de Blaine, quien
sabía que la chica tenía razón en lo que decía.
- Rachel… - intentó interrumpir el maestro, acercándose un par de pasos hacia ellos, para mediar, al sentir los
silenciosos sollozos del castaño – Te pido que te calmes un poco, Kurt y yo no…
- No me pida que me calme – le rebatió, sin miedo, sus ojos llameando en furia – Usted debería ser el más
avergonzado en todo esto… - le señaló con un dedo acusador – Siendo un adulto, ¿cómo pudo involucrarse con
un adolescente así? ¿No tiene vergüenza?
- No me hables como si me conocieras – dijo Anderson, sorprendido con la rudeza de la chica.
- No hace falta… - se apresuró en decir – Viendo el hecho de que no fue capaz de mantener su ética profesional,
puedo hacerme una idea del tipo de persona que es… Como consejo, le digo que se mantenga alejado de Kurt, y
espero que terminen su aventura… o lo que sea que tengan, pronto… Porque no sé si seré capaz de guardar
silencio por mucho tiempo – sentenció.
- Gracias… - susurró un compungido castaño.
– No se confundan, no estoy de acuerdo con nada de lo que está ocurriendo, así que no se fíen – y diciendo esto
último, dio media vuelta, haciendo bailar su cabello lacio y salió por la puerta rápidamente, sumiendo el salón
en un silencio abrumador.

Los ligeros sollozos de Kurt continuaban suaves, mientras el chico conservaba su posición como si de una
estatua se tratase. Blaine no sabía cómo debía actuar, ni la manera correcta de lidiar con aquella inesperada
situación.

- Mierda, Kurt… lo siento tanto… - el hombre posó su mano en el hombro del adolescente, intentando
confortarle un poco – Todo esto es mi culpa, yo no debí…
- No lo diga… - murmuró el chico con la voz rasposa – No se disculpe por nada.
- Pero, realmente no quería que algo así pasara… - dijo con sinceridad, esperando que el castaño volteara a
mirarle – Rachel tiene razón, yo soy el adulto aquí… y me olvidé de eso… me dejé llevar, no medí las
consecuencias… y ahora estamos en grandes problemas…
- Señor Anderson… - lentamente, Kurt volteó con los ojos enrojecidos por el llanto y las lagrimas mojando sus
mejillas. La imagen fue desoladora para el corazón del profesor - ¿Qué vamos a hacer? – su voz era sólo un
hilo, y el maestro, no soportando ver a su querido alumno tan devastado, lo jaló hasta envolverlo en sus brazos
con cariño, acariciando su espalda para consolarle.
- No lo sé, cariño… no lo sé – susurró en su oído – Buscaremos la manera, no te preocupes.

A pesar de que Kurt deseaba permanecer envuelto en los protectores brazos de su profesor, tenía el tiempo en su
contra, desde que su padre le hubiera llamado por teléfono. Aun con los ojos algo vidriosos, se despidió de
Blaine, prometiéndole que solucionarían las cosas, así tuviera que sobornar a su amiga, con tal que no abriera la
boca.

El camino a casa fue pesado, su mente girando en espiral, ideando una manera factible de convencer a Rachel
para que guardara silencio. La graduación estaba a la vuelta de la esquina, al igual que su cumpleaños… sólo
dos meses más y respiraría la libertad y autonomía que le brindaría terminar la escuela para ir a la universidad.
No podía arriesgar sus sueños… y sabía que, si su padre se enteraba de su romance con Blaine, era hombre
muerto… ambos.

Con el semblante triste, entró a su casa, saludando por costumbre, cenando sin ánimos y cayendo en su cama
como si nunca más quisiera salir de allí.
Al día siguiente, Kurt salió muy temprano de casa, con energías renovadas y un muy claro objetivo en mente.
Hablar con Rachel, explicarle como ocurrieron las cosas, y asegurarse de que no lo delatara ni con su hermano,
ni mucho menos con su padre. Tenía que convencerla, a cualquier costo.

La chica, como cada día, estaba terminando de acomodar sus libros en su casillero, por lo que Kurt tomó una
gran bocanada de aire, armándose de valentía, y caminó a paso firme hacia ella.

- Rachel, tenemos que hablar – soltó, en cuanto la tuvo frente a él. La muchacha se volteó, mirándole seria, sin
ninguna expresión en su rostro.
- No lo creo – rebatió, manteniéndose inescrutable.
- Necesito que me escuches, porque hay mucho que quiero decirte – insistió.
- Si se trata de lo de ayer… olvídalo, Kurt – la chica cerró de un solo golpe su casillero, echando a andar por
pasillo medio vacío, dejándole atrás.
- Rachel… ¡Rachel! – le llamó, siendo brutalmente ignorado por ella – Se supone que somos amigos, ¿no? – el
castaño no quería darse por vencido tan rápido.
- Los amigos no se ocultan cosas – escupió sus palabras con evidente molestia – Ni se cubren las espaldas en
situaciones ilegales.
- ¿Ilegales? – Kurt no podía creer lo que oía – Estoy a dos meses de cumplir 18 años, irme a Nueva York y
entrar a la universidad… ¡No soy un maldito niño!
- ¡Pero aún eres menor de edad, y él lo sabe! – se giró, enfrentándolo con determinación en sus ojos oscuros – Y
aún así, siguieron adelante con su… asunto.
- Rachel… estoy enamorado – confesó como último recurso. La más baja lo contempló con una incontable
cantidad de emociones cruzando por su rostro. Ambos se mantuvieron las miradas en silencio.
- Entonces, supongo que la separación va a ser una mierda para ti… que pena – y sin decir más, la chica siguió
su camino, dejando al castaño devastado en medio del pasillo, con silenciosas lágrimas cayendo por sus
mejillas.

Estaba completamente jodido, porque su mejor amiga no parecía dispuesta a cooperar. ¿Qué se supone que
haría ahora? ¿Tendría que alejarse de su amado profesor? No, aquello era horrible sólo de pensarlo. No podía,
porque su corazón latía sólo por él y cada pensamiento en su mente le pertenecía, él era el dueño de todo su ser,
ya no podía dejarle…

10.

A pesar del miedo y la inminente posibilidad de que su más grande secreto fuera revelado por su amiga, Kurt no
podía alejarse de su maestro favorito. Continuaba asistiendo fielmente a cada clase de reforzamiento, como si
no pasara nada, manteniendo sus coqueteos discretos y sacándole suspiros y sonrisas disimuladas al mayor,
quien adoraba la traviesa actitud de su alumno.

Además, cada jueves aparecía en el ensayo del club glee, siendo cruelmente ignorado por la chica, quien se
concentraba en su reciente noviazgo con su hermano Finn, quien, al parecer, aun no era conocedor de su
romance indebido, y se sentía inmensamente agradecido por eso, aunque no pueda verbalizarlo. Si Finn llegara
a enterarse, sabía que sus días estaban contados, al igual que sus planes y sueños de Nueva York desaparecerían
para siempre.

Inclusive, Kurt tomaba el riesgo, guiado por sus codiciosas ganas de estar a solas con Blaine, de ir hasta su casa
de vez en cuando, inventándose excusas con su padre, que lograban sonar realmente creíbles. Por lo general, era
Rachel siempre su cortina de humo, confiando en que, por su distanciamiento, esta no le visitaría de sorpresa.

Que equivocado estaba...

-o-

Una tarde de miércoles, a sólo dos semanas de su cumpleaños, Kurt se encontraba pegado contra la puerta de la
habitación de su maestro, recibiendo una asombrosa mamada que le había quitado el aliento.

Jadeaba con fuerza, sin pudor; pues hace mucho que los muros de la vergüenza habían sido destruidos,
estableciendo una sólida confianza entre ellos.

- Oh... Señor Anderson~ Sii… - gemía, como música para los oídos del moreno, quien aumentaba el ritmo, con
intenciones de llevarlo al borde de su resistencia. No le tomaría mucho trabajo, considerando que las piernas del
menor ya comenzaban a temblar ligeramente con cada succión de su experta boca - ¡Santa mierda! ¡Ooh! - las
manos del castaño se aferraron con fuerza a la madera, casi enterrando las uñas en la dura superficie.
Tentativamente, acarició el alborotado cabello negro del profesor, en busca de sentirlo más adentro, si eso era
posible.

Anderson, sintiendo el leve tirón de sus hebras, acunó con sus manos los pesados testículos del menor,
estimulándolo y haciéndole soltar un par de maldiciones más, mientras tragaba tanto como podía la erección del
muchacho, logrando que la cabeza de su miembro chocara en el fondo de su garganta. Ahuecando las mejillas,
chupó con fuerza, notando que las rodillas de Kurt se doblaban involuntariamente ante la potente sensación de
placer que lo golpeó con esa sobreestimulación recibida. El chico estaba al límite de su orgasmo.

- Se-señor Anderson... - gruñó con la voz rasposa, vaciando su semilla en rítmicos bombeos, dentro de su boca.

Blaine tomó todo, sin dificultad alguna, limpiando cualquier resto de semen con su propia lengua y manos. Kurt
se mantuvo con la cabeza apoyada en la puerta y el cuerpo tembloroso, tratando de recuperarse del todo, antes
de siquiera pensar en moverse. Anderson se puso de pie, tomándolo con cuidado entre sus brazos, indicándole
que enredara sus piernas en su cintura, para llevarlo de esta forma hacia la cama, aprovechando de besarlo
profundamente en los labios, forzándole a saborearse a sí mismo directamente de su boca. El castaño podía
sentir el entusiasmo del mayor chocando contra su trasero, sintiéndose deseado y sensual entre sus amorosos
brazos. Se dejó recostar sobre el edredón, recibiendo luego al hombre sobre su cuerpo, instaurando una
candente lucha por el dominio del beso que de a poco aumentaba su intensidad, sacando gemidos y gruñidos de
ambos. Sus entrepiernas se rozaban sin miramientos, con el único objetivo de apaciguar, en parte, las enormes
ganas que tenían de quitarse la ropa y concretar el acto en sí.
El ojiazul, invadido por la lujuria, comenzó a quitarle la ropa a su profesor, argumentando que estorbaba. Blaine
intentó esquivar sus ansiosas manos, pero no podía detenerse como su consciencia le gritaba que hiciera. Kurt
aun era menor de edad y ellos establecieron una simple regla. No podían romperla cuando faltaba tan poco.

- K-Kurt… cariño… - siseó el hombre, en medio de un suspiro, cuando el chico lamía el lóbulo de su oreja –
Cariño, no… no podemos… aun no.
- Al diablo todo… - masculló, continuando con su intento por despojarlo de sus prendas – Un par de días no
harán gran diferencia… - los besos bajaban por el pecho del mayor, haciéndole gruñir en frustración.
- N-no quiero que… ¡Maldición! - se quejó al sentir una mordida en uno de sus pectorales – Kurt… no quiero
que luego te arrepientas de esto… yo…
- ¿Cómo podría arrepentirme, si se trata de usted? – la mirada llena de determinación fue un detonante para
Anderson, quien, reprimiendo un gemido, lo tomó con algo de fuerza, estampándolo contra el colchón,
comenzando a besarlo de verdad.

Ya no había vuelta atrás, ambos querían esto. Las caricias y toques, se volvieron necesitados y demandantes y el
menor estaba totalmente extasiado con el cambio de actitud de su profesor, ante el permiso concedido. El
hombre era un experto en el sexo y se lo demostraba al chico con cada cosa que hacía, tocando en los lugares
precisos y activando todas sus terminaciones nerviosas, haciéndole retorcer los dedos de sus pies de placer.

Entre su nebulosa de excitación, Kurt captó el lejano sonido de su celular.

- ¿Vas a ignorarlo? – cuestionó Blaine, sin dejar de besar cada centímetro de piel expuesta.
- ¡Que se jodan! – dijo, lleno de seguridad, disponiéndose a realmente no tomar la llamada.
- ¿Y si es tu padre? – aquello le produjo un escalofrío. No, a su padre no podía ignorarlo, porque eso significaba
problemas.
- ¡Mierda! – gruñó, levantándose como si cargara el peso del mundo sobre sus hombros – Sólo… no olvide en
qué quedamos – se apresuró en ir a la sala, rebuscando en su bolso, hasta dar con el móvil. En efecto, su padre
era quien llamaba - ¿Papá?
- ¿Se puede saber dónde demonios estás? – bufó del otro lado, logrando que el chico palideciera como nunca.
- Y-yo… t-te dije que… iría a la casa de Rachel… luego de la escuela – repitió su mentira del día.
- En la casa de Rachel, ya… - la ironía era percibida por el menor incluso a través de la línea telefónica –
Entonces, ¿puedes explicarme cómo es que ella está justo frente a mí, en este momento, buscándote? – ante esas
palabras, se le heló la sangre en las venas a Kurt y el aire abandonó su cuerpo de golpe - ¡Te quiero aquí en
cinco minutos, Kurt! Ni un minuto más… y vas a explicarme qué está pasando contigo – el tono amenazante le
quitó el habla, siendo incapaz de responder nada, hasta que oyó el tono que avisaba que la llamada había
terminado.

Inevitablemente, el chico, asustado de lo que su padre pudiera hacer, comenzó a hiperventilar, conteniendo el
llanto. Con desesperación, tomó su bolso y su chaqueta, abotonando de vuelta su camisa. Blaine, al escuchar el
ajetreo, salió hasta la sala, donde se encontraba el menor, con la intención de averiguar qué pasaba. Al verlo en
tal estado de angustia, casi corrió a su lado.

- ¿Qu-qué pasa? – Kurt no se detenía de su vago intento por calzarse la chaqueta, con un par de lágrimas ya
deslizándose por sus pálidas mejillas - ¡Hey! ¿Kurt? ¡Kurt! – le tomó por los hombros, viendo al ojiazul
desmoronarse.
- Rachel… fue a mi casa… - sollozó, sorbiendo su llanto a medias – Ahora… tengo que ir… papá de seguro…
ya sabe todo…
- Mierda… - el hombre pasó sus manos por su alborotado cabello negro, cargado de frustración. Le dolía ver a
su adorado chico tan agobiado, sin saber cómo ayudarle. Sin pensárselo demasiado, cogió sus llaves y su
cartera.
- ¿Q-qué hace? – dudó Kurt, al verle ponerse también una cazadora.
- Iré contigo – dijo con determinación.
-o-

Rachel se sentía horriblemente fuera de lugar. Sus ojos grandes y oscuros no se despegaban del padre de Kurt,
quien se paseaba de un lado al otro en la sala, lleno de impaciencia, soltando suspiros de enojo cada cierto
tiempo. La chica se mordía el dedo índice, diciéndose mentalmente que había sido un error ir allí sin llamar
previamente. Pero, jamás pensó que Kurt le usara como coartada para verse a escondidas con el profesor de
matemáticas. Ahora se estaba viendo envuelta en un enorme problema por querer darle una sorpresa al castaño
y arreglar las cosas entre ellos.

- Tú lo sabes, ¿cierto? – la mirada casi asustada de la muchacha se alzó, captando los ojos del hombre frente a
ella.
- ¿Uh? – Rachel ni siquiera sabía porqué tenía que permanecer allí.
- Tú sabes dónde está Kurt – afirmó Burt, con una expresión severa en el rostro.
- Yo no… no lo sé – balbuceó la castaña, temiendo que le temblara la voz, por mentir.
- No me mientas, Rachel – gruñó en respuesta el mayor – Seré viejo, pero no estúpido.
- Lo siento, señor, pero… - la chica se aclaró la garganta, que de pronto sintió demasiado seca – Yo no sé nada.
- ¿Kurt te pidió que le guardaras el secreto? – el hombre negó con la cabeza – De seguro anda metido en algo
malo… ¿drogas? ¿delincuencia? – intentó adivinar. Rachel abrió los ojos, espantada de las conjeturas del padre
de su amigo - ¿Tendré que ir a la comisaría uno de estos días? – la miró con súplica – Sólo quiero saber… por
qué mi hijo tiene que mentirme, si siempre le he dado la confianza para que me hable de sus cosas… de sus
problemas…
- Señor Hummel… - la chica estaba compungida con la repentina confesión del mayor – No piense esas cosas
de Kurt, él… no es el tipo de chico que se metería con drogas, ni nada de eso… - el mayor volteó a mirarle,
esperanzado.
- ¿Entonces qué? – casi lloriqueó. Rachel maldijo para sí misma, sabiendo que estaba cometiendo la peor
traición que en su vida ha hecho.
- Él… seguramente está en casa del profesor Anderson… – comenzó a decir, viendo la confusión en Burt – Con
el que tiene un romance desde hace un tiempo.

Rachel notó como el rostro del señor Hummel pasaba de un pálido enfermizo, a un rojo colérico. El hombre se
puso de pie, bufando como un toro en pleno rodeo, furioso.

- ¿Qué has dicho? – gruñó, exigiéndole respuestas a la muchacha - ¡¿Qué has dicho?! ¿KURT, CON UN
PROFESOR? – Burt perdió completamente la calma, por lo que, en cuanto escuchó el carro de su hijo
aparcándose fuera de casa, salió, azotando la puerta tras de él.

Rachel soltó un chillido del susto y corrió tras él, suponiendo que necesitaría llamar a una ambulancia, o a la
policía tal vez.
11.

Cuando Blaine Anderson notó el evidente estado de histeria de Kurt y se ofreció a conducir por él hasta su casa,
para evitar que el chico tuviera un accidente en el camino, nunca consideró la posibilidad de que el padre de
Kurt fuera un hombre de mediana edad, corpulento, y mucho menos que estuviera esperándole en la puerta de la
casa con la ira llameando en sus ojos verdes. Sólo faltaba que echara humo por sus orejas, para producirle un
miedo de muerte al joven profesor.

- ¿Pa-papá? – tartamudeó el ojiazul, al ver que su padre abría de un sólo movimiento la puerta del copiloto y lo
sacaba de su carro con brusquedad - ¡Papá, no! – sin mediar palabra, Burt fue hacia el otro lado, repitiendo la
acción con el maestro, pero en lugar de sólo sacarlo del interior del automóvil, lo estampó contra este,
sosteniéndolo del cuello de su camisa.
- Señor Hummel… - no alcanzó a terminar la frase, antes de que el puño de Burt se estrellara de lleno contra su
nariz. Posiblemente la había roto, porque el dolor se volvió insoportable en cuestión de segundos, haciéndole
soltar un gruñido grave.
- Debería darte vergüenza… - escupió con ira el mayor – Grandísimo hijo de perra…
- ¡Papá, por favor! ¡No lo hagas! – lloriqueaba Kurt en vano, intentando sostener el brazo de su padre para que
no continuara golpeando a su amado profesor.
- ¡Tú te callas! – advirtió a su hijo - ¿Cómo pudiste?
- Pa-papá… él no hizo nada, lo juro – seguía rogando el chico, desesperado por no poder ayudar - ¡Estás
malinterpretando las cosas!
- ¿Me vas a decir que este cerdo no te tocó ya? – apretó el agarre contra el cuello del maestro, logrando que su
rostro se pusiera rojo por la falta de oxígeno.
- Nada ha pasado – aseguró el menor, con las lágrimas cayendo – El señor Anderson no ha hecho nada de lo que
piensas, papá… tienes que creerme – la voz se le quebró a la mitad de la frase. Burt aflojó ligeramente el agarre,
dejándole respirar al moreno, para luego plantarle un golpe seco en el estómago.

Blaine tosió, sintiendo el aire escapando de sus pulmones por el impacto.

- ¡¡Papá!! – chilló Kurt, histérico - ¡Ya no lo golpees!


- ¿Por qué tendría que creerte, Kurt? – Burt volteó a mirar de lleno a su hijo – Me mentiste todo este tiempo,
rompiste mi confianza.
- Pero, estoy diciendo la verdad ahora – afirmó – Nada ha pasado entre nosotros… Papá… sigo siendo virgen –
soltó en un susurro, por la vergüenza y el hecho de que aun estaban en la calle, y más de algún curioso
observaba la escena a la distancia – Te lo juro… por mamá – los ojos verdes de Burt pasaron de la ira a un
sentimiento de tristeza, alejándose dos pasos del profesor, quien aun intentaba recuperarse de la golpiza.
- Tal vez no hayan tenido… sexo – graznó la última palabra con repulsión – Pero, no puedes negarme que
estaban teniendo un romance a escondidas… ¡Rachel me lo dijo! – Kurt maldijo en su mente a la bocona de su
ex amiga.
- Papá, no culpes al señor Anderson… todo ha sido culpa mía… - comenzó a defenderle, casi poniéndose por
delante del maestro, como un escudo humano – Él siempre me rechazó, pero yo insistí… realmente nos
queremos, nuestros sentimientos son sinceros… - Kurt aprovechó de lanzarle una enamorada mirada a Blaine,
quien alzó la vista ligeramente, para darle una media sonrisa, luciendo realmente mal, con la nariz rota y
ensangrentada.
- ¡Maldición, Kurt! ¡Tienes diecisiete años! – bufó Burt, perdiendo la calma otra vez - ¿No te das cuenta? ¡Este
imbécil te dobla la edad! – se acercó amenazante al profesor, siendo detenido por Kurt.
- La edad es sólo un número – intentó argumentar, viendo la rabia en la expresión de su padre.
- ¡Sí, un número que indica que no puedes hacer estas cosas! – respondió con voz alta y tajante - ¡Aún eres
menor de edad! Un mocoso, que no sabe nada de la vida y vive en una burbuja, creyendo que los tipos que se le
acercan para aprovecharse de su estupidez, son príncipes azules… - las palabras calaron hondo en el corazón
adolescente del menor, haciéndole llorar inevitablemente – ¡Madura de una vez, Kurt!… lo único que quiere de
ti este imbécil, y todos los tipos de su calaña, es un lugar donde poder meterla.

El castaño, completamente mudo ante las duras palabras de su padre, sólo pudo sollozar silenciosamente, con
las mejillas ardiendo en vergüenza y rabia contenida. Blaine, como pudo, se irguió, sintiendo que su cuerpo
entero dolía como el infierno, con la clara intención de defenderse. Tal vez no podía devolverle los golpes al
padre del chico que amaba, pero no permitiría que se pusiera en tela de juicio sus intenciones con Kurt, cuando
sólo él sabía lo mucho que adoraba a ese chico.

- Se equivoca… señor Hummel – dijo con dificultad, llamando la atención de ambos – Sé que… no es la mejor
manera… y que Kurt aun es menor de edad… Pero, yo le he respetado… - Burt torció el gesto, apretando sus
puños con ganas de callarle con otro puñetazo – Si fuera un aprovechador, como usted dice… No me hubiera
importado su edad, ni que fuera mi alumno… y tampoco estaría aquí ahora, dándole la cara – Anderson hablaba
con tanta seguridad, que Kurt incluso detuvo su llanto, sintiéndose agradecido de haber conocido a un hombre
como él – Mis sentimientos son honestos… Señor, yo… creo que estoy enamorado de su hijo.
- ¡Enamorado y una mierda! – el hombre se abalanzó nuevamente, apresando al maestro contra el vehículo,
reavivando el dolor en su cuerpo - ¡Te quiero lejos de mi hijo! ¿Me escuchaste, imbécil? – amenazó – Voy a
meterte a la cárcel, y me encargaré de que no salgas de allí jamás – Kurt intentó apartar a su padre, pero éste se
resistía - ¡Estás jodido!

Con un tercer golpe, lo soltó finalmente.

- Basta, papá, por favor – sollozó el ojiazul, abatido por todo el desastre.
- Tú, ve adentro – habló con severidad Burt, dirigiéndose a su hijo – Hablaremos luego.

Dudando de lo que podría hacer su padre, Kurt estuvo reticente de marcharse, pero Blaine lo miró en un intento
de transmitirle confianza, asintiendo con la cabeza. Con el corazón roto y un nudo en la garganta, caminó hacia
la puerta principal. Sólo entonces, notó la presencia de Rachel, petrificada a pocos pasos del pórtico.

- Kurt… - susurró la chica, afectada y con los ojos llenos de lágrimas que, para Kurt, resultaban ofensivas – Lo
siento tanto, yo creí que era lo mejor…
- Vete a la mierda, Rachel – exclamó, pasando a su lado rápidamente.

La chica, sin nada más que hacer allí, decidió marcharse, pero Burt, quien había dejado finalmente ir a Blaine,
se acercó a ella, aun algo enfurecido.

- ¿Puedes hacerme un favor? – habló con un tono algo rudo. Rachel asintió, porque no se sentía capaz de
negarse, luego de todo lo ocurrido – Como eres la novia de Finn, supongo que puedo confiar en ti – nuevamente
dio un asentimiento con la cabeza – Quiero que mantengas un ojo en Kurt y en ese profesor… - Rachel le miró
con confusión – Si ves que hablan o que siquiera se acercan, necesito que me lo digas de inmediato.
- De acuerdo – respondió, con la culpa sobre sus hombros – Debo irme ahora.
- Bien, gracias por tu ayuda y… por favor, no le digas nada a Finn de todo esto – palmeó suavemente su hombro
y regresó al interior de la casa.

Rachel, con una amarga sensación en la boca del estómago, caminó a su propio hogar, sintiéndose miserable.

-o-

Acurrucado en su cama, en posición fetal y abrazando una almohada, Kurt lloró como hace mucho no lo hacía.
Tal vez la última vez que tuvo esos sentimientos, fue cuando su madre falleció. La frustración de no poder hacer
nada, la tristeza ante la certeza de no poder verle más, y la ira porque la vida fuera tan cruel con él, lo
embargaban, haciéndole renovar su llanto una y otra vez. Amaba a Blaine, muchísimo y deseaba que su padre
pudiera comprenderlo, pero debido a la situación en que ambos se encontraban, Blaine como su profesor y él
como su alumno, lo veía imposible. ¿Qué sería de él, ahora que no le tendría a su lado como antes? ¿Qué pasaba
si su padre realmente le encerraba en la cárcel? ¿Podría ser capaz de tanto? El reciente recuerdo de Burt
quebrándole la nariz a su maestro de un solo puñetazo, le produjo un escalofrío. Probablemente, sí sería capaz
de eso.

Angustiado y algo preocupado, abandonó su posición en la cama y corrió escaleras abajo, para asegurarse de
aclararle algunas cosas importantes a su padre, que él creía que librarían a su amado profesor de ir a prisión.

- Papá… - susurró, con el incómodo nudo en su garganta, amenazando con quebrarle la voz - ¿Podemos hablar?

Burt no se movió ni un centímetro de su lugar, apoyado sobre la isla de la cocina con ambas manos, dándole la
espalda, mientras en el mesón reposaba un vaso de agua a medio beber.

- Sabes que estás castigado, ¿cierto? – Kurt hizo un sonido en afirmación. Aquello no era lo que realmente le
preocupaba en ese momento – No tienes permitido usar la computadora y tendrás que entregarme tu celular. Si
quieres hablar con alguien, lo harás desde mi teléfono y siempre que yo esté presente – el menor volvió a
confirmar – Vendrás directo a casa después de clases, porque no tienes permiso para ir a ninguna parte.
- Entiendo – habló con voz trémula – Pero, aún hay algo que quiero que sepas… - el chico aclaró su garganta,
esperando por alguna respuesta de parte de su padre. El silencio fue lo único que obtuvo, lo cual tomó como una
luz verde para continuar hablando – Yo… no mentí cuando dije que sigo siendo virgen – Burt soltó un respingo
– Si no me crees, podemos ir donde cualquier médico para que lo corrobore – lentamente, el hombre volteó a
mirarle, manteniendo sus brazos cruzados a la altura del pecho y la expresión severa en el rostro – El señor
Anderson es un maestro sustituto… le quedan sólo algunas semanas para terminar su trabajo y… quería pedirte
que, por favor, no hagas más grande todo esto… - el ceño del hombre se frunció casi uniendo sus cejas en una
sola – Sé… sé que hice mal, que soy menor de edad y que mientras viva bajo tu techo, tú pones las reglas y yo
las obedezco, ¿vale? – repitió la frase que solía oír de su padre cada vez que metía la pata – Mantendré mi
distancia, lo prometo… Sólo… no creo que sea necesario arruinarle la vida al señor Anderson… - Kurt bajó la
mirada, cuando las lágrimas lo abordaron. Pasó el dorso de su mano para sorber su nariz, esperando por la
respuesta de su padre.
- Él merece un castigo por intentar tener una relación con un alumno – comentó Burt. Su tono de voz era
tranquilo, pero no menos intimidante.
- Lo sé… pero juro que fue mi culpa… - insistió el menor, volviendo a mirarle con súplica – Él llegó hace tres
meses a reemplazar a mi maestra de matemáticas, y yo me enamoré de él como un tonto – comenzó a hablar
rápidamente, narrándole la historia completa – Incluso fingí no entender la materia para entrar al taller de
reforzamiento que él estaba impartiendo por las tardes… hice todo lo que estuvo a mi alcance para llamar su
atención, porque él siempre se comportó correctamente conmigo – la expresión de Burt era un poema, pasando
de una emoción a otra, al escuchar a su hijo – Incluso con todo lo que hacía, él nunca se mostró interesado y
cuando… quise llegar más lejos, me detuvo… me dijo que él no podía estar conmigo porque era inapropiado,
además de ser mayor y mi profesor… dejó de hablarme y me alejó tanto como pudo… - Kurt rió con tristeza al
recordar el mal tiempo que tuvo entonces – Finalmente, después de tanta insistencia, logré que me viera como
algo más que sólo su alumno… Pero, nunca llegamos más allá de un par de besos – aseguró, aunque su
consciencia le acusara que fue mucho más que eso. Sabía que su padre no le perdonaría la vida a Blaine si se
enterara de las increíbles mamadas que habían compartido más de una vez – Desde el principio dejamos claro
que esperaríamos hasta que cumpliera la mayoría de edad, y él jamás rompió ese acuerdo – terminó de decir,
rogando porque sus palabras hubieran logrado hacer desistir a su padre de enviar a su profesor a la cárcel.
- Eso no le quita la culpa – murmuró Burt, descruzando los brazos y tomando su vaso de agua – Como adulto, él
no debió ceder… - Kurt soltó un sonido de frustración – Pero, conociendo lo persistente que puedes ser cuando
quieres tener algo, entiendo que sí tuviste gran parte de la culpa – una luz de esperanza iluminó el nuboso cielo
del castaño – De acuerdo, no meteré a ese hijo de puta en la cárcel, pero tú estarás castigado hasta la graduación
– advirtió, señalándolo con su dedo índice.
- Por supuesto – el ojiazul asintió, conforme sabiendo que su sacrificio le salvaría a su amado profesor de
terminar en prisión. Así de grande era el amor que le tenía.

No importaba si jamás volvía a ver su celular o su padre le encerraba en la casa hasta los treinta, mientras
Blaine estuviera a salvo. Dolería como el infierno la distancia y lo sabía, pero no podía permitir que su carrera
profesional y toda su vida se fuera al caño por culpa de su alumno.

Ya inventaría una manera de comunicarse con el profesor, y comentarle todo.

12.

La mañana siguiente al desastre ocasionado por la gran boca floja de Rachel, Kurt se levantó con un taladrante
dolor de cabeza por haber llorado toda la noche. Tal vez había logrado dejar libre de problemas a su maestro
favorito, pero aquello significaba despedirse de él definitivamente. Su corazón dolía y sus ojos se cristalizaban
cada vez que lo recordaba. En la cocina, se encontró con su padre, quien estaba acabando su desayuno.

- Sé que está demás recordártelo… - dijo el hombre, en cuanto el chico le dio los buenos días – Pero, ni se te
ocurra intentar hacer nada estúpido… Estaré vigilándote en todo momento, incluso en clases – las cejas de Kurt
se alzaron en sorpresa, terminando por atar cabos y resolver que ahora Rachel seguramente, sería su espía.
- Cumpliré mi palabra – se limitó a responder, sintiendo las lágrimas picar en sus ojos.

Desistió del desayuno, pues su apetito desapareció ante la advertencia de su padre, yendo directamente a coger
las llaves para marcharse a la escuela de una vez. No le sorprendió que éstas no estuvieran en el lugar de
siempre.

- Viajarás al instituto con Finn – Burt pasó a su lado, tomando las llaves de su camioneta y abriendo la puerta,
deteniéndose un momento para voltear a verle – Por cierto, mantendremos lo ocurrido entre los dos… no quiero
que Carole o Finn se enteren de todo esto, ¿de acuerdo? – Kurt asintió, viéndole salir finalmente.
Un sollozo lo abordó y cubrió su rostro con ambas manos para contenerlo. Ni siquiera iniciaba el día y se sentía
totalmente abatido.

Se forzó a dejar de llorar, cuando sintió a su hermano bajar las escaleras a la carrera. Otra vez se había quedado
dormido.

- Hey, Kurt – le saludó, sin notar la tristeza disfrazada en el rostro del menor – Burt me dijo que tu carro se dañó
– le palmeó el hombro en camaradería – Asique seremos compañeros de viaje – y con una sonrisa, lo guio hacia
afuera.

Finn era una agradable distracción para Kurt, haciéndole olvidar momentáneamente sus aflicciones con su
humor simple y su conversación fácil. Sin embargo, al llegar a McKinley, la realidad le azotó en la cara como
una bofetada. Su semblante decayó y el nudo en su garganta reapareció. Una nube negra se situó sobre su
cabeza, negándose a abandonarle el resto del día.

Internamente, agradeció que aquel día no tuviera clases con Blaine, pues verlo después de todo lo acontecido la
tarde anterior, sería devastador. El chico esperaba que su nariz estuviera bien y que su rostro no hubiera
quedado demasiado golpeado. Cuando el receso del almuerzo llegó, Kurt caminó en compañía de Mercedes y
Tina hacia la cafetería, a pesar de no tener ganas de probar bocado. Las chicas hablaban animadas de la
competencia regional de coros en la que participaría el club Glee y a Kurt no podía importarle menos.

El corazón del adolescente palpitó con violencia, al doblar el pasillo y toparse casi de frente con el señor
Anderson. Sus ojos azules se ampliaron en anticipación, antes de recordar la prohibición de acercársele o
hablarle siquiera. El moreno lucía un vendaje sobre el puente de la nariz y un moretón en el pómulo izquierdo y,
aun así, a Kurt le parecía hermoso.

En un impulso, Blaine dio un paso para ir hacia él, hasta que recibió una clara negativa de parte del chico, que
negó con la cabeza, para advertirle que no lo hiciera. El maestro conservó su distancia, viéndole pasar en
compañía de sus amigas, desapareciendo en el final del pasillo.

Con un suspiro frustrado, continuó su camino hacia la sala de maestros. El pelinegro tenía tantos deseos de
hablar con Kurt y preguntarle qué había pasado después de que él se marchó de su casa; averiguar si su padre le
castigó y en qué consistía su castigo y, por qué no, indagar qué pretendía hacer el hombre en su contra, para
prepararse con tiempo, quizás conseguir un abogado o una fianza. Pasó una mano por sus rizos alborotados y
maldijo entre dientes. Se culpaba de todo, y a la vez, no se arrepentía de nada. Era tan confuso lo que sentía en
ese momento que no podía definirlo con palabras, sólo esperaba que las cosas se normalizaran en algún punto, y
con suerte, volver a tener a Kurt en sus brazos.

Sin embargo, no fue hasta dos días después, que volvió a verle. El ojiazul había abandonado el taller de
reforzamiento matemático por obvias razones y nadie había sentido su ausencia tanto como el profesor,
extrañándole cada vez que miraba su pupitre vacío frente al escritorio. La distancia estaba matándolo por dentro
y la incertidumbre lo tenía al borde de la desesperación. Había preparado la clase de tal manera que pudiera
tener una que otra interacción obligada con el chico, suponiendo que estuviera bajo la amenaza de no acercarse
a él.

En cuanto entró al salón, su corazón volvió a latir con normalidad con sólo verle y el dolor constante en su
pecho se aligeró. El menor lucía bien, algo ojeroso, pero en perfectas condiciones. Tomó los cuadernillos del
interior de su maletín y comenzó a repartirlos personalmente. Al llegar al asiento de Kurt, su pulso se aceleró
por tenerle tan cerca. Le hizo entrega del conjunto de hojas y se aseguró de rozar sus dedos en un inocente y
casual toque, que fue recibido con una ínfima sonrisa, que sólo él pudo ver. Aquello bastó para que ambos se
sintieran en conexión con el otro. Los sentimientos seguían tan vivos como antes y la distancia sólo los volvía
más intensos.
Kurt tomó una profunda inhalación, sabiendo que aquel cuadernillo era su oportunidad de comunicarse con el
profesor. Le importaba una mierda responder los ejercicios, porque era más que evidente que el señor Anderson
lo había hecho para que él pudiera dejar un mensaje o algo que le dijera qué pasaba. Cerciorándose que nadie le
prestara atención, y aprovechando que Rachel ya no ocupaba el asiento junto a él, tomó una hoja de su libreta de
apuntes, y comenzó a escribir tan rápido como podía, todo lo que deseaba decirle a Blaine, considerando que no
tenía idea de cuando volvería a hablar con él.

La hora de clases avanzó demasiado rápido para gusto de Blaine, quien se pasó todo el tiempo observando a
Kurt, mientras éste parecía muy concentrado en su trabajo, con sus cejas ligeramente fruncidas y sus labios
apretados en una línea.

- De acuerdo, se acabó el tiempo – avisó el maestro – Entréguenme sus trabajos – un quejido general se dejó oír,
mientras todos los alumnos se ponían de pie y de uno en uno iban dejando el cuadernillo sobre el escritorio del
profesor, para luego abandonar el salón. Kurt tardó un poco, siendo de los últimos en llegar hasta él para
depositar su trabajo completamente vacío frente a él. El chico le dio una mirada significativa, marchándose al
segundo siguiente.

Una vez solo, Anderson buscó directamente el cuadernillo de Kurt, hojeándolo ansioso. La primera página sólo
tenía su nombre escrito, puesto que los ejercicios estaban en blanco; la segunda se encontraba igual y las dos
siguientes. Al llegar a la última, una hoja cayó sobre su regazo, y Blaine reconoció la caligrafía redonda y
pequeña del castaño.

- Lo sabía – susurró, tomando la extensa carta y dándole lectura.

“Mi adorado profesor:


No tiene una idea de lo horrible que han sido para mí estos días lejos de usted… y discúlpeme por ser un chico
rebelde esta vez y ocupar este medio para decirle esto, pero mi padre me ha quitado el celular, mi laptop y
cualquier otro medio para comunicarme con usted. Supuse que, de todos modos, quería saber qué pasaba y por
eso le escribí esta carta.”

- Cariño… eres tan listo… - comentó conmovido.

“Hice todo lo que estuvo en mis manos para convencer a mi padre de no tomar ninguna represalia en su
contra. No vendrá al instituto, ni tampoco le demandará como dijo que haría. Asique, señor Anderson, puede
trabajar tranquilo y terminar su reemplazo sin preocuparse de perder el empleo. Jamás me hubiera perdonado
si algo así pasara.
Como se imaginará, estoy castigado. Papá dice que durará hasta mi graduación y no dudo que lo cumpla, por
lo que, para lograr que no hiciera nada en su contra, acepté todo lo que él dijo. No puedo acercarme a usted
bajo ningún motivo, tampoco hablarle ni dirigirle una mirada siquiera. Espero no estar rompiendo las reglas
con esta carta, ya que no dijo nada de escribirle. Tengo miedo de que incluso me prohíba ir a la universidad en
Nueva York, pero como mi carta de aceptación no ha llegado, ni siquiera estoy seguro de que iré de todos
modos.”

- Maldición – Blaine pasó una mano por su pelo, frustrado con lo que leía. Le pesaba que Kurt estuviera
asumiendo todas las consecuencias.

“Estoy intentando tomarme esta situación de la mejor manera, siendo prudente, en beneficio de nosotros…
pero, duele. Cada noche, lloro como un tonto, porque le extraño muchísimo, y realmente deseo estar con usted.
Mi corazón se aprieta cuando le miro a la distancia y sé que no puedo tocarle. A veces pienso que debí
alejarme cuando usted lo dijo, sin embargo, no puedo decir que me arrepiento porque el tiempo junto a usted
ha sido el más maravilloso que he vivido jamás. Extraño sus besos y sus manos cuando me acariciaban, me
hacen falta sus sonrisas y sus ojos brillantes. Siento que moriré si no vuelvo a estar a su lado pronto, pero
supongo que es el precio por mi osadía de desear a un hombre inalcanzable como usted… a pesar de todo, me
considero suertudo, porque fuera de cualquier pronóstico, logré entrar en su corazón y me conformo con eso.”

- Yo también te extraño… - le dijo al papel en sus manos.

“Jamás creí que mi tonto plan resultara tan bien.”

- ¿Qué? – Blaine alzó sus cejas en confusión al leer aquella frase.

“Debo confesar que he mentido todo este tiempo, y no me siento orgulloso de ello, pero sólo soy un
adolescente enamorado, ¿qué otra cosa podría haber hecho?
La verdad es que, el día que llegó a mi salón a reemplazar a la señorita Jackson, estaba tan embobado con lo
guapo que se veía, que no pude resolver el ejercicio que me pidió hacer en el pizarrón. Lo cierto es que las
matemáticas se me dan bastante bien y soy realmente bueno en eso. Mentí en cuanto me ofreció asistir al taller
de reforzamiento, porque quería verlo más, pasar tanto tiempo junto a usted como me fuera posible y supuse
que era una buena oportunidad. Desde entonces, he tenido que fingir que no entiendo nada, para llamar su
atención. Es estúpido, lo sé… sin embargo, funcionó.”

- No puedo creerlo… - el moreno rio, con las lágrimas picando en sus ojos. Quería correr en ese momento hacia
el castaño y envolverlo en sus brazos para no volver a soltarlo jamás.

“Lamento haber recurrido a algo tan bobo como eso, y lo culpo por hacerme ser un idiota enamorado y actuar
bajo la influencia de sus bellos ojos.
Prometo no volver a mentir en cosas como esas de nuevo, como también prometo que, tarde lo que tarde,
volveré a su lado si usted así aún lo quiere. Soy honesto cuando le digo que le quiero muchísimo, le amo…
siento que estoy enamorado, y agradezco que usted también lo esté de mí. Es hermoso sentirse amado.
Esperaré a que la tormenta en casa se calme, y buscaré una manera segura de hablarle nuevamente… sólo
tengo una petición para usted…”

- Lo que sea – afirmó.

“¿Podría esperar por mí?”

- Toda mí vida… - las lágrimas descendieron por sus mejillas – Esperaría toda mi maldita vida por ti.

“Completamente suyo… Kurt.”

En el vacío del salón, sólo podía oírse el llanto de Blaine.

Y tal y como había puesto Kurt en su carta, él no le habló, ni se acercó y tampoco le dirigió una sola mirada,
mientras los días pasaban, convirtiéndose en semanas.

El tiempo que restaba de su remplazo finalizó y la señorita Jackson regresó a tomar su lugar, dejando un enorme
hueco en el corazón de Kurt, quien lamentó no poder ver más a su amado maestro, ni siquiera a la distancia.

Blaine, por su parte, se dedicó al taller de reforzamiento matemático, como hacía antes de ocupar el puesto de
suplente, sintiéndose miserable y con demasiado tiempo libre para deprimirse. Todo era gris sin Kurt en su vida,
que llenaba de colores cada rincón de su cabeza. Extrañaba como un demente verlo reír, o dando vueltas por su
cocina, regañándole por no tener comida saludable en la nevera, incluso añoraba las tardes en las que sólo se
sentaban en la mesa del comedor a hacer los deberes del menor, pasando el rato en compañía del otro. Su peor
error había sido acostumbrarse a él, a su calor y a verle como parte de su vida cotidiana.
13.

El calendario marcaba 27 de mayo, y Kurt lo tachó con un bolígrafo rojo, como si se tratara de cualquier otro
día y no de su cumpleaños. Aquel día había sido particularmente esperado hace sólo unas semanas, pero ahora,
toda emoción desapareció. El castaño tenía grandes planes para cuando la fecha llegara, sin embargo, después
de que su padre se enterara de todo, su planificación se fue al caño.
Oficialmente, Kurt tenía dieciocho años, pero no se sentía diferente en absoluto, más bien, era miserable.

No había tenido ocasión de enviarle otra carta a su querido profesor y tampoco había obtenido ninguna
respuesta de parte de él, respecto a la petición que le hiciera al final de la primera que le dio. No sabía si tomar
eso como un mal augurio o sólo seguir pensando que estaba respetando las condiciones impuestas por su padre,
para no terminar en la cárcel.

- Feliz cumpleaños a ti… - oyó la voz de Finn, quien entraba a su cuarto con un pequeño cupcake que portaba
una vela colorida y encendida – Feliz cumpleaños a ti… - continuó acercándose lentamente para no apagas la
llama – Feliz cumpleaños querido Kurt – alargó la “u” para hacerla calzar con la melodía – Feliz cumpleaños a
ti – finalizó, quedando frente al ojiazul que esperaba pacientemente, sentado sobre la cama – Pide un deseo – le
animó, con un brillo infantil en su emocionada mirada.
- Ya no tengo cinco años – rezongó amargado. Lo cierto es que no tenía ánimos para fantasear con cuentos de
hadas. Sin esperar una respuesta de su hermano, apagó la vela de un soplido, rompiendo la ilusión del más alto,
quien hizo un puchero.
- Es tu cumpleaños… ¿por qué estás tan molesto? – indagó, dejando el plato con el cupcake en la mesa de
noche, y sentándose junto al ojiazul en la cama - ¿Pasó algo que no me has dicho?
- No es eso – Kurt paseó la mirada por sus ojos sinceros y un tirón en su estómago le recordó que no debía decir
nada – Sólo… son cosas en mi cabeza… - divagó – Estoy envejeciendo, supongo.
- Eres algo extraño… - Finn sonrió de medio lado. Guardaron silencio un momento, hasta que el mayor recordó
algo, evidenciándolo al alzar su dedo índice y poner una expresión entusiasta en su rostro – Por cierto, con los
chicos del Glee te organizamos una fiesta sorpresa… Y sé que no te gustan mucho las sorpresas, por eso
prefiero decírtelo… - Kurt torció el gesto – Mercedes ofreció su casa para esta noche, y como es viernes, Burt
dijo que podemos llegar tarde, siempre cuando lleguemos antes de las dos de la madrugada…
- Espera… ¿qué? – el chico parecía interesado ahora - ¿Papá dijo que… podíamos?
- Sólo cumples dieciocho una vez en la vida – bromeó – Así que Burt no tuvo problema de autorizarte a
trasnochar por hoy.

La mirada azul de Kurt se iluminó. No era algo permanente, pero al menos tendría un día como un adolescente
normal. Era un pequeño avance.

-o-

A pesar de que Rachel no le había despegado el ojo en esas dos semanas, Kurt parecía estar cumpliendo el
castigo impuesto por su padre juiciosamente, al igual que el profesor. Jamás los veía juntos, ni mucho menos
hablando o en alguna actitud sospechosa. Aquello la tenía confundida, pues recordaba perfectamente las
palabras del castaño, diciéndole lo enamorado que estaba del señor Anderson. No se explicaba cómo podían
estar tan tranquilos y alejados, si se juraban amor eterno hace sólo un par de semanas. Quizás por eso, cuando el
profesor le pidió un minuto para hablar con ella, guiada por su curiosidad, aceptó.

El hombre se veía demacrado, como si no hubiera dormido en días, además de estar notoriamente más delgado,
con los huesos de la cara resaltando. No lucía nada bien, aunque mantenía una amable sonrisa en sus labios.

- Rachel, no pretendo quitarte mucho tiempo, pero… supongo que eres la única persona a la que puedo acudir
en este momento – comenzó a decir. La chica asintió, sentándose frente a él, en el salón vacío donde el maestro
impartía su taller – No me preguntes cómo, pero sé que Burt te pidió vigilar a Kurt – la castaña no lo negó – Y
sé también que, lo que hiciste, lo hiciste pensando en la seguridad y el bienestar de él… porque, para ti no está
bien que tu amigo tenga una relación con alguien mucho mayor que él, que también es su profesor… Todas esas
cosas las comprendo perfectamente, y no te reprocho nada.
- No entiendo cual es el punto de todo esto – la muchacha le miraba algo escéptica.
- Estoy volviéndome loco – confesó, dejando ver su vulnerabilidad – Desde que tuvimos que distanciarnos, yo
sólo puedo pensar en Kurt y… está matándome – Rachel removió sus ojos, incómoda – Sé que te parece
incorrecto… pero, lo que siento por Kurt es sincero… no tengo segundas intensiones con él, ni pretendo
lastimarlo o burlarme de él… - los ojos avellana del hombre le miraron con súplica – Estoy tan enamorado de
él, que ni siquiera puedo dormir por las noches, no tengo ganas de comer, ni de nada en realidad… y si sigo
haciendo clases, es sólo para verle en los pasillos…
- Burt no va a levantar el castigo de Kurt, aunque le diga todo eso – comentó la chica, sintiéndose mal por el
profesor – Lo siento.
- No aspiro a tanto, no soy iluso… - confesó, dándole una sonrisa triste – Sólo quiero… quiero estar con él,
aunque sea una vez más… - Rachel suspiró, considerando sus palabras – Hoy es su cumpleaños y… me gustaría
poder felicitarlo en persona, darle un abrazo y decirle lo mucho que lo amo… que no importa cuánto nos tome,
estaremos juntos tarde o temprano…
- Kurt ni siquiera me dirige la palabra – se excusó.
- Rachel, por favor – rogó Blaine – Te pido que nos des… una hora… sólo una hora.

La chica retorció sus dedos sobre su regazo, pensando en las posibilidades de que Burt se enterara de su
traición. No había manera en que el hombre supiera que Kurt estuvo una hora con el profesor, porque la única
que sabía de su relación en el instituto era ella.

- Kurt quizás no quiera hablar contigo, pero convéncelo de ir al auditorio después de clases – insistió – Es todo
lo que te pido… Por favor.
- De acuerdo, haré lo que pueda – aseguró la muchacha, viendo el cambio en la afligida expresión del mayor.
- Gracias – el profesor envolvió las manos de la chica entre las suyas – Gracias, de verdad.

Rachel salió del salón, dirigiéndose al club Glee, donde junto a los demás miembros, se dedicó a decorar y
colgar algunos globos para sorprender a Kurt.

Más tarde, cuando el castaño entró a la sala del coro, interpretó el mejor papel de cumpleañero, completamente
sorprendido, fingiendo que no sabía nada al recibir una felicitación general por su cumpleaños. Cuando el turno
de Rachel llegó, Kurt discretamente la esquivó, yendo hacia Tina y envolviéndola en sus brazos. Nadie notó el
desplante, excepto Finn, quien hace días veía que los inseparables amigos que habían sido su novia y su
hermano, ya no se hablaban. Muchas veces le preguntó a la chica si se debía a su reciente noviazgo y ella sólo
decía no tener idea de nada.

El señor Schuester fue el último en felicitarle, añadiendo que la idea de hacerle una pequeña celebración en la
sala del coro había sido idea suya, pues no podría ir a casa de Mercedes. Todos le abuchearon por arruinar la
sorpresa, pero a Kurt no podía importarle menos.

- ¿Podemos hablar un momento? – preguntó en casi un susurro Rachel, aprovechando que el ojiazul se
encontraba relativamente solo, mientras los demás estaban bailando o repartiendo el pastel que la señorita
Pillsbury había traído.
- No veo de qué tenemos que hablar tu y yo – respondió cortante, con intención de conseguir que la chica se
alejara.
- Es importante – insistió, viendo la ceja del castaño alzada en incredulidad – Te-tengo un regalo… para ti.
- No tienes que darme nada – la cortó – Ya no somos amigos.
- Lo sé, pero… - Rachel se sentía ligeramente intimidada con la fría actitud de Kurt, aunque entendía su
reacción – Es mi manera de establecer una tregua entre nosotros… Podemos no ser amigos, pero tampoco
seamos enemigos – el castaño se mantuvo en silencio – Prometo que no vas a arrepentirte… Por favor – añadió
casi en una súplica.
Kurt estaba a nada de mandarla a freír espárragos, sin embargo, algo en la mirada de la chica lo tenía intrigado.
Finalmente, decidió darle una oportunidad. Consideró que, si resultaba no ser de su agrado, podría despreciarlo
en su cara y regresarle un poco de lo que le había hecho.

- Bien – dijo como única respuesta.


- Gracias – Rachel suspiró aliviada, recordando la afligida mirada del señor Anderson – Cuando termine esta
fiesta – hizo comillas en el aire – Necesito que me acompañes al auditorio.
- Espero que no estés pensando en cantarme una de tus canciones de Broadway, porque no estoy interesado –
advirtió con un humor amargo.
- No es nada de eso, lo juro – alzó la mano como si jurara a la bandera.

El señor Schue dio fin a la improvisada celebración y el timbre que indicaba el fin de las clases sonó. Rachel
caminó en compañía de Kurt, mientras la chica se aseguraba de que nadie estuviera siguiéndolos.

Entraron al lugar, que permanecía en penumbras.

- Si es una especie de broma… - continuó el castaño con sus advertencias – No tendré piedad con tu cabeza de
judía… Voy a raparte.
- ¿Quieres sólo… darme el beneficio de la duda? – pidió la muchacha, instándole a bajar los escalones.

Cuando estaba a una sección de llegar al escenario, un reflector se encendió, iluminando el centro del lugar, con
un sonido que sacó un chillido poco masculino del castaño.

- ¿Qué rayos pasa? – frunció el ceño, y volteando a ver a Rachel, notó que la chica ya no estaba. Kurt no podía
estar seguro de en qué momento había quedado solo en aquel lugar y ahora estaba arrepintiéndose de confiar en
esa arpía.

Entonces, como en una película, donde las escenas transcurren en cámara lenta, Blaine caminó hacia el centro
del reflector, dejando que Kurt le viera plenamente. El hombre sonreía en grande, pues estaba dichoso de
tenerlo allí, tan cerca de él, a sólo unos metros de distancia.

El ojiazul, por su parte, además de confundido, se sentía tan conmovido como el mayor. No se habían visto en
semanas, más que por un par de segundos en los pasillos del instituto.

Con piernas vacilantes, Anderson caminó hacia el castaño, saltando del escenario y acercándose ansioso hasta
que sus manos atraparon el rostro pálido del menor, mientras sus labios se unían en un beso que deseaba desde
hace mucho. El aire abandonó el cuerpo de Kurt al sentir la tibia boca de Blaine besándole. Podía morir en ese
momento y no le importaría, porque estaba nuevamente con su amado profesor.

- Creí que no volvería a tocarte jamás – susurró sobre sus labios, al separarse por aire. Su sonrisa era tan amplia
y sincera, que sacudía el corazón del castaño.
- No entiendo nada de lo que está pasando – confesó el menor, sonriendo también, contagiado con la adrenalina
de verse a escondidas.
- Hablé con Rachel – explicó – Le pedí que nos diera un rato a solas.
- ¿Realmente lo hizo? – la felicidad comenzaba a burbujear en el estómago del chico.
- Sí… - Blaine volvió a besarle brevemente – Sólo tenemos una hora… pero ella aseguró que tu padre no se
enteraría.
- No sé si confiar en ella – dudó el ojiazul.
- Confía en mí, cariño – respondió el mayor, acariciando su mejilla con el pulgar.
14.

Sentados sobre un improvisado picnic en el escenario del auditorio, Blaine le dio vida a una melodía con una
guitarra. Kurt admirado por la destreza con que sus dedos se deslizaban por el instrumento de forma precisa,
observó lo talentoso que su maestro era. Entonces, comenzó a cantar y su corazón explotó dentro de su pecho.
Hacía mucho que lo oyó cantar por última vez, y al igual que en esa ocasión, se maravilló de los tonos graves
que alcanzaba con facilidad y los agudos perfectos que podía entonar.

- …Bebé, dime cuando estés listo, estoy esperando… - cantó, dándole una mirada enamorada al castaño - …
Bebé, cuando estés listo, estoy esperando… Incluso dentro de diez años, si no has encontrado a alguien… Te lo
prometo, estaré por aquí – Kurt sintió sus ojos picar - Dime cuando estés listo, estoy esperando…

El castaño sentía muy dentro de su corazón cada palabra cantada por su profesor, atesorándola como una
promesa.

- …No sé por qué lo intento porque no hay nadie como tú… - continuó, ponía toda su pasión en lo que cantaba -
…Y cada noche mis brazos no están a tu alrededor, mi mente todavía está rodeada de ti… - la sinceridad
llameaba en los ojos mieles de Blaine - Y si tengo que hacerlo, esperaré para siempre, di la palabra y cambiaré
mis planes… Sí, sabes que encajamos juntos… Conozco tu corazón como el dorso de mi mano.

Lentamente la canción llegó a su fin y Kurt sólo pudo aplaudir como un admirador enamorado.

- Si fuera parte del club Glee, de seguro ganaríamos todas las competencias – bromeó el chico, limpiando una
rebelde lágrima que había caído sin su permiso.
- Ven aquí – pidió, tendiéndole una mano y dejando la guitarra a un lado.

Kurt no dudó en moverse, sentándose a horcajadas sobre el regazo del mayor, envolviéndole con sus brazos.

- Lo extraño como un loco – confesó, escondiendo su nariz en el cuello de Blaine – No se si pueda seguir
separado de usted.
- Yo tampoco – estuvo de acuerdo.

Ambos se miraron a los ojos, como si mantuvieran una silenciosa conversación, tan íntima que sólo ellos eran
capaces de entender. Kurt, siendo consciente de que el tiempo avanzaba rápido, capturó el labio inferior del
maestro, para luego besarle. Había tantos sentimientos en aquella unión, que resultaba abrumador, haciendo que
sus ojos se cristalizaran. Era emotivo y triste al mismo tiempo, pero rápidamente dejaron de lado esos
sentimientos, para disfrutar el poco tiempo que les quedaba para estar a solas.

Se besaron con intensidad, tocándose y reconociéndose después de las semanas que permanecieron alejados el
uno del otro. Sus manos se esforzaron en memorizar cada detalle del otro, cada curva y relieve, apreciando todo
como un tesoro valiosísimo, guardando los recuerdos de ese día en su corazón, ansiando volver a verse de esa
manera pronto.

De haber contado con un par de minutos más, Kurt no hubiera dudado en llegar hasta el final con su profesor,
pero no podían y tampoco deseaba que su primera vez con Blaine, fuera de esa manera; descuidada y con prisas.
No, él quería recordarlo como un momento romántico y duradero.

- ¿Qué se supone que haremos? – Kurt murmuró, acomodando su cabello.


- Buscaremos la forma de estar juntos, lo prometo – Blaine entrelazó sus dedos con los del menor – Sólo
debemos tener paciencia.
- Siento que voy a enloquecer – el chico negó con la cabeza, superado por la situación.
- Hey, hey, cariño… no te rindas ahora – pidió con voz suave – Estás a nada de graduarte…
- Lo sé, pero es frustrante no poder estar con usted – se lamentó.
- Al menos pudimos estar juntos en tu cumpleaños – el mayor intentó buscarle el lado bueno – Y nos besamos
bastante – bromeó.
- Señor Anderson… - Kurt lo miró con ojos brillantes – Blaine… - el aludido alzó las cejas en sorpresa – Te
amo.

Conmovido por sus palabras, el moreno se inclinó y le besó.

- Yo te amo más – respondió, sacándole una sonrisa al castaño – Y, con respecto a tu pregunta – recordó la carta
– Te esperaría esta vida y la otra… no lo dudes jamás.
- Gracias – dijo sincero – Creo que ha sido mi mejor cumpleaños.

-o-

Kurt caminaba de un lado al otro en el pequeño probador de la tienda más famosa de Lima, que se especializaba
en vestidos de fiesta. Como “chica honoraria”, sus amigas del Glee le habían pedido su ojo crítico para las
pruebas de los vestidos que comprarían para el baile que estaba a la vuelta de la esquina.

- ¿Hay algo que esté inquietándote? – Rachel se acercó al castaño, tomándolo del brazo para llamar su atención,
sacándolo de sus pensamientos.
- ¿Uh? – el chico parecía perdido.
- Llevas paseándote un rato… - comentó la más baja – Si sigues así, cavarás un agujero con tus pies.
- Es sólo… Ya sabes… - Kurt hizo un mohín, soltando un suspiro apesadumbrado – El baile – se encogió de
hombros con semblante triste.
- Tu padre no te dejará ir, ¿cierto? – la chica indagó, recibiendo una negación de parte del otro.

Desde el cumpleaños de Kurt, Rachel había reafirmado su lealtad con el ojiazul, reivindicándose con él, por lo
que volvían a reestablecer parcialmente su amistad, aunque el chico aún tenía sus reservas. Sin embargo, Rachel
era la única persona con la que podía hablar al respecto de sus verdaderos problemas amorosos, pues conocía en
detalle la situación.

- Me he quebrado la cabeza pensando en una manera de convencerlo para que me deje asistir… - explicó en
susurros, apartándose de las demás chicas – Pero, nada parece lo suficientemente bueno.
- Deberías hacerle notar que eres un alumno destacado – sugirió la castaña – Tienes las mejores calificaciones y
has sido juicioso, respetando todas sus reglas… - le guiñó un ojo.
- Necesito que me ayudes con esto, Rach… - pidió, mirándola con súplica – Me lo debes.
- ¿Y-yo? Pe-pero… ¿qué podría decirle yo para que cambie de opinión? – tartamudeó la chica, algo asustada
por lo intimidante que el padre de su amigo parecía.
- Lo que sea, pero yo necesito ir a ese jodido baile… - siseó con desesperación – Es mi última oportunidad…
No quiero perderme de todo, sólo por este estúpido castigo.
- Puedo intentarlo… aunque no te aseguro nada – accedió finalmente.
- ¡Gracias! – la envolvió en un abrazo – Por cierto, ese vestido amarillo… es horrible – acotó, señalando el
vaporoso vestido que portaba, decorado con pedrería a la altura del corpiño y con una gran cinta adornando su
espalda baja.
- Dijiste que era adorable – reclamó la muchacha, indignada.
- Para una fiesta de quince – comentó con burla – No para el baile.
- Eres un… - dejó la frase en el aire, girando dramáticamente para ir a cambiar su atuendo.

Con un plan perfectamente trazado, Kurt era consciente que sólo contaba con cinco días para rogar de rodillas,
si era necesario, para que su padre accediera a dejarle asistir al baile de fin de año. Burt estaba completamente
cerrado en su postura, afirmando que, si le dejaba ir, no sería un castigo real y que lo tomaría como una broma.
Kurt solía insistir en que sus calificaciones eran excelentes, y que había dejado de hacer locuras.

- Papá, por favor – rogó por… ya había perdido la cuenta de cuantas veces lo había hecho – Va a cumplirse un
mes y medio desde que me impusiste este castigo... y desde entonces he obedecido cada cosa que me has dicho,
sin quejarme… ¿No puedes tener un poco de indulgencia, al menos por una noche?
- La tuve en tu cumpleaños – respondió el hombre, sin apartar su mirada del juego de futbol americano que
pasaban en la tele, bebiendo su cerveza en pequeños sorbos.
- Es mi último año… - a Kurt se le acaban las opciones, además del tiempo. Tenía que usar la artillería
pesada… la lástima - ¿Sabes? En menos de dos semanas me estaré graduando, y tal vez… si NYADA me
acepta como alumno, jamás volveré a ver a mis amigos… No podré cantar con ellos, ni bromear… nunca más,
porque cada uno hará su propia vida y tendrán nuevos amigos… No quiero perderme los momentos más
valiosos de mi paso por la escuela… - las lágrimas comenzaban a caer en silencio de sus ojos azules, para darle
más realismo a sus palabras – Cuando mire hacia atrás, no tendré hermosas memorias a las que aferrarme,
porque pasé encerrado en mi cuarto… - Burt no parecía afectado aún, por lo que Kurt decidió dar el golpe final
– Lo único que conseguirás con todo esto, es que cuando tenga la oportunidad de largarme de esta casa, lo haga
sin dudar, para no volver a verte… ¿Es eso lo que quieres? ¿Qué acabe odiándote? – y sin esperar respuesta, a
pesar de que el hombre se giró a mirarlo con los ojos abiertos y las cejas alzadas en sorpresa; se marchó
escaleras arriba, con las mejillas enrojecidas y los ojos llenos de lágrimas.

Aunque todo se trataba de una artimaña desesperada por conseguir el permiso para ir al baile, sus palabras
hacían eco en su corazón. No podría odiar a su padre, aunque así lo quisiera, y lo sabía. Pero, realmente le dolía
no poder tener la oportunidad de ver nuevamente a Blaine. Había oído rumores de que estaría allí como uno de
los maestros designados para cuidar el orden y la seguridad, y desde entonces, se empeñó en buscar la manera
de ir.

Sin embargo, el tiempo se le acababa y en sólo un par de horas, el baile iniciaría, mientras él permanecía
encerrado en las cuatro paredes de su habitación, llorando amargamente por su mala suerte.

En algún punto de su llanto, el castaño se durmió, abrazando su almohada. El señor Hummel dio un par de
toques en su puerta, despertándole. Desorientado con la poca luz que ahora entraba por su ventana, se enderezó
en la cama, viendo entrar a su padre con una expresión indescifrable en el rostro.

- ¿Qué quieres? – preguntó Kurt, algo hosco.


- Son las seis de la tarde – comentó, descolocando un poco al chico, que no entendía a qué se refería.
- Aún es temprano para cenar… - dijo, pasando una mano por el codo de su otro brazo - ¿No crees?
- Si no te apuras, llegarás tarde – el menor frunció el ceño.
- ¿De qué hablas? – Burt se sentó a su lado en la cama, palmeando su hombro.
- Del baile – soltó el mayor, escuchando como los engranes de la cabeza de su hijo trabajaban para comprender
lo que pasaba.

Un minuto completo pasó, antes de que Kurt brincara de su lugar; su rostro mutando en emoción extrema.

- ¿Es en serio? – chilló, dando brincos de un pie en otro - ¿Me vas a dejar ir?
- Espero que tengas algo decente para ponerte, porque no voy a comprarte un maldito traje a estas horas –
bromeó el hombre, con una media sonrisa, sacando un grito de alegría del castaño quien, sin esperar más
tiempo, corrió a su armario, revolviéndolo por completo, en busca de lo más elegante que tenía.

Secretamente, Kurt se había tomado la osadía de comprar un elegante atuendo, en caso de que finalmente
lograra hacer cambiar de opinión a su padre, pero al ver que nada parecía funcionar, lo metió en el fondo del
closet y lo olvidó, porque verlo cada vez que lo abría, le hacía doler el corazón.

- Sólo… se prudente – advirtió Burt, retirándose, para que su hijo se vistiera tranquilamente.

En tiempo récord, Kurt estuvo vestido y peinado a la perfección, luciendo refinado y apropiado para la ocasión,
sentado tras su carro por primera vez en mucho tiempo, esforzándose en no rebasar los límites de velocidad por
sus ansias por llegar. Apenas logró enviarle un texto a Rachel, contándole que su plan había sido un éxito y que
iba de camino a McKinley. La chica respondió con diversos emojis, demostrando su alegría.

15.

La mirada taciturna de Blaine Anderson, vagaba por el abarrotado lugar, fingiendo vigilar que nada estuviera
fuera de lugar. Se paseaba de vez en cuando por alrededor de la mesa que tenía las bebidas, evitando que los
alumnos más rebeldes metieran algo de vodka en el ponche de frutas. La música resonaba fuerte por los
altavoces y los chicos saltaban y bailaban con el ritmo pop; pero, para el maestro, era una tortura estar allí, pues
sus ánimos estaban por los suelos y no tenía energías para estar en una fiesta. Sus ganas de celebrar habían
muerto el día que tuvo que alejarse indefinidamente de Kurt.

Soltó un profundo suspiro, intentando mentalizarse en que pronto el tiempo pasaría y las cosas mejorarían.
Tenía que ser así, o perdería definitivamente la cabeza; cayendo ante la tentación de acudir de noche a la casa
del castaño y raptarlo para huir juntos a otra ciudad.

Aquel pensamiento le hizo sonreír ligeramente, imaginando la hipotética reacción de Kurt ante sus
descabellados planes. Conservando la sonrisa, alzó la mirada, quedando totalmente petrificado. Se preguntó a sí
mismo si su mente ya comenzaba a fallarle y estaba teniendo alucinaciones, porque el chico que caminaba hacia
él en ese momento lucía exactamente como Kurt… su Kurt.
- Señor Anderson… - dijo el adolescente, por encima del bullicio del lugar, y Blaine sintió que su corazón se
calentaba hasta quemarle el pecho, encendiendo todo su interior en una llamarada – Está muy apuesto esta
noche – lo halagó, sacándolo de su letargo, notando que, en efecto, era Kurt quien se encontraba de pie frente a
él.
- Kurt… - el nombre salió de sus labios como un jadeo, cargado de necesidad. Sus brazos picaron por
envolverlo y presionarlo contra su cuerpo, sin embargo, aun era consciente que había trecientos pares de ojos
observándolos en el lugar – Realmente estás aquí – comentó, sacando una risita del menor.
- Sí… soy tan real, como las ganas que tengo de besarlo – bromeó.

Blaine, incapaz de esperar un segundo más, le tomó de la mano, guiándolo con rapidez hacia el
estacionamiento, rogando porque nadie notara su fuga junto a su alumno. Cuando llegaron al carro del profesor,
Kurt se atrevió a hablar nuevamente.

- ¿Dónde se supone que vamos? – el moreno volteó a mirarle, aun con las enormes ganas de besarlo hasta que
sus labios dolieran.
- A mi casa – se limitó a responder, recibiendo un asentimiento de parte del menor.

No necesitaron decir mucho más que eso; el trayecto fue breve, saltándose algunas señales de alto en el camino.
Kurt bajó del vehículo con el cuerpo vibrando en anticipación. Sabía qué pasaría y le recordó la primera vez que
estuvo en ese lugar. Estaba tan nervioso en esa ocasión, casi temiendo estar a solas con su maestro, pensando en
que tal vez era algún tipo de pervertido. Sin embargo, los sentimientos que lo embargaban, eran muy diferentes
ahora. Lo amaba con todo su corazón y no quería apartarse jamás de él, y si, inevitablemente terminaban por
decirse adiós, cuando él se marchase a la universidad, quería guardar en el baúl de sus recuerdos más preciados,
esa noche. Porque contra viento y marea, pasara lo que pasara, esa noche, sería suyo…

- Ven conmigo – Blaine tomó la mano del castaño, entrando de esta manera a su casa. Encendió la luz del
vestíbulo y se quitó el saco para colgarlo. Kurt le imitó.

En el silencio del lugar, bajo la tenue iluminación, la pareja se miró intensamente a los ojos, compartiendo una
conversación íntima a través de ese gesto. El amor flotaba en el aire y sus cuerpos, al igual que los imanes,
pedían unirse. Obedeciéndoles, ellos se fusionaron en un abrazo necesitado.

- Te amo… te amo muchísimo, Kurt – susurró el moreno sobre su oído, pasando lentamente sus manos de arriba
abajo por la espalda del ojiazul.
- Yo también… - el menor envolvió el cuello de Blaine con sus brazos, alejándose un poco para mirarlo
directamente a los ojos – Te amo, Blaine.
- Supongo que ahora que eres mayor de edad… - comenzó a decir – Y que ya no soy tu maestro, puedes
llamarme por mi nombre – bromeó. Kurt negó con la cabeza.
- Amo decir tu nombre – murmuró rozando sus labios.
- Amo escucharte decirlo – le siguió el juego.
- Blaine… - repitió. El profesor sonrió satisfecho – Blaine, Blaine, Blaine, Blaine… - el aludido, lleno de dicha,
lo alzó por las caderas, cargándolo hasta su cuarto.
- Ahora vas a gritarlo – dijo con un tono juguetón, comiéndole la boca, una vez que lo dejó sobre esta.

Se besaron con tanta pasión, como jamás lo habían hecho, olvidándose del mundo a su alrededor. Sólo eran
ellos dos, amándose en la privacidad del cuarto. Los “te amo” susurrados, eran amortiguados por los besos, y
los sonidos que estos provocaban. Sus cuerpos encajaban tan bien juntos que, al momento de estar
completamente desnudos sobre el colchón, no había vergüenza de parte del menor, sólo quería obtener todo de
Blaine, deseaba ser llenado y amado de todas las maneras posibles. El mayor se tomó su tiempo para preparar al
muchacho, pues no quería que nada perturbara ese momento que quedaría grabado a fuego en sus corazones.
Con paciencia y mucha experticia, lo estiró hasta que Kurt parecía estar totalmente relajado para ir más lejos.
Recorrió su cuerpo con sus labios, dejando húmedos caminos en su afán por cubrir por completo su piel con sus
besos. Luego de poner algo más de lubricante en él, le anunció entre caricias lo que venía a continuación.

- ¿Estás listo, bebé? – murmuró, pasando sus manos por los costados del torso desnudo de Kurt. El chico
permanecía con los ojos cerrados en placer, sus mejillas encendidas en un tono carmesí y sus labios hinchados y
húmedos por los incontables besos que habían compartido.
- Sí – susurró en medio de un jadeo. No podía negar que tenía algo de miedo, pero confiaba en Blaine y en su
forma tan perfecta de amar.
- Si sientes dolor, o es mucho para ti, sólo… no dudes en decirlo ¿de acuerdo? – advirtió.
- Lo sé – el castaño le dio una sonrisa, mientras sus ojos azules conectaban con los mieles de Blaine en una
mirada cargada de sentimientos tan puros, que le llenaron el pecho de mariposas a ambos.

Muy lentamente, tomándose todo el tiempo del mundo, Blaine fue introduciéndose en el menor, atento a
cualquier mueca que indicara que le causaba malestar. Hizo uso de todo su autocontrol para mantenerse a ese
ritmo, a pesar de lo apretado e increíble que el interior del muchacho se sentía a su alrededor. El moreno podía
correrse sólo con la sensual imagen frente a él, de un Kurt totalmente entregado a él, con los labios entre
abiertos y sus ojos oceánicos mirándolo como si quisiera devorárselo por completo. Era una vista hermosa y
potentemente sexual, que le hacía mucho más difícil su misión de ir lento con él.

Finalmente, el moreno estuvo dentro de Kurt en su totalidad y el menor sólo jadeaba, tratando de adaptarse a la
intromisión. Su miembro punzaba, dolorido por las sensaciones que lo abrumaban. Quería moverse de una vez,
necesitaba hacerlo, sin embargo, esperó pacientemente a que el castaño le diera luz verde.

- Oh, Dios… - graznó el ojiazul, con la respiración irregular – Ooh… - dejó caer su cabeza, sumido en las
oleadas de placer que lo embargaban, al sentirse tan lleno por Blaine. El moreno, intentando distraerle un poco,
tomó su olvidada erección entre sus grandes manos, acariciándolo suave y constante. Kurt soltó el gemido más
caliente que en su vida había escuchado, con una voz que parecía salir del fondo de su garganta - ¡Blaine,
mierda! ¡Ah! – el cuerpo del menor, involuntariamente, se meció contra el miembro del moreno, quien tomó
aquello como la señal que estaba esperando.

Retrocedió despacio, para volver a enterrarse profundamente en el interior del castaño, oyendo un par de
maldiciones más por parte del chico. Realmente, Kurt tenía una boca muy sucia y Blaine rio ante ese
pensamiento. Continuó bombeando su miembro, mientras formaba un ritmo, embistiéndolo suavemente, para
que su cuerpo tuviera tiempo de adaptarse a todas las nuevas sensaciones, estirándose lo necesario.

- ¡Mmhp! ¡Blaine! ¡Blaine, sí! – gemía una y otra vez - ¡Sí, ahí! ¡Joder! – gritó cuando el moreno golpeó
certeramente su próstata - ¡Maldición! Ah… ah, mierda… Hmp – y para sorpresa de ambos, retorciendo los
dedos de sus pies, el menor se vino sobre la mano de Blaine, que aun lo masturbaba - ¡Ugh! – Kurt se cubrió el
rostro, avergonzado de su poca resistencia – Lo siento – el pelinegro se detuvo un momento, quitando las manos
del muchacho, para verlo a los ojos.
- ¿Porqué estás disculpándote? – preguntó con una sonrisa.
- Porque… no lo sé – intentó esconderse nuevamente, pero el mayor se lo impidió, entrelazando ambas manos
con las suyas, sobre su cabeza, quedando a centímetros de su cara – No quiero que pienses que soy un
eyaculador precoz o algo por el estilo – Blaine sólo pudo reír – Es sólo que… Dios, eres tan increíble… - el
moreno lo besó, complacido con sus palabras.
- Y eso que aún no has visto nada – le guiñó un ojo, y aprovechando su nueva posición, lo enterró contra la
cama de una sola estocada.

Su gemido resonó por toda la casa, al igual que los que le siguieron a ese. Blaine había aumentado la velocidad
de sus estocadas, produciéndole una nueva erección al menor, en menos de un minuto. El pelinegro, aunque no
quería dañarlo, no podía seguir conteniéndose, mucho menos si Kurt gemía de esa forma tan candente y lo
miraba con sus ojos perversos. De todos modos, se sacudió la culpa de estar llevándolo al límite, cuando el
chico comenzó a pedir por más, desinibidamente.

- ¡Oh, sí! ¡No pares! No pares… - suplicó, con el cabello castaño pegándose a su frente sudorosa y ahogando
parte de sus jadeos mordiendo su labio inferior. Nunca creyó que podía llegar a sentirse tan satisfecho de esa
manera, ni tan lleno o tan estirado. Todas las nuevas sensaciones eran abrumadoras e increíblemente
devastadoras. Su cerebro estaba derretido de placer y sólo podía gemir y exigirle a Blaine que lo destrozara.

Cuando el segundo clímax lo golpeó, mucho más fuerte que el primero, su cuerpo se sacudió en espasmos,
apretando involuntariamente alrededor de Blaine, quien jadeó, sintiéndose al borde también. Un par de
penetraciones más bastaron y el moreno se corrió en el interior de Kurt, vaciándose por completo. Era la
primera vez que le ocurría algo así, tan intenso.

Se mantuvieron en la misma posición por largo rato, recuperándose del demoledor orgasmo, regularizando sus
respiraciones y tratando de volver a la realidad. El moreno miró a Kurt como si fuera la cosa más maravillosa
que existía en este mundo, recibiendo una mirada idéntica. Se inclinó, sin importarle lo pegajoso que se
encontraban, sólo para besarlo una vez más.

- ¿Quieres tomar una ducha conmigo? – ofreció el profesor, poniendo una coqueta sonrisa en su rostro. Kurt
asintió.
- Dios, sí… - se retiró el flequillo de la frente con una mueca – Soy un desastre – rio.
- Eres perfecto – rebatió el mayor.

Sus piernas temblaron cual gelatina, a la hora de ponerse en pie, volviendo a caer sentado sobre la cama.

- Oh, bebé – Blaine lo miró compasivo, apreciando el fibroso cuerpo que Kurt tenía. Tan hermoso como él – Te
cargaré.

Tomándolo en sus brazos al estilo nupcial, Kurt y Blaine entraron al cuarto de baño, en donde el mayor lo sentó
en la orilla de la bañera, para temperar el agua y llenarla un poco antes de meterse.

- ¿Tienes de esas burbujas instantáneas? – preguntó Kurt, hurgando entre las botellas de shampoo y otros
productos que estaban a su alcance.
- Mmh… creo que tengo alguna por ahí – el pelinegro comprobó la temperatura del agua y, considerando que
estaba bien, ayudó al menor a entrar, además de vaciar un poco del botellín de burbujas.

El agua siguió cayendo, creando espuma alrededor del cuerpo desnudo de Kurt. El moreno se le unió,
sentándose a su espalda, abrazándolo cariñosamente, y relajándose juntos en la bañera.

- Sería increíble pasar así cada día de mi vida – comentó el castaño, jugueteando con las burbujas como un niño
pequeño – Viviendo contigo, haciendo el amor, bañándonos juntos… - fantaseó, sonriendo melancólicamente.
- Lo haremos… - aseguró el moreno, reafirmando su agarre – Tendremos todos esos momentos… lo prometo.
16. [FINAL]

El grito que dio Kurt fue oído por todos sus vecinos, cuando esa mañana, junto con el habitual correo, su carta
de aceptación de NYADA llegó. La felicidad desbordaba de cada poro de su cuerpo y sólo podía festejar el
hecho de que iría a Nueva York. Más tarde, Rachel llamó con la misma emoción, anunciándole que ella también
había sido aceptada. Ambos jóvenes pasaron un buen rato planeando su nueva vida en la gran manzana, llenos
del esperanzas y altas expectativas de lo que la ciudad podría ofrecerles.

Burt era el más reticente con la noticia. Sabía que su hijo ya era mayor de edad y que tenía que volar del nido
tarde o temprano, pero la distancia entre las ciudades era lo bastante grande como para ponerle inquieto. Temía
por su seguridad, su salud e incluso, por su alimentación. Conocía a Kurt a la perfección y sabía que el chico,
con tal de no regresar a Lima, jamás le diría si las cosas resultan mal en su nuevo hogar.

Fueron cuestión de un par de semanas para que la graduación llegara y Kurt recibiera su diploma, para después
arrojar el birrete al aire. Estaba graduado oficialmente.

En retrospectiva, Kurt estaba feliz, pues se iba a Nueva York con su amiga, a cumplir sus sueños. Por boca de
Rachel, se enteró que Blaine había desistido de renovar su contrato como maestro en McKinley y que se marchó
sin dejar dicho dónde. Con ayuda de la muchacha, Kurt salió de casa, ahora que su castigo había finalizado,
para ir directamente a la casa de Blaine. Él ya no era más su profesor y no pertenecía al que fue su instituto;
tampoco era un niño, por lo que, independientemente de su diferencia de edad, nadie podría prohibirle nada.

Para su sorpresa, no había nadie en casa. Insistió por un par de minutos, inclusive le llamó otro par de veces,
pero la operadora anunciaba que el número estaba fuera de servicio. Una punzada en el corazón de Kurt le hizo
torcer el gesto. Resignado, regresó a su carro, pero se detuvo cuando una mujer vestida como agente
inmobiliaria apareció frente a él.

- Si estás buscando al señor Anderson, temo decirte que se mudó hace unos días – anunció la mujer con una
sonrisa amable.
- ¿Qué? – el chico palideció, sintiéndose enfermo - ¿S-se mudó?
- Eres Kurt, ¿cierto? – la mujer le dio una mirada cómplice.
- ¿Cómo sabe mi nombre? – dudó el menor.
- Blaine me dijo que probablemente vendrías a buscarle – explicó – Te describió a la perfección – añadió. Ante
el mutismo del castaño, rebuscó en su bolso, sacando un papel doblado, extendiéndoselo al ojiazul – Ten, él
dejó esto para ti.

Con desconfianza, el chico cogió la hoja, viendo de qué se trataba.

“No pienses que estoy huyendo, porque jamás podría alejarme de ti… Te amo demasiado como para
imaginarme una vida sin ti a mi lado. No sabía si tu padre te regresaría tu teléfono, por lo que no quise
arriesgarme a llamarte. Supe que te mudarás a Nueva York, por lo que tomé una decisión radical, y opté por
dejar todo atrás, por ti…
Estaré esperándote en la gran manzana… No tardes”

- ¿Estás bien? – la mujer lo miraba con algo de preocupación, al notar que los ojos del chico se llenaban de
lágrimas.
- Nunca había estado mejor – susurró, alzando la vista con una sonrisa – Muchas gracias… por entregarme el
mensaje.

La mujer se despidió y Kurt regresó veloz a casa. Registró el número que Blaine había dejado al final de la nota,
en su móvil. Ya tendría tiempo de marcarle o mandarle algún mensaje.

-o-

La búsqueda de departamentos baratos en la gran ciudad de Nueva York fue extensa y agotadora, pero de forma
milagrosa, hallaron un pequeño piso en un barrio decente, relativamente cercano a su universidad. Los padres
de ambos chicos, temerosos de que aún fueran demasiado jóvenes para enfrentar la aventura de vivir solos, se
encargaron de todo lo que implicó la mudanza desde Lima, hasta el modesto Bushwick, donde el departamento
se encontraba.

- No parecen haber ratas, ni cucarachas… - bromeó Burt, dejando un par de cajas en el que sería el cuarto de su
hijo.
- Tampoco está cayéndose a pedazos – se le unió uno de los padres de Rachel, LeRoy.
- Exacto… - el padre de Kurt se sobó el mentón – Por eso no termino de entender que el precio sea tan bajo.
- Supongamos que los chicos tuvieron un golpe de suerte – le animó el otro, dándole una palmada en el hombro.

El trasteo acabó por la tarde, dejándole el tiempo justo a los adultos para comer algo y marcharse hacia el
aeropuerto, tomando un vuelo que los regresaría a casa esa misma noche. Ambos tenían que trabajar al día
siguiente y no podían perder más tiempo.

- Kurt, ten presente que, sea lo que sea que necesites, o si sólo quieres hablar… - comenzó a decir Burt – Puedes
llamarme, no importa la hora… Cuenta con tu familia, ¿de acuerdo?
- Lo sé, papá – aseguró el castaño, envolviendo al mayor en un abrazo cálido – Ahora, será mejor que te des
prisa o perderán el vuelo.
- Te quiero hijo – le besó la frente, fraternalmente – Se responsable y cuida de ti, no te saltes las comidas, ni
comiences a fumar hierba – advirtió.
- Ya vete – rio el ojiazul - ¡Te quiero! – agitó su mano en despedida, viendo a su padre marcharse en compañía
de los padres de Rachel.

Una vez completamente solos, los dos amigos comenzaron a reír.

- No puedo creer que no le dijeras nada – la chica se limpió una lágrima, sentándose sobre el sofá.
- Si no lo sabe, no le hará daño – le restó importancia – No quiero arriesgarme a que me devuelva a casa jalando
mi oreja.
- Entonces… ¿Irás a verlo, o…? – Rachel lo miró con una sonrisa cómplice.
- Estaba contando los minutos para que se marcharan – confesó.

El castaño corrió al cuarto de baño, arreglándose, para luego lanzarle un beso a su amiga y salir por la puerta,
escuchando tras de él un “suerte”. Caminó por el pasillo desolado del edificio, llegando al final, quedando de
pie frente a una puerta. Dio dos golpes suaves con su mano en la madera, y ésta se abrió.

- Hola, cariño – saludo el dueño del departamento – Te estabas tardando.


- Soy un hombre ocupado ahora – bromeó el ojiazul, entrando.

Envolvió sus brazos en el cuello del hombre, para besarlo con ansias.

- Al fin juntos, Blaine – comentó.


- Te dije que lo lograríamos – el moreno lo alzó y lo llevó al cuarto, donde recuperaron, en parte, el tiempo
perdido.

-o-

La navidad llegó lo bastante rápido para que a Kurt no le diera tiempo de contarle aún a Burt de su relación con
su ex profesor. Ambos estaban felices, disfrutando de la compañía del otro. Kurt pasaba más tiempo metido en
casa del moreno que en la suya, ya que Finn regularmente visitaba a su amiga, y no quería incomodarles.

Agradecía que su hermano guardara su secreto, aunque hubiera quedado un poco choqueado al enterarse de
todo, reclamándole su falta de lealtad, por no decirle nada cuando las cosas pasaron.

Burt estaba en un vuelo directo a Nueva York para pasar las fiestas con su hijo, sin imaginar que el chico le
tenía más de una sorpresa. Al llegar, el ambiente era algo extraño, y el hombre pudo notarlo. Kurt no dejaba de
caminar en pequeños brinquitos, como si estuviera demasiado emocionado por algo, tampoco dejaba de mover
las manos al hablar, lo que terminó por desesperar a su padre. En un movimiento certero, Burt cogió la mano de
su hijo, frunciendo el ceño ante la lianza que adornaba su dedo anular.

- ¿Qué es esto, Kurt? – el rostro del joven palideció - ¿Te… te casaste o qué?
- Yo… sí – soltó, y el hombre tuvo que sentarse porque la noticia se sintió como un balde de agua fría.
- ¿Es una especie de broma? – el menor comenzó a negar con la cabeza – ¡Kurt, maldición! Tienes apenas
veintiuno… ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué no nos dijiste nada?
- Lo siento, papá… - el chico se sentó a su lado, tomando una de sus manos – Pero, jamás lo hubieras
permitido… Y nosotros… estábamos de paseo en Las Vegas y… sólo pasó.
- Hijo, el matrimonio es algo importante – dijo Burt con severidad – No es un juego de niños… no puedes decir
que “sólo pasó” – hizo comillas en el aire – Esto no es lo que esperaba de ti.
- Yo lo amo, realmente estoy enamorado – intentó defenderse – Y, al menos en treinta y seis estados, él es mi
esposo.

Guardaron silencio por un prolongado tiempo.

- ¿Hace cuánto fue? – interrogó Burt.


- En mi cumpleaños… este año – respondió, viendo la resignación cruzar por su rostro.
- Quiero conocerlo – declaró.
- Eso es fácil, porque ya le conoces – el hombre alzó la mirada, confundido.
- ¿Es… alguno de tus ex compañeros de clases? – quiso averiguar. El chico negó.
- Ya debe estar por llegar – Kurt se puso de pie, cogiendo su chaqueta y la de su padre – Vamos a mi nuevo
departamento.

Burt no quiso preguntar nada más, demasiado abrumado para procesar tanta información de una sólo vez.
Caminaron por el pasillo, hasta la puerta del final.

- Como imaginarás, no podía seguir viviendo con Rachel, ahora que estoy casado – hizo conversación mientras
abría la puerta y le dejaba pasar. Su padre ingresó, mirando con detenimiento el lugar. Había muchísimas fotos
por todos lados, en marcos pequeños y colgadas en las paredes en grandes y refinados marcos de metal. La
sangre se drenó del cuerpo de Burt al reconocer al hombre que acompañaba a su hijo en todas las fotografías.
Antes de que pudiera decir nada, la puerta se abrió nuevamente – Oh, ya estás en casa…
- Hola, amor – saludó el moreno, dándole un casto beso y notando la presencia de Burt en la sala – Tu padre ya
está aquí ¿eh? – susurró para el castaño.
- Acabamos de llegar – aclaró – Bueno, papá – se dirigió al mayor – Como ya te habrás dado cuenta, Blaine y
yo estamos juntos ahora… porque, como te dije esa vez, nuestros sentimientos eran verdaderos, y nos
amábamos desde entonces – Burt volteó a ver a la pareja.
- Me hubiera gustado conocerlo en diferentes circunstancias, señor Hummel – añadió Blaine – Para pedir la
mano de su hijo y cumplir todas las expectativas que Kurt tenía del día de su boda, pero… no queríamos repetir
la historia… Lo siento.
- Finalmente, te saliste con la tuya – comentó Burt, mostrando una expresión indescifrable – Bien… supongo
que te gustan los abuelos, ¿no, hijo? – ironizó.
- Sólo son nueve años, papá – le corrigió, mientras Blaine pasaba un brazo por su cintura en un gesto protector.
- Espero que sean muy felices – declaró – Y que disfruten su navidad, porque no planeo quedarme.
- ¿Papá? – el hombre les pasó por el lado y salió.

Sólo el eco de la puerta cerrándose llenó el lugar.

- Tal vez debimos prepararlo antes de decirle – comentó Blaine.


- Soy un adulto ahora – dijo Kurt con seguridad – Y haré de mi vida lo que mejor me parezca… - la
determinación era palpable en sus palabras – Y si él quiere ser parte de eso, es bienvenido.

-o-

No fue hasta que nació su primer hijo, cuatro años después, que Burt volvió a pisar la gran manzana; siendo
completamente conquistado por la pequeña criatura de ojos grandes y avellana.

- Es igual a ti, hijo – comentó, tomando al niño en sus brazos, cuidando de no asustarlo.
- Claro que no – corrigió – Todo lo que ves, es de Blaine.
- ¿Rachel se encuentra bien? – ignoró deliberadamente el comentario del castaño – Fue un parto algo largo.
- Sí, llamé a Blaine hace un rato y ya estaban por darle el alta – informó – Él iba a acompañarla hasta su casa,
junto con Finn.
- Ella es una grandiosa amiga – murmuró el hombre, acariciando la diminuta manita del bebé.
- Papá… ¿hasta cuando piensas estar molesto conmigo y con Blaine? – soltó la pregunta, apoyándose en la cuna
de su hijo.
- ¿De qué hablas? – el mayor se hizo el desentendido, manteniendo su mirada en su nieto.
- ¿No crees que ya han pasado muchos años? – continuó hablando el castaño – Ya es hora de que dejes el
resentimiento de lado…
- A Blaine no le importó que yo fuera tu padre, nunca nos consideró… - respondió con amargura en la voz – Le
importó poco que yo no estuviera de acuerdo con su relación y terminó convenciéndote a ti también.
- Eso no es así – Kurt tomó a su hijo de las manos de su padre, para que éste le prestara atención – Yo amo a ese
hombre, lo amé desde que lo conocí y no podía vivir sin él… - afirmó – Creí que lo que querías para mí, era que
fuera feliz… Pues, con Blaine lo soy… - miró a su pequeño bebé – Ahora tenemos un hijo, una casa y un futuro
por delante… juntos.
- Entiendo – Burt soltó un suspiro – Pero, es divertido ver a Blaine nervioso a mi alrededor… ¿qué quieres que
haga? – se encogió de hombros – Tenía que darle un escarmiento.
- Dios, mío… - bufó el castaño, caminando por la habitación – Eres tan infantil.

Más tarde, cuando el moreno regresó a su hogar y oyó las risas de su esposo y su suegro, sonrió también al notar
el ambiente cálido. Tal vez nunca serían tan cercanos como Kurt deseaba, pero al menos, Burt había dejado de
lado su postura fría ante su yerno, aceptando la relación que tenía con su hijo, y agradeciéndole en el fondo de
su corazón que le hiciera feliz.

FIN.

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