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Tzav (Levítico 6-8)
Leyes del Altar.
(Levítico 6:8-13)
Habló aún Jehová a Moisés, diciendo:
8
No hay nada peculiar en limpiar las cenizas de por sí; lo peculiar es que esto sea
una mitzvá. No tiene mucho sentido dar una orden que de todas formas será
ejecutada. Además, los Kohanim hacían su mayor esfuerzo para mantener el
Templo meticulosamente limpio. El Talmud (Pesajim 64a) relata cómo ellos insistían
en limpiar el Templo en Shabat incluso ante la desaprobación rabínica. ¿Qué
necesidad había de transformar una actividad rutinaria como la limpieza en una
mitzvá, especialmente si ésta se habría realizado de todas formas?
***
Fuego perpetuo
Este es el comentario del Séfer Hajinuj sobre este mandamiento; el Séfer Hajinuj —
una de las obras básicas del pensamiento judío sobre las 613 mitzvot de la Torá,
escrito por Rav Pinjas Halevi de Barcelona, un conocido pensador y maestro
medieval—, realizó un exhaustivo trabajo discutiendo todos los detalle del tema,
por lo que citaremos ciertas partes de su explicación:
Rav Halevi quiere explicar que los milagros sólo pueden ser percibidos si pueden
ser absorbidos mediante los cinco sentidos. Nosotros sólo podemos experimentar
milagros si ellos son envueltos primero en un fenómeno natural. Puede que
reconozcamos que la fuente de dichos eventos es sobrenatural, pero nuestra
experiencia directa siempre es a través de la naturaleza. Continúa diciendo:
Por esta razón Él nos comandó encender un fuego en el altar a pesar de que
de todas formas descendía un fuego del cielo; para ocultar el milagro.
Obviamente el fuego que bajaba no podía ser percibido directamente en en
el momento en que descendía por la razón que hemos explicado…
Rav Halevi se refiere al fuego celestial descrito en el Talmud (Ioma 21b). Este fuego
tenía la forma de un león recostado en el altar en la época del Primer Templo,
mientras que en la época del Segundo Templo tenía la forma de un perro
inclinado. El mandamiento de mantener nuestro propio fuego terrenal encendido
tenía por objetivo hacer que este fuego sagrado fuera visible para el observador
humano, por medio de empacarlo en un envoltorio que fuese detectable para
nuestros sentidos. Volviendo al texto:
¿Y cuál es el fuego [que hay en el hombre]? Es la fuerza motora que hay en él.
Uno de los cuatro elementos que hay en el hombre es el fuego, el cual es el
principal de los cuatro ya que es el elemento que energiza al hombre y que le
permite moverse y funcionar. Por lo tanto, la bendición de Dios es más
necesaria en este elemento. El objetivo de una bendición es [alcanzar la]
completitud, asegurar que no haya nada faltante ni nada superfluo. Por lo
tanto el elemento de fuego en el hombre también necesita bendición: que
haya en él la cantidad exacta que necesita, no menos —ya que su fortaleza
sería debilitada—, y no más —ya que sería consumido por ella—. Los hijos de
Aarón agregaron fuego por iniciativa propia, sin haber recibido una orden
(Levítico 10:1), por lo tanto fuego fue agregado en ellos y fueron consumidos.
Porque de acuerdo a las acciones de una persona será su castigo o la
bendición que Dios hará descender sobre ella.
A primera vista, las dos razones ofrecidas por Rav Halevi parecen estar en conflicto.
Por un lado, necesitamos el fuego para revelar el fuego sagrado de Dios que se
posa constantemente sobre el Altar. Esta razón pareciera servir el propósito de
Dios, no del hombre. Pero la segunda razón explica que el fuego del altar era
encendido de forma que Dios pudiese ‘perfeccionar’ el fuego interior del hombre.
Esta segunda razón pareciera servir el propósito del hombre, no de Dios.
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En el extremo opuesto de los cuatro elementos está la tierra, la cual nunca se dirige
hacia arriba, sino que siempre desciende hasta el fondo de cualquier solución. Si la
dejas sola, la tierra es inerte. Simbólicamente, el fuego y la tierra representan dos
extremos: la ardiente pasión por espiritualidad versus la total apatía. El fuego y la
tierra nunca se combinan directamente; la tierra no es inflamable.
Entremedio de estos dos niveles extremos de tierra y fuego están los elementos de
aire y agua. El fuego no se puede combinar directamente con el agua, pero el
fuego y el aire sí se combinan fácilmente. El aire y el agua también se pueden
combinar con bastante facilidad, y a medida que el fuego calienta el aire, el aire
traspasa los efectos de éste al agua. El agua entonces se evapora, luego cae a la
tierra y se mezcla con el suelo para aportar los nutrientes vitales. Los elementos
intermedios de aire y agua unen por lo tanto a los extremos opuestos de fuego y
tierra en un solo sistema. Si vemos la creación como un solo sistema unificado, es
fácil entender por qué tiene que estar compuesto de los cuatro elementos. Uno
tiene que pasar por cuatro etapas para transformar lo espiritual en físico y para
transformar el universo en un solo sistema integrado.
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“…y YHVH Elo-him formó al hombre del polvo de la tierra” (Génesis 2:7).
Al igual que la tierra, el cuerpo del hombre es el elemento unificador en el cual sus
pensamientos, emociones y acciones —los cuales corresponden a los elementos de
fuego, aire y agua— se revelan hacia el mundo exterior y se expresan a sí mismos.
Los pensamientos del cerebro que transportan los mensajes del alma son un símil
del elemento del aire mezclado con el fuego. Estos pensamientos dejan una huella
en el suelo del cerebro en la forma de poderosas decisiones y resoluciones. La
habilidad para tomar decisiones y resoluciones a partir de los pensamientos es el
elemento del agua que se mezcla con el aire e imprime estos pensamientos —que
fueron originados en el alma— en el suelo del cerebro. El ‘florecer’ del suelo de la
mente puede ser detectado en el nivel de su foco en el mundo espiritual. La
concentración de su atención es el indicador externo del poder del fuego que hay
en el alma.
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Este fuego profano puede dejar una huella en el cerebro de la misma forma que el
fuego sagrado del alma, formando pensamientos y resoluciones en el cerebro
mediante un proceso idéntico al descrito anteriormente. Pero el resultado de esto
es la satisfacción de la sed que genera el fuego de la soberbia con las aguas de los
deseos, con el aire del habla impropia y con la tierra de las acciones prohibidas.
Si tomamos las primeras letras de las palabras en hebreo para cerebro (moaj),
corazón (lev) e hígado (kaved), formaremos la palabra melej, que significa “rey”.
Cuando el fuego de su alma es el que guía las acciones del hombre, él es una
criatura real, llena de poder y majestuosidad, y puede ser comparado incluso en su
presencia física con un león, el rey de los animales. Pero cuando el fuego de su
corazón es el que domina su vida, él es comparado con un kelev, un perro. Esta
palabra hebrea es la misma que la palabra rey escrita al revés salvo por la
letra mem, la cual representa al cerebro y que está completamente ausente, siendo
reemplazada por la letra bet, la cual simplemente representa al número dos.
Cuando el hombre arde con el calor de su propio fuego terrenal, él se ve revertido
espiritualmente; él comienza desde su hígado en vez de comenzar de su cabeza,
nunca llega más arriba que su corazón y utiliza su cerebro como su corazón
número dos, una máquina para buscar cuál es la mejor manera de satisfacer sus
deseos.
En la época del Primer Templo, el fuego sagrado que descendía del cielo se posaba
en el altar en la forma de un león. La Shejiná —la presencia de Dios—, era
manifiesta en el primer Templo; el hombre era capaz de experimentar
completamente el fuego sagrado de su alma y dedicar el fuego que había en su
propio corazón a ser una expresión del fuego sagrado de Dios que ardía en el altar.
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Polvo y cenizas
Ahora podemos regresar al segundo mandamiento referente a la recolección de las
cenizas que mencionamos al principio.
"Abraham respondió y dijo: 'He aquí que quise hablar con Mi Señor, si bien no
soy más que polvo y cenizas'" (Génesis 18:27).
Pero todo el tiempo que el hombre se mantenga envuelto en la batalla entre sus
dos fuegos y que su vida sea una mezcla de la expresión del fuego que hay en su
alma y la llama de su ego, el residuo de cenizas que se formará a partir de la
quema será una mezcla de ambos fuegos que arden en él. Algunas de las cenizas
serán producto del fuego de su alma, pero el resto será un producto de la energía
que fue utilizada como combustible por el fuego de la soberbia que arde en el
corazón del hombre.
1. Una parte de las cenizas debe ser puesta a un costado del altar, donde eran
milagrosamente absorbidas por el suelo del Templo (Talmud Ioma 21a) y se
volvían parte del suelo sagrado de éste. Cuando el hombre consume su
cuerpo para alimentar el fuego de su alma, incluso el residuo se vuelve
sagrado. El polvo del cual fue formado se vuelve parte del suelo del Templo
y la presencia de Dios se expresa a través de él.
No hay ninguna contradicción entre las dos razones que presentó Rav Halevi en
el Séfer Hajinuj para el encendido del fuego del Altar. El fuego que arde en nuestras
almas es un fuego que envía Dios. Nuestra misión es absorberlo en nuestras vidas.
El fuego sagrado sólo puede volverse visible en nuestro mundo cuando utilizamos
la energía de nuestra fuerza vital para llevar a cabo los mandamientos de Dios en
nuestras vidas cotidianas.
Nuestra meta siempre debe ser involucrarnos en el servicio Divino para que Él
pueda hacer que el fuego de nuestro interior crezca y se expanda, pero de forma
exacta. Demasiado fervor nos consumirá en lugar de hacernos brillar, pero muy
poco nos dejará a oscuras. El residuo de cenizas que dejamos atrás cuenta la
historia de qué es lo que hemos hecho con el fuego y la energía de la vida.
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