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Mensaje de Año Nuevo

Por Robert Pierson, ex presidente de la Asoc. General

Ya estamos en enero de 1978. Delante del pueblo de Dios se extiende un nuevo


ano con sus aun no reveladas esperanzas, goces, oportunidades, problemas y
frustraciones. Constituimos una iglesia mundial, con cerca de tres millones de miembros
que representan a casi todos los países del planeta. ¿Cómo saludamos la llegada de este
nuevo año?
Un pueblo con alabanza en los labios. "Te alaben todos los pueblos, oh Dios;
todos los pueblos te alaben. Alégrense y gócense las naciones, porque juzgarás los
pueblos con equidad, y pastorearás las naciones en la tierra. Te alaben los pueblos, oh
Dios; todos los pueblos te alaben" (Sal. 67: 3-5).
Reconocemos a nuestro Dios como el gran Dios que creó los cielos y la tierra y
todo lo que hay en ellos. El gobierna el universo. En sus manos está el destino de toda la
humanidad. Lo reconocemos como al Dador de todo bien y de todo don perfecto, y
nuestros labios se llenan de alabanza por todo lo que ha hecho por su pueblo. El es
nuestro Salvador, nuestro Redentor.
Un pueblo agradecido. Nuestros corazones están llenos de gratitud a Dios por la
vida, por la medida de salud y fuerza que tenemos, y por los muchos dones que nos ha
confiado. Le agradecemos por su protectión y por habernos permitido dar la bienvenida a
un nuevo año. Nos sentimos también profundamente agradecidos porque sus ángeles nos
guardaron de peligros conocidos y desconocidos durante los pasados doce meses.
Estamos agradecidos por las manifiestas bendiciones derramadas sobre su obra en
todo lugar donde el mensaje adventista es proclamado en este tiempo. Con su bendición,
el mensaje ha avanzado con poder, y más de dos millones de personas se han unido a la
familia adventista durante los últimos once años.
"Somos ahora un pueblo fuerte, si ponemos nuestra confianza en el Señor, porque
estamos en posesión de las poderosas verdades de la Palabra de Dios. Tenemos todas las
cosas por las cuales estar agradecidos. Si caminamos en la luz que brilla sobre nosotros
desde los vivientes oráculos de Dios, tendremos una gran responsabilidad,
correspondiente a la abundante luz que nos ha dado el Señor. Tenemos muchas tareas que
realizar, porque hemos sido hechos depositarios de verdades sagradas para ser
dadas al mundo en toda su belleza y gloria. Somos deudores para con Dios por el uso de
cada don que nos ha confiado a fin de embellecer la verdad en la santidad del caracter, y
para dar el mensaje de advertencia, de esperanza y amor a los que están en la oscuridad
del error y el pecado" (General Conference Bulletin, 1893, pag. 24).
Un pueblo necesitado. No obstante, somos un pueblo necesitado. Como
individuos y como iglesia, a menudo nos alejamos de las expectativas de nuestro Padre
celestial. Reconocemos que no siempre caminamos en el sendero por el cual Dios quiere
que lo hagamos. Vez tras vez, desde nuestro comienzo como pueblo, lo hemos
chasqueado.
Hoy Dios nos llama a todos -obreros denominacionales y laicos- a un
arrepentimiento sincero y de corazón y al abandono del pecado en nuestras vidas. No es
suficiente que lamentemos nuestras transgresiones; debemos vencerlas. Debemos y
podemos, si permitimos que Cristo more en nosotros, ganar la victoria sobre aquellos
pecados que tan a menudo nos acosan.
Con profunda contrición de corazón lleguémonos a los pies de nuestro bendito
Redentor, confesemos nuestras iniquidades y clamemos, no solamente por perdón, sino
también por capacitación para vencer, permitiendo que el Espíritu Santo se posesione de
nosotros y nos haga más y más semejantes a nuestro Salvador.
El Señor nos ha dado las órdenes de marcha. Ellas son claras. No podemos
equivocarnos. "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" (Mar.
16:15). El transcurso de dos mil años no ha modificado la comisión del Maestro. "Id",
esta dirigido a ti. ¡Está dirigido a mí!
La voz de Dios declara: "Haced resonar la alarma por toda la longitud y anchura
de la tierra. Decid a la gente que el día del Señor está cerca y se apresura grandemente.
No quede nadie sin amonestación... De acuerdo con la verdad que hemos recibido en
mayor medida que los demás, somos deudores para impartírsela" (Joyas de los
Testimonios, tomo 2, pags. 375, 376). "Cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios
contigo" (Luc. 8: 39), es la orden del Salvador para cada uno de nosotros.
¿Que habés hecho en los últimos doce meses para ganar un alma para Cristo y
para dar el ultimo mensaje? No importa cuanto hayamos hecho en 1977, Dios espera
de nosotros que hagamos más, mucho más, en 1978. Cada uno de nosotros debe ser un
cristiano fructífero en la ganancia de almas para el reino como resultado de nuestra
testificación. Un pueblo con un futuro glorioso. Debemos empezar este año con
corazones llenos de gozosa esperanza, ¡ciertamente, la bienaventurada esperanza!
¡Quiénes pueden ser mis felices, quiénes pueden tener mayor gozo en sus corazones, que
un pueblo que está en paz con Dios y con sus semejantes! ¡Qué esperanza podréa ser más
brillante que la bendita esperanza que tenemos en nuestros corazones! En un mundo
donde la perspectiva es oscura y desalentadora, el hijo de Dios contempla la más
fulgurante esperanza de la historia de nuestro atribulado planeta. Jesus viene. Nuestro
Señor va a volver pronto para buscar a su pueblo -a ti y a mí- si le permitimos que haga
su obra en nuestros corazones y en nuestras vidas. El futuro es tan brillante como lo son
las promesas de Dios.
Hago propicia esta oportunidad para desear a cada uno de vosotros, en todo lugar,
un muy feliz año nuevo, y que 1978 sea pleno en bendiciones para Ud. y los suyos.

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