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Josef era el mayor de los tres hijos de Karl Mengele y su esposa Walburga (fallecida en 1946), unos
acaudalados industriales de la ciudad de Günzburg (Baviera). Sus hermanos pequeños eran Karl y
Alois. Mengele estudió medicina y antropología en las universidades de Munich, Viena y Bonn. Josef
Mengele creció en Günzburg en medio de un ambiente de clase alta alemana, por lo que adquirió
hábitos de caballero que, sumado a su buena imagen, atraían al sexo opuesto y le abrían muchas puertas
en la sociedad alemana. Su padre, Karl, era industrial y se hizo rico. Josef adoraba a su madre
entrañablemente, a pesar de ser muy severa y estricta; sin embargo, mantenía cierta distancia con su
padre. Una característica física distintiva de Mengele era un notorio espacio interdental entre los
dientes superiores frontales.
En 1933 su padre, quien era nazi acérrimo, ofreció su salón industrial a Hitler para que este pronunciara
un discurso en Günzburg; por estos servicios, Karl Mengele recibió amplias facilidades económicas
para hacer crecer su negocio. En Munich, Josef se doctoró en antropología en 1935 con una tesis
doctoral acerca de las diferencias raciales en la estructura de la mandíbula inferior, bajo la supervisión
del profesor Theodor Mollison. A continuación viajó a Frankfurt, donde trabajó como ayudante de
Otmar von Verschuer en el Instituto de Biología Hereditaria e Higiene Racial de la Universidad de
Frankfurt. En 1938 se doctoró en medicina con una tesis doctoral titulada Estudios de la fisura labial-
mandibular-palatina en ciertas tribus.
Josef Mengele, a partir de las convicciones de Otmar von Verschuer, se convirtió en un antisemita
acérrimo, convencido plenamente de la superioridad de la raza aria y con un absoluto desprecio por el
judío. La vocación médica de Mengele estaba orientada al estudio genético-racial, más que a la
medicina curativa. Josef, quien pertenecía a las juventudes hitlerianas, se incorporó a las SA en el
momento que éstas estaban a punto de desaparecer como grupo armado, y tuvo que renunciar. Intentó
incorporarse a las SS pero no tuvo un éxito inicial; debió intentarlo tres años después. Se casó en 1938
con Irene, una hermosa y educada dama de religión luterana (a pesar de que Mengele era católico) y
tuvo un hijo llamado Rolph.
En 1932, a la edad de 21 años, Mengele se afilió a la Stahlhelm, Bund der Frontsoldaten, asociación
nazi que se incorporó a la Sturmabteilung (SA) en 1933 y que Mengele abandonó poco después
alegando problemas de salud. Se afilió al partido nazi en 1937 y en 1938 entró en la Schutzstaffel (SS).
Entre 1938 y 1939 sirvió durante seis meses en un regimiento de infantería ligera de tropas de montaña.
En 1940 fue destinado a la reserva del cuerpo de médicos, comenzando un período de tres años en el
que serviría en una unidad Waffen SS, la 5ª SS Panzergrenadier Division Wiking. En 1942, en Rostov,
resultó herido en una pierna en el frente ruso y fue declarado no apto para el combate. Gracias a su
comportamiento brillante frente al enemigo en el frente oriental, fue ascendido al rango de capitán. Fue
reasignado entonces como Lagerarzt, médico de un campo de concentración (KZ).
El doctor Mengele en su consultorio en Auschwitz
Descontando un breve período pasado en un hospital de Leipzig, donde cursó su internado, y su gira
con la División Vikinga, Josef Mengele practicó muy poco la medicina en enfermos y heridos antes de
llegar a Auschwitz. Las evidencias indican que allí no aumentó su experiencia clínica. Si Mengele
hubiera estado interesado en el tratamiento de las enfermedades, Auschwitz le habría ofrecido una gran
variedad de oportunidades. Para todo prisionero, la enfermedad implicaba un gran riesgo. Todo el que
contrajera una dolencia grave o sufriera una herida que le dejara inválido se arriesgaba a la inmediata
selección para una terapia de Zyklon B. Mengele fue enviado al campo de concentración de Auschwitz
en sustitución de otro doctor que había caído enfermo. El 24 de mayo de 1943 se convirtió en el oficial
médico del llamado campo gitano, una parte de Auschwitz-Birkenau. Consecuentemente, Mengele se
convirtió en el oficial médico en jefe del principal campo de enfermería de Birkenau. Sin embargo, no
fue el oficial médico en jefe de Auschwitz; por encima en la jerarquía se encontraba el médico de la
fortificación, Eduard Wirt.
Muchos hombres de las SS, en los KZ, utilizaban su posición para explotar sexualmente a las
prisioneras, a pesar de las estrictas órdenes de Himmler sobre las relaciones con judíos. Fania Fenelon,
la cantante que escribió Playing for time sobre sus experiencias con la Qrquesta de Auschwitz, solía
obedecer ocasionalmente la orden de cantar para Mengele en su alojamiento. Poco antes de morir,
Fenelon habló de sus encuentros con el médico; su entrevistador quedó con la clara impresión de que
ella estaba hablando de un antiguo amante. Constantemente circulaban rumores sobre las relaciones de
Mengele con mujeres del campamento. Una de las candidatas preferidas era la guardia Irma Grese, de
veintiún años, que formaba parte de su comitiva. Grese, una rubia de ojos azules, a la que muchos
consideraban hermosa, se había formado como enfermera bajo las órdenes del doctor Kad Gebhardt,
médico personal de Himmler y cirujano ortopedista; abandonó ese trabajo por un empleo en una granja,
pero acabó enrolándose en las SS. Grese causó en sus superiores una impresión lo bastante buena como
para que se la pusiera al frente de treinta mil mujeres. Como Mengele, se enorgullecía mucho de su
aspecto físico y se acicalaba durante horas antes de presentarse con lo mejor de las ropas confiscadas.
En otras ocasiones le encantaba pavonearse por el patio con sus botas altas, su pistola en la cadera y un
látigo en la mano, Al parecer, le gustaba azotar a las mujeres en los pechos, exhibiendo una veta sádica
de origen sexual. Muchos estaban convencidos de que Grese era lesbiana, pero otros la asociaban
íntimamente a Mengele. Capturada por los británicos cuando liberaron el campo, Grese fue condenada
por crímenes de guerra y ahorcada en 1945.
Fue durante su estancia de 21 meses en Auschwitz cuando el doctor Mengele alcanzó la fama,
ganándose el apodo de "El Ángel de la Muerte". Cuando los vagones de tren repletos de prisioneros
llegaban a Auschwitz II (Birkenau), con frecuencia Mengele esperaba en el andén junto a otros
médicos para seleccionar a los más aptos para el trabajo y la experimentación, así como a quienes
serían enviados inmediatamente a las cámaras de gas.
En esta primera etapa, Mengele se paraba en una rampa frente a las filas e indicaba con un gesto de la
mano quién moría y quién vivía: a la izquierda iban las mujeres jóvenes y hombres de evidente buen
estado de salud; a la derecha iban los ancianos, niños, mujeres embarazadas e incapacitados. Los que
quedaban en la fila de la derecha iban directamente a las cámaras de gas. Los supervivientes de este
campo que conocieron a Mengele lo describían como un oficial impecablemente acicalado, muy
apuesto y perfumado, de gestos aristocráticos y poseedor de una extraña mezcla de condescendencia y
una ferocidad morbosa ante el poder de decidir quién vivía o moría. Muy pocas veces, Mengele
demostró humanitarismo respecto de alguno de los condenados, e incluso mató personalmente a
algunos cautivos por desobedecer las reglas. Se llegaron a conocer casos de perversión sexual
practicada con las mujeres de la fila izquierda, azotando los pechos con un látigo o realizando
defenestraciones que invalidaban a las muchachas que, tarde o temprano, terminarían en las cámaras de
gas.
El oficial del megáfono les explicaba que hombres y mujeres se separarían. Aquellos en condiciones de
trabajar formarían una columna. Una segunda columna incluiría a los ancianos, los niños, las mujeres
con hijos pequeños y todo aquel que fuera considerado demasiado débil para trabajar en pro del Tercer
Reich. Esa segunda columna iría inmediatamente a las aldeas donde vivían los internos y organizarían
las labores domésticas. Todo era parte de la complicada ficción que se mantenía en los KZ. Los que no
eran considerados aptos para el trabajo iban directamente a las cámaras de gas, deteniéndose sólo para
desvestirse. Ni siquiera se registraba su llegada a Auschwitz; los funcionarios del campamento
desconocían sus nombres y sus lugares de origen.
Naturalmente, el sistema requería de un médico que juzgara quién estaba en condiciones de trabajar
como esclavo y quién debía ir directamente a la muerte. El doctor Josef Mengele comenzó a
desempeñar ese papel en mayo de 1943, casi inmediatamente después de su llegada. Los testigos
declararon haberlo visto cumplir con esa función por lo menos setenta y cuatro veces. Es muy posible
que haya estado junto a las vías en muchas ocasiones más, pero quienes allí lo vieron murieron.
De cualquier modo, varios supervivientes ofrecen vívidos recuerdos de Mengele como seleccionador
de los recién llegados. El día en que Miklos Nyiszli, patólogo húngaro, vio por primera vez la luz de
Auschwitz, reparó en “un joven oficial de las SS, de impecable uniforme, con una escarapela de oro
adornando su solapa y las botas bien lustradas”. Cuando Nathan Shapell bajó a tropezones del tren, en
1943, vio a “cientos de hombres de la Gestapo y de las SS que les esperaban. Nos recibió un hombre a
quien pronto conocí como el doctor Mengele, el Carnicero. Al acercarse la columna a los oficiales, ésta
se reducía a una fila india para pasar delante de ese monstruo inhumano, que estaba con otras personas
en una pequeña plataforma situada encima de nosotros, levantando la mano con el pulgar extendido y
moviéndola hacia delante y hacia atrás. Nos hacían desfilar como a un rebaño, golpeándonos para que
nos moviéramos cada vez más de prisa. En ese momento no sabía lo que significaba el movimiento de
su dedo, pero pronto fue obvio. Una fila, a la izquierda, era de hombres y mujeres jóvenes. Los de edad
mediana, los enfermos, los ancianos y los niños iban hacia la derecha”.
Durante toda la mañana, Gizelle Hersh formuló la misma pregunta a todas las personas. Una muchacha
de quince años, asignada a la columna de trabajadores, preguntó si podía acompañar a sus padres en la
de la derecha. Mengele, encogiéndose de hombros, la dejó ir hacia una rápida muerte. Mientras su
propia familia se acercaba a la cabeza de la fila de inspección, Hersh trataba de descifrar el significado
de las dos columnas. Había notado que todos los niños, como su hermana Katya, que tenía doce años,
eran enviados a la derecha, “hacia la fábrica, con su gruesa humareda gris, que escupía continuamente
hacia el cielo cubierto. También los ancianos iban en esa dirección. Eso podía significar, por supuesto,
que la gente enviada hacia la derecha no necesitaba trabajar”. Eso parecía tener sentido, pues se
ajustaba a la promesa que Adolf Eichmann había hecho a los contingentes húngaros en el momento de
partir. Pero Hersh estaba intrigada por el destino de las mujeres mayores de treinta y cinco años.
Aunque muchas eran aptas para el trabajo, las enviaban hacia la derecha y la madre de Hersh tenía
treinta y cinco años. Cuando aparecieron sus hermanas, les indicó por señas que no dieran muestras de
conocerla. Agregó un par de años a la edad de cada una, para que hasta la menor figurara como de
quince. Todas las muchachas y su hermano fueron encaminados hacia la izquierda. Entonces se
presentaron sus padres. Gizelle Hersh restó un año a la edad de su madre, presentándola como de
treinta y cuatro, y cinco a su padre, para anunciarlo como de cuarenta y nueve. Su madre le dijo:
“Gizeka, papá y yo estamos juntos”. “La mujer quiere ir con su esposo”, dijo Hersh a Mengele. El dedo
se movió ásperamente. Sus padres, de la mano, caminaron en dirección a la fila destinada a la fábrica.
Ella jamás volvió a verlos.
Mengele no usaba un gorro rígido formal, sino uno blando, con la insignia de la Cabeza de la Muerte.
Llevaba una cruz al cuello y, en el cinturón, un lema: "La muerte con la bendición de Dios”. Un
prisionero recordaba: “Mengele era un Doctor en Filosofía, un Doctor en Medicina, un hombre que
disfrutaba con la música y la poesía, y su mejor arma eran sus modales. Lograba que la gente hiciera
cualquier cosa con su actitud de persona decente. Te desarmaba totalmente. No se podía creer que
estuviera mintiendo, pero mentía sin cesar. Actuaba sobre la base de que, si uno da los buenos días a un
prisionero, está demostrando ser buena persona”. En un ambiente de violencia diaria, aplicada por
soldados y guardias que no veían la utilidad de enmascarar su personalidad, la actitud de Mengele
resultaba comprensiblemente efectiva.
“Cuando uno veía a una persona con una cara fea, con unos ojos redondos y pequeños y de mirada
dura, trataba de escapar a las barracas. Mengele, en comparación, parecía tan apuesto que, cuando lo
veíamos, casi sentíamos el impulso de correr a la puerta para saludarlo”. Una prisionera coincide en
que Mengele calculaba fríamente los efectos de sus modales. “Todo era parte de su diabólico método
para hacemos confiar en él, una y otra vez. No sólo nos mataba, sino que nos torturaba
psicológicamente. Yo era música, al igual que mi esposo. Nuestro hijo dio su primer concierto a los
diez años. Para mí, la música era algo especial, casi sagrado. Mengele nos tenía de pie durante una
selección, mientras la orquesta tocaba un alegre vals vienés. Y cuando la orquesta comenzaba a tocar
piezas de Bach, sabíamos que era el momento en que se encendían los hornos crematorios. Eso te
marca para siempre y no vuelves a soportar escuchar algo que fue para ti tan amado”.
“A Mengele le encantaba presentarse ante nosotros, con su olor a jabón perfumado, tan elegante, tan
apuesto, con aquella camisa de un bello color. Algunas muchachas me decían: ‘Me encantaría pasar la
noche con Mengele’. Era otro modo de volvemos locas. Había que estar loca para oler el crematorio y
considerar atractivo a ese individuo, para sentir ganas de pasar la noche con él. Conocía la actitud de
las mujeres. Nos llamaba ‘sucias prostitutas’. Nosotras olíamos a orina, a heces y a hambre; él
disfrutaba humillándonos, reduciéndonos a ínfimos animales”.
Hasta los otros hombres de las SS temían a Mengele. Marc Berkowitz contaba cómo se comportaba el
doctor Heinz Tilo ante la mera amenaza de Mengele: “Tilo trataba de copiar a Mengele. Creó un
cortejo para sí y trataba de desarrollar proyectos de investigación como Mengele. Le tenía mucha
envidia. Cierta vez, Mengele abandonó el campamento durante varios días y me dio instrucciones de
que nadie tocara nada en su zoológico durante su ausencia. Tilo trató de hacer una selección entre
nosotros y tenía intenciones de incluirme. Uno de los prisioneros dijo que había llegado el momento de
rezar. Yo recobré el uso de la lengua y dije a Tilo que el doctor Mengele me había encargado de cuidar
sus registros mientras él no estuviera. Tilo, al oír su nombre, olvidó la selección. El nombre de
Mengele era un santo y seña para nosotros; una palabra sagrada”.
Hacia octubre de 1943, los ejércitos de Benito Mussolini se habían rendido; incluso el dictador había
huido a la seguridad del norte. Los soldados de las SS y el resto de la policía fascista gobernaban la
ciudad de Roma. En una fiesta sabática de ese mes, una redada de judíos despachó a Auschwitz a unas
mil personas. Hasta el comandante Hoess estaba junto a las vías para saludar al contingente italiano. Se
decía que los romanos eran gente de gran fortuna, que vestían pieles y lucían joyas, y sus mujeres se
ataviaban a la moda. Satisfecha la curiosidad por esos seres exóticos, los nazis se dedicaron a su tarea,
vociferando órdenes a los recién llegados. Cuando resultó obvio que no comprendían las instrucciones,
Mengele preguntó si alguien podía servir de intérprete. Un tal Wachsberger se ofreció como voluntario:
“Me ordenó decir que las ancianas y las mujeres con hijos pequeños serían puestas en camiones para
viajar hasta el campamento, que estaba a diez kilómetros de distancia. Los jóvenes permanecerían atrás
y harían el viaje a pie. Si alguno de ellos se sentía cansado y no deseaba caminar tanto (Wachsberger
recuerda que había unos cuatrocientos cincuenta jóvenes físicamente capaces en ese contingente)
también podían viajar en los camiones. Unos trescientos eligieron viajar en camión. Y murieron por
eso”.
Con los cráneos afeitados, números tatuados en los brazos, bañados con una ducha fría y un rocío
desinfectante que provocaba escozores, Wachsberger y sus compatriotas vieron la muerte rápida y
violenta en su primera jornada en Auschwitz. Un prisionero fue fusilado por no avanzar con suficiente
celeridad; otro que cayó al suelo, agotado, fue golpeado hasta morir en el mismo sitio. Otro, en su
desesperación, se arrojó contra la cerca electrificada. “Los prisioneros judíos más antiguos decían: ‘Sus
familias están en esos sitios donde brota el humo’. Nosotros no queríamos creerlo. Otros prisioneros
dijeron que nuestras familias sólo habían ido a una zona e desinfección, para ser llevados después a los
campamentos familiares. Nosotros deseábamos creer que habían ido a los campamentos familiares”.
Mengele llamó a Wachsberger para charlar varias noches. “Quería saber qué había pasado en Italia tras
la caída del fascismo. Se mostraba ansioso y lleno de curiosidad; le dije cuanto sabía. Cuanto más le
contaba, más detalles pedía él. Bebía mucho vodka y, con frecuencia, estaba bastante ebrio”.
Wachsberger interrogó a Mengele sobre los trescientos jóvenes competentes a los que había instado a
coger el camino de las cámaras de gas. “Quien no es capaz de caminar diez kilómetros tras pasar cinco
días en un tren, no puede hacer el trabajo que necesitamos aquí”, respondió el médico. Wachsberger
llegó a la conclusión de que Mengele actuaba por cuenta propia, al menos en parte, sobrepasando los
límites fijados por Himmler, quien deseaba una abundante mano de obra esclava. Por lo común, la
cuota de supervivientes entre los pasajeros desembarcados iba del veinte al veinticinco por ciento, pero
en algunos casos un ochenta o noventa por ciento iban directamente a la muerte.
Los trenes, con su carga humana, llegaban tres o cuatro veces al día y durante la noche. Teóricamente,
la tarea de la selección tenía que dividirse por igual entre los médicos del campamento. Sin embargo,
Mengele cumplía esas funciones con mucha más frecuencia de la que le correspondía, probablemente
con la bendición de otros médicos, a quienes la tarea no resultaría tan cómoda. “Infatigable”, es la
palabra que utiliza un sobreviviente para describir la devoción de Mengele por esa selección. Insiste en
que Mengele participaba en esas selecciones “siempre, día y noche”. Mengele, por su parte, se ponía
violento cuando se interrumpía el proceso de selección. Alguna vez vio a un anciano que, a pesar de
haber recibido la indicación de ir hacia la fila de la muerte, echó a andar hacia el otro grupo, donde
estaba su hijo, calificado para trabajar. Furioso, Mengele cogió una gruesa cachiporra y la descargó
contra el cráneo del viejo. El culpable, que ni siquiera había tenido conciencia de su débil intento de
evitar la cámara de gas, cayó muerto.
Tras golpear en la cabeza en repetidas ocasiones a una judía que intentaba escaparse, le gritó: "Quieres
escapar, ¿no? No puedes escapar. Vas a arder como las otras. Vas a asarte, sucia judía”. Lo último que
vieron otras prisioneras fue su silueta desnuda, desamparada, caminando rumbo a las cámaras de gas,
con la cabeza convertida en una bola sangrienta por el ataque de Mengele. Poco después vieron al
médico en el hospital, silbando mientras se lavaba las manos ensangrentadas con jabón perfumado. El
ataque de Mengele no demostraba solamente su rápido enojo, sino también su dedicación al papel de
seleccionador. Quien desafiara sus derechos se arriesgaba a su furia. Disfrutaba de ese trabajo por el
poder de otorgar la vida y sentenciar a muerte que le daba.
En octubre de 1943, siendo Yom Kippur, la más sagrada de las festividades judías, Mengele se dirigió
en su motocicleta a un campo de fútbol que, en aquel momento, albergaba a dos mil niños varones. De
pronto, Mengele subió a un estrado y contempló a su congregación. Preguntó a un muchachito de
catorce años qué edad tenía. Aquel niño apenas formado, pero versado en las costumbres del
campamento, contestó que tenía dieciocho. Mengele, enfurecido, gritó: "Ya te voy a enseñar”. Ordenó
a uno de los guardias que buscara martillo, clavos y un trozo de madera. Luego le indicó al soldado que
clavara la madera a cierta altura sobre uno de los postes de la portería. "Pasen por ahí abajo”, ordenó
Mengele a los niños. Ellos comprendieron de inmediato: aquel cuya cabeza no llegara a la marca sería
seleccionado. Algunos niños, frenéticos, se llenaron los zapatos de piedras para agregarse altura. Otros,
asustados, vagaban en derredor, mientras Mengele aullaba sus órdenes. Cerca de un millar no
alcanzaron la norma impuesta por Mengele. Se produjo un salvaje forcejeo cuando los soldados de las
SS, acompañados por perros, reunieron a los petrificados niños. Mengele se reía, gozando de la escena.
Su hilaridad parecía aumentar con los gritos de los niños que clamaban por sus madres. En aquella
masacre de Yom Kippur, mil niños fueron seleccionados y pasados por la cámara de gas. La selección
que Mengele hizo en Yom Kippur no fue caprichosa. Conocía la religión de sus cautivos. Sabía que, en
el Día del Perdón, los judíos recitan una plegaria que habla de un rebaño que pasa bajo la vara del
pastor, el Señor, que decide quién ha de vivir. Yom Kippur proporcionó a Mengele la ocasión de
demostrar a los internos de Auschwitz que él era su Pastor, su Señor, el que controlaba la vara.
Con frecuencia improvisaba durante sus selecciones, buscando modos diferentes de exhibir su poder.
Una ayudante integró un grupo de mujeres obligadas a desfilar desnudas al aire libre ante el médico y
su personal. A continuación, Mengele ordenó a aquellos espantapájaros costrosos que echaran a correr.
Las que no pudieron reunir energías suficientes para partir al trote integraron la Columna de la Muerte.
Mengele sólo quedó parcialmente satisfecho. Contempló pensativamente los granos, las llagas y los
abscesos que cubrían los cuerpos de las supervivientes, provocados por los piojos y la dieta.
Finalmente, las envió a la fila de la vida.
El deliberado oscurantismo del médico realzaba los dramas de la selección. No siempre la columna
derecha significaba la muerte y la izquierda la supervivencia. Muchas de las acciones de Mengele
parecen haber sido guiadas por el capricho, pero se diría que nunca le preocuparon las consecuencias.
Una prisionera recordaba la actitud de Mengele durante las selecciones, el modo en que se erguía, con
los pulgares en el cinturón de la pistolera. “Recuerdo al doctor Koenig y, a su favor, debo decir que
siempre se embriagaba profundamente antes, igual que el doctor Rohde. Mengele no. A él no le hacía
falta. Lo hacía sobrio”. Otras prisioneras decían que era un hombre guapísimo. Resulta extraño, aunque
tal vez comprensible, dadas las circunstancias, que muchos a los que Mengele otorgó la vida ante la
muerte, nunca hayan podido resolver una sensación de ambivalencia con respecto al “Ángel de la
Muerte”.
Mengele se mostró particularmente duro con aquellas internas que quedaban embarazadas de los
guardias. Madre e hija nacida o nonata iban a la cámara de gas. Muchas veces en los vagones en que se
traía a los condenados quedaban cadáveres de madres con sus hijos aún vivos en los vagones, y
Mengele ordenaba lanzar esas criaturas directamente al horno de la lavandería para que sirvieran de
combustible. Más tarde cambió de actitud: permitió a las embarazadas dar a luz, y los bebes nacidos
eran confiscados para ir a dar a una sala de experimentación en otro lugar del campo. En muchos casos,
Mengele ordenó que a la madre parturienta se le vendase el pecho para que no amamantara a su bebé.
Recopilaba datos sobre la muerte por inanición de los infantes.
Mengele explicaba a otros colegas su actitud: "Cuando nace un niño judío no sé qué hacer con él: no
puedo dejar al bebé en libertad, pues no existen los judíos libres; no puedo permitirles que vivan en el
campamento, pues no contamos con las facilidades que permitan su normal desarrollo; no sería
humanitario enviarlo a los hornos sin permitir que la madre estuviera allí para presenciar su muerte. Por
eso, envío juntos a la madre y a la criatura”.
Los gemelos resultaban particularmente interesantes para Mengele. Dicho interés radicaba en las
profundas influencias inculcadas por Otmar von Verschuer y Ferdinand Sauerbruch del Instituto Kaiser
Wilhelm de Genética y Eugenesia, donde se embebió de los conceptos de herencia y raza pura, y el
problema judío era el núcleo de las discusiones. Mengele, siguiendo los pasos de Von Verschuer, había
desarrollado un fuerte interés por los gemelos como una fuente de información acerca de estos
conceptos pseudocientíficos. Por lo tanto, cuando supo que Auschwitz era su destino, no pudo ocultar
su satisfacción, pues el campo de concentración era para él un laboratorio lleno de ratas judías.
A partir de 1943, los gemelos eran seleccionados y ubicados en barracones especiales. Cuando en la
rampa de selección localizaba gemelos, para éstos constituía una esperanza de alargar la vida el
pertenecer a esa condición. Los gemelos eran ubicados en un recinto especial y eran tratados algo
mejor que los demás internos. Prácticamente todos los experimentos de Mengele carecían de valor
científico, pero fueron financiados por el gobierno nazi. Incluyeron, por ejemplo, intentos de cambiar el
color de los ojos mediante la inyección de sustancias químicas en los ojos de niños, amputaciones
diversas y otras cirugías brutales y, al menos en una ocasión, un intento de crear siameses
artificialmente mediante la unión de venas de hermanos gemelos (la operación fue un fracaso y el único
resultado fue que las manos de los niños se infectaron gravemente). Las personas objeto de los
experimentos de Mengele, en caso de sobrevivir al experimento, fueron casi siempre asesinados para su
posterior disección.
El doctor Mengele examinando a unos gemelos recién llegados a Auschwitz
Mengele extraía los ojos a sus víctimas mientras estaban vivas y concientes, y colocaba los globos
oculares en una pared, como un muestrario de las variedades heterocromas que existían. Casi nunca
utilizaba anestesia. Intentó también por la vía química cambiar el color de pelo de los internos mediante
la aplicación de dolorosas inyecciones subcutáneas y en algunos casos realizó castraciones y
experimentos en la médula espinal dejando paralizados a los intervenidos. También trató de cruzar
mujeres con perros para que se embarazaran.
Una prisionera francesa llamada Jeanette llegó al momento del parto en Auschwitz. Había sido un
embarazo difícil, y la enfermera descubrió que Jeanette estaba embarazada de mellizos. Consideró
mejor avisar a Mengele, quien acudió inmediatamente al iniciarse el parto. “¡Gemelos, gemelos!”,
gritó. “¡Por fin van a nacer gemelos aquí!” Como muestra de aparente gratitud hacia la madre, hizo
traer un cesto para los bebés, algunas batitas y colchas de verdad, indudablemente sacadas del botín de
“Canadá”. La misma Jeanette recibió un lujo inusitado: una sábana blanca. Un día después del doble
nacimiento, un par de soldados de las SS entró en el hospital, preguntando: “¿Dónde están los
gemelos?” Recogieron a las criaturas y se marcharon, dejando a la madre enloquecida de miedo. Todas
las noches volvían los bebés, cada vez un poco peor después de haber pasado el día con Mengele. A las
dos semanas murió uno; su hermano le siguió poco después. A continuación, la misma Jeanette fue
seleccionada; moriría poco después.
A los niños gemelos que llegaban al KZ, el mismo Mengele los llevaba a su consultorio. Uno de ellos
recordaría años después: “Mengele se lavó las manos con alcohol y se sentó en una silla. Con un
dispositivo a pilas, comenzó lentamente a inscribirme un número. Era paciente y minucioso. ‘Eres un
niño pequeño. Cuando crezcas, algún día podrás decir que el doctor Josef Mengele te puso
personalmente el número. Serás famoso. No te lo rasques”.
Mostraba un semblante benigno a la familia de los gemelos. Nadie se perturbó cuando propuso someter
a los niños a algunas pruebas. Pensaron que sería algún tipo de estudio sobre su conducta. Los
hermanos se encontraron tendidos en mesas contiguas, en el laboratorio. El chico sintió que se le
hundía una aguja en la espalda. Le ardía todo el cuerpo; luchaba para no perder el sentido. También
oyó a su hermana gimotear. “Lamento tener que hacer esto. El dolor pasará”, dijo Mengele; pero el
dolor nunca pasó. Recibieron un número interminable de sondas e infusiones de sustancias que les
atormentaban el cuerpo. Mengele extrajo de ellos una variedad de fluidos, los puso cabeza abajo
durante horas enteras, los sumergió en un tanque de acero lleno de agua fría. Les dio dulces y después
aplicó unas inyecciones horriblemente dolorosas.
Como regla, la muerte de un mellizo requería el fallecimiento del otro. Mengele no resistía la
oportunidad de semejante fenómeno, afirmando: “¿Dónde, en circunstancias normales, se pueden hallar
hermanos gemelos que mueran en el mismo lugar y en el mismo instante? Los gemelos, como todo el
mundo, se separan por las circunstancias variadas de la vida. Viven a buena distancia y casi nunca
mueren simultáneamente. Uno puede morir a los diez años, el otro a los cincuenta. En tales
condiciones, la disección comparativa es imposible”.
El campamento de los gitanos proporcionaba a Mengele otro de sus artículos favoritos: enanos. Quedó
extasiado al descubrir una familia de diez miembros que incluía a siete enanos. “¡Ahora tengo veinte
años de material para estudiar!", fue su exclamación, citada con frecuencia. Una enfermera estaba
presente cuando Mengele fue a echar una mirada más minuciosa a esos diminutos seres que habían
logrado llevar consigo sus sillas pequeñas y una mesa. Las mujeres se habían empolvado en honor al
visitante. Todas alabaron efusivamente al hombre, a quien consideraban su benefactor. “Qué hermoso
es, qué amable. Suerte la nuestra de tenerlo como protector. Qué bondad la suya, venir a ver si nos hace
falta algo”. Todos se pusieron firmes cuando Mengele entró con su cortejo. Una de las enanas se
adelantó un paso y se arrodilló para abrazarse a sus relucientes botas. “¡Usted es tan bueno, tan
encantador! Dios debería recompensarlo”. Mengele sacudió la bota, arrojándola al suelo, y se dirigió a
la madre de varios enanos, que era de tamaño normal. “Dígame cómo vivía con su pigmeo”, le espetó.
La anciana se ruborizó, pero cuando se le ordenó hablar, sólo mencionó la carrera de su esposo en el
circo. “No me hable de eso; quiero saber cómo dormía con él”. Al serle negados los detalles íntimos,
Mengele abandonó el sitio de mal humor. Pocos días después se llevó a un niño de tres años, hijo de
una enana, a su sala de exámenes. Al caer la noche, el niño estaba muerto. Uno de los enanos,
engañado por los guardias, se deslizó entre los alambres que separaban los distintos sectores. Un
soldado de las SS lo mató de un disparo. El médico no aceptaba una negativa; de un modo u otro,
obtuvo su satisfacción. Los enanos supervivientes sufrieron el dolor y las humillaciones de las pruebas
de Mengele. Los dentistas les arrancaron dientes sanos, los ayudantes les extrajeron sangre
semanalmente. Cuando les hacía transfusiones de sangre, usaba a propósito tipos sanguíneos no
correspondientes. Invadieron los vientres de las mujeres con medicamentos, exponiendo sus cuerpos a
repetidas sesiones de rayos X. Como insulto final y muestra de degradación, se les obligó a hacer su
número desnudos ante un público formado por el personal de las SS.
En cooperación con otros médicos, Mengele intentó también buscar un método eficaz de esterilización
masiva; muchas de las víctimas fueron mujeres a las que se les inyectaba diversas sustancias en los
ovarios, sucumbiendo muchas de ellas o quedándose estériles en otros casos. También se les exponía a
altas dosis de rayos X. En otras ocasiones, realizaba experimentos sumergiendo en agua helada a
internos fuertes para observar sus reacciones ante la hipotermia. También cooperó con su contraparte
de la aviación, el médico Sigmund Rascher de la Luftwaffe para algunos experimentos. Rascher fue el
equivalente de Mengele en el campo de la experimentación con humanos, pero con fines militares.
Ambos sometieron a varias personas a cambios de presión extremos en cámaras despresurizadas; estos
individuos perecían en medio de terribles convulsiones por excesiva presión intracraneana. Muchos se
jalaban el cabello, se sacaban los ojos a sí mismos o se arrancaban trozos de carne de la cara, en un
vano intento de aliviar la presión.
Hubo otros que capitalizaron las nuevas oportunidades para la investigación. El doctor Edmund
Koenig, por ejemplo, se sintió impulsado a satisfacer su curiosidad sobre los efectos de las descargas
eléctricas en los cerebros de jóvenes judíos de Auschwitz. Ernest Michel, prisionero del campamento
en la primavera de 1943, había sido herido mientras trabajaba en el complejo de I.G. Farben. Como era
estudiante de caligrafía, le habían asignado funciones de administrativo. Cierto día, él y un enfermero
se presentaron para una misión especial, guiando a varias jóvenes desde los camiones a las barracas del
hospital. Eran entre seis y ocho prisioneras, confusas, agitadas y temerosas con respecto a su futuro
inmediato. Tan sólo hacía un día que habían llegado de Hungría. Michel habló con una de ellas, una
hermosa adolescente que parecía dominarse a pesar de su aflicción. Michel y su compañero llevaron a
las jóvenes a un cuarto del hospital. Allí estaba el célebre Josef Mengele, junto con Koenig. Una hora
más tarde, Michel volvió en busca de las pacientes: “En la sala donde se llevaban a cabo los ‘servicios
médicos’, una de las mujeres estaba todavía conectada a una máquina eléctrica, posiblemente para la
experimentación con electrochoque. Ya nos habían dado órdenes de tener preparada una camilla para
sacar a las mujeres. Dos de ellas estaban muertas; una de ellas era la muchacha húngara. Dos,
obviamente, habían caído en coma. Las otras respiraban con irregularidad y dificultad. Ninguna estaba
consciente. Noté que las vivas aún tenían los dientes apretados y que les habían puesto en la boca
pedazos de papel”.
Mengele también realizó experimentos con gitanos y judíos que tenían enfermedades hereditarias de
enanismo, síndrome de Down, siameses y otras afecciones e incluso con mellizos, diseccionándolos
vivos y sumergiendo luego sus cadáveres en una tina con un líquido que consumía las carnes, dejando
libres los huesos. Los esqueletos eran enviados a Berlín como un macabro muestrario de la
degeneración física de los judíos. En una ocasión, mientras hervía varios cadáveres en una tinaja para
quitarle la carne a los huesos, varios prisioneros llegaron ante el recipiente, atraídos por el olor de la
carne hervida, y se comieron trozos de los cadáveres para aliviar el hambre.
Otra de sus líneas de investigación fue el virus etno-específico. Mengele llegó a tener una colección
particular de condenados especialmente escogidos para servir en sus ensayos; el trato recibido era aún
peor que el de los condenados a las cámaras de gas. El doctor Horst Schumann, principal figura en el
programa de eutanasia, propuso bombardear a los hombres judíos y de otras razas con altas dosis de
rayos X, lo cual aniquilaría la capacidad de producir esperma vivo. Viktor Brack, administrador en jefe
de la cancillería de Hitler, lo patrocinaba. Brack advirtió a Himmler que una sola instalación de rayos X
podía esterilizar entre ciento cincuenta y trescientas personas al día. Con veinte máquinas semejantes
en un lugar, una línea de montaje podía eliminar la potencia reproductiva de tres mil a cuatro mil
hombres al día. Los artefactos debían estar ocultos para que los rayos X atacaran silenciosamente al
hombre mientras él completaba algunos documentos sentado en un escritorio. En la práctica, las
máquinas provocaban quemaduras horribles. Los médicos internos que cubrían las guardias encargadas
de atender a los especimenes de prueba vieron a víctimas con grotescas decoloraciones en los genitales.
Josef Mengele participó en esas pruebas de rayos X, pero centró sus experimentos en las mujeres,
usando a un grupo de monjas polacas.
Un método alterno para la esterilización era la castración quirúrgica. El interés asignado a la velocidad
hacía que las operaciones para extirpar testículos fueran competencias cronometradas. Los nazis
hallaron a varios médicos prisioneros dispuestos a cooperar. Wladislaw Dehring, el polaco que
trabajaba bajo la dirección de Horst Schumann, blandió el bisturí por cuenta de sus captores. De hecho,
Dehring se enorgullecía de su técnica veloz, demostrando que la castración se podía cumplir en diez
minutos, utilizando anestesia local. También ahorraba tiempo al no esterilizar sus instrumentos ni
lavarse las manos después de cada operación. Al principio, los hombres llevados a la sala de
operaciones no se daban cuenta de lo que les esperaba. Más adelante, al propagarse la noticia, muchos
se arrojaban contra la cerca electrificada antes de someterse a las cirugías.
Un prisionero soviético que se escapó de un grupo designado para la castración, contó a Sim Kessel, un
judío francés, que había sido llevado con otros diez o doce hombres a la “sección de biología
experimental”, dirigida por Josef Mengele. El ruso oyó gritos atormentados de dolor y escapó saltando
por una ventana. Sus compañeros habían sido emasculados sin anestesia. Mengele también hizo irradiar
a algunas mujeres, dejándolas estériles. OIga Lengyel atendió a jóvenes que tenían grotescas
quemaduras en la zona genital. Dehring también ayudaba a los hombres de las SS extirpando los
ovarios dañados para su inspección con el microscopio.
El médico civil Karl Clauberg, profesor de ginecología en Prusia Oriental y autor de varios libros y
tratados científicos, no sólo tenía un laboratorio para la investigación, sino también una fuente de
utilidades. Hizo un trato con la empresa farmacéutica I.G. Farben para probar sus fármacos en los
internos de Auschwitz; a cambio la compañía le pagaba buenas sumas de dinero por cada proyecto.
Clauberg tuvo la idea de que cierta sustancia, llamada caladium sequinum, podía esterilizar a ambos
sexos; por lo tanto, acordó comprar ciento cincuenta mujeres a las SS. Los nazis entregaron a un grupo
de judías traídas de Holanda; pocos minutos después de bajar del tren, rodeadas de guardias armados de
látigos y de perros que mostraban los dientes, empezaron los experimentos. Algunas estaban
embarazadas; algunas eran jóvenes; otras ya habían pasado la edad fértil.
Ante los divertidos soldados de las SS, las candidatas fueron desvestidas a la fuerza; se les afeitó la
cabeza y el vello púbico. “Se les untó el cuerpo con una crema grasienta antiparasitaria”, dijo la doctora
Karel Sperber, médica interna. Los espectadores bromeaban mientras embadurnaban los órganos
genitales con el ungüento. El equipo de Clauberg extirpó ovarios, inseminó artificialmente a algunas
mujeres y luego retiró los órganos reproductivos; hasta trasplantó células cancerígenas en los úteros,
antes de cortarlos un mes después para determinar los resultados. Clauberg y un colaborador, el doctor
Kaufffman, satisfaciendo sus apetitos lascivos, encerraron a un hombre castrado, desnudo, en una
habitación, con una mujer igualmente desvestida. Luego, los científicos espiaron por un vidrio, en aras
de la ciencia y del conocimiento.
Empresas privadas en el Banquillo de los Acusados al terminar la guerra
Mengele se incluyó en el grupo que buscaba un medio simple y químico de esterilización en masa.
Entre aquellas con quienes practicaba estaba Magda Bass: “Fui elegida, con otras mujeres, para recibir
inyecciones en la boca y los labios. Allí estaba Mengele, observándonos. Algunos días después, a la
mayoría se le hinchó la cabeza. Todas ellas desaparecieron. Yo tuve suerte, pues a mí no se me hinchó.
Poco después me llevaron al mismo lugar con más mujeres. En esa oportunidad recibimos inyecciones
bajo el brazo. Mengele, de nuevo, nos observaba. Al noventa por ciento de las inyectadas,
aproximadamente, se les hincharon las piernas y los pies. También ellas desaparecieron. Más adelante,
cuando vine, por fin, a Estados Unidos, quise concebir un hijo, pero no pude. Los médicos de la Clínica
Mayo me han dicho que tal vez haya quedado estéril por lo que me aplicaron”.
Víctima de experimentos
El Sonderkommando Filip Müller estaba encargado de eliminar los restos de la investigación realizada
por Mengele y sus colegas: “Algunos de los cadáveres eran horribles a la vista. Con frecuencia habían
sido desmembrados o sometidos a disección. Muchos eran de hombres y mujeres jóvenes que tenían
quemaduras extrañas y heridas infectadas en los testículos o en las partes inferiores del cuerpo, cuando
no abscesos en el vientre y en los muslos. Otros tenían un tinte azul rosado o caras purpúreas, con la
mandíbula apretada”.
Un oficial de la SS describió así a Mengele: “Estaba obsesionado por la creencia de que había sido
elegido para descubrir la causa de los nacimientos múltiples y de muchas otras enfermedades y
anormalidades, allí, entre aquellas paredes manchadas de sangre, donde permanecía sentado durante
horas enteras, encorvado sobre sus microscopios. Era una imagen que deja muchas puertas abiertas”.
El pasaporte falso de Josef Mengele
En 1944, Mengele deseaba un cambio: aunque estaba orgulloso de sus experimentos, pretendió
ascender en el escalafón de las Waffen SS haciéndose evaluar por un inspector. El informe emitido por
un coronel SS destacaba la personalidad, profesionalidad y celo del deber de Mengele, que lo
ameritaban para un ascenso y un nuevo puesto. Sin embargo, por motivos desconocidos nunca se le
reasignó desde Auschwitz-Birkenau.
Mengele hizo en una ocasión cargar un vagón de tren con unos cajones que los internos notaron
"demasiado pesados para su volumen". Los cajones iban dirigidos a Günzburg y algunos internos
dedujeron correctamente que los cajones contenían lingotes de oro, provenientes de las extracciones
dentales de las víctimas del campo. Éste fue uno de los primeros indicios de que Mengele había
presentido el fin de la Alemania Nazi.
Veintitrés días atrás, Mengele se había parado en la rampa de selección y había enviado su última
redada a las cámaras. Para él la orden no causó extrañeza, pues suponía que Alemania perdía la guerra.
Mengele abandonó de forma encubierta el campo el 17 de enero de 1945; diez días después, los rusos
llegaron a liberar a los pocos que quedaban.
Durante los juicios de Nuremberg nunca se mencionó a Josef Mengele como genocida. Se han trazado
muchas conjeturas sobre la huida de Mengele, en una incluso se le atribuye la ayuda de una muchacha
judía, quien estaba enamorada de él desde Auschwitz, para su escape. Escapa gracias a la Operación
Paperclip. Tras esconderse algún tiempo en Günzburg y luego en Baviera, Mengele partió hacia
América del Sur, concretamente hacia Paraguay en 1949, donde muchos otros oficiales nazis huidos y
ayudados por la organización ilegal ODESSA habían llegado y encontrado refugio. Irene no siguió los
pasos de su marido y terminaron separándose.
Josef Mengele se divorció por correspondencia de su esposa Irene; la carta la llevaba su padre, Karl,
quien lo visitó en Argentina. Como su nombre no estaba mencionado en la prensa y al parecer la
cacería de nazis a él no lo alcanzaría, se juzgó libre de sospecha y audazmente volvió a tomar su
nombre original, se inscribió como tal en la guía telefónica de Buenos Aires e incluso viajó a Suiza a
visitar a su hijo Rolph en 1956, sin que nadie siquiera sospechara de él y su pasado.
En 1958 se casó en Argentina con Martha, la mujer de su hermano Karl, que había fallecido en 1949.
Ella y su hijo se mudaron a Argentina para reunirse con Mengele, aunque ambos regresaron a Europa
años después. Su familia en Alemania le respaldaba económicamente y prosperó en los cincuenta,
primero montando una tienda de juguetes y después como socio de una empresa farmacéutica, la Fadro
Farm.
El acta de divorcio entre Irene y Josef Mengele fue encontrada por el cazador de nazis, el judío Simon
Wiesenthal, y dio luces a la dirigencia judía de que Mengele estaba vivo y además en Argentina. Se
enviaron los datos para ser corroborados por colaboradores en Argentina y se pidió la extradición por
parte del gobierno de Bonn, la cual fue rechazada por el gobierno argentino, aduciendo que Mengele no
vivía en dicha dirección. Mengele fue advertido de esta situación y se escapó de Buenos Aires.
Una de las personas que advirtieron a Mengele era Hans-Ulrich Rudel, el célebre piloto, quien era
cliente de la compañía de Mengele. A Rudel sus buenas relaciones con el gobierno de Paraguay le
habían permitido tener amistad con el dictador Stroessner, presidente de esa nación, y así se permitió
aceptar a Mengele en ese país.
La captura y secuestro ilegal de Adolf Eichmann, juzgado y ejecutado en Israel pese a ser ya un
anciano, alimentó los miedos de Mengele y sus continuos movimientos. También la desacreditación
pública de Kurt Waldheim, quien llegó a ser Secretario General de la Organización de Naciones
Unidas.
El Mossad persiguió a Mengele durante algún tiempo, pero los esfuerzos de Israel se dirigieron hacia la
normalización de las relaciones con Paraguay y a la lucha contra enemigos más cercanos.
Increíblemente, ni el Mossad ni Wiesenthal lograron ubicarlo a pesar de que su hijo Rolf pudo visitarlo
un par de veces e intercambiar correspondencia.
En 1959 vivió en Paraguay en forma muy modesta como inquilino de una familia alemana. Los costos
de manutención eran pagados por la empresa Mengele en Alemania hasta 1960; sin embargo, debido a
ciertos conflictos de faldas, de carácter y principalmente a la persecución que se ejercía sobre el ex nazi
Klaus Barbie (conocido como “El Carnicero de Lyon”), los miedos alimentaron la paranoia
persecutoria de Mengele.
Se trasladó a Brasil para vivir bajo el alero de otra familia de origen alemán, también subvencionada
por la compañía Mengele, esta vez bajo el nombre de Pedro Gerhard. Luego se independizó y trasladó
a una favela, viviendo en una modestísima cabaña. Cuando alguna persona muy cercana le interrogaba
sobre su infausto pasado, solía decir que él se limitaba a seleccionar sólo a personas aptas para el
trabajo y que no mató a nadie.
En 1979, su estado de salud estaba en franco deterioro y la familia alemana que lo asistía lo invitó a
refrescarse en una playa de pendiente muy suave, Bertioga, y Mengele accedió. Cuando algunos
miembros se introdujeron en la playa, Mengele les siguió hasta alcanzar una distancia de cien metros y
escasa profundidad. Por motivos poco claros, Mengele se ahogó, a pesar de que uno de sus amigos
llegó pronto a darle auxilio. Se especuló que había sido un calambre, un ataque cardíaco, mareo, hasta
una probable muerte provocada. La versión oficial es que se golpeó con un madero mientras nadaba.
Pero Mengele no sabía nadar.
Fue enterrado en un cementerio en Embu con un nombre falso, Wolfang Gerdhard, con la asistencia de
su hijo Rolf. Ningún miembro más de su familia asistió. En 1985 se le realizó en Yad Vashem un juicio
público en ausencia. Ese mismo año, sus restos fueron exhumados e identificados en medio de una
mediática presión de Israel, Estados Unidos, Simon Wiesenthal y otros grupos antinazis. La
identificación de los restos resultó satisfactoria para quienes lo buscaban. El defecto dental que poseía
Mengele en los dientes superiores frontales fue comprobado, además de coincidir en edad y estatura.
En 1992, los análisis de ADN confirmaron finalmente su identidad.
El tema “Operación Mengele” del disco No intente hacer esto en su casa del grupo Soziedad
Alkohólika hace referencia indirecta a él. Mengele también es mencionado en la canción “Errores
Médicos I” del grupo Def Con Dos, así como en la canción del grupo madrileño Los Nikis llamada
“Los niños del Brasil” y en “Mengele y el amor”, de Klaus & Kinsky.
VIDEOGRAFÍA:
BIBLIOGRAFÍA:
FILMOGRAFÍA:
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56 comentarios:
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En la misma línea, pero en los campos de concentración de Stalin, está "Archipiélago Gulag", escrito
por Alexander Solzhenitsyn, que también resulta revelador en cuanto a las circunstancias de campos de
concentración. Es un poco lioso y difícil de seguir, y a veces incluso repetitivo, pero bastante revelador
sobre lo bestia que puede ser la gente.
Por otro lado, también está el libro "Las Benévolas", de Jonathan Little, premio Goncourt de hace un
par de años, que cuenta la historia novelada de un agente de las SS intentando dar su punto de vista.
Este es un buen ladrillo de libro, más de mil páginas de letra minúscula, un tanto escandaloso pero que
hace pensar y enseña el monstruo que toda nación puede llevar dentro.
Saludos
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Anonymousjueves, 26 de febrero de 2009 a las 09:07:00 GMT-6
Q GRAN PERSONA!!!!
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Bárbara.
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Leonardo
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Aitorlunes, 17 de agosto de 2009 a las 18:04:00 GMT-5
Me considero una persona con una curiosidad un tanto oscura, imagino que como todos los que leemos
este blog, pero lo de Mengele me ha impactado.
No sólo es lo que hizo si no a quién: pobres niños y esclavos indefensos. Haciendo uso de su
superioridad.
Claramente era un psicópata ya que por muy científico que quiera ser uno, para hacer las salvajadas que
hizo este nazi hijo de puta hay que estar desprovisto de toda condición humana, empezando por la
empatía.
Algunos pobres prisioneros creían que Mengele era educado y gentíl con ellos, pero si se comportaba
señorialmente era sin duda alguna
de una forma egocéntrica, para disfrutar de sus propias formas y elegancia, para jactarse de si mismo y
para nadie más.
No es que sienta mucha simpatía hacia los judios (tampoco soy anti-semita!!) pero me habría gustado
que lo hubieran pillado, juzgado y haberle sido sometido a todos y cada uno de los experimentos que él
realizó a los demás.
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Aleja
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Hoy en día muchos torturan y experimentan con animales (según ellos inferiores) sin piedad, tal como
lo hacía Menguele con humanos.
Deberían experimentar con humanos, siempre que ellos quieran servir como "conejillo de indias". Yo
digo NO a la experimentación con animales. Prefiero que experimenten con humanos (siempre que
estén de acuerdo) o con asesinos (sin piedad).
Menguele fue un cabr*n, mató a tantos niños y gente inocente... solo por pensar en ello me pone los
pelos de punta.
Has hecho un gran trabajo con este blog, te doy mi enhorabuena. Voy a seguir leyéndote.
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He conocido mucho+ acerca de este NEFASTO personaje a traves de este blog que lo descubri ayer,
gracias x compartir conocimiento! saludos
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Elba
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Némesis Reisingmiércoles, 10 de septiembre de 2014 a las 10:51:00 GMT-5
Excelente artículo, bastante completo :D la historia de la alemania nazi siempre va a ser facinante . y el
libro Crónicas del Holocausto me fué regalado para mis 15 años, por mucho uno de mis mas preciados
tesoros <3
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Las atrocidades de la Alemania Nazi son algo que como especie el ser humano no debe olvidar jamás,
por muy cruel que sea escuchar, ver, leer o investigar acerca del tema, para evitar en grado sumo repetir
una época por demás cruenta ..... Saludos !!!
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