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Crecí en un pequeño pueblo rural

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en Victoria.

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Tenía un perfil muy normal, un bajo perfil de educación.

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Fui a la escuela, me juntaba con mis amigos,

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me peleaba con mis hermanas menores.

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Todo era muy normal.

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Y cuando tenía 15 años, un miembro de mi comunidad

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se acercó a mis padres

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porque quería nominarme

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para un premio de la comunidad.

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Y mis padres dijeron: "Bien, eso es muy bonito,

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pero existe un problema evidente.

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Ella en realidad no ha conseguido nada". (Risas)

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Y tenían razón.

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Fui a la escuela, tenía buenas notas.

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Tras la escuela, yo tenía un bajo perfil


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en la peluquería de mi madre,

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y pasaba mucho tiempo mirando las series

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"Buffy the Vampire Slayer" y "Dawson's Creek".

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Sí, lo sé. Qué contradicción.

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Pero tenían razón.

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Yo no hacía nada que fuera extraordinario

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en absoluto.

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Nada que pueda considerarse como un logro

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si tomamos la discapacidad fuera de la ecuación.

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Años más tarde, estando en la segunda parte de la enseñanza

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en una escuela secundaria de Melbourne,

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tan solo tras unos 20 minutos en la clase 11 de estudios jurídicos

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un muchacho levantó la mano y dijo:

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"Oye, ¿cuándo darás tu discurso?"

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Y yo: "¿Qué discurso?"

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Bueno, yo les había estado hablando

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sobre la ley de difamación por unos buenos 20 minutos.

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Y él dijo: "Ya sabes,

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tu discurso motivacional.

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Cuando las personas en sillas de ruedas,

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hablan de cosas inspiracionales en la escuela?"

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(Risas)

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"Por lo general, en el salón de actos".

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Y fue entonces cuando me di cuenta:

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Este niño había tenido experiencias con personas con discapacidad

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como objetos de inspiración.

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