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El objeto de la historia 

de las ciencias1

Georges Canguilhem

Considerada bajo el aspecto que ofrece en la Recopilación de las Actas de un Congreso, la


historia de las ciencias puede pasar por una rubrica más que por una disciplina o un concepto. Una
rúbrica que se expande o se distiende casi indefinidamente, ya que no es mas que un etiqueta; un
concepto, en cambio, encierra una norma operatoria o judicativa y no puede variar en su extensión
sin rectificación de su comprensión. Es así que bajo la rúbrica de la historia de las ciencias pueden
ser inscriptos tanto la descripción de un portulano* recientemente hallado como un análisis temático
de la constitución de una teoría física. No es vano, entonces, preguntarse en principio acerca de la
idea que se hacen de la historia de las ciencias aquellos que pretenden interesarse en ella hasta el
punto de hacerla. En cuanto al tema de este hacer, ciertamente, desde hace tiempo han sido
planteadas, y continúan siéndolo, varias preguntas. Estas preguntas son las de ¿Quien?, ¿Por qué?
y ¿Cómo?. Pero encontramos que una pregunta de principio que debería ser planteada y que no lo es
casi nunca, es la pregunta ¿De qué?. ¿De qué la historia de las ciencias es historia?. Que esta
pregunta no sea formulada tiene que ver con el hecho de que se la cree generalmente respondida en
la expresión misma de historia de las ciencias o de la ciencia.
Recordemos brevemente como se formulan la mayoría de las veces, hoy, las preguntas por
el Quien, el Porqué y el Cómo.
La pregunta por el ¿Quien? conduce a la pregunta por el ¿Dónde?. Dicho de otro modo, la
exigencia de la investigación y la enseñanza de la historia de las ciencias, según que ella se
experimente en tal o cual dominio ya especificado del saber, conduce a fijar domicilio aquí o allá en
el espacio de las instituciones universitarias. Bernhard Sticker, director del Instituto de historia de
las ciencias de Hamburgo, ha subraya do la contradicción entre el objetivo y el método. Su objetivo
debería ubicar a la historia de las ciencias en la Facultad de Ciencias, su método en la de Filosofía.
Si se la tiene por una especie de un género, la historia de las ciencias debería tener su lugar en un
instituto central de las disciplinas históricas. En efecto, los intereses específicos de los historiadores,
de una parte, de los hombres de ciencia, por otra, no conducen a la historia de las ciencias más que
por una vía lateral. La historia general es, ante todo, historia política y social, completada por una
historia de las ideas religiosas o filosóficas. La historia de una sociedad como un todo, en cuanto a

1
.- Conferencia dictada el 28 de octubre de 1966 en Montreal, por invitación de la Sociedad
canadiense de historia y filosofía de las Ciencias. El texto fue corregido y aumentado para la presente
publicación. (En: G. Canguilhem, Etudes d´ Histoire et de Philosophie des Sciences, Paris, J. Vrin, 1968). La
problemática de la Historia de las ciencias fue objeto de trabajos y discusiones en seminarios en el Instituto
de historia de las Ciencias y de las Técnicas de la Universidad de Paris en 1964-65 y 1965-66. Nos fue
imposible no tomar en cuenta eso. En particular, una parte de los argumentos expuestos a continuación, en el
examen de las preguntas por el ¿Quién?, ¿Por qué? y ¿Cómo?, se inspiran en una exposición de Jacques
Piquemal, entonces asistente de historia de las Ciencias.
las instituciones jurídicas, a la economía, a la demografía, no requiere necesariamente de la historia
de los métodos y las teorías científicas en tanto tales, aun cuando los sistemas filosóficos tienen
relación con teorías científicas vulgarizadas, es decir degradadas en ideologías. Por otro lado, los
científicos no tienen, en tanto tales, independientemente del mínimo de filosofía sin el cual no
podrían hablar de su ciencia con interlocutores no científicos, necesidad de la historia de las
ciencias. Es muy raro, sobre todo en Francia, con excepción de Bourbaki, que incorporen los
resultados en la exposición de sus trabajos especiales. Si se convierten ocasionalmente en
historiadores de las ciencias es por razones extrañas a los requisitos intrínsecos de su investigación.
Existen ejemplos en los que su competencia los guía en la elección de cuestiones de interés
primordial. Ese fue el caso de Pierre Duhem en historia de la mecánica, de Karl Sudhoff y de
Harvey Cushing en historia de la medicina. En cuanto a los filósofos, pueden ser arrastrados a la
historia de las ciencias, ora tradicional e indirectamente por la historia de la filosofía, en la medida
en que tal filosofía ha demandado en su tiempo una ciencia triunfante que la esclarezca sobre las
vías y los medios del conocimiento militante, ora más directamente por la epistemología, en la
medida en que esta conciencia crítica de los métodos actuales de un saber adecuado a su objeto se
siente tentada de celebrar el poder de esa adecuación por el recuerdo de las dificultades que han
retardado la conquista. Por ejemplo, si importa poco al biólogo y menos aun al matemático
probabilista, investigar qué es lo que ha podido impedir a Augusto Comte y a Claude Bernard
admitir la validez del cálculo estadístico en biología en el siglo XIX, no es lo mismo para quien se
ocupa en epistemología de la causalidad probabilística en biología. Pero queda por demostrar
-intentaremos hacerlo después- que sí la filosofía sostiene con la historia de las ciencias una relación
mas directa que la que tiene con la historia de la ciencia, es con la condición de aceptar, por ese
hecho, un nuevo estatuto en su relación con la ciencia.
La respuesta a la pregunta ¿Por qué? es simétrica de la respuesta a la pregunta por el
¿Quien?. Hay tres razones para hacer historia de las ciencias, histórica, científica, filosófica. La
razón histórica, extrínseca a la ciencia entendida como discurso verificado sobre un sector
delimitado de la experiencia reside en la practica de las conmemoraciones. en las rivalidades en las
que se investiga la paternidad intelectual, en las querellas de prioridad, como aquella evocada 'por
Joseph Bertrand en su “Elogio académico de Niels Henrik Abel”, que concierne al descubrimiento
en 1827 de las funciones elípticas. Esta razón es un hecho académico ligado a la existencia y la
función de las Academias, y a la multiplicidad de las Academias nacionales. Existe una razón más
expresamente científica, sentida por los hombres de ciencia en tanto son Investigadores y no
académicos. Aquél que alcanza un resultado teórico o experimental hasta entonces inconcebible,
desconcertante para sus pares contemporáneos, no encuentra ningún apoyo, falto de cualquier
comunicación posible, en la ciudad científica. Y ya que, en tanto científico, debe creer en la
objetividad de su descubrimiento, investiga si por ventura eso que piensa no habrá sido ya pensado.
Es buscando acreditar su descubrimiento en el pasado, a falta momentáneamente de poder hacerlo
en el presente, que un inventor inventa a sus predecesores. Así es como Hugo de Vries redescubrió
el mendelismo y descubrió a Mendel. En fin, la razón propiamente filosófica tiende a que, sin
referencia a la epistemología una teoría del conocimiento sería siempre una meditación sobre el
vacío, y que sin relación con la historia de las ciencias una epistemología sería una duplicación
perfectamente superflua de la ciencia sobre la que pretende discurrir.
Las relaciones de la historia de las ciencias y la epistemología pueden entenderse en dos
sentidos inversos. Dijksterhuis, el Autor de Die Mechaniesierung des Weltbildes, piensa que la
historia de las ciencias no es solamente la memoria de la ciencia sino también el laboratorio de la
epistemología. Las palabras han sido citadas frecuentemente y la tesis ha encontrado el favor de
muchos especialistas. Esta tesis tiene un precedente menos conocido. En su “Elogio de Cuvier”,
Flourens refiriéndose a la Historia de las ciencias naturales, publicada por Magdelaine de Saint-
Agy, declara que hacer historia de las ciencias es “poner al espíritu humano en experiencia... hacer
una teoría experimental del espíritu humano”. Tal concepción llega a calcar la relación de la historia
de las ciencias con las ciencias de las que ella es la historia sobre la relación de las ciencias con los
objetos constitutivos de las que ellas son ciencias. De hecho, la relación experimental es una de
esas relaciones, esto sin decir que es esa relación allí, la que debe ser importada y transplantada de la
ciencia a la historia. Por lo demás esta tesis de metodología histórica lleva, en su reciente defensor, a
la tesis epistemológica por la cual existe un método científico eterno, adormecido en ciertas épocas,
vigilante y activo en otras. Tesis tenida por ingenua por Gerd Buchdahl, con la que acordaríamos si
el empirismo o el positivismo que lo inspiran pudiera pasar por tal. No es sin motivos que se
denuncia aquí al positivismo. Entre Flourens y Dijkterhuis, Pierre Lafitte, discípulo confirmado de
Augusto Comte ha definido el rol de la historia de las ciencias como El de un “microscopio mental”
con un efecto revelador que Introduce retar do y distancia en la exposición corriente del saber
científico, por la mención de las dificultades encontradas en la invención y la propagación de ese
saber. Con la imagen del microscopio permanecemos en el interior del laboratorio y encontramos
una presuposición positivista en la idea de que la historia es solamente una inyección de duración en
la exposición de los resultados científicos. El microscopio procura el aumento de un desarrollo dado
sin el, aunque visible sólo por él. Aquí la historia de las ciencias es aun, respecto de las ciencias, lo
que un aparato científico de detección es respecto de los objetos ya constituidos.
Al modelo del laboratorio puede oponerse, para comprender la función y el sentido de una
historia de las ciencias, el modelo de la escuela o del tribunal, de una institución y de un lugar en el
que se pronuncian juicios sobre el pasado del saber y sobre el saber del pasado. Pero es necesario
aquí un juez. Es la epistemología la que es llamada a proveer a la historia del principio de un juicio,
enseñándole el último lenguaje hablado por tal ciencia, la química por ejemplo, y permitiéndole así
regresar en el pasado hasta ese momento en que ese lenguaje cesa de ser inteligible o traducible por
algún otro, más laxo o más vulgar, anteriormente hablado. El lenguaje de los químicos del siglo XIX
encuentra su vacancia semántica en el período anterior a Lavoisier, porque Lavoisier instituyó una
nueva nomenclatura. No ha sido suficientemente remarcado, y admirado, entonces, que en el
“Discurso preliminar al Tratado Elemental de Química” Lavoisier haya asumido, a la vez, la
responsabilidad de dos decisiones por la cuales se le hacia, o podía hacérsele, objeto de agravios:
aquélla “de haber cambiado el lenguaje que nuestros maestros han hablado”, y la de no haber dado
en su obra “ningún estudio histórico de la opinión de los que me han precedido”, como si hubiera
comprendido, a la manera cartesiana, que fundar un nuevo saber y separarlo de toda relación con
aquello que ocupaba abusivamente ese lugar es un proceso único. Sin la epistemología sería
imposible discernir entre dos modos de la llamada historia de las ciencias, la de los conocimientos
caducados y la de los conocimientos sancionados, es decir actuales aun por actuantes. Es Gastón
Bachelard quien ha opuesto la historia caducada a la historia sancionada, a la historia de los hechos
de experimentación o de conceptualización científicas apreciados en su relación con los valores
científicos recientes. La tesis de Gastón Bachelard encontró su aplicación y su ilustración en muchos
capítulos de sus obras de epistemología.
La idea que Alejandro Koyré se hace de la historia de las ciencias, y que sus obras han
ilustrado, no difiere fundamentalmente. Si bien es cierto que la epistemología de Koyré está mas
cerca de la de Meyerson que de la de Bachelard, más sensible a la continuidad de la función
racional que a la dialéctica de la actividad racionalista, es en razón de ésta que han sido escritos,
como lo han sido, los “Estudios Galileanos” y la “Revolución astronómica”. No carece, por otra
parte, de interés, para evitar a una diferencia de apreciación de las rupturas epistemológicas la
apariencia del hecho contingente o subjetivo, subrayar que, de modo general, Koyre y Bachelard se
han interesado en períodos de la historia de las ciencias exactas sucesivos y desigualmente
estructurados por el tratamiento matemático de los problemas de la física. Koyré comienza con
Copérnico y termina en Newton, donde Bachelard comienza. De manera que la orientación
epistemológica de la historia, según Koyré, puede servir de verificación de la opinión de Bachelard,
según la cual una historia de las ciencias continuista es una historia de las ciencias jóvenes. Las tesis
epistemológicas de Koyré historiador, son, ante todo, que la ciencia es teoría y que la teoría es
fundamentalmente matematización -Galileo, por ejemplo, es arquimedeano antes que platónico- en
tanto que no hay economía posible de error en el advenimiento a la verdad científica. Hacer la
historia de una teoría es hacer la historia de las hesitaciones del teórico. “Copérnico.. no es
copernicano”. Al invocar la imagen de la escuela o del tribunal para caracterizar la función y el
sentido de una historia de las ciencias que no se prohíbe emitir juicios de validez científica, conviene
evitar un desconocimiento posible. Un juicio, en esta materia, no es una purga ni una ejecución. La
historia de las ciencias no es el progreso de las ciencias invertido, es decir la puesta en perspectiva
de las etapas superadas, respecto de las cuales la verdad de hoy sería el punto de fuga. Es un
esfuerzo para investigar y hacer comprender en qué medida nociones o actitudes o métodos
superados han sido, en su época, una superación y en consecuencia en qué el pasado superado
permanece como el pasado de una actividad para la cual es necesario conservar el nombre de
científica. Comprender lo que fue la instrucción del momento es tan importante como exponer las
razones de la destrucción que la siguió.
¿Como se hace la historia de las ciencias y como debería hacérsela? Esta cuestión toca desde
mucho más cerca a la cuestión siguiente: ¿de qué se hace la historia en historia de las ciencias?. De
hecho, ella supone frecuentemente esta pregunta como resuelta y parece que es solo por eso que no
es siquiera planteada. Es lo que surgió en ciertos debates oponiendo a los que los autores
anglosajones designan bajo el nombre de externalistas y de internalistas. El externalismo es una
forma de escribir la historia de las ciencias que condiciona un cierto número de acontecimientos
-que continuamos llamando científicos mas por tradición que por ana lisis crítico- a sus relaciones
con intereses económicos y sociales, con exigencias y prácticas técnicas, con ideologías religiosas o
políticas. Esto es, en suma, un marxismo debilitado, o mejor empobrecido, que se da en las
sociedades ricas. El internalismo -considerado por los primeros como idealismo- consiste en pensar
que no hay historia de las ciencias sí uno no se ubica en el interior mismo de la obra científica para
analizar las idas y vueltas por las cuales busca satisfacer las normas específicas que permiten
definirla como ciencia y no como técnica o ideología. En esta perspectiva el historiador de las
ciencias debe adoptar una actitud teórica con respecto a lo que es sostenido como hecho de teoría, en
consecuencia debe utilizar hipótesis, paradigmas, del mismo modo que los propios científicos.
Es evidente que una y otra posición vuelven a asimilar el objeto de la historia de las ciencias
al objeto de una ciencia. La externalista ve la historia de las ciencias como una explicación de un
fenómeno de cultura, por el condicionamiento del ambiente cultural global, y, en consecuencia, la
asimila a una sociología naturalista de las instituciones, descuidando enteramente la interpretación
de un discurso con pretensión de verdad. La internalista ve en los hechos de la historia de las
ciencias, por ejemplo los hechos de descubrimiento simultáneo (cálculo infinitesimal, conservación
de la energía), hechos respecto de los cuales no se puede hacer la historia sin teoría. En
consecuencia, allí el hecho de la historia de las ciencias es tratado como un hecho de ciencia, según
una posición epistemológica que consiste en privilegiar la teoría respecto del dato empírico.
Ahora bien, la cuestión a plantear es la actitud, que podríamos llamar espontánea y de hecho
casi general, que consiste en alinear la historia sobre la ciencia cuando de lo que se trata es de la
relación del conocimiento con su objeto. Preguntémonos, entonces, de qué es historia exactamente,
la historia de las ciencias.
Cuando se habla de la ciencia de los cristales, la relación entre la ciencia y loa cristales no es
una relación del genitivo, como cuando se habla de la madre de un gato. La ciencia de los cristales
es un discurso sobre la naturaleza de los cristales, no siendo la naturaleza de los cristales otra cosa
que éstos considerados en su identidad consigo mismos, minerales diferentes de los vegetales y de
los animales, e independientes de cualquier uso al que el hombre los someta y al que no están
naturalmente destinados. A partir del momento en que la cristalografía, la óptica cristalina, la
química mineral, se constituyen como ciencias, la naturaleza de los cristales es el contenido de la
ciencia de los cristales, es decir una exposición de proposiciones objetivas adquiridas por un trabajo
de hipótesis y verificaciones, que es olvidado en beneficio de sus resultados. Cuando Hélene
Metzger escribió La génesis de la Ciencia de los cristales, compuso un discurso sobre discursos
referidos a la naturaleza de loa cristales, discursos que, en principio, no eran buenos discursos, en
los términos en los cuales los cristales se convirtieron en el objeto expuesto en su ciencia. Entonces,
la historia de las ciencias es la historia de un objeto que es una historia, que tiene una historia,
mientras que la ciencia es ciencia de un objeto que no es historia, que no tiene historia.
Los cristales son un objeto dado. Aun si es necesario tener en cuenta en la historia de los
cristales una historia de la tierra y una historia de los minerales, el tiempo de esta historia es él
mismo un objeto ya dado allí. Así, el objeto cristal tiene, en relación con la ciencia que lo toma
como objeto de un saber por alcanzar, una independencia respecto del discurso que hace que lo
llamemos objeto natural. Este objeto natural, fuera de todo discurso sobre él, no es, por supuesto,
el objeto científico. La naturaleza no está por sí misma recortada y repartida en objetos y en
fenómenos científicos. Es la ciencia la que constituye su objeto a partir del momento en que inventa
un método para formar, mediante proposiciones capaces de ser integralmente compuestas, una teoría
controlada por la preocupación de ser descubierta en falta. La cristalografía se constituye a partir del
momento en que se define la especie cristalina por la constancia del ángulo de las fases, por los
sistemas de simetría, por la regularidad de los troncos en las cimas en función del sistema de
simetría. “El punto esencial, dice Haüy, es que la teoría y la cristalización terminan por encontrarse
y ponerse de acuerdo una con la otra”.
El objeto en historia de las ciencias no tiene nada en común con el objeto de la ciencia. El
objeto científico constituido por el discurso metódico es segundo, aunque no derivado, respecto del
objeto natural, inicial, y que podría muy bien llamarse, jugando con el sentido, pre-texto. La historia
de las ciencias se ejerce sobre esos objetos segundos, no naturales, culturales, pero no sé deriva de
ellos más de lo que ellos lo hacen de los primeros. El objeto del discurso histórico es, en efecto, la
historicidad del discurso científico en tanto que esta historicidad representa la efectuación de un
proyecto interiormente normado pero atravesado por accidentes, retardado o desviado por
obstáculos, interrumpido por crisis, es decir por momentos de juicio y de verdad. No se ha
subrayado quizá lo suficiente que el nacimiento de la historia de las ciencias como género literario,
en el siglo XVIII, supuso condiciones históricas de posibilidad, a saber, dos revoluciones científicas
y dos revoluciones filosóficas; y no eran necesarias menos de dos. En matemáticas, la geometría
algebraica de Descartes y luego el calculo infinitesimal de Leibnitz-Newton; en mecánica y
cosmología los Principios de Descartes y los Principia de Newton. En filosofía, y mas exactamente
en teoría del conocimiento, es decir en teoría del fundamento de la ciencia, el innatismo cartesiano y
el sensualismo de Locke. Sin Descartes, sin desgarramiento de la tradición, una historia de la
ciencia no podía comenzar. Pero, según Descartes, el saber es sin historia. Fue necesario Newton y
la refutación de la cosmología cartesiana para que la historia, ingratitud de un comienzo
reivindicado en contra de los orígenes rechazados, apareciera como una dimensión de la ciencia. La
historia de las ciencias es la toma de conciencia explícita, expuesta como teoría, del hecho de que las
ciencias son discursos críticos y progresivos, por la determinación de lo que, en la experiencia, debe
ser tenido por real. El objeto de la historia de las ciencias es, entonces, un objeto no dado, un objeto
al que el inacabamiento le es esencial. De ninguna forma la historia de las ciencias puede ser historia
natural de un objeto cultural. A menudo ha sido hecha como una historia natural porque identifica
la ciencia con los científicos y a los científicos con su biografía civil y académica, o bien porque
identifica la ciencia con sus resultados y los resultados con su enunciado pedagógico actual.
El objeto del historiador de las ciencias no puede ser delimitado más que por una decisión
que le asigna su interés y su importancia. Por otra parte siempre es así, en el fondo, aun en el caso en
que esta decisión no obedezca sino a una tradición observada sin critica. Véase como ejemplo la
historia de la introducción y de la extensión de las matemáticas probabilísticas en la biología y las
ciencias del hombre en el siglo XIX. El objeto de esta historia no depende de ninguna de las
ciencias constituidas en el siglo XIX; no corresponde a ningún objeto natural del cual el
conocimiento sería la réplica o el pleonasmo descriptivo. En consecuencia, el historiador
constituye por sí mismo un objeto a partir de un estado actual de las ciencias biológicas y humanas,
pero ese estado no es la consecuencia lógica ni el resultado histórico de ningún estado anterior de
una ciencia distinta, ni de la matemática de Laplace, ni de la biología de Darwin, ni de la psicofísica
de Fechner, ni de la etnología de Taylor, ni de la sociología de Durkheim. Por el contrario, la
biometría y la psicometría no pudieron ser constituidas por Quêtelet, Galton, Catell y Binet sino a
partir del momento en que practicas no científicas tuvieron por efecto proveer a la observación de
una materia homogénea y susceptible de un tratamiento matemático. La talla humana, objeto de
estudio de Quêtelet, supone la institución de ejércitos nacionales, la conscripción y el interés
concedido a los criterios de reforma. Las aptitudes intelectuales, objeto de estudio de Binet,
suponen la institución de la escolaridad primaria obligatoria y el interés concedido a los criterios de
retraso. Entonces, la historia de las ciencias, en la medida en que se aplica al objeto antes
delimitado, no está únicamente relacionada con un grupo de ciencias sin cohesión intrínseca sino
también con la no-ciencia, la ideología, la practica política y social. Así, este objeto no tiene su lugar
teórico natural en tal o cual ciencia, donde la historia iría a extraerla, no mas de lo que lo tiene, por
otra parte, en la política o la pedagogía. El lugar teórico de este objeto no debe ser buscado más allá
de la misma historia de las ciencias, porque es ella únicamente la que constituye el dominio
específico en el que encuentran su lugar las cuestiones teóricas planteadas por la practica científica
en su devenir. Quêtelet, Mendel, Binet, Simon, inventaron relaciones imprevistas entre las
matemáticas y prácticas en principio no científicas: selección, hibridación, orientación. Sus
invenciones son respuestas a cuestiones que se plantearon en un lenguaje que aun tenían que poner
en forma. El estudio crítico de esas cuestiones y esas respuestas, he aquí el objeto propio de la
historia de las ciencias, lo que basta para despejar la objeción posible a una concepción externalista.
La historia de las ciencias puede, sin duda, distinguir y admitir varios niveles de objetos en
el dominio teórico específico que ella constituye; documentos por catalogar, instrumentos y técnicas
que describir, métodos y preguntas por interpretar, conceptos por analizar y criticar. Esta ultima
tarea únicamente confiere a las precedentes la dignidad de historia de las ciencias. Ironizar sobre la
importancia acordada a los conceptos es mas fácil que comprender por qué sin ellos no hay ciencia.
La historia de los instrumentos o de las academias no es historia de las ciencias si no se las pone en
relación, en sus usos y sus destinos, con teorías. Descartes necesita de Ferrier para pulir cristales de
óptica, pero es él quien hace la teoría de las curvaturas a obtener por la talla.
Una historia de los resultados del saber puede no ser mas que un registro cronológico. La
historia de las ciencias concierne a una actividad axiológica, la búsqueda de la verdad. Es en el nivel
de las preguntas, de los métodos, de los conceptos que la actividad científica aparece como tal. Es
por lo que el tiempo de la historia de las ciencias no podría ser un hilillo lateral del curso general del
tiempo. La historia cronológica de los instrumentos, o de loa resultados, puede ser separada según
los períodos de la historia general. El tiempo civil en el cual se inscribe la biografía de los hombres
de ciencia es el mismo para todos. El tiempo del advenimiento de la verdad científica, el tiempo de
la verificación, tiene una liquidez o una viscosidad diferentes para disciplinas diferentes en los
mismos períodos de la historia general. La clasificación periódica de los elementos por Mendeleiev
precipitó la marcha de la química y empujó la física atómica, mientras que otras ciencias
conservaron un paso acompasado. Así, la historia de las ciencias, historia de la relación progresiva
de la inteligencia con la verdad, segrega ella misma su tiempo y lo hace de modo diferente según el
momento del progreso a partir del cual se da por tarea reavivar en los discursos teóricos anteriores lo
que el lenguaje de hoy permite aun entender. Una invención científica promueve ciertos discursos
que fueron incomprendidos en el momento en que fueron sostenidos, tal el caso de Grégor Mendel,
y anula otros discursos cuyos autores pensaban, sin embargo, que iban a hacer escuela. El sentido
de las rupturas y de las filiaciones históricas no puede venirle al historiador sino de las ciencias, de
ninguna otra parte que de su contacto con la ciencia reciente. El contacto es establecido por la
epistemología, con la condición de que sea vigilante, como lo enseñó Gastón Bachelard.
Comprendida de esta forma, la historia de las ciencias no puede ser sino precaria, destinada a su
rectificación. Para el matemático moderno, la relación de sucesión entre el método exhaustivo de
Arquímedes y el calculo infinitesimal no es la misma que para Montucia, el primer gran historiador
de las matemáticas. Es que no hay definición posible de las matemáticas antes de las matemáticas,
es decir, antes de la sucesión aun en curso de las invenciones y las decisiones que constituyen las
matemáticas. “Las matemáticas son un devenir” ha dicho Jean Cavailles. En esas condiciones, el
historiador de las matemáticas no puede obtener sino del matemático de hoy la definición provisoria
de lo que es matemático. De esta manera, muchos trabajos interesantes en otro tiempo para los
matemáticos pierden su interés matemático, bajo la mirada de un nuevo rigor se vuelven
aplicaciones triviales.
De toda teoría se exige, con derecho, que provea pruebas de eficacia practica. ¿Cuál es,
entonces, para el historiador de las ciencias el efecto práctico de una teoría que tiende a reconocerle
la autonomía de una disciplina que se constituye en el lugar donde son estudiadas las cuestiones
teóricas planteadas por la practica científica?. Uno de los efectos prácticos más importantes es la
eliminación de lo que J.T. Clarck ha llamado “el virus del precursor”. En rigor, si existieran
precursores, la historia de las ciencias perdería todo sentido, ya que la ciencia misma no tendría una
dimensión histórica sino en apariencia. Si en la Antigüedad, en la época del mundo cerrado, alguno
hubiera podido ser, en cosmología, el precursor de un pensador de la época del universo infinito, un
estudio de historia de las ciencias y de las ideas como el de Alexandre Koyré sería imposible. Un
precursor sería un pensador, un investigador, que habría hecho ya entonces un extremo del camino
acabado más recientemente por otro. La complacencia en investigar, en encontrar y en celebrar a
los precursores es el síntoma mas neto de ineptitud en la crítica epistemológica. Antes de poner de
una punta a otra dos recorridos sobre un camino, conviene primero asegurarse que se trata del
mismo camino. En un saber coherente un concepto tiene relación con todos los otros. Por haber
hecho una suposición de heliocentrismo, Aristarco de Samos no es un precursor de Copémico, aun
cuando éste se autoriza en aquél. Cambiar el centro de referencia de los movimientos celestes es
relativizar lo alto y lo bajo, cambiar las dimensiones del universo, en realidad es componer un
sistema. Ahora bien, Copérnico reprocho a todas las teorías astronómicas anteriores a la suya por no
ser sistemas racionales. Un precursor sería un pensador de muchos tiempos, del suyo y del de los
que se asumen como sus continuadores, como los ejecutantes de su empresa inacabada. El precursor
es, Entonces, un pensador que el historiador cree poder extraer de su encuadramiento cultural para
insertarlo en otro, lo que lleva a considerar conceptos, discursos y gestos especulativos o
experimentales como pudiendo ser desplazados y reemplazados en un espacio intelectual en el que
la reversibilidad de las relaciones ha sido obtenida por el olvido del aspecto histórico del objeto
tratado. ¡Cuantos precursores del transformismo darwiniano no han sido buscados entre los
naturalistas o los filósofos o aun los publicistas del siglo XVIII! La lista de precursores sería larga.
En el límite se rescribirían, después de Dutens, las Recherches sur I´origine des découvertes
attribuées aux modernes (1776), Cuando Dutens escribe que Hipócrates conocía la circulación de la
sangre, que el sistema de Copérnico pertenece a los antiguos, uno sonríe ante la idea de que olvida
lo que Harvey debe a la anatomía del Renacimiento y al uso de modelos mecánicos y olvida que la
originalidad de Copérnico consistió en investigar la posibilidad matemática del movimiento de la
tierra. Del mismo modo, deberíamos sonreír ante aquellos, mas recientes, que saludan a Réaumur o
a Maupertuis como precursores de Mendel, sin haber advertido que el problema que se planteaba
Mendel le era propio y que lo resolvió por la invención de un concepto sin precedentes, el de
carácter hereditario independiente. En una palabra, en tanto un análisis crítico de los textos y de los
trabajos, aproximados por la observación ampliada de la duración heurística, no haya establecido
explícitamente que en uno y otro investigador hay identidad de la cuestión y de la intención de la
investigación, identidad de la significación de los conceptos directrices, identidad del sistema de
conceptos de donde los precedentes adquieren su sentido, es artificial, arbitrario e inadecuado para
un proyecto auténtico de historia de las ciencias ubicar a dos autores científicos en una sucesión
lógica desde el comienzo a la terminación, o de la anticipación a la realización. Sustituyendo el
tiempo lógico de las relaciones de verdad por el tiempo histórico de su invención, se alinea la
historia de la ciencia sobre la ciencia, el objeto de la primera sobre el de la segunda, y se crea este
artefacto, este falso objeto histórico que es el Precursor. Alexandre Koyré escribió: “La noción de
precursor es para el historiador una noción muy peligrosa. Es verdad, sin duda, que las ideas tienen
un desarrollo quasi autónomo, es decir que, nacidas en un espíritu llegan a la madurez y aportan sus
frutos en otro, y que de este modo es posible hacer la historia de los problemas y de sus soluciones;
es igualmente verdad que las generaciones posteriores no están interesadas en aquellas que las
precedieron sino en tanto que ven en ellas a sus ancestros y sus precursores. Es sin embargo
evidente -o al menos debería serlo- que nadie se ha considerado jamás precursor de otro; y no ha
podido hacerlo. De modo que considerarlo como tal es el mejor modo de impedirse comprenderlo”.
El precursor es el hombre de saber del cual sabemos, únicamente después, que ha corrido
delante de todos sus contemporáneos y aun delante de aquel a quien se tiene por el vencedor de la
carrera. No tomar conciencia del hecho de que es una criatura de cierta historia de las ciencias y
no un agente del progreso de la ciencia, es aceptar como real su condición de posibilidad, la
simultaneidad imaginaria del antes y el después en una suerte de espacio lógico.
Haciendo la crítica de un falso objeto histórico, hemos intentado justificar por contra-prueba
la concepción que hemos propuesto de una delimitación específica de su objeto por la historia de las
ciencias. La historia de las ciencias no es una ciencia y su objeto no es un objeto científico. Hacer,
en el sentido mas operativo del término, historia de las ciencias, es una de las funciones, no la mas
fácil, de la epistemología filosófica.

Fuente: Canguilhem,G. (1968). L'objet de l'histoire des sciences. En G. Canguilhem, Etudes d´


Histoire et de Philosophie des Sciences (pp. 9-23). Paris : J. Vrin.

Traducción: G. Zimmes y M. Germain.


1ª publicación como ficha de cátedra, por la Cátedra I de Historia de la Psicología de la
Universidad de Buenos Aires. Serie de Estudios Históricos de la Psicología, Publicación Nº 1, 1991.

[Fuente de esta versión: http://elseminario.com.ar/Bibliografia; Descargado de el 15-01-02]

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