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El concepto de la persona y el método en la ciencia económica

Por:

Julio César De León Barbero

Introducción.

En honor al título de esta conferencia se nos impone comenzar por definir qué es persona. Este

esfuerzo nos obliga a hacer referencia a algunos de los autores que contribuyeron a modelar la idea de

PERSONA. Claro, nuestra intención no es elaborar aquí una historia de la idea de PERSONA, cosa que

sería impensable realizar en pocos minutos. Por lo tanto seremos selectivos. Arbitrariamente selectivos.

Esta tarea nos conducirá, al final, a ocuparnos del personalismo dado que dicho movimiento colocó la

noción de persona en el centro mismo de su análisis de los hechos sociales y políticos.

Después, tendremos que incursionar en el método propio de la ciencia económica, dado que el

título de esta conferencia así lo exige. Una vez que hayamos incursionado en ese nudo metodológico

pasaremos a establecer las correspondientes relaciones entre la noción de persona y la metodología

propia de la ciencia económica. Eso, si es que tales relaciones son posibles. En todo caso asumiremos

una postura verdaderamente crítica con el fin de arrojar algunas luces o por lo menos, de dejar

planteadas ciertas interrogantes.

I. La noción de persona.

La palabra PERSONA proviene del latín y tuvo el mismo significado de la palabra griega PRÓSOPON,

es decir: MÁSCARA. Máscara era el término que aludía a lo que cubría el rostro de los actores

teatrales: por ello, al desempeñar sus papeles en una obra, se les denominaba PERSONAJES.

La máscara, a la vez, y gracias a su concavidad, permitía que la voz del actor fuera más sonora

y más audible. El verbo aquí es PERSONARE, es decir para que suene más, más alto, más fuerte.


Conferencia dictada en el Auditorio Friedrich August von Hayek de la Universidad Francisco Marroquín el jueves 25 de
marzo de 2004 como parte del II seminario interuniversitario “Economía para la Política” organizado por el Centro para el
Análisis de las Decisiones Públicas (CADEP), de la UFM.

1
El término PERSONA, pues, como podemos ver, comenzó por referirse al papel desempeñado

por el actor, luego pasó a referirse al actor mismo y finalmente, se utilizó para referirse a cualquier

individuo humano como protagonista, como actor, en el gran escenario de la vida.

Pero la palabra PERSONA también tuvo una relación muy estrecha con el ámbito de lo jurídico.

En este campo “hombre” no siempre significó lo mismo que persona.

Tanto en Grecia como en Roma, desde el punto de vista jurídico, los esclavos podían ser

considerados hombres pero no personas dado que no eran sujetos de derechos ni de obligaciones. Por

eso mismo, los esclavos podían venderse o comprarse como objetos en el mercado.

Esta última acepción de persona, en cuanto sujeto de derechos y de obligaciones, llegó a tener

un peso mayor que aquel significado primero asociado con el drama, la comedia o la tragedia.1

Otro momento importante en el desarrollo de la noción de persona fue indudablemente el

surgimiento del Cristianismo y la institucionalización del dogma cristiano. Al respecto, un punto

medular lo constituye la misma discusión que se efectuó en el Concilio de Nicea, del año 325,

alrededor de si Jesucristo poseía una sola NATURALEZA o dos y en qué sentido era PERSONA.

Mientras unos le atribuían una sola naturaleza (la divina) y le negaban la naturaleza humana, otros le

atribuían tanto la divina como la humana. El Concilio terminó estableciendo que en Jesucristo existe

una doble naturaleza, la humana y la divina, pero que es una sola PERSONA y, por ende, indivisible y

única.2

El término griego que se utilizó en el Concilio fue HIPÓSTASIS que en el caso concreto de

Jesucristo señala a una “comunión”; comunión entre características materiales y espirituales, terrenales

y celestiales, inmanentes y trascendentes, temporales y eternas.

1
En relación con estas ideas sobre el origen de la noción de persona véanse: Ferrater Mora, José, DICCIONARIO DE
FILOSOFÍA, Alianza Editorial, España, 1984, 5ª. Ed., vol. 3 (K-P), p. 2550 y ss.; Cabanellas, Guillermo, DICCIONARIO
DE DERECHO USUAL, Editorial Heliasta, S. R. L., Buenos Aires, Argentina, 1976, 11ª. Ed., p. 286-287.
2
Respecto a esta discusión y su posterior solución en el Concilio de Nicea véase, Latourette, Kenneth Scout, HISTORIA
DEL CRSITIANISMO, CBP, El Paso, Texas, 1979, 5ª. ed. castellana, p. 201 y ss.

2
Al pasar esta idea al campo de la antropología, PERSONA llegó a entenderse como la

condición humana que no se queda atrapada y agotada en lo material, en lo mundano, en lo temporal,

en lo animal, sino que se encuentra en relación con lo trascendente, con la esfera de la espiritualidad y

lo divino.

San Agustín de Hipona agregó un elemento importante a la noción de persona. Mezclando las

ideas aristotélicas referentes a la sustancia y aquellas desarrolladas en la Ética a Nicómaco, Agustín

llegó a la conclusión de que una característica esencial de la PERSONA es la capacidad de un tipo

particular de relaciones en las cuales prevalece lo que, desde aquellos días, se denomina experiencia

“personal”. Es decir, ese tipo de relación en la cual el humano se “da” a sí mismo, se entrega a sí

mismo. Entrega que no sería posible, por otra parte, a menos que se reconozca la existencia de la

intimidad, de una vida interna, a la que sólo puede llegarse por la vía de la introspección y del diálogo

consigo mismo. Así, pues, para San Agustín la PERSONA es tal en función de poder relacionarse con

su propio mundo interior y llegar a tocar las fronteras del mundo interior del otro en las relaciones que

denominamos personales.

Para un autor como Boecio la PERSONA era sencillamente naturae rationalis individua

substancia, es decir, sustancia individual de naturaleza racional, que existe por derecho propio, es

poseedora de sí misma y, por eso mismo, resulta incomunicable. Este concepto de PERSONA fue

compartida ampliamente por Santo Tomás.

Bien, hasta aquí lo que hemos encontrado se resume en las siguientes palabras: PERSONA es

para todos estos autores antiguos y medievales cualquier individuo humano que tiene capacidad

racional, es dueño de sí mismo, posee una vida interior, puede establecer relaciones con sus semejantes

a un nivel personal, es sujeto de derechos y obligaciones y no se limita a ser material-temporal sino que

pertenece a la esfera de lo trascendente y espiritual. En una sola palabra lo que hemos encontrado hasta

aquí es una definición de PERSONA referida exclusivamente al terreno de la metafísica.

3
La Modernidad agregó otros elementos que, a veces sin renunciar a lo metafísico, destacaron

aspectos más bien éticos y/o psicológicos y que es importante añadir a fin de tener un cuadro más

completo de las características propias de la PERSONA.

En ese orden de ideas recordemos que en el sistema filosófico desarrollado por el filósofo

alemán del siglo dieciocho, Emmanuel Kant, dada su visión de un Universo atado a leyes de carácter

físico, absolutamente determinado por esa legalidad, PERSONA significa y entraña la libertad, la

libertad frente al determinismo de la naturaleza.

Esa libertad consiste, para Kant, en la facultad de darse a sí mismo leyes como ser racional. Por

ello es que el individuo humano es un “fin en sí mismo”, imposible de ser sustituido por otro. De ese

modo la sociedad es un reino de personas, vale decir, de seres humanos que se dan leyes morales a sí

mismos, en cuanto criaturas racionales.

Para otro autor como Max Scheler, PERSONA es esa unidad de las acciones espirituales o de

intencionalidad superior. Es decir, es capaz de trascenderse a sí mismo, de superar la condición de

“cosa”, de “objeto”, dirigiéndose a algo que está más allá de sí mismo y que podría ser la objetividad

de los valores, o Dios, o la comunidad, o la humanidad como un todo, etc.

Como es fácil ver, múltiples son las visiones filosóficas acerca de la PERSONA. En algunos

casos se resaltan las capacidades de trascendencia, en otros se enfatiza la vida interior que conduce al

diálogo, consigo mismo y con otros; aparte de aquellas visiones en las que se trata de cuestiones éticas

o espirituales.

Pero en la primera mitad del siglo pasado se desarrolló en Francia un movimiento intelectual

que se conoce con el nombre de PERSONALISMO. Este movimiento puede considerarse como el mar

en el que vinieron a desembocar todas las posturas que de alguna u otra forma tuvieron que ver con la

idea de PERSONA. Se trata, sin embargo, de un mar cuyas aguas no son homogéneas sino variadas.

Por eso se impone aclarar que el personalismo francés es sólo uno de los variados discursos que

componen lo que puede denominarse el personalismo en general. Ciertamente no entraré a considerar


4
esas diversas corrientes pero hay que destacar que no es lo mismo el personalismo ateo (McTaggart)

que el personalismo panteísta (W. Stern); ni el personalismo finalista (Howison) debe confundirse con

el personalismo absolutista (Royce). Tampoco hay que olvidar que el mismo personalismo teísta se

puede dividir en: idealista, pampsiquista y dualista. Sin olvidar, obviamente, ese personalismo cubierto

enteramente por el manto del cristianismo y que se nutre esencialmente de los conceptos que al

respecto contiene la doctrina oficial de la Iglesia Católica Romana3 y al que pertenece ese personalismo

que se gestó y desarrolló en Francia.

En el grupo de franceses que dieron vida a lo que estrictamente se denomina personalismo hay

que mencionar a Henry Bergson, a Gabriel Marcel, a Jacques Maritain y a Emmanuel Mounier.

Mounier, quien falleció en 1950 con apenas 45 años de edad, decidió enfrentar la crisis de sus

días promoviendo una transformación en el corazón de los hombres. Para ello fundó en 1932 la revista

Sprit que después de un breve período de inactividad (durante la ocupación alemana) se ha seguido

publicando hasta el día actual y que posee, incluso, un sitio en Internet.4

Desde Sprit, Mounier abordó los innumerables problemas políticos y sociales que el momento

planteaba y que llegó a interpretar como manifestación de una crisis en los valores de la civilización

occidental. Aquella tarea fue lograda con la colaboración de distinguidos intelectuales de la talla de

Congar, Gilson, G. Marcel, Jacques Maritain, Ricoeur, y Teilhard de Chardin, entre otros.

Pero Mounier también escribió y publicó diversos libros en los que exponía sus ideas. Son de

mencionar: Revolución personalista y comunitaria (1934); De la propiedad capitalista a la propiedad

humana (1936); Manifiesto al servicio del personalismo (1936); ¿Qué es el personalismo? (1947); y,

El personalismo (1949).

Para Mounier las “estructuras del universo personal” tienen ciertas características entre las que

cabe destacar, en primer plano, la espiritualidad; luego, la facultad de comunicarse y, finalmente, la


3
Véase, por ejemplo, las encíclicas Quadragesimo Anno y Pacem in Terris, en Once grandes mensajes, Biblioteca de
Autores Cristianos, Madrid, 1993.
4
http://www.esprit.presse.fr/cemoisci/index.cfm

5
dignidad. La espiritualidad hace que la persona trascienda la naturaleza, el mundo de las cosas y de los

objetos materiales. La comunicación permite a la persona entregarse y tener comunión con el prójimo,

escapando así del aislamiento, de la autarquía egoísta y del individualismo atomista. Finalmente, la

dignidad inherente a la persona requiere que se tenga hacia ella todo respeto y consideración y se le

coloque por encima de todo en las relaciones sociales, en el ejercicio del poder público y en el ámbito

del derecho.

Mounier estaba convencido de que su destino era acometer la tarea de transformar un mundo

despersonalizado en el que, trágicamente, se ha sacrificado la dignidad personal en el altar del dinero,

del bienestar y de la posesión de cosas estrictamente materiales. Ni la familia ni la religión han podido

sustraerse a semejante desgracia. Por ello, insistía en que la revolución ha de ser una revolución del

corazón y de allí pasará a ser una revolución estructural, económica y política.

No cabe ninguna duda de que el personalismo es una de las muchas voces que constituyen ese

concierto en contra de la vida en las sociedades posindustriales actuales y del capitalismo en particular.5

Por tal razón Mounier llegó a considerar al marxismo como un discurso que, al igual que el suyo,

habría de contribuir a la liberación de la persona humana.

Mounier consideró que era un imperativo dirigir su ataque contra la tiranía del dinero, contra el

envilecimiento por la propiedad, contra la vida burguesa sofocante y mediocre. Así, pues, en nombre de

la espiritualidad propia de su personalismo, llegó a considerar la vida societaria como un total desorden

y al capitalismo como el "principal agente de opresión de la persona humana en el seno de la

historia".

El capitalismo es, entonces, sinónimo de envilecimiento humano. Y su instrumento preferido es

el dinero. El dinero pervierte tanto al rico como al pobre. Al primero lo torna duro, cruel, insensible y

al otro lo despoja, lo mata, lo reduce a instrumento para lograr el bienestar del acaudalado. Por ello

5
Recuérdese el artículo publicado, en marzo de 1933 en ocasión de la aparición del número seis de la revista Sprit, su título
era: Ruptura entre el Orden Cristiano y el Desorden Establecido. Un año después, en abril de 1934, publicó en el mismo
órgano de difusión el ensayo titulado: De la Propiedad Capitalista a la Propiedad Humana.

6
Mounier abrazó la pobreza y se identificó entrañablemente con los pobres del mundo. Y un poco antes

de morir se comprometió con el activismo que, en pro de la cristianización de los ambientes obreros,

sostenían algunos sacerdotes católicos de vanguardia. Esos sacerdotes-obreros habían descubierto que

era posible efectuar una labor pastoral entre el proletariado y, a la vez, que la iglesia y los sindicatos

obreros comunistas tenían una lucha en común y un común destino: La victoria sobre el capitalismo

“salvaje”.

Porque de acuerdo a esta visión de las cosas el capitalismo no es sino el sistema por medio del

cual unos logran fácilmente sus fines egoístas a costas de los demás. No hay más amor e interés por el

prójimo. Así, el que no ama y el que no es amado se degradan. Por ello el capitalismo es, en opinión de

Mounier, la cultura de la soledad. La comunicación para la cual está hecha la psicología humana no se

posibilita en un entorno en el que cada quien es un objeto para los demás dispuesto a ser vendido o

comprado.

Ante semejante estado de cosas Mounier propuso tres líneas de acción: La primera, orientada a

romper con el desorden establecido. La segunda, hacer revolucionarios a los espirituales. La tercera,

hacer espirituales a los revolucionarios. En una sola palabra, Mounier estaba plenamente convencido

de que una transformación de los hombres y en los hombres era condición absolutamente necesaria

para que el desorden establecido fuera sustituido por un orden “auténticamente” humano, de

fraternidad, de amor, de comunicación y compromiso. En una palabra: El personalismo tiene un interés

esencial: Elevar a la persona humana por encima de lo político, de lo económico, de lo social, de lo

temporal. Para que sirva de horizonte, de norte, de guía, de parámetro a todo lo que se efectúa en el

contexto de la vida en sociedad.

II. La ciencia económica y el método de la escuela austriaca

Ahora nos toca preguntar: ¿Tiene relación la noción de persona con el problema fundamental de

la economía? ¿En cuanto ciencia, la economía puede ser orientada por el valor de la persona humana?
7
¿Los fenómenos que son objeto de investigación y explicación por parte de la ciencia económica

pueden ser mejor investigados y mejor explicados si contamos con la persona como referente? ¿El

complejo proceso gracias al cual se genera riqueza se tornará más eficiente si elevamos la persona al

rango de “paradigma” económico? ¿El método de la ciencia económica que es propio de la escuela

austriaca, y que se ha dado en llamar individualismo metodológico, puede relacionarse con el

personalismo?

Comencemos por recordar cuál es el problema fundamental que tratamos de resolver en un

sistema u orden económico racional, problema que, por otro lado, es la razón de ser de la ciencia

económica. La cuestión suele formularse de distintas maneras. Se dice que consiste en cómo asignar

recursos escasos a la satisfacción de necesidades ilimitadas, o en examinar la actitud de los hombres

frente a la escasez.

Plantear el problema de ese modo es oscurecerlo y arriesgarse a caer en soluciones igualmente

equivocadas. Esa es la razón de ser de muchos de los desaciertos que se cometen en la teoría, ya no

digamos en cuestión de política económica: No se ha planteado el problema de manera correcta y en

los términos adecuados.

Friedrich August von Hayek, Nóbel en Economía 1974, planteó la cuestión en forma clara en

un artículo publicado en la revista American Economic Review,6 en septiembre de 1945, titulado The

Use of Knowledge in Society. Escribió Hayek:

El carácter peculiar del problema de un orden económico racional está determinado,

precisamente, por el hecho de que el conocimiento de las circunstancias de que debemos servirnos

nunca existe de manera concentrada o integrada. Existe sólo en forma de trozos dispersos de

conocimiento incompleto, y con frecuencia contradictorio, que poseen todos los individuos por

separado. El problema económico de la sociedad no sólo es, por lo tanto, cómo asignar los recursos

“dados”, si por “dados” se quiere significar otorgados a una sola persona, que resuelve en forma

6
vol. 35, No. 4.

8
deliberada el problema planteado por esa “información”. Reside, más bien, en asegurar la mejor

utilización de los recursos conocidos por cualquier miembro de la sociedad, con propósitos cuya

importancia relativa sólo él conoce. En suma, se trata de utilizar un saber que ningún individuo posee

en su totalidad.7

El problema fundamental de todo sistema económico, y que ha de ser resuelto por la teoría

económica, es, como queda evidenciado, uno de carácter epistemológico: ¿Cómo llega a los

individuos el necesario conocimiento que les permitirá elaborar sus planes? ¿Cuál es la mejor manera

de utilizar el conocimiento que se encuentra disperso entre la multitud de individuos? Y, basándose en

ese conocimiento, ¿quién se hará cargo de elaborar los planes, o de tomar las decisiones económicas?

La cuestión no es decidir entre planificar o no planificar. Es claro que es necesario planificar.

La cuestión en realidad consiste en quién lo hará o a quien corresponde hacerlo. Hay tres modelos

alternativos:

1) Que el planeamiento sea centralizado y que exista una sola fuente de decisiones económicas.

Aquí, el sistema económico en su totalidad responde a un único plan y es producto del conocimiento

que pueda poseer el planificador.

2) Que el planeamiento se deje en manos de monopolios designados a tal efecto por la

autoridad. Aquí, son las industrias organizadas que dominan e imperan (sin temor a la competencia)

las que elaboran y desarrollan los planes económicos en conformidad al saber y entender de sus

funcionarios.

3) Que la planificación quede en manos de los seres humanos individuales, lo cual constituye

la característica básica del sistema económico descentralizado.

En la polémica no hay que olvidar que la eficiencia de cualquiera de estos tres sistemas

alternativos está ligada al éxito o fracaso en la utilización del conocimiento existente.

7
En, Bornstein, Morris (compilador), SISTEMAS ECONÓMICOS COMPARADOS, Amorrortu Editores, Buenos Aires,
1973, p. 38.

9
Ahora bien, hablar de conocimiento es mencionar una palabra que hace referencia a diversas

realidades. Podemos caer en una grave confusión si por conocimiento entendemos únicamente el

conocer de los expertos o el saber que surge de las observaciones efectuadas bajo condiciones

controladas. Esa tendencia a aprisionar el conocimiento dentro de los límites del positivismo, de

sofocarlo en el angosto marco de la ciencias experimentales, y de reducirlo al saber de los peritos,

impide que reconozcamos que hay diversos tipos de conocimiento. Para el caso, recordemos que en la

cooperación social es vital el conocimiento de tiempo y lugar. Este saber, que no puede llamarse

estrictamente “experimental” o “científico”, constituye una posesión individual. Gracias a él cada

uno de nosotros tiene una cierta ventaja sobre los demás pues significa que tenemos una información

singular que podemos aprovechar, siempre y cuando se nos deje tomar decisiones libre y

voluntariamente.

Ese conocimiento de tiempo y lugar es el que permite a una persona bajar los costos del

transporte de su mercancía; a otra, emplear óptimamente las habilidades o experiencia de alguien

más; o, al comerciante, satisfacer la demanda concreta de algún bien. De este modo cada una de esas

personas cumple un cometido importante merced al conocimiento que tiene de las circunstancias,

conocimiento que es ajeno a los demás.

Es de lamentar, por otro lado, el descrédito en que ha caído la función de este conocimiento, al

grado de haberse generalizado la creencia de que quien obtiene ventajas y beneficios gracias al

conocimiento de tiempo y lugar que posee es alguien que procede deshonrosamente. Esta equivocada

percepción es lo que hace que muchos no entiendan ni aprecien como es debido el papel del comercio

y el del comerciante.

Ahora bien, si aceptamos que el problema esencial de la economía consiste en una rápida

adaptación a los cambios que se producen en cuanto a tiempo y lugar, la conclusión a la que se llega

es que se impone la descentralización. Se impone dejar en manos de los individuos, que se encuentran

10
inmersos en la escena, la toma de las decisiones por estar ellos enterados tanto de los cambios como

de los recursos disponibles para satisfacerlos.

Pero lo anterior es sólo una parte del problema económico; aún queda por mencionar la

cuestión de cómo esas decisiones personales coinciden con el mercado como un todo, con el sistema

económico en su totalidad. Dicho de otro modo, está claro que el ser humano necesita recibir

información adicional a aquella que posee respecto a tiempo y lugar. Así que, ¿cómo hacerle llegar

esa información adicional para que sus decisiones sean coincidentes con los cambios que ocurren en

el modelo total de cambios del sistema económico en conjunto?

Todo lo que ocurre en el sistema económico tiene consecuencias de alguna naturaleza en la

actividad a la cual los comerciantes, productores y fabricantes se dedican. Y no es necesario que estén

debidamente enterados de las causas y razones de cada acontecimiento ni de todas sus consecuencias.

Todo lo que se requiere es que les sea comunicada la información respecto a cuán fácil o difícil es el

acceso a aquello que les interesa o cuánto menos o cuánto más solicitados son los bienes alternativos

que consumen o producen. La importancia relativa de lo que les interesa es lo que siempre está en

juego.

Esa comunicación del conocimiento adicional de lo que ocurre en la totalidad del sistema les

es comunicada a los individuos por medio de la maravilla del sistema de precios. Dice Hayek:

Fundamentalmente, en un sistema donde el conocimiento de los hechos relevantes se halla disperso

entre muchas personas, los precios pueden coordinar las acciones separadas de estas de la misma

manera que los valores subjetivos ayudan a los individuos a coordinar parte de sus planes.8 Por eso

mismo, continúa Hayek: La totalidad actúa como un solo mercado, no porque alguno de sus miembros

tenga una visión de conjunto sobre el panorama general, sino en razón de que sus limitados campos de

visión se sobreponen de tal manera que a través de muchos intermediarios se transmite a todos ellos la

información relevante.9
8
Ibid, p. 44-45.
9
Ibid, p. 45.

11
El sistema de precios es, a pesar de su imperfección, un auténtico mecanismo que comunica a

cada actor lo más escaso que existe: la información relevante y necesaria que le permitirá efectuar las

acciones correctas en la dirección adecuada.

El planteamiento hayekiano del problema fundamental de la economía y su solución introdujo

una corrección importante en la teoría económica, corrección que toca tanto a Adam Smith como a

Bernard de Mandeville, y a todos aquellos que tuvieron como horizonte teórico el principio

fundamental del utilitarismo.

El asunto es este: Adam Smith y Mandeville sostuvieron la idea de que los procesos del

mercado funcionaban como mecanismos coordinadores de intereses estrictamente egoístas, derivando

tal coordinación en beneficios no promovidos intencionalmente. Hayek se refiere, más bien, a un

proceso de coordinación de acciones ejecutadas por seres humanos necesariamente ignorantes.

El asunto de las intenciones y motivaciones de los actores no cabe aquí porque esa no es en

esencia la dificultad. Y porque se supone que estamos ante la elaboración de un discurso con rigor de

ciencia, que pretende encontrar solución objetiva a un problema. Y, reconozcámoslo, el problema del

uso del conocimiento en la economía y de la coordinación es un problema independiente, ajeno, a los

motivos, egoístas o altruistas, que originan la acción humana. De manera que quedarnos atrapados en el

tema del egoísmo o el altruismo no es más que una forma artesanal, vulgar, no científica, de abordar los

fenómenos propios de la economía.

La propuesta hayekiana consiste en que, independientemente de cuáles sean los FINES

perseguidos por los agentes, la ignorancia siempre les acompaña de manera que sólo un sistema

económico descentralizado puede producir y diseminar la necesaria información que facilite a cada

quien tomar las acciones más convenientes en armonía con el sistema como un todo.

Esto es lo que se denomina un orden económico espontáneo, por no surgir de la voluntad ni de

la inteligencia de alguien en particular.

1. El valor de la libertad
12
El valor supremo en un sistema como este es, por supuesto, la libertad individual entendida y

definida como ausencia de la coacción arbitraria de parte de terceros.10 El ser humano es libre cuando

no está sometido al capricho, al antojo o gusto pasajero de un tercero. Entonces puede el humano actuar

en conformidad con sus propios planes, perseguir sus finalidades y echar mano del conocimiento que

posee.

La coacción arbitraria constituye verdadera maldición al reducir al hombre a mero instrumento

incapacitado de usar su propia inteligencia y perseguir sus propias ideas y fines. En Los fundamentos

de la libertad lo ha expresado Hayek en un pasaje cuyo sentido e impacto cobra resplandores

particulares en esta conferencia:

La coacción es precisamente un mal, porque elimina al individuo como ser pensante que tiene

un VALOR INTRÍNSECO y hace de él un mero instrumento en la consecución de los fines de otro. La

libre acción, en virtud de la cual una PERSONA persigue sus propios objetivos utilizando los medios

que le indica su personal conocimiento, tiene que basarse en datos que nunca pueden moldearse a

voluntad de otro. Presupone la existencia de una esfera conocida, cuyas circunstancias no pueden ser

conformadas por otra persona hasta el punto de dejar a uno tan sólo la elección prescrita por

aquélla.11

La libertad de acción es esencial al planteamiento del problema principal de la economía y su

solución; pero las palabras anteriores revelan que su defensa es más que un recurso metodológico. La

libertad constituye el valor supremo por razones antropológicas: Por el valor intrínseco que se le

atribuye al ser humano; por la necesidad de preservar la esfera de vida privada de la persona, vida

privada que constituye esa zona de derechos inalienables e irrenunciables dentro de la cual el ser

humano lleva a cabo la gravísima responsabilidad de construir su vida y de hacerse a sí mismo. Por

ello se señala que la perversión propia de la coacción arbitraria es reducir al hombre al estado de

10
Véase Hayek, Friedrich A., Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, S. A., 1975, Capítulo I.
11
Ibid, p. 45. Las mayúsculas son mías.

13
objeto. La coacción arbitraria cosifica, deshumaniza, rebaja a la persona. De esa cuenta la libertad de

que aquí se habla se llama tanto libertad individual como libertad personal.12

Puede decirse, sin temor a equivocación que la teoría económica que rechaza la centralización

y promueve el funcionamiento descentralizado del mercado rechaza la primera porque desconoce el

valor intrínseco de la persona y promueve el segundo pues reconoce la valía de la persona humana.

Isaiah Berlin lo puso en estas palabras:

…manipular a los hombres y lanzarles hacia fines que el reformador social ve, pero que puede

que ellos no vean, es negar su esencia humana, tratarlos como objetos sin voluntad propia y, por lo

tanto, degradarlos.13

Obviamente puede establecerse una coincidencia entre estos argumentos a favor de la libertad

y las nociones de persona que examinamos en la primera parte de esta conferencia. Para ambas

posturas teóricas: La persona trasciende el mundo de los objetos, de las cosas, de la naturaleza; tiene

una vida propia; es dueña de sí; es racional y es sujeto de derechos; es un mundo interior en el que

existen valoraciones.

Es más, los economistas liberales no se le niega a la persona la vida espiritual, mística o

religiosa. Así, leemos que un famoso tratado de economía afirma:

El liberalismo ningún obstáculo opone a que el hombre voluntariamente adapte su conducta

personal y ordene sus asuntos privados a tenor de las enseñanzas del evangelio, según él mismo, su

iglesia o su credo las interpreten.14

Y sigue diciendo:

Asegurar que el liberalismo se opone a la religión, como muchos defensores de la teocracia

pretenden, constituye una manifiesta tergiversación de la verdad.15

12
Ibid, pág. 32.
13
Berlin, Isaiah, Cuatro ensayos sobre la libertad, Alianza Editorial, S. A., 1988, pág. 207.
14
La acción humana. Tratado de economía
15
Loc. Cit.

14
Ese tratado famoso de economía es La acción humana, de Ludwig von Mises. No veo,

personalmente, cómo se puede afirmar que la economía de libre mercado NO posee una noción de

persona. Está claro que las ideas de hombre, individuo, ser humano y persona se utilizan

invariablemente pensando en seres que poseen los atributos ya mencionados. Y la defensa de la

libertad se lleva a cabo sin entrar en oposición con los atributos de la persona sino más bien en

concordancia con ellos.

2. ¿De qué sirve al problema económico la noción de persona?

Ahora bien si el problema fundamental de la economía, como hemos visto, es eminentemente

epistemológico, de poco sirve quedarse en el terreno de la antropología filosófica insistiendo en la

supremacía de lo personal.

Con todo y la dignidad que le asiste; la vida interior que es muy suya; los valores propios de la

trascendencia que pueden orientar su existencia, como la fe y la esperanza; con todo eso, y a pesar de

eso, el ser humano sigue siendo ignorante, incapaz de saber qué conducta seguir en medio de hechos

tan dinámicos y cambiantes como los del mercado. Es por ello que el denominado individualismo

metodológico sólo afirma que: si queremos entender lo que ocurre en el contexto de los procesos del

mercado, hemos de reconocer la importancia que tiene la acción individual, orientada por el sistema

de precios, para provocar consecuencias no intencionales.

Esas consecuencias no intencionales del actuar humano, que es otro término para referirse a

los hechos económicos como el desempleo, la inversión, la escasez, la escalada de los precios, la baja

en los salarios, etc., son simplemente eso: hechos. Hechos que en un sistema económico no

intervenido, ni centralmente dirigido, por no ser provocados intencionalmente por ninguno no pueden

ni deben juzgarse con criterios morales. Ningún criterio moral puede sostenerse como explicación

científica ni constituye propuesta de solución alguna al problema esencial de la economía.

De modo que si los empresarios se ven en la necesidad de recortar personal y dejar sin

trabajo a los obreros marginales; si los precios de los productos y servicios manifiestan una tendencia
15
al alza; si los dineros disponibles en el mercado no anidan entre nosotros sino que pasan por encima

como aves en busca de territorios más propicios; si tenemos servicios de pésima calidad; en fin, si

padecemos pobreza, atraso y desnutrición, no se debe a que nos hace falta colocar a la PERSONA

HUMANA en un pedestal. No es por que nos hayamos despersonalizado. No. Mil veces no. Y hay que

decirlo a los cuatro vientos: Se debe a que los agentes económicos están recibiendo información que

les indica que es recomendable cerrar sus negocios y empresas, en vez de hacerlos crecer; es porque

los inversionistas reciben señales inequívocas de que el ambiente no garantiza proyectos de largo

plazo; es porque producir, comercializar e invertir se han convertido en acciones en exceso riesgosas,

y no sólo riesgosas, sino inciertas en gran medida.

Los nuevos puestos de trabajo no son creados debido a que uno tiene un gran aprecio por la

persona humana; las nuevas fábricas no se instalan porque se posea profundo respeto hacia la

dignidad del hombre; alimentos y todo tipo de bienes necesarios para la vida no se producen gracias a

la sensibilidad humana. Insistir en tales argumentos personalistas es una pérdida de tiempo; no aporta

ninguna contribución seria a la solución del problema y mata la conciencia crítica que el profesional

de la economía debe poseer en cuanto hombre de ciencia.

Muchas veces, hay que decirlo claramente, el énfasis en la importancia de la persona no es

sino una forma de enmascarar el intervencionismo del gobierno en asuntos que no le competen. Se

trata de un proceder en el que es posible caer fácilmente. Por lo mismo es un proceder que se ha

repetido una y mil veces en el transcurso de la historia y que constantemente se justifica con la

expresión “corregir”. “Corregir” el mercado. Y esa expresión, en el fondo, no obedece más que a

juicios de valor muy personales y subjetivos. Pero no sólo es eso: Para hacer prevalecer esos

supuestos valores últimos o supremos, se suele recurrir a medios inmorales y casi siempre los

resultados que se obtienen casi siempre terminan provocando males mayores a los que se quería

remediar.

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Científicamente lo que procede es reconocer que si el orden y funcionamiento de una economía

no intervenida son espontáneos, resultan de la coordinación suprapersonal que se produce al ajustar

los individuos sus conductas a la información generada por el sistema de precios, entonces dicho

orden y funcionamiento no pueden tener finalidades específicas concretas. Equivocamos el camino

cuando creemos que lo que necesitamos en la economía es que la autoridad gubernamental dirija los

esfuerzos individuales a la concretización de unos fines comunes. El enorme error que subyace a esta

propuesta fue siempre el enorme error del socialismo y continúa siendo el error de quienes promueven

la intervención constante del aparato de coerción en el mercado. El error no está en los valores

propuestos, que podrían ser indiscutibles como todas las valoraciones. El error, como ya lo dijimos es

eminentemente epistemológico y es trágico que tal falsedad intelectual impida que veamos las

consecuencias perniciosas de tal modelo y más trágico aún que semejante argucia nos evite

desenmascarar los defectuosos razonamientos que le sirven de fundamento.

Desde la perspectiva de un orden económico espontáneo la función del aparato de coerción es

velar porque todos los agentes, todos los actores, manifiesten en su proceder aquellas conductas que

la civilización ha consagrado como las mínimas conductas a observar en las relaciones de

cooperación. Por lo demás, será la misma disciplina que el mercado impone y exige la que orientará a

los agentes económicos en su trato con los demás.

Esa disciplina se asienta en las preferencias del consumidor. Es una disciplina impersonal.

Implacable. No hace acepción entre los individuos. Que premia y mantiene a quien bien sirve y sirve

barato y obliga a quienes sirven mal y caro a retirarse a otras actividades y a dejar el campo libre

para quien esté dispuesto a someterse a sus dictados. De este modo el consumidor no necesita que

nadie lo defienda y menos los legisladores que casi por definición no saben nada de la espontaneidad

del mercado y la voluntariedad de la cooperación.

Mucho de lo que llamamos “inhumano”, “impersonal”, “abusivo” o “salvaje” en la economía

es consecuencia directa del intervencionismo estatal y de la falta de libertad para entrar y salir del
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mercado. Porque si yo soy un productor privilegiado, protegido, custodiado en forma especial por el

brazo coercitivo del gobierno y lo que es peor, me nutro del erario público, poco me importará si mi

servicio es bueno, eficiente o barato. El consumidor no importa, porque el consumidor no manda. Lo

único que me va a importar es tener los contactos y las influencias necesarias en las esferas

gubernamentales; o, si no las tengo, que pueda comprarlas. Eso es todo.

Por ello en sectores muy importantes de nuestra economía no hay manera de obtener

soluciones. Porque, en palabras vertidas en una brillante columna periodística por la Directora del

CADEP, Licda. Carroll Ríos, hace falta, “darle una oportunidad a la libertad”.

Ese es el caso concretamente del nicho del transporte urbano: Todo lo que se propone son

trampas argumentativas porque el problema no es la falta de controles, ni sistemas de pago

alternativos, ni carencia de recursos para comprar nuevas unidades. El problema es la protección de

que gozan y el privilegio de que son objeto quienes se dedican al negocio del transporte. Por eso,

exactamente por eso, hoy demandan un subsidio de doce millones de quetzales mensuales por un

servicio pésimo, con unidades destartaladas, cuyos motores son en gran medida causantes de la

contaminación ambiental, y en las que a diario son asaltados o asesinados los usuarios. Están tan

protegidos y gozan de tales privilegios que en algunos departamentos del interior de la República han

logrado que los tribunales prohíban a otros, verdaderos empresarios, que transporten personas en

moto-taxis o bici-taxis. Con la Licda. Ríos, insisto, ¡démosle una oportunidad a la libertad!

Si estos señores tuvieran que competir en buena lid con otros oferentes en un mercado del

transporte público verdaderamente libre, su proceder fuera otro, sus precios fueran otros, su trato al

usuario fuera otro y la responsabilidad que tendrían por la seguridad y la vida del usuario también

sería otra. Así que no vengamos con que lo que nos hace falta es más humanidad, más aprecio por la

persona, cuando lo que nos hace falta es la disciplina impersonal del mercado.

Una disciplina que en medio de su dureza e implacabilidad genera auténticas oportunidades

para mejorar sustancialmente el nivel de vida de todos los que participan en el juego generador de
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riqueza. Es eso lo que hizo que más de un millón de guatemaltecos emigraran hacia los Estados

Unidos de América, una nación en la que el intervencionismo del estado, si bien se hace sentir en la

economía de la nación, esa intervención afecta sólo un porcentaje mínimo de todo el sistema

productivo. Nuestros conciudadanos no emigraron al norte porque allá sean más “humanos”; porque

los empleadores norteños tengan mayor aprecio por la dignidad de la persona. Se fueron porque aquí

sus esperanzas e ilusiones de una vida mejor se vieron sepultadas por políticos marrulleros y

perversos que en contubernio con supuestos empresarios y sindicalistas de mentalidad proletarizada,

tienen a un país entero en condiciones escandalosas de atraso y pobreza.

Emigraron. Y un sistema económico competitivo, libre en mayor medida que el nuestro, les

permite hoy por hoy enviar al país más de dos mil millones de dólares al año. La disciplina de la

competencia, de la productividad, del cumplimiento de los contratos y de la responsabilidad personal,

les ha permitido lograr lo que no pudieron lograr estando acá.

No es entonces con visiones morales sobre la persona como el sistema económico mejora su

capacidad para satisfacer necesidades. Es más bien entendiendo su funcionamiento como se puede

llegar a establecer lo que nos es dado hacer y no hacer con el sistema. Esa es la función de la ciencia

económica y de su método.

Termino con un relato anecdótico de James Buchanan. En una conferencia que sirvió ante la

Southern Economic Association en su reunión anual de noviembre de 1963 con el título de ¿Qué

deberían hacer los economistas?, Buchanan se refirió a un adagio que encontró en la puerta de la

oficina de Frank Ward, entonces profesor de la Universidad de Tennessee: Dicho adagio, dice

Buchanan, lo había colocado en la puerta de su oficina cuando lo conocí en 1940. Yo era, por ese

entonces, un egresado inexperto que estaba en sus comienzos. El adagio decía así: “El estudio de la

economía no impedirá que usted pase hambre pero, por lo menos, sabrá por qué le pasa esto”. Puedo

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parafrasear esto para aplicarlo a la metodología: “Concentrarse en la metodología no resolverá por

usted ninguno de sus problemas pero, por lo menos, le ayudará a saber cuáles son esos problemas.16

16
Buchanan, James M., ¿QUÉ DEBERÍAN HACER LOS ECONOMISTAS?, en
http://www.eumed.net/cursecon/textos/Buchanan-economistas.pdf

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