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TÉCNICA PSICOANALÍTICA
Encuadre, hora de juego diagnóstica
En el psicoanálisis, el diagnóstico constituye un punto crucial en la dirección de la cura que
funciona como una conclusión sobre la estructura del material clínico presentado y no
como un rótulo que coagula al sujeto, predice su futuro y lo amarra a un ideal. Es el tiempo
de la clínica inseparable de la transferencia, del síntoma, de la demanda y de la entrada en
análisis; puntos que se articulan e indican lo particular del diagnóstico de un sujeto y, por
tanto, invalida su uso como una forma de identificación que reúne a varios sujetos –una
clase– bajo un rótulo significante.
El diagnóstico permite ubicar en el discurso del sujeto las condiciones de su deseo
así como las de su goce; la manera como se hace representar el sujeto por su síntoma que
habla por él y expone su verdad. Desde tal punto de vista, el diagnóstico actúa como un
operador para el establecimiento del trabajo clínico, y su elaboración no se basa en la
presencia o ausencia de tales o cuales fenómenos, sino en la relación de estructura que hay
entre ellos y los dichos del sujeto. Entonces, no sólo es importante sino también necesario
realizar un diagnóstico, especialmente en la clínica con niños, pues en muchos casos son
sujetos efecto de un diagnóstico proferido por otros, especialmente por las madres, los
maestros, los médicos, etc.
Tomando en cuenta lo expuesto, es importante destacar una función que cumple el
diagnóstico para el análisis con niños, que es la de permitir que se produzca el recorrido
del niño de ser un síntoma a tener un síntoma (Lora, M. 2007).
Técnicas de juego
El juego constituye una forma genuina y privilegiada de expresión en los niños. Ha sido
investigada desde múltiples enfoques y disciplinas; desde el psicoanálisis ha sido objeto de
diversos estudios, tanto por su importancia en la vida anímica de los niños, como por su
relevancia en el contexto de la psicoterapia psicoanalítica. De los diversos enfoques
conceptuales se desprenden diferencias en las prácticas clínicas correspondientes, es decir,
los supuestos teóricos tienen una incidencia directa en la técnica analítica, tanto en el modo
y tipo de intervenciones del terapeuta, como en la importancia que se le otorga al juego en
el marco de la psicoterapia.
En la obra de Freud es más pertinente hablar de “juegos” de los niños, juegos
conceptualizados de diferente modo, según la época de producción de los escritos. Las
definiciones se pueden agrupar en dos períodos: desde el inicio de su obra hasta 1920, y a
partir de Más allá del principio del placer (1920). La división responde a la lógica de sus
desarrollos teóricos, que dan un vuelco con la introducción del “más allá” del principio de
placer. Así mismo, se podrá observar que algunas ideas asociadas al juego perduran en toda
la obra freudiana.
En el primer período, correspondiente a la primera tópica del aparato psíquico, se
podría afirmar que para Freud el juego de los niños está al servicio de la realización de
deseos y que la repetición observada en los mismos, se vincula directamente con el
principio de placer. Un breve recorrido por algunos textos de este primer período permite
fundamentar dichas ideas. Una de las primeras referencias al juego se encuentra en La
interpretación de los sueños (1900), cuando Freud describe los juegos de movimiento, cuya
repetición estaría al servicio del principio de placer. Menciona los sueños en los cuales el
soñante se encuentra volando en el aire con un sentimiento de agrado o de angustia, que
reproducirían impresiones infantiles; el autor se refiere a aquellos juegos de movimiento
que gozan los niños y no se cansan de pedir su repetición, particularmente si les producen
cierto susto o vértigo. En Tres ensayos de teoría sexual (1905), Freud describe los juegos
de movimiento pasivo, señalando que los niños suelen pedir su repetición, como el juego de
mecerse, prueba del placer producido por ciertos movimientos mecánicos.
En El creador literario y el fantaseo (1908) propone una relación entre el juego y
la creación poética, Freud señala que el juego es la ocupación favorita y más intensa del
niño y que cuando juega se conduce como un poeta; no es una actividad menor y el niño la
toma muy seriamente, invirtiendo grandes cantidades de afecto, cuando el niño juega crea
un mundo propio y grato. Se plantea que la antítesis del juego no es la gravedad sino la
realidad, y que en sus juegos el niño apuntala los objetos y circunstancias imaginados en
elementos tangibles y visibles del mundo real, diferenciando sus juegos de la realidad
externa. Se pueden considerar dos notas a pie de página de La interpretación de los sueños
(1900), introducidas posteriormente al año de publicación, en una nota de 1914, Freud
retoma el paralelismo entre juego y sueño planteado por A. Maeder (1912, citado en Freud,
1914), quien sostiene que algunos sueños son como ejercicios preliminares de actividades
de la vida despierta y así concibe los juegos de animales y de los niños, como actividades
preliminares de los instintos innatos y una preparación para una acción ulterior más
fundamental. Freud acuerda y lo comprueba en el análisis de un sueño de “Dora”,
desarrollado en su artículo: “Fragmento de análisis de un caso de histeria” (1905).
En una nota de 1919, en relación a la interpretación del sueño de su nieto, Freud
describe por primera vez el juego fort-da de un niño, remarcando la relación entre juego y
autodominio. El juego del pequeño significaba su primera victoria sobre sí mismo, la de
permitir que su madre se marchase sin protestar, la relación que Freud establece entre juego
y rehusamiento pulsional, se mantendrá más tarde en Más allá del Principio de placer
(1920).
En el segundo período delimitado en Más allá del principio de placer (1920),
Freud postula la existencia de tres ejes que demostrarían que el principio de placer no rige
el aparato psíquico y que habría un más allá del principio homeostático de constancia. Uno
de estos ejes es el juego fort-da, que conceptualiza a partir de la observación de su nieto
Ernest de un año y medio, cuando Freud reflexiona sobre el juego, ofrece una primera
definición: es el modo de trabajo del aparato psíquico en sus prácticas normales más
tempranas. Desarrolla esta idea novedosa a partir de la observación del “primer juego
autocreado” del niño, reconociendo que le insumió bastante tiempo, hasta que esa acción
enigmática, repetida de continuo, reveló su sentido. Freud se refiere a Ernest como un niño
con una buena relación con sus padres, que obedecía las prohibiciones hechas por ellos y no
lloraba cuando su madre se marchaba a pesar de estar muy apegado a ella. Dicha
descripción tiene relevancia porque corrobora la idea de que una de las funciones del juego
sería el rehusamiento pulsional ya mencionado. Freud relata el juego de su nieto de la
siguiente manera: el niño exhibía el hábito de arrojar un carretel de madera atado con un
cordel tras la baranda de su cuna, sosteniéndolo con la cuerda; el carretel desaparecía ahí
dentro, el niño pronunciaba su significativo <o-o-o-o> -fort- (se fue) y después, tirando del
cordel, volvía a sacar el carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso
<da> (acá está). Según describe Freud, así era el juego completo: desaparecer y volver.
Pero se asombra porque observa la mayoría de las veces el primer acto repetido por sí sólo
en calidad de juego, a pesar de que el mayor placer correspondía al segundo acto. La
interpretación le pareció a Freud evidente: el niño se resarcía a través de este juego
escenificado de hacer desaparecer y regresar el carretel, de la renuncia a la satisfacción
pulsional de admitir sin protesta la partida de su madre. Frente a la interpretación, Freud
considera poco probable que la partida de la madre le resultara agradable o indiferente al
niño, y se pregunta: “¿Cómo se concilia con el principio de placer que repitiese en calidad
de juego esta vivencia penosa para él?” (Freud, 1920, p. 15). La primera respuesta que
ofrece es que en el juego se reitera repetidamente la partida - fort- porque es la condición
previa de la gozosa reaparición del objeto -da-, tal vez el genuino propósito del juego.
Freud concluye que un único caso no le permite explicar con certeza la cuestión y
entiende que la frecuencia incomparablemente mayor con que se repetía el primer acto del
juego podría tener otro motivo. El niño convertía en juego la vivencia dolorosa de la
partida de su madre y la repetía poniéndose en un papel activo. Otra posible respuesta que
Freud ensaya es que el afán podría atribuirse a una pulsión de apoderamiento, aunque la
desecha y ofrece otra explicación: “El acto de arrojar el objeto para que <se vaya> acaso
era la satisfacción de un impulso, sofocado por el niño en su conducta, a vengarse de la
madre por su partida.” (Freud, 1920, p. 15). Postula que los niños repiten en sus juegos
todo lo que en la vida les ha causado una fuerte impresión, descargando la energía
insumida en la misma y agrega que un deseo dominante intuye en todo juego infantil: el
deseo de ser grande y de poder hacer lo que hace la gente grande. Más allá de dichas
interpretaciones, Freud concluye que si en el caso examinado el esfuerzo de procesar
psíquicamente algo impresionante -la partida de la madre - hizo que se repitiese en el juego
una impresión desagradable, se debía únicamente a que la repetición iba conectada a una
ganancia de placer de otra índole, pero directa. El autor bosqueja conceptos importantes,
fundamentalmente la idea del juego como un tratamiento de lo traumático, idea retomada
por la mayoría de los autores psicoanalíticos que se interesaron por estudiar el juego dentro
del contexto psicoterapéutico.
Una diferencia sustancial entre las definiciones de juego, antes de Más allá del
principio de placer y las que tienen lugar en este artículo, es que “juego” y “placer” no
coinciden absolutamente. Se subraya “absolutamente” porque Freud no concluye de manera
definitiva que el juego no constituya una realización de deseo pues, además de hacer activo
lo sufrido pasivamente, en todo juego se expresaría también el deseo de ser grande.
Continuando con los aportes sobre el juego, posteriores a 1920, cabe citar “La
pérdida de realidad en las neurosis y psicosis” (1924) en donde Freud establece diferencias
entre neurosis y psicosis a partir del modo en que el yo se relaciona con la realidad. El
neurótico intenta sustituir la realidad por otra, más acorde al deseo y para construir ese
fragmento recurre al mundo de fantasía, que denomina aquí como “la cámara del tesoro”.
El psicótico también recurre al mundo de fantasía, con la diferencia de que dicho mundo
fantástico de la psicosis intenta reemplazar a la realidad exterior.
En relación al neurótico agrega que le gusta apuntalarse, como los niños en el
juego, en un fragmento de realidad diferente del cual fue preciso defenderse “… y un
sentido secreto, que de manera no del todo acertada llamamos simbólico…”. Freud
mantiene algo desarrollado en El creador literario y el fantaseo (1908), corroborando la
idea de hablar de “juegos”, en tanto asociadas al juego que perduran o se mantienen en toda
su obra, y otras que se transforman o cambian. En Sobre la sexualidad femenina (1931),
retoma lo ya propuesto en Más allá del principio de placer (1920) en relación a la
tendencia del niño a hacer activo en el juego aquello vivido pasivamente, tomando en
cuenta los juegos de las niñas con sus muñecos. Cabe señalar que en todos los textos, el
juego es considerado como una actividad destacada de la vida anímica infantil.
El terapeuta debe ofrecerse como espacio potencial para el desarrollo del juego,
pero el gesto espontáneo debe provenir del niño. Cuando el juego no es posible, el trabajo
del terapeuta se centra en orientar al paciente desde un estado en que no puede jugar a
uno en que es posible hacerlo. Las interpretaciones se efectúan sobre el material de las
producciones del niño y se formulan en la zona de superposición entre el niño y el analista.
Weich M. (1990) formula el concepto de analista suficientemente bueno, en
consonancia con el modelo winnicottiano. El analista suficientemente bueno permite el
desarrollo del juego, no invade ni obstruye con sus propias contribuciones y se “dispone
creativamente” a jugar; ofrece un medio ambiente contenedor que facilita el crecimiento del
espacio interior creativo del paciente; entiende las fortalezas y debilidades yoicas del
paciente y se adapta activamente a sus necesidades cuando lo considera necesario para el
desarrollo del proceso analítico. A veces el trabajo del analista consiste en reemplazar
metafóricamente el cuidado materno, aceptando la dependencia del paciente o su necesidad
de fusión en el interjuego simbólico, permitiendo ser “usado” por él. Las interpretaciones
deben ser formuladas de acuerdo no sólo con el material, sino con la posibilidad actual del
paciente para decodificarlas y usarlas (Luzzi, Ana M.; Bardi, Daniela, 2009).
El juego como técnica terapéutica fue utilizado también por Donald Winnicott
(1972) quien señala: “La psicoterapia se da en una superposición de dos zonas de juego: la
del paciente y la del terapeuta. El corolario de ello es que cuando el juego no es posible, la
labor del terapeuta se orienta a llevar al paciente, de un estado en que no puede jugar a
uno en que es posible hacerlo”.
Winnicott, de modo análogo a Melanie Klein, sostiene cierta inhibición al juego
espontáneo como manifestación de conflictiva infantil. El niño que no juega sufre,
podemos decir e investigar, de esa manera, las motivaciones inconscientes que detienen el
juego y que resulta de interés clínico. Continuando con el autor, algunas de las
características del juego son: la desestimación por el contenido, lo que interesa es el estado
de casi alejamiento, acorde con la concentración de los niños mayores y adultos; el
involucramiento del cuerpo, reúne objetos o fenómenos de la realidad exterior y los usa al
servicio de una muestra derivada de la realidad interna; en esencia, el juego es satisfactorio;
el elemento placentero del juego, contiene la inferencia de que el despertar de los instintos
no es excesivo; si va más allá lleva a: a) la culminación, b) la culminación frustrada y un
sentimiento de confusión mental e incomodidad física que solo el tiempo puede curar, c) la
culminación alternativa (como en la provocación de la reacción de los padres o sociedad, de
su ira, etc.); el juego goza de precariedad (Winnicott, 1972). Como anticipamos, la
sexualidad está presente en los juegos, pero mitigada o sublimada. Lo interesante es que
para Winnicott (1972) cuando un niño juega, falta el elemento masturbatorio; o cuando la
excitación física o compromiso instintivo resultan evidentes, el juego se detiene o queda
arruinado.
El juego utilizado en entrevistas con niños es comparable a la sesión terapéutica
donde el relato está salpicado de interpretaciones del terapeuta; es en sí mismo terapéutico,
y fue autocurativo en los casos clínicos de Edmund y Diana del reconocido psicoanalista
inglés (Anton, María Cecilia, 2014).
https://www.youtube.com/watch?v=xHXZHqebkLc
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Signos de finalización de un análisis del niño
Freud menciona en Análisis terminable e interminable, primero hay que ponerse de acuerdo
sobre lo que se mienta con el multívoco giro “final o término de un análisis”. En la práctica
es fácil decirlo. El análisis ha terminado cuando analista y paciente ya no se encuentran en
la sesión de trabajo analítico. Y esto ocurrirá cuando estén aproximadamente cumplidas
dos condiciones: la primera, que el paciente ya no padezca a causa de sus síntomas y haya
superado sus angustias, así como sus inhibiciones, y la segunda, que el analista juzgue
haber hecho consciente en el enfermo tanto de lo reprimido, esclarecido tanto de lo
incomprensible, eliminado tanto de la resistencia interior, que ya no quepa temer que se
repitan los procesos patológicos en cuestión. Y si se está impedido de alcanzar esta meta
por dificultades externas, mejor se hablará de un análisis imperfecto que de uno no
terminado.
No es abundante la bibliografía específica sobre el fin de análisis con niños.
Los diferentes marcos teóricos delimitan tanto su teoría del enfermar como del
curar. En este sentido, los criterios sobre el fin de análisis difieren entre los analistas como
también en su concepción sobre el objetivo del análisis.
Para Freud en 1937, el análisis estaría terminado cuando se hubieran llenado las
lagunas mnémicas, desaparecido los síntomas, inhibiciones y rasgos de carácter.
Klein en 1950, considera que el análisis debería concluir cuando las ansiedades
primarias, persecutoria y depresiva, hayan sido elaboradas. Dolto, en 1985, plantea por
otro lado que es momento de finalizar cuando el niño puede hablar de la muerte del
analista; y recomienda acabar cuando se acerca la pubertad. Agrega que: Un tratamiento
no finaliza porque los síntomas más molestos hayan desaparecido. Termina cuando la
relación emocional paciente-terapeuta (la transferencia) hizo revivir la situación
emocional del sujeto con su medio en el momento en que tuvieron lugar las experiencias
traumáticas más arcaicas.
Winnicott no se explaya sobre el tema específicamente, pero encontramos disperso
en sus escritos que no interesa tanto el final del análisis como la posibilidad de que el
analista haya adaptado su técnica analítica a las necesidades del paciente. Lo devenido, en
ese proceso, indicará el momento de su fin. Además, agrega:
Huelga decir que es siempre necesario pensar en términos del caso y diagnosis
individuales, pero se puede decir algo que es significativo de manera general: en el
análisis de niños pequeños el analista recibe una ayuda considerable de los
tremendos cambios que tienen lugar de modo natural en el niño de cinco, seis o siete
años. En el momento que el análisis precoz se acerca a su final, los cambios en
cuestión, posibilitados indudablemente por el análisis, van sucediéndose. Así, toda
mejora producida por el análisis se ve aumentada por el curso natural de los
acontecimientos
En cambio, respecto del análisis en período de latencia recomienda detenerse a tiempo
antes del inicio de la pubertad o continuar durante los primeros años de la misma.
Anna Freud propone además que: “En el análisis de niños el comienzo, la
continuación y la posibilidad de terminación del tratamiento depende no del yo del niño
sino de la comprensión o insight de los padres”, y agrega en la dirección planteada por
Winnicott:
Así, donde la patología no es demasiado severa, el analista de niños con frecuencia
se pregunta, después de la satisfactoria terminación de un tratamiento, hasta qué
punto la mejoría es el resultado de las medidas terapéuticas o en qué medida se debe
a los procesos de maduración y a los progresos espontáneos del desarrollo.
Eric Porge plantea en 1986 que el fin se da cuando se restableció a los padres en el lugar
de Sujeto Supuesto Saber.
Desde su perspectiva, el niño, a diferencia del adulto, no despliega una neurosis de
transferencia sino una neurosis “ordinaria” (alude con ello a la mutación a la que refiere
Freud cuando estima que la cura permite al adulto tocar su neurosis de transferencia por
una ordinaria). El niño llega al análisis con una neurosis en curso: la neurosis en la infancia,
según Porge, producida por la caída de los padres de su lugar de referentes. El análisis del
niño debería restablecer esa relación, relanzando la neurosis de transferencia del niño con
sus padres. Esa sería la finalidad y el fin.
La neurosis de transferencia estalla frente a quien no sostiene más la transferencia
del niño, a menudo en ocasión de un cambio de lugares en la familia, por nacimiento o
muerte. En el desarrollo del discurso de los padres es perceptible que ellos no asumen más
un lugar de Sujeto Supuesto Saber.
La novela familiar es una manera de restablecer el pedestal de donde los padres
han caído. El analista es llevado a cumplir la misma función, a restablecer una transferencia
puesta a prueba. Es eso lo que hace en el mejor de los casos. Esto marca el límite en el rol
del analista durante el análisis del niño.
Pero no todos los análisis terminan del modo esperado. Algunos se interrumpen.
Es una página inexplorada saber si lo trabajado durante el tiempo que duraron esos
tratamientos dejaron un efecto resiliente, como ciertos medicamentos de “absorción lenta”.
Dolto aporta su criterio, interrumpir un tratamiento antes de término no siempre
es dramático, pero constituye una posibilidad de recaída en el futuro, ocasionado por las
pruebas difíciles de una fase evolutiva posterior, que ―por su resonancia― pueden
despertar las angustias de las fases precedentes que no llegaron a expresarse
acabadamente. Cuanto más tiempo se trata una neurosis, más se evitan las complicaciones
tardías (Donzino, G., 2016).
TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Prevención de la deserción
En México, se ha podido establecer que los consultantes asisten en promedio a tres
sesiones, lo que es claramente insuficiente para un abordaje efectivo de problemáticas
psicológicas (Alcázar, 2007). Existen aproximaciones al fenómeno de la deserción en
relación con variables determinadas como las adicciones (Fernández, et al., 2003), los
trastornos de personalidad (Lingardi, Filippucci, & Baiocco 2005), la alianza terapéutica y
el tipo de contacto con el paciente (Walls, Perrucci, & Severns, 1999); sin embargo, aún es
poco estudiado, lograr una efectiva alianza terapéutica en psicología y esperar que los
factores externos y propios del consultante jueguen favorablemente, es el ejercicio común
que ha de tenerse en cuenta si se quiere lograr un proceso confiable y con resultados
positivos tanto para el consultante como para el terapeuta. La deserción terapéutica en el
ámbito de la investigación es nombrada de diferentes maneras, tales como abandono,
terminación prematura o temprana, incumplimiento de citas, no cumplimiento, no
adherencia, discontinuidad terapéutica, en todos los casos se refiere a la no culminación
de un proceso terapéutico solicitado luego de haber establecido algún contacto con un
proveedor de servicios psicológicos; dicha interrupción antes o durante el desarrollo formal
del proceso, sin notificar razón alguna. (Mahoney, 1991). El fenómeno de deserción
terapéutica, se encuentra inmerso dentro de la conceptualización de adherencia hecha por
Blackwell en 1976. Recientemente, la deserción terapéutica se engloba dentro del concepto
de alianza terapéutica, entendida como la relación compuesta por la relación real y la
alianza de trabajo; la primera, se refiere al vínculo entre el cliente y el terapeuta, mientras
que la segunda se refiere a la capacidad de ambos para trabajar conjuntamente hacia los
objetivos previstos. (Corbella y Botella, 2003). Jo y Almao (2001) definen el abandono del
tratamiento como la no adherencia o interrupción del tratamiento indicado por el centro, sea
terapéutico, psicofarmacológico o combinado, y que se expresa en la inasistencia a las citas
pautadas sin previo aviso y sin volver a tomar el tratamiento; dentro de las conductas
específicas que pueden considerarse como deserción terapéutica, se plantea, inasistencia a
la primera cita y a citas de seguimiento, abandono definitivo del tratamiento sin consultarlo
con el
terapeuta o en contra de su opinión, abandono del tratamiento en forma definitiva
antes de un determinado número de citas o periodo de tiempo determinado, no
cumplimiento de las pautas prescritas como las dosis en caso de tratamientos
psicofarmacológicos, discontinuación de un tratamiento sin suponer un abandono definitivo
y toma de medicación no prescrita. De acuerdo a estudios realizados en Europa y
Latinoamérica (Alcázar, 2007; Jo & Almao, 2001), la deserción terapéutica, tres meses
después de iniciado el tratamiento alcanza un 63% del total de casos atendidos, la
frecuencia del fenómeno está ubicada entre el 25 y el 50% de casos atendidos, en la
mayoría de estudios, aunque otros autores hablan de rangos de entre el 2 y el 92%,
mostrando las dificultades existentes para consolidar las cifras.
Haynes (1879), sitúa la sesión quinta y undécima, como el rango en el que se da el
fenómeno de abandono; los estudios más recientes muestran que en promedio los
consultantes asisten a un total de 3 sesiones, siendo claramente insuficiente si se tiene en
cuenta que la efectividad máxima de tratamiento se consigue entre las sesiones ocho y 12
(Steenbarger, 1994); un aparente ejemplo de efectividad se encuentra en el estudio de
Reyes, Weldt, Mateluna y Almarza (2005) en el que se muestra que los consultantes
asisten a un promedio de 8 sesiones. Chen, (1991), afirma que entre el 26 y el 50% de los
consultantes abandonan inmediatamente luego de la primera cita psiquiátrica; entre el
nueve y el 40% abandonan en sesiones posteriores a la primera cita; entre el 30 y el 60% de
los consultantes abandonan durante el primer año de terapia, en su mayoría antes de las
cuatro primeras citas; del 32 al 75% de los consultantes que son remitidos por medicina
general no acuden al especialista en psiquiatría y psicología; entre el 35 y el 50% de los
consultantes no acuden a consulta psiquiátrica luego de ser dados de alta en hospitales y al
menos un tercio de los consultantes psiquiátricos, no siguen las prescripciones
farmacológicas. Existe gran diversidad de variables que determinan la no adherencia del
consultante a un proceso psicoterapéutico, entre las cuales, se encuentran las características
propias tanto del consultante como del terapeuta, el tipo de trastorno y las condiciones
ambientales e institucionales entre otras; autores como Jo y Almao (2001) y Buela, Sierra,
López y Rodríguez (2001), han clasificado dichas variables de acuerdo a su origen; sin
embargo, los resultados de las investigaciones no permiten afirmar que la presencia de una
sola variable pueda predecir lo que sucederá con la adherencia terapéutica.
Factores asociados al consultante. Respecto a las características del consultante, no
se encuentran estudios que afirmen una relación directa entre la deserción terapéutica y
aspectos tales como el sexo, el nivel educativo o social; sin embargo, aún se discute cómo
la interacción de dos o más de estas variables está relacionada con el fenómeno, se
encuentran correlaciones positivas respecto a la edad y el estado civil, siendo más común la
deserción entre las edades extremas (vejez, niñez), la adolescencia y la soltería (Jo &
Almao, 2001).
Un factor determinante para la adherencia al tratamiento es la percepción que el
consultante tenga acerca de la necesidad del proceso psicoterapéutico, cuando el
consultante acude de manera voluntaria y por iniciativa propia, es más alta la
probabilidad de adherencia al tratamiento (Mahoney, 1991) La mayoría de los
consultantes suelen tener ciertas expectativas antes de ver por primera vez a su terapeuta
y este encuentro puede ser determinante para que el consultante decida asistir a sesiones
futuras (Alcázar, 2007); existen otras percepciones que pueden provocar por si solas el
abandono terapéutico, como son las creencias culturales acerca de la enfermedad y del rol
del psicólogo o la falta de información acerca de la pertinencia de un tratamiento específico
en su proceso (Jo & Almao, 2001). Las expectativas que el consultante tenga acerca de las
características de su terapeuta, también parecen ser determinantes; al respecto, Overall y
Aronson (1963) encontraron que los consultantes con expectativas de tener un terapeuta
directivo que les apoye, suelen ser más susceptibles a la deserción.
Factores asociados a la terapia Son múltiples las problemáticas inherentes a la
terapia que pueden generar en última instancia el abandono terapéutico y el no
cumplimiento de los objetivos trazados, Beck (1995), nombra problemas específicamente
en la terapia cognitiva que pueden ser sólo de tipo técnico, como la mala escogencia de
instrumentos de evaluación, o de problemas más complejos como la falta de efectividad al
intervenir un diagnóstico realizado, estos problemas se pueden dar en el diagnóstico,
conceptualización y plan de tratamiento, en la alianza terapéutica, en la estructura y/o ritmo
de la sesión, en la socialización e instrucción con el consultante, en el trabajo sobre
pensamientos automáticos, el logro mismo de los objetivos terapéuticos a lo largo de las
sesiones y en el procesamiento del contenido de las sesiones por parte del consultante.
Dentro del encuadre terapéutico, uno de los tópicos que cobra mayor importancia es el
consentimiento informado, este constituye una guía donde se establecen fines, medios,
formación del terapeuta, relación terapéutica, y es preciso establecer los límites y finalidad
de la psicoterapia, al igual que los riesgos y compromisos que conlleva dicho proceso; se
trata entonces, de un requerimiento mínimo que lleva implícita una manifestación de
respeto por la persona del consultante y sus derechos (Castilla & Castilla 2001); además de
las implicaciones legales que conlleva el no aplicarlo, (ley 1090, 2006), la ausencia de
consentimiento informado perturba la comunicación entre consultante y terapeuta y deja
dudas no resueltas en el primero, que pueden originar la insatisfacción y el posterior
abandono de la terapia (Beahrs & Gutheil, 2001); al respecto, no se hallan estudios que
correlacionen fallas en el consentimiento informado y la deserción propiamente dicha.
La efectividad al establecer la alianza terapéutica ha tomado cada vez más fuerza
en las últimas dos décadas; (Corbella & Botella, 2003) afirman que al menos el 66% de
estudios muestran una correlación significativa entre el vínculo terapéutico/cohesión y los
resultados finales de los tratamientos; el terapeuta, suele escoger el tipo de tratamiento de
acuerdo al diagnóstico y al enfoque teórico que maneje; sin embargo otros factores como
las características de consultante y del mismo trastorno, el ambiente específico, la
disponibilidad institucional, etc., pueden modificar el éxito de las técnicas utilizadas; al
respecto, Bados, García y Fusté (2002) atribuye mayor eficacia y especificidad a los
tratamientos de tipo cognitivo conductual en casi todos los tipos de trastornos, mientras que
realiza un listado de otros tratamientos eficaces para cada uno de los tipos de trastornos,
entre los que mencionan la terapia sistémica, los enfoques psicodinámicos, los
entrenamientos en habilidades, las prácticas grupales de apoyo y el biofeedback; por su
parte, Echeburúa y Corral (2001) sitúan la efectividad del tratamiento con evidencia
empírica de acuerdo a grupos de trastornos. Otra variable que los consultantes suelen
percibir es la experiencia del terapeuta; al respecto, Walsh, Perrucci y Severns (1999),
realizaron un estudio en el que se muestra como el tiempo activo y el grado de formación
del terapeuta modifican el énfasis que realiza el terapeuta durante consulta y por tanto la
calificación de lo que significa un buen momento en terapia (Rondón, A.P., Otálora, I.L., &
Salamanca, Y., 2009).
Entrevistas de devolución
La finalidad y objetivos generales de la entrevista de devolución son,
básicamente, estos dos:
➪ Proporcionar al cliente nuestra visión profesional del problema o problemas por
los que fue entrevistado, o, lo que es igual, explicarle la formulación que nos parece que
mejor se adecua a su caso.
➪ Enseñar al cliente todo lo necesario sobre su problema, enfermedad, malestar,
disfunción, trastorno o padecimiento, de modo que se convierta en un experto sobre cómo
este problema afecta a su vida, qué puede hacer para manejarlo y afrontarlo y qué puede
esperar (y qué no) de su implicación activa en el proceso de comprensión y manejo tanto
del problema en sí como de las consecuencias que tiene en su vida cotidiana.
Además, en el contexto clínico, un tercer objetivo indispensable es:
➪ Negociar o consensuar un plan de tratamiento y motivar al cliente para que se
involucre activamente en él.
Así pues, la devolución no consiste en la comunicación de una etiqueta o un
diagnóstico formal, sino en una explicación sencilla, comprensible y justificada de lo que le
sucede a un cliente-paciente, incluyendo los síntomas y los determinantes biopsicosociales
que intervienen en su inicio y/o en su mantenimiento (formulación del caso). Para que esa
explicación sea comprensible y asumida por el paciente, es necesario incorporar la teoría o
explicación que él mismo mantiene sobre el problema, así como dar respuesta de manera
realista a las expectativas que tiene sobre su solución y el plan de tratamiento que nos
parece más eficaz y coherente (contenidos, agenda, duración, etc.).
Incorporar estos últimos aspectos en la entrevista de devolución es fundamental,
pues permite negociar con el cliente el mejor modo de abordar sus problemas. En
definitiva, esta entrevista es una parte fundamental de la interacción entre el profesional y
el cliente y requiere no sólo el desempeño de habilidades y estrategias de comunicación
específicas, sino también el conocimiento profundo del problema o problemas sobre los que
versa la intervención profesional. El grado de detalle de las explicaciones varía lógicamente
en función de aspectos tan diversos como el contexto en el que se proporcionan, la
complejidad del problema o las variables del cliente-paciente (edad, nivel cultural,
capacidad de comprensión, etc.).
En la medida en que en el contexto clínico la entrevista de devolución tiene como
objetivo final proponer un plan de tratamiento basado en la información recabada (Goss y
Moretti, 2011), es importante que el propio cliente aporte su opinión acerca de nuestra
formulación del problema para, a partir de aquí, introducir las modificaciones y cambios
oportunos hasta lograr llegar a un acuerdo congruente y satisfactorio para ambos.
Este planteamiento se ajusta al enfoque centrado en el paciente (Smith, 2002), que,
a diferencia del paternalista clásico, en el que los clínicos son los que «mejor saben lo que
les sucede a los pacientes», concibe al cliente como un agente activo frente a su trastorno,
enfermedad o problema. En este enfoque los clínicos son los expertos en las enfermedades
y trastornos en general, y los clientes son los expertos en su padecimiento (Evans et al.,
2003). Por tanto, la perspectiva del cliente sobre lo que le sucede es una fuente crucial de
información que permite comprender el problema y crear un plan de tratamiento efectivo y
personalizado.
Compartir la información de manera precisa y detallada con el cliente es crucial
para avanzar en la conceptualización adecuada del problema y recabar cuanta información
adicional sea necesaria. Este modo de proceder permite, en primer lugar, que el cliente sea
consciente de cuáles son los temas en los que se centrará la intervención psicoterapéutica a
partir de entonces, y segundo, definir con claridad las metas y objetivos que se pretende
alcanzar con esa intervención. Como es natural, el cliente debe estar de acuerdo con la
formulación final a la que lleguemos, y eso implica poner en práctica un conjunto de
habilidades y estrategias de comunicación específicas a lo largo de todo el proceso de
entrevista.
Los macroobjetivos que se acaban de comentar se concretan en otros más
específicos que, a su vez, se incardinan en un modelo de colaboración paciente-clínico que
se ha caracterizado como modelo de toma compartida de decisiones (TCD) (Charles et al.,
1999). Este modelo se aplica a la gran mayoría de contextos de salud mental y física y, en
su formulación psicológica, está en la base de los tratamientos cognitivo-comportamentales.
Los principios o normas por los que se rige el TCD se exponen en la tabla 1. Según estos
principios, hacer una devolución adecuada sobre la información que el entrevistador ha
obtenido del paciente en sus entrevistas previas, dirigidas a evaluar el alcance y la
naturaleza del problema, es fundamental tanto para construir una alianza terapéutica
adecuada como para proceder con el plan de tratamiento. Desde este esquema, cliente y
terapeuta trabajan conjuntamente en una misma dirección.