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Buscando a Dios

Guy de Larigaudie
Prólogo
Guy de Larigaudie, routier legendario, el primero que unió en
automóvil Francia con Indochina, cayó en el campo de honor el 11 de
mayo de 1940, en la frontera de Luxemburgo.

Se le encontró encima una carta, escrita a una religiosa carmelita, en la


que decía:

“Hermana:

Estoy en la refriega. Puede que no vuelva.

Tenía hermosos sueños y grandes proyectos. Sin embargo, si no fuera


por la pena inmensa que esto va a causar a mi pobre madre y a los
míos, saltaría de gozo. Tenía tanta nostalgia del cielo…, y ahora
presiento que pronto va a abrirse la puerta.

Al ser tan grande mi deseo del cielo y de la posesión de Dios el


sacrificio de mi vida no es tal sacrificio.

Había soñado llegar a ser santo y ser un modelo para los lobatos,
scouts y routiers. Demasiada ambición quizá para mi talla. Pero era así.

Estoy alistado en el cuerpo de caballería y contento de que mi última


aventura sea a caballo…”

Esta última carta es su retrato exacto: amor a la vida y nostalgia de


Dios. Saboreaba la vida como un chiquillo saborea una fruta
maravillosa.

Pero en su interior no cesaba de oír un nuevo canto, una llamada más


seductora todavía: la llamada de Dios.
Los scouts quieren unir lo humano con lo divino, descubrir la creación
en espíritu de gratitud y ofrecer a Dios el homenaje de un cuerpo
vigoroso y de la alegría en la acción. Su vida espiritual en su ascensión
hacia Dios pretende arrastrar toda su vida humana.

Guy de Larigaudie supo realizar maravillosamente esta difícil alianza.


Sus últimas palabras lo demuestran. Resumen lo esencial de su vida. La
muerte, a la que se ofrece, es el sello que da a su obra literaria un
carácter de autenticidad sagrada indiscutible, que se impone y suscita
amor y respeto. Es él mismo, hermanando el gozo de vivir con el deseo
de Dios.

Recorrió toda la tierra con una admiración siempre renovada. Pocos


habrán sido tan sensibles a la belleza del mundo. Quiso sumergirse en
ella. En todo encontraba motivo de admiración y todo le servía de
trampolín para elevarse hacia Dios. Desde la humilde flor hasta el
hechizo del cielo explorado en avión.

Y no se trata de una simple necesidad estética. La belleza le lleva al


amor. Es para amar, porque ama, por lo que sabe descubrir el encanto
del mundo y contemplarlo. Hay ternura franciscana en su amor a las
cosas y a los seres.

Y se da cuenta de lo que esto representa. De ahí su gratitud y su deseo


de darse. El amor engendra la vida. Precisamente porque ha amado es
capaz de hacernos revivir tan a lo vivo su conocimiento espléndido del
Oriente.

La modestia y la sencillez serían su distintivo si no lo fueran en mayor


escala la alegría y la pureza. Quien no le ha visto reír no sabe lo que es
la santa libertad de los hijos de Dios, ni el esplendor de un alma
milagrosamente preservada.
Si escribe, lo hace para hacer partícipes a los demás, a los jóvenes
sobre todo, de la alegría de su nuevo descubrimiento. De lo que posee.
Y su estilo, como él mismo, es limpio. Yodo es en él sinceridad.

Ha amado el peligro, las danzas y los cantos, pero no ha olvidado las


acciones más humildes del hombre. Sabe que en el hombre, la primera
de las criaturas, todo tiene como meta el cielo:

Una bestia perseguida y acosada desarrolla un esfuerzo físico mayor


que el nuestro al atravesar una elevada montaña. Pero sólo el hombre
puede dar sentido a su esfuerzo.

El chiquillo de trece años que se levanta un cuarto de hora antes para


hacer gimnasia delante de la ventana abierta, produce un esfuerzo de
un valor muy superior al de un transporte realizado por un rebaño de
búfalos.

La suma de esfuerzos humanos hacia la belleza, el bien, hacia lo mejor,


hacen subir la humanidad continuamente como un movimiento de
marejada que hincha la masa del océano (34).

Conoce el valor del más humilde de los oficios:

Nuestra vida no es más que una sucesión de gestos ínfimos, que


divinizados labran nuestra eternidad (38).

Tan hermoso es pelar patatas por amor de Dios, como edificar


catedrales (7).

Su mirada sobre el mundo está llena de benevolencia. Nadie ha


practicado como él la caridad de la sonrisa, de la que hizo un
maravilloso elogio. Detrás de cada rostro descubre una vocación
eterna. Le conmueve la muerte de una famosa estrella: detrás de su
maquillaje descubre el alma y quisiera que sus millares de admiradores
rezaran por ella.

Llega a los confines de la tierra no por curiosidad, sino por una especie
de fuego interior irresistible, por hambre, por necesidad, por nostalgia.

A través del mundo creado, busca a Dios. Y lo sabe.

Por Él se conserva intacto. Por su amor renuncia a todo lo que podría


alejarle de la pureza infinita:

Hay que tener el corazón totalmente lleno de Dios, como un novio


tiene el corazón lleno de la mujer que ama (19).

Pero este Dios tan amado es un fuego que devora. Nuestra vida es
demasiado pequeña para contenerlo:

En la última torreta del palo mayor de un velero, cuando no hay tierra


a la vista, uno posee para él solo el círculo del horizonte. Pero
inmediatamente añora el deseo de empujar más allá esa línea, de
hacer estallar ese límite, que, a pesar de todo, nos aprisiona, porque
estamos hechos para lejanías más dilatadas que las pobres
perspectivas de los horizontes de este mundo (31).

Nuestro deseo de felicidad es demasiado grande para que pueda


colmarse con algo distinto del Más Allá (32).

Guy es el comentario viviente de la frase del apóstol Pablo:

“Gemimos en esta nuestra tienda, anhelando sobre. vestirnos de


aquella nuestra habitación celestial” (2 Cor. 5, 2).

Sólo la posesión de Dios colmará nuestra ansia de amar y de ser


amados. Para conseguirlo, será necesario morir:
“Si el grano de trigo no muere…” Hay pocas parábolas tan
consoladoras como ésta, porque nos incorpora e integra en el ciclo
mismo del mundo y porque legitima nuestros sueños ambiciosos (33).

No teme la muerte. Es la pueda amiga que se abre sobre la inmensidad


de Dios.

Sabe por experiencia -dos veces, al menos, conoció muy de cerca la


muerte durante sus viajes – que nada podrá separarle de la amistad de
Dios.

El día en que por poco se rompe la cabeza, al aparecer después de una


zambullida peligrosa, algo ha cambiado en él:

Acababa de comprender que verdaderamente no hay más que una


cosa importante: el amor a Dios; un amor inmenso, sin medida, un
amor de chiquillo que adora a su madre, un amor total que nos
arrastra por completo en cada instante de nuestra vida. Ese amor
infantil, ese maravilloso amor borrará más tarde todas nuestras
fealdades. Es lo único que permanecerá de veras (57).

Está de tal manera acostumbrado a la presencia de Dios que conserva


siempre en lo hondo del corazón una plegaria que le sube a flor de
labios:

Esa oración, apenas consciente, ni siquiera cesa en la somnolencia


(48).

Es una gracia.

Sabe con certeza que, cualquiera que sea la forma de su muerte,


morirá amando a Dios y esto le basta. Sin embargo:
Preferiría morir plenamente consciente. Me gustaría poder tomar mi
vida en el hueco de la mano y tener tiempo de elevarla hacia Dios y
dársela como mi humilde ofrenda de hombre (57).

Es a galope de su caballo como forzó, de un brusco empujón, la puerta


del Misterio de Dios, en una ofrenda de todo su ser a la Patria que
tanto había amado. La Santísima Virgen, a la que había pensado
edificar un santuario, debió acoger con una ternura especial a ese hijo
de la luz, que tanto se había esforzado en reflejar su pureza.

Morir “a caballo” fue su último deseo, como nos lo revela la carta que
llevaba encima en el instante del último combate. Será difícil encontrar
místicos que hayan sabido unir tan hondamente el deseo loco de Dios
con el gozo de vivir, que se hayan alegrado hasta el extremo de ir al
encuentro de Dios y de ir “a caballo”, que hayan dado un testimonio
tan colmado de que Dios es gozo y vida.

M. D. FORESTIER, O. P.
Pensamientos
1
Admira y haz tuya la belleza del universo esparcida a tu alrededor.
Esfuérzate en traducirla, aunque sea en páginas imperfectas, para que
suba en humilde homenaje hacia el Señor.

2
Sigue el camino -tortuoso o recto- que Dios te ha señalado. Pase lo que
pase no lo abandones, porque es el tuyo. Lánzate audaz y
alegremente, y cuando tropieces con la única aventura, el don total a
Dios, acéptala. Sólo Dios cuenta. Sólo su luz y su amor pueden colmar
nuestro pobre corazón, demasiado grande para el mundo que lo
rodea.

3
Una religión negativa: no harás esto, no harás lo otro. ¡Nunca! Sino un
amor a Dios tan profundo, tan intenso, que brote a flor de labios
siempre, constantemente. Esto es lo positivo, lo único capaz de
mantenerte en pie contra viento y marea.

4
Sentir dentro de ti todo el barro, el fango y el horror de los instintos, y
permanecer sin hundirte, como se camina sobre un terreno
pantanoso, dejándose elevar por una especie de ingravidez de todo el
ser, para que el pie no se hunda. Permanecer en el amor de Dios, como
la pureza de un amanecer sobre la extensión brillante de un pantano,
sin que el cuerpo se hunda en el lodo.
5
Estremecerte de pies a cabeza al oír una orquesta de ritmo violento,
darte cuenta que tus deseos de pureza y de paz no son más que
castillos de naipes, saberte abocado a la violencia, al goce brutal, a lo
que venga. Y permanecer firme por una fe tenaz, por un acto de amor
casi maquinal pero fiel en lo más hondo del alma.

6
La castidad es una aventura imposible y ridícula si no se cuenta más
que con preceptos negativos. Pero es posible, bella y enriquecedora si
se apoya sobre algo positivo: el amor a Dios, un amor vivo, total, el
único capaz de saciar la inmensa ansia de amor que llena nuestro
corazón de hombre.

7
Tan hermoso es pelar patatas por amor de Dios, como edificar
catedrales.

8
La vida ideal es aquella donde Dios quiere a cada uno: monje,
aventurero, poeta, zapatero o corredor de una compañía de seguros.

9
Hacer de la vida una conversación con Dios.

10
El baile es la inmensa alegría de todas las fibras del ser, arrastradas por
el ritmo de la orquesta, con todo lo que una presencia femenina le
añade de gracia y encanto. Con una pareja sana y pura es algo sublime.
Pero si sólo se piensa en dar vueltas para abrazarse, lo sublime
degenera en ocasión de pecado.

11
Nuestras faltas han de servirnos de trampolín para el amor.

12
No somos más que almas imperfectas en pobres cuerpos humanos
cargados de deseos. Pero os amamos, Dios mío, os amamos con toda
la fuerza de estas pobres almas, con toda la fuerza de estos pobres
cuerpos.

13
No comprendemos nada de nada. Se esconde un misterio tan
profundo en la germinación de un grano de trigo como en el
movimiento de las estrellas. Pero sabemos perfectamente que sólo
nosotros somos capaces de amar. Por esto el más pequeño de los
hombres es mayor que todos los mundos reunidos.

14
Muchos viven casi sin pecado. Su vida discurre sin tropiezos en el
marco ordinario de su oficio, de su familia. Cumplen la voluntad de
Dios a través de las principales obligaciones de su vida cotidiana. Pero
su existencia parece vulgar, fría, sin luz; les falta amor de Dios. Son
como hogares bien construidos, pero sin fuego. Son buenos, pero no
santos.
15
Hay horas duras, en las que la tentación es tan fuerte, tan irresistible,
en todo el cuerpo, que uno sólo sabe repetir maquinalmente con los
labios y casi sin creerlo: “Dios mío, a pesar de todo os amo; pero
apiadaos de mí”.

16
Hay ciertas tardes en las que -sentado en el rincón de una iglesia o en
el campo, bajo las estrellas- para sentir cerca de sí algo grande, no se
puede hacer otra cosa que repetir esta pobre frase, a la que uno se
agarra como a un salvavidas para no ir a pique: “Dios mío, a pesar de
todo os amo”.

17
Aprender a charlar con Dios.

18
Descabezando zanahorias, masticando una brizna de hierba,
afeitándose por la mañana, se le puede decir a Dios, sin cansarse,
sencillamente, que se le ama. Y esto vale tanto como los torrentes de
lágrimas que no pudieron arrancarnos los libros de piedad.

Contarse a sí mismo, cantando, toda la propia vida pasada y los sueños


que acariciamos para el porvenir, y hablar así a Dios, cantando. Y
hablarle, incluso saltando de alegría bajo el sol de la playa o esquiando
sobre la nieve. Tener a Dios siempre cerca, como a un compañero del
que podemos fiamos.
19
¡Hace falta tan poco para que los buenos lleguen a santos!
Simplemente más amor de Dios, mayor sumisión a su voluntad, algo de
sacrificio y la perfección en las pequeñas cosas de cada día. Sólo esto.

20
Hay que tener el corazón totalmente lleno de Dios, como un novio
tiene el corazón lleno de la mujer que ama.

21
Dios mío, os ofrezco este día. Todas mis acciones, todos mis
padecimientos, todas mis palabras, todos mis gestos.

Todas mis alegrías y mis tristezas.

Todo el bien que pueda hacer en este día, Dios mío, lo deposito a
vuestros pies para gloria vuestra y salvación de las almas.

22
Los malos pensamientos escogen el atardecer para invadirnos, porque
las horas de la noche son propicias a la fiebre de la imaginación y del
cuerpo.

Un excelente medio de vencerlos es coger una manta y dormir,


sencillamente, al pie de la cama, en el suelo. Nuestro cuerpo, calmado,
se queda corrido y los malos pensamientos, dominados, se alejan.

23
Durante una tentación violenta, cuando la voluntad se debilita y el
cuerpo entero languidece y va a ceder, es bueno, para mostrar que a
pesar de todo aún amamos a Dios, imponerse una mortificación
pequeña: no poner sal en la sopa demasiado sosa, no apartar un
objeto que nos molesta. Este acto ínfimo de amor, siempre posible,
aun en el mayor desastre aparente del alma, es como una llamada a la
gracia y la voluntad se siente fortalecida.

24
Debía ser mestiza: hombros espléndidos, labios macizos, ojos
inmensos. Era bella, salvajemente bella. No tenía que hacer más que
una cosa. No la hice. Monté a caballo y partí a toda velocidad, llorando
de desesperación y de rabia. Creo que en el día del Juicio, si no tengo
otra cosa positiva, podré ofrecer a Dios, como una gavilla, todos esos
abrazos que, por su amor, no he querido dar.

25
Nuestro mundo no está hecho a nuestra medida y tenemos el corazón
triste a veces de tanta nostalgia del cielo.

26
La naturaleza es violencia, robos, muertes. Aves de rapiña que se
acechan, huyen, se persiguen encarnizadamente y se devoran. Su
objetivo, matar y no ser muerto. Sólo el hombre ha inventado la
dulzura. La Hermana de la Caridad rehace el mundo.

27
Hay mujeres que conservan alma de muchacha durante toda la vida.
28
Es necesario identificarse con la vida como se identifica uno con su
caballo. Hay que seguir flexiblemente sus más pequeños movimientos,
sin enfrentarse con ella.

29
Cuando, frente al mar, el desierto o una noche tachonada de estrellas,
se siente el corazón a punto de estallar de felicidad, es bueno pensar
que más allá encontraremos algo mucho más hermoso, más grande,
algo a la medida de nuestra alma, algo que colmará el inmenso deseo
de felicidad que es, a la vez, nuestro sufrimiento y nuestra grandeza de
hombres.

30
Asistiendo a un concierto aburrido o a una película pesada, se puede
rezar repitiendo interiormente, al compás de las imágenes o de la
música, oraciones maquinales. Unas, para los actores, para el director
o la comparsa; otras, para el público que se divierte o se aburre; para
el vecino de la derecha o de la izquierda. Es una buena manera de
aprovechar el tiempo.

31
En la última torreta del palo mayor de un velero, cuando no hay tierra
a la vista, uno posee para él solo el círculo del horizonte. Pero
inmediatamente aflora el deseo de empujar más esa línea, de hacer
estallar ese límite que, a pesar de todo, nos aprisiona, porque estamos
hechos para lejanías más dilatadas que las pobres perspectivas de los
horizontes de este mundo.
32
Nuestro deseo de felicidad es demasiado grande para que pueda
colmarse con algo distinto del Más allá. Aun corporalmente aquí
somos unos insatisfechos.

No hay caballo que pueda galopar teniendo el mundo por pista, no hay
esquí acuático ni ola capaz de arrastrarnos por océanos más vastos que
los conocidos, ni trampolín que nos lance a los espacios
interplanetarios, no hay inmensidad que calme la sed infinita de
nuestra mirada. Limitados por todas partes, cuando estamos hechos
para lo infinito.

33
“Si el grano de trigo no muere…”. Hay pocas parábolas tan
consoladoras como ésta, porque nos incorpora e integra en el ciclo
mismo del mundo y porque legitima nuestros sueños ambiciosos.

Toda belleza y toda vida nace de la podredumbre y del sufrimiento. Es


necesario el dolor del alumbramiento para poder contemplar la
maravilla de un recién nacido.

El estiércol más inmundo produce las flores más delicadas. Toda planta
nace de una primera descomposición No hay excepción a esa regla
universal, y es magnífico pensar que no estamos sobre la tierra más
que en período de sufrimiento y de podredumbre.

Sólo la muerte nos hará nacer y nos depositará en nuestro verdadero


mundo.

Por lo que conocemos aquí nos es fácil imaginar el grado de esplendor


de allá arriba. Un rostro, un cuerpo perfecto de mujer, una melodía
que electriza las fibras de nuestro ser, un caballo de raza, la
embriaguez del esquí, el esplendor de las noches o de los días llenos de
sol, la impresión de plenitud física del mar o del desierto, la
satisfacción del esfuerzo o de una obra cumplida, una página, un
cuadro, una estatua que despierta en nosotros resonancias secretas,
un alma de muchacha o de monje, todo lo que constituye la belleza del
mundo, nuestra alegría o nuestra exaltación, todo lo que podemos
amar a través del más minúsculo reflejo de Dios, todo eso no es más
que podredumbre frente a la Belleza que será nuestra y para la que
estamos hechos.

No son demasiados los pocos años pasados en esta tierra dura y gris
para merecer, aunque sea en pequeño grado, el don del Infinito.

34
Una bestia perseguida y acosada desarrolla un esfuerzo físico mayor
que el nuestro al atravesar una elevada montaña. Pero sólo el hombre
puede dar sentido a su esfuerzo.

El chiquillo de trece años que se levanta un cuarto de hora antes para


hacer gimnasia delante de la ventana abierta, produce un esfuerzo de
un valor muy superior al de un transporte realizado por un rebaño de
búfalos.

La suma de esfuerzos humanos hacia la belleza, el bien, hacia lo mejor,


hacen subir la humanidad continuamente, como un movimiento de
marejada que hincha la masa del océano.

Cada guijarro, cada granito de arena, cada gota de agua cargada de sal,
desgasta el acantilado en la esfera mínima de su acción.
Cada uno de nuestros esfuerzos desgasta lo que hay de material, de
terrestre en nosotros. Y el movimiento de todos los esfuerzos
humanos es como un movimiento irresistible y eterno de guijarros y de
marejada que abre nuestro camino hacia el Infinito.

Nuestro esfuerzo no es inútil. Ningún esfuerzo humano es estéril.

35
Sueños demasiado grandes para nuestra talla pesan a veces sobre
nuestras espaldas: sueños de conquistador, de santo, de descubridor;
sueños que fueron realidad en un Gengis-Khan o en un Francisco de
Asís.

No debemos avergonzarnos de ser sencillamente lo que somos.

La aventura más prodigiosa es nuestra propia vida. Y esa está hecha a


nuestra medida.

Aventura breve: treinta, cincuenta, ochenta años quizá, que será


necesario superar duramente, aparejados como un velero que tiene
por meta esa estrella en alta mar, que es nuestra morada única y
nuestra única esperanza.

¡Qué importan los ladridos de perro; las tempestades o las calmas, si


existe esa estrella! Sin ella no habría más remedio que escupir el alma
y destruirse de desesperación. Pero su luz brilla y su meta convierte la
vida humana en una aven-tura más maravillosa que la conquista de un
nuevo mundo o el curso de una nebulosa.

Nos basta marchar hacia nuestro Dios para estar a la altura del Infinito.
Esto solo justifica todos nuestros ensueños.
36
Sólo Dios puede, de la materia, hacer brotar el espíritu.

37
Somos testimonios, testigos de Dios.

38
Nuestra vida no es más que una sucesión de gestos ínfimos que
divinizados labran nuestra eternidad.

El valor material de una obra de arte -cuadro o estatua- es el resultado


de una serie de golpes de cincel o de pincel. En cambio su valor
inmaterial, el que verdaderamente vale, es el pensamiento del artista
que informa cada golpe y hace de su síntesis la realización de la idea.
Creamos eternidad en cada uno de nuestros actos. He aquí nuestro
poder maravilloso de hombres. Segundo a segundo edificamos nuestro
reino.

39
Cualquier acto humano que realicemos es algo irreversible. Sus órbitas
y sus resacas se prolongan en lejanías inaccesibles. Creamos lo
definitivo y esa prolongación de nuestras acciones más insignificantes
en la eternidad es lo que constituye nuestra grandeza de hombre.

40
Me he bañado en el lago de Tiberíades y he enfocado con mis faros la
raposa de las parábolas.
41
Debemos juntar nuestra piedra al edificio del esfuerzo humano.

42
Un oficinista puede no ser más que un horroroso burgués de clase
media, embrutecido de burocracia y obnubilado por su ascenso o la
esperanza de su retiro. Pero si quiere, también puede, cargado su
pobre navío de papeles y de rutina, marchar hacia la Estrella.

43
Acaso parezca imposible pasar toda la vida sin tener cerca la dulzura
de una presencia femenina.

Se consigue esforzándose en reemplazar la necesidad de amor


humano por un amor profundo a Dios. Teniendo siempre a Dios por
compañero.

44
La oración del campesino y la del monje debería ser la misma: “Dios
mío, haz que sea fiel a mi vocación”. El uno debe esforzarse en ser un
buen monje y el otro, un buen campesino.

Sus destinos no son distintos. Cada uno se perfecciona poniendo en su


trabajo sus capacidades y sus dotes, y de este modo trabaja para la
gloria de Dios.

45
De Tahití a Hollywood, sobre las playas de coral o en el puente de los
trasatlánticos, he tenido en mis brazos, al ritmo del baile, a las mujeres
más hermosas del mundo. No he querido recoger ninguna de esas
flores que se me ofrecían o cuya conquista me hubiera apasionado.

De nada servían los motivos humanos, ya que ninguno me hubiera


convencido. Solamente lo hice por amor de Dios, sólo por Él pisoteé mi
cuerpo y me mantuve indiferente.

46
Hay que amarlo todo: una orquídea bruscamente abierta en la jungla,
un caballo hermoso, un gesto de niño, un chiste, una sonrisa de mujer.
Hace falta admirar toda la belleza, descubrirla, aunque sea en el lodo, y
elevarla hacia Dios. Pero no atarse a ella. Porque sólo es un rayo de luz
y nosotros estamos hechos para el sol, no para el mar oscuro donde
juegan sus reflejos.

Porque estamos amasados de una materia eterna, buscamos


obstinada y desesperadamente construir en lo duradero. Por algo se
experimenta un gozo tan grande cuando se tiene un hijo o se levanta
un edificio. Pero las generaciones no son más que pasarelas; la mejor
de todas no pasa de ser un pobre navío. Por esto hay tanto desencanto
en este mundo.

47
Mi vida entera no ha sido más que una larga búsqueda de Dios. Por
todas partes, siempre, a todas horas, he buscado su huella o su
presencia. La muerte no será para mí más que un maravilloso
encuentro.

48
Me he acostumbrado tanto a la presencia de Dios en mí que siempre,
desde el fondo del corazón, me sube una oración a flor de labios. Esa
oración, apenas consciente, ni siquiera cesa en la somnolencia que
acompasa la marcha del tren o el ronroneo de una hélice, no me
abandona ni en la exaltación del cuerpo o del alma, ni en la agitación
de la ciudad o en la tensión del espíritu durante una ocupación
absorbente. Es, en mi interior, como un lago infinitamente manso y
transparente que no pueden alcanzar ni las sombras ni los remolinos
de la superficie.

49
Las hermosas extranjeras no podían comprender cómo, aun en medio
de la música de baile más insinuante, mi corazón, dentro de mi,
cadenciara una oración y que esa oración fuese más fuerte que su
encanto y su atractivo.

50
No se recibe mayor recompensa que sirviendo a un señor. Y no hay
señor más grande que mi Dios.

51
Dos cosas son necesarias para viajar a gusto: un smoking y un saco de
dormir.

52
El Paraíso de mi esperanza de hombre es exactamente el mismo que el
Paraíso de mis sueños de niño.
53
Inmersión… La idea de la muerte me ha sido tan dulce como la caricia
del agua envolviendo mi cuerpo sumergido.

54
Hay cristianos que un buen día dicen: “Mañana iré a misa”. Cuando lo
excepcional tendría que ser: “Mañana no iré a misa”; como el no
comer o el no dormir.

55
La comunión diaria ha sido para mí, cada mañana, el baño de agua que
vigoriza y tonifica todos los músculos, el alimento sustancial antes de
reemprender el camino, la mirada tierna que da osadía y confianza.

56
Aunque la he sentido alguna vez, nunca he gustado la amargura de
saber frágiles y efímeras todas las hermosuras y alegrías del mundo, ya
que nunca he visto en ellas más que el reflejo imperfecto de las
bellezas y de las alegrías de un más allá del cual nunca he dudado.
Reflexiones

57 UNA ZAMBULLIDA

Me sucedió en una de las islas sembradas a voleo sobre el Pacífico y


cuyo nombre es como una canción a flor de labios.

Subía con unos indígenas una montaña. A la mitad, tropezamos con un


torrente que caía en cascada por entre las rocas angostas. El agua
estaba fría, suave como la seda.

Una tahitiana trepó atrevidamente a un saliente seis o siete metros


por encima de nosotros. Muy pura de línea, armoniosa de colores, su
silueta cubierta con el pareó colorado, sembrado de flores blancas,
brillaba como una luz sobre el fondo más sombrío de la pared.

Ondearon sus negros cabellos y se sumergió. Apenas sacó la cabeza del


agua se dirigió a mí entre risas estrepitosas: “¡A que no saltas como
yo!”, dijo.

El amor propio es un gran estímulo. Aunque una altura de seis metros


era demasiado para mí, subí decididamente.

Vi debajo el hoyo de piedra, redondo como una minúscula copa de


cristal. Algunas hojas,

ocultando a medias el agua, parecían alejarlo más todavía.

Saludé a mi hermosa tahitiana, y me lancé.

Bruscamente, debido a un efecto óptico, tuve la impresión de haber


calculado mal mi impulso; comprendí que me iba a estrellar contra el
peñasco.
En momentos así toda la vida se hace presente con una claridad
meridiana. En un instante vi toda mi existencia: lo bueno y lo malo, lo
luminoso y lo oscuro. Pero no se me ocurrió ni arrepentirme ni hacer
un acto de contrición.

Pensaba solamente con tal intensidad que impedía todo otro


pensamiento: “Dios mío, sé que valgo poco, pero a pesar de todo os he
amado”.

Eso fue todo. No hubo la más mínima inquietud. Solamente una


inmensa alegría.

Pero llegué prosaicamente al agua, de donde salí un poco aturdido y


prodigiosamente decepcionado.

Los indígenas, asombrados, reían. La tahitiana aplaudía. Yo me reía con


ellos. Pero algo en mí había cambiado. Acababa de comprender que
verdaderamente no hay más que una cosa importante: el amor a Dios;
un amor inmenso, sin medida, un amor de chiquillo que adora a su
madre, un amor total que nos arrastra por completo en cada instante
de nuestra vida. Ese amor infantil, ese maravilloso amor borrará más
tarde todas nuestras fealdades. Es lo único que permanecerá de veras.

Renové esta experiencia dos años más tarde en un naufragio en el


Ganges.

Un amigo mío y yo habíamos embarcado en un barco que zozobró


durante la noche. Nuestro auto también iba a bordo.

Dormía yo tendido sobre el puente. La embarcación se inclinó


demasiado a un lado. Rodé sobre las maderas, choqué con el borde y
caí al agua.
El instante transcurrido entre el despertarme y el llenárseme los
pulmones con el agua del Ganges me ofreció la misma visión global de
toda mi vida, la misma perspectiva cegadora, como una puerta que de
repente se abre a la luz, la misma sensación de abandono y de paz, de
alegría y de gozo de toda el alma y de todo el cuerpo.

Pocos segundos después me debatía en la oscuridad para


desprenderme de mi saco de dormir y de mis ropas.

Bebía el agua infectada por todos los cadáveres de Benarés y no estaba


vacunado. Podía descabezarme con el auto o con el barco.
Probablemente nuestro auto se hundiría y el viaje iba a fracasar.

Pero, ¿qué me importaba todo eso si conservaba la amistad con Dios?

* * *

Desde aquel día, no temo ya a la muerte repentina. Es cierto que


preferiría morir plenamente consciente. Me gustaría poder tomar mi
vida en el hueco de la mano y tener tiempo de elevarla hacia Dios y
dársela como mi humilde ofrenda de hombre.

Pero estará igualmente bien si la puerta, en lugar de abrirse


lentamente, cede de un brusco empujón.

58 A CHARTRES

Domingo y lunes de Pentecostés, dos días libres, voy a Chartres.

Domingo por la mañana, en Notre-Dame de París. La gran nave está


silenciosa en la poca luz que entra por las vidrieras. Algunos jóvenes,
mochilas en la espalda, uno o dos militares, algunas viejas, unas
buenas religiosas asistiendo a misa en una capilla lateral.
Vueltas y más vueltas por culpa de la Exposición.

La ciudad va haciéndose pequeña. Los suburbios. El campo.

El puente de Sévres, el castillo de Versalles, tan hermoso después de la


fealdad de algunas calles. Finalmente, el bosque espléndido.

Al compás de los pasos, se suceden las “avemarías” del rosario.


“Avemarías” ofrecidas por múltiples intenciones, por muchas
necesidades, también por la gente que encuentro en el camino:

– por esos bohemios mugrientos y por esa gitanilla con oropeles


multicolores que debe robar gallinas en las casas de campo;

– por ese caminante que marcha como yo, pero seguramente porque
él no puede hacer otra cosa;

– por los soldados que he encontrado en el campo de Satory; creen


que el gusto por la marcha voy a perderlo durante el servicio militar;

– por los turistas insoportables que hablan en voz alta en la capilla de


Dampierre;

– por el obrero que ha murmurado al pasar: “¡uno que juega a lo


duro'”.

– por esos pequeños scouts que, para que les acompañara me han
indicado gentilmente un atajo que me alarga tres kilómetros el
camino;

– por las señoras elegantes que, desde sus coches, sonríen al que va
cargado con la mochila.

El bosque me rodea. Tan hermoso, que se convierte en una plegaria.

Sólo ya, hago retiro, con mi alma por celda y el bosque por monasterio.
“París: 40 Kms.”, indica una flecha apuntando hacia mi. Pero yo he
recorrido 45, por las vueltas de la Exposición y la caminata de los
pequeños scouts.

15 Kms. todavía antes de llegar a Rambouillet. Me duelen los pies, ya


que en el fondo, los pobres, siempre han preferido el estribo a la ruta.
La mochila pesa mucho más. La fatiga molesta.

Mis pasos machacan “avemarías” distraídas. La fatiga es ahora mi


verdadera plegaria. Este kilómetro por aquel amigo mío. Este otro en
unión con Cristo en el Calvario. El otro y el siguiente por todos los
viejos pecados que señalan una mancha gris en el pasado.

Rambouillet: 5 Kms. Es de noche.

A las diez y media de la noche, cansado, llego por fin. Pensaba


quedarme en una casa de campo. Es demasiado tarde. No quiero
despertarles. Entro en un pequeño hotel. Completo. También el
segundo y el tercero. Empieza a llover. Medito en Belén y al fin doy con
un hostal. Queda libre una habitación en el desván. Hay chinches.

Qué gusto tomar una ducha en un aseo inconfortable, ponerme en


pijama, tenderme, dormir… con nuestros hermanos los chinches, que
no me han parecido tan terribles como dicen algunos.

Lunes por la mañana. Camino de Chartres. Llueve a torrentes. Mis


piernas tienen agujetas, y he de estar en París esta misma tarde.

Unos kilómetros después de Rambouillet, se detiene un coche. Va a


Chartres.

…Bendito seas, Dios mío, por los chóferes compasivos que recogen a
los peregrinos cansados, chorreantes y doloridos.
Pasamos a través de Beauce, que sin duda ha sido hecho tan llano para
permitimos admirar mejor la belleza de las montañas.

En coche, pienso en el lento descubrimiento de la torre de Chartres,


del que habla Péguy y que hice en otro tiempo con el clan.

Un largo rato de oración en la hermosa catedral.

Una hora en tren. París. Vuelvo a la vida cotidiana.

Pero tengo el corazón y el alma llenos de aire puro.

* * *

Hermano mío, cuando estés solo en París y dispongas de dos días


libres, vete a Chartres. Se vuelve mejorado.

59 LA SONRISA

Hay un medio excelente para ganar amigos: la sonrisa.

No la sonrisa irónica y burlona, la sonrisa despectiva, que enjuicia y


humilla. Sino la sonrisa amplia, limpia, la sonrisa a flor de labios.

Sabe sonreír, ¡qué fuerza! Fuerza de apaciguamiento, fuerza de


dulzura, de calma, fuerza de irradiación.

Alguien se burla de ti cuando pasas… tienes prisa… no puedes


detenerte… sin embargo, sonríe, sonríe ampliamente. Si tu sonrisa es
abierta, alegre, el otro sonreirá también.., y todo habrá terminado en
paz. ¡Pruébalo!

Quieres hacer a un compañero una advertencia que crees necesaria,


darle un consejo que te parece útil. (La advertencia, el consejo, son
cosas duras de tragar.) Sonríe, compensa la dureza de tus palabras con
el afecto de tu mirada, con la sonrisa de tus labios, con todo tu
semblante alegre. Y tu advertencia, tu consejo, serán bien recibidos,
puesto que no habrán herido.

Hay situaciones difíciles en las que uno no sabe qué decir, en las que
no salen las palabras de consuelo… Sonríe con todo tu corazón, con
toda tu alma compasiva. Has sufrido y la sonrisa muda de un amigo te
confortó. Imposible no haberlo experimentado ya alguna vez. Haz lo
mismo con los demás.

“Cristo – decía Jacques d’Arnoux -, cuando tu madero sagrado me


canse y me desgarre, dame, a pesar de todo, la fuerza de practicar la
caridad de la sonrisa”. Porque la sonrisa es caridad.

Sonríe al pobre a quien das limosna, a la señora a la cual cediste tu


asiento, al señor que se disculpa por haberte pisado.

Es muy difícil a veces dar con la palabra justa, la actitud verdadera, el


gesto apropiado. Sonríe, es tan fácil y arregla tantas cosas… ¿Por qué
no usar y abusar de este medio tan sencillo?

La sonrisa es un reflejo de la alegría. Es su fuente. Y donde reina la


alegría – hablo de la alegría verdadera, la alegría profunda del alma
pura – también florece la amistad.

Seamos portadores de sonrisas y, de este modo, sembradores de


alegría.

60 LA MUERTE DE UNA ESTRELLA

Jean Harlow ha muerto.


La conocí en Hollywood en un viaje reciente. Era tan bella como
aparecía en la pantalla, con una sonrisa joven y unos cabellos que
aureolaban su rostro como una luz.

Cuando volví enseñé su foto a un amigo: “¡Decir que hay una mujer
detrás de eso!”, dijo, señalando con el dedo el maquillaje exagerado.

Había, en efecto, una mujer “detrás de eso”, una mujer con una vida
borrascosa, con un alma ciertamente no tan clara como la aureola de
sus cabellos de platino.

Entre los cientos de miles de espectadores que la han admirado en la


pantalla, ¿cuántos se acordaran de rezar por ella? Para que los divinos
esplendores de allá arriba no le sean rehusados, a ella que poseía la
belleza del cuerpo.

Hollywood, a pesar de todos sus espejismos, es una tierra sin estrellas,


en donde una humanidad físicamente admirable olvida que tiene un
alma.

En la calma de una pequeña iglesia campesina he rezado largamente


por Jean Harlow, a quien conocí, hace unos meses, en la alegría ficticia
de los estudios.

Me parece que Dios nuestro Señor ha de ser muy misericordioso con


esas almas de niños terribles.

Una flor, un animal hermoso, cantan las alabanzas del Señor por su
solo esplendor de criaturas.

Jean Harlow era, también ella, una alabanza del Creador, ya que toda
hermosura es un reflejo del Dios que la ha creado.
Sin duda sería un acto de caridad cristiana que quienes disfrutan con el
cine piensen alguna vez delante de Dios en esas pobres estrellas que
no conocen la verdadera luz.

61 LAS MUCHACHAS

Las muchachas son la imagen preciosa de nuestra madre cuando tenía


su edad.

De baja o elevada estatura, rubias o morenas, son atractivas, limpias y


sanas, y Dios mismo debe sonreír cuando las ve pasar.

Solamente más adelante, cuando seas mayor, descubrirás entre ellas a


la que será tu esposa.

Hoy, considéralas simplemente como amables compañeras.

Una educación equivocada nos ha enseñado, con excesiva frecuencia,


a no ver en la mujer sino ocasión de pecado, en lugar de descubrir en
ella un manantial de riquezas.

Pero las muchachas – hermanas, primas, amigas o conocidas – son las


compañeras de nuestra vida, puesto que en nuestro mundo cristiano
vivimos, codo a codo, en el mismo plano.

La camaradería entre chicos y chicas es algo sumamente delicado, hay


que conducirse con

prudencia y cada uno ha de actuar auténticamente.

Pero ciertamente seria un defecto no pequeño despreciar ese don de


Dios que son las verdaderas jóvenes.
Ellas tienen como propia la virtud de la pureza, cuya irradiación nos es
saludable a nosotros que debemos luchar con ahínco por conservar
esa misma pureza.

Si ellas saben mantenerse en su puesto – y únicamente de ellas


depende que en su presencia los muchachos se comporten
debidamente – su influencia puede ser decisiva.

Cualquiera puede observar, en la playa o en una piscina, cómo los


muchachos intentan deslumbrarías. Una mirada de admiración, una
sonrisa, bastan para estimular el amor propio de ellos y animarles a
lanzarse desde lo más alto del trampolín, vencido el miedo.

¿Por qué, en un plano distinto, esa misma mi-rada y esa misma


sonrisa, no van a dar a ese muchacho más luz y más empuje en su
vida?

La pasión por contemplar alta mar nos aleja de las orillas pantanosas.
La presencia de las muchachas aleja groserías y descomposturas. Hay
muchachas capaces de serenar literalmente el alma en un momento
de desazón.

Nosotros somos torpes y burdos. Ellas nos fuerzan a la urbanidad y la


cortesía. Su encanto eleva y restablece nuestro equilibrio.

Somos demasiado cerebrales. Las muchachas comprenden de un solo


golpe, con su corazón, lo que nosotros analizamos penosamente con
nuestra razón. Su presencia apacigua. Son una Sonrisa y una dulzura en
nuestro campo de batalla.

***

Dios mío, haz que nuestras hermanas, las jóvenes, sean armoniosas de
cuerpo, sonrientes y se vistan con gusto.
Haz que sean sanas y de alma transparente. Que sean la pureza y la
gracia de nuestras vidas rudas.

Que sean sencillas, maternales, sin complicaciones ni coqueterías.

Haz que nada malo se deslice entre nosotros.

Que seamos, unos para otros, fuente, no de faltas, sino de riqueza


interior.

62 «PERDER» EL TIEMPO

La ciudad, anónima, ruidosa y jadeante, donde el espíritu se siente


agitado por un ritmo de máquina de remachar o de embutir, no
permite, salvo raras excepciones, “perder” el tiempo en el silencio y la
soledad.

El hombre, al ritmo lento de otros tiempos, el de las estrellas y de las


plantas, no se veía atropellado ni aplastado. Por la fuerza de los
mismos acontecimientos tenía tiempo para ver la vida. Este derecho
hoy se está perdiendo.

Hay que encontrarlo.

Los responsables se preguntan a veces con ansiedad cómo llenar los


ratos libres. Charlas, estudio de un problema, reuniones. Bien. Pero,
¿por qué no dejar libre el tiempo libre? Para poder encontrar cada uno
la soledad y el silencio en la intimidad del campo, del bosque. Muchos
no saben hacerlo. Y, sin embargo, la voz de Dios es tan sutil que sólo
puede ser oída en silencio. Solamente.
Conviene rehabilitar el “perder” el tiempo. No el perder el tiempo
como lo pierde un corazón vacío o un alma adormecida. Sino ese
“perder” el tiempo que es algo fecundo, que es recogimiento interior.

Se descubren más tesoros al azar de mil paseos solitarios que los que
contienen y contendrán jamás todos los lagos de las islas de coral.

Es tan provechoso marchar sin rumbo fijo, solo, en el campo, en ese


silencio que se escucha al bajar del ferrocarril o de un automóvil que
viene de la ciudad. El chasquido del zapato sobre las piedras, el
lamento de un arado, de un yugo, un pájaro que canta, el agua que
murmura, la manada de gansos atentos al paso del cartero… Todos
esos ruidos no rompen la calma, sino que llenan y vivifican el silencio.

La trepidación mecánica y el estruendo sordo de las grandes ciudades


se han callado.

Sólo suben las resonancias del viento, del agua, de las plantas, de los
animales, de los hombres, que son como la respiración del mundo.

Qué bueno es “perder” el tiempo escuchando esa larga canción de la


tierra. Es propicia para los recuerdos, para los sueños del futuro, para
la charla familiar con Dios. Es fecunda porque es más fácil forjar una
vida más bella cuando ha sido planeada antes de vivirla.

Es necesario acostumbrarse a hablar familiarmente con Dios, en la


soledad y en el silencio de su creación.

63 NOTAS EN AVIÓN

…Sacudidas como en un tren malo, luego súbitamente la calma, una


especie de inmobilidad fluida… Volamos a 270 por hora y se tiene la
impresión de estar inmóvil, suspendido por un hilo invisible… El
espinazo de las montañas… Las casas pequeñitas… Hay que tomar el
avión de vez en cuando para darse cuenta de la propia pequeñez…
Asomado al mundo desde ese balcón real que es el avión…

El mar en el que se distinguen claramente las grandes corrientes que


percibimos sensiblemente cuando nos bañamos… La perspectiva de los
ríos, de los caminos, carreteras y senderos… El relieve de las colinas y
de las montañas… La silueta blanca de las cumbres nevadas… El trazo
exacto de la costa… El brusco descenso de los baches, con el estómago
que parece como si se nos cayese a los pies…

…Un barco, punto minúsculo, reducido a la estela del humo y del


agua… La sombra de las nubes que jaspea el suelo y nuestra gran
sombra que corre con igual rapidez debajo de nosotros…

Abajo, todo es curvo, menos lo hecho por la mano del hombre, que
parece haber inventado la geometría y la línea recta… El mar, cuya
inmensa superficie azul se confunde con el cielo cual Otro
firmamento.. La extraordinaria nitidez de la sombra de las rocas sobre
el agua verde. El agua de tintes morados allí donde las profundidades
se transparentan en filigrana… El deslumbrante círculo del sol que nos
persigue sobre el agua del mar…

…Tenemos delante un escuadrón de densas nubes blancas. Pasamos


por encima. La tierra aparece transparente como bajo humo blanco.
Luego, todo no es más que un conglomerado blanco. Dan ganas de
esquiar sobre las nubes, extendidas hasta el horizonte como huevos
batidos en nieve… El horizonte es un diseño blanco con líneas azules…
Bajo una capa muy ligera y unida de nubes, aparece la tierra como
transparente en el fondo del agua clara…
…Noche completamente blanca, como montaña envuelta en una
tempestad de nieve… A lo lejos, masas blancas con venas azules son
imágenes reencontradas del Himalaya. Después, teñidas de rosa, de
oro y de ocre, recuerdan el gran cañón del Colorado… Paisaje lunar,
valles, embudos, túmulos, excrecencias de coral como en el fondo de
los lagos… El espinazo de las montañas. Se ven claramente los ángulos
de las más grandes pendientes formadas por el agua…

En avión, perfecta geografía humana. Las aldeas nacidas a las orillas de


los ríos, de las ensenadas. Las casas de los labradores inscritas en la
geometría de sus tierras laborables. Los puentes sobre el curso del
agua. Las curvas de los pequeños senderos que se retuercen hasta
alcanzar el puente…

…Una especie de halo de arco iris circular nos sigue, con la sombra del
avión por centro… Los oídos taponados en la bajada, el balanceo, la
impresión de estar acodado en el balcón del infinito. Las nubes
detenidas al borde del horizonte, como una playa al borde del agua…

..Para descender taladramos las nubes. Venimos de la plenitud de la


luz y abajo todo es gris. Sólo arriba la sede del eterno sol y de la eterna
luz… El suelo remendado como un pantalón de jardinero… La gran ala
real perfilada como un escualo… Atravesamos una pequeña
tormenta… A la derecha, desgreñadas columnas de lluvia unen las
nubes con el mar. Martilleo de gotas encima de nosotros. Pero las alas
permanecen secas, porque el aire de la hélice no permite que las gotas
lleguen. El avión es sacudido como un saco de nueces y un relámpago
zigzaguea cerca de nosotros…

La riqueza de la llanura, sembrada de casas de campo, cuadriculada,


tablero de tierras con surcos impecables. Se siente ilusión de
conquistador descubriendo desde la montaña esta planicie y
recorriéndola… Impresión de seguridad perfecta, de inmovilidad…

…Es necesario haber volado en avión, haber visto el mundo desde lo


alto, para darse cuenta de la pequeñez y miseria de nuestra nada, que
escarba la tierra y edifica como cuevas de hormigas. Y como también
nosotros estamos hechos para los espacios inmensos, los horizontes
sin límites. En una palabra, para el Infinito.

64 BALI

Las balinesas tienen un busto espléndido, son normalmente bonitas,


pero no poseen el encanto animal de las hijas del Sur… La isla es
asiática, no polinesia… Carece de aquella atmósfera de risa, de cantos
y danza que hay en Tahiti. Todo tiene un sabor religioso. Las danzas
son orientales, sabias, incomprensibles…

Conocimos en Bali a un pintor que tiene una casa en la playa de


Senoer. Nos libramos así del gran hotel. Y hemos podido disfrutar de
un delicioso bungalow de bambús de un lord inglés ausente, a la orilla
de la magnífica playa que desconocen los turistas, y estamos solos,
maravillosamente solos.

Comemos en casa del pintor, a dos kilómetros de aquí. Mi amigo y yo


vamos allá nadando a largas brazadas o a crawl, en el agua tibia que
me recuerda los admirables lagos del Sur. Nuestro huésped vive en una
casa de puro estilo balinés con puertas de madera dorada, esculpidas
cual retablos, tapicerías tejidas de oro, lámparas quema-perfumes y un
pequeño templete de coral en el jardín.

Vive con su modelo, Polok, la más pura belleza de la isla, a la que


rescató del templo donde danzaba, y otras dos balinesas mitad
modelos, mitad sirvientas, adornadas de lujosos sampots bordados de
oro. Las tres, flores resplandecientes de hermosura, nos sirven la
mesa.

Hojas de oro adornan la cabellera de Polok. En sus vestidos, todo es del


más lujoso y puro estilo balinés. Cada una de sus posturas es un
disfrute para los ojos y lamenta uno no ser pintor para poder plasmar
toda esa armonía y encanto.

Por la tarde Polok deposita ante el templete de coral, ante el mar y la


puerta de la mansión, la ofrenda de unos granos de arroz, pétalos de
flores y granos de incienso. Cada gesto es una danza.

Después de cenar, al compás del gamelang, Polok danza para nosotros


solos. Danzas sin significación precisa, simple homenaje de belleza a la
divinidad. Muy cerca, el mar ruge dulcemente, sumando su monotonía
asordinada a las notas alegres del gamelang. Estamos en sampot, el
torso desnudo, quemado por el sol y la sal. Lo que lógicamente debería
ser más que equívoco es. perfectamente puro, sin nota discordante,
aunque no se entienda. Polok, siempre sonriente, con una risa que
recuerda un lamento de pájaro, con su busto de bronce, sus gestos
soberanos, es una imagen radiante de belleza y, por tanto, una
alabanza al Creador.

Hemos tenido el corazón suficientemente elevado para no ver en ella


otra cosa. Por eso, los pocos días pasados en aquella playa aislada de
un extremo de Asia serán siempre un recuerdo incomparable de luz,
de música y de hermosura.

65 VENDRÁ UN DÍA
Me he paseado por el mundo como en un jardín cerrado por un muro.
He llevado la aventura de un borde a otro de los cinco continentes y he
visto colmados, uno tras otro, todos los sueños de mi infancia.

El parque de la vieja mansión paterna donde di mis primeros pasos se


ha ensanchado hasta los límites de la tierra y he jugado sobre el
mapamundi el hermoso juego de mi vida. Pero los muros del parque
no han hecho más que retroceder y yo sigo enjaulado.

Pero vendrá un día en el que podré cantar mi canto de amor y de


alegría.

Todas las barreras se vendrán abajo.

Y poseeré el Infinito.

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