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EL “PRIMADO”
DE PEDRO
VERSUS
INSTITUCIÓN
DEL PAPADO
http://restauromania.wordpress.com
1
ÍNDICE
II Introducción ....................................................................................................................... 3
VI Conclusión .......................................................................................................................... 20
2
I NOTA AL LECTOR
La institución del papado cuenta con demasiados siglos de historia como para abordar el
tema apologéticamente en unas breves páginas, como aquí hacemos. No obstante, en el
presente trabajo, aun cuando superficial, consideramos algunos aspectos apologéticos
concernientes a la institución del papado para que el lector inicie su propia investigación. Es
posible que para quienes la institución del papado forme parte de su fe, incluso crea que de
ello dependa su propia salvación, la idea de investigar el origen y el desarrollo de dicha
institución, cuestionándola, les pueda parecer un pecado. Sin embargo, nunca sale más
fortalecida la fe y las convicciones que cuando indagamos e investigamos acerca de sus
raíces, su desarrollo y su evolución histórica. La tesis de este breve trabajo es que el
papado, como institución, está ausente en las páginas del Nuevo Testamento y en la historia
de la iglesia apostólica. Sólo después de su germen y desarrollo, pasados los cuatro
primeros siglos, los textos pertinentes que se evocan adquiere algún significado. Pero los
cristianos de las primeras centurias ignoraban acerca de esta institución tal como está
estructurada hoy así como las pretensiones que reclama. Por lo demás, instamos al lector a
llegar hasta el final de este trabajo.
II INTRODUCCION
A priori nos atrevemos a decir que, de una lectura simple de los textos pertinentes, los
fundadores de la iglesia en Antioquía de Siria fueron "unos varones de Chipre y de Cirene,
los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el
evangelio del Señor Jesús", pero no Pedro. Y que fueron Bernabé y Pablo quienes estuvieron
allí un año con la iglesia ya fundada, y "enseñaron a mucha gente" (Hechos 11:19-26; 13:1-3).
Es cierto que Pedro estuvo en aquella iglesia durante un tiempo indefinido, pero ignoramos
cuál fue el propósito de dicha estancia o visita (Gálatas 1:11 sig.).
Por otro lado, no hay certeza de que Pedro fundara la iglesia de Roma o que fuera su primer
obispo. Lo que sabemos por la tradición es que Pedro murió mártir allí, como asimismo el
3
apóstol Pablo. Posteriormente se creyó que, porque estos Apóstoles habían muerto allí,
fueron ellos quienes habían fundado la iglesia. Pero esto sólo son suposiciones de la
tradición. Con respecto a esta suposición, sería muy extraño que Pablo escribiera, antes de
su martirio, una carta a la iglesia de Roma y no hiciera ninguna mención de Pedro si éste
hubiera sido el primer obispo de esta iglesia, aun cuando manda saludos a 27 personas
concretas, entre hombres y mujeres (Romanos 16). También sería extraño que dirigiera su
carta "a todos los que estáis en Roma" y no la dirigiera a Pedro si éste era el primado de la
Iglesia (Romanos 1:1-7).
En cuanto a que Pedro presidiera el concilio de Jerusalén resulta algo forzado ya que el
texto, explícitamente, dice que fue Jacobo quien expuso las conclusiones del concilio y
cerró dicho concilio (Hechos 15:13-29).
Hemos observado que algunos apologistas católicos hacen decir a Mateo "sobre ti edificaré
mi iglesia", cuando el texto dice "sobre esta roca edificaré mi iglesia". Pero creemos que
dicha afirmación se basa en una conclusión precipitada más que en una crítica
contextualizada del texto mismo. Estos apologistas dan por hecho que la roca era Pedro y
no su confesión: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente", como la mayoría de los Padres
de la Iglesia de los dos primeros siglos creyeron.
Metodología apologética
Por otro lado, creemos que la discusión sobre el primado de Pedro y, en particular, sobre el
papado no puede consistir sólo en la interpretación de un texto bíblico, o en la pura
semántica de cualquier término, y mucho menos recrear la apología del papado desde la
institución ya establecida, sino todo lo contrario: el tema se debe discutir desde atrás
hacia delante en el tiempo. Creemos que la discusión debe partir: a) De la eclesiología de la
edad apostólica; b) Del concepto que la patrística de los primeros siglos tuvo sobre dicho
"primado"; y c), De cómo entendieron los mismos Apóstoles la frase: "sobre esta piedra
edificaré mi iglesia".
4
siglo ningún Presbiterio local tuvo o representó alguna autoridad sobre otra iglesia que
tuviera su propio Presbiterio. Y esta realidad es de vital importancia para el análisis de
cualquier significación sobre el "primado" de Pedro.
Qué duda cabe que los Apóstoles tuvieron una autoridad moral y pastoral sobre las iglesias
en general (Hechos 8:14), y muy particularmente sobre las que ellos habían fundado
personalmente (Hechos 15:36). Esa autoridad es evidente en las epístolas escritas por
Pablo y por Pedro (por ejemplo 1 Corintios 4:17-19; 1 Pedro 5:12). Pero en ninguna de estas
epístolas se menciona directa o indirectamente la existencia de un rango eclesiástico de la
categoría del papa, o de alguna autoridad por encima de la propiamente local.
El apóstol Pablo constituyó Ancianos en las iglesias que había fundado, y nunca les remitió a
alguna supuesta autoridad mayor que la que ellos mismos representaban. El Apóstol les
encomendaba a Dios en sus ministerios pastorales: "Y constituyeron ancianos en cada
iglesia, y habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído"
(Hechos 14:23), "Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu
Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor... Y ahora, hermanos, os
encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros..."
(Hechos 20:28-32), etc. En las muchas situaciones disciplinarias que están presentes en las
epístolas de Pablo, o de cualquier otro hagiógrafo, nunca se remite a alguna supuesta
autoridad más allá de la propia iglesia local. En estos casos se apela a la jurisdicción local de
las iglesias o a lo enseñado por los apóstoles (1 Corintios 6:1-5; Judas 3, 17; 2 Pedro 3:1-2;
etc.)
El apóstol Pablo siempre escribió desde su propia autoridad apostólica: "Pablo, siervo de
Jesucristo.... a todos los que estáis en Roma" (Romanos 1:1-7), "Pablo, llamado a ser apóstol
de Jesucristo... a la iglesia de Dios que está en Corinto" (1 Corintios 1:1.2), etc. Y nunca se
remite a alguna supuesta autoridad mayor en cualquier situación disciplinaria o de orden de
las que tenemos constancia en sus epístolas.
1
Remitimos al lector a ¡Restauromanía..? nº 2 sobre la organización eclesiástica de la iglesia post-apostólica.
2
Ignacio Errandonea S.I Primer siglo cristiano, Biblioteca Príncipe, Escelicer, S.A. Madrid. p. 90
5
otros, pastores y maestros" (Efesios 4:11). En ambos textos, el Apóstol habla de
"apóstoles", en plural, para referirse al rango más alto en la fundación de la iglesia
("edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del
ángulo Jesucristo mismo" – Efesios 2:20).
En la iglesia de Jerusalén, donde se supone que debió estar la primera "sede papal", lo que
encontramos, como en el resto de las iglesias hasta entonces fundadas, es un Presbiterio
compuesto por Ancianos (Hechos 15:2), entre los cuales "Jacobo, Cefas [Pedro] y Juan"
eran considerados "columnas" de la iglesia (Gálatas 2:9).
Creemos que el incidente más sobresaliente, y quizás único, en el cual se debería palpar el
supuesto primado universal de Pedro, fue el llamado "concilio de Jerusalén".3 Es el mejor
ejemplo en el Nuevo Testamento para analizar el tipo de "primado" que ejerció el apóstol
Pedro en la iglesia apostólica.
Algunos apologistas católicos afirman que este concilio fue presidido por Pedro en calidad
de primado de la Iglesia. No obstante, creemos que una lectura crítica del texto nos
permite constatar que Pedro, aun cuando interviene en dicho concilio, no asumió ninguna
presidencia, ni lugar distinguido, ni tuvo la última palabra, como se espera de quien preside
alguna reunión. Es decir, Pedro no presidió este concilio. Esta evidencia parece mostrar que
la iglesia apostólica no supo nada del pretendido primado de Pedro, al menos como lo
entiende la dogmática católica romana.
Las causas que motivaron este concilio fueron básicamente dos: una de carácter teológico y
otra, derivada de ésta, de carácter pastoral: a) ¿Debían los gentiles que creían en el
evangelio guardar la ley de Moisés y por ende la circuncisión? b) ¿Era posible la fraternidad
con gentiles convertidos al evangelio que no observaban las leyes levíticas de impureza?
3
Remitimos al lector al boletín ¡Restauromanía..? nº 17, “Historia de un concilio”.
6
El escollo principal se había salvado: no hacía falta que los gentiles guardaran la ley de
Moisés (como hacían los judeocristianos), pero deberían "abstenerse" de ciertas cosas
según dicha ley:
"Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino
que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de
fornicación, de ahogado y de sangre" (Hechos 15:19-20).
El texto dice que "se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto".
Después de mucha discusión, en la que libremente participaron todos cuantos tenían algo
que decir, Pedro contó cómo Dios había escogido que los gentiles oyesen por su boca la
palabra del evangelio y creyesen. "Entonces toda la multitud calló, y oyeron a Bernabé y a
Pablo, que contaron cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos
entre los gentiles" (que era el tema del concilio). Es decir, la multitud calló después de
hablar Pedro para escuchar a los siguientes participantes, Bernabé y Pablo. Y cuando ellos,
Bernabé y Pablo, los últimos en intervenir, "callaron", o sea, terminaron de hablar, "Jacobo
respondió diciendo: Varones hermanos, oídme...". Fue Jacobo quien expuso las
consideraciones conclusivas del concilio y terminó la reunión con estas palabras: "Por lo cual
yo juzgo.." (Hechos 15:7-25). Los demás no callaron después de hablar Pedro, sino que
callaron todos incluido Pedro, para escuchar a Bernabé y a Pablo.
Al releer estos textos nos viene a la mente una pregunta: Si Pedro fue reconocido en la
iglesia apostólica como el primado de la Iglesia universal, ¿por qué no presidió Pedro este
concilio y lo concluyó como se espera de un primado universal?
7
Se ha querido ver en este texto el primado de Pedro por el hecho de que Pablo subió a
Jerusalén para verle.
No cabe ninguna duda que Pablo, con su visita, estaba reconociendo el protagonismo y la
influencia que Pedro tenía en la iglesia, un protagonismo que devino en constante progreso
desde que se inició el grupo de discípulos alrededor de Jesús (Juan 1:35-42). Pedro fue uno
de los tres discípulos íntimos de Jesús que estuvieron junto al Maestro en momentos
claves: a) En la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5:37), b) En la transfiguración
(Marcos 9:2), y c) En el huerto de Getsemaní (Marcos 14:33). Todos estos detalles
respecto a la persona de Pedro, ciertamente, le otorga cierta aureola a su persona, pero no
solamente a él: ¡también a Jacobo y a Juan! A Juan incluso le encomendó Jesús a su madre
(Juan 19:27). Pero el hecho de que Pablo subiera a Jerusalén en esta ocasión para ver a
Pedro, ¿le confiere a éste algún atributo eclesiástico superior, o indica un simple interés
personal de Pablo por conocerle?
Que esta visita no pasó de ser una sincera curiosidad personal de Pablo por conocer a Pedro
en persona, lo evidencia el hecho de que Pablo no esperaba recibir nada nuevo de ninguno
"de los que tenía reputación de ser algo" (Gálatas 2:6), pues el evangelio que él anunciaba no
era "según hombre", ni lo recibió ni lo aprendió "de hombre alguno, sino por revelación de
Jesucristo" (Gálatas 1:11-12). Y después de pasados catorce años, como una atención de
cortesía, expuso "a los que tenían cierta reputación" el evangelio que él predicaba. Entre
estos de "reputación" se hallaban "Jacobo, Cefas [Pedro] y Juan" (Gálatas 2:1-9) ¿No llama
la atención el hecho que Pablo cite a Pedro en segundo lugar, contrario a lo habitual en el
resto del NT? ¿Es normal citar en segundo lugar a una persona que goza de un rango
eclesiástico superior a los demás citados?
Después de su tercer viaje misionero, Pablo fue a Jerusalén "a ver a Jacobo" (Hechos
21:18), porque ésta era la persona más relevante en la iglesia de Jerusalén (y ni siquiera era
uno de los doce). Pero el hecho de que Pablo fuera "a ver" a Jacobo no otorgaba a éste
ninguna preeminencia por encima de los demás que tenían la misma "reputación" (Por
ejemplo, Pedro y Juan, que eran considerados "columnas" de la iglesia en Jerusalén,
juntamente con Jacobo).
Tenemos muchas evidencias de que Pedro fue el portavoz de los doce durante el ministerio
de Jesús, pero esto se debe más a su carácter extrovertido e impetuoso que a cualquier
función concedida entre los doce. Esta misma cualidad personal de Pedro explica que figure
siempre en primer lugar en las listas de los Evangelios y en Hechos. Sin embargo, es muy
significativo que ese orden no ocurra en las epístolas de Pablo.
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El apostolado de la circuncisión (Gálatas 2:6-8).
Sólo una vez, en la carta de Pablo a los Gálatas, Pedro es presentado como receptor de una
comisión especial y personal, aun cuando es obvio que dicha comisión no fue exclusiva para
él:
"Pero de los que tenían reputación de ser algo (lo que hayan sido en otro tiempo
nada me importa; Dios no hace acepción de personas), a mí, pues, los de reputación
nada nuevo me comunicaron. Antes por el contrario, como vieron que me había sido
encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión
(pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en
mí para con los gentiles) (Gálatas 2:6-8).
En primer lugar, observemos que "los de reputación" (entre ellos Pedro) no le comunicaron
nada nuevo a Pablo. Es decir, Pablo no necesitó ninguna consultoría, consejo o dirección de
nadie ni siquiera de Pedro. En segundo lugar, observemos que Pablo se iguala a Pedro en
dicha comisión. Es decir, si quisiéramos ver el primado de Pedro en el hecho de haber sido
"encomendado para predicar el evangelio de la circuncisión" (predicar a los judíos),
tendríamos que reconocer el mismo primado a Pablo porque él también había sido
"encomendado para predicar el evangelio de la incircuncisión" (predicar a los gentiles), pues
"el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en Pablo para
con los gentiles".
Algunos apologistas católicos, porque consideran que la Iglesia tiene que tener una Cabeza
visible que la gobierne universalmente, deducen de este texto que Pablo estaba
reconociendo el primado universal de Pedro. Pero Pablo está hablando de encargos
ministeriales, de ámbitos étnicos de trabajo, no de autoridad eclesiástica. Si Pablo
estuviera refiriéndose a una supuesta autoridad derivada de dicho encargo ministerial,
tendríamos que sacar la conclusión de que la Iglesia tenía dos "primados", uno para los
gentiles (Pablo) y otro para los judíos (Pedro), y él, Pablo, estaría reclamando "su" primado.
Pero no es éste el tema que Pablo está tratando. El texto no implica que hubiera dos
primados, y de ello se deduce que no había ninguno, ni siquiera el de Pedro.
Cuando los samaritanos aceptaron el evangelio, no fue Pedro quien envió emisarios para
supervisar la obra en aquella región, como se espera de alguien que ejerce una autoridad
moral y jurisdiccional en la Iglesia, sino que fue Pedro, junto con Juan, los que fueron
comisionados por los demás apóstoles para tal tarea:
"Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido
la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido,
oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo" (Hechos 8:14-15).
9
podemos imaginar al Papa de la triple tiara, viajando a otra provincia, comisionado por los
Ancianos (obispos) de la iglesia en la cual se supone que radica la sede de su papado, como
un subalterno? Todo esto parece indicar que los apóstoles enviaron a Pedro y a Juan porque
no sabían nada de una supuesta primacía de Pedro, al menos en la manera que lo entiende la
jerarquía católica actual.
Ya hemos visto que en el concilio Pedro intervino como uno más de los participantes. Y fue
Jacobo quien tuvo la última palabra en calidad de líder de la iglesia. Ahora bien, cuando fue
necesaria una acción de estrategia en la obra que realizaba la iglesia, que implicaba el
liderazgo de alguien en particular, Lucas dice que "los doce convocaron a la multitud de los
discípulos" (Hechos 6:1-6). Este texto, como otros más, nos ofrece una visión de la
organización de la iglesia en la época apostólica, en la cual Pedro queda diluido en el
término "los doce". Una vez más, en vez de evidenciar el supuesto primado de Pedro, el
Apóstol queda obviado.
También nos sorprendería hoy que el cuerpo cardenalicio del Vaticano reprendiera al Papa
porque éste hubiera entrado en una casa de no-convertidos para anunciarles el evangelio,
como hizo Pedro y por lo cual el Apóstol tuvo que dar cuenta:
"Y cuando Pedro subió a Jerusalén, disputaban con él los que eran de la circuncisión,
diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con
ellos? Entonces comenzó Pedro a contarles por orden lo sucedido..." (Hechos 11:2-
4).
Y algo que también nos sorprendería mucho, si ocurriera en el Vaticano del siglo XXI, es la
reprimenda de la cual fue objeto Pedro por medio de Pablo por una actitud desacertada del
primero:
"
Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.
Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero
después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la
circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera
que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero cuando vi
que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante
de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué
obligas a los gentiles a judaizar?" (Gálatas 2:11-14).
Es verdad que el análisis de este texto confiere importancia a Pedro. Si eso mismo lo
hubiera hecho otro, la cuestión hubiera pasado desapercibida. La conducta de Pedro
adquirió importancia precisamente porque lo había protagonizado él. Lo cual describe la
influencia que Pedro ejercía en la iglesia en general. Hasta aquí correcto.
10
Otra cosa es sobredimensionar esta anécdota para concluir que la influencia que Pedro
ejercía sobre la iglesia confirma que Pedro era el Papa. Sin negar dicha influencia, que la
reconocemos, lo que el texto evidencia también es la posibilidad de encararse públicamente
contra Pedro cuando el caso lo requería. Algo difícil de entender si Pedro era considerado
en aquellos días el primado de la iglesia universal como lo entiende hoy la Iglesia Católica.
Ciertamente, no era de esperar que el mismo Pedro reclamara para sí algún privilegio por
una cuestión de humildad, pero sí se espera que dichos privilegios les fueran no sólo
reconocidos, sino proclamados y enseñados en las muchas ocasiones que la apología del
Nuevo Testamento propicia. Pero no es así.
"Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido
a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre
bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4:11-12).
"Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para
Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como
casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables
a Dios por medio de Jesucristo. Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí,
pongo en Sión la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en
él, no será avergonzado. Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero
para los que no creen, la piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la
cabeza del ángulo; y: piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en
la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados" (1 Pedro 2:4-
8).
Por el contrario, Pedro creyó ser él mismo un anciano más entre los demás ancianos que
pastoreaban la iglesia. Más aún: el único Príncipe de los pastores que Pedro reconocía era el
mismo Jesucristo, contrario a las pretensiones de los papistas que le atribuyen este título
al Papa:
"Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y
testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria
que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de
ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con
ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino
siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros
recibiréis la corona incorruptible de gloria" (1 Pedro 5:1-4).
11
El apóstol Pablo, en el mismo estilo que Pedro, dice:
Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es
Jesucristo" (1 Corintios 3:11).
Ningún autor del NT enseña, explícita o implícitamente, que Pedro fuera la roca donde se
edifica la iglesia.
Sin ninguna duda, la iglesia "madre" (Jerusalén) debió ejercer una autoridad no pequeña
sobre las demás iglesias de Judea (Hechos 8:14) extendiéndose incluso hasta Antioquia de
Siria (Hechos 11:22; ver Gálatas 2:12). Sin embargo, después de la vida de los Apóstoles,
esta autoridad se buscó no en la persona de un supuesto primado universal, sino en los
escritos apostólicos. Estos escritos se convirtieron en "la" autoridad para la posteridad del
Cristianismo. En las grandes discusiones teológicas, en los concilios de los primeros siglos,
se invocaba los escritos de los Apóstoles para demostrar y defender las proposiciones
teológicas favoritas. De hecho, la formación del Canon del Nuevo testamento tuvo como
propósito fundamental, entre otros, el reconocimiento de una autoridad a la cual apelar en
materia de doctrina y fe. Necesitaban saber qué escrituras gozaban de autoridad
apostólica.
4
IV EL PRIMADO DESDE EL TESTIMONIO DE LA PATRÍSTICA
Después de la época apostólica, ¿qué pensaban los Padres de la Iglesia y los apologistas de
los primeros siglos sobre el primado de Pedro, es decir, antes que el obispo de Roma fuera
acumulando poder religioso, patrimonial y, especialmente, político?
El católico Launoy compuso una lista con las opiniones de los Padres sobre la frase "sobre
esta piedra edificaré mi iglesia" y encontró que había 17 Padres a favor de la
interpretación de que Pedro era la "roca". Otros 44 Padres creían que era “la fe” que Pedro
confesó. Otros 16 pensaban que era Cristo mismo. Y 8 creían que se trataba del conjunto
de los Apóstoles. Lo que sigue es el testimonio de algunos de estos Padres:
Orígenes5 sostuvo que la roca es todo discípulo fiel de Cristo: "Mas si creéis que toda la
Iglesia fue edificada por Dios sobre Pedro únicamente, ¿qué me diréis de Juan, el hijo del
trueno, o de los demás apóstoles? ¿O nos aventuraremos a decir que las puertas del infierno
no prevalecerán en contra de Pedro, pero prevalecerán en contra de los demás apóstoles y de
4
"Concilios", Tom.II, págs. 802-803, de Javier Gonzaga.- Internacional Publications, Gran Rapids, Michigan –USA
1966.
5
Orígenes (185-254)Teólogo y exegeta bíblico.
12
aquellos que son perfectos? Las palabras en cuestión... ¿no se dicen acaso de todos y cada uno
de ellos?"
Cipriano escribió: "Nadie entre nosotros se proclama a sí mismo obispo de obispos, ni obliga a
sus colegas por tiranía o terror a una obediencia forzada, considerando que todo obispo por
su libertad y poder tiene el derecho de pensar como quiera y no puede juzgarlo otro, lo mismo
que él no puede juzgar a otros". Este comentario lo expuso en su controversia con Esteban, a
la sazón obispo de Roma, sobre la validez del bautismo de los herejes en el concilio africano
de septiembre del año 256, actuando Cipriano como presidente de dicho concilio. Y
comentando expresamente Mateo 16:16, escribe: "Lo mismo eran los demás apóstoles que
Pedro, adornados con la misma participación de honor y potestad".
Jerónimo dice: "Pero vosotros decís que la Iglesia está fundada sobre Pedro, aunque lo
mismo se dice en otro lugar de todos los apóstoles, y todos reciben el Reino de los cielos, y la
solidez de la Iglesia está establecida igualmente sobre todos"
San Agustín6 interpreta "sobre esta roca" en el sentido de "sobre mí mismo, Cristo, porque
Cristo es la Roca".
Crisóstomo7 explica las palabras de Mateo 16:16 así: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi iglesia", es decir, sobre la fe de tu confesión".
Cirilo de Alejandría9 afirmó: "...la roca, una alusión a su nombre (el de Pedro), como la
inconmovible y firme fe del discípulo sobre la cual la Iglesia de Cristo se funda y establece".
Como podemos ver, el dogma del primado de jurisdicción universal e infalibilidad doctrinal
del papa, no tiene tampoco fundamento patrístico. La mayoría de los Padres de la Iglesia de
los cuatro primeros siglos no entendieron que Pedro fuera la roca, sino la confesión de
Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente", esta es la Roca donde se edificaría –
y se edifica- la Iglesia.
Si las pretensiones del papado, según la Iglesia Católica Romana, hubieran gozado de un
consenso desde la edad apostólica, ¿cómo entender que figuras tan reconocidas como las
citadas pusieran en entredicho dichas pretensiones? ¿Cómo iban a contradecir una doctrina
tan vital para la unidad y la estructura eclesiástica de la iglesia universal? Y si lo hicieron,
¿por qué no fueron reprobados, según la costumbre de la iglesia con sus anatemas contra
los herejes?
6
Agustín de Hipona (354-430), teólogo cristiano, padre y doctor de la iglesia.
7
Juan Crisóstomo (349-407), doctor y padre de la iglesia. Nació en Antioquia de Siria.
8
Ambrosio (340-397), padre y doctor de la iglesia. Nació en Tréveris. Fue nombrado obispo de Milán en el 474.
9
Cirilo de Alejandría (376-444), obispo y teólogo cristiano. Nació en Alejandría de donde fue elegido patriarca en
el año 412.
10
Hilario (461-468), fue arcediano de la iglesia de Roma.
13
La validez de los concilios
Según el Derecho Canónico de la Iglesia Católica Romana (cánones 22-229), para que un
concilio sea legítimamente ecuménico se requieren tres condiciones: a) Que el concilio sea
convocado por el papa; b) Que esté presidido por él mismo o por un representante suyo; c)
Que sea confirmado por la misma autoridad del romano pontífice. Sin embargo, sólo ocho
concilios papales de la Edad Media (del I de Letrán al de Vienne y el V Lateranense) el de
Trento y el Vaticano I reúnen estas condiciones. No obstante, los siete primeros concilios
ecuménicos que conoce la Historia fueron convocados, presididos y reconocidos sin la
intervención directa de los papas. En cuanto a la convocatoria, todos los grandes concilios
de la antigüedad se reunieron por voluntad expresa de los emperadores, sin que fueran
consultados necesariamente los obispos romanos de antemano. Es más, si en alguna ocasión
el obispo de Roma consideró oportuno convocar un concilio, tuvo que solicitarlo (como
cualquier otro prelado) del emperador, como lo hizo Inocencio I en el caso de Crisóstomo, y
León I después del sínodo del año 449 llamado "Latrocinio"11
Javier Gonzaga, en su obra "Concilios",12 resume las causas que favorecieron la institución
del papado y la preeminencia de la iglesia de Roma sobre las demás iglesias occidentales:
11
Gonzaga, Javier. Concilios, Tomo I, página 112-113. Internacional Publications, Gran Rapids, Michigan -USA- 1966
12
Gonzaga, Javier. Concilios.- Internacional Publications, Gran Rapids, Michigan -USA- 1966.
14
política. El código de Justiniano vino a legalizar este estatuto especial de la
sede romana. Hasta aquí, no obstante, los privilegios de que goza la Cristiandad
romana tienen que ver más con su sede que con su obispo; atañen más a la
Iglesia de Roma en su conjunto que a los papas romanos en particular. Su
importancia es la que se deriva de circunstancias históricas, geográficas y
políticas y no es hasta el siglo III, cuando en Roma se oye por primera vez que
su Iglesia es la sede de Pedro de manera especial. Si la teoría romanista
respondiese a la verdad, los hechos históricos se hubieran producido en sentido
inverso; primero la importancia del obispo de Roma, por su carácter de Vicario
de Cristo, y luego, en lugar secundario, el valor circunstancial de la ciudad en
donde tal obispo resida. El orden histórico, sin embargo, sigue la línea opuesta
de las tesis papales.
6 Las invasiones bárbaras, que separaron todavía más a Roma tanto de la
Cristiandad oriental como del control imperial de Bizancio. La coronación de
Carlomagno por el papa León sella esta separación y provee a la sede romana de
más medios seculares con los que desplegar su influencia. Hasta entonces, la
primacía de Roma, en líneas generales, fue desarrollada de conformidad –y
dentro de los límites- del orden episcopal existente en la Iglesia antigua. A
partir de ahora, las pretensiones papales chocarán cada vez más con el concepto
de la Iglesia Católica antigua hasta producir la ruptura con Oriente cuya
Cristiandad quiere permanecer fiel al mismo.
7 Las donaciones de extensos territorios que los reyes francos hicieron a los
papas. Esto inauguró la historia de los Estados Pontificios, o poder temporal de
los papas, que convierten aún más a la sede romana en un reino de este mundo.
8 La proliferación de documentos (especialmente las "Decretales Pseudo-
Isidorianas") espurios, apoyando las pretensiones romanas, que dieron el
soporte teórico a éstas y las promovieron al mismo tiempo. El deseo de los
obispos de verse libres del poder feudal multiplicó estas falsificaciones
mediante las cuales el episcopado se declaraba sujeto sólo al romano pontífice.
Así acabó la curia romana con el sistema episcopal tradicional y dio fin en
Occidente al régimen Católico antiguo. En su lugar, las poderosas y pujantes
órdenes religiosas (Cluny, sobre todo) sirvieron de ejército avanzado para la
realización de los planes romanos.
9 La romanización de las liturgias y usos canónicos tradicionales de las otras
Iglesias de Occidente, que terminó con la independencia de éstas.
10 La irrupción del Islam en regiones de larga tradición cristiana, que sirvió
indirecta –y hasta paradójicamente, si se quiere-, a los fines del Papado. La
conquista musulmana acalló la voz independiente de las importantes iglesias de
África y, por un tiempo, la de España. Le hubiera resultado muy difícil, por no
decir imposible, a Roma el conseguir la completa sumisión de Alejandría y
Cartago (por no citar más las dos Iglesias más importantes), exponentes,
juntamente con la Cristiandad oriental, del Catolicismo conciliar antiguo. Sin el
Islam, no hubiera habido Reconquista en España y, por consiguiente, la voz
vigorosa de la Iglesia de los concilios de Toledo se hubiera añadido al testimonio
de las otras cristiandades católicas antiguas. El consenso unánime del norte de
África, España, Siria y Arabia, entre otros pueblos, hubiera hecho imposible la
hegemonía papal.
11 La teología escolástica, que tomó de las Decretales espuria la base para su
doctrina sobre el papa. La misma teología de Tomás de Aquino, se resiente de la
influencia de estos documentos medievales, de los que saca muchas de las
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supuestas citas patrísticas con que formular la teología romana de la Iglesia.
Con todo, el eminente dominico fue víctima, no fautor, del engaño. Esta teología,
falseada en su misma base, se impuso a toda la Cristiandad occidental.
En el fondo, todos los apologistas, tanto católicos como protestantes, reconocen que éste
es el texto sobre el que cae toda la apología del papado.
Esta declaración de Jesús contiene varios elementos que debemos diferenciar y analizar
por separado. Primeramente es importante tener en cuenta el contexto en que ocurre.
Jesús ha preguntado, no a Pedro, sino a todos los discípulos quién creen ellos que es él. Y
Pedro, como solía hacer en otras ocasiones, como portavoz del grupo, ha respondido sin
dudar: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". En respuesta a esta confesión, Jesús
dice lo siguiente:
La apología católica romana, desde la premisa que Pedro fue el primer Papa, encadena una
serie de pretensiones acerca del papado. Así, de este texto concluyen que Pedro era la
"roca" sobre la cual la iglesia iba a ser edificada; por otro lado, como esta primacía no podía
terminar en Pedro, ello implica una sucesión vitalicia que encarnan los sucesores de Pedro
(Los Papas). Además, dicen, al hacer las veces de Cristo en la Tierra, es el Vicario de
Cristo. Es también Sumo Pontífice porque tiene en su poder todos los poderes espirituales
de la iglesia universal. Es también el Príncipe de los Pastores, luego todos los obispos le
deben obediencia. Por otro lado, es infalible en sus declaraciones cuando afectan a toda la
iglesia en asuntos de fe y doctrina. Pero, nos preguntamos, ¿es esto así?
Es cierto que Jesús había cambiado el nombre de Simón por el de Pedro. También es cierto
que "pedro" significa "piedra" o "roca". Sin embargo, no es cierto, como algunos apologistas
católicos afirman, que Jesús hubiera hecho este cambio de nombre justo antes del episodio
verbal en el camino de Cesarea de Filipo: ("sobre esta piedra..."). Jesús había cambiado el
nombre del Apóstol cuando se conocieron por primera vez (Juan 1:35-42), antes incluso de
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ser llamado al discipulado (Marcos 1:16-20) y ser elegido Apóstol (Marcos 3:13-19). Si
Jesús hubiera hecho el cambio de nombre como preámbulo de la declaración: "yo también
te digo que tú eres Pedro...", la relación entre "Pedro" y "roca" tendría otra significación
apologética. Pero los sucesos no ocurrieron así, y la frase de Mateo no exige que la roca sea
Pedro.
Jesús, después de la confesión de Pedro, dijo a éste: "Y yo también te digo, que tú eres
Pedro". Hasta aquí lo que constatamos es un reconocimiento recíproco de quién eran quién.
Pedro ha confesado que Jesús es el Hijo del Dios viviente. Jesús ha confesado que el
discípulo era Pedro. Tan verdadero era que el discípulo era Pedro, y no otro, como que
Jesús era el Hijo de Dios, y no otro. No obstante, ni siquiera Jesús alaba a Pedro por dicha
confesión, sino que le considera "bienaventurado" porque Dios se lo había revelado:
"Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi
Padre que está en los cielos" (Mateo 16:17).
Pero el centro neurálgico de este episodio verbal en el camino de Cesarea de Filipo no fue
la persona de Pedro, ni siquiera fue la declaración de Jesús que estamos tratando, sino la
declaración de Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Sobre esta
declaración de fe se edificaría la iglesia. Sobre esta confesión se abrió el reino de los
cielos en el día de Pentecostés y en todo lugar que se predicó –y se predica- el evangelio. El
Apóstol de los gentiles declara: "Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares
con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los
muertos, serás salvo" (Romanos 10:8-9). En la conversión del etíope eunuco, éste respondió
a la pregunta de rigor respecto a la divinidad de Cristo: "Creo que Jesucristo es el Hijo de
Dios" (Hechos 8:37).13
La teoría de que Pedro era la "roca" no fue utilizada ni argumentada hasta que el obispo de
Roma reclamó para sí el gobierno espiritual de la iglesia universal. Y esta reclamación no se
produjo hasta que el obispo de Roma fue adquiriendo el poder y la autoridad que el
emperador le fue otorgando, especialmente cuando éste cambió la sede del Imperio a
Constantinopla. El cisma de la Iglesia Ortodoxa Griega tiene su origen precisamente en la
disputa entre el obispo de Roma, como el patriarca de Occidente, y el obispo de
Constantinopla, en calidad de patriarca de Oriente, después de que la sede del Imperio
fuera trasladada a aquella ciudad. A raíz del traslado de la sede imperial, Roma dejó de ser
el centro político del Imperio, pero se convirtió en la capital eclesiástica de la Cristiandad
occidental. Si el obispo de Roma se cree cabeza de la iglesia universal porque allí había
radicado hasta entonces la sede del Imperio, también tiene derecho de ser la cabeza de la
iglesia el obispo de Constantinopla una vez que dicha sede imperial se encontraba ahora en
esta ciudad. Este era el argumento del patriarca de Constantinopla. Esta disputa, que duró
siglos, acabó en el año 1054 con la división entre la Iglesia Ortodoxa Griega (Iglesia
Oriental) y la Iglesia Católica Latina o Romana (Iglesia Occidental). Es decir, nunca la
Cristiandad antigua creyó en las pretensiones del papado, al contrario: estas pretensiones
dividieron la iglesia
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Creemos que apologéticamente no cambia nada el hecho de que este verso no esté en algunos códices
autorizados.
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"Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos"
Esta declaración de Jesús reviste formalmente una comisión especial y exclusiva para el
apóstol Pedro. Ahora bien, ¿en qué consistía las llaves y cuál era el reino del cual habla
Jesús? ¿Qué jurisdicción tenía esta prerrogativa? ¿En qué consistió?
Algunos apologistas católicos citan Isaías 22:15-25 para ilustrar el sentido que tiene la
figura de las llaves del texto de Mateo. Según el texto de Isaías citado, Sebna era
tesorero y mayordomo del reino, pero había caído en desgracia y fue condenado al
destierro. Su lugar lo ocupó Eliaquín. En el relato de Isaías, las llaves tiene sentido de
gobierno y autoridad terrenal porque se trata de un reino, una tesorería y una mayordomía
terrenal. En el caso de Pedro las "llaves" tienen que ver con un reino "que no es de este
mundo", es espiritual, aun cuando las personas que lo forman están en este mundo. El caso
que hallamos en el texto de Isaías no tiene nada que ver con la iglesia. Son dos conceptos
distintos. En el primer caso se trata de un reino terrenal, en el segundo caso se trata de un
reino espiritual.
Las llaves, figuradamente, puede significar tanto autoridad como simplemente privilegio. En
el contexto de Pedro, a la luz del NT y de la historia apostólica, las llaves fueron más un
privilegio en el servicio del evangelio, que una supuesta autoridad sobre la iglesia. El
privilegio de Pedro es evidente en el Nuevo Testamento: él inauguró, abrió, el reino de los
cielos, la iglesia, mediante su primer sermón a los judíos y la predicación del evangelio al
primer gentil, Cornelio (Hechos 2 y 10). La supuesta autoridad de las "llaves", sin embargo,
brilla por su ausencia. Pedro usó las llaves predicando el evangelio, y como consecuencia de
su predicación tres mil personas "entraron" en el reino. Ahora bien, las puertas del reino
fueron abiertas una vez para siempre. Desde entonces, "el Señor añade a la iglesia los que
han de ser salvos" (Hechos 2:47), es decir, entran en el reino ya abierto e inaugurado, y así
hasta que él venga otra vez. Pedro no necesitó usar más esas llaves, el reino quedó abierto
e inaugurado para siempre. Fue su privilegio, no su autoridad. No fue él quien añadía a la
iglesia las personas que iban a ser salvas, sino el Señor. La Iglesia era edificada sobre
Cristo mediante el reconocimiento de que El era "el Hijo del Dios viviente", es decir, lo que
Pedro había confesado en el camino de Cesarea de Filipo.
No hay ningún testimonio en el NT en el cual podamos percibir que Pedro hiciera uso
figurado de esas llaves aparte de su primer sermón. Absolutamente ninguno. Todo su
trabajo y actividad queda dentro del ámbito evangelístico y pastoral en iguales condiciones
que los demás apóstoles. Y cuando se espera algún protagonismo de Pedro, en calidad de
alguna supuesta primacía, Pedro queda obviado en el colectivo de los doce.
¿Qué prerrogativa era ésta? ¿Fue una prerrogativa exclusivamente para Pedro, o por
extensión a todos los apóstoles y a la iglesia misma? El mismo evangelista, Mateo, refiere
esta prerrogativa de forma colectiva, concretamente a toda la iglesia: "Por tanto, si tu
hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu
hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres
testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la
iglesia, tenle por gentil y publicano. De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será
atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo" (Mateo
18:15-18).
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Este texto evidencia contundentemente que esa prerrogativa no fue exclusiva de Pedro,
sino de todos los apóstoles y, por extensión, a toda la iglesia. Hallamos dos casos, de
diferente naturaleza, los cuales podemos relacionar con esta prerrogativa: a) El caso de
Elimas el mago en la isla de Chipre, y b) El caso de la muchacha que tenía un espíritu de
adivinación. En ambos casos no fue Pedro, sino Pablo quien intervino: "Ahora, pues, he aquí
la mano del Señor está contra ti, y serás ciego" (Hechos 13:11), "[Pablo] se volvió y dijo al
espíritu: Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella" (Hechos 16:18). En
ambos casos el juicio se produjo. Otro caso, muy diferente, fue el de Simón el mago quien
quiso comprar con dinero el don del Espíritu Santo. Su condición espiritual le enajenó de las
bendiciones del evangelio, y ni siquiera Pedro pudo cambiar (atar o desatar) su estado
espiritual, sino que lo dejó a la gracia de Dios en función de su propio arrepentimiento:
"Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el
pensamiento de tu corazón" (Hechos 8:9-22).
El primado de Pedro se ha querido ver en este texto, como si la comisión fuera singular y
exclusiva para el apóstol Pedro. Pero lo que Jesús le dice al Apóstol tiene un contexto: la
restauración de Pedro.
Pedro había negado tres veces al Maestro cuando se encontraba en el patio del Sumo
Sacerdote durante el juicio religioso que se llevó a cabo contra Jesús. Basta leer a Lucas
para comprender el estado moral y espiritual en el que se encontraba Pedro después de
aquellos sucesos:
"Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba,
el gallo cantó. Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la
palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres
veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente" (Lucas 22:60-62).
"Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea"
(Marcos 16:7).
Cuando, por fin, se hallaban todos reunidos, después de haber comido, Jesús se aproximó a
Pedro y le habló en estos términos:
"
Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes
que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez:
Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te
amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me
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amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le
respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta
mis ovejas" (Juan 21:15-17).
Estas mismas “recomendaciones” que Jesús dirigió a Pedro, pudieron ser dichas a
cualquiera de los doce sin que ello implicara algún rango de superioridad sobre los demás, y
mucho menos cuando dichas recomendaciones formaban parte de una restauración
espiritual. Confundir una restauración pastoral, después de haber negado tres veces al
Señor, con un "ascenso" de rango sobre los demás discípulos, creemos que es sacar las
cosas de su contexto. El encargo de Jesús es netamente pastoral y no tiene ninguna
connotación diferente del encargo que se le supone para los demás discípulos. ¿Acaso los
demás apóstoles no debían apacentar a la grey, o pastorear a la iglesia igual que Pedro?
Aun en el supuesto de que Pedro hubiera sido el primer obispo de la iglesia de Roma (Lo cual
no tiene ningún fundamento, salvo que fue martirizado y muerto allí, como también Pablo),
y la lista de los siguientes obispos de dicha iglesia fuera cierta, eso no justifica nada. La
legitimidad de la Iglesia no depende de una supuesta sucesión de cargos eclesiásticos, sino
de la fidelidad de la Iglesia a las enseñanzas de Cristo y de los Apóstoles. La Iglesia se
"edifica sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del
ángulo Jesucristo mismo" (Efesios 2:20). Dondequiera que se reúnan dos o tres en el
nombre de Cristo, y obedezcan sus mandamientos, allí está la iglesia verdadera porque
entre ellos está Cristo mismo (Mateo 18:20).
VI CONCLUSIÓN
Creemos que de la persona de Pedro, con sus grandezas y sus miserias, y el papel que
ejerció en la Iglesia durante su vida, a la institución del papado, con las pretensiones que
defiende, existen profundas diferencias que sólo la buena voluntad y el espíritu de
profunda concordia de sus interlocutores pueden conseguir con éxito ese diálogo
verdaderamente ecuménico donde Cristo sea glorificado.
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