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¿QUÉ SIGNIFICA VIVIR EN EL ESPÍRITU SANTO?

Romanos 8:1-27

INTRODUCCIÓN

La Biblia nos llama a vivir una vida agradable a Dios. Sin embargo, la
misma solamente puede ser alcanzada si aprendemos a vivir en comunión
con el Espíritu Santo. Algunos, erróneamente asocian vivir en el Espíritu
con alguna doctrina o enseñanza carismática o pentecostal. No obstante,
la doctrina del Espíritu Santo y su obra en el creyente es fundamental para
comprender la vida cristiana. Cuando nos referimos a aprender a vivir en
el Espíritu Santo, nos referimos a la necesidad de todo creyente de
someterse al control o a la voluntad de Dios. 

En Romanos 8, Pablo presenta la única manera en la que podemos vivir


siendo agradables a Dios, viviendo por medio del Espíritu. Pero, ¿no es
suficiente con Cristo? ¿Por qué debemos aprender a vivir en el Espíritu? A
continuación, algunos aspectos a considerar.

I. LA CARNE NO PUEDE SUJETARSE A DIOS.

Aunque Cristo (el Hijo) es la base de nuestro perdón y de nuestra


reconciliación con Dios, no obstante, el Espíritu Santo es el agente
regenerador y vivificador en la vida del creyente. En nuestra naturaleza
humana no podemos agradar a Dios, por cuanto la carne no puede
sujetarse a sus mandamientos. A continuación, dos razones
fundamentales para ello:

A)    La carne es esclava del pecado y está viciada con él.

La Biblia expone que somos llamados pecadores no porque pecamos,


sino que pecamos porque somos pecadores. El problema del pecador no
reside en sus malas acciones, las decisiones o las circunstancias que le
rodean, sino que el mal es el resultado de su propia naturaleza, producto
de la caída (Génesis 3) y de vivir, por ende, en rebeldía contra Dios. Pablo
lo presenta de la siguiente manera en Romanos 8.

“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al


pecado.” (Romanos 7:14)

“Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la
carne...” (Romanos 8:3)

“Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne…


(Romanos 8:5)

“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios;


porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven
según la carne no pueden agradar a Dios.” (Romanos 8:7-8)

Cuando hablamos de la carne, hacemos referencia a lo que la Biblia


describe como los deseos propios de la naturaleza humana pecaminosa,
los cuales son descritos en Gálatas 5:19-21.

“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación,


inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos,
iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras,
orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto,
como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios.”

B)     La ley no tiene poder sobre la carne.

Como la naturaleza del pecador está habituada o esclavizada al pecado,


la ley, aunque santa, justa y buena, sólo puede señalarle el camino de la
justicia, pero no puede hacer que el pecador pueda vivir una vida justa
delante de Dios. Lo que esto significa es que la ley no provee al pecador
del poder para serle agradable a Dios. Por tal razón, la ley como dice un
refrán conocido, sólo puede llevar el caballo al río, pero no puede obligarlo
a beber agua. La Biblia lo expresa como sigue:

“Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne,
Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del
pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se
cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino
conforme al Espíritu.” (Romanos 8:3-4)

“Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad


e ineficacia (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una
mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios.” (Hebreos 7:18-19)

II. EL CREYENTE DEBE DESPEJARSE DE TODA CONDENACIÓN


PASADA.

Si no entendemos que hemos sido reconciliados por medio de Cristo, a


través del perdón de nuestros pecados, viviremos bajo un espíritu de
condenación que nos mantendrá alejados de una vida de intimidad con
Dios. El creyente en Cristo ya no está bajo condenación, pues ha sido
justificado completamente (esto es, totalmente perdonado). El creyente no
es un mero pecador para Dios, ya que su relación con Dios en Cristo es
de hijo. Observe la manera en que Pablo lo presenta en la carta a los
Romanos.

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de


nuestro Señor Jesucristo.” (Romanos5:1)

“por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual


estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de
Dios.” (Romanos 5:2)

“…Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la
carne a la ley del pecado.” (Romanos 7:25)

 “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo


Jesús...” (Romanos 8:1)

Jesús le dijo a sus apóstoles que enviaría al Consolador y que podrían


depender y confiar en él. Sin embargo, nuestra relación con él se verá
afectada, si sólo nos vemos como pecadores. Ahora, si reconocer nuestra
debilidad nos lleva a depender del Espíritu Santo, entonces, nuestra
debilidad se convertirá en nuestra mayor fortaleza, el camino a una vida
en el Espíritu.

III. EL CREYENTE DEBE APRENDER A PENSAR EN EL ESPÍRITU SANTO.

Nuestras acciones, metas, aspiraciones y decisiones, entre otras, son el


resultado de cómo pensamos y de cómo vemos el mundo que nos rodea
(esto es, nuestra cosmovisión). Por tal motivo, la Biblia nos llama a renovar
nuestro pensamiento o la manera de pensar, pues si nuestra vida ha de
cambiar, nuestros pensamientos deben cambiar primero.

“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que
está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu
de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la
justicia y santidad de la verdad.” (Efesios 4:22-24)

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la


renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la
buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:2)

En Romanos 12:2 se nos dice que nuestra manera de pensar debe ser
cambiada de manera tal, que podamos entender y vivir en la buena
voluntad de Dios que es agradable y perfecta.

IV. EL CREYENTE DEBE ENTENDER QUE VIVE POR EL ESPÍRITU SANTO


DE DIOS.

La obra de la salvación en el creyente es iniciada por la obra del Espíritu


Santo y continúa en él y por él, puesto que Dios nos selló con su Espíritu
para que vivamos por él. El apóstol lo expone en Romanos cuando
asevera lo que sigue:

“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el


Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad
está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la
justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora
en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará
también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.”
(Romanos 8:9-11)

Nuestra vida está ligada a Dios Espíritu Santo. Debemos entender esta
verdad, ya que, el amado Espíritu Santo es más que un poder, un don, una
capacitación o una unción en nuestra vida, es Dios mismo viviendo en
nosotros, tal como Jesús lo prometiera.

V. EL CREYENTE DEBE PERMITIR QUE EL ESPÍRITU SANTO TOME EL


CONTROL DE SU VIDA.

La tarea del creyente consiste en rendir su voluntad, de manera voluntaria


a la obra del Espíritu Santo de Dios. Pero, tristemente muchos se hallan
contristándole (Efesios 4:30) y algunos, asegura Pablo, le apagan
(1Tesalonicenses 5:19) en sus vidas.

“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed


llenos del Espíritu.” (Efesios 5:18)

“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.”

(Gálatas 5:16)

“Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.” (Gálatas


5:25)

Jesús le comunicó a sus discípulos, en los capítulos 14 al 16 del evangelio


de Juan, que debían dejarse guiar por el Consolador (el Espíritu Santo)
después de su partida. Vemos en el capítulo 15 de dicho evangelio, que
les mandó a vivir en total dependencia de él, pues de ello, dependería su
vida espiritual y el fruto que llevarían. Es necesario comprender que no
hay sustitutos para una vida en el Espíritu.

VI. EL CREYENTE DEBE APRENDER A DESCANSAR EN LA OBRA DEL


ESPÍRITU SANTO.

La obra de la salvación no se inició porque usted tomara una decisión,


sino porque Dios decidió salvarle en la eternidad. Por consiguiente, el
resultado total de nuestra vida como creyentes, nunca ha descansado en
nosotros, sino en el plan y en el propósito de Dios. Todo lo que el creyente
necesita se encuentra en la obra del Espíritu Santo. Él mismo es la gracia
de Dios en nosotros, es quien nos hace fuertes en nuestra debilidad.

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos
de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra
vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual
clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos
juntamente con él, para que juntamente con él seamos
glorificados.” (Romanos 8:14-17)

Pablo presenta que aun el Espíritu Santo intercede por nosotros ante el
Padre, pues a pesar de que presentamos nuestras oraciones a Dios, no
sabemos pedir como conviene.

“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué


hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los
corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la
voluntad de Dios intercede por los santos.” (Romanos 8:26-27)

Solamente a través de una vida en el Espíritu Santo, obtendremos lo


necesario para continuar hacia adelante y poder cumplir con el llamado de
Dios como hijos (Hechos 1:8). Recuerde que Dios no depende de usted,
por cuanto el llamado es a aprender a depender de él.

CONCLUSIÓN

Nuestra vida cristiana fue iniciada por Dios, debido a la condición


pecaminosa en la cual nos encontrábamos. El Espíritu Santo (Dios) fue
quien obró en nuestra vida para poder recibir la gracia y mediante la fe en
Cristo, recibir la salvación a la cual Dios nos habría de llamar conforme a
su predestinación. Por consiguiente, el Espíritu Santo no sólo es el
iniciador de la obra salvífica, sino que él mismo es nuestra garantía (las
arras) de nuestra total y completa redención. Él ha venido a hacer morada
en nosotros para poder tener una relación personal con él.

Ningún creyente podrá seguir hacia delante ignorando la importancia de la


obra del Espíritu Santo en su vida. Según en el Antiguo Pacto, los
israelitas dedicaban toda su vida a buscar vivir por la ley, ahora, en el
Nuevo Pacto somos llamados por Dios a vivir en lo que Pablo llama en la
carta a los Romanos, la ley del Espíritu de vida, que no es otra cosa que
aprender a vivir en el espíritu, mediante una relación con el Espíritu Santo
de Dios.

Bendiciones.

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