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La loca de la casa: la educación pública y la


reforma del gobierno
Boris Salazar
Profesor de la Universidad del Valle

Los gobiernos colombianos han tratado a la educación pública como a la loca


de la casa: hay que mantenerla viva, escondida, vestirla de gala para
ocasiones especiales y, si la oportunidad lo permite, salir de ella lo más pronto
posible. Durante años la educación pública superior ha sido una carga
aguantada con molestia por gobiernos que nunca han visto en ella
rendimientos ni electorales ni económicos. La reforma, que con pompa,
fanfarria y sitio virtual, ha lanzado el gobierno de Juan Manual Santos es un
paso más en el camino que lleva hacia el abandono definitivo de la molesta
loca de la casa.

La estrategia elegida ni es nueva ni es eficiente. Es incluso ilusa en su extrema


confianza en que la codicia privada, desatada por los incentivos correctos,
podría hacer por la educación lo que dos siglos de olvido gubernamental y
social no han logrado. Está hecha de una curiosa mezcla de mediocridad,
arrogancia y obediencia 1. Pareciera suponer unos interlocutores perdidos en la
ignorancia y aislados de este mundo, que serían sorprendidos por una
argumentación basada en pedazos de verdades que sumadas terminan siendo
una gigantesca mentira. Como lo ha dicho con razón el rector de la Universidad
Nacional, Moisés Wasserman, los autores de esta política se parecen mucho a
esos pacientes, que “por lesión en el hemisferio derecho del cerebro pierden la
capacidad para captar lo que se sitúa al lado izquierdo de ellos. La mitad del
horizonte deja de existir. Aunque lo vean, lo ignoran como si estuviera en otra
dimensión del mundo real”.

En un momento en el que los países del tercer mundo están eligiendo sus
propios caminos hacia el conocimiento y el desarrollo, los documentos del
gobierno traen a la memoria épocas neocoloniales más inocentes.
Pretendiendo estar al día, presentan a los Estados Unidos como su modelo,
pero olvidan que es el mejor caso en contra de la educación superior con
ánimo de lucro, y el mejor a favor de una educación de alta calidad sin ánimo
de lucro. Ninguna de las universidades privadas de calidad de los Estados
Unidos serían las instituciones de alto nivel que hoy son, si hubieran seguido
los consejos de los asesores a la penúltima moda del Banco Mundial y sus
imitadores locales.

1
Y hasta de humor: anuncia que podría poner impuestos a los empresarios privados que
inviertan en el sector educativo. Con tantos incentivos, no hay ninguna duda acerca de la
magnitud de la inversión por llegar.
Al buscar ejemplos locales, optan por el modelo educativo del Brasil como el
camino a seguir para nuestros países, pero olvidan que la estrategia de
desarrollo del Brasil integró a 35 millones de personas a empleos formales,
generando ingresos y permitiéndoles participar del mercado y sus ventajas. Y
que las inversiones estatales en las universidades públicas de elite han crecido
muy por encima del crecimiento del PIB. Y olvidan, por último, que la calidad de
la educación con ánimo de lucro en Brasil es tan mala como lo puede ser en
cualquier lugar del mundo.

Por supuesto, dejan por fuera la estrategia educativa de Singapur y los


llamados “tigres asiáticos”. Sería el peor ejemplo del mundo para vender la
estrategia facilista del gobierno. En esos países los estados tomaron en serio la
idea de que sin una educación del más alto nivel sería imposible competir.
Cambiaron no sólo la educación superior, sino todo el sistema educativo, con
unas inversiones estatales altísimas. Los resultados están a la vista: basta
reparar el lugar de Colombia y de Brasil en las pruebas internacionales, y los
de Singapur, Hong Kong y otros países que optaron por jugársela toda
alrededor de la educación.

La estrategia

¿En qué consiste la vieja “nueva” estrategia del gobierno? Consiste en atraer la
inversión privada a la educación superior con el objetivo de elevar la cobertura
a un 50% en 2014, con 650,000 cupos nuevos, disminuir el desempleo juvenil,
bajar en cuatro o cinco puntos porcentuales la tasa de desempleo global, y
promover la innovación con calidad. El primer punto supone una inversión
privada adicional en educación que ningún país del mundo, ni siquiera en la
más desquiciada de las alucinaciones neoconservadoras, o neoliberales, ha
visto jamás. En la versión colombiana podemos sospechar de dónde vendrá
esa inversión, a qué intereses servirá, y qué efectos tendrá sobre el sistema de
educación superior.

Como se trata de multiplicar el número de centros, facultades, centros,


institutos, y universidades de enseñanza, sin investigación, todos los caminos
conducen a esos modelos insuperables de creatividad educativa que han sido,
y son, Carlos Moreno de Caro, con su universidad recién inaugurada en
Bogotá, o César Pérez García 2, y su modelo antioqueño de educación superior
para la política, o más cerca, aquí en Cali, el modelo de la Santiago de Cali,
antes del movimiento estudiantil y profesoral que está, en este preciso instante,
intentando poner orden en casa.

No todos los empresarios educativos corresponden a este tipo, por supuesto,


Hay muchos empresarios reales y potenciales que aspiran a mejorar la oferta
educativa, aportar nuevos programas educativos y realizar algunos excedentes

2
¿Qué es lo que lleva a estos ejemplares de la casta política colombiana a lanzarse a la
aventura educativa? Que ellos, a diferencia de los empresarios y educadores que están
interesados en la educación, no sólo buscan educar a miles de jóvenes y obtener unas
ganancias en el proceso, sino convertir a esos jóvenes, a sus familias, y asociados en parte de
sus empresas electorales.
en el proceso. Pero estos empresarios no cuentan, en su vasta mayoría, con el
capital que les permitiría asumir los altos costos financieros de poner en
marcha un centro de educación superior.

La otra fuente de financiación y de ideas empresariales vendrá, por supuesto,


del exterior. No serán, como sueñan algunos, las mejores universidades del
mundo, pero sí aquellas que han desarrollado ventajas en la educación masiva
y a distancia, sin investigación, como podría ser, por ejemplo, la Universidad de
Phoenix, en Arizona. Las franquicias y alianzas de negocios ya deben estar
listas para hacer uso de las nuevas oportunidades abiertas. Es obvio que las
ventajas de estas universidades no están en ni en la investigación ni en la
innovación, sino en la educación superior masiva y con costos decrecientes. No
abundaré aquí en las inmensas posibilidades que abren las nuevas
instituciones en materia de préstamos, contratos, y fondos estatales pasando a
manos privadas en proyectos de imposible vigilancia y auditoría. Además del
paso de la legitimación de capitales poco santos en el mundo más blanco de la
educación superior.

Ya Jorge Iván González y Edna Bonilla (2011) han alertado sobre el error
conceptual –cometido por este gobierno y por el anterior- de suponer que los
costos de la educación superior son decrecientes. Doblar el número de
estudiantes no permite disminuir el costo por estudiante de la misma forma que
decrece el costo de reproducir un video, un Cd, o una vacuna. Pero el error
conceptual de los asesores económicos de estos gobiernos, va más allá de no
comprender el carácter creciente de los costos educativos.

En realidad, esos asesores están pensando en otro tipo de educación superior.


Tienen en mente una educación basada en la docencia, sin investigación, con
alta carga de enseñanza a distancia, y una limitada fracción de profesores de
tiempo completo que enseñan 6 cursos por semestre. Sólo así puede
explicarse que haya instituciones de educación superior, con ánimo de lucro.
Ganancias y educación superior sólo podrían ir de la mano si renunciaran a
todas las funciones distintas a la docencia y a la administración de las
ganancias.

En Colombia ni siquiera las universidades privadas de calidad más dudosa


habrían podido sobrevivir sin la financiación pública proveniente de
fundaciones, empresas privadas, ciudadanos y del mismo estado. La idea
fundamental de que la educación es un bien público no es un principio
abstracto, producto de las elucubraciones teóricas de economistas liberales. En
general, la educación superior está condenada a ser pública –no importa por
cuál vía o mediante cuál tipo de arreglo económico o administrativo. Sin
embargo, el gobierno nacional ha apostado todas sus cartas y el futuro de la
educación, la igualdad y el desarrollo colombianos a la más inocua de las
alternativas: aumentar cupos mediante la inversión privada en educación de
dudosa calidad.

El ejemplo del Brasil


Lo ha hecho mirando hacia el Sur, hacia el Brasil, cuya estrategia de expansión
de la oferta en educación superior es citada en forma más que abundante en
los documentos del gobierno. Vale la pena, entonces, averiguar hasta dónde el
ejemplo del Brasil es tan bueno como el gobierno, con sus verdades a medias,
intenta hacernos creer.

En efecto, la estrategia de crecimiento por la vía de la inversión privada y de la


ampliación de las oportunidades de acceso ha tenido éxito: entre 1996 y 2007
la matrícula pasó de 1, 868,529 a casi 5, 000,000 en 2007, los cupos pasaron
de 610,355, en 1995, a 2, 429,737, en 2005, y un 92% del total de 2,398 son
instituciones pequeñas dedicadas en forma exclusiva a la enseñanza. (Dias
Sobrinho y De Brito 2008)

Al mismo tiempo, el 34.4% de los alumnos de las universidades públicas


pertenecen al 10% más rico de la población, mientras que este porcentaje
crece a un 50% en las privadas. En el otro extremo, el 12% de los estudiantes
de las públicas viene de los sectores más pobres, y sólo un 5% en las privadas.
(Dias Sobrinho y De Brito, Op. cit.) ¿Qué indican estos datos? Que incluso
suponiendo que la calidad fuera igual en todas las instituciones de educación
superior, de no haber un cambio en el empleo y en la distribución del ingreso,
sólo una muy pequeña proporción de los aspirantes de los sectores más
pobres podría ir a la universidad y terminar sus estudios. Aún más: la población
más rica, y mejor educada y formada, se queda con más de la tercera parte de
los cupos de las universidades públicas, sugiriendo que sólo los que han tenido
buena educación primaria y secundaria pueden acceder a la educación
brindada por las mejores universidades públicas.

Pero la calidad, por supuesto, no es igual a lo largo de toda la oferta del


sistema de educación superior brasilero. Por el contrario, es estratificada en
extremo, con las universidades públicas y privadas de elite concentrando la
mayor parte de los doctores, de los fondos de investigación y de la mejor
docencia, mientras que las facultades, centros de enseñanza y los institutos
privados, y con ánimo de lucro, imparten docencia profesional a los estudiantes
de menores recursos y formación académica más débil. En un mundo
globalizado y competitivo en extremo, la formación profesional, sin
fundamentos científicos y sin acceso a la cultura, conduce a empleos mal
remunerados y sin perspectiva de disminuir la desigualdad.

En últimas, la gran reforma educativa brasilera ni ha cambiado la desigualdad


ni ha mejorado la calidad de la educación en su conjunto. Su efecto más visible
es una profundización de la ya apreciable brecha que separa a los más ricos de
los más pobres. Ha creado nuevas oportunidades de acceso a una educación
que reproduce y amplía la desigualdad y cierra el camino hacia el desarrollo de
las capacidades indispensables para competir y disfrutar en un mundo más
complejo.

Pero esto sólo es una verdad a medias. Desde el primer gobierno de Luiz
Ignacio da Silva, Brasil está apostando a una estrategia distinta de desarrollo.
El estado brasilero está invirtiendo en alternativas educativas, de alto costo,
basadas en dar la mejor educación científica a los más pobres, integrándolos
en procesos investigativos reales del más alto nivel. Con una inversión de 25
millones de dólares, y con la dirección del científico Miguel Nicolelis, ya está en
pleno proceso de desarrollo en la ciudad nordestina de Natal. El plan para el
desarrollo de la Educación (PDE) prevé la creación de 354 institutos para dar a
niños y jóvenes de menores recursos una educación basada en la ciencia. La
versión colombiana de lo que ocurre en Brasil está hecha de muchas verdades
a medias que se convierten en una mentira muy grande.

¿Cuál es la apuesta del gobierno?

Tal como ocurrió en Brasil, la decisión tomada en Colombia tiene que ver, por
supuesto, con apuestas más profundas. Está relacionada con el modelo de
desarrollo elegido por este gobierno y sus vínculos con la estrategia de su
predecesor. El desarrollo especulativo basado en la minería y en los servicios,
y la carga inercial de un costoso gasto militar, asociado a la lucha contra las
FARC y el narcotráfico, ha conducido al país a una senda de desarrollo inferior,
sin espacio ni para la innovación ni para igualdad. Santos habría podido elegir
una ruta distinta. Habría podido apostar a un gran salto educativo, una
inversión de largo plazo en capital humano, restringiendo el presupuesto de
guerra, y liberando a la economía de las deformaciones creadas por un
desarrollo basado en negocios inciertos y de alto costo ambiental –como lo es
la minería. Eligió continuar por la vía inercial, con una novedad en materia
educativa, que no por inocua deja de ser peligrosa en sus efectos.

¿Cuál es el peligro, entonces? La iniciativa educativa del gobierno podría


propiciar una falla sistémica del conjunto de la educación colombiana. No se
trata ni de la destrucción ni del ahogo financiero de la universidad pública –que
no dejará de sobrevivir, entre otras porque el gobierno las requiere para
mostrar que todavía hay educación superior de cierta calidad en el país. La
amenaza es más profunda y afecta no sólo a la educación superior, sino a la
primaria y secundaria. Dada la muy pobre calidad de la educación primaria y
secundaria colombianas –pública y privada—, la expansión de la educación
superior por la vía de la baja calidad y de la inversión privada conducirá a
ampliar y reforzar aún más la brecha que separa a los más pobres de los más
ricos.

Los que vienen de los peores colegios, públicos y privados, terminarán


estudiando, con préstamos del gobierno, en instituciones de dudosa calidad,
porque no podrán aspirar, ni por formación ni por ingresos, a las universidades
privadas y públicas de calidad. Si, como lo plantea la reforma, la mayor parte
de los nuevos cupos pertenecerán al mundo de las nuevas instituciones con
ánimo de lucro, no es difícil entrever el destino de las muchachas y muchachos
que les corresponda entrar a esas instituciones. Educados desde la primaria
para la inferioridad y la exclusión, reafirmarán su lugar en la sociedad con una
educación superior que ni cambiará su perspectiva intelectual ni los acercará a
un ingreso mejor.

La interacción entre una educación básica de pésima calidad y una educación


superior, que crecerá por la vía del menor esfuerzo al costo más bajo,
generarán una retroalimentación positiva hacia situaciones con un mayor
número de cupos, mayores diferencias entre la mejor educación y la peor,
mayor proporción de estudiantes en las peores instituciones, y una
concentración cada vez más fuerte de los mejor formados y más capaces en
unas pocas universidades de elite, públicas y privadas, profundizando aún más
la desigualdad social y económica.

Este círculo vicioso tiene un fundamento fatal en el total olvido con el que este
gobierno, y los anteriores, han tratado el futuro de la educación primaria y
secundaria. Doscientos o trescientos mil cupos nuevos en la educación
superior no resolverán el problema fundamental de un sistema que mata las
posibilidades de nuestros niños desde muy temprano. La magnitud del esfuerzo
por realizar en la educación básica es tan grande que puede resultar
intimidante. El problema, sin embargo, es que este gobierno ni siquiera ha
intentado enfrentar la situación y plantear a sus ciudadanos cuál sería el
esfuerzo a realizar si estuviéramos de acuerdo en dar un salto educativo, a
todos los niveles, transformando el conjunto del sistema educativo.

Hay, por supuesto, alternativas distintas a esta privatización torpe que propone
el gobierno. Todas pasan por la búsqueda de transformaciones globales en el
sistema de educación colombiano. Todas suponen altísimas inversiones de
parte del estado, incluyendo la creación de nuevas universidades públicas, y la
transformación de la enseñanza, de los modelos pedagógicos y de las
exigencias para los profesores de educación básica. Todas, también,
requerirían de un cambio en el modelo de desarrollo, y la adopción de una
estrategia que apostara al salto educativo, y a la inversión en capital humano,
en la perspectiva de una sociedad más igualitaria.

Y requieren, también, de transformaciones profundas en las universidades


públicas. La primera de ellas el paso obligado del silencio a la reflexión y a la
acción sobre su propio destino. No olvidemos que la arrogancia y la
mediocridad de esta reforma están a la altura de la resignación y mediocridad
intelectual que nos ha dominado por varias décadas.

Edición N° 00249 – Semana del 1 al 7 de Abril de 2011

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