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Eutanasia y responsabilidad política: ¿A dónde nos dirigimos?

Miguel Pastorino

Para los expertos en bioética la eutanasia no tiene sentido si la causa que la motiva
puede ser eliminada por otros medios, en este caso el sufrimiento. Y una sociedad tiene deberes
prioritarios para plantearse antes de discutir la posibilidad de despenalizar la eutanasia. La
universalización de los cuidados paliativos consigue que el dolor deje de ser insoportable, con lo
cual no habría razón para plantear opciones a un problema que puede resolverse realmente y
no hipotéticamente: puede no existir un sufrimiento insoportable si las personas son
debidamente aliviadas, acompañadas y están bien atendidas. Es falsa la alternativa: dolor
insoportable o muerte, cuando no se ofrece la posibilidad del alivio del sufrimiento, que no solo
es real y posible, sino algo que es un derecho de todos los pacientes.

¿Falsa oposición entre cuidados paliativos y eutanasia?

Se reitera insistentemente entre los promotores de la eutanasia y el suicidio asistido que


los Cuidados Paliativos y la eutanasia no se oponen, y que quienes afirman tal oposición se
equivocan. Según una opinión que se extiende sin mucho análisis ni profundidad, no habría
oposición, sino que cada uno podría elegir todas las opciones que su sistema de salud le ofrezca.
¿Es así? Es cierto que en los hechos pueden coexistir, pero también es cierto que la Eutanasia
desplaza a los Cuidados Paliativos. Pero lo más importante es que efectivamente se oponen en
su finalidad, porque los Cuidados Paliativos tienen por objetivo eliminar el sufrimiento y no al
que sufre, en cambio la eutanasia tiene por objetivo el eliminar al que sufre para eliminar con
él también su sufrimiento. No son complementarias acciones opuestas: Aliviar al que sufre no
se complementa con eliminarlo. Ayudar a morir no es sinónimo de matar.

La hipocresía social de promover la eutanasia.


La verdad es que atender peticiones de morir sin procurar que cambien las condiciones
de asistencia a los enfermos y a las personas en situaciones difíciles es una hipocresía social que
abre la opción de matar al enfermo por no procurarle alivio a su sufrimiento, escudándose en
que es una decisión libre del paciente.
La verdad es que la despenalización de la eutanasia y el suicidio asistido no anima a los
equipos médicos a poner lo mejor de sí para acompañar y aliviar el sufrimiento de los pacientes.
La opción rápida de eliminar al paciente no los mueve a tomarse el tiempo necesario para buscar
alternativas. En algunos proyectos de Ley ni siquiera se propone que el discernimiento lo haga
un especialista en Cuidados Paliativos, ni un psiquiatra, sino cualquier médico, con lo cual se
hace responsable a alguien que puede no saber lo suficiente sobre cómo acabar con un
sufrimiento insoportable, ni como acompañar un proceso de preparación para morir. La
evidencia de varios estudios muestra que donde se despenaliza el suicidio asistido y la eutanasia
las unidades de cuidados paliativos se van reduciendo considerablemente. Por ello son opciones
opuestas para una sociedad y especialmente para el personal de salud. Elegir el camino de la
eutanasia es abandonar en los hechos los cuidados paliativos. La despenalización claramente no
termina con el problema que quiere solucionar, sino que lo agrava.
Las personas sufren mucho por sentirse solos, abandonados o por verse como una carga
económica. Por ello el mayor desafío para nuestras sociedades es pensar si no tenemos el deber
prioritario de atender con delicadeza y con toda la ayuda posible a quienes al final de su vida se
encuentran en una situación de gran vulnerabilidad y dependencia.

¿La llamada “Pendiente resbaladiza” es real?

La experiencia internacional muestra con evidencia aplastante que si se abre un poco la


puerta a la eutanasia y el suicidio asistido, luego no se hace fácil poner límites a los abusos y a
la extensión de tipos de pacientes. Y aunque algunos argumenten que un primer paso de
aprobar el suicidio asistido no implica con garantías jurídicas la necesidad de ampliar la práctica
eutanásica a otras personas, ni que el mal uso del instrumento legal o el abuso pueden
deslegitimar la propuesta, lo cierto es que en los hechos efectivamente sucede. Una vez
aceptada la eutanasia, la mayoría de la población acepta con mayor facilidad la ampliación de
tal práctica.
En 2010, en Bélgica se eliminó a 900 personas por eutanasia y en 2019 fueron casi 2.700.
En Canadá en 2019 el gobierno publicó un informe sobre eutanasia, donde se demuestra que en
apenas dos años de normalización de la oferta eutanásica se ha doblado el número de personas
que piden suicidio asistido: En 2017 fueron 2.800 casos, mientras que en 2019 llegaron a 5.600.
Del personal de salud que ejecutó a las personas, solo un 6% consultó a un psiquiatra, con lo
cual uno podría preguntarse cuántos casos de suicidios por depresión no tratada se realizaron.
En Holanda el total de muertes intencionales en contexto médico en 1990 llegó a 15.400,
mientras que en 2001 llegaron a 31.600 (British Medical Journal, 2004).
El Dr. Manuel Martínez-Sellés, catedrático de Medicina y jefe de Cardiología del Hospital
Gregorio Marañón de Madrid y autor del libro Eutanasia, un análisis a la luz de la ciencia y la
antropología (Rialp) advierte: “La historia nos demuestra lo rápido que se llega a la eutanasia en
enfermos psiquiátricos, dementes, ancianos vulnerables y recién nacidos discapacitados. En
Holanda la eutanasia se aplica ya no sólo a enfermos, sino simplemente a gente que no quiere
vivir, sin que exista razón médica. Además, la eutanasia tiende a hacerse especialmente
accesible y es dirigida de forma prioritaria a las clases económicamente más débiles, los grupos
étnicos desfavorecidos y a las personas más vulnerables. Al limitar la oferta en cuidados
paliativos, estos se pueden convertir en un lujo para aquellos con determinado poder
adquisitivo”.
El profesor Diego Gracia Guillén, médico y filósofo, experto en psiquiatría y uno de los
grandes referentes españoles en bioética, en su comparecencia el 16 de junio de 1998 en la
Comisión del Senado afirmó: “La acción transitiva que se realiza en el cuerpo de otra persona
para poner fin a la vida, a mí me parece que es peligrosa porque abre un camino que luego es
difícil de parar. Este es el famoso argumento de la pendiente resbaladiza. Esto en ética es
importante porque la prudencia es la virtud que intenta prever las consecuencias y evitar
decisiones de las que nos podamos arrepentir después. Pero si esto es ética, también es política.
Es decir, en política y en legislación, me parece que argumentos como el de la pendiente
resbaladiza tienen que ser muy tenidos en cuenta. El tema de la sutil coacción de las personas
que ya no tienen una gran autonomía, en el sentido de que son muy dependientes de otras,
también habría que tenerlo en cuenta; yo, por lo menos, así lo haría”.

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