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El HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO

Universidad autónoma de Sinaloa

Ashley Caritina Cardenas Osuna

1-5, Vespertino

Habilidades para el pensamiento crítico.

Profesor: Lava Vega Humberto.

Fecha: 19/septiembre/2021.
El HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO
RESUMEN:

En esta obra, en modo autobiográfico, el Dr. Frankl explica la experiencia que le


llevó al descubrimiento de la logoterapia. Es la historia íntima de un campo de
concentración contada por uno de sus supervivientes. No se ocupa de los grandes
horrores suficientemente descritos por otros personajes, el autor cuenta esa otra
multitud de pequeños tormentos para pretender dar respuesta a la siguiente
pregunta: ¿Cómo incidía la vida diaria de un campo de concentración en la mente
del prisionero medio?
Prisionero, durante mucho tiempo, en los bestiales campos de concentración, él
mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. Sus padres,
su hermano, incluso su esposa, murieron en los campos de concentración o fueron
enviados a las cámaras de gas, de tal suerte que, salvo una hermana, todos
perecieron. ¿Cómo pudo él —que todo lo había perdido, que había visto destruir
todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas
veces estuvo a punto del exterminio—, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna
de vivirla?
En los campos de concentración habían dos tipos de prisioneros diferentes, a saber:
el prisionero corriente, que sufría los trabajos más duros y recibía la crueldad de los
soldados y los denominados "capos", prisioneros que actuaban como especie de
administradores y tenían privilegios especiales, los cuales menudo trataban a los
otros prisioneros peor que los mismos soldados¸ para este trabajo se elegía
únicamente a los más brutales.
Los "capos" se elegían de entre aquellos prisioneros cuyo carácter hacía suponer
que serían los indicados para tales procedimientos, y si no cumplían con lo que se
esperaba de ellos, inmediatamente se les degradaba. Pronto se fueron pareciendo
tanto a los miembros de las SS y a los guardianes de los campos que se les podría
juzgar desde una perspectiva psicológica similar.
Selección activa y pasiva.
Quienes nunca han estado en un campo de concentración se hacen una idea
equivocada de la, mezclando sentimentalismo y compasión. Desconocen la lucha
por sobrevivir que extenuaba a los prisioneros, especialmente en los campos
pequeños: la lucha diaria por un trozo de pan, por mantenerse vivo o salvar a un
amigo.
El anuncio del traslado suponía la señal que desencadenaba una encarnizada lucha
entre los prisioneros, o entre distintos grupos, para conseguir, del modo que fuera,
tachar de la lista el propio nombre o el de un amigo. En cada traslado tenía que
haber un número determinado de pasajeros, quien fuera no importaba tanto, puesto
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que cada uno de ellos no era más que un número y así era como constaban en las
listas.
Al entrar en el Lager —ese era al menos el método practicado en Auschwitz— se
despojaba a los prisioneros de todas sus pertenencias, incluidos los documentos de
identificación, circunstancia que algunos aprovecharon para adoptar otro nombre o
atribuirse una profesión igualmente ficticia; y por los más diversos motivos muchos
lo hacían. A las autoridades del campo les interesaba únicamente el número del
prisionero, un número que tatuaban en la piel, y que había que llevar también cosido
en un determinado lugar del pantalón, la chaqueta o el abrigo. Los guardias nunca
utilizaban el nombre del prisionero; si querían presentar una queja sobre algún
recluso —casi siempre por «pereza» en el trabajo— les bastaba mirar el número.
La selección de los capos era por vía negativa; para esa tarea se elegía
exclusivamente a los prisioneros más brutales (aunque, por suerte, había algunas
felices excepciones). Pero además de esta selección de los capos llevada a cabo
por las SS, y que podríamos llamar activo, se producía una continua autoselección
«pasiva» entre todos los reclusos del campo. En general lograban sobrevivir solo
aquellos prisioneros que, endurecidos tras años de deambular por distintos campos,
habían perdido todos los escrúpulos en su lucha por la supervivencia, y para
salvarse recurrían a cualquier medio, honrado o deshonroso, sirviéndose incluso de
la fuerza bruta, el robo o la traición con tal de salvarse.
El informe del prisionero n.° 119.104: ensayo psicológico.
Este relato trata sobre las experiencias del autor como prisionero común, pues es
importante que diga, no sin orgullo, que yo no estuvo trabajando en el campo como
psiquiatra, ni siquiera como médico, excepto en las últimas semanas. Era un
prisionero más, el número 119.104 y la mayor parte del tiempo estuve cavando y
tendiendo traviesas para el ferrocarril. En una ocasión mi trabajo consistió en cavar
un túnel, sin ayuda, para colocar una cañería bajo una carretera. Este hecho no
quedó sin recompensa, y así justamente antes de las Navidades de 1944 me
encontré con el regalo de los llamados "cupones de premio", de parte de la empresa
constructora a la que prácticamente habíamos sido vendidos como esclavos: la
empresa pagaba a las autoridades del campo un precio fijo por día y prisionero. Los
cupones constituían un preciado capital, ya que durante varias semanas —aunque
se corría el riesgo de que perdieran su valor— se podían canjear por cigarrillos: un
cupón equivalía a seis cigarrillos. Me convertí en el afortunado propietario de doce
cigarrillos, y esos valiosísimos cigarrillos, a su vez, podían cambiarse por doce
raciones de sopa, y esas raciones de sopa eran un remedio para el hambre, al
menos durante dos semanas.
Los reclusos comunes nunca fumábamos los cigarrillos conseguidos: se cambiaban
por alimentos. El privilegio de fumar, con una cuota asegurada, estaba reservado a
los capos; a veces, también algún prisionero que trabajaba de capataz en un
almacén o taller recibía cigarrillos como compensación por alguna tarea peligrosa.
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Pero si un recluso fumaba se juzgaba un mal presagio. Significaba una evidente
pérdida de su voluntad de vivir, la intención fatal de «disfrutar» de sus últimos días.
Hay una abundante literatura publicada sobre los campos de concentración. Este
ensayo se ha concebido con un enfoque menos usual: describir las experiencias de
un hombre, trazar la psicología de sus vivencias. A quienes fueron liberados de los
campos intentamos explicarles esas experiencias a la luz del conocimiento
psicológico actual. A los que nunca han pisado un campo quizá les sirva para
entender las atroces vivencias de los reclusos y, lo que resulta más difícil, para
comprender la actitud vital de los supervivientes. Se trata de hacer comprensible, a
quienes no la han sufrido, la experiencia de los reclusos. Los antiguos prisioneros
suelen decir: «No nos gusta hablar de nuestras experiencias. Los supervivientes no
necesitamos ninguna explicación. Y los demás no comprenderían cómo nos
sentíamos en el campo y cómo nos sentimos ahora».
Es enormemente difícil una presentación sistemática del tema, pues, como toda
ciencia, la psicología exige distanciarse de los hechos. ¿Cómo conseguir, siendo al
mismo tiempo observador y prisionero, el distanciamiento necesario? Alguien ajeno
a los campos podría garantizar la distancia afectiva, pero la distancia misma le
impediría conocer la realidad subjetiva de los hechos. Solo quien ha padecido esas
atrocidades podría revelar las vivencias de los reclusos. De ahí que sea probable, y
tal vez inevitable, que mis valoraciones y juicios caigan en la subjetividad y que mis
evaluaciones se puedan ver distorsionadas.
Fase uno, "El internamiento en el campo".
El autor divide la vida en el campo en tres fases, con las que intenta describir las
reacciones psicológicas de los prisioneros, durante su estadía, en los campos de
concentración: la fase que sigue a su internamiento, la fase de la auténtica vida en
el campo y la fase siguiente a su liberación.
Estación Auschwitz.
El síntoma característico de la primera fase es el shock. En ciertas situaciones, ese
shock puede preceder a la entrada del recluso en el campo. Ofreceré, como
ejemplo, las condiciones de mi propia llegada al campo.
En esta fase los prisioneros son trasladados en tren a Auschwitz, en donde un grupo
de prisioneros, que parecían bien alimentados y hablaban todos los idiomas
de Europa, les da la bienvenida, de manera de crear empatía con los recién
llegados, lo que les daba la ilusión de que sus días no estaban contados y de que
podían depositar confianza en ellos para contarles su situación; ya que la sola vista
de las mejillas sonrosadas y rostros redondos de aquellos prisioneros resultaban de
gran estímulo. Luego se sabría que era un grupo especial de prisioneros que hacían
las funciones de comité de bienvenida.
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En psiquiatría hay un estado de ánimo que se denomina «ilusión del indulto». Se
trata del proceso de consolación que desarrollan los condenados a muerte antes de
su ejecución; conciben la infundada esperanza de que van a ser indultados en el
último minuto. Auschwitz era un lugar insólito en la Europa de los últimos años de
la guerra: debió de haber allí un verdadero tesoro, en sus almacenes se acumulaba
oro, plata, platino y diamantes, sin contar lo incautado por las SS.
La primera selección.
La mayoría de las personas de mi expedición se encontraba bajo la «ilusión del
indulto»; no perdían la esperanza de que serían liberados e imaginaban que aquello
iba a terminar bien. No podíamos captar la realidad de nuestra condición; el
significado se nos escapaba.
Nos dijeron que dejáramos nuestro equipaje en el tren y que formáramos dos filas,
una de mujeres y otra de hombres, y que desfiláramos ante un oficial de las SS. Por
sorprendente que parezca, tuve el valor de esconder mi macuto debajo del abrigo.
Uno a uno, los hombres pasamos ante el oficial. Me daba cuenta del peligro que
corría si el oficial localizaba mi saco. Seguramente, me tiraría al suelo de un bofetón,
un escarmiento del que ya tenía constancia. Instintivamente, al acercarme a él,
adopté una postura enérgica para disimular la pesada carga. Había adoptado una
actitud de aparente descuido sujetándose el codo derecho con la mano izquierda.
Ninguno de nosotros tenía la más remota idea del siniestro significado que se
ocultaba tras aquel pequeño movimiento de su dedo que señalaba unas veces a la
izquierda y otras a la derecha, pero sobre todo a la derecha. Tocaba mi turno.
Alguien me susurró que si nos enviaban a la derecha ("desde el punto de vista del
espectador") significaba trabajos forzados, mientras que la dirección a la izquierda
era para los enfermos e incapaces de trabajar, a quienes enviaban a otro campo. El
peso del macuto me ladeaba un poco hacia la izquierda, pero me esforcé en caminar
erguido. El hombre de las SS me escudriñó de arriba abajo, dudó un momento, y
entonces puso sus manos en mis hombros. Intenté demostrar la mejor voluntad. Me
giró muy lentamente a la derecha y seguí en esa dirección.
Ese juego del dedo se trataba de la primera selección, el primer veredicto sobre
nuestra existencia o no existencia. Para el 90% de nuestra expedición había
significado la muerte, y la sentencia se cumpliría a las pocas horas. Los que habían
sido colocados a la izquierda fueron de la estación directamente al crematorio.
Para los que habíamos superado la primera selección fue un auténtico baño. Eso
fomentó nuevamente nuestra esperanza de sobrevivir. Incluso los hombres de las
SS nos parecían casi encantadores. Pronto descubrimos la razón: eran amables
con nosotros por el reloj de pulsera que llevábamos en nuestras muñecas, y con
buenos modales nos querían convencer de que teníamos que dárselos.
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Desinfección.
Esperaban en un cobertizo que parecía ser la antesala de la cámara de
desinfección. Cuenta que entraron los hombres de las SS y extendieron unas
mantas en el suelo para que depositarán allí los objetos de valor: relojes y joyas.
Para regocijo de los reclusos veteranos, ayudantes de los guardias, aún había
algunos ingenuos entre ellos que preguntaron si podían quedarse el anillo
matrimonial, una medalla o algún amuleto de oro.
Se quitaban la ropa con increíble rapidez. Según pasaba el tiempo, se ponían más
nerviosos y algunos se trababan con el cinturón o los cordones de los zapatos.
Entonces oyeron los restallidos del látigo por primera vez, las largas correas de
cuero sobre los cuerpos desnudos. Los afeitaron no solo la cabeza, sino que los
habían dejado con todo el cuerpo sin un pelo.
Nuestra única posesión: la existencia desnuda.
Mientras esperaban la ducha se les hizo patente su desnudez, en su sentido literal:
eran solamente un cuerpo. Nada más. Solo poseían la existencia desnuda. ¿Qué
vínculo material los ligaba a la vida anterior?
A partir de ese momento lo único que tendrían aquellos prisioneros seria su
existencia desnuda, incluso sin un pelo, no había ningún enlace material hacia su
vida anterior.
Por la tarde, el prisionero veterano que estaba a cargo de nuestro barracón nos dio
la bienvenida con un discursito en el que nos aseguró bajo su palabra de honor que,
personalmente, colgaría "de aquella viga" —y señaló hacia ella— a cualquiera que
hubiera cosido dinero o piedras preciosas a su braguero. Y orgullosamente explicó
que, como veterano que era, las leyes del campo le daban derecho a hacerlo.
Las primeras reacciones.
Así se desvanecían, una tras otra, las ilusiones que algunos de ellos habíamos aún
concebido. Y entonces, inesperadamente, la mayoría se sentían embargados por
un humor macabro. Ese humor lo provocaba la conciencia de no tener nada,
excepto su ridícula existencia desnuda.
Además del extraño sentido del humor, se apoderó de ellos otra sensación: la
curiosidad. El menciono que ya había experimentado antes ese tipo de curiosidad
como reacción primaria en situaciones extremas.
Una fría curiosidad era lo que predominaba incluso en Auschwitz, algo que separaba
la mente de todo lo que la rodeaba y la obligaba a contemplarlo todo con una
especie de objetividad. Al llegar a este punto, cultivaban este estado de ánimo como
medida de protección. Estaban ansiosos por saber lo que sucedería a continuación
y qué consecuencias les traería, por ejemplo, estar de pie a la intemperie, en el frío
de finales de otoño, completamente desnudos y todavía mojados por el agua de la
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ducha. A los pocos días su curiosidad se tornó en sorpresa, la sorpresa de ver que
no se habían resfriado.
¿” Lanzarse contra la alambrada”?
El ensayo psicológico no los ha llevado tan lejos todavía; ni tampoco los prisioneros
estaban en condiciones de saberlo. Aún se hallaban en la primera fase de sus
reacciones psicológicas. Lo desesperado de la situación, la amenaza de la muerte
que día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto se cernía sobre ellos, la
proximidad de la muerte de otros —la mayoría— hacía que casi todos, aunque fuera
por breve tiempo, abrigasen el pensamiento de suicidarse.
La primera noche que paso en el campo se hice a si mismo la promesa de que no
"me lanzaría contra la alambrada". Esta era la frase que se utilizaba en el campo
para describir el método de suicidio más popular: tocar la cerca de alambre
electrificada. Esta decisión negativa de no lanzarse contra la alambrada no era difícil
de tomar en Auschwitz. Ni tampoco tenía objeto alguno el suicidarse, ya que para
el término medio de los prisioneros, las expectativas de vida, consideradas
objetivamente y aplicando el cálculo de probabilidades, eran muy escasas. Ninguno
de ellos podía tener la seguridad de aspirar a encontrarse en el pequeño porcentaje
de hombres que sobrevivirían a todas las selecciones.
En la primera fase del shock, el prisionero de Auschwitz no temía la muerte.
Pasados los primeros días, incluso las cámaras de gas perdían para él todo su
horror; al fin y al cabo, le ahorraban el acto de suicidarse.
Los que parecían enfermos y demacrados por fuera y por dentro eran los que más
probablemente fueran derechos a la cámara de gas, se les llamaba musulmanes.
Segunda fase: La vida en el campo.
Apatía.
La primera a la segunda fase, una fase de apatía relativa en la que llegaba a una
especie de muerte emocional. Aparte de las emociones ya descritas, el prisionero
recién llegado experimentaba las torturas de otras emociones más dolorosas, todas
las cuales intentaba amortiguar. La primera de todas era la añoranza sin límites de
su casa y de su familia. A veces era tan aguda que simplemente se consumía de
nostalgia.
Seguía después la repugnancia que le producía toda la fealdad que le rodeaba,
incluso en las formas externas más simples.
El prisionero que se encontraba ya en la segunda fase de sus reacciones
psicológicas no apartaba la vista. Al llegar a ese punto, sus sentimientos se habían
embotado y contemplaba impasible tales escenas.
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Los delirios eran frecuentes, pues casi todos los pacientes estaban agonizando.
Apenas acababa de morir uno de ellos y yo contemplaba sin ningún sobresalto
emocional la siguiente escena, que se repetía una y otra vez con cada fallecimiento.
La apatía, el adormecimiento de las emociones y el sentimiento de que a uno no le
importaría ya nunca nada eran los síntomas que se manifestaban en la segunda
etapa de las reacciones psicológicas del prisionero y lo que, eventualmente, le
hacían insensible a los golpes diarios, casi continuos.
Viktor Frankl, describe en el segundo capítulo como los prisioneros pasan de un
“shock”, a una habituación, que se convierte en “una especie de muerte emocional”,
y la apatía (que se podía tomar como autodefensa). Ahí es donde aparecía la
nostalgia extrema, al comparar los niveles tan deprimentes de calidad de vida que
podían tener en ese momento.
Los sentimientos, ya habían desaparecido por la monotonía diaria. El sueño, era de
las cosas que se le tomaba gran importancia, pues este era el único que podía
aislarlos de la cruda realidad. Los golpes y maltratos físicos se esperaban por el
mínimo detalle o sin motivo alguno. Por ejemplo, el no simpatizarle a un capo
(presos que gozaban de ciertos privilegios y hacían funciones de vigilar), significaba
tener, además de una serie de insultos que venían ya incluidos, trabajo extra y
golpes de más. Sin embargo, no todos eran despiadados, podían incluso tener
cierta afinidad con los demás, como le sucedió a Viktor Frankl, y eso hacía que
pudieran tener ciertas “ventajas”.
Una de esas ventajas para Frankl fue el poder estar muy adelante en la fila para la
hora de la comida, lo cual permitía poder tener los guisantes del fondo.
Debido al alto grado de desnutrición que los prisioneros sufrían, era natural que el
deseo de procurarse alimentos fuera el instinto más primitivo en torno al cual se
centraba la vida mental. La mayoría de los prisioneros que trabajan uno junto a otro
y a quienes, por una vez, no vigilan de cerca. Inmediatamente empiezan a hablar
sobre la comida.
Decía que el momento más terrible de las 24 horas de la vida en un campo de
concentración era el despertar, cuando, todavía de noche, los tres agudos pitidos
de un silbato los arrancaban sin piedad de su dormir exhausto y de las añoranzas
de sus sueños.
Sexualidad.
El hecho de la desnutrición que sufrían y que la ausencia total de sentimentalismo
provocaba también que el deseo sexual fuera nulo; Incluso en sueños, el prisionero
se ocupaba muy poco del sexo, aun cuando según el psicoanálisis "los instintos
inhibidos", es decir, el deseo sexual del prisionero junto con otras emociones
deberían manifestarse de forma muy especial en los sueños.
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Ausencia de sentimentalismo.
En la mayoría de los prisioneros, la vida primitiva y el esfuerce de tener que
concentrarse precisamente en salvar el pellejo llevaba a un abandono total de lo
que no sirviera a tal propósito, lo que explicaba la ausencia total de sentimentalismo
en los prisioneros. Todos se sentían más muertos que vivos, ya que pensaban que
su transporte se dirigía al campo de mauthausen y solo les restaban una a dos
semanas de vida.
La huida hacia el interior.
Pero a pesar del primitivismo físico y mental. Los prisioneros llevaban una profunda
vida espiritual. Las personas de constitución débil y que habían llevado una vida
espiritual profunda parecían llevar mejor la vida en el campo que las personas
fornidas. Esto se debe a que se retrotraían a una vida de riqueza interior y
de libertad espiritual. Eso sí, no cabe duda de que estas personas de complexión
endeble sufrieron muchísimo.
Para aliviar el sufrimiento de los prisioneros se crearon una especie de terapias de
grupo basadas en el humor. Se parodiaba todo aquello que había en el campo y por
muy horrible que fuera siempre se reían de ello.
Cuando todo se ha perdido.
A pesar de las órdenes rutinarias y del desgano de todos, ellos se aferraron al amor;
Viktor Frankl se concentró en el recuerdo de su esposa, aún sin saber de ella, si
estuviera viva o muerta, su esencia permanecía con él.
Un pensamiento le petrificó: por primera vez en su vida comprendo la verdad vertida
en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos
pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede
aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprendió el significado del mayor de los
secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la
salvación del hombre está en el amor y a través del amor. comprendió cómo el
hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad.
Viktor Frankl también comenta sobre el buen humor, el cual es un arte, pues borra,
aunque sea por un momento todo lo malo, y sobre todo, se convierte en un arma
para la supervivencia.
Aun si la causa de la risa o la gracia tuviera un origen algo inusual y a veces
macabro. Con todo esto, se puede afirmar varias cosas: Lo que antes era normal,
ahora lo envidiaban de presos; personas que el mundo “normal” no desearía estar
en esa posición.
La obsesión por buscar el arte dentro del campo adquiría, en general, matices
grotescos. El diría que la impresión real que producía todo lo que se relacionaba
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con lo artístico surgía del contraste casi fantasmagórico entre la representación y la
desolación de la vida en el campo que le servía de telón de fondo.
El humor en el campo.
El descubrimiento de algo parecido al arte en un campo de concentración sin duda
sorprenderá, pero aún más sorprendente es que allí también hubiera sentido del
humor; claro que un humor apagado y de escasa duración. El humor es otra de las
armas del alma en su lucha por la supervivencia. Es sabido que el humor, más que
cualquier otra cosa en la existencia humana, proporciona el distanciamiento
necesario para sobreponerse a cualquier situación, aunque sea un instante.
Los intentos por desarrollar el sentido del humor y ver la realidad bajo una luz
humorística constituyen una especie de truco que aprendemos en el arte de vivir.
Incluso es posible practicarlo en un campo de concentración, aunque el sufrimiento
sea omnipresente.
Juguete del destino.
La suerte de Frankl se fue incrementando poco a poco. Fue trasladado desde
trabajos en el exterior a las cocinas y posteriormente se presentó voluntario para
trabajar en un campo destinado a enfermos de tifus desempeñando tareas
sanitarias.
Una cosa anhelada por el prisionero era la soledad. Dado que vivían en
una sociedad comunitaria impuesta, no tenían ocasión de estar a solas consigo
mismos. Frankl encontró un lugar destinado a ello cuando lo trasladaron a un campo
de reposo.
Los prisioneros eran un juguete del destino. Lo que les hacía más inhumanos de lo
que las circunstancias habrían hecho presumir. Se observaba a los musulmanes -
prisioneros enfermos y demacrados- con curiosidad para ver si sus zapatos eran
mejores que los de uno y los prisioneros solo eran un simple número, no contaban
con personalidad.
El canibalismo hizo aparición justo cuanto Frankl fue destinado a otro campo. Frankl
relaciona este hecho con el relato de "Muerte en Teherán". Donde un persa rico
sorprendió a un joven criado suyo intentando robarle un caballo. El persa lo
sorprendió y le pregunto por qué lo hacía. Este le contesto porque se le había
aparecido la muerte y lo había amenazado. El persa rápidamente le dio dos caballos
y lo mando hacia Teherán. Poco después el amo se encontró con la muerte y le
preguntó por qué había amenazado a su criado, a lo que la muerte contestó "No lo
amenacé, solo mostré mi asombro al verlo aquí cuando mis planes eran verle en
Teherán esta noche."
Planes de fuga.
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En cuanto a los planes de fuga, Frankl menciona que por momentos lo pensaban, y
los breves minutos que contemplaban la situación podía ser casi que agonizante.
Él tuvo una vez la oportunidad de poder fugarse, sin embargo, algo en su interior se
movió a que debía quedarse con los enfermos (en el momento que muchos
enfermaron de tifus) y demás presos.
Los prisioneros temían tomar cualquier tipo de decisión y deseaban que el destino
lo hiciera por ellos. Este querer evitar el compromiso se hacía más patente cuando
el prisionero debía decidir entre escaparse o no escaparse del campo. Frankl junto
con otro compañero tuvo oportunidad de escapar en un momento, pero por algunas
dificultades no pudo. Sin embargo en ese intento se agenció una mochila y un
cuenco. Mientras poco a poco se acercaba el día en que escaparía del campo. El
frente de guerra avanzaba y el campo se disponía a ser evacuado aquella tarde.
Tendrían que marcharse incluso los pocos prisioneros que quedaban. Pero los
camiones aun no aparecían y se empezó a ejercer una vigilancia férrea sobre el
campo para evitar cualquier intento de fuga. Sin embargo Frankl tenía un plan que
podía funcionar. Llevarían afuera tres cadáveres de prisioneros. Llevarían uno en
cada viaje y por turnos llevarían una mochila, seguidamente la otra y después
tratarían de evadirse. De pronto y cuando se disponían a realizar el tercer viaje
apareció un camión color aluminio con una gran cruz roja pintada que empezó a
descargar medicinas y alimento. Ya no merecía la pena escapar. Después llegaron
los camiones de las SS diciéndoles que serían enviados a un campo en Suiza para
ser canjeados por prisioneros de guerra. El medico jefe empezó a hacer grupos de
trece para los camiones, sin embargo Frankl y su compañero no estaban entre ellos.
El medico jefe dijo que con la fatiga y los nervios no se había fijado. Desilusionados
se fueron a dormir.
A la mañana siguiente el atronador ruido de la guerra los despertó. Cuando
amenguo el tiroteo y se alzó la bandera blanca se enteraron de que los compañeros
que habían sido evacuados en los camiones el DIA anterior habían muerto
abrasados encerrados en barracones. Frankl volvió a pensar en el cuento "Muerte
en Teherán".
Irritabilidad.
Aparte de ser un mecanismo de defensa, la apatía era el resultado de otros factores.
El hambre y la falta de sueño contribuían a ella, también lo hacia la irritabilidad, que
era otra característica del estado mental de los prisioneros. Aparte de las causas
físicas estaban también las mentales. Todos los prisioneros tenían algún tipo de
complejo de inferioridad.
Parte de las emociones que se podían dar, de las pocas, era la irritabilidad, causada
por el hambre y el mal dormir, además de la falta de higiene, y la falta de cafeína o
nicotina. Esto sumado por la parte psicológica, se consideraban como ·un don
nadie, como si casi no existiésemos. Esta misma irritabilidad se podía reflejar en los
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prisioneros de mayor rango, pero se le agregaba los “delirios de grandeza”, lo cual
hacía que fueran peores.
La libertad interior.
Tras explicar la psicopatología de los prisioneros del campo se puede sonsacar que
el ser humano es una raza completamente influida por su entorno, que en este caso
es el campo de concentración. Sin embargo había una única cosa que no se le
podía arrebatar a un recluso de un campo de concentración, su libertad interior, su
yo más íntimo. A pesar de las condiciones a las que se veían expuestos los
prisioneros cada uno decidía que tipo de persona deseaba ser, y en esta decisión
no influya ni el entorno del campo. Dijo Dostoyevski Solo temo una cosa, no ser
digno de mis sufrimientos. Los prisioneros eran dignos de sus sufrimientos y la
forma en que los aguantaron fue un logro interior genuino. Es esta libertad espiritual,
que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito.
Frankl, cuando va cerrando esta fase, menciona y se refiere mucho a la libertad
interior. La cual trasciende cualquier condición, porque es cada persona la que
decide que quiere ser, y mantiene su dignidad al seguir sintiendo como un ser
humano.
Una vida activa cumple con la finalidad de brindar al hombre la posibilidad de
desempeñar un trabajo que le proporciona valores creativos; una vida contemplativa
también le concede la posibilidad de hallar la plenitud al experimentar la belleza, el
arte o la naturaleza. Pero también atesora sentido una vida exenta de creación o
contemplación, que solo admite una única capacidad de respuesta: la actitud de
mantenerse erguido ante su inexorable destino.
El destino, un regalo.
La actitud con la que un hombre acepta su destino y el sufrimiento que este conlleva,
la forma en que carga con su cruz comporta la singular coyuntura —incluso en
circunstancias muy adversas— de dotar de sentido profundo a su vida. Puede
conservar su valor, su dignidad, su generosidad o, arrastrado en la amarga lucha
por la supervivencia, puede olvidar su dignidad humana y actuar como un animal,
como sucede con los prisioneros de los campos. En esa decisión reside la
oportunidad de atesorar o despreciar los valores morales que su dolorosa situación
y su duro destino le brindan para su enriquecimiento interior.
El hombre tiene la peculiaridad de no poder vivir sin mirar al futuro. Esto a veces le
salva en los momentos más dificultosos de su existencia. Cuando uno sufre se crea
una fortaleza pensando que vendrán tiempos mejores y se imagina a uno mismo
realizando cosas que satisfacen su psique. También suele refugiarse en cosas
triviales del día a día.
Análisis de la vida provisional.
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La causa del estado de ánimo del prisionero no era solo consecuencia de los
factores psicofísicos antes mencionados, sino fruto de una libre decisión. La
observación psicológica de los prisioneros ha demostrado que el que sucumbía a
las influencias degradantes del campo era quien ya previamente se había
abandonado en el nivel espiritual y humano, quien ya no poseía amparo moral.
Spinoza, educador.
Cualquier tentativa de combatir mediante la psicoterapia, o con métodos
psicohigiénicos, la presión psicopatológica que la vida en el campo ejerce sobre el
prisionero debía tener como objetivo darle fuerza interior señalándole una meta que
pueda alcanzar en el futuro.
Decía Spinoza en su Ética: La emoción, que constituye sufrimiento, deja de serlo
tan pronto como nos formamos una idea clara y precisa del mismo. Puede decirse,
que todo aquel que perdía la fe en su futuro estaba condenado, se desmoronaba su
sostén interno y sufría una crisis, producida por el aniquilamiento físico y mental.
Cuando la gente perdía la esperanza por vivir, eran presos de enfermedades, las
cuales su cuerpo no rechazaba. Dijo Nietzsche: Quien tiene algo por qué vivir puede
soportar cualquier como. podrían ser la motivación de todos los esfuerzos
psicohigiénicos y psicoterapéuticos de los prisioneros.
La pregunta por el sentido de la vida.
Lo que se necesita urgentemente en tal situación es un cambio radical de nuestra
actitud frente a la vida. Debemos aprender por nosotros mismos, y enseñar a los
hombres desesperados, que en realidad no importa lo que esperamos de la vida,
sino que importa lo que la vida espera de nosotros. Esas obligaciones y tareas, y en
consecuencia el sentido de la vida, difieren en cada hombre, en un momento u otro,
de manera que resulta imposible concebir el sentido de la vida en términos
abstractos. Nunca se podrá responder a la pregunta sobre el sentido de la vida con
afirmaciones absolutas. «Vida» no significa algo vago, sino real y concreto, del
mismo modo que las tareas que nos impone son muy reales y concretas.
Sufrimiento como prestación.
Asumimos el sufrimiento como una tarea a la que no queríamos dar ya la espalda.
oportunidades que habían llevado al poeta Rilke a decir: "Wie viel ist aufzuleiden"
"¡Por cuánto sufrimiento hay que pasar!" Rilke habló de "conseguir mediante el
sufrimiento" donde otros hablan de "conseguir por medio del trabajo".
Pero no había que avergonzarse de las lágrimas, pues ellas testimonian la valentía
del hombre, el valor de enfrentar el sufrimiento. No obstante, muy pocos lo
entendían. Algunos confesaban con vergüenza haber llorado.
Algo nos espera
El HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO
En el campo, no se estaba permitido impedirle a alguien que se suicidara. Por
ejemplo, no se permitía cortar la cuerda del que se iba a ahorcar. Por ello había que
impedir que se llegara a tal extremo. Para ello se usaba
un método de psicoterapia o psicohigiene. Se le buscaba a la vida del individuo con
ganas de suicidarse una meta, un fin que le diera sentido a esa existencia de
sufrimiento, con ello la persona luchaba contra la adversidad del campo de
concentración. Habían encontrado el porqué de su vida e iban a ser capaces de
soportar casi cualquier como.
Cuando se acepta la imposibilidad de reemplazar a una persona, se da paso para
que se manifieste en toda su magnitud la responsabilidad que el hombre asume
ante su existencia. El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el
ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá
nunca tirar su vida por la borda. Conoce el "porqué" de su existencia y podrá
soportar casi cualquier "cómo".

Las posibilidades de aplicar la psicoterapia colectiva eran, lógicamente, muy


limitadas.
Psicología de los guardias del campo.
Esta segunda fase de internamiento en el campo concluye con
un análisis psicopatológico de los guardas. En él se puede comprender que no
todos los guardas eran gente cruel y despiadada. Cierto es que para este cargo se
escogía de entre muchos a las personas más sádicas de todas, salvando algunas
excepciones. Pero no solo los guardas del campamento eran crueles. En el libro se
menciona al prisionero más antiguo del campo, que pegaba al resto a la más mínima
falta. Con ello se distingue en toda la humanidad a solamente dos razas: la de los
hombres decentes y la de los indecentes. Sin embargo no hay grupos humanos
decentes o indecentes sino que estamos mezclados, y hay de todo en todas partes.
Por ello se podía encontrar a gente decente entre los guardas del campamento.
Finalmente se concluye con la respuesta a una pregunta que mucha gente se ha
formulado pero que muy pocos han podido responder con tal exactitud: ¿Que es,
en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha
inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con
paso firme musitando una oración.
El tema que se toca es la “Psicología de los guardias del campamento”. Viktor Frankl
menciona tres puntos: En primer lugar, la precisión del término “sadismo” entre los
guardas. Segundo, se utilizaba esta característica entre los guardas y campo para
que ejecutaran labores de vigilancia estricta. Y allí se podía observar su “placer
macabro”. Tercero, su sensibilidad estaba por el piso, ya nada los conmovía. Cuarto,
algunos guardias si se podían excluir de las características anteriores, algunos, sí
tenían compasión por los presos.
El HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO

TERCERA FASE: DESPUÉS DE LA LIBERACIÓN.


Viktor Frankl describe como son las reacciones de los presos luego de su liberación.
La fase caracterizada por el desahogo, que es la constante del prisionero, de
desahogarse de diferentes maneras de todo lo vivido durante el tiempo de encierro;
debido a que esta etapa es después de la liberación. Dedicado a la psicología de
un campo de concentración.
Lo interesante de todo es analizar lo que realmente sintieron al caminar y observar
que eran libres: nada. Lo que normalmente las personas piensan es que brincaron
de la alegría y salieron corriendo a recuperar su vida. En realidad, caminaron
lentamente a la salida, aun sin creer lo que realmente estaba pasando, y atónitos,
pues durante su estadía en el lager sus emociones fueron reducidas a meros
impulsos.
Después de ser liberados, el prisionero, por extraño que parezca, no se sentía feliz.
Habían perdido el sentimiento que llamamos felicidad, y lo tendrían que ir
recuperando poco a poco. Lo que les sucedía a los prisioneros liberados podrían
denominarse "despersonalización". Las cosas comunes que ocurrieron, relacionado
con lo anterior, fue el recuperar las emociones perdidas.
Por el contrario, el cuerpo, que tenía menos abstenciones que la mente. Comía
vorazmente cualquier cosa que le dieran y a cualquier hora. Era increíble la cantidad
de comida que podían tragar. Otro aspecto era que tenían que hablar de lo que
habían pasado, a veces durante horas y horas.
El desahogo.
El camino que nos alejaba de la aguda tensión psicológica de los últimos días en el
campo (de la guerra de nervios a la paz mental) no estaba exento de obstáculos.
Sería un error creer que el prisionero liberado de un campo de concentración ya no
necesitaba ninguna atención psicológica. Hay que considerar que una persona
sometida, durante tanto tiempo, a una tensión psicológica tan tremenda sigue en
peligro también después de la liberación, en especial si esta se ha producido
bruscamente.
En esa fase psicológica, la influencia de la brutalidad que había imperado en la vida
del campo fue más perniciosa en las personalidades más primitivas, a quienes les
resultaba más difícil sustraerse a esas experiencias. Ahora, al verse libres, creían
que podían tomarse su derecho de usar la libertad sin sujetarse a ninguna norma,
de forma arbitraria y sin escrúpulos. Lo único que para ellos había cambiado era
que habían pasado de ser oprimidos a ser opresores. Se convertían en instigadores
de la violencia y la injusticia, ya no eran víctimas. Justificaban su conducta con sus
terribles sufrimientos, y extendían su proceder a las situaciones más insignificantes.
El HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO
Se necesitaba tiempo y paciencia para que estos hombres aceptasen la lisa y llana
verdad de que nadie tiene derecho a hacer el mal, aunque se haya sufrido una atroz
injusticia. Tenían que admitir de nuevo el valor de esta verdad, porque las
consecuencias irían mucho más allá de la pérdida.
La amargura tenía su origen en todas aquellas cosas contra las que se rebelaba
cuando volvía a su ciudad. Cuando, a su regreso, aquel hombre veía que en muchos
lugares se le recibía sólo con un encogimiento de hombros y unas cuantas frases
gastadas, solía amargarse preguntándose por qué había tenido que pasar por todo
aquello.
Pero para todos y cada uno de los prisioneros liberados llegó el día en que,
volviendo la vista atrás a aquella experiencia del campo, fueron incapaces de
comprender cómo habían podido soportarlo. Y si llegó por fin el día de su liberación
y todo les pareció como un bello sueño, también llegó el día en que todas las
experiencias del campo no fueron para ellos nada más que una pesadilla.
Sin embargo para todos los liberados llego el día en que todo el dolor y el sufrimiento
tanto mental como físico habían llegado a su fin y no sería más que la más cruenta
de las pesadillas. Ya no había nada que temer excepto -según Frankl- a Dios. “La
experiencia final para el hombre que vuelve a su hogar es la maravillosa sensación
de que, después de todo lo que ha sufrido, ya no hay nada a lo que tenga que temer,
excepto a su Dios”.
Aunque las personas siempre tenemos cierta tendencia a ver las cosas negativas
de la vida. Tal y como se aprecia en el libro El hombre en busca de sentido de Viktor
Frankl.
También sucede lo que se conoce en psicología como adaptarnos, que consiste en
la capacidad de acostumbrarnos a lo positivo, a lo placentero, de forma
extremadamente rápida.
Esta capacidad de acostumbrarnos tan rápidamente a lo bueno nos obliga casi a no
sentirlo cuando lo tenemos, a no valorarlo, y eso hace que casi deje de existir para
nosotros, por lo cual nuestro enfoque lo centramos en lo negativo de nuestra vida,
en aquello que no tenemos, aquello que nos falta, la felicidad, el bienestar, valorar
y agradecer lo que tenemos.

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