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Gina Fasoli

Ciudad y feudalismo

El presente trabajo se realiza en base a la Italia centro-septentrional entre el siglo X y los siglos XIII-XIV.
Quiero precisar desde un principio que por ciudad entiendo todos aquellos asentamientos que así fueron
considerados por los contemporáneos en cada momento: eran ex municipios romanos, que más tarde se
convirtieron en sedes episcopales y en cabezas de condado. Las ciudades nunca fueron concedidas en
feudo por los soberanos a sus fieles y nunca perdieron su carácter público, ni siquiera cuando fueron
concedidas in perpetuo a sus obispos, que las gobernaron como ciudadanos públicos, y tampoco sucedió,
como ha observado Ernesto Sestan, que alguna ciudad entrara en la esfera de las autoridades feudales
extraurbanas.
Ningún centro urbano fue jamás desmembrado en señoríos diversos, a pesar de que, en cierto momento,
hallemos vasallos episcopales o condales en posesión de lugares de importancia estratégica o económica.
En la alta edad media, es decir, hasta mediados del SXI, los habitantes de la ciudad, por otro lado, siempre
gozaron de ciertas formas de autonomía, de participación en el gobierno de la ciudad, en la vida pública
local, aunque prácticamente solo las ejercieran un grupo restringido de ciudadanos en consideración a su
riqueza y prestigio familiar personal.
Es necesario aclarar que hay términos como “patriciado” “nobleza” o “aristocracia” que no se ajustan en
lo que al concepto se refiere, es mas oportuno hablar de próceres, notables, personajes que gozan de
consideración y otros términos semejantes. También el termino feudalidad merece explicación, con este
concepto me refiero a todos aquellos individuos, a todos aquellos grupos sociales insertos en un sistema de
relaciones de dependencia personal, expresada en un juramento de fidelidad, sustentada en la concesión de
un beneficio, gravada con la prestación de determinados servicios. Esta casta social teóricamente puede
ser distinta de la de los propietarios de tierras, los cuales también poseen cortes y castillos, pero a titulo de
alodio, en la práctica cotidiana, unos y otros se funden y confunden a través de la riqueza. De modo
corriente, por tanto, unos y otros son conocidos como “señores feudales”.
Los documentos reales e imperiales de los SIX y X hablan de cives mayores, mediocres, minores,
expresiones con las que querían aludir no a clases cerradas jurídicamente definidas, sino a estratificaciones
sociales, calificadas sobre la base del modo de vida y del prestigio individual, en relación al cariz del
parentesco y de las amistades y en conexión con la riqueza inmobiliaria y mobiliaria y con deberes
militares que llevaban aparejadas. La presencia característica de propietarios de tierras en la ciudad, esta
documentada entre otros testimonios por un paso de un libro de censos de Lotario del año 846, pero en la
ciudad también había mercaderes que surgieron de las actuaciones privadas en los SIX y X cuya situación
se puede llegar a conocer.
No se disponen, en cambio, documentos que hablen con certeza de la residencia habitual de milites en la
ciudad y mucho menos de su participación activa y consolidada en la vida ciudadana.

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La inmigración de propietarios de tierras, de vasallos, de gentes de armas a la ciudad a lo largo del SX y
XI es, en cualquier caso, un fenómeno que se detecta en todas las ciudades italianas en el marco del
movimiento migratorio mas amplio que implica a todos los estratos rurales, la fuerza de atracción de la
ciudad siguió una curva creciente, desde la época en que las incursiones húngaras hacían afluir a la ciudad
turbas de prófugos, que una vez desaparecido el peligro ya no regresaban mas que en parte a sus lugares.
Esta inmigración del condado a la ciudad, uno de los resultados que produce es la inserción en la casta de
ciudadanos notables genuinos, de núcleos militares y feudales que mantenían relaciones estrechas con la
zona rural, con el lugar de procedencia. Los señores rurales querían tener un punto de apoyo en la ciudad
para así reforzar su posición en el campo, donde poseían alodios y beneficios, donde controlaban los
centros de poder, para, al propio tiempo, y desde la ciudad, acceder a un campo de acción mas amplio que
propiciaría la realización de sus ambiciones, de su voluntad de poder y de enriquecimiento, en el ámbito
laico y eclesiástico.
Dentro del movimiento que llevo a la formación de los municipios, los vasallos de señores eclesiásticos y
de señores laicos encarnaban la particular exigencia de sus grupos frente al señor, quien quiera que fuese.
Bastara recordar que la presencia políticamente activa de vasallos obispales y condales en época
premunicipal ha sido detectada, además de en Milán, en Genova, en Cremona, en Ravena entre otras. La
aparición de los municipios interpretada antes como un hecho revolucionario “antifeudal” se ha pasado ha
interpretar como origen de la progresiva modificación del mundo feudal, en la que inicialmente participa
la nobleza ciudadana y a la que en modo alguno se opone pragmáticamente.
La formación del primer municipio, en consecuencia, como una medida de emergencia, que de provisional
se convierte en estable, que suple una carencia o una debilidad momentánea o duradera del poder, hasta
entonces legitimo, del conde laico o del obispo. Hallamos la confirmación de estas observaciones en las
lista de personajes que integraban esta nueva organización política, en las que nombres de vasallos y de
funcionarios obispales o condales se alternaban con los de personajes que presuntamente eran propietarios
de tierras o mercaderes o amabas cosas junto a jueces y notarios, a legis doctores: personajes que cuando
estaban al servicio del señor rural representaban un vinculo cultural con la ciudad en la que se prepararon
profesionalmente, pero que cuando estaban al servicio del nuevo régimen constituyan un sólido vinculo de
continuidad o de legitimidad con el régimen precedente, bien fuera obispal o condal.
Pero también los jueces y los doctores legis eran parte de la casta de los mayores, cuando se enriquecían,
se convertían en propietarios, entraban en las filas de los vasallos obispales o condales, se entroncaban con
las grandes familias ciudadanas o rurales.
Encontramos el eco de lo reflejado en las formulas de los juramentos de los cónsules y de los cives, el
denominado sequimentum. Son juramentos que no son prestados impersonalmente por la colectividad a
sus representantes y de estos a la colectividad, sino que son prestados de hombres a hombres, según
formulas y esquemas muy próximos a los esquemas feudal. El nuevo organismo político administrativo
que se iba constituyendo se basaba en efecto, en la relación personal entre el vértice y la base, relación de
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tipo feudal, que es algo muy diferente de aquella asociación voluntaria jurada de la que tanto se hablo y se
continúa hablando.
La realidad es que los hombres de la edad Media, tenían un riguroso sentido del ceremonial, ahora bien,
el municipio naciente en pos de la propia identidad formal, a los únicos modelos a los cuales podía
referirse eran al modelo eclesiástico y al modelo feudal, al modelo de los consejos y de las grandes
asambleas del reino. La elaboración de las formalidades diplomáticas municipales no podía emerger más
que de los ejemplos procedentes de la chancillería de los soberanos, obispos y cones.
La inmigración del condado la ciudad de propietarios de tierras, de vasallos, de guerreros, no se corto en
el SXI sino que prosiguió a lo largo de los SXII y XIII incluso lo rebaso.
En el caso del establecimiento voluntario todavía influyan las viejas motivaciones, la ciudad seguía siendo
el lugar donde se buscaba seguridad, éxito, riqueza, poder. Respecto a los señores feudales menores,
aunque en el juramento de sumisión del municipio figurase a menudo inserta la cláusula salva fia’elitate
anteriorum sourum dominorum, propia del homenaje estricto, el asentamiento urbano y la obtención de la
ciudadanía, eran un medio para suavizar los vínculos que los mantenían sujetos a sus señores. En el caso
de las sumisiones forzadas de señores locales (y de comunidades rurales menores) ni siquiera valdría la
pena repetir que el nuevo régimen instaurado en la ciudad quería afirmar la propia autoridad en el área
territorial que había sido administrada por el conde y cuya jefatura espiritual era ostentada por el obispo,
del cual las ciudades eran el centro topográfico y económico; asistido por una milenaria red de caminos
que en ella convergían y la comunicaban con las ciudades vecinas.
Pero cabe tener en cuenta que los Burgos y castillos que surgían a lo largo de esos caminos eran, a su vez,
centros económicos, en los que convergían los recursos económicos de las tierras sujetas al señor que las
poseía y que además, explotaba con aranceles y peajes el tráfico desde y por la ciudad. El gobierno de la
ciudad quiere eliminar o al menos coordinar esa pluralidad de centros económicos y fiscales en beneficio
del centro urbano.
Es conveniente observar que la conquista del condado nunca fue total y no culmino con la creación de
estructuras homogéneas en toda la extensión que se indicaba con varios nombres: comitatus, posse etc.
avanzando con rapidez en ciertas zonas y en otras no. Mucho más peligrosa resulto ser la persistencia de
dominios territoriales de la gran feudalidad, con la que nunca fue posible llegar a acuerdos duraderos en
beneficio de la ciudad, sobre todo cuando los grandes linajes tenían posesiones en diversos condados
colindantes.
El instrumento con el que se sirvieron casi en todas partes las ciudades para establecer un vínculo durable
con los señores locales fue la instauración de un vínculo feudal de vasallaje. Los señores locales cedían la
propiedad de sus castillos al municipio, personificado en los cónsules, que inmediatamente se las
restituían a titulo de feudo, recibiendo un juramento de fidelidad acompañado de cláusulas que variaban
según el caso (cargas fiscales, relativas a la libertad de transito etc.). Podemos, no obstante, constatar que
el objetivo inicial y principal de estas negociaciones era el castillo, que poseían los señores locales, cuya
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disponibilidad quería asegurarse el municipio tanto en la paz como en la guerra, para evitar que se
conviertan en bases de las fuerzas enemigas.
Ernesto Sestan ha observado que cualitativamente no había mucha diferencia, en cuanto morfología social,
entre el dominio de los castillos y el grupo dirigente urbano. Ahora bien, ¿Cómo se produce la absorción?
Parece que el primer paso en la carrera política (al margen de las alianzas matrimoniales) había consistido
en ser convocado a presenciar, en calidad de testigo, actos políticamente relevantes. De todas maneras la
meta de llegada fue la asimilación completa entre ciudadanos notables de origen e inmigrados, en cuanto a
ocupaciones, riquezas. Las relaciones de parentesco, comerciales y de amistad los acercaban y fundían
cada vez más.
En el plano edilicio y urbanístico la agrupación se traduce en la formación de verdaderas y auténticas islas
topográficas e institucionales, en las cuales en torno a la casa en la que residía el núcleo familiar originario
se apiñaban los descendientes y colaterales, los clientes y fieles. Las agrupaciones tenían sus jefes, a los
cuales se le s reconocía ciertos derechos frente a los parientes de las agrupaciones, según los estatutos que
se habían otorgado tenían una enseña común que todos portaban en sus armas, estandarte.
Seria bueno dilucidar en que medida el asentamiento urbano de los señores y su inserción en la vida
política contribuyo a exasperar las contiendas y rivalidades entre facciones. El pueblo gobierna dentro de
las murallas de la ciudad, se ha dicho, pero fracasa en el principal objetivo del primer municipio, la
formación de un estado territorial.
Se ha visto que no todos los señores rurales estuvieron vinculados a sus ciudades con una relación feudo-
vasallatica, ni todos fueron obligados a establecer su residencia en ellas, eso sucede sobre todo con los
mas poderosos, con los cuales las ciudades se daban por satisfechas estableciendo de vez en cuando
relaciones de alianza. Los feudatarios mayores de hecho también se cernían sobre la ciudad, aun sin llegar
a ser ciudadanos súbditos su campo de acción favorito fueron las ciudades.
Como se sabe, en el SXIII con la expresión magnates, potentes etc., se indica a aquellos personajes que
tenían su campo de operaciones en la ciudad y en el territorio, que a la riqueza y a la autoridad asociaban
la prepotencia y turbulencia. Contra los magnates se desarrollo en casi toda la Italia centroseptetrional una
legislación preventiva y represiva que comportaba grandes limitaciones económicas.
Cuando se abre la fractura entre la vieja casta dirigente y el populus, ciudadanos oriundos, señores rurales
asentados en la ciudad, nuevos ricos ya no se distinguen y la legislación antimagnates y antifeudal los
asimila ulteriormente.

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