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I PARTE

ANTECEDENTES GEOGRÁFICOS,
POLÍTICOS Y SOCIALES
Panamá en el contexto colonial.
La transformación de un territorio articulado
en una ruta de paso 1

Marta Herrera

A partir de una consideración sumaria sobre la situación del territorio que hoy
conocemos como la República de Panamá, a finales del siglo XV, en aspectos
como su vinculación con otros espacios americanos, su dinámica demográfica y
el impacto de la población sobre su entorno, se examinarán los cambios que se
introdujeron como consecuencia de la invasión europea del siglo XVI. Se apre-
ciará que la vegetación descrita como de hermosas y fértiles praderas cede su
lugar a las desapacibles descripciones sobre tupidas selvas que ofrecen serias di-
ficultades para la supervivencia humana. Este fenómeno está estrechamente re-
lacionado con la radical caída de la población nativa, cuya magnitud fue tal que
importantes y numerosos grupos, como los Cueva, desaparecieron.
La destrucción de la población, que llevó aparejada la recuperación de la
vegetación selvática, contrasta con la situación que se vivía antes de la invasión.
Como elemento de aparente continuidad se aprecia el papel que durante buena
parte del período colonial jugó el Istmo en términos de sus estrechas relaciones
ya no sólo con otros espacios americanos, sino también con Europa, mediante el
comercio. Tales relaciones, sin embargo, se insertaron dentro de estructuras co-
loniales que llevaron a que la relación no se apoyara en una rica dinámica inter-
na, como sucedía antes de la invasión, sino en prácticas que al tiempo que movi-

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Agradezco la colaboración de Beatriz Ángel en la recopilación de buena parte de
la bibliografía que sirvió de base para la preparación de este texto.

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MARTA HERRERA

lizaban fabulosas fortunas, mantenían a los habitantes del Istmo en adversas con-
diciones de vida. Mirada desde esta perspectiva, la historia colonial del Istmo -al
igual que la de muchos otros países sometidos al régimen colonial- ofrece ele-
mentos de reflexión en los deletéreos efectos del colonialismo sobre las socieda-
des en las que se incrusta.

INTRODUCCIÓN
A finales del siglo XV, y desde mucho antes, el territorio de lo que hoy conocemos
como la República de Panamá fue epicentro de múltiples redes de comercio (Bray,
1990: 3-51; Torres de Araúz, 1970: 3-15). Bray muestra que el golfo de Urabá era
el espacio geográfico que unía al Istmo con el Caribe y las cordilleras colombia-
nas. De una parte estaba la conexión por el río Tuira y el río Atrato hacia Antioquia,
el valle del río Cauca y la zona Quimbaya. La vinculación con esta última se apre-
cia en la orfebrería, que desde antes del año 1000 de nuestra era muestra la in-
fluencia que ejerció sobre los estilos del Istmo. Estaba también la vinculación con
el Sinú y de allí a la Depresión Momposina y el valle del río Cesar hacia la cuenca
de Maracaibo. Desde la Depresión Momposina, por vía del río Magdalena, se
establecieron relaciones con el territorio muisca, que dejaron su huella de esme-
raldas en una tumba en el sitio de Conté, en un período relativamente temprano,
el Coclé tardío, en los primeros siglos del segundo milenio después de Cristo
(Bray, 1990:3-4). Hacia el norte las vinculaciones del Istmo llegaban hasta Yucatán
y México (Bray, 1990:4-6). Se cuenta con evidencia etnohistórica de asentamientos
mexicanos en el Istmo, como el de los Chuchures de lengua náhualt, en Nombre
de Dios (Torres de Araúz, 1970: 7; Romoli, 1997: 37-38). Estos asentamientos, al
igual que el de los Siguas en las Bocas de Toro, parecen ser avanzadas expansionistas
del imperio mexicano, que se servía de pochtecas, comerciantes espías, que prece-
dían las incursiones militares (Torres de Araúz, 1970: 12).
De otra parte, cuando Cortés le pidió a los jefes de Tabasco y Xilacango, en
el área maya, guías para dirigirse a la región sur, le dieron mercaderes que le mos-
traron un lienzo de algodón pintado, en el que se mostraba el camino, que incluía
el área de Panamá, donde se representaban los ríos, las poblaciones y las ventas
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u u c U L ü i z . a u a i i u i a n u u l u á n a o LÍO i t i m o v Í U I I L O U C j u a u í - , j. y / va. n ; .
En lo que tiene que ver con la costa del Pacífico, se ha encontrado eviden-
cia de tecnologías náuticas tempranas en la costa ecuatoriana, que para el caso de
las balsas de vela datan de por lo menos 2.500 años a. C. (Norton, 1986: 131-143;
Lothrop: 1932: 229-256). Adicionalmente, se ha establecido la existencia de un
activo comercio, que incluía, como uno de los artículos de gran importancia,
conchas que fueron altamente valoradas en el campo simbólico y ritual y que
eran importantes desde el punto de vista alimenticio, en una extensa área que
incluye al Perú y Mesoamérica, tanto en la región costera como en el interior
(Norton, 1986: 134; Salomón, 1980: 149). Estas conchas, las Spondylus Princeps,
conocidas también como las 'ostras espinosas', se crían únicamente en las aguas

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PANAMÁ EN EL CONTEXTO COLONIAL. LA TRANSFORMACIÓN DE UN
TERRITORIO ARTICULADO EN UNA RUTA DE PASO

adyacentes a la costa desde el golfo de Panamá hasta el golfo de Guayaquil y la


expansión de su comercio se empieza a apreciar ya desde el año 1000 a. C. (Norton,
1986: 131). La importancia de la producción y el comercio de estas conchas se ha
estudiado fundamentalmente para la costa ecuatoriana y su arribo a Mesoamérica
sugiere algún tipo de vinculación del actual territorio panameño con su comer-
cio, tema que está por estudiar, ya que hay evidencia de comercio de conchas en el
área Cueva, aunque no se precisa que se trate de las ostras espinosas (Torres Araúz,
1970: 11). En todo caso, los Cueva tenían noticia de los indígenas de Ecuador y
Perú. El cacique Tumaco, asentado al norte del golfo de San Miguel, por ejemplo,
dio informes a Balboa sobre los camélidos que allí había (Bartolomé de las Casas,
1951:600).
Adicionalmente, según se desprende de la Relación de Andagoya, a la lle-
gada de los españoles tenían lugar unas activas relaciones comerciales entre los
pueblos de la costa Pacífica. Hacia el sur los intercambios se extendían desde
Panamá hasta el Cuzco, por lo menos, y llevaban aparejado el conocimiento de
poblaciones muy lejanas entre sí, gracias a los viajes y contactos que practicaban
los mercaderes. Sobre el particular, Andagoya señaló que en 1522 viajó de la pro-
vincia de Chochama, en Panamá, a la del Birú2 y allí: "supe y uve relación ansí de
los Señores como de mercaderes e ynterpetes quellos tenyan de toda la costa de
todo lo que después se ha visto hasta el Cuzco particularmente de cada provincia
la manera y gente della porque estos alcanzavan por bia de mercadurya mucha
tierra" (Tovar, 1993: 139).
Las narraciones relativas al comercio en el área se acompañan en algunos
casos de descripciones de las embarcaciones utilizadas para el transporte por vía
marítima, del tipo de mercaduría que se intercambiaba y de algunas prácticas
asociadas con esta actividad. Fernández de Oviedo señaló que entre los indígenas
Cueva se usaban diversas canoas, entre ellas algunas mayores que llevaban 50,60
o más hombres "con sus árboles e velas de algodón, e son muy diestros en ellas"
(Fernández de Oviedo, 1535: 342) y resalta su interés por "tractar e trocar cuanto
tienen unos con otros" como su principal 'ejercicio' cuando no había guerras
entre ellos (Fernández de Oviedo, 1535: 325). Según López de Gomara, entre los
indígenas del Darién y la costa del golfo de Urabá y Nombre de Dios, "algunos
tratan yendo y viniendo a ferias" (López de Gomara, 1985: 114), lo que podría

2
Según Kathleen Romoli de Avery (1987), Birú estaba en territorio panameño, un
poco al sur de Chochama. Una ubicación similar se aprecia en el mapa de Hessel
Gerritsz de 1633 en el que el Birú aparece al suroriente del Golfo de San Miguel
(véase el mapa en Agustín Blanco Barros, 1992: 26). Hermes Tovar (1992-1996), T.
I, mapas "Viajes de Andagoya 1522 y 1540" y "Viaje de Pizarro por el Pacífico de la
actual Colombia 1525-1529", ubica la provincia del Birú más al sur, en territorio
colombiano, entre el río Baudó y el océano Pacífico.

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• MARTA HERRERA

estar indicando la presencia de mercaderes especializados. Estas vinculaciones


comerciales, en todo caso, no significaron que el papel económico y social del
área se restringiera al tránsito de mercancías: "el Istmo tiene su propia individua-
lidad cultural y no debe considerarse únicamente como una válvula de conexión
entre las civilizaciones de Mesoamérica y Suramérica. En todo momento, la adap-
tación local y la adaptabilidad fueron el estímulo más importante para el
desarrollo"(Bray, 1953: 6).
De otra parte, a las investigaciones arqueológicas y las descripciones docu-
mentales que permiten apreciar que el territorio panameño estaba integrado en
las redes de un activo comercio, que conectaba extensas áreas y poblaciones que
hablaban diferentes idiomas, se unen las descripciones que informan sobre la
abundante población con que contaba el Istmo antes de la invasión europea, y de
un paisaje que contrasta abruptamente con el que prevalecerá a lo largo del pe-
ríodo colonial e incluso en épocas posteriores. Como lo puso en evidencia Kathleen
Romoli hace ya varias décadas:

Actualmente, el valle de Bayano, con excepción de las partes que se han ido abriendo
entre el río Maje y Chepo, es una región semidesierta, cubierta en casi toda su
superficie, por una selva alta y tupida que parece haber existido desde que el mun-
do es mundo. Un libro reciente habla de árboles "milenarios" de esta floresta y,
hasta estudios muy autorizados de la demografía precolombina, dan por supuesto
que la cuenca del Bayano era desde siempre zona silvestre e inútil al hombre. En
los buenos tiempos de Cueva, empero era "tierra muy hermosa de riberos y cam-
pos": una apacible campiña, que daba sustento de sobra a una población que pa-
rece haber llegado a la cuarta parte de todo Cueva (Romoli, 1987: 29).

Estas observaciones, confirmadas en algunas partes por los resultados de


las investigaciones arqueológicas 3 , llevan a cuestionar, cada vez con mayor insis-
tencia, la idea sobre la existencia de 'selvas vírgenes' en el territorio panameño y,
en general, en los territorios americanos. En el Istmo hay evidencia de ocupación
humana constante desde por lo menos 9.000 años a. C. y de agricultura del maíz
desde unos 5.000 años a. C. (Piperno, Clary, Cooke, Ranere y Weiland, 1985: 871;
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el cambio medioambiental introducido por el hombre se inició hace por lo me-


nos 11.000 años, de los cuales sólo unos 500, la veintidosava parte, han tenido
lugar luego de la invasión europea del siglo XVI. Es difícil pensar que en ese lapso
el entorno haya quedado intocado por el hombre, incluso si su presencia demo-

3
Véanse, por ejemplo, Richard Cooke y Anthony J. Ranere (1992: 114-133), sobre
los resultados de las excavaciones arqueológicas adelantadas en Santa María, en la
vertiente pacífica del área central de Panamá. Véase también Cari Ortwin Sauer
(1966:285-288).

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PANAMÁ EN EL CONTEXTO COLONIAL. LA TRANSFORMACIÓN DE UN
TERRITORIO ARTICULADO EN UNA RUTA DE PASO

gráfica no era muy alta. Esto último no parece ser el caso, al menos, en los siglos
que precedieron a la invasión.
Al momento de la Conquista parte del territorio panameño era habitado
por los indígenas llamados Cueva por los europeos (Romoli, 1987: 22). Ocupa-
ban aproximadamente de mar a mar desde Quebore al occidente hasta el golfo de
Urabá o Darién, sobre el mar Caribe, al oriente. Allí el límite seguía por el río
Tuira a la costa del Pacífico entre Punta Garachiné y Puerto Pinas 4 , aunque no
resulta claro si incluía también al cacicazgo del Darién (Romoli, 1987: 24). De
este territorio, como del resto del continente americano, se desconocen cifras
relativamente confiables de la población existente al momento de la Conquista,
aunque se repiten las observaciones tempranas en el sentido de que era muy po-
blado. Romoli estima que la población Cueva ascendía de 220.000 a 240.000 al-
mas, aunque testimonios tempranos hablan de más de dos millones de indígenas
(Romoli, 1987: 28; Fernández de Oviedo, 1535: 236 y 311; Castillero, 1995: 50).
Pero incluso si se acogen las cifras de Romoli, es de anotar que a principios del
siglo XIX, en 1803, la población de Panamá -cuyo territorio es mucho mayor que
el de los Cueva- estaba lejos de alcanzar esta cifra: tenía 97.000 habitantes 5 (Suárez,
1980: 75). Es decir que durante el período colonial la población panameña como
conjunto no alcanzó a llegar ni a la mitad de la que tuvo el territorio Cueva al
momento de la invasión. Esta última prácticamente había desaparecido antes de
mediados del siglo XVI (Romoli, 1987: 40).

LA INVASIÓN Y EL MAR DEL SUR


Con el arribo a las costas panameñas de Bastidas en 1501 y de Colón en 1502, se
inició en ese territorio lo que la historiografía usualmente ha denominado "des-
cubrimiento" (Harris, 1984: 170-182; Romoli, 1988: 29). Este concepto llama la
atención sobre la perspectiva que se ha asumido para estudiar el fenómeno de la
invasión de América en el siglo XVI, en la medida en que implícitamente lo mira
desde la óptica europea. El territorio americano estaba ocupado y era amplia-
mente conocido por la población que lo habitaba, por lo que sólo se trataba de
un descubrimiento para la gente que venía de fuera. El concepto, por tanto, no es
gratuito e invita a cuestionar y a reflexionar sobre el manejo conceptual y, en
tanto que conceptual, teórico que le está dando la historiografía al proceso que se
inició en 1492 con el arribo de Colón a tierras americanas. En lo que tiene que ver
con la llegada a tierras panameñas, el almirante dejó el reflejo de su poder des-

4
Véase el mapa construido por Kathleen Romoli (1987: 33).
5
En 1789 Silvestre proporcionó las siguientes cifras sobre la población total: Pana-
má 35.924 personas, Portobelo 1.663, Darién 1.266, Veraguas y Alange 21.061, para
un total de 59.914 personas (Francisco Silvestre, "Apuntes reservados", Germán
Colmenares (1989: T. II, 35-112)).

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| MARÍA HERRERA

tructivo entre grupos asentados al oriente de Portobelo, en la Guija oriental y


Retrete, que "eran apuestos, pacíficos, confiados y pobres" y que fueron objeto de
una "salvaje matanza ordenada por Colón" 6 (Romoli, 1987: 38). Intercambios,
despojos, destrucción y la obsesión por el oro constituyen el "lugar común" de
estas jornadas y las que les suceden. Lombardi mostró cómo los vientos y co-
rrientes marinas favorecieron el acceso a las costas panameñas sobre el Atlántico,
al viajar, como fue común por esos años, en dirección oriente-occidente (Lombardi
y Lynnstaner, 1983:33). En 1510 se estableció Santa María la Antigua del Darién,
considerada la primera colonia de españoles en Tierra Firme, y en 1513 la hueste
de Balboa llegó al Pacífico7 .En 1514 salió de Sevilla, rumbo a la gobernación de
Tierra Firme o Castilla del Oro, Pedrarias Dávila con 19 naos y 1.500 hombres
(De Andagoya, s.f.: 103) 8 . Poco después de su llegada se desencadenó el conflicto,
que culminó con el degollamiento de Balboa en 1519:

Vasco Núñez de Balboa; hombre rico, con quien Pedro Arias de Ávila casó en
aquel tiempo una su hija doncella con el mismo Balboa; y después que la hubo
desposado, según pareció, y sobre sospechas que tuvo que el yerno se le quería
alzar con copia de soldados por la mar del Sur, por sentencia le mandó degollar. Y
después que vimos lo que dicho tengo y otras revueltas entre capitanes y solda-
dos,.. . acordamos..., de demandarle licencia para nos ir a la isla de Cuba, y él nos
la dio de buena voluntad, porque no tenía necesidad de tantos soldados como los
que trajo de Castilla, para hacer la guerra (Díaz del Castillo, 1992: 7).

La gobernación de Castilla del Oro, cada vez más despoblada, dejó de verse
como un lugar provechoso. Pedrarias se trasladó a las costas del Mar del Sur y
fundó a Panamá (Gasteazoro, Arauz y Muñoz, 1980: 2-145). Simultáneamente
ordenó que se restableciera Nombre de Dios, fundado por Nicuesa en 1509, so-
bre el Atlántico (Castillero, 1959: 31). Las huestes continuaron su avance al occi-
dente, hacia Nicaragua, y al oriente y al sur hacia el Darién y las costas del Pacífi-
co. En Panamá los indígenas sobrevivientes se repartieron en encomiendas, en el
contexto de una economía que giró alrededor de la extracción de oro y la pesca
de perlas, esta última en el Golfo de San Miguel (Mena, 1984: 132; Pizzurno,
1984: 186). Cuando las circunstancias lo demandaban, a Nombre de Dios llega-
ban algunos barcos de España que requerían ser protegidos frente a piratas y
corsarios (Loosley, 1993: 314).
La situación anteriormente descrita se mantuvo hasta el sometimiento del
imperio Inca en 1532, cuando desde la perspectiva del colonialismo Panamá ad-

6
Sobre el paso de Colón por Panamá, véase también Cari Ortwin Sauer, The Early
Spanish Main (120-142) y Pedro Mártir de Anglería, Décadas.
7
Véase Graciliano Arcila Vélez (1986), Kathleen Romoli (1988) y Cari Sauer (1966).
8
Sobre esta armada, véase María del Carmen Mena García (1998).

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PANAMÁ EN EL CONTEXTO COLONIAL. LA TRANSFORMACIÓN DE UN
TERRITORIO ARTICULADO EN UNA RUTA DE RASO

quirió "importancia" y, al decir de la historiadora española Carmen Mena, "el


istmo panameño se transforma y se entrega a su definitiva vocación: la de la acti-
vidad comercial y de servicios, convertido en centro neurálgico del mundo co-
mercial de la época" (Mena, 1998: 147) 9 . El anterior planteamiento invita a cues-
tionar los criterios a partir de los cuales se valora la "importancia" de un territo-
rio, ya que, prácticamente sin considerar las condiciones de vida del conjunto de
la población que lo habita, se define lo importante en función de la satisfacción
de intereses que son ajenos a los de esa población. Desde esta perspectiva, implí-
citamente se valora y, en esa medida, se legitima la actividad económica que re-
sulta útil y rentable para sectores económica, social y políticamente dominantes,
incluso aunque se evidencia -como se verá que sucedió con el comercio colonial
por el Istmo— que va en detrimento de sectores mayoritarios de la población. El
planteamiento, bastante generalizado por lo demás, pone en evidencia el manejo
ideológico de la interpretación histórica y la forma como se introducen, reafir-
man y validan categorías y valores que refuerzan la dominación.
Ahora bien, que el Istmo de Panamá tenga una vocación o que para el con-
junto de los habitantes de una determinada área la "dedicación" de la misma a "la
actividad comercial y de servicios" constituya un beneficio, es cuestionable, pero
el hecho es que en 1541 alrededor de 14 o 15 barcos arribaban anualmente a
Nombre de Dios. El mayor de estos barcos habría sido uno de 360 toneladas
(Loosley, 1993: 315) y, en conjunto, transportaban vino, harina, bizcochos, aceite,
ropa, sedas y artículos domésticos (Loosley, 1993: 315;Haring, 1939: 207). Con la
consolidación de la producción minera de Potosí y la ampliación de los mercados
suramericanos, el comercio español por Panamá se expandió y en 1552 se instaló
el sistema de flotas, cuya dinámica llevó a concentrar la actividad comercial en
los cortos períodos en que la flota estaba en el puerto (Loosley, 1993:315; Pizzurno,
1984:187). Hacia 1575 se estableció la feria anual y en 1597 se trasladó a Portobelo,
situado más al occidente y más cerca del río Chagres, luego de que en 1596 Drake
destruyera Nombre de Dios (Loosley, 1993: 188). El traslado facilitaba el aprove-
chamiento del río Chagres para el transporte de las mercancías y fue presionado
por los vecinos de Panamá (Haring, 1939: 207). Dos años después se erigió un
almacén para el depósito de mercancías en Venta Cruz o Cruces, el embarcadero
de Chagres, que se mantuvo hasta el siglo XIX como estación del viaje por el
Istmo (Haring, 1939: 208). Cimarrones y piratas tendrían en su mira este lugar y
el camino hacia Panamá, que también sería atacado por indígenas no sometidos
al control colonial (Benzoni, 1967:140; Fortune, s.f.: No. 171:17-43, No. 172: 32-
53, No. 173: 16-40, No. 174: 46-65).

9
Véase también lo señalado, aunque desde una perspectiva un tanto distinta, por
Manuel Burga, "Panamá siglos XVI-XVII", en Ganci y Romano (1991: 165-183).

29:
MARÍA HERRERA

LAS FERIAS: UN ESPECTÁCULO DE ACUMULACIÓN DE TESOROS Y MUERTES

Loosley observa que mientras las ferias de Cartagena y Veracruz eran de gran
importancia para la distribución de mercancías en sus hinterlands y el acopio de
las que se enviarían a España en el viaje de retorno, su dimensión era relativa-
mente local comparada con la de Portobelo. Observa que lo que tenía lugar en
Portobelo no era una acumulación de mercancías para su distribución en Tierra
Firme, sino para el territorio español en América del Sur. Lo que se hacía en
Panamá era poner en contacto a dos organizaciones mercantiles: la de Perú y la
de Sevilla, a las que la Corona española les aseguraba el monopolio del comercio,
mediante las regulaciones y limitaciones comerciales establecidas. El presidente
de Panamá representaba los intereses de los comerciantes peruanos y el almiran-
te de galeones los intereses de los españoles (Loosley, 1993: 317) 10 .
Al llegar la flota a Cartagena se daba comienzo a un estado de febril activi-
dad. Se informaba al presidente de la Audiencia panameña quien, a su vez, envia-
ba un barco rápido a Paita, en el Perú. La información también se transmitía por
vía terrestre hacia Santafé y Lima, donde a su vez se informaba a las provincias
adyacentes. Oro, esmeraldas, perlas, cacao, añil, tabaco y otros productos eran
enviados a Cartagena 11 . En Lima, mientras tanto, al enterarse el virrey hacía otro
tanto para que las mercancías se concentraran en el Callao y hacía zarpar la ar-
mada del sur (Haring, 1939: 214). El sur de Hispanoamérica se aprestaba para
una operación comercial de grandes magnitudes, en la que es de destacar la dife-
rencia entre el valor de lo que llegaba y lo que se iba de América. Un estimativo
hecho respecto a 12 flotas que viajaron entre el Istmo y España entre 1628 y 1645,
cuando la dinámica del sistema se había reducido significativamente, indica que
en cada una de ellas llegaron a América mercancías por valor de 8 a 12 millones
de pesos y regresaron a España con oro, plata, lana de vicuña y otros artículos por
valor de 20 a 24 millones de pesos (Loosley, 1993: 3 2 5 ) u . Se trata de una cifra que

10
Véase también Enriqueta Vila Vilar (1984: 39-93).
11
En 1721, cuando se discutía la posibilidad de establecer la sede del virreinato del
Nuevo Reino en Cartagena, el obispo de Caracas señaló que ei único inconveniente
radicaba en que se disminuiría el control sobre Santafé "y el que baxando el oro, y
la plata de las tierras de arriva se detendrá faltando el respecto del virrey". Propuso
que se nombraran en Santafé gobernadores activos, para que no se impidieran ni
detuvieran las conducciones de oro y plata, e igualmente recomendó que los nom-
brados para ese cargo en Popayán fueran personas de confianza. Adicionalmente
observó que al ponerse orden en el "comercio natural" necesariamente "ha de baxar
de las tierras de arriba el oro y la plata á Cartag[en]a p[o] r la presiza neces[ida]d de
vestirse los vasallos," y la utilidad que se tendría en Cartagena "reconduziendo á las
tierras de arriva las ropas" (A.G.I. (Sevilla), Santa Fe, 488).
12
Además, Enriqueta Vila Vilar (1984:4) anota que desde la última década del siglo
XVI el comercio trasatlántico entró en una fase descendente.

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PANAMÁ EN EL CONTEXTO COLONIAL. LA TRANSFORMACIÓN DE UN
TERRITORIO ARTICULADO EN UNA RULA DE PASO

invita a reflexionar sobre la magnitud y las implicaciones del "desbalance", máxi-


me si se considera desde la perspectiva de la producción y del consumo. Por ejem-
plo, el oro que por esta época se enviaba a España desde la Nueva Granada y
Quito era extraído, en buena medida, por población esclava. El oficio de la mine-
ría: "both in Europe and in the Américas, was even considered among
contemporary observers to be the most labor-intensive and unsavory occupation
imaginable. Only service in the galleys was deemed comparable, and mine work
was almost universally seen as a form of punishment" (Lañe, 1996: 2) 13 .
De otra parte, como se vio anteriormente, lo que se traía a América era
fundamentalmente vino, harina, bizcochos, aceite, ropa, sedas y artículos domés-
ticos, es decir, el tipo de productos a los que difícilmente tenía acceso el esclavo
que producía el oro que se enviaba a Europa. Es decir, se está ante un desbalance
múltiple. No sólo se enviaba más de lo que se traía, sin que eso implicara precisa-
mente una ventaja para el remitente, sino que el que menos se veía beneficiado
por el intercambio era el que producía las mercancías que alimentaban ese inter-
cambio.
De otra parte, cifras de esas magnitudes implicaban la movilización de
numerosas recuas de muías cargadas de metales preciosos que atravesaban el Ist-
mo, así como de barcos que transportaban las mercancías más livianas y que
iniciaban su viaje por el río Chagres (Del Castillo, 1997: 179). La población de
Portobelo que podía se iba de sus casas o las preparaba para hospedar a los que
llegaban. La ciudad, que usualmente albergaba unos cuantos cientos de habitan-
tes -en 1622 sólo 13 vecinos- (Vilar, 1986: 45) era prácticamente inundada por
comerciantes, artesanos, oficiales y un número de soldados y marineros que po-
día llegar a 4.000 o 5.000 personas, durante algo más de un mes (Loosley, 1993:
321).
La aglomeración, en un entorno cálido y húmedo, generaba un ambiente
altamente propicio a la enfermedad. Era común que durante las semanas que
duraba la feria murieran entre 400 y 500 personas, es decir, alrededor de una
décima parte de los que participaban en las mismas (Loosley, 1993: 319). Se trata
de cifras que llaman la atención por el alto costo de vidas humanas que tenían las
ferias. A la par que los comerciantes peruanos, españoles y la Corona acumula-
ban o dilapidaban en guerras las ganancias, otros sectores sociales menos favore-
cidos asumían las pérdidas. La mortalidad, en todo caso, se atribuiría al clima de
Portobelo.

13
La minería "tanto en Europa, como en las Américas, se consideró entre los con-
temporáneos como la actividad que mayor trabajo demandaba y la más aburrida
que se pudiera imaginar. Sólo era comparable con el servicio en las galeras y se
consideró casi que universalmente como una forma de castigo" (Traducción de la
autora). Sobre el trabajo de la minería en la Nueva Granada, véase también Robert
West (1972).

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MARÍA HERRERA

El caso del comercio trasatlántico por el Istmo en el período colonial tam-


bién induce a pensar que esas limitaciones que establece el Estado en favor de unos
cuantos beneficiarios, sin importar el conjunto social, dan lugar a procesos que con
el tiempo resultan ser aún más onerosos. Vila Vilar anota que desde la última déca-
da del siglo XVI, es decir, cuando las ferias se trasladaron de Nombre de Dios a
Portobelo, se inició en el comercio trasatlántico una fase claramente descendente,
que se reflejó en el almojarifazgo, en la penuria de la hacienda panameña y en la
ruina que afligía la tierra, ya que los mercaderes sólo iban allá en tiempo de ferias.
Pero por otra parte destaca que testimonios de la década de los años veinte del siglo
XVII catalogaron la feria de Portobelo como una de las mayores del mundo y llama
la atención sobre apreciaciones de funcionarios, según las cuales, no era que hubie-
ra menos tratos, ni menos mercaderes, ni menos producción, sino incremento en el
fraude. Los que se denunciaron en la flota de 1624 fueron del orden de 8 millones
de pesos (Loosley, 1993: 319). Esta cifra, como se recordará, era similar a la que se
calculaba de ingreso legal de mercancías españolas a América en una flota.
Tentativamente, en tanto no se realicen investigaciones más profundas, Vila atribu-
ye este problema al carácter improvisado y deficiente de la infraestructura de la
ciudad de Portobelo, la celeridad que se imprimía en la feria por el temor a los
piratas, la insalubridad, la carestía y el carácter crediticio de las transacciones, que
dificultaba el pago de las aduanas (Loosley, 1993: 43).
Es factible que los fenómenos que señala Vila tuvieran un impacto impor-
tante. Un adagio popular dice que la ocasión hace al ladrón; mo podría también
pensarse que la prohibición hace al transgresor? Tal vez convendría recordar al
rey de El principito de Saint-Exupéry, que legislaba a tono con los deseos de sus
subditos, como medida altamente eficaz para ser obedecido. De lo contrario te-
nemos tal vez demasiados ejemplos, y Panamá arroja abundante número: los lla-
mados negros cimarrones, los indígenas considerados rebeldes, los piratas, el con-
trabando y los fraudes de funcionarios y comerciantes.
En todo caso, lo que se aprecia es que la fase supuestamente decadente del
comercio trasatlántico, que se expresa en la baja de los ingresos fiscales, al tiempo
que otra evidencia destaca el gran volumen de mercancías que allí se moviliza-
ban, ofrece una larga duración lo suficientemente prolongada como para apoyar
la hipótesis de Vila, en el sentido de que su monto reflejaba más un problema de
fraude que de recesión comercial. Finalmente, sin embargo, la decadencia del
comercio español y de su sistema monopólico hizo crisis. Uno de los golpes fue lo
establecido por el tratado de Utrecht que le permitía a la South Sea Company
enviar anualmente a la feria de Portobelo un barco de 500 toneladas, con propó-
sitos comerciales (Loosley, 1993: 334). De otra parte, la reforma comercial espa-
ñola que permitía a algunos buques registrados salir de España por el Cabo de
Hornos, terminó por destruir la organización de la feria. El último galeón arribó
a Portobelo en 1737 y de allí en adelante la intermitencia en la llegada de barcos
acabó con la posibilidad de que se continuaran las ferias (Loosley, 1993: 335).

32
PANAMÁ EN EL CONTEXTO COLONIAL. LA TRANSFORMACIÓN DE UN
TERRITORIO ARTICULADO EN UNA RUTA DL PASO

CONCLUSIONES
Un primer aspecto sobre el que se ha llamado la atención en este artículo, es el de
los profundos cambios que se vivieron en el Istmo luego de la invasión europea
de finales del siglo XV y comienzos del siglo XVI. De ser un territorio densamen-
te poblado, en el que se evidenciaban los cambios en el entorno producidos por la
acción humana, el Istmo pasó a ser un lugar que albergaba un número relativa-
mente reducido de población. Su clima, que no había sido obstáculo para el au-
mento de sus habitantes, comenzó a considerarse enfermizo y la "causa" de su
despoblamiento. Este último fenómeno ofreció mayores posibilidades a la vege-
tación y a la fauna para reproducirse con menores limitaciones, hasta el punto
que extensas áreas empezaron a ser consideradas como "selvas vírgenes", como
manifestación de la "naturaleza intocada".
Pero al tiempo que la fauna y la vegetación ganaban espacio, los humanos
lo perdían y con éstos la dinámica económica interna del Istmo. De ser un área en
la que una activa producción sentaba las bases de intercambios de largo alcance,
el Istmo se transformó en una ruta de paso de mercancías. Un sector importante
de su población, como lo eran los indígenas que no se habían sometido al impe-
rio y los africanos o sus descendientes que habían huido de la esclavitud, no en-
contraba en el sistema colonial un medio satisfactorio para su supervivencia. Su
ataque al comercio era, paradójicamente, al tiempo que un medio de vinculación
al sistema colonial, una forma de mantenerse al margen.
Una actitud contraria también se evidenciaba. Sectores fuertemente vin-
culados con el comercio trasatlántico debilitaban las finanzas del imperio me-
diante la evasión fiscal. El sistema estaba diseñado para favorecer intereses de
sectores que concentraran los recursos de la sociedad, con la perspectiva de que
generaran excedentes que alimentaran las arcas reales. Pero el sistema también
estaba diseñado para que estos sectores buscaran obtener máximas ganancias lo
que, a su vez, presionaba la evasión fiscal. En uno y otro caso, el del interés impe-
rial y el de los sectores que concentraban los recursos sociales, la dinámica econó-
mica interna de la sociedad, la que se fundamenta en la producción para el con-
sumo del conjunto de la población que habita un territorio, estaba por fuera de
los intereses y las posibilidades de acumulación que ofrecía el sistema. La
marginalidad y la necesidad de evadir la normatividad del régimen constituye-
ron una de las secuelas. Corolario: destruir, más que construir. Generar espacios:
"donde el rigor del clima, las lluvias torrenciales, las altas temperaturas, la pobre-
za de los suelos, los animales nocivos y una vegetación tropical parecen haber
sido los incómodos acompañantes de la aventura europea en esta pequeña y es-
tratégica región" (Burga, 1991: 166).
Pero, curiosamente, esas condiciones derivadas de la imposición de un or-
denamiento social, terminan por ser vistas como algo inherente a la geografía del
área: "Estas dificultades, que son a su vez rasgos geográficos innegables del Istmo,
impusieron una lógica y una función a estas tierras y a los hombres que las

33
MARÍA HERRERA

poblaron..."(Burga, 1991: 166). Se borra así la huella de una estructura económi-


ca devastadora y se acude a la cómoda explicación "geográfica" para dar cuenta
de la "inexplicable" decadencia de espacios potencialmente estratégicos. Pero ese
encubrimiento de las marcas, o más bien de los destrozos del colonialismo, pre-
senta inconsistencias. Una de esas inconsistencias, y bien grande por cierto, es la
del, en general, exitoso proceso de supervivencia y manejo del entorno por parte
de las numerosas culturas que habitaron el territorio americano durante milenios.
Su existencia, y esto hay que subrayarlo, no estuvo exenta de conflictos, de gue-
rras, de invasiones, de auges y decadencias, de imposición de ciertos intereses; sin
embargo, pone en evidencia, entre otras cosas, que el problema no es ni fue geo-
gráfico; que la supuesta vocación de servicio del Istmo fue más bien una imposi-
ción y que reducir la historia a los avatares de los últimos 500 años obedece a
intereses concretos que permiten achacar a otras causas, entre ellas la geográfica,
fenómenos que se derivan del ordenamiento económico, social y político que se
estructura alrededor de los intereses coloniales.

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36
La acción de los liberales panameños
en la determinación de las políticas del Estado
de la Nueva Granada, 1848-1855

Armando Martínez Cárnica

INTRODUCCIÓN
La historiografía colombiana ha registrado las experiencias personales de algu-
nos políticos cartageneros, caucanos, bogotanos y santandereanos en el Istmo de
Panamá, presentadas apenas como componentes de la formación preliminar de
sus carreras políticas hacia la conducción de los poderes públicos de la Nación. El
presidente Rafael Núñez, quien inició su experiencia profesional y política en el
Istmo, es quien más atención ha recibido, pero también se mencionan otros po-
líticos que fueron a Panamá para ocupar los empleos de gobernadores y jefes
militares, o que vinieron a Bogotá para representar a las provincias istmeñas ante
las cámaras legislativas. Entre los cartageneros brillan, además de Núñez, los nom-
bres de Bartolomé Calvo, Demetrio Porras Cavero, José Dolores Moscote, Ma-
nuel Amador Guerrero y Eusebio A. Morales. Los dos últimos fueron dirigentes
de la separación definitiva del Istmo en 1903, al punto que Guerrero se convirtió
en el primer presidente del Estado independiente de Panamá, y Morales -natural
de Sincelejo- en el redactor del Manifiesto de separación, en el cual atribuyó al
"pueblo istmeño" su "imperioso deber" personal: el de "su propia conservación, y
el de trabajar por su propio interés".
Entre los caucanos se destaca la figura del presidente Tomás Cipriano de
Mosquera, quien ocupó el empleo de miembro de la Cámara provincial de Pana-
má al terminar su primera Administración nacional, así como las de los generales
José Hilario López y Carlos Albán. Los santandereanos registran las actuaciones
de Florentino González, Facundo Mutis Duran y del doctor Carlos Martínez Sil-
va en el Istmo, así como los bogotanos mencionan las experiencias panameñas
del general Joaquín María Barriga, tan cercano a los afectos del coronel Tomás
Herrera, y del pintor Epifanio Garay.

37 i
I ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

LOS LIBERALES DEL ISTMO


Esta conferencia1 pone en escena a los políticos liberales nacidos en el Istmo que
representaron los intereses de sus provincias, entre 1832 y 1855, ante los poderes
nacionales establecidos en Bogotá. Pese a que apenas integraron un pequeño grupo
en el conjunto de la "clase política" que se congregaba en la capital, su acción
política fue muy destacada en cuanto hace a la adopción de la agenda de reformas
liberales por el Estado de la Nueva Granada; incluso ocuparon los primeros luga-
res en los poderes Ejecutivo y Legislativo de la nación. Cinco reformas políticas
adoptadas a mediados del siglo XIX llevan la impronta de la acción de los políti-
cos istmeños: la adopción del régimen federal y de la postura librecambista, la
institucionalización de los jurados de conciencia y la adopción del principio de
hábeas corpus, la introducción del matrimonio y el divorcio civil, con una igua-
lación de los hijos naturales reconocidos respecto de los legítimos, y la reducción
del ejército permanente. Otras políticas, como la expulsión de la Compañía de
Jesús, dividieron a los políticos istmeños entre sí. En lo que sigue se mostrará el
sentido de las reformas que contaron con un permanente consenso entre ellos.
Cuatro panameños anónimos publicaron en la entrega 1.273 de la Gaceta
Oficial (24 de septiembre de 1851) la lista de los miembros de la Sociedad de
Liberales de Panamá que eran bien conocidos en la vida política granadina. En
ella fueron identificados los doctores Blas y Mariano Arosemena Barrera, Ma-
nuel Cárdenas, Ramón Vallarino, el doctor Carlos Icaza, el doctor Domingo
Arosemena, el doctor Joaquín Morro, Pedro Nolasco Casis, Bernardo Arce Mata,
José Ángel Santos, el doctor Esteban Febres Cordero, Domingo Anzoátegui, el
deán Manuel de la Barrera, Agustín Tallaferro, Manuel María Díaz, Antonio Pla-
nas; los doctores lusto, José y Mariano Arosemena Quesada; José María Herrera
-el padre-, el teniente coronel Gabino Gutiérrez, el doctor Francisco Asprilla, el
doctor Carlos Icaza Arosemena, Antonio Bermúdez, losé María Jované, Manuel
Alemán, José García de Paredes, Juan José Victoria y Echavarría, Manuel José
Borbúa, Manuel de Jesús Morales, José María y José Antonio Paredes. Se dijo
entonces que había que agregar a esta lista a "los apreciados e inteligentes jóvenes
de la antigua Sociedad titulada Los deseosos de instrucción"2, y "otras personas",

1
Agradezco la colaboración de Paola Alexandra Camargo González en el proceso
de recolección de fuentes para este trabajo.
2
Esta Sociedad, constituida el primero de junio de 1845 por estudiantes liberales
del Colegio de Panamá, comenzó a publicar en esa ciudad, desde el 15 de abril de
1849, un "periódico literario y noticioso" con su mismo nombre. En 1849 contaba
con 24 miembros activos, entre los cuales se destacarían en la política panameña
los jóvenes Gil Colunje, Valentín Lasso de la Vega, José Lara, Rufino de Urriola,
Pedro Casis, José María de Alba y otros. La Sociedad surgió como réplica a la refor-
ma del currículo que buscaba encaminarlo hacia los estudios prácticos, al punto
que suprimió la Cátedra de Filosofía el primero de octubre de 1845. Restablecida la

38
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

entre las que debemos situar al coronel Tomás Herrera y a los senadores y repre-
sentantes del Istmo en las cámaras legislativas de la Nueva Granada.
Buena parte de los liberales panameños eran abogados. Un "cuadro sinóp-
tico" de quienes ejercían esta profesión, o que se encontraban ejerciendo cargos
públicos en el Distrito Judicial del Istmo, a finales de 1848 fue publicado en la
entrega 1.022 de la Gaceta Oficial (14 de enero de 1849), discriminados según sus
méritos para llenar los cargos del servicio público. En ese momento tenían cali-
dades para ser ministros de la Corte Suprema de Justicia y del Tribunal del Distri-
to Judicial del Istmo cinco abogados: Blas Arosemena Barrera -59-, quien en
efecto presidía el Tribunal mencionado; losé Francisco de la Ossa -40-, quien era
el vicepresidente del Tribunal; Carlos Icaza -57-, Nicolás Orozco - 5 7 - y Saturni-
no C. Ospino -33-. Podrían ser jueces de Hacienda nueve de esos abogados: Mi-
guel Echeverría -35-, José Arosemena -32-, Manuel Velarde -40-, Tiburcio A.
León Narvaéz -28-, Manuel Echeverría -28-, Manuel F. Victoria -34-, Agustín
Jované -28-, José Manuel Alba -30- y Cecilio Chiari -28-.
Los abogados más jóvenes, con 24 años en promedio, que apenas tenían
méritos para ser empleados como jueces de distrito, eran Rafael Núñez, juez le-
trado del segundo circuito de Veraguas; Nicolás Pereira Gamba, prefecto del
Darién; José Bernardino Chiari, defensor de pobres; Francisco Asprilla, secreta-
rio de la gobernación de Panamá, y Tadeo Pérez Arosemena. Esta lista es una
buena muestra de la tendencia liberal que predominaba entre los abogados que
ejercían en el Istmo.
Para los propósitos de esta conferencia solamente hemos seleccionado a
los políticos liberales que por sus méritos fueron enviados a Bogotá para ocupar
los más altos puestos en la administración del Poder Ejecutivo nacional, o los
escaños de las dos cámaras legislativas de la nación, durante el período en que
fueron adoptadas las reformas liberales que implicaron cambios constitucionales
significativos en sentido federal. Se trata entonces de los istmeños que dejaron
una impronta decisiva en las tradiciones políticas liberales de la agenda estatal de
la Nueva Granada.
Nuestra selección comienza con don Mariano Arosemena de la Barrera
-Panamá, 1794-1868-, un comerciante y publicista que encabezó el movimiento
emancipador de 1821 y representó al Departamento de Panamá como senador
durante los tiempos de la primera República de Colombia. Desde la dictadura de
Bolívar se puso del lado del republicanismo del general Santander y enarboló la
bandera del libre comercio para el Istmo. Durante la crisis de 1831 propuso la
erección de Panamá en cuarto estado federal colombiano, pero al regresar del

Filosofía y la Jurisprudencia por la Cámara provincial en 1847, bajo un régimen


universitario, estos colegiales agitaron el proyecto "filantrópico" de la liberación
inmediata de los esclavos del Istmo.

39
ARMANDO MARTÍNEZ GARN

exilio frustrado que le decretó el coronel venezolano Alzuru, y gracias a su co-


rrespondencia con el general Flórez, propuso a fines de ese año una fusión del
Istmo con el Ecuador.
La publicación de su Manifiesto puso en marcha el proceso de conjuración
de esta posibilidad, en marzo de 1832, resultando capturados y fusilados el te-
niente Melchor Duran y el alférez Casana, quienes pretendieron seducir a los
oficiales del Noveno Batallón para proclamar la anexión al Ecuador, después de
apresar a las autoridades locales. En 1836 propuso al secretario del Interior una
liberación del comercio panameño. La Administración Santander lo nombró
administrador de la Aduana de Panamá, permaneciendo en ese cargo hasta 1841,
cuando fue nombrado consejero del Estado independiente del Istmo y propuso
su neutralidad y una reforma de la hacienda pública. A mediados de 1846 el pre-
sidente Mosquera estuvo dispuesto a nombrarlo secretario de Hacienda, pero al
no aceptar nombró a Florentino González.
En 1851 la Administración López lo envió al Perú como su ministro pleni-
potenciario. De regresó a Panamá en 1854, unió sus esfuerzos a su hijo Justo para
crear el Estado federal de Panamá, con lo cual presidió en 1855 la Asamblea consti-
tuyente de este Estado que aprobó su primera constitución, sancionada por su hijo
Justo como primer presidente. Su matrimonio con doña Dolores de Quesada le
permitió procrear ocho hijos, entre los cuales se destacaron Mariano -médico-,
Blas -matemático- y Justo -abogado- Arosemena Quesada.
Le sigue su descendiente más brillante, el doctor Justo Arosemena Quesada
-Panamá, 1817-Colón, 1896-, quien después de recibirse como abogado, hacia
1837, marchó a los Estados Unidos y luego al Perú; regresó a Bogotá a finales de
1845, donde fue empleado como jefe de una sección de la Secretaría de Relacio-
nes Exteriores, en la cual ascendió pronto al cargo de subsecretario. Durante la
Administración López comenzó a representar a Panamá en el Senado, hasta que
la Administración Ospina lo envió como plenipotenciario a varios países. Su ban-
dera política principal fue la adopción del régimen federal, realizada en la gesta-
ción del Estado federal de Panamá - 1 8 5 5 - y en la presidencia de la Convención
de Rionegro - 1 8 6 3 - que instauró el régimen de la unión de los estados soberanos
de Colombia. Su actividad legislativa fue muy brillante, dados sus conocimientos
constitucionales y jurídicos, así como su publicidad favorable al proyecto de ex-
pulsión de los jesuitas. Su hermano, el médico Mariano Arosemena Quesada, se
hizo famoso por sus panfletos contra el general Mosquera y otros granadinos,
pese a lo cual representó a la Nueva Granada en el consulado ecuatoriano.
Una figura muy estimada en Bogotá fue el coronel Tomás Herrera -Panamá,
1804-Bogotá, 1854-, cuya brillante carrera militar empezó en 1820, como ayudan-
te del comandante José Fábrega, durante el movimiento que llevó a la declaración
de la independencia del Istmo. Combatió en Junín y Ayacucho bajo las órdenes del
coronel O'Connor. De vuelta a Cartagena secundó al almirante José P. Padilla en la
sublevación contra la dictadura de Bolívar -1828-, lo cual le condujo a Bogotá para

4"
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1848-1855

cumplir su condena a muerte, afortunadamente conmutada por el destierro. Re-


gresó en 1830 a la Nueva Granada para combatir, al lado del general López, contra
el general venezolano Urdaneta, con grado de coronel efectivo. Una vez depuesto
éste, fue comisionado a Panamá como comandante general, donde derrotó al coro-
nel Juan Eligió Alzuru y resolvió la integración del Istmo a la Nueva Granada. Des-
de 1837 asistió al Congreso Nacional como senador, pero durante la "Guerra de los
Supremos" participó en el movimiento que declaró la independencia del Estado
Libre del Istmo. Reintegrado en 1842 gracias a las negociaciones con el coronel
Anselmo Pineda, fue desterrado a Guayaquil hasta que pudo ser reivindicado por la
amnistía general dictada al final de la Administración Mosquera.
El triunfo liberal del 7 de marzo de 1849 lo llevó a la dirección de la Secre-
taría de Guerra y Marina de la Administración López, cargo que ejerció entre el
primero de julio de 1849 y el 4 de junio de 1850. Al frente del Ejército granadino
aplastó la rebelión conservadora de Antioquia en 1851, fue firmante de la Cons-
titución de 1853 y, como designado, se declaró en ejercicio del Poder Ejecutivo
tras el golpe del general Meló, en Chocontá -21 de abril 1854-. El 5 de agosto le
cedió el Poder Ejecutivo a su paisano José de Obaldía, quien despachó desde el
gobierno legítimo exilado en Ibagué. Sorpresivamente murió al frente de sus tro-
pas durante la toma de Bogotá, en diciembre de este año. Su hermana, Ramona
Herrera, casó con Luis Lewis, un jamaiquino que ejerció el cargo de vicecónsul
británico en Panamá y fundó la compañía comercial Smith & Lewis, "negocian-
tes, comisionistas e importadores de toda clase de mercancías europeas", fungiendo
como ferviente abogado de las franquicias comerciales para el Istmo.
Dos miembros más de la familia Arosemena deben ser mencionados. Uno
de ellos es Pablo Arosemena -Panamá, 1836-, quien llegó a Bogotá en febrero de
1849 para estudiar Derecho y se tituló a los 16 años. Regresó a Panamá a finales
de 1854, donde desempeñó varias funciones públicas, entre ellas la de diputado
ante la Asamblea Legislativa de Panamá, y en 1860 fue enviado al Congreso fede-
ral como senador. Su cargo como fiscal en el proceso que se le siguió al general
Mosquera en el Senado - 1 8 6 7 - lo hizo muy conocido en Bogotá, donde llegó a
ser secretario de Estado, procurador general y designado a la presidencia de la
República -1880-. Fue presidente del Estado Soberano de Panamá - 1 de octubre
de 1910 al 30 de septiembre de 1912- y publicista en muchos periódicos del Ist-
mo, tales como El Federalista, La Unión Liberal y El Istmeño.
El otro es Domingo Arosemena, quien representó a Panamá como senador
en los años 1847-1848. El presidente Mosquera lo tuvo en bajo aprecio, pues en
una carta que envió al coronel Herrera - 7 de mayo de 1848- dijo de él que no era
más "que un candido, que no es ni de la oposición, ni del Gobierno, pues el Go-
bierno no ha podido contar con él para nada".
Los señores Arroyo también fueron muy apreciados en Bogotá. Uno fue
Isidro Arroyo -Panamá, 1804-Bogotá, 1875-, quien llegó a Bogotá para estudiar
Derecho y, una vez convertido en abogado -1833-, fue retenido por el presidente

41
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

Santander en Bogotá para que actuara como profesor de colegios, que fue su
profesión básica el resto de su vida. Su obra en tres tomos, titulada El manual del
estudiante, fue la más completa colección de "tratados elementales" publicada en
la Nueva Granada durante el siglo XIX. Durante cuatro veces actuó como sena-
dor o representante por la provincia de Panamá, fue jefe de sección de la Secreta-
ría del Interior, e incluso fue comisionado para ejercer el empleo de gobernador
de la provincia de Pamplona. El otro fue Domingo J. Arroyo, quien representó a
Panamá en la Convención constituyente de la Nueva Granada -1832- y en la
primera Legislatura -1833-. El presidente Santander le dijo al coronel Herrera
que este último, por vivir demasiado tiempo en Bogotá, no conocía bien las no-
vedades de las provincias del Istmo, lo cual era una limitación para lo que él
quería saber acerca de ellas.
El doctor Francisco Asprilla, cuya primera elección como representante de
Panamá ante la Legislatura nacional de 1848 promovió un duro enfrentamiento
político entre el coronel Herrera y Pablo Arosemena, por una parte, y Mariano
Arosemena y su hijo Justo, fue clave para que los dos votos panameños del 7 de
marzo de 1849 fueran para la candidatura del general López. Dos figuras del Ist-
mo muy apreciadas por los políticos granadinos fueron, en primer lugar, el gene-
ral José De Fábrega -Panamá, ?-Santiago de Veraguas, 1841-, quien declaró la
independencia de Panamá -28 de noviembre de 1821- y fue partidario de la
anexión a Colombia, en lucha contra la posibilidad de agregación del Istmo al
Perú, lunto con el coronel Herrera derribó al gobierno del coronel Alzuru, con lo
cual la agregación del Istmo a la Nueva Granada pudo realizarse en 1832. El otro
fue Gil Colunje, uno de los jóvenes de la Sociedad "Los deseosos de instrucción"
y gran publicista, quien después de haber sido senador fue encargado de los ne-
gocios granadinos en los Estados Unidos, Inglaterra y Francia.
Pero quizás el istmeño que más influencia tuvo en Bogotá fue el doctor
José De Obaldía -Santiago de Veraguas, 1806-David, 1889-, quien como vicepre-
sidente se encargó del Poder Ejecutivo de la Nueva Granada desde el 5 de agosto
de 1854, cuando encabezó el gobierno legítimo en contra del general golpista
José María Meló, hasta el 31 de marzo de 1855, cuando fue reemplazado por el
vicepresidente Mallarino. Se hizo aboeado en la Universidad Central de Bosotá v
en 1830 fue partidario de la posibilidad de hacer del Istmo una república
hanseática, protegida por Inglaterra y los Estados Unidos, trabajando por esta
opción ante los cónsules de estos países, sin fruto alguno. Ante el fracaso, Obaldía
representó a Panamá en el proceso de su incorporación al Estado de la Nueva
Granada y se quedó en Bogotá, como senador, hasta el final de la Administración
Santander. Durante la Administración del 7 de Marzo fue elegido vicepresidente
de la Nueva Granada, lo cual explica por qué se hizo cargo de la jefatura del Poder
Ejecutivo en tres ocasiones: la ya mencionada, y en los días comprendidos entre
el 14 octubre de 1851 y el 31 de enero 1852, así como entre los meses de agosto y
diciembre de este último año.

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LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

Para una identificación de los políticos que fueron a Bogotá a representar


a las dos provincias del Istmo ante las dos cámaras legislativas de la Nueva Gra-
nada, se ofrece la siguiente tabla:

Tabla 1
Senadores y representantes del Istmo en el Congreso Granadino
Senado Cámara de Representantes
Año Panamá Veraguas Panamá Veraguas
Domingo J, Arroyo
1832 Manuel J, Pardo No concurrieron
José Vallarino
Domingo J. Arroyo
1833 No concurrió No concurrió José María Pardo Jerónimo García
Marceliano Vega
Manuel Pardo
Pablo José López
1834 No concurrió No concurrió Domingo Arroyo
Escolástico Romero
José de Obaldía
Miguel Chiari
Blas Arosemena
1835 Jerónimo García José de Obaldía José López
Mariano Arosemena B.
Miguel Chiari
1836 Bias Arosemena Jerónimo García Pabio José López
José de Obaldía
José de Obaldía
Ramón de la Guardia
1837 Domingo Arroyo José de Fábrega Tomás Herrera
Ramón García de Paredes
Bernardo Arce M,
José de Obaldía
1838 Blas Arosemena José de Fábrega Juan A, Díaz Ramón García de Paredes
José M, Remón
Marcelino Vega
Jerónimo García
1839 Blas Arosemena Casimiro Bal JoséÁ. Santos
José de Fábrega
Pablo de! Barrio
Tomás Herrera
José de Fábrega
1840 Isidro Arroyo Casimiro Bal José Á. Santos
Florentino Dorronsoro
Marcelino Vega
1841 No concurrió No concurrió Pedro Arroyo No concurrieron
Pedro Arroyo
1842 Pedro Obarrio Jerónimo García No concurrieron
Saturnino C. Ospino
José M, Vallarino
Florentino Dorronsoro
1843 No concurrió Jerónimo García José M, Urrutia
Francisco Fábrega
Ramón García de Paredes
Ramón García de Paredes
Francisco Fábrega
1844 José Á. Santos Jerónimo García José M, Vallarino
Wenceslao Fábrega
Juan B. Feraud
Juan B, Feraud
1845 José Á, Santos Juan Manuel Labarriere Luis García de Paredes
José A, Arango
Pabio Arosemena
1846 José A, Santos Juan Manuel Labarriere Francisco Fábrega
José A. Arango
Pablo Arosemena
1847 fosé Á- Santos José M. Dutary Pedro Adames
Domingo Arosemena
Juan Manuel Domingo Arosemena
1848 José Á. Santos No concurrieron
Labarriere Francisco Asprilla
Francisco Aspriíla
1849 José de Obaldía José de Fábrega Francisco de Fábrega
Pablo Arosemena
José de Fábrega Pablo Arosemena Luis de Fábrega
1850 [osé de Obaldía
Nicolás López Lucas Ángulo Domingo Arosemena
José de Obaldía Antonio Villeros José A. Castro Domingo Arosemena
1851
Tomás Herrera José de Fábrega Lucas Ángulo Luis de Fábrega
Bernardo Arce M, José Fábrega
1852 Justo Arosemena Luis de Fábrega
Tomás Herrera Antonio Villeros
Tomás Herrera Francisco Fábrega Pedro Goitía Rafael Nuñez
1853
José de J. Hoyos Antonio Villeros Justo Arosemena Luis de Fábrega
Santiago de la Guardia Agustín Jované José Ignacio Rosa José del C, Villamar
1854
Justo Arosemena José de Fábrega Tomás Herrera Dionisio Fació
Santiago de la Guardia José Ignacio Rosa
1855 José de Fábrega Dioniso Fació
Justo Arosemena Gil Colunje

Fuente: Gaceta Oficial de la Nueva Granada y Gustavo Arboleda, 1990.

431
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

En 1832, cuando terminaron las labores de la Convención Constituyente


del Estado de la Nueva Granada, asistían a ella solamente los tres representantes
de la provincia de Panamá. En el cuadro anterior se considera entonces que la
primera Legislatura constitucionalmente reunida fue la de 1833. Durante 1841
los senadores y representantes del Istmo que habían estado alguna vez en el Con-
greso granadino no concurrieron a la novena Legislatura porque estaban hacien-
do parte de la Asamblea Constituyente del Estado del Istmo que había declarado
la independencia de la Nueva Granada. A esta Asamblea, que se reunió en Pana-
má desde el primero de abril de este año, concurrieron José de Obaldía, Mariano
Arosemena y José María Remón quienes representaron al cantón de Panamá;
Juan Manuel López al de Alanje, Mariano Arosemena Quesada al del Darién,
Marcelino Vega al de Nata, José García de Paredes al de Parita, y José de Fábrega
Barrera al de Santiago. También concurrió José Ángel Santos.
Después de leer una carta del coronel Tomás Herrera, quien abogaba por la
unión con la Nueva Granada si ésta adoptaba el régimen federal, se expidió la Ley
fundamental del estado independiente y soberano del Istmo -18 abril 1841-, que
amenazó con no reincorporarse nunca bajo el régimen central. Los rebeldes de
Cartagena también se habían organizado en estado independiente, por lo que pa-
nameños y cartageneros comenzaron a entenderse para la organización del régi-
men federal que tendría la Nueva Granada después de la guerra. Desde el año 1851
acudieron al Congreso los senadores y representantes de la provincia de Chiriquí,
creada por división de la de Veraguas. En el cuadro anterior se incluyen sus nom-
bres en la provincia matriz. Desde 1852 acudieron los de la nueva provincia de
Azuero, cuyos nombres se incluyen en la de Panamá, que fue su matriz, hasta su
supresión por el decreto del 9 de marzo de 1855.
Los liberales istmeños contaron con amistades políticas establecidas en
Bogotá. Se trataba de los abogados de todas las provincias del país que ejercían
los principales cargos de los tres poderes públicos y de algunos generales que
estimaban el papel jugado por los militares istmeños en la incorporación de esas
provincias a la Nueva Granada. El general Francisco de Paula Santander fue apo-
yado resueltamente, antes de la crisis política de 1828, por don Mariano Arosemena
y José de Obaldía, quienes le escribieron para apoyar su lucha contra "el poder
absoluto" y para congratularse "con Colombia y con el mundo liberal" por ella.
Durante la Convención de Ocaña fue notoria la simpatía de este Arosemena con
las posiciones del vicepresidente Santander, y en 1832 fue de los primeros en
escribirle para congratularlo por su regreso al país como presidente, augurándole
un destacado papel en la consolidación de la unidad nacional. Ya posesionado, el
presidente Santander escribió varias veces al coronel Herrera para expresarle su
preocupación por los intereses del Istmo, y para darle cuenta de los envíos de
dineros públicos que eventualmente hizo para ciertos fines.
Una amistad muy valorada en Bogotá fue la del coronel Tomás Herrera,
pues esta figura era la clave de la adhesión del Istmo a la Nueva Granada. El pre-

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LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

sidente Santander le expresó en 1835 que mientras él estuviese en el Istmo, como


comandante de armas, podría dormir tranquilo. En julio de ese año también le
confió que, en su opinión, el doctor Obaldía era "un patriota excelente" que había
encantado a todos en Bogotá, y que todos los senadores y diputados del Istmo
habían dejado muy contento al Gobierno con su actuación. El 23 de octubre si-
guiente le envió saludos a los amigos Obaldía y Arosemenas, sin olvidar a Arango.
Por su postura liberal, Herrera estuvo ligado siempre a dos generales caucanos
que fueron sus compañeros de armas en las campañas del sur de Colombia: el
general José María Obando, su confidente, cuya amistad le costó políticamente
mucho cuando fue perseguido por las Administraciones Herrán y Mosquera, y el
general José Hilario López, quien al alcanzar la presidencia lo nombró su secreta-
rio de Guerra y Marina.
Durante el prolongado exilio de Guayaquil -1842-1845- el coronel Herrera
pudo saber exactamente con cuáles amigos podía contar en Bogotá: el coronel
antioqueño Anselmo Pineda y el general bogotano Joaquín María Barriga. El co-
ronel Pineda había comprometido su palabra en las negociaciones de reincorpo-
ración del Istmo en las que participó e n ! 8 4 1 , y p o r ello se esforzó para conseguir
que el Congreso granadino aprobara la licencia para que Herrera regresara a Pa-
namá y fuese reinscrito en la nómina militar. Según el presidente Herrán, el coro-
nel Pineda fue "el primero de los amigos" de Herrera, porque "ha sentido los
males de usted como si él mismo los sufriera, y ha hecho por usted cuanto ha
estado a su alcance". Desesperado por la inutilidad de todos los esfuerzos empe-
ñados contra un Congreso dominado por los vencedores de la Guerra de los Su-
premos, en octubre de 1844 el coronel Herrera se quejó de que el coronel Pineda
no había hecho todo lo que debía en su favor.
En cambio, su amistad con el general Joaquín María Barriga, también com-
pañero de armas, se afianzó cuando éste fue a Panamá como gobernador, al co-
mienzo de la Administración Mosquera. Al dejar el cargo, el general le recomen-
dó al presidente que nombrara en su reemplazo a Herrera, tal como efectivamen-
te ocurrió. Actuando luego como secretario de Guerra de esta Administración, el
general Barriga hizo cuanto pudo por la reincorporación de aquel a la nómina
militar. En 1847, cuando éste se encompadró con Pablo Arosemena, quien le so-
licitó que fuera el padrino de bautismo de uno de sus hijos, fue Herrera quien lo
representó en la ceremonia sacramental. En el tiempo de los comicios presiden-
ciales de 1848, el general Barriga reconoció que el coronel Herrera "ha sostenido
siempre mi candidatura". Producida la elección del 7 de marzo de 1849, Barriga
fue quien le propuso al presidente López que nombrara al coronel Herrera como
su sucesor en la Secretaría de Guerra y Marina. Al producirse el nombramiento,
el general Barriga se alegró de ser sucedido en un empleo, por segunda vez, por su
amigo Herrera.
Las relaciones del coronel Herrera con el general Tomás Cipriano de
Mosquera fueron ambiguas, pues el primero no confiaba en el buen uso del po-

45
ARMANDO MARTÍNEZ GARNICA

der que practicó el segundo. En julio de 1838, cuando Mosquera era el secretario
de Guerra de la Administración Márquez, se valió de los servicios del coronel
Herrera para enlistar a los oficiales istmeños que podrían ser destinados a comi-
siones militares. Casi al final de la Guerra de los Supremos, el general Mosquera
se esforzó por seducirlo para que el Istmo volviera a integrar la Nueva Granada
-carta del 28 noviembre 1841-, argumentando que conservaba "por el Istmo,
por usted y muchos amigos que tengo en ese país, interés y aprecio". Le ofreció
entonces su "valimiento" en favor del Istmo para "terminar las desgracias de la
Patria en aquel interesante país", y el mando militar de Panamá. La oposición del
Congreso le impidió al presidente Herrán cumplir esta promesa, obligando al
general Mosquera a escribirle, en octubre de 1844, para prometerle que si ganaba
las elecciones presidenciales se encargaría de promover la obra del camino del
Istmo. Efectivamente, fue durante la Administración Mosquera que el Congreso
le devolvió a Herrera el cargo de coronel.
Ya como presidente, Mosquera le dijo a Herrera -9 de mayo de 1845- que
quería a Panamá "como a mi patria natal y espero dar pruebas en mi Administra-
ción". Como ya se dijo, este presidente nombró a Herrera gobernador de Panamá,
en diciembre de 1845, en reemplazo del general Barriga, prometiéndole en ese
momento: "vamos, pues, mi querido amigo, a ocuparnos seriamente en la pros-
peridad del Istmo". Pese a todo, el presidente Mosquera no logró obtener el apoyo
del coronel Herrera para que los representantes de Panamá votaran en 1849 en
favor de la candidatura presidencial del doctor Cuervo, por las razones que se
mencionan enseguida. En 1850, cuando el ex presidente Mosquera estableció su
residencia temporalmente en Panamá, donde fue electo miembro de su Cámara
Provincial, ya el coronel Herrera estaba en Bogotá como secretario de Guerra y
Marina. Además del general Barriga, el coronel Herrera contó en la Administra-
ción Mosquera con un viejo amigo: el doctor Florentino González, quien había
sido su compañero de prisión en el castillo de Bocachica, en los tiempos de la
dictadura de Bolívar.
Desde su regreso a Bogotá, el doctor González fue su confidente e infor-
mante de todo lo que sucedía en el Congreso. Al posesionarse en la secretaría de
Hacienda, en octubre de 1846, le anunció que en la Legislatura de 1847 "haremos
alguna cosa decisiva por el Istmo, para que venga a ser lo que debe, en el mundo
comercial" -carta del 18 de noviembre de 1846-. Así fue como durante los años
1847 y 1848 gestionó en el Congreso dos proyectos importantes para el Istmo: la
construcción del ferrocarril, una obra que adjudicó inicialmente a la Compañía
Franco-Inglesa, y la franquicia aduanera para los puertos del Istmo.
Por otra parte, el coronel Herrera nunca pudo perdonar al general Pedro
Alcántara Herrán y al doctor Rufino Cuervo lo poco que hicieron por terminar
su exilio en Guayaquil. Inicialmente el general Herrán fue su amigo, y durante la
Administración Márquez su informante sobre todos los asuntos que tuvieran
que ver con el Istmo, para "hacerle algún bien" a éste. En junio de 1838 le mandó

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L Á ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

saludos a "mi señora Panchita y las señoritas sus hermanas". Ya posesionado en la


presidencia, le ofreció presionar al Congreso de 1842 con su renuncia para que
no aprobara medida alguna contra el coronel Herrera, acusado entonces de re-
belde y sospechoso de complicidad con el general Obando. Aunque al fin el Con-
greso aprobó la ley del 31 de mayo de 1844 que le permitió regresar a Panamá,
tras lo cual el presidente Herrán le envió de inmediato el pasaporte correspon-
diente, no pudo escapar al resentimiento de Herrera. Cuando el general Herrán
terminó su mandato y marchó a los Estados Unidos -octubre de 1847- como
ministro de la Legación granadina, se puso a la disposición de Herrera, quien no
dio respuesta alguna a su ofrecimiento. Pero el blanco de todo su resentimiento
fue el doctor Rufino Cuervo, quien actuando como ministro de la Nueva Grana-
da en el Ecuador había usado en 1841 su influencia personal para convencer a
Herrera de hacer volver al Istmo a la Nueva Granada y le había enviado los
compromisarios, el coronel Pineda y Ricardo de la Parra.
En 1842, ya nombrado secretario de Hacienda, prometió ayudar a la causa
de la amnistía del Istmo y de Herrera. Confinado en Guayaquil, Herrera creyó en
las palabras de Cuervo, quien le aseguró en una carta del 7 de noviembre de 1842
que era el "abogado de usted" en Bogotá. Sin embargo, como Cuervo nada pudo
hacer para cumplir su palabra ante la actitud revanchista del Congreso, pronto
Herrera pasó a una actitud resentida que no se apaciguó nunca, tal como se pro-
bó en el debate electoral de 1848-1849, cuando Herrera se concertó con los doc-
tores Obaldía y Asprilla para votar contra él, desestimando induso las presiones
del general Mosquera.
Tal como corresponde con seres humanos, el grupo de los liberales pana-
meños tenía sus contradicciones internas, dado el conflicto que generaban sus
intereses particulares. Por ejemplo, el coronel Herrera y su cuñado, Luis Lewis,
rivalizaron con Justo Arosemena. En diciembre de 1845, cuando Lewis publicó
un opúsculo sobre la comunicación interoceánica por el Istmo, Arosemena se
encontraba escribiendo sobre el mismo tema, con lo cual argumentó que aquel se
le había adelantado en la imprenta sólo para quitarle méritos al suyo. La disputa
personal terminó en un duelo armado, del cual Lewis salió con una pierna rota
por un balazo. Herrera informó entonces al presidente Mosquera que el lance
había sido buscado por los enemigos de Lewis, de tal suerte que Arosemena no
había sido más que un instrumento de aquellos.
La disputa del coronel Herrera con Justo Arosemena y su padre se agudizó
cuando la Cámara provincial de Panamá eligió en 1847 al doctor Francisco Asprilla
como representante ante la Legislatura nacional del siguiente año, cargo al cual
también aspiraba el primero. Con el apoyo de Pablo Arosemena, el coronel Herrera
se salió con la suya en esta ocasión, con lo cual se aseguraron los dos votos pana-
meños en favor de la candidatura presidencial del general López. Herrera le con-
fió al general Barriga que le gustaría que Mariano Arosemena Barrera fuese nom-
brado en algún empleo en Cartagena, para que le dejara el campo libre en Pana-

47|
ARMANDO MARTÍNEZ (.¡ÁRNICA

má a Pablo Arosemena. Fue entonces cuando el doctor Florentino González la-


mentó, en carta del 17 de noviembre de 1847, la discordia tan prolongada que
existía entre el viejo Mariano Arosemena y el coronel Herrera, pues él prefería
"ver a todos los panameños unidos" para que apoyaran las reformas que prepara-
ba a favor de los intereses del Istmo.

LAS NEGOCIACIONES DE LA "SOBERANÍA REASUMIDA" POR LAS PROVINCIAS DEL ISTMO


Al momento de la declaración de su independencia de España, el Istmo estaba
jurisdiccionalmente dividido en dos provincias: Panamá y Veraguas. Al cesar el
señorío de la Corona, el poder eminente -la soberanía- fue depositado en estas
provincias, al tenor de la idea de "reasunción de la soberanía de los pueblos", que
en la práctica era un depósito del poder eminente en los cabildos. Fue así como
las élites ilustradas -abogados, clérigos, comerciantes y militares- de todas las
provincias hispanoamericanas llenaron el "vacío de autoridad pública legítima"
con la idea de la reasunción de soberanía.
Este movimiento planteó de inmediato un problema difícil respecto de la
determinación de las jurisdicciones provinciales legítimas, dado que las reformas
borbónicas que habían fortalecido las grandes jurisdicciones administrativas de
los corregidores, gobernadores, capitanes generales o intendentes eran tan re-
cientes que aún no habían podido sofocar por completo los fueros de las peque-
ñas provincias ligadas a las jurisdicciones de los cabildos de las antiguas ciudades
y villas. La disputa entre provincias "legales" e "ilegales", o entre provincias "mo-
dernas" y "antiguas", giró en torno a las opciones posibles para transitar hacia las
nuevas jurisdicciones republicanas. En esa disputa dada entre los criollos ilustra-
dos fueron justificadas las argumentaciones con los ejemplos de la organización
norteamericana -retórica federalista-, con la continuidad de las tradiciones his-
pánicas -retórica centralista- e incluso con la innovación política -retóricas
hanseática, colombiana, etc.-.
En el extinto Virreinato de la Nueva Granada la disputa de las soberanías
provinciales "reasumidas" llevó a la guerra entre las Provincias Unidas -partida-
rias de una cesión de sus soberanías en favor de un estado federal- y el Estado de
Cundinamarca —reclamante de la tradicional iurisdicción del "Reino"—, así como
entre los cabildos antiguos y los que ostentaban la posición de cabeceras de
corregimiento o gobernación. Este proceso de resolución militar del conflicto de
las soberanías provinciales "reasumidas", mal llamado en las tradiciones
historiográficas de Colombia y Venezuela con el nombre de "patria boba", en rea-
lidad fue un anuncio de la seriedad con que las élites provinciales se resolvieron a
formar los estados nacionales modernos.
El doctor Florentino González expuso, en sus Elementos de ciencia admi-
nistrativa (1840), la representación que sus contemporáneos tuvieron acerca de
este proceso de "reasunción" de la soberanía "primitiva" por parte de las provin-
cias emancipadas:

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LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN

DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

Cuando las provincias de un Estado, en que la autoridad nacional ha sido destrui-


da, han tenido el valor de recurrir a su soberanía primitiva para repeler la usurpa-
ción, ha resultado de ello el triunfo de la libertad y el restablecimiento del gobier-
no legítimo (González, reedición de 1994: 334).

González registró los momentos históricos en los cuales las élites ilustra-
das de las provincias granadinas habían reasumido la soberanía para determina-
das decisiones políticas: el primero de ellos fue el momento de la emancipación,
cuando habían formado gobiernos locales para proveer a su defensa, actuando
igual que las provincias españolas en 1808, con ocasión del "despojo de sus reyes"
por Napoleón Bonaparte. El segundo momento ocurrió en 1830, cuando las pro-
vincias "organizaron sus autoridades y levantaron fuerzas para combatir a los
gobernantes intrusos", logrando "la restauración de los principios en la Nueva
Granada". Algo similar había acaecido en 1835 en Venezuela, cuando las provin-
cias emplearon "sus recursos y magistrados para enfrentar la revolución del 8 de
Julio y restaurar el gobierno legítimo".
Esta experiencia política también ocurrió en el Istmo, donde el coronel
Tomás Herrera y el doctor Justo Arosemena fueron los principales publicistas de
la representación sobre "la reasunción de soberanía" en los tres momentos en que
ello habría ocurrido (Herrera, 1928: 411-417; Arosemena, 1855): el momento de
la tardía declaración de independencia respecto de España - 1 8 2 1 - , el del pro-
nunciamiento de independencia cuando se disolvió Colombia - 1 8 3 1 - , y el del
pronunciamiento del 18 de noviembre de 1840 que dio el primer paso para la
erección del Estado Soberano del Istmo. Esta representación histórica sobre los
momentos de la "reasunción de soberanía" se inicia el 28 de noviembre de 1821,
cuando se reunieron los notables de la ciudad de Panamá y proclamaron su inde-
pendencia de España en un acta que firmaron. El primero de sus doce artículos
decía que, "conforme al voto general de los pueblos de su comprensión", Panamá
se declaraba "libre e independiente del Gobierno español", y el segundo declaraba
que los territorios de las dos provincias del Istmo -Panamá y Veraguas- pertene-
cerían al Estado de Colombia, para lo cual enviarían un representante a su Con-
greso. Fue en ese entonces cuando el coronel losé de Fábrega asumió la goberna-
ción de Panamá, tras lo cual envió copia del acta mencionada al presidente Simón
Bolívar.
El segundo capítulo de la representación se sitúa el 9 de julio de 1831, cuando
los notables panameños se reunieron para "discutir en perfecta calma los intere-
ses precisos del país, y asegurar las grandes ventajas que debe reportar el Istmo
del nuevo pacto bajo el cual intentan confederarse Venezuela, Nueva Granada y
Ecuador, separados entre sí por los sucesos extraordinarios que han tenido lugar
en la República". Teniendo a la vista las circunstancias políticas creadas por la
dictadura de Urdaneta y la perspectiva de "su futura felicidad", hicieron uso "de la
soberanía que han reasumido, y de que no han dispuesto después de la rotura del
antiguo pacto colombiano" para resolverse por la opción de elevarse "al rango

49
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

político al que - P a n a m á - está llamado naturalmente": un estado de la Confede-


ración Colombiana, dotado de administración propia, pero bajo el mandato de
la Constitución de Cucuta-1821-. Este pronunciamiento fue justificado por Jus-
to Arosemena en términos de "perfecto uso de un derecho popular, el derecho
incontrovertible de la soberanía", en la circunstancia de la defensa de las actua-
ciones de su padre Mariano y de José de Obaldía en 1831, pues en su opinión el
pronunciamiento había sido "un acto de la virtud del patriotismo, porque la pa-
tria es esencialmente la tierra natal".
Así las cosas, como lo sabe cualquier panameño, los acontecimientos pos-
teriores del Istmo se complicaron por la decisión del coronel venezolano Juan
Eligió Alzuru de concentrar en sí los mandos político y militar, instaurando una
dictadura de hecho, y por la llegada del coronel Tomás Herrera en calidad de
comandante militar del Istmo por nombramiento del vicepresidente Domingo
Caicedo.
La guerra civil dio el triunfo a las fuerzas comandadas por Herrera y José
de Fábrega durante el mes de agosto siguiente, con lo cual el Istmo fue reincorpo-
rado al Estado de la Nueva Granada que nació ese mismo año en su Convención
constituyente.
El tercer momento de esta representación histórica de la "reasunción de
soberanía" se sitúa en la circunstancia de los pronunciamientos de los caudillos
supremos de varias provincias granadinas contra la Administración Márquez. La
versión oficial de la separación del Istmo en 1840-1841 fue dada por el coronel
Tomás Herrera al presidente granadino elegido, Pedro Alcántara Herrán, en una
carta que dató en Panamá, el 8 de julio de 1841 (Herrera, 1928: 411-417). Según
sus palabras, ante las noticias de los sucesos militares los panameños habían juz-
gado que se había roto el pacto fundamental de asociación política y que el Esta-
do de la Nueva Granada se había disociado. La desaparición del Gobierno gene-
ral, según las noticias que llegaban, provocó que una asamblea de notables reuni-
da en la ciudad de Panamá redactara un acta de pronunciamiento, el 18 de no-
viembre de 1840, por la cual habían decidido de nuevo "reasumir nuestra sobera-
nía, deliberar sobre nuestra propia suerte, y constituirnos" en estado soberano.
Este acto se repitió en los diez cantones que integraban las dos provincias de
Panamá y Veraguas, tras lo cual convocaron a una convención para el siguiente
año. Conforme a esta versión, los istmeños habían recobrado su soberanía, ha-
bían deliberado y decidido constituirse en estado, "todo con tal regularidad, que
es dudoso que jamás pueblo alguno haya procedido de la misma manera en ope-
raciones de tanta monta". Las opciones políticas que se habían debatido entonces
fueron dos: "Independencia absoluta del Estado del Istmo, o unión al resto de la
Nueva Granada, bajo un gobierno de forma federal".
El primero de marzo de 1841 abrió sus sesiones la Convención constitu-
yente del Estado soberano del Istmo, integrada por los diputados de los cantones
de sus dos provincias y presidida por José de Obaldía y Mariano Arosemena. La

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LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN

DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

ley fundamental del Estado del Istmo -18 de marzo- consideró que el pacto so-
cial de 1832 se había roto con la proclamación de la Federación por muchas pro-
vincias, por lo cual decretó la formación de "un Estado independiente y sobera-
no" que se llamaría "Estado del Istmo". Sin embargo, anunció su disposición a
negociar su conversión en un estado federal si la Nueva Granada adoptaba el
régimen federal tal como se anunciaba por los dirigentes del estado de Cartagena
que estaban en guerra con la Administración Márquez. En una carta enviada a
esta Convención, el coronel Tomás Herrera justificó este acto con una crítica a la
Carta Constitucional de 1832, que no había establecido el régimen federal, "úni-
co que nos conviene". Como se sabe, los triunfos militares del general Pedro A.
Herrán en las provincias granadinas del interior cuestionaron esta independen-
cia del Istmo y de Cartagena. El coronel Herrera llegó entonces a un acuerdo con
el coronel Anselmo Pineda y Ricardo de la Parra, enviados con poderes especiales
por el ministro granadino en Quito, el 31 de diciembre de 1841, para la reincor-
poración del Istmo a la Nueva Granada a cambio del olvido de "todas las ocu-
rrencias políticas" y del ofrecimiento de "todos los ensanches municipales que
son necesarios para consultar y fomentar los intereses de las localidades". El coro-
nel Herrera se mostró entonces confiado en que los "ensanches municipales" pro-
metidos por el Gobierno nacional "despertarán la industria, activarán el comer-
cio, progresarán las luces" en el Istmo.
Esta representación histórica, que a los ojos de los panameños puede pare-
cer única en su "singularidad nacional", tiene una gran similitud con las que cons-
truyeron los publicistas caucanos, socórranos, cartageneros, samarlos y pastusos
para sus respectivas provincias. Visto desde la perspectiva granadina, el fenóme-
no de la "reasunción de la soberanía" por las provincias emancipadas fue general.
Se trataba de un síntoma del problema central de la construcción del estado na-
cional granadino, es decir, del levantamiento de la hegemonía del poder eminen-
te de la nación, encarnado en su "gobierno superior" de Bogotá, contra las "sobe-
ranías primitivas" de las provincias que habían constituido el estado nacional en
1821 y 1831-1832. En las circunstancias de la lucha contra la dictadura del gene-
ral Urdaneta - 1 8 3 1 - se vio la facilidad con que las provincias "reasumían" sus
soberanías: además de lo ya narrado para el Istmo, las cuatro provincias del sur
granadino estuvieron presentes en la constitución del Estado del Ecuador, las del
Casanare y la Guajira quisieron agregarse a Venezuela, y el Cauca hizo planes
para la formación del "cuarto estado", como se verá enseguida. La fuerza legal que
los abogados liberales empeñaron para la integración de la Nueva Granada se
derivó del principio uti possidetis, pero su éxito requería el respaldo de los hom-
bres de armas, lo cual abrió a los generales caucanos el camino hacia la conduc-
ción del Poder Ejecutivo del débil Estado granadino.
La elección de las posibilidades de existencia política para el Istmo siempre
contó con la opción de la formación de un "cuarto estado" colombiano, un pro-
yecto compartido con la élite caucana, cuyos cálculos se sobrepusieron de mu-

5i I
—r
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

chas maneras a los que hacían los panameños. Como se recuerda, la disolución
de Colombia produjo tres nuevos estados: Venezuela, la Nueva Granada -con las
provincias del "centro de Colombia"- y el Ecuador, formado durante el mes de
mayo de 1830 con las tres provincias del "sur de Colombia" -Quito, Guayaquil y
Azuay-. La llegada del general José María Obando a Pasto, al frente del Batallón
Vargas, conjuró la anexión de esta provincia a este último Estado. Pero la posibi-
lidad de formar un "cuarto estado", de cara al Océano Pacífico, fue acariciada por
los istmeños, los caucanos y hasta por los pastusos. Esta opción política exigía la
neutralización del general venezolano Juan José Flórez, el autor intelectual de la
formación del Ecuador, quien calculó la posibilidad de extender su territorio a
toda la zona del Pacífico colombiano, incorporando todas sus provincias -inclui-
da Popayán- hasta Veraguas. Su correspondencia con la élite panameña da cuen-
ta de este proyecto del "Pacífico", así como del esfuerzo que realizó contra el Perú
por el control de la provincia de Guayaquil.
Los políticos panameños tuvieron a la vista varias opciones: agregarse al
Perú, asegurando el comercio que mantenía con sus puertos; agregarse al Ecua-
dor, conformando el gran estado comercial del Pacífico; agregarse a la Nueva
Granada, conservando una tradición política; o convertir las dos provincias del
Istmo en un cuarto estado federal, integrado a Colombia, o independiente en
tanto "república hanseática". Pero la élite de Popayán, cabecera de una antigua
gobernación, también calculó que el cuarto estado colombiano podría tener su
sede en dicha ciudad e integrar a todas las provincias costeras, desde Tumaco
hasta el Istmo. Por su parte, los pastusos contaban con el apoyo de Flórez para
constituirse en el cuarto estado, separándose del viejo dominio que Popayán ha-
bía hecho pesar siempre sobre ellos. Y en medio de los cálculos de los paname-
ños, payaneses y pastusos estaban los cálculos personales de los militares venezo-
lanos establecidos en el Istmo, en especial los de Luis Urdaneta y el coronel Juan
Eligió Alzuru. El asesinato del mariscal Sucre en las montañas de Berruecos es
una señal de la intensidad de tan variados intereses personales que se entrecruzaron
alrededor del "cuarto estado del Pacífico".
La pugna política y militar que se desencadenó en el Istmo, durante el se-
gundo semestre de 1830 y el primero de 1831, entre el general Espinar, apoyado por
los mulatos y los negros, y de la otra parte el coronel Alzuru y los militares venezo-
lanos que llegaron expulsados de Guayaquil -encabezados por Luis Urdaneta-,
parecía indicar que la opción del cuarto estado triunfaría. Efectivamente, el 9 de
julio de 1831, bajo la conducción intelectual de José de Obaldía y Mariano
Arosemena, fue proclamada la constitución del cuarto estado colombiano, bajo el
nombre de Estado del Istmo, sometido a la Carta constitucional de Cucuta -1821-,
con lo cual se logró la concertación del coronel Alzuru y del general Fábrega, el
gobernador de Veraguas. Pero las ambiciones del primero produjeron el destierro
de los notables istmeños que habían participado en el proyecto, con lo cual se efec-
tuó su reversión con la llegada al Istmo del coronel Tomás Herrera, nombrado

¡52
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

comandante general del Istmo por el gobierno granadino. Por el momento, las cir-
cunstancias se resolvieron a favor de la integración al Estado de la Nueva Granada,
garantizada por la acción del mencionado coronel Herrera y de don José Vallarino.
Del mismo modo, el general losé María Obando pospuso su proyecto del cuarto
estado caucano, teniendo a la vista la urgencia de la constitución del Estado grana-
dino contra las pretensiones del general Flórez, cuyos partidarios de Guayaquil as-
piraban a recobrar las provincias de Pasto y el Chocó que aquel había asegurado
con sus tropas, pasando luego a apoderarse de "el Cauca, el Istmo y hasta de los
locos del Atrato para tener puertos en el Atlántico" (Herrera, 1928: 102).
El general Obando y el coronel Herrera, grandes amigos y compañeros de
armas, unieron sus esfuerzos contra los cálculos del general Flórez y aplazaron sus
aspiraciones comunes para la formación de un cuarto estado federal de la antigua
Colombia. En tono confidencial, el general Obando le escribió al coronel Herrera:

Acuérdese usted de mis opiniones sobre el Cauca, y lo que hablamos; por hoy no
es el tiempo, la Patria lo exige, y yo cedo hasta que llegue el día. Usted debe pensar
del mismo modo. Haga que vengan los diputados, aunque sea a firmar la Consti-
tución, que estará muy buena. Escríbame sobre su modo de pensar y concertemos
la suerte de nuestra Patria (Obando, 1928: 27),

La causa de la "patria común" que Obando propuso a Herrera era, en ese


momento, la de la Nueva Granada reintegrada, "fuerte y organizada". Con el tiem-
po, calculaba Obando, podrían hacer lo que más conviniera a Popayán y al Istmo,
"de un modo legal y sin hechos que lo dejan todo a disposición de las revolucio-
nes". La meta de la formación de los estados soberanos federados fue anunciada
desde entonces. La siguiente oportunidad se presentó en la circunstancia de la
guerra civil de 1840-1841, cuando los istmeños y caucanos experimentaron su
erección en estados federales. El coronel Herrera había sido destituido de la jefa-
tura militar del Istmo, el 10 de mayo de 1839, por el secretario de Guerra, el
general Mosquera, acusado de no haber seguido al pie de la letra las instrucciones
recibidas, alegando "los dictados de su conciencia". El 18 de noviembre de 1840
una asamblea reunida en Panamá redactó el acta de independencia del Istmo
como estado "soberano, libre e independiente de la Nueva Granada". Herrera ocu-
pó la jefatura del nuevo Estado y Mariano Arosemena integró el Consejo de Esta-
do con Nicolás Orozco y Tadeo Pérez de Ochoa. Mientras tanto, el general Obando
organizó en Popayán, a finales de abril de 1841, un gobierno autónomo para las
provincias del sur -Popayán, Buenaventura, Cauca, Chocó y Pasto- con tres se-
cretarías de estado -Interior, Hacienda y Guerra-, dotado de su propia Gaceta
Oficial, y declarando la franquicia del puerto de Tumaco, amén de diversas medi-
das fiscales y militares.
Durante la guerra civil de 1860-1861, una vez más, los caucanos y los
istmeños volvieron a reclamar y ejercer la soberanía plena, ya en su condición de
estados federales. En ese momento fue que Manuel Dolores Camacho, quien ha-

531
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

bía sido secretario del Interior durante la Administración López, rechazó la clau-
sura del puerto franco de Buenaventura que había aprobado la Legislatura nacio-
nal de 1858 con el argumento de que esta medida era:

una razón más a favor de los que opinamos que el Estado del Cauca debe formar
una nación independiente, si quiere progresar. Esta parte de la República necesita
ejercer plenamente su soberanía para proveer en entera libertad al desarrollo de la
industria, para arreglar sus relaciones exteriores en el sentido de sus convenien-
cias. Pertenecemos al mar del Sur, y poco o nada tenemos que ver con el mar del
Norte. Unido el Cauca al Estado del Istmo, las aduanas, los provechos del ferroca-
rril y el monopolio de las quinas ejercido por el Gobierno, nos darían recursos
abundantes para pagar los intereses de la deuda que nos tocará reconocer. Los
gastos que hoy se hacen en los Gobiernos de Panamá y Popayán alcanzarían para
cubrir los del gobierno de la nueva nación. Como estoy persuadido de que la inde-
pendencia del Sur llegará tarde o temprano por la fuerza irresistible de las condi-
ciones que la rodean, doy poca importancia a la federación, que solo alcanza a
contentar pequeñas ambiciones, y resolver cuestiones subalternas y de limitado
influjo en la suerte del país {El Centinela, 14 de octubre de 1858; El Comercio, No.
14, 10 de agosto de 1858).

Si así opinaba un ex secretario de estado, anteponiendo los intereses pro-


vinciales caucanos a los de la nación granadina, ¿por qué deben extrañarnos las
opiniones similares que emitieron los istmeños en este momento crítico de la
guerra civil? Aunque la Constitución de 1858 había instaurado el régimen de los
ocho estados federales, los p a n a m e ñ o s , al igual que los caucanos, los
santandereanos y los samarios, interpretaron ese régimen como de "estados so-
beranos". La declaratoria de separación del Estado del Cauca, con lo cual se inició
la guerra civil en 1860, fue argumentada por el general Mosquera en términos de
defensa de la soberanía estatal contra "el grupo de Bogotá". Cinco años antes,
cuando el doctor Justo Arosemena tomó posesión de la jefatura del recién creado
Estado federal de Panamá -el 18 de julio de 1855-, dijo algo similar:

Lln nuevo Estado hace su anarición entre los pueblos del mundo. No es él inde-
pendiente, no constituye por sí solo nacionalidad, ni lo pretende, porque se honra
con la nacionalidad bajo cuya sombra ha adquirido y conservado vida propia.
Pero es soberano; va a constituirse, y en su organización tiene que resolver dos
grandes problemas sociales, que acaso no son sino uno mismo: el de la libertad, y
el de la federación3.

1
Posesión del jefe superior del Estado, en: Gaceta del Estado de Panamá, No. 1 (20
de julio 1855).

54
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NÜEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

En su perspectiva, el Estado de Panamá había recibido la misión de empe-


zar a recorrer el camino de la organización federal como pionero, el cual llevaría
de nuevo a la unión de los pueblos que habían compuesto la gloriosa Colombia.
Para ello, presentó ante los constituyentes istmeños seis códigos que había escrito
él mismo: el Código Político, el Código Fiscal, el Código Civil, el Código Penal, el
Código ludicial y el Código de leyes varias. Una vez que le fue presentada la pri-
mera Constitución de este Estado, aprobada el 18 de septiembre siguiente,
Arosemena dijo a la comisión de diputados que se la trajo que esta carta era "la
salvaguardia de nuestros derechos, como partes de esta entidad soberana, con un
gobierno propio, cuyos actos pueden hacer la dicha o la ruina del país".
Esta retórica correspondía, punto por punto, a la que se expresaba enton-
ces en los Estados del Cauca y de Bolívar. Con ello estos tres estados demostraban
que se habían resuelto por la opción de la soberanía de los estados federales, una
ampliación de la "reasunción de la soberanía de las provincias" a una escala ma-
yor, con sus consecuencias para la destrucción de la soberanía de la nación. Fue
precisamente el doctor Justo Arosemena quien combatió, a finales de 1862 y cuan-
do los estados de la Unión Colombiana se preparaban para enviar sus plenipo-
tenciarios ante la Convención constitucional de Rionegro, la doctrina de "las dos
potestades", es decir, de la parte de la soberanía que le quedaría a la Unión Co-
lombiana una vez que los nueve estados constituyentes fuesen declarados sobera-
nos. Justo Arosemena calificó el principio de las dos soberanías como falso y opues-
to al principio federal:

El principio de las dos soberanías es tan contradictorio, y son tan evidentes las
colisiones y luchas que de él proceden, que no sabemos cómo haya podido soste-
nerse un momento sino por preocupación, o lo que es lo más probable, por la
propensión absorbente de todo Gobierno, nacida del espíritu de dominación en el
personal que lo ejerce (Arosemena, 1862: 88-137).

Observando la experiencia política norteamericana, y siguiendo un artí-


culo de Murillo Toro publicado en El Tiempo (No. 286, 1 de mayo de 1860),
Arosemena se opuso a la idea "gobiernista" -centralista- que postulaba que en un
régimen federal la soberanía recaía en la nación, pues le había sido cedido a ésta
por los estados que se unían libremente. Pero también se opuso al principio de la
dualidad de las soberanías, es decir, el que la atribuía tanto a los estados federales
como a la Unión. En su opinión, los ciudadanos panameños sólo estaban obliga-
dos a obedecer al gobierno del Estado Soberano de Panamá. De este modo, el
gobierno de la Unión no era más que delegado por los estados soberanos, y no
"por derecho propio". El Convenio de Colón - 6 de septiembre de 1860- firmado
por Santiago de la Guardia, gobernador del Estado federal de Panamá, y el comi-
sionado granadino Manuel Murillo Toro, representaba la "decisión soberana" de
los panameños para integrar la Unión Colombiana, a condición del respeto a los
"principios rigurosamente federales".

55
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

LA ADOPCIÓN DEL RÉGIMEN FEDERAL EN LA NUEVA GRANADA


Vistos los anteriores antecedentes políticos, puede deducirse inmediatamente que
los políticos del Istmo siempre pugnaron en el Congreso granadino por la adop-
ción del régimen federal, es decir, por la modificación de las cartas constituciona-
les de 1832 y 1843 que impusieron el régimen central. Justo Arosemena, en sus
Observaciones generales a la Constitución de los Estados Unidos de Colombia que
fue aprobada en 1863, declaró orgullosamente que había bastado "la creación del
Estado de Panamá en 1855, aunque a virtud de circunstancias peculiares, para
comunicar toda su fuerza a las disposiciones federalistas, y por dos o tres pasos
más erigir todos los miembros de la Confederación Granadina". Aunque los polí-
ticos de las provincias del Socorro, Pamplona, Tunja, Cartagena y Popayán tam-
bién presionaron por la adopción del régimen federal desde su emancipación,
animados por el espíritu liberal que procuraba reservarle a las provincias anti-
guas y a las nuevas municipalidades el ejercicio pleno de los poderes locales, lla-
ma la atención la constancia con que esta opción fue buscada por todos los polí-
ticos del Istmo en Bogotá.
En el acta de independencia de las dos provincias del Istmo -28 de no-
viembre de 1821- se anunció que serían redactados los reglamentos económicos
para su "gobierno interior", a despecho del envío del diputado ante el Congreso
de Colombia.
Cuando se produjo el golpe de estado del general Urdaneta contra el go-
bierno granadino presidido por Joaquín Mosquera, a comienzos del mes de sep-
tiembre de 1830, se inició un movimiento de separación de algunas provincias
granadinas para anexarse a los otros estados que se habían formado con la extin-
ción de Colombia: Casanare solicitó su agregación a Venezuela y las provincias
del sur de la Nueva Granada contribuyeron a la constitución del Ecuador. En el
Departamento de Panamá, cuyos políticos liberales venían de tiempo atrás resis-
tiendo la dictadura proclamada por el general Bolívar, pese a que sabían que éste
era "el ídolo de la mayoría de la población istmeña", se produjo el 8 de julio de
1830 un levantamiento militar contra el prefecto José Vallarino, con lo cual se
expuso un plan de independencia absoluta del Istmo respecto de Ja Colombia
n
ue v a no existía más aue formalmente. La asamblea reunida al día siguiente en la
casa consistorial de Panamá reasumió la soberanía que ya no podía reclamar
Colombia y se pronunció como "territorio de la Confederación Colombiana" con
administración propia, pero conservando la Constitución y leyes colombianas,
así como sus símbolos nacionales. En sus campañas todos los líderes del Istmo
-el coronel Tomás Herrera, el general Fábrega, el comandante Miró, el coronel
Picón, Blas Arosemena y Justo Paredes- prometieron una amplia deliberación
sobre la suerte política de este territorio tan pronto se pusiera fin al gobierno del
coronel Alzuru. En ese momento las posibilidades de existencia política para el
Istmo eran tres: la anexión a la Nueva Granada, la anexión al Ecuador, o la inven-
ción de "un país hanseático" con autonomía para organizar el tránsito mercantil

56
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1848-1855

interoceánico con el apoyo de Inglaterra y los Estados Unidos. La lealtad del co-
ronel Herrera al presidente Domingo Caicedo decidió el camino por la primera
opción, en especial porque la Constitución colombiana de 1830 había sido reci-
bida con simpatía en el Istmo al prometer libertades municipales y el goce de la
asociación colombiana. Fue así como los diputados de Panamá -Domingo J. Arro-
yo, Manuel J. Pardo y José Vallarino- asistieron a la Convención constituyente del
Estado de la Nueva Granada y firmaron la nueva Carta Magna el 29 de febrero de
1832. La aspiración federal quedó así aplazada.
En 1840, en la circunstancia de la guerra civil de los caudillos de algunas
provincias granadinas contra la Administración Márquez, los pronunciamientos
del 18 de noviembre instauraron la independencia de las dos provincias del Ist-
mo respecto de la Nueva Granada con el procedimiento ya tradicional: ante la
ruptura del pacto fundamental por la rebelión de muchas provincias, las dos del
Istmo "reasumieron su soberanía" y, después de deliberar sobre su suerte, deci-
dieron constituirse en estado soberano. Para entonces sus opciones de existencia
política eran dos: "Independencia absoluta del Estado del Istmo, o unión al resto
de la Nueva Granada, bajo un gobierno de forma federal". La Convención consti-
tuyente del Istmo se instaló en Panamá el primero de marzo de 1841 con 18 dipu-
tados cantonales. Acogiendo la recomendación del coronel Herrera para unirse a
la Nueva Granada cuando ésta adoptara el régimen federal de estados soberanos,
el 18 de marzo fue aprobada la Ley fundamental del Estado independiente y so-
berano del Istmo que anunció su disposición a negociar su conversión en un
estado federal si la Nueva Granada adoptaba el régimen federalista, tal como se
anunciaba por los dirigentes del estado de Cartagena que se encontraban en gue-
rra contra la Administración Márquez. En una carta enviada a esta Convención,
el coronel Herrera justificó este acto con una crítica a la Carta Constitucional de
1832, acusada de no haber establecido el régimen federal, "único que nos convie-
ne". El 7 de junio siguiente fue expedida la primera carta constitucional del Esta-
do del Istmo, resultando elegido el coronel Herrera como primer presidente cons-
titucional. Éste nombró a José Agustín Arango como secretario del Interior y
Guerra, y a Mariano Arosemena Barrera como secretario de Hacienda y Relacio-
nes Exteriores. El 10 de julio salió a la luz pública la Gaceta del Istmo, órgano
oficial del nuevo Estado.
Como se mencionó anteriormente, los triunfos militares del general Pedro
A. Herrán en las provincias granadinas del interior pusieron en vilo tanto la inde-
pendencia del Istmo como la de Cartagena. Así, cuando el coronel Herrera firmó
con el coronel Anselmo Pineda y con Ricardo de la Parra el "decreto de olvido" se
encontró con la resistencia del vicepresidente Caicedo, quien no aprobó los acuer-
dos firmados por Pineda y Parra, y la acusación de rebelde que predominaba en
la Cámara de Representantes, obligaron a Herrera a asilarse en Guayaquil, mien-
tras la Administración Herrán encontraba el momento político para reivindicar-
lo. Esto sólo se produjo en 1844, cuando la Legislatura aprobó la ley del 31 de

57 |
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

mayo que autorizó su regreso a Panamá, pero su reinscripción en la lista militar


tardó mucho más. A finales de 1845, el presidente Mosquera lo nombró goberna-
dor de la provincia de Panamá, tratando de apaciguar su resentimiento contra los
secretarios de Guerra que se habían negado a ello. En 1846 el presidente Mosquera
trabajó para que el Congreso reinscribiera a Herrera en la lista militar, sin éxito.
Sólo la amenaza de invasión de la expedición Flórez, en noviembre de 1846, faci-
litó al secretario de Guerra, Joaquín María Barriga, encargarle la defensa militar
del Istmo, mientras llegaba el general José H. López al frente de la Cuarta Divi-
sión del Ejército. Aunque cualquier actuación debía hacerla como gobernador,
Barriga le confió que era una oportunidad para que se llenara nuevamente de
gloria. Aunque la expedición Flórez no culminó, la circunstancia le permitió al
general Barriga presentar ante la Legislatura de 1847 la reincorporación de Herrera
y otros militares a la lista militar. Esta vez sí fue aprobado el decreto sobre
reinscripciones militares, según los términos que determinaría el Poder Ejecuti-
vo. Con ello se pudo satisfacer la vieja demanda de Herrera, pues el 5 de junio de
1847 quedó oficialmente inscrito en la lista militar de la Nueva Granada con su
grado de coronel efectivo.
En 1849, al llegar al cargo de secretario de Guerra de la Administración
López, su antecesor en el cargo y amigo, el general Joaquín María Barriga, le con-
fió:

estoy seguro de que si ese hermoso país continúa progresando a favor de buenas
leyes y de una política franca y liberal, lo que sucederá al fin, necesariamente será
que se convierta en uno de los estados federales que compondrán entonces a la
Nueva Granada reorganizada, o bien que figurará por sí, en el gran catálogo de las
naciones independientes: y cualesquiera de estas dos cosas que sucedieran, proba-
rían, a no dejar ningún género de duda, una marcha próspera y feliz (Barriga,
1928:393).

La Administración del general López -1849-1853-, que puede considerar-


se estrictamente como el primer gobierno del Partido Liberal -establecido for-
malmente en 1848-, fue la oportunidad largamente esperada por los istmeños y
los demás políticos de ias provincias partidarias de la adopción del régimen fede-
ral mediante una reforma constitucional.
Estando abierta la posibilidad legal para realizar su vieja aspiración, el go-
bernador Obaldía conjuró el pronunciamiento militar del 29 de septiembre de
1850, encabezado por el general José Domingo Espinar y el doctor E. A. Teller,
director del periódico local Panamá Echo, encaminado a independizar la provin-
cia de Panamá del Estado de la Nueva Granada. Apresados los dos cabecillas, el
cónsul de los Estados Unidos en Panamá, A. B. Cowiner, se apresuró a entregarle
a este gobernador una carta firmada por 56 comerciantes norteamericanos esta-
blecidos, en la que se aseguraba que no tenían nada que ver con la conspiración y
que estaban listos a combatirla (GNG, No. 1171, 17 de noviembre de 1850).

58
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

Actuando como gobernador de Panamá, el doctor Justo Arosemena pro-


nunció la alocución de la conmemoración 29 de la independencia del Istmo. Ex-
puso entonces las grandes perspectivas que se habían abierto a su provincia por
la fiebre del oro en California y por la libertad de comercio que les había sido
concedido a sus puertos por el Congreso granadino. Miles de norteamericanos
recorrían el Istmo en las dos direcciones, "derramando el oro que gustosos nos
dan por nuestros oportunos servicios, y nadie entre nosotros es tan inerte que no
especule en algún ramo de la industria". Ya no existía la mendicidad ni el ocio,
pues todo era "animación, movimiento, júbilo y esperanza". El Istmo se estaba
haciendo "grande, rico y poderoso", ofreciendo asilo y trabajo "a todos los habi-
tantes del globo", ofreciendo pronto un ferrocarril para acortar la distancia entre
los dos mares (GNG, No. 1190, 23 de enero de 1850). La hora de su independen-
cia federal se había tornado ya urgente. Dos años después, Arosemena llegó a
Bogotá para ocupar la curul de representante a la Cámara por esta provincia. Fue
su oportunidad para gestionar el proyecto de conversión de las cuatro provincias
del Istmo -Panamá, Azuero, Veraguas y Chiriquí- en un estado federal, presenta-
do el 12 de mayo de 1852, bajo la forma de un acto legislativo reformatorio de la
Constitución (GNG, No. 1372, 25 de mayo de 1850).
Puesto en segundo debate en la Cámara de Representantes, el secretario de
Relaciones Exteriores propuso agregar un artículo que facultase para erigir, me-
diante leyes posteriores, otros estados en la Nueva Granada. La aspiración pana-
meña había forzado así el paso hacia la adopción del régimen federal en todo el
país, plegando a los políticos conservadores que predominaban en Antioquia y
Boyacá al proyecto. Una vez aprobada esta adición al acto legislativo proyectado,
el representante Ponce propuso adicionar otro artículo que erigiera de inmediato
el Estado del Magdalena -integrado por las provincias de Cartagena, Santa Mar-
ta, Mompós, Sabanilla, Riohacha y Valledupar-, pero fue negado por 20 votos
contra 17 que estuvieron a favor. Debatido el proyecto original con la primera
adición, resultó aprobado en las dos cámaras legislativas.
La sanción legal de la nueva Carta Constitucional en 1853, según el pro-
yecto aprobado dos años antes en el Congreso, detuvo temporalmente el proceso
legal de la adopción del acto legislativo que daría existencia al Estado federal de
Panamá. En 1854 fue debatido de nuevo en el Congreso este acto, pero el golpe de
estado del general Meló detuvo el proceso legal cuando ya había sido aprobado
en el Senado e iba a pasar a la Cámara de Representantes. El doctor Justo
Arosemena se preparó entonces para las sesiones de la Legislatura de 1855 con un
opúsculo titulado El Estado federal de Panamá, que hizo publicar en la Imprenta
de Echeverría Hermanos. Se trataba de una historia del Istmo desde la perspecti-
va de su esfuerzo de largo aliento por convertirse en un estado federal, cuya in-
tención era la de neutralizar las modificaciones que habían sido introducidas al
proyecto original.

59
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

Una vez reinstalado el gobierno constitucional de la Nueva Granada con la


ausencia del presidente Obando, quien debía afrontar el juicio de responsabili-
dad por el golpe dei general Meló, asumió la conducción del gobierno nacional el
vicepresidente José de Obaldía, quien en el Congreso de la Nueva Granada había
representado por varios años a la provincia de Panamá. En su mensaje al Congre-
so de 1855 relató que los trabajos del Ferrocarril del Istmo estaban ya a punto de
culminar, anunciando que una vez que estuviera en plena operación atraería un
flujo de pasajeros, caudales y negocios de tal magnitud que sería necesario crear
"una entidad territorial que comprenda el trayecto intermarino y las islas más
cercanas -la isla de Manzanillo, donde se estaba fundando la ciudad de Colón-",
administrada "por un magistrado de su propia elección", legislatura propia y los
funcionarios judiciales que fuesen necesarios. La perspectiva de apertura de un
canal interoceánico presionaba también en esa dirección, pero sin necesidad de
reformar la Constitución, ya que bastaría un simple acto legislativo que presenta-
ría al Congreso este año (GO, No. 1749, 3 de febrero de 1855).
Efectivamente, esta intención fue convertida en el acto legislativo adicio-
nal a la Constitución -27 de febrero de 1855-, por el cual fue creado por fin el
Estado "federal soberano" de Panamá. Este Estado dependería de la Nueva Gra-
nada en los asuntos de relaciones exteriores, ejército y marina, crédito nacional,
naturalización de extranjeros, rentas y gastos nacionales, uso de los símbolos na-
cionales, tierras baldías, pesos y medidas oficiales. Todos los demás asuntos ad-
ministrativos y legislativos pertenecían al Estado de Panamá, al igual que el siste-
ma de aduanas. Una asamblea constituyente de 31 miembros, elegidos por las
cuatro provincias, aprobaría la constitución de dicho estado y elegiría al presi-
dente. El artículo 12 de este acto legislativo facultaba a cualquier otra porción
territorial de la Nueva Granada a erigirse en estado federal mediante la aproba-
ción de leyes expresamente dirigidas a tal fin. La ley del 24 de mayo siguiente
precisó el tema de la administración de los negocios de la nación en el Estado de
Panamá: para esos negocios, el Estado de la Nueva Granada consideraría a Pana-
má como provincia, y para los asuntos militares como un departamento. Las ren-
tas de manumisión y papel sellado se convirtieron en estatales, y la nación le
donó a este Estado las fortalezas de Panamá, Chagres y Portobelo, así como cua-
tro casas que habían servido de sede a las aduanas.
El 13 de mayo de 1855, el vicepresidente Obaldía convocó la apertura de la
Asamblea constituyente del Estado de Panamá para el 15 de julio siguiente, inte-
grada por 31 miembros que representarían a las provincias de Panamá, Veraguas
y Chiriquí, pues la provincia de Azuero había sido suprimida por el Congreso el
9 de marzo anterior. El día indicado se reunió la mencionada Asamblea, eligien-
do de inmediato a Justo Arosemena como jefe provisional del Poder Ejecutivo del
Estado. Efectivamente, el 15 de julio de este año se instaló la Asamblea Consti-
tuyente del Estado de Panamá con los diputados de las provincias de Panamá
-Justo Arosemena, Bernardo Arce Mata, Bartolomé Calvo, Mariano Arosemena,

6o
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN

DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

José Arosemena, Joaquín Asprilla, Fermín Jované, Tadeo Pérez Arosemena, José
María Remón, Santiago Sandoval, Carlos Icaza Arosemena, Pablo Elias de Icaza y
Ramón Vallarino-, de Veraguas -Juan Bautista Amador, Manuel María Arosemena,
Eustacio y Luis Fábrega, José Fábrega Barrera, Dionisio Fació, Santiago de la Guar-
dia, José del Carmen Peña, José Melquíades Pinilla, Juan Manuel Pino y José Ig-
nacio Rosa- y de Chiriquí -José de Obaldía, Agustín Jované, Lorenzo Gallegos y
Juan N. Venero-. El doctor Justo Arosemena fue escogido como jefe superior
provisorio del Estado. La primera Constitución política de este Estado fue apro-
bada el 18 de septiembre siguiente.
El acto legislativo adicional a la Carta constitucional que creó el Estado
federal de Panamá -27 de febrero de 1855- puso a la Nueva Granada a marchar
resueltamente hacia el régimen federal, a despecho de la propia Carta sancionada
dos años antes. Su artículo 12 estableció que "una ley podrá erigir en estado, que
sea regido conforme al presente acto legislativo, cualquiera porción del territorio
de la Nueva Granada", la cual tendría la misma fuerza que el acto adicional que
había reformado la Carta para crear el Estado de Panamá. Fue así como, siguien-
do el ejemplo de los panameños, fueron presentados ante la Legislatura de 1855
cuatro proyectos de erección de los estados federales de Boyacá, Santander,
Antioquia y Calamar.
Paralelamente, durante la sesión de la Cámara de Representantes del 31 de
marzo de 1855 comenzó el debate del proyecto reformatorio de la Constitución
preparado por una comisión para erigir la Confederación Colombiana, integrada
por diez estados soberanos: Antioquia, Boyacá, Santander, Cundinamarca, Tolima,
Popayán, Sur, Cartagena, Tenerife e Istmo. Dado el debate, el representante García
Herreros propuso una reducción a siete estados soberanos y el nombre de Confe-
deración Andina. Sin embargo, se mantuvo la idea inicial de los diez estados sobe-
ranos propuestos por Salvador Camacho Roldan y Manuel Murillo Toro, pero
durante el debate las intervenciones del general Tomás C. de Mosquera y de
Antonino Olano los redujeron a ocho. El primero propuso la integración de los
estados de Cartagena y Tenerife en uno solo, que llevaría el último nombre, y se
compondría de las provincias de Cartagena, Santa Marta, Sabanilla, Valledupar y
Riohacha. El segundo pidió la integración de los estados de Popayán y del Sur -
provincias de Pasto, Barbacoas y Túquerres- en uno solo, llamada Caldas. Al fi-
nal, la Confederación Colombiana quedaba con ocho estados soberanos: Antioquia,
Boyacá, Santander, Cundinamarca, Tolima, Sur, Tenerife e Istmo.
El proyecto de ley sobre Federación Colombiana fue presentado al Senado
por el doctor Justo Arosemena, en la sesión del 23 de abril de 1855. Al día siguien-
te se dio el primer debate, en el que fueron solicitadas modificaciones a los terri-
torios asignados a cinco estados, y fue aprobado en tercer debate el 25 de abril. El
Congreso acordó consultar a todas las cámaras provinciales sobre la reforma cons-
titucional que se llevaría a la Legislatura de 1856 para adoptar definitivamente el
régimen federal en todo el país. El secretario de Gobierno tramitó, durante el

6l
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

mes de octubre de 1855, la consulta sobre la conveniencia de reformar la Consti-


tución para darle "mayor independencia a las grandes secciones territoriales, de
suerte que se constituya la Nación como una verdadera república federativa". Las
respuestas dadas mostraron tres opiniones distintas: algunas cámaras provincia-
les expresaron su opinión adversa a la adopción del federalismo y a la soberanía
de los estados -Bogotá, Cauca, Buenaventura, Pasto y Sabanilla-. Otras cámaras
-Socorro, Mariquita, Neiva, Antioquia, Tunja, Chocó, Popayán, Valledupar y
Riohacha- se pronunciaron a favor de la adopción inmediata del régimen federal
para todo el país, introduciendo una división política en estados, tal como se
había debatido en la Legislatura de 1855. Pero dos cámaras -Vélez y Tundaza-
aconsejaron una reforma paulatina, según se fueran expresando las voluntades
provinciales para integrarse en estados, tal como lo habían ejemplificado las pro-
vincias del Istmo. Así, el Congreso Nacional solamente tendría que reconocer la
voluntad explícita de asociación de algunas provincias, salvando el obstáculo que
oponían las provincias del sur de la República a la adopción del régimen federal.
En la sesión del 2 de febrero de 1856, José María Samper y Manuel Ancízar
presentaron ante la Cámara de Representantes un nuevo proyecto de Constitu-
ción para la Federación Neogranadina, animados por el resultado de la consulta
de las cámaras provinciales. Propusieron entonces la erección de once estados
federales: Antioquia, Boyacá, Calamar, Caldas, Cauca, Cundinamarca, Guanentá,
Panamá, Santander, Tenerife y Tolima. El primer debate se dio el 5 de febrero
siguiente, siendo aprobado por 37 votos contra 17. El segundo debate se abrió el
13 de febrero, pero el representante Juan Antonio Calvo propuso la creación de
una comisión conjunta del Senado y la Cámara para que se encargara de confec-
cionar el proyecto definitivo de Constitución federal, lo cual fue aprobado. El
Senado escogió para dicha comisión a Mariano Ospina, Tomás Cipriano de
Mosquera y Félix de Villa, mientras que la Cámara de Representantes escogió a
Venancio Restrepo, Juan Antonio Pardo y Arcesio Escobar. Como Mosquera re-
nunció al encargo, fue reemplazado por el senador Justo Arosemena. El represen-
tante Pardo también renunció. El 7 de marzo siguiente esta comisión presentó
ante las dos Cámaras el nuevo proyecto de Confederación Colombiana, suscrito
por Ospina, Villa, Arosemena, Restrepo y Escobar, el cual dividiría la República
en ocho estados soberanos: Panamá, Bajo Magdalena, Antioquia, Sur, Alto Mag-
dalena, Cundinamarca, Boyacá y Guanentá. El 27 de marzo comenzó en el Sena-
do el primer debate de este proyecto. El 17 de abril, cuando ya el segundo debate
había llegado al artículo 64, un grupo de trece senadores, entre ellos Justo
Arosemena, presentó un Proyecto de acto constitucional sobre bases para una Con-
federación Colombiana, que delegaba en una ley especial la designación de los
estados soberanos e independientes que formarían el territorio de la República.
El tercer debate del proyecto constitutivo de la Confederación Colombiana se
inició el 23 de abril, y fue aprobado y enviado a la Cámara.

62
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN-
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1848-1855

La Cámara inició el primer debate al proyecto de Constitución de la Confe-


deración Colombiana con ocho estados soberanos el 29 de abril de 1856. Una vez
terminados allí los debates, se reunieron las dos cámaras para resolver las discor-
dancias entre ellas; el texto definitivo del proyecto quedó aprobado el 4 de junio.
Para los efectos del artículo 57 -inciso 3 - fue publicado en la Gaceta Oficial No.
1989 (14 junio de 1856). Este mismo día fue aprobado el proyecto de erección del
Estado Federal de Antioquia, sancionado por el Poder Ejecutivo como ley el 11 de
junio siguiente. La Asamblea Constituyente de dicho Estado fue convocada para el
15 de septiembre siguiente, en Medellín. El proyecto de creación del Estado del
Tolima, que fue debatido por el Senado de 1857, fue negado en la votación.
En el Senado de 1857 se dieron los nuevos debates del proyecto de Consti-
tución para la Confederación Colombiana. El senador Ignacio Ospina propuso
que se suprimiera del proyecto la creación del Distrito federal y que se mantuvie-
ra el nombre de la Confederación como "Granadina", en vez de llamarla "Colom-
biana". Dados los tres debates reglamentarios, fue publicada en la Gaceta Oficial
el proyecto que había resultado de ellos: se llamaría Confederación Neo-Grana-
dina, y el territorio sería dividido en un distrito federal y "ocho o más estados
soberanos". De inmediato se pasó a debatir un proyecto de ley que creaba los
estados que serían creados. El debate que se dio alrededor del nuevo nombre de la
República fue iniciado desde Panamá por el doctor Florentino González, quien
escribió desde esta ciudad al redactor de la Gaceta Oficial para proponer que se
aprovechara la reforma constitucional en ciernes para cambiar el nombre de la
Nueva Granada:

Mi país no debe continuar llevando el nombre que le dieron los conquistadores


que lo despoblaron; debe cambiarlo por el del navegante que vino a buscarlo para
iniciarlo en la civilización. Granada no tiene para nosotros ningún recuerdo gra-
to; Colombia simboliza para todos las glorias de la civilización, el heroísmo de la
libertad, el sentimiento de la gratitud (GNG, No. 1190,23 de enero de 1851).

Propuso entonces que la confederación que se estaba proponiendo podría


llevar el nombre de "Provincias Unidas de Colombia", símbolo de "la nueva Re-
pública verdadera", porque acogería el sufragio universal y secreto, la libertad re-
ligiosa y de prensa, así como la completa separación de la Iglesia y el Estado.
El 13 de mayo de 1857 fue sancionada la ley que creó el Estado Federal de
Santander, con el territorio que tenían las provincias de Pamplona y Socorro. La
ley del 15 de junio siguiente creó los Estados del Cauca, Cundinamarca, Boyacá,
Bolívar y Magdalena que, unidos a los tres que ya habían sido erigidos -Panamá,
Antioquia y Santander-, reformó la división política de la República: el régimen
federal se había instaurado por el Congreso antes de que lograra aprobarse la
nueva carta constitucional. Durante el segundo semestre de 1857 se instalaron
las asambleas constituyentes de los Estados de Cundinamarca, Boyacá, Magdale-
na, Bolívar, Cauca y Santander, en las que fueron nombrados sus respectivos go-

63 I
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

bernadores provisionales: el general Joaquín París, Pedro Fernández Madrid, José


María Sojo, Juan Antonio Calvo, general Tomás Cipriano de Mosquera y Manuel
Murillo Toro.
El debate sobre el proyecto de la Constitución política para la Confedera-
ción Granadina, presentado por Florentino González, a la sazón procurador ge-
neral de la Nación, comenzó en el Senado el 4 de febrero de 1858. Mientras tanto,
en la Cámara fue presentado el proyecto de acto legislativo que reformaría el
artículo 57 de la Carta de 1853, también salido de la pluma de doctor González.
Este acto legislativo concedía al Congreso la posibilidad de reformar la Constitu-
ción vigente "de la misma manera que se adiciona o reforma una simple ley", con
solo tres debates dados en sesión conjunta de las dos cámaras. Fue aprobado y
sancionado el 10 de febrero, con lo cual se dio curso legal al debate de la nueva
Carta política.
La argumentación de Florentino González al proyecto de constitución fe-
deral comenzó con una nueva determinación del propósito que habría tenido la
emancipación de 1810:

Establecer en nuestra Patria un régimen político que, asegurando al individuo el


uso y desarrollo de todas las facultades con que la naturaleza lo ha dotado para
proporcionarse la felicidad, diese por resultado la mejora de nuestra condición
social, con el incremento del bienestar individual (GO, No. 2214,13 de febrero de
1858).

Para ello, se requerían unas instituciones que pudieran proporcionar


"bienestar general, orden y paz". Ofreció entonces una representación histórica
de lo que había acontecido en la vida política republicana: hasta ese momento se
había experimentado el centralismo, por el cual un poder absorbía todas las fa-
cultades de los miembros de la sociedad política y dirigía sus acciones "por regla-
mentos publicados de antemano, o por medio de agentes arbitrarios", con lo cual
se llegaba al "despotismo". Después se había experimentado el régimen represen-
tativo central que, influyendo sobre todos los negocios de los asociados, debía
"ser inspirado en sus actos por los miembros de la asociación". Pero los más "ade-
lantados entre los amigos de la humanidad" habían ideado "el gobierno del indi-
viduo por sí mismo en una gran parte de los negocios que le atañen y la creación
de entidades gubernamentales inspiradas siempre por los gobernados, y que solo
tengan poder para intervenir en los negocios que sean comunes al grupo de aso-
ciados al cual presiden". Según su representación, éste era el mejor régimen polí-
tico, pues le dejaba al individuo "el campo abierto para hacer el uso que crea más
conveniente de sus facultades naturales". La Legislatura de 1853, en cuya redac-
ción también había entrado la pluma del doctor González, le había dado a la
Nación las bases para el establecimiento de este sistema federal, pero en ese mo-
mento no se pudo adoptar el régimen federal por la acción "de las influencias
adversas al bien público que contrariaban la reforma", de tal suerte que la Carta

64
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO UE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

de 1853 no había sido más que "el medio de transición del centralismo estableci-
do en 1843 al federalismo reclamado por nuestros conciudadanos". Pero, en su
opinión, ya había llegado el momento de dejar atrás definitivamente el régimen
centralista, que en su opinión era igual "al despotismo", para transitar al régimen
federal. Con ello, se cambiaría el sistema de educación política del pueblo, funda-
do en las instituciones, pues "los pueblos no aprenden la política en los libros, sino
practicándola", pues además "todos los pueblos necesitan de ser formados por un
legislador". El ejemplo de los Estados Unidos mostraba que "las instituciones for-
man las costumbres de los hombres, y que el mejor de los gobiernos es aquel que,
dejando a los individuos el cuidado de atender a todos los negocios en que su pro-
pio juicio puede dar la mejor dirección a sus acciones, solo conserva el poder indis-
pensable para dirigir y manejar los negocios comunes de la sociedad". Siguiendo
ese modelo, el proyecto de la nueva constitución le daba al individuo un gobierno
local capaz de atender sus intereses comunes y a la Nación un gobierno que mantu-
viera unida sus secciones y la representara en el exterior. Se trataba de una "descen-
tralización" del gobierno granadino, para que "cada sección" estableciera un go-
bierno independiente que consultara sus intereses peculiares.
El doctor Manuel Murillo Toro reconoció que su proyecto constitucional
había sido "calcado, en general, sobre la Constitución de los Estados Unidos del
Norte". Las divergencias respecto de ésta empezaban con la manera de integrar el
Senado -cuatro senadores por estado-, para evitar los inconvenientes vistos en la
Cámara de Representantes norteamericana, donde los representantes atendían
más a sus electores y partidos que al interés general de la Unión. En vez de ello, el
Senado granadino tendría "la misión de dar las leyes sobre los negocios que son
de la competencia del Gobierno general", sin tener ninguna responsabilidad ad-
ministrativa para estar al margen "de las influencias de demagogia".
Otra divergencia era la legislación civil y mercantil uniforme para toda la
Confederación, pues en los Estados Unidos se había condescendido con legisla-
ciones civiles peculiares en cada estado. Una más era la que le prohibía a la Con-
federación tener ejército permanente, pues se le consideraba innecesario en lo
exterior y peligroso en lo interior. Finalmente, la Corte Suprema de Justicia ac-
tuaría en la Nueva Granada para anular cualquier disposición legal dada por los
estados que no fuese constitucional, haciendo efectivos los derechos y libertades
que la Constitución garantiza a todos los granadinos. El mismo Murillo Toro
criticó la ley del 15 de junio de 1857, tachándola de "acto destructor de los víncu-
los que ligaban a las diferentes partes de que se componía la Nueva Granada",
pues había creado unos estados independientes con plenas facultades para todo,
sin dejarle al Gobierno general los medios para cumplir sus tareas.
El proyecto de la nueva Constitución para la Confederación Granadina
integraría en un cuerpo de nación a los ocho estados que habían sido creados
por las leyes del 27 de febrero de 1855 -Panamá-, 11 de junio de 1856 -Antioquia-
y 15 de junio de 1857 -Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena y

65
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

Santander-. El Gobierno general se integraría por el presidente, el Senado -


cuatro miembros por estado- y una Corte Suprema de Justicia. El texto defini-
tivo fue aprobado el 22 de mayo de 1858, siendo sancionada por el presidente
Ospina ese mismo día. Los ocho estados existentes acordaron confederarse "a
perpetuidad" para formar una nación soberana de ciudadanos que sólo reque-
rían la edad mínima -21 años o estar casados- para ejercer el sufragio. El go-
bierno federal fue definido como "popular, representativo, alternativo, electivo
y responsable", conforme a la tradición granadina que se remontaba a la Carta
de 1832. Los asuntos de competencia del gobierno federal eran las relaciones
exteriores, la defensa nacional y la fuerza pública, el mantenimiento del orden y
la paz en los estados que los perturbasen, el crédito público nacional, las rentas
federales, la moneda, las pesas y las medidas, la legislación marítima y comer-
cial, el censo de población, los límites territoriales de los estados y de la federa-
ción, las vías interoceánicas, la naturalización de extranjeros, la designación de
los símbolos nacionales. Compartía con los estados tres asuntos: el fomento de
la instrucción pública y de la apertura de caminos, y los correos. El Poder Le-
gislativo seguiría siendo bicameral: un Senado integrado por tres senadores por
estado y una Cámara de Representantes compuesta por un representante por
cada 60.000 habitantes. La Corte Suprema encabezaría el Poder ludicial, y el
ministerio público sería competencia del procurador general. A todos los ciu-
dadanos se les reconocerían sus derechos a la seguridad, la libertad, la igualdad
ante las leyes, la propiedad, la libertad de imprenta y de movilización, de indus-
tria y trabajo, de instrucción, de culto, de asociación. El presidente de la Confe-
deración sería elegido por el voto directo y universal de los ciudadanos, al igual
que los congresistas en cada estado.

LIBERTAD DE COMERCIO
Desde el momento de la agregación del Istmo al Estado de la Nueva Granada, sus
políticos fueron siempre los abanderados de la adopción de la política de libre
cambio por parte del Estado de la Nueva Granada. Esta política incluía la fran-
quicia aduanera para sus puertos, el libre tránsito de las mercancías que los nor-
teamericanos Dasaban de un océano al otro v la supresión del antiguo monopolio
del tabaco. El proyecto de liberar el comercio en los puertos del Istmo fue tem-
pranamente expuesto por Mariano Arosemena en sus cartas de 1829 al general
José Domingo Espinar, quien se encontraba en Guayaquil acompañando al presi-
dente Bolívar. Reclamándole su compromiso con los intereses de su patria chica,
le pedía "aprovechar este precioso tiempo que usted pasa al lado del Libertador
para inclinar su ánimo a la tierra en que usted vio por primera vez la luz", a favor
del comercio libre, "sin el cual el Istmo no tendrá vitalidad". Además de "la liber-
tad absoluta del comercio del Istmo y la apertura del camino", tendría que abogar
por la creación de un tribunal de consulado capaz de dirimir los conflictos por
negocios de giro y de representar al "cuerpo del comercio que se halla sin amparo

66
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1848-1855

ni protección" 4 . Organizada en Panamá la Sociedad de Amigos del País, en la


sesión del primero de diciembre de 1834 fue presentada por Mariano Arosemena,
Luis Lewis y Damián Remón una "Memoria sobre comercio". Además de identi-
ficar las principales mercancías que se importaban de Jamaica, Santo Tomás, Es-
tados Unidos, Ecuador y Perú, así como de ofrecer una representación sobre la
historia comercial del Istmo, argumentaron que el engrandecimiento de éste de-
pendía de las gestiones que se hicieran en adelante ante la Legislatura Nacional
para que Panamá fuese declarada "ciudad de libre comercio" y se protegiera el
comercio de tránsito, mientras que la mayoría de la vieja generación de granadi-
nos dejaba caer "la venda que les impide ver" el perfeccionamiento del sistema
mercantil con la eliminación de las aduanas, los estancos y los resguardos, a los
que por tantos años habían estado habituados. La comunicación franca por el
Istmo era el proyecto principal que lo elevaría a la grandeza, pues por su posición
geográfica estaba llamado a ser el punto de concentración comercial de tres con-
tinentes (Arosemena, 1971: 44-45).
Los tres representantes de la provincia de Panamá -Miguel Chiari, José de
Obaldía y Mariano Arosemena- que acudieron en 1835 a la Cámara granadina
presentaron un proyecto de ley que liberaría a los cantones de Panamá y Portobelo
del pago de los derechos del comercio internacional -importación, exportación,
toneladas, anclaje, alcabala, depósito- por un término de cuarenta años. En ese
momento obtuvieron el apoyo de los representantes de las provincias del Cauca
-Tomás C. de Mosquera y José Vicente Martínez-, Veraguas -José López-, Bogo-
tá -Rafael María Vásquez-, Pamplona -Juan Clímaco Ordóñez-, Cartagena -
Antonio del Real y Francisco Nuñez-, Antioquia -Francisco Obregón- y Socorro
-Miguel Saturnino Uribe-. El secretario de Hacienda de la Administración
Santander, el doctor Francisco Soto, redujo a veinte años la liberación solicitada
en el decreto que finalmente fue sancionada por el presidente el 25 de mayo de
1835. Quedaban eliminadas las aduanas que existían en Panamá, Portobelo y
Chagres, y se crearía una nueva en Chorrera para el control del tráfico de los
cantones que no fueron liberados -Chorrera, Nata, Los Santos y Darién-. Pero el
secretario Soto incluyó en el decreto una condición que aplazaba la efectividad
de esta franquicia: sólo empezaría a correr desde el día en que fuese establecida la
comunicación entre los dos océanos por un ferrocarril.
Decepcionado, Justo Arosemena diría diez años después que este "misera-
ble artificio" legal había convertido el decreto mencionado en algo "ridículo des-
de su nacimiento", y advirtió cierta propensión del Congreso granadino hacia
"las medidas restrictivas en materia de tráfico mercantil", que ni siquiera el poder
del presidente Mosquera, un decisivo partidario de la libertad mercantil para el

4
Las c a r t a s de M a r i a n o A r o s e m e n a al g e n e r a l E s p i n a r f u e r o n p u b l i c a d a s p o r Arge-
lia Tello d e U g a r t e ( 1 9 7 1 : 10-23).

67
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

Istmo, lograba cambiar. En su opinión, la legislación mercantil granadina era


"cada vez más insoportable" (Porras, 1986: 140-141). Sin embargo, la demanda
panameña se abría paso poco a poco: la Legislatura de 1839 aprobó un decreto
- 3 1 de mayo- que eximió por cuatro años del pago de los derechos de importa-
ción a las producciones agrícolas que fuesen desembarcadas en Panamá prove-
nientes del Ecuador, Perú, México y Centroamérica. Los buques "de las naciones
amigas" no pagarían derecho alguno allí, y Portobelo sería puerto de depósito
libre.
La acción más decidida a favor del libre comercio para los puertos del Ist-
mo se empeñó desde 1847 por el doctor Florentino González, nombrado secreta-
rio de Hacienda por el presidente Mosquera, quien por ello sería descrito por un
grupo de panameños como "el gran financiero granadino, el Cobden sudameri-
cano" 5 . Este secretario empleó este año, y el siguiente, las páginas de la Gaceta
Oficial de la Nueva Granada para difundir entre los granadinos las ideas
librecambistas, haciendo publicar, por entregas sucesivas, la traducción de textos
completos de Federico Bastiat {Sofismas económicos. París, 1846; y el Discurso so-
bre las doctrinas económicas. Marsella, 1847) y el discurso en favor del libre cam-
bio pronunciado por Alphonse de Lamartine -1790-1869- en la reunión de la
Sociedad del Comercio Libre organizada en Marsella en 1847 6 . Informó además
sobre la celebración del Congreso de economistas políticos organizado en Bruse-
las, desde septiembre de 1847, por la Sociedad Belga para la Libertad de Comer-
cio, cuyo presidente, el señor Chitti, había escrito en la convocatoria:

Dios, en su infinita bondad, ha variado los climas del mundo y asignado a cada
latitud el exclusivo cultivo de ciertas producciones. Él lo ha dispuesto de tal suerte
que los habitantes de las diversas regiones del globo deriven una ventaja del cam-
bio de sus respectivas producciones, y que por medio de este cambio se establez-
can relaciones de amistad entre las diferentes naciones... El sistema protector es
una violación manifiesta de la ley divina, que constituye una sola familia de todos

5
Richard Cobden -1805-1865- fue un economista inglés que lideró a los indus-
¥~\~\~~ A ~ A,í~«-l™.,4-„>- „ . . ~ ^ a ~ . - . ™ « ; . v . , . - ^ „ m l o T Ir,-, ^ n t i - o lo T a,. C o r o i U n , , T,
Ll i a i C 3 *~í*~ Í V i a i l L l H . O l L . 1 VJU,- , L UlgQlliJ,ülUll ^11 i d i.l¿U ^V^lllltl iCl U t J VJLLVtUVia, Ull

grupo de presión que, bajo la bandera del librecambio, pidió la abolición de las
tarifas protectoras de la agricultura inglesa. Por esta posición, Cobden ha sido con-
siderado el representante del liberalismo económico a ultranza, llamado
"manchesteriano".
6
Libertad de comercio. La traducción fue publicada originalmente en el periódico
El Liberal (1847) y reproducida, por orden de González, en la GNG, No. 935 (9 de
diciembre de 1847). La versión original francesa apareció en el Memorial Bordelais
(5 de septiembre de 1847). Federico Bastiat estuvo en la reunión de Marsella y fue
bautizado por Lamartine como el "misionero de la justicia, de la libertad y de la
riqueza". La traducción de su Discurso sobre las doctrinas económicas fue publicada
en GNG, No. 943 (6 de enero de 1848).

68
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN I
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1848-1855 I

los hombres. Según él, cada nación, encerrándose dentro de los límites de sus fron-
teras y prohibiendo la introducción de ias producciones exóticas, se aisla de sus
semejantes, perjudica a sus intereses y los trata como enemigos, en vez de procu-
rar conciliarse su afecto. Los países que se gobiernan con aquel sistema son, res-
pecto de los demás, como cindadelas en estado de sitio, que rechazan a cuantos
pretenden aproximarse7.

Así hablaban "los grandes economistas políticos de Francia, Alemania, In-


glaterra e Italia" que se reunirían en Bruselas, entre los cuales se incluía a W. H.
Polk, hermano del presidente de los Estados Unidos. Por ese entonces, el doctor
González era el vocero más notorio de una corriente ideológica de la economía
política que recorría el mundo con el nombre de librecambismo.
El 16 de marzo de 1847, al entregarle al secretario de la Cámara de Repre-
sentantes el proyecto de ley "sobre libertad y franquicia de los puertos de Pana-
má, Veraguas e islas de las Bocas del Toro para el comercio de importación, ex-
portación y tránsito, suprimiendo los estancos de tabacos y aguardientes existen-
tes en dichas provincias", González expuso que la solicitud había sido formulada
originalmente por la Cámara provincial de Panamá y por el presidente Mosquera,
pensando en "la importancia mercantil y política que puede tener para este país
el Istmo de Panamá". Había sido Mosquera quien le había ordenado redactar el
proyecto de ley que entregaba a los legisladores, pero González mismo había sido
llamado a la secretaría de Hacienda por el presidente en virtud del Programa de
mejoras del sistema económico y financiero que había publicado, pidiéndole que lo
pusiera en ejecución. Durante los primeros seis meses de su gestión, González
preparó el grupo de proyectos de ley que entregó a la Cámara, pero cuando se
produjo el duro debate sobre el proyecto de ley que concedía libertad de comer-
cio a los puertos del Istmo, con un resultado adverso en la votación del 9 de
marzo de 1847, presentó su carta de renuncia al cargo ese mismo día. De inme-
diato, el presidente Mosquera nombró en su reemplazo al doctor Antonino Olano,
uno de los más enérgicos opositores al proyecto. Como era de esperarse, éste no
aceptó la oferta. Se le ofreció entonces la Secretaría a Raimundo Santamaría, el
otro destacado opositor al proyecto, quien tampoco aceptó. El presidente nom-
bró de nuevo a Florentino González en la secretaría de Hacienda, quien manifes-
tó su decisión de sacrificar "su amor propio" para volver a intentar, con la coope-
ración de los legisladores, "sacar a mi país del estado en que lo han puesto las
absurdas leyes económicas y fiscales a que está sujeto" (GNG, No. 860,14 de mar-
zo de 1847).

7
Congreso de economistas. GNG, No. 933 (2 de diciembre de 1847). Los editores
de la Gaceta Oficial recibieron el periódico El Libre Cambio de París, donde pudie-
ron leer los discursos pronunciados el 16 de septiembre de 1847 por los economis-
tas que abrieron el Congreso de Bruselas (GNG, No. 943 (6 de enero de 1848: 14).

69 |
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

En una carta que envió al coronel Herrera -18 de junio de 1847- para
informarle sobre el resultado de su fallida gestión ante la Cámara de Represen-
tantes, lamentó "infinitamente" la no aprobación del proyecto, pero anunció que
volvería a la carga en la siguiente Legislatura, por lo que recomendaba que envia-
ran en 1848 a José de Obaldía como senador por Panamá, para tener más fuerza
favorable entre los legisladores. Un consuelo era que el Poder Ejecutivo iba a de-
clarar francas las Bocas del Toro y San Andrés, al tenor del artículo 25 de la ley del
primero de mayo de 1846. Otra buena noticia fue la de que este año el gobierno
había firmado el contrato con la Compañía Anglo-Francesa para la construcción
del Ferrocarril de Panamá. Agregó que ante la Legislatura de 1848 haría "el últi-
mo esfuerzo por la franquicia, y la presentaré de manera que no me la podrán
rehusar. Para entonces, confío que el interés por el Istmo se habrá excitado bas-
tante en el mundo, para que se reconozca su importancia, y no se trate esta cues-
tión como una de tantas trivialidades, sino como ella merece[...] Espero que en el
año entrante me los llevaré a todos por delante, a fuerza de razón, energía y fir-
meza" (González, 1928: 317-318). En su opinión, las circunstancias serían más
favorables en 1848, pues no estarían presentes en el Congreso sus dos principales
opositores -Santamaría y Olano-, y la representación de los panameños notables
sobre la franquicia tendría un buen efecto sobre los demás.
Se refería a la solicitud de libertad de comercio para los puertos del Istmo
que había dirigido a los legisladores de 1848 un grupo de "habitantes de la pro-
vincia de Panamá", encabezados por Tomás Herrera, Mariano Arosemena, Luis
Lewis, Manuel José y José María Hurtado 8 . Recordaban en ella el acalorado deba-
te dado en el seno de la Cámara de Representante durante sus sesiones de 1847,
que llegó incluso a precipitar la renuncia de Florentino González de su empleo de
secretario de Hacienda, así como el resultado adverso de la votación, en el que
por la falta de un voto se había frustrado que las provincias de Veraguas y Panamá
hubiesen obtenido los bienes del "comercio libre". Pese a ese resultado, anuncia-
ban que no estaban dispuestos a dejar "apagar de un todo la antorcha que nos ha
de alumbrar el sendero por donde hemos de salir de la oscuridad tenebrosa de
miseria en que yace este país, a la refulgente luz de la prosperidad que obtenidas
las franquicias comerciales harán renacer a Panamá cual otro Fénix de sus ceni-
zas". Como ya habían aprendido que en Europa las palabras "comercio libre" eran
el talismán que derribaba los monopolios de los ricos agricultores y disipaban la
"soñada protección" de los pocos y opulentos manufactureros, estaban seguros
que tarde o temprano vencería la opinión librecambista. Los puertos de las pro-

8
Solicitud de libertad de comercio en el Istmo, hecha a la Legislatura por varios
vecinos de Panamá (GNG, No. 933,2 de diciembre de 1847). Entre los firmantes se
encontraban varios comerciantes franceses -Clemént Orillac, A. Chemisard, B.
Feraud-, bien enterados de la difusión de la doctrina librecambista en Francia e
Inglaterra por Bastiat y Cobden.

70
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

vincias del Istmo granadino eran el sitio más apropiado para establecer "un de-
pósito de mercaderías donde puedan venir a surtir los habitantes de Paita y de
Guayaquil, de Centro América y de México, de Pasto, de Barbacoas, de Tumaco,
de Buenaventura, de Cali, de Popayán y de otros mil puntos de la Nueva Granada
y de otros países", siempre y cuando les fuese concedida la libertad de comercio
sin ninguna restricción.
El principal argumento que se oponía a la propuesta librecambista de
Florentino González era el de que estimularía el contrabando y el fraude en las
aduanas. Replicaron a él los panameños que era el sistema proteccionista el que
había hecho de cada hombre un contrabandista, pues estando los puertos del
Istmo rodeados de puertos libres -Tumaco, Buenaventura y Punta Arenas en el
Pacífico, así como Bocas del Toro en el Atlántico-, cualquier persona podía salir
de aquellos en una canoa para vender en éstos maíz, arroz o carne, volviendo con
licores y mercancías extranjeras sin impedimento alguno, "porque no hay guar-
dacostas ni resguardos que lo impidan". Por ello, las rentas de la aduana en el
Istmo eran casi nulas, y sus empleados obligados a ponerle trabas al comercio de
120.000 habitantes. El comercio de tránsito era la actividad que hacía la riqueza
en el Istmo, y por ello había que liberarlo de sus trabas. La libertad de comercio
en los puertos de los cantones de Panamá y Portobelo atraería hacia ellos capita-
les de todo el mundo, lo cual haría crecer el comercio y nacer la agricultura, "has-
ta ahora casi desconocida entre nosotros".
El nuevo proyecto de ley reorganizaba el comercio con las provincias de
Panamá y Veraguas, así como con los territorios de Bocas del Toro, San Andrés,
Darién y Caquetá. Los buques que entraran a los puertos de las primeras queda-
rían exentos del pago de contribuciones por razón de tonelaje, y sólo pagarían los
gastos del visitador y de celadores. Las mercancías importadas por ellos no paga-
rían más que un derecho de importación, de acuerdo con su clasificación. Los
aguardientes y licores no pagarían nada si se descargaban con el objeto de
reexportarlos. En el territorio del Darién se podían vender libremente las mer-
cancías importadas legalmente por los puertos de Panamá y Veraguas. Sólo que-
daba prohibido transitar por el Istmo el tabaco en hoja, los cigarros, el azúcar, el
café, el cacao y el algodón no producidos en la Nueva Granada. Corrigiendo los
excesos9 del proyecto que fue derrotado en las sesiones de la Cámara en 1847, el
nuevo se acompañó de una exposición (GNG, No. 939,23 de diciembre de 1847)
de las razones en su favor. La primera era la privilegiada posición del Istmo para
el comercio internacional, "destinado por la Providencia para que las naciones

9
El proyecto original suprimía todos los impuestos de importación o exportación,
así como las propias aduanas y los estancos de tabacos y aguardientes. Las únicas
contribuciones que quedarían para los panameños eran las de registro inmobilia-
rio, correos, papel sellado, culto y patente de los almacenes (GNG, No. 866, 4 de
abril de 1847).

71
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

del un mar hagan de él el depósito en que se vendan sus productos, o se cambien


por los de las naciones del otro mar". Si ello no había ocurrido aún era porque los
gobiernos granadinos se habían aferrado "a los miserables rendimientos de sus
aduanas", en vez de renunciar a ellos para ganar más "con la prosperidad que la
franquicia traería, no sólo a las provincias del Istmo, sino al resto de la Repúbli-
ca". Si el Istmo se tornaba un depósito franco de mercancías, servido por una
línea de vapores ingleses en cada océano aledaño, "en donde las naciones del At-
lántico y del Pacífico puedan cambiar sus productos sin trabas ni embarazos, las
operaciones mercantiles se ejecutarán con una celeridad asombrosa". El segundo
argumento era que los ingresos fiscales producidos por las aduanas del Istmo
eran bajos, dados los puertos francos cercanos, lo cual había estimulado el con-
trabando por éstos. No había entonces lugar a esperar mayores ingresos aduane-
ros del Istmo. En vez de ello, los ingresos futuros por los derechos impuestos
sobre las mercancías descargadas en el Istmo serían "una renta inmensamente
mayor que la que hemos obtenido de aquellas aduanas en los mejores años", pues
en unos cuatro años las importaciones pasarían de 100.000 quintales de mercan-
cías, lo cual significaba un ingreso fiscal casi doble del mayor nivel obtenido por
las aduanas. En tercer lugar, podría esperarse un crecimiento de la agricultura
granadina de exportación -tabaco, café, cacao, azúcar y algodón- gracias al in-
cremento comercial en el Istmo, pues la Nueva Granada podría proveer de tabaco
y azúcar a la naciones del Pacífico.
Por su lado, el gobernador de Panamá, Tomás Herrera, ratificó ante la Cá-
mara de dicha provincia que "el comercio libre es la única esperanza de remedio
para esta provincia, cuyos recursos escasean a medida que los años escasean...
Sólo cuando el Istmo sea, como está llamado a ser, el centro del comercio univer-
sal, dejará de hallarse bajo el peso de la miseria que le abruma" (GNG, No. 952,6
de febrero de 1848). Relató que aunque la Cámara y todos los concejos munici-
pales de la provincia lo habían solicitado al Congreso, y que el secretario de Ha-
cienda había hecho grandes esfuerzos para conseguirlo en las sesiones de 1847,
nada se había logrado. González le confió a este gobernador de Panamá, en una
carta del 21 de enero de 1848, que el nuevo proyecto era una pildora dorada para
que no sintieran repugnancia los congresistas: "nada he dicho de franquicia, aun-
que real y verdaderamente el proyecto la concede bien amplia, pues el derecho
que se pagarán en las Aduanas del Istmo es nominal".
Efectivamente, el Congreso de 1848 se "tragó la pildora dorada", convir-
tiendo en ley-5 de abril- el nuevo proyecto presentado por González para "arre-
glar el comercio con las provincias de Panamá y Veraguas", de tal suerte que los
barcos mercantes quedaban autorizados para ingresar a los puertos de esas dos
provincias sin pagar derechos de tonelaje, y las mercancías extranjeras por allí
importadas -para consumo externo o reexportación- sólo pagarían un impuesto
de cinco céntimos de real por cada libra granadina de peso. Las mercancías en
tránsito, de un océano al otro, no pagarían impuesto alguno en los puertos de

72
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE IAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

Panamá y Chagres. Los aguardientes y licores importados para reexportación no


pagarían nada, pero los de consumo en esas provincias sí lo harían conforme a las
tarifas establecidas el 14 de junio de 1847. Sólo quedaba prohibido el tránsito por
el Istmo de los tabacos, cigarros, azúcar, cacao, café y algodón no producidos en
la Nueva Granada 10 . Pero Florentino González no pudo disfrutar de su triunfo,
porque al entrar en conflicto con el secretario de Gobierno -Alejandro Osorio-
respecto del asunto de la expulsión de los jesuitas, pues éste se opuso a tal medida
en un debate dado en la Cámara de Representantes, presentó su dimisión, irrevo-
cable a menos que el presidente despidiera a su secretario de Gobierno. Su cálcu-
lo político, a favor de la expulsión de los jesuitas, no contó con el carácter del
general Mosquera, un hombre que nunca cedía ante chantajes de nadie, quien no
dudó en aceptarle de inmediato la renuncia.
La ley de franquicias que suprimió, a partir del primero de enero de 1850, la
renta de aduanas del Istmo, fue aprobada por la Legislatura de 1849 - 2 de junio-.
Esta ley fue considerada por un redactor de El Panameño como "el sol que dará luz
para siempre a este país" (GO, No. 1281,22 de octubre de 1851). Mariano Arosemena,
intendente general de Hacienda en Panamá, informó el 26 de febrero de 1849 sobre
los primeros efectos de la libertad de comercio concedida al Istmo: además de los
miles de norteamericanos que cruzaban por allí en dirección a California, otros se
quedaban en Panamá para ocuparse en "diferentes empresas": hoteles y fondas,
casas comerciales, navegación marítima y fluvial. La adjudicación de la obra del
ferrocarril del Istmo a la firma Aspinwall, Stephens & Chauncey y la actividad des-
plegada permitían presagiar que "en poco tiempo las nuevas relaciones con la Re-
pública Norte-Americana producirán en el país un cambio muy favorable a la in-
dustria y al comercio" (GO, No. 1035, 8 de abril de 1849).
En efecto, el decreto que aprobó el contrato para la construcción del Fe-
rrocarril del Istmo fue sancionado por el presidente Mosquera el 8 de junio de
1847; ya habia sido firmado el 10 de mayo anterior por el apoderado de la Admi-
nistración Mosquera -el comerciante cartagenero Juan de Francisco Martín- y
Mateo Klein -apoderado de la Compañía de Panamá-. Pero al año siguiente el
gobierno le puso fin al contrato, pues la Compañía no había depositado la fianza
a que se había comprometido, por el impacto de la Revolución de 1848 y de la
crisis comercial europea de 1847 en los negocios franceses. Las gestiones del ge-
neral Herrán, jefe de la Legación de la Nueva Granada en los Estados Unidos,
fructificaron en la nueva adjudicación de la obra a la Compañía Anglo-America-
na del Ferrocarril de Panamá, según el contrato firmado en Washington el 28 de
diciembre de 1848 por dicho general con los señores William Henry Aspinwall,
John Lloyd Stephens y Henry Chauncey. Los empresarios se comprometieron

10
Ley del 5 de abril de 1848. (GNG, No. 971,13 de abril de 1848). En el momento de
la sanción de esta ley era secretario de Hacienda losé Eusebio Caro.

73
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

también a establecer un grupo de "emigrados honrados e industriosos, con sus


familias, en el territorio de Bocas del Toro"". El general Herrán le informó al
gobierno granadino, el 8 de enero de 1849, que este proyecto ferroviario era de
necesidad urgente para los Estados Unidos, porque necesitaban "una vía fácil y
pronta de comunicación del Atlántico al Pacífico".
Durante la conmemoración del 29 aniversario de la independencia de Pa-
namá en su Casa municipal, el 28 de noviembre de 1850, el doctor Justo Arosemena
preguntó a los asistentes: "¿Cuál será la suerte definitiva del Istmo de Panamá?"
Vaticinó entonces que el Istmo, con la libertad de comercio que empezaba a dis-
frutar, llegaría a ser "grande, rico y poderoso; servirá al tráfico del mundo por un
ferrocarril que acorte aún más la ya corta distancia entre los dos mares; ofrecerá
asilo y trabajo a todos los habitantes del globo, y si no es propiedad exclusiva de
una raza o de un pueblo, será el camino y la posada de todos los pueblos y de
todas las razas" (GO, No. 1190, 23 de enero de 1851).
El primer secretario de Hacienda de la Administración López, el doctor
Manuel Murillo Toro, informó al Congreso de 1850 que la renta de aduanas era
"la más productiva, la más segura y la más susceptible de mejora", por lo cual era
imposible que el Estado se desprendiera de ella en las condiciones de la deuda
externa y supresión de la renta que producía el monopolio del tabaco. Era preciso
entonces combatir el contrabando, que le quitaba a la Hacienda Nacional una
suma igual a la recaudada por las aduanas. En los puertos del Istmo de Panamá
habían cesado las aduanas desde el primero de enero de 1850, una medida que
"producirá y está produciendo ya transcendentales consecuencias en la prosperi-
dad de aquel país, tan ventajosamente situado para el comercio" (GNG, No. 1108,
21 de marzo de 1850). Bajo esta Administración del 7 de Marzo -1849-1853- la
situación del Istmo, en el que un vertiginoso crecimiento de su actividad comer-
cial se había desatado por el descubrimiento de las minas de oro de California,
causa de un gigantesco desplazamiento de norteamericanos entre sus dos costas
oceánicas, apareció en su "inmensa importancia". El presidente López, que cono-
cía las medidas tomadas por la Administración Mosquera para liberar el tráfico
comercial por el Istmo y atender las demandas de la colonia norteamericana que
se había establecido en Panamá, ofreció no estorbar "su rápido desenvolvimien-
to" con una política "meticulosa o mezquina". La importancia del voto de los
congresistas de la provincia de Panamá en la sesión del 7 de marzo de 1849 así lo
aconsejaba, como también las preocupaciones que la posición estratégica del Ist-
mo tenía en el comercio internacional.
Siguiendo la tradición impuesta por Florentino González en la anterior
Administración, la del presidente López se dispuso a facilitar la prosperidad cre-
ciente de la ciudad de Panamá, centro de "la copiosa emigración", con una legis-

11
El contrato con Aspinwall, Stephens y Chauncey, firmado el 28 de diciembre de
1848, fue publicado en la Gaceta Oficial No. 1059 (5 de julio 1849).

74
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

lación liberal en su favor. Este apoyo se dirigió hacia la Compañía del Ferrocarril
de Panamá, instrumento de la esperanza de que el comercio contara "con esta
pronta comunicación entre los dos océanos". La comunidad norteamericana ha-
bía solicitado la expedición de una legislación que institucionalizara el juicio por
jurados en el Istmo, una demanda liberal que se estaba tramitando en el Congre-
so. Al terminar su mandato, el presidente informó al Congreso que en él se había
podido corregir "la política meticulosa y desacordada de otros tiempos", con lo
cual había podido contribuir "a la portentosa metamorfosis que se opera en el
país, donde hoy se fijan todas las miradas del Universo". Las leyes especiales que
se habían dado para atender la especial situación del Istmo, dirigidas a garantizar
la plena libertad mercantil, habían puesto en marcha un proceso progresivo que
anunciaba su extensión a otras provincias de la República.

JURADOS DE CONCIENCIA Y HÁBEAS CORPUS


El doctor Justo Arosemena fue un juicioso comentarista de las cartas constitucio-
nales de las naciones latinoamericanas. De esta actividad no escaparon las Cons-
tituciones granadinas de 1853 y 1858, ni la Carta federal colombiana de 1863,
pese a que fue en la Convención de Rionegro uno de los más activos ponentes.
Pero uno de los aspectos que más examinó de ellas fue el ordenamiento de las
instituciones del Poder Judicial, pues estaba convencido de que "la administra-
ción de justicia es el fin del gobierno que han establecido los hombres; porque si
ellos vivieran en paz, el gobierno sería innecesario". La excelencia de "las leyes
sustantivas", y la rectitud y eficiencia de su aplicación por "las adjetivas", era algo
que le parecía de la mayor importancia e interés para "el hombre social". Preparó
un conjunto de nuevos códigos judiciales para la Nueva Granada, pues entendía
que no bastaba con reformar solamente el Código Penal, sino que deberían
trabajarse y "expedirse al mismo tiempo todos los códigos" para que guardaran
entre sí "armonía y correspondencia". El paquete de proyectos de nuevos códigos
que hizo publicar en la imprenta bogotana de El Neogradino en 1853 incluía los
siguientes:

Proyecto de Código de minería. Bogotá, 1853.


Proyecto de Código de enjuiciamiento en asuntos civiles. Bogotá, 1853.
Proyecto de Código penal. Bogotá: Imprenta de El Neogranadino, 1853.
Proyecto de Código de leyes complementarias del Código Penal. Bogotá,
1853.
Proyecto de Código de organización judicial. Bogotá, 1853.
Proyecto de Código Civil. Bogotá, 1853.

En 1855 había sostenido que la legislación civil de la Nueva Granada tenía


la misma base que las Leyes castellanas de Partida, lo cual era una abierta contra-
dicción con la sociedad republicana moderna. Era preciso contar con un Código

75 1
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

Civil moderno, fácil de entender y consultar por cualquier ciudadano, quien de-
bería tenerlo en su mesa de noche junto a la Biblia. Con ello se democratizaría la
justicia y se haría posible una "justicia popular". En cuanto al Código Penal gra-
nadino, que provenía de la Legislatura de 1837 y se había reformado en 1848,
todavía le parecía demasiado severo y desproporcionado en las penas que adjudi-
caba a los diversos delitos, al punto que el robo tenía más años de pena que el
homicidio. La persistencia de la pena de muerte le repugnaba, como a todos los
liberales radicales de la Generación del 48, así como el "abominable" sistema de
presidios. Por ello presentó ante la Convención de Rionegro, el 20 de febrero de
1863, un proyecto de ley que intentaba fundar "el sistema penal de la Unión Co-
lombiana". Pero las dos innovaciones institucionales que los diputados paname-
ños llevaron al Congreso de la Nueva Granada fueron el jurado de conciencia y el
hábeas corpus.
La adopción de la idea de juzgar criminalmente a las personas por jurados
de conciencia fue presionada en el Istmo por los comerciantes norteamericanos
que allí se establecieron para atender el tráfico transatlántico que se había
incrementado desde el descubrimiento de minas de oro en California. Tratándo-
se de una institución judicial proveniente de la tradición norteamericana, fueron
estos ciudadanos quienes le solicitaron al presidente López, en marzo de 1850, la
concesión de esta institución liberal para la provincia de Panamá. Argumentaron
entonces su necesidad por los continuos roces personales que se daban entre los
viajeros norteamericanos y algunos ciudadanos panameños, originados en los
mutuos prejuicios sociales que existían entre ellos, así como los problemas de
desorden y criminalidad que eran frecuentes en los puertos del Istmo.
Una junta general de los ciudadanos norteamericanos avecindados tuvo
lugar en la plaza grande de la ciudad de Panamá, el 15 de marzo de 1850, para
considerar la manera de resolver los problemas del desorden y la criminalidad
crecientes por efecto de la oleada de transeúntes. Presidida por James W. White,
A. J. Zachrisson, John Campbel, J. B. Moore y R. H. Elam, esta junta reprobó
públicamente todas las violaciones de la ley y del orden cometidas por ciudada-
nos norteamericanos, expresando la determinación de contribuir a la represión
de toda perturbación de la paz pública. Fue acordado que la población norte-
americana asentada apoyaría la acción de las autoridades panameñas, pues aun-
que algunas personas habían perturbado la tranquilidad pública ello no justifica-
ba que toda la población mencionada fuese agraviada "con los epítetos descorte-
ses" y los "sentimientos impropios" de los panameños, al punto que el goberna-
dor M. M. Díaz se había referido en un tono odioso al cónsul norteamericano en
el puerto de Panamá, Amor B. Corwing Esg, en un documento público. Propu-
sieron entonces el establecimiento de "un sistema de policía más perfecto, com-
prensivo y vigilante" y de una administración de justicia "más perfecta y benéfi-
ca", capaz de ganarse la confianza pública y alejar la tentación de los particulares
"a que se arroguen el derecho a sí mismos de deshacer sus propios agravios",

'76
LA ACCIÓN DE EOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

garantizando las vidas y las propiedades. Se comprometían para ello a auxiliar a


las autoridades locales, "de cualquier modo que tuvieren a bien de llamarnos o
requiriesen nuestros servicios" 12 .
Fue nombrada una comisión, compuesta por John L. Brown, A. B. Miller,
William S. Safford, N. Miller y J. D. Frawell, para representar ante el presidente
López la situación de Panamá y las resoluciones de la Junta General de norte-
americanos. Relataron en esta representación 13 los cambios introducidos en
1849 en la provincia de Panamá por el tránsito de muchas expediciones prove-
nientes de los puertos americanos del Atlántico que se dirigían hacia California,
ampliando de una manera inédita el volumen de los negocios americanos esta-
blecidos en esa provincia. Esta situación había producido una perturbación de
las relaciones sociales, al punto que algunos norteamericanos habían llegado a
alterar el orden público, ante la impotencia de las autoridades locales. Pedían
por ello, sin atentar en nada contra la dignidad de un pueblo soberano, la con-
cesión de una administración de justicia adecuada "a los sentimientos y hábitos
de los ciudadanos americanos, que forman tan grande parte de su población":
respeto del principio del hábeas corpus14 para los ciudadanos arrestados, liber-
tad provisional bajo ñama, juicio por jurados -la mitad de ellos norteamerica-
nos y la otra mitad panameños-, disciplina y aseo de las cárceles, y arresto eje-
cutado por personas que no fuesen de la raza negra, para evitar la resistencia de
los norteamericanos al procedimiento.
Esta petición fue promovida en el Congreso granadino por los liberales
granadinos, liderados por los representantes panameños, quienes consideraron
que las instituciones del juicio por jurados y del hábeas corpus eran una realiza-
ción de los principios de la libertad ciudadana y del autogobierno. Fueron así
incluidas en el proyecto de reforma de la organización del Poder Judicial y en la
Carta constitucional de 1853, como derecho fundamental garantizado -art. 5,
literal 11-. Antes de ello, la Cámara provincial de Panamá ya había autorizado,
por la ley del 11 de junio de 1850, el establecimiento del juicio por jurados en esa
provincia. En ese momento se encontraba en Panamá el ex presidente Tomás
Cipriano de Mosquera, quien se ocupó de comentar esta ley en varias entregas
del periódico El Panameño, convencido de que esta experiencia sería el "ensayo

12
Parte expositiva de los acuerdos adoptados en junta general de los ciudadanos
norteamericanos reunidos en la plaza grande de la ciudad de Panamá, 15 de marzo
1850 (GNG, No. 1122, 19 de mayo de 1850).
13
Representación de la comisión norteamericana al presidente López. Panamá, 20
de marzo de 1850 (GNG, No. 1122, 19 mayo 1850).
14
El principio del hábeas corpus proviene de la tradición jurídica inglesa, lusto
Arosemena lo entendía en 1855 como la declaración de que "no se puede prender o
detener a un hombre sino por motivo puramente criminal". Cfr. Estado federal de
Panamá.

77 1
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

para plantear en la República la institución del Jurado" {El Panameño, No. 84,18
de agosto de 1850; El Panameño, 87, 8 de septiembre de 1850). En el primer artí-
culo se esforzó por demostrar que no era necesario tener la condición de grana-
dino y de ciudadano para integrar los jurados, por lo cual era posible integrar
extranjeros a ellos cuando el reo también lo fuese. El "jurado mixto", integrado
por granadinos y extranjeros según sorteo, fue el tema del segundo artículo.
En 1851 se aprobó la ley nacional que estableció los jurados de conciencia
-cinco vecinos que supieran leer y escribir- para los delitos de homicidio, robo y
hurto de mayor cuantía - 4 de junio 1851-, y se inhibió a la Cámara de Panamá
para legislar en la materia, argumentando que el Congreso Nacional no podía
delegar esa función constitucional. Pero la ley del 11 de junio de 1850 ya había
autorizado a la Cámara provincial de Panamá para que organizara el sistema de
jurados en su jurisdicción, y para todas las causas criminales. El doctor Justo
Arosemena se quejó de que dicha Cámara no hubiera aplicado dicha ley desde
1850. Los liberales entendían que con ello se reconocía "el imperio de la opinión
y el derecho incontestable del pueblo para darse sus jueces o juzgar por sí mis-
mo". La ley del 29 de mayo de 1852 estableció definitivamente los juicios con
jurados. Para ser jurado bastaba ser ciudadano y saber leer y escribir. En 1855
Arosemena consideraba que el Código Penal granadino debería ser reelaborado
por completo para disipar toda huella de las Partidas castellanas y para incluir el
juicio por jurados y el hábeas corpus. Mediante la ley del 2 de noviembre de 1859
se organizó el más completo sistema de jurados en el Estado de Panamá: tribuna-
les de jurados departamentales compuestos por siete jueces, jurado extraordina-
rio, procedimientos y recursos. Sin embargo, el primer balance del funcionamiento
de los juicios por jurados que José de Obaldía ofreció a la Legislatura provincial
de Panamá en 1860 no fue optimista; el descrédito de esta "bella institución" se
estaba abriendo paso con los escándalos que daban absoluciones "del jurado que
ningún juez responsable se hubiera atrevido a impartir". Para conjurar la impu-
nidad en que estaban quedando los pequeños delitos -hurtos, estafas, heridas
leves-, habría que reducir la institución del jurado para los delitos graves, que
contaban con amplia publicidad, dejando las causas por delitos leves a los jueces
distritales.
La institucionalización de los jurados de conciencia y del hábeas corpus en
todas las provincias de la Nueva Granada era una ruptura radical de las tradicio-
nes legislativas españolas que se habían mantenido desde la independencia, pese
a la incorporación de algunas innovaciones que no llegaron a la adopción de
nuevos códigos civiles, de comercio o de minería. El doctor Arosemena y
Florentino González fueron los principales críticos de las instituciones judiciales
granadinas y los promotores de una reforma completa de ellas. El primero juzga-
ba que nada era tan urgente para la República como la mejora de la administra-
ción del Poder Judicial, pues la libertad y la seguridad serían "vanas y estériles
palabras" mientras los tribunales y juzgados no cumpliesen "religiosa y puntual-

JT?.
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

mente" con su función de administrar justicia. Aunque esta función pertenecía a


un poder independiente del Ejecutivo, el presidente López decía en su mensaje a
la Legislatura de 1850 que los agentes del Ministerio Público podían supervigilar
"la responsabilidad de los jueces", para que la eficiencia y rapidez de la acción
judicial se incrementara. Como ello dependía de "las luces y probidad de los jue-
ces", se había esforzado por nombrar las personas más adecuadas en algunas pla-
zas vacantes de los Tribunales, satisfaciendo así a "la opinión pública y a mi con-
ciencia".
El secretario de Gobierno expuso ante el Congreso de 1851 un cuadro de la
situación judicial: durante los diez años comprendidos entre 1839 y 1849 se ha-
bían procesado 25.975 personas, de las cuales fueron absueltas 15.963, "lo que
equivale a decir que para castigar dos culpables se han perseguido tres inocentes".
En su opinión, era preciso adoptar tres innovaciones para mejorar la administra-
ción de justicia: la institucionalización del juicio por jurados de conciencia, la
redacción de un código civil, capaz de darle sencillez a la legislación, aclarando
los derechos y las obligaciones; y abolir las escribanías, para evitarle costos a la
gente pobre e ignorante. Hasta entonces, los jueces y secretarios no tenían renta
fija, pues dependía del cobro de los derechos procesales, es decir, de la acumula-
ción de diligencias y autos. Esta "odiosa simonía judicial" alejaba a los pobres de
los juzgados y confería gran poder al "odioso tinterillo y al injusto litigante, para
aterrar al contendor, que no cuenta con los recursos necesarios para hacer frente
a los gastos del pleito". Era preciso que la justicia fuera gratuita, lo cual suponía la
eliminación de las costas procesales -herencia colonial- y la asignación de rentas
fijas a los empleados judiciales.
En 1850, cuando Florentino González pasó por Panamá, fue informado
sobre la necesidad de instituir tribunales de comercio para resolver las diferen-
cias por los giros mercantiles y de dinero. Redactó entonces un proyecto de ley y
lo envió a la Legislatura, la cual fue sancionada en 1852. Pero al año siguiente se
quiso derogar, "porque el limitado comercio de las provincias interiores no había
exigido en ellas semejante ley, ni demostrado su utilidad después de acordada". El
representante de Panamá en la Cámara tuvo que esforzarse mucho para impedir
su derogación, apoyándose en una carta de más de un centenar de comerciantes
del Istmo que le pedían la conservación de la ley, "sin alterarle un ápice".
El presidente Obando advirtió la necesidad de reformar el Código Penal y
la de contar con un Código Civil. Aunque estaba seguro de que se habían adopta-
do las mejores instituciones políticas, sostenía que todavía la legislación civil y
penal adolecía de "vicios de siglos de barbarie" y de tantas confusiones, que se
prestaba para muy variadas interpretaciones. Se comprometió entonces a formar
nuevos códigos nacionales, "en armonía con las instituciones adoptadas". En ese
momento ya se estaba tramitando un contrato con el doctor Justo Arosemena
para la elaboración de esos códigos. Una advertencia especial del general Obando
fue la de que la abolición de la pena de muerte quedaba supeditada a la construc-

79
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

ción de la Penitenciaría Nacional. El proyecto de ley que autorizaba al Poder Eje-


cutivo para contratar la construcción de la Penitenciaría, con capacidad para al-
bergar 200 presos, fue presentado al Congreso, el 30 de abril de 1853, por el secre-
tario Lleras. El Congreso lo aprobó el 27 de mayo siguiente, y así la convocatoria
para su construcción fue publicada en la Gaceta Oficial No. 1625 (9 de noviem-
bre de 1853), con todas las especificaciones técnicas.
La Cámara y el Senado examinaron en 1853 la oferta de venta de los códi-
gos civil, penal, de minería y de comercio ya redactados por el senador Justo
Arosemena. La juzgaron inaceptable, porque la adopción de estos códigos reque-
ría el debate en comisiones, por lo que eligieron el procedimiento de iniciar las
discusiones tomando como base los textos de Arosemena, y sólo una vez aproba-
dos se le podría reconocer 12.500 pesos como indemnización por su trabajo. Fi-
nalmente, el Congreso optó -decreto del 10 de mayo de 1853- por autorizar al
presidente para que contratase la redacción o la compra de los códigos mencio-
nados, hasta por el valor ya mencionado. El presidente nombró entonces una
comisión de notables juristas -Estanislao Vergara, José Joaquín Gori, Juan
Nepomuceno Núñez Contó, Rafael Núñez, Lino de Pombo y Miguel Samper-
para que procedieran a examinar los códigos ya redactados por Justo Arosemena
y por Antonio del Real, evaluando las modificaciones que requerían y la posibili-
dad de comprarlos a sus autores. Cuando la Legislatura de 1854 debatió el pro-
yecto de Código Penal, el representante Tomás Herrera pidió, en la sesión del
primero de marzo de este año, que la comisión encargada del Código civil pre-
sentara su informe.

MATRIMONIO CIVIL E IGUALDAD DE LOS míos


El 20 de junio de 1853 fue sancionada, pese a la resistencia del presidente Obando,
la ley granadina que hacía posible el matrimonio civil y el divorcio en la Nueva
Granada. Mientras que en las provincias del centro y del sur del país esta ley
encontró una férrea oposición a su adopción, en las del Istmo "particularmente
casi todos reconocen que ha llenado una gran necesidad". Los matrimonios entre
las istmeñas y los extranjeros, "que tan frecuentes son", estaban en suspenso espe-
rando la dispensa de la diferencia de cultos en la Curia panameña, porque el
número de casos permitidos ya se había colmado. Así que en el Istmo resolvió un
problema social, mientras que en Bogotá generó un movimiento de resistencia a
dicho matrimonio, pues no era necesario, ya que universalmente todos preferían
el matrimonio ante la Iglesia Católica.
Pero el aspecto donde pudo verse la liberalidad, y las contradicciones, de
los políticos del Istmo fue el de la igualdad de los hijos legítimos y naturales reco-
nocidos. El proyecto de nivelar a los hijos naturales reconocidos con los hijos
legítimos, para los efectos de los bienes heredables del padre, comenzó a agitarse
en el periódico El Panameño desde 1851. En la sección Remitidos, de la edición
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN

DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

146 (19 de octubre de 1851), se emprendió una crítica de la Ley de 10 del ordena-
miento castellano de Toro -recogida por la Novísima Recopilación de leyes de In-
dias- que había desheredado a los hijos naturales, proponiendo su eliminación
de la legislación republicana por "notoriamente injusta" y por chocar "con el pro-
greso del siglo".
La defensa del derecho de propiedad, tan caro al liberalismo, produjo en
los liberales del siglo XIX una postura adversa a la igualdad. Un ejemplo de ello es
el tema de los derechos patrimoniales de los hijos naturales. La Asamblea Legisla-
tiva del Estado de Panamá aprobó, el 14 de octubre de 1859, un proyecto de ley
sobre hijos naturales. El gobernador José de Obaldía, uno de los más connotados
liberales panameños, objetó este proyecto y solicitó archivarlo, argumentando
que el artículo 2 o del proyecto establecía el principio de la igualdad de los hijos
naturales reconocidos con los hijos legítimos respecto de los bienes dejados en
herencia por el padre. En su opinión, sancionar este principio sería descargarle
"un golpe funesto" al matrimonio, origen de la familia, "base de la sociedad civil",
afectando además profundamente "la moralidad pública". Siendo el hijo natural
el fruto de una unión castigada por la ley, reprobada por la moral y condenada
por la civilización, un proyecto que intentaba ponerlo al mismo nivel del "fruto
bendecido de un amor puro, que la religión y la moral santifican, o que la socie-
dad y la ley protegen y toman bajo su amparo", era inaceptable. La igualdad de los
hijos naturales reconocidos y legítimos para los efectos civiles y de sucesión aca-
baría por darle derechos a hijos espurios, algo que para Obaldía tendría conse-
cuencias funestas y provocaría escándalos para la moralidad pública, dado "el
vicio del nacimiento" que había provocado "la mujer extraviada por la pasión, o
arrastrada por una funesta inclinación", dando a luz con escándalo, "no el fruto
de su criminal unión, sino su propia falta, para colocar al hijo espurio, concebido
y nacido quizá burlando la fe de sagradas promesas, en la condición de un hijo
natural".
Finalizó diciendo que su postura no era una simple oposición a la nivela-
ción social entre hijos legítimos y naturales reconocidos, ni un intento de quitar-
le a estos últimos el apoyo y el pan de su padre por ser frutos "desgraciados de
una unión más o menos lícita". No se trataba de reducir a los hijos naturales a la
condición de huérfanos desvalidos, sin alimentos ni educación. Su consideración
era la conveniencia social, la defensa de la dignidad de la familia basada en el
matrimonio, por lo cual había que concederle a ésta unas prerrogativas que se
negaban a toda unión ilícita. Por otra parte, sería preferible una ley sobre la liber-
tad del padre para testar como quisiera, pues ello contribuiría a la moralización
de los hijos y a estimular su buena conducta, permitiendo al progenitor escoger
al más digno de ocupar su puesto al frente de una familia15.

15
Objeciones hechas por el gobernador al proyecto de ley sobre hijos naturales.
Panamá, 18 octubre 1859 (Gaceta del Estado de Panamá,No. 176,4 de mayo 1860).

8l
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

SUPRESIÓN DEL EIÉRCITO PERMANENTE


La adopción del principio de hábeas corpus y, al mismo tiempo, dejar subsistente
el ejército permanente le parecía al doctor Justo Arosemena un desconocimiento
de la naturaleza de la reforma o de "la extensión de sus consecuencias" -Estado
federal de Panamá, 1855-. Esta posición, compartida por todos los congresistas
istmeños con los radicales liberales de otras provincias granadinas, jugó un im-
portante papel en los sucesos que precipitaron el golpe de estado del 17 de abril
de 1854. En efecto, el primero de marzo anterior se había debatido en la Cámara
de Representantes la determinación del pie de fuerza armada para el siguiente
año económico. El Poder Ejecutivo había presentado el proyecto de ley que lo
fijaba en 1.240 hombres. Durante la discusión, el representante panameño, To-
más Herrera, propuso su reducción a 800 hombres de tropa. Pero tres represen-
tantes liberales -Silva, Martínez Gómez y Ramón González- fueron más lejos,
pidiendo que se redujera a sólo 600 hombres. Ese mismo día, el senador por Pa-
namá, el doctor Arosemena, presentó ante el Senado el nuevo proyecto de ley
fundamental de la fuerza pública 16 , por el cual se establecían cuerpos de policía y
cuerpos subalternos de tribunales y juzgados, quedando el ejército permanente,
compuesto únicamente por conscriptos voluntarios, limitado exclusivamente a
la prevención de desórdenes generales, según la organización que quisiera darle
el Congreso. El presidente distribuiría los cuerpos militares de tal manera que en
tiempos de paz no hubiese ninguno acuartelado en Bogotá. El 4 de marzo se
debatió en la Cámara el proyecto del pie de fuerza, y después de un debate de seis
horas fue negado. El presidente Obando se dirigió entonces a la Cámara para
pedirle que al menos se dejara en mil hombres el pie de fuerza, pues de otra
manera no podría cumplir su deber constitucional de garantizar la seguridad
pública. Como la Cámara y el Senado no se ponían de acuerdo sobre el tamaño
en el cual quedaría el ejército, se convocó una reunión conjunta para el 27 de
marzo. Fue así como se aprobó, el día siguiente, la ley que fijó el pie de fuerza del
ejército permanente en 800 hombres de tropa, enganchados voluntariamente.
El presidente objetó esta ley y la devolvió al Congreso, argumentando que
requería un mínimo de mil hombres para poder cumplir mínimamente sus de-
beres constitucionales con la seauridad interior v exterior. En cambio, sancionó
la ley modificada sobre comercio libre de armas y municiones - 3 de abril de
1854-, la cual sólo exceptuaba del derecho "de llevar armas y de instruirse en su
manejo" a los presos. En su sesión del 7 de abril siguiente, el Senado debatió las
observaciones del presidente Obando al proyecto de ley ya aprobado y aceptó la
propuesta de elevar el pie de fuerza a mil hombres. Sin embargo, la comisión
formada para el estudio de las observaciones presidenciales propuso que los ofi-

16
Proyecto de ley fundamental de la fuerza pública (GO, No. 1697, 8 de marzo de
1854:206).

82
_|
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

cíales del Ejército fuesen limitados a un coronel, dos tenientes coroneles, cinco
sargentos mayores y 17 capitanes. El secretario de Hacienda intervino para pro-
poner que se le dejaran al Ejército dos generales, dos coroneles, cuatro tenientes
coroneles, ocho sargentos mayores y veinte capitanes. Sometidas a votación, fue
aprobada la propuesta de la comisión, con lo cual el Ejército apenas contaría con
un coronel y 24 oficiales de rango inferior. El efecto inmediato de esta decisión
sobre la suerte del general Meló era clara: se había quedado sin empleo, porque el
Ejército ya no tendría generales. Su mejor opción política fue entonces el golpe
de estado, como en efecto ocurrió el 17 de abril. El doctor Justo Arosemena reco-
noció, durante el año siguiente, que esta decisión del Congreso había sido una de
las causales principales que determinaron el momento del golpe del general Meló.
Después de la derrota militar del gobierno ilegítimo del general Meló, en
diciembre de 1854, la Legislatura del año siguiente fijó el pie de fuerza en mil
hombres, tal como lo había pedido el depuesto presidente Obando. El doctor
Arosemena juzgó entonces que se trataba de una concesión al Poder Ejecutivo,
pues la adopción del hábeas corpus y de las reformas liberales debían acabar con
el reclutamiento forzado para el Ejército, reemplazándolo por cuerpos de policía
voluntarios y asalariados.

LA AGENDA DEL VICEPRESIDENTE JOSÉ DE OBALDÍA

Apresado el presidente Obando por el golpe militar dado el 17 de abril de 1854


por el general Meló, le correspondió al general Tomás Herrera, quien ostentaba el
cargo de designado a la presidencia, declararse en ejercicio del Poder Ejecutivo
legítimo, una vez que pudo escapar hacia Tunja con algunas fuerzas leales. Pero
las necesidades de la campaña militar le aconsejaron delegar esta función en el
vicepresidente, José de Obaldía. Fue así como la resistencia legítima a la dictadu-
ra del general Meló dependió, en ese momento especial de la historia granadina,
de estos dos istmeños. El doctor Obaldía asumió, el 5 de agosto siguiente, la jefa-
tura del Gobierno en el exilio que se instaló en Ibagué. Durante la primera sema-
na de diciembre, cuando cayó la dictadura de Meló, al costo de la muerte del
general Herrera, pudo volver a Bogotá para ocupar el Palacio presidencial hasta
el 31 de marzo de 1855, cuando entregó el mando al vicepresidente electo, el
doctor Manuel María Mallarino. Dado que los istmeños tenían entonces una
nutrida representación en el Congreso, pues al Senado asistían lusto Arosemena
-Panamá-, Santiago de la Guardia -Azuero- y José de Fábrega -Veraguas-, y a la
Cámara de Representantes José Ignacio Rosa -Azuero-, Gil Colunje - P a n a m á - y
Dionisio Fació -Veraguas-, importa saber cuál fue la agenda del Poder Ejecutivo
que apoyaron cuando su más alto cargo fue ocupado por un natural del Istmo.
Por lo pronto, la agenda del Congreso incluyó la aprobación definitiva del
acto adicional a la Constitución de 1853 que hizo posible la creación del Estado
federal soberano de Panamá. Como ya se dijo al mencionar la adopción del régi-
men federal, esta tarea fue culminada el 27 de febrero de 1855, cuando el vicepre-

83
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

sidente Obaldía firmó el acto legislativo que realizó efectivamente la vieja aspira-
ción política del Istmo.
Pero las innovaciones políticas de la Administración Obaldía fueron más
lejos. El 15 de enero de 1855 fueron publicadas las 23 tareas del "Programa" que
dicha Administración sometió "a la consideración del Pueblo Granadino" 17 . La
primera propuesta fue la institucionalización de un "gran Partido Nacional Re-
publicano", interesado en reunir a "los miembros sanos de los antiguos partidos"
-Liberal y Conservador-, que se habían distanciado "menos por la diferencia de
sus principios políticos, que por circunstancias accidentales y personales". La prue-
ba de la lucha contra la dictadura del general Meló había unido a los liberales y
los conservadores "para salvar la Constitución y la libertad, la moral y la civiliza-
ción". Esta propuesta, que revisaba la experiencia de "gobiernos de partido" que
habían sido las Administraciones López y Obando, cuya argumentación fue obra
del grupo de los 50 liberales del Congreso que había presionado la adopción de
reformas desde 1849, fue acogida por la Administración Mallarino, que entre
1855 y 1857 mantuvo la paridad de los dos partidos en los altos empleos del
Poder Ejecutivo. Esta primera experiencia de un "frente nacional bipartidista",
como se llamaría en la Colombia de la segunda mitad del siglo XX, tuvo su im-
pronta en la revisión de la política liberal que fue realizada por el doctor Obaldía
y sus cuatro secretarios: los conservadores Pedro A. Herrán y Pastor Ospina, y los
liberales José María Plata y Cerbeleón Pinzón. Los "principios de la política" de la
Administración Mallarino incluyeron la promesa de que el Poder Ejecutivo no
permitiría que sus agentes hicieran "distinción alguna entre los ciudadanos por
sus denominaciones de partido", para lo cual llamaría a los empleos públicos a
todos, según "la medida de su moralidad e inteligencia"18.
Cuando Obaldía ocupó de nuevo el empleo de gobernador de Panamá,
durante la crisis nacional de 1860-1861, confirmó su opinión sobre la bondad de
los gobiernos políticamente mixtos. Al entregar el mando le confió a su sucesor
que había llegado ya a la firme conclusión de que lo que más le convenía a la
Nueva Granada era gobernar dándole participación en los negocios públicos "a
la inteligencia honrada, donde quiera que ella se encuentre"; es decir, abandonar
el principio de "gobernar con un partido". Este principio sólo era aplicable en las
naciones de avanzada civilización y riqueza, pues en ellos la oposición, excluida
temporalmente del poder, no era una amenaza para la seguridad pública. Pero en
la Nueva Granada ello no era todavía posible: la escasez de personas ilustradas,
rectas y experimentadas para el servicio de la máquina política no permitían ex-
cluir a la minoría de oposición por razones partidistas, ya que ésta se sentía sin

17
Programa de la Administración Obaldía (GO, No. 1.741, 15 de enero de 1855).
18
Circular manifestando los principios que seguirá en su política la nueva Admi-
nistración. Bogotá, 2 de abril de 1855 (GO, No. 1.773, 5 de abril de 1855).

84
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

garantía alguna y desamparada, lo que unido a los abusos de la mayoría generaba


descontento y permitía abrir la puerta a la ambición de algún caudillo que inicia-
ba una guerra civil. Los "ministerios mixtos" eran un escudo contra las explosio-
nes revolucionarias. Su observación personal de la política granadina, como par-
te del gobierno nacional y fuera de él, le había permitido revisar la doctrina de
"gobernar con un partido" que había conocido desde su época de estudiante. Esta
doctrina había venido dando, desde "bien atrás, frutos muy amargos y veneno-
sos". Los ejemplos estaban a la vista: "sin suficiente espera y preparación" se ha-
bían copiado instituciones ajenas que estaban saliendo muy caras: la libertad si-
multánea de los esclavos, la libertad absoluta de cultos, el matrimonio civil y el
juicio por jurados. En ellas no se habían tenido en cuenta "las desemejanzas y aun
los contrastes que hay entre los países que se toman por modelo y aquellos que
adoptan las instituciones aludidas" 19 .
La agenda positiva de su Administración nacional de 1855 incluyó algunas
nuevas tareas respecto de las liberales que habían quedado pendientes de las dos
Administraciones anteriores. Eran éstas las siguientes:

Sostener los poderes municipales "en toda la extensión que se le ha conce-


dido", mediante la resolución legal de dudas a favor de su independencia.
Reducir las 36 provincias existentes a un rango de siete a doce, lo que en la
práctica era agruparlas en estados federales.
Expedición de una nueva ley electoral para conjurar los fraudes y garanti-
zar la pureza del sufragio universal, absteniéndose los miembros del Poder
Ejecutivo de influir en los resultados. Se trataba de reformar la ley de 1853
sobre esa materia.
Sostener la separación de la Iglesia y el Estado, es decir, la libertad de cultos
y de conciencia.
Seguir reduciendo el tamaño del ejército permanente y reemplazar la Guar-
dia Nacional con milicias provinciales, las que con el apoyo de las policías
municipales terminaran por abolir el ejército.
Defender el dominio eminente de la Nueva Granada sobre el Istmo.

Buena parte de esta agenda fue ejecutada por la Administración Mallarino


-1855-1857-, adaptándose al tránsito al régimen federal en todo el país. La tarea
de expedir una nueva ley de elecciones correspondió a la Administración Ospina
-1857-1861-, que al ser percibida como una vuelta a los gobiernos de partido y a
la intervención partidista de un partido en los estados se convirtió en uno de los
principales motivos para la separación del Estado del Cauca, con lo cual se puso
en marcha la guerra civil de 1860-1861.

19
José de Obaldía: "Discurso de entrega del mando de la gobernación del Estado de
Panamá", 1 de octubre de 1860 (Gaceta del Estado de Panamá, No. 184,18 de octu-
bre de 1860).

85
i ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

EPÍLOGO
Esta ponencia ha querido mostrar el singular peso de la acción de los liberales
istmeños en la adopción de seis políticas que fueron aplicadas a todas las provincias
de la Nueva Granada: el tránsito a la organización federal y a la idea de "soberanía
de los estados", el principio librecambista en la administración aduanera, la
institucionalización del jurado de conciencia y del principio de hábeas corpus, la
introducción del matrimonio civil y de la igualdad jurídica de los hijos, la abolición
del ejército permanente, y la adopción de una actitud bipartidista para la selección
de los empleados del Estado. Estas políticas se ajustaban perfectamente a las rápi-
das transformaciones económicas y sociales que acaecieron en el Istmo cuando
recibió el enorme tránsito de ciudadanos y mercancías norteamericanas, pero su
aplicación en algunas provincias andinas produjo grandes problemas sociales.
La adopción de la organización federal entre 1855 y 1858 no fue un pro-
blema, pues liberales y conservadores adhirieron por igual al experimento, en-
tendido como una oportunidad real para evaluar el resultado de la ejecución de
sus principios políticos. El presidente Mariano Ospina Rodríguez, uno de los crea-
dores del Partido Conservador, relató en 1859 que

Las diferentes escuelas políticas que controvierten en la prensa y en la tribuna han


procurado reducir a instituciones, en los Estados en que han alcanzado mayoría,
sus opuestas doctrinas. Si, como es de desearse, se establecen genuinamente estas
teorías antagonistas, y se las deja obrar el tiempo necesario para que puedan ser
juzgadas por sus efectos, se obtendrá por este medio seguro la más interesante y
fecunda experiencia, no sólo para la Nueva Granada, sino para todas las naciones
de nuestra raza en América. Cuanto más decidido sea el antagonismo de estas
instituciones, tanto mejor se dejarán conocer sus efectos en el progreso moral,
intelectual y material del país. Si hubieran de ensayarse una en pos de otra en toda
la Confederación las diversas teorías que los desocupados caviladores de Europa
lanzan al mundo, y que nosotros acogemos con ardor, la nación no llegaría a ver
consolidadas sus instituciones en un siglo; pero haciéndose la experimentación de
muchas y contrarias especulaciones a un mismo tiempo en los Estados, y contras-
tando las prácticas opuestas, no se necesitará largo tiempo para que la verdad
triunfe, y puestas a un lado las teorías que caigan en descrédito, la actividad inte-
ligente de nuestra juventud se consagrará a objetos más fecundos para la prospe-
ridad general. Los partidos, lejos de afanarse, como lo hacen, para obtener conce-
siones de sus contrarios y reducirlos a que no realicen sino a medias sus ideas,
debieran, si tienen fe en sus principios, dejar que sin embarazos se aplicasen y
desarrollasen los opuestos dondequiera que la mayoría de los electores les fuese
favorable20.

20
Mariano Ospina: "Informe al Congreso Nacional de 1859" (GO, No. 2.341, 1 de
febrero de 1859).

86
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

Ejemplo de esas diferencias era el Estado de Santander, que había comen-


zado a experimentar un sistema fiscal basado en la contribución directa, única y
proporcional, dejándole a la iniciativa privada la instrucción pública y la apertu-
ra de caminos, "confiando en que el estímulo del interés privado y el espíritu de
asociación atenderán con más acierto y eficacia" esos asuntos públicos. Por su
parte, el Estado de Cundinamarca había realizado en quince meses una obra le-
gislativa importante: la codificación completa y metódica de toda la legislación
nacional. Ospina se mostró entonces complacido por esas experiencias políticas
distintas de los estados, pues en su opinión serían útiles a toda la Confederación
y resolverían, en la práctica, el mejor camino futuro para la nación.
La política librecambista, por el contrario, provocó la resistencia social de
los artesanos de las provincias de Bogotá y Socorro, quienes vieron en ella el anun-
cio de su ruina. La tensión social que esa política generó produjo en 1854 los
episodios de la agresión a palos del doctor Florentino González y el asesinato de
Antonio París por los artesanos de Bogotá, quienes también protagonizaron en
esta ciudad varias asonadas en el Congreso y las calles contra los cachacos gólgotas,
así como su respaldo armado al golpe militar del general Meló. En San Gil y
Bucaramanga las sociedades de artesanos también contendieron políticamente
contra los comerciantes por la aplicación de las reducciones de las tasas de los
impuestos de importación.
La institucionalización de los jurados de conciencia, que en Panamá tuvo
dificultades, en las pequeñas villas y parroquias de las provincias andinas fue una
novedad difícilmente comprendida y aplicada por los campesinos que fueron
llamados a integrarlos. La literatura costumbrista encontró en el funcionamiento
de los cabildos y jurados un buen tema para ilustrar el gran abismo que existió
entre la intención de los legisladores y el funcionamiento real de las nuevas insti-
tuciones liberales. Ricardo Carrasquilla, por ejemplo, relató cómo uno de esos
juicios, seguido a un hombre que había hurtado una marrana, producía senten-
cias sorprendentes en un distrito parroquial donde nadie había leído la Recopila-
ción Granadina o la ley de jurados:

Io No se ha cometido el delito de hurto designado en el artículo que citó el


señor fiscal.
2° Crispín Zapacoque es responsable de dicha infracción.
3o Crispín Zapacoque es auxiliador (en vez de autor principal o cómplice).
4o Es responsable en primer grado21.

21
Ricardo Carrasquilla: "Un jurado". En: Museo de cuadros de costumbres. Bibliote-
ca de "El Mosaico". Bogotá, 1866. Reed. en Bogotá: Banco Popular, 1973, tomo II, p.
12. Don losé María Vergara y Vergara satirizó magistralmente el funcionamiento
de los juicios por jurados en Olivos y aceitunos todos son unos. Bogotá: Impreso por
Poción Mantilla, 1868, capítulo XIV.

87
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

En cuanto a la institucionalización del hábeas corpus, uno de los diálogos


en los que participó Carrasquilla con sus compañeros del jurado (un señorito de
botines de charol y guantes empolvados, un barbero, un viejo militar retirado y
un rico usurero) que juzgó al mencionado ladrón de la marrana ilustra muy bien
su desconocimiento;

Es necesario no dejar impune el robo, que es el mayor de los delitos. Por mi


parte lo condeno al palo.
Pues a mí, dijo el militar, lo que me parece es que ese pobre indio se vaya
para su casa, que ya lleva dos años de friega en la cárcel.

La introducción del matrimonio civil y el divorcio en las provincias andinas


fue resistida por el clero y los católicos, quienes tacharon a las nuevas institucio-
nes de inmorales e ilegítimas. La Administración Obando se dispuso a modificar
la ley que lo había introducido, para lo cual fue creada la nueva figura jurídica de
la "separación de cuerpos" adscrita a la indisolubilidad del vínculo. La Adminis-
tración Mallarino logró hacerlo con la ley del 8 de abril de 1856, que suprimió el
divorcio y concedió efectos civiles al matrimonio católico. Al adoptarse el régi-
men federal quedaron los estados con capacidad para legislar particularmente
sobre el matrimonio civil, y así pudieron verse las diferencias entre los estados
respecto a este tema: en Antioquia y Cauca no se concedió el divorcio y sólo fue
reconocida la validez de los matrimonios católicos, mientras que en Santander la
validez de los matrimonios se fundó en el civil.
En cuanto a la existencia del ejército permanente, la adopción del régimen
federal consolidó la tendencia liberal que lo mantuvo en su nivel mínimo. El ge-
neral López, encargado de la secretaría de Guerra durante la Administración
Obaldía, presentó ante la Legislatura de 1855 un informe en el que trató de equi-
librar los excesos del proyecto liberal de suprimir el ejército permanente, un tema
que exigía una solución intermedia entre un principio abstracto y los intereses de
una corporación. Desde la teoría, no se requería mucha demostración para apre-
hender la utilidad de la supresión del ejército: economía del gasto público y de los
sacrificios del pueblo, porque todo reclutamiento era una violencia ejercida so-
Kt*É» \r\c m á c n n n r p c T^rr» ri£»criÉ> la r \ n r f * c i r \ i A A&] o n n i p r n A n o n n n o l ciomfsv^» CP
L^J. V. 1 C Í L J 1 1 It-lO L/CL/1V.J. i \-AW) VIVvJVlV 11* l l ^ V V l J l W U U VJ.V-JL ¿ V / l ^ l V l l l \ J 11UV1V11U1) J l ^ l l l l / l V . JV.

requeriría una fuerza respetable y organizada, preparada para defender la patria


de los ejércitos extranjeros y para restablecer cualquier perturbación del orden
público en las provincias. Un gobierno sin fuerza a su disposición estaría expues-
to a la humillación proveniente de los agentes de otros gobiernos y a los aventu-
reros que, para satisfacer su ambición o mejorar su fortuna, promoviesen revolu-
ciones. Una prueba reciente de ello era la derrota del ejército constitucionalista
en Zipaquirá y Táquiza, originada en su mala organización y dirección. La fuerza
pública, cualquiera que fuese su forma organizativa, debía tener un respetable
pie de fuerza en todas las provincias. En conclusión, cada provincia debía contar
con sus milicias organizadas y el gobierno nacional con un ejército permanente.
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1848-1855

Pero sólo a comienzos del siglo XX, justamente como respuesta a la separación de
Panamá que cristalizó finalmente el viejo proyecto del "cuarto estado colombia-
no", fue cuando los colombianos modificaron, en especial durante la Administra-
ción Reyes, sus ideas respecto de la profesionalización y de la necesidad del ejér-
cito permanente.
Finalmente, digamos que la convicción de Obaldía sobre la utilidad de con-
vocar a los mejores a los empleos del gobierno, sin distinción de su militancia
partidista, apenas fue experimentada bajo la Administración Mallarino. Durante
la siguiente Administración, encabezada por Mariano Ospina, se renovó el espí-
ritu de gobierno de partido, con los resultados tan dramáticos que se vieron du-
rante la guerra civil de 1860-1861. La disputa partidista que siguió se situó en
cada uno de los nueve estados soberanos que se confederaron por la Carta de
1863, agudizándose desde el momento de la "Regeneración" de 1886, que cerró
todas las posibilidades legales al Partido Liberal, precipitándolo a la sangrienta
guerra civil de los Mil Días, el escenario político que contribuyó a preparar la
separación de Panamá. Para entonces, ya nadie recordaba la amenaza que José de
Obaldía había pronunciado durante la guerra civil de 1860, cuando advirtió que
si ésta lograba derribar al gobierno legítimo de la Confederación Granadina se
abría la posibilidad de

que los Istmeños piensen seriamente lo que convenga hacer antes de abrazar un
nuevo pacto de unión política, para no seguir presenciando ejemplos escandalo-
sos de guerra civil, que pueden algún día comprometer su existencia, o detener el
vuelo de sus adelantamientos en el caso menos favorable [...] En la hipótesis esta-
blecida, el mundo entero que ha comenzado a observarnos, después que las po-
tencias comerciales han fijado sus ojos en nuestro privilegiado territorio, justifica-
ría una medida que, sin sangre y sin perturbaciones que sacudiesen los funda-
mentos de nuestra sociedad, hiciese del Estado de Panamá lo que el dedo de la
Providencia ha trazado con caracteres indelebles22.

Esta advertencia, precisada en el mensaje que dirigió a la Asamblea Legis-


lativa de Panamá cuando abrió sus sesiones ordinarias de 1860, señaló resuelta-
mente hacia un nuevo destino político para el Istmo:

Si la suerte de las armas fuere adversa al régimen legal, quedando así despedaza-
dos los vínculos que nos unen a la Confederación Granadina, Panamá no quedará
uncido al yugo de la arbitrariedad revolucionaria, sino que dispondrá de su por-
venir, en uso de su propia y, entonces, incuestionable soberanía, bajo la protección
de tres grandes poderes: los Estados Unidos de América, la Inglaterra y la Francia.

22
Circular de Manuel Alemán a los prefectos departamentales. Panamá, 4 de junio
de 1860 (GO, No. 2.537, 23 de julio de 1860: 454).
ARMANDO MARTÍNEZ CÁRNICA

Una simple declaratoria, una palabra de cualquiera de los gobiernos de esas na-
ciones, bastaría para cruzar los planes de sangre y de venganza de los rebeldes
victoriosos23.

BIBLIOGRAFÍA
Arboleda, Gustavo. 1990. Historia contemporánea de Colombia. 10 tomos. Bogo-
tá: Banco Central Hipotecario.
Arosemena Barrera, Mariano. 1971. "Independencia del Istmo". En: La Estrella de
Panamá (19 de noviembre 1859 a 7 de febrero de 1860). Reeditado en
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desde febrero de 1868 hasta comienzos de 1869, quedando incompletos).
Reeditados completos y anotados, por Ernesto J. Castillero, en Panamá:
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. 1982. Fundación de la nacionalidad panameña. Selección y prólogo de
Ricaurte Soler. Caracas: Biblioteca Ayacucho (Biblioteca Ayacucho, XCII).
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Herrera, Tomás. 1928. Correspondencia y otros documentos del general. Panamá:
Casa editorial La Moderna.

23
José de Obaldía: "Mensaje a la Asamblea Legislativa en sus sesiones ordinarias de
1860" (Gaceta Oficial de Panamá, No. 183, 6 de octubre de 1860).

90
LA ACCIÓN DE LOS LIBERALES PANAMEÑOS EN LA DETERMINACIÓN
DE LAS POLÍTICAS DEL ESTADO DE LA NUEVA GRANADA, 1 8 4 8 - 1 8 5 5

González, Florentino. Exposición de las razones que apoyan las disposiciones del
proyecto de ley sobre el arreglo del comercio que se haga por el Istmo de
Panamá, 1847. GNG, 939 (23 diciembre 1847).
La Crónica Oficial. Panamá, 1851.

91
El departamento colombiano de Panamá a fines del
siglo diecinueve e inicios de la vigésima centuria

Alfredo Figueroa

El departamento de Panamá era uno de los nueve departamentos de la República


de Colombia.

Población
Hacia 1898, la población del Istmo ascendía aproximadamente a 311.054 almas.
Hoy por hoy, ésta se ha multiplicado diez veces y alcanza los tres millones de
individuos.
La población finisecular se repartía en las provincias de Panamá -77.857
habitantes-, Los Santos -56.900 habitantes-, Veraguas -47.691 habitantes-,
Chiriquí -44.695 habitantes-, Colón -42.547 habitantes- y Coclé -41.364 habi-
tantes-. Los distritos más poblados de la provincia de Panamá eran: Panamá
-24.159 habitantes-, Chorrera -7.251 habitantes- y Emperador -5.740 habitan-
tes-. Los distritos más populosos de la provincia de Los Santos eran: Los Santos
-7.231 habitantes-, Las Tablas -6.211 habitantes- y Pesé -5.640 habitantes-. En
la provincia de Veraguas los distritos con más población eran: Santiago -11.423
habitantes-, Soná -6.018 habitantes- y Cañazas -4.780 habitantes-. Eran distri-
tos más poblados de la provincia de Chiriquí: David -13.419 habitantes-, Dolega
-5.791 habitantes- y Alanje -5.241 habitantes-. Se perfilaban como los distritos
más dotados de gentes en la provincia de Colón: Colón -13.203-, Bocas del Toro
-9.250- y Portobelo -4.965-. A tiempo que los de la Provincia de Coclé eran:
Penonomé -15.200-, La Pintada - 6 . 4 9 3 - y Aguadulce -5.379-.

93
i ALFREDO FIGUEROA
_j
Importaciones y exportaciones
El departamento de Panamá se caracterizaba por sus considerables importacio-
nes de productos manufacturados y por contar con algunas exportaciones como
banano - d e la comarca de Bocas del Toro-, café -sobre todo de la provincia de
Coclé-, cacao, caucho, tagua, maderas de ebanistería, maderas de tinte, concha
nácar, carey, zarzaparrilla, ipecacuana, cueros, pieles, tabaco, productos de la caña
de azúcar y cereales.
Además, las provincias de Chiriquí, Veraguas, Coclé y Los Santos exporta-
ban reses a Costa Rica. Existían, por añadidura, pequeñas industrias fabriles como
las hilanderías de Santiago de Veraguas para el consumo del departamento.

Ganados
El departamento de Panamá atesoraba 164.795 cabezas de ganado vacuno: 39.132
en la provincia de Veraguas; 38.467 en Los Santos; 35.261 en Chiriquí; 26.823 en
Coclé; 22.740 en Panamá y 2.372 en Colón.
Poseía el departamento 83.044 cabezas de ganado porcino: 34.820 en Los
Santos; 19.906 en Veraguas; 14.592 en Chiriquí; 5.495 en Panamá; 4.617 en Coclé;
y 3.614 en Colón.
En punto a ganado caballar, en el departamento de Panamá habían 34.390
cabezas repartidas así: Chiriquí 15.478, Los Santos 7.428, Coclé 4.580, Panamá
3.524 y Colón 1.044.
Respecto a ganado cabrío, sólo tres provincias del departamento de Pana-
má albergaban algunas cabras, a saber, Los Santos 10.005, Coclé 666 y Panamá
651, las cuales, sumadas, arrojaban la cifra de 12.223. Conviene precisar que Pa-
namá perdió gran parte de su ganado a raíz de la Guerra de los Mil Días —1899-
1902- y que tardó en reponerlo hasta la década de 1940.

Minería
Entre las minas denunciadas de 1887 a 1898,369 eran de oro, 66 de manganeso, 4
de plata, 4 de cobre, 1 de cinabrio.

Salinas
Se encontraban en explotación las de Aguadulce. Sin embargo, existían otras.

Telégrafos y teléfonos
El recorrido de las líneas telegráficas y telefónicas se extendía a lo largo de 719
kilómetros.

94
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

Grandes empresas
La principal era el ferrocarril transístmico -establecido a partir de 1855- bajo
dominio privado norteamericano. También destacaba la Nueva Compañía del
Canal de Panamá -francesa- provista de oficinas allí. Asimismo conviene men-
cionar a la Empresa del Tranvía Eléctrico de Panamá -británica-, fundada en
1892.
Existían, además, algunas empresas de navegación de buques menores para
tráfico local en el Pacífico entre Panamá y Chiriquí. La Darién Gold Mining
Company tenía servicio de vapor entre Panamá y Yaviza en el Darién.

Estadística escolar del departamento (1897-1898)


El total de la matrícula escolar ascendía a 6.592 discípulos. No obstante, sólo asis-
tían a clases 4.006 alumnos de ambos sexos. Los maestros y maestras sin grado
superaban a los educadores graduados.

Fomento
Durante todo el siglo XIX, se proyectó construir un acueducto para la Ciudad de
Panamá.

Particularidades de la burguesía local


Nota definitoria de la burguesía del istmo central era su carácter abrumadoramente
mercantil, débilmente industrial y también subordinadamente agrario. Otro ras-
go pronunciadísimo, como tendremos la oportunidad de ver, dice de la relación
con la preeminencia de los extranjeros en el seno de la gran burguesía finisecular
de la zona de tránsito. En verdad los sectores autóctonos figuran casi siempre
como segundones en los negocios respecto del predominio aplastante de los bur-
gueses internacionales.
En cuanto a esta característica, es importante señalar que, durante el siglo
XIX, se acentúa la hegemonía de las burguesías foráneas en Panamá, harto osten-
sible en la etapa de la fiebre del oro de California -1849-1869- y con ocasión del
auge del Canal Francés —1880-1888—. También se registra esa propensión en las
postrimerías del coloniaje -1810-1820- cuando grandes negociantes alógenos
concurren a Panamá a aprovechar la bonanza transitista anterior a la declaración
de independencia de España.
Si la burguesía mercantil de la capital de Panamá se manifiesta con brillo al
estampar las firmas de sus miembros en el acta de independencia de 1821, esto no
obsta para que, en décadas siguientes, se debilite frente a la pujanza de unos ele-
mentos burgueses advenedizos que, al final del siglo, muestran su ventaja económi-
ca donde quiera. Sin embargo, en la secesión de 1903, es indudable que sus unida-
des aparecían como integrantes de la junta revolucionaria y se lucraron del poder
político y del prestigio social por lo menos hasta bien entrado el siglo veinte.

95 1
ALFREDO FIGUEROA

Con todo, en la coyuntura de la separación, de 1903, figura muy bien re-


presentada la burguesía hebrea sefardita, emigrada a Panamá a partir de la segun-
da mitad del decimonono que apoya la desmembración en la zona de tránsito e
incluso en Nueva York por conducto de sus banqueros establecidos en la Babel de
Hierro -Piza y Lindo, por ejemplo-. Esto prueba la similitud de miras comparti-
da por la burguesía nacional y la foránea respecto de su deseo de ver construido el
Canal de Panamá por los norteamericanos, esquema que cristalizaría de 1904 a
1914.
Formulada esta salvedad, procederemos a examinar el poderío de las bur-
guesías extranjeras en la economía de la zona de tránsito a la luz de un abanico de
actividades que de inmediato ventilaremos.

Agencias de vapores
En este rubro prevalecen los burgueses alógenos frente al patriciado de la Ciudad
de Panamá, que figura en la persona de Julio Arias, agente de la Royal Mail Steam
Company. Entre los agentes no autóctonos pueden citarse dos hebreos: Henry
Ehrman, apoderado de Wells, Fargo y Compañía y M. Fidanque e hijos, represen-
tantes de "La Veloce", Compañía Italiana de Vapores. A su lado, aparecen tres
ciudadanos extranjeros que regentan otras compañías británicas, norteamerica-
nas y españolas.

Agencias postales
Aquí, la burguesía de la Ciudad de Panamá pareciera dominar frente a los agentes
colombianos y británicos a través de la representación de agencias postales hispa-
noamericanas del Perú -Julio Arias-, de Guatemala -Belisario Arango-, de Nica-
ragua, El Salvador y Honduras -Federico Boyd-.

Agencias de seguros marítimos


La gran burguesía hebrea supera, en este acápite, al patriciado raigal en un 52%,
obteniendo éste sólo un 42.1%. En efecto, los judíos Piza, Ehrman y Maduro
desplazan a los Arias y a los Boyd e incluso al francés Máxime Heurtematte. Los
hebreos antedichos administran en Panamá unas agencias alemanas, británicas,
norteamericanas, italianas, neozelandesas, a tiempo que sus rivales criollos ma-
nejan algunas de nacionalidad estadounidense, germánica e inglesa -entre ellos
destacan los Boyd y los Arias-.

Agencias de seguros de vida


Dos burgueses hebreos las monopolizan: Ehrman y Ascoli. Una de las agencias es
neoyorquina.

96
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

Agencias de seguros contra incendios


Prevalecen los burgueses judíos -Maduro— en un 66,7% frente a un alemán -16,7%-
y un burgués citadino -16,7%- apellidado Arias. Las compañías son de origen ger-
mánico e inglés.

Agencias de cambio de moneda


Aquí escasean los subditos nacionales; dominan la escena burgueses hebreos -33,3%-,
a saber, los Piza y los Fidanque y unos extranjeros, sobre todo alemanes -Müller- y
españoles -Canela, Salgueiro y Alvarez-.

Agencias varias
Imperan, en esta ocasión, los mercaderes hebreos por lo que reza al elíxir de ca-
cao -Brandon-, a las cajas fuertes -Brandon-, a las aguas de mesa -Branden-, al
whisky -Brandon-, a la pólvora -Brandon-, a las bicicletas - D e Lima-, a las má-
quinas de coser -Cardoze-, a los vinos -Brandon-, a los bizcochos -Brandon-, a
los pianos -Cardoze- y a la cerveza -Brandon-.
Los comerciantes panameños aparecen excepcionalmente en lo atinente a
la cerveza -Lewis- y a la venta de libros -Remón-. El resto de quienes venden
productos como cognac, elíxir de coca, revistas, máquinas de coser o medica-
mentos son de cuna española, francesa y colombiana, más bien cartagenera -José
Narciso Recuero-.

Casas que ejecutan negocios de banco


Predomina la burguesía hebrea - 7 2 , 7 % - encarnada por los Ascoli, Ehrman,
Brandon, Luria, Fidanque, Maduro, Piza y Lindo respecto al patriciado urbano
- 1 8 , 2 % - , actuante a través de los De la Guardia, Quelquejeu y de Ramón Arias
Feraud. A su lado se yergue un francés: Máxime Heurtematte.

Establecimientos prendarios
De las tres oficinas que existían, un panameño -Manuel Jaén- atesoraba una,
frente a un español -José Canela- y un cartagenero -León Montilla-.

Casas de comisiones
En éstas se distinguen tanto panameños - d e Obarrio, Alfaro, Arce- como comi-
sionistas y corredores colombianos -Recuero e Hincapié-, cartageneros y
antioqueños.

Casas de comercio
De casi un centenar de establecimientos comerciales, la mayoría los administran
burgueses hebreos - 2 1 , 3 % - como Ascoli Hermanos -"La Ville de París", almacén

97!
ALFREDO FIGUEROA

de novedades-, David Sasso, Daniel de Castro, Delvalle y Compañía -dedicado a


mercaderías generales y quincallería-, David de Castro, Emanuel Lyons y Com-
pañía, ferretería y quincallería; Hermán H. Lunau, mercancías generales; Isaac
Brandon Hermanos, mercaderías generales, vinos y licores; I. H. Cardoze, alma-
cén de novedades; Luria y Compañía, almacén de novedades; M. Osorio, ferrete-
ría, quincallería, abarrotes; Maduro e Hijos, almacén de novedades; Mauricio Lin-
do, novedades y mercancías generales; M. Fidanque Hermanos, mercancías ge-
nerales y novedades; M. D. Henríquez, almacén de novedades; M. D. Cardoze, "La
Dalia", almacén de novedades; Piza, Lindo y Compañía, mercancías generales,
vinos y licores; Piza y Piza y Compañía, almacén de novedades, mercancías gene-
rales; S. H. A. de Lima, almacén de novedades; Sasso Hermanos, almacén de no-
vedades, y S. L. Toledano, almacén de novedades y mercancías generales.
Les siguen sus homólogos panameños -20,2%-, citadinos y a veces oriun-
dos de grupos dominantes rurales como: Agustín Arias Feraud, ferretería y quin-
callería; Alfredo Orillac, vinos, licores y conservas; Antonio Bolívar Perigault, li-
cores; Arosemena Hermanos, ferretería, quincalla; Carlos Berguido, exportador;
el veragüense Ernesto Fábrega, abarrotes, licores, dueño del almacén "La mano
de Dios"; F. Arosemena y Compañía, licores, vinos, abarrotes; De la Guardia y
Quelquejeu, ferretería, quincallería, licores; H. Herrera, mercaderías generales;
luán N. Calvo, ferretería y quincallería; J. J. González, sombrerería; J. J. de Icaza,
vinos y licores; J. Aristides Alfaro, almacén de calzado; Leona de León de Herbruger,
géneros; Manuel María Díaz, almacén de sombreros y calzado; María T. de la
Guardia, mercancías generales; Nicolás Chiari, ferretería y quincallería; Nicolás
Remón, papelería y útiles de escritorio; Octavio A. Vallarino, dueño de la "La
Equidad", tienda de licores, vinos, abarrotes y café molido; Pedro Perigault, ferre-
tería, mercancías generales, abarrotes; el médico codesano Santos J. Aguilera, dro-
gas, perfumería, y V. Alfaro, exportador.
Aparte de los comerciantes hebreos y panameños, cabe añadir la presencia
de sus colegas chinos - 9 , 6 % - como Chang Long y Compañía, sedería; Chong
Kee, sedería; Hop Wo Ging, Kwon-on Wo y Compañía, sedería; Kum Sing Chong
Hong Kee, sedería; Po Yueng y Compañía, sedería; Long Hing, Tuck- Wo- Hing,
sedería, y Yee Kee y Compañía, sedería.
El resto de los establecimientos de comercio lo copa una burguesía extran-
jera de naturaleza europea -española, francesa, italiana, alemana-, iberoamerica-
na e inclusive colombiana. Entre los comerciantes españoles podríamos mencio-
nar a Fernández y Compañía, vinos españoles, mueblería; I. Preciado, español de
origen cubano, medicinas, librería, papelería; Miguel Amigó, mercancías genera-
les; Miguel Ferrer, almacén de calzado. En lo que atañe a los franceses, se perfila-
rían: J. B. Nicolau y Deric, vinos franceses y licores; M. Heurtematte, almacén de
novedades, y la señora Garnier, mercería francesa.
A Italia la representan: Alfredo Menotti, vinos, licores y conservas; Armini
Bellino, miscelánea; Cermelli Hermanos, drogas, perfumería; Juan Mazzola, aba-
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

rrotes; José C. Monteverde, vinos italianos, licores; Nicolás Ardito, licores, aba-
rrotes, entre otros.
Entre los comerciantes alemanes se podría mencionar a los hermanos Car-
los y Osear Müller, propietarios de almacenes de novedades, de joyería y óptica.
Por último, figuran algunos comerciantes estadounidenses, latinoamericanos y
colombianos, sobre todo procedentes de Cartagena y de Antioquia.

Dignatarios de la Cámara de Comercio


Fundada en 1874, laboró hasta 1876, año de severa depresión económica. Se re-
organizó la corporación en 1888, tiltimo año de auge de la etapa del Canal Fran-
cés. Si ojeáramos la lista de sus primeros dignatarios localizaríamos a su presi-
dente, el francés Jean-Baptiste Poyló; a su vicepresidente, el cartagenero José Nar-
ciso Recuero; a sus vocales José Agustín Arango, hijo de cubano y panameña, y a
los hebreos Joshua Piza y Henry Ehrman. Funge como secretario de la entidad el
aristócrata rural urbanizado Francisco de la Guardia.
Luego de un receso iniciado en 1876, año de guerra civil en Colombia y de
conflictos entre los caucheros con los amerindios del Darién, la institución se
reorganizó hospedando a setenta y dos comerciantes. La lista de sus presidentes,
de 1888 a 1896, revela que, a excepción de Adolfo de la Guardia y Alejandro V
Orillac, todos sus dignatarios fueron extranjeros: franceses como Máxime
Heurtematte, hebreos (E. L. Salmón, David H. Brandon), colombianos oriundos
de Cartagena de Indias (José Narciso Recuero).

Droguerías y boticas
Aproximadamente el 94% pertenece a farmacéuticos extranjeros -alemanes, italia-
nos, franceses, españoles e incluso colombianos de Cartagena y de Antioquia-. En-
tre los pocos panameños aparece el médico codesano, educado en Bogotá, doctor
Santos Aguilera, propietario de la farmacia "La Esperanza", ubicada en la arrabalera
Plaza de Santa Ana.

Fábricas
Se da un equilibrio entre panameños y extranjeros. Los subditos foráneos mono-
polizan las de aguas gaseosas, cola y sodas -cuyo dueño es el alemán Kóhpcke-,
una de baúles -del español S. Vidal-, la de chocolate y café molido, a vapor -del
español Gervasio García-, la de café molido y piedra picada -del español Ma-
nuel Pérez Iglesias-, una de jabones y aguas de olores -del español Manuel
Caballero López-, otra de jabones -del cubano-español Y. Preciado-, algunas
de licores -regidas por el italiano Carlos Carbone o el francés G. I. Marciacq- y
una de sellos de caucho -del doctor Charles H. Utter-. Entretanto, ciertos bur-
gueses istmeños animan fábricas de baúles -como Baldomcro Méndez-, de cer-
veza -Enrique Lewis, secundado por su socio Alsdorff-, varias de licores, de-

99
ALFREDO FIGUEROA

nominadas alambiques -como Domingo Díaz de Obaldía, Gerardo Lewis, Enri-


que Lewis, Manuel María Icaza, Pedro Perigault, Carlos Charpentier y Joaquín
Aparicio- y una de ladrillos - d e Gabriel de Obarrio-, a tiempo que empresarios
de origen colombiano -Uribe Hermanos- disponen de una fábrica de jabones.

Hoteles
Ningún burgués autóctono posee hoteles en la Ciudad de Panamá. De los cinco
existentes en las postrimerías del decimonono, presumiblemente cuatro pertene-
cen a europeos - d e Italia, España, Francia y Estados Unidos-.

Casas de huéspedes y restaurantes


Más panameños suelen administrar pensiones y restaurantes, aun cuando resal-
ten algunos europeos en sus filas.

Fondas
De las nueve fondas, siete son regidas por subditos chinos y sólo dos las manejan
ciudadanos del país.

Cantinas principales
El 6 1 % de sus dueños es de origen extranjero -más bien italiano, francés, español
e iberoamericano—, aun cuando existen propietarios locales y algunos colombia-
nos.

Billares
Más de la mitad los poseen individuos de cuna extraña al departamento de
Panamá.

Personal administrativo de la Compañía Nueva del Canal de Panamá


Signo de prestigio constituía formar parte del funcionariado de la Compañía
Nueva del Canal de Panamá -francesa-. Entre sus miembros encontramos a va-
rios panameños y colombianos. En su secretaría, al lado de los jefes galos, brillan
dos istmeños: Francisco Jiménez, de linaje hispánico dieciochesco y Rodolfo de
Roux, aristócrata criollo, hijo de comerciante foráneo. El doctor Francisco Ardila
figura como abogado de la entidad. Laboran, en la sección de correos y telégrafos,
tres panameños de los cuales dos pertenecen al patriciado -Buenaventura de Alba
y Reinaldo Dutary-.
En el área de Dominio, de los siete burócratas hay cuatro europeos, dos
cartageneros -el abogado Francisco de la Espriella y Mario Galindo- y un pana-
meño -Henrique Lewis-. Entre los empleados del servicio de sanidad aparecen
varios médicos europeos y por lo menos un panameño facultativo, el doctor José

100
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

E. Calvo, junto al médico colombiano Neira. El cuerpo de contabilidad alberga a


múltiples franceses y a ciudadanos colombianos e istmeños de clase media y alta
-Guillermo Paredes, Raúl Vallarino, Manuel Paredes, por ejemplo-. Por último,
el panameño Gabino Gutiérrez Lasso de la Vega trabaja en el despacho de conta-
bilidad de material.

Ferrocarril de Panamá
Otorgaba suma nombradla estar asociado a la nómina de la Compañía del Ferro-
carril de Panamá, empresa privada norteamericana, establecida allí a mediados
del decimonono. Si ningún panameño o colombiano tenía la honra de aparecer
en la planilla de Nueva York, donde brillaba el nombre del abogado William Nelson
Cromwell, muy actuante en la venidera secesión y en los años posteriores de la
primera república, varios notables del Istmo son susceptibles de espigarse en su
lista de empleados, como Pablo Arosemena de Alba, su abogado en Panamá, José
Agustín Arango, agente especial, J. B. Arango, secretario del agente de fletes, M. J.
Diez, ayudante del cajero en Panamá, C. R. Zachrisson Vallarino, examinador de
documentos de embarque en tránsito y local, Adolfo Jiménez, Alejandro Remón,
Archibaldo Boyd, Rodolfo Pérez, empleados de los muelles, y Fabio Arosemena,
almacenista.
Un hombre de leyes de la clase media -Francisco Ardila- insurge como
jurisconsulto en la capital de Panamá de la célebre compañía. También son visi-
bles algunos colombianos muy conocidos como Miguel de la Espriella, cartagenero,
abogado en Colón, Manuel Amador Guerrero, cirujano en la Ciudad de Panamá,
y Luis Uribe, empleado de los muelles allí.
Evidentemente, al lado de los funcionarios panameños y colombianos aca-
bados de citar, trabajan muchos norteamericanos como el superintendente, su
ayudante, el cajero, unos capitanes, ingenieros, mecánicos, comisarios, secreta-
rios, telegrafistas, apuntadores y empleados de los muelles, entre otros; varios
estuvieron comprometidos de lleno en la separación del 3 de noviembre de 1903
a guisa de conspiradores de la jornada.

Empresa del Tranvía Eléctrico de Panamá


A diferencia del Ferrocarril de Panamá y de la Nueva Compañía del Canal, satu-
radas de unidades oriundas del país anfitrión, la empresa británica del tranvía
eléctrico no contó en sus filas de técnicos a miembros del patriciado panameño.

La Compañía de Luz Eléctrica de Panamá


Fundada en 1889 y registrada ante notario hacia 1893, ésta tenía en su personal
administrativo, dos panameños de clase alta, Joaquín Vallarino y Constantino
Arosemena, y al general Ramón Santodomingo Vila, nacido en la costa atlántica
colombiana.
ALFREDO FIGUEROA

Teléfonos
Administraba la empresa telefónica Ernesto Lefevre de la Ossa, perteneciente al
patriciado citadino.

Lotería de Panamá
Iniciada en 1882, esta concesión fue hecha a favor del ciudadano cubano-norte-
americano José Gabriel Duque. Contó, entre los miembros de su junta directiva,
a colombianos, españoles, franceses y hebreos. Entre su personal administrativo
se distingue el notable Miguel Cucalón como subgerente y cajero.

Burguesía local y algunas profesiones liberales


Abogados
De los 23 abogados existentes en 1898,17,4% pertenecen a la élite urbana criolla,
4,3% a los grupos dominantes rurales, 26,1% a profesionales de Colombia y 52,2%
a miembros de la clase media. En conclusión, 21,7% de los hombres de leyes
formaban parte de la clase alta.
Llama la atención el crecido número de jurisconsultos colombianos que
superan, en esta profesión, a las unidades de la cúspide criolla. Cabe agregar que,
en los primeros años de anexión a Colombia, se registró una preocupante falta de
abogados en el Istmo, pues su número no sobrepasaba el de cinco, y todos forma-
ban parte del patriciado criollo -Arosemena, Arce, Icaza, de Urriola-.

Ingenieros
De los cuatro ingenieros actuantes en la Ciudad de Panamá, la mitad dice tener
relación con la élite urbana y mientras el 50% estaría constituido por extranjeros.
No se registran ingenieros que emanen de la clase media.

Médicos
Veintidós médicos ejercerían su profesión en Panamá a fines del decimonono, a
diferencia de lo que ocurrió a inicios de la época de unión a Colombia cuando los
facultativos no llegaban a cinco. De éstos, 13,6% proceden del patriciado criollo y
13,6% de los grupos dominantes rurales. Sólo 4,5% emanaría de la clase media
frente a 27,2% de la clase alta. 18,2% son de origen colombiano, 18,2% son euro-
peos y hay 9,1% de extranjeros de otro origen.
Como en el caso de los abogados, los facultativos colombianos abundan
en unión de los europeos y galenos foráneos. A diferencia del reclutamiento de
los abogados -dentro de los cuales más de la mitad es de clase media-, se percibe,
entre los médicos, mayor concentración de galenos de clase alta.

102
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

Dentistas
De los seis odontólogos mencionados, el grueso es extranjero o colombiano, sal-
vo un panameño apellidado Ardila.

Farmacéuticos
Veintiséis farmaceutas se cuentan en la Ciudad de Panamá finisecular. De éstos, la
mitad sería panameña, y los dos cuartos restantes se dividirían en europeos y
colombianos.

Cónsules
Múltiples cónsules y vicecónsules -aparte de los extranjeros- emanan de la clase
alta panameña coetánea -Arias, Boyd, De la Ossa, Arango- junto a mercaderes
hebreos de la plaza -Ascoli, Levi-Maduro, Jesurún, Fidanque, Ehrman-.

Burguesía, clubes sociales y educación privada


Antes de terminar nuestras salvedades sobre la participación de la burguesía en
distintos rubros económicos, urge aludir a su injerencia en varios clubes sociales
capitalinos y en la administración de colegios privados de la cabecera departa-
mental.

Club Internacional
Su junta directiva para 1898 revela el predominio de la burguesía criolla unida a
elementos extranjeros y a la burguesía hebrea. Figuran como miembros rectores
personas de las familias Arosemena, Arango, Jiménez, Vallarino, De la Ossa,
Pacheco y Uribe en compañía de un burgués alemán y del comerciante judío
sefardita Arturo Delvalle.

Club McCord
Asociación de señoritas, casi en su totalidad discípulas de la educadora Mary
McCord, quien rigió los destinos del Colegio "La Esperanza", sus socias practi-
caban obras de caridad y se divertían con paseos y juegos de prendas. Se trata
de una institución conformada por doncellas del patriciado y de una clase me-
dia alta asociada a ésta. No figuran damiselas hebreas. Aparte de los rancios
apellidos criollos dieciochescos, figuran damas istmeñas de ancestro colombia-
no -Santodomingo, Recuero, Ucrós, Galindo-.

Club Musical
Entidad femenina -de señoras y señoritas- reproduce rasgos similares al Club
McCord, como que sus integrantes proceden de la clase alta urbana y de una clase

103;
ALFREDO FIGUEROA

media alta asimilada a la primera. A semejanza del Club McCord, las damas de
origen cartagenero abundan -Recuero, Ucrós, Araújo, Amador-.

Otros clubes
Tanto el Club Panamá como el Club Progreso del Istmo no son sedes de la élite.
En efecto, integran asociaciones de cariz popular. Muchos de sus apellidos ema-
nan del Arrabal de Santa Ana -Dorado, Botello, Algandona, Escobar, Casis-. Por
ende, encarnan clubes de la clase trabajadora.

Sociedades diversas
Cuatro sociedades existían en la Ciudad de Panamá en las postrimerías del siglo
diecinueve. Dos agrupaban a ciudadanos foráneos -españoles e italianos-. Una
aglutinaba a obreros y artesanos -la Sociedad de Artes Unidas-. Entre sus miem-
bros se encuentran apellidos santaneros inconfundibles -Botello, Murillo-. En
segunda instancia, emerge una Sociedad Protectora de Empleados "La Coopera-
tiva", presidida por burgueses -Ehrman, De la Ossa y García de Paredes-.

Colegios y escuelas privados


Suman cuatro planteles. El primero, Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, para
señoritas, fundado en 1895, lo dirigían unas hermanas misioneras del Sagrado
Corazón de Jesús. Componían su junta directiva miembros de la burguesía crio-
lla urbana y cartagenera -Herrera, Arias, Diez, Espinosa-. El segundo, Colegio de
San José, fundado en 1896, lo regentaba la señorita Marina Ucrós. Esta institu-
ción prestigiosa duraría hasta la mitad de la vigésima centuria. El tercero, Colegio
del Istmo, fundado en 1898, ubicado en el Parque de Santa Ana, tenía como
dignatarios a caballeros de la burguesía urbana y de Cartagena: Herrera, Arias,
Arosemena, Recuero, De la Espriella. El cuarto, Instituto Torres, lo fundó y diri-
gió el educador colombiano Juan Agustín Torres.
Eran numerosas las escuelas primarias privadas urbanas. En síntesis, la
mayoría de los planteles privados urbanos era regentada por burgueses criollos
citadinos asociados a familias notables de Cartagena.

CAPAS MEDIAS URBANAS


En varios libros evocamos la fragilidad de los estratos medios en el Panamá del
siglo diecinueve. Según una socióloga fenecida -Georgina Jiménez de López-, a
la sazón o se era rico o se era pobre. Se transitaba velozmente de la opulencia a la
miseria. Sin embargo, en la cúspide de la clase media se ubicarían los profesiona-
les no pertenecientes a la élite -abogados, médicos, ingenieros, dentistas, farma-
céuticos-. Luego, se les sumarían los pequeños comerciantes y los pequeños pro-
pietarios urbanos. Aquí se impone considerar el peso apreciable de la pequeña
burguesía china. Además, añádase la burocracia pública y privada finisecular, los

104
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
F. INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

empleados de los comercios y de las compañías, los periodistas, los impresores,


los fotógrafos, los profesores y los técnicos.

CLASE TRABAJADORA Y ARTESANADO


En su seno se contaría una treintena de oficios, más bien manuales, entre los
cuales destacarían los obreros, jornaleros, carpinteros, cocheros, fundidores, he-
rreros, hojalateros, joyeros, lavanderas, modistas, peluqueros, plateros, relojeros,
sastres, sombrereros, talabarteros, tintoreros, zapateros, albañiles, armeros, agua-
dores, boteros, ebanistas, carreteros, mecánicos, pintores de brocha gorda, pana-
deros, marmoleros, dulceros, pasteleros y toneleros.

CLASES SOCIALES AGRARIAS


En su cúspide habría que colocar a los latifundistas, grandes hacendados y pro-
pietarios, grandes ganaderos del interior del departamento, junto a los goberna-
dores, alcaldes y la alta burocracia provincial, además de los profesionales e in-
dustriales, mineros y agricultores importantes de provincias. Síguenles los gru-
pos medios del interior como los medianos propietarios, hacendados, ganaderos,
agricultores, comerciantes, junto a los miembros de las profesiones liberales de
extracción pequeño burguesa, los maestros y la pequeña burocracia pública y
privada rural. En la base de la pirámide se ubicarían los minifundistas, los peque-
ños agricultores, pescadores, artesanos y el campesinado rural, además del grupo
humano amerindio.

SITUACIÓN DE 1899 A 1903


Lo descrito hasta ahora sufrió agudas metamorfosis al estallar en octubre de 1899
la Guerra de los Mil Días en Colombia y Panamá. La desolación, el horror y la
miseria se apoderan del entorno por espacio de más de tres años que provocan la
ruina de la burguesía urbana y de los grupos dominantes rurales que emigran
hacia las ciudades terminales. Las diversas campañas de la Guerra de los Mil Días
arrasan el hinterland panameño cuyos frutos agrícolas y ganado vacuno y caba-
llar casi desaparecen a lo largo de las sangrientas refriegas entre liberales y con-
servadores. Como resultado, el país pierde su riqueza ganadera de 1899 a 1902 y
le tomará cuarenta años reponer las reses sacrificadas.
Panamá queda en total bancarrota al declararse la paz del Wisconsin en
noviembre de 1902, tanto en la urbe como en el campo, cuya red telefónica y
telegráfica desaparece por completo. El Istmo inicia su penosa reconstrucción a
fines de 1902 en medio del caos económico, político, social y educativo. El analfa-
betismo frisaba el 90% y sus escuelas habían cerrado sus puertas durante tres
años.
La burguesía comercial criolla veía en la aprobación del Tratado Herrán-Hay
la única salida a su penosísima situación, pues la posibilidad de construir un canal

105 i
ALFREDO FIGUEROA

interoceánico por Panamá se vislumbraba como la solución a la miseria en que se


encontraba el departamento. En agosto de 1903, el Tratado Herrán-Hay fue improbado
de manera unánime por el Senado colombiano. A partir de entonces, se percibió
como respuesta la separación de Colombia que advino el 3 de noviembre de 1903.
El antiguo departamento se transforma ese día en república mediatizada; en rigor,
protectorado de los Estados Unidos de América. Pocos días después se firma el
Tratado Hay-Bunau Varilla cuyas ominosas consecuencias se borrarían el 31 de
diciembre de 1999. Tocará a la República de Panamá luchar por su plena soberanía
casi un siglo.
La República de Panamá de 1903 hereda las estructuras económicas y so-
ciales del departamento colombiano del mismo nombre. La separación fue un
ardid urdido por miembros de la burguesía comercial criolla -conservadora- de
la zona de tránsito, aliada con el imperialismo norteamericano. También sobre-
salen los intereses franceses representados por Philippe Bunau-Varilla.
Tocará a la burguesía panameña urbana, unida a sectores burgueses inter-
nacionales y a ciertos hacendados provinciales, dirigir el país en los inicios de la
república que ingresa a un período dominado por el liberalismo a partir de 1912
cuando asciende a la presidencia el doctor Belisario Porras, caudillo liberal de la
Guerra de los Mil Días. Durante su hegemonía -1912-1924- comienzan a
desdibujarse las estructuras departamentales colombianas y la república princi-
pia a moldearse paulatinamente gracias al surgimiento de nuevas instituciones.
Los códigos colombianos rigen hasta 1917. El canal, construido por los norte-
americanos, se inaugura en 1914.

ASPECTOS VARIOS DE PANAMÁ EN EL SIGLO DIECINUEVE


Economías
En el siglo diecinueve, el Istmo es un mosaico de economías débilmente integra-
das y desarticuladas, como sucede en las diversas planicies, colinas, llanuras, bre-
ñas y selvas de Colombia. Ausencia de infraestructura terrestre obliga, al habitan-
te rural, a comunicarse con las ciudades terminales mediante penoso cabotaje.
En el ocaso de la centuria, vemos en Bocas del Toro y Colón surgir típicos encla-
ves, controlados por d capitai privado norteamericano que iinancia y aummistra
las plantaciones bananeras. En el interior privan la agricultura de subsistencia y
otras formas de producción que permiten enviar el excedente a los pueblos veci-
nos y a la capital; la ganadería, una escuálida minería -si la comparamos con la
colombiana- y un tosco artesanado.
En las ciudades de la franja transístmica cunde el comercio y prevalece el
sector terciario y de servicios. Una empresa privada neoyorquina posee -desde
1855- el ferrocarril que une a Colón, puerto atlántico, con la cabecera de la Pro-
vincia de Panamá. Los polos más dinámicos, como se ve, están bajo la égida de las
economías de enclave, dominadas por la inversión y la tecnología estadouniden-
ses las cuales superan el influjo británico que sufren tantos países de América.

106
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

Fenómenos de colonialismo interno someten las economías rurales al capricho


de los dominantes citadinos. Panamá importa infinidad de manufacturas y bie-
nes, y fracasa en exportar un producto agrícola primordial -café, cacao, tabaco,
añil o algodón- a las metrópolis. Más bien se integra el centro, desde 1855, como
pasillo de tránsito que no se especializa en el cultivo de la tierra sino en el sumi-
nistro de una ventaja geográfica que acorta las distancias que separan al Atlántico
del Pacífico.
Una economía tan abierta e hipertrofiada, a favor del sector terciario, con-
dena a la clase dirigente local a ser una amanuense de diversos intereses foráneos
que la relegan a jugar un papel de segundona en la escala económica, pues las
grandes fuentes de riqueza escapan a su dominio. Cada vez que despuntan ciclos
de bonanza, bien a partir del Gold Rush -1849-1869- californiano, o durante los
años dorados del canal francés -1880-1888-, la burguesía internacional, que ha-
bita en Colón o Panamá, se beneficia, más que el patriciado raizal, de la coyuntu-
ra. A éste le quedan las migas de las etapas faustas. Cuando irrumpen años de
decadencia acentuada -por ejemplo, de 1869-1879-, quienes salieron bien opu-
lentos, es decir, la mayoría de los mercaderes extranjeros, optan por emigrar con
sus denarios y surge la necesidad de incursionar en nuevos rubros inexplotados -el
caucho del Darién o las maderas de Veraguas y Chiriquí-.
Es sintomático que, en los tristes años setenta, el arrabal domine en la esfe-
ra política y yazga la burguesía de San Felipe en la más absurda crisis económica
y humana. Ella, que confió en el federalismo como panacea, fue víctima de la
voracidad de los empresarios extranjeros y la fogosa rebeldía de las masas popu-
lares. Por otra parte, cabe recordar que, de 1824 a 1849, la decadencia económica
del Istmo debilitó profundamente sus grupos rectores y ahuyentó a los capitalis-
tas alógenos.
En resumen, un sistema mundial que pugna por especializarnos en las ac-
tividades transitistas, una dependencia cada vez más onerosa hacia los Estados
Unidos, materializada en tratados suscritos entre Washington y Bogotá, algunos
vigentes desde la primera mitad del decimonono, en virtud de los cuales a la
incipiente potencia del Norte se le permite intervenir, es decir, ocupar la zona de
paso cuando el orden público y el tráfico ferroviario resulten interrumpidos por
riñas o motines, un interior depauperado y realmente atomizado, un gobierno
en permanente bancarrota, una Colombia pobre y dividida en gajos de econo-
mías normalmente precapitalistas, una baja productividad, una explotación de
nuestro mayor recurso geográfico por los centros hegemónicos metropolitanos,
nichos contrapuestos de economías tribales, ciánicas, feudales, capitalistas y de
enclave: he aquí elementos dignos de la más escrupulosa atención que son sus-
ceptibles de servirnos para la inteligencia de los aspectos económicos del dieci-
nueve, a guisa de sumarísima ojeada.
En contraposición con muchos espacios de Colombia, dominados por ciu-
dades provinciales poderosas, las cuales otorgaban una lógica al entorno que

io/!
ALFREDO FIGUEROA

manipulaban y competían con Bogotá, los burgos del interior, sumidos en mani-
fiesta pobreza, no llegaron a rivalizar, ni remotamente, con la Ciudad de Panamá,
que ejercía, respecto de esas aldehuelas, un imperialismo interno. No florecieron,
pues, tres o cuatro centros urbanos distintos de la capital, dotados de vigorosa
independencia y pujantes, como acaeció en varias latitudes de América. Hubo, en
efecto, relaciones bien desiguales entre la faja transístmica y el hinterland a medi-
da que agonizaba el siglo diecinueve, al compás del desarrollo del capitalismo.

Demografía
A la luz de las investigaciones incoadas por el doctor Ornar Jaén Suárez, es paten-
te el vacío demográfico de Panamá durante el siglo diecinueve. Si, utilizando una
frase clásica de Pierre Chaunu, se necesitan 45 habitantes por kilómetro cuadra-
do para que se roce con el nivel de civilización más grosero, el Istmo llega, a
mediados del diecinueve, a poseer un solo habitante como densidad, lo cual es
cifra de alarmante subdesarrollo. Además, las enfermedades endémicas tropica-
les (que no existen en las zonas templadas y frías de Colombia) y pésimas condi-
ciones de higiene provocarán fortísima mortalidad, de suerte que el esfuerzo de-
mográfico deberá ser intenso para que exista crecimiento natural. A diferencia
del siglo veinte, el diecinueve, como la colonia, fue el reino de una sociedad
valetudinaria y enferma. La enfermedad biológica y social ha sido estudiada
científicamente y en filigrana por el antedicho geógrafo en varias obras. La cruza-
da contra la mortalidad y la morbilidad debió ser heroica desde 1904. Es posible
que la esperanza de vida al nacer no sobrepasase los treinta años hasta esa fecha.
He aquí las densidades por kilómetro cuadrado de Panamá en el siglo die-
cinueve: 1,2 en 1803; 1,6 en 1842; 1,8 en 1851; 2,8 en 1870; y 4,0 habitantes en
1896. A despecho de cifras tan melancólicas, el siglo diecinueve fue la pasarela
que condujo de la penuria demográfica del XVII -densidades de 0,3 habitantes
por kilómetro cuadrado en 1607; 0,4 en 1640; 0,5 en 1691-y del XVIII-densida-
des de 0,7 en 1736; 1,0 en 1778, y de 1,1 en 1790-a la explosión demográfica del
siglo actual que nos transporta a un país con densidades de aproximadamente 38
habitantes por kilómetro cuadrado -en 2000-, lo cual nos aproxima, lentamente,
a las de Enrona a fines de la Edad Media. Por tanto, claramente asistimos a un
despegue poblacional que hace aumentar la suma de habitantes de 87.312 -en
1803-a 311.054-en 1896-.
En 1803, postrimerías del coloniaje, las provincias de mayor importancia
demográfica eran las de Panamá -18.441 habitantes-, seguida por Veraguas -
18.126 habitantes-, Los Santos -13.280 habitantes-, Coclé -12.831 habitantes-,
Herrera -10.560 habitantes-, Chiriquí -9.664 habitantes-, Colón -2.923 habi-
tantes- y Darién -1.579 habitantes-.
Hacia 1843, época de grave decadencia comercial de las ciudades termina-
les, Veraguas, hecho insólito, supera a Panamá, ya que frisa los 29.184 habitantes
frente a las 19.994 almas de la segunda. Casi iguales a Panamá, figuran Coclé

|io8
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

-18.415 individuos- y Los Santos -18.345- las cuales, como Herrera -14.508 ha-
bitantes-, mantienen ritmos de crecimiento apreciables que reproducen aún la
situación que se perfila desde la colonia. Chiriquí supera, por primera vez, a
Herrera al contar con 14.764 ciudadanos, en tanto que Colón -3.257 habitantes-
arroja mediocre número de seres y Darién se despuebla -1.207 habitantes-. Bo-
cas del Toro aparece con sólo 595 individuos.
Por 1870, el escenario cambia bruscamente, pues Veraguas no impera a
nivel demográfico. Panamá, gracias a las migraciones externas e internas propi-
ciadas por la construcción del ferrocarril transístmico y al Gold Rush
californiano, lleva la delantera -39.610 habitantes- sobre aquélla -37.210-.
Chiriquí luce como la tercera provincia más poblada -32.440 almas-, usurpán-
dole su hegemonía a Coclé -31.888- y Los Santos - 2 3 . 2 2 5 - que comienza a
decaer en importancia. Colón, cuya economía disfruta de esplendor, salta de
un lugar baladí - e n 1843- a un puesto más conspicuo -17.345 habitantes-
que la coloca antes que Herrera -16.730-. Mientras que la distancia entre
Darién - 7 . 4 2 1 - y Bocas del Toro - 5 . 2 5 0 - se achica.
A fines de siglo, en 1896, la Provincia de Panamá sigue manteniendo el
primer lugar -64.428 habitantes-. Veraguas reconquista el segundo escaño -
47.691-. Chiriquí continúa siendo la tercera -44.695-, como que acumula más
istmeños que Coclé -41.364-. La quinta, Colón, se beneficia -33.297- cada vez
más de las economías de servicios. Casi homologa a ésta, Los Santos -33.015-
supera a Herrera -23.885-. Darién -10.329- sigue, por última vez, más poblada
que Bocas del Toro -9.250-.
El cambio notorio, experimentado en el decimonono, dice relación con el
crecimiento vertiginoso de las ciudades terminales. Así, la capital del Istmo pasa
de 5.000 individuos en 1851 a 10.000 en 1852 y, luego, a 30.000 en 1885. Colón de
800 en 1851 a 8.000 en 1852 y a 15.000 en 1885. En consecuencia, si durante la
primera mitad del diecinueve, el crecimiento demográfico de las provincias del
interior fue sostenido en detrimento de la zona de tránsito, la tendencia será in-
versa a partir de 1850, a favor de las ciudades terminales.

Política
La gran conquista del diecinueve radicó en la movilización efectiva de las masas
populares y su gradual incorporación y participación en los asuntos de la cosa
pública. Anatema cien años antes, o en el albor de la decimonovena centuria, el
pueblo conformado por los descendientes de los esclavos libertos y por segmen-
tos de las poblaciones mestizas, hispanas y extranjeras afincadas, inicia a cambiar
de voz. Es evidente que tamaña mutación no hubiese calado sin episódicos brotes
de violencia y sangrientas asonadas. Creemos, honestamente, que el tumultuoso
período federal -1856-1886- fue el gran experimento hacia la democracia tron-
chado por Rafael Núñez, el regenerador.

109 l
ALFREDO FIGUEROA

Quienes hemos disfrutado del diálogo vivificante con personas nacidas en


vísperas de la resurrección del centralismo bogotano, tenemos cálidos testimo-
nios de historia oral que nos indican el trauma que significó, para los paname-
ños, el cambio de orientación que vivimos de 1886 a 1903. En todos nuestros
interlocutores brotó admiración por la cultura de la patria de Jorge Isaacs, cuyo
fallecimiento lloraron. Se sentían parte de la Colombia lúcida y celebraban el
brillo y la chispa de sus inteligencias y notabilidades. Compartían muchas de sus
manifestaciones de civilización. No obstante, esas voces -ya silenciadas- coinci-
dieron en estigmatizar la desidia con que Bogotá administraba los asuntos del
Istmo, el fracaso de la unión a la Colombia oprimente y centralizadora,
ultramontana, reaccionaria, que nos manejaba como colonia. Hasta hace poco,
sentires semejantes manifestaban departamentos como los del Chocó y Córdoba
en lo relativo a la rigidez y miopía con que Bogotá ventilaba sus problemas y
requerimientos.
Habiendo conocido más de treinta años de sufragio popular universal y de
extremado autonomismo, Panamá tuvo que soportar la restricción del voto, al
promulgarse la Constitución de 1886, y lamentar la pérdida de infinidad de dere-
chos humanos fundamentales. Tornamos a la situación anterior a 1850, al despa-
char Bogotá una serie de gobernadores, de empleados públicos y de militares, de
cuna extraña al departamento en que venían a ejercer sus funciones, adoptando,
frecuentemente, un tono altanero y despótico hacia los hijos del país.
Es sugerente que, en la Colombia actual, se contemple el federalismo de las
regiones como instrumento que promueva de verdad su auténtico desarrollo. Tal
fórmula la llevó a la práctica Panamá hace 148 años y Colombia sigue pensando
en sus excelencias. De resto, el espectacular movimiento codificador, de signo
liberal, emprendido por el doctor Justo Arosemena -1817-1896-, quien liquida,
merced a su sanción los vestigios coloniales de la legislación hispánica, más de
tres décadas después de la independencia formal de 1821, es una conquista pro-
gresiva que se efectúa bajo el reinado del Estado Soberano de Panamá. Este es-
plendor jurídico excepcional se da en el seno de una sociedad que no va a aprove-
char la lección impartida por el distinguido polígrafo, enrumbándose hacia prác-
ticas opuestas al sentido que sus gestores intelectuales ambicionaban. Paradoja
de un conglomerado, provisto de modernísimas disposiciones legales, a tono con
la época, que se sume en la más absurda anarquía institucional y despilfarra la
promesa de un autonomismo ofrecido en bandeja de plata.

Clases sociales
Una estructura de estratificación social piramidal, con base en extremo ancha, va
a caracterizar al siglo diecinueve panameño. ínfima clase alta, fragilísima clase
media y arrolladores sectores populares dan la tónica. En Ciudad de Panamá pri-
van, dentro de los grupos privilegiados, la burguesía comercial autóctona - n u n -
ca la agraria, ni la industrial- y una burguesía internacional heteróclita, sensible-

110
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGUÍ DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

mente más opulenta que la primera, aunque su aliada episódica. Son los merca-
deres y empresarios extranjeros los que dominan y usufructúan, invariablemen-
te, las bonanzas sucesivas.
En muchos rincones de Colombia, la aristocracia agraria y la burguesía
rural gozarán de innegable prepotencia, por conducto de sus fanáticos y obtusos
gamonales y caciques. En Panamá, desde el comienzo, las capas vinculadas al
sector terciario son particularmente vigorosas y dinámicas. Ellas defenderán, hasta
la obsesión, el proyecto liberalísimo de transmutar a su patria en una "feria co-
mercial" o "emporio" merced a la implantación de un ferrocarril transístmico o
de un canal interoceánico que permitan una más expedita circulación de las mer-
cancías a través de la estrecha garganta del Istmo central, idea precursora de infi-
nidad de realizaciones tan actuales como la Zona Libre de Colón y el Centro
Bancario y Financiero Internacional, entre otras. También combatirán con de-
nuedo el férreo proteccionismo económico de Bogotá clamando por el más re-
suelto liberalismo.
Ganará aquí la contienda esa clase de comerciantes y rentistas capitalinos,
a diferencia del resto de Colombia, donde la batalla favoreció a los mineros y
plantadores de café, cacao, tabaco y añil, a los ganaderos y a los diversos hacenda-
dos, en detrimento de los enfurruñados artesanos, casi siempre proscritos. Sólo
en ciertas regiones triunfarán los tenderos y mercaderes, químicamente puros,
uncidos a las economías capitalistas internacionales. En otras comarcas, surgen
combinaciones originales de grupos dominantes a la vez mercantiles, mineros,
agrarios y con proclividades industrializadoras -el caso de Antioquia-. La cúpula
de Ciudad de Panamá absorberá, a veces, ciertas unidades dominantes de Veraguas,
Chiriquí, Coclé y Azuero, las cuales integrarán la élite urbana, en maridaje con
elementos extranjeros sedimentados.
Bien distinta de la actual será la clase media in ovo. Menos profesional,
menos ilustrada, más artesanal, más parasitaria y modesta. Sin embargo, probará
su combatividad, en las plazas y calles, unida a las masas populares, por ministe-
rio de sus levantiscos caudillos y adalides, expertos en golpes de cuartel, quienes
aseguran a sus copartidarios el monopolio de algunos empleos públicos en la
administración civil y militar. Pequeña burguesía urbana, clara, mestiza, mulata
y de color, hostil al blanquerío de San Felipe, celosa de sus menudos privilegios
adquiridos al compás de las transformaciones del Estado colombiano, cancelada
la primera mitad del siglo, al regir el federalismo. Ella no vacilará en mandar, al
Senado y a la Cámara de Representantes de Bogotá, sus más aguerridos exponen-
tes. Asimismo, existirá en la campiña un colchón de categorías mesocráticas bas-
tante deleznable: pequeños artesanos y tenderos, medianos propietarios, maes-
tros, agricultores antaño prósperos y pauperizados, funcionarios de tono menor,
oscuros jueces y grises notarios y burócratas que conformarán el germen de la
petite bourgeoisie provinciana.

ni
ALFREDO FIGUEROA

El enorme peso del pueblo -quizás más del 90% del total- constituido por
los pescadores, los campesinos indigentes, los jornaleros, los artesanos, el prole-
tariado y el lumpen proletariado. En plurales ocasiones, tanto en la urbe como en
el interior, las masas explotadas manifestarán su violencia e inconformidad en
movimientos sociales, dignos de pormenorizado examen, que van de la revolu-
ción de castas -1830-, dirigida por el general José Domingo Espinar, la eferves-
cencia popular que acompaña a la finalización de los trabajos del ferrocarril
-1856-, las revueltas de los labriegos parvifundistas de Azuero, el permanen-
te bamboleo de los gobiernos federales, las huelgas proletarias cumplidas
durante el canal francés, hasta la unánime y multitudinaria explosión de la
guerra de los Mil Días (1899-1902).

Educación
Comparado con el Panamá contemporáneo, el país del diecinueve no superó la
crisis educacionista heredada de la colonia. En efecto, los primeros cincuenta años
posteriores a la independencia de España se perdieron, grosso modo, por lo que
respecta a la instrucción pública. Operando un balance sumarísimo de los 320
años del coloniaje hispano y su aporte a la superación cultural, diremos que la
idea de educación fue sumamente elitista, no enderezada a las masas y los niveles
de escolaridad ridículos. Este lastre no lo superará Panamá sino en la época repu-
blicana. Mientras que varias regiones de Colombia demostrarán capacidad y vo-
luntad de cambio, desde la primera mitad del siglo diecinueve -pienso en los
actuales departamentos de Cundinamarca y Antioquia, a guisa de casos intere-
santes-, el Istmo no va a distinguirse por su celo de sembrar, por toda su geogra-
fía, escuelitas primarias y colegios secundarios de nota. Esta carencia sirve para
explicar rasgos de incultura contra los cuales tendrán que batallar varias genera-
ciones de maestros en plena vigésima centuria.
Vencido, parcialmente, el analfabetismo, aún hoy apreciamos, tanto en las
ciudades como en la campiña, prejuicios coloniales contra las manifestaciones de
la cultura superior y dejación hacia el libro que no sea texto obligado. Todo ello
corrobora la idea de que persisten actitudes y posturas de antiquísima data en la
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tenar de años. Por tanto, no es una novedad sustentar que desaprovechamos y


despilfarramos, alegremente, el siglo diecinueve durante el cual, en varias nacio-
nes de nuestra América, inclusive en la misma Colombia, a la que pertenecíamos,
se fortalecieron, con musitada pujanza, las universidades y las escuelas de segun-
da enseñanza o liceos. Principiamos, por consiguiente, el siglo veinte con cifras
pavorosas de analfabetismo, cercanas, en la mayoría de las provincias, al 90%, y
superiores, en otras, a ese guarismo. De ahí que hayamos espetado hasta la sacie-
dad la especie de que nuestra vigésima centuria ha sido, en realidad, el siglo die-
cinueve que perdimos.

112
El, DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

Si llegamos tarde a la independencia de España - 1 8 2 1 - y muy tarde a la


constitución del Estado nacional -1903-, lo mismo es aplicable al progreso edu-
cativo. Al comienzo destacábamos que en realidad los primeros cincuenta años
de unión a Colombia muy poco habían colaborado a morigerar nuestra postra-
ción pedagógica, y lo afirmábamos porque a partir de 1870 se fundaron, en los
Estados Unidos de Colombia, las primeras escuelas normales, regentadas por es-
pecialistas alemanes, y destinadas a la formación de maestros de escuela prima-
ria. Su duración fue efímera, a causa de la inestabilidad institucional y política
que azotaba, continuamente, a la hermana nación.
En Panamá, ese período vio graduar a eximias figuras que prestarían su
apoyo a la consolidación de la república y que, desde ya, vivieron como apóstoles
de la educación elemental. Hombres como Nicolás Victoria Jaén, Ángel María
Herrera, Abel Bravo, Nicolás Pacheco y Melchor Lasso de la Vega fueron produc-
to de aquel lapso luminoso, desgraciadamente breve y sincopado. En resumen, se
advierte que el ideal rector que encendía las mentes de los educadores menciona-
dos consistió en dotar de instrucción básica al niño panameño. Ni pensar en
esplendentes escuelas secundarias. Ni menos en universidades vistosísimas. Los
planes escolares, siempre rudimentarios, pretendían erradicar el analfabetismo
merced a cursos de lectura, gramática, aritmética, escritura, caligrafía, moral, re-
ligión y alguna materia general.
A grandes pinceladas, he aquí el panorama lóbrego, rústico, chato y subde-
sarrollado del desenvolvimiento de la educación en esta periferia de la Colombia
decimonónica. La minoría que disfrutaba del privilegio de viajar a Cartagena,
Bogotá o Popayán, con objeto de perfeccionar los estudios que culminaban con
el bachillerato y el doctorado universitario en Derecho, Medicina, Filosofía, Teo-
logía o Letras, retornaba al Istmo a constituir menos del 1% de la población y
prestar sus valiosos servicios en el ramo de la magistratura, la judicatura, los es-
casos bufetes, los raros hospitales, la enseñanza y el pulpito. Por último, a lo largo
del siglo diecinueve, la población infantil escolarizable que acudía a las aulas nunca
fue masiva. Así, la regla era no asistir a clases y la excepción: terminar el ciclo
primario.

Religión
En el terreno de la religión, podríamos adelantar, a grandes rasgos, que rige el
catolicismo, tal como fuera injertado por los colonizadores hispánicos, mezclado
con el sincretismo animístico que resulta de la fusión de las civilizaciones africa-
nas y aborígenes. Fenómenos de transculturación, aculturación y deculturación
acelerarán cierto fervor aún militante y vivaz, en las poblaciones dominadas del
Istmo, las cuales adaptarán la fachada tropicalizada del cristianismo de la
Contrarreforma, que persistirá, en éstas, más arraigado que en algunos núcleos
rectores. Una porción de los urbanos, a fines de siglo diecinueve -según el testi-
monio de varios viajeros- practica un agnosticismo y un escepticismo, definiti-

U3l
ALFREDO FIGUEROA

vamente incompatibles con la escatología y la subida devoción que coloreaban a


las regiones montañosas de Colombia, llenas de feligreses que siguieron confe-
sándose con frecuencia, asistiendo a misa y comunión diarias. Si advertimos cier-
ta laicización en algunas fracciones de los grupos dominantes urbanos, no exten-
deremos nuestras generalizaciones a los hacendados y ganaderos rurales, más
vinculados al poder temporal de la Iglesia y sus jerarquías, ni a los sectores popu-
lares de la campiña y la ciudad. Éstos demostrarán fidelidad a una suerte de cato-
licismo sociológico de carbonero, basado en la observancia de ciertos sacramen-
tos, en el horror -relativo- al pecado mortal y venial, en plegarias, jaculatorias,
procesiones, responsos, novenas, rosarios y festividades cíclicas consagradas por
el ritual de la iglesia romana.
Desde la primera mitad del siglo, Ciudad de Panamá experimentó el auge
de las ideas masónicas en el seno de su clase dirigente y la recepción del utilitaris-
mo de Bentham, en el plano de la ética cotidiana. Sus más connotados voceros
criticaron la "ceguedad fanática" de la religión papista y fueron endemoniadamente
anticlericales, a semejanza de los burgueses liberales, jacobinos y volterianos del
decimonono. Abjuraban de la autoridad de Roma, pero creyeron en la Providen-
cia. Para ellos, el catolicismo fue entendido como culto destinado a las mujeres, a
las ancianas y a los niños. Algo de esta actitud impregna la mentalidad de no
pocos citadinos actuales. A diferencia de lo acaecido en el siglo dieciocho, la urbe
capitalina no fue generosa en vocaciones eclesiásticas. Dicha merma contrasta
con la abundancia de novicios, frailes y monjas en el corazón de Colombia, cuya
iglesia fue infinitamente más rica y poderosa que la istmeña.
Desde la mitad de la centuria, cosa novedosa, excepcional, en el resto del
cerradamente católico e intransigente país colombiano, el protestantismo y sus
sectas múltiples, el judaismo y varias religiones orientales inician su derrotero en
Panamá. Es ya la nota del cosmopolitismo abierto que hoy nos signa. También
cabe advertir que ingresan, al terruño, nuevos elementos de los ritos ancestrales
africanos, trasladados, ahora, de las Antillas danesas, francesas y británicas, a tra-
vés de las poblaciones obreras que se albergan a partir del Gold Rush californiano
-1849-1869- y del canal francés -1880-1903-.
La desamortización de los bienes eclesiásticos, medida promulgada por el
general Tomás Cipriano de Mosquera, en 1861, dará el golpe de gracia al domi-
nio temporal de la Iglesia debilitando el monopolio colonial de cuatro siglos os-
tentado por tan omnímoda institución que se había convertido en un freno al
avance del capitalismo. Más tarde, la reforma educativa liberal aspirará a que-
brantar, mediante el contenido laico de la instrucción, la hegemonía del clero
sóbrelas almas de la niñez y la juventud. En 1888, aprobado el Concordato con el
Vaticano, recobra la Iglesia gran parte de las atribuciones trasladadas al Estado.

114
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
F INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

Relaciones con el resto de Colombia


Escasas fueron las relaciones económicas y sociales con multitud de departamen-
tos colombianos, exceptuando los de las costas atlántica y pacífica. Por ello, ver-
bigracia, en la memoria colectiva del panameño actual no proliferan reminiscen-
cias que lo vinculen con regiones como los Santanderes, Boyacá, Nariño, Tolima,
Valledupar, los Llanos, Caldas, Huila y Antioquia, cuyos habitantes se avecindaron,
a la sazón, en el Istmo. En desquite, referirnos al Chocó, limítrofe con nuestro
Darién, significa evocar una realidad más aprensible, y modular los nombres de
las ciudades de Cartagena, Barranquilla y Santa Marta concita recuerdos sin duda
más comunes por los nexos humanos y comerciales que nos ligaron siempre con
las tierras costaneras. Incluso, desde la colonia, el Cauca mantuvo reciprocidad
con Panamá.
Es indudable que nuestro país, dividido por la inexpugnable selva darienita
del resto de Colombia, fue, desde el principio, el área más exótica y alejada, como
remota, del Estado a que pertenecía. Si hubiese sido mediterráneo, como el Tolima,
que dispone de fronteras con varios departamentos, la geografía le habría im-
puesto un destino de mayor comunión y convivialidad con las comarcas que lo
rodeaban. Pero ese no fue el caso, faltaron vías de comunicación eficaces entre los
pueblos granadinos. A tal punto que se postula, con sobrada razón, que Colom-
bia fue un losange de naciones distintas hasta 1886.
Empero, pese a las relativamente pocas relaciones mantenidas, en el terre-
no político propiamente dicho, hubo alianzas estrechas entre los diversos hom-
bres públicos y caudillos panameños y sus homólogos colombianos, liberales o
conservadores. Así, al azar, personalidades como Buenaventura Correoso y Ra-
fael Aizpuru obedecieron -desde 1860- al pie de la letra los designios estratégicos
y las órdenes tácticas rubricadas por el general Tomás Cipriano de Mosquera. Y,
muchísimo antes, el general José Domingo Espinar fungió como vocero de Simón
Bolívar en 1830; mientras que el círculo de Mariano Arosemena rindió pleitesía
al ideario de Francisco de Paula Santander. Ordinariamente, a partir del
federalismo, los jefes civiles y militares locales -provistos de huestes- entraron en
contradicción con la guardia colombiana estacionada aquí. Sus dínamos condu-
jeron, consuetudinariamente, las tropas suyas hacia Cartagena, Barranquilla y
Buenaventura cuando el Estado Soberano de Panamá decidía respaldar la políti-
ca adoptada por una serie de Estados a raíz de las guerras intestinas que ensan-
grentaban el territorio. Panamá padeció, por consiguiente, los efectos de las con-
flagraciones originadas en localidades situadas fuera de su jurisdicción.
Aspecto poco difundido en nuestro medio constituye la permanente anar-
quía del interior-Chiriquí, Veraguas, Coclé y Azuero-de 1856 a 1886. Pugnaban
los conservadores rurales por derrocar los gobiernos liberales y populistas de la
Ciudad de Panamá. Las repetidas trifulcas y estrepitosos motines, organizados
por los hacendados, presionaban al hombre fuerte de turno a tomar el buque o
invadir por tierra nuestras provincias a fin de preservar el orden público y la paz

H5
ALFREDO FIGUEROA

social. De modo que la inestabilidad afectó tanto a la urbe como al agro con grave
perjuicio para el adelanto y fomento del Istmo. Las bajas ocasionadas por las
refriegas entre las huestes campesinas comandadas por los señores de la tierra y el
ejército federal autóctono, el saqueo crudelísimo e inmisericorde de las propie-
dades rústicas, la desenfrenada matanza del ganado vacuno, caballar y porcino
por las tropas de ambos bandos, la destrucción de los cultivos, el estado perenne
de caos e incertidumbre, impidieron, ciertamente, un sostenido desarrollo de la
campiña y la ciudad. Adivino la dolorosa paradoja de un federalismo que no
trajo consigo desenvolvimiento óptimo ni progreso sin paralelos, como lo presa-
giaba el esquema equilibrado de Justo Arosemena. La mayor parte del presupues-
to se consagró al gasto militar. Y, finalmente, ni caminos ni vistosas escuelas fue-
ron edificados.
A diferencia de otros Estados Soberanos, cuya clase dirigente desató el cre-
cimiento integral de sus potencialidades e instituciones, acrisolándolas,
vigorizando las industrias, impulsando la instrucción pública, elevando el nivel
de vida, acendrando la cultura cívica de las masas, Panamá no logró esos objeti-
vos. Es evidente que, durante los años ulteriores -1886-1903-, signados por el
férreo despotismo centralista, tampoco alcanzaría a avanzar con paso firme.
Tamaña frustración económica, social y política, exacerbada por el desastre apo-
calíptico de la Guerra de los Mil Días, es la herencia ominosa de atraso que hipo-
teca el despertar de la república independiente en la tarde del 3 de noviembre de
1903.

Medios de comunicación de masas


Entre los hitos más admirables de nuestro siglo diecinueve, destaca el floreci-
miento y fortalecimiento de los papeles periódicos. En efecto, la primera impren-
ta llegó a nuestras costas, procedente de Jamaica, en 1821, año en que se registró
nuestra independencia de España. Testimonios de historia oral recogidos de seres
alumbrados de 1870 a 1888, en Ciudad de Panamá, con quienes el autor tuvo la
dicha de conversar, a fines de la década del cincuenta, arrojan luz sobre la moda
vigente, a fines del decimonono, de adquirir, cotidianamente, cuanto diario se
voceara en las calles de Panamá. Me refiero no sólo a la serie Estrella publicada en
tres lenguas —español, francés e inglés-, sino al cúmulo de volantes, listines,
pasquines, hojas sueltas y tabloides que salían de las tipografíasfiniseculares.Prensa
de aguda crítica jocosa y chistosa, parcialmente elaborada en verso, dotada de
novelones por entregas, llena de artículos esclarecedores y quejosos, de mordaces
sátiras, de cursis epitafios y acrósticos. Sin lugar a disputa, totalmente opuesto a
lo que ocurre hoy en que prevalece lo audiovisual -radio, televisión, cine- sobre
lo escrito, el medio de difusión ideológico más importante del siglo diecinueve
fue el periódico. Éste gozó de incontrovertible prestigio y valencia. Raro era el
año en que no se fundara un vehículo de información por regla general de efíme-
ra resonancia. Resulta indudable que, a través de sus páginas, llegaron al lector las

116
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

enconadas polémicas económicas, políticas y sociales, además de las discusiones


religiosas que conmovieron su entorno y las querellas que irritaban y afligían a
Colombia.
Por tanto, es obligante recurrir a los diarios para entender a cabalidad la
historia de estos años, por cuanto allí dormitan las aspiraciones, los debates, los
proyectos y los juicios de los hombres y mujeres que nos precedieron. Recomen-
dables para iniciar el análisis de la prensa panameña coetánea son los valientes
trabajos que debemos al tesón de María T Recuero y Rodrigo Miró.
Aparte de los mass media impresos, las murmuraciones y habladurías ju-
garon, como en toda sociedad analfabeta tradicional, preindustrial y colonizada
por España, papel destacadísimo. Una historia de los rumores signa ese Panamá
aburrido, pintoresco, caníbal, dicharachero y pleno de maledicencia. Como me-
dio informal, la oralidad facilitó el estallido de no pocos movimientos sociales
populares en plazas, calles y cabildos. Aún hoy, la institución sigue en pie y agra-
da a los habitantes del Istmo que la cultivan con indisimulada constancia.
Si nos pusiéramos a contar los libros editados en Panamá durante el siglo
diecinueve, tendríamos que concluir que fue sumamente pobre la cosecha biblio-
gráfica. Primero, por el analfabetismo casi total. Y, luego, por la poca necesidad.
Fue, sin duda, el libro un objeto de lujo. Nuestros más esclarecidos autores publi-
caron sus trabajos en Bogotá, Nueva York, Londres o París. Muy pocas fueron las
bibliotecas privadas. Este rasgo de incultura no lo obliterará el siglo veinte. De
ahí procede la lucha por dotar a la república de una idónea Biblioteca Nacional,
aún en ciernes en las postrimerías del segundo milenio.

Las letras
Estertores del neoclasicismo, retórica y lágrimas del romanticismo, atisbos del
realismo, expresiones del naturalismo, destellos del modernismo, jalonan el siglo
diecinueve panameño. A pesar del crecido número de analfabetos, bulle algo que
se está esfumando en Panamá: la traviesa poesía popular y otra cosa que neutra-
lizó la televisión: la candente oratoria política en plazas y campos. Los modelos
literarios, que dominan el siglo, son colombianos, españoles y franceses. El ensa-
yo y la prosa, preñados de esas influencias, lograron victorias duraderas a través
de los cálamos de Mariano Arosemena -1794-1868-, Justo Arosemena —1817-
1896-, José de Obaldía -1806-1889-, Manuel José Pérez -1837-1895-, Pablo
Arosemena de Alba -1836-1920-, Manuel Toribio Gamboa -1840-1882-, Do-
mingo Arosemena Quesada -1819-1886-, y el primer Belisario Porras —1856-
1942-, además de Nicolás Victoria Jaén -1862-1950-, Ramón Maximiliano Valdés
-1867-1918-, Narciso Garay Díaz-1876-1952-y otros varones nacidos en el últi-
mo cuarto de la centuria. En el cuento, destacan Salomón Ponce Aguilera —1868-
1945-y Darío Herrera-1870-1914-. En la novela, Gil Colunje-1831-1899-. En el
teatro, Víctor de la Guardia y Ayala -1772-1824-, quien estrena en Penonomé, año
de 1809, La política del mundo, y José María Alemán -1830-1887-, autor de Amor

U7i
ALFREDO FIGUEROA

y suicidio. Engalánase el parnaso romántico con las creaciones de Amelia Denis


de Icaza -1836-1911-, Gil Colunje -1831-1899-, Manuel José Pérez —1837-
1895-, José María Alemán -1830-1887- y el trágico Tomás Martín Feuillet -1832-
1862-.
Se ha perdido algo que existía en el siglo diecinueve: la identificación del
pueblo con el poeta. Amelia Denis y Tomás Martín Feuillet, por ejemplo, fueron
personajes adamadísimos por las masas que aprendían de memoria sus compo-
siciones. En aquel tiempo, el oficio de escribir concedía prestigio, era un menes-
ter casi mágico para quienes nunca habían tocado, acariciado una pluma. Las
estrofas de nuestros vates -algunos tan citados como losé Dolores Urriola, el au-
tor del famoso Ovillejo satírico contra el general Tomás Cipriano de Mosquera-
las declamaban los domingos, en las sobremesas y tertulias, nuestros antepasa-
dos. Sucede lo mismo con algunos versos del celebérrimo poema titulado "Del
Canal", de José María Alemán, que muchos panameños tararean sin conocer su
procedencia exacta.
En el interior, sobre todo en Los Santos y Herrera, se cultivan, con unción,
las manifestaciones literarias de signo hispánico que aún no han sido obliteradas.
La décima y la copla, construidas en formas distintas y con temas que van de lo
mitológico y religioso hasta lo burlesco y profano, depuran la maravillosa litera-
tura oral que crean los campesinos de Azuero. En todo Panamá, los grupos
bogotanizados estarán al tanto, durante el siglo, de las novedades literarias que
surjan en Santa Fe y en los cultos rincones y veredas de la Colombia lírica y alti-
sonante, gramatical y puntillosa, de los Caro, Cuervo, Marroquín, Arboleda,
Pombo, Samper y Lleras.

SIGLO DIECINUEVE, PERSPECTIVAS FINISECULARES Y CAMBIOS DEL VEINTE


Posesión española hasta 1821, el Istmo de Panamá, al independizarse, se unirá
voluntariamente a la República de Colombia, la cual, a la sazón estaba integrada
por las actuales repúblicas de Colombia, Venezuela y el Ecuador, territorios que
conformaron, junto a Panamá, el Virreinato de la Nueva Granada. Conviene ad-
vertir que Panamá formó parte de dicho virreinato durante, aproximadamente,
\r\c c p f p n t o -arií"»c i n í p n o r p c c\ \a i n n p n o n n p n r i o A Q ESDclfícl

En 1821, habida cuenta de la situación especial de las guerras de indepen-


dencia iberoamericanas y de su relativa debilidad, el Istmo de Panamá decide
incorporarse al bloque colombiano por necesidades de protección militar, por el
prestigio de Bolívar y por sus antiguos nexos administrativos con Santa Fe de
Bogotá. Existía otra alternativa: la anexión al Imperio Mexicano, de Agustín de
Iturbide, fórmula adoptada por los países centroamericanos, que no prosperó en
el caso panameño. En el acta de independencia de 1821, Panamá precisó que se
regiría por leyes especiales en atención a su economía mercantil. En ese artículo
siempre se ha observado el germen del autonomismo del siglo diecinueve.

118
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

Recuérdese que la independencia de 1821 fue apurada por la burguesía


comercial en Panamá. Este proyecto consideraba que el país, por su posición geo-
gráfica excepcional y por su tradición transitista, debía consagrarse a las activida-
des terciarias que habían sido su razón de ser durante gran parte del coloniaje. Se
aprecia aquí claramente la idea de edificar lo que se conoce como el país-feria, en
recuerdo de las fastuosas ferias de Portobelo de la etapa colonial.
Desde el principio de la anexión a Colombia, se dieron contradicciones
entre la legislación proteccionista de la meseta bogotana y el espíritu de laissez
faire del istmo central de Panamá. Estas fricciones explicarían la eclosión de las
tempranas ideas separatistas que animan las "independencias" de 1826,1830,1831
y 1840. A través de los artículos de las distintas actas independentistas, se puede
captar la desilusión de la burguesía comercial de la zona de tránsito, la cual solici-
ta "comercio libre" o "franquicias" generosas a Bogotá al tiempo que registra la
falta de nexos vigorosos con las economías de las regiones colombianas y enume-
ra las causas geográficas, históricas, económicas y políticas del separatismo pana-
meño.
Si del régimen colonial, luego de las extensas campañas libertarias, se pasa
al período republicano, la idea de transformarse incluso en protectorado británi-
co va a mantenerse vivaz en las décadas subsiguientes por el fracaso de la Gran
Colombia y luego las calamidades de los años posteriores -caudillismos milita-
res, recesión comercial y vigoroso centralismo de Bogotá-. Por ello surge, desde
muy temprano, el deseo de acceder al self govemment, fórmula que alcanzará
Panamá de 1856 a 1886 gracias a la implantación del régimen federal en Colom-
bia. El abanderado y más lúcido teórico del federalismo panameño fue el doctor
Justo Arosemena, autor de la obra titulada El Estado Federal de Panamá -1855-.
Esbocemos, para ordenar nuestras ideas, algunas características de la pre-
sencia norteamericana en Panamá:

a) Desde el siglo dieciocho, hubo tímidas incursiones de navios de las trece


colonias -provistos de víveres y utensilios variados-. Luego, en la primera
mitad del siglo diecinueve, esos nexos se incrementaron.
b) Sin embargo, es innegable que el comercio, hasta la segunda mitad del
siglo diecinueve, estuvo dominado por Jamaica -es decir, por Inglaterra-.
c) Recuérdese que, desde Jamaica, Panamá importó la imprenta, la maso-
nería y las ideas libertarias.
d) Si, desde la época de los años 1830, se estableció un consulado norte-
americano en Ciudad de Panamá, la presencia estadounidense se afianza-
ría poderosamente a partir del Tratado Mallarino-Bidlack, de 1846, suscri-
to entre Colombia -República de la Nueva Granada- y los Estados Unidos
de América. El tratado surge por la inseguridad de Colombia de mantener
su soberanía en el Istmo de Panamá, por el continuo separatismo paname-
ño y por el expansionismo británico en Centroamérica. Conviene recor-

119
ALFREDO FIGUEROA

dar que, en varias ocasiones, Panamá se mantuvo separado, en la primera


mitad del siglo diecinueve, por espacio de meses e inclusive por más de un
año. Bogotá tuvo que brindar a cambio a Estados Unidos el derecho de
libre paso a través del Istmo de Panamá. Por su parte, Estados Unidos ase-
guraría el tránsito expedito a través del Istmo. En este tratado se estipula la
razón de ser del intervencionismo norteamericano en Panamá, ya que fa-
culta a Estados Unidos a intervenir y asegurar el libre tránsito cada vez que
se entorpezca éste. En virtud de una cláusula específica de dicho tratado,
que invocara Estados Unidos, se dieron muchas intervenciones durante la
segunda mitad del siglo diecinueve, solicitadas, a veces, por Bogotá o reali-
zadas por Estados Unidos que aplicaban el Tratado Mallarino-Bidlack. A
este primer tratado sucede el Clayton-Bulwer - 1 8 5 0 - en que Estados Uni-
dos e Inglaterra se comprometen a no disfrutar individualmente de la pro-
piedad exclusiva de un canal por el Istmo de Panamá. De modo que la
injerencia norteamericana en Panamá poseía un basamento legal, a saber,
el Tratado Mallarino-Bidlack.
e) A poco, el descubrimiento de minas de oro en California provocó, en
Panamá, modificaciones ostensibles pues marca el inicio de una etapa lla-
mada "la California" o el "Gold Rush" que coincide con la construcción del
ferrocarril transístmico inaugurado en 1855. A la sazón, Panamá también
cambia sus estructuras políticas ya que, como advertimos, ingresa al
federalismo.

El ferrocarril transístmico fue propiedad de una compañía privada esta-


dounidense, la cual tuvo suma influencia en la política panameña posterior. Hubo
fricciones entre ésta y el gobierno colombiano. Incluso la compañía estuvo
involucrada en la independencia de 1903. En ciertas épocas, disfrutó mayores
dividendos que compañía alguna en el mundo; sus ganancias fueron enormes.
También, la presencia estadounidense aumentó a través de otras empresas eco-
nómicas establecidas durante ese período, el uso del dólar paralelamente a la
moneda colombiana, la posesión de las tierras de la Compañía del Ferrocarril en
la zona de tránsito, los inmigrantes norteños que atraviesan el Istmo o permane-
cen en él y la proliferación de costumbres norteamericanas en Panamá. Además,
se funda la Ciudad de Colón -denominada Aspinwall por los estadounidenses-
como terminal atlántico de la vía férrea -esta urbe reemplaza a Portobelo como
ciudad portuaria en el Caribe panameño-.
De suerte que podría hablarse de una presencia y de una influencia fuertes
de Estados Unidos en Panamá a partir del 1849. Éstas son bastantes tempranas, a
nivel latinoamericano, donde el influjo europeo se mantuvo vivaz hasta 1930.

120
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A FINES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Se da, pues, tanto una presencia como un influjo y una injerencia norteamerica-
nas en Panamá aproximadamente más de medio siglo antes de la separación de
1903, por obra del fundamento legal contenido en el Tratado Mallarino-Bidlack
-1846-, del inicio de las migraciones suscitadas por la fiebre de oro en California
-1849-, del ferrocarril transístmico - 1 8 5 5 - y del desarrollo económico y comer-
cial de Estados Unidos.
Como hemos señalado con anterioridad, la construcción de un ferrocarril,
de un camino carretero o de un canal a través del Istmo de Panamá había sido
una idea obsedente de los negociantes panameños durante la primera mitad del
siglo diecinueve. En cierta forma, la inauguración del ferrocarril, en 1855, repre-
sentó el cumplimiento de una utopía: la de la feria comercial que va a concretarse
durante ese período gracias a los años dorados de la California durante los cuales
la economía transístmica floreció ampliamente. Después de treinta angustiosos
años de miseria, el país va a recobrar, en parte, el esplendor de antaño y las ciuda-
des de Panamá y Colón conocerán un apreciable intento de modernización. Este
esplendor se percibirá, aun, en algunas regiones del agro que recibirán el benéfico
influjo de la bonanza. Auge, como siempre en Panamá, efímero, pero bienvenido
después de tantas décadas de involución y de estancamiento.
Además, la segunda mitad del siglo diecinueve ve surgir el sistema
bipartidista colombiano constituido por el Partido Conservador y el Partido Li-
beral. En Panamá, serán conservadoras fracciones de las élites económicas y so-
ciales -hacendados, grandes rentistas urbanos y rurales, la burocracia guberna-
mental finisecular, el clero y gran parte de la burguesía citadina- y serán liberales
las masas populares, la pequeña burguesía, el campesinado minifundista de Azuero
y algunas unidades de la burguesía urbana. Panamá fue, más bien, un departa-
mento de mayorías liberales. Es innegable que el liberalismo imperó en Panamá
de 1856 a 1886 alo largo délos gobiernos del Estado Soberano de Panamá-1863-
1886-. Luego, se dio una serie de gobiernos conservadores -1886-1903-.
En la República, el proyecto liberal se fortaleció y cristalizó a partir de las
administraciones de Belisario Porras -1912-1924- con la formulación de nuevos
códigos, creación del Registro de la Propiedad, creación de los Archivos Naciona-
les, gran impulso dado a la educación pública y edificación de hospitales, cons-
trucción de una red vial aceptable que uniera la capital a ciertos puntos del hin-
terland, inauguración de ferrocarriles provinciales -en Chiriquí, por ejemplo-.
Es decir, Porras materializó gran parte del programa ideado por los liberales clá-
sicos del siglo diecinueve en una época en que Colombia aún vivía bajo la hege-
monía conservadora (1886-1930).
Respecto de los años de recesión o de inopia, después de la independencia
de España, éstos casi engloban medio siglo si sumamos la gran depresión econó-
mica posindependentista -1824-1849-, la recesión posterior a la California—1869-
1879- y la etapa de bancarrota ulterior al canal francés -1889-1903-. Ciclo enor-

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ALFREDO FIGUEROA

me el primero, de veinticinco años míseros, más corto el segundo -diez años- y


más prolongado el tercero -catorce años-. Mientras que las etapas prósperas lle-
garían, con mucho, a escasos treinta años - a saber, los tres primeros posteriores a
la independencia de España en virtud del tránsito de bienes y personas auspicia-
do por las campañas independentistas sudamericanas y la continuación de la
guerra de independencia en el Ecuador, el Perú y Bolivia-, luego los veinte años
del Gold Rush californiano y, por último, los ocho años felices engendrados por
el canal francés. Si hilamos más delgado, con el objeto de medir las tendencias
seculares, advertiríamos que, en el siglo diecinueve, hubo sesenta años de rece-
sión y cuarenta de bonanza. Por ende, el balance, a escala económica, sería nega-
tivo.
En el plano de los tratados internacionales, existe el Tratado Hay-Pauncefote
- 1 9 0 1 - por el que Inglaterra renuncia a su privilegio de construir el canal, el
Tratado Herrán-Hay -1903-, rechazado a la unanimidad por el Senado colom-
biano en 1903 pues lesionaba su soberanía y el Hay-Bunau-Varilla - d e diciembre
de 1903- que transforma a Panamá en un protectorado de Estados Unidos hasta
1936. Se crea una Zona del Canal -victoria de la idea del enclave situado en el
seno del país, ésta pervive legalmente hasta 1979-. El Istmo cede a perpetuidad
parte de su territorio -la faja canalera-. Ello será definitivamente eliminado en
1977 en virtud del Tratado Torrijos-Carter.
Existió un proceso de militarización de la Zona del Canal provocado por
las guerras mundiales y que se manifiesta a través de la instauración de unas
bases militares allí y, luego, durante la Segunda Guerra Mundial, por cientos de
bases castrenses diseminadas en todo el país. Pronto la república se transforma
en sede de los intereses norteamericanos en el hemisferio. Hasta hace poco, cun-
dió la polémica de transformar las bases en centros antidrogas.

CONCLUSIÓN
A partir de 1903, se trastoca el desarrollo anterior panameño que había girado,
en la zona de tránsito, en torno al ferrocarril. Bruscamente, se inicia la era del
canal. Paralelamente se crea, según declaramos, la Zona del Canal, territorio ad-
m i n i Q t r a r l r í n n r u n a n B p r n a r l n r n o r t p a m p r i r ^ n n KTarp u n pnrlcivp mií=> r l n r a r á al-
rededor de un siglo. Se busca, con esto, que el orden canalera no sea perturbado.
Y, en este enclave, surge una sociedad (denominada "zoneita") totalmente distin-
ta a la panameña. Esta sociedad de la Zona del Canal influirá a la sociedad
anfitriona a través de relaciones desigualitarias ya que la primera representa a la
nueva metrópoli mientras que la segunda pertenece a la periferia del sistema ca-
pitalista. También tendrá efectos deformantes en la naciente conciencia nacional
que recibirá influjos negativos que retardarán, en muchos casos, la eclosión de
imperativos nacionales. En materia salarial, se establecerán relaciones de discri-
minación entre los emolumentos pagados a norteamericanos y los salarios de los
antillanos y los panameños -gold roll y silver roll-. Una concepción de apartheid,

122
EL DEPARTAMENTO COLOMBIANO DE PANAMÁ A UNES DEL SIGLO DIECINUEVE
E INICIOS DE LA VIGÉSIMA CENTURIA

importada del Sur de Estados Unidos, regirá en la Zona del Canal y generará
nuevas formas de discriminación racial en Panamá.
Entonces, es evidente que estamos ante una clara ruptura respecto de la
sociedad panameña anterior y que se trata de cambios irreversibles que diferen-
ciarán a la sociedad emergente respecto del Panamá decimonónico. La última
década del siglo diecinueve presencia momentos de desolación y bancarrota ya
que se frustraron tanto el autonomismo político como el progreso económico
inherente al fracasado proyecto canalero.
Es dable examinar el año de 1898 como un hito en la historia hispanoame-
ricana. Honestamente, por lo que respecta a Panamá, la fecha marca una ruptura
dentro de una continuidad. Hay que rememorar que 1898 es el año en que acaece
la guerra de Estados Unidos contra España la cual pierde sus últimas posesiones
en el Caribe y en las Filipinas. Asimismo, 1898 significa la apoteosis de la hege-
monía norteamericana en el Caribe. Recordemos que algunos héroes populares
de la independencia de Cuba la prepararon desde Panamá -como Maceo-. En
1893, José Martí, apóstol de la independencia cubana, visita a Panamá "de paso
para las repúblicas de Centro América" según registra el periódico istmeño El
Deber.
En el caso de Panamá, opino que el año de 1898 significó una ruptura
dentro de una continuidad. ¿Por qué una ruptura?

Porque señala el fin de la época de anexión a Colombia -1821-1903—.


Porque coincide con la víspera de la Guerra de los Mil Días -1899-1902-,
guerra civil que es el prólogo de la independencia de 1903.
Porque el año 1898 está muy cerca de la transformación del departamen-
to-territorio de Colombia en república-protectorado mediatizada muy de-
pendiente de Estados Unidos de América -1903-,
Porque muy pronto después de 1898 se marca el final de los proyectos
franceses de construcción de un canal interoceánico y se inicia la construc-
ción de la vía intermarina por los norteamericanos —1904-1914—.
Porque el principio del siglo veinte presencia notables cambios demográ-
ficos en Panamá gracias a la lucha contra las enfermedades endémicas tro-
picales y al saneamiento del país, impulsado por Norteamérica.
Por el ingreso de nuevas oleadas poblacionales a Panamá procedentes de
Europa, Estados Unidos, Latinoamérica y el Caribe con ocasión del co-
mienzo de las obras canaleras.
Por la proximidad con el advenimiento de una economía transitista que
descansa más en el canal interoceánico que en el ferrocarril transístmico.
Por el despegue de otro tiempo histórico distinto a la última década del
siglo diecinueve, es decir, por el tiempo del Panamá republicano.

1^3
ALFREDO FIGUEROA

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124
El Istmo de Panamá y Colombia:
de puente natural a juego geopolítico de la unión

Gustavo Montañez

INTRODUCCIÓN
Sobre las circunstancias y factores que llevaron a la separación de Panamá se han
realizado abundantes investigaciones en el mundo y en menor cantidad en Co-
lombia y Panamá, pero desafortunadamente esas investigaciones no son amplia-
mente conocidas y apenas se difunden en los círculos académicos más especiali-
zados. Eduardo Lemaitre (1971) se sorprendía de la abundancia de la investiga-
ción extranjera comparada con la colombiana e insinuaba una especie de inhibi-
ción del colombiano para abordar de modo sistemático el análisis de los hechos y
circunstancias que condujeron a esa amputación territorial de Colombia, sucedida
en uno de los períodos más trágicos y dolorosos de la historia del país.
Por fortuna, en años recientes hay signos de reactivación de la investiga-
ción historiográfica colombiana sobre Panamá, previéndose que en los años ve-
nideros las nuevas generaciones puedan conocer más sobre esa nación y sus rela-
ciones históricas con Colombia. Recordemos que en el momento de la pérdida de
Panamá la mayoría de los colombianos apreciaban y hasta admiraban ese territo-
rio, pero muy pocos lo conocían de manera directa o indirecta. Después de la
separación, de manera paradójica, la élites gobernantes del país estuvieron más
interesadas en promover el olvido de aquellos hechos. En cambio del rescate y la
incorporación del istmo panameño y su significación en la memoria colectiva de
los colombianos, optaron por el silencio y el fomento sutil de una amnesia nacio-
nal sobre este asunto. Apenas en el año 2003 se publicó en Colombia la Geografía
del Estado de Panamá elaborada por Agustín Codazzi como parte de la obra de la
Comisión Corográfica llevada a cabo a mediados del siglo XIX (Universidad Na-
cional de Colombia. Red de Estudios de Espacio y Territorio, 2002.) De otro lado,
hasta hace poco para la mayoría de panameños su historia se iniciaba en 1903, sin

125 I
I GUSTAVO M O N T A Ñ E Z

guardar memoria significativa de su pertenencia al Virreinato de la Nueva Gra-


nada desde 1739 y a la República de la Nueva Granada desde 1821.
Al cumplirse una centuria de la separación, calificada por Óscar Terán como
un "atraco yanqui" (Terán, 1976), la Universidad Nacional de Colombia, a través
de la Red de Estudios de Espacio y Territorio, decidió no dejar pasar la ocasión de
la conmemoración para reiniciar el rescate de nuestros vínculos históricos con
Panamá. El propósito es animar el desarrollo de nuevas investigaciones e inter-
pretaciones acerca de lo ocurrido hace una centuria e imaginar futuros posibles
de las relaciones entre los dos países. Trabajos recientes, como el de Araúz y
Pizzurno (1999), señalan caminos prometedores que contribuyen a esclarecer el
papel de ciertos elementos, hechos y actores en esa intrincada e imborrable pági-
na de la historia común de los dos países.
A la luz de la historia del tratamiento del caso panameño, no sorprende la
posición indiferente del gobierno nacional en relación con la conmemoración de
los cien años del nefasto acontecimiento. Como sucedió hace cien años, ahora el
gobierno siguió manteniendo su actitud de avestruz, no musitó ni una palabra
oficial sobre aquellos gravísimos hechos. Ese silencio vergonzante estaría confir-
mando con elocuencia una vez más la tesis según la cual la élite colombiana estu-
vo siempre interesada en echar al cuarto del olvido los acontecimientos de la
separación de Panamá. A lo largo del pasado siglo se puso en evidencia que los
intereses y vinculaciones comerciales de la clase política con el mercado de los
Estados Unidos eran más importantes que una eventual apuesta por una digna
reclamación territorial, aun si ella se prolongase a perpetuidad. La élite optó por
renunciar al principio del mantenimiento de la unidad territorial y se doblegó
ante los potenciales beneficios individuales y de clase que continuarían obtenien-
do del acceso al atractivo mercado norteamericano. La triste y lamentable prueba
de fuego que concluyó con la separación dejaría más clara que nunca la ausencia
de unos mínimos rasgos nacionales en la clase política gobernante de Colombia.
Apenas cinco años después, en 1908, las iniciativas de la élite apuntaban a llegar a
un arreglo con el gobierno estadounidense, intenciones obligadas a aplazarse
durante 13 años más, dado el enorme rechazo popular a tales pretensiones.
Con el objetivo central de rescatar la memoria de Panamá entre los colom-
bianos, este artículo se propone, en primer lugar, desarrollar una perspectiva
geopolítica comprehensiva del contexto y de los principales factores que contri-
buyeron al desenlace de la separación de Panamá. En segundo lugar, intenta rea-
lizar una breve exploración de los efectos territoriales más importantes derivados
de esa separación y de la construcción del canal.

CONTEXTO Y FACTORES PRINCIPALES EN LA SEPARACIÓN DE PANAMÁ


Un examen de las circunstancias que condujeron a la separación de Panamá exi-
ge considerar el análisis de su contexto y de los factores más determinantes. Aun-
que diversos trabajos han realizado esfuerzos con perspectivas semejantes, aquí

126
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
DE PUENTE NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DE LA UNIÓN

se trata de reunir varios elementos que estructuran una visión geopolítica de lo


sucedido en aquel tiempo. Esta mirada resulta clarificadora para la comprensión
del hecho en su contexto y complejidad.
El contexto y el análisis de los factores se hará teniendo como referentes
centrales el legado de la naturaleza, el legado de la Colonia, el legado de la Repú-
blica, la disputa imperialista y la acción geopolítica a través del lenguaje de las
negociaciones diplomáticas.

El legado de la naturaleza: la condición ístmica del territorio panameño


Los subcontinentes de América del Sur y América del Norte no tuvieron un con-
tacto directo sino desde hace apenas entre siete y cuatro millones de años, en el
Mioceno superior, cuando se forma el Istmo de Panamá. Antes del Istmo, lo que
hoy es el mar Caribe se comunicaba con el actual océano Pacífico de manera
directa, a través de un mar de poca profundidad, que cubría el espacio que en la
actualidad es ocupado por el Istmo (Lloyd, 1961).
Es aparentemente durante finales del Jurásico y el Cretáceo que se produce
una intensa actividad volcánica que da origen a una cadena de islas, las cuales
irían delineando por emersión orogénica progresiva la actual configuración de
Panamá y de buena parte de las serranías localizadas en el occidente de Colom-
bia, incluyendo a Gorgona y las serranías del Baudó y San Blas-Darién. La ima-
gen de entonces pudo ser la de un inmenso mar en medio del cual sobresalían
relativamente alineadas una serie de islas conformadas por los picos más altos de
las serranías que hoy conocemos como Baudó, Saltos y Darién.
Más tarde, durante varios miles de años, todas estas islas fueron cubiertas
por los mares del Oligoceno y el Mioceno hace cerca de 26 millones de años y
permanecieron así hasta que al final del Mioceno, aproximadamente hace seis
millones de años, ocurre un movimiento orogénico que elevó considerablemen-
te las cadenas de islas preexistentes y las cordilleras andinas, sin que alcanzasen la
altitud actual. De hecho, el océano Atlántico y el Pacífico se conectaban a través
del valle del bajo Atrato y de las cuencas del río Tuira en Panamá y del San Juan en
Colombia. Al final del Plioceno, hace cerca de 3 millones de años, sucedieron
nuevos y fuertes movimientos orogénicos que levantaron el nivel de las islas,
emergiendo serranías y tierras bajas hasta conformar la conexión que hoy cono-
cemos entre el Norte y el Sur de América: el Istmo de Panamá (Lloyd, 1961).
Una vez se formó el Istmo, éste se convirtió en un inmenso puente natural
que comunicó América del Norte con Sudamérica, sirviendo de espacio de circu-
lación de especies de fauna y flora entre el Norte y el Sur durante miles de años,
en un proceso interrumpido esporádicamente a través de la historia geológica
por los ascensos inusitados del mar en los períodos interglaciares, durante los
cuales las partes más bajas quedaron sumergidas y las más altas emergían como
islas. Diversos estudios indican que una vez consolidado el Istmo, el intercambio
biótico a través de este puente natural se facilitó notablemente, a tal punto que

127
GUSTAVO MONTAÑEZ

ciertos patrones de biota con datación de siete millones de años o menos revelan
una afinidad marcada entre Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Colombia
(Hernández et al., 2000). Por el Istmo llegaron a Suramérica la mayoría de los
mamíferos grandes y numerosas especies de plantas. Numerosos roedores,
primates, dentados, marsupiales, prociónidos y aves se desplazaron hacia el sur,
pero otros también lo hicieron al norte, aprovechando el mismo istmo. Todo
indica que el primer hombre americano que entró a Suramérica lo hizo siguien-
do la ruta de los grandes mamíferos herbívoros, durante el pleistoceno tardío
(Molano et al, 1996). La porción del Istmo que corresponde a la Panamá de hoy
tiene una longitud aproximada de 800 km de costa en el mar Caribe y de 1.400
km en el océano Pacífico.
Esa característica específica de Istmo, consecuencia de esa actividad geológica
que conformó la estrecha franja territorial localizada entre el mar Caribe y el océa-
no Pacífico, atrajo la atención y la codicia de olas sucesivas de conquistadores, pira-
tas, traficantes de esclavos, comerciantes coloniales y potencias extranjeras, todos
ellos extraños a este territorio pero interesados en el negocio y control del paso
entre los dos mares. La Panamá de la abundancia de peces, como era su significado
en lengua indígena, daría tránsito entre los dos mares, primero a los indígenas tra-
vés de los caminos que ellos construyeron; luego a los invasores españoles, quienes
pasarían por los caminos fangosos de la primera parte de la Colonia; enseguida al
comercio colonial que circularía por los caminos empedrados de mediados y fina-
les de este período; después, se ensayaría una comunicación bimodal, utilizando
una combinación entre caminos empedrados y movilización fluvial por el río
Chagres; más tarde daría tránsito a los aventureros buscadores de oro venidos de la
costa oriental de los Estados Unidos en su ruta hacia California.
Pocos años después, llegarían los trabajadores que construirían el ferroca-
rril iniciado en 1850. Más adelante arribarían miríadas de trabajadores de mu-
chas partes del Caribe y del mundo, contratados por la compañía francesa para la
apertura del canal iniciada en 1882. Después del fracaso de esa empresa, una vez
se produce la separación, el Istmo sería escenario de nuevas oleadas de inmigrantes,
aportantes de fuerza de trabajo para construcción definitiva del canal, ya bajo la
tutela norteamericana entre 1903 y 1914.

El legado de la Colonia: comercio, control territorial y disputa por el Istmo


Como se sabe, la primera y transitoria irrupción de las carabelas españolas al
territorio panameño se realizó en 1501. Doce años después, aparece el primer
español en descubrir el océano Pacífico e identificar el carácter de Istmo de esta
porción de tierra. Es de suponer que el descubrimiento atribuido a Balboa hacía
parte del conocimiento común de los pueblos indígenas que habitaban ese terri-
torio en aquel tiempo. El sorprendido con la cercanía de los mares fue Vasco
Núñez de Balboa, quien el día 25 de septiembre de 1513, veintiún años después
de la llegada de Colón, guiado por los indígenas, subió a un sitio alto de una

128
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
DE PUENTE NATURAL A FUEGO GEOPOLÍTICO DE LA UNION

montaña localizada en la cadena de relieve rugoso que recorre la parte central del
Istmo, de oriente a occidente, y desde allí pudo divisar con indecible fascinación
las dos costas y los dos océanos, al norte y al sur del Istmo.
Decapitado Balboa, le correspondió a Francisco Pizarro, su iletrado teniente,
adelantar la exploración y conquista de la tierra allende el Mar del Sur. En efecto,
éste realizó una primera expedición fracasada en 1524, pero su insistencia le per-
mitió arribar nuevamente en 1533 a la Bahía de Panamá con los primeros millo-
nes de onzas de oro de los tesoros del Perú. De esta manera, la conquista del Perú
determinaría la historia del istmo de Panamá por cerca de doscientos años.
En adelante el control del Istmo y las posibilidades de construir un canal
entre los dos océanos se convirtieron en una de las principales preocupaciones de
la Corona española. Se dice que desde los tiempos de Carlos V existía la idea del
canal y que en 1529 había un esbozo de plan para llevar a cabo tamaña empresa
(Collin, 1990). Se cuenta también que el cronista portugués Antonio Consciente
mostró la facilidad de abrir un canal entre los golfos de Araba y San Miguel a
través de los ríos Atrato, Cacarica y Tuira; pero dada la rivalidad con Inglaterra, la
Corona española quiso mantener en secreto toda alusión a esta iniciativa y prohi-
bió hablar del tema bajo pena de muerte. De esta forma, la idea permaneció celo-
samente acallada por más de 300 años (Molano e t a l , 1996: 166).
La noción ingenua de Istmo, como una porción estrecha de tierra entre
dos océanos o mares, alcanzó en el caso concreto del Istmo de Panamá un claro
valor económico y político en razón de su potencialidad para la intensificación
de la circulación de bienes, la ampliación de los mercados y el control de los
territorios. Desde el arribo de los primeros invasores españoles, los habitantes del
Istmo de Panamá fueron sometidos a presiones de fuerzas externas interesadas,
primero, en la aceleración y control del comercio colonial y, siglos más tarde, en
la fluidez y control del comercio industrial. Durante la Conquista y la Colonia el
Istmo cumplió además un importante papel en la estrategia española de copar el
acceso a los territorios ricos en oro y plata en América y garantizar el traslado de
estos metales preciosos a España. Nombre de Dios, en el Caribe panameño, hizo
parte de un reducido número de puertos de salida y entrada de mercancías que la
Corona española seleccionó para controlar el comercio con España. Esa función
fue bastante efectiva con respecto a la comunicación con el territorio del Perú,
una de las zonas coloniales más ricas en oro y plata del continente, mercancías
que debían transitar hacia España a través del Istmo.
De la misma forma que otros territorios coloniales, el Istmo hizo parte
esencial de la otra estrategia colonial consistente en el establecimiento de una
rígida administración territorial, con propósitos tributarios y de control social.
Su escogencia como ruta clave para el comercio con España bloqueó el desarrollo
de otras probables rutas y localizaciones alternativas. Por esta misma razón, el
Istmo se convirtió en una gran y permanente preocupación para España, dada la
codicia de otros imperios y su disputa territorial con ellos, los cuales acudían

129 1
i GUSTAVO MONTAÑEZ

tanto a la competencia comercial como a la piratería en los mares y puertos del


Caribe. De esta manera, para España, al igual que para Colombia después de la
independencia, el Istmo de Panamá se convirtió de manera simultánea en la gran
golosina y el gran dolor de cabeza. La gran golosina por lo que significaba como
paso real y potencial de mercancías desde los territorios occidentales de América
hacia España. Dolor de cabeza, por la cantidad de atención y esfuerzos que el
régimen colonial tuvo que dedicar para conservar el paso por el Istmo y evitar
que éste cayera en manos de otros imperios.
Dadas las circunstancias descritas, la Corona española dedicó esfuerzos
significativos a defender sus puertos y caminos coloniales en el Istmo. Le preocu-
paba el ataque de las potencias enemigas, en especial de Inglaterra, desde donde
se promovió la piratería marina para apoderarse de los bienes y productos trans-
portados por los barcos y galeones españoles. A finales del siglo XVI y durante el
XVII fueron numerosas las irrupciones de piratas en el Istmo que ocasionaron
ataques, incendios y saqueos. Fueron famosos los ataques de Francis Drake en
1595 y Henry Morgan en 1671, entre muchos otros.
Hubo también intentos de varios ingleses de establecer colonias permanentes
en el territorio istmeño. A finales del siglo XVII el escocés William Patterson se esta-
bleció con una colonia de compatriotas suyos muy cerca de Ada -aquel sitio que
sirvió de base para la preparación de la expedición que llevaría a cabo Vasco Núñez de
Balboa- con el nombre de Nueva Caledonia, con el fin de establecer una cabeza de
playa para avanzar posteriormente no sólo contra las minas de Santa Cruz de Cana y
del Espíritu Santo, sino para intentar controlar el Istmo. Patterson fundó el pueblo
llamado Nuevo Edimburgo, el cual fue recuperado por los españoles en 1700 (Collin,
1990). Los ingleses también hicieron repetidos intentos de entrar por el Atrato desde
sus posesiones de la Mosquitia, Jamaica y San Andrés y Providencia, por lo cual Espa-
ña decidió cerrar la navegación comercial por el río Atrato y taponar por este lado el
desarrollo del Nuevo Reino (Molano etal, 1996:12).
Desde aquella época se origina el mito del Tapón del Darién, con todos los
matices ideológicos y geopolíticos que hasta hoy tiene. España intentó evitar du-
rante casi tres siglos, mediante el aislamiento deliberado de estos territorios, la
penetración por el Atrato de las avanzadas de Inglaterra, el principal enemigo
imperial externo de la época, que también buscaba acceso hacia el Perú. Al mis-
mo tiempo, España buscaba controlar el surgimiento de una ciudad o provincia
competidora de Cartagena, como lo pudo ser Santafé de Antioquia, en cuyos
alrededores se explotaban las minas de Buriticá, Arma, Nóvita y Tamaña {Ibid:
12-13).
Pero las disputas colonialistas entre Inglaterra y España continuaron tanto
desde el punto de vista militar como comercial en distintos territorios. En 1713,
mediante el Tratado de Utrecht, España le permitió a Inglaterra enviar cierto
número de barcos a las ferias de Portobelo y participar en el lucrativo comercio
de esclavos. Sin embargo, este acuerdo no impidió que el comercio de contraban-

do
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
DE PUENTE NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DE LA UNIÓN

do excediera las asignaciones legales, lo cual provocó represalias por parte de


España y la respuesta no se hizo esperar de parte de los ingleses. El almirante
inglés Vernon se tomó Portobelo en 1739 y permaneció allí en espera de la flota
del tesoro español que vendría del Perú. Para evadir esta situación, España orien-
tó a sus barcos a navegar a través del Cabo de Hornos. Este suceso fue de extraor-
dinaria importancia por cuanto a partir de entonces Panamá perdería su puesto
como depósito de las superabundantes riquezas del Nuevo Mundo (Biesanz, 1993).
España entonces decidió anexar el territorio panameño al Virreinato de la Nueva
Granada a partir del mismo año de 1739.
Al parecer, en aquel tiempo los panameños no estuvieron muy conformes
con el cambio, entre otras razones, porque para ellos era mucho más fácil llegar a
la capital peruana que a Bogotá. A estas difíciles circunstancias de comunicación
se agregaron nuevas decisiones de la Corona, como la pérdida de la condición de
Presidencia separada que había tenido este territorio durante su pertenencia al
Perú, o los cambios en el sistema comercial español, que suprimieron el requisito
legal de que todas las mercancías destinadas a América del Sur occidental debían
cruzar el Istmo, con lo cual se descontinuó el sistema de flotas entre Cádiz y Pa-
namá, situación que propició la navegación entre España y los puertos
suramericanos del Pacífico a través del Cabo de Hornos {Ibid).
Todo ello ocasionó el inicio de un período de decadencia de la actividad
económica de Panamá que duraría hasta la mitad del siglo XIX -después de su
anexión voluntaria a Colombia como nación independiente en 1821-, cuando la
economía se reactivaría con motivo de la demanda de tránsito a través del Istmo
por parte de aventureros venidos de la Costa Oriental de los Estados Unidos en
busca de una ruta rápida hacia California, impulsados por la fiebre del oro
(Bushnell, 1996).

El legado de la República: aislamiento, ferrocarril, tentativas separatistas


y guerras intestinas
Como se señaló antes, muchos panameños estuvieron inconformes cuando la
Corona española decidió anexar el territorio panameño al Virreinato de la Nueva
Granada en 1739. Una de las razones para ello eran las dificultades de comunica-
ción. El viaje a la Nueva Granada desde Ciudad de Panamá implicaba cruzar las
montañas panameñas hasta alcanzar el litoral Caribe del Istmo, luego realizar la
navegación a contraviento para llegar a Cartagena, emprender entonces un viaje
de casi un mes, aguas arriba del río Magdalena, desembarcando en Honda, y
desde allí iniciar luego el ascenso por la cordillera para arribar a Bogotá 1 .

1
Según David Bushnell (1996), estos factores relacionados con las dificultades de
comunicación con la capital de la Nueva Granada serían incidentes en las tentati-
vas separatistas de los panameños después de su anexión voluntaria a aquella como
nación independiente.

J3LL
GUSTAVO MONTAÑEZ

Una vez se rompe el dominio español en América, el istmo pierde aún más
su ya decadente importancia en el comercio marítimo. Panamá se demora en
sumarse a la causa independentista, pero atraído por el sistema político republi-
cano que se abría paso en toda Colombia, el pueblo de La Villa de los Santos
proclamó la independencia de España el 10 de noviembre de 1821, declarándose
Libre Ciudad, bajo el auspicio y garantía de Colombia (Junta Nacional del
Cincuentenario, 1953: 58). En el acta de independencia de la localidad se exhor-
taba a los ayuntamientos de la Capital de Panamá , de la Provincia de Veraguas,
Alange y Nata, entre otras, a seguir este ejemplo. Pocos días después, el 28 de
noviembre de 1821, los líderes de todas las corporaciones civiles, militares y ecle-
siásticas, declararon la independencia de España, proclamaron su pertenencia al
Estado Republicano de Colombia y decidieron enviar un diputado al Congreso
de ese Estado {Ibid: 5-8). Esa noticia regocijó a Simón Bolívar, para quien el Ist-
mo era el "centro del universo" y el emporio del comercio.
No obstante la euforia inicial, pocos años después de la independencia de
Panamá y de su incorporación voluntaria a la Gran Colombia en 1821, comenza-
rían a sucederse esporádicos intentos y manifestaciones separatistas en diversas
localidades y sectores sociales del Istmo, quienes argüían variadas razones para
enarbolar esa causa. En un acta de la reunión del Cabildo Pleno celebrado en la
ciudad de Panamá el 26 de septiembre de 1830, buscando un remedio para las
dolencias públicas se señala:

El origen de las desgracias de Colombia es sin duda la falta de un gobierno vigoro-


so que haciendo marchar las instituciones, asegure la tranquilidad doméstica. Los
altos funcionarios de la nación aunque adornados de buenas cualidades para el
mando, se hallan no obstante sin el poder necesario para hacer el bien de la Repú-
blica. Ellos no han podido reunir las partes dislocadas, reintegrando la nación
como lo deseó el congreso constituyente; y examinando cada sección de diverso
modo, los negocios públicos se han confundido demasiado, ha tenido lugar la
anarquía y se ha hecho de esta patria un caos espantoso {Ibid: 12-16).

En esta misma acta se resolvía que desde ese día Panamá se separaría de
Colombia, pero al mismo tiempo se llamaba al Libertador Simón Bolívar para
que se encargara del gobierno constitucional de la república como medida indis-
pensable para volver a la Unión. La ambigüedad de esa acta denotaba el descon-
cierto generalizado con el rumbo que seguía la Gran Colombia, pero al mismo
tiempo mantenía un halo de esperanza en la intervención de la persona del Li-
bertador como remedio al peligro de la desintegración.
En ese estado de inestabilidad e incertidumbre política, era apenas com-
prensible la continua preocupación de los panameños sobre cuál sería la mejor
forma de relacionarse con la conflictiva nación en incubación. Esto explica por
qué en medio de la disolución de la Gran Colombia, durante una reunión del

132
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
DE PUENTE NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DE EA UNIÓN

Cabildo Abierto, celebrada en la ciudad de Panamá el nueve de junio de 1831, se


declaró a Panamá territorio de la Confederación Colombiana, pero se decidió
adoptar una administración propia.
Sin embargo, las relaciones con Bogotá no parecieron tener una solución
estable y duradera. Una década más tarde, en 1840, la Provincia de Panamá decla-
ra terminadas las obligaciones que había contraído con la Constitución Granadi-
na de 1832 y se erige en Estado soberano, incluyendo a su voluntad la provincia
de Veraguas, y señalando que hacía el futuro el estado de Panamá no se obligaría
con otros principios que no fuesen los puramente federales. Proclamaba además
que se mantenían en vigor la constitución y las leyes de la Nueva Granada en
cuanto no se opusieran al pronunciamiento central del acta {Ibid: 25-29).
Al año siguiente, en marzo de 1841 se proclama la denominada Ley funda-
mental del Estado del Istmo, mediante la cual, aduciendo que las provincias de la
Nueva Granada se habían pronunciado expresamente en contra del gobierno cen-
tral, separándose de él, proclamando la federación y rompiendo el pacto social de
1832, se decretaba que: "... Los cantones de las antiguas provincias de Panamá y
Veraguas compondrán un Estado independiente y soberano que será constituido
como tal por la presente convención bajo el nombre de Estado del Istmo. Art. 2°.
Si la organización que se diere la Nueva Granada fuese federal, y conveniente a
los intereses de los pueblos del Istmo, éste formará un estado de la federación..."
{Ibid: 30-34). El documento agregaba que en ningún caso se incorporaría el Ist-
mo a la República de la Nueva Granada bajo el sistema centralista. Definía tam-
bién unas condiciones para la incorporación del Estado del Istmo a la federación
que se creare.
Esta forma de relación política y territorial, bastante ambigua, se manten-
dría hasta que el 27 de febrero de 1855, el mismo año en que entró en funciona-
miento el ferrocarril transístmico, cuando se produce un acto adicional a la Cons-
titución de la Nueva Granada, mediante el cual se crea el Estado de Panamá {Ibid:
35-39). El documento de creación señalaba además los asuntos en que Panamá
dependería de la Nueva Granada, los que incluían lo relativo a relaciones exterio-
res, la organización y servicio del ejército permanente y de la Marina de Guerra,
los compromisos del crédito nacional, la naturalización de extranjeros, las rentas
y gastos nacionales, el uso del pabellón y escudo de armas de la república, lo
relativo a tierras baldías que se reserva la nación y la administración de pesos,
pesas y medidas oficiales. Se dejaba consignado que todos los granadinos goza-
rían en el Estado de Panamá, de los derechos, garantías y beneficios que por la
Constitución y las leyes del mismo Estado se concedían a los nacidos en ese terri-
torio. Finalmente, se estipulaba que en caso de adoptarse por la República una
reforma de la Constitución en el sentido federal, el Estado de Panamá quedaría
incluido en todas las disposiciones de la Confederación, con respecto a los nego-
cios de la competencia general, con tal que ellas no restringieran las facultades
concedidas a dicho Estado por ese acto constitucional {Ibid: 40-42).

133 i
GUSTAVO MONTAÑEZ

En mayo 24 del mismo año de 1855, se promulga una ley sobre la admi-
nistración en el Estado de Panamá de los negocios que allí se había reservado la
nación. Buscaba esta ley, de un lado, disminuir el peso sobre Panamá de algu-
nas de las rentas nacionales, dejando en libertad a ese Estado para imponerlas o
no, por su propia cuenta. Pero, de otro lado, esa ley establecía que no podrían
hacerse innovaciones de ninguna especie por el gobierno del Estado de Panamá
en las estipulaciones del contrato del ferrocarril a través del Istmo, el cual que-
daría siempre bajo la exclusiva dependencia del gobierno de la Nueva Granada
{Ibid: 43-50). Era claro que parte del espíritu de esta ley era armonizar el estatus
de Estado soberano con el cumplimiento de los acuerdos firmados entre el go-
bierno nacional y la empresa del ferrocarril de Panamá, que ya había termina-
do la obra y ahora se disponía a administrar su funcionamiento. Termina ese
movido año de 1855 con la proclamación el 17 de septiembre de la Constitu-
ción Política del Estado de Panamá como parte integrante de la República de la
Nueva Granada. Como se sabe, a este arreglo federal con Panamá le seguirían
otros similares con otros territorios, de tal manera que cuando en 1858 se expi-
dió una nueva Constitución Política que le dio al país el nombre de Confedera-
ción Granadina, el sistema federal ya existía como tal.
Pese a los desarrollos descritos, las intenciones separatistas no cesan en el
Istmo. El 21 de marzo de 1861, en la ciudad de Santiago de Veraguas, los habitan-
tes del departamento de Fábrega manifiestan su deseo de que el Estado de Pana-
má se separe de la Confederación Granadina y piden al ciudadano gobernador
del Estado que convoque a una legislatura extraordinaria para decidir sobre esta
cuestión. El acta de la reunión decía entre varios de sus considerandos:

Que la presente guerra, como todas las que han tenido lugar en la Nueva Granada,
unas veces por culpa de un partido, otras por otro, y acaso siempre por las exage-
raciones e intolerancia de todos, ha sido funesta para el Istmo, inquietando a sus
habitantes con reclutamientos y arrancando a los infelices de sus familias y de sus
trabajos para ir a perecer en tierras extrañas, por causas que no comprenden ni les
importan nada [...] que dicho gobierno [el gobierno central de la Confederación]
toma sin aprovechar los recursos naturales de que nuestro gobierno especial po-
dría hacer mejor uso, puesto que ahora se consumen, o en guerras desastrosas, o
en guarniciones innecesarias, o en pagar empleados nacionales que de nada nos
sirven {Ibid: 63-67).

Una manifestación similar ocurrió en la ciudad de David, capital del de-


partamento de Chiriquí el 31 de marzo de 1861, donde se expresó la opinión
mayoritaria de los habitantes en favor de los términos del acta de la reunión lle-
vada a cabo en la ciudad de Santiago de Veraguas. En esa acta se decía entre otras
cosas:

134
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
DE PUENTE NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DE LA UNIÓN

El Istmo que pudo constituir desde entonces, bajo cualquier forma de gobierno,
un estado independiente, o unirse a la nación que le ofreciera mayores ventajas,
prefirió anexarse a Colombia, cuyas glorias militares y cuyos grandes hombres le
prometían honor, libertad y dicha [...] Colombia [...] empeñada en las luchas
fratricidas que dieron por resultado su primera disolución, lejos de propender al
bienestar del Istmo, no hizo otra cosa que empobrecerlo y dividirlo en partidos
políticos cuyas fatales consecuencias se dejaron sentir por largo tiempo. Al apare-
cer la Nueva Granada, temen algunos istmeños que la suerte de su país no mejore
de condición ligándose a ella {Ibid: 68-80).

Más adelante el acta señalaba una serie de asuntos que expresaban razones
del descontento. Entre ellos, se destacaban los reclutamientos, las contribuciones
extraordinarias, la abolición y cercenamiento de las garantías individuales, la des-
confianza en el interior de la confederación, el descrédito de ella en el exterior, la
desmoralización y, por último, la miseria.
Aun así, el 15 de octubre de 1861 la Asamblea Legislativa del Estado Sobe-
rano de Panamá aprueba la ley mediante la cual se incorpora ese Estado a la
Unión Granadina en los términos del Convenio de Colón, el cual se realizó entre
el gobernador del Estado, Santiago de la Guardia, y el comisionado especial del
gobierno de los Estados Unidos de la Nueva Granada, Manuel Murillo Toro. Al
año siguiente, 1862, se celebra un nuevo Convenio entre el gobernador del Esta-
do y el señor Manuel Murillo Toro, comisionado del gobierno de los Estados
Unidos de la Nueva Granada, mediante el cual se ratifica el anterior y se formali-
za la incorporación del Estado Soberano de Panamá a la nueva entidad nacional
creada, que se denominaba Estados Unidos de Nueva Granada. El estado de Pa-
namá tampoco sería obligado a contribuir por medio de empréstitos forzosos o
contribuciones extraordinarias para gastos hechos o por hacer en la lucha actual-
mente en los otros Estados. En este mismo convenio se reconoce a favor del Istmo
su neutralidad en las guerras intestinas, civiles o de rebelión que se puedan pre-
sentar entre los otros estados. Esta última cláusula respondía otra vez a la necesi-
dad de armonizar la relación central con Panamá con el tratado de neutralidad
firmado por el Gobierno Nacional con los Estados Unidos de Colombia {Ibid:
68-81).
Vendría después, en el año de 1863, la convendón de Rionegro en la cual se
adoptó una constitución federalista, mucho más acorde con las viejas aspiracio-
nes de Panamá. Desde entonces las relaciones parecían mejorar, pero el movi-
miento de la Regeneración de Núñez y su propuesta centralista, así como el rena-
cer de las guerras civiles, en especial la llamada guerra de los Mil Días, habrían de
tener importantes repercusiones en las intenciones de los panameños, quienes
reactivaron su movimiento separatista, atizados ahora de manera más decidida
por agentes privados al servicio de los intereses de quien les aportara mayores
réditos, y ese quien, en aquel entonces, no era alguien distinto de los Estados

135 1
GUSTAVO MONTAÑEZ

Unidos de América y los intereses privados que desde allá se agitaban, como se
verá más adelante.
Para terminar este acápite sobre el legado republicano de las relaciones
entre Panamá y Colombia, se debe anotar, además, el papel jugado por el imagi-
nario colectivo construido alrededor del Canal de Panamá. Sin duda, ese imagi-
nario incidió en mayor o menor medida, junto con los demás factores, en el des-
enlace final. A través de la historia colonial y republicana se labró el sueño colec-
tivo de tener algún día un canal en el Istmo y esa utopía se reforzó a través del
tiempo, hasta considerar su eventual logro como algo poco menos que una pana-
cea, de donde brotarían la riqueza y el progreso para las élites locales y para el
pueblo panameño.
Entre los habitantes de Panamá, ese imaginario luminoso hunde sus raíces
en el período colonial, pero se refuerza y crece después de que Panamá se anexa
de manera voluntaria a Colombia. Bolívar mismo no escapó a ese sueño y sus
fantasías, y participó de manera directa en la promoción del mismo. En la famosa
Carta de Jamaica, en 1815, Bolívar consideraba a Panamá como el emporio del
universo y agregaba: "sus canales acortarán las distancias del mundo, estrecharán
los vínculos convencionales entre la Europa, la América y el Asia, y llevarán a esta
feliz región los tributos de las cuatro partes del mundo. Quizá solo allí se podrá
fijar la capital de la tierra, como Constantino pretendió hacer de Bizancio la del
antiguo Hemisferio" (Uribe, 1976: 380).
Son conocidas otras expresiones en las que el Libertador se obnubilaba
con la ubicación y las posibilidades del Istmo de Panamá, designando ese territo-
rio como "centro del universo" y "gran emporio comercial del planeta".
Décadas más tarde, el paso de las oleadas de buscadores de oro que se diri-
gían a California le darían nuevos bríos a esa idea. La construcción y funciona-
miento del ferrocarril desde 1855 le daría visos de realidad al imaginario e inten-
sificaría aun más esa obsesión.
Como consecuencia de esos sueños, mitad aspiraciones y mitad fantasías,
la construcción del canal era vista por los panameños como alcanzar la varita
mágica que todo lo resolvería. Todo lo que condujera a lograrlo era bueno en sí
mismo, hacia esa utopía se movilizaba la dirigencia panameña y la convertía en
su uanuera. ¿se era su principal reciamo ai gooierno ue uogota, a quien ie solici-
taban llegar pronto a acuerdos con empresas y gobiernos extranjeros con ese fin.
Preocupaba a los panameños que la dilación diera lugar a la construcción
del canal en otro país de América Central, como eran las noticias que se divulga-
ban desde los Estados Unidos. La construcción del ferrocarril había sido una pri-
mera respuesta del gobierno central, pero ni para los panameños ni para los nor-
teamericanos esa vía representaba sus aspiraciones imperativas. Hoy es claro que
la ansiedad acumulada tras la obtención de la utopía condujo a una cadena de
traspiés que terminaría por reducir el margen de maniobra política de Colombia,
con las consecuencias conocidas. De ello sacaría partido la ascendente potencia
de América del Norte.

136
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
DE PUENTE NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DE LA UNIÓN

Disputa imperialista: sobreacumulación capitalista e ideología expansionista


de los Estados Unidos
Al comenzar el siglo XIX, cuando crecía el movimiento independentista en las co-
lonias españolas del Nuevo Mundo, la Unión Americana comenzaba a expandirse
hacia el sur y oeste de sus territorios fundadores. Recordemos que a mediados del
siglo anterior, en 1750, el territorio continental de los Estados de la Unión estaba
formado por las Trece Colonias en el borde de la Costa Oriental, limitando al occi-
dente con la Nueva Francia, la mayor parte inexplorada, y ocupando una enorme
porción central del continente, incluyendo el Valle del Mississippi. Más al oeste y
sur de ese inmenso territorio se encontraba el Virreinato de Nueva España. La gran
mayoría de esos territorios eran aún inexplorados por los invasores blancos.
En 1803, más de 20 años después de su independencia, la Unión America-
na ya había incorporado nuevos estados en la dirección Este-Oeste, a manera de
un avance de juego de dominó. Acababa de comprar el total del territorio de la
Nueva Francia, que entonces llevaba el nombre de Luisiana, y Texas entraba en
litigio entre Estados Unidos y España. El resto, al Oeste, permanecía como el
México de España, es decir comprendía todo el territorio de la Nueva España.
Ya en 1848, después de una guerra de dos años, México cedía a Estados Uni-
dos el territorio de Texas, California, Utha y Nuevo México. Ese mismo año un
carpintero que trabajaba en un aserradero encontró pepitas de oro en un riachuelo
de California, con lo cual se iniciaría una emigración masiva hacia esos territorios.
Pero dado lo penoso y peligroso que resultaba emprender la marcha desde la costa
oriental de la Unión Americana hacia el Oeste en busca del oro, reto que implicaba
atravesar un inmenso y desconocido territorio que aún no contaba con vías per-
manentes de comunicación, la mayoría de los aventureros buscadores del aluci-
nante metal decidían viajar por el Océano Atlántico. Bordeaban el subcontinente
suramericano hasta llegar al Pacífico a través del Cabo de Hornos en el extremo sur
del continente y de allí se dirigían hacia el norte teniendo como meta San Francisco
y las localidades aledañas. La travesía de más de 15 mil millas náuticas podía durar
entre ocho meses y un año, pero era más segura. Saliendo el 17 de enero de 1848, el
buque Apollo repleto de buscadores de oro llegó a San Francisco el 18 de septiem-
bre del mismo año (National Géographie, septiembre de 2000). Sin embargo, tanto
el aumento de las oleadas de aventureros como la necesidad de acortar los tiempos
de desplazamiento llevó a que se buscaran atajos a través de varias rutas del Istmo
centroamericano. Una de ellas fue la del Istmo de Panamá.
El viaje hasta California a través del Istmo de Panamá demoraba apenas
cuatro semanas, pero resultaba más caro por el trasbordo y más riesgoso por los
mosquitos y las plagas que transmitían enfermedades intertropicales. En medio
de la necesidad de hacer más rápido y cómodo el tránsito a través del Istmo,
Estados Unidos negocia con Colombia la construcción de un ferrocarril cuyos
trabajos se iniciaron en 1850 y concluyeron en 1855. Esta vía unió las dos costas a
través de una línea norte-sur entre Colón, localizado en el litoral septentrional,

1371
GUSTAVO MONTAÑEZ

en la Bahía de Limón, y la Ciudad de Panamá, en la Bahía de Panamá, en la costa


meridional.
En adelante, los Estados Unidos utilizarían el ferrocarril de Panamá para el
comercio en ambas direcciones y se dedicarían, al mismo tiempo, a cerrar sus
fronteras internas entre el Este y el Oeste del subcontinente norteamericano. Hacia
1862, en medio del avance y consolidación de la conquista del Oeste Americano,
se produce la Guerra de Secesión en la Unión Americana, en la cual el Norte,
industrial y moderno, se impone sobre el Sur, atrasado y con relaciones aún
esclavistas, pero rico y de gran auge mercantil.
El resultado de la guerra generó una mayor estabilidad interna de la Unión
y creó las condiciones para que durante varias décadas los norteamericanos des-
plegaran grandes recursos a tender ferrocarriles en su enorme territorio, en me-
dio de un impresionante ritmo de crecimiento económico que pronto les genera-
ría una sobreacumulación de capital, y de manera simultánea se intensificaría la
organización y lucha del creciente ejército de obreros. Concentrados en el inte-
rior de sus fronteras, los norteamericanos permanecieron así hasta la última par-
te del siglo XIX. Ya para 1890 se consumó el cierre de las fronteras de coloniza-
ción interna y la migración que seguía llegando a la antigua colonia de Inglaterra
tuvo que concentrarse ya en las ciudades donde encontrarían trabajo como obre-
ros de la nueva fase del capitalismo industrial que estaba llegando a su madurez
en Estados Unidos.
En ese mismo tiempo ya se preparaba la expansión de la Unión Americana
fuera de sus fronteras territoriales. En efecto, McCullough (1977) muestra cómo
el interés y la decisión de los Estados Unidos de construir un canal en el Istmo de
Panamá era prácticamente un hecho más de dos décadas antes de la iniciación de
su construcción real. Una carta fechada el 10 de enero de 1870, que el secretario
de la Marina de los Estados Unidos dirigiera al comandante Thomas O. Selfridge,
le asignaba la misión de ponerse al mando de una expedición que debería hacer
al Istmo del Darién, para determinar el sitio más conveniente para abrir un canal
desde el océano Atlántico hasta el océano Pacífico. Pocos días después Selfriedge
zarpó con destino a Panamá al mando de cerca de un centenar de hombres, com-
pletamente equipados para realizar los trabajos de topografía e ingeniería que tal
empresa encarnaba. A esta expedición seguirían otras seis más con el fin de lograr
los estudios técnicos necesarios para ejecutar la empresa. En esas circunstancias,
no es sorprendente la iniciación de la construcción del canal apenas unos meses
después de la separación de Panamá.
Pero además de la contundencia de los hechos intervencionistas fuera de
sus fronteras en los últimos años del siglo XIX, los Estados Unidos ya incorpora-
ban en su accionar expansionista el discurso ideológico elaborado por el capitán
de la Armada Alfred T. Mahan. Mahan declaraba en 1890:

138
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
DE PUENTE NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DE LA UNIÓN

Todo parece indicar q u e p r ó x i m a m e n t e h a b r á u n c a m b i o en la filosofía y política


de los e s t a d o u n i d e n s e s en lo c o n c e r n i e n t e a sus relaciones c o n el m u n d o m á s allá
de sus fronteras [...] La característica interesante y significativa de esta actitud
c a m b i a n t e es la de volver la m i r a d a hacia el exterior y n o sólo hacia el interior, en
busca del bienestar del país ( M a h a n , 2000).

La lógica del capitán Mahan, dirigida al consumo interno de los estado-


unidenses, se planteaba en términos de volver los ojos al exterior para buscar un
mayor bienestar de ese país. En realidad, se trataba de darle una salida a la crisis
de sobreacumulación de capital derivada de varias décadas de crecimiento eco-
nómico sostenido en ese país y, sobre todo, de evitar el peligro de una devalua-
ción del capital acumulado 2 . Esta situación y las crecientes luchas de los trabaja-
dores estadounidenses 3 llevaron a las empresas y al Estado norteamericano a ini-
ciar su expansión hacia mercados localizados por fuera de sus ya indisputados
territorios continentales, buscando nuevos nichos de inversión para sus exceden-
tes de capital y de manera simultánea debilitar las luchas de los trabajadores en el
interior de sus propias fronteras. Las evidencias de esa sobreacumulación y de la
tendencia expansiva del mercado de los Estados Unidos en aquella época son
palpables: entre 1898 y 1914 las exportaciones casi se triplicaron (Smith, 2003:
155) y las industrias norteamericanas estaban produciendo más de lo que la gen-
te en ese país podía consumir (Rosenberg, 1982: 22). Entre 1860 y 1900, la indus-
tria del país creció ocho veces, pasando de US$ 1.895 millones a US$ 11.500 millo-
nes. Un imperativo del capitalismo estadounidense era, por tanto, la necesidad
de expansión de sus mercados. La expansión territorial y la construcción del ca-
nal en particular encajaban como anillo al dedo dentro de estos objetivos.
Las ideas de Mahan aludían a que los Estados Unidos habían estado aisla-
dos y encerrados en sus propias fronteras y ya era tiempo de dirigir su mirada
sobre áreas de interés estratégico, lo cual se podría lograr adelantando una política
de fortalecimiento continuo de su poder marítimo. Veía esta perspectiva como
una consecuencia natural de la fuerza de la Unión Americana. Según él, esa fuer-
za creaba el derecho y su destino. Esa fuerza radicaba de manera fundamental en
el poder marítimo, capaz de llegar a los lugares más apartados del planeta. Por
ello, propugnaba impulsar en los Estados Unidos la consolidación de una gran
marina mercante y de manera simultánea una poderosa marina de guerra para
protegerla. Con estos dos elementos de poder marítimo se tendrían las dos herra-
mientas definitivas para desestimular la competencia marítima, conseguir nue-
vos mercados y posesionarse de puntos estratégicos.

2
Las crisis de sobreacumulación han sido estudiadas y desarrolladas a partir de
Marx por David Harvey en varias de sus publicaciones. Ver David Harvey (1999).
3
Baste recordar el origen de la celebración del primero de mayo como día del tra-
bajo, en memoria de las luchas de los obreros de Chicago en 1886.

139
GUSTAVO MONTAÑEZ

Mahan propugnaba por que la población de la Unión Americana se librara


de ataduras legales que le impedían a ese país alcanzar una "expansión natural,
necesaria e incontenible". En este sentido, insistía en romper las ataduras de los
dogmas políticos que bloqueaban a la nación "expandir su poderío y necesaria
iniciativa en los mares". Alegaba también que no se podía depender de las sancio-
nes del derecho internacional ni de la justicia de una causa para lograr una justa
conciliación de diferencias, cuando éstas entraban en conflicto con una fuerte
necesidad política de una de las partes y una comparativa debilidad de la otra.
Planteaba, además, que toda expansión de una potencia civilizada significaba una
victoria para la ley, el orden y la justicia (Mahan, 1890: 28-32).
En América, Mahan proponía, primero, la conversión del Pacífico Orien-
tal, del Golfo de México y del mar Caribe en aguas exclusivas norteamericanas;
segundo, la toma de las islas estratégicas en esas aguas y, tercero, la construcción
de un canal en el Istmo de Centroamérica bajo el dominio exclusivo de los Esta-
dos Unidos. Introduce el concepto de hemisferio Occidental, con el cual se am-
plía la Doctrina Monroe a todas las Américas y a las islas del Pacífico Oriental y el
Atlántico Occidental.
Sobre los escritos de Mahan, Rafael Uribe Uribe (Ghul, 1991), quien unos
años después de la separación de Panamá conociera esos documentos, señalaba:
"sus libros son la Biblia de los hombres de mar, la guerra y del estado norteame-
ricano. En su lectura se nutrió la mente de Roosevelt, que los cita con frecuencia".
Más adelante Uribe Uribe agregaba:

... si los agentes diplomáticos y consulares de Colombia en Norteamérica, o nues-


tros conductores políticos, o nuestros llamados hombres ilustres hubiesen leído
ese formidable escrito y llamado la atención sobre él y sobre los del mismo carác-
ter que le sucedieron, nuestro país habría estado prevenido respecto de la fatali-
dad que lo amenazaba [...] Acusar de inicua la mutilación de Panamá es, según la
expresión del capitán Mahan, como razonar sobre la moralidad de un terremoto.

En síntesis, el caudillo liberal resume las ideas centrales de Mahan en los


siguientes aforismos: "1) hay razas y naciones incompetentes; 2) no hay derechos
inalienables para las colectividades; y 3) existe de manera necesaria en el mundo
un perpetuo estado de equilibrio inestable, de codicia y de apetito, de agresiva
inquietud o de virtual agresión". A estos tres aforismos se pueden adicionar otros
dos, derivados de los mismos escritor del capitán: 4) la fuerza crea el derecho y
(5) sin poder marítimo no hay expansionismo. Concluía el dirigente liberal de
entonces que "estos aforismos constituyen lo que podría llamarse la política posi-
tiva, realista, naturalista, hegeliana y darwinista de los anglosajones".
Para que no quedase ninguna duda acerca de las pretensiones norteameri-
canas de lograr para sí la construcción y posesión de un canal interoceánico, Mahan
expresaba:

140
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
DE PUENTE NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DE LA UNIÓN

Por tanto, el canal ístmico es parte del futuro de Estados Unidos, aunque no poda-
mos separarlo de otros incidentes ineluctables de una política que depende de él,
y cuyos detalles no pueden ser previstos con exactitud. Pero el hecho de que los
pasos precisos que de ahora en adelante puedan ser oportunos o necesarios no
puedan aún predecirse con certeza, no constituye una razón de menos sino una
razón de más para establecer un principio de acción que pueda servir como guía
cuando surjan oportunidades. Partamos de la verdad fundamental, justificada por
la historia, de que el control de los mares, especialmente a lo largo de las grandes
rutas definidas por interés nacional o por comercio nacional, constituye el más
importante entre los elementos meramente materiales en el poderío y prosperi-
dad de las naciones. Esto es así debido a que el mar es el gran medio mundial de
circulación (Mahan, 2000: 57-58).

Con ya tamaña fuerza económica y militar, y con el pertrecho ideológico


de Mahan, la expansión abierta de los Estados Unidos sobre el Caribe se inicia en
1895 con varias ofertas de comprarle a España la islas de Cuba y Puerto Rico.
Ante las negativas hispánicas, el gobierno norteamericano se involucra en los
procesos independentistas de las islas, apoyando a los patriotas cubanos y
borinqueños, hasta que, finalmente, logra un motivo para declararle la guerra a
España cuando el buque Maine, anclado frente a La Habana, es hundido con
cargas explosivas el 15 de febrero de 1898.
En 1900, con el ascenso de Theodore Roosevelt a la presidencia de los Esta-
dos Unidos, las intervenciones militares en el Caribe se intensificaron. Ya en ese
momento, Mahan (2000), el ideólogo del expansionismo, tenía razones más que
suficientes para sentirse satisfecho, pues sus anhelos y sugerencias para el fortale-
cimiento de la armada norteamericana y para el proceso de expansión se iban
cumpliendo de manera sistemática. La flota norteamericana, que en 1890 era la
sexta del mundo, con 122 mil toneladas, se había convertido en la cuarta del pla-
neta y ya en 1907 se convertiría en la segunda, después de Inglaterra, con 611.000
toneladas. Todas las islas que él había considerado como "vitales" para los intere-
ses norteamericanos en el Caribe y el Pacífico habían sido apropiadas y se encon-
traban bajo la férrea administración del imperio estadounidense. Sin embargo,
faltaba completar la jugada más importante en el ajedrez geopolítico impulsado
por el mahanismo: construir un canal interoceánico en Nicaragua o Panamá {Ibid).
Pero el ímpetu expansionista no era sólo de los Estados Unidos. El período
en el que se desarrollan estos acontecimientos, entre 1875 y 1914, es señalado por
muchos estudiosos como uno de los más agresivos en la historia de la humanidad
(Hobsbawm, 1986). Eran también los tiempos de un inusitado crecimiento in-
dustrial en Europa y de la creación de nuevos estados allí. Algunos además se
convertían en potencias, como Alemania e Italia. Otros ya lo eran, como Inglate-
rra, Francia y Estados Unidos. Se exacerbaba lo que Hobsbawn llamó la época de
los imperialismos nacionalistas, en disputa por nuevos territorios como fuentes

141
GUSTAVO MONTAÑEZ

de crecimiento económico nacional. Esa disputa interimperialista desencadena-


ría la primera guerra mundial. Por aquel mismo tiempo, en las últimas décadas
del siglo XIX, Colombia pugnaba por encontrar una salida para la construcción
del Canal de Panamá en medio de este hostil ambiente de disputa interimperialista.
Lo que habría de ocurrir en 1903, con la separación de Panamá y la inven-
ción del nuevo país, era en gran medida efecto de esa disputa imperialista. Bajo
uno de esos imperialismos, el estadounidense, se comandó, planeó y ejecutó la
separación, con la especial diligencia del nuevo presidente de esa nación, Theodore
Roosevelt, y la presión de intereses financieros privados de Francia y de los Esta-
dos Unidos. Esa tarea fue facilitada por la ineptitud de los gobiernos colombia-
nos para ejercer sus funciones básicas, en medio de una prolongada y sangrienta
guerra interna entre los dos partidos tradicionales. A esto se agregó una cadena
de desafortunadas negociaciones y la intervención de varios personajes oscuros,
extranjeros y nacionales, quienes tras intereses personales jugaban con una com-
binación de sutiles y burdas intrigas o manipulaciones.

Geopolítica imperialista en lenguaje diplomático


La inexperiencia e ingenuidad de los gobiernos colombianos en el manejo de los
asuntos internacionales, junto con un desmedido grado de admiración y roman-
ticismo alrededor de la democracia norteamericana, y las presiones de enormes
intereses internacionales envueltos en el asunto del canal, llevaron al país a fir-
mar una serie de acuerdos y tratados sucesivos, que terminaron conformando
una verdadera cadena de eslabones diplomáticos con la cual se estranguló el inte-
rés nacional y se redujo de manera progresiva la capacidad de maniobra de los
subsiguientes gobiernos.
En efecto, desde los primeros años después de la independencia de España,
el país tuvo que lidiar con los vientos y las amenazas de la política internacional,
comandada por las potencias de ese tiempo. En las relaciones internacionales la
diplomacia libraba una verdadera guerra sin armas, que casi siempre era el prelu-
dio del escalamiento de conflictos bélicos, o de despojos territoriales justificados
bajo unas negociaciones en condiciones completamente asimétricas. En esa esfe-
ra de la diplomacia cada frase respiraba determinados intereses nacionales o par-
ticulares. La solidaridad de un Estado con relación a otro raras veces se ofrecía de
manera gratuita.
En ese contexto, a finales de 1823 el presidente de los Estados Unidos, James
Monroe, en el mensaje dirigido al Congreso de esa nación planteó lo que en ade-
lante se conocería como la Doctrina Monroe. Ésta era la respuesta norteamerica-
na al proyecto de reconquista de los territorios americanos que se insinuaba des-
de las potencias de la Santa Alianza en 1823. El gobierno de los Estados Unidos
coincidía con la Corona británica en defender a Latinoamérica contra ese plan.
Asumía de forma unilateral el papel de protector de los demás países del hemisfe-
rio, con el lema "América para los americanos".

142
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
; NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DE LA U N I Ó N

Por su parte, la Gran Bretaña tomó una serie de medidas que contribuye-
ron a disuadir a los miembros de la Santa Alianza para abandonar su plan. La
doctrina consistía en una declaración de principios de solidaridad con la inde-
pendencia de los países latinoamericanos frente a una no descartable pretensión
de reconquista de las potencias europeas, incluida la Gran Bretaña. Como se sabe,
esa doctrina, en su origen solidaria con el espíritu de la independencia, serviría
en adelante como base para muchas de las intervenciones directas e indirectas de
los Estados Unidos en el continente americano, en especial al final de la segunda
mitad del siglo XIX y en el curso del siglo XX (Bergalli, 1996). Pero en ese mo-
mento la doctrina de los norteamericanos despertaba simpatía en las nacientes
repúblicas del continente y varias de ellas quisieron estrechar vínculos de amis-
tad con la nación del Norte. En ese clima de relaciones internacionales se firma
en 1825 el primer Tratado entre la Gran Colombia y los Estados Unidos, con el
nombre de Tratado Gual-Anderson. Su propósito era transparente y simple: esta-
blecer lazos de amistad entre los dos países.
La situación permanecería relativamente estable por cerca de dos décadas,
aunque siempre con el asecho de Inglaterra, que pugnaba por apropiarse de una
porción del Istmo centroamericano para la construcción del canal. De esas circuns-
tancias surge la elaboración y firma del tratado Mallarino-Bidlack entre Estados
Unidos y Colombia, en 1846. Definido como un tratado de paz, amistad, comercio
y navegación, el documento contenía 36 artículos, pero de ellos uno, el 35, era la
médula del mismo. Según él, la Nueva Granada le garantizaría a los ciudadanos de
los Estados Unidos y a su gobierno el derecho de vía o tránsito a través del Istmo de
Panamá por cualquiera de los medios de comunicación que existiesen o que en lo
sucesivo se abriesen. Se establecía que eso mismo sería válido para el transporte de
productos o manufacturas o mercancías de comercio lícito por parte de ciudada-
nos de los Estados Unidos. Se les otorgaban también a los ciudadanos norteameri-
canos los mismos derechos, costos, impuestos y prerrogativas a que estuvieran su-
jetos los ciudadanos naturales de la Nueva Granada.
En compensación los Estados Unidos le garantizarían a la Nueva Granada
la "perfecta neutralidad del ya mencionado Istmo" y la "soberanía y propiedad
que la Nueva Granada tiene y posee sobre dicho territorio" (Uribe, 1931: 337).
Con este tratado la Nueva Granada aceptaba su condición de víctima de la dispu-
ta entre Inglaterra y Estados Unidos por el canal y se rendía ante este último. De
aquí en adelante, la suerte de Panamá estaría definida en gran medida por la
voluntad de la nación del Norte.
Ahora se iniciaría una especie de competencia entre las diferentes alterna-
tivas de rutas posibles para la construcdón del canal en el Istmo centroamerica-
no. De esta competencia entre los países poseedores de probables rutas canaleras
sacaría a la larga un buen partido la nación norteamericana, pues la decisión final
estaría dada por el lado de quien ofreciera condiciones más favorables para los
potenciales inversionistas. En medio de este confuso proceso, Estados Unidos fir-

143^
GUSTAVO MONTAÑEZ

ma con Nicaragua un tratado en 1849, en el que sentaban las bases para la cons-
trucción del canal a través de territorio nicaragüense. En ia práctica ese tratado se
constituiría en un mecanismo de presión con el cual los Estados Unidos intenta-
rían conseguir mejores condiciones en otras localizaciones. Por aquel año, es opor-
tuno recordarlo, existía la opinión bastante generalizada en muchos círculos nor-
teamericanos de que la vía aparentemente más indicada para la construcción del
canal era la de Nicaragua a través del río San Juan y del lago de Managua. Esta
circunstancia sería un elemento que ejercería mucha presión sobre los paname-
ños, entre quienes se generaba un apremio por lo que podría significar la cons-
trucción del canal en un territorio distinto al suyo.
Para tranquilizar la desconfianza y el recelo recíprocos sobre la posesión
de un futuro canal y evitar eventuales ventajas que uno de los dos pudiese alcan-
zar en su utilización y control, los Estados Unidos de América y la Gran Bretaña
firmaron el Tratado Clayton-Bulwer en 1850. Declaraban que ninguno de los dos
obtendría ni sostendría jamás para sí mismo ningún predominio sobre el canal
que se construyera. Convinieron en que ni uno ni otro construiría ni mantendría
fortificaciones que dominaran ese canal o estuvieran en sus inmediaciones (Uribe,
1931: 340). Causa perplejidad el que las dos potencias firmaran este tratado sin
tener en cuenta la soberanía de los países donde eventualmente se construiría el
mencionado canal 4 . Era un acuerdo entre imperios, lo que dijeran u opinaran
quienes tenían la soberanía territorial formal poco importaba.
Durante el mismo año de 1850 se firmó el contrato Stephens-Paredes para
el establecimiento de la empresa "Panamá Rail-Road Company", encargada de la
construcción y manejo del ferrocarril. Con el contrato esa empresa se garantizó
una serie de exclusividades que a la postre incidirían en las futuras negociaciones
sobre el proyecto de canal. Los términos del contrato le otorgaban a la Compañía
del Ferrocarril de Panamá -de origen norteamericano- un sorprendente mono-
polio de las vías interoceánicas a través del Istmo colombiano. En virtud del artí-
culo 6 o del contrato, se estipulaba;

Durante el tiempo que permanezca vigente el privilegio exclusivo que se concede


a los empresarios para el establecimiento del camino de carriles de hierro de uno
a otro océano, el Gobierno de la República se compromete a no hacer por sí, ni
conceder a compañía alguna, por cualquier título que sea, la facultad de establecer
ningún otro camino de carriles de hierro en el Istmo de Panamá; y se estipula
igualmente, que mientras subsista el mencionado privilegio, el Gobierno Grana-
dino no podrá emprender por sí, ni permitir que persona alguna emprenda, sin

4
Mediante este tratado, "Los gobiernos de los Estados Unidos y Gran Bretaña de-
claran que ni el uno ni el otro obtendrá ni sostendrá para sí ningún predominio
sobre dicho Canal..." (Castro Medina, 1968).

144
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COEOMBIA:

acuerdo ni consentimiento de dicha compañía la apertura de ningún canal marí-


timo que comunique los dos océanos al través del expresado Istmo de Panamá.

Por este contrato, la otra compañía que vendría más adelante, la francesa
"Compañía Universal del Canal de Panamá", se vería compelida a adquirir por el
triple de su valor cerca de 69.000 acciones de las 70.000 que constituían la socie-
dad ferrocarrilera, que sería la base para la empresa francesa en virtud de este
famoso artículo 6o. Allí empezaría la bancarrota de la empresa francesa, situación
que se acrecentaría posteriormente con muchos otros problemas financieros,
administrativos y técnicos.
Después de que iniciara el funcionamiento del ferrocarril en 1855, la pre-
sión de los panameños por la construcción del canal continuaba y el gobierno
central adelantaba gestiones para conseguir probables financiadores internacio-
nales. En desarrollo de este proceso, en 1878, se firma el Convenio Salgar-
Bonaparte-Wyse, entre Colombia y Francia. Mediante ese contrato, el gobierno
colombiano concedía a la Sociedad Civil Internacional "un privilegio exclusivo
para la ejecución a través de su territorio y para la explotación de un canal marí-
timo entre los dos océanos Atlántico y Pacífico". Las condiciones eran: una dura-
ción del privilegio extensiva a 99 años a partir de la fecha en que la navegación
fuese abierta en todo o en parte para el servicio público. Se les daría a los conce-
sionarios un plazo de dos años para constituir una empresa anónima universal
que debería encargarse de la empresa y de la construcción del canal. Se fijó en
doce años el plazo para terminar la obra.
Con este contrato firmado, Bonaparte-Wyse se dirige a París a dar parte de
su misión cumplida al general Türr, quien le había encomendado esta tarea. Pen-
saba Bonaparte-Wyse que la jugada culminaría exitosamente si Fernando de
Lesseps, ingeniero director de los trabajos del canal de Suez, aceptaba la dirección
de la construcción del nuevo canal. Con estos elementos en mente, la consecu-
ción de la financiación en Francia tendría la mayor garantía de ser conseguida.
Según Lemaitre:

Como se sabe, Lesseps no alcanzó a construir el canal dentro de los 12 años esti-
pulados posteriores a la firma del tratado en 1878, por lo cual Bonaparte-Wyse
solicitó y obtuvo prórroga del contrato. En el documento la Compañía Universal
ya en quiebra se comprometía a traspasar sus activos a una Compañía Nueva, y
ésta a concluir los trabajos, 10 años después de su constitución, pero como para la
formación de esta Compañía Nueva se fijaba el término perentorio del 28 de fe-
brero de 1893, y esto no pudo llevarse a cabo, los franceses negociaron un nuevo
Convenio, en abril de 1893, el cual con la aprobación del Congreso, extendió el
término para la formación de la Compañía Nueva hasta octubre de 1894, con lo
cual la concesión original para la excavación del canal debería extenderse hasta
octubre de 1904 (Lemaitre, 1971).

145 1
L.
GUSTAVO MONTAÑEZ

Se sabe que esta Compañía Nueva estaba destinada a venderle la excava-


ción estancada a los norteamericanos. Por otro lado, el gobierno norteamericano
seguía impulsando el proyecto a través de territorio nicaragüense, situación que
ocasionaba pánico entre los especuladores que se habían adueñado de las acdo-
nes de la compañía, quienes a su vez presionaban por diversos medios al gobier-
no colombiano. De manera simultánea la Compañía Nueva seguía ofreciendo en
venta sus activos a los norteamericanos. En medio de esta situación, el gobierno
colombiano no encontraba la fórmula para negociar de manera digna para Co-
lombia. Así pasó el tiempo hasta cuando estalló la guerra de los Mil Días, liderada
en el lado liberal por Rafael Uribe Uribe, y el gobierno de Sanclemente decidió
conceder una nueva prorroga a la Compañía Nueva del Canal por seis años más
a cambio de un depósito de 5 millones de francos en oro francés. Pero el gobierno
de Colombia no aseguraba la terminación del canal. Las discusiones en el Con-
greso se tornaron iracundas e inacabables.
Ya para el año de 1900 se había consolidado la hegemonía de los Estados
Unidos en América, al punto que ese año firmó con Gran Bretaña el Tratado
Hay-Pauncefote, por medio del cual se derogaba el anterior de Clayton-Bulwer.
En el nuevo tratado, el Hay-Pauncefote, los británicos le reconocían a los Estados
Unidos la supremacía absoluta sobre el eventual canal. Dada la gran debilidad de
la República de Colombia para ejercer su soberanía en el Istmo de Panamá, ese
tratado daba vía libre a los Estados Unidos para hacer lo que más le conviniera en
relación con el canal. Sin ningún rival al frente, tenían todo a su favor para actuar
en el momento más apropiado.
Las negociaciones entre Colombia y Estados Unidos se intensificaron y en
enero de 1903 se firma el Tratado Herrán-Hay entre los dos países, por medio del
cual se acordaba la construcción de un canal interoceánico en el Istmo de Pana-
má. Autorizaba a la Compañía Nueva del Canal para vender y traspasar a los
Estados Unidos sus derechos, privilegios, propiedades y concesiones, como tam-
bién el Ferrocarril de Panamá y todas las acciones o parte de ellas en dicha com-
pañía. Pero en la sesión de ratificación, después de acalorados debates, el Congre-
so no aprobó dicho tratado.
La no aprobación por parte del Congreso colombiano del tratado en los
r P r m í n r\C fi*"*-v-»o A o r T-\/~\T- a\ r t A h i a m n I Í Irvc T7 c-ho/^ r \ c T Tf> i A r \ c fMi c r \ í»n m o r r n < l l i n a A £*
I L 1 1 1 1 1 1 1 U O l l J l l l i a U W O Í J \ J Í Vi. tlV^L^AV-i- Í Í \ J V L U J Í J J I U U V J J W X í 1 V4. \ J O) p U O V \~XX 1 1 1 U 1 V . 1 1 U k-iiJ.Cl VJ.V-

las otras opciones que muy probablemente ya había estudiado el gobierno norte-
americano: la invención de un nuevo país con quien la negociación fuese más
fácil y breve. Para ello no desdeñaría las circunstancias, pondría a funcionar a su
favor los recursos que tenía a la mano: el descontento panameño, el interés de los
especuladores de la bolsa en lograr la venta de las acciones de la compañía france-
sa del canal a los Estados Unidos, el envío de barcos de guerra de la armada esta-
dounidense a las costas panameñas y las intrigas y manipulaciones de una serie
de personajes listos a entrar en escena, como fue el caso del francés Bunau-Vari-
11a, convertido a la postre en negociador y representante de los intereses de la
naciente república ante el gobierno norteamericano.

146
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
DE PUENTE NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DE LA UNIÓN

Así las cosas, las cartas del juego estaban todas ya en la mesa, el desenlace
podía tener formas distintas pero ya la suerte estaba echada en manos del gobier-
no estadounidense. Sin embargo, el asunto seguiría una ruta más vergonzosa de
la esperada, tanto para Colombia como para Panamá, país que asistía maniatado
a su propio nacimiento.
Al manifiesto de independencia liderado por algunos círculos influyen-
tes de Panamá el 3 de noviembre de 1903 y a la presencia de una flota de la
armada norteamericana enviada por el presidente Theodore Roosevelt para
impedir el desembarco de tropas colombianas en el Istmo, le seguiría la triste-
mente célebre firma del Tratado Hay-Bunau-Varilla, entre Estados Unidos y
Panamá. Los términos y alcances del mismo, su carácter colonialista y despóti-
co, y la desvergüenza contenida, desenmascararon aun más la actuación del
gobierno norteamericano.
Lo que siguió después fue, de un lado, mucha rabia contenida en el pueblo
colombiano y también en América Latina por varias décadas. Una nota del em-
bajador del ministro angloamericano en Bogotá, señor lames T. Dubois, dirigida
al secretario de Estado, señor Knox, en 1912, era al respecto elocuente:

Hace nueve años que esta actitud amistosa entre Estados unidos y Colombia cam-
bio, de manera súbita e inesperada, cuando el presidente Roosevelt le negó a Co-
lombia el derecho de desembarcar tropas en su propio suelo, para reprimir una
revolución y conservar su soberanía amenazada, garantizada por las estipulacio-
nes de un Tratado internacional. Vino el rompimiento desde entonces y ha segui-
do creciendo. Por impedir que Colombia conservase sus derechos soberanos en
un territorio sobre el cual había ejercido dominio durante ochenta años, desapa-
reció la amistad que a ella nos ligó por cerca de un siglo; se despertó la indigna-
ción de todos los colombianos y de millones de otros latinoamericanos, indigna-
ción cada día más intensa y activa. La confianza y la fe en la justicia y en la equidad
de los Estados Unidos, que por tanto tiempo se nos dispensó, se ha desvanecido
por completo. La influencia maléfica de esta situación ha penetrado la opinión
pública en todos los países latinoamericanos, situación esta que si no se toman
medidas favorables, nos causará incalculables perjuicios en todo el Hemisferio
Occidental (Uribe, 1931: 160).

Mientras ese era el ambiente popular en Colombia y América Latina de


rechazo a la actuación del gobierno norteamericano, aun nueve años después de
la separación, sorprende que apenas a cinco del despojo, a principios de 1909, el
gobierno colombiano estuviese ya buscando un acuerdo con los Estados Unidos
en unos términos que no se compadecían con el papel decisivo de aquella nación
en lo ocurrido. Si no hubiese sido por ese ambiente antiimperialista que hizo
fracasar aquella triste iniciativa, la vergüenza nacional habría alcanzado tamañas
e imborrables proporciones. Sin embargo, la idea nunca fue abandonada por la
clase política en el poder, sucesivos gobiernos le apostaron en adelante a la figura

147;
GUSTAVO MONTAÑEZ

de la indemnización, lo cual no era otra cosa que aceptar y ratificar los hechos
cumplidos. No obstante, ese camino tampoco fue fácil, las fuerzas imperialistas
que desde aquellos albores parecen haber existido en los Estados Unidos, en es-
pecial en el partido republicano, no estaban dispuestas ni siquiera a ceder en esto.
El mismo Roosevelt encabezaba la oposición contra esa posibilidad. Sólo en 1921
se aprobó el nuevo tratado en el que a cambio de una indemnización y de ciertas
gabelas en el paso y uso del Canal, Colombia cedería todos sus derechos y recla-
mos sobre Panamá y la vía interoceánica.
No hay pues razones para ufanarse entre quienes consideran aquel tratado
como una gloria de la diplomacia colombiana. Por aquellos años ya el interés de
los norteamericanos se concentraba en el petróleo que pudiese existir en Colom-
bia. La indemnización por la pérdida de Panamá sería para ellos una especie de
adelanto de su inversión inicial en el comienzo de explotación petrolera del país.
La aceptación de esa indemnización por parte del gobierno colombiano sería
una de las más indignas maneras de vender la entrada de las empresas petroleras
norteamericanas al territorio nacional.

EFECTOS TERRITORIALES DE LA SEPARACIÓN DE PANAMÁ Y DE LA CONSTRUCCIÓN DEL CANAL


LOS efectos territoriales de la separación de Panamá y posterior construcción del
canal son múltiples y de diversa índole. A continuación sólo se examinarán de
manera breve algunos de ellos.
Ni Colombia ni Panamá serían las mismas después de la separación, con
este golpe se había fracturado la unidad nacional. En los años siguientes a la sepa-
ración se despertó en Colombia un explicable sentimiento antinorteamericano
que sólo se iría a apaciguar a principios de los años veinte, cuando la propia crisis
económica mundial le haría replantear al gobierno de los Estados Unidos, al menos
de manera parcial, su política con América Latina. De allí salió lo que se llamó la
política del Nuevo Trato.
Vistas hoy las cosas, la construcción del canal por el Istmo centroamerica-
no correspondía a uno de los imperativos del imperialismo estadounidense. Lo
paradójico era que esa construcción representaba, a su vez, la aspiración máxima
de los nanameños, como narte de una aspiración comercial v de un imaginario
colectivo cultivado y reforzado desde los mismos tiempos coloniales. Esa coinci-
dencia en el objetivo pragmático, la construcción del canal, aunque desde intere-
ses sociales bien distintos, se convirtió en la más desafortunada de las circunstan-
cias, pues ella hizo que resultara relativamente fácil la ejecución de los planes
geopolíticos de los Estados Unidos.
La superficie del territorio continental cedido por Colombia fue de unos
75.000 km 2 , un poco más del tamaño del hoy departamento de Antioquia, equi-
valente a cerca del 5% del país antes de la separación. Las áreas marinas que pasa-
ron a Panamá fueron en cambio más de tres veces que el territorio continental
panameño, es decir cerca de 250.000 km 2 , según la Convención de las Naciones

¡ 148
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
DE PUENTE NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DE LA UNION

Unidas sobre el Mar, de 1994, y la delimitación posterior de estas áreas entre los
dos países. En ese territorio se incluye toda la diversidad biótica continental y
marina, tanto vegetal como animal, que en su conjunto conforma una importan-
te dotación natural de potencialidad aún desconocida. Es muy probable que en
ese territorio marino, como sucede en el actual de Colombia, apenas cerca 60%
de las especies marinas y submarinas estén clasificadas y se desconozcan sus po-
sibilidades de manejo y aprovechamiento. Las características de Panamá le otor-
gaban y le otorgan una especial abundancia de territorios litorales, cerca de 800
km en la costa Caribe y 1.400 en el Pacífico, para un total de 2.200 km Colombia
perdió el equivalente al 43% de la longitud de sus litorales existentes antes de la
separación.
Pero el valor más importante perdido en la separación fue la gente paname-
ña, cuyo talento, diversidad cultural y potencialidad es incuantificable. La pobla-
ción aproximada en aquel momento pasaba los 350.000 habitantes y hoy llega a
más de 2'600.000. Cincuenta años antes de la separación, en 1851, Panamá era el
Estado con mayor proporción de población mezclada, es decir de mestizos, mula-
tos y zambos, los que en su conjunto llegaban al 80,4% de la población de ese de-
partamento. Además, los blancos eran el 10%, los indios el 5,8% y los negros el
3,6%. Estos últimos aumentarían ostensiblemente con los trabajos de construcción
del canal, primero con la empresa francesa y luego con la norteamericana.
La población del Istmo de Panamá casi se duplica en el período de 40 años,
es decir, entre 1880 y 1920, tiempo transcurrido de manera aproximada desde el
inicio de la construcción del canal por la empresa francesa hasta la apertura de la
navegación comercial. Se pasó de 240.000 habitantes en 1880 a 470.000 en 1920.
Este cambio cuantitativo estuvo acompañado de modificaciones cualitativas en
la estructura y dinámica demográfica. La población adicional se concentró ante
todo a lo largo de la línea del ferrocarril y en las ciudades de Panamá y Colón. En
total, en la franja localizada a lado y lado del canal se ubicaron unos 100.000 de
los recién llegados. En 1920 la población de Panamá ya llegaba a 60.000 habitan-
tes y Colón alcanzaba los 26.000. Se estima que las obras de la parte del canal
adelantada por los franceses requirió la traída de cerca de 60.000 trabajadores,
aunque en ningún momento la planilla de pago excedió los 19.000, y que la im-
portación de brazos por los norteamericanos probablemente superó los 80.000,
aunque oficialmente la Compañía del Canal trajo unos 45.000 extranjeros, sin
contar los millares de norteamericanos. En estas circunstancias, es apenas obvio
imaginar cómo los movimientos demográficos temporales, cíclicos, estacionales
y de retorno constituyeron los principales rasgos de la movilidad espacial demo-
gráfica de aquel período.
Con la separación se acentuó el imaginario de aislamiento entre los dos
territorios, en especial con la región andina de Colombia. Pese al establecimiento
del libre comercio en Panamá, el nacimiento de una frontera entre los dos Esta-
dos territoriales redujo de manera sustancial las oportunidades recíprocas de com-

.149
GUSTAVO MONTAÑEZ

partir la riqueza cultural y política de los dos territorios. En este sentido, ya du-
rante su pertenencia a Colombia, algunas de las singularidades de Panamá alcan-
zaron a irradiarse al resto del territorio nacional, en especial a través de leyes que
tuvieron su origen en iniciativas de varios de los representantes panameños en el
Congreso de la República durante el siglo XIX. Al respecto, Armando Martínez
en un trabajo reciente señala cómo cinco reformas políticas adoptadas a media-
dos del siglo XIX fueron impulsadas por los políticos istmeños; la adopción del
régimen federal, la propuesta librecambista, la institucionalización de los jurados
de conciencia y la adopción del principio de hábeas corpus, la introducción del
matrimonio y el divorcio civil, la igualación de los hijos naturales reconocidos
respecto de los legítimos, y la reducción del ejército permanente 5 . Con la separa-
ción, Colombia ya no tendría esos vientos liberales en lo económico y en lo social
que sólo podían nacer de la particular formación social de territorio istmeño.
Durante su pertenencia a Colombia, Panamá siempre abogó por el
federalismo. Y se puede afirmar que el sistema federal adoptado en la segunda
mitad del siglo XIX fue una ampliación a todo el país del querer de los paname-
ños, pero, como se sabe, al final del siglo XIX, aunque Panamá continuaba con
estatus especial, similar al del Estado soberano del período federal, muy pocos en
el resto de país insistían ya en esa forma de organización territorial en medio de
tantas guerras intestinas. La regeneración cercaba las aspiraciones panameñas.
Los años que siguieron a la separación vieron un proceso de fracciona-
miento de los territorios de los anteriores Estados soberanos, ahora departamen-
tos. Esa tendencia de partición fue una política orientada a debilitar el poder de
estas entidades territoriales subnacionales con el fin de evitar que se produjesen
nuevas y eventuales separaciones tipo Panamá. Se fraccionó a Bolívar, Cauca,
Tolima, Magdalena y Santander. El nuevo esquema territorial que dominaría se-
ría el de los departamentos de tamaño mediano y pequeño. Las entidades territo-
riales fuertes aparecían como un gran peligro para la unidad territorial nacional,
y lo mismo ocurría con cualquier iniciativa descentralizadora. Pasarían casi cien
años para retomar un proceso de descentralización, esta vez de carácter
municipalista, continuando la tendencia de evitar la fortaleza de los departamen-
tos y regiones.
Una vez sucede la separación y concluida la construcción del canal en 1914,
se pueden identificar ciertos efectos indirectos del tránsito por el canal, los cuales
actuaron en combinación con otros factores de orden interno y externo. Es cono-
cida la modificación de la jerarquía urbana en el occidente del país, de manera

5
Véase el artículo de Armando Martínez "La acción de los liberales panameños en
la determinación de las políticas del Estado de la Nueva Granada, 1848-1855", pre-
sente en este libro.

150
EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA: |
DE PUENTE NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DE LA UNIÓN

particular en el Valle del Cauca6. Esta etapa coincide con el incremento del cultivo
del café en el país y de su exportación creciente. Este producto se estableció defi-
nitivamente en las laderas de la cordillera central y encontró mayores venta-
jas comparativas de distancia para su transporte al Puerto de Buenaventura en el
Pacífico. Desde allí comenzó a ser embarcado ya no sólo con destino a la Costa
Occidental de Norteamérica sino también, a través del Canal, hacia la Costa Orien-
tal de ese subcontinente y hacia Europa.
El resultado combinado de crecimiento de las exportaciones de café, la
construcción del Ferrocarril de Occidente y la apertura del Canal de Panamá,
tuvo que ver mucho en el impulso de una nueva dinámica urbano-regional, que
produjo cambios notables en la jerarquía regional y nacional de Cali y de otras
ciudades del Valle. Cali, que en 1870 ocupaba el puesto 8 o por su tamaño demo-
gráfico a nivel nacional, pasó al puesto 5 o en 1918, aumentando su tamaño en 3,5
veces, como ninguna otra de las ciudades más grandes de ese momento en el país.
El ritmo de crecimiento de su primacía demográfica continuaría en las décadas
subsiguientes, estimulado también por el creciente desarrollo industrial. Ya en
1938 Cali ocupaba el 4 o lugar, con un crecimiento de 2,2 veces en el período y
continuó ascendiendo en jerarquía entre 1938 y 1951. A final de este período
llegó a ser la tercera ciudad del país en tamaño poblacional, después de crecer 2,7
veces en ese lapso. Algo similar, aunque en menor magnitud, ocurrió con la diná-
mica demográfica y económica de Buenaventura una vez que se puso en fun-
cionamiento el canal.
Aún no se ha indagado sobre los efectos análogos que pudieron ocurrir en
las ciudades y territorios de la costa Caribe, relacionados con migraciones al Ist-
mo en la fase de construcción del canal y en etapas posteriores. Sobre la dimen-
sión e intensidad del comercio legal e ilegal en las dos costas colombianas y sus
relaciones con Panamá, falta mucho por ser investigado. También sobre los asun-
tos relativos a la doble ciudadanía y muchos otros aspectos más que están a la
espera de ser auscultados.
La separación de Panamá fue un hecho inequívoco que demostró el fraca-
so del Estado colombiano y de sus gobiernos en relación con la búsqueda de
alternativas viables y dignas para el asunto del canal. Fracasó el Estado porque en
los términos de su significación formal en aquella época, una de sus funciones
fundamentales era el mantenimiento de la unidad territorial. Fracasaron los go-
biernos previos y el de Marroquín, porque no tuvieron la capacidad para evitar
que ocurriese lo peor. Fracasaron los legisladores de entonces porque condujeron
un debate con escaso sentido propositivo, no comprendieron el desespero de cier-
tos sectores panameños por la terminación de la construcción del canal y no
supieron captar los elementos claves del contexto internacional en que las nego-

' Véase el artículo de Fabio Zambrano que hace parte de este libro.

151 i
GUSTAVO MONTAÑEZ

elaciones se desarrollaban. Fracasaron los panameños porque en lugar de inde-


pendencia consiguieron ei canal que ellos siempre anhelaron, pero que no mane-
jaron durante 96 años. Los beneficios económicos del canal sirvieron mayormente
a un sector de la zona del canal, dejando marginada a la mayor parte del territo-
rio del país.
Se fracasó también porque la separación no sirvió para cambiar las condi-
ciones de vida de los habitantes marginados, localizados a lado y lado de la nueva
frontera entre los dos países. El estigma del Tapón del Darién los dejó a la deriva.
Ese estigma de origen colonial es hoy reproducido con distintos ropajes o matices,
sea como zona de contención de la fiebre affosa por parte del Departamento de
Agricultura de los Estados Unidos o como terreno imposible para construir el paso
de la carretera panamericana o, con motivos aparentemente más plausibles, como
el establecimiento de parques naturales o territorios indígenas, patrocinados por
organismos internacionales para la defensa de la biodiversidad o de las culturas
aborígenes. Todas esas inidativas han tenido un denominador común: en ellas poco
o nada han contado los habitantes nativos de esas áreas. El resultado ha sido una
marginación permanente, que no ha evitado la cada vez más incisiva depredación
de los recursos de estas zonas en las que la colonización avanza sin detenerse.
Los panameños, con su separación de Colombia, se libraron de esas san-
grientas y fratricidas guerras que tanto los atormentaron y contra las cuales deja-
ron constancias en las actas de sus varios brotes separatistas durante el siglo XIX,
las mismas que fueron reiteradas en el manifiesto de 1903. A cambio, adelanta-
rían durante casi una centuria una guerra pacífica, simbólica y mayormente si-
lenciosa, aunque con algunos destellos cruentos, contra la ocupación del impe-
rio. Su lucha rindió frutos al conseguir el retorno del canal en didembre de 1999.
Pese a haber transcurrido 100 años con el canal funcionando, la marginación
territorial de la frontera colombo-panameña continúa en ambos lados. En Pana-
má, esa marginalidad territorial crece en la misma medida en que aumenta la dis-
tancia a la zona del canal. Situación semejante sucede en Colombia, donde la
marginalidad tiende a aumentar con la distancia al triángulo Bogotá-Cali-Medellín.
Como resultado, la pobreza de los habitantes de la frontera es tan visible como la
extraordinaria biodiversidad de la región. Riqueza biológica y pobreza humana se
dan allí como arroz, pero sin él. Un contraste suficiente como para conmover hasta
el másflemáticoteórico del desarrollo. Y una circunstancia que invita a crear espa-
cios de debate en torno a la promoción de esfuerzos conjuntos para construir ini-
ciativas acerca del destino de nuestros pueblos y territorios.

CONCLUSIONES
Hace una centuria el mundo conoció la invención de la nueva República de Pa-
namá, nación hija de una acción de fuerza, violatoria de la soberanía nacional de
Colombia por parte del gobierno de los Estados Unidos de América. Lo que pudo
ser un probable y legítimo parto estatal y territorial fue empañado para siempre

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EL ISTMO DE PANAMÁ Y COLOMBIA:
DE PUENTE NATURAL A JUEGO GEOPOLÍTICO DÉ LA UNIÓN

por la intervención directa y flagrante del emergente imperialismo estadouni-


dense y de los muchos intereses privados internacionales que convergían en el
Istmo. A partir de entonces, y también de manera paradójica, la nación paname-
ña se construiría durante los últimos cien años mediante el rechazo a la presencia
cotidiana del imperio en su territorio, el mismo que había propiciado y patroci-
nado la gestación de esa república como Estado separado de Colombia, con el fin
de conseguir ventajas unilaterales en la construcción y manejo del canal. Esa con-
dición de enclave habría de prolongarse durante todo el siglo XX, hasta cuando la
misma lucha de los panameños logró el retorno del canal, no sin ciertas condi-
ciones todavía oprobiosas. Permanecen aún abiertas preguntas sobre el futuro de
Panamá, del canal y de sus relaciones con Colombia. Así mismo, continúa la in-
quietud acerca de las políticas que adoptarán en adelante los Estados Unidos con
respecto a Panamá y su canal.
En la conmemoración de los cien años de la forzada separación y avizo-
rando un escenario de posconflicto armado en Colombia, parece cuestión de sim-
ple dignidad histórica que nuestros pueblos ensayen una segunda oportunidad y
comiencen a pensar que Colombia y Panamá pueden volver a ser un solo país en
el futuro. Siempre con dificultades, exitosos reencuentros han ocurrido en el
mundo. ¿Por qué tendríamos que descartar esa posibilidad? En esa perspectiva,
los ciudadanos de allá y de aquí tendrían la palabra. Sea cual fuere la decisión
final, sería ésta una manera democrática de cerrar ese capítulo de nuestra histo-
ria, que de otra manera atormentará siempre la memoria y los sentimientos de
los habitantes de los dos países.

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