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La ética protestante:

Una breve presentación calvinista de la


Ética
Por Robert Batista C. Lunes, 31 de Enero 2010.

Uno de los pensadores griegos del periodo presocrático, cuyas afirmaciones calaron fuertemente en
los primeros siglos del cristianismo fue: Heráclito de Éfeso. El planteaba que “nadie se baña en el mismo río
dos veces”, en otras palabras, las cosas no permanecen estacionadas sino que cambian. Sin embargo, para
Heráclito en medio del cambio existía un orden o principio (conocido en filosofía como arkhé, ἀρχή) que regía
esas permutaciones. Para él eso se llamaba “logos”, lo que se definió como “la Inteligencia que dirige, ordena
y da armonía al devenir de los cambios que se producen”. Para los inicios del cristianismo, tal racionamiento
tuvo una fuerte influencia, sobre todo por la manera en que Juan inicia su Evangelio: “En el principio (arkhé)
existía el Verbo (logos), y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo (logos) era Dios” (Jn. 1:1).
Es partiendo del hecho de que Jesucristo es el Logos o principio de todas las cosas y que, por lo tanto,
el logos es Dios, que el cristianismo haya base existencial para el ser humano de todas las épocas. Es ese
Dios quien ha inspirado la Biblia (2 Timoteo 3:16), un libro sagrado que expresa autoritativamente la
voluntad de Dios para el ser humano en todas las cuestiones de la vida. La voluntad de Dios es el norte
moral en el que el hombre debe consumirse. Se puede concluir entonces en que el hombre cristiano
protestante posee un racional y coherente credo y filosofía de vida que le permite establecer principios y
valores eternos, inamovibles y consistentes el uno con el otro.
El quehacer ético y moral de la fe protestante se basa en las Tablas de la Ley, donde se establecen
diez mandamientos que se enumeran de la siguiente forma: Amarás a Dios sobre todas las cosas; No
tomarás el Nombre de Dios en vano; Santificarás el día del Señor; Honrarás a tu padre y a tu madre; No
matarás; No cometerás actos adulterio; No robarás; No dirás falso testimonio ni mentirás; No consentirás
pensamientos ni deseos impuros; No codiciarás los bienes ajenos (Éxodo 20:1-17).
Estos mandamientos fueron cumplidos y explicados íntegramente en la persona de Jesucristo. Jesús
es el modelo universal de una vida ética y moralmente perfecta e intachable. Aun los enemigos más acérrimos
del cristianismo, hacen un stop al referirse a su vida. No obstante, para el cristianismo Jesús no es solo eso,
sino que es el Hijo mismo del Dios de la Biblia, y su vida entre nosotros no fue solo un modelo y sino la base
para el ser humano alcanzar la salvación misma. Y es gracias a su resurrección que el protestantismo
proclama tener la verdad.
Ahora bien, ¿Qué es la verdad? Todo hombre asume, consciente o inconscientemente, que la verdad
existe. Cada vez que expresamos una opinión como cierta o amonestamos a una persona y tratamos de
hacerle ver que está en un error, estamos asumiendo que la verdad existe. La verdad no es otra cosa que
pensar o hablar lo que corresponde con la realidad. Si yo afirmara que en este momento estoy escribiendo un
artículo para exponerlo en mi clase de ética profesional, estaría diciendo la verdad, porque esa declaración
corresponde con la realidad. Pero si indico, en cambio, que me estoy bañando en la playa, estaría
evidentemente equivocado. Así que podemos decir con toda seguridad que la verdad existe y que es
absoluta, porque la realidad es una sola. O estoy escribiendo para exponer o me estoy bañando en la playa,
pero ambas cosas no pueden ser verdaderas al mismo tiempo. Todos miramos la realidad a través de un
lente; si ese lente está desenfocado no podremos ver bien, no percibiremos la realidad como la realidad es.
¿Qué dirían ustedes de una persona que se para frente a un pizarrón donde alguien escribió un
problema dificilísimo de cálculo IV y dice de repente: “Ese problema no tiene solución”? Que tiene que ser un
individuo con mucho conocimiento de matemática. Pues el incrédulo se para frente al pizarrón de la vida y
desfachatadamente dice: “Eso no tiene solución, la verdad no puede ser conocida” o “no existe una verdad
absoluta” ¡Es que al afirmar tal cosa así está presuponiendo que tiene un conocimiento enorme, similar al de
Dios mismo! ¿Entonces, cuál es el problema? Deshonestidad. El problema es que no estás tratando las
evidencias con honestidad y eso te está llevando al terreno de lo absurdo. Ni tu ni nadie puede constituirse en
el juez de la verdad. Necesitamos una revelación divina para poder conocerla. En Juan 17:17 Jesús pide a
Dios Padre en oración que los discípulos sean santificados en la verdad, y entonces añade: “Tu Palabra es
verdad”. Cristo aceptó las Escrituras como la verdad revelada de Dios; y sin esa revelación el hombre está
completamente perdido.
A esos puntos elementales del protestantismo que brevemente la adiciono algunos énfasis y razgos
calvinista acerca de las cuestiones éticas.
El teólogo reformado alemán Jürgen Moltmannresume divide la ética calvinista en tres aspectos
básicos: la ética personal, la ética económica y la ética política. 1 Para fines de nuestra asignatura nos atañe,
principalmente, la ética personal del individuo, esto a la luz de la enseñanza reformada de Juan Calvino.
La vocación cristiana (o ética personal) no implica la renuncia al mundo en el sentido negativo, sino la
necesidad de vivir en él con la cruz de Cristo y la firme intención de transformarlo. La vocación y la fe
introducen a los creyentes a una esfera de esperanza transformadora: “No provocan la huida ni el desprecio
del mundo, sino que colocan al hombre bajo la luz boreal del futuro de Dios que ha de brillar sobre el mundo
entero, envuelto en tinieblas”.2 De ahí que el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920), el gran analista de la
ética protestante, se refiera a la actitud calvinista básica como un ascetismo intramundano, es decir, una
conducta activa pero inconforme ante el mundo que aún no acepta el reinado de Cristo en su totalidad.
Es por esa convicción absolutista y cerrada que el cristianismo no admite compromiso alguno. Si Cristo
es Dios encarnado y la Biblia es Su Palabra, cualquier intento de sincretismo sería una negación de nuestra
fe. El Señor fue claro al respecto: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge,
desparrama” (Mateo 12:30).

1
J. Moltmann, “La ética del calvinismo”, en El experimento esperanza. Salamanca, Sígueme, 1977, p. 100.
2
Ídem.

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