Está en la página 1de 4

Slavoj Zizek. Si estamos en la misma balsa ...

- Clarín
Recortado de: https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/slavoj-zizek-misma-balsa-
_0_IbUuwuFt.html
Cómo afrontar la desgracia en común. El filósofo esloveno acude a la antigua metáfora
griega para exhortar a que nos comportemos como ciudadanos de la Ilustración y que
dejemos tomar el mando a la ciencia.

Una cajera de origen chino detrás de una cortina de nylon atiende un supermercado en
Buenos Aires. Foto: AP/Natacha Pisarenko.

Li Wenliang, el médico que primero descubrió la epidemia actual y fue censurado por
las autoridades, fue un auténtico héroe de nuestra época, algo parecido a los
denunciantes Chelsea Manning y Edward Snowden chino. Por ello, no es de
sorprender que su muerte provocara indignación generalizada. La reacción predecible
ante la forma en que el Estado chino enfrenta las epidemias queda bien reflejada en
las palabras de Verna Yu: “Si China valorara la libertad de expresión, no habría una
crisis de coronavirus”.

“Si la libertad de expresión y otros derechos elementales de los ciudadanos chinos no


se respetan, las crisis como esta no dejarán de repetirse. (…) Puede parecer que los
derechos humanos en China tienen poco que ver con el resto del mundo pero, como
vimos en esta crisis, puede ocurrir un desastre cuando China atenta contra las
libertades de sus ciudadanos. Es hora de que la comunidad internacional tome está
cuestión en serio”.

Las últimas noticias sobre el virus que afecta a la Argentina y al mundo.

Es cierto, uno puede decir que todo el funcionamiento del aparato estatal chino va
contra la vieja consigna de Mao de “¡Confía en el pueblo!”, que se basa en la premisa
de que uno NO debe confiar en el pueblo: el pueblo debe ser amado, protegido,
cuidado… pero no hay que confiar en él. Esta desconfianza es la culminación de la
misma postura que muestran las autoridades chinas cuando se enfrentan a las
protestas ecológicas o los problemas sanitarios de los trabajadores. Las autoridades
chinas cada vez más parecen recurrir a un procedimiento particular: una persona (un
activista ecologista, un estudiante marxista, el jefe de Interpol, un predicador religioso,
un editor de Hong Kong, incluso una actriz de cine popular) simplemente desaparece
durante un par de semanas (antes de reaparecer en público con acusaciones específicas
contra ella), y este prolongado período de silencio transmite el mensaje clave: el poder
se ejerce de un modo impenetrable en el que nada tiene que ser probado, el
razonamiento legal viene después, cuando este mensaje básico ha llegado… Pero el
caso de la desaparición de estudiantes marxistas, no obstante, es específico:
mientras que todas las desapariciones atañen a individuos cuyas actividades pueden
caracterizarse en cierto modo como una amenaza para el Estado, la desaparición de los
estudiantes marxistas legitima su actividad crítica mediante una referencia a la
ideología oficial misma.

Lo que desencadenó una reacción de tal pánico en la dirigencia del partido, obviamente
fue que apareciera el espectro de una red de auto-organización a través de vínculos
horizontales directos entre grupos de estudiantes y trabajadores basada en el
marxismo, con simpatías entre algunos viejos cuadros del partido e incluso partes del
ejército. Una red como esa socava directamente la legitimidad del gobierno del partido
y delata su impostura. No es de extrañar entonces que, en los últimos años, se cerraran
muchos sitios web “maoístas” y se prohibieran grupos marxistas de debate en las
universidades: lo más peligroso que se puede hacer hoy en China es creer en la
ideología oficial y tomarla en serio.

China ahora está pagando el precio de esa postura: “La epidemia de coronavirus podría
propagarse a dos tercios de la población mundial si no puede ser controlada”, dijo el
principal epidemiólogo de salud pública de Hong Kong, Gabriel Leung. La gente
necesitaba tener fe y confianza en su gobierno mientras la comunidad científica
desentrañaba el nuevo brote”, insistió, “y obviamente, cuando hay medios sociales y
noticias falsas y noticias ciertas, todo ello mezclado, y luego nada de confianza, ¿cómo
se combate esa epidemia? Se necesita más confianza, más sentido de solidaridad,
más buena voluntad, todo lo cual se ha agotado”.

Debe haber más de una voz en una sociedad sana, dijo el Dr. Li desde su cama de
hospital poco antes de morir, y esa necesidad urgente de que se oigan otras voces no
necesariamente significa el tipo occidental de democracia multipartidaria. Sólo requiere
un espacio abierto donde se oigan las reacciones críticas de los ciudadanos. El principal
argumento contra la idea de que el Estado tiene que controlar los rumores para evitar
el pánico es que ese mismo control difunde desconfianza y así crea aún más rumores
de conspiración. Sólo la confianza mutua entre las personas comunes y el Estado puede
hacer ese trabajo.

Se necesita un Estado fuerte en tiempos de epidemia porque hay que tomar medidas
en gran escala con disciplina militar (cuarentena). China pudo aislar a decenas de
millones de personas, y deberíamos tratar de imaginar la misma epidemia enorme
en los Estados Unidos: ¿El Estado podría aplicar las mismas medidas? Apostaría a que
miles de libertarios con armas pelearían por salir con la sospecha de que la cuarentena
es una conspiración del Estado… ¿En consecuencia, habría sido posible prevenir el
brote con más libertad de expresión o China ahora está sacrificando a Hubei para salvar
al mundo?
En algún sentido, ambas versiones son ciertas, y lo que empeora aún más las cosas es
que no hay una manera fácil de separar la “buena” libertad de expresión de los “malos”
rumores. Cuando las voces críticas se quejan de que “la verdad siempre será tratada
como rumor” por las autoridades chinas, uno debería agregar que los medios oficiales
y el amplio dominio de las noticias digitales ya están llenos de rumores.

Un virulento caso de rumores fue el de uno de los principales canales de la televisión


nacional rusa, el Canal Uno, que lanzó un espacio fijo dedicado a las teorías
conspirativas sobre el coronavirus en su principal noticiero de la noche, Vremya
(“Tiempo”). Este estilo de periodismo es ambiguo pues parece desmentir las teorías
pero deja a los televidentes con la impresión de que estas contienen un núcleo de
verdad.

El mensaje (oscuras élites occidentales y especialmente los EE.UU. en última instancia


son los culpables de la epidemia de coronavirus) se difunde entonces como un rumor
dudoso: es demasiado delirante para ser verdad pero, sin embargo, ¿quién sabe…? La
suspensión de la verdad extrañamente no anula su eficiencia simbólica. Además, ni
siquiera deberíamos eludir la posibilidad de que a veces no decir toda la verdad al
público puede impedir eficazmente el pánico que podría llevar a que haya más víctimas.
En ese nivel, el problema no puede resolverse. La única salida es la confianza mutua
entre el pueblo y los aparatos estatales, y esto es lo que falta dolorosamente en China.

Si se produjera una epidemia mundial, ¿somos conscientes de que los mecanismos


del mercado no serán suficientes para impedir el caos y el hambre? Deberían evaluarse
en el plano global medidas que a la mayoría de nosotros hoy nos parecen “comunistas”:
coordinación de la producción y la distribución fuera de las coordenadas del mercado.
Deberíamos recordar aquí la hambruna irlandesa de las papas de la década de 1840,
que devastó a Irlanda, con millones de muertos o personas obligadas a emigrar. El
estado británico mantuvo la confianza en los mecanismos del mercado, e Irlanda
exportaba alimentos aun cuando millones sufrían… Es de esperar que una solución
brutal similar no sea aceptable hoy.

¿Marte ataca?

Se puede interpretar la epidemia actual de coronavirus como una versión invertida de


La guerra de los mundos (1897) de G.H. Wells, la historia de cómo los marcianos
conquistaron la tierra y el desesperado protagonista-narrador descubre que todos los
marcianos han muerto por el embate de patógenos terrestres a los que no tenían
inmunidad: “asesinados, luego de que todos los recursos del hombre habían fallado,
por las cosas más humildes que Dios, con su sabiduría, ha puesto en esta tierra”. Es
interesante destacar que, según Wells, el argumento surgió de una conversación con
su hermano Frank sobre el efecto catastrófico de los británicos en los aborígenes
tasmanos. ¿Qué pasaría, se preguntó, si los marcianos le hicieran a Gran Bretaña lo
que los británicos les hicieron a los tasmanos? Sin embargo, los tasmanos no tenían
patógenos letales para derrotar a sus invasores.

Quizá las epidemias que amenazan con diezmar a la humanidad deberían ser tratadas
como la historia de Wells al revés: el “invasor marciano” que explota y destruye
despiadadamente la vida en la tierra somos nosotros mismos, la humanidad y, luego
de que todos los recursos de los primates altamente desarrollados para defenderse de
nosotros han fallado, ahora nos vemos amenazados “por las cosas más humildes que
Dios, con su sabiduría, ha puesto sobre esta tierra”, tontos virus que se reproducen
ciegamente… y mutan.
Por supuesto, deberíamos analizar en detalle las condiciones sociales que hicieron
posible la epidemia de coronavirus. Sólo pensemos en cómo, en el mundo
interconectado de hoy, un británico que se reúne con alguien en Singapur vuelve a
Inglaterra y después se va a esquiar a Francia, infectando allí a otras cuatro
personas... Los sospechosos de siempre esperan en fila ser interrogados: el mercado
capitalista global, etc. Sin embargo, no debemos ceder a la tentación de tratar la
epidemia actual como algo que tiene un significado más profundo: el castigo cruel pero
justo a la humanidad por la despiadada explotación de otras formas de vida o lo que
sea… Pero si buscamos ese mensaje oculto, seguimos siendo premodernos: tratamos
a nuestro universo como socio en la comunicación. Aun cuando nuestra supervivencia
misma esté amenazada, hay algo tranquilizador en el hecho de que seamos castigados:
el universo (o incluso Alguien en algún lugar) está mirándonos… Lo verdaderamente
difícil de aceptar es el hecho de que la epidemia actual es resultado del azar natural
en su forma más pura, que simplemente ocurrió y no encierra ningún significado oculto.
En el orden superior de las cosas, somos una especie irrelevante...

Reaccionando a la amenaza planteada por el brote de coronavirus, el premier israelí


Netanyahu de inmediato ofreció ayuda y coordinación a la Autoridad Palestina, no
por bondad y consideración humana sino por la sencilla razón de que es imposible
separar a los judíos de los palestino allí: si un grupo se ve afectado, el otro
inevitablemente también lo estará. Esta es la realidad que deberíamos traducir a la
política. Este es el momento de abandonar la consigna “Estados Unidos (o quien sea)
primero”. Como dijo Martin Luther King hace más de medio siglo: “Puede que todos
hayamos venido en distintos barcos, pero ahora estamos en el mismo bote”. Si no
empezamos a comportarnos así, bien podríamos acabar en un barco llamado Diamond
Princess.

Slavoj Žižek es sociólogo, psicoanalista y crítico cultural; vive en Liubliana. Entre sus
libros se cuentan: El títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo, en Paidós;
La suspensión política de la ética, Fondo de Cultura Económica. Su último ensayo
traducido es La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror, en Anagrama.

Traducción: Elisa Carnelli

También podría gustarte