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PAZ Y BIEN

XXXII Domingo durante el año


7–XI–2021
Textos:
1 Rey. 17, 8-16.
Heb. 9, 24-28.
Mc. 12, 38-44.

“Esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros”

La Liturgia de la Palabra de este domingo nos conduce a un solo


tema: la ofrenda a Dios.

Desde la ofrenda realizada por Cristo, de la que nos habla la Carta a


los Hebreos, debemos preguntarnos sobre nuestra ofrenda y disponibilidad
a Dios y a los hermanos.

En este tiempo, en el que es mucho más importante el aparecer que el


ser, Jesús sigue enseñándonos que debemos cuidarnos de no caer en el
deseo de la vanagloria, de aparentar, de buscar el reconocimiento o el
aplauso de otros, como los escribas del Evangelio.

Como reverso de esas actitudes que el Señor condena, aparece “una


viuda de condición humilde”, cuya ofrenda fue medida por Jesús, no por
su peso sino por la benevolencia con la que fue ofrecida (Cfr. San
Ambrosio); porque “la ofrenda no vale por lo que pesa, sino por la
voluntad de los oferentes” (San Jerónimo, Carta a Juliano, 118, 5).

En la actitud de la viuda se manifiestan dos virtudes: la humildad y


la caridad, “estas son tan indivisibles y tan inseparables, que quien se
establece en una de ellas de la otra forzosamente se adueña, porque así
como la humildad es una parte de la caridad, así la caridad es una parte
de la humildad” (San Ambrosio, Ep. a Demetrio, 10).

Hermanos, nunca hay auténtica ofrenda a Dios en un corazón


soberbio. La Madre Teresa de Calcuta nos relata que con motivo de una
mortal sequía en el país hizo un viaje a Etiopía.
“Antes de emprender el viaje –dice la Santa– me vi rodeada por
una gran cantidad de niños pequeños.
Cada uno de ellos me iba dando algo:
Había una gran variedad de regalos.
Llegó un niño de muy corta edad, que por primera vez había
recibido un trozo de chocolate.
Vino a mi encuentro y me dijo:
–No lo quiero comer. Téngalo y lléveselo a sus niños.
Aquel pequeño dio mucho, porque lo dio todo.
Lo que importa no es la cantidad del don, sino la intensidad del
amor” (Ver amar y servir a Cristo en los Pobres).

En este tiempo, la humanidad toda se enfrenta, como nunca, a una


enfermedad que afectó a tantos y que a muchos llevó a la muerte.

La pandemia va pasando, pero enfermos sigue habiendo y ellos,


especialmente los más pobres, siguen desde nuestros hospitales públicos,
interpelando.

Los enfermos nos acercan la posibilidad de donar lo más valioso,


nuestro tiempo, nuestro interés, nuestro amor; ellos piden poco, sólo que
los escuchemos, les tomemos la mano; entonces experimentaremos la
alegría de dar y darnos.

“En un tiempo como el nuestro –nos decía San Juan Pablo II–, en el
que el cuidado del enfermo corre el peligro de pasar a segundo plano
frente a la afirmación de otros valores considerados como prevalentes,
urge más que nunca quien dé testimonio con el ejemplo y con la palabra
de la dignidad superior de la persona especialmente si es débil e
indefensa” (L‘Oss. Rom., nº 15, 12- IV. 1981).

La Iglesia reconoce la imperiosa necesidad de ir hacia los más


distantes; nuestros hospitales son lugares privilegiados para acercarnos a
ellos, alejados y sufrientes, ofrendar y ofrendarnos. Muchas son las
maneras, desde donar artículos para los enfermos y para los niños
prematuros, hasta el servicio que realizan las voluntarias y voluntarios, en
el caso de las voluntarias “María Madre de la Vida”, desde hace 34 años.
San Agustín nos enseña en “Sobre la Ciudad de Dios”, que
“Verdadera ofrenda es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios
en santa sociedad (…) incluso la misma misericordia que nos mueve a
socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse ofrenda o
servicio” (Libro 10,6).

Hermanos, nunca olvidemos que el Señor mira nuestro corazón, no


nuestro patrimonio. No mira cuanto le ofrecemos sino el amor con que se
lo ofrecemos (cfr. San Gregorio Magno). Dios no pesa la cantidad sino el
corazón. “Ningún gesto de bondad está privado de sentido delante de
Dios, ninguna obra de misericordia queda sin fruto” (León Magno, Serm. de
Jejunio doc. mens., 90, 3).

Pidamos al Señor que nuestra fe se haga gesto solidario que


manifieste la ternura de Dios para con nuestros hermanos enfermos.

Amén.

G. in D.

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