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03 - Marfany - El Cabildo de Mayo
03 - Marfany - El Cabildo de Mayo
Roberto MARFANY.
El Cabildo de Mayo.
Buenos Aires, Theoría, 1961. Capítulos V y VI.
“Prestó su voto el muy Reverendo Obispo de esta Diócesis Don Benito Lué, fiel
servidor de V. M., pero a pesar de su recta intención, dio el expresado ocasión a
la suspicacia del Doctor Don Juan José Castelli, principal interesado en la
novedad, para que al rebatirle varias proposiciones viniese a fijar el punto que
deseaba cual era el de examinar si debía yo cesar en el Gobierno Superior y
resumirlo el cabildo”.(1)
“A esto salió Castelli a responder al señor Obispo, que era nombrado por los
patricios para su alegación diciendo que el mando del señor virrey debía cesar en
virtud de no existir en España autoridad ninguna, etc.”. (5)
El alegato de Castelli fue elocuente, sin duda alguna, no sólo por “la profusión de
la verba que le era genial”, sino por la estructura dialéctica y la fundamentación
jurídica de que hizo gala y arrebató a los patriotas. Los Miembros de la Real
Audiencia de Buenos Aires también dejaron testimonio en su informe de las dotes
oratorias con decir:
La versión más completa que hasta ahora se conoce del discurso de Castelli, se
registra en el informe de los miembros de la Real Audiencia, y puede
considerársela de la mayor fidelidad por proceder de personas con suficiente
preparación en asuntos jurídicos y políticos. El abogado patriota, según esa
versión:
“Puso empeño en demostrar que desde que el señor infante Dn. Antonio había
salido de Madrid, había caducado el Gobierna Soberano de España; que ahora con
mayor razón debía considerarse haber expirado, con la disolución de la Junta
Central, porque además de haber sido acusada de infidencia por el pueblo de
Sevilla, no tenía facultades para le establecimiento del Supremo Gobierno de
Regencia; ya porque los poderes de sus vocales eran personalísimos para el
Gobierno y no podían delegarse, y ya por la falta de concurrencia de los
Diputados de América en la elección y establecimiento de aquel Gobierno;
deduciendo de aquí su ilegitimidad y la reversión de los derechos de la Soberanía
al Pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la instalación de un nuevo
Gobierno, principalmente no existiendo ya como se suponía no existir la España
en la denominación del señor Dn. Fernando Séptimo”.
Suscripto por todos sus miembros el 17 de junio de 1808, y que reza así:
“Fernando VII había creado una Junta Suprema de Gobierno, cuyos miembros
señaló, y por Presidente a su tío el Infante D. Antonio. Era preciso destruir cada
Junta y consumar los proyectos de iniquidad que estaban tramados; para esto se
hizo salir de Madrid y pasar a Francia a la familia Real, sin exceptuar aquellos
Infantes que por su tierna edad parecía debían inspirar alguna compasión... El
débil Gobierno español, oprimido por el Duque de Berg, después de haber
prohibido a las tropas españolas que saliesen a ayudar a sus hermanos, se
presentó en público en las calles de Madrid, y a su vista dejó el pueblo las armas
y calmó todo su furor... Después se obligó a salir para Bayona al Infante D.
Antonio. Había señalado Fernando VII los vocales de la Junta de gobierno, y nadie
podía agregar otros; no obstante, el extranjero Murat no tuvo rubor de obligar a
estos vocales a que en su presencia misma lo eligiesen Presidente, circunstancia
que basta sola, para convencer la horrible violencia con que se procedía; sin
embargo, firmaron este Decreto y lo Publicaron todos los vocales de la Junta.
¡Qué vasallos! ¡Qué españoles!...
Sin gobierno que pudiera llamarse español y aisladas las provincias por la acción
de las tropas napoleónicas, surgieron en las ciudades capitales juntas provinciales
de creación popular, y en última instancia, la titulada pomposamente Junta
Suprema Central Gubernativa del Reino, constituida en Aranjuez el 25 de
septiembre de 1808, con dos representantes por cada provincia en total de
treinta y cinco miembros y que poco después se trasladó a Sevilla. Esa Junta
Central gobernaba a nombre de Fernando VII, es decir sin atribuirse su soberanía;
por cuanto, como explicaba el famoso político español don Melchor Gaspar de
Jovellanos, la potestad soberana era:
“Una dignidad inherente a la persona señalada por las leyes y que no puede
separarse aún cuando algún impedimento físico o moral estorbe su ejercicio. En
tal caso, y durante el impedimento, la ley o la voluntad nacional dirigida por
ella, sin comunicar la soberanía, puede determinar la persona o personas que
deben encargarse del ejercicio de su poder”. (6)
“Si se hubiera de entrar en mayor discusión para fijar los límites más precisos y
circunscriptos de las representaciones de la Junta de Sevilla y de la augusta Casa
de Borbón para la Regencia de estos reinos, no era de prescindir ni de la falta de
reconocimientos a aquéllas de los más reinos de España, ni de la insuficiencia de
la mera voluntad de ellos para traer a su obediencia los de Indias. La primera
circunstancia importa; por lo menos, la duda del valor que cada uno quiera dar al
acto de corporación de Sevilla, especialmente cuando la América incorporada a
la Corona de Castilla, es inherente a ella por la constitución, y como no existe
una obligación absoluta que los separe del trono, los una de su igual por la
dependencia, pueden muy bien constituirse a sólo la unidad de ideas de
fidelidad, sin pactos de sumisión. En este caso, no se puede ver el medio de
inducir un acto de necesaria dependencia de la América Española a la Junta de
Sevilla, pues la constitución no precisa que unos reinos se sometan a otros, como
un individuo que no adquirió derechos sobre otro libre, no le somete. Ira segunda
circunstancia importa, por consecuencia de lo expuesto, que aparte de los actos
del imperante o de quien le represente legítimamente, nada debe ser más
impropio que substraerse del derecho que dan los llamamientos a los Príncipes
de la Casa en América, por reconocer el imperio de una Junta que no ha
mostrado sus títulos...”. (7)
“no son propiamente colonias o factorías como las de otras naciones, sino una
parte esencial e integrante de la monarquía española”, y en su mérito “deben
tener representación nacional inmediata a su real persona y constituir parte de
la Junta Central Gubernativa del Reino por medio de sus correspondientes
diputados”.
“...a los Pueblos de la acción que en ello deben tener y que se ha dignado
declararles en la insinuada revolución de la misma Junta Central; de la que debe
precisamente resultar el que no se arribe a la reforma o regeneración que tanto
se necesita para la felicidad de estas Provincias, abatidas y casi arruinadas por la
continuada prostitución de los gobiernos; acordaron se represente a S. M. en la
Suprema Junta, manifestándole este gravísimo reparo y otros más que se tocan
en el método adoptado, y suplicando se digne reformarla en términos que
queden expeditas las acciones y derechos de los pueblos en asunto que tanto les
interesa”. (10)
Se ha interpretado:
El párrafo que el autor utiliza es aquel en que Castelli niega a las juntas
españolas derecho a constituirse:
“Sin tener para ello ni la deliberación especial del rey tan necesaria... ni la
presunta de su voluntad o la ley de la constitución, no habiendo, como no hay,
pacto específico o tácito de reservación en la nación”.
Castelli, sin duda alguna, tenía conocimiento y creía, en 1809, en la doctrina que
habría de exponer en el cabildo abierto de 1810. La frase que el autor transcribe
no es suficiente para comprender todo el alcance de su pensamiento político, ni
para descubrir cómo se adecuaba a las circunstancias de la realidad concreta.
Pero en otros lugares del alegato de defensa a Paroissien sostiene Castelli ese
mismo principio, aún cuando no considere todavía llegado el caso de ponerlos en
acción. Pero entiéndase que lo que Castelli plantea en este escrito, es la presunta
idea política desarrollada por Saturnino Rodríguez Peña en los papeles
secuestrados a su agente Paroissien; y que ese escrito cumplía la principalísima
misión de obtener la libertad del detenido, circunstancia que debe tenerse muy
en cuenta para entender su verdadero sentido.
En el otro párrafo que el mismo autor transcribe (p. 53), Castelli, siempre en
defensa de las ideas de Saturnino Rodríguez Peña en favor de la Regencia de la
Infanta Carlota Joaquina, afirma:
Castelli, como expresa allí, parte del principio de que existe “un soberano que
ocupa legítimamente el trono y a quien ni se le puede quitar ni dejar de
obedecer”, bajo el entendido de que Fernando VII lo es realmente aunque
impedido y, en tal situación, “hay familia llamada a la sucesión hereditaria”,
familia constituida por “sus legítimos herederos y descendientes” y a los cuales
quedaban sometidos los “Dominios libres” “en la suposición de hallarse España
ocupada por los franceses”, como lo dice en otro pasaje sin que la nación, en
tales circunstancias, “pueda variar la forma y constitución del reino en nada”, y
únicamente en el caso de que hubiera caducado el poder real, la nación recobra
el ejercicio de su potestad originaria, o sea “los mismos principios y forma que se
constituyó en estado soberano”, y en tal caso, con derecho a darse “otra forma
que la monarquía, u otra dinastía que la que dimana desde la reina Isabel de
Castilla en la rama de Borbón” según admite en otro párrafo de ese mismo
escrito.
Para interpretar las ideas que Castelli desarrolla aquí, es necesario situarlo en el
momento histórico en que lo redacta y la intención que se propone. Repetimos,
que explica en él la filiación política de Saturnino Rodríguez Peña a través de sus
escritos en favor de la Regencia de la Infanta Carlota, secuestrados a Paroissien,
procesado por conspiración subversiva y a quien Castelli defiende.
La caducidad del Rey de España no era un recurso dialéctico de Castelli; era una
verdad proclamada a voces. En 1808, el Virrey Liniers mandó reimprimir y circular
en Buenos Aires un papel titulado “Diario de Valencia del lunes 6 de junio de
1808”, que comenzaba así:
“La monarquía está acéfala; se le ha puesta una cabeza extraña de su cuerpo,
que la ha constituido un monstruo, como si al cuerpo humano se pusiese la
cabeza de un asno”.
Aún sin esa limitación expresa, como las señaladas, todos los votantes lo hacían
en el mismo sentido, pues la fórmula o proposición general sometida a esa
decisión era:
Vamos a citar unos pocos ejemplos a ese intento. En la titulada “impugnación del
Dictamen que formará la posteridad sobre los asuntos del día, extractado en el
Diario de Madrid de 10 de mayo de 1808” y publicado en Buenos Aires ese año, se
lee entre otras cosas:
“¿Será legal la renuncia de nuestro Fernando VII y demás familia real? ¿Pero cómo
había de serlo, si según nuestras constituciones y leyes no tienen facultad los
monarcas de renunciar sino en manos de la Nación sin cuyo consentimiento y
aceptación no es válida la renuncia? Aun más, nuestros reyes no tienen derecho
de renunciar en un príncipe extranjero y cuando no quisiesen regirnos, la Nación,
entrando en la plena soberanía, elevaría al trono al que fuese más digno de
ocuparlo”.
También los vecinos de Buenos Aires leyeron la “Manifestación política sobre las
actuales circunstancias”, reimpresa en 1808 en cuatro hojitas, conteniendo esta
información precisa:
“El pueblo, pues, de Sevilla, se juntó el 27 de mayo y por medio de todos los
magistrados y autoridades reunidas, y por las personas más respetables de todas
las clases, creó esta Junta Suprema de Gobierno, la revistió de todos sus poderes
y le mandó defendiese la religión, la patria, las leyes y el Rey”.
Circularon otros dos impresos en Buenos Aires en 1808, con mayor identidad de
principios, si se quiere, a la tesis de Castelli, Uno de ellos es el “Oficio dirigido
por el Reyno de Galicia al Excmo. Sr. Virrey, Gobernador y Capitán General de las
Provincias del Río de la Plata”, suscripto por la Junta dé esa provincia el 23 de
agosto de 1808 y remitido a su destinatario por conducto del general Pascual Ruiz
Huidobro. El contenido de ese oficio es el siguiente:
Existen varios otros impresos con igual contenido, cuyas situaciones prácticas
sirvieron sin duda de ejemplo a Castelli, para fundar el derecho del pueblo de
Buenos Aires a reasumir también la soberanía. Consideramos suficiente a esa
demostración las pruebas transcriptas, y dejamos indicado el camino para otros
investigadores.
La palabra soberanía, clave de la inferencia del citado autor, tiene otra ubicación
en el plano intelectual y espiritual de los hombres de Mayo. Cabe recordar lo
ocurrido en España en orden a la recuperación de la soberanía, a través de los
impresos publicados en Buenos Aires, algunos de los cuales hemos reproducido
precedentemente. Y podemos citar el uso de ese vocablo por un alto dignatario
de la Iglesia sin sospecha de heterodoxia. Fue el Obispo Lué, quien expresó en su
voto:
Es preciso también no perder de vista, a los efectos de una mejor filiación del
principio de Soberanía expuesto en Mayo, otras opiniones corroborantes con la de
Castelli y provenientes de miembros de la Iglesia. Tales, por ejemplo, la del
canónigo, doctor Melchor Fernández, Chantre de la Catedral, quien dijo:
La del Rdo. Padre Maestro Fray Ignacio Grela O. P., en estos términos:
“Que ha fenecido la Autoridad del Excelentísimo Señor Virrey; que ésta debe
recaer en el Excelentísimo Cabildo, hasta tanto que reunido el Pueblo por medio
de Representantes que él mismo elija, designen las sujetos que deben componer
la Junta Gubernativa hasta la reunión de las Provincias interiores”.
La del Rdo. P. Dr. Luis José Chorroarín, Rector del Real Colegio de San Carlos y
Profesor de Filosofía, quien formuló así su voto:
“Que en atención a las circunstancias del día, es de sentir que debe subrogarse el
mando en el Excelentísimo Cabildo... debiéndose entender esto provisionalmente
hasta la creación de una Junta Gubernativa, cual corresponde con llamamiento
de todos los Diputados del Virreinato”.
La del Capellán del Regimiento de Dragones, P. Dr. Juan León Ferragut, quien se
expresó en estos términos:
“Que en atención a las noticias funestas que hemos tenido de Europa y haber por
consiguiente fenecido la Suprema Junta Central en quien residía la autoridad
Suprema, cuya dominación habíamos jurado, juzga debe reasumirse el derecho
de nombrar Superior en los individuos de esta Ciudad...”.
“Se debe oír a los demás Pueblos del distrito, y que por lo tanto nos debemos
conservar en el actual estado, hasta la reunión de los Diputados de los Pueblos
interiores con el de la Capital”.
Debemos hacer mención especial al voto del Secretario del Cabildo Eclesiástico,
presbítero Dr. Antonio Sáenz, quien se pronunció por la cesantía del Virrey con
este fundamento: “que ha llegado el caso de reasumir el Pueblo su originaria
autoridad y derechos”, principio político en identidad con el del Dr. Castelli y de
la más pura ortodoxia, como se verá en seguida. El presbítero Sáenz fue después
promotor y fundador de la Universidad de Buenos Aires en 1821 y desempeñó la
cátedra de Derecho Natural y de Gentes en el Departamento de Jurisprudencia.
Como fruto de esa enseñanza escribió la obra Instituciones elementales sobre el
Derecho Natural y de Gentes, obra manuscrita de la cual ha llegado hasta nuestra
posteridad sólo un fragmento, pero suficiente para conocer el pensamiento del
autor en punto al origen y el fundamento de la autoridad política, basado en el
derecho natural de origen divino.
“En el tratado segundo se propone detallar los principales del hombre para con
Dios en fuerza de la ley natural. Empieza por el conocimiento del Ser Supremo, y
los deberes que produce. No lo considera teológicamente por los dogmas de la
religión, sino como autor del Universo y de sus leyes en cuanto la naturaleza lo
proclama por todas partes, y manifiesta en todas sus relaciones la que existe
entre el Criador y la criatura”.
“En el tratado cuarto de este curso Se ocupa de los deberes que la naturaleza ha
impuesto al hombre con respecto a sus semejantes. Hay deberes perfectos o de
rigurosa justicia natural y deberes imperfectos de sola beneficencia y
humanidad. El autor deslinda unos y otros en dos capítulos con precisión y
exactitud”.
“La sociedad llamada así por antonomasia se suele también denominar Nación y
Estado. Ella es una reunión de hombres que se han sometido voluntariamente a
la dirección de alguna suprema autoridad que se llama también soberana...”.
“Los derechos de la sociedad son de dos clases: unos son de primero y otros de
segundo orden. Los de primer orden se suelen llamar también mayestáticos,
Soberanos y altos poderes; aunque este último dictado se acostumbre dar
también a las personas y corporaciones que se hallan revestidas de ellos, Muchos
publicistas se empeñan en que los derechos del primer orden son incomunicables,
porque son los que caracterizan la soberanía a la cual suponen indivisible e
inalienable. Nosotros observamos que estas cuestiones no se sostienen, sino a
costa de un juego de voces pesado y fastidioso...”.
“Para nosotros la soberanía y la Magestad son una misma cosa. Una y otra
consiste en la reunión de los derechos, preeminencias y deberes de primer orden
que le corresponden a un Estado o una Nación. De aquí que la persona o la
corporación que representa a un Estado par el ejercicio de tales derechos y
deberes y por la posesión y goce de tales prerrogativas, se llama Soberano y
puede recibir el tratamiento de Magestad. Algunos escritores enseñan que la
soberanía es indivisible e intransferible. Otros atribuyen la soberanía al poder
legislativo. Pero todas estas son doctrinas que carecen de fundamentos sólidos y
se sostienen con menos razones que palabras”.
“No obstante esto; una persona o una corporación por la mayor suma de derechos
y prerrogativas de primer orden que reúna, y por la de los deberes y
responsabilidad que tiene a su cargo, puede tener el dictado de Soberano, de Rey
y Magestad, y recibir los honores que están señalados a estas dignidades; sin que
por eso deba ocuparse y apropiarse el ejercicio de ciertos derechos soberanos
que no le han sido nunca concedidos”. (17)
Estos derechos soberanos pertenecen originariamente a la sociedad natural ir
constituyen la potestad necesaria para constituirse, elegir o consentir gobiernos,
cambiar su forma de organización y aún cometer tiranicidio, como lo enseña en el
Capitulo 29 parágrafo 20, Capitulo 3º parágrafo 12, Capitulo 4º parágrafos 5, 6, 7,
8, y 9, y tratado 3º Capitulo 10 (...) Las someras nociones doctrinarias que
dejamos señaladas, son lo suficientemente elocuentes como para situar al autor
dentro de la corriente escolástica, la misma que nutrió el pensamiento político de
Mayo.
Notas
1) El documento original manuscrito reproducido en facsímile por Carlos A.
Pueyrredón, op. cit., pp. 589-590.
17) Antonio Sáenz, op. cit., pp. 60, 66-67, 69-70 y 71.
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