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13° Encuentro de Discusión: “Comunicación, política y sujeto” - 30 de mayo de 2014 – IIGG, UBA

De “Todos somos víctimas” a “Si te agarramos, te linchamos”: algunas


reflexiones sobre los vecinos y la inseguridad

Silvia Hernández1

A mediados de marzo envié a una revista académica un artículo producido para un dos-
sier dedicado al tema “víctimas y testimonios”. En aquel trabajo, titulado “Todos somos vícti-
mas”: Acerca del “vecino” como “víctima de la inseguridad”, analicé una serie de secuencias
discursivas producidas por asociaciones autodenominadas vecinales, en la Ciudad de Buenos
Aires durante los últimos diez años. Estas asociaciones tenían en común que la seguridad (en-
tendida por oposición a la inseguridad reducida al delito contra la propiedad) era uno de sus
ejes principales de trabajo, cuando no el único. A ello se sumaba la particularidad de que la se-
guridad no era dentro de su agenda únicamente una demanda hacia las instituciones estatales:
al contrario, aparecían como asociaciones de vecinos capaces de autogestionar su propia segu-
ridad en dispositivos de “prevención situacional”, llegando en ocasiones a ser convocadas por
instancias gubernamentales para una gestión participativa y democrática de la seguridad urba-
na. El propósito general del artículo era analizar las concepciones de democracia, de participa-
ción, de comunidad en las que se apoya este discurso securitario que favorece la gestión comu-
nitaria de la prevención de la inseguridad como respuesta no punitivista a la inseguridad como
problema social de primer orden, deteniéndose en las figuras subjetivas que presupone, que es-
timula, que refuerza, que modifica.
El análisis mostró que el nombre vecino aparecía en dichas secuencias como sinónimo
de víctima de la inseguridad. La condición de vecino - víctima de la inseguridad no estaba ne-
cesariamente atada a haber sufrido un delito real, sino que aludía al modo de vida en un con-
texto de inseguridad, es decir, diagnosticado como de riesgo permanente. A su vez, la inocen-
cia atribuida a la víctima, al combinarse con los valores de probidad moral y apoliticismo con
que se caracteriza al vecino,2 hacía de los vecinos-víctimas una categoría no sólo calificada po-
sitivamente, sino también doblemente victimizada: víctima de la inseguridad y de la corrup-

1 hernandez_silvia@yahoo.com.ar

2 Esta caracterización hegemónica de la categoría de vecino excede los límites del caso estudiado. Como he
afirmado en otros trabajos, entiendo que vecinos es una categoría sobredeterminada y activa al interior de
distintas formaciones discursivas. No obstante, a pesar de los matices en cada una de ellas, la probidad moral,
el apoliticismo y el saber acerca de la vida cotidiana son atribuciones relativamente estables.

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ción política (en relación con la doble oposición vecino/sospechosos o delincuentes y


vecino/políticos).
Esta condición de los vecinos-víctima favorecía su consolidación como una posición de
enunciación inscripta en la verdad (Foucault, 1987), es decir, una voz autorizada a reclamar
ante los poderes estatales y a exigir ser escuchada, a la que se le reconoce un saber específico
que ni los expertos en seguridad ni los funcionarios estatales pueden suplir, que es el de la rea-
lidad de los barrios.
En este discurso, la condensación entre vecinos y víctimas reforzaba, por un lado, la le-
gitimidad de los reclamos vecinales -sostenidos como apolíticos- ante los poderes públicos y la
sociedad en general, y profundizaba, por el otro, un diagnóstico que hace de la inseguridad un
estado de amenaza permanente que altera la cotidianidad. De tales argumentos se desprendía
que el modo más eficaz de gestión era la organización comunitaria para la autodefensa, en la
medida en que nadie sabría más que las víctimas acerca de sus necesidades.
En síntesis, el análisis mostró que la especificidad -y la potencia- de la categoría de ve-
cino en dicho discurso securitario se basaba en su capacidad de condensar la condición de víc-
tima, de ciudadano activo apolítico y de autoridad moral, aspectos en los que radicaba la legi-
timación de su autoorganización, la cual aparecía como forma no punitiva -y, por ello, demo-
crática- de tratamiento de la inseguridad.

Unos días después de enviado el artículo, cobró público conocimiento la noticia del lin-
chamiento de David Moreyra, un presunto delincuente, por vecinos del barrio rosarino de Az-
cuénaga, seguido en los días posteriores por otras noticias que daban cuenta de un fenómeno
que se estaría replicando en distintos puntos del país. Fuimos testigos de un despliegue abru-
mador de una permanente puesta en serie de aquel evento con otros sucesos de características
no siempre similares,3 dando por efecto la construcción de una ola de linchamientos, de un re-
crudecimiento de la inseguridad, hasta llegar a la declaración de una crisis. Asimismo se multi-
plicaron notas de opinión, declaraciones y solicitadas, amén de un cúmulo no menor de entre-
vistas a “expertos” en materia de seguridad y de cuestiones sociales diversas, y de notas

3 Un análisis posible sería el estudio de la producción de dichas series. Los casos que hoy aparecen como
linchamientos son muy distintos entre sí si tenemos en cuenta variables básicas como los móviles que los
detonaron, los contextos socioeconómicos y/o geográficos en los que tuvieron lugar, la existencia o no de
relaciones interpersonales previas entre agresores y agredidos, por mencionar sólo algunas. Por otro lado, en
sentido estricto, muchos de estos sucesos no podrían ser considerados linchamientos. Sin embargo, lejos de
exigir rigor terminológico, me interesa analizar los efectos de sentido atendiendo a la eficacia de la
nominación.

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“meta” dedicadas al estudio de las implicancias ideológico-políticas de léxico empleado por


periodistas y funcionarios para tratar el tema. Esta proliferación textual, en sus distintos niveles
y enfoques, permite pensar que estuvimos frente a algo que rozó lo innombrable, lo imposible,
un “desgarrón de lo humano”4 devenido patente: ante ello, hablar devenía imperativo.
Sintiéndome interpelada por los hechos, pero también por la pregunta acerca de en qué
medida aquello que había afirmado en el artículo sobre víctimas y vecinos podía conectarse
con lo que estaba ocurriendo, ya sea para ponerlo a prueba como para profundizarlo, decidí ini-
ciar las reflexiones que siguen, que no son más que unas notas provisorias e inacabadas cuya
única ambición es la de funcionar como dispositivo de apertura de preguntas antes que de afir-
mación de certezas.
Se trata ahora de preguntarse si esta “sorpresa” que suscitaron los linchamientos pueden
y deben considerarse una verdadera irrupción de algo nunca visto, un “retroceso” respecto de
formas más “avanzadas” de tramitación de ciertas formas de violencia social -en particular, de
eso que se llama la inseguridad- o si existen puntos de contacto de estos linchamientos y las
formas en que el discurso securitario analizado anteriormente organiza zonas de la experiencia
de la vida en la ciudad. Parto de la idea de que, tal vez, un análisis desde un enfoque atento a
las significaciones y las subjetividades puestas en juego permita pensar la violencia acaecida
en los linchamientos desmarcándonos de las certezas que conducen a dicotomías estériles.
Más específicamente: dado que no hay “mano dura”, ni “justicia por mano propia”, ni
“prevención situacional” a secas, sino en tramas concretas de relaciones, resulta de interés si-
tuar el modo en que se insertan en coyunturas específicas y -fundamentalmente aquí está mi
apuesta- teniendo en cuenta las subjetividades en las que se apoyan, de las que se alimentan y
que contribuyen a reforzar, acoplar, transformar, etc. Entonces, cabe la pregunta: ¿puede pen-
sarse que existe una relación entre aquel discurso securitario pretendidamente democrático, co-
munitarista, participativo, apoyado en una subjetividad que conjuga victimización, apoliticis-
mo y pretensiones de autoridad moral, y los sucesos de fines de marzo y comienzos de abril?
¿Hay algo en el discurso que sanciona a los vecinos como víctimas por excelencia y los habili-
ta a autogestionar su seguridad que pueda relacionarse con los linchamientos o con los modos
en que éstos son tratados? Considero que, más interesante que reducir los acontecimientos que
estamos viviendo a la pregnancia exclusiva (o a un “retorno”) de un discurso punitivista, sea

4 Tomo el giro del comentario “El linchador”, de Horacio González (10/04/2014):


http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2014/04/el-linchador.html?q=linchamientos.

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preguntarse si acaso, y en qué medida, ese revanchismo sin dudas vigente se vincula con otros
discursos, así como con formas subjetivas de mayor duración, que tal vez no sean tan ajenas a
la propia palabra que las denuncia.

***

Ante los recientes casos nombrados y puestos en serie como linchamientos, un primer
análisis de material hemerográfico5 permite identificar con facilidad dos “complejos” de for-
maciones discursivas6 -que por cuestiones de simpleza expositiva llamaré “discursos”- los cua-
les a su vez podrían ser remitidos a sendas formaciones ideológicas. Cada uno de estos discur-
sos provee sus propias reglas para la producción de diagnósticos, de explicaciones y de posi-
cionamientos acerca de los sucesos de público conocimiento.7 Tras señalar algunos de sus ele-
mentos más destacados, quisiera interrogarlos a partir de la pregunta por las figuras subjetivas
que allí se retoman, se refuerzan, se constituyen.

***

El primer discurso (que llamaré DISCURSO 1) sanciona a estas prácticas como homi-
cidios, sirviéndose en muchos casos de un recurso al vocabulario técnico del derecho como
aval de veracidad.8 Sin embargo, las trata también como muestras de irracionalidad, primitivis-

5 Utilizo una base documental que retoma notas de Página/12 y de La Nación entre el 29/03/14 y el 07/04/14.

6 De manera provisoria, prefiero hablar de dos “complejos” de formaciones discursivas y no de dos formaciones
discursivas, porque el análisis realizado permite atisbar la existencia sobredeterminada de distintos juegos de
reglas acerca de lo que puede y debe ser dicho (Fuchs y Pêcheux, 1975),. Ellos, no obstante, pueden ser
reagrupados en dos complejos discursivos que, sin fusionarse, revisten en ciertas coyunturas como la analizada
aquí la forma externa de una unidad.

7 No se trata, a partir de la constatación de dos “complejos”, de producir un análisis dicotomizador. Es innegable


que la división actual del espacio político se traduce de manera más o menos general en una simbolización
polarizada de los acontecimientos que atraen la atención pública, siendo muy pocos o ninguno los puntos
visibles de contacto. Sin embargo, se intentará producir un análisis que, partiendo de este hecho, procure
complejizar esa dicotomía.

8 He dado con notas que, apelando al lenguaje técnico del derecho, abren un canal de disputa a partir de la
exigencia de rigor terminológico y jurídico. Se desestiman por este medio las posiciones que veremos luego
asociadas al DISCURSO 2, en la medida en que se rectifica lo erróneo -o se denuncia lo malintencionado- del
empleo de giros como “legítima defensa”, “emoción violenta” u “homicidio en riña”, en favor de términos
como “homicidio agravado por alevosía y ensañamiento”. En este caso se hace patente lo dicho acerca de los
“complejos de formaciones discursivas”: nos encontramos ante una formación específica, vinculada al
discurso jurídico, que coloca la disputa en el nivel de las precisiones terminológicas y sus implicancias legales
y jurídicas, cuyas reglas acerca de lo decible evidentemente no rigen para todas las secuencias discursivas que

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mo, retroceso a un estado salvaje donde el hombre es el lobo del hombre. 9 Ahora bien, esta
agresividad salvaje no sería la de una horda cualquiera: es un horda, sí, pero ligada a su vez un
cinismo y un revanchismo de clase, por el cual ciertos grupos de individuos -ya sean privile-
giados, ya sean manipulados por discursos activados por sectores dominantes- echarían mano a
estigmas sociales disponibles para tomárselas contra “el otro” popular.10 Dicho de forma sim-
plificada, una de las explicaciones para estos fenómenos, entonces, es la circulación masiva de
un discurso massmediático sostenido por una oposición política al gobierno, que agita el fan-
tasma de la inseguridad para ganarse la adhesión de vastos sectores de la población a una pro-
puesta de corte punitivista y socialmente excluyente, con vistas a las elecciones de 2015.
Si bien desde el inicio del período relevado David Moreyra es considerado la víctima
del episodio, con el correr de los días se produce un desplazamiento en la categoría de joven.
Vemos que esta categoría estigmatizante, frecuentemente utilizada para nombrar a delincuentes
o a sospechosos (pobres, claro), se desplaza de Moreyra hacia los dos que lo patean: cuando
dos días después de la agresión se difunde el video donde se ve el ataque, ya no se habla de
Moreyra como un joven, sino como un “pibe linchado”, un “chico de 18 años” “pateado feroz-
mente por dos jóvenes”. Días después, Moreyra es caracterizado como un albañil de 18 años,
ya no como un joven. Como movimiento paralelo, se observa que la inicial presunción de de-
lincuencia que recaía sobre Moreyra desemboca en el señalamiento de su condición de labu-
rante como prueba de inocencia. Estos procesos pueden verse en los siguientes fragmentos, ex-
traídos de Página/12:
31 de marzo: Alrededor de las 16.45 de ese sábado, en un episodio confuso, dos jóvenes le
arrebataron la cartera a una joven madre, que iba con su hijo por las calles Marcos Paz y
Liniers. Cuando intentaban escapar a contramano por Liniers en una moto, chocaron con un
auto. Testigos aseguran que el accidente se produjo de manera casual; para otros, el choque fue
intencional para evitar la huida. Mientras que uno de los jóvenes logró escapar, Moreyra fue
atrapado por unos 50 vecinos, que le dieron una violenta golpiza.

vinculo a este “complejo”.

9 El conector concesivo “sin embargo”, al inicio de esta frase, apunta a la problematización del paradójico
recurso simultáneo al código penal y a las metáforas vinculadas a la locura o a la animalidad, las cuales
dejarían a los perpetradores de un acto delictivo fuera del alcance de la propia ley, en tanto inimputables.

10 Dentro de otra de las formaciones que componen el DISCURSO 1, Norma Giarraca escribe en Página/12
(07/04/14), tras preguntarse acerca de las razones de la progresiva “fascistización” de la sociedad: “Habría que
tener en cuenta condiciones de todo tipo, pero un papel muy importante lo juegan los formadores de opinión
pública: medios de comunicación, intelectuales, y los llamados 'think tanks', centros que en la actualidad
pueden ser un portal, un blog, una página de Facebook, destinados a convencer a políticos y diseminar
determinadas ideas, ideologías entre las poblaciones. (…) Nuestra hipótesis es que estos grupos habilitados
por los medios de comunicación, apoyados por periodistas, intelectuales de derecha, profundizan año a año la
'fascistización' para lograr sus objetivos con consenso social y electoral.”

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2 de abril: Así se pudo ver en una filmación casera a David Moreyra, el pibe linchado en barrio
Azcuénaga, cuando todavía era pateado ferozmente por dos jóvenes que lo dejaron desvanecido
en el suelo, en lo que se cree que fue el desenlace de la brutal paliza. (…) se solicitó que
aquellas personas que tengan videos o fotografías del suceso las acerquen al menos de manera
anónima a la fiscalía para dejar las pruebas. Es que según trascendió ayer, existieron amenazas
a vecinos para que esos datos no trascendieran.

7 de abril: El paroxismo se alcanzó con una sucesión de intentos de homicidio en distintos


lugares del país por parte de turbas descontroladas contra personas indefensas, a las que se
imputaba la comisión de delitos menores contra la propiedad. En el empobrecido Barrio
Azcuénaga, de Rosario, la tentativa fue exitosa y acabó a golpes con la vida del albañil David
Moreira, de 18 años. (Horacio Verbitsky)

De manera correlativa, al principio del período seleccionado se puede encontrar alguna


referencia a los linchadores como vecinos (31/03), pero, con el correr de los días, este apelativo
se va diluyendo en favor de otros: “turba que mata”, “80 tipos golpeando hasta matar a un pibe
reducido e indefenso”, “personas violentas”. Cuando aparece la horda o cuando los jóvenes son
los “malhechores”, se produce la defección del vecino, que vuelve hacia un lugar de inocencia
o pasividad: o bien vecinos son los testigos que miran sin intervenir, o bien los que resultan
amenazados por los reales agresores, o bien los que salen a dar fe de que David Moreira no era
un delincuente.
Encontramos en este aspecto la vigencia de atributos señalados al inicio como hegemó-
nicos en la definición de la condición vecinal: el vecino es la figura “sin atributos” (Pousadela,
2011) que no tiene parte en los asuntos, es la víctima de fuerzas sociales agresivas, es el que
está cerca de donde pasan las cosas y por eso su palabra vale.

***

En el segundo complejo, que llamo DISCURSO 2, los linchamientos son construidos


como actos de justicia por mano propia, vecinos atacando a delincuentes como consecuencia
de la inseguridad. La explicación que se brinda es que estos hechos estarían desencadenados
por la desesperación y el hartazgo de una ciudadanía que se siente desprotegida ante la ausen-
cia de las instituciones que debieran garantizar su seguridad, llamada de forma generalizada
como ausencia del Estado. El siguiente enunciado tomado de La Nación condensa el eje arti-
culador de este discurso:
31 de marzo: (…) algunos vecinos han atacado a ladrones para defenderse de la inseguridad,
una de las principales preocupaciones de los argentinos.

Las negritas señalan el desplazamiento que va del algunos al todos, ambivalencia cen-

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tral que la figura de los vecinos no sólo es capaz de soportar, sino sobre la cual se sustenta (vol-
veré sobre esto al final del trabajo). Por la vía de esta generalización, los linchadores aparecen
como gente común que hizo lo que cualquier otro hubiese hecho en una situación similar: así,
todos los argentinos devenimos eventuales linchadores, y dada nuestra preocupación y nuestro
miedo, es razonable que así sea. Por su parte, el subrayado marca el movimiento que va de
cierto ladrón singular a la inseguridad como problema general. Este segundo aspecto, que re-
tornaré cuando aborde el mecanismo de despersonalización e hiperpesonalización, es clave en
la posibilidad misma del linchamiento, ya que sanciona que los primeros (conjunto concreto de
individuos) encarnan a la segunda (problema abstracto): así, linchar (a otro) es luchar (contra
la inseguridad).
Contrariamente al primer discurso, encontramos aquí la atribución de una racionalidad
(o, más bien, de una “razonabilidad”) de fondo en los linchadores, que sería la que evalúa que,
ante la ausencia del Estado y la impunidad de los delincuentes, no queda otra que la acción di-
recta para salvar la propia vida en un contexto de guerra de todos contra todos.
Cabe notar que los linchamientos de esta “ola” fueron suscitados por delitos contra la
propiedad, y no contra las personas. Sin embargo, se constata la permanente defección de la
posesión de cosas en la de vida,11 lo cual opera doblemente: a) como un acelerador del efecto
de escándalo, de indignación y de miedo; b) como un generalizador de la inseguridad como
problema que afecta a todos (en tanto todos poseemos una vida, y no necesariamente propieda-
des).
Observamos por último un deslizamiento entre la idea de seguridad y la de justicia: los
linchamientos serían una forma -errada, aclaran algunos, pero a la larga entendible- de garanti-
zar la seguridad/justicia ausente. La explicación provista para estos sucesos remite no sólo a las
falencias en la provisión estatal de servicios básicos como la seguridad, sino a la negación deli-
berada y obstinada que se realizaría desde instancias del Gobierno Nacional respecto de la rea-
lidad de la inseguridad, lo cual resulta injusto para los argentinos de bien (los vecinos, los ver-
daderos ciudadanos).

***

Las explicaciones de los linchamientos ofrecidas por ambos discursos atribuyen a los
11 En Mitologías, Barthes caracteriza a la sociedad burguesa por la defección del nombre “burgués”. Junto con el
burgués, la propiedad privada también se desnombra y en su lugar aparecen la vida y el cuerpo como
posesión.

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linchadores dos figuras subjetivas contrapuestas. Por una parte, en el DISCURSO 2 encontra-
mos al ciudadano/vecino/gente, cuya violencia desesperada sería un modo extremo pero justi-
ficable de buscar un orden, de reclamar la vigencia de la ley allí donde las instituciones exis-
tentes se la niegan.
Cristian Ritondo (03/04/14): “los vecinos actúan en defensa propia porque están desguarecidos
del Estado”. “Esto es una respuesta al hartazgo, porque la gente se siente indefensa”

Sergio Massa (31/03/14): “La gente necesita al Gobierno garantizando el Estado de Derecho y
un sistema de sanciones que repriman las conductas al margen de la ley”.

Aquí, si la condición de víctima garantiza una posición de inocencia y habilita la posi-


bilidad de hablar “en la verdad”, y si a su vez vecinos es el nombre de las víctimas, resulta en-
tonces que el vecino se encuentra: a) autorizado para decir la realidad (y no la sensación) de la
inseguridad por vivirla en carne propia, y b) legitimado para organizarse y actuar por sus pro-
pios medios cuando se constata que no hay Estado capaz de escuchar su voz y satisfacer sus
necesidades.
Por la otra, en el DISCURSO 1 encontramos a la horda a la vez irracional y revanchis-
ta, que desconocería doblemente la ley común: en tanto que salvaje, no ajustada al pacto social,
o en tanto que movida por los intereses de grupos dominantes contra el pueblo. Si en el DIS-
CURSO 2 la violencia por parte de los vecinos-víctima aparece como un acto excepcional de la
gente común para reclamar indirectamente por la vigencia de la ley que sostiene a la comuni-
dad, en el DISCURSO 1 la violencia es lo que disuelve a esta última, lo que se manifiesta en la
aparición de categorías que la ligan a la barbarie o a la animalidad.
Sin embargo, cabe señalar un desplazamiento en la figura de los vecinos, que ya empie-
za a vislumbrarse como un punto de conexión entre ambos discursos. (Antes de avanzar sobre
algunas analogías en ambos discursos, cabe aclarar que, evidentemente, este señalamiento re-
fiere a ciertos elementos discursivos y a ciertas reglas comunes sobre las cuales se producen
significaciones y trata de extraer algunas consecuencias de estos paralelismos, pero ello no sig-
nifica que las implicancias políticas y sociales que se desprenden de estos “complejos” sean
comparables ni merezcan una misma valoración.)
Los vecinos es una categoría que permanece en ambos discursos como reserva de ho-
nestidad y buena fe: “No hablamos de vecinos, estamos frente a asesinos” (Berni, 02/04/14).
Por ello, esta figura se encuentra generalmente asociada con la de las víctimas (sean las que
sean, de acuerdo a cada discurso) y no con las formas de la agresión.12

12 Es interesante el hecho de que, en ocasiones (sobre todo en el DISCURSO 1), categorías como vecinos o

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La categoría de víctima se devela central también en ambos, y los desplazamientos que


atañen a esta figura son correlativos con el lugar también móvil de los vecinos y los familiares
de las víctimas. Para adentrarnos en este punto, comencemos constatando que en ambos discur-
sos encontramos que las víctimas lo son doblemente. En el primero, la condición de víctima
doble se atribuye al linchado: víctima de la turba enardecida y de la exclusión social. En el se-
gundo, las víctimas son los linchadores: víctimas de la inseguridad y de un estado ausente.
Estas tensiones tienen no obstante en común el hecho de situar la víctima y sus figuras
asociadas -vecinos y familiares- en una zona de intangibilidad: sus intenciones y atributos no
pueden ser objeto de duda -si lo son, dejan de ser víctimas para pasar a ser alguna otra cosa-, ni
tampoco pueden ser cuestionadas en su saber acerca de la realidad. En ambos casos, la víctima
estará en condiciones de hablar “en la verdad” (Foucault, 1987) y gozará de una posición de
inocencia tal que su accionar pueda ser comprendido y eventualmente justificado. Ya sea la
propia víctima cuando puede hablar (como los vecinos que hacen justicia por mano propia en
el DISCURSO 2)13 ya sean sus familiares o sus vecinos como sus portavoces (como los parien-
tes de Moreyra), la condición de víctima o su cercanía respecto de ella habilita las posibilida-
des para decir “las cosas como son”.

***

Desde un punto de vista formal, existen otras dos homologías entre ambos discursos,
aunque éstas se resuelvan de formas diferentes. En ambos casos, aparece un otro antagónico
que es acusado de una ceguera deliberada: como vimos, en el DISCURSO 2 se trata del Go-
bierno que pretende reducir la inseguridad a una mera sensación y que garantiza la impunidad
de los delincuentes por sobre las víctimas. En el DISCURSO 1, el poder mediático concentra-
gente son problematizadas en tanto tales, denunciando la moralidad de clase que encubren. Sin embargo, junto
con la denuncia del empleo interesado de estas categorías, se refuerza nuevamente su vigencia generalizada
como marcadores de probidad ética, al señalar que existen vecinos o gente auténticos. Por ejemplo, en el
siguiente enunciado el uso de gente con comillas y sin comillas es revelador: “Ya, al toque, cuando esto suceda
de modo inevitable, cuando ya no hablemos de interpretar linchamientos, no por la vergüenza ajena que
debiera dar sino porque la prensa abandonó el tema y 'la gente' dejó de hablar de eso, quedará al descubierto lo
que jamás deja de estar a la vista. Que ciertos medios, que no son todos los medios, no tienen escrúpulo
alguno para manifestar su ignorancia. O su interés de clase, mejor. Y que cierta gente, que no es toda la gente,
tampoco.” (Horacio Verbitsky en Página/12, 07/04/10).

13 Aquí el vecino se sitúa en ese juego que señalé en el artículo que menciono al inicio, por el cual no se es
víctima de un hecho delictivo puntual, sino de la inseguridad como estado permanente de la vida cotidiana. De
allí su capacidad para suscitar solidaridades: en tanto todos somos víctimas de la inseguridad, todos podemos
linchar al ratero que la encarna.

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do y la oposición pasarían por alto de forma cínica que la inseguridad no se reduce a la delin-
cuencia, sino que inseguridad es la exclusión de vastos sectores sociales, exclusión que esa
misma oposición promovería como modelo de sociedad.
La segunda homología radica en que en las secuencias discursivas relevadas, más que
una oposición entre víctima/agresor, prima otra: víctima/factor de victimización. Se detecta un
mecanismo común a ambos discursos, que consiste en poner en juego operaciones simultáneas
de híperpersonalización/despersonalización. La primera apunta a quien sea señalado como víc-
tima y a sus allegados (vecinos y familiares), de quienes se dan a conocer los detalles más coti-
dianos, los sentimientos, se describen sus gestos faciales, etc. Esto puede ser interpretado como
parte de un mecanismo de interpelación ideológica (Althusser, 1970) orientado a favorecer la
identificación intersubjetiva. Como contrapartida, en ambos discursos se presentan los factores
de victimización como unas fuerzas despersonalizadas: la inseguridad, la ausencia del estado,
los hechos aberrantes e ilegales, el afán de venganza, los grupos de personas violentas, las
turbas enfurecidas, la delincuencia. Esta despersonalización se basa en dos criterios centrales:
o bien los factores de victimización no son “personas” por ser abstractos, o bien no lo son por
irracionales, bárbaros, animales. Por ejemplo, la declaración por parte de Daniel Scioli, gober-
nador de la Provincia de Buenos Aires, de un “estado de emergencia de seguridad” el 5 de abril
fue acompañada por una batería de medidas que tenían por beneficiaria “a la población que su-
fre el ataque cruel y salvaje de una delincuencia de características violentas sin precedentes”.
El mecanismo de despersonalización (donde el otro deviene lo otro, ya sea porque se lo
construya como bestial, salvaje, primitivo, ya sea porque se lo presente como una fuerza abs-
tracta) aparece ligado a la emergencia de colectivos difusos aunque fugazmente identitarios
montados sobre la base de la urgencia y la autodefensa, cuya unidad se sostiene en la vigencia
de formas simbólicamente cerradas y, en el límite, físicamente violentas, lo cual se patentiza en
el caso del DISCURSO 2. Además, este mecanismo despersonalizador puede vincularse a lo
dicho acerca de la producción de otros “matables” en tanto no-personas. En este sentido, tiene
la “ventaja” de producir un efecto por el cual nadie pareciera estar enfrentándose a individuos
reales y vivientes, sino a “amenazas” y “peligros” no humanos.14
14 En el artículo que refiero al inicio, reparé en este aspecto en relación con los mapas de la inseguridad. Decía
que allí que se desplazaba la peligrosidad de los sujetos a los territorios: “Si, como afirmaba Kessler (2009),
la etapa de generalización de la inseguridad se caracterizaba por una deslocalización del peligro y una
desidentificación de la amenaza, la producción de este complejo de saberes procura una relocalización del
peligro a partir del intento de asignar valores de riesgo al espacio urbano. Así, las acciones defensivas
reclamadas o realizadas por los vecinos parecieran llevarse a cabo sin necesidad de criminalizar ni relegar a
nadie, en tanto operarían sobre el territorio mismo.” Este borramiento de los sujetos amenazantes concretos en
pos del territorio peligroso contribuía a sostener el carácter no-punitivo, sino “democrático” y “tolerante” de

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En sentido inverso aunque complementario, la contrapartida hiperpersonalizadora pone


en juego un mecanismo de reconocimiento intersubjetivo donde lo que aparece como eje de las
identificaciones es la condición de indefensión individual15 en un estado general diagnosticado
como de riesgo.

***

Al final de aquel artículo mencionado sobre los vecinos-víctima como gestores de su


propia seguridad en el marco de iniciativas de prevención situacional intenté avanzar, a tientas,
sobre algunas de las posibles implicancias de lo analizado acerca de la construcción de las víc-
timas y los vecinos. Afirmaba allí que la consolidación de la inseguridad como problema social
de primer orden cuya víctima por excelencia eran los vecinos permitía extraer como primera
implicancia el refuerzo de la reducción hegemónica de la inseguridad a los delitos contra la
propiedad privada y a la manera en que ésta altera los estilos de vida, proveyendo el patrón de
tratamiento de -o directamente eclipsando- otras inseguridades (laborales, de infraestructura,
sanitarias, etc.). Además, podía derivarse de allí una tendencial fijación de la condición de víc-
tima a la víctima de la inseguridad, y una exclusión de la consideración como víctima de quien
no pueda ser considerado vecino (apolítico, suscriptor de la moral dominante, defensor de inte-
reses concretos ligados a lo cotidiano). Es como si el eslogan de una de las asociaciones que
disparó aquellas reflexiones (“Todos [los vecinos] somos víctimas”) jugase en la ambigüedad
con otro enunciado ausente: “sólo los vecinos somos víctimas”. Este juego arraiga en la ambi-
valencia que caracteriza la construcción hegemónica actual de la categoría de vecinos, capaz de
referir simultáneamente tanto al colectivo más amplio y difuso de los habitantes de la ciudad y
eventualmente del país -“todos”- como al grupo de ciudadanos responsables que paga sus im-

las iniciativas de prevención situacional, en la medida en que no se emprenderían contra nadie en particular.

15 El carácter “individual” de la indefensión no se contradice con la circulación de creencias del tipo “todos
somos víctimas” o “nos están matando como moscas”. Lo individual es aquí la vivencia, el modo imaginario
como los sujetos se experimentan en una situación diagnosticada como de inseguridad. Ocurre algo análogo
en los dispositivos de prevención situacional. Allí, hasta la propia estructura organizacional de las asociaciones
daba cuenta de que no estábamos ante lo que Voloshinov denomina una “vivencia-nosotros” ligada a la
constitución de un colectivo, sino más bien a ese modo específico de “vivencia-nosotros” que es la “vivencia-
yo”, que el autor vincula al modo con que la burguesía se representa para sí su relación con la sociedad de
clases, y que se generaliza en la medida en que es la vivencia de la clase dominante. En las asociaciones de
prevención, esto se advierte en el modelo de la red compuesta por nodos -individuos o familias-
intercambiables que pueden adicionarse a o sustraerse sin que la red se vea afectada en su funcionamiento. No
hay allí colectivo sino agregación simple de individuos. De igual modo, en el caso de los linchamientos, y
especialmente en el DISCURSO 2, la víctima es una figura asociada a la vivencia individual, y la indefensión
aparece como un estado propio, tanto como son propios los bienes y sus representaciones desplazadas: el
cuerpo y la vida.

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puestos -“los mejores”-, como se evidenciaba en el citado enunciado que se movía entre algu-
nos vecinos y todos los argentinos. Esta ambigüedad puede expresarse de otro modo como la
relación simultánea que el vecino mantiene con el hombre privado (ligado a intereses particula-
res) y el ciudadano (ligado al “interés general”); en suma, su relación con las figuras ideológi-
cas que adquiere el burgués en la ética, la economía y la política.16
El primero de los corolarios mencionados da cuenta de un proceso de larga data donde
esa reducción ha alcanzado una fijación relativamente estable, aunque en algunas ocasiones
ella se explicite y se vuelva eje de conflicto. El segundo señala uno de los puntos donde las ini-
ciativas de prevención situacional basadas en la coordinación de individuos y familias dan lu-
gar también a formaciones de sesgo identitario, aunque no se presenten como tales. Este efecto
es posible gracias a la mencionada ambivalencia que alberga la figura de vecinos.
Terminaba aquel artículo sosteniendo que mientras los discursos punitivistas estaban le-
jos de haber desaparecido, el discurso securitario allí analizado también asumía la inseguridad
como problema, pero la ponía en relación con nuevos elementos. La victimización como esta-
do permanente se cruzaba allí con una incitación a la participación vecinal concebida como
modo de “democratización de la democracia”. Las iniciativas de organización vecinal para la
vigilancia y la denuncia resultaban legitimadas en la medida en que se presentaban como solu-
ciones democráticas, consensuadas y ajenas a los vicios de la política en tanto estaban hechas
por los vecinos.17
A su vez, estas iniciativas ofrecían como horizonte una imagen de recuperación del es-
pacio público, de “retorno a la calle”. Sin embargo, quedaba planteado como interrogante si la
promoción de la vuelta de los vecinos al espacio público como estrategia contra la inseguridad
suponía un nuevo tipo de de vínculo intersubjetivo y de apropiación de la ciudad, o si no entra-
ñaba nuevas modalidades despolitizadoras. Como factor de eventual despolitización podía se-
ñalarse la profusión de espacios defensivos sin colectivo, es decir, de espacios donde lo colecti-
vo -en tanto que “nosotros” que se constituye en el trazado común de horizontes por-venir (Ca-
letti, 2006)- era suplido por un agregado de individuos aislados circunstancialmente conjunta-
dos, y donde los disensos inherentes a la imaginación de futuros quedaban relegados en privile-
gio de las exigencias de un consenso para la toma de las decisiones que demanda un presente

16 Löwith cita a Hegel: “El mismo se preocupa de sí y de su familia (…) y también trabaja para lo general (…).
Según el primer sentido, se llama bourgeois, de acuerdo con el segundo, citoyen. Burgués y ciudadano, tanto
uno como el otro, desde el punto de vista formal, son burgueses” (Löwith, 2008: 309).

17 Acerca de las implicancias de la perspectiva consensualista, cf. Mouffe (2007).

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diagnosticado como de emergencia.


Cabría agregar ahora que esos “agregados de individuos aislados” son una de las for-
mas ideológicas disponibles para que unos grupos sociales se representen a sí mismos en tanto
que integrantes de una sociedad que se les aparece como compuesta por individuos autodeter-
minados e idealmente libres (de comprar y vender, de elegir sus representantes, etc.). En los
casos analizados, dicha auto-representación, por más que tome como su unidad mínima al indi-
viduo, trae consigo un sesgo identitario particular, que interpela a un “nosotros” situado de
antemano en la justicia y en la verdad, y que por ello puede atribuirse la potestad de sancionar
a sus “otros” como amenazas para su seguridad y, eventualmente, darse el derecho de decidir
qué hacer con ellos.
Lo dicho hasta aquí ha mostrado que la fijación del sentido de la víctima constituye hoy
en día una apuesta central en la disputa por hegemonizar el campo de la discursividad. Ello de-
vela la vigencia actual de la víctima como una categoría que se encuentra de forma indiscutida
en un espacio de intangibilidad y de verdad: lo que se disputa es qué sujetos serán dignos de
ser así designados, pero la puesta en duda de la víctima como sujeto de derechos queda por
fuera de lo posible y de lo decible. Algo similar ocurre con la categoría de vecino, de allí tam-
bién su tendencial convergencia. Ahora bien, dejo planteada la necesidad de reflexionar acerca
de la calidad de los “nosotros” construidos sobre esta figura hegemónica de la víctima, que es
lo mismo que preguntarse acerca del lugar que le queda -si acaso le quedara alguno- a la inven-
ción colectiva de nuevos modos de vivir juntos al interior de dichos espacios.

Bibliografía referida

Althusser, L. (1970). Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Buenos Aires: Nueva Visión.
Barthes, R. (2008). Mitologías, Argentina: Siglo XXI.
Caletti, S. (2006). "Decir, autorrepresentación, sujetos. Tres notas para un debate sobre política
(y comunicación)". Revista Versión. Estudios de Comunicación y Política, N°17, pp. 19-78.
Foucault, M.. (1987). El orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets.
Fuchs, C. y M. Pêcheux, M. (1975). “Mises au point et perspectives à propos de l'analyse
automatique du discours”, Langages, 37, pp. 7-80. Versión en español: Pêcheux, M. (1978)
Hacia el análisis automático del discurso. Madrid: Gredos.
Kessler, G. (2009). El sentimiento de inseguridad. Sociología del temor al delito. Argentina:
Siglo XXI Editores.
Löwith, K. (2008). De Hegel a Nietzsche. La quiebra revolucionaria del pensamiento en el
siglo XIX, Argentina: Katz Editores.

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Mouffe, Ch. (2007). En torno a lo político, Buenos Aires: FCE.


Pousadela, I. M. (2011). Entre la deliberación política y la terapia de grupo: la experiencia de
las asambleas barriales-populares en la Argentina de la crisis. Buenos Aires: CLACSO.
Voloshinov, V. (1976) El signo ideológico y la filosofía del lenguaje, Buenos Aires: Nueva
Visión.

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