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-I-
Son las dos de la mañana y todavía seguimos sentados en el tronco
que usamos como banco en la vereda. Los mosquitos están con
mucha sed, parece una Creamfields marginal. La botella de Quilmes
con la espiral en el pico es nuestra única arma para defendernos. Ya
vamos por la tercera ronda de tereré. Escasea el hielo; habrá que
cargar las botellas con agua que ofician de cubeteras. La piba que me
gusta me manda un audio, lo pongo en altavoz para que lo
escuchemos todos. Me invita a bailar el viernes. Los pibes me dicen
que vaya, si está toda la onda. Recién es miércoles, falta una bocha,
les digo. Uno de mis amigos prende un porro, y otro va a buscar pan.
Miramos la luna; no sabemos de qué hablar. El calor nos pone
pelotudos, uno de ellos dice de ir a la casa para meternos en la
pelopincho, pero a todos nos da paja. Un patrullero municipal pasa a
diez kilómetros por hora con las luces apagadas. Hace rato que no hay
allanamientos en el barrio, está demasiado tranquilo, la calma que
antecede a la tormenta puede ser. Hace treinta grados de
temperatura, medio barrio está afuera, en la vereda. En mi cuadra solo
tres casas tienen aire acondicionado, el resto sobrevivimos con el
turbo a máxima velocidad y, en última instancia, llevando los
colchones para dormir arriba del techo.
La piba que me gusta dice que salió sin cenar. En su casa estaban
cocinando canelones, y fueron unos tíos, estaba aburridísima. ¿Dónde
podemos pedir unas pizzas? Yo invito, dice. Uno de los chicos se
ofrece para ir a encargarlas. Pedimos tres grandes de muzza. El cartel
de la rotisería reza: tres por $320. Mientras esperamos me pide pasar
a casa para que le cargue el celular. La verdad que me da cosa que te
quedes, yo no vivo como vos, no tengo las mismas comodidades, no
tengo microondas ni cafetera. ¿Vos sos boludo? Yo vine a verte a vos,
no a tu casa, contesta. El mundo se me viene abajo de todas formas.
Los pibes se ríen, y amenazan con quedarse toda la noche jodiendo
en la ventana de mi pieza que da a la vereda. Llegan las pizzas, están
más ricas y aceitosas que nunca. Comemos en la vereda, con cumbia
que viene de las casas vecinas. Sobra una pizza entera. ¿La dejamos
para el mate de mañana?, dice, haciendo alusión al desayuno. Se va a
quedar a dormir. Voy a estirar la cama, ordenar la ropa, y tirar
desodorante de ambientes. Por suerte la noche está tranquila y la luna
hermosa. Voy a dejar abierta la cortina para que la contemplemos
juntos. Ni los perros se escuchan. Este silencio para mí es un paraíso,
me dice, mientras yo lleno el balde con agua por las dudas.
- III -
Mañana viene a comer a casa la piba que me gusta. Mi vieja la invitó a
comer fideos caseros, el clásico agasajo cada vez que le presento a
alguien. El viernes fuimos a bailar cumbia con su grupo de amigas. La
previa fue en un departamento de dos ambientes de Colegiales, en lo
de una de las chicas. Sus amigas son pibas con todas las necesidades
básicas cubiertas y con padres que, seguramente, colaboran con su
economía. Mientras yo preparaba un fernet, ellas hablaban de sus
recientes vacaciones; una estuvo en Europa, otra decía que no hay
mejor playa que las de Arrairal do Cabo, Brasil, la dueña del
departamento pasó un mes entero en Punta del Este. La piba que me
gusta veraneó en costas argentinas junto a su familia. Yo, en cambio,
no opiné. Si me hubieran preguntado iba a esquivar la incomodidad
diciéndoles que estaba planeando irme a mitad de año.
Vos sos vos, no quiero que seas uno más del montón, si estoy con vos
es justamente por eso, porque me sacás de mi zona de confort. Me
insistía y a mí me gustaba.
La abracé fuerte. La vida me debe una buena, será por acá, pensé. No
paraba de llover. Dejé de buscar el premio para convertirme en el
premio. Dale, vamos a tu casa, yo no soy como ellos, yo soy yo.
-V–
Hay conexión y los sentimientos empiezan a calentar, en cualquier
momento entran a jugar este partido decisivo.
El martes fui a cenar con su familia. Yo, como siempre, llegué con la
mochila llena de prejuicios. ¿Qué hacés Damián?, bienvenido. Me
recibió el padre; un señor mayor de 60 años, pero que aparenta unos
45. Es abogado, en los años noventa supo hacer mucha plata con los
llamados retiros voluntarios del menemismo. La madre es una
reconocida nutricionista, ya pronto a jubilarse. Preparó un pollo al
limón que se desarmaba solo. La hermana menor era una millennial
divina. La piba que me gusta me hizo contar de dónde venía y a qué
me dedicaba.
Sí, demasiado, y además soy DJ, así que por suerte vivo ocupado.
Respondí mientras me servía agua.
Mañana le voy a cocinar algo rico. Quiero que llegue el invierno para
que comamos juntos unos buenos guisos con fideos moñitos y mucho
queso. Guisos y mirar Los Simuladores con el ventilador en tres.
Estoy en la parada cuando la veo bajar del bondi, así tan bonita con el
pelo húmedo y una campera impermeable. Caminamos de la mano por
primera vez. Me hago el lindo, quiero que me vean los vecinos. Ella
sonríe y me abraza por detrás. No sabe lo que le espera; una tarde
otoñal con aroma a nostalgia de aquellos tiempos de mi niñez.
Vamos por la segunda ronda de mates, hay tortas fritas para toda la
semana. Todavía pienso en su ex.
¿Querrá algo con ella ahora? Yo también tengo ex. Ella vive en el
barrio y nos hablamos, así que estamos en la misma.
Nos tiramos en la cama, pero no podemos dormir. Charlamos,
proyectamos irnos de vacaciones, el sur nos gusta a los dos. Le
encantó la sorpresa de las tortas fritas. Subió una foto a Instagram
donde me etiquetó. Vamos por una tercera ronda de mates, el martes
lluvioso toma color. A la noche vamos a comer un guiso con los pibes,
pero ella se tiene que ir.
No falta nada para que la piba que me gusta se vaya a vivir sola. Es la
oveja roja de la familia y de su entorno. Sus amigas bailaron en el
bunker macrista de Costa Salguero aquel año. A mi chica nunca le
faltó nada y siempre la ayudaron los padres, tranquilamente podría
chuparle un huevo todo. Las diferencias culturales entre ella y yo son
inmensas. A veces pienso si de todo esto va a salir algo bueno. Dos
mundos totalmente distintos. Por ahora trato de vivir aquí y ahora.
Salir con ella y terminar durmiendo juntos está más bueno que vino
tinto con gaseosa de pomelo. Siempre tiene frío, me abraza, me
abraza tan fuerte que empiezo a oler como su perfume. Para qué
bajarle la luna, si ella es mi universo. Ella sabe que me inspira. Me
dice que se lamenta de no haberme conocido antes. Yo le digo lo
mismo, pero por algo las cosas pasan. La miro toda dormida, ronca
mucho. Hace un tiempo escribí que el amor es como un allanamiento
de la gorra: te cae de sorpresa, te revuelve todo y cuando se va te
deja desordenado.
- ¿Conocés?
- Vos me ponés boludo. Hagamos una cosa, cada vez que te rías de
algo es una birra que me debés. Yo no soy Piñon Fijo.
- Escupí el café.
Todavía no la había visto pero ya quería verla otra vez. Me reía con
ella y sentía que se me solucionaban todos los problemas. Así nació
esta historia.
- XII -
- ¿Conocés Puerto Madero?
- Dale, me re va.
El amor engorda.
- XIII -
Miro al techo con los ojos bien abiertos. Ya van casi tres noches que
no puedo dormirme antes de las dos de la mañana. Todo es extraño
acá. El departamento que alquila la piba que me gusta no tiene casi
luz solar. La ventana del pequeño comedor da al pulmón del edificio.
Ella ronca en mi oído. La muevo, pero sigue cada vez más. La noto
cansada, la abrazo, hacemos cucharita. A la mañana desayunaremos
juntos y la acompañaré al laburo. Me hizo las copias de las llaves, esto
va en serio. Me enamoro todos los días de ella, siempre a primera
vista.
La luna está hermosa. Ella también. Algo habré hecho bien en alguna
vida anterior para cruzarme con vos.