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Las bombas no pusieron fin a la II Guerra mundial, ni se tiraron para derrotar a Japón.
Luego en su primer discurso referente al hecho mentiría sin verguenza: “El mundo se
enterará que se soltó la primera bomba atómica del mundo sobre una base militar en
Hiroshima”. Y no olvidó añadir otra justificación humanitaria, adelantándose a las
críticas venideras: “Esto se hizo para evitar hasta donde fuera posible la muerte de
civiles”. (3)
“Las bombas salvaron a un millón doscientos mil aliados” —Winston Churchill. (4)
Mentira!
¿Cómo es que sus habitantes declararon que no se asustaron cuando oyeron el ruido del
Enola Gay que llegaba con el regalito, ni de los otros 2 aviones “ya que los aviones
siempre pasaban de largo”?
En junio de 1945, el General Curtis LeMay, a cargo de los ataques aéreos a Japón, se
quejaba de que después de meses de los bombardeos con napalm no había ya nada en
las ciudades japonesas más que blancos de chatarra y basura. En julio, los aviones de
Estados Unidos podían volar sobre Japón sin encontrar resistencia y bombardear tanto
como quisieran ya que Japón no podía defenderse. (6-7-8).
De hecho los bombardeos de alfombra habían arrasado no solo las 5 ciudades más
importantes, sino también otras 67 ciudades (23 ciudades de entre 100.000 y 400.000
habitantes y otras 41 ciudades de unos 100.000 habitantes) destruyendo casi toda la
capacidad industrial japonesa como la propia revista La aventura de la Historia
reconoce. Incluso se había bombardeado antes la ciudad de Iwakuni situada solamente a
8 km de Hiroshima como menciona la revista Le Monde Diplomatique de este mes sin
incluir lamentablemente ni un solo comentario crítico sobre la versión oficial de los
hechos (9).
La orden número 13 dada el 2 de agosto por mandos estadounidenses decía: “Fecha del
ataque: 6 de agosto. Objetivo del ataque: la parte histórica y la zona industrial de la
ciudad de Hiroshima. Segundo objetivo de reserva: los arsenales y la parte céntrica de la
ciudad de Kokura. Tercer objetivo de reserva: la parte céntrica de la ciudad de
Nagasaki”. (10)
Leyendo las ingenuas declaraciones de los pilotos norteamericanos que tiraron las
bombas se puede encontrar que las dianas eran los propios centros de las ciudades y que
en el caso de Nagasaki las ordenes ni siquiera se molestaban en mencionar otro
objetivo.
Nagasaki no era el segundo objetivo pero una espesa capa de nubes cubría el que sí lo
era: Kokura. Incluso en Nagasaki según declaraciones del copiloto estuvieron a punto
de no poder tirar la bomba hasta que encontraron un agujero en las nubes. Por eso la
bomba afortunadamente cayó tras las colinas que dividen a la ciudad y no en el área más
poblada siendo el número de víctimas inmediatas mucho menor que en Hiroshima (11).
Bombardear ciudades no era nada nuevo. Desde antes de la Segunda Guerra Mundial el
bombardeo de civiles había sido puesto en práctica por los británicos.
Trenchard aseguraba que: “es evidente que el efecto moral de los bombardeos supera a
sus efectos materiales en una proporción de 20 a 1, y que por tanto era preciso crear el
mayor efecto moral posible”. Por ende la mejor manera de derrotar al enemigo era
llevar a cabo “bombardeos estratégicos” contra viviendas de civiles, especialmente de
obreros industriales.
Más de cien ciudades japonesas fueron destruidas mediante bombas incendiarias y dos
más mediante bombardeos nucleares, causando un millón de víctimas, incluyendo más
de medio millón de muertes, sobre todo de civiles (12). Solo el bombardeo de Tokio, el
9 de marzo de 1945, con bombas de fósforo y con 8.250 bombas de 250 kgs. que a 150
metros antes de tocar el suelo se fragmentaban cada una en 50 bombas de napalm,
asesinó a 120.000 personas, hiriendo a más de 40.000 (14).
Los bombardeos de alfombra habían arrasado no solo las 5 ciudades más importantes,
sino también otras 67 ciudades (23 ciudades de entre 100.000 y 400.000 habitantes y
otras 41 ciudades de unos 100.000 habitantes) destruyendo las viviendas de 21 millones
de personas (14).
Es preciso resaltar que la mayoría de las víctimas de los “bombardeos estratégicos” son
necesariamente civiles, en especial ancianos, mujeres y niños por la sencilla razón de
que los hombres jóvenes se encontraban en el frente.
Matar civiles deliberadamente con “bombardeos estratégicos” o por otros medios son
crímenes de guerra según los principios de las leyes internacionales establecidos en
Nuremberg y en Ginebra. Son actos de terrorismo.
Por último, Tanaka recuerda que “jamás se ha terminado guerra alguna tan sólo
bombardeando indiscriminadamente y matando a civiles en masa. Más bien hay
numerosas evidencias de que semejantes estrategias han solido fortalecer la resistencia”
(12).
Esta estrategia siguió durante las guerras de Corea donde se destruyeron la mayoría de
las ciudades y pueblos con masivos bombardeos de napalm (15) y de Vietnam donde se
llegó a envenenar las cosechas con dioxinas mediante el agente naranja como hemos
documentado anteriormente (16).
En las últimas guerras las víctimas civiles y la destrucción de objetivos no militares han
pasado a denominarse “daños colaterales”. Los “bombardeos de precisión” con armas
radiactivas en guerras como las de Afganistán, Kosovo e Irak extienden las víctimas no
solo a las poblaciones civiles actuales si no también a sus futuras generaciones.
Volviendo a Hiroshima y Nagasaki. Las bombas no se tiraron para evitar más víctimas
civiles de la guerra. Por el contrario las víctimas civiles habían sido un objetivo de los
bombardeos y lo siguen siendo.
El 18 de junio en una reunión de los jefes militares estadounidenses se concluye que las
pérdidas estimadas, tras un desembarco en Japón, no superarían a los 50.000 hombres
(17). Según el Estado Mayor de EEUU eran de entre 20.000 y 46.000 en junio-julio de
1945. Truman hablaba usualmente de 250.000.
Pero esa cifra fue engordando a medida que pasaba el tiempo, en 1955 el mismo
Truman ya daba una cifra de medio millón de norteamericanos salvados. Winston
Churchill se pasó todavía más y habló de que las bombas habían salvado a millón y
medio de aliados. (18-19)
Nótese que incluso la predicción más optimista parte de la base de que hubiese un
desembarco de las tropas de EEUU.
Pero incluso la necesidad del desembarco fue puesta en cuestión un año después por el
informe The United States Strategic Bombing Survey que afirma que: “antes del 1 de
noviembre de 1945 Japón se habría entregado incluso si no se hubiese planteado
ninguna invasión”. (21)
Es preciso pues concluir que las bombas atómicas eran además mágicas ya que iban
salvando más y más vidas humanas a medida que pasaba el tiempo. Así que no solo no
debemos denunciar a los responsables de haberlas tirado como asesinos, sino que
además debemos estarles eternamente agradecidos por su maravillosa labor humanitaria.
Mentira!
Numerosos datos históricos demuestran (incluso del gobierno y de altos mandos del
ejército estadounidense) que esa afirmación no se sostiene.
Un cable del 5 de mayo de 1945, enviado a Berlín por el Embajador alemán en Tokio,
decía que oficiales de la marina japonesa reconocían que la situación claramente era
desesperada y que las fuerzas armadas japonesas aceptarían la capitulación incluso si los
términos eran duros. El cable fue interceptado y descifrado por los Estados Unidos. (23)
Ese mes, el Secretario de Guerra L. Stimson rechazó tres recomendaciones de alto nivel
dentro de la administración para activar negociaciones de paz. Las ofertas proponían
informar a Japón que los Estados Unidos estaban dispuestos a considerar el
mantenimiento del sistema imperial (como de hecho así se hizo) y no insistir sobre la
rendición incondicional. (24)
Alemania había sido derrotada meses antes fundamentalmente por el ejército soviético
(25). La rendición definitiva se produjo el 9 de mayo 1945.
El 16 de abril. El General Arnold, jefe de las Fuerzas Aéreas y el General Groves, jefe
del proyecto Manhattan escojen las 4 ciudades diana para el futuro bombardeo atómico:
Hiroshima, Niigata, Kokura y Nagasaki. (26)
En julio, antes de los líderes de los ESTADOS UNIDOS, Gran Bretaña, y la Unión
Soviética se reunieran en Potsdam, el gobierno japonés envió varios mensajes de radio a
su Embajador, Naotake Sato, en Moscú, pidiendo que “solicitase la ayuda soviética para
mediar en establecer la paz. Su majestad está extremadamente impaciente por terminar
la guerra cuanto antes”. (31)
A pesar de que no les informó oficialmente, los rusos conocían el proyecto al menos
desde junio ya que Klaus Fuchs proporcionó una descripción detallada de la bomba de
plutonio a los soviéticos (27).
11 de junio. Informe de James Franck sobre los peligros de una carrera de armamentos
atómicos. (17)
21 de junio. El comité dirigido por Stimson afirma que la bomba debe ser utilizada a la
primera ocasión, sin advertencia previa, sobre una ciudad con una fábrica de
armamento. (17)
El problema como hemos visto antes es que ya no quedaban ciudades con importantes
fábricas de armamento… Daba igual, las ciudades ya habían sido escogidas aunque no
las tuvieran por los Generales estadounidenses.
10 de julio. Molotov declara al Ministro chino de Asuntos Exteriores, T.V. Soong, que
la URSS podría declarar la guerra al Japón a finales de agosto. (20)
21 de julio. Truman recibe un informe detallado del General Groves sobre la explosión
de Alamogordo. Desde ese momento la actitud del Presidente estadounidense con
relación a los soviéticos cambiará totalmente... El Presidente de los Estados Unidos, en
el curso de una reunión aparte, anuncia a Stalin que tiene un arma secreta
revolucionaria. Stalin le invita a “utilizarla bien”. (20)
El 24 de julio el grupo de los aviones B-29 está listo ya para el bombardeo atómico.
Truman y sus colaboradores Stimson, Marshall y Arnold fijan el comienzo de las
operaciones para el 3 de agosto. (20)
Se ha dicho que los rusos no dieron curso a las reiteradas demandas de paz de Japón,
pero como señala Blum (21), habiendo descifrado años antes el código de los mensajes
japoneses, Washington no tenía que esperar a ser informado por los soviéticos de estos
correos para obtener la paz; lo sabía inmediatamente, y no hizo nada. Además los
anteriores datos demuestran sin duda alguna que los Estados Unidos tenían un
conocimiento completo de que Japón intentaba terminar la guerra.
Esto se hizo en contra de la opinión de los más altos mandos militares del ejército
estadounidense. El General Douglas MacArthur, estaba convencido que la retención del
Emperador era vital para una transición ordenada a la paz. El Almirante William Leahy
estaba de acuerdo. La negativa a conservar el Emperador daría lugar solamente a que el
japonés se desesperase… un Japón casi derrotado podía dejar de luchar si la entrega
incondicional se retiraba como demanda (35-36).
Pierre Pierart recalca que “se propuso una capitulación explícitamente incondicional con
el reconocimiento implícito del mantenimiento de la monarquía imperial”. (37)
Un detalle importante ya que los aliados sabían que formulada de este modo la
declaración no sería aceptada por Japón, que era lo que se pretendía. Pero hacía falta
tener una excusa y ocultar el hecho de que la orden de lanzar las bombas había sido
dada antes de publicar el ultimátum.
Esta versión final de los términos de la rendición de Japón era en cualquier caso una
payasada. El día antes de que fuera publicada, Harry Truman ya había aprobado la
orden para lanzar la bomba atómica. (38)
El 5 de agosto Truman incita a Tchang Kaï Chek para que retrase las negociaciones
previas a la entrada en guerra de la URSS contra el Japón (37).
Es muy importante resaltar que incluso desde el lado de los Estados Unidos muchos
funcionarios militares de alto grado cuestionaban la necesidad del uso de la bomba
atómica.
El General MacArthur advirtió a los EEUU que: “los japoneses están agotados, que el
Emperador del Japón quiere firmar un armisticio y que el golpe de gracia podría darse
en un plazo de semanas mediante armas convencionales”. (42) Truman reconoció en
una reunión tres días antes de que la bomba fuera lanzada sobre Hiroshima que “Japón
estaba buscando la paz”.
Pero a pesar de todo las bombas se tiraron. Y no solo una, lo que evidentemente habría
bastado para el propósito oficialmente admitido de acabar la guerra, sino que se tiraron
dos. Además se hizo con un intervalo de solo 2 días, lo que dejaba poco tiempo para que
se examinasen sus resultados. De hecho la segunda bomba arrasó Nagasaki poco
después de que los japoneses se rindiesen.
A a las 11 de la mañana del 9 de agosto, el Primer Ministro Kintaro Suzuki declaró ante
el gobierno de Japón: “bajo las actuales circunstancias he concluido que se debe aceptar
la proclamación de Potsdam y terminar la guerra”. (43)
Las conclusiones del informe The United States Strategic Bombing Survey, 11 meses
después, fueron las siguientes: “Parece claro que sin los ataques atómicos la supremacía
en el aire habría podido ejercer la suficiente presión para provocar la rendición
incondicional y evitar la necesidad de la invasión. De acuerdo con una investigación
detallada de todos los hechos, y apoyado por el testimonio de los líderes japoneses que
sobreviven implicados, es la opinión del examen que ciertamente antes del 31 de
diciembre de 1945, y probablemente antes del 1 de noviembre de 1945, Japón se habría
entregado incluso si las bombas atómicas no se hubieran tirado, incluso si Rusia no se
hubiese incorporado a la guerra, e incluso si no se hubiese planteado ninguna invasión”.
(44)
Más tarde, en 1953, el General Dwight Eisenhower reconoció ante la ONU que los
militares habían procedido a 42 explosiones nucleares desde Nagasaki hasta diciembre
de 1953 e intentó instituir el proyecto Condor para informar a la población de los
peligros de las explosiones nucleares militares. Proyecto que nunca se aplicó (45).
También años después el Almirante Guillermo Leahy, indicó en sus memorias que “el
uso de esta arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no supuso ninguna ayuda material en
nuestra guerra contra Japón. Los japoneses estaban derrotados y listos ya para rendirse”.
(46)
El General MacArthur reiteró en 1960 que “No había ninguna necesidad militar de
emplear bomba atómica en 1945”. (21)
Incluso el propio Churchill reconocería después que: “Sería erróneo suponer que el
destino del Japón fuese determinado por la bomba atómica”. (21)
Ya en 1944 el físico danés y premio Nobel Niels Bohr escribió al Presidente de los
Estados Unidos, que en la época era Roosevelt, y a Churchil advirtiéndoles del peligro
de las armas nucleares.
Bohr, insistió más tarde en la necesidad de informar a los soviéticos sobre las
investigaciones realizadas en el marco del proyecto Manhattan. Churchill,
contrariamente a Roosevelt, se opuso vigorosamente a esta propuesta e incluso quiso
encarcelarlo. Bohr, que ya se había encontrado con los físicos Kapitsa y Landau en la
URSS, no fue autorizado a visitarlos. (20)
En 1945 un grupo de 8 científicos atómicos encabezado por James Frank y entre los que
se encuentra Einstein, escriben un informe (informe Frank) advirtiendo a Roosevelt del
peligro. Roosevelt al parecer no leyó este informe, ni la carta de Bohr.
El informe fue reenviado al recién electo Presidente Truman el 11 de junio, firmado esta
vez por 64 científicos. Tampoco tenemos evidencias de que los leyera.
Ken Bainbridge, director de las pruebas, añadió algo menos poético: “Todos somos
ahora unos hijos de puta”. Luego Oppenheimer inspeccionó el lugar de la explosión.
Años después moriría de cáncer de pulmón, uno de los cánceres favoritos del plutonio,
aunque se atribuirá a que fumaba en pipa.
Tras la bomba hubo también una reacción de otros científicos que habían trabajado en
su preparación en los Alamos. Fundaron la Federación de Científicos Atómicos y
publicaron un boletín mensual que se tituló “minutos antes de media noche”.
En 1954, J. Edgar Hoover, director del FBI, redactó un informe para la Casa Blanca
apoyando la acusación de que Oppenheimer era un “agente de espionaje”. El comité de
seguridad de la CEA, sin que se demostrase que fuera culpable, lo separó de toda
participación en los nuevos proyectos de investigación. Finalmente cuatro años antes de
morir fue rehabilitado.
Como puede verse, ni la opinión de los dirigentes militares ni la de los científicos pudo
impedir el crimen. No nos engañemos, no era culpa solo de Truman que acababa de
llegar a la presidencia y de enterarse de la existencia del proyecto secreto de construirla
(Manhattan), a pesar de que había sido el Vice Presidente con Roosevelt. Truman era
solo un títere como lo son todos los Presidentes.
Otras fuerzas más poderosas ya estaban en acción. Predominó la opinión y los intereses
de las multinacionales que habían impulsado el multimillonario proyecto de la creación
de la bomba como Carnegie, Dupont, Westinghouse, Union Carbide, Tennessee
Eastman, General Electric, Boeing (que fabricaba los bombarderos que las
transportaron), etc. al que se sumarían otras como Monsanto. (50)
Esta es una buena prueba de que ya entonces el Presidente de los Estados Unidos, los
políticos y el Pentágono no eran quienes decidían.
No es difícil de comprender.
A mi juicio había tres motivos claros que justifican este comportamiento criminal,
innecesario, para ganar una guerra que ya estaba ganada.
Anatoly Koshkin, PhD en Historia, opina que el objetivo era frenar el avance soviético
en su artículo “No fue la bomba atómica lanzada sobre Japón lo que hizo finalizar la
Segunda Guerra Mundial”. (10)
Truman dijo al respecto refiriéndose a los rusos: “Si la bomba explota, en lo que confío,
tendré, sin lugar a dudas, un garrote para esos muchachos”. (10)
El científico inglés Blackett por ejemplo afirmó que los bombardeos atómicos “en
último lugar eran un acto apuntado contra Rusia”. (10)
Según el científico nuclear del proyecto Manhattan, Leo Szilard, el Secretario de Estado
Byrnes había dicho que la ventaja más grande de la bomba no era su efecto sobre Japón
sino su poder para hacer que Rusia fuera más manejable en Europa. (51)
Szilard contó a sus biógrafos cómo el Secretario de Estado de Truman, James Byrnes,
dijo antes del ataque de Hiroshima que “Rusia sería más manejable si quedase
impresionada por el ejército americano. Una demostración de la bomba puede
impresionar Rusia”. (46)
Por si no estuviese suficientemente claro, el General Leslie Groves, que fue nada menos
que el director del proyecto Manhattan desde su comienzo, testificó en 1954: “nunca a
partir del momento en que tomé a mi cargo este proyecto, me hacía ilusiones, Rusia era
nuestro enemigo, y el proyecto fue conducido sobre esa base”. (53)
Churchill, que conocía el proyecto antes de Truman, había aplaudido y había entendido
su uso, dijo: “Ahora tenemos algo en nuestras manos que reenderezará el equilibrio con
los rusos”. (54)
Hace solo unos días, en la revista Británica New Scientist, dos historiadores han
divulgado algunas evidencias que confirman que la decisión de los EEUU de tirar
bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki fue empezar la guerra fría contra la Unión
Soviética en vez de terminar la Segunda Guerra Mundial, y que no era necesario para
ello utilizarlas como hemos demostrado a lo largo de este trabajo.
Era preciso rentabilizar un proyecto que había costado un ojo de la cara. En el curso de
seis años, entre 1939 y 1945, se gastaron más de 2 mil millones de dólares en el
Proyecto Manhattan, que movilizó a 150.000 personas.
En general se habla de las bombas atómicas, pero en realidad no había solo una bomba
atómica. En los Alamos se había probado la bomba de plutonio. Pero los EEUU tenían
dos tipos distintos de bombas que probar en carne viva.
¿No eran suficientes? ¿Era necesario en Nagasaki causar otras 100.000 víctimas con la
fraudulenta excusa de que Japón se rindiera? ¿Era necesario vaporizar a cientos de miles
de personas para ganar una guerra que ya estaba ganada?
Lo mismo sucedió en la primera guerra del golfo, que era innecesaria ya que los irakíes
presentaron 7 propuestas de salida pacífica de Kuwait (que habían invadido con el
acuerdo de EEUU) y las dos últimas eran de salida incondicional como documenta
rigurosamente Michel Collon (57).
Pero en este caso también había que probar las nuevas armas radiactivas mal llamadas
de uranio empobrecido (58) y posicionarse geoestratégicamente en la zona.
Este crimen inició una época de tensión en la que Washington planeó y amenazó con el
uso de armas nucleares por lo menos en 20 ocasiones en los años ’50 y los años ’60.
(58)