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3 años después…
—¡Jenny, cuidado! Yo te cubro…
—¿Tú qué eres, muy chulillo? Soy yo quien te está
cubriendo a ti.
—Jenny, no te confíes, que esto no es ningún simulacro y tú
y yo nos casamos este fin de semana.
—No me hables de simulacros, que todavía no se me ha
pasado el cabreo.
—Jenny, por Dios, vamos a estar a lo que tenemos que
estar, que nos estamos jugando el pellejo.
—Tranquilo que no va a pasar nada, que la Jenny se casa
este fin de semana con la Susis de dama de honor así se caiga
el mundo, eso te lo prometo.
Estábamos en una redada, otra más… Paco la cagó el día
que me pegó aquel susto, ¿y por qué? Porque me metió el
gusanillo en el cuerpo de hacerme policía.
Tengo que decir que no lo hubiera logrado a la primera
como lo hice si él no me hubiera preparado, porque a mí, que
odiaba los libros, el temario se me hizo un mundo, pero él tuvo
santa paciencia y cuando quise darme cuenta tenía la plaza en
la mano.
Desde entonces estaba bajo su mando y él siempre decía
que yo no era valiente, sino temeraria, y que trabajar conmigo
tenía su cara y su cruz; porque yo le cubría las espaldas como
nadie, pero él moría de miedo cubriéndomelas a mí, por si me
pasaba algo.
Yo también sabía que Paco daría su vida antes de dejar que
me sucediera cualquier cosa mala, por lo que los dos hacíamos
piña y ya nos habíamos llevado más de una condecoración en
conjunto.
Aquel día estábamos desarticulando otra banda de
narcotraficantes, en esa ocasión en Madrid y, tan pronto como
todos aquellos maleantes estuvieran detenidos
emprenderíamos viaje a mi pueblo para ultimar los detalles de
un enlace que me hacía la mayor ilusión del mundo.
El día que, tres años atrás, Paco me citó en el descampado,
fue su perdición. Lo digo en broma, porque él sabía que nadie
lo iba a querer nunca como yo, pero es que vi la ocasión ideal
para que me pidiera matrimonio allí mismo…
Bueno “que me pidiera matrimonio” igual exige alguna
matización porque le di un nuevo ultimátum, de esos tan
propios de mi persona.
—Ahora no solo te va a tocar aguantarme, sino que vas a
pedirme matrimonio.
—¿Cómo que te voy a pedir matrimonio? —Sus lágrimas
se confundieron con la risa, porque no daba crédito a mis
palabras.
—Paco si quiere que le pidas matrimonio, pídeselo, porque
como vuelva a liarse a mamporrazos, a mí me van a tener que
ingresar —Juanfran fue el testigo de mi romántica pedida.
—Jenny, no es verdad, dime que no hablas en serio…
—Que hinques rodilla, Paco.
—Venga ya, Jenny, que las cosas no se hacen así.
—Que hinques rodilla te he dicho o no me ves más el pelo.
—Pero Jenny, que esto es una locura.
—¿Y ahora te enteras? Esto es una locura desde que
empezó, así que asume las condiciones o piérdeme para
siempre. Además, no solo perderás a la mujer de tu vida, sino
también la posibilidad de ver cómo me convierto en la mejor
policía de España.
—¿Tú quieres ser policía?
—Sí, y ni se te ocurra decir una palabra en contra, que la
culpa es tuya y solo tuya, por haberme metido el gusanillo en
el cuerpo.
—Yo no te he metido ningún gusanillo en el cuerpo, amor.
—No, tú me has metido otras cosas que no voy a relatar por
respeto a tu compañero.
—Ojalá hubieras tenido ese respeto antes de liarte a
puñetazos, que me has dejado morado —me soltó el otro.
—Tú te callas, que también tienes culpa por intervenir en
esta patraña.
—Jenny, que todo esto tenía una justificación, no te
pases…
—Y que nos casemos también la tiene; la de formalizar
nuestra romántica historia de amor.
—Cariño, la nuestra puede haber sido cualquier cosa menos
romántica…
—Porque tú lo digas, Paco…
No habría sido la más romántica, pero sí increíblemente
intensa; una historia que comenzó el día que lo conocí en Ibiza
y que no tenía visos de terminar, porque yo a Paco no lo
soltaba ni con agua caliente. Y él a mí… él a mí me quiso
desde el minuto cero.
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