Al leer acerca de la crítica acerca de la novela, nos encontramos que, en su tiempo,
llegó a ser muy mal recibida. Claro está, no es de sorprender. Resulta una novela, si se quiere, injuriosa, que dibuja la capital venezolana, y, de cierto modo, al propio venezolano, como personaje de fantoche, con ínfulas de grandeza, de prestigio, sin llegar a ser más que un pobre mamarracho. Algo de eso hay en la novela, puede ser. No obstante, la verdad es que la crítica recae sobre la clase alta caraqueña, la aristocracia nativa que tiende a compararse con la aristocracia europea; y que por faltas obvias entre la metrópoli y la periferia, termina solo haciendo un ridículo extremo. La voz narrativa es, sin duda, un tanto pícara; bien se dice de la novela que bebe de la novela picaresca clásica. En lo personal me parece, quizá, un tanto injusta, innecesariamente cruel; inclusive podría decirse que carece, por otra parte, de sentimientos patrios. Sin embargo, sobre esto último he de decir que no es exacto. En algún pasaje la voz narrativa defiende al pueblo humilde, verdaderamente humilde, trabajador, honrado; y se mofa solo del pueblo pretendidamente humilde, trabajador u honrado. La conversación final entre Julián y don Anselmo es ejemplo de ello. Don Anselmo se proclama “hombre honrado”, pero Julián le acusa, en la persona de muchos, de pícaro y farsante. Es sobre esta rancia clase de hombres sobre los que se ensaña la voz narrativa. Desde mi punto de vista es una novela sardónicamente crítica. No puedo decir, por otra parte que sea mala; la verdad es que solo tiene ese estilo… picaresco, digamos; que no termina de convencerme. Sí es posible decir que su construcción es algo “floja”, no se siente como una novela en la que suceden las cosas, sino la historia en la que se nos cuenta que suceden cosas; parece, de hecho, el chisme que nos cuenta la voz narrativa, lo que convertiría a la voz narrativa solo en un chismoso cualquiera, que denosta sin remordimientos aquello que no es de su agrado, o aquello que comprende inferior a lo que ella cree o conoce. Viendo al narrador de esta última manera, entonces es posible decir que es un trabajo interesante alcanzado por el autor. Esa voz narrativa que es en realidad un contador de chismes, con sus juicios de valor, parece ser el mayor logro de la novela. Fuera del tema narración, los hechos presentados son, si se quiere, burdos; casi risibles; aunque, claro está, los veo desde mi perspectiva de 100 años después. Los cambios en las costumbres son, aunque no se quiera, barreras que nos separan, irremisiblemente, de aquello que nos quiso expresar el autor. Leer Todo un pueblo no fue una labor tortuosa, pero al menos las últimas 150 páginas las leí muy superficialmente. Hay mucho que me salté sin remordimiento. Es un testimonio interesante para comprender a la sociedad caraqueña de finales de siglo XIX, pero hasta allí. No es, en definitiva, una novela para leer gustosamente. No es mucho lo que en ella sucede, y lo poco que sucede es tan flojo que apenas si despierta la curiosidad. Solo el último capítulo parece mover algo en el lector. Pero es muy poco para las 300 páginas. Es, sin duda, una novela para no volver a leer; a menos que busques algún aprendizaje de tipo sociológico. Por otra parte, eso sí, no es una pérdida de tiempo el haberla leído y conocido.