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Si nuestro conocimiento es o no ciencia es algo que puede saberse por los resultados
obtenidos. Si a la razón le ocurre que:
entonces es seguro que la razón está muy lejos de haber encontrado el camino de la ciencia.
Aún no se ha dicho pero esos fracasos son los que se advierten en la metafísica que, para Kant,
por tanto, no es, en absoluto, ciencia.
Sin embargo, es un “mérito” de la razón averiguar cuál es el camino de la ciencia aun a costa de
abandonar antiguos objetivos. En las tres últimas líneas de este párrafo Kant alude a la tarea de
la crítica , que es marcar el camino de la ciencia (limitar las posibilidades de la razón), aunque
para ello señale como inútiles antiguos objetivos de la razón. Esto es, es necesario hallar el
verdadero camino de la ciencia aunque ello haga imposible la metafísica.
Que la lógica ha tomado este camino seguro desde los tiempos más antiguos
es algo que puede inferirse del hecho de que no ha necesitado dar ningún
paso atrás desde Aristóteles, salvo que se quieran considerar como
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correcciones la supresión de ciertas sutilezas innecesarias o la clarificación
de lo expuesto, aspectos que afectan a la elegancia, más que a la certeza de
la ciencia. Lo curioso de la lógica es que tampoco haya sido capaz, hasta
hoy, de avanzar un sólo paso. Según todas las apariencias se halla, pues,
definitivamente concluida. En efecto, si algunos autores modernos han
pensado ampliarla a base de introducir en ella capítulos, bien sea
psicológicos, sobre las distintas facultades de conocimiento (imaginación,
agudeza), bien sea metafísicos, sobre el origen del conocimiento o de los
distintos tipos de certeza, de acuerdo con la diversidad de objetos (idealismo,
escepticismo, etc.) , bien sea antropológicos, sobre los prejuicios (sus causas
y los remedios en contra), ello procede de la ignorancia de tales autores
acerca del carácter peculiar de esa ciencia. Permitir que las ciencias se
invadan mutuamente no es ampliarlas, sino desfigurarlas. Ahora bien, los
límites de la lógica están señalados con plena exactitud por ser una ciencia
que no hace más que exponer detalladamente y demostrar con rigor las
reglas normales de todo pensamiento, sea éste a priori o empírico, sea cual
sea su comienzo o su objeto, sean los que sean los obstáculos, fortuitos o
naturales, que encuentre en nuestro psiquismo.
La lógica alcanzó el status de ciencia desde los tiempos más antiguos. Esto puede “inferirse”,
siguiendo uno de los criterios citados más arriba para saber si algo es o no ciencia, del hecho de
que nunca ha dado un paso atrás.
Los límites de la Lógica están marcados por el estudio de las reglas normales de todo
pensamiento independientemente de las debilidades de nuestro psiquismo y de si su objeto es
empírico o a priori. Como se sabe, el silogismo aristotélico se puede aplicar sobre premisas que
traten sobre entes inexistentes.
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Pero es precisamente gracias a esta limitación por lo que la lógica ha tenido semejante éxito
pues en ella el entendimiento sólo debe ocuparse de sí mismo lo cual es tarea fácil si la
comparamos con aquellos casos en que la razón ya tiene que tratar con objetos como es el caso
de las Matemáticas, la Física o la metafísica. Estos saberes tardarán más en constituirse en
ciencias y, en el caso de la metafísica, jamás ha llegado a serlo.
La Lógica, por tanto, es una mera propedéutica, el vestíbulo de las ciencias pues toda ciencia
tiene que cumplir las reglas de la lógica pero no podemos encontrar el conocimiento científico de
los objetos en la Lógica pues este conocimiento está más allá de sus límites.
3º Si hay razón en las ciencias ha de haber en ellas algo a priori. Dos formas de
relacionarse la razón con su objeto: conocimiento teórico – conocimiento
práctico. Es necesario separar esa parte pura, a priori, de la que procede de
otras fuentes.
Nuestro conocimiento, nuestra ciencia, en la medida en que es producto de la razón debe poseer
una parte a priori, es decir, previa a la experiencia. Esta parte a priori se relaciona con su objeto
de dos formas:
Debemos conocer cuál es la parte pura, a priori, de ambos conocimientos, y cuál es la parte que
procede de otras fuentes como la sensibilidad. Kant argumenta que debemos dejar muy clara
cuál es la parte a priori en nuestro conocimiento pues en el caso de que no lo hiciéramos y nos
extralimitáramos en el uso de dicho conocimiento a priori estaríamos haciendo un “negocio
ruinoso”, gastando más de lo que se ingresa. Kant se refiere aquí, evidentemente, al caso de la
metafísica, que, ha intentado obtener conocimiento mediante el solo uso de conceptos lo cual es
imposible porque, como sabemos, el conocimiento necesita de los datos de la sensibilidad para
ser verdadero conocimiento.
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La matemática y la física son los dos conocimientos teóricos de la razón que deben determinar
sus objetos a priori. La primera de forma enteramente pura; la segunda, de forma al menos
parcialmente pura, estando entonces sujeta tal determinación a otras fuentes de conocimiento
distintas de la razón.
4º Matemáticas y Física.
Las Matemáticas y la Física son dos conocimientos de tipo teórico, es decir, dos formas de
conocimiento en que el objeto es determinado a priori por la razón. La Matemática determina su
objeto de forma totalmente pura porque se ocupa de las formas a priori de la sensibilidad,
espacio y tiempo, es decir, no necesita recurrir a la sensibilidad para conocer su objeto. Sin
embargo, la Física determina su objeto sólo parcialmente puesto que las categorías del
entendimiento necesitan de los datos de la sensibilidad para transformarse en conocimiento.
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Las Matemáticas tardaron más tiempo en convertirse en ciencia que la Lógica, pero una vez que
hallaron su camino ya no hubo vuelta atrás. Del descubrimiento de las matemáticas, a pesar de
ser más importante que el del cabo de Buena Esperanza, no se recuerda ni quién lo hizo ni
cómo. Sin embargo, Diógenes Laercio nos transmite una leyenda que muestra que fue un
hecho inolvidable. El descubrimiento de las matemáticas se produjo cuando Tales se dio cuenta
de que para probar las propiedades del triángulo rectángulo no necesitaba recurrir a ningún
objeto de la experiencia sino que simplemente tenía que extraer los teoremas de la figura que él
mismo había pensado y construido mediante conceptos. La Geometría consiste en el estudio a
priori de la forma pura de la sensibilidad que es el espacio; no necesita de la experiencia para
afirmarse.
Al igual que Hume, Kant considera que las matemáticas son a priori pero no se puede olvidar
que para Hume las matemáticas tienen carácter analítico mientras que para Kant son sintéticas.
Cuando Galileo hizo bajar por el plano inclinado unas bolas de un peso
elegido por él mismo, o cuando Torricelli hizo que el aire sostuviera un peso
que él, de antemano, había supuesto equivalente al de un determinado
volumen de agua, o cuando, más tarde, Stahl transformó metales en cal y
ésta de nuevo en metal, a base de quitarles algo y devolvérselo, entonces los
investigadores de la naturaleza comprendieron súbitamente algo.
Entendieron que la razón sólo reconoce lo que ella misma produce según su
bosquejo, que la razón tiene que anticiparse con los principios de sus juicios
de acuerdo con leyes constantes y que tiene que obligar a la naturaleza a
responder sus preguntas, pero sin dejarse conducir con andaderas, por así
decirlo. De lo contrario, las observaciones fortuitas y realizadas sin un plan
previo no van ligadas a ninguna ley necesaria, ley que, de todos modos, la
razón busca y necesita. La razón debe abordar la naturaleza llevando en una
mano los principios según los cuales sólo pueden considerarse como leyes
los fenómenos concordantes, y en la otra, el experimento que ella haya
proyectado a la luz de tales principios. Aunque debe hacerlo para ser
instruida por la naturaleza, no lo hará en calidad de discípulo que escucha
todo lo que el maestro quiere, sino como juez designado que obliga a los
testigos a responder a las preguntas que él les formula. De modo que incluso
la física sólo debe tan provechosa revolución de su método a una idea, la de
buscar (no fingir) en la naturaleza lo que la misma razón pone en ella, lo que
debe aprender de ella, de lo cual no sabría nada por sí sola. Únicamente de
esta forma ha alcanzado la ciencia natural el camino seguro de la ciencia,
después de tantos años de no haber sido más que un mero andar a tientas.
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La Ciencia Natural tardó bastante más que las Matemáticas en encontrar la vía grande de la
ciencia. Recordemos que la Revolución científica se sitúa más o menos alrededor del s. XVI.
Un filósofo que ayudó a que se produjera tal revolución fue Bacon de Verulam. Este filósofo,
nacido en Londres, defendió que el progreso de la humanidad sólo sería posible a través de la
ciencia y de la técnica. La ciencia nos permite conocer la naturaleza para dominarla luego
mediante la técnica. Frente a la filosofía escolástica, enredada en términos metafísicos
abstractos como sustancia, cualidad, etc. Bacon defiende un Novum Organum (Nuevo método),
un método de descubrimiento de verdades científicas, basado en la inducción . Esta
revalorización de la experiencia es fundamental para el nacimiento de la ciencia moderna.
En cualquier caso, la revolución científica tiene su padre en Galileo. Fue él quien consiguió
aunar las matemáticas y el experimento en el estudio de la naturaleza, fundando el método
hipotético deductivo. Kant cita, en este caso, su experimento de los planos inclinados mediante
el que Galileo halló la fórmula para calcular el espacio recorrido por un móvil en un movimiento
uniformemente acelerado, que, a su vez, estaba relacionado con la caída de los cuerpos. Así,
llegó a la conclusión de que e=1/2 at2.
Torricelli, discípulo de Galileo, descubrió en 1643 la presión del aire. Torricelli llenó un tubo
cerrado por un extremo con mercurio e invirtió el tubo con su extremo abierto inmerso en un
recipiente de mercurio. Descubrió que el nivel de mercurio bajaba hasta hallarse a 73,6 cm.
sobre el nivel del recipiente, permaneciendo constante dicha altura tanto si el tubo estaba en
posición vertical como si se hallaba inclinado a un lado.
Stahl (1660-1734) fue uno de los pioneros de la Química. Se enfrentó al problema de explicar
cómo es posible la combustión. Propuso un nombre aún mas nuevo para el principio de la
inflamabilidad, llamándole flogisto (oxígeno), de una palabra griega que significa “hacer arder”.
Desarrolló después un esquema – basado en el flogisto – que pudiera explicar la combustión.
Stahl mantenía que los objetos combustibles eran ricos en flogisto, y los procesos de combustión
suponían la pérdida del mismo en el aire. Lo que quedaba tras la combustión no tenía flogisto, y,
por tanto, no podía seguir ardiendo. Así, la madera tenía flogisto, pero las cenizas no. Además,
Stahl sostenía que el enmohecimiento de los metales era análogo a la combustión de la madera,
y afirmó que los metales contenían flogisto, pero no así cuando estaban enmohecidos (o
calcinados). La idea era importante, porque permitió proponer una explicación razonable sobre la
conversión de las menas minerales en metal, el primer gran descubrimiento del hombre
civilizado. La explicación consistía en esto: una mena mineral, pobre en flogisto, se calienta con
carbón vegetal, muy rico en flogisto. El flogisto pasa desde el carbón al mineral, es decir, el
carbón vegetal rico en flogisto se transforma en cenizas pobres en flogisto, mientras que con el
mineral ocurre precisamente lo contrario. En 1756, el químico escocés Joseph Black, firme
defensor de la teoría del flogisto, calentó el mineral piedra caliza (carbonato cálcico). Este
carbonato se descompuso liberando un gas y dejando cal (óxido de calcio). El gas liberado pudo
recombinarse con el óxido de calcio para formar nuevo carbonato cálcico.
La parte pura, a priori, de la ciencia natural es la que justifica que las leyes físicas puedan ser
necesarias y universales en lugar de meras contingencias o leyes probables. De este modo,
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Kant rechaza la argumentación de Hume en contra de la necesidad y universalidad de las
leyes de Newton. Además, Kant rechaza la inducción como método científico pues considera
que las observaciones realizadas al azar no pueden dar lugar a ninguna ley científica: se
necesita que la razón imponga un patrón a los hechos. En cierto sentido, Kant presta apoyo
filosófico al método que revolucionó la ciencia: el método hipotético-deductivo.
Este uso incorrecto de las categorías es la causa del fracaso de la metafísica, que, de ningún
modo, ha encontrado el camino seguro de la ciencia. Y esto es obvio si aplicamos los criterios
señalados en el primer párrafo del texto. La metafísica:
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camino seguro de la ciencia? ¿Es acaso imposible? ¿Por qué, pues, la
naturaleza ha castigado nuestra razón con el afán incansable de perseguir
este camino como una de sus cuestiones más importantes? Más todavía
¡qué pocos motivos tenemos para confiar en la razón si, ante uno de los
campos más importantes de nuestro anhelo de saber, no sólo nos abandona,
sino que nos entretiene con pretextos vanos y, al final, nos engaña! Quizá
simplemente hemos errado dicho camino hasta hoy. Si es así ¿qué indicios
nos harán esperar que, en una renovada búsqueda, seremos más
afortunados que otros que nos precedieron?
Kant ha constatado que la metafísica, en su forma dogmática, esto es, en la medida en que
aplica las categorías más allá de los límites de la experiencia posible, no se ha desarrollado
como ciencia. ¿Será acaso imposible la metafísica? Ante la posibilidad de que la metafísica sea
imposible Kant responde con otra pregunta que recurre a las causas finales aristotélicas y dice:
si la metafísica es imposible por qué nos ha castigado la naturaleza con nuestro anhelo de
saber metafísico. Además se pregunta Kant, ¿cómo vamos a confiar en la razón si nos engaña
sistemáticamente en el asunto metafísico? Es decir, utiliza un argumento, basado en causas
finales, del tipo: si la naturaleza nos ha dotado de ojos será para que podamos ver, si la
naturaleza le ha dado a las jirafas ese cuello tan largo será para algo.
Para salvar a la Razón que la Naturaleza nos ha dado de la sospecha de que es un monstruo
inútil, Kant lanza la hipótesis de que quizás nos hemos equivocado de método. Y si esto es así,
se pregunta, qué garantías tenemos de poder hallar el camino correcto .
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alrededor del espectador, probó si no obtendría mejores resultados haciendo
girar al espectador y dejando las estrellas en reposo. En la metafísica se
puede hacer el mismo ensayo, en lo que atañe a la intuición de los objetos.
Si la intuición tuviera que regirse por la naturaleza de los objetos, no veo
cómo podría conocerse algo a priori sobre esa naturaleza. Si, en cambio, es
el objeto (en cuanto objeto de los sentidos) el que se rige por la naturaleza de
nuestra facultad de intuición, puedo representarme fácilmente tal posibilidad.
Ahora bien, como no puedo pararme en estas intuiciones, si se las quiere
convertir en conocimientos, sino que debo referirlas a algo como objeto suyo
y determinar éste mediante las mismas, puedo suponer una de estas dos
cosas: o bien los conceptos por medio de los cuales efectúo esta
determinación se rigen también por el objeto, y entonces me encuentro, una
vez más, con el mismo embarazo sobre la manera de saber de él algo a
priori; o bien supongo que los objetos o, lo que es lo mismo, la experiencia,
única fuente de su conocimiento (en cuanto objetos dados), se rige por tales
conceptos. En este segundo caso veo enseguida una explicación más fácil,
dado que la misma experiencia constituye un tipo de conocimiento que
requiere entendimiento y éste posee unas reglas que yo debo suponer en mí
ya antes de que los objetos me sean dados, es decir, reglas a priori. Estas
reglas se expresan en conceptos a priori a los que, por tanto, se conforman
necesariamente todos los objetos de la experiencia y con los que deben
concordar. Por lo que se refiere a los objetos que son meramente pensados
por la razón y, además, como necesarios, pero que no pueden ser dados (al
menos tal como la razón los piensa) en la experiencia, digamos que las
tentativas para pensarlos (pues, desde luego, tiene que ser posible
pensarlos) proporcionarán una magnífica piedra de toque de lo que
consideramos el nuevo método del pensamiento, a saber, que sólo
conocemos a priori de las cosas lo que nosotros mismos ponemos en ellas.
Sin embargo, Kant espera poder imprimir un giro copernicano a la metafísica para poder salir
del atolladero en que ha colocado al conocimiento el empirismo escéptico de Hume. Copérnico,
al no poder explicar el movimiento de los astros mediante una Tierra inmóvil, probó a hacer girar
la Tierra en torno al Sol y tuvo éxito. Del mismo modo, Kant considera que el “centro” del
conocimiento no pueden ser los objetos sino la razón. Si observamos a fondo la metáfora,
podremos observar que la Tierra, al ser un planeta, sólo refleja la luz que le llega del Sol,
mientras que éste es el que ilumina y da forma. Análogamente, Kant considera que es la razón la
que ilumina los objetos con sus estructuras a priori y son éstas las que posibilitan las leyes
universales y necesarias de la Física de Newton.
El giro copernicano que Kant da a la metafísica aleja al conocimiento del realismo ingenuo de
Aristóteles para quien la mente era un espejo de la realidad y la verdad consistía en la
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adecuación del pensamiento a lo dado. A partir de Kant resulta obvio que el sujeto participa
activamente en el proceso de conocimiento, que del sujeto parten las condiciones de posibilidad
de la experiencia como si fuesen rayos de luz.
Por lo tanto, si para conocer algo a priori sobre la naturaleza de los objetos (dados a los
sentidos) debo guiarme exclusivamente por ellos no conoceré nada a priori (necesario y
universal) de la naturaleza de tales objetos. Pero si consideramos que los objetos se rigen por
nuestra facultad de intuición (la experiencia sensible) sí que puede ser posible conocer algo a
priori sobre la naturaleza de los objetos. Ya sabemos que tal naturaleza a priori está determinada
por las intuiciones puras o formas a priori del espacio y el tiempo.
Sin embargo, no podemos detenernos en las intuiciones, en la mera experiencia sensible, pues
ésta no proporciona conocimiento , hemos de agrupar tales intuiciones en conceptos que las
determinen y las refieran a algo que es su objeto. En este caso también es necesario practicar el
giro copernicano pues si supongo que los conceptos mediante los que se agrupan las intuiciones
provienen de la experiencia nunca podré saber de la naturaleza de los objetos nada a priori
(necesario y universal, como las leyes de Newton) que es de lo que se trata. Por lo tanto,
tendremos que considerar que la experiencia sensible es regida por los conceptos del
entendimiento, o, como Kant los denomina, categorías.
Por último, Kant se refiere a los objetos que son meramente pensados por la razón. Son aquellos
de los que no hay posibilidad de intuición empírica o experiencia sensible pero cuyo concepto no
implica una contradicción. Ejemplos de este tipo de objetos meramente pensados son Dios o la
libertad. Pues, según Kant, estos objetos meramente pensados serán una magnífica piedra de
toque de lo expresado en el nuevo método de pensamiento: que sólo conocemos a priori de las
cosas lo que nosotros mismos hemos puesto en ellas. Es decir, observaremos que al intentar
pensar (y es necesario poder pensarla) la libertad, para no caer en contradicción, tendremos que
admitir que nuestro conocimiento teórico está limitado al fenómeno, pues las categorías son
vacías si no se llenan con lo dado, con los datos de la sensibilidad. De este modo, la libertad cae
del lado de la cosa en sí y no se contradice con la categoría causa-efecto. Lo a priori de la cosa
en sí habrá que extraerlo no del conocimiento teórico sino del conocimiento práctico.
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Primer artículo definitivo para la Paz Perpetua
La constitución civil de cada Estado debe ser republicana.
El primer artículo definitivo para la paz perpetua establece, como condición para la paz, el
establecimiento de una constitución republicana en cada Estado. Esta ha de ser establecida
de acuerdo a los principios de libertad, igualdad y ciudadanía. A medida que expliquemos
estos términos podremos observar que la solución política propuesta por Kant se parece
bastante a nuestras democracias modernas: soberanía popular, mediada por la
representación y la división de poderes.
La constitución republicana deriva del “contrato originario“. Este, como ya vimos anteriormente,
no fue un hecho histórico sino que es una hipótesis que nos explica el paso del estado de
naturaleza, sin leyes, al estado civil, con leyes y autoridad para hacerlas cumplir. Este contrato
originario supone en Kant la sumisión absoluta a la voluntad del gobernante y, al mismo tiempo,
convierte a cada individuo en colegislador pues no pueden dictarse leyes a las que los
ciudadanos no den su consentimiento.
La libertad es para Kant y Rousseau un derecho natural que corresponde a todo individuo. El
concepto de libertad que Kant utiliza es tanto el de libertad política negativa o colibertad
(“facultad de hacer lo que se quiera con tal de no perjudicar a nadie”) como el de libertad
política positiva, por la cual cada individuo se convierte en colegislador, es decir, en coautor
de las leyes del Estado. En este punto, Kant se aparta de Hobbes y se acerca a la idea de
autolegislación presente en el concepto de “voluntad general” de Rousseau.
El principio de igualdad establece que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Este
principio es una crítica evidente a un aspecto de la realidad política de la época: los privilegios
de la nobleza hereditaria. Sin embargo, según Kant, el principio de igualdad tiene una
excepción: el soberano. Kant, como Hobbes, entiende que, debido a la maldad intrínseca del
ser humano, el estado civil sólo es posible si existe una autoridad absoluta por encima de las
leyes encargada de hacerlas cumplir. Ante las decisiones del monarca no cabe el derecho de
resistencia. Pero, aunque el soberano esté por encima de la ley, está obligado, al contrario que
en Hobbes, a proteger los derechos de libertad e igualdad de los ciudadanos. Por ejemplo,
Kant defiende con vehemencia el derecho a la libertad de expresión como freno para la
arbitrariedad del poder.
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(3) El derecho de ciudadanía.
Si es preciso el consentimiento de los ciudadanos (como no puede ser de otro modo en esta
constitución) para decidir si debe haber guerra o no, nada es más natural que se piensen mucho
el comenzar un juego tan maligno, puesto que ellos tendrían que decidir para sí mismos todos
los sufrimientos de la guerra (como combatir, costear los gastos de la guerra con su propio
patrimonio, reconstruir penosamente la devastación que deja tras sí la guerra y, por último y para
colmo de males, hacerse cargo de las deudas que se transfieren a la paz misma y que no
desaparecerán nunca (por nuevas y próximas guerras): por el contrario, en una constitución en la
que el súbdito no es ciudadano, en una constitución que no es, por tanto, republicana, la guerra
es la cosa más sencilla del mundo, porque el jefe del Estado no es un miembro del Estado sino
su propietario, la guerra no le hace perder lo más mínimo de sus banquetes, cacerías, palacios
de recreo, fiestas cortesanas, etc., y puede, por tanto, decidir la guerra, como una especie de
juego, por causas insignificantes y encomendar indiferentemente la justificación de la misma, por
mor de la seriedad, al siempre dispuesto cuerpo diplomático.
Kant se pregunta por qué la constitución republicana es la forma de gobierno más apropiada
para alcanzar la paz. Su respuesta es que en la constitución republicana es necesario el
consentimiento de los ciudadanos para decidir si se va a la guerra o no. Dado que son los
ciudadanos los que van a sufrir las peores calamidades de la guerra lo normal es que decidan no
provocarla. Sin embargo, cuando un estado es propiedad de un monarca a éste no le cuesta
nada mandar a sus súbditos a la guerra puesto que apenas arriesga nada. Con esta
argumentación Kant espera prevenir las guerras dinásticas tan frecuentes en la Europa del s.
XVIII pero no es consciente de que, tal y como sucederá en los siglos XIX y XX, a veces son los
mismos pueblos los que, ofuscados por el fanatismo nacionalista, provocan la guerra.
Para que no se confunda la constitución republicana con la democrática (como suele ocurrir) es
preciso hacer notar lo siguiente. Las formas de un Estado (civitas) pueden clasificarse por la
diferencia en las personas que poseen el supremo poder del Estado o por el modo de gobernar
al pueblo, sea quien fuere el gobernante.
Con la primera vía se denomina realmente la forma de la soberanía (forma imperii) y sólo hay
tres formas posibles, a saber, la soberanía la posee uno solo o algunos relacionados entre sí o
todos los que forman la sociedad civil conjuntamente (autocracia, aristocracia y democracia,
poder del príncipe, de la nobleza, del pueblo). La segunda vía es la forma de gobierno (forma
regiminis) y se refiere al modo como el Estado hace uso de la plenitud de su poder, modo
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basado en la constitución (en el acto de la voluntad general por el que una masa se convierte en
un pueblo): en este sentido la constitución es o republicana o despótica.
Podría llegar a confundirse la constitución republicana con la democrática por lo que Kant
cree conveniente llamar la atención sobre las diferencias existen entre ambas. Kant explica
estas diferencias estableciendo dos clasificaciones sobre las formas de Estado:
1. Por un lado, pueden dividirse los estados según el número de personas que detenta el
poder. Según este criterio cuantitativo pueden distinguirse tres “formas de
soberanía“: autocracia (sólo el príncipe es soberano), aristocracia (son soberanos
unos pocos) y democracia (la soberanía la poseen todos)
2. Por otro lado, puede tenerse en cuenta no cuántos gobiernan sino cómo gobiernan.
Siguiendo este criterio cualitativo pueden distinguirse dos “formas de gobierno”: la
constitución republicana (aquella mediada por la representación y la división de
poderes) y la constitución despótica (cuando no hay representación ni división de
poderes).
Kant considera que el criterio fundamental para distinguir las formas de Estado no es el primero
sino el segundo de modo que lo importante no es cuántos gobiernan sino cómo se gobierna. De
este modo Kant realiza una crítica explícita a la democracia directa y asamblearia tal y como la
entiende Rousseau donde no se dan ni representación ni separación de poderes. Kant
considera que una democracia de ese tipo no es más que un despotismo que no respeta la
voluntad del pueblo.
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Toda forma de gobierno que no sea representativa es en propiedad una no-forma, porque el
legislador no puede ser al mismo tiempo ejecutor de su voluntad en una y la misma persona
(como lo universal de la premisa mayor en un silogismo no puede ser, al mismo tiempo, la
subsunción de lo particular en la premisa menor); y si bien las otras dos constituciones son
siempre defectuosas al dar cabida a semejante modo de gobierno, es posible, al menos, en ellas
que adopten un modo de gobierno de acuerdo con el espíritu de un sistema representativo,
como, por ejemplo, Federico II al decir que él era simplemente el primer servidor del Estado,
mientras que la constitución democrática, por el contrario, lo hace imposible porque todos
quieren ser soberano (Herr).
Kant defiende que una forma de gobierno que no sea representativa no es una forma de
gobierno. Es decir, no puede suceder que sea la misma persona quien haga las leyes y las
ejecute. Del mismo modo que no puede confundirse en un silogismo la premisa mayor (el poder
legislativo, las leyes en un sentido general o universal) con la premisa menor (el poder ejecutivo,
la aplicación concreta de las leyes). Kant cree que el pueblo es soberano, al igual que
Rousseau, pero, al contrario que este, entiende que no puede acumular los poderes legislativo y
ejecutivo sino que ha de estar representado. Rousseau, por el contrario, afirmaba que “un pueblo
que es representado sólo es libre en el momento en que elige a sus representantes”.
De entre las formas de soberanía Kant cree que es más fácil que la monarquía se convierta al
republicanismo que la democracia. Este aspecto paradójico de su filosofía política se debe a
que el monarca tiene en su mano legislar como si fuese “el primer servidor del Estado” (Federico
II) mientras que en democracia todos quieren ser soberanos y se termina por oprimir a las
minorías.
Se puede decir, por consiguiente, que cuanto más reducido es el número de personas del poder
estatal (el número de Herrscher) y cuanto mayor es la representación de los mismos tanto más
abierta está la constitución a la posibilidad del republicanismo y puede esperarse que se llegue,
finalmente, a él a través de sucesivas reformas. Por esta razón, llegar a esta única constitución
totalmente jurídica resulta más difícil en la aristocracia que en la monarquía e imposible en la
democracia, a no ser mediante una revolución violenta. Pero el pueblo tiene más interés, sin
comparación, en el modo de gobierno que en la forma de Estado (aun cuando la mayor o menor
adecuación de ésta a aquel fin tiene mucha importancia). Al modo de gobierno que es conforme
a la idea del derecho pertenece el sistema representativo, único en el que es posible un modo de
gobierno republicano y sin el cual el gobierno es despótico y violento (sea cual fuera la
Constitución).
Ninguna de las antiguas, así llamadas, repúblicas ha conocido este sistema y hubieron de
disolverse efectivamente en el despotismo, que bajo el supremo poder de uno solo es, empero,
el más soportable de todos los despotismos.
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No sólo no se opone república a monarquía sino que, según la opinión de Kant, cuanto más
reducido es el número de personas que detenta el poder, mayor es la representatividad de las
mismas y más abierta está la constitución al republicanismo, de modo que resultará más fácil
llegar a la constitución republicana en una monarquía que en una aristocracia y más fácil aun
en ésta que en una democracia. Esto ocurre porque en una monarquía, por ejemplo, al estar
concentrados los poderes, se pueden emprender eficazmente las reformas necesarias para
evolucionar hacia el republicanismo.
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