UN POZO PROFUNDO

Me encontraba en un pozo profundo, solitario, lleno de polvo y oscuro; me dolían los ojos
de tanta oscuridad, trataba de salir, escalando por las paredes, más no podía me resbalaba,
pues no había de donde agarrarse; volviendo al fondo, ya cansada, sin fuerzas para seguir;
le pido a Dios que me ayude, que si de verdad soy su hija Él venga por mí, pues yo no
puedo sola. Mirando hacia arriba, veo brillar una luz que ilumina la entrada del pozo, trato
de alcanzarla, más no puedo; llorando por mi impotencia, mi debilidad, sigo clamando a
Dios por su ayuda; Y comienzo a recordar todas las promesas, las palabras que Él me ha
dicho, los consuelos que me ha dado, las bendiciones que me ha entregado y por sobre todo
que Jesús murió por mí; Así, continuo recordando y clamando a mi Señor Jesús, que venga
por mí, que me ayude, pues sólo anhelo servirle, no defraudarle, cumplir con el propósito
que tiene para mi vida. De pronto veo surgir de la entrada del pozo, rodeada de luz una
mano, blanca, suave, firme, que me toma y me ayuda a salir del pozo; una vez fuera del
pozo, mi Señor, amorosamente me limpia, me sostiene, me cobija en sus brazos, puedo
reposar mi cabeza en sus brazos, mientras Él me protege. Mi alma reboza de emoción, de
gratitud, pues Él ha visto mi debilidad, y ha venido a socorrerme prontamente. Ahora sé
con toda seguridad que Jesús siempre está conmigo, que yo no estoy sola, que sus promesas
y palabras son verdaderas, inmutables.
Gracias Cristo mío por ser mi Señor y mi rey, por acudir rápidamente a mi llamado;
Gracias mi Dios, pues tú eres mi amparo, mi fortaleza, puedo decir con certeza que tu mano
me sostiene y me protege tu brazo omnipotente.