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La Ruta de las Estrímnides. Comercio Mediterráneo e Interculturalidad en el Noroeste de Iberia View project
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RESEÑAS
Conclusión: enhorabuena al Prof. Fajen y al Dr. Wacht por el mérito que supone
este imponente Arbeitsmittel cuya utilidad es evidente en lo que concierne al estudio de la
poesía griega tardía.
GIUSEPPE GIANGRANDE
1
“Algunas observaciones sobre el mito de Edipo antes de los trágicos”, Habis16 (1985) 43-65.
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RESEÑAS
sentido en cierto momento, aunque después haya desaparecido o haya sido modificado. Por
otra parte, no son raros los dobletes, y, así, en el mito que nos ocupa tenemos el de Yocasta/
Epicasta que complica la cuestión de la relación entre nombre y papel mítico. Sin embargo,
sean cuales sean las dificultades, no podemos sino darle la razón al profesor Ruipérez en
la utilidad que tiene seguir indagando por la vía de la etimología en los recovecos míticos.
Del mito de Edipo ya se había ocupado Ruipérez al menos, que sepamos y también
desde una perspectiva lingüística, en su aportación al homenaje que en su día se le dedicó
al Profesor M. Fernández Galiano2. Ahí ya se defendía que “el nombre La–io" no es sin más
el adjetivo laiov" (¡cantidad de -a- e hiato!), sino un derivado de él…”, con el sentido de
“zurdo” (p. 169), al igual que se defendía también la etimología de Oijdivpou", “el del pie
hinchado”, sobre la base de un primer elemento Oijdi-, y la de Lavbdaco" como “derivado
del nombre de la letra lavbda (nombre más antiguo que lavmbda)”, tal como ya propusie-
ra, efectivamente, Robert en su monumental monografía Oidipus (1915), deduciéndose,
dada la forma de la letra con sus dos trazos desiguales, un apodo propio de un cojo (p.
168). Igualmente se examinaba en ese artículo la acomodación, satisfactoria, del sentido
del nombre de Layo al contenido del mito, y el autor se mostraba concorde, como ahora en
esta monografía, con la ingeniosa propuesta de Lamer (en su denso artículo “Laios” en RE
XII) sobre las consecuencias precisamente de la condición de zurdo de Layo en el fatídico
encuentro con su hijo en una encrucijada, una relación, la apuntada entre la particularidad
física y ese encuentro, que no es fácil de dar por demostrable. Una cuestión distinta pero
aquí planteada casi inevitablemente, como ocurre en esa breve contribución al homenaje al
Profesor Fernández Galiano (p. 172), es la de si ser zurdo era ya una especie de predispo-
sición a un final desastroso. Ahí Ruipérez ofrecía ya, como remate de su aportación (ibid.),
lo que puede considerarse una exégesis moral del mito: “Layo, pues, incumplió la norma al
intentar pasar por su izquierda, que es la mano del mal agüero… Layo fue el culpable; Edi-
po (que, además, no sabía que Layo era su padre), inocente, como inocente es en todos los
demás motivos que componen su leyenda” (p. 172). Inocencia que será esencial en el trata-
miento sofocleo. Un punto, sin embargo, en el que el Profesor Ruipérez no insiste es el de
esa notable coincidencia de las anomalías físicas en los dos principales personajes del mito,
Layo y Edipo, que se complica aun más con la etimología muy verosímil de Lábdaco.
En nuestra opinión, lo más atractivo del libro está en las páginas dedicadas a los
aspectos lingüísticos del mito. Por ello el capítulo V es uno de los más interesantes y en el
que el fino estudioso del lenguaje que es el autor se siente más seguro. Se trata de un repaso
relativamente extenso a la serie de nombres propios involucrados, todos los cuales son
contemplados como parlantes y por tanto como significativos para la interpretación. Y, muy
en primer lugar lógicamente, los de Edipo, Layo y Yocasta. Se rechaza de nuevo con toda
razón que el nombre de Edipo pueda relacionarse con la raíz de oida y se acepta la también
ya conocida con un reconstruible *oidrós, que, asociado al otro miembro del compuesto,
pou", nos lleva a una comparación muy ilustrativa con héroes míticos como, en particular,
Melampo y Podalirio, todos los cuales pertenecen a la categoría de personajes que ostentan
alguna tara física y que, en la mentalidad antigua, aparecen como héroes sanadores y sal-
vadores. Y es innegable que “Edipo actúa como un verdadero curandero”, en el sentido de
salvador, por dos veces, de Tebas (p. 67). Layo, en relación ya señalada hace tiempo con el
2
“El nombre de Layo, padre de Edipo”, en Apophoreta Philologica Emmanueli Fernández-
Galiano a sodalibus oblata I = Estudios Clásicos 87 (Madrid 1984) 167-172.
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RESEÑAS
sentido “zurdo” (*Laiwios, cf. laiov", latín laevus), sería explicable como ligado al episodio
del fatal encuentro entre el padre y el hijo de nacimiento indeseado. Yocasta, descartadas
igualmente otras viejas propuestas, tendría relación precisamente con el nombre micénico
del hijo (iós), sobre el cual se ofrece un excurso, y la raíz verbal *kad-, lo que nos daría “la
que se distingue, la que es famosa por su hijo”, sentido que cuadra perfectamente con su
papel en el mito. En cuanto a la cuestión del doblete citado, un fenómeno que, como bien se
sabe, no es raro en absoluto en el ámbito mítico, el autor entiende que Epicasta no sería sino
una trivialización del original Yocasta, forzada por la pérdida en la lengua de los aedos del
nombre iós del “hijo”, aunque con el resultado de alterarse sólo parcialmente el significado
del término, antes “la que es famosa por su hijo”, luego simplemente “la afamada” (pp. 72
s.), lo que a todas luces reduce de modo drástico la caracterización del personaje.
La descendencia del héroe ha supuesto mil problemas para los estudiosos. Pero no
hay duda de que esta descendencia, es decir, los dos pares de hijos, con una simetría creada
a partir de cierto momento, no es sino una consecuencia de la agregación al mito originario
de Edipo, carente de “referentes locales concretos” (p. 86, y como no es raro en el cuento
popular, añadamos), de episodios tomados de las sagas tebanas, lo que fue dotando al relato
original de nuevos elementos genealógicos y narrativos. En cambio, con la figura de Tire-
sias pudo ocurrir lo contrario: ligado más estrechamente al tema de la profecía que avisaba
a Layo, pudo ser relegado después a un papel secundario en bien del relieve creciente del
oráculo de Delfos. Aunque de todos modos la figura de Tiresias como adivino sería de por
sí secundaria, por muy antigua que sea su presencia: Ruipérez sugiere ya una etimología
lingüísticamente vinculada a la etapa micénica (p. 88).
El capítulo 6 es un intento, muy esclarecedor, de revisar los diversos motivos que
pueden rastrearse en el mito, ciñéndose a la figura de Edipo, con una comparación continua
con los equivalentes folclóricos. Así, resulta, por ejemplo, la incoherencia dentro de las ver-
siones conocidas del defecto, que es interpretado como mutilación, de los pies, tal cual lo
resalta la etimología, pero que no desempeña papel alguno en los relatos, por lo que Ruipé-
rez insiste en que la única justificación debe buscarse en esa otra vertiente del personaje: su
función curadora, tal como se defiende en el capítulo previo. Lo que -se nos ocurre- parece
entrar en cierta contradicción con el afirmado rasgo primario (por etimológico) del papel
como curador, aquí en su calidad de salvador, del héroe.
Otro dato de gran interés es la ubicación del encuentro de Layo y Edipo en la tradicio-
nal encrucijada, lo que puede perfectamente ser un elemento también secundario. “Para que
el encuentro se produjera no era necesaria una bifurcación: padre e hijo seguían el mismo
camino, mas en sentidos opuestos”, de modo que la explicación razonable para aquélla
podría ser el carácter “ominoso” que solían tener las encrucijadas (p. 96). Éstas, como parte
inquietante de una ruta, eran lugares muy propicios para un encuentro, y siempre como
elementos conformadores de otro tema mítico, tan ligado al de Edipo por lo demás, como es
el de los avatares con que se tropieza el viajero mítico o el del cuento popular, casi siempre
representados aquéllos por criaturas peligrosas o tentadoras.
El capítulo 7 recapitula cuáles pudieron ser las fases sucesivas de la conformación del
mito, desde un núcleo folclórico al que se van añadiendo componentes, como, por ejemplo,
la profecía. En esa fase, micénico-homérica, los personajes son aún los tres básicos citados,
los progenitores del héroe y éste mismo, lo que nos da un núcleo argumental mínimo pero
suficiente. Luego un ingrediente moral como es el de la culpa compartida o heredada llevará
a la aparición de una descendencia, aunque las fuentes difieran en la figura de la madre, si
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RESEÑAS
M. BRIOSO SÁNCHEZ
La valoración de este libro puede hacerse, a mi entender, siguiendo dos criterios: con-
siderar el libro como una obra de difusión, lo que coincidiría con el objetivo expresado por
la propia autora, o evaluarlo como una monografía de carácter científico, una calificación
que presenta más problemas como seguidamente veremos.
Dice De Bock que quiere “ofrecer no sólo a la ciudad de Chiclana, sino a las de toda
la Bahía así como a los foráneos que nos visitan, la posibilidad de contar con la información
esencial disponible sobre un tema tan fascinante de nuestra historia antigua. Esa esplendo-
rosa historia cuyo conocimiento Blas Infante reivindicaba para todos los andaluces y que
todas las nuevas generaciones deben recibir de las anteriores como parte irrenunciable de
sus señas de identidad”. Este objetivo lo consigue con creces pues hace acopio de un caudal
considerable de noticias antiguas, medievales, modernas y contemporáneas no sólo referidas
específicamente al templo de Hércules, sino también a temas colaterales que sirven de intro-
ducción histórica de determinados períodos, como la colonización fenicia o la época romana.
Uno se pregunta cómo de un tema del que se conservan tan escasas y controvertidas
fuentes y del que se ha escrito tanto y tan bien, puede dar lugar a 351 páginas, y la fórmula em-
pleada por De Bock nos da la respuesta: los lábiles testimonios literarios de la Antigüedad los
encuadra en su momento histórico, lo que le permite hacer largos y documentados excursos
sobre aspectos que se refieren directa o indirectamente al título de la obra y de los cuales expo-
ne el estado de la cuestión. La autora disfruta de una sólida formación clásica y eso se trasluce
en el texto, sobre todo en las digresiones sobre mitología griega y romana. Pero el resultado
depende en muchos casos de la calidad de la bibliografía consultada y de los especialistas
que la hayan asesorado, a los cuales la autora agradece su colaboración en las páginas 5 a 7.
En cada capítulo puede encontrarse ejemplos: el I (Los fenicios: Marinos, comer-
ciantes y artesanos. La ruta de Occidente) da pie a una digresión sobre el significado de la
palabra phoínix y su relación la púrpura, y sobre las novedades técnicas introducidas por los
colonos fenicios, así como a la exposición solvente del problema de Tarsis-Tartessos y los
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RESEÑAS
orígenes de la colonización fenicia porque sigue la línea marcada por autoras como Mª. E.
Aubet y Mª.C. Marín. No obstante también inserta algunos errores e incongruencias como
las aseveraciones de que los hippoi son barcos mercantes (p. 22), que Aznalcóllar está en
Huelva (p. 24) o Ebora en Portugal (p. 33: se refiere a la Ebora cercana a Trebujena, y no
a la Evora portuguesa), o que en Tartessos los fenicios practicaban el comercio silencioso,
cuando lo hacían en África según el testimonio de Herodoto, ya que en Tartessos había
asentamientos estables, tanto fenicios como indígenas (p. 25). Son también erróneos o muy
discutibles los datos sobre la colonización agrícola fenicia mediante la “expansión del re-
gadío desarrollado con tecnología” (p. 30), o sobre la introducción por los fenicios de la
técnica de la “cera perdida”, ya conocida con anterioridad a su llegada (p. 33).
El capítulo II, Geomorfología de Cádiz en la Antigüedad. La fundación de Gadir,
sigue esta misma línea, enmarcando geográfica e históricamente la fundación de la ciudad
fenicia y del santuario, para lo que recurre a los trabajos geoarqueológicos más recientes.
En el III, Algunos datos sobre la historia y la arqueología de Cádiz en la Antigüedad y la
Alta Edad Media, la autora resume apretada pero solventemente los principales hitos histó-
ricos referidos a Cádiz, aunque con algunos errores y gazapos: Alalia no está en Cerdeña (p.
62), sino en Córcega; el texto sobre el ataque de Theron al templo de Hércules no procede
de Ateneo (p. 62), sino de Macrobio, como la misma autora refiere más adelante; la idea de
que la familia Barca ejerciera un monopolio sobre el comercio de salazones (p. 63) no tiene
ninguna base; utiliza algunas etimologías de topónimos más que dudosas como Tarifa-Tari-
cheia (p. 65); y, cuando habla de sestercios, los denomina sextercios (p. 79).
En el capítulo IV, Melqart y la religión fenicia. El templo del dios en Tiro, expone
de manera algo confusa los testimonios literarios y arqueológicos del culto de Melqart y de
su paredro Astarté en Oriente y Occidente, atribuyendo al dios un carácter solar, o advoca-
ciones relacionadas con la agricultura, no identificadas habitualmente con esta divinidad.
Éste es quizás el capítulo más endeble y en el que la autora ha corrido más riesgos porque
el estudio de la religión fenicia y púnica, dada la problemática específica de sus fuentes
literarias, epigráficas y arqueológicas, requiere un acercamiento muy riguroso y la consulta
de una bibliografía muy especializada. Dos ejemplos: Tanit (Tinnit) no es una divinidad
específicamente púnica (por cartaginesa), sino también fenicia (de Oriente) y su relación
con Astarté es compleja. Por otro lado, en Pyrgi, el puerto de Caere (Etruria), no se ha
constatado un templo de Melqart sino una capilla dedicada a Astarté, y en ella no se celebró
ningún matrimonio entre el príncipe etrusco y la diosa fenicia.
Mucho más cómoda se siente De Bock en el tratamiento de los datos sobre mitología
clásica de los capítulos V y VI, que soluciona con erudición mediante amplias digresiones
sobre los trabajos de Hércules y la relación del dios con el panteón olímpico. Aún así hay
algunas incongruencias como la asimilación de Heracles con Bes (p. 149), los posibles
contactos de la Península Ibérica con Chipre entre 1150 y 950 a.C., y ciertas etimologías
arriesgadas (moguerano-munerano-murena).
Los restantes capítulos dan pie a la autora para disertar sobre la posible fisono-
mía arquitectónica y las funciones desempeñadas por el santuario, no sólo religiosas sino
también económicas y políticas, teniendo como base la escasa documentación literaria,
hábilmente aliñada con paralelos más o menos procedentes, que ayudan a exponer un
cuadro digerible para un público amplio. En efecto, este es el objetivo de la autora y por el
que debe ser evaluada la monografía, y que, en definitiva, cumple: acompañar las escasas
referencias históricas y arqueológicas sobre el santuario de Melqart-Heracles-Hércules de
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CÉSAR FORNIS
LYNETTE MITCHELL, Panhellenism and the barbarian in Archaic and classical Greece,
Swansea, The Classical Press of Wales, 2007, 262 pp.
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reinventa a través del tiempo, atendiendo al contexto histórico en el que nos encontramos, lo
que explica su perduración en la historia. Así en el siglo VI a.C. las colonias de Asia Menor
buscan nuevas formas de integración con la comunidad “madre” y en este proceso es donde
empiezan a crear leyendas que conectan ambos núcleos. Ya en la Ilíada se intenta dar una
definición al concepto de Panhellenes argumentando que son aquellos que habitan la Hélla-
de, definiendo ésta como el territorio del norte de Grecia. Igualmente, la autora utiliza mu-
chos argumentos de E. Hall en sus trabajos sobre la identidad y la etnicidad (Ethnic identity
in greek antiquity [1997], Hellenicity: between ethnicity and culture [2001]); ya que, como
la autora argumenta, el territorio de la Hellas estaría abarcado por una mezcolanza comuni-
taria de distintas sociedades lo que hace más difícil definir el término Panhelenismo en sí.
El tercer capítulo, “The symbolic community: utopia and dystopia”, describe las gue-
rras persas como un acto utópico de unidad de las poleis griegas bajo una causa común. En
este capítulo se intenta hacer reflexionar a los historiadores sobre los problemas internos de
las poleis ya que se organizaban jerárquicamente atendiendo a una posición privilegiada que
les daba el reconocimiento dentro de un “top ten”, donde aquellas que tuvieran más prestigio
eran las más importantes. Por ello la autora analiza la utopía de las guerras persas comparán-
dola a la utopía, igualmente, de la guerra de Troya narrada por Homero donde por primera
vez se identifica la unión del territorio griego, junto a la “distopía” del conflicto inter-poleis.
Un ejemplo de este conflicto lo señala la autora en la supremacía de Atenas en el siglo IV
a.C. como dirigente de la campaña contra el persa y como iniciadora de la liga ático-délica.
El cuarto capítulo, “Cultural contestation”, es un análisis de las interacciones de los
griegos con los no griegos, pero identificando éstos últimos como persas, ya que desde el
periodo arcaico se les había considerado el enemigo natural de Grecia. Sin embargo, lo
que la autora afirma es que aún teniendo un miedo “idealizado” a este enemigo natural
desde tiempos bastantes antiguos, existía una interacción entre ambos mundos que servía a
los territorios griegos como forma de explorar su propia identidad, al delimitar qué era de
producción y de carácter helénico y qué, por el contrario, carecía de ello. En este sentido, el
estudio del material arqueológico de este periodo es fundamental y la monografía presenta
detalladamente una comparación entre piezas de producción persa y piezas de producción
griega encontradas en territorio heleno. Un ejemplo que la autora analiza es la identifica-
ción/comparación de Aquiles con el héroe oriental Gilgamés. Igualmente, aunque la pro-
paganda antipersa o más bien antioriental es bastante abundante durante toda la historia de
Grecia, atendiendo a la faceta de éste pueblo bárbaro como el ideal de anti-griego, tanto en
su organización política, social y cultural.
En el capítulo quinto, “Time, space and war against the barbarian”, se introduce de
nuevo el tema de la guerra que se utiliza como excusa para dar una visión más amplia a la
denominación de Panhelenismo, puesto que ya no sólo se analiza el tiempo sino también el
espacio de creación. Trazar un mapa de lugares considerados helénicos es una tarea difícil.
Para los propios griegos pensar más allá de sus límites territoriales era algo totalmente abs-
tracto y complicado, puesto que no se tenía conciencia espacial de la extensión del mundo
en sí. Para los helenos el mundo se dividía en griegos y no griegos. A este concepto se con-
trapone la figura de Alejandro Magno y su expansión oriental, ya que las nuevas colonias
van a empezar a buscar interacciones con las metrópolis griegas de por sí, a través de en-
laces mitológicos. Es por ello que Alejandro, según la autora, se convierte en el personaje
panhelénico más importante de la historia de Grecia, al intentar unir poblaciones de muy
distinta condición bajo un mismo emblema.
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RESEÑAS
La monografía analiza diversos temas que hoy día están siendo debatidos por los
investigadores de todo el mundo. Uno de los aciertos fundamentales de la obra es el de
analizar el término no sólo culturalmente, sino añadiendo precisiones políticas.
El vaso François ¡una vez más! Eso es lo primero que le viene a la cabeza al lector
cuando se topa con el libro de Torelli, sin embargo desde 1960 con la pequeña monografía
de Minto1 nadie había dedicado un libro a tan discutida y fascinante cratera. La bibliografía
que existe sobre esta pieza es tan extensa que ya en su día cuando Sir John Beazley realizó
su magnífico Attic Black-Figure Vase Painters apuntó “I do not give all the publications
of the François Vase” y estamos hablando del 1956. Desde entonces, son incontables los
estudiosos que desde los más diversos puntos de vista han acometido la labor de analizar
esta extraordinaria obra de arte. Entonces, ¿qué podemos esperar de otro estudio sobre la
misma pieza?, ¿será posible que aporte algo nuevo o pasará a formar parte de la maraña de
publicaciones sobre el tema?. Decía Gombrich que nunca se termina de aprender en el arte,
siempre hay nuevas cosas que descubrir y las obras de arte son inagotables e imprevisibles
como los seres humanos. Habida cuenta de esto, hay que reconocer la valentía de arrojarse
a un tema como el vaso François con todo lo que conlleva en cuanto a ponerse en la picota
del juicio internacional de los especialistas, pero desde luego sólo alguien de la solvencia de
Torelli podía permitírselo. El resultado, como a continuación veremos, es mucho más que
satisfactorio, puesto que nos ofrece no sólo una lectura completa y coherente del programa
iconográfico sino también una manejable obra de referencia para profundizar en diferentes
aspectos secundarios que él prefiere no desarrollar.
El libro se estructura en tres bloques. El primero aborda breve pero concisamente
el problema sobre la existencia o no de un programa figurativo propiamente dicho en la
elaboración de la cratera. El segundo, en tan sólo veinte páginas, es capaz de desmenuzar
la iconografía desde el labio hasta el pie de la pieza, y por ultimo, reserva las 25 páginas
restantes al cuerpo del análisis iconológico o interpretativo de la obra, mostrando una vez
más su incomparable capacidad de síntesis. Las maravillosas fotografías en color, junto con
las notas, conforman el resto de este estupendo trabajo que se enmarca en una interesante
colección de Electa, que recupera textos fundamentales de difícil consulta y los une a los
futuros libros de referencia dentro de la bibliografía especializada de arte.
Torelli, partiendo de su formación clásica al lado de Bianchi-Bandinelli y de
su experiencia en la escuela francesa del recientemente fallecido Vernant, es capaz
de ofrecer una visión novedosa y bien articulada del vaso François. Su interpre-
tación se estructura sobre la importancia de las figuras de Teseo y Aquiles como
modelo para la vida aristocrática arcaica.
1
A. Minto, Il vaso François (Firenze 1960).
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2
En la nota 111, cita Barnabé PEG fr. 3 en vez de Bernabé.
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tura, una ordenación de significantes que nos permite acercarnos al significado oculto de un
texto, de un mensaje literario, en el caso de la Tragedia del alfabeto, el significado mismo
como problema y como juego” (p. 52). El otro aspecto que el artículo aborda se centra en
el autor, en concreto en el autor de tragedias, a partir de los testimonios de dos comedias
de Aristófanes, Acarnienses, representada en las Leneas del 429 a. C., y Tesmoforiantes, de
411 a. C. Ambas, y sobre todo la segunda, aportan testimonios interesantes sobre las ideas
que acerca de la génesis literaria y la construcción de la identidad del actor podían tener los
griegos de esta época. Para la autora, “la necesidad de una identificación del autor con los
personajes que crea” debió “tener que ver con el carácter esencialmente oral de la poesía de
la antigua Grecia, pero también con el hecho de que originariamente el autor de teatro ac-
tuaba en sus propias obras, además de entrenar al coro y componer la música y los números
de baile (éste fue el caso, que sepamos, de Esquilo)” (p. 59).
El tercer trabajo aborda el tema del libro en los ámbitos sofísticos y órficos en la
Atenas clásica (pp. 63-81). En él el profesor Marco Antonio Santamaría Álvarez llega a la
conclusión, ya sabida por otra parte, de que en ambos círculos se “utilizaron los libros para
difundir sus nuevas enseñanzas, relativas a los dioses, los hombres o el cosmos” (p. 79). En
el siguiente trabajo de investigación (pp. 83-87) nos encontramos, como es habitual, con la
buena labor filológica del Dr. Hernández Muñoz, quien retoma un tema predilecto para él,
Demóstenes, concretamente el problema de la scriptio plena/elisa en las Cuatro Filípicas
de Demóstenes. Para ello el autor se propone seguir el método de MacDowell y Dilts en
sus ediciones de Oxford, esto es, editar la forma mejor atestiguada por los manuscritos
veteres demosténicos, atendiendo a la posibilidad de ampliar el número de restituciones de
la scriptio plena, concluyendo que “una revisión de la transmisión textual de Demóstenes
parece sugerir la posibilidad de más restituciones de scriptio plena que las consignadas por
MacDowell y Dilts, y de más hiatos y sucesiones de breves que los admitidos por Benseler
y Blass” (p. 87). Es un trabajo breve, que dice exactamente lo que tiene que decir, y aplica,
como es habitual en el autor, una metodología encomiable.
El quinto trabajo corre a cargo de la Dra. Mª Paz de Hoz y en él aborda la “escritura
y lectura en la Anatolia interior”, como “una forma de expresar etnicidad helénica” (pp. 89-
107), fundamentalmente a partir de los epitafios de la zona. Según la autora, los testimonios
abogan por autores que tienen “al menos unos rudimentos en educación griega: en lectura de
autores griegos, en composición y métrica y en la tradición funeraria” (p. 90). El autor más
leído y citado, como es lógico, no podría ser otro que Homero, lo cual demuestra además
el mantenimiento y orgullo de pertenecer a la helenidad como seña de identidad (p. 105).
Por su parte, la profesora Susana González Marín aborda el tema de “la representación
de la composición y la lectura en Bacchides” (pp. 109-129). La autora analiza la relevancia
de las escenas construidas en torno a un texto escrito como lugares en los que Plauto intro-
duce información autorreferencial. “En estos pasajes”, escribe la autora (p. 128), “Plauto
pone de relieve cuestiones fundamentales. En primer lugar, es consciente de practicar un
tipo de teatro nuevo en el panorama itálico, un teatro compuesto mediante la escritura y, por
tanto, diseñado con premeditación. Esta toma de partido tiene una serie de consecuencias
con respecto al lugar en el que el autor se sitúa a sí mismo y la relación que mantiene con sus
modelos griegos y con el teatro itálico. Sin duda Plauto está apartándose declaradamente de
la improvisación que caracterizaba las distintas expresiones teatrales itálicas”. En cuanto a
Rosario Cortés Tovar analiza “género y lectura en las Consolationes de Séneca” (pp. 131-
142), dentro de la corriente en boga de literatura de género, tratando de revisar la posición
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de E. A. Hemelrijk al respecto (Matrona Docta. Educated Women in the Roman elite from
Cornelia to Julia Domna, Londres-Nueva York, 1999). “Por esto”, escribe la autora, “nos
hemos propuesto estudiar aquí la exhortación a los studia que Séneca les hace a las personas
consoladas, un tópico del género consolatorio empleado junto a otros para apartarlas de su
pena, con el fin de ver cómo lo adapta a cada una de ellas y qué diferencias se establecen
en razón del género de las mismas. Y en segundo lugar contemplaremos las consolaciones
ad Marciam y ad Helviam como lecturas de mujeres, puesto que se dirigen a ellas y están
pensadas teniéndolas en cuenta” (p. 132). La autora concluye, como es lógico, que “a partir
de las consolaciones de Séneca sólo podemos afirmar que el filósofo supo ver las posibili-
dades que el género consolatorio ofrecía para iniciar a las mujeres en la lectura de tratados
éticos, ya que era fácil que se identificaran con estas matronas singulares a las que el filó-
sofo se dirigía y con los ejemplos del pasado que les proponía como modelos” (p. 142).
Los tres últimos trabajos nos llevan ya a la época medieval occidental y bizantina.
El primero de ellos es el de Emiliano Fernández Vallina (pp. 142-166) que, como el propio
autor reconoce (p. 146), es una “incitación” a profundizar en el estudio de la relación entre
texto e imagen en época latina medieval, mostrando algunos hitos de la relación entre la
correspondencia y valoración de la lectura de las imágenes y de los textos como forma di-
dáctica apreciable en obras, autores o manuscritos representativos” (p. 146), partiendo del
clásico texto de Gregorio Magno al respecto, de san Nilo del Sinaí y san Juan Damasceno.
El penúltimo trabajo, el noveno, es muy interesante y trata sobre “el ocaso del recitador de
leyes: reflexiones en torno a la oralidad en la cultura islandesa antigua” (pp. 167-179) y está
firmado por Mª Pilar Fernández Álvarez y Teodoro Manrique Antón. Los autores analizan
la figura del “recitador de leyes”, “el único funcionario pagado de todo el estado libre islan-
dés” (p. 174), quien estaba obligado a recitar de memoria la totalidad de las leyes en el plazo
de los tres inviernos que duraba su mandato, todavía en los siglos X y XI. La importancia,
pues, de la oralidad aún en esa época en la sociedad islandesa era evidente. El último trabajo,
“Leer en Bizancio: a propósito de un libro reciente” (pp. 181-198), corre a cargo de Teresa
Martínez Manzano y, como la propia autora reconoce (p. 181), no es más que “un compen-
dio de las principales directrices y perspectivas del libro de Cavallo”, esto es, del Leggere
a Bisanzio (Milán, 2007). El volumen finaliza (pp. 199-202) con un “Índice de nombres”.
Un volumen, pues, interesante, con algunos trabajos que suponen verdaderas aporta-
ciones y que se inscribe en el ya clásico tema de las relaciones entre oralidad y escritura.
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Edelstein, Asclepius, a collection and interpretation of the testimonies (1945), que recoge
toda la documentación epigráfica y literaria atribuida al dios, esta monografía completa el
estudio de Asclepio desde el ámbito arqueológico.
Este volumen recoge los santuarios hallados en el territorio griego por excelencia,
aquel que comprendía el territorio de la provincia de Acaya en época romana. Teniendo en
cuenta que Pérgamo y Cos son dos lugares de importante tradición del culto de Asclepio,
es de suponer que no entra en el análisis de los templos de Asia Menor por la realización de
un segundo volumen que comprenderá los territorios mencionados. Sin embargo, en este
primero, utilizando un orden territorial, partiendo del Peloponeso y más concretamente de
Epidauro, al que se le vincula con el nacimiento del Dios, sólo describe los templos atri-
buidos a la parte helénica de la península balcánica. De este modo el orden territorial que
propone la autora es el siguiente: 1) Peloponeso. Santuario de Epidauro. 2) Arcadia. Santua-
rios de Gortina, Alipheira y Pheneas. 3) Mesenia. 4) Corinto. 5) Ática y las islas Cícladas.
Santuarios de Atenas, Paros y Delos. 6) Beocia. Santuario de Orcómenos.
Cada uno de los capítulos tiene una misma distribución. En primer lugar, se establece
la bibliografía básica de las publicaciones de las distintas campañas de excavación que ha
experimentado el santuario en cuestión. Partiendo de los primeros hallazgos de la estructura
templaria, se establece el elenco de las intervenciones en el lugar hasta época actual. Este
análisis permite tanto un estudio metodológico del proceso de excavación en un contexto
religioso, como un estudio cronológico del desarrollo del hallazgo de las estructuras que
conforman el lugar. En segundo lugar, se establece una aproximación al territorio topográ-
ficamente. Se adjunta tanto cartografía que indica la localización del santuario dentro del
territorio griego, como mapas y planos del lugar en el que encuentran las distintas estruc-
turas (templarias y urbanas) en su contexto natural. Esto permite un acercamiento del in-
vestigador a la caracterización del santuario, no tanto como complejo arquitectónico, como
elemento integrado en un contexto simbólico. En tercer lugar, se realiza el análisis detallado
del santuario atendiendo a su cronología, lo que le permite a la autora clasificar distintos
grados de actuación en el templo. Se realiza un estudio de cada templo que abarca desde su
nacimiento hasta el abandono de sus funciones ritualísticas, que en muchos casos van más
allá de la época romana. Por último, y en cuarto lugar, cada capítulo viene acompañado de
unas tablas que recogen toda la epigrafía relativa al santuario en cuestión y a la que se alude
en el texto. Tablas donde cada ítem viene identificado con un número clasificatorio al que
se le asocia la localización del epígrafe en las IGs y, en el caso de Epidauro, también en la
obra de W. Peek, Inschriften aus dem Asklepieion von Epidauros (1969).
El primer templo que se trata es el de Epidauro. No es casual la elección de este primer
santuario puesto que según algunas leyendas míticas, el nacimiento de Asclepio tuvo lugar
en este lugar. Otras versiones, sin embargo, apuntan a Tricca, localizada en Tesalia. De esta
primera aproximación se resalta sobre todo la conexión del primigenio santuario de Apolo
Maleatas y el Asclepeion. Unión que se justifica a través de los aportes materiales y de las
fuentes epigráficas encontradas en ambos santuarios. Por otro lado, la autora intenta resaltar
la importancia de las fiestas creadas en el siglo IV a.C., las denominadas Asclepeias, en las
que podía participar todo aquel que probara su estirpe griega. Por último, se le atribuye al
santuario un carácter político, al albergar en su interior decretos, así como ser un lugar para
el ensalzamiento de distintos gobernantes ya desde época helenística y hasta época romana.
En el caso de Arcadia, el estudio más importante se concentra en los Asclepeia de
Gortina. Se encuentran dos, uno sobre la acrópolis, y otro junto al río. La autora, después de
341
RESEÑAS
analizar las fuentes arqueológicas llega a la conclusión de que el santuario principal, donde
se encuentra la divinidad permanece en la acrópolis, mientras que para los peregrinos se
construye un complejo junto al río para facilitar a los enfermos la incubatio.
El caso de Atenas es uno de los más estudiados y analizados por la autora junto con el
de Epidauro. En este sentido, centra su atención en el Asclepeion como lugar de culto tanto
religioso como político. Antes de la llegada romana, el santuario era utilizado para la publi-
cación de decretos, faceta que seguirá teniendo en periodo imperial. Sin embargo, lo más
característico del santuario son las reuniones de filósofos e intelectuales que tenían lugar en
el recinto. Esto lleva a la autora a argumentar el papel de Asclepio como divinidad garante
de la paideia griega, ya que bajo su protección los principales eruditos de Grecia inter-
cambiaban opiniones en las estructuras dedicadas a su alojamiento y estudio. El caso de
Pérgamo es uno en los que esta función está garantizada, por la construcción en tiempos de
Adriano de la biblioteca en la que Elio Arístides pasaba gran parte de su tiempo. Esta carac-
terística es la que L. Melfi le atribuye también al santuario de Asclepio de Atenas. Por otro
lado, data las fiestas atenienses, denominadas Epidaurias, durante el gobierno de Adriano.
La última parte de la monografía incluye las conclusiones finales de la autora respec-
to al estudio realizado. En especial, se analizan los espacios de culto atendiendo a sus fases
evolutivas. Para ello, se basa en los niveles arqueológicos de las estructuras templarias. Se
distinguen cuatro fases de desarrollo. La primera es la fundación del culto, que se data cro-
nológicamente en torno al siglo V y siglo IV a.C. con edificios que apuntan a una práctica
sacrificial más que curativa en el templo. La segunda fase es la difusión del culto entre los
siglos IV y III a.C., en la que el esquema estructural del templo de Epidauro llega a ser el
prototipo para los nuevos santuarios. La tercera fase es la de expansión del culto pertene-
ciente al siglo III a.C., donde los santuarios se llenan de estructuras que se identifican con el
alojamiento y acogida de peregrinos, así como complejos destinados al entretenimiento de
los mismos, por ejemplo, la construcción de teatros. La última fase es la de renacimiento,
que se data a partir del siglo II d.C., en la que los santuarios, tras la destrucción, provocada
fundamentalmente por los excesos de Sila, se renuevan gracias a las evergesías imperiales.
La monografía se completa con una abundante bibliografía actualizada y un índice
de materias y figuras que ayudan a la localización exacta de los términos. Las fotos que se
incluyen, muchas de ellas realizadas por la autora, los mapas y planos explicativos, son de
gran ayuda para la comprensión del texto.
Fana, templa, delubra. Corpus dei luoghi di culto dell’Italia antica (FTD). 1. Regio I. Ala-
tri, Anagni, Capitulum Hernicum, Ferentino, Veroli, a cura di Sandra Gatti e Maria
Romana Picutti. Edizioni Quasar, Roma 2008. ISBN 978-88-7140-359-5. 103 pp.
[27 láminas].
342
RESEÑAS
legate ad un determinato culto”. Con estas palabras inicia el prólogo del primer volumen de
una serie dedicada a lo que se podría llamar la “arqueología del culto”, que resultará de gran
interés para quienes trabajan de un modo u otro en el ámbito de la historia de las religiones
antiguas. Tal como se anuncia en las primeras páginas, quien se ha dedicado a estudiar
cuestiones de religión a partir de las evidencias arqueológicas, especialmente de la Italia
antigua, se ha topado con la dificultad que supone conocer con certeza la documentación
actualmente disponible relativa a un centro cultual concreto, máxime si se trata de lugares
menores o tradicionalmente poco estudiados. Por otro lado, el problema de la ausencia
de instrumentos bibliográficos no permitía establecer cruces de información útil para el
progreso de la disciplina histórica, especialmente acuciante por el auge de publicaciones
científicas cada vez más numerosas o, por el contrario, a causa de la escasez de estudios
actualizados y críticos de aquellos antiguos municipios menos beneficiados por el interés
arqueológico.
En el universo bibliográfico dedicado al ámbito de la religión antigua, recientemente
enriquecido por el magnífico Thesaurus Cultus et Rituum Antiquorum (ThesCRA), faltaba un
trabajo que reuniera de un modo sistemático y objetivo los datos arqueológicos disponibles
ordenados por ciudades antiguas. Esta ingente labor es el objetivo principal del proyecto de
investigación franco-italiano titulado Fana Templa Delubra (FTD) que, en palabras de sus
editores, pretende poner “sullo stesso piano siti greci, italici, romani e cristiani senza rischio
di confusione, ne d’appiatimento, senza applicare agli uni le caratteristiche degli altri”. El
criterio topográfico adoptado permite el análisis diacrónico, desde época protohistórica a la
medieval, a la vez que pone en evidencia la presencia de documentación y su envergadura
en varios centros de una misma área, lo que consiente un estudio transversal de las fuentes
así como una accesibilidad en paralelo a las evidencias arqueológicas, identificando, como
dicen en el prólogo, “dei micro-sistemi omologhi ma autonomi.”
Ya desde el título queda claro que se trata de un catálogo de los lugares de culto
itálicos, clasificados topográficamente según las regiones augústeas, criterio adoptado por
otros corpora fundamentales en nuestra disciplina (cf. los volúmenes itálicos del CIL).
En el volumen que inicia la serie, los estudios de ámbito general (“Gli Ernici nel quadro
delle popolazioni italiche del Lazio” [Sandra Gatti], “I luoghi di culto prerromani” [Maria
Romana Picuti – John Scheid], “L’amministrazione delle città in epoca romana” [Filippo
Coarelli], “I luoghi di culto romani” [Maria Romana Picuti - John Scheid], “La “cristia-
nizzazione”” [Vincenzo Fiocchi Nicolai]) preceden las fichas de las ciudades en cuestión
(“Aletrium [Alatri]”, “Anagnia [Anagni]”, “Capitulum Hernicum”, “Ferentinum” [Ferenti-
no], “Verulae [Veroli]”). Cada una va precedida de una sucinta presentación y un esquema
con los lugares de culto, según fase prerromana o romana, y posteriormente se da paso a los
centros de interés ordenados por orden alfabético, de los que se presentan el listado de las
fuentes, literarias, epigráficas y arqueológicas respectivamente (tanto de estructuras como
de objetos muebles), acompañada de una bibliografía exhaustiva. Para conseguir sus obje-
tivos se ha priorizado el ámbito público de la práctica religiosa, a fin de no desequilibrar
y desnaturalizar la idea original del proyecto, un corpus de fana, templa, delubra que, en
consecuencia, excluye del catálogo las necrópolis y los lugares de culto doméstico aso-
ciados a los centros urbanos. Se dedica la atención a las distintas áreas públicas desde un
punto de vista topográfico, especialmente a las acrópolis y santuarios periféricos, así como
también a la cultura material, incluso la descontextualizada, destacando por su importancia
los epígrafes.
343
RESEÑAS
Las fichas, no obstante, son escuetas, muy descriptivas y con bibliografía. Breves
comentarios acompañan la mayoría de las entradas, aunque su carácter es desigual, siendo
muy extensos algunos dedicados a los edificios mientras que, por el contrario, son casi
nulos en algunas voces de menor entidad. En este sentido destaca el tratamiento dado en
general a las inscripciones, cuyos textos se presentan cuidadosamente editados, traducidos
y en ciertos casos brevemente anotados y datados, aunque se echa en falta una particular
atención en algunos de ellos. Al final del libro se encuentra el listado alfabético con la
bibliografía citada y el aparato gráfico, protagonizado por las planimetrías generales y de
detalle, concernientes a cada una de las ciudades y de los respectivos santuarios, con una
misma escala gráfica que permite cotejarlos fácilmente. También se incluyen fotos y di-
bujos de los materiales, generalmente exvotos y epígrafes. El pequeño grosor facilita una
consulta ágil y rápida, mientras que el formato de página tamaño folio pone una gran canti-
dad de información accesible de un vistazo, todo ayudado por la claridad de la exposición,
que remite tácitamente a la bibliografía para comentarios más exhaustivos. No hay índices,
lo que probablemente se explique por quedar relegados a un eventual volumen aparte, una
vez publicados todos los fascículos concernientes a la Regio I. Los mismos editores anun-
cian que el corpus será publicado también en versión digital en Internet y, de hecho, ya
es posible visitar la página web dedicada a este proyecto ([http://www.college-de-france.
fr/chaires/chaire9/html/sommaire.html]).
La aparición de un catálogo exhaustivo y pormenorizado de los antiguos centros de
culto itálicos constituye, en resumidas cuentas, una gran noticia para nuestra disciplina y
la obra será bien acogida seguramente no sólo por los especialistas en materia de religión y
culto, sino también por cualquier interesado en historia antigua en general, ya que se trata
de un instrumento de trabajo que viene a colmar una gran laguna, al menos en el ámbito
geográfico de la antigua Italia. Esperemos que la novedad de pie a otras iniciativas semejan-
tes, en ámbito hispánico, por ejemplo.
DIANA GOROSTIDI PI
C. FORNIS, Grecia exhausta. Ensayo sobre la guerra de Corinto, Vandenhoeck & Ruprecht,
Götingen, 2008, 362 pp.
344
RESEÑAS
sólo una situación de fondo importante en el contexto concreto de la guerra, sino también,
aunque el autor no se adentra (al menos no sistemáticamente) en otros horizontes cronológi-
cos, en la historia global del s. IV hasta la dominación macedonia. Por otra parte Fornis trata
de dar la entidad y el lugar que le corresponden a este periodo, habitualmente comentado o
discutido como “apéndice” de la más manida “Guerra del Peloponeso”, de la que también
se ha revelado como especialista (La guerra del Peloponeso (en colaboración con D. Plácido
y J. M. Casillas), Anejos de Tempus 3 [Madrid 1998]).
En cualquier caso los aspectos socioeconómicos y políticos que se mencionan en
la introducción, como el grave consumo de recursos humanos y financieros, el desarrollo
del mercenariado con repercusiones en el cuerpo cívico o la stasis socioeconómica de los
estados implicados, sólo se perfilan en pinceladas sin que haya un estudio profundo en
este sentido para cada uno de los estados protagonistas del conflicto; sí se analiza, en el
caso concreto de Corinto, la stasis política, aunque sin adentrarse a fondo en los graves
problemas socioeconómicos que denuncia; también para Atenas se plantean el debate y
el enfrentamiento político aunque con alusiones breves a los motivos socioeconómicos de
fondo que se hallan detrás de los problemas de la ciudad. Quizás en esta línea lo que se echa
más en falta es precisamente un análisis más pormenorizado en este sentido del antagonista
principal de la contienda, Esparta, sobre todo teniendo en cuenta el profundo conocimiento
de esta polis que revela el autor en otras obras (Esparta: historia, sociedad y cultura de un
mito historiográfico [Barcelona 2003]) y sus estudios de los problemas socioeconómicos de
esta ciudad-estado en el horizonte cronológico que nos ocupa o poco antes, como es el caso
de su análisis del episodio de Cinadón (“La conspiración de Cinadón: ¿paradigma de re-
sistencia de los dependientes lacedemonios?”, SHHA 25 [2007]). Existe sin embargo cierta
justificación de la ausencia de un estudio más pormenorizado de cuestiones socioeconómi-
cas -esenciales para comprender el trasfondo de la guerra-, en las dimensiones lógicas ad-
misibles para una monografía de estas características y por el detalle, importante y valioso,
con el que Fornis escoge analizar determinados episodios políticos y militares de la guerra
y de la estrategia del momento. En cualquier caso, esta crítica, debería animar al autor a
continuar con el trabajo en el sentido que él mismo anuncia en la introducción y en diversos
momentos a lo largo de la obra, y que trata de dar, en la línea tucididea, una interpretación
más profunda, de fondo, a determinados hechos concretos.
Precisamente siguiendo los pasos de Tucídides, Fornis, que analiza escrupulosamen-
te las fuentes de la guerra en un capítulo introductorio (cap. I) de gran valor, atento a las
distintas interpretaciones y ediciones de los textos, se adentra en las causas profundas de la
guerra y en las aitiai más inmediatas, reconociendo como hacía el insigne historiador ático,
en el duro imperialismo, en este caso lacedemonio, la causa esencial del conflicto.
De todos los aspectos que trata a lo largo de los trece capítulos del libro, quizás uno
de los más relevantes es la puesta al día historiográfica y la toma de partido e interpretación
propia en cuestiones delicadas y pormenorizadas, con atención a las diferencias entre las
fuentes, los condicionantes de los autores antiguos y sus influencias (especialmente desta-
cable en este sentido es el análisis de la parcialidad y de las luces y sombras de Jenofonte
de Atenas); se agradece también, como contrapunto a las fuentes literarias, la inclusión de
inscripciones de la época (muchas de ellos reproducidas en el texto) y que vienen a ilustrar
su argumentación. La lectura es amena y fácil aunque en determinados momentos el énfasis
excesivo en determinadas cuestiones geoestratégicas y en lo descripción del desarrollo con-
creto de batallas y campañas (como las de Nemea y Coronea), la hace un poco más árida.
345
RESEÑAS
Del análisis de los pormenores de la guerra me gustaría destacar especialmente como una
contribución importante el análisis de autor de la stasis corintia (revelándose como un buen
conocedor de los entresijos de esta polis, como se ve por obras como Estabilidad y conflicto
civil en la Guerra del Peloponeso: las sociedades corintia y argiva [Oxford 1999]), de la
que da una interpretación coherente y bien argumentada, aunque sería provechoso seguir
profundizando en los motivos de la stasis y especialmente en la posibilidades de pérdida de
tierras por parte de los hoplitas corintios y en sus consecuencias. Destacan igualmente los
capítulos dedicados a Atenas y el estudio de las posiciones políticas de Conon y Trasibulo
y de los conflictos políticos internos de Atenas en el contexto de la guerra. El autor argu-
menta desde las fuentes (entre las que merece destacar la utilización de las últimas obras de
Aristófanes), y a partir de un debate historiográfico complejo, sus posiciones, dando inter-
pretaciones valiosas de las tendencias políticas del momento y especialmente de las posibi-
lidades de nuevos impulsos “imperialistas”, aunque de nuevo podría haberse acompañado
de un análisis más minucioso del contexto socioeconómico de la polis en estos momentos
(por ejemplo los problemas de la eisphora, la situación de los thetes o el contexto social del
desarrollo del mercenariado y del auge de las tropas ligeras); en cualquier caso el manejo
de las fuentes y de la bibliografía es extraordinario y consigue presentar una vívida pintura
de las vicisitudes y de los problemas de la política ateniense de estos momentos, con una
interpretación original de de Conón (como oficial bajo el mando de los persas) o de Trasibu-
lo alejada de estereotipos o clasificaciones hechas (como “demócratas”) y presentando un
retrato más fino de estos personajes, cuya relación con tendencias de estos momentos como
la promoción de “poderes personales”, el “evergetismo” o la “sotería” (en relación con el
ámbito religioso) merecería también un estudio particular.
Por último, pero no en último lugar, destaca el análisis de la negociación diplomática
con Persia y la puesta de relieve, de nuevo desde el análisis minucioso de las fuentes, de los
intereses políticos y geoestratégicos de fondo de las diferentes poleis; la valoración del au-
tor de la koine eirene, denunciando (pues es innegable, aun para quien quiera quedar fuera
de cualquier valoración o juicio personal en el contexto del quehacer histórico, la toma de
posición) la intrumentalización de la misma y reconociendo claramente en la aplicación de
la “paz común” los intereses de fondo de las potencias hegemónicas, en este caso concreto,
de Esparta. Aunque en el último capítulo Fornis hace una síntesis de las consecuencias y
de los acontecimientos posteriores a la guerra, quizás podría haber ampliado este apartado
para hacer un capítulo específico de conclusiones en el que introducir también otro tipo de
consecuencias más profundas y duraderas (ya gestadas antes de la Guerra de Corinto) y que
llevan en efecto a pensar, para el s. IV, en una “Grecia exhausta”.
Podemos concluir alabando una obra importante y rica, con una puesta al día realiza-
da con un detalle y un rigor científicos admirables, sobre los acontecimientos y los debates
en torno a la Guerra de Corinto; en definitiva se trata de una obra esencial para conocer los
entresijos de un período más descuidado, siendo al mismo tiempo un punto de partida para
un análisis más amplio de una “crisis” (hoy tan debatida) y de unas transformaciones que
se dan en determinados aspectos de la polis del s. IV. Esto convierte a “Grecia exhausta”
en una referencia esencial para los especialistas y un impulso a continuar profundizando y
debatiendo sobre la situación de Grecia durante el s. IV.
346
RESEÑAS
CELIA E. SCHULTZ, PAUL B. HARVEY JR. (eds.), Religion in Republican Italy, Cam-
bridge, Cambridge University Press, 2006, 299 pp.
347
RESEÑAS
se analiza la difusión de nuevos cultos en el territorio etrusco y por otro, el aumento de los
elementos votivos de tipo anatómico como de los santuarios extraurbanos relacionados con
la práctica curativa. Este artículo complementa al primero de los citados, al dar un valor a
las teorías aportadas por el primer autor, sobre todo en lo referente a darle un protagonismo
a los exvotos etruscos antes de la llegada de la cultura romana. Por ello, S.M. Turfa reitera
el valor de la interacción entre culturas frente a la imposición de las prácticas, en este caso,
rituales.
El cuarto artículo, V. Livi, “Religious locales in the territory of Minturnae: aspects of
romanization”, pp. 90-116, presenta un estudio de las excavaciones realizadas en Mintur-
nae, sobre todo las incluidas en el área del foro. El autor realiza un análisis en el que aprecia
la relación entre el lugar en el cual se edificaban los santuarios y el carácter político de los
mismos. Por otro lado, se identifica la continuidad de culto en algunos santuarios indígenas
junto con la introducción de nuevas edificaciones típicamente romanas en las nuevas áreas de
asentamiento junto a Minturnae. Artículo de carácter arqueológico que señala a través de los
hallazgos materiales la continuidad y la concordancia entre los elementos indígena y romano.
El quinto artículo, P. B. Harvey Jr., “Religion and memory at Pisaurum”, pp. 117-
136, utiliza la epigrafía de Pisaurum, que aporta en las últimas páginas del artículo, para
identificar un panteón y unas inscripciones realizadas a las divinidades que no son pro-
piamente locales, sino latino-romanas, lo que hace que el autor llegue a la conclusión, de
nuevo, como en toda la obra, de la reciprocidad en los contactos culturales.
En el capítulo sexto, W. E. Kingshirn, “Inventing the sacrilegus: lot divination and
cultural identity in Italy, Rome and the provinces”, pp. 137-161, se realiza una valoración
de la adivinación en las culturas de Italia antes y después de la conquista romana. Para
ello se estudian los títulos dados a los distintos personajes que se dedican a la práctica
de la adivinación, tanto en materia pública como en materia privada, limitando el área de
estudio al ámbito de los santuarios oraculares. Lo principal del artículo es ver a través de
las inscripciones el cambio en la naturaleza de la adivinación y el status de los dedicantes,
ya que, como piensa el autor, en época republicana hay un cambio de visión, donde se pasa
de ir a consultar a un templo en particular a buscar precisamente un personaje en concreto
(sacerdote en algunos casos) que lleve a cabo la adivinación. El artículo pues, explica la
transformación que se efectúa en la escena oracular con el paso de la búsqueda de la pre-
eminencia del lugar de culto a la persona en sí.
El artículo séptimo, I. Edlund-Berry, “Hot, cold or smelly: the power of sacred water
in Roman religion 400-100 AD.”, pp. 162-180, aporta una visión topográfica de los santu-
arios rurales y realiza una valoración de la elección del lugar para resaltar la importancia del
mismo en la edificación de los santuarios. Como argumenta el título, el autor analiza la cer-
canía de una corriente de agua como justificación de localización de los santuarios, ya que
el agua conlleva implicaciones beneficiosas para la salud, así como ayudar a la purificación
de los peregrinos. Pero el artículo va más allá, ya que intenta buscar una identificación del
agua con la diosa Mefistis y su asociación con la ganadería trashumante. Ello dejaría de lado
las teorías tradicionales de la relación agua-curación del cuerpo, aunque no se rechaza por
completo esta aproximación, ya que el agua es un elemento indispensable que aparece en la
mayoría de los santuarios, ya sea por motivo de culto o por motivo ritualísticos.
El artículo octavo, J. Muccigrosso, “Religion and politics: did the romans scruple
about the placement of their temples?”, pp. 181-206, analiza de nuevo el emplazamiento
348
RESEÑAS
El profesor Juan José Ferrer Maestro nos presenta una interesante reflexión sobre el
valor de las actividades comerciales y mercantiles en el desarrollo del imperialismo roma-
no de época republicana media y tardía. En el seno del Grupo de Investigación que, con
el nombre de Economía de Prestigio versus Economía de Mercado, ha sido creado en el
349
RESEÑAS
350
RESEÑAS
nigrama de recaudación, por lo que hubo de arrendar estos servicios a ricos ciudadanos, que
actuaban subsidiariamente. Resulta curiosa la forma en la que el autor, en la página 85, trata
sobre el origen etimológico de la palabra locatio, como colocar. A nuestro entender cabría
aquí la reflexión lingüística sobre el uso de este término a día de hoy en el Sur de España:
colocarse = encontrar trabajo.
El autor se preocupa también de analizar el proceso de evolución de este sistema de
arrendamientos. De esta manera, los conductores serían el paso intermedio entre los arren-
datarios y los agentes estatales, durante el Principado, hasta que aparezcan los procuratores
imperiales. Eso representa un adelanto burocrático, la génesis de una incipiente adminis-
tración estatal, que para Ferrer se puede comparar con la España de los siglos XVI y XVII.
Vemos cómo el emperador asume de forma progresiva funciones propias de las societates
publicanorum. Sin embargo, como bien nos señala Ferrer, el sistema de locationes se tras-
lada al ámbito municipal. Allí, serían arrendadas por individuos con el suficiente poder
económico y social como para pertenecer a las curias municipales, pero apartados de las
funciones políticas, para dedicarse, entre otras cosas, al arrendamiento de estas cuestiones
de la contrata pública. Finaliza el autor esta primera parte de su obra analizando las cues-
tiones referentes a la primacía de la agricultura en el campo social y moral. En efecto, para
los romanos, la tierra ofrece unas garantías de seguridad a sus propietarios que ven en ella
un seguro de vida ante las dificultades financieras de una época convulsa, como es el final
de la República. El análisis de los distintos tipos de arrendamientos del ager publicus ayuda
al autor a deducir cómo de estas cuestiones deriva el nacimiento de los grandes latifundios
de época imperial, que, en el caso hispano, que es el que Ferrer usa para ejemplificar sus
teorías (pp. 106-110), hacen hincapié en la importancia de las relaciones personales entre
los indígenas y los generales romanos en Hispania. Por ello, estimamos muy acertada la
reflexión de la p.110 en la que se sostiene que tras la magnanimidad de Escipión el Africano
en la zona del Ebro se esconde el interés por agilizar las relaciones de dependencia con las
nuevas comunidades sometidas, aprovechando el organigrama jurídico-social previamente
existente.
La segunda parte de la obra se encarga del estudio del presupuesto de la Roma repu-
blicana. Trata el autor de comprender la importancia de la previsión de gastos e ingresos,
como forma para organizar un estado. Aunque creemos que la frase que hemos extraído de
la página 113 resume de manera perfecta la realidad de un estado premercantil, en el que la
introducción de elementos y categorías mercantilistas no tiene cabida: …La improvisación
y las decisiones “día a día” fueron el fruto permanente de unas actuaciones volcadas hacia
el expansionismo territorial….
Sólo el gasto militar implicaba una serie de previsiones fiables que permitían a los
romanos proceder a la elaboración de una perspectiva de gastos, a las que difícilmente se
pueden considerar como presupuestos propiamente dichos. Los botines generados por las
campañas militares fueron la principal fuente de ingreso para el Estado, de ahí que la elite
romana se preocupase muy mucho de estimar la cuantía de los mismos, a fin de organizar
con sus rendimientos las futuras campañas destinadas al mantenimiento y ampliación del
imperio. El análisis preciso de la cantidad y composición de los mismos que aparece en este
trabajo se circunscribe, prácticamente, al ámbito hispano, de ahí que echemos en falta la
mención detenida (tal y como Ferrer realiza para las dos provincias hispanas) de la cantidad
y composición de los botines procedentes de otras regiones del imperio, especialmente las
orientales, donde pensamos que las cifras debieron alcanzar cotas más elevadas.
351
RESEÑAS
El lector que por primera vez coge en sus manos el libro del profesor Martínez
Fernández advierte inequívocamente que está ante la labor de un gran epigrafista que aúna
la sólida formación filológica con el trabajo de campo más directo y apasionante. El capí-
tulo de agradecimientos desvela las numerosas becas de Investigación que le han permitido
combinar su labor docente en la Universidad de La Laguna con la revisión de epigramas
y el examen directo de las inscripciones. Cualquiera con una mínima experiencia en ese
terreno no puede por menos de quedar admirado ante los numerosísimos museos arqueo-
lógicos e instituciones tanto griegas como francesas, inglesas, alemanas o italianas a las
que el prof. Martínez Fernández reconoce la ayuda y el apoyo prestado en el curso de sus
investigaciones. No menos impresionante es la categoría científica de los arqueólogos y
filólogos mencionados por el autor con idéntico fin. Pero quizás es aún más llamativo el
agradecimiento expreso a aquellas personas que le han permitido estudiar inscripciones
inéditas o epigramas empotrados en casas de su propiedad. Las relaciones directas resul-
tan de vital importancia. Efectivamente conforme avanza la lectura detenida de cada uno
de los epigramas se revela totalmente acertada la definición que del autor da Jarálambos
Kritsás, Ex-Éforo de Antigüedades de Iraclion y Director del Museo Epigráfico de Atenas,
en el prólogo del libro: “Ángel Martínez tiene la gran ventaja de conocer la lengua griega
de Creta desde su más antigua forma hasta el vivo dialecto local. Vive durante varios me-
ses anualmente en la isla, ha conocido la naturaleza y las personas... Así el estudio de los
epigramas cretenses no es para él mero ejercicio escolástico. Puede leer entre y más allá
de las líneas y rastrear la vida perdida de los antiguos cretenses”. Ése es el viaje al que nos
conduce este magnífico libro.
El rastreo comienza con una breve, pero muy enjundiosa “Introducción” sobre el
“Origen y estado actual de las ediciones y estudios sobre los epigramas de procedencia
epigráfica”. Arranca de mediados del s. XIX cuando el descubrimiento de inscripciones
métricas hizo que éstos se agruparan como apéndice de la Antología Griega hasta la apa-
rición de las primeras antologías y ediciones especiales que el prof. Martínez Fernández
repasa críticamente resaltando sus logros, pero también sus lagunas. Capítulo aparte me-
rece la “Historia de las ediciones de los epigramas helenísticos de Creta”. El autor deleita
con las anécdotas de los primeros viajeros y eruditos del s. XVI y desgrana los aciertos
y desencantos de las sucesivas ediciones. Hace hincapié en la necesidad de la autopsia
directa, la revisión de los epigramas conocidos y la inclusión de los inéditos. Esos tres
puntos constituyen un trípode esencial para su trabajo. Una labor que parte de la necesidad
de revisar sistemáticamente el abundante material epigráfico de los epigramas y en la que,
352
RESEÑAS
llevado por el loable deseo de localizar las inscripciones incluso perdidas ya en época de
M. Guarducci, cuya magna obra dedicada a las inscripciones cretenses fue publicada entre
1935 y 1950, ha permitido al prof. Martínez Fernández recuperar textos que se encontra-
ban en paradero desconocido, estaban en mal estado de conservación e incluso alentar ex-
cavaciones arqueológicas que han desembocado en la recuperación de epígrafes perdidos
(nº 37, nº 49) y la aparición de inscripciones inéditas, como el epigrama de Polirrenia (nú-
mero 39, p. 218 ss.), descubierto por él mismo en el muro de un huerto del actual pueblo
del mismo nombre, aunque otras, desgraciadamente y a pesar de su búsqueda sistemática,
siguen sin localizarse.
El hecho de que el autor haya delimitado el corpus del material objeto de su estudio a
la época helenística no es óbice para que, a propósito de dicha delimitación, ofrezca infor-
mación tan interesante como bien actualizada sobre las más antiguas inscripciones métricas
procedentes de Creta, sobre inscripciones métricas halladas en tal tierra, pero que no son
epigramas (siete laminillas órficas, una laminilla de plomo, el denominado Himno a los
curetes o Himno a Zeus Dicteo), dos epigramas de los que no tiene seguridad completa de
que puedan atribuirse a la isla, así como epigramas de época imperial.
Al elaborar el “Catálogo de los Epigramas Helenísticos de Creta”, que constituye
el corpus de la obra se revela esencial ese trípode al que aludíamos antes: la cuidadosa
autopsia de las inscripciones, el atento examen de las lecturas e interpretaciones de los
editores anteriores, la búsqueda sistemática de los epígrafes, que le ha permitido localizar
tanto inscripciones que la prof. Guarducci daba por perdidas como otras que ella no había
podido revisar y que el prof. Martínez Fernández ha logrado encontrar bien en instituciones
arqueológicas, bien reaprovechadas como material de construcción en edificios locales. Sin
embargo, de poco servirían los hallazgos arqueológicos o las búsquedas epigráficas, si esa
labor no fuera acompañada de un serio estudio filológico. También en ese campo destaca
la presente edición, que viene precedida de un resumen de las principales características
lingüísticas y métricas y seguida de un detallado apéndice con los metros de los epigramas.
Éstos están divididos en tres grandes apartados que responden a un criterio geográfico:
epigramas de Creta Central, Occidental y Oriental. También se incluyen al final algunos de
procedencia desconocida, seguidos de otros de datación incierta y otros dudosos.
Dentro de cada uno de los apartados las inscripciones aparecen ordenadas según lo-
calidades siguiendo el orden alfabético y a su vez están numeradas de principio a fin hasta
completar un total de cincuenta y cinco inscripciones.
En cada una de ellas figura en primer lugar la equivalencia con la edición de M.
Guarducci y, salvo excepciones bien justificadas, la referencia a la lámina correspondiente
del total de las cincuenta y tres que cierran el volumen. Conviene subrayar la alta calidad de
dichas láminas, lo útil que resulta, por ejemplo, que junto con la fotografía de la inscripción
completa figure también otra con el detalle del texto, la deferencia que supone la inclusión
de fotografías de estampación, facsímiles y copias de otros editores, ya sea de cara al con-
traste con la ofrecida por el autor (por ejemplo entre la lámina III y IV), ya cuando, desgra-
ciadamente, no se cuenta con otra fuente de información (por ejemplo la lámina XVIII), así
como la pertinente inclusión de un plano, lámina XXXIV, que contribuye a esclarecer el
comentario de la correspondiente inscripción (nº 20).
Sigue a continuación una detallada descripción de la inscripción, a veces una ver-
dadera historia digna del mejor detective (en especial quizás los números 3, 8, 10, 19,
353
RESEÑAS
20, 22, 24, 32, 37, 39, 42, 49), pues se indica cuándo y por quién fue hallada, los avatares
que sufrió, qué leyendas incluso había sobre ella en el lugar, dónde se encuentra ahora,
qué autores la examinaron o copiaron y si el autor ha podido o no revisarla, en algún caso
incluso, aunque en nota, se lleva a cabo un pequeño análisis de otra estela encontrada en
la misma excavación (nº 19, p. 135 n. 34) o se explica la dificultad en la inspección del
epígrafe (nº 35). Figura después el texto, el correspondiente aparato crítico, la traducción
(salvo cuando el texto es demasiado fragmentario, por ejemplo, en la nº 14), el comentario
y la bibliografía.
La acribía del editor es manifiesta en todas las partes: el detalle preciso de la altura de
las letras y los espacios interlineales, incluida la referencia a huellas de coloración (nº 23);
la severa precisión de los autores que presentan o no fotografía, transcripción, han exami-
nado o revisado la piedra directamente, lo cual presta otro valor al aparato crítico elaborado
con sumo cuidado; la exactitud con que distingue los rasgos lingüísticos que responden a
las cuatro modalidades de lengua registradas en los textos, dórico común, dórico con rasgos
cretenses, dialecto homérico-épico y koiné; la exacta referencia bibliográfica, por ejemplo,
para explicar una evolución fonética concreta; el rigor con el que ha examinado los testimo-
nios de antropónimos, algunos de los cuales sólo están atestiguados en las inscripciones ob-
jeto de estudio (nº 38, p. 213; nº 41, p. 228); la detallada discusión de las posibilidades que
ofrece la localización de un determinado topónimo o la interpretación de una inscripción,
entre cuyas opciones el editor lejos de caer en banderías se atiene al examen del texto grie-
go conservado (así en nº 32, p. 190); el esmero por remitir a otras inscripciones y pasajes
literarios que muestran paralelos respecto a expresiones formulares o motivos funerarios, al
tiempo que se llama la atención sobre la originalidad en el uso peculiar (así en el nº 16, p.
121; nº 43, p. 240; nº 45, p. 255), de modo que a veces el comentario revela un verdadero
elenco de muy interesantes loci paralleli.
Sólo en este apartado, a nuestro entender, habría sido quizás deseable un poco más
de información, por ejemplo, a propósito de Idomeneo (p. 69), sobre el epíteto Agesilao,
“conductor del pueblo”, aplicado a Hades (p. 171), o sobre la generalización en el uso de
la expresión “Islas de los Bienaventurados” (p. 71). Un lapsus parece el hecho de que en
la inscripción nº 7, línea 22, se traduzca Hades en lugar de Ares en p. 82 y reiterado en el
comentario de p. 83, motivado quizás por el epíteto que le acompaña, “que causa muchas
lágrimas”. Otro descuido parece haberse deslizado en la traducción de la línea siguiente,
la 23, en lugar de “ella misma” referido a Sárapis debería figurar “él mismo”, aujtov" en el
texto.
Como se ve, se trata de pequeñas distracciones en puntos muy concretos que en modo
alguno desdicen el excelente quehacer del editor. Es más que notable que apenas hayamos
observado errores de máquina: en p. 173 n. 57 sobra una coma en la segunda línea tras
“Epigramas”.
De otro lado, conviene subrayar que el interés de algunos de los epigramas va más
allá de los estudios epigráficos (interesante cuando menos parece que en una de las estelas
estudiadas se aprecien también grafitos modernos, nº 41, en p. 224, o la curiosa manipu-
lación sufrida por la estela nº 44, p. 243), arqueológicos (obsérvese el cuidado con que el
editor subsana el error de atribución en p. 188 o alude con elegancia a la tardanza en la
publicación de un nuevo bloque con textos nuevos que no le han sido facilitados, nº 46, p.
256) y lingüísticos. En especial, en este apartado, una forma de aoristo no recogida hasta
ahora en el estudio del dialecto cretense en p. 145 s., así como otro aoristo que hasta ahora
354
RESEÑAS
no estaba atestiguado en Creta (p. 194; cf. p. 261); algún término no recogido en los dic-
cionarios al uso (p. 216, p. 239); el probable testimonio de una palabra local (p. 247). Y
también métricos: así, medidas contra toda regla (nº 48, p. 262), o literarios, hasta alcanzar
igualmente cuestiones relativas a la mitología y la religión. Así, una de las inscripciones (nº
6) constituye un documento único sobre la introducción de divinidades egipcias en Gortina,
otra (nº 10) permite plantear una interesante discusión sobre la divinidad a la que está dedi-
cado el epigrama, Pan o Hermes, y la función de los árboles en su culto, una tercera (nº 20)
proporciona interesante información sobre la fundación del culto de Asclepio, una cuarta
(nº 23) proporciona instrucciones a los visitantes al templo de la Gran Madre.
Si un material tan sumamente interesante viene además acompañado de una cuidada
bibliografía que distingue entre estudios sobre Creta, el epigrama, epigrafía y otros, dos úti-
les mapas, cuatro índices (de antropónimos, tablas de correspondencias entre su edición y
otras relevantes y de manejo constante, de lugares de procedencia y de lugares de conserva-
ción de las inscripciones), así como una tabla de signos diacríticos que puede ayudar mucho
al lector menos avezado, no puede por menos de afirmarse que se trata de un espléndido
trabajo, magníficamente presentado.
En verdad, como señala el autor, no existe hoy en día un corpus homogéneo que
reúna todos los poemas epigráficos conocidos hasta ahora en lengua griega y en el futuro
quien aspire a preparar tal magna obra habrá de partir de ediciones críticas parciales. El
estudio de A. Martínez Fernández es ejemplar en ese sentido y su elaboración, cuidada,
rigurosa, metódica, realizada combinando el trabajo a pie de obra con la callada labor del
filólogo que analiza, traduce, busca paralelos, revisa críticamente las ediciones, medita so-
bre los problemas y avanza soluciones, ha allanado el camino cretense de época helenística.
El lector, al cerrar su libro cada vez que lo consulte, no podrá por menos de desear que el
autor prosiga en tan titánica como apasionante labor investigadora, ya sea en Creta, ya en
La Laguna, al cabo, en esa Hélade entre cuyas líneas sabe leer tan bien.
La aparición en el mercado editorial español de una nueva traducción del Libro III
de la Geografía de Estrabón puede resultar llamativa, habida cuenta de que contamos con
otras versiones al castellano, algunas de ellas relativamente recientes. Sin embargo, la pro-
liferación en los últimos años de diversos artículos y estudios monográficos dedicados este
autor -véase, por ejemplo, G. Cruz Andreotti (ed.), Estrabón e Iberia: Nuevas perspectivas
de estudio (Málaga 1999), o D. Dueck, Strabo of Amaseia. A Greek Man of Letters in Au-
gustan Rome (London 2000)- demuestran que no se trata, ni mucho menos, de una fuente
agotada. En este sentido, convenimos enteramente con los editores en que la revalorización
de la figura del geógrafo, resultado sin duda de un cambio de paradigma que viene a superar
la crítica historicista de la Quellenforschung, abre las puertas a una nueva percepción más
rica y colorista de una obra que, si bien es receptora de toda la tradición geográfica hele-
355
RESEÑAS
356
RESEÑAS
relegada a una nota a pie de página), muy especialmente en relación al Libro III, así como
un recorrido -siquiera breve- por las principales ediciones impresas. Sin duda, hubiera sido
también muy oportuno, en nuestra opinión, disponer en este punto de una reflexión crítica
sobre las distintas traducciones de la Geografía de Iberia que se han vertido al castellano
hasta el momento, desde la primera edición de A. García y Bellido a la más reciente de Mª.
José Meana. Si bien es cierto que ya se alude a ellas en la Presentación, no creemos que
sea suficiente para un trabajo de esta envergadura. Ello justificaría sobradamente tanto la
conveniencia de una nueva traducción como, sobre todo, la indiscutible necesidad de una
lectura actualizada (no sólo a partir de toda la nueva información disponible, sino también
desde un punto de vista teórico-metodológico) de los datos geográficos, etnográficos e his-
tóricos contenidos en la obra.
El segundo de los capítulos introductorios, “Estrabón y la tradición geográfica”
(Gonzalo Cruz Andreotti), se centra en el lugar ocupado por la obra de Estrabón dentro de
la historia de la geografía antigua. Nos recuerda que Estrabón es heredero de dos grandes
tradiciones geográficas: la geografía matemática o cartográfica, representada por Eratóste-
nes, y la geografía regional o corográfica iniciada por Heródoto, en la que se entremezcla la
descripción física con los datos etnográficos, históricos, mitológicos, etc. La Geografía es-
traboniana constituye, por tanto, “el resultado de un conjunto de prácticas que han termina-
do por confluir en una obra que tiene afán de síntesis del conocimiento y enciclopedia de los
saberes” (p. 45), pero que también responde a una intencionalidad política y social explícita.
No obstante, “si atendemos al desarrollo del conjunto de la obra la cartografía pierde
peso a favor de otros contenidos…; o en todo caso, se la simplifica aportando los datos
suficientes para que el lector imagine y pueda enmarcar los cuadros generales y regiona-
les” (p. 59). Ciertamente Estrabón parece más interesado en la información histórica y la
reflexión geo-etnográfica que en los aspectos eruditos de la reconstrucción cartográfica.
Así opera al menos en el libro dedicado a Iberia donde, tras situar cada zona dentro de
unos límites naturales y/o étnicos más o menos precisos, pasa inmediatamente a describir
sus recursos económicos, posibilidades de comunicación y principales asentamientos, los
acontecimientos históricos y/o rasgos etnográficos más notables, su pasado legendario -si lo
hubiere- para terminar con un breve retrato de su situación político administrativa actual (p.
66). A pesar de ello, como afirma Cruz Andreotti, la descripción de Iberia va a estar deter-
minada por las propias limitaciones de las fuentes utilizadas por Estrabón, que le impiden
ilustrar con la misma profundidad y nivel de detalle las características físicas y etnográficas
las de las regiones interiores, cuyos contornos quedan esbozados a partir de los principales
ejes articuladores del territorio -los grandes cursos fluviales y las cadenas montañosas-, en
comparación con las áreas costeras.
Igualmente interesante (y necesario) es el capítulo “Estrabón y la Etnografía de Ibe-
ria” (Marcos V. García Quintela). Aquí se examina detalladamente la herencia etnográfica
de Estrabón y el diseño de una “etnografía” para la Península, haciendo especial hincapié en
el contexto político e ideológico que rodea al autor, así como en las necesidades y el destino
que habría de tener su obra. El texto se articula escalonadamente sobre tres ideas básicas:
el papel de la etnografía en la literatura griega y su evolución a lo largo de la Antigüedad;
la construcción (y deconstrucción) del discurso etnográfico, sobre todo a partir del análisis
critico de las dos tendencias imperantes hasta el momento, la clásica Quellenforschung (es-
tudio de las fuentes) y -más recientemente- la corriente conocida como “estética de la per-
cepción”; y los rasgos de la descripción etnográfica presentes en el Libro III de Estrabón.
357
RESEÑAS
Por lo que respecta a esta última cuestión, el autor va a centrar su análisis en tres
aspectos. Por un lado, trata la función de los discursos etnográficos en la Geografía de Es-
trabón, tanto en el marco del objeto general de la obra como, sobre todo, en la descripción
de los habitantes de la Península Ibérica. En este sentido, y especialmente para el caso de
Estrabón, resulta sumamente elocuente la descripción de los tratamientos etnográficos que
realiza García Quintela, representados como un juego complejo de fuerzas que se articula
en torno a tres polos: el autor, con todas las circunstancias que lo rodean (ideológicas,
políticas, etc.), a lo que habría que sumar el peso de la tradición etnográfica heredada; los
destinatarios o lectores; y el objeto de la obra -los otros-, que participa directa o indirecta-
mente en la construcción del discurso, y cuya información es seleccionada bajo las claves
de su pertinencia o idoneidad. En segundo lugar, analiza la integración de determinadas
noticias -items de información- relevantes para el desarrollo programático del discurso
geo-etnográfico sobre Iberia, como son el bandolerismo (entendido como forma de vida y
práctica social) y la dialéctica aldea/ciudad, o lo que es lo mismo, la relación entre formas
de vida urbana y formas de vida no urbana o primitiva. Estos dos tópicos, al igual que las
condiciones ambientales o la alimentación, son los que permiten a Estrabón diferenciar de
forma nítida una Iberia civilizada de una Iberia bárbara o en vías de civilización, gracias
a la influencia ejercida por Roma. Por último, García Quintela trata de averiguar si existe
una organización interna en los discursos etnográficos de Estrabón. La respuesta parece en
principio afirmativa, al menos en lo que se refiere al contenido de los capítulos tercero y
cuarto, donde se concentra la mayor parte de esta información.
El siguiente capítulo -último de la Introducción-, “Estrabón y los celtas de Iberia”
(Marcos V. García Quintela), puede resultar redundante y, hasta cierto punto, excesivo si
lo comparamos con la atención dedicada a otros grupos etno-lingüísticos como los iberos
o los turdetanos. En nuestra opinión, una exposición de este tipo sólo tendría cabida si se
hiciera un análisis exhaustivo del mapa paleoetnológico que dibuja Estrabón en su Geogra-
fía, tratando individualizadamente cada problema, de forma más sucinta quizá, en apartados
dentro de un mismo capítulo o incluso como capítulos independientes. Ello no supone en
ningún caso un demérito del trabajo, que goza de un interés notable y de una calidad sin
duda a la altura de la obra. El propósito que se esconde detrás de este excurso es revalorizar
el estudio de la cuestión céltica (y de los celtas) a través de los testimonios literarios greco-
latinos, y especialmente a través de Estrabón, como una aproximación necesaria y diferente
a la lectura proporcionada por el registro arqueológico, sobre todo frente a las posiciones
“celtoescépticas”, como el autor las define, es decir, aquellas que renuncian a analizar el
celtismo desde un punto de vista étnico y sólo, si acaso, como un problema meramente
historiográfico.
En un primer apartado (Retóricas celtológicas), García Quintela analiza la cuestión
terminológica, referida siempre al contexto histórico e historiográfico estraboniano, donde
los celtas son percibidos como un elemento exógeno a los moradores naturales de Iberia,
una migración sobrevenida en algún momento anterior a la llegada de Roma. A continua-
ción, evalúa los elementos (lingüísticos, históricos y, sobre todo, mítico-religiosos) com-
partidos por las tres áreas de la Península donde se sitúa la presencia de poblaciones de
raigambre céltica: el Suroeste, entre los cursos del Tajo y el Guadiana, el Noroeste y el
curso alto del Ebro, donde se localizan los berones y los celtíberos. En su opinión, estas tres
zonas “comparten rasgos que es imposible saber hasta qué punto contribuyen a su precisa
identificación étnica, sea por parte de los romanos, sea por parte de las fuentes o testimo-
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RESEÑAS
nios utilizados por Estrabón, sea por una elaboración personal que hace nuestro autor de la
información disponible” (p. 123). Sin embargo, coincidimos con el autor en que estas cir-
cunstancias tampoco deben desautorizar su atribución a un posible sustrato celta que pudo
ser conocido por las fuentes de Estrabón. Un segundo punto (Los celtas en la Península)
está dedicado precisamente a examinar cada una de estas áreas a partir de un análisis com-
parativo de los datos proporcionados por la Geografía con otros textos antiguos, así como
con la información epigráfica y arqueológica. Como conclusión, García Quintela afirma
que Estrabón se muestra “coherente en su uso del término ‘celta’ y sus derivados cuando
le sirve para identificar a ciertas poblaciones” (p. 138), aunque admite también una clara
asimetría en el tratamiento dado a cada una de estas partes, hecho que puede achacarse a las
limitaciones de sus fuentes, especialmente Posidonio de Apamea.
Por lo que respecta a la traducción propiamente dicha, y sin entrar en aspectos filo-
lógicos, nos encontramos ante un texto cuidado, bien organizado, con un aparato crítico
imponente y muy actualizado, que viene a superar cuantitativa y cualitativamente las apor-
taciones realizadas en las anteriores ediciones de Schulten y García y Bellido (recordemos
que la traducción de Mª José Meana publicada por la editorial Gredos no iba acompañada
de comentarios sino sólo de breves notas aclaratorias). Éste se compone, por un lado, de
las propias notas a pie de página, destinadas a apoyar la comprensión interna del texto o a
glosar la información aportada por Estrabón a la luz de la investigación moderna. En ellas
los editores presentan variantes de nombres propios, topónimos y etnónimos; argumen-
tan las opciones textuales asumidas para los fragmentos corruptos; resuelven cuestiones
puntuales de inteligibilidad; introducen aclaraciones sobre la articulación y la estructura
de las descripciones geográficas y etnográficas, haciendo especial hincapié en el tema de
las distancias y su proyección sobre el mapa, la articulación de los espacios a través de
ejes diagramáticos (ríos, montañas, etc.) o la distribución de los grupos étnicos; explican o
interpretan noticias concretas de índole histórica, geográfica, etnográfica, literaria, etc. (p.
11). Se observa, no obstante, un desequilibrio entre algunas notas particularmente extensas
o reiterativas y otras en las que cabría esperar un comentario más minucioso, sobre todo
en aquellos pasajes que revisten especial complejidad o han sido objeto recientemente de
algún tipo de revisión o debate, como ocurre con la mención a Betis, una supuesta colonia
vecina a Hispalis (3.2.1), o a las reuniones celebradas por los gaditanos en la ciudad de
Asta (3.2.2).
Por otro lado, un glosario recoge todos los nombres propios y gentilicios relevantes,
que aparecen siempre en el texto precedidos por el símbolo (°). Su objetivo es “aclarar y
ampliar la información al lector sobre términos geográficos, etnográficos, personajes mí-
ticos e históricos, y autores antiguos citados reiteradamente cuya comprensión detallada
permite profundizar en el contenido del Libro III. Su consulta posibilita, además, tener una
perspectiva más amplia de cada entrada a través de las fuentes y la bibliografía comple-
mentaria” (p. 11). Constituye, pues, una herramienta de gran ayuda para el investigador, ya
que proporciona un acceso rápido a toda la información histórica y arqueológica disponible
sobre lugares y personas de especial interés, así como el estado de la cuestión en relación
con los principales temas a debate.
Cierran la obra un elenco cartográfico y un nutrido repertorio bibliográfico que si
bien, como advierten los autores, “no pretende ni puede ser exhaustivo”, sí es lo suficiente-
mente amplio y está lo suficientemente actualizado como para permitir una aproximación
bastante holgada a cada una de las cuestiones tratadas ya sea en la traducción como en la
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RESEÑAS
presentación, desde las más generales -aspectos de la tradición geográfica antigua, la etno-
grafía griega, el problema de los celtas, etc.- hasta las más específicas: nombres propios de
personas y lugares, acontecimientos y noticias cuyo estudio ha sido abordado por la filolo-
gía, la historia documental o la arqueología.
No cabe duda de que detrás de este volumen se esconde una labor ímproba de reco-
pilación y revisión, compleja y minuciosa, que sobrepasa con creces las expectativas que
ciertamente podía generar una simple traducción al castellano de la Geografía de Iberia.
En definitiva, nos encontramos ante una herramienta extraordinariamente útil tanto para el
especialista como para el investigador que se acerca por primera vez a la obra de Estrabón,
ya sea desde la historia o la arqueología. Una edición que está llamada a convertirse en el
futuro en lugar de referencia insoslayable para el estudioso de la Hispania antigua.
Conocido sobre todo por sus ensayos sobre la métrica latina arcaica, entre los que la
Bibliografía publicada en 1991 (“Prosodia e metrica latina arcaica 1956-1990”, Lustrum
33 [1991] 227-400) sigue siendo un instrumento imprescindible, Lucio Ceccarelli es autor
además de buen número de títulos sobre temas como los loci Iacobsohniani, la norma de
Meyer y los cortes de los versos yambotrocaicos; en los últimos años, sus artículos sobre
Claudiano, Ausonio y Ennodio han aportado nuevos elementos al inmenso panorama de la
métrica dactílica latina.
Es al hexámetro latino al que dedica esta vez su trabajo. Con amplias perspectivas y
abordando un impresionante corpus de versos, Ceccarelli ha elaborado un detallado y siste-
mático estudio diacrónico. Fueron los clásicos trabajos de G. E. Duckworth, en los años 60
del pasado siglo, los primeros en llamar nuestra atención de modo también ya sistemático
sobre las principales figuras de la poesía dactílica latina, en particular sobre Virgilio, y,
hasta la aparición del libro de Ceccarelli, aquellos trabajos nos han venido proporcionando
la base estadística más amplia sobre el verso épico.
Manifiesta con razón el autor en su prólogo que a menudo los datos no se recogen
sobre la totalidad de las obras examinadas, sino sobre muestras; no es éste su caso, ya que
el libro presenta los resultados de una escansión completa y sistemática de los textos, per-
tenecientes a 800 años de la historia del verso. Semejante empeño precisa una considerable
tarea previa; excepto en el caso del poema 64 de Catulo, los versos de Virgilio y el Ars poe-
tica de Horacio -datos tomados, como indica el autor, de los análisis métricos publicados
por Ott entre 1970 y 1985-, el resto de los textos -más de 140.000 versos- ha sido objeto de
escansión por parte del propio Ceccarelli.
El libro consta de dos volúmenes, el segundo de los cuales contiene las tablas que
en el primero se explican detalladamente. El primer volumen está dividido en dos grandes
secciones cronológicas, la primera de las cuales va de los inicios a Juvenal (dejando aparte
a Ennio y a Lucilio por su carácter fragmentario, aunque son numerosas las referencias a
360
RESEÑAS
Ennio a lo largo de la obra), mientras que la segunda trata el hexámetro tardío. En cada
una de estas dos secciones, se estudian a partir de los datos recogidos en la escansión los
principales elementos que dibujan toda la variedad posible en el hexámetro: la realización
del esquema métrico (dáctilos, espondeos), el tratamiento de la cláusula, los cortes, los
encuentros vocálicos. Tras la exposición de los datos obtenidos, éstos se relacionan entre sí
para extraer conclusiones.
A la vista de la enorme cantidad de cifras y porcentajes obtenidos, esas conclusio-
nes del autor no pueden ser sino complejas. Puede decirse, en general, que, si bien los
hexámetros previrgilianos presentan, como era de prever, algunos rasgos comunes -mayor
frecuencia de SP, escasez de cesuras trocaicas-, hay grandes diferencias entre los autores,
de lo que puede ser una muestra extrema el opuesto porcentaje de encuentros vocálicos
entre la poesía de Ennio y la de Lucilio. Para Ceccarelli, los autores previrgilianos habían
desarrollado sólo parcialmente las posibilidades del hexámetro; Cicerón (como ya apuntara
J. Soubiran en Cicéron, Aratea. Fragments poétiques [Paris 1972]) puede considerarse el
creador del hexámetro latino clásico, que será consolidado por Virgilio mediante la elec-
ción de determinadas secuencias de dáctilos y espondeos, así como la estabilización de
las cesuras y de las cláusulas canónicas; naturalmente, el Horacio de las Sátiras -género
opuesto al épico y que a partir de Horacio seguirá inserto en el molde dactílico- subvierte
intencionadamente las normas virgilianas. Los autores postclásicos y tardíos contarán con
dos modelos principales: Virgilio y Ovidio, que es, por ejemplo, mucho más dactílico que
el primero; partiendo de ellos y en ocasiones mezclando los estilos métricos de ambos, sus
sucesores continuarán explorando las posibilidades del hexámetro.
Un trabajo tan lleno de datos y de tan amplio espectro cronológico deja, forzosamen-
te, muchos cabos sueltos, que se quisiera ver tratados en profundidad. El propio autor lo
sabe, y en más de una ocasión -por ejemplo, al referirse a la sinalefa en p. 125-, lamenta
no poder abordar en este libro el estudio de su frecuencia, la cantidad de las sílabas impli-
cadas y otros muchos aspectos que sin duda aclararían mucho más el panorama; para este
tema, envía, naturalmente, al célebre trabajo de Soubiran (L’élision dans la poésie latine
[Paris 1966]). También los hexámetros espondaicos, la métrica verbal y otros rasgos que
configuran el estilo de cada poeta dactílico quedan para otra ocasión, así como una expli-
cación detallada de la llamativa abundancia de encuentros vocálicos en el Virgilio de las
Geórgicas y la Eneida (véase un primer intento de explicación del fenómeno en pp. 127-8).
Es, desde luego, tarea difícil relacionar todos los fenómenos estudiados, y también exige el
esfuerzo del lector, como cuando, en la segunda parte, se relacionan los hexámetros tardíos
con los rasgos apreciados en sus predecesores. Evidentemente, es necesario tener ante los
ojos el volumen II para entender el I; pero en algún caso, verbigracia la denominación de
las cláusulas, aclarada en nota 110, quizás hubiera sido mejor incluir esta nota en el propio
texto. Sin duda el estudio es amplio, concienzudo y detallado; por ello requiere -y merece-
una lectura atenta. Ofrece, asimismo, una valiosa y actualizada bibliografía sobre todos los
aspectos abarcados. Estos Contributi, cuyo título manifiesta una humildad encomiable, son
mucho más que una contribución: nos proporcionan -y sin duda también al propio Cec-
carelli, que ha de seguir investigando sobre el tema- una base sólida, fiable y sumamente
estimulante desde la que abordar el enorme y variado paisaje del hexámetro latino a lo largo
de su historia.
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FELIX TEICHNER, Entre tierra y mar. Zwischen Land und Meer. Architektur und Wirts-
chaftsweise ländlicher Siedlungsplätze im Süden der römischen Provinz Lusitanien
(Portugal), Mérida, Museo Nacional de Arte Romano (Studia Lusitana 3), 2008, 2
vols., 666 pp + 246 pp.
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F. CHIAPPETTA, I percorsi antichi di Villa Adriana, Edizioni Quasar, Roma 2008, 307 pp.
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Ahora bien, como ya ha quedado demostrado1, se debe tener en cuenta que la fiabilidad de
estos diseños es limitada y su utilización en detalle en muchos casos puede inducir a error,
a consecuencia de las imprecisiones e incluso invenciones que en algunos edificios se ha
comprobado que incorporan.
También se debe tener en cuenta que lo cierto es que en la actualidad no contamos con
una planta moderna suficientemente detallada, que permita al investigador aproximarse con
detalle a problemas específicos y de conjunto de la Villa. La conocida como la “Planta de los
Ingenieros” de 1905, no se debe olvidar que representa la situación en la que se encontraba
la Villa en el momento en que se levantó el plano, sin interpretación alguna de los edificios
y con importantes imprecisiones como consecuencia de las circunstancias antedichas. Por
su parte, la planta de E. Salza Prina Ricotti, aunque muy meritoria por ser el fruto de su pro-
pia labor de diseño personal, no recoge en detalle la configuración interna de los edificios.
Finalmente, el plano recientemente elaborado por el equipo dirigido por G.E. Cinque viene
en buena medida a paliar todas las carencias endémicas con que ha contado la representa-
ción cartográfica de Villa Adriana, si bien todavía no ha sido publicado con suficiente deta-
lle como para que pueda ser utilizado como instrumento de trabajo por otros investigadores.
Una revisión detenida de la cartografía ofrecida por F. Chiappetta, tanto en lo con-
cerniente a la planta general desplegable que incluye al final de su trabajo, como en lo
que se refiere a los planos de detalle que se distribuyen a lo largo de la obra, deja sobrada
constancia del esfuerzo que ha llevado a cabo la autora de elaboración de una planimetría
propia, a partir de la reelaboración de la preexistente. Si bien, como consecuencia tanto del
esfuerzo que sólo esa labor conlleva, como de la ausencia de la preceptiva contrastación
sobre el terreno, en algunos casos se observan errores, que sin embargo no son herencia de
la cartografía preexistente.
El esfuerzo realizado en la elaboración de la cartografía que apoya las interpreta-
ciones está equiparado al resto de la información contenida en el trabajo. La obra está
claramente diferenciada en dos grandes bloques. En el primero de ellos trata los distintos
itinerarios de los diversos usuarios que de una manera u otra deambularon por la Villa,
mientras que en el segundo incorpora un catálogo muy exhaustivo e individualizado de los
edificios que conforman el gran complejo. En el catálogo se observa perfectamente que la
autora conoce a fondo la amplia literatura científica con que cuenta Villa Adriana, aunque
lo cierto es que su elaboración supone un importante esfuerzo que trasciende del propio
objetivo del trabajo. Se observa también cierta descompensación entre el catálogo y el
análisis de los itinerarios, que no siempre son tratados con el grado de minuciosidad que
precisaría un problema de la complejidad del que se ha elegido y, con ello, no se explican
pormenorizadamente ni su justifican los recorridos que en su plasmación gráfica en muchos
casos son representados con sumo detalle.
La empresa que asume la autora en su obra es verdaderamente ingente, también en
tanto que cuenta con distintas vertientes que es necesario entender con precisión si se quiere
llegar a buen puerto en tan complicada tarea. Entre ellas, quizás destaca especialmente la
de los propios usuarios de la Villa. En la obra se distingue entre el itinerario de Adriano, de
Sabina, de la corte, de los huéspedes y del personal de servicio. Entiendo que la división
1
Al respecto vid., entre otros, R. Hidalgo, “Piranesi y el dibujo preparatorio de la ‘Pianta
delle fabriche esistenti nella Villa Adriana’ del Museo de San Martino en Nápoles”, Homenaje a Pilar
León (Córdoba 2006) 281-300.
366
RESEÑAS
es oportuna. Si bien, las consecuencias que en relación con la propia interpretación del con-
junto conlleva la propuesta de estos itinerarios en concreto, hace necesario que se hubiera
abordado con suficiente detalle y reflexión el propio significado y función de la Villa -sobre
cuyo carácter oficial no está toda la investigación de acuerdo-, y, sobre todo, el problema del
papel y funciones que desempeñarían cada uno de los grupos de usuarios en el complejo.
En el análisis individualizado de los edificios se plantean hipótesis interpretativas, que
por su trascendencia deberían ser convenientemente argumentadas. Este es el caso, a modo
de ejemplo, de la propuesta de identificación de la “Palestra” con un castrum (p. 147). Tanto
por su carácter novedoso, como por contradecir las hipótesis que tradicionalmente se han
formulado sobre el edificio y, sobre todo, por no corresponder las evidencias conocidas de una
manera clara a tal categoría arquitectónica, debería haber sido suficientemente justificada.
Del mismo modo, en el estudio individualizado de los edificios se aceptan algunas de
las hipótesis interpretativas planteadas por otros investigadores, sin discusión sobre otras
propuestas existentes sobre esos mismos edificios, susceptibles de ser también tenidas en
cuenta, y sin justificación de la preferencia en la elección de una con respecto a otras. Este
es el caso de la “Academia”, en la que se decanta a favor de la propuesta de E. Salza Prina
Ricotti de identificar la zona como el área reservada a Vibia Sabina. No obstante, lo cierto
es que es bien difícil sustentar la interpretación pormenorizada del circuito de tránsito de
este sector de la Villa a partir de su supuesto uso por Vibia Sabina, cuando realmente la
adscripción de esa zona a la emperatriz sólo reviste el carácter de hipótesis, que por otro
lado no es aceptada por toda la investigación especializada.
De los edificios que se tratan en detalle en cada uno de los recorridos propuestos me
centraré especialmente en el “Teatro Greco” (pp. 90, 122, 286-289), por ser su excavación
y estudio actual cometido de quien suscribe estas líneas y, por otra parte, por ser lo que me
ha movido a su redacción.
Uno de los aspectos que primero llaman la atención en relación con lo expuesto
sobre este edificio es su propia plasmación gráfica. El plano del “Teatro Greco” cuenta con
importantes errores, que no siempre forman parte de los incorporados por la cartografía
antigua. Especialmente destaca la deformación de las estancias situadas al este del teatro.
En contra de lo que en la actualidad se puede perfectamente observar in situ y en contra de
lo representado en toda la cartografía histórica, en ellas se ha hecho conectar el muro de
contención que delimita el espacio ocupado por el teatro con el que sustenta el graderío,
eliminando el amplio espacio abierto que permitía la comunicación con esta zona. Por otra
parte, la estructuración y conformación de estas estancias ha sido considerablemente alte-
rada, de manera que no coinciden tampoco con lo conservado in situ ni con lo dibujado por
otros. Además, estas estancias, que entendemos desempeñan un papel importante en el uso
del teatro, se dejan al margen de todos los itinerarios y usuarios propuestos, como si nunca
hubieran sido usadas.
La planta del teatro es muy deudora del plano de los ingenieros de 1905, lo que tam-
bién conduce a la autora a errores a la hora de interpretarlo. En ese sentido, los escalones
que actualmente se disponen en el centro de lo que fue la cavea, se interpretan como las
escaleras originales que permitían la distribución de los espectadores por el graderío, mien-
tras que los tres bancales de tierra que en la actualidad se conservan también en el interior
del edificio, a modo de gradas, y que aparecen igualmente en el plano de los ingenieros, se
interpretan como las únicas gradas con que contó el teatro.
367
RESEÑAS
Ahora bien, una mera observación detallada de las escaleras axiales permite observar,
además de la circunstancia de estar conformada por peldaños irregulares claramente reutili-
zados, que se han dispuesto directamente sobre tierra, lo que permite descartar taxativamen-
te que puedan corresponder a la obra original. Algo similar se puede decir de los bancales
que se disponen en el graderío, conformados por un simple relleno de tierra sostenido por
un sencillo muro de contención. Por otro lado, tanto las escaleras como los bancales se
encuentran a una altura muy inferior a la de la bóveda de la galería perimetral sobre la que
necesariamente apoyaba el graderío, circunstancia que permite también descartar que tanto
las escaleras como los bancales pudieran corresponder a la obra original. Ambas estructu-
ras, junto a otras actuaciones que trascienden al “Teatro Greco”, están muy probablemente
en relación con la sistematización que llevó a cabo el conde Fede en esta zona, que en buena
medida funcionaba como ingreso y vestíbulo de su conocido “casino”.
Como consecuencia de tales presupuestos, se propone un graderío excesivamente
reducido, conformado sólo por tres filas de gradas, que se opone a lo que se puede inferir a
partir de lo que hoy se conoce del interior del edificio.
De igual modo, no se adscribe a ningún uso ni tránsito concreto la zona perimetral
del graderío, coincidiendo con la galería anular abovedada que discurre por ese sector, cuya
función no era otra que la de sustentar el tramo más alto del graderío, que realmente se
extendería hasta el perímetro del edificio.
Algo similar ocurre con la zona baja. Al no incluir más gradas en este espacio, se
entiende que la orchestra se encontraría al inicio de la primera grada -identificada con el
primero de los bancales-, coincidiendo aproximadamente con la altura a la que actualmente
se encuentra el terreno en el interior del teatro. Pero nada más alejado de la realidad. Como
hoy sabemos perfectamente2, la orchestra se encuentra a más de dos metros por debajo del
nivel actual del terreno, con lo que, aun partiendo de la errónea identificación de los banca-
les con gradas, éstas se deberían proyectar con nuevas filas hasta conectar con el nivel de la
orchestra, aumentando en consecuencia también en esa dirección el reducidísimo número
de gradas que se propone.
El error se reproduce de nuevo en las escaleras que se diseñan en el extremo oeste
del teatro, tomadas del plano de 1905. De la posible existencia de tales escaleras en la obra
original no existe evidencia alguna, directa ni indirecta, por lo que deben ser descartadas.
Sí se conservan, sin embargo, otras, sólo en sentido ascendente, en un punto más avanzado
del perímetro del graderío, que, a pesar de que hoy quedan perfectamente a la vista, no
aparecen reflejadas en los planos del teatro. Tampoco aparece recogido en la cartografía y,
con ello, tampoco en la interpretación de los circuitos de tránsito, el pasillo perimetral que
rodeaba el graderío, con el que conectaba la mencionada escalera.
De la misma manera, no se incluye ninguno de los vanos que comunicaban la fachada
oeste del teatro con la galería anular situada bajo el graderío, que precisamente constituía el
principal distribuidor del tránsito hacia la zona media y alta de las gradas.
Prácticamente todo lo antedicho es debido a que la información cartografía preexistente
del “Teatro Greco” no ha sido sometida a la necesaria contrastación sobre el terreno, que habría
sido muy aconsejable para partir de un conocimiento riguroso del monumento. Y la consecuen-
2
Vid. R. Hidalgo y P. León, “Excavación arqueológica en el “Teatro Greco” de Villa
Adriana. Resultados de la primera campaña (2003)”, Romula 3 (2004) 173-218.
368
RESEÑAS
cia es que la hipótesis sobre los posibles itinerarios de sus usuarios que finalmente se propone
es incorrecta, a causa de la deficiente comprensión del edificio, y excesivamente simplista.
Algo similar se puede decir del otro teatro con que contó la Villa, el conocido como
“Odeón” (pp. 39, 59, 91, 114, 122, 246-249). En este caso también la información con que
en la actualidad contamos en relación con este otro edificio de espectáculos y la situación en
la que se conserva, constituyen importantes limitaciones para poder llevar a cabo cualquier
tipo de aproximación en profundidad a su conocimiento y comprensión. En lo concerniente
al estado en el que se encuentra el monumento, su localización fuera del área de propiedad
pública, en la propiedad Bulgarini, ha propiciado que tradicionalmente se haya mantenido
totalmente cubierto de maleza, oculto casi en su totalidad y, por ello, en un estado en el que
es imposible su estudio. Por otro lado, la documentación previa de que disponemos para
aproximarnos de manera indirecta al monumento cuenta, como en otros muchos casos de la
Villa, con ciertas complicaciones, que deben ser tenidas en cuenta para poder llevar a cabo
un estudio riguroso. En ese sentido, las plantas con que contamos son prácticamente las
levantadas por Piranesi y Pannini, sin que contemos con ninguna diseñada en tiempos más
recientes. En ambos casos, el hecho de que no puedan ser contrastadas, obliga, en la línea de
lo antedicho, a utilizarlas con cautela y, por ello, difícilmente se pueden aceptar como único
instrumento para alcanzar un conocimiento preciso y detallado del monumento.
Con independencia de estas cuestiones, en relación con la interpretación del circuito
de tránsito se observan aspectos susceptibles de ser tratados con más detalle. Entre otros,
que no citaré en aras de la brevedad, en cuanto al acceso del emperador y su localización en
las gradas del teatro, se propone una ubicación no especialmente destacada en la zona baja
del centro del graderío, mientras que para la construcción de planta circular de la zona alta
se mantiene la interpretación tradicional como sacellum in summa cavea. Sobre la ubica-
ción del emperador en el teatro creo que es interesante tener en cuenta lo que actualmente se
sabe del otro con que contó la Villa, el “Teatro Greco”, y en concreto la posible adscripción
de la estructura de la summa cavea no a sacellum sino a pulvinar imperial. En el caso del
“Odeón” se da además la circunstancia de que la plataforma que presumiblemente se dispo-
ne delante del edificio circular, coincide en buena media con la estructuración del pulvinar
que el propio Adriano construye en el odeón de la villa imperial de Possilipo, que podría ser
un excelente paralelo para la posible interpretación de este otro.
En definitiva, la obra supone un tremendo esfuerzo, que se ve superado por la com-
plejidad de tema elegido. Creo que habría sido más substancioso centrar la atención en un
edificio o zona concreta de la Villa, en especial en alguna de las que se conocen con más de-
talle y en las que una propuesta de reconstrucción de itinerarios habría alcanzado mayores
visos de verosimilitud, proporcionado con ello una aportación más correcta y útil.
RAFAEL HIGALDO
369
RESEÑAS
de un profundo trabajo que abarca casi todas las épocas y etapas de la arqueología norte-
marroquí, así como de la española.
La obra se compone de una presentación y nueve ponencias, editadas por José
Beltrán Fortes. La primera se titula La arqueología en España durante la primera mitad
del siglo XX. Apuntes sobre el marco constitucional, donde J. Beltrán intenta sacar a la
luz la evolución de la arqueología en España a nivel institucional. En el segundo trabajo
llamado La arqueología de Andalucía. Algunos ejemplos de actividades arqueológicas en
la primera mitad del siglo XX también toma parte Pedro Rodríguez Oliva y tratan sobre la
investigación arqueológica en algunos yacimientos andalusíes y la eficacia de los méto-
dos usados. La tercera ponencia descubre el temprano interés español hacia las Antigüe-
dades de Marruecos; es un trabajo de E. Gozalbes Cravioto titulado Los españoles y las
Antigüedades de Marruecos: de Ali Bey El Abbasi al inicio del Protectorado. La siguien-
te es un texto sobre P. Quintero De Atauri. Apuntes de la arqueología hispano-marroquí,
1939-46, cuyo ponente es M. J. Parodi Álvarez, que trata de resaltar sus aportaciones ar-
queológicas en España y Marruecos. En el quinto trabajo titulado Tarradell y la historio-
grafía de la arqueología del norte de Marruecos, C. Arangui Gascó habla sobre Tarradell,
figura muy representativa en la arqueología nortemarroquí. La siguiente disertación es
de J. Ramos Muñoz, cuyo tema se refleja en su título: La investigación de la prehistoria
del norte de Marruecos en la primera mitad del siglo XX. Aproximación, contexto his-
tórico y enfoques metodológicos, y que precisa detalles sobre la prehistoria del norte de
Marruecos. El penúltimo trabajo es de M. Habibi, cuyo tema central es el patrimonio ar-
queológico y la presencia fenicia en el norte de Marruecos, bajo el título de L’archéologie
phénicienne au nord du Maroc: historiographie et archéologie. Por último, la aportación
de A. Cheddad destaca el papel de la revista “Tamuda” como herramienta de apoyo para
los temas arqueológicos hispano-marroquíes de diferentes épocas en el extenso artículo
L’archéologie espagnole au nord du Maroc á travers la revue “Tamuda”.
En el primer artículo, J. Beltrán escribe sobre las instituciones arqueológicas, par-
tiendo de 1840, cuando surge la primera Academia de Arqueología dedicada a activida-
des históricas. Durante este siglo, al no haber instituciones, la arqueología se limitaba a
la colección de piezas, por parte de funcionarios formados por la Escuela Diplomática.
La existencia de inexpertos “arqueólogos” apoyados por la Academia de Historia y Bellas
Artes ocasionó continuos fracasos. En este sentido, el cambió tuvo lugar a principios del
siglo XX con la entrada en España de arqueólogos extranjeros. Los alemanes se dedi-
caron a la Arqueología y Epigrafía hispanorromana; los franceses a la Protohistoria, la
Prehistoria y al arte. Tras la creación de la Universidad Central y la Escuela Diplomática,
la labor de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas tuvo un alto
rendimiento. Las publicaciones se basaban en piezas y patrimonio mueble. La iniciativa
europea y las becas se desarrollaron en el campo de la interpretación histórica autoctonis-
ta y difusionista. Por ejemplo, el Protectorado se caracteriza por la labor de Tarradell en
el Museo Arqueológico de Tetuán.
En el segundo artículo, vuelve J. Beltrán junto con P. Rodríguez a exponer un exce-
lente trabajo sobre el papel de la documentación en el desarrollo de la Arqueología espa-
ñola a principios del siglo XX en un área geográfica cercana a Marruecos. En este sentido
destacan las excavaciones de la mansio Cauiclum, situada en la misma zona mediterrá-
nea, ya que no fueron sometidas a ningún procedimiento científico al haber finalizado
antes de la promulgación de la Ley de Excavaciones (1911), que era más rigurosa. En este
370
RESEÑAS
371
RESEÑAS
MOHAMED EL MHASSANI
372
RESEÑAS
Sobre el silencio como falta de ruido, como abstención u omisión de la palabra (tanto
oral como escrita), trata este anejo a la revista ‘Ilu, que, como podemos observar en la in-
troducción de la participación de Alberto Bernabé (pp. 53-54), y también en la de Marcos
Rodríguez Plaza (p. 11), nos llevan a analizar todos los aspectos de este silencio y todos sus
significados en las religiones de la Antigüedad, pues, citando a este último, “el silencio ha
jugado un papel muy importante tanto en el ritual como en otros ámbitos de la experiencia
religiosa”.
Estas actas son el resultado del seminario que con el mismo título se celebró en la
Universidad Complutense de Madrid los días 16 y 17 de noviembre de 2006, coordinado
por Santiago Montero Herrero y Mª Cruz Cardete. La intención de este seminario y esta
monografía son ya en sí mismos encomiables y cubren una necesidad patente dentro de los
estudios de las ciencias de las religiones, ya que el silencio es un tema muy poco tratado y
parece pasar en un mutis dramático por nuestra sociedad, valga la ironía. “Un tema que en
occidente ha sido interpretado como un signo vacío, sin significado ni sentido” (Rodriguez
Plaza, p. 10). No obstante, comprobamos en la primera de las contribuciones cómo existe
una bibliografía necesaria, unos recursos y unas investigaciones, que si bien muchas veces
son solo tangenciales, han ayudado a nuestros investigadores a realizar sus aportaciones
sobre este tema tan importante.
Este libro no sólo trata el silencio en la religión de forma general, es mucho más.
Aunque se ocupa de las generalidades del silencio religioso, serán aspectos específicos de
este silencio religioso los que centren la atención, mostrándonos un amplio abanico de po-
sibilidades: se estudia el silencio en distintas religiones, tanto politeístas como monoteístas,
en un marco geográfico tan amplio como el existente entre los límites del Imperio Romano
y la lejana China, y en un marco temporal que abarca desde el arcaísmo, pasando por la
Edad Media hasta, en algunos artículos (en especial los de la religión hebraica e islámica),
los credos actuales hoy en día. Es en estos artículos donde comprendemos la importancia
del silencio, pues “el silencio es la otra cara de la palabra, la cara oculta [...]; el rostro visible
es representado por la palabra, el rostro invisible por el silencio” (Trebolle, p. 227).
Los contenidos de estas actas permiten un acercamiento de cierta profundidad en
temas desconocidos o poco tratados en nuestras Universidades, como los aspectos del si-
lencio en las distintas versiones del budismo, o la concepción del silencio en el mundo
hebreo, tanto del mundo más veterotestamental hasta las preocupaciones de sus practicantes
hoy día. Pero a la vez profundizan en otros aspectos que nos interesan especialmente a los
que trabajamos en el campo de la Antigüedad. Podemos ver desde la visión más política,
estudiando la evolución de las instituciones en paralelo al desarrollo de cultos, como el de
las diosas Venerables, en un momento determinado por el cambio político y de mentalidad
en una sociedad ateniense donde religión y política aparecen imbricadas, como muestra el
interesante artículo de Plácido, Fornis y Valdés (pp. 107-132), o en el de Mª Cruz Cardete
(pp. 67-84), donde se nos muestra la politización de unos cultos para unos intereses deter-
minados como consecuencia de unas reivindicaciones de autoctonía étnica en Sicilia. Y
también ver los artículos donde nos centramos más puramente en el ámbito del silencio en
la religión, en sus ritos y sus significados, como los que analizan el papel de la oración en la
373
RESEÑAS
Durante todas las épocas de la historia los jardines siempre han ocupado un lugar
relevante en el devenir de los seres humanos. Sobra decir que la Biblia relata en el Génesis,
3.8.8-17, cómo Dios crea un jardín, el Edén o Paraíso Terrenal, y a continuación instala a la
primera pareja de seres humanos. Es decir, el origen del hombre va unido al de un jardín, el
Edén. Según la Biblia este jardín era el recinto sagrado en el que se cuestionaba el Árbol del
Bien y del Mal. De esta forma, con la creación de los jardines el hombre pretende recrear
el paraíso del que fue expulsado; podríamos decir que es una especie de vuelta a los oríge-
nes. Aunque, como podremos apreciar, existen paralelismos entre el jardín del Edén y los
jardines de otras religiones y civilizaciones del Próximo Oriente. Por ejemplo, los templos
de Mesopotamia tenían, en la cumbre de sus zigurats, un bosquecillo sagrado. O el paraíso
soñado por el Islam, un jardín maravilloso, repleto de todo tipo de vegetación.
Los primeros jardines que registra la historia fueron los de Egipto y Mesopotamia.
Los de Egipto, los más antiguos, influirán de forma notable en las culturas de Grecia y
Roma, debido a su perfección y a la larga duración del imperio egipcio. Al mismo tiempo
los jardines alcanzarán un gran desarrollo gracias a unas técnicas agrícolas e hidráulicas
muy avanzadas. Sobre estos jardines las fuentes de información se reducen a las litera-
rias, los bajorrelieves y las pinturas, existentes, sobre todo, en las tumbas. Las condicio-
nes ambientales para mantener jardines eran excepcionales con las inundaciones anuales
del Nilo. El agua era recogida y conservada en lagos y piscinas, bloqueada mediante
diques. El cultivo del huerto y de los jardines se desarrollaba en torno a estos depósitos,
tal y como podemos ver en las pinturas y en los relieves de las tumbas. Los personajes
más ricos tenían sus propios depósitos y pozos de agua en sus jardines. Para los egipcios
el agua representaba la propia vida. El agua era representada por el dios Osiris. Su esposa,
Isis, era representada como la tierra. La unión entre la tierra y el agua generaba la ferti-
lidad que hacía posible la vida. En la fiesta anual en honor a Osiris figuraba, a la cabeza
374
RESEÑAS
del cortejo sagrado un modelo de falo, que representaba al dios con una vasija de agua,
que simbolizaba a su esposa.
El jardín egipcio más conocido y más antiguo del que tenemos noticias data aproxi-
madamente del año 1400 a. C., y está representado en un grabado encontrado en la tumba
de un alto funcionario del faraón Amenofis III, en Tebas. Tiene forma cuadrada, dando el
lado de la derecha al canal, donde se encuentra la entrada. La casa está en el lado opuesto.
La puerta de entrada estaba cubierta por una pérgola, cubierta por un emparrado de vides.
Tenía cuatro estanques rectangulares, dos pabellones y muchos caminos rectilíneos flan-
queados por árboles. El conjunto es geométrico y goza de gran simetría respecto al eje puer-
ta vivienda, que, a su vez, es perpendicular al canal. Su alto muro circundante aseguraba la
privacidad del conjunto interior y marcaba la diferencia entre este espacio, perfectamente
organizado, y el desorden exterior. Tenemos que partir del valor paisajístico de Egipto: am-
plias llanuras desérticas que se convierten en fértiles por la inundación periódica producida
por el desbordamiento del río Nilo. Por tanto, los jardines habían de proteger esa humedad
natural mediante muros, y evitar de esta forma el avance del desierto. Este cerramiento,
además de cumplir unos objetivos psicológicos, pues servía de barrera entre lo húmedo y lo
seco, también cumplía otras funciones como la protección contra posibles saqueadores o la
contención de animales salvajes. Alrededor de las piscinas solían plantar árboles frutales de
diversas clases. Los jardines de hortalizas estaban conformados en parcelas rectangulares
cercanas al agua. Pero además los jardines eran unidades económicas destinadas a producir
flores. Formaban parte de un espacio más extenso que constaba de varias áreas: un lago que
contenía papiros, cañas, lirios de agua, pájaros y un aljibe para verter agua fuera. La lista de
plantas existentes en el Egipto faraónico es bastante extensa. Algunas eran originarias del
país, y otras llegaron, en distintas épocas, desde Sudán y la zona del cuerno de África o las
regiones del río Zambeze, etc.
En las proximidades de los templos, sobre todo en las avenidas que conducían a
éstos, se alineaban largas hileras de árboles. Había también algunos bosquecillos y grupos
de árboles plantados generalmente en hileras regulares. En algunos templos crecían, dentro
de su propio recinto, un árbol o un grupo de árboles sagrados. Como en los santuarios de
Grecia, en los de Egipto es preciso distinguir entre los dominios agrícolas adscritos a los
templos y que proporcionan los recursos económicos imprescindibles para financiar el culto
a los dioses y el mantenimiento de sus sacerdotes, y los jardines del templo, situados en el
interior del recinto sagrado y que cumplen una función meramente cultural y estética, ma-
nifestada en la elección de las especies vegetales cultivadas en ellos, basada especialmente
en consideraciones religiosas y simbólicas. Sin embargo, no resulta fácil fijar los límites
precisos entre los dos tipos de jardines ya que ambos suelen contribuir a las ofrendas coti-
dianas a los dioses. Pero a los jardines propiamente sagrados, es decir, a los situados en el
interior mismo del recinto del templo o en sus proximidades, se les atribuían dos funciones
esenciales. Una material, la de proporcionar las ofrendas diarias; otra, simbólica, como
representación de la Naturaleza ordenada, como una negación del caos. Los jardines de
los templos también cumplirán la función del jardín del palacio y de las casas lujosas; si
el templo es la casa del dios, también tiene que tener su jardín como cualquier otra casa, y
además el más lujoso.
Pero quizás los jardines más conocidos del mundo antiguo sean los célebres jardi-
nes colgantes de Babilonia, cuya creación se atribuía a Semíramis o a Ciro. Habían sido
plantados en terrazas escalonadas, soportados por bóvedas y pilares. Diodoro de Sicilia,
375
RESEÑAS
en su Biblioteca Histórica (II, 10) describirá estos jardines, considerados una de las siete
maravillas del mundo antiguo.
En Grecia, en los primeros tiempos históricos, no se concebía el jardín como un lugar
de recreo. Los antiguos escritores griegos relacionarán la horticultura con la agricultura, ya
que inicialmente el jardín como lugar de ocio era desconocido para los griegos; es más, in-
cluso los ricos utilizaban el espacio circundante a sus viviendas como huerto. Sin embargo,
el desarrollo social, económico, político, etc., hará que los griegos aumenten el gusto por
el lujo, pasando de un huerto, en el que sólo se producen alimentos, a un jardín, puramente
estético y ornamental.
En la Mitología griega podemos ver cómo se idealiza una serie de jardines, entre los
que destaca el Jardín de las Hespérides, cuyas manzanas consiguió robar Heracles en uno
de sus prodigiosos trabajos. Los griegos daban el nombre de Jardín de las Hespérides a un
vergel imaginario regado por gran cantidad de cursos de agua y lleno de árboles frutales,
viñas, laureles y otras plantas. Algunos autores lo localizan en la Mauritania, cerca del Atlas
y otros en las Islas Afortunadas (Canarias), o incluso en las islas Azores. La leyenda habla
de sus famosas manzanas de oro, custodiadas por un terrible dragón de cien cabezas. Hera-
cles luchó con este monstruo, le dio muerte y robó las manzanas de oro. Para los griegos, la
Hesperia antes conocida fue Italia. Al ir extendiendo sus colonias por el Mediterráneo oc-
cidental, llamaron Hesperia a la Península Ibérica, situada más al oeste que Italia, respecto
a Grecia. Al llegar hasta las columnas de Hércules, comenzaron a navegar por el Atlántico
situando las Hespérides en las regiones aún más occidentales que Iberia, es decir, las islas
Afortunadas o Canarias. Al ir descubriendo nuevas islas, éstas fueron denominadas Hespé-
rides, pues en griego hésperos (en latín vesper), significa “la tarde” o “el crepúsculo”, “el
ocaso”, el “Occidente”.
Pero los jardines, como es bien sabido, también estarán íntimamente ligados a las
diferentes escuelas filosóficas griegas. En Atenas Cimón transformaría la Academia, lu-
gar seco y árido, en un bosque frondoso regado por fuentes, con grandes avenidas som-
breadas por olmos, álamos y plátanos. Fue con Platón y sus sucesores cuando los jardines
se convertirán en lo que el profesor Segura llamará “parques de enseñanza”. Platón ubi-
cará su Academia al nordeste, a las afueras de Atenas, en unos terrenos adquiridos por
él alrededor del 384 a. d. C. En dicho lugar existía previamente un olivar y un gimnasio.
La Academia fundada por Platón debe su nombre al héroe legendario de la mitología
griega Academos. La tradición decía que junto a la tumba de este héroe había un bosque
sagrado, que era el lugar en el que Platón había fundado su Academia. Aristóteles, por su
parte, fundará su Liceo entre avenidas de plátanos, donde disertaba paseando, por lo que
sus discípulos recibirán el nombre de peripathtikoiv (Peripatéticos). La escuela filosófi-
ca epicúrea también estará íntimamente ligada a los jardines. Los epicúreos recibirán su
nombre del griego kh``poı (jardín), en el que Epicuro instaló su escuela filosófica en Ate-
nas. Como podemos ver los jardines y la filosofía griega guardarán una estrecha relación,
hasta el punto de condicionar el nombre de las distintas corrientes filosóficas que han
llegado hasta nosotros. En realidad el jardín de los filósofos griegos era un jardín sencillo
y limitado, un espacio muy apropiado para la reflexión filosófica; era más fantasía que
realidad. El mundo romano al trasladarlo a Occidente, convertirá en realidad la fantasía
griega de un jardín fantástico.
Las zonas ajardinadas también tendrán su importancia en la religión griega. Los tem-
plos griegos solían tener a menudo un bosquecillo o un jardín consagrado a la divinidad
376
RESEÑAS
tutelar del lugar. El templo era considerado como la casa del dios, por lo que no le podía
faltar ningún detalle, incluido un jardín.
El jardín griego, en comparación con los magníficos jardines de Mesopotamia y los
espléndidos jardines de Roma, estarán muy limitados por las condiciones climáticas de la
península griega. La escasez de agua y la poca fertilidad del suelo, harán que los jardines
griegos se encuentren muy poco desarrollados. Además la poca tierra fértil que quedaba se
dedicaba a la producción agrícola, mucho más necesaria que unos jardines públicos. Por
esta razón quizás los griegos no destacaron como jardineros, aunque sí lo hicieron como
botánicos y naturalistas. Teofrasto escribió en diez tomos una Historia de las plantas. Y el
más conocido botánico griego, Dioscórodes, escribió durante el siglo I d. C. su obra De ma-
teria medica, donde se describían más de cuatrocientas plantas, junto con sus aplicaciones
medicinales.
En época helenística mejoró notablemente el jardín griego. Alejandro Magno tomó
posesión de los jardines del Gran Rey de Persia. Durante la primera mitad del siglo III a.
C., la moda del jardín de recreo se había extendido por las ciudades de la Magna Grecia y
otras colonias griegas.
Antes de empezar a hablar de los jardines romanos tenemos que decir que la jardinería
romana no ha sido bien estudiada en su conjunto, a excepción de la obra de Pierre Grimal,
Les jardins romains, de 1943, y algo ya anticuada. En esta obra se abarcan aspectos más
formales y paisajísticos de los jardines, en cuanto a su tipología y distribución arquitectóni-
ca, y su relación con el paisaje, en detrimento, quizás, de otras facetas socioeconómicas que
quedan relegadas a un segundo plano. Y muchos de los autores que han tratado este tema en
cierta profundidad se refieren fundamentalmente (y casi exclusivamente en la mayoría de
los casos) a la jardinería realizada por los romanos dentro de la península italiana, quedando
fuera del ámbito de estudio zonas tan importantes como Hispania o el norte de África.
Roma, en los primeros tiempos históricos, no disponía de una palabra para designar
el jardín de recreo. La palabra hortus es una forma latinizada del griego khórtos, y, en un
principio, designaba un terreno cercado, un huerto pequeño en el que se cultivaban hortali-
zas y legumbres. En realidad, la voz hortus, significa “recinto cercado”, es decir, el dominio
que cada familia tenía en propiedad, y que equivalía a dos yugadas, que originariamente era
la cantidad de tierras que correspondían a cada ciudadano según su derecho de propiedad.
Pero con el paso del tiempo las palabras van cambiando de sentido, pasando a nombrar
realidades distintas. El concepto de hortus primitivo y de explotación agrícola pequeña en
forma de huerto familiar, quedará superado, pasando poco a poco a significar uilla, es decir,
una explotación mucho más amplia y tecnificada, donde se da una agricultura intensiva.
Este hortus primitivo tenía, de esta forma, una función puramente utilitaria, proporcionando
a las gentes modestas los productos necesarios para su alimentación. Estaba situado en la
parte posterior de la domus, en un pequeño espacio cercado.
El uso de este jardín-huerto primitivo queda claramente reflejado en Catón. Para este
agrónomo romano el jardín es sólo una huerta, donde se pueden plantar hortalizas y flores,
pero siempre con una finalidad económica, y para nada estética, o como dice el mismo Catón
(R.R. 8.2) una propiedad “debe prepararse y plantarse de manera que resulte lo más produc-
tiva posible”. La transformación de este huerto familiar comenzará en tiempos de Varrón.
En su obra De re rustica, 16.3, nos cuenta que en los huertos que se encuentran “cerca de las
ciudades, se cultivan violetas, rosas y otras flores que se llevan a los mercados”. Pero que
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RESEÑAS
si dicho huerto está lejos de la ciudad ya no interesa este cultivo. Al igual que con Catón,
este cultivo floral siempre tiene un fin puramente comercial, y nunca estético. Columela en
su De re rustica dedica íntegramente el libro X a la horticultura (De cultu hortorum). Para
este agrónomo el huerto tiene un carácter de subsistencia ante el alza de los precios en su
época, pues según Columela los huertos habían sido descuidados por los viejos labradores,
pero ahora se habían vuelto importantísimos ante la carestía de alimentos.
En la época de la dictadura de Sila (138-78 a. C), tras la victoria sobre Mitrídates,
los personajes ricos, al regresar de Asia, traen con ellos las costumbres fastuosas de los
señores orientales. Se produce una evolución en la organización de la casa y del jardín de la
primitiva domus familiar, con el desinterés que manifiestan los nuevos ricos hacia el hortus
tradicional y el afán desmedido de poseer grandes propiedades. Y si Varrón, como hemos
visto antes, sólo veía en los jardines un provecho económico, bien como productores de
alimentos o de flores, ya en su época había cobrado un auge notable la finca de recreo. Todo
esto será en detrimento de la agricultura romana, que verá como de pronto no es capaz de
alimentar a sus propios habitantes, y en palabras del mismo profesor Segura “está a punto
de convertirse en un vasto jardín de recreo”. Pero los emperadores romanos siguiendo el
modelo de los antiguos reyes de oriente y de los sucesores de Alejandro Magno en los rei-
nos helenísticos, crearon en torno a su residencia magníficos jardines y ocuparon otros ya
existentes, que generalmente conservaban el nombre de los grandes personajes a los que
habían pertenecido antes de pasar a propiedad del fisco.
En los jardines romanos, al igual que en el resto de jardines de la antigüedad, se plan-
taba una gran cantidad de especies de plantas y flores. El problema que se plantea, como
casi siempre en el mundo antiguo, es el relativo a las fuentes. Sin embargo, para los jardines
romanos disponemos una cantidad considerable de fuentes literarias que nos pueden ayudar
a identificar dichas plantas. De esta forma, los capítulos que encontramos más interesantes
son los dedicados a las plantas y las flores. Este tema siempre ha pasado desapercibido para
el resto de investigadores que se han interesado por los jardines, ya que siempre se han
preocupado, más bien, por su distribución espacial y por los aspectos monumentales. Sin
embargo el profesor Segura dedica un espacio considerable a los tipos de plantas y flores
que se cultivaban en los jardines, así como a las principales fuentes literarias que hacen
referencia a dichas plantas. Aunque debemos decir que los árboles y plantas usados en los
jardines romanos apenas difieren de los usados actualmente. En los jardines romanos en-
contramos encinas, cipreses, robles, abetos, pinos, tilos y, al igual que en Grecia, plátanos.
También podemos ver tejos, olivos, árboles frutales y plantas aromáticas. Para la identifi-
cación y estudio de dichas plantas, así como de sus cuidados, son de una gran utilidad la
información que nos aportan los agrónomos romanos (Catón, Varrón, Columela o Paladio)
en sus tratados agrícolas. En estas obras se describen las técnicas de cultivo de todo tipo de
flores, árboles o arbustos que aparecen plantados en los jardines, por lo que su análisis es
muy necesario para el estudio de los jardines romanos.
Como hemos dicho antes las fuentes literarias latinas, sin despreciar las arqueoló-
gicas, juegan un papel de primera mano para el conocimiento de las zonas ajardinadas en
Roma. El profesor Segura dedica un apartado a los diferentes autores latinos que hacen
referencia a los jardines. El capítulo titulado “Los jardines en la literatura latina”, hace un
repaso por los principales autores latinos que mencionan de alguna u otra forma el jardín.
Como podemos imaginar las referencias literarias a los jardines son muy numerosas entre
los autores latinos, por lo que quizás el profesor Segura haya querido realizar en este ca-
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RESEÑAS
pítulo tan importante una síntesis de los principales autores que mencionan los jardines.
El análisis de estos autores tan heterogéneos, pues podemos encontrar desde poetas como
Ovidio o Virgilio, hasta agrónomos como Catón, Varrón o Columela, es indispensable para
el estudio de los jardines. Sin embargo, el agrónomo latino del siglo IV d. C. Paladio,
quien escribe el último tratado agrícola de la antigüedad (si exceptuamos los Geopónica),
no aparece mencionado en este apartado, por lo que al parecer, para Santiago Segura este
agrónomo carece de importancia para el estudio de los jardines antiguos.
En conclusión el libro del profesor Segura viene a reivindicar, de alguna forma, la
escasa atención que ha tenido este tema por parte de los investigadores, el cual a simple
vista puede parecer un tema menor. Simplemente tenemos que ver la bibliografía que estu-
dia los jardines en el mundo antiguo para darnos cuenta de su escasez. Sólo disponemos de
algunas monografías, algunas ya anticuadas, y de una cierta cantidad de artículos y trabajos
dispersos. Por esta razón la lectura de este libro es fundamental y de alguna forma viene a
completar ese vacío bibliográfico que hemos mencionado.
En los últimos años hemos asistido a una auténtica inflación de seminarios y jornadas
que, bajo el título común de “Encuentros de Jóvenes Investigadores”, vienen a congregar
a jóvenes estudiosos de la Arqueología y la Historia Antigua, predoctorales en su gran ma-
yoría, bajo el amparo de universidades o centros de investigación españoles. Se trata de un
foro abierto y distendido donde jóvenes especialistas tienen oportunidad de presentar los
resultados de su investigación y debatir sobre las ideas planteadas bajo los auspicios y la
colaboración de profesores o expertos en la materia, en ocasiones los propios tutores o los
responsables de las líneas de investigación en los departamentos implicados. Así pues, des-
de la primera edición pionera, organizada por los doctorandos del Departamento de Historia
Antigua de la Universidad Complutense, la nómina de estas reuniones no ha hecho más que
crecer. Esta iniciativa fue seguida poco después por el “I Encuentro de Jóvenes Investiga-
dores Sócrates-Erasmus”, coordinada por el Departamento de Ciencias de la Antigüedad
de la Universidad de Zaragoza y publicado posteriormente bajo el título Antiqua Iuniora.
En torno al Mediterráneo en la Antigüedad (2004), así como por el “I Seminario de Inves-
tigación de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid”, que con
diversas denominaciones y subtítulos cumplirá su cuarta edición en marzo de 2009. A ellos
se unieron más tarde los “Encuentros de Jóvenes Investigadores” organizados desde abril
de 2006 por el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla,
las “Jornadas de Jóvenes en Investigación Arqueológica” del Departamento de Prehistoria
de la Universidad Complutense de Madrid (2007) y, más recientemente, las “Jornadas de
Jóvenes Investigadores de la Universidad de Cádiz, Prehistoria & Arqueología”, celebradas
en abril de 2008, entre otras muchas experiencias. Paralelamente, en 2006 tuvo lugar el I
Taller de Arqueología para Jóvenes Investigadores, “Espacio, territorio y poblamiento en el
mundo ibérico”, coordinado por el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid y la Casa de
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RESEÑAS
Velázquez, y celebrado desde entonces con una periodicidad anual, así como el I Encuentro
de Jóvenes Investigadores del Mundo Antiguo, organizado por la Sociedad Española de
Estudios Clásicos.
La estructura que viene siendo común, con leves matices, a todas estas jornadas se
sustenta sobre la idea de sesiones monográficas más o menos amplias centradas en una
etapa o cultura histórica concreta, un aspecto de la investigación, un enfoque teórico-meto-
dológico, una línea de trabajo o un tema de carácter transversal. Generalmente, las sesiones
son dirigidas por un investigador senior o por una mesa compuesta por especialistas en
la materia que al término de las intervenciones podrán valorar los resultados y abrir un
turno de debate. En cualquier caso, la edad media de los participantes no suele estar reñida
con la calidad de los ensayos presentados, lo que otorga aún un mayor mérito a sus auto-
res, aunque en ocasiones sea inevitable observar sensibles diferencias en la madurez o la
profundidad en el tratamiento de determinados temas, sobre todo cuando ponentes que se
encuentran en una fase inicial de su investigación comparten “cartel” con otros que ya han
finalizado el DEA o incluso la tesis doctoral. Se trata, en definitiva, de un formato amable
y estimulante en el que se fomenta la discusión y el intercambio de ideas, planteamientos
teóricos, procedimientos de trabajo, experiencias y resultados, muy especialmente cuando,
como en esta ocasión, muchos de los participantes proceden de departamentos o universida-
des distintas a la organizadora del encuentro. Asimismo, supone una ocasión única para el
establecimiento de vínculos y redes entre los jóvenes investigadores que impulsen futuros
proyectos y colaboraciones.
El volumen que aquí se presenta es un testimonio fiel de este espíritu y refleja de for-
ma preclara tanto el formato como la estructura que venimos comentando. Cuenta con una
presentación a cargo de Domingo Plácido Suárez, Catedrático del Departamento de Histo-
ria Antigua de la Universidad Complutense de Madrid, y una introducción de los organiza-
dores del encuentro: F. Echevarría Rey y Mª Yolanda Montes Miralles. Las actas se orga-
nizan en seis secciones temáticas centradas en distintos aspectos de la investigación sobre
el mundo antiguo: fuentes literarias, cultura material, identidad, territorio, política e ideo-
logía, aunque en todos los casos cuentan con la práctica social como denominador común.
La primera sección, Fuentes literarias y relaciones sociales, trata de establecer un
puente entre la información proporcionada por los testimonios escritos y los estudios socia-
les en la Antigüedad. Cuenta con cuatro intervenciones: “Origen y caída de Ilio: relaciones
de género en la mitología griega”, de I. Pérez Miranda (págs. 9-22); “Los sueños como cau-
sas históricas en Heródoto”, de G. Rodríguez Fernández (21-32), con un sugestivo análisis
sobre el carácter divino de la experiencia onírica y sus consecuencias en el devenir históri-
co, como responsable de acontecimientos políticos y sociales; “El recuerdo gentilicio y los
orígenes de la historiografía romana”, de A. Rodríguez Mayorgas (33-44) y “Las fuentes
clásicas del pensamiento de la vanitas”, firmada por L. Vives-Ferrándiz Sánchez (45-56).
La segunda sección, Cultura material e identidad social, presenta un contenido en
apariencia más arqueológico, aunque sin abandonar el terreno filológico. Se adentra en el
complejo problema de la relación entre cultura material e identidad, muy especialmente en
lo que se refiere a la construcción de las identidades sociales. Esta cuestión es tratada funda-
mentalmente en los trabajos de J. Bermejo Tirado, “El registro funerario ibérico: paralelos
en la Grecia de los siglos VI-V a.C. y su lectura social” (59-68), donde se intenta analizar la
estructura de la sociedad ibérica a través de las analogías presentes en sus costumbres fune-
rarias en relación con otras áreas del Mediterráneo, en concreto la Atenas de época arcaica;
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RESEÑAS
y de A.A. Reyes Domínguez, “El objeto de arte como factor de cohesión social en la Roma
altoimperial” (69-74), un estudio de la percepción y el valor social de los objetos de arte en
la Antigüedad desde el prisma de la neuropsicología; pero también en las intervenciones de
P. Guerra García, “Ideología y comunicación prerromana y romana en el valle del Eresma.
A propósito de la localización de un supuesto ‘lar’ en el Puente de Piedra” (75-85), y P.
Ijalba Pérez, “El anfiteatro en Hispania: la socialización de las formas de poder” (87-98).
La siguiente sección, Clases sociales, integración y participación, constituye un re-
corrido transversal por diferentes contextos del mundo antiguo donde se han producido
fenómenos de convivencia e integración entre comunidades de distinto origen, cultura o
extracción social, con ejemplos de Egipto, el mundo colonial fenicio, la Grecia arcaica,
Roma en el siglo IV, e Hispania durante la tardoantiguedad, concluyendo con un análisis de
la apropiación ideológica de la cultura clásica en los procesos de emancipación de América
Latina. En este sentido, los títulos son elocuentes: “La ‘clase media’ de las ciudades egipcias
en torno al reino medio: construcción ideológica y definición de las formas de relación supe-
riores e inferiores”, de F. de las Heras Alonso (101-112); “El papel del templo y la aristocra-
cia en la estructura social de los yacimientos fenicios peninsulares en época arcaica”, de S.
Remedios Reyes (113-121); “La identidad del hoplita griego, entre lo militar y lo social”, de
F. Echevarría Rey (123-134); “¿Existencia de estrategias de definición dentro del Ordo Se-
natorius en el siglo IV d.C.?, de B. Enjuto Sánchez (135-146); “Las nuevas caras del poder:
ideología aristocrática, protofeudalismo y cristianismo en la Hispania tardoantigua” (147-
158); y “La antigüedad grecorromana como referente ideológico y estrategia de definición
de la oligarquía neogranadina durante la Patria Boba”, de R. del Molino García (159-169).
La cuarta sección lleva por título Geografía, territorio y construcción social y parece
estar destinada fundamentalmente a analizar los procesos de apropiación, estructuración
e integración ideológica del espacio durante la Antigüedad. Este es al menos el tema de
los trabajos “El Occidente y Heracles: un binomio paradigmático dentro de la concepción
mítica griega”, de J.J. Vilariño Rodríguez (173-183); y “Toponimia, sociedad y organiza-
ción territorial en el golfo Ártabro (A Coruña) en época romana”, de J.C. Sánchez Pardo
(197-208); a los que hay que unir una interesante aportación de T. Crespo i Mas, donde se
realiza un análisis crítico sobre el concepto de romanización que en los últimos años está
emergiendo en el marco del pensamiento histórico postmoderno: “Postmodernismo e His-
toria Antigua. Acerca de un nuevo paradigma en el estudio de la romanización” (185-196).
El poder como articulador social es el lema de la quinta sección, que gira en torno
a la construcción de las identidades políticas y sociales, principalmente en relación con la
justificación ideológica del poder y el uso de la propaganda. Cuenta con tres intervenciones:
“La construcción de genealogías en la Sicilia antigua: Dioménidas y Emménidas (690-480
a.C.)”, de Mª.C. Cardete del Olmo (211-222), un sugerente trabajo sobre las genealogías
como elemento de cohesión social y justificación política en torno a la figura de un ante-
pasado mítico; “Fidelidad política y promoción social en el Bellum Civile: el caso de His-
pania”, de M.A. Novillo López (223-234), sobre la participación de comunidades, grupos
e individuos de origen hispano en la contienda civil entre César y Pompeyo, así como sus
consecuencias sociales y políticas; y “El emperador visto por los griegos”, de N. Lancha
García (235-242), donde se analiza la instrumentalización ideológica de la imagen del em-
perador romano como medio de integración del oriente helénico en el Imperio.
Cierra el libro una última sección sobre Ritos y marcos formales de definición so-
cial, centrada en las instituciones, ceremonias y prácticas que contribuyeron a difundir los
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