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El Despreciable

Hace un tiempo comencé a sentirme avergonzado, despreciable, despreciado, he llegado incluso a


alejarme de la gente y he callado mis palabras por temor al oprobio de no decir nada sensato. Pero
no siempre había sido así. Aún recuerdo todo, como si todo hubiese ocurrido ayer; recuerdo
aquellos cientos de ojos que con clamor y respeto me miraban, corteses saludos y algarabosos
gestos de admiración recíbanme al llegar y aplausos y anonadadas sonrisas despídanme al
marchar, recuerdo la ilusión de aquellos muchachos y muchachas al comenzar yo con mi discurso,
como si esperasen con la completa certeza de recibir efectivamente de mis labios; una verdad, una
resolución o quizá algo qué mascullar con sus mentes juveniles entre aquellos tragos y momentos
de lucida embriaguez que caracterizan las noches estudiantiles de aquellos quienes no son
considerados los idiotas promedio.

Cuan feliz era yo en aquel entonces, sentíame como solo un hombre que cumple su destino habría
de sentirse. ¿Pero hoy? Hoy no siento ni un ápice de la alegría que aquel hombre sintió, y sin
embargo aún queda preguntarme, ¿no sigo aun hoy cumpliendo con mi destino? ¿No puede este
gusano, cumplir con el deber de aquel hombre dorado?

Recuerdo que por aquellos magnánimos días faltaba me el tiempo, pero que cada segundo era
eterno y entonces el tiempo mismo se fundía en una amorfa secuencia de actos mudos, que
jamás terminaban, indiferenciables entre sí como si formaran parte todos de una misma escena,
dándole así a los días la apariencia del más bello cuadro, fotografía o paisaje.

La rutina era como jamás lo había sido, deseable en sí misma, y podrías pensar que estoy loco,
pero nunca comprenderíais cuanto sosiego traía ello a mi vida. Entre mis cátedras de filosofía, las
conferencias y las reuniones nocturnas en el bar Copék,-donde muchedumbres se agolpaban bajo
un escenario de dos por tres para oír a algún literato, intelectual o filósofo polemizante-, se
esfumaban a veces mis días, claro, cuando no se trataba de aquellos en los que solo me dedicaba a
escribir durante las tardes, a reunirme por las noches,-justo debajo de aquel cuasi cuadrangular
escenario tan solo con el selecto grupo de mis oyentes privados-, y a hacerle el amor a una bella
mujer durante toda la madrugada. Yo era un, ¿Cómo se dice?, un sabio, si así es, un ídolo pagano,
un joven doctor en filosofía que con solo 36 años ya había recibido múltiples menciones, por una
mente intuitiva, y un atractivo estilo literario. Yo era un, ¿Cómo se dice? Un idiota, si así es, solo
otro filosofo de cartelón, pegado en los muros manchados por el vómito y el excremento de un
barrio desahuciado, donde mejor recibida sería una odaza de pan que una edición dorada de las
obras completas de Friedrich Nietzsche. Yo era un hombre inteligente, con ideas liberales, y
revolucionarias, yo era un hombre brillante frente a brillantes seguidores, que no comprendíamos
ninguno lo ideal de nuestros ideales.

Y yo sentíame magnifico y yo sentíame conforme…

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