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#LAPIBAQUEMEGUSTA

-I-
Son las dos de la mañana y todavía seguimos sentados en el tronco
que usamos como banco en la vereda. Los mosquitos están con
mucha sed, parece una Creamfields marginal. La botella de Quilmes
con la espiral en el pico es nuestra única arma para defendernos. Ya
vamos por la tercera ronda de tereré. Escasea el hielo; habrá que
cargar las botellas con agua que ofician de cubeteras. La piba que me
gusta me manda un audio, lo pongo en altavoz para que lo
escuchemos todos. Me invita a bailar el viernes. Los pibes me dicen
que vaya, si está toda la onda. Recién es miércoles, falta una bocha,
les digo. Uno de mis amigos prende un porro, y otro va a buscar pan.
Miramos la luna; no sabemos de qué hablar. El calor nos pone
pelotudos, uno de ellos dice de ir a la casa para meternos en la
pelopincho, pero a todos nos da paja. Un patrullero municipal pasa a
diez kilómetros por hora con las luces apagadas. Hace rato que no hay
allanamientos en el barrio, está demasiado tranquilo, la calma que
antecede a la tormenta puede ser. Hace treinta grados de
temperatura, medio barrio está afuera, en la vereda. En mi cuadra solo
tres casas tienen aire acondicionado, el resto sobrevivimos con el
turbo a máxima velocidad y, en última instancia, llevando los
colchones para dormir arriba del techo.

Le contesto que sí a la piba que me gusta, que después le escribo


para coordinar. Ella es de Capital, pero quiere venir a conocer zona
norte, de la que tanto le hablo. Bien ahí, guacho, me dice uno los
pibes.
No sé cómo voy a hacer para dormir, digo. Es un horno mi pieza, se
queja otro de mis amigos. Estamos todos en la misma, el verano no
nos da respiro. El calor es el clima burgués por excelencia. Está hecho
para los que pueden veranear bien lejos y poner el aire en modo
morgue todo el día. Igual lo combatimos con espiral, manguera y
ventilador en tres. Y quién te dice que el viernes bailo con la más linda.
- II -
La piba que me gusta viaja desde Villa Devoto hasta mi barrio, en la
periferia de General Pacheco. Ochocientos pesos le cobra el Uber. Es
un precio elevado por mucha demanda, aunque me parece razonable
por la distancia que hay que atravesar; son casi treinta kilómetros.
Saluda tímidamente a los pibes. Su perfume importado queda
impregnado y mezclado con el olor a escabio que tenemos encima.
Avisó hace una hora que venía. Nosotros desde la tarde estamos
tomando birra en la vereda. Se trajo su mochila Prüne, algo de
maquillaje y ropa por si se queda a dormir.

Ella es muy bonita, parece salida de alguna serie española de moda.


Es flaquita, mediana altura, ojos bien marrones, pelo ondulado y una
voz de locutora que al oírla se me hace estar escuchando FM Aspen.

Mi cuarto es un quilombo y el baño un desastre. No sé cómo decirle


que para tirar agua hay que usar el balde naranja de veinte litros. ¿Y si
se quiere bañar? Tengo que cargar el calefón con una jarra,
enchufarlo durante quince minutos y luego ir regulando la temperatura.
Pienso que sería una buena idea ir a un telo, pero no sé qué onda;
tampoco tengo plata, un turno cuesta setecientos pesos, comentó
hace días uno de los pibes.

La piba que me gusta dice que salió sin cenar. En su casa estaban
cocinando canelones, y fueron unos tíos, estaba aburridísima. ¿Dónde
podemos pedir unas pizzas? Yo invito, dice. Uno de los chicos se
ofrece para ir a encargarlas. Pedimos tres grandes de muzza. El cartel
de la rotisería reza: tres por $320. Mientras esperamos me pide pasar
a casa para que le cargue el celular. La verdad que me da cosa que te
quedes, yo no vivo como vos, no tengo las mismas comodidades, no
tengo microondas ni cafetera. ¿Vos sos boludo? Yo vine a verte a vos,
no a tu casa, contesta. El mundo se me viene abajo de todas formas.
Los pibes se ríen, y amenazan con quedarse toda la noche jodiendo
en la ventana de mi pieza que da a la vereda. Llegan las pizzas, están
más ricas y aceitosas que nunca. Comemos en la vereda, con cumbia
que viene de las casas vecinas. Sobra una pizza entera. ¿La dejamos
para el mate de mañana?, dice, haciendo alusión al desayuno. Se va a
quedar a dormir. Voy a estirar la cama, ordenar la ropa, y tirar
desodorante de ambientes. Por suerte la noche está tranquila y la luna
hermosa. Voy a dejar abierta la cortina para que la contemplemos
juntos. Ni los perros se escuchan. Este silencio para mí es un paraíso,
me dice, mientras yo lleno el balde con agua por las dudas.
- III -
Mañana viene a comer a casa la piba que me gusta. Mi vieja la invitó a
comer fideos caseros, el clásico agasajo cada vez que le presento a
alguien. El viernes fuimos a bailar cumbia con su grupo de amigas. La
previa fue en un departamento de dos ambientes de Colegiales, en lo
de una de las chicas. Sus amigas son pibas con todas las necesidades
básicas cubiertas y con padres que, seguramente, colaboran con su
economía. Mientras yo preparaba un fernet, ellas hablaban de sus
recientes vacaciones; una estuvo en Europa, otra decía que no hay
mejor playa que las de Arrairal do Cabo, Brasil, la dueña del
departamento pasó un mes entero en Punta del Este. La piba que me
gusta veraneó en costas argentinas junto a su familia. Yo, en cambio,
no opiné. Si me hubieran preguntado iba a esquivar la incomodidad
diciéndoles que estaba planeando irme a mitad de año.

Ese mismo viernes a la tarde me pidió ir a conocer el santuario del


Gauchito Gil. Ella había leído un libro hace unos años y estaba con
ganas de prenderle una vela. No había nadie, así que el trámite fue
rápido. Pedile lo que quieras al Gaucho; si te cumple tenés que volver,
le dije. Prendió la vela, me dio un beso, subimos a la moto, ponete el
casco y el chaleco que en Capital te paran y te la sacan, le dije.

Ella estudia Derecho en la UBA, no falta nada para que se reciba. El


día que se quedó a dormir se puso mi camiseta del Paris Saint
Germain, le quedaba hermosa, todavía no la puse para lavar, tiene su
perfume.
Las amigas la hicieron re larga, entramos tipo tres de la mañana al
boliche. Mis amigos preguntaron dónde era el lugar al que fuimos. En
Palermo, les dije. Qué te hacés el cheto ahora, loro, me contestaron
en un audio.

Quiero volver al barrio, necesito estar en casa, pensaba, hasta que la


música fue levantando temperatura, no me quería ir más.

Hoy domingo se va a sentar en la mesa conmigo y toda mi familia. Mi


hermana, seguro, le va a preguntar qué onda Capital. Me imagino a mi
vieja sacando las cajas de fotos de cuando yo era chico.

Tengo que comprarle un vino al santito, le voy a contar del milagro


que ocurrió. Esta vez le pedí algo en especial y lo cumplió. El viernes,
al fin, bailé con la más linda.
- IV -
No quiero que seas uno más del montón, me dijo. Escuchábamos la
lluvia que caía sobre el techo de chapa de mi casa. Ella nunca antes
había vivido la maravillosa experiencia de garchar con ese sonido
surrealista que hacen las gotas cuando caen con fuerza sobre el techo
de zinc.

El domingo conoció a toda mi familia. Mi vieja se puso la diez con sus


fideos caseros; tenían mucho tuco y abundante carne. La piba que me
gusta abrió su corazón. Me contó que siempre estuvo con pibes de su
misma condición social, con muchas malas experiencias; uno que la
aburría y se la pasaba ostentando toda la guita que tenía, otro que la
violentaba, el ex que conoció en la facultad y que se fue de mochilero
por el mundo sin importarle la relación. Tengo un re plan para después
de comer, le dije, cargamos el termo y nos fuimos a descansar a Dique
Luján.

¿Sabes lo que me gusta de vos? Que improvisás todo el tiempo, me


dijo.

Acá me traía mi abuelo de chico, ahora está re cambiado, antes te


podías bañar, le contesté.

Acompañamos esos mates con un pan casero que compré en la feria,


al lado del muelle. Era un domingo típico, con muchísima gente,
muchos pescando, otros simplemente pasando el día en familia.

Hoy martes voy a ir por primera vez a su casa, no como novio, ni


amigo, todavía no hay nada definido. Nos estamos conociendo,
conectando emociones. Tanto ella como yo vivimos malas
experiencias en anteriores relaciones.

No tengas vergüenza, a mi viejo no lo comprás ni sorprendés con


nada, ya tiene 60 años y vivió de todo. Me dijo mientras sonaba un
trueno que hizo temblar los tirantes. Me di cuenta de que mis excusas
la irritaban.

Vos sos vos, no quiero que seas uno más del montón, si estoy con vos
es justamente por eso, porque me sacás de mi zona de confort. Me
insistía y a mí me gustaba.

La abracé fuerte. La vida me debe una buena, será por acá, pensé. No
paraba de llover. Dejé de buscar el premio para convertirme en el
premio. Dale, vamos a tu casa, yo no soy como ellos, yo soy yo.
-V–
Hay conexión y los sentimientos empiezan a calentar, en cualquier
momento entran a jugar este partido decisivo.

El martes fui a cenar con su familia. Yo, como siempre, llegué con la
mochila llena de prejuicios. ¿Qué hacés Damián?, bienvenido. Me
recibió el padre; un señor mayor de 60 años, pero que aparenta unos
45. Es abogado, en los años noventa supo hacer mucha plata con los
llamados retiros voluntarios del menemismo. La madre es una
reconocida nutricionista, ya pronto a jubilarse. Preparó un pollo al
limón que se desarmaba solo. La hermana menor era una millennial
divina. La piba que me gusta me hizo contar de dónde venía y a qué
me dedicaba.

¿Y tenés mucho trabajo con el humor?, preguntó la madre.

Sí, demasiado, y además soy DJ, así que por suerte vivo ocupado.
Respondí mientras me servía agua.

En esa casa de arquitectura ochentosa no se toma gaseosa ni jugo, en


algunas ocasiones especiales el padre destapa un vino blanco. Me
quedé pensando que en casa nos sentimos re pobres si hay solo agua
para beber en la mesa. Me quedé con hambre, por vergüenza de
repetir plato a pesar de la insistencia de todos. A pesar de ello, me
sentí cómodo en ese paraíso a metros de la General Paz. La
sobremesa fue larga y se tocaron algunos temas de actualidad. El
padre está convencido de que la próxima presidenta tiene que ser
Elisa Carrió. La madre opinó lo mismo. La hermana no decía nada y la
piba que me gusta pensaba igual que yo. Si hay algo que nos une es la
consciencia social independientemente del gobierno de turno. Llegó la
hora de irme, de volver al barrio. Extrañaba un poco estar con mis
amigos.

¿Cómo te fue, perro? ¿Y qué onda con la pibita, amigo?, preguntaron


cuando llegué.

Mandame un mensaje apenas llegues, me escribió la piba que me


gusta. Nos vemos el sábado, le contesté.

En mi almohada quedó su perfume importado, la cama todavía estaba


desordenada. Pensaba comprarme una Coca Cola por si me agarraba
sed, pero me decidí por llevarme una botella de agua. Hacía calor.
Antes de dormirme llegó el primer "te extraño" de este vínculo en
construcción. Yo también la extrañaba. ¿Alguna vez te sentiste así con
alguien a semanas de conocerse?, le pregunté.

El amor flota en el aire. Vos tan Maramá, yo tan Pibes Chorros.


- VI -
El círculo de amigos de la piba que me gusta es todo lo contrario al
mío. Hay administrativos, académicos, emprendedores y el ex novio
de ella es abogado. En el mío, en cambio, predominan obreros de la
construcción, recolectores de basura y laburantes de fábricas. Amo mi
entorno y no lo cambio por nada.

A ellos los conocí anoche antes de venir al barrio, cuando la fui a


buscar me pidió que le hiciera la segunda. Estaban todos en una
cervecería artesanal de las que abundan en el centro de Villa Devoto.
Me estaba aburriendo, todos hablaban de series que no vi y de lugares
del mundo que no conozco. Para completar el mal rato, la birra te la
servían caliente. Necesitaba cerveza del kiosco de la esquina de casa,
tomarla del pico bien helada. Ella intercambió un par de palabras con
su ex novio, él algo le dijo y ella sonrió. Por una milésima de segundo
imaginé una secuencia criminal; un tiro en la gamba a ese gil y fue. A
todos nos pasa imaginar escenas de ese tipo; es como cuando estás
haciendo la fila dentro del banco y te ponés a pensar en cómo lo
robarías. Tranqui, pensé por dentro, tendré que acostumbrarme a las
relaciones modernas. Además, me dije, no es mi novia todavía, ni sé
cómo seguirá todo. Y también es cierto que su ex tiene toda la facha,
es oficinista, tiene guita, pero el que baila con la más linda soy yo. Me
levanté la autoestima yo solito.

Estoy re embolado ¿Querés que me vaya a mi casa y nos vemos otro


día? Le dije. No, ya fue, vamos para tu casa, contestó.
Me cuenta que su ex preguntó por mí. Nos estamos conociendo, tenés
que verlo en Youtube, hace stand up, le dijo.

Mañana le voy a cocinar algo rico. Quiero que llegue el invierno para
que comamos juntos unos buenos guisos con fideos moñitos y mucho
queso. Guisos y mirar Los Simuladores con el ventilador en tres.

Yo soy de la cumbia, soy de la resaca, vos de los boliches de Capital.


- VII -
Llueve y la piba que me gusta quiere venir a dormir la siesta conmigo.
No puedo ir a buscarla en la moto, le digo que se tome el 21 ramal
Ford hasta ruta 197 y luego el 720 con el cartel negro que dice Barrio
Las Tunas. Le doy indicaciones precisas y le mando ubicación en
tiempo real. La voy a sorprender con tortas fritas. Tengo el chino a dos
cuadras. La esquina ya se inundó, pero no queda otra que salir a
comprar los ingredientes.

Me embarro las zapatillas y me mojo bastante, pero ya tengo todo;


harina, grasa y huevo. Sí, a las tortas fritas les pongo huevo como las
preparaba mi abuela. No tengo palo de amasar así que el envase de
cerveza hoy se convierte en héroe. En casi dos horas estará llegando,
la tengo que ir a esperar a la ruta. Ella nunca probó este manjar típico
del conurbano. Su madre nutricionista siempre impuso una dictadura
de comida sana. El mate con tortas fritas es el brunch de los pobres. A
cualquier hora se le puede entrar y a veces es la única comida del día.

Estoy en la parada cuando la veo bajar del bondi, así tan bonita con el
pelo húmedo y una campera impermeable. Caminamos de la mano por
primera vez. Me hago el lindo, quiero que me vean los vecinos. Ella
sonríe y me abraza por detrás. No sabe lo que le espera; una tarde
otoñal con aroma a nostalgia de aquellos tiempos de mi niñez.

Vamos por la segunda ronda de mates, hay tortas fritas para toda la
semana. Todavía pienso en su ex.

¿Querrá algo con ella ahora? Yo también tengo ex. Ella vive en el
barrio y nos hablamos, así que estamos en la misma.
Nos tiramos en la cama, pero no podemos dormir. Charlamos,
proyectamos irnos de vacaciones, el sur nos gusta a los dos. Le
encantó la sorpresa de las tortas fritas. Subió una foto a Instagram
donde me etiquetó. Vamos por una tercera ronda de mates, el martes
lluvioso toma color. A la noche vamos a comer un guiso con los pibes,
pero ella se tiene que ir.

¿Así enamorás a las pibas? ¿Con guiso y tortas fritas?, me dice.


Cuidame, no sabés cómo sonrío cuando hablo de vos.
- VIII -
Cuando estás conociendo a alguien y vivís en zona norte, siempre las
primeras salidas son al Puerto de Frutos de Tigre. Es un golazo, más
si andás corto de guita. Sabés que vas a recorrer, mirar, preguntar,
pero no vas a comprar nada en casi cinco horas. Básicamente porque
no te alcanza la plata. Una poronguita de mimbre puede llegar a costar
algo de mil cuatrocientos pesos. La piba que me gusta vino hasta la
estación de tren donde la esperé. Desde hace dos semanas que no
utiliza otro medio de transporte que no sea el colectivo. Siempre se
movió en taxi, remis y últimamente Uber. Siente culpa de clase. En el
2015 militó en la fórmula Del Caño/Bregman. Es hija de padres
radicales conservadores, en las sobremesas se arman tremendos
debates de política.

No falta nada para que la piba que me gusta se vaya a vivir sola. Es la
oveja roja de la familia y de su entorno. Sus amigas bailaron en el
bunker macrista de Costa Salguero aquel año. A mi chica nunca le
faltó nada y siempre la ayudaron los padres, tranquilamente podría
chuparle un huevo todo. Las diferencias culturales entre ella y yo son
inmensas. A veces pienso si de todo esto va a salir algo bueno. Dos
mundos totalmente distintos. Por ahora trato de vivir aquí y ahora.

Ya no quiero ir a lugares donde frecuenta con sus amistades. Mi


tiempo vale, no estoy disponible para ella todo el tiempo, tengo una
vida aparte. Pero tengo su sonrisa atravesada en mi cabeza.
¿Sabés que me gustabas antes de encontrarte?, me dice. Yo ni te
soñaba, le contesto.

Ya pasaron cuatro horas desde que llegamos al Puerto. Obviamente


no compramos nada. Tenemos mates, pan, salame y queso; y una
lluvia que se viene en cualquier momento. El 21 que sale de Tigre
tiene una cuadra de cola de gente para subir. Yo esperaría tranquilo
pero ella quiere llegar a su casa, la humedad la pone de mal humor.
Decide volver al Uber. Una clase nos separa.
- IX -
Ahora cuando me mude sola vas a poder quedarte a dormir las veces
que quieras, me dijo. La acompañé a ver un par de departamentos en
Villa Urquiza, Villa Pueyrredon, Villa Del Parque; no tan lejos de lo de
sus padres, cerca de la General Paz y de alguna avenida transitada.
Le gustó un departamento de dos ambientes en un primer piso B, sin
balcón y semi amoblado. Tiene que comprar algunas cosas, pero su
familia le va a regalar hasta el flete. Quiero ir al Puerto de Frutos y
comprar algunas cosas para decorar, me dice. Le digo que al fin voy a
poder abrir la canilla de agua caliente, el sueño del pibe. Se ríe y se
ilusiona con los días de frío, ahí los dos juntitos, yendo a la avenida a
comprar unos chocolates. Mirar una serie y terminar la noche del
domingo comiendo pizza. Nos reímos juntos. Reír con alguien que te
hace olvidar todo lo malo es magia.

Es el cumple de Sofi, una de sus amigas de la vida. Lo festeja en un


bar bien cheto de Plaza Serrano. ¿Cómo tengo que ir vestido?,
pregunto. Como vos quieras, estás conmigo, dice.

Ella corrige mis inseguridades y me incluye en todos sus planes, aun


sabiendo que no comparto su ambiente. No confió en nadie que hable
todo el tiempo mal de sus ex parejas, me dice. Tal cual, le contesto; si
querés conocer mejor a alguien, fíjate como habla de esa persona a la
que alguna vez amó.

Sofi no quiere regalos, mandó su caja de ahorro en la invitación


porque quiere la plata, se va de viaje a Europa en unos meses.
Nos tenemos que ir de vacaciones nosotros, le digo. Termino de
mudarme y empezamos a ahorrar, ¿dale?

¿Vos me querés a mí?, le digo. ¿Vos sos boludo?

Vuelvo a casa, me acuesto y miro el techo de chapa. Me pregunto si


es el amor de mi vida, o si yo soy el amor de su vida.

Por su culpa me volví cursi.


- X-
Campera Adidas ochentosa, bermuda Nike, camiseta del Real Madrid
2014 y unas Air Max negras, así fui al cumple de Sofi en Palermo. La
piba que me gusta se puso un vestido negro que combinaba con el
lugar, con los tragos, con todo, menos conmigo. No me sentí tan raro,
ahora los palermitanos nos copian y se visten de conjunto deportivo y
hasta se estampan remeras con frases nuestras. El negocio millonario
de la marginalidad. Habían reservado una mesa grande en la terraza
de ese bar típico de Plaza Serrano. Empecé a socializar con los
amigos progres de ella.

¿Y por qué El Freud de La Villa?, me preguntó uno.

Me quedó el nombre por una parodia a un psicólogo social villero que


una vez me atendió. Le contesté.

No se dice ´villero´ en todo caso persona en situación de vivienda


precaria, me respondió el pibe. Intentaba convencerme de que villero
es un adjetivo negativo. Fui el único en la mesa que pidió fernet con
coca para tomar. El resto eligió distintos sabores de cervezas
artesanales. El menú consistía en pizza, papas con cheddar y
hamburguesas veganas. ¿Gordo, estás cómodo o querés que nos
vayamos?, me preguntó. En un rato vamos a casa, ¿querés?, le
sugerí.

Salir con ella y terminar durmiendo juntos está más bueno que vino
tinto con gaseosa de pomelo. Siempre tiene frío, me abraza, me
abraza tan fuerte que empiezo a oler como su perfume. Para qué
bajarle la luna, si ella es mi universo. Ella sabe que me inspira. Me
dice que se lamenta de no haberme conocido antes. Yo le digo lo
mismo, pero por algo las cosas pasan. La miro toda dormida, ronca
mucho. Hace un tiempo escribí que el amor es como un allanamiento
de la gorra: te cae de sorpresa, te revuelve todo y cuando se va te
deja desordenado.

El día que se vaya el amor, quedate a ordenar conmigo como buena


compañera.
-XI -
Ella sube fotos a Instagram de sus vacaciones, de salidas, de su vida
diaria. Abajo le comentan chabones reafirmando lo linda que es.
Comentarios como "estás hermosa", "pasame tu número",
"contestame el privado" y muchas opiniones de su cuerpo que nadie
les pidió.

La piba que me gusta escribió en mi página de Stand Up en donde


también subo algunos poemas. La gente me comenta cosas de su
vida. Ella escribió algo sobre su mala experiencia en el amor.
Generamos empatía y quedó ahí. No nos volvimos a hablar. Después
me mandó solicitud de amistad en Facebook, sin embargo, nunca
interactuamos salvo algún “me gusta” o un meme que compartimos.

Una vez subió una foto posando en su habitación y le escribí por


privado: no podés hacer eso. ¿Qué no puedo hacer?, reaccionó a los
segundos. Eso, sacarte fotos ostentando todos los cosméticos.
¿Cuánta plata hay ahí? ¡Te van a querer robar! Me hiciste reír,
contestó.

Nos pasamos nuestros números para seguir la charla en otro


momento. Su estado de WhatsApp decía me rompieron el corazón y
no busco a nadie que me lo arregle. Yo escuchaba “La hija del fletero”
y pensaba en ella.

- ¿De dónde sos?

- Villa Devoto, Capital. ¡Qué casualidad!

- ¿Conocés?

- No, pero también vivo en una villa.


Un chiste malísimo pero que rompió el hielo. La hacía reír siempre.

- ¿Todo el tiempo sos así de boludo?

- Vos me ponés boludo. Hagamos una cosa, cada vez que te rías de
algo es una birra que me debés. Yo no soy Piñon Fijo.

- Escupí el café.

- Listo, ya me estás debiendo la primera.

Todavía no la había visto pero ya quería verla otra vez. Me reía con
ella y sentía que se me solucionaban todos los problemas. Así nació
esta historia.

Las minitas aman los payasos y la pasta de campeón.

- XII -
- ¿Conocés Puerto Madero?

- No, nunca tuve la oportunidad de ir.

- Bueno, te invito, ¿querés?

- Dale, me re va.

Hay otro país dentro de la gran ciudad de Buenos Aires. Edificios


gigantes, autos de alta gama, yates lujosos, hasta las calles cambian
de nombre. La opulencia a metros de la villa más grande del país.

Todo el entorno de la piba que me gusta da por sentado que somos


novios. La otra vez me contó de una charla que tuvo en la oficina
donde ella trabaja de asistente en legales.
Cada vez que voy por la calle y veo a alguien vestido con ropa
deportiva digo, ya está, me robaron, le comentó un compañero.

¿Perdón? Damián se viste así y está muy lejos de ser un ladrón, le


contestó ella. ¿Quién es Damián?, preguntó el compañero. El novio de
ella, dijo otra chica.

¿Entonces me autoproclamo novio? Le dije. Se puso colorada. En la


Costanera Sur venden birra en lata a precio dólar. Nos tomamos unas
mientras observábamos la inmensa vegetación sobre el río casi al
toque de la reserva ecológica. Vos lograste en poco tiempo lo que
otros no pudieron en años, hacerme sentir especial siempre. Será
cuestión de química y no de tiempo, capaz, le respondí.

Yo también me siento re especial. Ella me abraza el alma y lo sabe.


Me hace sentir como cuando ponen "Oye mujer" en el Tropitango y
apagan las luces. Conoce mi mejor versión, inédita y limitada. Nos
abrazamos fuerte, como si nos fuésemos a romper, pero en realidad
nos estamos arreglando. Porque cojer podés con cualquiera, pero que
se queden para abrazarte, no abundan.

¿Y si posta nos ponemos de novios? Al menos para compartir la


cuenta de Netflix, le propongo. Hecho, comamos un chori en aquel
carrito para celebrar, me responde ella.

El amor engorda.
- XIII -
Miro al techo con los ojos bien abiertos. Ya van casi tres noches que
no puedo dormirme antes de las dos de la mañana. Todo es extraño
acá. El departamento que alquila la piba que me gusta no tiene casi
luz solar. La ventana del pequeño comedor da al pulmón del edificio.

Tiene diez pisos y estamos en el primero B. La de arriba se la pasa


zapateando. Nadie saluda. Nadie te responde el buen día. Es una
construcción vieja con decoración vintage, acá filmaron 'Los caballeros
de la cama redonda", le digo. Se ríe y por momentos me hace olvidar
lo incómodo que estoy. Todo está cerca. En apenas 200 metros hay
dos chinos, cuatro kioscos, tres paradas de colectivo, un Farmacity, un
Mc Donalds y dos bares. También hay una estación de subte y una
librería antigua. Todo es lindo al lado de ella. Los mates que tomamos
cuando llega de trabajar mientras me cuenta cómo le fue en el día me
llenan el alma. Igual extraño mucho el barrio. No entiendo el concepto
de libertad al vivir en un departamento sin patio, sin un sauce para
tirarte a dormir en verano con una hamaca paraguaya.

Acá falta cumbia, como en casa, le digo. No se puede, la


administración ya recibió varias quejas de otros inquilinos que ponían
música fuerte. Mirá vos, esta gente nunca sabrá lo que es una guerra
de parlantes los sábados a la tarde.

No conozco a nadie. En mi barrio te saluda todo el mundo y los perros


son de todos. Acá los sacan a pasear de noche mientras que en mi
barrio viven de joda, rompiendo bolsas de basuras. Quiero ir a comprar
birra las veinticuatro horas, pero acá hasta las veintiuna te venden.
No te quedes boludeando con el celular hasta tarde, tratá de dormir,
me dice. Bueno, intento, pero extraño mi cama y la paz de mi casa.

Ella ronca en mi oído. La muevo, pero sigue cada vez más. La noto
cansada, la abrazo, hacemos cucharita. A la mañana desayunaremos
juntos y la acompañaré al laburo. Me hizo las copias de las llaves, esto
va en serio. Me enamoro todos los días de ella, siempre a primera
vista.

Con vos acostada al lado mío, hasta el insomnio se siente piola.

Un amor como el nuestro no debe morir jamás.


- Capítulo final –
Hace un par de fechas ya que la piba que me gusta cayó en la
realidad. Se dio cuenta de que también vive el día a día como la
mayoría de nosotros. El alquiler aumentó y su sueldo de treinta lucas
por mes se devalúa cada semana un poco más. No quiere pedirle
nada a sus padres, así que me ofrecí para ayudarla al menos con las
expensas, cuando volvamos de vacaciones. Ella eligió el destino. Una
oferta accesible para los dos y mi primer viaje en avión será a su lado.
Tuve que pedir una valija prestada. Me prestaron un bolso, de esos
que usan los albañiles para cargar herramientas. Me dice que hará
calor, pero igual, desconfiado y sin experiencia en viajes, llevo muchos
abrigos. Como es mi primer vuelo, me deja del lado de la ventana. Ni
siquiera habíamos despegado cuando yo ya tenía ganas de ir al baño.
El miedo y el vértigo que sentí en los primeros diez minutos me
recordaron a aquella vez que subí a la montaña rusa del Parque de La
Costa. El avión se movía, eran turbulencias. Tengo miedo, gorda. No
pasa nada, es como cuando te tomás el 720 en tu barrio y empieza a
agarrar todos los pozos de la calle. Sí, pero el 720 no se cae. Mirale el
lado positivo, si se cae nos caemos los dos juntos.

El destino nos recibió con veintiocho grados de temperatura y un mar


calmo, romántico. Estoy muy lejos de casa. ¿Quién diría que íbamos a
terminar así?, bacaneando a todo ritmo, le digo. ¿No te lo imaginabas
bobito?, contesta y ríe.
Nosotros nos conocimos estando destrozados sin ganas de
relacionarnos con nadie. Ambos con historias de desamores
frustrantes y tóxicos. Nos fuimos reparando de nuevo y aprendimos
una bocha: yo aprendí que no existen las clases sociales, solo hay
opresores y oprimidos. ¿Laburás para otro? Oprimido ¿hay alguien
que decide cuando te vas a tomar las vacaciones? Oprimido. Ella
aprendió que el amor no está a la vuelta de la esquina, que a veces
está a dos bondis y una combinación de subte. Yo aprendí que el
amor sincero, piola, y sin berretines existe; está, se siente. Ella
aprendió que los polos opuestos re van, que las cuestiones culturales
y sociales no son más que mandatos para dividirnos, y que uno se
enamora de la mente, no del cuerpo escultural que te muestra la
revista Gente.

Hay un solo lugar donde me gustaría volver, a tu sonrisa la vez que


nos conocimos, le digo. ¿Podés parar de enamorarme?, cursi.

La luna está hermosa. Ella también. Algo habré hecho bien en alguna
vida anterior para cruzarme con vos.

Quedate con la persona que te encuentre roto y en vez de irse, se


quede a armarte todo de nuevo.

Le besaba la boquita contemplando las estrellas. Ella acostada en la


playa, y yo al lado de ella.

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