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La meditación cristiana como camino de autoconocimiento

“Conócete a ti mismo” es uno de los aforismos más famosos de la historia. Lo


encontramos escrito en el Templo de Apolo en Delfos (Grecia). San Agustín (354-430)
recuperará el aforismo en sentido cristiano y lo pondrá como eje de su filosofía y
propuesta espiritual.
Afirma con fuerza: “no salgas fuera, vuelve a ti mismo; en el interior del hombre habita
la verdad. Y si encuentras tu naturaleza mutable, trasciéndete también a ti mismo.” (De
la verdadera religión 39,72).
Y antes de Agustín, en un texto atribuido a San Gregorio de Nisa (335-394) se dice: “Si
quieres conocer a Dios, antes tienes que conocerte a ti mismo: empiezas de la
comprensión de ti mismo, tu manera de ser, tu intimidad. Entra, sumergete en ti mismo,
investiga tu alma para individuar su esencia y verás que estás hecho a imagen y
semejanza de Dios.”

“Conócete a ti mismo” es – en el fondo – el comienzo de toda filosofía y el punto de


partida de los filósofos, tal vez junto con el asombro, como afirmó uno de los más
grandes: Aristóteles. Santo Tomás de Aquino insistirá en eso: “desde al asombro sigue
la investigación. Y esta investigación no termina hasta que llegue al conocimiento de la
esencia de la causa”.
El filosofo alemán Fichte (1762-1814) afirma: “Fíjate en ti mismo, desvía tu mirada de
todo lo que te rodea y dirígela a tu interior. He ahí la primera petición que la filosofía
hace a su aprendiz. No se va a hablar de nada que esté fuera de ti, sino exclusivamente
de ti mismo.”
Escuchamos otros dos grandes:
Alejandro Magno: “Conocerse a uno mismo es la tarea más difícil porque pone en
juego directamente nuestra racionalidad, pero también nuestros miedos y pasiones. Si
uno consigue conocerse a fondo a sí mismo, sabrá comprender a los demás y la
realidad que lo rodea”.

William Shakespeare: “De todos los conocimientos posibles, el más sabio y útil es


conocerse a sí mismo”

En la iglesia – y en el cristianismo en general – hemos olvidado bastante esta


fundamental invitación. ¿Por qué?
Por miedo sobretodo. Por temor a la gnosis. Gnosis que en los primeros siglos del
cristianismo era una amenaza herética. El gnosticismo en efecto es considerado una
herejía en la iglesia católica. El gnosticismo – entre otras cosas – afirmaba que la
salvación es fruto del conocimiento interior, conocimiento que es más esencial que la fe.
Pasaba así en segundo lugar la muerte y la resurrección de Cristo. La salvación viene del
conocimiento y no de la Pascua de Cristo.
Recordamos lo que es una herejía: la absolutización de una parte con respecto al todo.
Siempre el problema es la absolutización y el olvido de la totalidad. Todas las herejías
condenadas por la iglesia en realidad empiezan bien: cuestionan ciertos aspectos de la fe,
intentan profundizar, subrayan algunas dimensiones. El problema surge cuando se
empieza a idealizar, absolutizar, racionalizar, fragmentar y excluir.
Lo mismo pasó con el gnosticismo: muchos absolutizaron posturas y la iglesia no supo
integrarlo a su fe. El miedo a la herejía hizo que la iglesia tirara el niño junto con el
agua sucia – es decir – lo valioso con lo perjudicial. El miedo nunca es buen consejero:
no olvidémoslo.

En realidad el conocimiento interior es esencial e imprescindible y – comprendido bien


– empalma sin problema con la fe cristiana. San Agustín fue el primer gran ejemplo.
Muchos místicos y sabios siguieron sus pasos.
Afirma el teólogo Matthew Fox: “El esfuerzo para una transformación tiene que partir
desde dentro. Tiene que comenzar con el Espíritu y la espiritualidad. Tenemos que
ponernos a estudiar estos místicos tan saludables – del presente y del pasado – que nos
ofrecen desafíos y prácticas minuciosas y que nos muestran – con palabras y acciones –
que significa ser un ser humano sano y adulto comprometido en introducir en el mundo
el Espíritu. Tomás de Aquino afirma que la vida contemplativa nos exige aprender
verdades ya sabidas, pero también que «se aprendan cosas desconocidas. Las segundas
se aprenden no solo a través de las Escrituras y las criaturas, sino también
interiormente». Por eso los místicos enseñan a confiar en el aprendizaje interior, en
nuestro investigar nuestros corazones y nuestras almas, exactamente como
investigamos las criaturas y los textos sagrados. La meditación es una forma de
aprendizaje.”
El evangelio de Marcos pone en boca de Jesús las famosas palabras: “¿De qué le servirá
al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?” (Mc 8, 36).
En otras y más actuales palabras: ¿De qué sirven éxito, ganancias, salud y dinero si no
me conozco y no me realizo como persona?
El conocimiento interior precede la fe cristiana: es parte y tarea de todo camino humano,
pertenece a nuestra común humanidad. No se crece humanamente sin conocerse.

La meditación es una herramienta clave para comprender todo eso. En el silencio


meditativo el conflicto entre conocimiento interior y salvación exterior se disuelve.
En la meditación experimentamos la gratuidad del Ser: no nos damos el ser sino que se
nos regala a cada instante (esto es salvación). Cae por sí sola la acusación de la iglesia al
gnosticismo y su misma pretensión: no hay auto-salvación, simplemente hay una
asombrosa gratuidad del ser que reconocemos y descubrimos. A esta incomprensible
gratuidad del Ser se accede a través del conocimiento interior.
Como siempre ocurre, lo paradójico es lo más real: conocimiento interior y gratuidad
coinciden. Cuanto más ahondo en el conocimiento interior más descubro la gratuidad, el
regalo del ser. Pero lo paradójico no es ámbito de la mente: por eso el silencio. Por eso
la meditación.

“Mi fondo y el fondo de Dios son un mismo y único fondo” nos advierte Maestro
Eckhart. El zen nos recuerda lo mismo en otras palabras: “Cuando te habrás
comprendido a ti mismo habrás comprendido el universo entero”.
Para John Main la meditación es un camino de autoconocimiento. Lo resalta a menudo e
insiste mucho en eso. “Conocer en el sentido cristiano es ser tomado por el misterio del
autoconocimiento de Cristo: su oración.” En esta frase está concentrada toda la mística
y la experiencia de John Main. Nos conocemos participando de la consciencia de Cristo:
en él, por él, con él.

El camino de la meditación es un camino de autoconocimiento. El autoconocimiento es


uno de los regalos más importantes que la meditación nos hace.
El autoconocimiento que nos viene de la meditación es fundamental porque tiene dos
ejes: el espiritual y el psicosomático. Dos dimensiones que se convierten en una y
expresan de manera distinta y peculiar la bellísima unidad del ser humano y del cosmos.
Somos una unidad expresándose en distintas dimensiones. Lo mismo que el Universo.
En general la educación, la formación y las terapias que se nos brindan desde muchas
partes apuntan al conocimiento psicológico: fundamental por cierto, pero no es el único
ni el más importante.
La meditación va a tocar la raíz del Ser. Va al Espíritu, a lo eterno, a lo común.
La meditación es una invitación a responder a la pregunta más importante: ¿quién soy
yo?. El conocimiento psicológico por sí solo no tiene acceso a esta respuesta, porque lo
psicológico siempre actúa desde adentro de lo mental y esta pregunta y su respuesta
trascienden – sin negarlo – lo mental.
La meditación entonces apunta a un autoconocimiento esencial, un autoconocimiento
que trasciende lo psicológico y lo coloca en su justo lugar.
El autoconocimiento en la meditación arranca por lo que somos y no por lo que no-
somos. Es decir: arranca desde nuestra verdadera identidad: eterna y divina.
Desde la raíz conocemos al árbol.
Generalmente el camino de autoconocimiento empieza existencialmente: desde la mente,
desde el sufrimiento (insatisfacciones, deseos, necesidades) o el anhelo imborrable de
plenitud. La persona sufre o percibe cierto malestar espiritual y esto la empuja a ir hacia
dentro. El ego que es insatisfacción constante, despierta la búsqueda del Ser.
Otra vez la paradoja: el ego – lo que no somos – nos empuja indirectamente a ir hacia lo
que somos.
El gran y genial psiquiatra Carl Gustav Jung es tajante y lúcido: “No es posible
despertar a la conciencia sin dolor. La gente es capaz de hacer cualquier cosa, por
absurda que parezca, para evitar enfrentarse a su propia alma.” (Esto explica entre
otras cosas el actuar absurdo de los grandes dictadores y tiranos de la historia pasados y
actuales…).
Recordamos también el criterio clave de Einstein: “Ningún problema puede ser
resuelto en el mismo nivel de conciencia en el que se creó” .
En otros términos: no se puede conocer una dimensión de lo real a través de la misma
dimensión. No puedo conocer la mente con la mente. Es un círculo vicioso.

Dos etapas en el autoconocimiento meditativo


·      En la práctica meditativa
·      “Afuera” de la práctica meditativa
1)   En la práctica meditativa.
En la práctica/sesión meditativa nos sumergimos en el silencio radical. Nuestro
autoconocimiento es transmental. Es un conocimiento que no usa palabras, imágenes,
conceptos. Lo que somos en realidad no necesita de todo esto.
“Qué las comprendas o no la comprendas las cosas son como son” recuerda el zen.
Más allá de todo lo que se pueda conocer o menos de mi mismo, soy. Este es el regalo y
el conocimiento más importante y radical que supera todo conocimiento.
Como afirma San Pablo:  “Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos
pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo
Jesús.” (Fil 4, 7).
Lo que somos no puede ser pensado y no puede ser dicho. Simplemente es.
Enraizarse en el Ser es entonces la madre del autoconocimiento. El autoconocimiento en
la práctica meditativa es el aprendizaje del soltar lo que no somos y disfrutar de la
gratuidad del Ser y de ser.
Algunos autores hablan de la iluminación como de la experiencia de “la intimidad con
todas las cosas”. Me parece bellísimo y sugerente. En la experiencia del ser nos
descubrimos íntimos con todo y todos, porque todo es. Nos conocemos y conocemos
“desde dentro”. Es un conocimiento místico: sin palabras, sin imágenes, sin conceptos.

Por otro lado la práctica meditativa es preparación esencial al autoconocimiento


psicosomático.
En la práctica meditativa creamos los presupuestos ideales – el sitz im leben, el contexto
vital – para que se pueda realizar un profundo y sano camino de autoconocimiento
psicosomático.
Estudios recientes afirman que el actuar de la persona humana es dictado entre el 95 y el
97 % del inconsciente y solo lo que queda (5 o 3 %) pertenece al nivel  consciente.
Tal vez ayuden a la comprensión de este descubrimiento unos ejemplos concretos: la
elección de mi pareja, de mi trabajo, mi manera de ver la vida, mis opiniones políticas y
religiosas… todo esto está envuelto en un 95 % de inconsciencia. Cuesta aceptarlo, lo sé
muy bien. Cuesta porque nuestro ego se apropia continuamente de las decisiones. Cuesta
porque nos parece diluirnos y perder nuestra identidad. Es miedo a la muerte en realidad.
Decimos: “Yo elijo a esta persona…”, “yo decido mi trabajo, mi opción política…”. En
realidad este famoso “yo” es una hermosa ilusión y en realidad no existe. Es una
creación de la psique para darnos un sentido de identidad. Existe la Conciencia Una que
se expresa en una estructura psicofísica: pero no somos conscientes de ser conciencia y
entonces vivimos a partir de reacciones afectivas y emotivas automáticas.
La práctica meditativa abre la puerta del inconsciente, le permite existir, manifestarse,
expresarse. Meditando nos damos el permiso para conocernos.
Puede también que durante la meditación aparezcan sensaciones, sentimientos,
emociones: miedo, angustia, inquietud, ansia, heridas, recuerdos… también positivas
como alegría, paz, serenidad, ecuanimidad. No es el momento de analizarlas. Es el
momento de observarlas sin juzgar. En la práctica, el Silencio observa lo que aparece.

2) “Afuera” de la práctica meditativa


Si nuestra práctica meditativa es auténtica, la meditación se convertirá de a poco en un
estilo de vida. Nos volveremos más atentos, más disponibles. Creceremos en aceptación.
Andaremos más lentos en el camino de la vida.
El estilo de vida meditativo nos abrirá las puertas al autoconocimiento psicosomático.
Porque si es verdad que lo que somos trasciende infinitamente lo corporal y lo
psicológico, también es verdad que lo que somos se expresa y manifiesta en nuestra
historia y condición concreta. Y para que nuestra experiencia humana sea plena, creativa
y de ayuda a los demás es absolutamente necesario este camino de autoconocimiento
psicosomático.
La práctica meditativa nos aporta el anclaje seguro para enfrentar el autoconocimiento
con toda la carga de desafíos y sufrimiento que conlleva: reconocer y aceptar miedos,
heridas, conflictos, angustias.
Establecidos en la paz que somos podemos mirar y trabajar sin angustia todo lo demás.

Podemos sintetizar y resumir el autoconocimiento psicosomático en las dimensiones


más esenciales, comunes y generales a la condición humana.
Sugiero unas breves provocaciones para cada punto.
El sentido de la vida
La búsqueda de sentido es una de las herramientas de muchas psicoterapias,
especialmente de la logoterapia de Viktor Frankl.
La logoterapia afirma contundentemente que el sufrimiento surge de una falta de
sentido. Como también decía Nietzsche: “Quién tiene un por qué para vivir puede
soportar casi cualquier como”.
La meditación nos regala otro enfoque. Un enfoque más integral y más enraizado en el
ser.
A nivel estrictamente psicológico necesitamos un sentido: el ser humano no funciona
correctamente en el mundo si falta un sentido, si algo no me mueve, no me apasiona, no
me cuestiona, si no proyectamos, no soñamos, no creamos.
A un nivel más profundo – el nivel del ser – descubrimos que no existe un sentido
externo a la vida, sino que la vida es el sentido. La búsqueda compulsiva de un sentido
“externo” a mi vivir y a mi existencia es agotador y me lleva afuera de mi centro.
La vida no tiene sentido, la vida es el sentido: en esto coinciden admirablemente todas
las tradiciones místicas de la humanidad. El porqué es bastante simple: Dios se
manifiesta en plenitud en el aquí y en el ahora, Dios es esa misma y única Vida que
estamos viviendo y de la cual participamos. ¿Qué sentido tiene buscarle sentido?
El cuento del pequeño pez de Anthony de Mello lo plasma narrativamente:
“Usted perdone”, le dijo un pez a otro, es usted más viejo y con más experiencia que yo
y probablemente podrá usted ayudarme.
– Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por
todas partes, sin resultado.
– ”El Océano”, respondió el viejo pez, “es donde estás ahora mismo”.
– ¿Esto? Pero si esto no es más que agua… Lo que yo busco es el Océano, replicó el
joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra
parte.
De igual manera para vivir y funcionar correctamente en el mundo necesitamos vivir de
alguna manera los dos sentidos.
Conjugar armónicamente los dos aspectos es esencial y es fruto de un proceso de
aceptación y autoconocimiento.
Buscar el sentido psicológico a partir del no-sentido espiritual nos aporta estabilidad y
serenidad.
Para terminar: autoconocimiento, meditación y creatividad
El autoconocimiento que surge de la meditación nos tendría que llevar a la creatividad.
La creatividad es el signo de la autenticidad de nuestro autoconocimiento y nuestra
meditación. La creatividad surge siempre desde un espacio de silencio y de escucha.
Desde este espacio aprendemos paulatinamente a reconocer nuestros propios dones y
talentos y a ponerlos a servicio. El Ser/Dios es esencialmente creativo. Recordemos la
máxima de la teología medieval: “bonum est diffusivum sui”, es decir, “el bien se
expande por sí solo”. Cuando conectamos con el Ser nos volvemos creativos y artistas.
Nosotros mismos, cada cual, es una obra de arte. Estamos llamados a ser creativos. El
grande psicoanalista austriaco Otto Rank (1884-1939) afirma que “todas las neurosis
derivan del artista incumplido”.
¿Qué quiere decir? Qué todos nuestros más o menos profundos o patológicos malestares
e insatisfacciones surgen porque negamos el artista que somos. Reprimir la creatividad
nos enferma. Todo esto por qué la creatividad es parte de nuestra identidad más
profunda y es íntimamente ligada al ser.
Todos somos creativos, todos somos artistas. El arte y la creatividad no se refieren y no
se restringen solo a las “artes” más conocidas: pintura, música, poesía, escultura, etc…
Tampoco se refieren solo a los “genios”: Van Gogh, Picasso, Mozart, Miguel Ángel,
García Lorca, JR Tolkien, Ken Follett…
Se puede ser creativos y artistas en las cosas simples y cotidianas: ordenar, cocinar,
arreglar. También en las relaciones humanas: construir relaciones humanas auténticas y
profundas es toda un arte. Tal vez el arte más importante.

¿Por qué nos cuesta vivir nuestra creatividad? Obviamente por miedo: miedo al que
dirán, a la incomprensión, a la originalidad, a “sentirnos como Dios”. También por
miedo a salir de la chata uniformidad del rebaño que la sociedad del consumo ha
generado. A cualquier tipo de sistema político y eclesial le molesta que las personas
salgan de la masa. Salir de la masa supone un desafío para el poder, el control, la
economía. Y al sistema no le conviene: por eso reprimen la creatividad.
En segundo lugar porque justamente no nos conocemos y no vivimos constantemente
conectados con nuestro ser. Vivimos apenas en la superficie, sutilmente condicionados o
esclavos por nuestros gustos, juicios, necesidades. Viviendo muy por debajo de nuestras
posibilidades. Solo en la conexión con nuestro ser más profundo y auténtico podremos
ser verdaderamente creativos, originales y plenos.
Ser nosotros mismos: expresión única y original del único Amor.

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