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AVANZAR EN UN PROCESO DE INTERCULTURALIDAD

EN EL ÁMBITO ESCOLAR

Juan Carlos Rodríguez Aguilar

La convivencia en un mundo complejo y multicultural es cada vez más complicada. En


los últimos años se han producido un incremento de las situaciones de conflicto en la
interacción social con los problemas de convivencia derivados de ellas. Pese a que el
buen clima en el aprendizaje se asocie a la interacción con otros con los que la
persona pueda sentirse bien, la escuela del pasado nunca se ha interesado por
fomentar la interacción cooperativa ni, desde luego, por enseñar las habilidades
sociales que se derivan de esa dinámica. Al contrario, la escuela del pasado nos ha
dejado en herencia (pese a que no siempre se manifieste) un soterrado ánimo proclive
al individualismo, la competición absurda y la insolidaridad entre alumnos, entre
profesores, de unos para con otros, y de todos entre sí. En este sentido, ya lo
afirmaban Johnson y Johnson (1981) hace más de dos décadas, en el camino hacia
una educación intercultural de calidad, la interacción cooperativa real no puede seguir
siendo postergada en el proceso educativo.

Aparte de sus ventajas en la educación integradora de niños con dificultades de


aprendizaje y de niños recién llegados de otras latitudes, con hábitos e idioma
distintos, se ha demostrado su éxito relativo como palanca de desarrollo cognitivo-
afectivo, de socialización, de mejora en el aprovechamiento académico y el
pensamiento crítico, o de prevención en el caso de niños y adolescentes en situación
de riesgo.

Los mitos del individualismo y de la competitividad continúan afectando de modo


tangible a lo que sucede en la escuela, al menos de modo más evidente que el cúmulo
de investigaciones que corroboran las bondades educativas y socio-culturales que
resultan de introducir buenas estrategias y técnicas de aprendizaje cooperativo –
reales- en las aulas.

Y es que, para que una sociedad avance en un sentido realmente intercultural, todos
los grupos que la integran deben estar en condiciones de igualdad, sea cual sea su
cultura; es necesario que se combinen muchos esfuerzos que impliquen al conjunto de
las partes de una sociedad. Es difícil poder avanzar, si se dirigen estos esfuerzos
únicamente hacia los grupos mayoritarios o solo hacia los grupos minoritarios.
También es difícil avanzar si restringimos la intervención tan solo al mundo de lo
educativo, especialmente a la escuela, aunque es desde esta en particular desde
donde podemos trabajar de una forma privilegiada por el respeto hacia lo diferente, por
una sociedad más plural, más variada, más rica, y desde donde podemos combatir el
racismo, la discriminación y la xenofobia.

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Generalmente, las respuestas a los conflictos que surgen en el contexto de la escuela,
se centran en lo individual o en lo grupal, pero no todos son conflictos interpersonales
o intergrupales, ya que con frecuencia nos encontramos con que las mayores
dificultades surgen de las propias estructuras del marco escolar: la cultura del centro,
los materiales y formas de hacer, las políticas educativas y de integración, etc. Para
intervenir sobre los conflictos que surgen de estas últimas, tenemos que pensar en
cambios profundos que transformen estas estructuras y para ello es necesaria una
planificación de cambios a corto, medio y largo plazo, que tenga en cuenta cada
contexto particular.

En un principio, las demandas, en la mayoría de las ocasiones, se han centrado en


conseguir las competencias para trabajar la lengua escolar, o bien en la búsqueda de
medidas compensatorias para las “minorías”. Este aflorar solamente este tipo de
necesidades nos da pistas sobre cómo nos hemos venido situando ante los problemas
desde una perspectiva, la del profesorado.

Cada vez más nos vamos encontrando con más centros educativos cuya realidad se
ha ido transformando poco a poco por la presencia de chicos y chicas y familias de
otras culturas, viéndose obligados a ir incorporando nuevas perspectivas a sus
proyectos educativos en relación a estas nuevas realidades, e iniciando con ello un
camino de cambios no exento de conflictos. Es entonces cuando comienzan las
demandas de verdad, sobretodo del profesorado, para encontrar elementos que les
permitan afrontar los conflictos que surgen de la convivencia multicultural en las aulas
y en el centro. Se va ampliando el abanico de situaciones sobre las que
irremediablemente es necesario buscar respuestas; comienzan a aparecer cuestiones
aparentemente relevantes (aunque estas no estén presentes en cada centro particular,
lo están en el debate mediático): el burkini, el velo, la ablación del clítoris, como mucho
las diferentes dietas o el absentismo de los gitanos, y poco más. La conciencia sobre
el encuentro intercultural y sus repercusiones en el contexto escolar suele ser muy
leve: no tenemos la suficiente conciencia aún sobre los problemas que subyacen a ese
encuentro, porque habitualmente nos faltan los elementos que ayuden a entender la
educación intercultural como un esfuerzo no solo dirigido al alumnado inmigrante cada
vez más en alza o a las minorías, sino como una educación para todos, llámense
“minorías” o “mayorías”. Faltan elementos para analizar y afrontar los conflictos desde
una perspectiva positiva.

Saber de qué tipo de conflictos estamos hablando, cuál es el problema o los


problemas y, sobre todo, de quién son los problemas, nos va ampliar el abanico de
situaciones sobre las que irremediablemente es necesario buscar respuestas. El
hecho de saber de qué tipo de situaciones estamos hablando, significa un gran paso
para definirlas en su complejidad de elementos, así como la multiplicidad de causas
que las sustentan. Las situaciones conflictivas con las que nos encontramos, tienen
que ver con todas las personas y grupos implicados en el sistema educativo y no solo
con las posiciones que estos adoptan, sino con sus necesidades, necesidades de la
escuela, necesidades de la mayoría, del profesorado, de las minorías, del alumnado,
las nuestras propias.

Vivir en la interculturalidad supone vivir una relación de convivencia entre personas o


grupos con culturas diferentes. Pero lo importante de este “inter-“ no es el intercambio
de conocimientos o la relación entre las culturas en abstracto, sino la relación que se
establece entre las personas (sus actitudes, sus formas de pensar y actuar) y los
procesos que origina esta relación. Sería erróneo pensar que todo el proceso debe
girar solo en torno al cambio de actitudes personales, esperando que con estas afecte
a cambios profundos en la sociedad en general y en la escuela en particular. Las
actitudes cobran sentido cuando trascienden a las instituciones y estructuras que
constituyen una sociedad.

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Las actitudes guían los procesos perceptivos y cognitivos que conducen al aprendizaje
de cualquier contenido educativo, e intervienen de modo decisivo en la adquisición de
conocimientos. Los factores afectivos y emocionales contribuyen al éxito o fracaso del
aprendizaje; una valoración positiva del ambiente que reina en cualquier espacio
formativo, puede fomentar el interés por un contenido concreto. El mero conocimiento
intelectual de la injusticia o de la discriminación no nos lleva a un cambio de actitudes.

Pero un cambio de actitudes solo no nos vale, es necesaria una transformación de las
estructuras en las que nos movemos, que posibilite la construcción de una sociedad
realmente intercultural, y una de estas estructuras es la escuela, que necesita también
de esos cambios. Siendo muy necesarias las transformaciones personales, aún lo es
más transformar las estructuras donde estas personas se mueven, porque son las que
moldean las actitudes, favoreciendo o dificultando la convivencia. Los cambios
significativos conseguidos en las personas no modifican las estructuras por sí mismos,
ya sea en el ámbito escolar o en la sociedad en general, si no están planificados como
una parte más de los procesos de transformación y llevados a cabo con el
protagonismo de las mismas.

El objetivo es ir creando en el contexto escolar espacios y estructuras que den lugar a


procesos de negociación y mediación, y fomenten actitudes positivas hacia los
conflictos; dejar de ver en definitiva, el conflicto como un mal. Ello lleva implícito una
nueva visión de la educación como promotora de relaciones pacíficas que sean
trasladables a cualquier ámbito de la vida.

Considerar la multiculturalidad desde una perspectiva transversal a todos los procesos


educativos y vivenciales que concurren en la escuela y en el contexto social donde
esta se ubica, es una oportunidad para hacer frente a las diferentes situaciones
conflictivas con las que nos encontramos en el día a día en nuestros centros
escolares. El potencial educativo que subyace a este tipo de situaciones, es el
principal aporte con el que contamos, o podemos contar, para el desarrollo de una
verdadera educación intercultural en nuestros centros.

En este sentido, la escuela de las propuestas es una actividad de futuro, que pretende
partir del análisis del pasado y del presente. Es una propuesta práctica, cuyo principio
básico es el hacernos conscientes del protagonismo de las personas en los conflictos
en los que estamos inmersos, y de los cambios personales y organizativos necesarios
para hacer cada vez más real nuestro centro como una escuela realmente
intercultural.

Cuando pensamos en actuaciones, una de las iniciativas más recurridas es la


sensibilización. Parece ser que pensar en esta línea de actuación va intrínsecamente
unido a cualquier trabajo de educación en valores y formación de actitudes. Los
objetivos que nos planteamos en esta segunda propuesta señalan a la sensibilización
como uno de los pasos necesarios. Las ventajas que tiene trabajar en este sentido es
que con ella podemos sentar las bases para ir generando actitudes de respeto,
reconocimiento, empatía, etc.

General las bases para tratar de cambiar actitudes y percepciones positivas hacia el
hecho de la diversidad cultural, nos parece importante pero a la misma vez
insuficiente. Por ello, la propuesta ha de ir enfocada a darle un sentido más amplio a la
propuesta con la que estemos trabajando haciendo que esta sea también una
oportunidad de entrenamiento de las habilidades necesarias para abordar una
convivencia intercultural enriquecedora. Uno de los objetivos básicos de la educación
intercultural es educarnos para la acción, desde lo personal, grupal, social.
Prepararnos para actuar, entrenándonos en las habilidades necesarias para hacer
frente a las diferentes situaciones que surgen fruto de la convivencia intercultural.

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En este sentido, las propuestas para la actuación parecen ser bastante coincidentes,
partiendo todas de factores psicosociales (percepciones), factores antropológicos
(ampliar nuestras vistas) y de factores socioeconómicos (interdependencia)
(COLECTIVO AMANI, “Sentir, pensar y actuar”, en Cuadernos de Pedagogía nº 264).

Las propuestas que planteamos a continuación son fruto de una recopilación que tiene
en cuenta los diferentes objetivos que nos podemos plantear a la hora de intervenir
sobre los conflictos de nuestro entorno desde una perspectiva intercultural. Son una
recopilación clara de propuestas cuya finalidad es el conocimiento y puesta en marcha
de las actitudes y habilidades necesarias para poder afrontar el encuentro y los
conflictos desde una perspectiva positiva y creativa. La metodología en la que se basa
fundamentalmente la propuesta tiene como eje central el enfoque socio-afectivo. A
través de él se trata de potenciar lo afectivo y vivencial, tanto como el conocimiento,
para poder afrontar lo social.

Promover el encuentro y la comunicación real entre personas de diferentes


culturas

La multiculturalidad, como cualquier fenómeno social, es en sí misma conflictiva. EL


hecho de vivir, trabajar en un mismo lugar o compartir un mismo centro educativo no
significa que haya un conocimiento mutuo o que las relaciones que se den sean
constructivas. Cuando señalamos la escuela como uno de los contextos multiculturales
que existen en nuestra sociedad, estamos hablando de lugares donde coexisten
muchas personas de diferentes culturas, pero esto no está definiendo el tipo de
interrelaciones que se dan entre ellas, sobre todo porque muchas veces estas
relaciones están basadas más bien en el desconocimiento mutuo. Es necesario
trabajar en la creación de unas condiciones que faciliten un verdadero encuentro,
donde todo el mundo es importante y donde cada persona pueda aportar desde su
particularidad. Un espacio donde se potencie la colaboración, la confianza y la
interdependencia. La creación de un clima de aceptación y comunicación ha de ser el
primer objetivo en el inicio de toda acción pedagógica intercultural, por ello ha de
perseguirse intencionadamente.

Trabajar activamente contra las visiones estereotipadas y las discriminaciones


consiguientes

Para empezar, debemos superar la idea de que la interculturalidad es igual a la


inmigración. Nuestros entornos ya eran diversos socio-culturalmente hablando y no
solo por la presencia de personas inmigrantes en los mismos. La diversidad cultural es
un fenómeno universal, que nos debería llevar a entender que todas las situaciones
sociales son de multiculturalidad y, por tanto, el enfoque de intervención no solo debe
ir dirigido hacia las minorías. Al margen de lo expuesto, la educación intercultural hace
hincapié en la superación de los estereotipos y de las discriminaciones que se derivan
de ellos. Todas las personas somos portadores de cultura. Ese equipaje entre otras
cosas nos ofrece una visión del mundo (recordemos que una cultura supone una
forma de ver el mundo), una visión de otras culturas. A lo largo de nuestra vida nos
han ido ofreciendo visiones, opiniones, ideas sobre las personas de otras culturas, y
estas suelen ser simplificaciones de la realidad.

Potenciar la diversidad cultural y el descubrimiento de otros valores culturales

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Una intervención educativa que, ante la presencia de personas de otras culturas,
trabaja desde el modelo de Educación Intercultural, no puede ser la misma que
cuando no cuenta con estas personas. Todos los elementos que articulan la
intervención deben verse tocados por este hecho. Se trata de promover el orgullo por
tu cultura (aquí no se trata de que nadie renuncie a sus raíces) y estar abiertos a que
nos aporten las demás culturas. Algunos antropólogos hablan de actuar sobre un
amplio espectro de bases culturales.

Tomar conciencia de un mundo diferente y desigual y actuar de forma


responsable ante esta realidad

Hacernos conscientes de la existencia de un mundo cultural y económicamente


diverso y desigual. La educación intercultural no se queda en una reivindicación de
manifestaciones folklóricas de otras culturas. Se trata de no limitarse a los aspectos
culturales, sino de trabajar sobre los aspectos económicos. En muchas situaciones de
conflicto se concede un excesivo peso a lo cultural, cayendo en un profundo
culturalismo, cuando entendemos que existen otra serie de factores que pueden estar
confluyendo en este tipo de fenómenos, como los marcados por la propia situación o
por las características personales de las partes implicadas. Es verdad que son
situaciones en las que tenemos que estar atentos especialmente a la influencia de lo
cultural, pero no por ello podemos dejar de prestar atención también a la influencia que
pueden tener otra serie de elementos no estrictamente pautados por lo cultural: las
propias características personales de quienes interactúan, y los elementos
contextuales que afectan al desarrollo de estas situaciones. Lo personal, lo cultural y lo
situacional.

Aprender a afrontar los conflictos de forma positiva

Debemos entender que los conflictos son inherentes a las relaciones humanas,
pudiendo ser positivos y tener un carácter pedagógico. La educación intercultural es
heredera de la Educación para la Paz en cuanto a la importancia que esta otorga a
aprender a regular los conflictos de forma positiva. Debemos ser conscientes de que al
aumentar la diversidad cultural en nuestra sociedad, en nuestras escuelas, van a
aumentar los conflictos.

Planificar los cambios necesarios para avanzar hacia la interculturalidad

Desarrollar estrategias para la planificación del cambio. Hace falta una planificación de
cambios; pensar en estrategias, logros a corto, medio y largo plazo. Para planificar
algo, necesitamos saber qué es lo que queremos conseguir (por orden de prioridad),
con qué recursos contamos (humanos y otros), en qué conflicto nos metemos, cuánto
tiempo y esfuerzo podemos dedicar a ello y con quién entramos en el conflicto. En
definitiva, tenemos que planear una estrategia de “lucha” para conseguir los cambios
deseados.

En definitiva, la transformación de un centro educativo en una escuela intercultural no


es algo fácil ni inmediato, pero sí posible, sobre todo si entendemos la educación
como un proceso en el que poco a poco vamos ensayando diferentes alternativas a las
situaciones conflictivas en las que estamos inmersos. Cada situación requiere una
intervención particular y las soluciones pueden ser variadas. Se trata, en definitiva, de
seguir avanzando y aportando propuestas para gestionar los conflictos que, como

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cualquier propuesta por muy maravillosa que sea, no tienen sentido si no la llevamos a
cabo enmarcadas en un proceso conectado con la realidad de cada contexto, con su
propia problemática. No podemos olvidar la necesidad de un proyecto global, en el que
la participación de toda la comunidad educativa es un requisito ineludible y sumamente
imprescindible.

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