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Hannah Arendt publicó por primera vez en 1951 su fantástica y extensa obra titulada 

“Los
orígenes del totalitarismo”. Tras la subida de Hitler al poder y el holocausto,
contando  también con el gobierno de Stalin en la URSS, la necesidad de explicar el porqué
de lo que había pasado se tornaba muy necesario, sobre todo para los científicos sociales.
Aunque Arendt habla también del bolchevismo como totalitarismo, es su análisis
pormenorizado del nazismo lo que más caracteriza su ensayo. Para profundizar en las raíces
del fenómeno nazi -que siempre supuso la incógnita de cómo uno de los pueblos más cultos
y civilizados de Europa apoyó en masa ese trágico suceso de nuestra historia-, Arendt
divide su libro en tres grandes áreas. A saber:

 ·         El antisemitismo.
 ·         El imperialismo.
 ·         El totalitarismo.

El antisemitismo era algo muy enraizado en determinados círculos europeos. La autora nos
habla de la idiosincrasia del pueblo judío como un grupo de gente de carácter internacional,
que, sin tener patria común ni país, aprendieron a sobrevivir allá donde estuvieran. A pesar
de que los banqueros judíos habían prestado dinero a distintos estados, el auge del
antisemitismo nazi se dio cuando este poder era más débil. Aun así, mucha gente identificó
a los judíos como una clase que hacía dinero sin ser productiva -algo muy ligado a las
finanzas- y, por lo tanto,  de ser el apoyo de los distintos estados a abatir. Mientras que el
marxismo planteaba la dialéctica como lucha de clases, la llamada por Arendt “alizanza
entre la burguesía y el populacho”, basada en los desheredados y frustrados de la primera
guerra mundial y de la crisis de Weimar unidos a la burguesía, canalizaron su odio hacia un
enemigo históricamente vilipendiado: el judío. El antisemitismo negaba la lucha de clases y
elevaba la lucha racial a elementos místicos.

En la sección titulada “Imperialismo” se destaca un elemento importante: el desastre


humano que conllevó la expansión de las potencias occidentales hacia otros países. El
genocidio del colonialismo, provocado por una necesidad de expansión de las empresas del
primer mundo -con excedente de mano de obra y capital que le era inherente-, necesitaba
una ideología que lo justificara de cara al exterior. El racismo se construyó como algo
necesario para justificar el genocidio. Si  unimos ese carácter ideológico al anterior
antisemitismo, tenemos dos rasgos muy básicos y característicos de lo que fueron los
fascismos.

El imperialismo en sí se basa en la expansión como objetivo político dominante, y surge


fundamentalmente cuando “la clase dominante en la producción capitalista se alzó
contra las limitaciones nacionales a su expansión económica”. Este hecho pone de
relieve uno de los axiomas más importantes del pensamiento de la burguesía: la política
como elemento indispensable para conseguir sus objetivos económicos. Para ella, la
política es algo inseparable del ejercicio del poder o, como dice Arendt, “fueron los
primeros que, como clase y apoyados en su experiencia cotidiana, afirmaron que el poder es
la esencia de toda estructura política”. El imperialismo se tornaba como un intento de
expandir el poder político sin “la fundación de un cuerpo político”.

Según “las normas burguesas, aquellos que son completamente desafortunados y los que
son derrotados son automáticamente eliminados de la competición que es la vida de la
sociedad”. Esos “sobrantes”, o gente superflua, es el grupo principal que se aglutinó
alrededor del totalitarismo. La guerra de todos contra todos, expuesta con nitidez en el
pensamiento político de Hobbes, se convertía en un aliado ideológico para el imperialismo.
Si toda persona tiene sed de poder, solo un estado absolutista puede mantener la paz. Este
estado de guerra permanente, de violencia permanente, de excepción permanente,  se
convierte en el mejor escenario para los movimientos de masas totalitarios.

La filósofa alemana establecerá -cambiando levemente  el concepto acuñado por  Lenin-


que el imperialismo “debe ser considerado como primera fase de la dominación política
de la burguesía más que como la fase  superior del capitalismo”. Aunque también
establece que fue el miedo al colapso económico, debido a las limitaciones del capitalismo
nacional, lo que llevó a la burguesía a buscar nuevos mercados.  Pero la búsqueda de
nuevos mercados se llevó a cabo por fases: en primer lugar debía salir el capital sobrante,
que fue lo primero que se exportó. Los propietarios de este capital superfluo eran los
primeros en querer ganar dinero sin capitanear ninguna función social. 

Dicho capital  unido a aquellos “desechos humanos” que provoca toda crisis se sumó, y
“comenzó su sorprendente carrera produciendo los bienes más superfluos e irreales”.

Esa alianza entre el populacho y el capital era algo impensable para el análisis
marxista. Para Marx, la lucha de clases era el motor de la historia. Las masas debían de
oponerse a sus opresores, así que ese matiz del imperialismo de dividir el mundo en razas
superiores en inferiores y sus ansias de dominar el mundo, uniendo así al populacho, fueron
en principio ignorados. Hannah Arendtdefinirá al populacho como aquel grupo de
personas que “no podía ser identificado con la creciente clase trabajadora industrial y,
desde luego, no con el pueblo en su conjunto, sino que estaba compuesto realmente por los
desechos de todas las clases”. No sólo desecho, sino que “también el subproducto de la
sociedad burguesa, directamente originado por ésta y por ello nunca completamente
separable de ella".

En el libro hay un párrafo que es, sin duda, uno de los que más me ha interesado. Cito
textualmente (pág. 255): “porque una ideología difiere de una simple opinión en que
afirma poseer, o bien la clave de la historia, o bien la solución de todos los enigmas del
universo o el íntimo conocimiento de las leyes universales ocultas que, se supone,
gobiernan a la naturaleza o al hombre. Pocas ideologías han ganado la suficiente
importancia como para sobrevivir a la dura lucha competitiva de la persuasión y sólo dos
han llegado a la cima y han derrotado esencialmente a las demás: las ideologías que
interpretan a la historia como una lucha económica de clases y la que interpreta a la historia
como una lucha natural de razas”. La ideología, por tanto, surge como arma política, no
como elemento puramente teórico.

Para seguir entendiendo el imperialismo, hay que comentar la existencia de los llamados
panmovimientos, los nacionalismos y los  tribalismos. Los panmovimientos -en los que el
pangermanismo se encontraría situado- predicaban el origen divino del propio pueblo
contra la esencia judeo-cristiana del origen divino del hombre. Por lo tanto, despreciará al
individualismo liberal y, por extensión, el ideal de humanidad y de dignidad del hombre.

En “Totalitarismo”, Hannah Arendt sigue estudiando el fenómeno del totalitarismo, esta


vez como movimiento social. Para la autora, tanto Hitler como Stalin pudieron llevar a cabo
su programa de gobierno, debido, entre otras circunstancias, al apoyo de las masas. Los
movimientos totalitarios lo que pretenden es organizar a las masas, no a las clases sociales.
Pero estos movimientos totalitarios movilizaban, sobre todo a través de la afiliación, a
personas aparentemente “despolitizadas”, personas que, anteriormente, no pertenecían a
ningún partido. Como dice Arendt, los movimientos totalitarios rompieron dos espejismos
de los países gobernados democráticamente (pág. 439):

 ·         Creer que el pueblo en su mayoría había tomado una parte activa en el


gobierno y que cada individuo simpatizaba con su propio partido o con el otro. Al
contrario, los movimientos mostraron que las masas políticamente neutrales e indiferentes
podían ser fácilmente mayoría.

 ·         El segundo consistía en suponer que estas masas políticamente indiferentes


no importaban, que eran verdaderamente neutrales y no constituían más que un fondo
indiferenciado de la vida política de la nación.

A la utilización del terror por parte de los gobiernos totalitarios hay que sumar la
abnegación de los ciudadanos, un sentimiento que los llevaba a considerarse como seres
ínfimos y prescindibles. Esta psicología pasó de ser algo puramente individual a convertirse
en un fenómeno de masas. Por lo tanto, la represión y el terror no necesitaban responder a
ningún argumento racional, como, por ejemplo, asesinar a la oposición y a los enemigos del
pueblo, simplemente la arbitrariedad en la utilización de los asesinatos por parte del poder
hacía que cada individuo temiera cualquier respuesta, paralizándose, por un lado, o
convirtiéndose en verdugo, por otro.

Es el aislamiento lo que caracteriza al hombre-masa, y la familia totalitaria del partido es la


que le da cobijo. Como establece la autora, “el primitivo partido de Hitler, casi
exclusivamente integrado por desgraciados, fracasados y aventureros, representaba, desde
luego, a los bohemios armados, que eran sólo el reverso de la sociedad burguesa” (pág.
446).

Para ir concluyendo esta extensa entrada sobre la obra de Hannah Arendt, me interesa hacer
hincapié en el concepto de dominación. El verdadero objetivo del totalitarismo no es
solamente gobernar, sino dominar cada aspecto de la vida de los individuos, eliminando así
su libertad y su espontaneidad. 

Para ello, sumará al estado y a su maquinaria policial todo el efecto de la ideología y de la


propaganda, creando así una estructura basada -tal y como comentaba antes- en el terror.
Quizás sea esto, el terror y la dominación, lo que caracteriza más a la experiencia totalitaria
que presidió el siglo XX que cualquier otra característica. No se trataba de eliminar
físicamente a humanos, se trataba de eliminar “su espíritu”.

Como bien se dice en el libro Arendt (pág. 593), “lo que el sentido común y la gente
normal se niega a creer es que todo es posible”. Aprendamos  de la historia para no
repetirla.

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