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El hombre en pijamas y con gorro de dormir se levantó por la madrugada: tenía ganas de

hacer chichí. Adormilado aún, fue hasta el único baño de su casa y orinó con los ojos
entrecerrados. Después descargó, recogió sus pasos y volvió al pie de su cama. Al llegar lo
aguardó una gran sorpresa: en su lecho había un cadáver. No se veía muy bien, pero era
espeluznante, algo así como el Cristo de Hans Holbein acobijado. El hombre se perturbó
por un segundo, y se puede decir que por ese segundo pasaron tres mil teorías y tres mil
planes por su cabeza, pero, por Dios, era de madrugada y el hombre en pijamas tenía sueño.
Luego de ese segundo lúcido como el demonio, solo quiso olvidar todo y acostarse. Y así lo
hizo: alzó la cobija, le quitó medio cojín al Cristo, y se arrunchó a su lado, aprovechando la
situación para abrazar el cadáver y dormir más cómodamente. Pensó: «Por lo menos aún no
hiede». Una sonrisa se le empezó a dibujar en el rostro y soltó un par de carcajadas, y le
dijo al de al lado: «Gracias a Dios no te viniste a aparecer en el baño. ¡Qué incómodo!».

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