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FILOSOFÍAYMATEMÁTICAS: ENSAYOS ENTORNO A WITTGENSTEIN

Alejandro Tomasini Bassols

Filosofía y Matemáticas:
ensayos en torno a Wíttgenstein
Primera edición: 2006
Primera reimpresión en coedición con
el IPN-Dirección General de Publicaciones: diciembre de 2006

© Alejandro Tomasini Bassols


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Así, las matemáticas se pueden definir como
el tema en el que nunca sabemos de qué
estamos hablando ni de si lo que decimos
es verdad.

Bertrand Russell, "Las Matemáticas y los Me-


tafísicos" (1901), reproducido en Misticismo y
Lógica.
ÍNDICE

Presentación ................................................................ 11
Gódel y Wittgenstein................................................... 15
Números Wittgensteinianos ........................................ 39
Wittgenstein: lenguaje, números y aritmética............ 55
¿Qué es la Inferencia Matemática?............................ 75
Geometría y Experiencia ............................................ 93
De Espacios y Geometrías ........................................ 109
Teoría de Conjuntos y Filosofía ................................ 129
Convención y Necesidad Matemáticas ..................... 157
Presentación

C omo otras ramas de la filosofía, la filosofía de las matemáticas es un lugar de


encuentro para reflexiones de muy diversa índole. Es, permitiéndome recurrir
a una sencilla metáfora, como una glorieta en la que desembocan múltiples
avenidas. Su material de trabajo lo proporcionan, naturalmente, las matemáticas mis-
mas, pero también, y sobre todo, lo que otros filósofos de las matemáticas, o los
matemáticos en sus momentos filosóficos, afirman acerca de diversos aspectos de
dicha disciplina. El filósofo de las matemáticas se ocupa, en efecto, de los números y
más en general de las "entidades" con las que trabajan los matemáticos, de los prin-
cipios de inferencia o razonamiento a los que éstos recurren, de las "verdades" a las
que llegan, de los supuestos en los que se fundan, pero ni mucho menos forma parte
de sus intereses hacer demostraciones, obtener nuevos resultados o descubrir nue-
vos principios. El filósofo de las matemáticas no compite con el técnico en matemá-
ticas, ni tiene por qué hacerlo. Su investigación sencillamente no incide en el trabajo
del matemático. En verdad, sería producto de una grotesca confusión pretender que
lo hiciera. De hecho, lo que el filósofo de las matemáticas hace es plantearse interro-
gantes que para el matemático que está trabajando resultan las más de las veces
extrañamente irrelevantes o a las que en todo caso ve como curiosidades intelectua-
les con las cuales, sin embargo, no sabría bien qué hacer. Ludwig Wittgenstein expuso
la idea de manera brutal cuando afirmó, refiriéndose a la peculiar labor del filósofo de
las matemáticas, que ésta es "por así decirlo, una ociosidad en matemáticas".1 Con
este pensamiento no se pretende hacer redundante a la filosofía de las matemáticas,
sino más bien conferirle el lugar que le corresponde en el ámbito de la reflexión y de
la vida intelectual.

1
L. Wittgenstein, Remarks on the Foundations of Mathematics (Cambridge/London: The MIT Press,
1975), PartIV, sec. 52.
PRESENTACIÓN

El reconocimiento de que hay tal cosa como una división del trabajo de acuerdo
con la cual el filósofo no puede pronunciarse sobre la labor del matemático tiene,
obviamente, su contrapartida. Así como quien hace filosofía no está capacitado para
corregir en su trabajo al matemático, es igualmente cierto que el matemático carece
del entrenamiento indispensable para poder competir con el filósofo cuando es éste el
que investiga. Si la filosofía de las matemáticas constituye una rama vital de la re-
flexión filosófica ello sin duda se debe desde luego a que las matemáticas en sí mis-
mas son decisivas en la vida humana (por muchas y obvias razones que supongo que
es innecesario enunciar), pero también a que con las matemáticas se produce exac-
tamente el mismo fenómeno que se produce en otros ámbitos del conocimiento, un
fenómeno detectado por Sócrates hace 2,500 años, a saber, que una cosa es ser un
especialista en algo y otra muy diferente saber dar cuenta de eso en lo que se es
especialista. El matemático sabe matemáticas, pero ello no lo capacita para esclare-
cer lo que hace cuando realiza su trabajo. Saber matemáticas es, por ejemplo, saber
lidiar con números, con espacios, con estructuras algebraicas, con el infinito, resolver
ecuaciones, hacer demostraciones, etc.; hacer filosofía de las matemáticas es más
bien aclarar la naturaleza del número, del espacio o del infinito, explicar el status de
las proposiciones o de las reglas matemáticas, exhibir las relaciones que se dan entre
las matemáticas y otras ramas del saber o entre los sistemas numéricos y el lenguaje
natural, y así indefinidamente. Se trata, pues, de dos tareas claramente diferentes, de
dos planos de investigación completamente independientes uno del otro. En esta sen-
cilla colección de ensayos, huelga decirlo, lo que ofrecemos no son matemáticas
(Dios nos libre!), sino productos filosóficos concernientes a algunos aspectos de las
matemáticas.
Difícilmente podría negarse que la filosofía de las matemáticas es una rama par-
ticularmente apasionante de la filosofía. No es por casualidad que, desde que se iniciara
en ésta hasta el ocaso de su meditación, esto es, hasta su muerte, Wittgenstein haya
mantenido vivo su interés por dicha "ciencia". No deseo comprometerme con cantida-
des concretas pero, a ojo de buen cubero, puede afirmarse que los escritos de Witt-
genstein sobre las matemáticas rebasan en volumen a sus reflexiones en relación con
cualquier otro tema. O sea, más que sobre la mente o sobre el lenguaje, Wittgenstein
escribió sobre diversas facetas de las matemáticas. Independientemente de la canti-
dad de páginas que Wittgenstein haya escrito, lo cierto es que las matemáticas repre-
sentaban para un pensador como él un reto particularmente excitante, y ello por lo
siguiente: muy probablemente más que en cualquier otra rama de la filosofía, en
filosofía de las matemáticas se es particularmente proclive a la mitificación e, inclusi-
ve, a la mistificación. Más que los científicos naturales o los científicos sociales, los
matemáticos son susceptibles de incurrir en excesos o desviaciones filosóficas gra-

12
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

ves sin siquiera percatarse de ello. A los matemáticos les resulta muy fácil hablar de
mundos abstractos, entidades lógicas, verdades necesarias o universos abiertos, sin
entender del todo con qué concepción de la realidad y del simbolismo matemático se
ven comprometidos. El fenómeno es hasta cierto punto explicable. En tanto que otros
no ofrecen más que experimentos tentativos y verdades más o menos probables, los
matemáticos proporcionan demostraciones y verdades apriori; allí donde otros titu-
bean al referirse a las entidades a las que supuestamente sus términos teóricos remi-
ten, los matemáticos no tienen empacho en hablar de realidades intangibles, perceptibles
sólo gracias al ojo de la mente; en contraste con todos aquellos que tienen que apelar
a la experiencia y afanarse por encontrar evidencias, los matemáticos son libres para
vagar por los universos que ellos crean, aterrorizados únicamente por el espectro de
la inconsistencia y la contradicción. Así, al igual que el metafísico de otros tiempos,
esto es, el filósofo de sofá, el matemático se ve a sí mismo como un colonizador de
mundos todavía inexplorados, una imagen que ciertamente gratifica su ego pero que
no por ello se vuelve de reputación respetable. Cabe señalar que en esta campaña de
auto-glorificación y de creación de mitos, los matemáticos se han visto alentados por
los filósofos tradicionales de las matemáticas. Por ello, la labor wittgensteiniana de
esclarecimiento en esta área es particularmente valiosa, pues para realizarla había
que enfrentar tanto a matemáticos filosóficamente incautos como a filósofos exalta-
dos por los sistemas matemáticos y los beneficios que éstos acarrean. Por ello, la
filosofía de las matemáticas de Wittgenstein es inclasificable. De hecho, Wittgenstein
lucha, de uno u otro modo, en uno u otro sentido, contra todas las corrientes de
filosofía de las matemáticas: platonismo, intuicionismo, logicismo, empirismo, etc. Dado
que el pensar wittgensteiniano es esencialmente iconoclasta, destructor de mitos ge-
nerados por la incomprensión de la gramática del simbolismo de que se trate, las
estrategias wittgensteinianas siguieron siendo las mismas que en filosofía de la psico-
logía o en filosofía del lenguaje, sólo que aplicadas en este otro contexto. De igual
modo siguió operando como un motor oculto la idea del Tractatus de que es sólo de las
críticas a las diversas mitologías filosóficas que habrá de emerger poco a poco la visión
correcta de las matemáticas.
Me apresuro a decir que en esta colección de ensayos no me ocupo más que de
una cantidad muy reducida de los múltiples temas que Wittgenstein abordó. El lector
podrá fác ilmente constatar que estos ensayos efectivamente contienen una no fácil
labor de carácter exegético, esto es, reconstrucciones de provocativos y sutiles pun-
tos de vista concretos defendidos por Wittgenstein. Sin embargo, también se topará el
lector con pensamientos que, por ser propios, yo no me atrevería a imputarle a Witt-
genstein, si bien reclamo para ellos la cualidad de "wittgensteinianos". Ciertamente,
pocas cosas me complacerían tanto como ver ratificado por otros no sólo que nada

13
PRESENTACIÓN

de lo que digo es incompatible con lo que Wittgenstein de hecho sostuvo, sino también
que los puntos de vista que por cuenta propia defiendo son afines a las posiciones que
él defendió o que eventualmente habría defendido. De ahí que si no se elevaran
objeciones serias que hicieran ver que lo que sostengo no embona con lo explícita-
mente enunciado por Wittgenstein y con su perspectiva global, me sentiría satisfecho
y consideraría que mi trabajo habría sido, aunque modesto, exitoso. Sin embargo, la
emisión de un juicio en este sentido es privilegio más bien del lector y, por consiguien-
te, es algo acerca de lo cual no me corresponde externar una opinión. Por otra parte,
aparte de la conexión con el pensamiento wittgensteiniano, lo que sí estoy en posición
de afirmar es que si hay algo que vincula a todos los ensayos aquí reunidos, si hubo un
hilo conductor en la elaboración de todos los trabajos, éste muy probablemente fue un
decidido rechazo del realismo en filosofía de las matemáticas. La animosidad en
contra de los mitos realistas en torno a las matemáticas es, creo, palpable a lo largo y
ancho de estos escritos.
En realidad, el material que aquí pongo a disposición del lector no representa más
que un primer acercamiento a los temas considerados. Estos ensayos fueron escritos
en muy diversos momentos, a lo largo de los últimos 12 años. Aunque desde luego los
fui puliendo e hice un serio esfuerzo por uniformizarlos desde el punto de vista de mi
actual forma de expresarme y de escribir, los textos quedaron básicamente como
fueron redactados originalmente. A este respecto, siento que debo hacer una confe-
sión, con miras a una aclaración. Tres de los textos aquí recopilados, a saber, "Núme-
ros Wittgensteinianos", "Geometría y Experiencia" y "Convención y Necesidad
Matemáticas" fueron previamente publicados y recogidos en otros libros míos. La
decisión de volverlos a incluir en un nuevo libro no fue para mí nada fácil. No obstan-
te, después de sopesar diversos argumentos en favor y en contra, me incliné final-
mente por incluirlos sobre todo porque encajaban muy bien con mis trabajos más
recientes y contribuían a darle a la colección una forma más acabada, enriqueciéndola
con presentaciones y discusiones de los mismos temas pero desde perspectivas dife-
rentes y con énfasis diferentes. Estoy, pues, convencido de que el libro en su conjunto
es el mejor de los posibles, dadas las circunstancias en las que me encontraba al
momento de compilarlo.

Alejandro Tomasini Bassols


México D. F., abril de 2006

14
Godel y Wittgenstein1

I) Auto-referencia y Signifícatividad

L a auto-referencia es un fenómeno lingüístico a la vez común y nada fácil de


explicar. Su carácter engañoso brota, entre otras cosas, del hecho de que de
manera imperceptible se puede transitar de formas legítimas de auto-referen-
cia, que son en ultima instancia comprensibles, explicables, justificables o redundantes,
a formas ilegítimas, que finalmente nos dejan en la perplejidad y en el misterio y que
son todo menos fáciles de descartar. La auto-referencia ilegítima está vinculada a las
paradojas y se sabe cuan difícil es dar cuenta de éstas. De ahí que resulte de vital
importancia aprender a diferenciar entre auto-referencia legítima y auto-referencia
paradójica, pues de lo contrario no podremos evitar incomprensiones y enredos de
diversa índole y estaremos tratando de aplicar a toda costa soluciones que valen para
la auto-referencia paradójica a casos de auto-referencia que en el fondo no son
problemáticos y que, por lo tanto, no las requieren. Por otra parte, sería muy aventu-
rado determinar de entrada que toda forma de auto-referencia es paradójica y, por
ende, falaz. Si se acepta, aunque sea tentativamente, la distinción entre auto-referen-
cia legítima y auto-referencia espuria podremos aceptar que hay casos de auto-refe-
rencia falaz, para los cuales habrá que recurrir a los mecanismos usuales de bloqueo
de formación de paradojas, y casos de auto-referencia legítima, como supuestamente
acontece (así piensan muchos) con el teorema de Íncompletitud de Godel, que prima
facie serían perfectamente inteligibles. Por mi parte, admito que hay formas legíti-

1
Agradezco a los Dres. José Antonio Robles (IIF) y Guillermo Morales Luna (CINVESTAV) las útiles
observaciones que le hicieron a una primera versión de este trabajo. Naturalmente, ningún error que el
ensayo contenga es adjudicable a ellos.
GóDEL Y WlTTGENSTEIN

mas de auto-referencia, si bien muy probablemente éstas sean en última instancia,


como sugerí más arriba, redundantes. Ahora bien, si fórmulas como la del teorema de
Gódel, que se refieren a sí mismas para, en cierto sentido, auto-descalificarse, caen
bajo la categoría de auto-referencia legítima o no es algo sobre lo cual por el momento
no me pronunciaré más que tangencialmente. Lo que por lo pronto haré será iniciar mi
exposición ilustrando mediante ejemplos casos simples pero legítimos de auto-
referencia, esto es, casos que precisamente por ser legítimos no son paradójicos y,
por lo tanto, son en principio dispensables. De esta manera podremos desproveer al
fenómeno lingüístico de la auto-referencia de toda aura de misterio y estaremos en
una posición más ventajosa para comprender mejor el logro de Gódel.
Pienso que, en principio, es en relación con dos "cosas" que podemos hablar de
auto-referencia:

a) personas o hablantes
b) oraciones (o, eventualmente, proposiciones)

Consideremos primero a los hablantes. Normalmente, empleamos el lenguaje para


hablar del mundo, sólo que el lenguaje se presta a usos que podríamos calificar si no
de anómalos por lo menos sí de especiales. La auto-referencia en este sentido es
especial, porque a primera vista parece ser un mecanismo lingüístico, por lo menos
las más de las veces, enteramente redundante. En efecto, si soy yo quien habla, mis
interlocutores de manera natural se percatan de ello, pero entonces ¿para qué tengo
que indicar que efectivamente soy yo quien habla? Ello no parece particularmente
sensato. Y si, por otra parte, no estoy interesado en informar a nadie de que soy yo
quien habla: ¿tendría algún sentido que yo me proporcionara a mí mismo la informa-
ción de que soy yo quien está hablando? Esto no es sólo insensato, sino francamente
absurdo. A primera vista, por lo tanto, la auto-referencia personal parece ser un
mecanismo lingüístico que está de más.
No obstante estas suspicacias, puede afirmarse que hay contextos lingüísticos en
los que la auto-referencia está plenamente justificada. Daré un ejemplo. Suponga-
mos que paso junto a un grupo de individuos que hablan de mí sin conocerme perso-
nalmente (digamos que no me conocen "by acquaintancé"). Imaginemos que alguien
afirma de mí que soy italiano y que entonces yo intervengo y digo: 'No, Alejandro
Tomasini no es italiano. Es mexicano'. Es éste un caso de auto-referencia perfecta-
mente comprensible y justificada en la que ATB habla de ATB. Es debido a que es
relativamente fácil construir ejemplos así que resulta inaceptable pretender descalifi-
car apriori como un movimiento lingüístico ilegítimo todo acto de auto-referencia.
De hecho, podemos afirmar que hay situaciones especiales en las que ese movimien-
16
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

to lingüístico está no sólo permitido, sino que es el apropiado; una situación particular
lo justifica. En este caso, la auto-referencia se justifica por el hecho de que los hablantes
no han visto nunca a la persona de la que hablan y que ésta no quiere darse a cono-
cer. De lo contrario, siguiendo con el ejemplo, lo que yo tendría que decir sería sim-
plemente algo como 'No, yo soy mexicano, no italiano' y el recurso a la auto-referencia
sería innecesario. Como moraleja general podemos extraer la idea de que tan absur-
da como la descalificación total de la auto-referencia es pensar que porque en una
ocasión especial la auto-referencia persoaal es comprensible y está justificada, en-
tonces lo está en todo momento y en cualquier circunstancia.
Otro caso de situación en el que la auto-referencia resulta ser un movimiento
lingüístico legítimo (si bien es debatible si lo es moralmente) es el siguiente: imagine-
mos que alguien se auto-dota de una importancia desmedida al grado de que empieza
a hablar de sí mismo en tercera persona. Podría tratarse, e.g., de un déspota, de un
artista o de un farsante. Una persona así podría decir: 'XYZ no dijo eso' o 'XYZ
opina que ...', cuando 'XYZ' es el nombre de la persona que habla. En casos así y
precisamente por ser de alguna manera anómalos, la auto-referencia es comprensi-
ble (inclusive si constituye una forma de hablar un tanto ridicula o despreciable). En
todo caso, el ejemplo hace ver que, salvo en situaciones excepcionales o raras, la
auto-referencia sencillamente no es la forma normal de hablar.
Un ejemplo más debatible de auto-referencia nos lo proporciona el hablante de-
seoso de llamar la atención y de presentarse "de cierta manera". Es el caso de
alguien que dice 'Yo soy el mejor futbolista' o 'yo soy la mejor actriz'. A primera
vista, nos las habernos aquí con casos permisibles de auto-referencia: aparentemen-
te, en efecto, alguien habla de sí mismo (o de sí misma) y lo que dice es comprensible,
inclusive si es falso. Empero, es debatible que sea ésta una presentación adecuada de
la situación. Lo primero que habría que señalar es que se trata más bien de casos de
auto-descripción y es claro que auto-referencia y auto-descripción no son lo mismo;
en segundo lugar, habría que señalar que si bien el mecanismo de auto-referencia en
casos así no es gratuito, tampoco es indispensable. Se recurre a él por alguna razón
que, al hacerla explícita, aclara en qué consiste su utilidad. Por ejemplo, el hablante
quiere o necesita presentarse ante sus interlocutores de cierta manera, bajo cierta luz
de modo que su persona se vea favorecida, para ser evaluado de tal o cual modo, etc.
Es para no tener que estar constantemente haciendo explícito todo lo implícito en los
objetivos del hablante que la auto-referencia puede ser un mecanismo lingüístico útil.
Pero podemos ir más allá y argumentar plausiblemente que una expresión como 'yo
soy el mejor alumno de mi clase' en realidad equivale a algo como 'en la lista de los
alumnos y desde el punto de vista de las calificaciones el primer lugar es XYZ' y esto
último no es un acto de auto-referencia, sino una simple descripción de una determi-

17
G6DEL Y WlTTGENSTEIN

nada situación de la cual uno forma parte. En general, puede afirmarse que sería un
error inmenso pensar que el mero uso de 'yo' o de mi nombre basta para que este-
mos frente a casos de auto-referencia. La auto-referencia no es tanto un asunto de
gramática como de lo que podríamos denominar 'intención semántica'. Es ésta la que
en algún sentido es sospechosa o "anormal", no las oraciones en las que aparece el
pronombre personal. Así, concediendo en aras de la argumentación que este último
ejemplo es efectivamente uno de auto-referencia, lo que habría que inferir es que
inclusive cuando ésta es legítima e inocua, de todos modos es en cierto sentido redun-
dante y reemplazable. Se trata, en el mejor de los casos, de un mecanismo que facilita
la comunicación, porque permite obviar partes del trasfondo de las "intenciones del
hablante". Todo esto permite entrever algo importante, a saber, que lo realmente
extraño y problemático es la auto-referencia, por así liamarla, "pura", esto es, los
actos de auto-referencia que no son sustituibles por ningún otro acto de habla y por
medio de los cuales no se cumple con ninguna función lingüística específica aparte de
la de auto-referencia.
Hay otras formas de discurso legítimas y mucho más usuales que sólo aparente-
mente son de carácter auto-referencial, con las cuales sin embargo fácilmente se les
puede confundir. Tengo en mente los casos de expresión (de dolor, de sentimientos,
de emociones, de recuerdos, etc.). Me refiero, en general, a situaciones en las que lo
que se emplean son verbos psicológicos y actitudes proposicionales. En efecto, a
primera vista parecería que si digo, por ejemplo, 'yo tengo un dolor en el brazo'
expreso lingüísticamente mi dolor y, tácita o abiertamente, me apunto a mí mismo. O
si digo 'yo recuerdo que ...', da la impresión de que tanto expreso un recuerdo como
hablo de mí, esto es, indico que soy yo quien lo "tiene". En otras palabras, parecería
que en una oración de forma tan simple como 'yo pienso que ...' hago simultánea-
mente dos cosas: hago explícito un pensamiento y al mismo tiempo me refiero a mí
mismo ("a mí"). Es evidente, sin embargo, que la explicación de esos movimientos
lingüísticos en términos de auto-referencia está totalmente desencaminada. De he-
cho, es fácil hacer ver que en la auto-adscripción de sensaciones, emociones, pensa-
mientos y demás, la alusión a un "yo" que "tiene" determinados "estados mentales"
es, además de gratuita, enteramente errada. Si alguien exclama: "Sí, pero es a mí a
quien le duele", lo que quiere decir es algo como "este dolor que está aquí es muy
intenso", "el dolor está aquí" (y señala uno dónde le duele), "claro, no eres tú quien lo
padece", etc. Por consiguiente, podemos aseverar con confianza que en los casos de
verbos psicológicos y de actitudes proposicionales simplemente no se produce ningún
acto de auto-referencia. Esto está conectado con otro punto de vital importancia, en
relación con el cual haré tan sólo unos cuantos recordatorios.

18
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

La ilusión de auto-referencia en los casos de verbos psicológicos y actitudes


proposicionales brota del uso del pronombre personal 'yo' y sus derivados ('me', 'a
mi", etc.). ¿Por qué, como dije, se trata de una ilusión? Wittgenstein aclaró de una vez
por todas el tema: en estos casos nos las habernos con el uso de 'yo' como sujeto y
una de las características de dicho uso es precisamente el no tener carácter referen-
cial. Como bien se nos hace notar en las Investigaciones, "Cuando digo 'tengo un
dolor' no señalo a una persona que tiene el dolor, puesto que en cierto sentido no
tengo idea de quién sea".2 La verdad es que no podemos ya seguir asumiendo que
hay tal cosa como un "yo" que "tiene" sensaciones o pensamientos. 'Yo', en los
casos en los que no es usado para referir al cuerpo, sencillamente no refiere o no
denota nada. Su función es otra. Esto es digno de ser tomado en cuenta, por la
sencilla razón de que entra en conflicto con una larga y ya no tan venerable tradición
filosófica que sostiene precisamente lo contrario, a saber, que 'yo' siempre tiene un
uso referencial. No entraré aquí en esta discusión, entre otras razone porque ya la he
considerado ampliamente en otros trabajos3 y no tengo nada nuevo qué decir al res-
pecto. Empero, me permitiré señalar rápidamente un par de rarezas asociadas con la
convicción tradicional.
En lo primero que habría que reparar al considerar la supuesta referencia o
denotación de 'yo' usado como sujeto es en la ociosidad y en la futilidad de la empre-
sa: ¿con qué objeto, para obtener qué estaría uno constantemente auto-identificándo-
se, esto es, refiriéndose a sí mismo? ¿Qué ventaja para la comunicación ofrecería
semejante proceder? Por otra parte ¿cómo dar cuenta de manera plausible del noto-
rio fracaso en encontrar empíricamente la supuesta referencia? ¿Hay acaso algo
más difícil que encontrarse a sí mismo, en el sentido de la metafísica tradicional?
¿Hay alguna tarea frente a la cual nos encontremos tan desorientados respecto a
cómo proceder como la de buscarnos a nosotros mismos, cuando lo que buscamos es
el legendario sujeto de las experiencias? Y ¿no es increíble que no haya nada tan
difícil como encontrarnos a nosotros mismos, cada quien en su propio caso, desde
luego? Por otra parte, si nadie ha logrado realizar la proeza de auto-atraparse: ¿no se
debe ello acaso a que se está buscando algo que era lógicamente imposible obtener?
¿No es obvio, una vez hechas las aclaraciones pertinentes, que no hay nada qué
buscar, y por lo tanto nada que encontrar, al usar 'yo' como sujeto? ¿No es evidente

2
L. Wittgenstein, Philosophical Investigations (Oxford: Basil Blackwell, 1974), sec. 404.
3
Véase, por ejemplo, la sección sobre identidad personal en mi libro Enigmas Filosóficos y Filosofía
Wittgensteiniana (México: Edere, 2002), pp. 343-54 y "Wittgenstein y la naturaleza del 'yo'" en
Ensayos de Filosofía de la Psicología (Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 2003), 2" edición.

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GóDEL Y WlTTGENSTEIN

que no puede haber actos de auto-referencia cuando no hay entidad alguna que esté
en juego? Infiero de todo lo anterior que, en tanto que mecanismo lingüístico útil y
justificado por situaciones especiales, la auto-referencia personal no tiene nada de
fantástico o de inexplicable y que es sólo cuando está involucrada una confusión
filosófica, i.e., la idea metafísica de auto-referencia y auto-conocimiento, que la auto-
referencia personal se convierte en algo misterioso. Con estas breves consideracio-
nes podemos dejar de lado la cuestión de la auto-referencia de hablantes o personas.
Examinemos ahora la auto-referencia semántica. Para evitarnos complicaciones
innecesarias nos concentraremos en el caso de las oraciones. Diremos entonces que
la idea es que, en lugar de versar sobre el mundo como la casi totalidad de ellas,
ciertas oraciones, más bien inusuales, hablan de sí mismas, es decir, se toman a sí
mismas como objetos de su propio discurso. A primera vista ello es fantástico y la
primera reacción, la reacción espontánea es la de pensar que ello es o imposible u
ocioso o absurdo. Consideremos, por ejemplo, la famosa paradoja del mentiroso: si un
mentiroso asevera que todo lo que él dice son mentiras, entonces lo que afirma es
verdad pero, dado que lo que un mentiroso enuncia tiene que ser falso, entonces
efectivamente lo que dijo es falso, lo cual concuerda con lo que dijo y por lo tanto es
verdad y así ad infinitum. De otro modo: si lo que el mentiroso dijo es verdadero
entonces es falso, luego es verdadero, por consiguiente es falso, por lo tanto es ver-
dadero, ergo es falso, y así sucesivamente. Aquí podemos establecer una primera
conexión digna de ser consignada: la auto-referencia semántica está internamente
conectada con las paradojas y hablar de paradojas es hablar de contradicciones.
Muchos sostendrían, sin embargo, que no es el único caso de auto-referencia semán-
tica: habría otros que, se supone, serían igualmente legítimos sólo que no darían lugar
a paradojas, sino a enunciados verdaderos. Esto, como veremos, es debatible y lo
menos que podemos esperar es que quien defiende esa idea aclare y justifique su
idea implícita de auto-referencia semántica. Revisemos el asunto un poco más en
detalle.
Consideremos un ejemplo típico: 'La oración recién descrita tiene siete palabras'
(cp). A primera vista, parecería no sólo que <p es verdadera sino que además lo es
precisamente en virtud de que se refiere a sí misma. Pero ¿es ello así? Lo que real-
mente parecería estar pasando es algo diferente, a saber, que algo está faltando,
porque ¿cuál es, dónde está esa oración "recién descrita"? Sencillamente no hay tal
oración. ¿Cómo entonces explicar la apariencia de auto-referencia semántica? Si no
me equivoco, la auto-referencia semántica en un caso así se explica por una omisión
que debido a una cierta redundancia se da por entendida. Lo que en este ejemplo está
presente sólo que tácitamente es la expresión (en negritas) 'La oración "..." tiene
siete palabras'. O sea, en realidad lo que tendríamos si hiciéramos explícito todo lo
20
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

que está dicho y lo que está involucrado (como las nociones de lenguaje y meta-
lenguaje y las técnicas de uso y mención de expresiones, i.e., la técnica del
entrecomillado) sería: 'La oración "La oración recién descrita tiene siete palabras"
tiene siete palabras'. Como en el fondo lo que estamos haciendo es repetir ciertas
expresiones, entonces el lenguaje, por un mecanismo de economía, nos permite aho-
rrarnos la repetición y formar una sola oración, creando así la ilusión de auto-refe-
rencia. Una vez hechas las aclaraciones pertinentes queda claro que, por lo menos en
el ejemplo anterior y contrariamente a una primera impresión, no hay tal auto-refe-
rencia. El problema es que se trata de un ejemplo paradigmático, representativo de la
auto-referencia semántica, y ello induce a pensar que es la idea misma de que una
expresión puede referirse a sí misma lo que resulta sumamente extraño, por no decir
incomprensible. La verdad es que no vemos, en este caso típico al menos, tal cosa
como auto-referencia semántica. Más aún: no se entiende cómo podría producirse
tan singular fenómeno. Nos auto-convencimos de que se había producido el fenóme-
no de auto-referencia semántica porque no nos habíamos percatado de que algo
faltaba en una expresión dada o simplemente que estaba implícito en ella. La re-
flexión en torno a esta cuestión nos hace ver que realmente lo más extraño que
podría suceder es que algo creado para dar cuenta del mundo, como lo es el lenguaje,
perversamente se transmutara en algo que se revierte sobre sí mismo y modificara
así su esencia funcional. Desde esta perspectiva, lo menos indicado parecería ser la
aprobación de la auto-referencia semántica. Ahora bien, es precisamente el sospe-
choso fenómeno lingüístico de la auto-referencia en el que Godel funda su "prueba".4
En resumen, hay casos inobjetables de auto-referencia personal, los cuales no
tienen nada de misterioso y se explican por el carácter peculiar de las situaciones en
las que se comunican los hablantes (para enfatizar, insistir, llamar la atención, etc.) y
casos anómalos, en los que sólo aparentemente se produce un acto de auto-referen-
cia. Así, la auto-referencia legítima es superflua y la ilegítima inaceptable. El proble-
ma es que esta última es muy difícil de distinguir de la primera. La auto-referencia
lingüística, por su parte, es más bien una ilusión y, si se le toma en serio, no puede más
que dar lugar a paradojas, contradicciones, sorpresas, incomprensiones y demás. Es
muy importante tener en cuenta lo que hemos dicho, ya que habremos de utilizarlo
cuando consideremos la fórmula de Godel que, como se sabe, afirma de sí misma que
no es demostrable. Antes, empero, debemos hacer algunos recordatorios concernien-

4
Esto es cuestionable. Podría argumentarse que lo que con el teorema de Godel acontece es más bien que
se borra la distinción entre sintaxis y semántica, pero ¿no se borra con ello también la distinción original
"lenguaje objeto-meta-lenguaje" y no se reintroduce con ello la noción misma de auto-referencia?

21
GóDEL Y WlTTGENSTEIN

tes al contexto histórico en el que se inscribe el famoso Teorema de Incompletitud de


Gódel,del931.

II) El Logicismo y la Aritmetización de la Sintaxis


Es bien sabido que la gran aventura lógica del siglo xx, la cual culminó en la decisiva
revolución computacional que se operó durante su segunda mitad, una revolución de
inmensas consecuencias e implicaciones para la humanidad en su conjunto y la vida en
el planeta en general, se inició propiamente hablando con el esfuerzo por parte de
Bertrand Russell por resolver el problema planteado por las paradojas. Russell ofreció
tres teorías para dar cuenta de ellas, a saber, la teoría del zig-zag, la de la limitación del
tamaño de las clases y la que finalmente él mismo favoreció y que explica la gestación
de las paradojas por un "círculo vicioso". En efecto, tanto en Principia Mathematica
como en "Mathematical Logic as based on the Theory of Types"5 Russell explica la
gestación de las paradojas con base en la idea de que en su formulación se comete una
cierta falacia consistente en pecar en contra de lo que él denomino el 'principio del
círculo vicioso' .6 Del principio del círculo vicioso Russell da de hecho cinco formulaciones
diferentes, todas ellas equivalentes pero destacando diferentes facetas del fenómeno al
que alude. La idea es siempre la misma: las paradojas surgen porque al hablar de
una totalidad se incluye a ésta dentro de sí misma como si fuera un elemento más.
Así, la totalidad resulta ser simultáneamente tanto una totalidad como un elemento
de dicha totalidad. Es debido a ese doble juego, permitido por el simbolismo, que
surgen las paradojas. Naturalmente, cuando así procedemos lo que construimos no es
una proposición, sino un sinsentido. Para bloquear la formación de paradojas, Russell
apela a la idea de tipo lógico, que en el fondo no es sino la idea de una jerarquía lingüís-
tica, esto es, la distinción de lenguaje objeto, meta-lenguaje, meta-meta-lenguaje, y así
ad infinitum. La respuesta acabada de Russell pasó a la historia como la 'Teoría de los
Tipos Lógicos'. Es ésta, como se sabe, una teoría sumamente compleja y de ramifica-
ciones insospechadas en o para diversas áreas del pensamiento.
Recordemos ahora rápidamente los lineamientos generales del programa de Ru-
ssell. En su lucha en contra del idealismo prevaleciente en su época, al cual era

5
B. Russell, "Mathematical Logic as based on the Theory of Types" en Logic and Knowledge (London:
Alien and Unwin, 1971), pp. 59-102.
6
Aunque hay muchas, de las mejores presentaciones del tratamiento de las paradojas por parte de
Russell es, sin duda, la que encontramos en el capítulo "Russell's Solution to the Paradoxes", del
excelente libro de Ch. S. Chinara, Ontology and the Vicious-Circle Principie (Ithaca/London: Cornell
University Press, 1973).

22
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

central la idea de que el conocimiento humano es una mera ilusión, Russell intentó
desarrollar una filosofía cognitivamente optimista. La doctrina de las relaciones ex-
ternas lo llevó a defender la solidez del conocimiento matemático, al que intentó
fundamentar en la lógica. Partiendo, pues, de la lógica de primer grado junto con la
teoría de conjuntos, Russell ofreció una definición formalmente impecable y operati-
va de las diversas clases de números, de las operaciones matemáticas y, en general
de la verdades matemáticas. O sea, el programa de Russell era el de reconstruir el
todo de las matemáticas recurriendo únicamente a nociones lógicas y conjuntistas. Y
es al definir los números en términos de clases que se topa con el problema de las
paradojas, lo cual va a crear dificultades inmensas en lo que era una nueva ciencia, a
saber, la ciencia de los fundamentos de las matemáticas. Por el momento, quiero
enfatizar dos cosas:

a) el proceder russelliano es de carácter constructivo: primero se definen los núme


ros naturales, luego los racionales, los irracionales, los complejos, etc.; se da
cuenta primero de las operaciones básicas de la aritmética y de sus verdades
más elementales y paulatinamente se abarcan todas las ramas de las matemáti
cas. El programa logicista de Russell lleva de la lógica a la aritmética.

b) El principio del círculo vicioso, central a la solución russelliana del problema de


las paradojas, es básicamente un principio anti-auto-referencial, es decir, un
principio que proscribe la auto-referencia semántica. Como ya indiqué, desde
la perspectiva de Russell cuando dicho principio no se respeta lo que se cons
truye es un sinsentido.

Lo anterior es importante tenerlo presente porque el teorema de Gódel, que siste-


máticamente ha sido visto como una refutación o una aniquilación de proyectos como
(ínter alia) el programa logicista de Russell, forma parte de una estrategia que es en
cierto sentido inversa al de este último: en lugar de logicizar la aritmética, lo que
Gódel hace es aritmetizar la sintaxis. O sea, Godel no se plantea la cuestión de la
caracterización del número: él simplemente los asume y trabaja con ellos.7 Bien vis-
tas las cosas, por lo tanto, los proyectos de Russell y Gódel parecen constituir o

7
Podría, desde luego, objetarse, que Gódel trabaja no con números sino con numerales y es tentador ver
en éstos elementos puramente sintácticos, al igual que sus fórmulas. Pero esta lectura es cuestionable,
puesto que por una parte Godel realiza operaciones aritméticas con sus numerales y, por la otra, es
obvio que él asume que sus signos tienen algún significado y ¿qué puede significar un numeral si no un
número?

23
GODEL Y WITTGENSTEIN

pertenecer a dos líneas de investigación completamente independientes y que, más


que otra cosa, sólo se tocan en un punto. En otras palabras, parecería que Godel
habría podido construir su prueba sin saber absolutamente nada del programa de
Russell. De ahí que, como argumentaré más abajo, hay un sentido en el que si el
trabajo de Russell es meta-matemático, el de Godel es más bien meta-meta-matemá-
tico. Lo que es importante determinar, por consiguiente, es cómo incide uno en el
otro, tomando en cuenta lo que ambos lógicos sostienen. Porque si el fenómeno de la
auto-referencia no es en el fondo más que una ilusión semántica, el hecho de que se
utilice un aparato formal impresionante no le hace perder su carácter ilusorio o de
espejismo semántico. Ahora bien, que la auto-referencia es crucial en el teorema de
Godel es algo difícil de negar. Hofstadter, por ejemplo, lo ha enunciado como sigue:
"A Godel se le ocurrió la idea de utilizar el razonamiento matemático para explorar el
razonamiento matemático".8 Y es muy significativo que la cuestión de si ello es en
principio legítimo o no sea un tema que muy pocos han considerado que valía la pena
discutir. En otras palabras, normalmente se cuestiona la auto-referencia, pero cuando
se llega al teorema de Godel entonces nadie protesta. En verdad, difícilmente podría
pasarse por alto el hecho de que el grandioso resultado de Godel, viz., una fórmula
que dice de sí misma que no puede ser demostrada en el sistema, representa una
violación flagrante del principio del círculo vicioso (el cual en sí mismo parece bastante
razonable) y de la idea intuitiva de que la auto-referencia semántica no es un
procedimiento lingüístico válido. Pero si nadie ha refutado el principio en cuestión y si
normalmente nadie admite construcciones paradójicas generadas por auto-referen-
cia, entonces claramente estamos aquí en un conflicto que teóricamente está todavía
en espera de resolución. Cabe preguntar: si por toda una variedad de razones quere-
mos zafarnos de las paradojas: ¿por qué entonces se acepta sin cuestionar la prueba
de Godel si ésta se contrapone a intuiciones tan básicas como la incorporada en el
principio del círculo vicioso? El problema de la existencia de Dios nos puede ser útil
en este contexto: si efectivamente no puede haber pruebas apriori de la existencia
de una entidad trascendente ¿podría el hecho de que alguien inventara una "prueba"
formalmente impresionante, en la que se usaran libremente los conceptos de infinito,
pruebas recursivas, abstracciones, operadores modales, etc., hacerla válida? ¿Y acaso
no es precisamente eso lo que estaría sucediendo con el teorema gódeliano de
incompletitud? Me parece que lo más que podría sostenerse es que Godel demostró
que hay casos especiales de auto-referencia que no son ni paradójicos ni dispensables

!
G. R. Hofstadter, Godel, Escher, Bach. Una Eterna Trenza Dorada (México: CONACYT, 1982), p. 19.

24
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

sino de una tercera categoría, pero en todo caso ello es algo en favor de lo cual se
necesita abogar y la verdad es que argumentos en este sentido no abundan.
Quizá debamos hacer ahora algunas aclaraciones generales concernientes al teo-
rema de Gódel. Nadie ha cuestionado y probablemente nadie cuestionará el formalis-
mo gódeliano, esto es, sus definiciones, la introducción de sus términos primitivos, sus
reglas de inferencias y sus transiciones.9 En todo caso, no es la estructura formal
misma lo que está en cuestión (por no decir "enjuego"). Si los matemáticos aceptan
como formalmente válida la prueba de Gódel no nos toca a nosotros objetar nada al
respecto. Pero una cosa es que sea inatacable y otra que su significación sea trans-
parente. Son su interpretación, su significado, sus implicaciones lo que es debatible y
en relación con lo cual no hay todavía consensos claros y definitivos. O sea, es lo que
el teorema "dice" lo que es todavía asunto de debate. Para movernos en la dirección
de la aclaración, lo que hay que hacer es exhibir los supuestos implícitos en el trabajo
de Gódel, sacar a la luz las nociones que usa pero que él mismo nunca esclarece,
como las de proposición matemática, "decir", auto-referencia y demás. Es sólo cuan-
do se tengan todos o por lo menos muchos de los elementos del gran rompecabezas,
el iceberg completo y no nada más la parte que sobresale, que podremos empezar a
entender qué fue realmente lo que logró Gódel con su prueba. Quisiera tratar de
establecer un par de cosas en relación con esto último, pero para ello habremos
primero de retomar algunas ideas de Ludwig Wittgenstein en torno a la naturaleza de
la verdad matemática y sin las cuales difícilmente podría siquiera alguna reflexión en
este sentido arrancar.

III) El Status de las Proposiciones Matemáticas


Sin duda alguna el pensamiento del Wittgenstein de la madurez, esto es, el posterior a la
discusión respecto a lo que es seguir una regla y el argumento del lenguaje privado,
representa el punto culminante de una trayectoria pasmosa, única, pero puede sostenerse
que el pensamiento del que quizá podríamos denominar el 'Wittgenstein intermedio', esto
es, básicamente el Wittgenstein de Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena,10

9
Esto, en mi opinión, es una grave omisión, porque es innegable que hay problemas de significación en
las definiciones y en la prueba misma, dado que por ejemplo una misma fórmula resulta tener simultá
neamente tanto un significado matemático como uno meta-matemático!
10
Ludwig Wittgenstein and the Vienna Circle. Conversations recorded by Friederich Waismann. Edited
by Brian McGuinness (Oxford: Basil Blackwell, 1979). Hay traducción al español de Manuel Arbolí:
Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena (México: Fondo de Cultura Económica, 1973).

25
GÓDEL Y WlTTGENSTEIN

las Observaciones Filosóficas11 y la Gramática Filosófica,11 es un pensamiento


fresco, intrépido, excitante, audaz, novedoso. En particular en las dos últimas obras
citadas está plasmada una nueva filosofía del lenguaje y de las matemáticas, llena de
intuiciones originales, de argumentaciones (en el estilo wittgensteiniano) contunden-
tes y que hacen sentir que, página tras página, se hace progreso filosófico real. Para
los objetivos de este trabajo me concentraré en especial en algo de lo mucho y muy
valioso que Wittgenstein sostiene en las Observaciones Filosóficas. En particular,
lo que deseo hacer son ciertos recordatorios concernientes a los puntos de vista de
Wittgenstein en relación con la idea de demostración o prueba matemática. Esta
breve labor de reconstrucción nos permitirá disponer de una plataforma desde la cual
abordar y tratar de evaluar el valor filosófico del resultado de Gódel. Es obvio, por
otra parte, que algo así se tiene que hacer, pues de lo contrario lo que estaríamos
haciendo sería enfrentar el teorema de Godel desde la perspectiva del sentido común,
en cuyo caso estaremos perdidos y no tendremos otra cosa que ofrecer que la aburrida
lectura simplista de siempre, lo cual es algo que ciertamente queremos evitar.
Empecemos con algunas generalidades. Nuestro punto de partida pueden serlo
dos ideas que si se quiere se les puede calificar de 'triviales' (aunque no lo sean), viz.,
que en matemáticas nos las habemos con sistemas y que las matemáticas son por
excelencia la ciencia de la demostración. Lo primero hace alusión al carácter inte-
grado y orgánico de las matemáticas. La idea es que las proposiciones matemáticas
están sistemáticamente conectadas unas con otras (no, desde luego, de manera arbi-
traria). No hay proposiciones matemáticas aisladas del resto. '2 + 2 = 4' presupone
que 2+1 =3, que 3 + 1=4, que 3 + 2 = 5, etc. Considerada al margen o fuera de ese
sistema proposicional, '2 + 2 = 4' no significa absolutamente nada. Por otra parte,
dejando de lado los puntos de partida, esto es, los axiomas, es claro que a cualquier
proposición matemática (en el sentido de teorema, no meramente de fórmula bien
formada) se llega y se llega a ella por medio de una demostración. No hay forma de
que una proposición matemática "se cuele", por así decirlo, y se incruste dentro del
sistema si carece de su respectiva prueba. En matemáticas no puede haber fraudes.
La prueba o demostración es la única forma como una proposición matemática pue-
de integrarse o ser incorporada en un sistema y, por ende, es su única forma de
legitimación qua proposición matemática. Por consiguiente, el sentido de una pro-

11
L. Wittgenstein, Philosophical Remarks (Oxford: Basil Blackwell, 1975). Hay traducción al español
de Alejandro Tomasini Bassols: Observaciones Filosóficas (México: IIF/UNAM, 1997).
12
L. Wittgenstein, Philosophical Grammar (Berkeley/Los Angeles: University of California Press,
1978). Hay traducción al español de Luis Felipe Segura Martínez: Gramática Filosófica (México: IIF/
UNAM, 1996).

26
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

posición matemática es una función de su pertenencia al sistema y su pertenencia al


sistema es precisamente lo que su demostración garantiza. Sin demostración no hay
sentido y, por consiguiente, tampoco verdad. El sentido de una proposición matemá-
tica es su contribución a la expansión del sistema al que pertenece. "Lo que una
proposición matemática dice es siempre lo que su prueba prueba. Es decir, nunca
dice más de lo que su prueba prueba".13 Quizá podríamos ir un poco más lejos y
afirmar que lo que la proposición matemática expresa se muestra en las proposicio-
nes de las que se deriva y las proposiciones matemáticas que a su vez permite dedu-
cir. En los sistemas matemáticos no puede haber huecos, puesto que "Las matemáticas
son un método lógico"14 y lo que esto significa es que siempre hay una forma de
construir un camino (una prueba constructiva) hacia una proposición matemática.
Ese camino es su prueba. Un problema matemático presupone un método de prueba.
Por eso distingue Wittgenstein entre problema y misterio, entre solución y revelación:
"Esto es, donde sólo podemos esperar la solución gracias a alguna clase de revela-
ción, ni siquiera hay un problema. A una revelación no corresponde ninguna pregun-
ta".15 Wittgenstein no niega que haya conjeturas matemáticas, esto es, proposiciones
que en un momento dado del desarrollo de las matemáticas son "indecidibles". Lo
que al respecto afirma es simplemente que una proposición así es sencillamente una
proposición "para cuya solución no poseemos todavía [énfasis mío] un sistema es-
crito"}6 Desde este punto de vista, lo que G6del habría mostrado es que hay propo-
siciones verdaderas para las cuales en la aritmética de Peano nunca habrá un "sistema
escrito". Lo menos que puede decirse es que ello suena prima facie increíble.
El ver las matemáticas a la Wittgenstein, Le., como (en palabras de Hintikka) un
"montón de cálculos",17 ofrece algunas ventajas. Por ejemplo, de inmediato permite
entender varias cosas. Para empezar, se nos aclara por qué las proposiciones mate-
máticas no dicen nada. No hay nada más erróneo que concebir las proposiciones
matemáticas como proposiciones en el sentido usual sólo que en lugar de venir, por
así decirlo, vestidas en letras vienen vestidas en numerales.18 Aquí sigue vigente el

13
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas, XIII, sec. 154.
14
L. Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus (London: Routledge and Kegan Paul, 1978), 6.2 (a).
Para las citas del Tractatus en estos trabajos me serviré de mi traducción la cual, por cuestiones
relacionadas con los derechos de autor, no ha podido ver la luz.
15
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas, XIII, sec. 149.
16
Ibid, XIII, sec. 151.
17
J. Hintikka, "The Original Sinn of Wittgenstein's Philosophy of Mathematics" en Ludwig Wittgens
tein: Half-Truths andOne-and-a-Half-Truths (Dordrecht/Boston/London : Kluwer Academic Publishers,
1996), p. 156.
18
Se podría quizá querer señalar, a manera de contraejemplo, a las variables, que sirven para indicar
generalidad, pero no debería olvidarse que, independientemente de ello, sus valores son siempre números.

27
GÓDEL Y WlTTGENSTEIN

pensamiento del Tractatus de acuerdo con el cual "Las proposiciones de las mate-
máticas no expresan pensamientos".19 Por consiguiente y en segundo lugar, entende-
mos por qué en matemáticas no pueden darse (o trazarse) las jerarquías simbólicas
que sí tenemos en el lenguaje. Dentro o al interior de las matemáticas no hay tal cosa
como "meta-matemáticas". Lo que "demostraciones meta-matemáticas" genuinas
representan es en todo caso la expansión del cálculo, más cálculo, no una reflexión
sobre él. Las matemáticas no admiten ser expresadas "en prosa". Cuando ésta
aparece, ya estamos fuera del mundo de las matemáticas, propiamente hablando.
"Quiero decir, la proposición matemática no es la prosa, sino la expresión exacta".20
En matemáticas se trabaja con números, no se habla acerca de ellos.
A lo largo y ancho de su obra Wittgenstein abogó en favor de la idea de que el
valor o la importancia de las matemáticas no es algo intrínseco a ellas, sino más bien
algo externo, es decir, algo que les viene de su aplicación, de su utilidad. La utilidad de
las matemáticas se expresa, por una parte, en la vida cotidiana, en toda clase de
transacciones que los hombres realizan, desde las más simples hasta las más comple-
jas, y, por la otra, en su incorporación y empleo en las teorías científicas. En el Tractatus
Wittgenstein enunció su punto de vista de manera concisa y sin ambigüedades como
sigue: "En la vida no es nunca una proposición matemática lo que necesitamos. Más
bien, empleamos proposiciones matemáticas únicamente para inferir de proposicio-
nes que no pertenecen a las matemáticas otras que, de igual modo, tampoco pertene-
cen a las matemáticas".21 Es claro que no puede haber proposiciones matemáticas
vagas u ociosas. O sea, una proposición matemática, como cualquier otra, tiene que
reportarnos alguna utilidad, pero eso es algo que puede hacer sólo en la medida en
que forme parte de un sistema, para lo cual su prueba es imprescindible, puesto que
ésta es (por decirlo de alguna manera) su boleto de integración al sistema, su certifi-
cado de legitimidad. Una proposición matemática inconexa e inútil es un contrasenti-
do. Por lo tanto, hay una relación interna fundamental entre "matematicidad" y
"aplicabilidad".22

19
L. Wittgenstein, Tractatus, 6.21.
20
L. Wittgenstein. Observaciones Filosóficas, XIII, sec. 155.
21
L. Wittgenstein, Tractatus, 6.211 (a)
22
Aquí asumo que la, por así llamarla, legitimación de las matemáticas es externa a éstas y que, por lo tanto,
no puede aparecer más que en la "vida civil". Por razones obvias, no puedo en este ensayo abordar siquiera
la espinosa cuestión de las relaciones entre las matemáticas y la experiencia, ya sea perceptual o teórica,
puesto que eso me alejaría demasiado de mi tema y me llevaría por otros derroteros.

28
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

Es importante entender la perspectiva wittgensteiniana para poder apreciar con


justicia su crítica. Lo que Wittgenstein hace es describir la funcionalidad peculiar de
las proposiciones matemáticas. De esta descripción emerge la aclaración de su modo
de significación. Y lo que poco a poco Wittgenstein descubre es, como argumenté
anteriormente, que hay una conexión esencial entre una proposición matemática y su
prueba o demostración. "La proposición matemática es el último eslabón en una ca-
dena de prueba".23 Ahora bien, lo que hay que entender es que esta idea resulta de
una descripción de lo que de hecho los matemáticos hacen, no de una concepción
fantasiosa o a priori de las matemáticas. No formaba parte de las intenciones de
Wittgenstein desarrollar una teoría del significado al modo tradicional. Por lo tanto, la
etiqueta "verificacionista", a la que tantas veces se ha recurrido para caracterizar su
posición, no es la apropiada. Wittgenstein no fue nunca un verificacionista en el sen-
tido de los empiristas lógicos (Schlick, Ayer, etc.). Su objetivo era dar cuenta de la
racionalidad de las matemáticas, de su estructura y de su modus operandi, y ello lo
llevó a examinar el modo como adquieren sentido sus proposiciones. Esta perspectiva
le permitió hacer una serie asombrosa de pronunciamientos concernientes a toda una
variedad de temas, rara vez abordados por otros: el carácter prescriptivo de las
proposiciones matemáticas, las diferentes clases de pruebas que hay (directas, por
inducción, por reducción al absurdo, etc.), la naturaleza de los números, el infinito, y
muchos más. Pero, más relevante para nuestros propósitos, le proporcionó una plata-
forma desde la cual comprender mejor y discutir los resultados de los matemáticos.
Veamos a dónde nos lleva esto en el caso de Gódel.

IV) La Prueba de Godel


El célebre artículo de Godel, como se sabe, fue publicado en 1931, si bien su impacto
entre los filósofos empezó realmente a hacerse sentir por lo menos después de que
Tarski presentara su artículo sobre la verdad, esto es, en 1935. Ahora bien, las obser-
vaciones de Wittgenstein que hemos citado, y algunas otras que habremos de utilizar,
datan de 1929 (!). Parecería, pues, que Wittgenstein de alguna manera "olfateaba"
resultados como el que haría famoso a Gódel un par de años después. Lo interesante
y asombroso del caso es que, independientemente de que resulten convincentes o no,
sus pensamientos ciertamente son relevantes para la comprensión y la discusión se-
ria del resultado de Godel.

23
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas, XIII, sec. 162.

29
GÓDEL Y WlTTGENSTEIN

El trabajo de Gódel presupone todo el trabajo hasta entonces realizado en el terre-


no de los fundamentos de las matemáticas. Su punto de partida son las paradojas, en
las cuales Gódel se inspira. Ahora bien, independientemente de que en última instan-
cia fuera fallido, el programa logicista de Russell (y Whitehead) había inspirado a
muchos otros matemáticos, de manera que se tenía una idea clara de qué era lo que
se perseguía. El objetivo primordial para muchos era demostrar la consistencia de las
matemáticas (signifique eso lo que signifique) y el ideal para alcanzarlo era la
axiomatización. Se suponía que se podían ofrecer pruebas de consistencia, de mane-
ra que quedara demostrado que, por ejemplo, en la aritmética de Peano no se puede
deducir tanto cp como ~cp, para alguna fórmula cp.
Lo que Gódel hizo fue construir un sistema formal en el que se asigna un número
a cada uno de los signos empleados (constantes, variables, paréntesis, cuantificadores,
etc.), de manera que cualquier fórmula bien formada tiene una traducción al lenguaje
numérico. Pero eso no es todo: todas las series de fórmulas bien formadas también la
tienen, de manera que a cualquier demostración formal corresponde una demostra-
ción numérica. El número que le corresponde a cada expresión es su "número de
Gódel". Esto es lo que se conoce como la aritmetización de la sintaxis. Curiosamente,
en este caso es la aritmética la que "habla" de las oraciones del meta-lenguaje, en el
sentido de que las refleja. En efecto, una vez establecidas las convenciones, Gódel
pasa a hacer ver que "Cada enunciado meta-matemático está representado por una
fórmula única dentro de la aritmética".24 O sea, todo lo que se afirme sobre el cálculo
tendrá una representación o formulación numérica. En particular, afirmaciones
como la de que algo es una prueba de una cierta proposición quedarán reflejadas en
el simbolismo aritmético de determinada manera, es decir, como fórmulas bien for-
madas de la misma aritmética. Nagel y Newman lo exponen de este modo: "un enun-
ciado meta-matemático que dice que una cierta secuencia de fórmulas es una
demostración de una fórmula dada es verdadera si, y sólo si, el número de Gódel de
la supuesta prueba está en la relación aritmética designada aquí por 'Dem' con el
número de Gódel de la conclusión".25 Acto seguido, y aquí viene el gran truco formal,
Gódel se las arregla para construir una fórmula G que es la representación aritmética
del enunciado meta-matemático 'La fórmula G no es demostrable'. Quizá debamos
aclarar con más detalle cómo aparece aquí el elemento de auto-referencia. Lo que
sucede es que lo que la fórmula que Gódel construye hace al ser, por así decirlo,
decodificada, es afirmar de ella misma que no es demostrable en el sistema cons-

24
E. Nagel y J. R. Newman, Gódel's Proof (USA: New York University Press, 1958), p. 77.
25
Ibid, p. 79.

30
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

truido. Gódel hizo ver, además, que si G fuera demostrable, entonces su negación
también lo sería, con lo cual se habría hecho ver que la aritmética es inconsistente,
puesto que entonces permitiría deducir tanto una fórmula como su negación. Asumiendo,
por lo tanto, que la aritmética es consistente, lo que se sigue es que la fórmula en cuestión
es "indecidible", es decir, que ni ella ni su negación son demostrables. De particular impor-
tancia es señalar que no por ser indecidible deja la fórmula de ser verdadera. La verdad
de la fórmula quedó demostrada meta-matemáticamente . Está implicado, desde luego,
que la aritmética es incompleta, es decir, que necesariamente contiene verdades que no
son demostrables. El resultado atañe a la aritmética por la sencilla razón de que el lenguaje
que se aritmetiza es el lenguaje de la lógica (de segundo orden), es decir, un lenguaje
suficientemente fuerte como para contener la aritmética.
En síntesis: lo que Godel logró fue construir una "prueba" de una "proposición
numérica" que "se refiere a sí misma" para "decir de sí misma" que aunque "verda-
dera", es "indemostrable" en el sistema al que pertenece. Lo menos que puede decirse
es que se necesitan demasiadas comillas dobles para enunciar lo que se quiere
afirmar. Intuitivamente al menos, es obvio que aunque ni los detectemos ni sepamos
explicarlos, se han operado aquí cambios semánticos importantes y el que no sepa-
mos dar cuenta de ellos quiere decir que aún no se ha aprehendido cabalmente el
significado del teorema de Gódel. Por otra parte, si el sistema de Gódel no fuera otra
cosa que una pequeña maquinaria formal, su trabajo sería una curiosidad y nada más.
Pero el sistema de Gódel es tal que no sólo se aplica a las matemáticas en su conjunto
(Le,, a aquellas ramas de las matemáticas cuyos axiomas y reglas son recursivamente
enumerables y, por ende, cuyos teoremas se pueden ir enunciando), sino más en
general que su resultado se aplica a cualquier sistema que sea lo suficientemente
fuerte como para contenerlas, esto es, que pueda ser puesto en relación con los
números de una manera sistemática. El resultado es, pues, todo menos trivial.
El hecho de que los matemáticos no tengan nada qué objetar a la prueba de Gódel
ni mucho menos quiere decir que entonces no tenga ésta nada de extraño, que no
haya nada en ella para dejarnos perplejos y que no pueda ser cuestionado desde otras
plataformas. Una forma de transmitir nuestra perplejidad es equiparando la prueba
con lo que sería un procedimiento semejante sólo que en otro contexto simbólico.
Consideremos que nuestro lenguaje objeto es el ruso y nuestro meta-lenguaje el
español. Originalmente, lo que se quería era probar algo acerca del ruso (el cual co-
rresponde, en nuestro ejemplo, a la aritmética), pero lo que ahora hacemos es usar el
ruso para codificar el español y hablar acerca de éste. Así, a cada signo del español le
hacemos corresponder uno y sólo un signo del alfabeto cirílico. Cualquier expresión del
español tendrá entonces su versión en ruso. Y lo que ahora el Godel imaginario de

31
GÓDEL Y WlTTGENSTEIN

nuestro ejemplo nos diría es que hay una fórmula en cirílico que afirma de sí misma que
no es demostrable y lo que a su vez eso querría decir es que hay una oración en
español cuyo valor de verdad no podemos determinar! Si el parangón vale y tiene
alguna utilidad es para dejar en claro que hay algo no sólo de sospechoso sino de
fantástico en la prueba de Godel, por más que de acuerdo con los técnicos matemá-
ticos ésta sea impecable, y por consiguiente también en el proyecto mismo, algo que
quienes se limitan a repetir una y otra vez el resultado de Godel o su prueba completa
no parecen ni siquiera detectar y mucho menos saber despejar.
En sus escritos de filosofía de las matemáticas, Wittgenstein enuncia diversas
críticas al trabajo de Godel, críticas que en su mayoría han sido minimizadas, vistas
con desdén o, en el mejor de los casos, ignoradas. Importantes lógicos y filósofos de
la ciencia han coincidido en opinar que simplemente Wittgenstein "no entendió" el
teorema, o por lo menos no supo apreciar sus implicaciones formales.26 Yo pienso
que el asunto no es tan simple y que las críticas de Wittgenstein algo nos dicen de más
interesante que lo que han sostenido quienes se han limitado a aplaudir el malabaris-
mo formal de Godel. De eso me ocuparé en la siguiente sección.

V) Presuposiciones Gódelianas
Wittgenstein ha sido criticado en numerosas ocasiones por haber afirmado que su
tarea "es no hablar acerca de (e.g.) la prueba de Godel, sino esquivarla".27 Esto ha
sido interpretado por muchos como una declaración explícita de incapacidad por par-
te de Wittgenstein para enfrentar y dar cuenta del teorema de incompletitud. Para
quien conoce, aunque sea mínimamente, la trayectoria de Wittgenstein, un juicio así
resulta, aparte de injusto, torpe. Para empezar, Wittgenstein conocía el teorema y
estaba perfectamente consciente de lo que entrañaba. Lo que él estaba afirmando era
precisamente que su función no consistía en intentar poner en cuestión una demostra-
ción particular, el trabajo formal del matemático. Su crítica no pretendía ser "técnica"

26
El artículo "Wittgenstein's Philosophy of Mathematics" en Truth and Other Enigmas (Duckworth:
London, 1978), pp. 166-185, de M. Dummett, y el ensayo "Wittgenstein's Remarks on the Foundations
of Mathematics", de G. Kreisel, en British Journal for the Philosophy of Science, IX (1958-9), pp. 135-
158, ejemplifican muy bien esta posición un tanto desdeñosa y displicente en relación con el trabajo de
Wittgenstein en el área de la filosofía de las matemáticas y, muy en especial, de sus reflexiones en torno
al teorema de Godel.
27
L. Wittgenstein, Remarks on the Foundations of Mathematics (Cambridge/London: The M.I.T.
Press, 1975), V, sec. 16.

32
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

(cosa que por otra parte, por lo menos hasta donde yo sé, nadie todavía ha siquiera
intentado). Ignoro si Wittgenstein pensaba que el trabajo de Godel era formalmente
cuestionable, es decir, tal que se pudieran encontrar fallas internas (no hay en sus
escritos nada en este sentido), pero lo que sí es claro es que él intuía que dicho
teorema acarreaba dificultades de comprensión, porque con él se había aportado algo
nuevo, con lo cual se creaban nuevos enigmas filosóficos. Esa era en general la
actitud de Wittgenstein, lo cual queda además ampliamente confirmado con lo que
dice inmediatamente antes de la multi-citada oración. Allí mismo él dice, refiriéndose
a la lógica de Russell, que su trabajo "no es atacar la lógica de Russell desde dentro,
sino desde fuera.
Es decir: no atacarla matemáticamente -de lo contrario sería yo un matemático-
sino su posición, su función".28 Su actitud es la misma frente al resultado de Gódel. O
sea, no es qua técnico sino como filósofo que Wittgenstein encara tanto la lógica de
Russell como el teorema de Gódel. Su tarea consiste, por lo tanto, en ofrecer una
dilucidación filosófica de un resultado que obviamente plantea nuevos retos intelec-
tuales, retos que en general sus más fanáticos adherentes ni siquiera perciben y
simplemente dejan pasar. Insisto en que, por lo menos hasta donde yo sé, Wittgenstein
no está rechazando la prueba de Gódel en cuanto tal, es decir, qua demostración. Si
ningún matemático ve problemas en la prueba misma ¿cómo podría alguien externo a
las matemáticas pretender siquiera rechazarla? Wittgenstein, por lo tanto, acepta (sobre
la base del aval dado por los matemáticos) el resultado de Gódel, en el sentido de que
acepta que es la fórmula final de una secuencia válida de fórmulas y no tiene, por
consiguiente, para qué hablar de la prueba misma. Ello parece más bien obvio. El
punto importante, en cambio, es que dicho resultado es filosóficamente problemático,
como puede serlo una definición de 'materia' en la física cuántica o de 'vida' en la
biología molecular.
¿Por qué es problemático el teorema de Gódel? Es evidente (o debería serlo) que
no se trata de un teorema matemático más. Hay demostraciones matemáticas más
complejas que no son filosóficamente interesantes. El teorema de Gódel sí lo es. ¿Por
qué? Disponemos ya de algunos elementos que quizá nos permitan empezar a inten-
tar responder a esta pregunta.
En primer lugar, Wittgenstein tiene suspicacias frente al teorema de Gódel porque
la labor de este último representa el último eslabón en una cadena de trabajos que
tienen su origen en el proyecto logicista russelliano y Wittgenstein, con no malas y no

28
Ibid., V, sec. 16.

33
GÓDEL Y WlTTGENSTEIN

pocas razones, cuestiona dicho proyecto. Es, pues, normal que algo que emana de
dicho programa le resulte de entrada sospechoso. Por otra parte, del proyecto de
Russell surgió, como una respuesta a lo que parecía un programa fallido, el de Hilbert,
i.e., el proyecto de mostrar que la aritmética es consistente, un programa que a Witt-
genstein también le resulta de hecho incomprensible, porque el miedo por las contra-
dicciones siempre le pareció a Wittgenstein un típico producto de confusiones e
incomprensiones.29 Una vez más, podrá pensarse lo que se quiera, pero lo único que
no se puede afirmar es que su posición esté basada en argumentos desdeñables. Es
perfectamente comprensible, por lo tanto, que Wittgenstein en un primer acerca-
miento se sintiera receloso frente al sorprendente resultado de Gódel.
Por si fuera poco, Gódel enturbia las aguas con un trabajo en el que menciona
Principia Mathematica cuando su verdadero blanco es el programa de Hilbert, puesto
que lo que ante todo Gódel muestra es que la aritmética es indecidible dentro de la
misma aritmética y que su consistencia no puede ser probada por medio de su propia
teoría. Pero es obvio que Russell nunca se impuso a sí mismo de manera explícita la
tarea de demostrar la consistencia de las matemáticas. Lo que él quería hacer ver
era que cualquier verdad matemática tenía como traducción una verdad lógica. Dado
que a la mitad de su programa se topó súbitamente con el problema de las paradojas,
su labor consistió entonces en tratar de encontrar un mecanismo para resolver el
problema que éstas planteaban. Esto Gódel simplemente ni lo menciona, a más de
que ni siquiera se propone lidiar con dicho tema. Es más: puede afirmarse que lo que
él logra es más bien (por lo menos a primera vista) reivindicar las paradojas, al forma-
lizar una nueva "paradoja" para la cual no hay una solución formal.30 No es, pues, del
todo errado afirmar que Gódel representa la venganza y el triunfo de las paradojas y
de la auto-referencia, a las que con tanto trabajo se había logrado contener. En este
sentido, el trabajo de Godel sí es claramente anti-russelliano.
No estará de más preguntarse por la clase de problemas que Gódel se aboca a
dejar resueltos en forma definitiva. Consideremos por un momento el lenguaje natu-
ral o el de cualquier ciencia natural. De seguro que se pueden hacer en dichos len-
guajes aseveraciones que nunca podrán ser confirmadas o desconfirmadas, pero que
no obstante son significativas. Por ejemplo, podemos afirmar que hay en el centro del
planeta de nuestro sistema solar más distante de la Tierra lombrices carnívoras. Po-

29
Véase mi artículo "Russell y Wittgenstein sobre Contradicciones y Paradojas" en Estudios sobre las
Filosofías de Wittgenstein (México: Plaza y Valdés, 2003).
30
Digo "nueva paradoja", porque es claro que el resultado de Gódel no conduce a contradicciones, como
las paradojas que a Russell preocupan (o por lo menos no se ha demostrado que así sea).

34
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

demos afirmar con relativa seguridad que nunca nadie estará en posición de confir-
mar o de rechazar con base en evidencias empíricas semejante proposición. Para el
lenguaje empírico es esa una proposición "indecidible". No obstante, nadie se sor-
prende por ello ni considera que se trate de algo que revista alguna importancia
especial. ¿Por qué entonces poner el grito en el cielo cuando alguien nos demuestra
que lo mismo puede darse en el caso de las proposiciones matemáticas, esto es, que
habrá siempre alguna proposición que quizá sea verdadera, pero que no podrá nunca
ser demostrada en la teoría de los números o, más en general, en un sistema formal
con determinadas características? A más de uno podría resultarle inclusive hasta
evidente! A lo que Wittgenstein apunta, por lo tanto, es a lo débil de la motivación
godeliana. En todo caso, lo que Gódel está estableciendo es un resultado que anula
todo un proyecto de fiindamentación que, entre otras cosas, era también semi-absur-
do. Así vistas las cosas, sería con un resultado fantástico que se estaría anulando un
programa absurdo. Eso sí parece tener sentido. Si efectivamente el problema de la
inconsistencia de la aritmética es un pseudo-problema ¿no tendrá por lo menos un
status raro cualquier teorema que establezca algo decisivo en relación con él? Des-
pués de todo, una solución para un pseudo-problema tiene que ser algo sumamente
extraño. Por lo menos un poco de suspicacia en este caso no parece del todo fuera de
lugar.
En segundo lugar, es claro que con su teorema Gódel echa por tierra muchas distin-
ciones útiles y que parecían definitivas y no deja de ser curioso que nadie proteste por
ello, es decir, que todo mundo acepte ecuánimemente semejante proceder. En especial,
en su teorema se borra, al parecer matemáticamente de manera justificada, la
distinción "lenguaje objeto - meta-lenguaje", así como se ignora la idea del Tractatus
de que una función no puede ser su propio argumento.31 Ahora bien, en lo que hay
que insistir es en que no basta con un resultado para desechar una distinción que
funciona muy bien en todas partes menos precisamente en la prueba en cuestión.
Parecería que el mecanismo gódeliano está necesitado de alguna especie de justifi-
cación, es decir, que debería venir acompañado de alguna clase de explicación, de
aclaraciones que Gódel simplemente no da. El mero teorema (o la fórmula final) no
basta para comprenderlo. Podríamos aquí suponer que el resultado de Gódel si bien
es inobjetable sintácticamente es ambiguo en algún otro sentido. Por ejemplo, podría
sugerirse (y es a mero título de sugerencia que aquí me pronuncio) que si considera-
mos al lenguaje de la aritmética como el lenguaje objeto y al lenguaje de la lógica
como el meta-lenguaje, entonces el lenguaje en el que se lleva a cabo la aritmetización

31
L. Wittgenstein, Tractatus, 3.333.

35
GóDEL Y WlTTGENSTEIN

de la sintaxis equivale realmente no a borrar la distinción "lenguaje objeto - meta-


lenguaje", sino a ampliarla, pues el resultado de Gódel sería una demostración que
estaría tomando cuerpo en el "meta-meta-lenguaje". Ahora bien, el que ello fuera así
implicaría que en el teorema de Gódel los numerales tienen otro significado, diferente
en algún sentido del usual. Esto puede ser una idea totalmente descabellada, pero en
todo caso surge de la inaplazable necesidad de disponer de una explicación de un
resultado: tenemos derecho a saber por qué hemos de admitirlo si entra en conflicto
con distinciones que normalmente todos aceptamos. Queremos saber cómo podemos
mantener simultáneamente las dos cosas. Y la explicación, naturalmente, no puede
consistir en apuntar una vez más al teorema.
Lo dicho más arriba nos lleva a un tercer punto que es también importante. El
teorema de Godel es desconcertante no sólo porque es una paradoja imposible de
rebatir formalmente y porque anula distinciones establecidas y útiles, sino también
porque pone en crisis una determinada concepción de las proposiciones matemáticas
(y en general de las matemáticas), sin reemplazarla con nada. Nosotros partimos de
la idea de que las matemáticas son la ciencia de la demostración y, por lo tanto,
establecimos, en relación con las proposiciones matemáticas, una conexión interna o
necesaria entre "sentido", "demostrabilidad" y "verdad". Pero el teorema de Godel
destruye esta concepción, puesto que lo que representa es un contra-ejemplo: por
medio de él se demuestra precisamente que hay al menos una proposición matemáti-
ca (y probablemente un número infinito de ellas) que es (son) verdadera(s) y por
ende significativa(s), pero que no es (son) demostrable(s) dentro del marco de las
teorías matemáticas consideradas. Pero, una vez más, tenemos que poner en la ba-
lanza lo que está en juego: ¿rechazamos una concepción bien fundada sólo por un
teorema o hacemos un esfuerzo por interpretar el teorema de alguna manera que no
eche por tierra dicha concepción? Yo creo que esa era la vía por la que Wittgenstein
empezaba a adentrarse y que, desafortunadamente, no pudo recorrer hasta el final.
No obstante, ciertamente marcó con claridad el camino: lo que necesitamos es hacer
un esfuerzo de imaginación para dotar de sentido al teorema de Gódel de manera que
resulte consistente con lo que es una concepción muy bien armada de las matemáti-
cas en su conjunto. Con lo que obviamente no podemos quedarnos contentos es con
un juego formal impecable, pero que sencillamente impide que tengamos una concep-
ción explicativa y congruente de las matemáticas in toto.
Por lo anterior, me inclino a pensar que lo que con Godel se alcanza es, más que
una prueba, algo así como un esquema de pruebas, una (por así decirlo), prueba de
pruebas, la demostración de una nueva clase de pruebas. Él probó algo (yiz., una
limitación) para todo formalismo que pueda ser puesto en relación sistemática con los
números naturales y por ello probó algo más que un resultado meramente matemáti-
co (puesto que con la fórmula de Godel no se demuestra nada concreto en matemá-
36
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS

ticas). Por ser tan abstracto, su resultado tiene implicaciones meta-matemáticas im-
portantes, como por ejemplo que todo programa de "reducción" de las matemáticas
es fútil. Quizá un parangón aquí pueda ser útil para comprender la función del teore-
ma de Gódel. Tomemos el campo de la economía. Hacer una inversión es hacer
gastos, pagar sueldos, etc., para construir algo, digamos una fábrica. Pero considérese
el capital financiero. Por medio de una computadora se mueven capitales que pasan
de un banco en Hong-Kong a uno en Nueva York. También son inversiones sólo
que en papel, en libros. O sea, podemos, si queremos, seguir hablando de inversiones,
sólo que es claro que se trata de inversiones de una clase diferente. Lo mismo pasa
con el "teorema" de Gódel y las matemáticas: si se quiere se le puede llamar a su
teorema 'matemático', pero es claramente diferente de lo que normalmente es un
teorema matemático. Por ejemplo, con el teorema de Gódel no se calcula nada, no se
construye nada. Más que matemático, por lo tanto, el teorema de Gódel es un teore-
ma formal32 en el que se usa la aritmética. La prueba de Gódel tiene quizá algo que
ver con el absurdo matemático, sólo que ello es algo sumamente difícil de dilucidar
(algo que probablemente ni Gódel mismo entendía, lo cual no tiene nada de sorpren-
dente y sucede a menudo en ciencia). Por otra parte, puede defenderse la idea de
que la comprensión cabal del resultado de Gódel exige que se le ponga en relación
con otros resultados que le son de alguna manera afines. En verdad, parecería que
para comprender el teorema de Gódel es menester comprender debidamente, inter
alia, el trabajo de Turing y la teoría de la verdad de Tarski y ponerlos en conexión. Son
resultados como esos lo que constituye el verdadero universo del teorema de Gódel y
ellos no son, en el sentido más convencional, resultados matemáticos. En ellos se usan
las matemáticas, pero parecerían pertenecer a un mundo formal superior. De ahí que
no podremos comprender cabalmente lo que el teorema de Gódel "dice" mientras no
lo veamos de manera sistemática en conexión con otros resultados con los que está
internamente vinculado. La imagen a la que ello da lugar es la de un "universo" más
amplio que el de las matemáticas. Lo que en todo caso sí queda claro es que Witt-
genstein tenía razón al pensar que había un sentido en el que el resultado de Gódel no
formaba parte de las matemáticas clásicas.

32
Deliberadamente no digo 'lógico', puesto que es obvio que parte de lo que quiero decir es precisamente
que hay algo de ilógico tanto en la prueba como en la motivación gódelianas.

37
GÓDEL Y WITTGENSTEIN

VI) Observaciones Finales


Wittgenstein sostenía que una demostración matemática genuina es siempre una de-
mostración de una proposición concreta. El teorema de Gódel no es eso. Wittgenstein
pensaba que en matemáticas la prosa es irrelevante. En la prueba de Gódel una
proposición matemática "habla" y "afirma" algo de sí misma. En efecto, la prueba de
Gódel pretende ser una demostración de una proposición abstracta que de alguna ma-
nera se refiere al todo de las proposiciones matemáticas, Le., que supuestamente "dice"
algo acerca de ellas. En ese sentido es "prosa" y en la misma medida, si Wittgenstein
tiene razón, no forma parte del mismo universo. Desde el Tractatus Wittgenstein había
defendido la idea de que la auto-referencia se produce cuando una función funge
también como su propio argumento. Godel hace ver que hay juegos simbólicos en
donde esta limitante no vale y que cuando se pasa del lenguaje objeto al meta-meta-
lenguaje la auto-referencia es posible. ¿Refuta Godel a Wittgenstein? Claro que no.
Lo único que se puede inferir es que si lo que Wittgenstein sostiene no se aplica o no
vale para el teorema de Gódel, entonces el de Gódel no es estrictamente hablando un
resultado matemático, sino un resultado de (por así decirlo) otra clase y en el cual y
para el cual se usan las matemáticas. Puede entonces afirmarse que de alguna ma-
nera, sólo indirectamente, por exclusión quizá, Wittgenstein da cuenta de la labor de
Gódel, y lo hace mejor inclusive que quienes se declaran los partidarios de este últi-
mo, los cuales en la gran mayoría de las ocasiones no saben hacer otra cosa que
ensalzar la hazaña formal de Godel. Pero ciertamente ensalzar no es comprender ni
es saber explicar. De lo que estamos en espera, por consiguiente, es de la filosofía
post-wittgensteiniana de los nuevos formalismos, esto es, de aquella filosofía que
representaría un genuino avance, una expansión de la filosofía de las matemáticas de
Wittgenstein, y que permitiría dar cuenta de resultados como el de Gódel. Si lo que en
general Wittgenstein afirma sobre las matemáticas no se aplicara al teorema de Gódel
frente a lo que estaríamos sería no una refutación de sus puntos de vista, sino una
clara indicación de que se alcanzó un límite en el desarrollo de cierta área del pensa-
miento humano. En dónde esté el genio que articulará para nosotros la nueva filosofía
del formalismo es, sin embargo, algo tan enigmático e insondable como lo es aún en
nuestros días el teorema que nos llevó a escribir estas líneas.

38
Números Wittgensteinianos

I) Introducción

D esde que, en el siglo V AJC, los pitagóricos pusieran en circulación la idea de


que los números están en las cosas, la investigación respecto a la naturaleza
del número se convirtió en un tema filosófico fundamental y no es exagerado
sostener que muchos sistemas filosóficos, bien armados y atractivos en relación con
otros tópicos, se derrumban ante su incapacidad para dar cuenta de él, Le., de dicho
tema. La naturaleza del número, en efecto, constituye un tema no sólo difícil — por lo
técnico — sino particularmente elusivo. Por ejemplo, no es de extrañar que al abor-
darlo se parta de premisas aceptables y que no obstante se desemboque, por medio
de razonamientos impecables, en contradicciones, en absurdos, en problemas insolu-
bles o en propuestas francamente increíbles. A decir verdad, esto es lo que acontece
con los pitagóricos: partiendo de la idea, a primera vista inobjetable e inocua, de que
hablar de los números es hablar de algo y que usamos los números para contar
entidades, es razonable inferir que los números, sean lo que sean, tienen algo que ver
con los objetos contados, esto es, no están desligados de ellos. El que haya aquí dos
leones me dice por lo menos dos cosas acerca de ellos, viz., que son leones y que son
dos. No es, pues, descabellado concluir que, así como están allí los trozos de materia
que conforman a los leones, allí está también, de alguna manera, el número dos. Si a
consideraciones de esta clase añadimos las concernientes a la verdad y falsedad de
los enunciados matemáticos, la objetividad de los resultados que se obtienen, su vali-
dez universal, etc., en verdad lo extravagante sería no proponer una teoría realista de
la verdad matemática y una concepción objetivista del número.
Estos lugares comunes permiten constatar que, en este como en muchos otros
casos, las doctrinas filosóficas se extraen o se rundan en interpretaciones del simbolismo
involucrado. Dicho de otro modo, debería ya ser obvio que toda teoría filosófica de
NÚMEROS WITTGENSTEINIANOS

los números procede de una teoría general del lenguaje, esto es, presupone una teoría
así, no habría podido desarrollarse sin ella. Es claro, por otra parte, que ello es inde-
pendiente de que el filósofo del número se haya explícitamente pronunciado en
relación con temas de filosofía del lenguaje. Esto en parte explica por qué inclusive
en el caso de grandes matemáticos a menudo se pueden discernir, en sus pronuncia-
mientos filosóficos, elementos de ingenuidad, por no hablar de crudeza o de
primitivismo. Aunque desde luego no siempre, en múltiples ocasiones podemos ras-
trear los fundamentos de intrincadas teorías acerca del número en la bien conocida
posición que hace de los numerales nombres de entidades y de diversos signos mate-
máticos nombres de propiedades o de relaciones que, se supone, valen entre dichas
entidades.
En este trabajo parto de la intuición wittgensteiniana de que una "representación
perspicua" del lenguaje en general y del simbolismo matemático en particular debe
generar la visión correcta del número y evitarnos la elaboración de una "teoría" al
respecto. Me concentraré básicamente en lo que se nos dice en el Tractatus y, por
consiguiente, en los números naturales. En vista del carácter abiertamente polémico
de aquel primer gran libro de Wittgenstein, sería recomendable hacer un muy breve
recordatorio de algunas ideas que constituyen su trasfondo natural y muy especial-
mente de algunas ideas del logicista más ambicioso y, pienso, coherente: Bertrand
Russell. Es sobre el trasfondo de la crítica que Wittgenstein elabora de Russell que
irá paulatinamente emergiendo una nueva concepción del número, mucho más pro-
funda, esclarecedora y, creo, convincente.

II) Algunas Ideas de Russell


No me parece que sea necesaria otra cosa que hacer una simple enumeración de
algunas fundamentales (y bien conocidas) tesis russellianas para tener ante los ojos el
cuadro que será el principal blanco de Wittgenstein. Para nuestros objetivos, nos
bastará con tener presente los siguientes cuatro puntos:

a) Russell es de los pocos filósofos que disponen de un criterio ontológico, a


saber, el de los vocabularios mínimos. De acuerdo con éste, si un término es de
alguna manera eliminable es porque es dispensable y si es dispensable es por
que carece de significado, es decir, no denota.
b) Russell no cuestiona las clasificaciones básicas del lenguaje natural, aunque sí
altera sus contenidos y fronteras. Por lo tanto, hay sujetos genuinos, así como
hay genuinas propiedades y relaciones.
40
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

c) Russell hace suya la teoría lógica del significado, según la cual el significado de
una expresión ineliminable es un objeto o una entidad de alguna clase y de
algún tipo.
d) Russell es un logicista. Lo que esto implica es que los numerales no son nom
bres. Desde esta perspectiva, los números no son otra cosa que "construccio
nes" o "ficciones" lógicas.

No es nuestro propósito volver a la carga con el recuento de las objeciones ya


clásicas elevadas en contra del programa de Russell, puesto que son de muy diversa
índole y en este caso nos llevarían desde el joven Wittgenstein hasta el Wittgenstein
de la madurez, pasando por Ramsey, Gódel, Benacerraf y muchos otros. En cambio,
sí nos ocuparemos brevemente de las críticas contenidas en el Tractaíus, sólo que
eso lo haremos después de haber reconstruido algunas de las elucidaciones
wittgensteinianas respecto al lenguaje en general. Veamos, pues, rápidamente qué
nos dice el joven Wittgenstein sobre la representación lingüística para pasar después
a lo que es propiamente hablando nuestro objeto de investigación, esto es, el número.

III) El Tractatus y la Representación


La posición de Wittgenstein en relación con el número queda articulada por medio de
unas cuantas nociones, siendo las más prominentes las de concepto formal, serie
formal, relación interna y operación. Empero, estas nociones son a su vez usadas
dentro del marco de la teoría general de la representación defendida por Wittgens-
tein, a la que se le conoce como "Teoría Pictórica". Dado que no es nuestro tema,
más que tangencialmente, la teoría misma de la representación, nos limitaremos a
ofrecer únicamente sus lincamientos generales.
El lenguaje, entendido como un sistema regulado de signos, es posible porque
ciertas condiciones se cumplen. Dijimos que el lenguaje sirve para representar, pero
esto de inmediato hace que nos planteemos ciertas preguntas. Quizá las más perti-
nentes para nuestros propósitos sean las dos siguientes:

a) ¿qué representa el lenguaje?


b) ¿cómo se representa por medio del lenguaje?

Lo que se representa por medio del lenguaje es la realidad. Esto, sin embargo, exige
ciertas aclaraciones. La expresión 'la realidad' no es un nombre de un algo, sino que más
bien sirve para englobar a sus "elementos" en una totalidad. Paralelamente, lo que repre-
41
NÚMEROS WITTGENSTEINIANOS

senta no es "el lenguaje", sino ciertas unidades lingüísticas, a saber, las oraciones,
esto es, una clase especial de retratos (Bilder). Los elementos de la realidad que,
propiamente hablando, son representados son los estados de cosas, las situaciones.
La totalidad de dichas situaciones es "el mundo". Los hechos del mundo yacen en el
espacio lógico, es decir, el espacio de la factualidad. Como una consecuencia de la
fundamental propiedad lógica de bipolaridad de las proposiciones, el mundo del Tractatus
resulta ser un mundo radicalmente atomizado, atomizado en el espacio, en el tiempo,
en relación con los colores y sin causalidad. Los estados de cosas se dan o no con
total independencia unos de otros. Por ello, la representación no es únicamente de los
estados de cosas que de hecho se dan, sino de todos los estados de cosas posibles.
Los estados de cosas a su vez se componen de objetos.
La esencia del lenguaje es la representación factual y ésta es posible porque con
el lenguaje se "retratan" hechos. La única función posible del lenguaje es la de retra-
tar hechos. Cada oración o signo proposicional es un retrato potencial (si la oración
está bien construida) que se vuelve una proposición cuando su sentido es pensado.
Las oraciones completamente analizadas se componen de nombres. La representa-
ción de estados del mundo presupone entre otras cosas, y por lo menos, lo siguiente:

a) que en una proposición elemental o completamente analizada haya tantos nom


bres como objetos en el estado de cosas representado y que a cada nombre le
corresponda uno y sólo un objeto.
b) que la estructura del hecho retratado sea idéntica a la estructura de la propo
sición.

Lo que hemos dicho está en el núcleo de las respuestas a las preguntas planteadas
más arriba y vienen enmarcadas (sigo en esto a Jaakko Hintikka) en una muy espe-
cial teoría de la ostensión. En efecto, es plausible sostener que cuando Wittgenstein
afirma que los objetos (esto es, la sustancia del mundo) "se muestran", lo que quiere
decir es que son el contenido de nuestra experiencia inmediata, el material último con
el que ésta se construye y es por eso que sólo pueden "mostrarse' y no ser puestos en
palabras. En todo caso, lo importante es lo siguiente: la representación tiene un ca-
rácter empírico. No hay representación genuina que no haga intervenir el mostrar,
esto es, la ostensión, aunque su precio sea el silencio. Con esto en mente, intentaré
reconstruir lo que Wittgenstein tiene que decir en el Tractatus en relación con los
números.

42
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

IV) Números y Verdad Matemática


Como ya se dijo, el punto de vista correcto en relación con los números debe provenir
de la intelección correcta del simbolismo matemático, el cual a final de cuentas no es
sino una porción del lenguaje humano. Su carácter de subordinado es enunciado de
diverso modo, pero una formulación particularmente cáustica es la que ofrece
Wittgenstein cuando afirma: "En la vida no es nunca una proposición matemática lo
que necesitamos. Más bien, empleamos proposiciones matemáticas únicamente para
inferir de proposiciones que no pertenecen a las matemáticas otras que, de igual
modo, tampoco pertenecen a las matemáticas".1 Es de crucial importancia, por lo
tanto, entender cómo entra el simbolismo matemático en la representación pictórica
del mundo.
La primera de las nociones que debemos esclarecer es, me parece, la de concep-
to formal. Wittgenstein distingue esta noción de la de concepto genuino. Un concepto
genuino es aquel que, al ser usado de manera apropiada, genera una proposición, esto
es, algo que tiene condiciones de verdad. Conocer dichas condiciones es conocer su
sentido. Desde el punto de vista de la Teoría Pictórica un signo para un concepto
genuino es un nombre, puesto que Wittgenstein rechaza no tanto la idea de estructu-
ración lingüística como la de tipo lógico y, sobre todo, tipo ontológico. Como él mismo
nos lo dice, "Las jerarquías son y deben ser independientes de la realidad"2. Aquí es
pertinente distinguir entre prototipos y tipos lógicos. Una función acarrea consigo su
prototipo de argumento, pero esto no significa que una función sea de un "tipo lógico"
superior. Y si se nos pregunta '¿por qué es ello así?', lo único que podemos responder
es: "Las reglas de la sintaxis lógica deben ser inteligibles por sí mismas, tan pronto
como se conoce de qué manera significa cada signo"3. Independientemente de si lo
que Wittgenstein afirma es satisfactorio o no, el hecho es que siempre repudió la
"teoría de los tipos lógicos" de Russell y, por ende, sus implicaciones metafísicas.
En este punto es menester recurrir al simbolismo lógico usual. Una distinción
básica es la distinción entre constante y variable. Una constante es un nombre, en
tanto que una variable es más bien un mecanismo. Si un concepto es usado debida-
mente, al ser formalizada la expresión en la que aparece queda recogido por una
constante. Pero hay conceptos que quedan recogidos en el simbolismo gracias única-

1
L. Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus, (London/Henley: Routledge and Kegan Paul, 1978),
6.211 (a).
2
Ibid., 5.5561 (b)
3
Ibid., 3.334.

43
NÚMEROS WITTGENSTEINIANOS

mente a las variables. En casos así nos las habernos con conceptos formales y un
rasgo esencial de dichos conceptos es que no pueden quedar expresados por medio
de proposiciones. La razón es simple: cuando intentamos hacerlo lo que generamos
es una tautología, explícita o encubierta. Veamos rápidamente un ejemplo.
Supongamos que hablamos de niños. Para poder hacerlo habremos de disponer de
un stock de "nombres", en el sentido amplio autorizado por el Tractatus. Podremos
entonces decir cosas como 'Juanito es simpático' y 'Luisito es mexicano'. 'Es sim-
pático' y 'es mexicano' son genuinos conceptos. Pero si ahora pretendemos decir
'Juanito y Luisito son niños', nuestra expresión carece de sentido: nosotros ya sabía-
mos, por ser usuarios normales del lenguaje, que 'Juanito' y 'Luisito' eran nombres
de niños. Luego lo que en ese caso estaríamos haciendo sería construir una vacua
tautología, una pseudo-proposición. En relación con los niños Juanito y Luisito "ser
niño" es un concepto formal y no es predicable de ellos, al igual que sería absurda la
negación de dicha pseudo-proposición ('los niños Juanito y Luisito no son niños'). Un
punto importante en relación con esto es el siguiente: sería un error grotesco inferir que,
desde el punto de vista del Tractatus, hay un conglomerado fijo de conceptos formales,
en tanto que opuestos a conceptos genuinos, establecido apriori. Wittgenstein tiene el
cuidado de recordarnos que los elementos de su aparato conceptual, nociones como
objeto, propiedad, estado de cosa, etc., tienen un "uso oscilante". Dicho de otro modo,
qué sea un objeto dependerá de qué sea un nombre en un lenguaje dado; asimismo, un
concepto que en un discurso puede funcionar como un concepto genuino puede
funcionar en otro como un concepto formal. Eso es algo que sólo pueden revelar
nuestras variables. "Un concepto formal está automáticamente dado cuando se da
un objeto que cae bajo él".4 Si ahora hablamos de los alumnos, decir que Juanito es un
niño será decir algo con sentido, pero decir que es un alumno ya no será decir nada
significativo, puesto que de entrada sabíamos que lo que teníamos eran nombres de
alumnos. En este caso, el concepto formal será "ser alumno" y Juanito
automáticamente cae bajo él.
Ahora bien, Wittgenstein sostiene que los números son conceptos formales. Lo
primero que esto implica es que los numerales no son nombres. O sea, el modo
como entran los números en la representación pictórica de los hechos no es vía la
designación, sino por medio de variables. Los numerales no son más que un mecanis-
mo simbólico para recoger lo indicado por las apariciones de las variables, una vez
que se ha encontrado la forma lógica de una oración. En efecto, si decimos que hay
3 objetos sobre la mesa lo que decimos es algo tan simple como (Í3x,y, z) [(Me & My
& Mz) & (w) (Mw —> x = wv x = y v w = z)] . Es así como entran los números en las

4
Ibid., 4.12721.
44
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

proposiciones. Los números, por lo tanto, son más como cuantificadores que como
designadores de objetos. Las implicaciones filosóficas de este señalamiento son asom-
brosas: ponen coto a toda clase de disquisición acerca del número de objetos que hay
en el mundo y permiten echar por tierra el axioma russelliano de infinitud, así como la
jerarquía numérica de Russell. Si esto, que en verdad parece trivial, es acertado,
entonces nada parece más descabellado que las concepciones filosóficas elaboradas
a partir de consideraciones sobre los numerales en oraciones gramaticalmente bien
formadas, pero cuya sintaxis lógica fue ignorada. Probablemente lo que más contri-
buya tanto a impulsar como a desacreditar dichas concepciones sea la idea ingenua
de que los numerales son nombres de objetos. Ahora que sabemos que no son como
nombres que entran en las proposiciones los signos matemáticos nos resultará com-
prensible la aseveración de Wittgenstein en el sentido de que "Las proposiciones de
las matemáticas no expresan ningún pensamiento".5 En otras palabras, las proposi-
ciones matemáticas no son ellas mismas retratos de nada. Dicho de otro modo: no
hay tal cosa como "hechos matemáticos".
Consideremos ahora la noción de relación interna. La definición wittgensteiniana,
que es concisa y clara, concierne a las propiedades, pero es obvio que vale por igual
para las relaciones. De acuerdo con él, "Una propiedad es interna si es impensable
que su objeto no la posea".6 Así, pues, una relación interna es lo que nosotros llama-
ríamos una 'relación necesaria'. La aportación de Wittgenstein a la venerable con-
troversia concerniente a qué propiedades y relaciones son necesarias y cuáles no
consiste en señalar que una relación (o una propiedad) interna no puede quedar
expresada por medio de proposiciones. Una relación así se muestra en las relaciones
necesarias que de hecho valen entre las proposiciones involucradas. "La existencia
de relaciones internas entre posibles estados de cosas se expresa en el lenguaje
mediante una relación interna entre proposiciones que los expresan".7 De ahí que
cuando imaginemos estar enunciando una relación necesaria entre objetos o entre
estados de cosas, lo único que estaremos haciendo será construir una tautología o un
enunciado analítico. Por ejemplo, decir que el 3 no habría podido ser inferior al 2 o
que necesariamente es mayor que el 2, no es algo que tenga sentido decir. Eso es
algo que se muestra en las sumas y restas que de hecho hagamos: si sumamos 3 el
resultado es mayor que si sumamos 2 y si restamos 3 el resultado será menor que si
restamos 2. Es así como se ve que el 3 es necesariamente mayor que 2.

5
Ibid., 6.21.
6
Ibid., 4.123 (a).
7
Ibid., 4.125.

45
NÚMEROS WITTGENSTEINIANOS

La siguiente noción que Wittgenstein requiere para articular su punto de vista es la


de operación. Las operaciones se ejercen prima facie sobre proposiciones y su obje-
tivo no es sino el de extraer ciertas proposiciones a partir de otras. Desde la perspec-
tiva estrictamente extensional del lenguaje defendida en el Tractatus, todas las
proposiciones, independientemente de su apariencia superficial, son el resultado de
operaciones de verdad que toman como bases a las proposiciones elementales. La
noción de operación está, pues, vinculada a la de inferencia, por lo que tiene que ver,
ante todo, con la forma lógica. Las operaciones permiten las transiciones
preposicionales. "Una operación es aquello que hay que hacerle a una proposición
para obtener otra de ella".8 Las operaciones son modificaciones estructurales o for-
males. Ellas mismas, por consiguiente, no dicen nada, no son una enunciación de
nada. "En verdad, una operación no dice nada, sino sólo su resultado y ello depende
de las bases de la operación".9 En este punto es importante trazar una distinción. Hay
operaciones que se ejercen sobre proposiciones genuinas, esto es, proposiciones que
enuncian la existencia de relaciones empíricas, de relaciones que pueden tanto darse
como no darse y que no son, por así decirlo, adivinables. En realidad, en la vida
cotidiana constantemente estamos efectuando operaciones, es decir, hacemos
inferencias y extraemos conclusiones. Las operaciones que en casos así se realizan
nos llevan de ciertas proposiciones a otras que, aunque implícitas, son diferentes. Sin
embargo, hay casos en los que lo que deseamos efectuar es una y la misma opera-
ción, esto es, repetir la operación, tomando como base para ello el último resultado.
Lo que en estos casos nos importan son proposiciones generales, como por ejemplo
la proposición general 'a es el sucesor de b\ independientemente de qué o quiénes
sean a y b. Surgen entonces series que ya no son empíricas sino formales, es decir,
que se expanden por una relación interna, a diferencia de lo que acontece con las
conexiones o series empíricas, las cuales están regidas por relaciones externas o
contingentes. Las series formales son fundamentales para la caracterización del nú-
mero: "Las series numéricas no están ordenadas por una relación externa, sino por
una relación interna".10 Aquí el punto importante es el de que la noción de operación
no presupone a la de número. Las relaciones internas hacen ver que en matemáticas
los resultados son necesarios. El precio de ello, empero, ya lo conocemos: la no
construcción de genuinos pensamientos.
Aunque son muchas las cosas que se pueden decir en relación con las operaciones,
me limitaré aquí a señalar una diferencia fundamental, enfatizada por Wittgenstein,

*Ibid., 5.23. Ubid.,


5.25 (b). 10 Ibid.,
4.1252 (b).

46
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

entre operación y función. Su posición es que "una función no puede ser su propio
argumento, en tanto que una operación puede tomar como su base a sus propios
resultados".11 La idea de una función que se auto-aplica es una idea espúrea: no
entender que una función, que contiene un prototipo, no puede ser su propio argu-
mento, nos conduce directamente a la paradoja de Russell y a toda una serie de
absurdos; en cambio, la idea de una repetición, de una y la misma operación que se
ejerce una y otra vez, de una iteración, de una recursión, no tiene nada de ilegítima.
Más aún, es lo que nos permite comprender qué son los números. Llegamos así a la
caracterización del número. Para el Tractatus un número es simplemente "el expo-
nente de una operación".12 Intentemos poner esto en claro.
Cuando repetimos indefinidamente una cierta operación tomando sistemáticamente
como base el resultado anterior generamos una serie formal, esto es, una serie regida
por una regla que sistemáticamente se aplica. Ahora bien, en el caso de los números
naturales esto es precisamente lo que sucede: se efectúa una operación (digamos una
suma) sobre un término inicial y se construye "el siguiente" o "el sucesor". De ahí que,
como afirma Wittgenstein, la forma general de un número entero sea [0, E,, £, + 1]. No
obstante, la forma general del número no nos da números particulares, así como la
forma general de la proposición no nos da una proposición. Más bien, un número, por
así decirlo, acabado, aparece cuando en la serie formal apuntamos a un lugar deter-
minado. Esto, sin embargo, no es otra cosa que indicar cuántas veces se efectuó la
operación en cuestión. Desde esta perspectiva, el número es un lugar en una serie
formal, en una progresión, es decir, un lugar en una serie regulada por una relación
interna y al que llegamos por la iteración de una operación. El número es, pues, como
ya se dijo, el exponente de una operación. Nada más.
La concepción del número desarrollada por Wittgenstein lo conduce directamente
a un determinado punto de vista acerca de la verdad matemática. Frege y sobre todo
Russell nos acostumbraron a ver en las verdades matemáticas tautologías. La razón
es por todos conocida: los logicistas traducen las verdades matemáticas a verdades
expresadas en la terminología de la lógica y la teoría de conjuntos. Para ellos los
números son conjuntos, clases de clases. Así, los enunciados numéricos se convier-
ten en enunciados de la lógica (en un sentido muy amplio de la expresión puesto que
por 'lógica' ahora se entiende 'lógica + teoría de conjuntos'). Nada más alejado del
pensamiento de Wittgenstein que esto. Para él, la idea misma de conjunto es la idea
de algo conformado empíricamente. Desde luego que se puede "definir" un conjunto

n 12
Ibid.,S2Sl.
Ibid., 6.021.

47
NÚMEROS WITTGENSTEINIANOS

por medio de una función proposicional, pero eso no pasa de ser un mero artificio
formal, no la idea originaria de conjunto, de colección, de grupo. La idea de conjunto
es la idea de una totalidad dada, en tanto que en matemáticas no nos las habernos con
totalidades sino con sistemas, esto es, con series formales, las cuales obviamente
pueden desarrollarse ad infinitum, es decir, tanto como uno quiera o pueda. Esto
explica el violento pronunciamiento anti-logicista de Wittgenstein de acuerdo con el
cual "La teoría de las clases es completamente superfiua en matemáticas".13 Un
número es un modo de marcar un punto dentro de un sistema, no un elemento de una
totalidad, de una clase.
¿Qué son, pues, las verdades matemáticas si no son ni tautologías ni proposiciones
empíricas? "Las proposiciones de las matemáticas son ecuaciones y, por lo tanto,
pseudo-proposiciones".14 En general, nos vemos incapacitados para entender esto
porque la gramática superficial de las verdades matemáticas es sumamente engaño-
sa. Cuando decimos, por ejemplo, que el número 3 es primo o que 3 + 2 = 5, tenemos
la impresión de estar construyendo una auténtica proposición, de algo que es verda-
dero o falso en el mismo sentido en que lo es una proposición como 'París es la
capital de Francia'. Pero esto es un error: el signo de igualdad '=' no es el mismo que
el signo de identidad '='. La identidad es una noción lógica espúrea, pero la igualdad
es un signo legítimo y útil: sirve para indicar que las expresiones que están a ambos
lados del signo son intercambiables, sustituibles. Esto se ve fácilmente si se recurre a
las definiciones. Wittgenstein afirma que "Es una propiedad de '(1 + 1 + 1 + 1)' que
pueda construirse como '(1 + 1) + (1 + 1)'".15 Aplicando esta propiedad y las defini-
ciones de ' Y como '0 + 1', '2' como '1 + 1', etc., a la expresión anterior, Le., a '3 +
2 = 5', lo que tenemos es un esquema como:

(1 + 1 + 1) + (1 + 1) = (1 + 1 + 1 + 1 + 1)

La gran ventaja de esta nueva formulación es que nos permite ver que al sumar
no estamos predicando nada de nada, que no estamos, propiamente hablando, aseve-
rando nada. Nuestra ecuación no es otra cosa que una regla para el uso de signos y
lo que dicha regla indica es que éstos son intersustituibles sin que los cálculos que con
ellos se hagan se vean afectados. En matemáticas no nos las habernos con concep-
tos, sino con reglas de sintaxis, gracias a las cuales logramos determinar extensiones
a través de proposiciones.
13
Ibid., 6.031 (a).
14
Ibid., 6.2 (b).
15
Ibid., 6.231 (b).

48
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

Hay en el Tractatus unas cuantas secciones dedicadas a demoler la explicación


fregeana de expresiones como '2 + 3 = 5' en términos de identidad de denotación y
diferencia de sentido. No sólo la noción misma de significación quedó de hecho ex-
pulsada de las matemáticas, sino que Wittgenstein mostró que la noción de identidad,
requerida por la explicación fregeana, es absurda y da lugar a inmensas peticiones de
principio. La identidad de denotación no se puede aseverar: se muestra en el uso de
los mismos nombres: es porque yo ya sé que dos expresiones denotan lo mismo o
sirven para que nos refiramos a lo mismo que digo que sus denotaciones son idénti-
cas. Comprender este rechazo por parte de Wittgenstein de lo que es una idea muy
extendida es importante para entender la idea wittgensteiniana de ecuación. Su posi-
ción se expresa como sigue: "Una ecuación tan sólo caracteriza el punto de vista
desde el cual considero a ambas expresiones, esto es, desde el punto de vista de su
igualdad de significado".16 Así, si no nos dejamos desviar por las interpretaciones
metafísicas del simbolismo, ciertamente podemos decir que '2 + 3' y '5' significan lo
mismo. Lo que entonces se quiere decir es simplemente que la operación que se
efectúa con el signo que está del lado izquierdo de la igualdad produce el mismo
número que está indicado por la expresión numérica ubicada del otro lado del signo
de igualdad. Esto no tiene nada que ver con el sentido y la referencia fregeanos.
El que las ecuaciones sean pseudo-proposiciones no impide que efectivamente se
parezcan más a las proposiciones, esto es, a los retratos, que las tautologías. Desde el
punto de vista del Tractatus, la lógica es "el gran espejo" de la realidad. Las leyes de
la lógica sólo muestran la estructura del mundo, pero no dicen nada. Las ecuaciones,
en cambio, si bien muestran lo mismo ("La lógica del mundo, que las proposiciones de
la lógica muestran en las tautologías, la muestran las matemáticas en las ecuaciones"17)
se diferencian de las tautologías por cuanto dicen algo, a saber, que muestran algo.
La razón de esta diferencia procede, ante todo, del signo de igualdad de las ecuaciones
matemáticas. Dicho signo se conduce como un auténtico verbo, como un signo de
aseveración: indica o parece decir que dos operaciones producen el mismo número.
Esta diferencia, sin embargo, ni convierte a las ecuaciones en retratos, esto es, en
proposiciones (empíricas), ni las desliga por completo de la lógica, puesto que a final
de cuentas las matemáticas son un "método lógico".18 Cabría entonces preguntar:
¿hay alguna diferencia más palpable entre tautologías y ecuaciones que la diferencia
respecto al decir y el mostrar? La respuesta es que sí: la diferencia parece residir en

16
Ibid., 6.2323.
17
Ibid., 6.22.
18
Ibid., 6.2.

49
NÚMEROS WITTGENSTEINIANOS

el carácter altamente operativo o funcional de las ecuaciones, algo totalmente ausen-


te en las tautologías. Las tautologías son perfectamente inútiles ("Por ejemplo, no sé
nada acerca del tiempo si sé que llueve o no llueve"19), en tanto que las ecuaciones
matemáticas están integradas en nuestro lenguaje, en nuestras formas lingüísticas, en
las teorías científicas, y permiten hacer transiciones que desde un punto de vista
práctico son importantes.
Quizá debamos ya sintetizar o resumir la posición general del Tractatus en relación
con el número, tomando en cuenta todos los elementos hasta ahora mencionados. Para
Wittgenstein, un número no es ni un mero numeral ni una entidad. Un número es más
bien un esquema proposicional, una manera de marcar la forma de una proposición.
En la medida en que los números tienen que ver con las formas lógicas de las proposi-
ciones, y no con la idea empírica de clase o de agregado, el "conocimiento" matemático
es, como el de la lógica, enteramente a priori. Sin tener que comprometerse con la
explicación conjuntista de las progresiones, de las series formales, Wittgenstein pue-
de dar cuenta de lo que es contar, puesto que la idea de contar es la de enumerar
objetos nombrados. Puede, pues, constatarse que la excursión por los abstractos
dominios de la elucidación filosófica no le impide al Tractatus hacernos entender
también en qué consiste la practicalidad del simbolismo matemático.

V) Críticas al Tractatus
Sería ocioso negar que las posiciones alcanzadas por Wittgenstein en el Tractatus
hacen justicia a muchas intuiciones básicas y me parece que es igualmente indiscuti-
ble que uno de sus mayores méritos es que nos evita adoptar tesis metafísicas res-
pecto a los números. Empero, habría también que reconocer que el libro contiene
pronunciamientos sibilinos y, sobre todo que, por no abordar en forma directa amplias
zonas de las matemáticas, parecería que las deja sin explicar. En lo que resta del
trabajo, enumeraré y comentaré, sin entrar mayormente en detalles, algunas de las
objeciones que se han elevado en contra de lo que se dice en el Tractatus acerca de
las matemáticas y que considero inválidas. Terminaré enunciando lo que en mi opi-
nión constituye la debilidad de la posición wittgensteiniana.
En su célebre Introducción al libro de Wittgenstein, Russell escribe: "A mí me
parece que, en relación con algunos temas, la teoría del Sr. Wittgenstein necesita un
mayor desarrollo técnico. Esto se aplica en particular a su teoría del número (6.02 y

19
Ibid., 4.461 (e).

50
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

sigs.), la cual, así como está, es susceptible de dar cuenta únicamente de los números
finitos. Ninguna lógica puede considerarse adecuada hasta que se haya mostrado
que es capaz de dar cuenta de los números transfinitos. No pienso que haya nada en
el sistema del Sr. Wittgenstein que le haga imposible llenar esta laguna".20 Hasta aquí
el comentario de Russell.
Yo creo que en este caso, aunque podemos explicarnos por la falta de aclaracio-
nes por parte de Wittgenstein por qué Russell hace este señalamiento, es Russell
quien no parece comprender lo que está enjuego y es dudoso inclusive que pudiera
hacerlo. Esto es algo que sólo quedará debidamente esclarecido en la obra posterior
de Wittgenstein. Dicho brevemente, para éste el infinito no es ni una cantidad ni una
extensión ni un número.21 No hay, por lo tanto, como lo piensa Russell, "números
transfinitos". La aritmética transfinita es algo que exige elucidación gramatical, ya
que el comportamiento de sus nociones clave, de nociones como Ko, no es transpa-
rente. Wittgenstein da una idea de su novedoso (y por ello de difícil aprehensión,
especialmente para un matemático) punto de vista cuando afirma que "El concepto
de aplicaciones sucesivas de una operación es equivalente al concepto 'y así sucesi-
vamente' ",22 es decir, a nuestro 'etc.', y es claro, por otra parte, que el concepto de
infinito está conectado con el 'etc.' que no es el de la pereza, es decir, el 'etc.' que
usamos cuando nos da flojera contar todos los elementos de un conjunto cuyos ele-
mentos no obstante podríamos en principio enumerar. La idea correcta de infinito,
que posteriormente Wittgenstein desarrollará en detalle, tanto en las Observaciones
Filosóficas como en las Observaciones sobre los Fundamentos de las Matemá-
ticas, es la idea de una aplicación ilimitada de determinada operación, de la posibili-
dad de realizarla las veces que uno quiera. Esta posibilidad está inscrita en una regla,
que es peculiar a los juegos de lenguaje de las matemáticas. Esta posición, que
equívocamente ha sido llamada 'estrictamente finitista', puede resultarnos convin-
cente o no, pero en todo caso debe quedar claro que la pretensión de Russell de
extender la explicación que Wittgenstein ofrece de los números naturales a los núme-
ros transfinitos es algo totalmente fuera de lugar. Es cierto, pues, que el "sistema" de
Wittgenstein permite, en principio, dar cuenta del infinito, pero es falso que dicha
explicación se funde en la explicación que ofrece de los números naturales.
Otro pensador inconforme con la propuesta del Tractatus es Frank P. Ramsey.
Hablando de la concepción wittgenstein iana de las ecuaciones matemáticas dice lo

20
B. Russell, "Introduction" en Tractatus Logico-Philosophicus, p. XX.
21
A este respecto, recomiendo la lectura del capítulo I, "Consideraciones en torno al Infinito", de mi
libro Filosofía Analítica: un panorama (México: Plaza y Valdés, 2004).
22
L. Wittgenstein, op. cit., 5.2523.

51
NÚMEROS WITTGENSTEINIANOS

siguiente: "No veo cómo pueda suponerse que esta explicación cubra el todo de las
matemáticas y es evidentemente incompleta puesto que también hay desigualdades,
que son más difíciles de explicar".23 Él sostiene asimismo que, así como está, la
posición de Wittgenstein "es obviamente una concepción ridiculamente estrecha de
las matemáticas y la limita a la simple aritmética".24 Nuestra dificultad consiste en
evaluar qué tan demoledora es esta crítica de Ramsey.
Yo pienso que la objeción de Ramsey apunta a una dificultad resoluble y, por lo
tanto, que no constituye una refutación de lo afirmado por Wittgenstein. Lo más que
podría mostrar es que la concepción del Tractatus es de alcance limitado. Lo que
ciertamente Ramsey no muestra es que dicha concepción esté en principio incapaci-
tada para abarcar los sectores de las matemáticas de los que Wittgenstein no se
ocupa directamente, como por ejemplo la geometría. Por otra parte, es obvio que el
ámbito fundamental para la especulación y la discusión filosóficas es el de los núme-
ros naturales, puesto que otras clases de números son conjuntos de números natura-
les regidos por otras reglas. Por ejemplo, 71 es, digamos, 3.1416. Sus ingredientes, por
así decirlo, son números naturales (3,1,4,6), sólo que rígidos por otras reglas que las
de la aritmética elemental. Luego la naturaleza del número de uno u otro modo de-
pende de lo que se diga en relación con los números naturales. En cierto sentido, por
consiguiente, la objeción de Ramsey es superable.
La otra parte de la objeción, a saber, que las igualdades no constituyen los funda-
mentos de las matemáticas, es algo que Ramsey nunca demuestra. Hay un intento de
demostración de esto en su articulo "The Foundations of Mathematics", pero no es
fácil ver su fuerza. Su idea es simple y es la siguiente: en aseveraciones en las que
intervienen expresiones matemáticas, como por ejemplo, la afirmación de que 'el
cuadrado del número de los u es menor por 2 que el cubo del número de los w\ parte
de la aseveración es acerca de objetos y propiedades y parte acerca de signos (puesto
que las reglas matemáticas son reglas para el uso de signos). Pero entonces la
parte matemática no es un elemento veritativo-funcional de la oración completa, sino
que entra más bien como una constante lógica. Y esta observación le basta a Ramsey
para sostener que "La teoría de las matemáticas como identidades es totalmente
inadecuada para explicar dicho uso de m2 = «3 - 2".25 Confieso que no veo en qué

23
F. P. Ramsey, "Review of ' Tractatus"' en Irving M. Copi y Robert W. Beard (Eds.) Essays on
Wittgenstein 's Tractatus, (London: Routledge and Kegan Paul, 1966), p. 20.
24
F. P., Ramsey, Foundations. Essays in Philosophy, Logic, Mathematics andEconomics. Editado por
D.H. Mellor, (London/Henley, 1978), p. 168.
25
Ibid., p.170.

52
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

consista el problema para el Tractatus. Desde la perspectiva de Wittgenstein, la


ecuación asevera que la operación efectuada sobre m produce el mismo número que la
realizada con n cuando a su resultado se restan 2. Supongamos que m = 5 y que n = 3.
Tenemos entonces que 52 = 33 - 2; o sea, 25 = 27 - 2. La explicación de Wittgenstein
no parece enfrentar aquí ningún problema.
Quizá hayan sido elaboradas otras objeciones a las ideas de número y de ecuación
delineadas en el Tractatus, pero debo decir que no las he encontrado. Ahora bien, si
no me he alejado demasiado de la verdad, podríamos tal vez inferir que las críticas
hechas, por así decirlo, desde fuera no han sido particularmente certeras. ¿Significa
ello que la filosofía de las matemáticas del Tractatus es inatacable? Creo que la
respuesta tiene que ser matizada. En mi opinión, la debilidad fundamental del Tractatus
no se debe ni mucho menos a ignorancia o a incomprensión de técnicas matemáticas
por parte de su autor, sino que procede más bien del enfoque general, enteramente
formal, de la primera filosofía de Wittgenstein. Me parece que podemos dar expre-
sión a nuestra insatisfacción preguntando: a final de cuentas ¿para qué, según el
Tractatus, sirven los números? Russell, por ejemplo, diría: los números sirven para
contar. Empero, como bien observó Max Black, a diferencia de Russell, al Wittgenstein
del Tractatus no parece importarle mayormente la idea de contar ni, en general, lo que
de hecho se haga con ellos. Las ambiciones filosóficas de Wittgenstein eran, aunque
mal encaminadas, de un carácter mucho más abstracto. Sin embargo, si nos despreo-
cupamos del contar y, en general, de toda clase de cálculo, nos vuelve a asaltar la
pregunta: ¿para qué o por qué queremos o necesitamos números? La respuesta de
Wittgenstein es, en síntesis, que los números son esquemas que exhiben la forma
lógica de las proposiciones. Nuestra pregunta, por lo tanto, nos conduce a otra, de la
cual depende, viz., ¿por qué en la práctica son importantes las formas lógicas, las
formas apriori de los hechos contingentes conformados por los objetos de todos los
mundos posibles? La respuesta es que el conocimiento de las formas lógicas es im-
portante porque encarna el conocimiento supremo, esto es, el conocimiento, inex-
presable proposicionalmente, de la estructura del mundo. Así, desdeñando toda
respuesta que nos lleve por las vías de la practicalidad, el joven Wittgenstein se mueve
más bien en la dirección de la contemplación pero también, por qué no decirlo, del
misterio. Es claro que para un genio que regresa a la filosofía una respuesta así no
podía resultar aceptable por mucho tiempo. Su segunda filosofía, es bien sabido, se
inicia con un ataque simultáneo sobre diversas nociones y posiciones del Tractatus y,
a no dudarlo, una de las nociones que con mayor rapidez se vio desmantelada fue
precisamente la de forma lógica. Con el derrumbe de dicha noción se abrieron las
puertas para la posibilidad de la gestación de una nueva filosofía de los números. La
idea del Tractatus de que los números son como esquemas preposicionales sobrevi-

53
NÚMEROS WITTGENSTEINIANOS

vió, sólo que al ser re-ubicada en el marco de una nueva concepción del lenguaje se
transmutó. Estudiar la evolución del pensamiento de Wittgenstein sobre las matemá-
ticas es ciertamente enriquecedor y apasionante. Naturalmente, dicho estudio rebasa
los modestos objetivos que me plantee para este trabajo, por lo que no diré ya nada
más al respecto.

54
Wittgenstein: lenguaje,
números y aritmética

I) Wittgenstein y la Filosofía de las Matemáticas

E s en volúmenes que se cuentan ya los estudios (libros, ensayos, reseñas)


sobre la obra de Ludwig Wittgenstein. La verdad es que es de tales magnitu-
des dicha producción de trabajos sobre la vida y los escritos (publicados en
vida o postumos) de Wittgenstein que ya nos rebasó: difícilmente, por ejemplo, podría
encontrarse a alguien que hubiera leído todo lo que sobre él se ha escrito. Por otra
parte, es un hecho que uno de los efectos de dicha producción (cualitativamente de lo
más variado) ha sido convertir los estudios sobre Wittgenstein en una labor de exége-
sis y de reflexión cada vez más especializada y exigente. En efecto, es cada vez más
difícil (sobre todo en relación con ciertos tópicos, que parecen agotados) decir algo
novedoso o interesante, y sobre todo no repetitivo, sobre la herencia filosófica witt-
gensteiniana. Ahora bien, algo que llama la atención es que, a pesar de la gran varie-
dad de enfoques y métodos para acercarse a los textos wittgensteinianos, rara vez
encontramos lo que podríamos llamar una 'perspectiva integral'. Esto es algo parti-
cularmente patente en el caso de su filosofía de las matemáticas. Hay estupendas
exégesis de las aclaraciones de Wittgenstein en relación con diversos temas de, e.g.,
filosofía de la mente en las que se resaltan sus conexiones internas con sus aportacio-
nes en el área de la filosofía del lenguaje. Asimismo, las conexiones entre su filosofía
del lenguaje y su filosofía de la religión han sido destacadas y aprovechadas amplia-
mente. En cambio, cuando pasamos al terreno de la filosofía de las matemáticas, las
cosas cambian notoriamente. En este caso nos topamos con varios fenómenos no del
todo explicables. Por una parte, y por sorprendente que resulte, hasta muy reciente-
mente la filosofía de las matemáticas y de la lógica era la parte menos estudiada de la
obra de Wittgenstein y, por la otra, a menudo lo que se hacía era examinarla, por así
LENGUAJE, NÚMEROS Y ARITMÉTICA

decirlo, como un universo auto-contenido, como si no mantuviera vínculos de ninguna


índole con resultados alcanzados en otras ramas, en particular en la filosofía del
lenguaje. El efecto inmediato de dicho tratamiento ha sido el de hacerle perder fuerza
y brillantez a las posiciones wittgensteinianas. Esto, hay que decirlo, es algo que ha
empezado a cambiar y disponemos ya de excelentes contribuciones en este sentido.1
No obstante, deberíamos preguntarnos: ¿cómo dar cuenta de dicho estado de cosas?
¿Cómo es posible que eso haya sucedido? Para explicarlo, aventuro, a manera de
conjeturas, tres hipótesis, no excluyentes sino complementarias:

a) el imperio del russellianismo. A lo que con esto apunto es al innegable éxito de


Russell en imponer tanto una notación como una temática. Ni mucho menos
quiero insinuar que el programa concreto de Russell haya triunfado, pero la
realidad de su fracaso no refuta mi hipótesis: refutaron a Russell lógicos y
filósofos que discutían con él "sus" problemas. Desde este punto de vista,
Godel es un producto russelliano más. Y lo que hay que entender es que la
filosofía de las matemáticas de Wittgenstein era no sólo anti-russelliana, sino
esencialmente también no-russelliana (terminología, problemas, enfoques, etc.).
Para bien o para mal, este rasgo excluyó a Wittgenstein de muchas de las
discusiones contemporáneas.
b) La precoz proliferación de puntos de vista críticos que muchos consideraron
como definitivos. Curiosamente, vale la pena señalarlo, Russell mismo no fue
nunca un crítico así. Pero sí podemos mencionar a importantes pensadores,
como F. P. Ramsey o M. Dummett, sin duda autoridades en el área, quienes
miraron y enseñaron a mirar con desdén las aportaciones de Wittgenstein en
esta rama de la filosofía. Es sólo ahora que empezamos a percatarnos de cuan
equivocados estaban.
c) La originalidad de la lectura wittgensteiniana de los lenguajes matemáticos y,
sobre todo, el hecho de que la haya realizado mediante un aparato conceptual
no sólo propio, sino incompartido. Es, pues, comprensible que si, por una parte,
la notación del "aparato de las funciones preposicionales" y, en general, la
teoría de la cuantificación es umversalmente aceptada y, por la otra, nadie
recurre a la notación wittgensteiniana, mucho de las demoledoras críticas de
Wittgenstein hayan pasado desapercibidas y no hayan sido nunca (o no hayan
podido nunca ser) debidamente apreciadas.

1
En mi opinión, habría que destacar muy especialmente los trabajos de Juliet Floyd y de Jacques
Bouveresse.

56
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

Como dije, esta situación está cambiando velozmente. Dudo mucho que la nota-
ción, por ejemplo, del Tractatus se vuelva súbitamente popular (por ejemplo, que se
deje de usar '=', esto es, el signo lógico de identidad), pero lo que sí creo es que
muchas de las intuiciones (geniales, hay que enfatizarlo) de Wittgenstein en torno a las
matemáticas empiezan a convertirse en una nueva veta y a ser aprovechadas cada vez
mejor. En este trabajo intentaré rescatar algunas ideas cruciales de Wittgenstein con-
cernientes a los números y a la naturaleza de la aritmética, para lo cual me concentraré
básicamente en dos obras, viz., el Tractatus Logico-Philosophicus y las
Observaciones Filosóficas, tratando precisamente de destacar las conexiones en-
tre ellas y su filosofía del lenguaje. Sin embargo, daré inicio a mi examen con algunas
de las críticas que Wittgenstein eleva en contra del logicismo de Frege y Russell.

II) Algunas Fallas del Logicismo


Uno de los errores más recurrentes en las discusiones referentes al logicismo de
Russell consiste en limitarse a señalar ciertos resultados que aparentemente echan
por tierra sus tesis más fundamentales. El teorema de incompletitud de Gódel o el
carácter redundante del axioma de reducibilidad una vez reclasificadas las paradojas
en lógicas y semánticas son ejemplos de ello. Sin embargo, es obvio que discusiones
como esas, por importantes que sean y por desastrosas que hayan resultado para la
filosofía de la lógica y de las matemáticas de Russell, se dan de todos modos en el
marco de la filosofía russelliana. Después de todo, se trata de logros que contribuyen
a reforzar y desarrollar un programa y una tradición que él inició. De ahí que esas
críticas a Russell desde el interior del russellianismo contrasten fuertemente con la
posición de Wittgenstein, la cual es abiertamente hostil a todo lo que Russell repre-
senta. Desde el Tractatus (y en verdad, desde las Notas sobre la Lógica y de las
Notas dictadas a Mooré), a lo que Wittgenstein objeta es al programa mismo de
reducción de las matemáticas a la lógica, a las intuiciones básicas de Russell, a su
caracterización de los indefinibles de la lógica, a sus nociones fundamentales (identi-
dad, cuantificación, etc.) y, desde luego, a lo que él consideraba una concepción
radicalmente errada de la lógica (constantes, formas, verdades) y de las matemáti-
cas. En verdad, desde la perspectiva del Tractatus prácticamente el todo de la im-
presionante labor de Russell se reduce a un auténtico fiasco filosófico (con la excepción
de la Teoría de las Descripciones). A diferencia de, digamos, Gódel, Wittgenstein no
intenta hacer ver que en el marco del sistema de Principia Mathematica ciertos
resultados son inasequibles. Lo que él hace es rechazar el russellianismo in toto.

57
LENGUAJE, NÚMEROS Y ARITMÉTICA

Ahora bien, la violencia del ataque de Wittgenstein en contra de la filosofía de


Russell es realmente digna de llamar la atención. Después de todo, Principia
Mathematica no es un panfleto cualquiera, sino una obra monumental. Empero, en el
Tractatus dicha obra se ve sometida a un juicio devastador. A guisa de ejemplo,
considérese el implacable veredicto en el sentido de que "La teoría de las clases es
completamente superflua en matemáticas" (6.031). Pero la reducción de las mate-
máticas a la lógica (incluyendo la teoría de conjuntos) era precisamente lo original, lo
novedoso de la escuela de Russell (y Frege). Si Wittgenstein estaba en lo correcto, es la
idea motriz misma de la filosofía de las matemáticas y de la lógica de Russell, Le., el
proyecto de definir los números en términos de clases y de definir las verdades ma-
temáticas en términos de verdades lógicas, lo que está mal. Evidentemente, un juicio
que tiene las implicaciones que tiene el de Wittgenstein no podría hacerse a la ligera,
sino que tiene que estar muy bien fundamentado. Nuestra pregunta es: ¿lo está?
Pienso que sí. Aquí parte del problema consiste en entender cómo o por qué
puede estar mal algo que a todas luces es factible, es decir, algo ya realizado o
materializado. O sea, si las definiciones logicistas funcionan, entonces ¿qué se cues-
tiona? Se supone que al proporcionarnos las definiciones de los números en términos
de clases esclarecemos su naturaleza (su esencia). ¿Cómo es posible entonces que
se quiera rechazar las implicaciones de las definiciones cuando éstas en sí mismas no
tienen nada objetable? En las Observaciones Filosóficas Wittgenstein dice algo que
es relevante para explicar esta situación. Lo que sucede es que estamos frente a una
confusión. Por un lado, tenemos las reglas de la aritmética y sus aplicaciones y por el
otro las definiciones logicistas. Es un hecho que la aritmética ya era practicada o
usada mucho antes de que los logicistas avanzaran sus definiciones. Era precisamente
su utilidad inmediata, obvia, la garantía de su corrección. Lo que los logicistas
hicieron fue desarrollar un nuevo lenguaje formal al que ex-postfacto lograron po-
ner en conexión de manera sistemática con el lenguaje de los números. Sobre esa
base pasaron a alegar que eso y no otra cosa era definirlos, asumiendo que es sólo a
través de su definición que se nos revela su naturaleza. Pero es allí donde está el
error. Wittgenstein diagnostica la situación como sigue: "Porque se puede decir que
las reglas para los numerales presuponen siempre las definiciones. Pero ¿en qué
sentido? ¿Qué significa decir que un signo presupone otro que, estrictamente hablan-
do, no está ni siquiera allí? Presupone su posibilidad; su posibilidad en el espacio del
signo (en el espacio gramatical)".2 O sea, se pueden inventar tantos lenguajes o
sistemas simbólicos como se quiera y luego dedicarse a establecer correlaciones

2
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas. Traducción de Alejandro Tomasini Bassols (México: IIF/
UNAM, 1997), sec. 110, p. 122.

58
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

como las que establecieron Frege y Russell entre números y conjuntos, pero eso no
es aclarar la "naturaleza del número", sino simplemente expandir el simbolismo for-
mal. La aclaración que requerimos no se da en la expansión del simbolismo, sino en el
análisis de las nociones empleadas. En este sentido, las definiciones logicistas no son
un análisis de nada y lo que hacen es más bien alejarnos o desviarnos de éste.
¿Qué pasa, pues, si efectivamente la teoría de las clases (como todo parece indi-
carlo) es redundante en matemáticas? Parecería que el mero hecho de que para
aprender a sumar sencillamente no se necesita recurrir a la teoría de conjuntos es un
buen argumento en favor de esa sugerencia. Pero ¿qué significación tiene dicho
factuml Lo que éste revela es simplemente que es el todo de la explicación logicista
lo que está mal. Desolado, Frege terminó por aceptar que su noción de clase generaba
contradicciones y optó por abandonar el proyecto original, pero Russell era más
pertinaz: él pensaba que, mediante su Teoría de los Tipos Lógicos y su "«o class
theory" (una aplicación de la Teoría de las Descripciones), él estaba en posición de
subsanar las dificultades que plantearan las clases, entre otras cosas eliminándolas.
Aparte de que el programa de Russell fracasó por cuanto se desvió de sus objetivos
originales y terminó siendo otra cosa, puesto que (por ejemplo) él se vio en la necesi-
dad de introducir axiomas no lógicos, como los axiomas de reducibilidad y de elec-
ción, el problema es, obviamente, que las dificultades filosóficas no se resuelven por
medio de tecnicismos. Lo que estaba mal de raíz era, por ejemplo, la creencia de que
la teoría de la cuantificación puede recoger sin confundirnos todos los usos de pala-
bras como 'todos', 'algún', 'cada', etc., y también que es de aplicación transparente
en matemáticas, cuando a final de cuentas no es más que un recurso auxiliar. Quedó
asimismo de manifiesto que las nociones que se requerían para el trabajo de reduc-
ción de las matemáticas a la lógica son problemáticas y (como la de identidad) super-
fluas. O sea, de hecho desde el Tractatus Wittgenstein acusa a Russell de no haber
aclarado en lo más mínimo lo que son los números y de haber fracasado rotundamente
en la labor de genuina aclaración filosófica. Lo que, desde la perspectiva de Witt-
genstein, Russell habría hecho habría sido generar cadenas de confusiones e
incomprensiones ocultándolas tras un simbolismo dúctil, proceso que habría culmina-
do en el grotesco y palpable error consistente en afirmar que las ecuaciones son lo
mismo que las tautologías. Russell no parece haber nunca sentido la diferencia radi-
cal que hay entre las clases y los números: las clases tienen un sabor empírico de la
que los números carecen. Eso sólo se entiende si se comprende, primero, que "la
generalidad que necesitamos en matemáticas no es generalidad contingente"? si,

3
L. Wittgenstein, TractatusLogico-Philosophicus (London: Routledge and Kegal Paul, 1978), 6.03l(b).

59
LENGUAJE, NÚMEROS Y ARITMÉTICA

segundo, se tiene presente que "El símbolo para una clase es una lista"4 y si, tercero,
se entiende algo obvio, a saber, que una lista de cosas es algo que tanto se da como
puede no darse. Ese elemento de contingencia propio de las clases está por principio
ausente en las matemáticas. Pero entonces ¿cómo podría la teoría de conjuntos con-
tribuir a "fundamentar" las matemáticas?
La desviación del análisis correcto de los conceptos matemáticos (entre otros) se
inicia con la fácil sobreposición del lenguaje de la lógica a toda clase de simbolismos.
Por ejemplo, podemos expresar en el lenguaje formal de la teoría de la cuantificación
tanto 'hay un número primo entre el 10 y el 12' como 'hay un oso frente a mi recáma-
ra'. O sea, aparentemente por medio del lenguaje canónico de la lógica podemos
simbolizar correctamente de la misma manera tanto proposiciones matemáticas como
proposiciones en sentido estricto. Gracias a la lógica todo se uniformiza. Desde los
inicios de su reflexión, Wittgenstein se sublevó en contra de esta supuesta utilidad del
simbolismo lógico y en su etapa de madurez será al respecto mucho más explícito y
contundente: "La maldición de la invasión de las matemáticas por parte de la lógica
matemática es que ahora cualquier proposición puede ser representada en un
simbolismo matemático y esto nos hace sentirnos obligados a comprenderla. Aunque,
desde luego, este método de escribir no sea otra cosa que la traducción de vaga prosa
ordinaria".5 En especial, al tratar a toda clase de oración de la misma manera el
simbolismo russelliano simplemente borra la distinción entre el discurso matemático y
el discurso normal. De ahí que nada sea más natural que la lógica lleve a pensar que
cuando hablamos de matemáticas hablamos de objetos o que las aseveraciones ma-
temáticas son verdaderas o falsas en exactamente el mismo sentido en que lo son
nuestras afirmaciones acerca de hormigas o de naranjas. En el fondo, no tiene nada
de extraño que el platonismo se haya atrincherado en la filosofía de las matemáticas
mejor que en cualquier otra rama de la filosofía.
Examinemos brevemente los números. Si bien para Russell no, para Frege, ine-
vitablemente, los números eran objetos. Para Russell ello no tenía por qué ser así
puesto que de acuerdo con él, por una serie de malabarismos simbólicos, lo que se
dijera respecto a los números podía "traducirse" al lenguaje de las clases y luego
deshacerse de éstas como meras "ficciones lógicas". De los símbolos para clases, en
efecto, se puede decir exactamente lo mismo que de las descripciones: no tienen
significado considerados en sí mismos, si bien toda proposición en la que aparecen es

4
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas, sec. 118, p. 130.
5
L. Wittgenstein, Remarks on the Foundations of Mathematics (Cambridge/London: The M.I.T. Press,
1975), parte IV, sec. 46, p. 155e.

60
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

significativa. "Los símbolos para clases, como aquellos para descripciones, son, en
nuestro sistema, símbolos incompletos: sus usos están definidos, pero no se asume
que ellos mismos signifiquen nada en lo absoluto".6 Puede decirse, con base en otras
razones, que la estrategia russelliana falló y que en su sistema nos quedamos sin
saber qué son los números. Pero consideremos la posición fregeana. Si los números
son objetos, entonces ser un número es tener una determinada propiedad. Por ejem-
plo, podría decirse de un niño que tiene la propiedad de ser mexicano y la de tener 5
años o de un juego de cuchillos y tenedores que tiene la propiedad de ser de plata y la
de ser 12. Pero inclusive en un plano puramente intuitivo esto tiene que ser un error:
sentimos que el ser 12 no puede ser como el ser de plata. Frege podía incurrir en una
identificación errónea como esa porque carecía de un simbolismo perspicuo. En el
caso de Russell el error ya no resulta tan fácil de comprender y de disculpar, porque
su mismo simbolismo (del que se sirve Wittgenstein) parecería estar indicándole (dan
ganas de decir 'gritándole') otra cosa. De hecho y típicamente, Wittgenstein aprove-
cha el simbolismo russelliano mejor que su propio creador. Veamos rápidamente cómo.
Supongamos que decimos que hay 3 naranjas en la mesa (me ahorraré la descrip-
ción de la posición de las naranjas). En el lenguaje canónico de la lógica (i.e., el
simbolismo russelliano), ello se expresaría como sigue:

(3x)(3y)(3z)(((((Nx & Ny) & Nz) & (((w) (Nw ->x = w)vy = w)vz = w)))

Pero ¿qué nos está diciendo esta expresión, asumiendo sin conceder que efecti-
vamente se trata de la transcripción lógicamente correcta de la proposición en cues-
tión? Por lo pronto, se trata de una expresión compleja conformada por cuantificadores,
conjunción, condicional y disyunciones, nada de lo cual está explícitamente enunciado
en la proposición original. Pero en lo que sobre todo debemos fijarnos es en cómo
aparece en esa expresión el número tres de nuestra proposición: es evidente que no
aparece como un predicado especial. Más bien, es el que haya tres variables ligadas
lo que indica que estamos hablando de tres objetos. En otras palabras, el número no
es un predicado común más, sino que está indicado por las variables y eventualmente
toma cuerpo en o se expresa a través de las constantes (nombres de objetos) con las
que se les reemplace. Russell no tenía el aparato conceptual que se requería para
expresar la distinción entre los predicados genuinos y los predicados meramente indi-
cados por variables. Wittgenstein sí: para él, una cosa son los conceptos genuinos y

6
B. Russell & A. N. Whitehead, Principia Mathematica to *56 (Cambridge: Cambridge University
Press, 1973), p. 71.

61
LENGUAJE, NÚMEROS Y ARITMÉTICA

otra los conceptos formales. El concepto de número es un concepto formal, es decir,


se da tan pronto hay objetos que caen bajo él: "Un concepto formal ya está dado tan
pronto se da un objeto que caiga bajo él".7 Como ya dije, el número de objetos de los
que se habla está explícitamente indicado por las variables individuales y se expresa
o muestra en el número de constantes que se tendría que emplear para decir lo que se
quiere decir. Supongamos que nombramos a nuestra naranjas 'a', 'Z>' y 'c'. Diremos
entonces lo que dijimos más arriba mediante nuestra fórmula o, para ser más especí-
ficos, mediante (((Na & Nb) & Nc). Como se sabe, es de esta manera como se
puede dar cuenta del axioma de infinitud.8
A su regreso oficial a la filosofía, en 1929, Wittgenstein enfrentó en forma directa
la cuestión del carácter aparentemente predicativo de los números para desecharla
de una vez por todas y lo que en las Observaciones Filosóficas sostiene no es más
que un refinamiento, un complemento a la escueta posición del Tractatus. Su argu-
mento puede ser reconstruido como sigue: sólo si podemos hablar de objetos que no
caigan bajo ningún concepto podríamos significativamente hablar del número de ob-
jetos y eso es algo que no tiene el menor sentido. Quizá un paralelismo en este punto
podría ser útil: el concepto de número funciona como el concepto de existencia. La
existencia no es un predicado más: decir de algo que existe es decir que tiene alguna
propiedad. Esta es una tesis clásica de Frege y Russell y lo curioso es que no la
extendieran a los números, porque el concepto de número natural funciona exacta-
mente del mismo modo, como acabamos de ver. Podríamos inclusive decir, parafra-
seando a Frege, que el concepto de número es un concepto de segundo grado. Desde
la nueva perspectiva, los números no son otra cosa que las extensiones de los con-
ceptos o, quizá mejor, retratos de extensiones de conceptos.
Lo anterior tiene importantes implicaciones para la metafísica. Russell, por ejem-
plo, se pregunta por el número de objetos que hay en el mundo, pero si lo que hemos
dicho es correcto, preguntas así son simplemente absurdas. No tiene sentido decir
que algo es un objeto o que esos objetos son dos. No hay tal cosa como el predicado
"ser dos" y, naturalmente, lo que vale para el 2 vale para cualquier otro número. No
puede, por lo tanto, ni afirmarse ni negarse que hay un número infinito de objetos.
Afirmaciones así se derivan o bien de un simbolismo lógicamente defectuoso o bien
de una lectura defectuosa del simbolismo lógicamente correcto.

7
L. Wittgenstein, Tractatus, 4.112721.
8
Véase a este respecto el famoso ensayo de F. P. Ramsey, "The Foundations of Mathematics" en su
libro The Foundations of Mathematics (London: Routledge and Kegan Paul, 1931), pp. 210-12. Véase
también Tractatus, 5.535.

62
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

A pesar de las apariencias en sentido opuesto, el proyecto logicista no estuvo del


todo bien pensado y eso es algo que puede verse si se examinan dos nociones cruciales,
a saber, la de cuantifícación y la de identidad. ¿Cómo explican Frege y Russell la
cuantifícación, por ejemplo una expresión de la forma 'todos los hombres son morta-
les' ((x)(Hx -> Mx))? La explicación que ofrecen es o defectuosa o circular: es de-
fectuosa porque ellos tienen que explicar la generalidad como una conjunción o es
circular porque si quieren evitar reducir la generalidad a una conjunción {Juanito es
mortal & Teresita es mortal & ... & Pepito es mortal) tienen que reintroducir el
concepto "todos", diciendo que los seres humanos que nombraron son todos los que
hay, lo cual hace ver que no están explicando nada. Así, pues, la noción logicista de
cuantificación, aunque operativamente muy útil, era una noción no aclarada y de
utilización engañosa.9
El tema de la identidad obviamente representa otro formidable fracaso para los
logicistas. Frege y Russell asumen que la identidad es ineludible y que es imprescin-
dible dar cuenta de ella. Para explicarla y para explicar su utilidad, Frege elaboró su
famosa doctrina del sentido y la referencia y Russell ofreció una definición que co-
rresponde a la ley de Leibniz o coincide con ella. Ni el más optimista de sus seguido-
res, sin embargo, podría decir que alguno de esos intentos fructificó. En el Tractatus,
en cambio, Wittgenstein asestó un golpe mortal a la idea de la utilidad y del carácter
imprescindible de la identidad lógica. Hay una sección en la que el núcleo de la crítica
a la noción de identidad es transmitido con inusitada fuerza: "A grandes rasgos: decir
de dos cosas que son idénticas es un sinsentido y decir de una cosa que es idéntica
a sí misma no es decir nada".10 No parece haber mucho que decir en contra de tan
contundente dictum. El problema, claro está, es que sin la noción de identidad los
sistemas de Frege y Russell ni siquiera arrancan. Por otra parte, hay que recordar
que el enfoque wittgensteiniano no es meramente crítico: en el Tractatus se nos
ofrece una notación por medio de la cual se hace ver que el signo de identidad resulta
simplemente redundante y, obviamente, todo signo redundante carece lógicamente
de significado, es decir, no está en lugar de nada. Por lo tanto, el signo de identidad es
redundante y la noción de identidad superflua.
Lo que he expuesto representa una reducida parte del mosaico de ideas que está
en el trasfondo de la filosofía de la aritmética y de la lógica del Tractatus y de las
Observaciones Filosóficas. Hay, desde luego, muchos otros temas que no he si-

9
Sobre la posición del Tractatus, véase mi trabajo "Lógica y Representación" en mi libro Estudios sobre
las Filosofías de Wittgenstein (México: Plaza y Valdés, 2003).
10
L. Wittgenstein, Tractatus, 5.5303.

63
LENGUAJE, NÚMEROS Y ARITMÉTICA

quiera mencionado y que habría que hacerlo si se quisiera dar cuenta de manera
sistemática de todas las críticas de Wittgenstein a las filosofías de Russell y Frege, ya
que en algún sentido constituyen su plataforma, su punto de partida. Empero, nunca
habría sido ese un objetivo que me hubiera fijado para un trabajo de aspiraciones
modestas, como este. Para nuestros objetivos, me parece que contamos con sufi-
cientes elementos para empezar a reconstruir diversos aspectos de la faceta positiva
de la labor de esclarecimiento realizada por Wittgenstein en relación con los números
y las proposiciones de la aritmética. Eso es de lo que ahora pasaré a ocuparme.

III) Lenguaje, Números y Aritmética


Algo que resulta fascinante del pensamiento de Wittgenstein es su evolución, esto es,
la cadena de ideas que él va con gran esfuerzo engarzando, las transiciones por las
que pasa y los variados argumentos que va construyendo y que lo llevan de una
posición, en general muy atractiva y sólidamente establecida, a otra que está todavía
mejor labrada. En el caso de la reflexión sobre los números y la aritmética, se puede
detectar con relativa facilidad tanto continuidad como cambio entre el Tractatus y las
Observaciones. Dicho de manera cruda, en las Observaciones Wittgenstein sigue
sosteniendo que los números son esquemas preposicionales y, desde luego, que las
proposiciones aritméticas son ecuaciones, pero deja de jugar el papel fundamental
que desempeñaba en el Tractatus la idea de operación, la cual era esencial para el
tratamiento de los números en aquel primer gran libro. De manera general, pienso
que la concatenación de ideas en las Observaciones es más fácil de seguir, más
transparente que en el Tractatus, en donde realmente alcanzan el grado máximo de
compresión.
Me parece que el punto de partida de Wittgenstein en ambas obras es, primero, la
intuición de que toda concepción que desligue lógicamente el lenguaje de los números
del lenguaje natural será errada y, segundo, que toda teoría que pretenda dar cuenta de
las "entidades" matemáticas al margen por completo de su potencial utilización (en el
lenguaje natural o en teorías empíricas) está destinada a fracasar. No estará de más
notar, asimismo, que muchas (no todas) de las cosas que Wittgenstein sostiene respecto
a las proposiciones de la lógica valen por igual para las "proposiciones" de la aritmética,
y de las matemáticas en general. De ahí que cualquier teoría (verbigracia, la de Frege)
que dote a las proposiciones de la aritmética de un contenido tienen que ser falsas.11

"Cü.Ibid., 6.111.

64
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

Por lo que uno de los peores errores que se puede cometer sea equiparar a las
"proposiciones" aritméticas con proposiciones factuales, pretender ponerlas al mis-
mo nivel, como si la única diferencia entre ellas fueran sus respectivos grados de
abstracción. Contrariamente a lo que han sostenido filósofos como Mili o Quine, toda
concepción sana de la aritmética tiene que empezar por reconocer que sus "proposi-
ciones" tienen un status especial.12 De hecho, ni siquiera son proposiciones sino,
como veremos, ecuaciones, aunque por diversas causas se les dé un trato proposicional.
O sea, en contra de la superficial uniformización promovida por la lógica matemática,
debemos a toda costa mantener la separación categorial entre proposiciones y expre-
siones matemáticas. Lo que de manera artificial las unifica es el trato indiscriminado
de ambas en términos de argumentos y funciones. Por ejemplo, lo mismo podemos
decir lFx' que 'x + 3 = 8' y parecería que en ambos casos la variable cumple la
misma función. Pero es precisamente esa semejanza aparente lo que nos oculta la
esencial diferencia que hay entre esas expresiones. En el primer caso, la variable
indica que si en su lugar se coloca un nombre lo que tenemos es un retrato; en el
segundo que si se le remplaza por un número, lo que obtenemos es una regla de
sustitución de signos. De hecho, al igual que las proposiciones de la lógica y a
diferencia de las proposiciones genuinas, las de la aritmética no requieren de ninguna
clase de confrontación con la experiencia. Por decirlo de alguna manera, su "verdad"
es a prior i.13 Pero entonces es absurdo hacerlas pasar por proposiciones genuinas
cuando lo único que induce a hacerlo es un simbolismo de fácil pero engañosa utiliza-
ción. Para entender esto debidamente, quizá debamos hacer algunos recordatorios
concernientes a las proposiciones de la aritmética y al lenguaje en general.
Para empezar, recordemos velozmente un par de ideas prominentes de Wittgens-
tein concernientes al lenguaje y a la lógica. Tenemos que distinguir entre signos
proposicionales (oraciones), proposiciones y pensamientos. Todo signo proposicional
construido con base en las directivas de la Teoría Pictórica es un retrato de un hecho
posible. Los retratos son correctos o incorrectos. Una clase particular de retratos son
las proposiciones. Éstas son retratos lingüísticos de hecho usados por los hablantes.
O sea, es cuando yo pienso un retrato (uso una oración) que surge una proposición,
puesto que ésta es el retrato "en su relación proyectiva con el mundo".14 El pensa-
miento es un retrato de naturaleza psíquica que mantiene con los objetos del hecho
representado la misma relación que se da entre los elementos de la oración, que es

'2 Cñ. Ibid, 6.112.


13
Cfr. lbid, 6.113.
l4
Cñ.Ibid,3A2.

65
LENGUAJE, NÚMEROS Y ARITMÉTICA

una "entidad" lingüística, y los del hecho retratado. Con esto en mente, preguntémo-
nos ahora: ¿cómo se vinculan números y proposiciones?
Quizá podríamos replantear la pregunta de este otro modo: ¿quién podría tener
algún interés en los números en o por sí mismos? Como bien lo implica Wittgenstein
en el Tractatus, nadie: "En la vida no es nunca una proposición matemática lo que
necesitamos. Más bien, empleamos proposiciones matemáticas únicamente para in-
ferir de proposiciones que no pertenecen a las matemáticas otras que, de igual modo,
tampoco pertenecen a las matemáticas".15 Por lo pronto, podemos inferir que el
lenguaje de los números tiene algo importante que ver con lo que podríamos llamar
las 'proposiciones naturales': entran para lo que es la representación lingüística de los
hechos y exhiben la forma lógica de las proposiciones. Ahora bien, hay que observar
en relación con los números que tanto se usan en la vida cotidiana (en donde se
aplican) como se trabaja con ellos en matemáticas, sin considerar en lo más mínimo
su potencial aplicación. Por lo tanto, se requieren explicaciones de dos clases dife-
rentes: necesitamos saber, primero, cómo se incorporan los números al lenguaje natu-
ral y, segundo, qué son los números en tanto que elementos de los sistemas numéricos.
Algo de las aclaraciones anteriores tal vez nos ayude a entender lo que son las
adscripciones numéricas, esto es, las atribuciones de números a las cosas ('hay 5
perros en el jardín', 'compré dos botellas de vino', etc.). El reto en este caso es
comprender y describir cómo entran los números en la representación lingüística y lo
que vemos es que el modo como contribuyen a la significación de las proposiciones
es contribuyendo a conformar su forma lógica. La ventaja de esto es que es sólo
cuando se conoce la forma lógica de una proposición que realmente se le comprende
y, por ende, que se sabe bajo qué circunstancias es verdadera o falsa o qué inferir a
partir de ella. Esto ayuda a entender que pretender equiparar las proposiciones del
lenguaje natural (mediante las cuales hablamos de objetos) con las "proposiciones"
aritméticas (que tienen que ver más bien con la forma lógica de las proposiciones) no
puede ser más que un error total. Podría intentar objetarse lo siguiente: en las Obser-
vaciones lo que se nos dice es que "Los números son retratos de extensiones de
conceptos",16 en tanto que en el Tractatus Wittgenstein había sostenido más bien que
"Un número es el exponente de una operación".17 Luego es falso que haya sostenido
lo mismo en ambas obras. La respuesta a esta objeción consiste en señalar y en
hacer ver que en realidad las dos caracterizaciones son prácticamente equivalentes.

15
Cfr.,X ibid, 6.211
16
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas, sec. 100, p. 114.
17
L. Wittgenstein, Tractatus, 6.021.

66
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

Esto es algo de lo que, según pienso, podemos quedar convencidos. Veamos rápida-
mente cómo.
Lo primero que tenemos que hacer es descartar lo que podría ser una acusación
de circularidad: al hablar de exponente Wittgenstein no está empleando ninguna no-
ción numérica. Un exponente es simplemente un indicador, un factor. Así, pues, un
número no es más que el indicador de una operación. Wittgenstein lo representa
mediante el signo '". Las operaciones se pueden efectuar sobre proposiciones o
sobre términos. En ambos casos lo que tenemos son procedimientos reiterativos. No
se pueden, sin embargo, efectuar sobre funciones. Por ejemplo, si tengo p, puedo
tener (p & p), ((p &p) & p), (((p & p) & p) & p) y seguir aplicando la "operación"
"&" tantas veces como quiera; o bien se puede, mediante la aplicación de la relación
"sucesor" que vale para un término, generar lo que Wittgenstein denomina una 'serie
formal'. Tendremos entonces el primer término a, el sucesor de a, el sucesor del
sucesor de a, el sucesor del sucesor del sucesor de a, y así ad infinitum. Pero lo que
no se puede tener es, partiendo de la función J(a), expresiones como (f(f(a))), (f(f
(/"(a)))), etc. Expresiones así carecen por completo de sentido y la razón es simple:
no se puede simultáneamente ser función y argumento: "Una función no puede ser su
propio argumento, puesto que el signo de función contiene ya el prototipo de su propio
argumento y no puede contenerse a sí misma".18 Esto último no es un mero capricho: de
no aceptarlo se crean enredos y ambigüedades innecesarios e intolerables: "Si, por
ejemplo, suponemos que la función F (fa) pudiera ser su propio argumento, entonces
'F(F(/3f))' sería también una proposición y en esta proposición la función externa F y
la función interna F tendrían diferentes referencias, pues la interna tiene la forma 9
(fa), en tanto que la externa sería de la forma \|/(cp (fa)). Lo único en común que
tienen ambas funciones es la letra 'F', que por sí misma no designa nada".19 Así,
pues, es de primera importancia no confundir funciones con operaciones. De hecho,
el no haberlas distinguido es lo que está en la raíz de las paradojas.
Es obvio que el sistema numérico es una serie formal, en el sentido de que dado
un término, digamos el 1, por medio de la relación "sucesor de" podemos generar el
siguiente, y luego el siguiente, y así al infinito. Esto es crucial por una razón: hace ver
que Wittgenstein asume que el concepto de número se introduce directamente, no
por medio de definiciones, y luego lo que se construye al generar una serie formal es
el sistema de números naturales mismo. El concepto de número es un concepto pri-
mitivo: se introduce, se expande y se aplica. Las definiciones en este caso son ente-

18
Ibid., 3.333 (a)
19
Ibid., 3.333 (b).

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LENGUAJE, NÚMEROS Y ARITMÉTICA

ramente redundantes. Lo que sí importa es que cumpla con su función. En el lenguaje


natural, evidentemente, no estamos interesados en series formales, en sistemas como
el decimal. A nadie le interesa hablar del padre de a, del padre del padre de a, del
padre del padre del padre de a, y así sucesivamente. Lo que sí sabemos es que
podemos generar, dado un término cualquiera, una serie formal y el sistema que se
vaya creando sí nos puede ser útil. Lo importante de un sistema formal como el de los
números naturales es que se le puede incorporar al lenguaje natural y al hacerlo
exhibe las formas lógicas de las proposiciones. Ahora bien ¿qué empleamos en las
proposiciones? El Tractatus diría "nombres", pero en las Observaciones Wittgens-
tein habla de predicados (incluyendo relaciones). Así, si digo que hay tres autos blan-
cos en el estacionamiento, lo que afirmo es que la blancura de lo autos del
estacionamiento tiene una cierta extensión, esto es, está instanciada en determinados
casos (tres). Es como si dijéramos, señalando en cada ocasión a un auto diferente: la
blancura está aquí, la blancura está aquí y la blancura está aquí. Pero entonces salta
a la vista que los números enteros son efectivamente retratos de extensiones de
conceptos. Lo que eso quiere decir es que la operación de aplicación del predicado
'es blanco' se realizó en lo que llamamos 'tres ocasiones'. Esto lo podemos represen-
tar así: {esto es blanco)™. El signo '"" es el exponente de la operación. Vemos,
pues, que en lo que respecta a la caracterización del número en nada fundamental
difieren el Tractatus y las Observaciones Filosóficas. De ahí que no tengamos que
especular sobre la clase de entidades que son los números. Los números son simple-
mente lo que queda representado por o en las notaciones numéricas.
Aquí vale la pena quizá hacer una pequeña digresión y considerar brevemente
una discusión de Kripke que se encuentra en su Naming and Necessity. Al debatir la
cuestión de la barra estándar del metro, Kripke sostiene que hay una longitud deter-
minada a la que nos referimos mediante ia longitud de la barra M. 'Un metro', en
cambio, es un designador rígido. Denota, por lo tanto, el mismo objeto en todos los
mundos posibles en donde existe y lo que denota es una"cosa abstracta", a saber, una
longitud particular (¿un trozo de espacio?). Pero si esto es así, entonces se sigue que
es contingente que el metro coincida en extensión con la barra estándar. Lo que
nosotros de manera espontánea diríamos, parafraseando a Kripke, es que según él es
posible que el metro no midiera lo que todos los hablantes normalmente diríamos que
es un metro. Esto es claramente absurdo, pero lo vuelve factible el engañoso modo
de hablar de Kripke: él sostiene que 'metro' designa "una cierta longitud", una exten-
sión "pura" a la que podríamos referirnos o apuntar, con independencia total de la
barra que la determina. La definición usual de 'un metro', según él, tan sólo fija la
referencia, no el significado de un 'metro'. Aquí preguntarle a Kripke '¿qué es fijar el

68
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

significado?' sería jugarle una mala pasada, puesto que sería hacerle una pregunta
que nunca responde. Pero dejando de lado este detalle, podemos cuestionar lo que
afirma. El cuadro que nos pinta es básicamente el siguiente: como si fueran salchi-
chas y jamones que cuelgan en una carnicería, hay ciertas cosas abstractas que se
llaman 'longitudes', siendo una de ellas la de un metro, a las que, por así decirlo,
pescamos mediante descripciones que son contingentemente verdaderas de ellas.
Podemos referirnos de manera "pura" a un cierto objeto así con total independencia
de sus cualidades contingentes. Así, pescamos la longitud metro mediante la descrip-
ción 'la longitud de la barra Af, la que por un afortunado azar coincide con ella. O
sea, en la historieta kripkeana es como si nosotros hubiéramos de antemano o desde
siempre sabido que lo que queríamos era esa longitud en particular, a la que sin
embargo todavía nunca antes habíamos visto instanciada (en barras, cintas métricas,
rayos láser, etc.). Kripke mismo se ve forzado a reconocer que eso es casi absurdo,
pero tiene que abstenerse de extraer la conclusión obvia: "Para una cosa abstracta
como una unidad de longitud, la noción de referencia puede no ser clara. Pero supon-
gamos que es suficientemente clara para los propósitos presentes".20 Ahora bien,
para nuestros propósitos, lo importante es entender que lo que Kripke dice choca
directamente con lo que Wittgenstein sostiene. Lo que éste afirma es que no tiene
sentido adscribir números (como lo es 1 metro) con total independencia de propieda-
des de objetos, en tanto que Kripke asevera exactamente lo contrario: hay entidades
numéricas (longitudes) que se pueden adscribir con independencia total de cualquier
cualidad o relación que puedan tener los objetos. Podemos entonces hablar de "un
metro" independientemente de todas las barras de un metro que haya en el universo
y de las mediciones concretas que se hayan hecho. Eso es francamente absurdo y la
posición esbozada por Wittgenstein y que aquí delineamos deja en claro por qué.
Como he tratado de hacer ver, en la caracterización tractariana el concepto de
operación es fundamental. Pero ¿por qué? En primer lugar, porque es lo que permite
entender la idea de serie formal, propia de un sistema de los números naturales, pero,
en segundo lugar y más relevante para nosotros, porque la idea de serie formal es lo
que nos garantiza que el sistema tendrá las propiedades deseadas, que no habrá
huecos entre sus elementos, que sus secuencias serán sistemáticas, no azarosas o
caóticas. Para dar un ejemplo: no pasaremos abruptamente del 2 al 5, sino del 2 al 3,
del 3 al 4 y del 4 al 5. El sistema numérico resulta de una operación recursiva y sería
ésta, al generar una serie formal, la garantía de que estará bien construido.

20
S. Kripke, "Naming and Necessity" en Semantics of Natural Language. Editado por D. Davidson y
G. Harman (Dordrecht/Boston: Reidel Publishing Company, 1972), p. 274.

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LENGUAJE, NÚMEROS Y ARITMÉTICA

Es en relación con este punto justificatorio que con la perspectiva de las Observa-
ciones se va a marcar un cambio frente a la caracterización ofrecida en el Tractatus.
La diferencia emerge del hecho de que a partir de 1929 Wittgenstein empezará a
apreciar y a enfatizar cada vez más el aspecto práctico e instrumental del lenguaje.
Desde la nueva perspectiva, lo que importa es la aplicabilidad de la aritmética y esa
aplicabilidad aparece automáticamente con ella. No necesita ninguna clase de justifi-
cación externa. "Uno siempre tiene una cierta reticencia a darle a la aritmética una
fundamentación diciendo algo acerca de su aplicación. La aritmética parece estar
fundada en sí misma con suficiente solidez. Y ello, desde luego, se deriva del hecho
de que es su propia aplicación".21 Pero se sigue de eso que el proyecto mismo de
fundar la aritmética en una idea como la de operación era insuficiente y estaba desorien-
tado. "Por otra parte, una introducción nebulosa del concepto de número mediante la
forma general de la operación —tal como yo lo hice— no puede ser lo que se necesi-
ta".22 La noción de praxis empezaba a hacerse sentir con fuerza en el pensamiento
de Wittgenstein y vino a desplazar a la idea de un desarrollo inmanente o interno de los
sistemas formales, independiente por completo de las prácticas humanas.
Respecto al status de las proposiciones aritméticas (y en general de las matemáticas),
la posición de Wittgenstein siguió siendo la misma: en aritmética lo que encontramos son
ecuaciones, no proposiciones. Las matemáticas no expresan pensamientos, no aluden
a ningún estado de cosas, real o imaginario. En relación con la aritmética y los
enteros naturales, él expresa en las Observaciones básicamente lo mismo: "La
aritmética es la gramática de los números".23 La aritmética no "versa" sobre nada:
"La aritmética no habla acerca de números, sino que trabaja con números".24 Los
números, como ya vimos, son esquemas formales, esto es, estructuras preposicionales,
no nombres de nada. Pero aquí hay un punto que es interesante recalcar y rescatar.
Se le podría objetar a Wittgenstein que su posición es incoherente, puesto que por una
lado rechaza la noción lógica de identidad ('=') y por la otra la acepta en las ecuaciones
('2 + 3 = 5'). Pero esta objeción es totalmente fallida. Estamos frente a un típico caso
de ambigüedad, una imperfección más de nuestro lenguaje: el signo '=' es el mismo,
pero la noción lógica de identidad no es la noción aritmética de igualdad. La primera
('a = a') prácticamente no sirve para absolutamente nada, en tanto que la segunda
('2 + 3 = 5') indica que las expresiones a sus costados son intercambiables y eso

21
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas, sec. 109, p. 120.
12
Ibid., sec. 109, p. 121.
23
Ibid, sec. 108, p. 120.
24
Ibid., sec. 109, p. 120.

70
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

tiene efectos prácticos interesantes. Recurrir a la noción lógica de identidad es per-


der el tiempo, puesto que para que podamos decir algo como 'Napoleón es idéntico a
Napoleón' o 'Napoleón es idéntico a Bonaparte' (empleando 'Napoleón' y 'Bonaparte'
como nombres, en el sentido del Tractatus), tengo que saber previamente qué objetos
denotan 'Napoleón' y 'Bonaparte'. "La identidad de referencia de dos expresiones
no se puede aseverar, ya que para poder afirmar algo sobre su referencia tengo que
conocer la referencia y si conozco la referencia entonces sé si las expresiones signi-
fican lo mismo o algo diferente".25 En cambio, es una propiedad de los números que
2 + 3 = 5, 2 + 3 = 4 + 1,2 + 3 = 1 + 1 +1 +1 +1,2 + 3 = 9 - 4, y así indefinidamente.
El método en matemáticas es el de sustitución: es por medio de reemplazos como el
sistema se desarrolla. Ahora bien ¿cómo crece el sistema? El cálculo mismo nos lo
va indicando, puesto que "Las matemáticas son un método de la lógica".26 En las
Observaciones, Wittgenstein defiende la misma idea, sólo que la expone de manera
diferente, ya que su terminología empieza también a ser diferente. "Ninguna investi-
gación de conceptos, sino sólo la intuición directa [en el cálculo de números], puede
decirnos que 3 + 2 = 5".27 En esto hay también una gran coincidencia con el Tractatus,
en donde Wittgenstein había firmado que "A la cuestión de si se necesita la intuición
para resolver los problemas de las matemáticas se tiene que responder que en este
caso el lenguaje mismo suministra la intuición necesaria".28 En este punto, Kant re-
sulta ser un pensador más afín a Wittgenstein que filósofos contemporáneos a él,
como Frege y Carnap.

IV) Consideraciones Finales


Me inclino a pensar que en general se comete un error cuando se afirma que hay un
Wittgenstein joven, que es el del Tractatus, y uno de madurez, que es el que inicia su
labor en 1929 (dejando de lado las sutilezas concernientes a un Wittgenstein interme-
dio e inclusive a un último, cuarto Wittgenstein). Esa clasificación me parece equivo-
cada. El corte histórico no necesariamente coincide con el filosófico. Yo creo más
bien que el verdadero corte en la producción filosófica de Wittgenstein se da cuando
él plantea y desarrolla la cuestión de lo que es seguir una regla. A partir de allí su

25
L. Wittgenstein, Tractatus, 6.2322.
26
Ibid., 6.234.
27
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas, sec. 107, p. 119.
28
L. Wittgenstein, Tractatus, 6.233.

71
LENGUAJE, NÚMEROS Y ARITMÉTICA

pensamiento se orienta en una dirección completamente nueva. Hasta antes de ese


momento, lo que Wittgenstein hace es pulir, perfeccionar las intuiciones del Tractatus.
La labor de destrucción de mitos filosóficos, por ejemplo, es la misma en ambos
períodos. En relación con las obras de las que aquí me ocupé hay desde luego cam-
bios, pero éstos tienen que ver con matices y con los que de manera natural acarrea
un cambio terminológico importante. Se refuerza, por ejemplo, la idea de cálculo y
con ella la idea de reglas, pero la idea de "método lógico" ya estaba en el Tractatus.
La idea de las "verdades" matemáticas como meras ecuaciones, que en el primer
libro había quedado un tanto en la oscuridad ("Una ecuación tan sólo caracteriza el
punto de vista desde el cual considero a ambas expresiones, a saber, el punto de vista de
su identidad referencial")29 se perfila ahora con mucha mayor nitidez: "Una ecuación",
se nos dice, "es una regla sintáctica".30 Esto es mucho más claro y también, filosófi-
camente, mucho más aprovechable. Se abandona también y definitivamente, gracias
a la idea de cálculo como algo que sólo existe en el espacio y en el tiempo,31 toda
forma de apriorismo, la idea misma de la lógica (y de las matemáticas) como el gran
espejo de la realidad. Aunque presente en el Tractatus, la idea de demostración
adquiere de pronto una gran relevancia para explicar el sentido de una "proposición
matemática" (un inevitable "misnomer"). Asimismo, vale la pena enfatizar que, a
diferencia de lo que estaba meramente implícito en el Tractatus, en las Observacio-
nes Wittgenstein se aboca a dar cuenta de otras clases de "entidades matemáticas"
aparte de los números naturales, como los irracionales y los transfinitos, además de
que se ocupa también de otras ramas de las matemáticas, como la geometría. Pero
nada de ello es contradictorio con lo que se había sostenido en el Tractatus, sino que
más bien se trata de desarrollos de sus intuiciones primigenias. Podemos recurrir,
para respaldar esto último, a la autoridad de Russell: "Hay algunos respectos en los
que, tal me lo parece, la teoría del Sr. Wittgenstein necesita un mayor desarrollo
técnico. Esto se aplica en particular a su teoría del número (6.02 y sigs.) la cual, así
como está, es susceptible de dar cuenta únicamente de los números finitos. Ninguna
lógica puede considerarse adecuada hasta que se muestre que es susceptible de dar
cuenta de los números transfinitos. No pienso que haya nada en el sistema del Sr.
Wittgenstein que haga imposible que llene este hueco".32 O sea, Russell, a diferencia

29
Ibid, 6.2323.
30
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas, sec. 121, p. 133.
31
Cfr., Observaciones Filosóficas, sec. 108, p. 120.
32
B. Russell, "Introducción" a Tractatus Logico-Philosophicus. Traducido al inglés por D. Pears y B.
F. McGuinness (London: Routledge and Kegan Paul, 1978), p. xx.

72
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

de Ramsey, nunca pensó que la concepción wittgensteiniana del número estuviera


forzosamente confinada al mundo de la aritmética. Si Wittgenstein no había dicho
nada en relación con otras clases de números ello fue sencillamente porque pensaba
que la expansión de sus ideas era obvia y que la labor realmente difícil ya había sido
realizada.

73
¿Qué es la Inferencia Matemática?

I) El Gran Mito Realista

C
omo en relación con cualquier otro caso de actividad o de disciplina humanas,
las matemáticas nos presentan con el tradicional problema de tener que dis-
tinguir entre la práctica y la comprensión de dicha práctica. Lo primero no
acarrea consigo de manera automática lo segundo. En este como en muchas otros
casos, parte del problema consiste en que si bien los matemáticos disponen de la
sólida plataforma del conocimiento matemático carecen del entrenamiento que per-
mite dar cuenta de él, en tanto que los filósofos, si bien entrenados en el arte de
ordenar pensamientos y capacitados para en principio desarrollar dicha labor, care-
cen a menudo de conocimientos sólidos en matemáticas, por la obvia razón de que en
general no es matemáticas lo que estudiaron. Naturalmente, una situación así redun-
da en demérito de la filosofía de las matemáticas. Es cierto que siempre ha habido
excepciones a esto que parece una regla general. Pitágoras, Platón, Leibniz, Frege,
Husserl, Russell, Quine (por no citar más que a unos cuantos) son buenos ejemplos
de feliz síntesis de matemáticas con filosofía, pero es evidente que los filósofos mate-
máticos grandes son más bien escasos. Parecería que lo problemático de la situación
consiste no sólo en que dar cuenta de manera filosóficamente convincente de las
matemáticas exige formarse simultáneamente en dos áreas completamente diferen-
tes, sino también que requiere fundir en una sola dos mentalidades radicalmente dis-
tintas. Wittgenstein, se sabe, tenía una muy pobre opinión de los matemáticos filósofos:
"En filosofía no se puede interrumpir una enfermedad de pensamiento. Debe ésta
seguir su curso natural y la curación lenta es lo más importante. (Es por eso que los
matemáticos son tan malos filósofos)."1 No debería, pues, sorprendernos que fueran

1
L. Wittgenstein, Zettel (Oxford: Basil Blackwell, 1967), sec. 382.
INFERENCIA MATEMÁTICA

los mismos matemáticos en sus momentos filosóficos quienes, en su afán de aclara-


ción de la naturaleza de su disciplina (sobre qué versa, cómo está constituida, en qué
se funda, cómo se opera en ella, etc.), hubieran echado a rodar la multitud de mitos
filosóficos en los que ahora está hundida la reflexión sobre las matemáticas. Kurt
Gódel, podría argumentarse, es un buen ejemplo de ello. Es justamente en contra de
ideas como la de que hay profundos problemas ontológicos en matemáticas, que los
matemáticos son exploradores de un universo infinito de entidades abstractas, que
hay hechos matemáticos, los cuales se caracterizan por determinados rasgos o pro-
piedades, etc., que se sublevó Wittgenstein. En este ensayo me ocuparé de una por-
ción mínima del inmenso terreno abarcado por su pensamiento, es decir, presentaré
exclusivamente algunas de sus ideas en relación con lo que son la inferencia y la
experiencia matemáticas. Ahora bien, para estar en mejor posición de apreciar y
evaluar la posición que Wittgenstein se fue labrando habremos primero de presentar,
aunque sea en sus grandes lineamientos, los mitos de filosofía de las matemáticas que
quedan englobados bajo el rubro general de "realismo". Es sólo una vez desglosadas
las creencias fundamentales de la interpretación realista de las matemáticas que
podremos abocarnos a reconstruir y exponer los puntos de vista de Wittgenstein en
relación con nuestro tema.
'Realismo' en filosofía de las matemáticas apunta a un conglomerado de tesis de
las cuales sus partidarios enfatizan las que más les convengan según sus necesidades
del momento. La lista de ellas que a continuación presento, y que ni mucho menos
pretende ser exhaustiva, se conforma sin embargo de tesis que parecerían ser esen-
ciales al realismo. Podemos agruparlas en dos grandes bloques, uno concerniente a la
naturaleza de las proposiciones matemáticas y otro referente más bien a cuestiones
de orden epistemológico. Así, tenemos que para el realista común las proposiciones
matemáticas:

a) son verdaderas o falsas en exactamente el mismo sentido en que pueden serlo


las del lenguaje común, las de historia o las de cualquier ciencia natural, e.g., la
física o la biología
b) vale para ellas el Principio del Tercero Excluido de manera irrestricta
c) son verdaderas en virtud de algo externo a ellas
d) describen rasgos necesarios de la realidad
e) versan sobre objetos abstractos (puntos, números, espacios, etc.), tan reales
como los osos o las radiaciones
f) son apriori y verdaderas (o falsas) en todo mundo posible, es decir, son nece
sariamente verdaderas. (La determinación de si son analíticas o no es otro

76
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

debate, aunque a primera vista al menos lo más congruente para el realista


sería defender la idea de que no lo son).

Por otra parte, podemos decir del matemático que:

g) es ante todo un explorador de un universo particular y un descubridor de he-


chos de ese mundo. El matemático identifica y reconoce conexiones objetivas,
totalmente independientes de su voluntad, gusto, etc.
h) Su enunciación de verdades (matemáticas) presupone la realidad y el funcio-
namiento de facultades cognitivas especiales (i.e., no sensoriales).

Es probable que un realista ambicioso y congruente defendiera todas las tesis


mencionadas, pero es claro que diversos pensadores de esta tendencia han optado
más bien por enfatizar una u otra en función, como dije, de los problemas que en el
momento de su reflexión estén enfrentando. M. Dummett, por ejemplo, ha insistido
en la importancia de (b), en tanto que filósofos matemáticos como H. Poincaré o
matemáticos como G. H. Hardy han resaltado más bien (g) y (h). Por su parte, Platón
y Frege subrayan más bien (c), (d) y (e). Como puede apreciarse, hay de todo, pero
en todo caso una cosa es clara: son todas estas tesis (entre muchas otras) que Witt-
genstein va a someter a una devastadora crítica. Antes de reconstruir sus argumen-
tos, sin embargo, será útil hacer una presentación un poco más precisa de la perspectiva
realista de los tópicos que aquí nos incumben, esto es, la inferencia y la experiencia
matemáticas.

II) Realismo, Inferencia y Experiencia


Es relativamente claro que lo que los realistas tienen que decir en torno a la inferen-
cia matemática es ante todo el resultado de una interpretación, o por lo menos lógica-
mente parte de ella. Dicha interpretación se funda básicamente en un paralelismo o
analogía, bastante poco sofisticado dicho sea de paso. La idea motriz parece ser la de
que así como hay experiencia sensorial hay también lo que podría llamarse 'experien-
cia matemática', esto es, una experiencia puramente intelectual, y al igual que hay
órganos para las experiencias sensoriales la experiencia matemática también tendría
su órgano, viz., la mente. Ahora bien, una diferencia importante entre estas dos cla-
ses de experiencias es que en el caso de las sensoriales sólo podemos establecer
conexiones probables, en tanto que en el de las experiencias matemáticas las co-

77
INFERENCIA MATEMÁTICA

nexiones que establecemos son necesarias. El matemático "ve" (con el "ojo de la


mente") que ciertas conexiones (entre números, por ejemplo) se dan y que ciertas
proposiciones "se siguen" objetivamente de otras. Esto puede ilustrarse de manera
sencilla por medio de teorías como las de geometría o de teorías axiomatizadas de
números: partiendo de ciertos supuestos o axiomas o hipótesis se deducen teoremas,
esto es, consecuencias lógicas de ellos por medio de reglas de razonamiento que se
asume que son objetivamente válidas. En otros casos, lo que se tiene son ciertas
fórmulas (e.g., para resolver ecuaciones de diverso grado) y el matemático "ve"
cómo la fórmula en cuestión nos permite resolver la ecuación de que se trate. Así
vistas las cosas, queda relativamente claro que lo que se debe hacer, si lo que se
quiere es razonar correctamente, es usar o aplicar las fórmulas tal como a todas
luces ellas mismas nos indican cómo hacerlo. O sea, de acuerdo con el realista no
hay más que una manera de leerlas. Es por eso que se dice que, cuando efectiva-
mente se les aprehende, el resultado ya estaba "predeterminado". No hay más que
una forma objetivamente correcta de aplicar las fórmulas y, en general, de extraer
conclusiones. O sea, no es que una vez alcanzado un cierto resultado éste se vuelva
definitivo, sino que ya lo era desde antes de ser descubierto. Puede, pues, decirse
que, en la medida en que para establecerlas no fue necesario recurrir a la experiencia
sensorial sino sólo a una puramente intelectual, las proposiciones matemáticas son no
sólo necesarias sino a priori. Inferir es precisamente el proceso mental de descubri-
miento o de reconocimiento de conexiones abstractas objetivas.
El cuadro realista global es, como puede apreciarse, complejo y rico en insinuacio-
nes, sugerencias e implicaciones. Ahora bien, en la primera parte de sus Observa-
ciones sobre los Fundamentos de las Matemáticas Wittgenstein se enfrenta a él
con el claro propósito de desmantelarlo. Concentrándonos exclusivamente en la cues-
tión de la inferencia lógica, es de dicho esfuerzo que ahora pasaré a ocuparme.

III) La Naturaleza de la Inferencia Matemática


Como era de esperarse, la inmensa labor de aclaración desarrollada por Wittgenstein
en el área de la filosofía de las matemáticas tenía que incluir un capítulo dedicado a la
inferencia matemática. Todo mundo entiende, por otra parte, que ni el peculiar estilo
de Wittgenstein ni su muy especial forma de abordar y lidiar con los enredos de
pensamiento permitirían presentar sus logros a la manera de un sistema deductivo. Al
reconstruir el pensamiento de Wittgenstein inevitablemente lo mutilamos. Wittgens-
tein va abordando de manera libre las dificultades que su tratamiento del tema de
manera natural le va planteando y es sólo poco a poco que se entiende cómo a través
78
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

de su disquisición se va tejiendo una nueva concepción del asunto. Así, pues, más que
intentar sistematizar sus resultados lo que conviene es entender su enfoque y su
método de trabajo.
A este respecto, lo primero que tenemos que recordar es que la aclaración filosó-
fica no es ella misma un cálculo más. O sea, las dificultades de comprensión que
plantean las transiciones matemáticas no son un asunto más de números y no son
quienes las efectúan los más apropiados para dar cuenta de ellas. Lo que tenemos
que examinar es lo que los matemáticos dicen acerca de su propio trabajo. Ahora
bien, eso que ellos dicen y que es nuestro material de trabajo, es decir, las descripcio-
nes que ellos ofrecen de lo que hacen, forzosamente lo enuncian en el lenguaje natu-
ral, esto es, por medio de expresiones que son del dominio público. Son, pues, los
conceptos por así llamarlos 'naturales' lo que primeramente debemos examinar. De
seguro que los egipcios o los aztecas razonaban, por más que no dispusieran de cál-
culos lógicos. "Y ¿en qué consiste la actividad especial de inferir? - Es por ello que
es necesario que examinemos cómo efectuamos inferencias en la praxis del lengua-
je; qué clase de procedimiento en el juego de lenguaje es la inferencia".2 O sea, el
concepto de inferencia no es un concepto matemático o construido primeramente por
o para los matemáticos, como lo es por ejemplo el de número irracional, sino un
concepto que emana del lenguaje natural y que los matemáticos se apropian para
describir lo que hacen. Pero es precisamente a través de esa apropiación que se
cuela la interpretación errada y, por consiguiente, que se generan las incomprensiones
de las cuales no podemos después librarnos.
Wittgenstein inicia su examen tratando de esclarecer lo que se quiere decir cuan-
do se habla de "determinación" en el contexto de las matemáticas. Se dice, por ejem-
plo, que una fórmula "determina" un resultado, que ciertos axiomas y ciertas reglas
de inferencia "determinan" los teoremas que se pueden obtener {Le., esos y no otros
son los que se siguen), etc. Pero ¿qué significa 'determinar' cuando se le emplea en
matemáticas? ¿Qué es la determinación (o la predeterminación) matemática? Lo
primero que salta a la vista es que el uso de 'predeterminar' por parte de los matemá-
ticos o de los filósofos de las matemáticas es, como era quizá de esperarse, un uso
básicamente analógico. La prueba de ello es que no se le usa en el sentido literal o
estricto en el que se usa en el discurso usual. En el sentido usual, decir que lo que
alguien escribe está determinado, por ejemplo, por lo que otra persona dice o hace,
podría querer decir, entre otras cosas, que la persona en cuestión:

2
L. Wittgenstein, Remarks on the Foundations of Mathematics (Cambridge/London: The M.I.T. Press,
1975), Parte I, sec. 17, p. 8.

79
INFERENCIA MATEMÁTICA

a) le da las respuestas al alumno pero en clave, de manera que éste tiene primero
que descifrar un texto para llegar a ellas
b) escribe las respuestas en el papel sólo que de manera muy tenue de manera
que el otro tenga que fijarse y recalcar lo escrito
c) le dicta (o, en general, le ordena) al alumno lo que tiene que escribir
d) lo fuerza a que escriba ciertos resultados (podemos imaginar a un dictador que
proporciona los resultados a los que quiere que sus científicos lleguen)3
e) lo amenaza de modo que el alumno u oyente escribe precisamente lo que la
otra persona quiere.

Eso y cosas parecidas es "determinar" algo para alguien. En todos esos casos,
y otros que podríamos imaginar, tiene un sentido claro afirmar que los resultados ya
estaban predeterminados para el alumno: si el dictador ya sabía a qué resultados se
tenía que llegar, los resultados ya estaban predeterminados. El asunto es claro.
Pero es también evidente que no es en ese sentido literal como en general se usa el
término 'predeterminar' en el contexto de las matemáticas. En el caso de las ope-
raciones matemáticas lo que se hace es algo sutilmente parecido, pero de todos
modos diferente, a saber, se entrena a alguien para que aprenda a producir diversos
resultados aplicando de cierto modo las reglas y fórmulas que se le proporcionan.
Lo interesante y sorprendente es que, en general y en condiciones normales todos
aplicamos las fórmulas o reglas de la misma manera. Por consiguiente, no es par-
ticularmente sorprendente que coincidamos en los resultados. Ahora bien, es esa
concordancia lo que nos lleva a afirmar que el resultado tenía ya que haber estado
allí, esperando, predeterminado. "Si, por lo tanto, nosotros determinamos estas tran-
siciones en un sentido por completo diferente, a saber, sometiendo a nuestro alum-
no a un entrenamiento como, e.g., el que reciben los niños con las tablas de multiplicar
y la multiplicación, de manera que todos aquellos que son así entrenados hacen del
mismo modo multiplicaciones al azar (multiplicaciones que no se hayan hecho mien-
tras eran entrenados) y con resultados en los que todos concuerdan (...), entonces
nos resultará natural usar lo siguiente como una imagen de la situación: los pasos ya
estaban dados y simplemente los está escribiendo".4 Pero en lo que los realistas no
reparan es en el hecho de que la aceptación de resultados es ante todo la expresión
de un entrenamiento colectivo exitoso previo para operar con signos de determinada
manera.

3
Véase ibid., Parte I, sec. 22, pp. 9-10.
4
L. Wittgenstein, ibid., Parte I, sec. 22, pp. 9-10.

80
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

Así, pues, hablar de que en matemáticas los resultados están "predeterminados",


esto es, dados previamente a las operaciones, es hablar metafóricamente o, mejor
dicho, construir una imagen. Ahora bien, en sí mismo ni mucho menos es el recurso a
una imagen un procedimiento ilegítimo, siempre y cuando no olvidemos que la imagen
resulta más bien de una interpretación. El problema surge cuando se pretende tomar
la imagen (interpretación) por una descripción. De ahí que si lo que queremos es
comprender realmente qué pasa cuando trazamos inferencias, lo que para empezar
tenemos que hacer es desprendernos de dicha imagen y describir lo más exacta-
mente posible lo que realmente hacemos cuando inferimos. O sea, el error generali-
zado consiste en pensar que se describe un proceso cuando es una imagen lo que nos
guía en nuestra supuesta descripción. Nuestro objetivo debe ser más bien describir
nuestro proceder de manera neutral, sin prejuzgar la cuestión, es decir, sin dejar que
las imágenes en circulación se nos impongan y nos hagan encarar y comprender el
tema a través de ellas.
Como puede apreciarse, el paralelismo entre la estrategia argumentativa de las
Remarles on the Foundations of Mathematics y la de las Philosophical Investigations
es notable. Por ejemplo, en las Investigaciones Wittgenstein hace ver que cuando
queremos aclarar lo que significa una palabra recurrimos a la expresión 'La palabra
... significa ....'. Pero lo cierto es que decir eso no es todavía decir nada, aparte de
que es engañoso, puesto que sugiere equívocamente que el significado de V es el
objeto o la cosa X. Pero la misma forma de palabras aparecerá independientemente
de la clase de signo que esté enjuego: 'tendencia', 're', 'hiena', átomo', etc. O sea,
siempre recurrimos a la formulación canónica, independientemente de la clase de signifi-
cado que esté involucrada. "En otras palabras, la descripción deberá revestir la forma:
'La palabra ... significa ...'.5 Sin embargo, cuál sea el significado específico del tér-
mino 'x' es algo que sólo la descripción del uso concreto que de él se hace podrá
proporcionar y los usos, claro está, no son adivinables. Si queremos determinar el
significado de una expresión, por lo tanto, tenemos que atender a las aplicaciones
que de ella se hagan. De igual manera, decir que la fórmula predetermina el resultado
no es todavía decir nada preciso: no es más recurrir al esquema que nos dice qué
forma debe revestir la explicación de lo que es en el área de las matemáticas explicar
que se obtuvo un resultado. O sea, cuando se le explica a alguien lo que es una
inferencia correcta se le hacen las aclaraciones pertinentes y se le dice que "el resul-
tado ya estaba predeterminado por la fórmula", o por las premisas. Pero, una vez

3
L. Wittgenstein, Philosophical Investigations (Oxford: Basil Blackwell, 1974), sec. 10.

81
INFERENCIA MATEMÁTICA

más, decir eso no es todavía explicar nada: es simplemente emplear la forma canóni-
ca de explicación en este contexto particular. Nosotros entenderemos por qué deci-
mos que el resultado estaba de antemano determinado cuando efectivamente
comprendamos lo que hacemos cuando inferimos, pero no simplemente porque ex-
presemos nuestra creencia de que el resultado estaba ya allí aguardándonos, puesto
que esto último es simplemente aplicar la imagen que se está cuestionando.
Describamos, pues, qué es lo que hacemos cuando inferimos algo. Consideremos
una prueba. En una prueba, lo que hacemos es "extraer" una conclusión a partir de
ciertas premisas.6 Una inferencia es más bien una transición, pero una transición no
es un fenómeno inexplicable o esotérico. Lo que llamamos 'transición' no es mas que
una secuencia de proposiciones o de oraciones que tiene como característica el que
digamos que la última es la conclusión de las anteriores. "Una prueba -podría decires
un esquema, en uno de cuyos extremos están escritas ciertas proposiciones y en el
otro una oración (a la que llamamos 'proposición demostrada')".7 En otras palabras,
considerada neutralmente una prueba no es más que una secuencia o lista ordenada
de expresiones (proposiciones o fórmulas). Una característica de una demostración
es que en ella empleamos expresiones como 'y por lo tanto', 'se sigue que', etc., por
medio de las cuales vinculamos a la última proposición con las anteriores. La expre-
sión 'y por lo tanto' indica un uso especial del esquema. Frases así son simplemente
la expresión de la aceptación del esquema completo, es decir, del todo formado por
premisas y conclusión. Esto exige algunas aclaraciones.
Supóngase que lo que se quiere es resolver una ecuación de segundo grado. Se
requiere utilizar una fórmula particular. Pero ¿cómo podría una secuencia de signos
por sí sola forzar a alguien, a una persona, a hacer algo, esto es, a proceder de una u
otra manera? O, mejor dicho: ¿cómo podría un esquema forzar a todo mundo a pro-
ceder de tal o cual modo? El esquema por sí solo no dice nada, es decir, no indica
cómo tiene que ser aplicado. Es el hecho de que concordemos en nuestro uso del
signo lo que constituye nuestro peculiar modo de empleo de dicha fórmula. O sea, lo
que nos enseñamos unos a otros es a usar dicho esquema de determinada manera y
de esa manera solamente. Al hacerlo y al privilegiar una aplicación particular, exclui-
mos o prohibimos todas las potenciales formas de utilización alternativas. De hecho,
como Wittgenstein se esfuerza por hacernos entender, múltiples otras aplicaciones de

6
Obviamente, el verbo 'extraer' ya prejuzga el asunto: nos induce a pensar que algo ya estaba allí de
alguna manera metido y que nuestra tarea consiste en sacarlo a la luz. Esto ya es una interpretación de
lo que hacemos, una interpretación que neutralizamos si entendemos lo que sucede.
7
L. Wittgenstein, Remarks on the Foundations of Mathematics, Parte I, sec. 28, p. 11.

82
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

uno y el mismo esquema son imaginables, inclusive en los casos más elementales,
pero precisamente por ello los procedimientos ya establecidos nos parecerán incuestio-
nables, los objetivamente correctos. Los modos de aplicación de las fórmulas (reglas de
inferencia, por ejemplo) que, por así decirlo, se hayan impuesto automáticamente nos
impiden contemplar seriamente cualesquiera otras posibilidades de aplicación, a las
que a partir de ese momento se nos hace ver como absurdas.
Por otra parte, es claro que nuestros modos de aplicación de las reglas, las fórmu-
las, etc. (en otras palabras: nuestras matemáticas), tienen una justificación práctica,
es decir, nos son objetivamente útiles, nos dan buenos resultados y, por lo tanto, no
tenemos por qué cuestionarlos. La justificación última de nuestras matemáticas no es
una "operación de la mente". La mente no es una garantía de nada en este caso. Más
bien, las matemáticas se justifican por su carácter pragmático y en última instancia su
éxito se funda en hechos brutos de la naturaleza humana acerca de los cuales no
tiene el menor sentido preguntar nada. El hecho que hay que notar es que reacciona-
mos en general de la misma manera. Wittgenstein expone el punto como sigue: "Pero,
si tienes razón, ¿cómo es que todos los hombres (o por lo menos los hombres norma-
les) aceptan estos esquemas como pruebas de estas proposiciones?' -Sí, hay aquí
una gran - e interesante - concordancia".8 Si para contar 2 + 2 no tendiéramos de
manera espontánea a hacerlo como normalmente lo hacemos (recurriendo a los de-
dos de las manos, por ejemplo), seguramente tendríamos una aritmética diferente
pero también, muy probablemente, una menos beneficiosa o útil que la que tenemos.
En todo caso, sin nuestra nunca cuestionada concordancia en reacciones los juegos
de lenguaje no se podrían siquiera gestar.9
Quizá no estaría de más preguntarnos: ¿cuál es la función de una prueba? ¿Por
qué o para qué tenemos pruebas y no nada más, e.g., experimentos? Una prueba es,
como dijimos, un mecanismo que nos lleva de lo que denominamos 'premisas' a lo
que llamamos 'conclusión'. Un rasgo fundamental de una prueba es que nos permite
dejar establecido de manera definitiva un resultado y, por eso, genera certeza. Se
trata de una secuencia de oraciones mediante la cual imponemos como regla que no
admite excepciones una determinada proposición, a saber, la última y razonamos de

8
L. Wittgenstein, ibid., Parte I, sec. 35, p. 13.
9
El caso del juego de lenguaje de las sensaciones podría ayudamos a ilustrar el punto que Wittgenstein
está estableciendo. Es claro que si cada vez que a alguien le duele algo éste hiciera una mueca diferente
o reaccionara de diferente de modo y si todos reaccionaran de manera diferente de cómo lo hacen los
demás cuando les duele algo, el juego de lenguaje del dolor (y todo lo que entraña) no habría podido
construirse. El dolor de los demás sería irreconocible. Lo mismo acontece, mutatis mutandis, con los
juegos de lenguaje de la aritmética, la geometría, la lógica, etc.

83
INFERENCIA MATEMÁTICA

conformidad con ella. En este sentido, una prueba y su conclusión son claramente
diferentes de un experimento y su resultado. El resultado de un experimento siempre
puede ser un evento inesperado, pero en matemáticas la sorpresa está excluida. No
quiero decir que no hay resultados extraordinarios en matemáticas. Lo que afirmo es
que no se da el caso de que la mitad de la humanidad infiera algo y la otra mitad algo
diferente. Es en este segundo sentido que en matemáticas no hay sorpresas. No
obstante, a pesar de ser drásticamente diferentes, no deja de ser curioso que la idea
misma de inferencia esté formada a imagen y semejanza de la idea de experimento y,
así, que se le asocie a ideas como las de exploración, aventura y descubrimiento.
Pero en contraste con las proposiciones de las ciencias empíricas, lo interesante de
las reglas matemáticas es justamente su peculiar status, el cual consiste en que una
vez establecidas la posibilidad de su modificación quedó cancelada. A diferencia de lo
que acontece con los experimentos, la experiencia futura no puede afectarla. La
razón de ello es que se trata precisamente de reglas que sirven para medir la expe-
riencia (pasada, presente y futura). El hecho de que las reglas matemáticas sean
inmodificables no es un misterio ni se explica por medio de alambicadas especulacio-
nes, sino que simplemente significa que nosotros nos forzamos a nosotros mismos a
razonar de conformidad con ellas, esto es, a ajustamos a ellas. Pero esto último no
significa ni implica que la regla misma sea lo que se nos impone. Un signo o una regla
no tiene fuerza para obligarnos a deducir tal o cual cosa, para extraer tal o cual
conclusión o resultado, entre otras razones porque todo signo puede en principio ser
interpretado de un sinfín de formas. Wittgenstein nos recuerda esta posibilidad me-
diante una pregunta retórica: "¿Acaso no puede derivarse todo de algo por medio de
alguna regla, o inclusive de acuerdo con una regla, con la interpretación apropia-
da?".10 Por lo tanto, si los signos adquieren el status de "verdades necesarias" ello se
deberá a que nosotros, los usuarios de dichos signos, les conferimos tal rango. Como
dice Wittgenstein, somos nosotros los inexorables.
Puede verse que aquí ya están constituidos y operan diversos conceptos sin los
cuales no podríamos dar cuenta de los fenómenos de inferencia matemática. El con-
cepto de inferencia, por ejemplo, acarrea consigo al de "seguirse de". En realidad, se
trata de una misma idea presentada desde dos perspectivas diferentes, viz., la de los
hablante y la de los signos. Por una lado decimos que nosotros inferimos algo, dando
a entender que efectuamos una actividad peculiar de descubrimiento de conexiones y
resultados; por la otra, decimos que una proposición o un resultado se siguen de
ciertas premisas, insinuando que la relación entre premisas y conclusión ya estaba allí

10
L. Wittgenstein, Remarks on the Foundations of Mathematics, Parte I, sec. 7, p. 5.

84
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

y que lo único que requerían era su verbalización. El problema es que la forma misma
de expresarnos nos induce a malinterpretar lo que hacemos y, por ende, a entender
mal o no comprender la situación: no es porque A se sigue de B que decimos que
podemos inferir B de A, sino que es porque como cuestión de hecho inferimos BdeA
que podemos decir que A se sigue de B. Como bien señala Wittgenstein, el verbo
'seguirse de' es equívoco, puesto que sugiere que algo se da independientemente de
que nosotros así lo consideremos, pensemos, creamos, etc. Pero en lo que no se
repara es en el hecho de que lo importante de decir (y aceptar) que A se sigue de B
es que se aceptó una regla, a la cual a partir de ese momento nos atenemos. La
interpretación equivocada es la que hace del verbo una descripción de un supuesto
hecho lógico, cuando en realidad no es más que la indicación de la aceptación de algo
por parte de los usuarios del simbolismo.
Lo anterior nos permite aclarar otro rasgo fundamental de las transiciones mate-
máticas, a saber, su necesidad. Wittgenstein ciertamente comparte el punto de vista
tradicional de que las "proposiciones" matemáticas son necesarias. O sea, él no cues-
tiona, como dice, "La dureza del debe lógico".11 El adversario del carácter necesario
de las matemáticas (tanto de proposiciones como de inferencias) es el empirista de
corte milliano o quineiano. Ahora bien, aunque en su discusión Wittgenstein rechaza-
rá la muy contra-intuitiva posición empirista, su inconformidad se centra más bien en
las explicaciones que se dan de la necesidad de los resultados matemáticos. En rela-
ción con esto último el enemigo es ante todo, una vez más, el realista. Ahora bien, puede
verse que una vez desarticulado el cuadro realista (i.e., su idea de que investigar en
matemáticas es como realizar una exploración, que un cálculo matemático es como un
experimento, que el matemático percibe conexiones especiales, etc.), su posición se
torna realmente débil y el camino queda entonces libre para generar las aclaraciones
alternativas. Así, Wittgenstein hace ver que la obtención de un resultado en matemá-
ticas equivale al establecimiento de una regla que, por razones que ya se adujeron, es
inmodificable o inalterable. Esta nueva regla se incrusta en el sistema ya establecido
y paulatinamente construido de resultados matemáticos fijos. Para referirse a estos
resultados Wittgenstein habla de "paradigmas". Un paradigma es un patrón rígido e
independiente ya por completo de la experiencia (a la que regula) y, en ese sentido, es
decir, por no ser algo meramente probable, sujeto a nuevas corroboraciones, etc.,
puede decirse de él que establece una nueva conexión necesaria y, por lo tanto,
esencial. Al establecer que 2 + 2 = 4, el matemático fija una conexión entre numera-
les que ya nada va a alterar. Presentado esto de manera mitológica, podría decirse

11
Ibid., Parte I, sea 121, p. 37.

85
INFERENCIA MATEMÁTICA

que el matemático enuncia relaciones necesarias entre el objeto 2 y el objeto 4.


Wittgenstein prefiere decir más bien que "El matemático crea esencia"}2
Esto último puede resultar un pensamiento demasiado provocativo como para tran-
quilamente dejarlo pasar sin elevar ninguna objeción. Una réplica a este resultado de
Wittgenstein que de inmediato se le podría ocurrir a un realista consistiría en señalar
que cuando nos las vemos con propiedades esenciales de objetos (en este caso, su-
puestamente, de números) lo único que no podemos hacer es hablar de "creación"
por parte de nosotros. Esencialmente, las cosas son lo que son o mantienen entre sí
las relaciones que mantienen, independientemente de nosotros (de que las perciba-
mos, conozcamos, aprehendamos, etc.). Los matemáticos pueden descubrir esen-
cias, mas no crearlas. Esta estrategia, sin embargo, equivale a recurrir a una línea de
argumentación que ya fue descartada y lo que ello pone de manifiesto es la incapaci-
dad del realista para explicar, al margen de sus mitos, el carácter necesario de las
proposiciones matemáticas. Wittgenstein, en cambio, descubre aquí una veta de valor
filosófico incalculable: lo necesario emerge no de descripciones, sino de convencio-
nes. Hablar de esencias es hablar de marcas conceptuales. "También podría haber
dicho: no es la propiedad de un objeto lo que es 'esencial', sino la marca de un
concepto".13 Aquí se siente la continuidad del pensamiento de Wittgenstein, puesto
que puede claramente rastrearse esta posición en la doctrina de los conceptos forma-
les y las propiedades internas expuesta en el Tractatus.u Desde esta perspectiva, lo
esencial de un objeto brota de la caracterización inicial que de éste se haga. De ahí que
Wittgenstein se sienta autorizado a sostener que "cuando se habla de esencia —, lo
que se hace es constatar una convención".15 La convención fija conexiones que, una
vez establecidas, son necesarias y obviamente (para nosotros) a priori. Y para el
realista que insiste en que tiene que haber una diferencia radical o profunda entre
proposiciones sobre esencias y proposiciones temporales, accidentales o contingen-
tes, Wittgenstein tiene preparada la respuesta: "a la profundidad que vemos en la
esencia corresponde la necesidad profunda de una convención".16 Factualidad y
necesidad se excluyen mutuamente.
Para la aclaración del concepto de inferencia la alusión a cualquier proceso o
estado interno es completamente redundante. Pero si lo que llamamos 'inferir' no es

12
Ibid., Parte I, sec. 32, p. 13.
13
Ibid., Parte I, sec. 73, p. 23.
14
A este respecto véase, por ejemplo, mi "Relaciones Internas" en mi libro Lenguaje y Anti-Metafisica
(México: Plaza y Valdés, 2005). 2a ed.
15
L. Wittgenstein, Remarte on the Foundations ofMathematics, Parte I, sec. 74, p. 23.
16
Loe. cit.

86
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

un proceso mental sino más bien la expresión del aprendizaje de manipulación de


ciertos signos (premisas, reglas de inferencia) de determinada manera, entonces es
inclusive engañoso hablar aquí de "transiciones". Pregunta Wittgenstein: "Ahora bien
¿a qué llamamos 'inferencias' en Russell o en Euclides? ¿Debería decir: a las transi-
ciones que en una prueba llevan de una proposición a la siguiente? Pero ¿en dónde se
encuentra la transición?"11 La idea de transición como una especie de transforma-
ción interna y mecánica de los signos tan pronto se yuxtaponen unos a otros y se les
conecta por medio de reglas de inferencia es una ilusión gramatical, un mito más. Las
"transiciones" las efectuamos nosotros porque se nos enseñó a usar ciertos signos de
determinada manera, esto es, primero, de una manera que todos reconocemos (todos
procedemos igual), en la que todos concordamos y, segundo, de una manera que nos
es prácticamente útil.
Lo anterior nos permite comprender mejor lo que podría llamarse 'experiencia
matemática'. Los realistas gustan de hablar de visiones, de representaciones, de
aprehensiones. El enfoque wittgensteiniano nos libera de toda esta innecesaria mito-
logía. La investigación matemática no es una exploración por territorios ignotos, sino
una contribución a la expansión de un simbolismo que cumple con funciones precisas.
No hay ninguna vivencia especial de por medio. No hay conexiones que descubrir,
sino estructuras simbólicas cada vez más complejas que construir. Ahora bien ¿por
qué o para qué se necesitan dichas estructuras? Las necesitamos por su utilidad
práctica, es decir, por su aplicación tanto a las proposiciones del lenguaje natural
como a las proposiciones de las diversas ciencias. La genuina experiencia humana
queda plasmada en las genuinas proposiciones, pero no hay ninguna experiencia ge-
nuina conectada con lo que no son más que instrumentos para la expresión de las
experiencias. Las expresiones matemáticas son esos instrumentos. Por lo tanto, no
hay ninguna experiencia especial que sea la experiencia matemática o lógica,
puesto que no hay experiencias para regular las experiencias. La experiencia matemá-
tica, en el sentido realista de percepción inusual de conexiones entre entidades abstrac-
tas, es una inútil invención filosófica más.
Que no está involucrado en la inferencia ningún proceso interno, de carácter men-
tal, etc., es algo que queda claro si, una vez más, confrontamos lo que Wittgenstein
tiene que decir sobre lo que es inferir con lo que dice en las Investigaciones Filosó-
ficas sobre lo que es leer. Es inútil intentar ver en la lectura un proceso interno, lo que
uno se dice a sí mismo cuando recorre con la vista ciertos signos, una experiencia
caracterizada por sensaciones especiales, etc. Más bien, decimos de alguien que ya

17
Ibid, Parte I, sec. 18, p. 8.

87
INFERENCIA MATEMÁTICA

sabe leer cuando ya no comete errores o los comete sólo ocasionalmente, cuando se
detiene en los lugares apropiados, cuando la entonación es la correcta, etc., es decir,
cuando de manera general el aprendiz ya reacciona de manera sistemática como
cualquier persona de la que decimos que lee normalmente. Lo que nos incumbe para
la adscripción de la capacidad de leer es algo que está a la vista de todo mundo. El
concepto de leer no está vinculado con procesos neuronales, con estados mentales,
con intuiciones de ninguna índole. Es un concepto de carácter eminentemente con-
ductual. Lo mismo pasa con "inferencia": para la formación de este concepto no se
tuvo que recurrir a nada que no fuera el registro de las reacciones del alumno. Es un
error pensar que no son imaginables o factibles otras formas de inferencia y que si no
las hemos hecho nuestras es porque hay un patrón externo a nosotros, objetivo, eter-
no, divino que las descarta. Lo que pasa es más bien que con esas otras formas de
inferencia no habríamos logrado ponernos de acuerdo, no habríamos concordado,
nuestros juegos de lenguaje serían caóticos, inexactos, menos exitosos, etc. Lo que
llamamos 'inferencia correcta' es la manifestación de una concordancia generalizada
respecto a la utilización del simbolismo. Lo correcto es lo que colectivamente la
comunidad lingüística así determina. "Ya vi una prueba - ahora estoy convencido.
¿Qué pasaría si súbitamente me olvido de esta convicción?
Luego aquí hay un procedimiento especial: yo examino la prueba y luego acepto
su resultado. - Quiero decir: esto es simplemente lo que hacemos. Esa es nuestra
costumbre, o un hecho de nuestra historia natural".18 Es con este reconocimiento que
tocamos fondo. No hay nada más qué explicar.
Aquí se nos plantea, naturalmente, el gran problema: parecería que Wittgenstein
está defendiendo una tesis convencionalista a ultranza,19 viz., la tesis de que absolu-
tamente cualquier desarrollo y cualquier resultado son posibles: basta con que todos
nos pongamos de acuerdo y los aceptemos. Pero esto parecería trivializar el concep-
to de inferencia, pues parecería implicar que la corrección de una inferencia es un
mero asunto de decisión colectiva, de sano acuerdo democrático. Naturalmente, un
punto de vista así equivale a la aniquilación de nuestro concepto normal de correc-
ción. Llevado al extremo esto sugiere la idea absurda de que si todos nos ponemos de
acuerdo en que '2 + 2 = 5' entonces, por consenso universal, 2 + 2 = 5. Wittgenstein
mismo plantea la objeción como sigue: "Pero, de todos modos, yo puedo inferir sólo lo
que realmente se sigue\ - ¿debería eso significar: sólo lo que se sigue cuando nos

18
L. Wittgenstein, ibid, Parte I, sec. 63, p. 20.
19
Que es, como se sabe, de lo que lo acusó M. Dummett en su bien conocida reseña de las Observacio
nes sobre los Fundamentos de las Matemáticas.

88
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

atenemos a las reglas de inferencia; o debería significar: sólo aquello que se sigue
cuando nos atenemos a tales reglas de inferencia, como si de algún modo concorda-
ran con alguna realidad? Aquí con lo que de algún modo vago nos topamos es con que
esta realidad es algo muy abstracto, muy general y muy rígido. La lógica es una
especie de ultra-física, la descripción de la 'estructura lógica' del mundo, que noso-
tros percibimos mediante una especie de ultra-experiencia (con el entendimiento, por
ejemplo)".20 La idea de fondo es que lo que es "correcto" o "incorrecto" tiene que
ser por completo independiente de nuestro modo de manipular el simbolismo (lógico o
matemático, y el lenguaje en general) y sería precisamente porque el mundo se com-
porta de cierta manera y no de otras que no cualquier transición es correcta o no.
Sería absurdo adscribirle a Wittgenstein la idea de que cualquier inferencia es en
principio válida. Su punto de vista no es que no podemos distinguir entre "correcto" e
"incorrecto", sino más bien que por medio de 'correcto' e 'incorrecto' no aludimos a
realidades sino a prácticas establecidas, a usos colectivos de signos: "pero ¿con qué
realidad concuerda aquí 'correcto'? Supuestamente con una convención, o con un
uso, y quizá con requerimientos prácticos".21 No hay nada por debajo de las conven-
ciones y las prácticas lingüísticas (en un sentido amplio de la expresión) y que las
"sustente" o "fundamente". Estamos en la misma situación que cuando queremos
dar cuenta de la "dureza" del concepto lógico de deber.
Aquí un veloz recordatorio de un crucial pasaje de las Investigaciones se impone.
En la sec. 201, Wittgenstein enuncia su "paradoja": "Esta era nuestra paradoja: una
regla no podría determinar ningún curso de acción, porque se puede hacer concordar
cualquier curso de acción con la regla. La respuesta es: si todo se puede hacer
concordar con la regla, entonces también se puede hacer que todo entre en conflicto
con ella. Por lo que no habría aquí ni acuerdo ni desacuerdo".22 Aunque sea
instintivamente, detectamos que algo debe estar mal en este resultado, puesto que
nos deja sin explicación de lo que es aplicar correctamente un término. La respuesta
la da el mismo Wittgenstein un poco más abajo: "A través de esto mostramos que hay
una aprehensión de una regla que no es una interpretación, sino que se exhibe, de
caso en caso de aplicación, en lo que llamamos 'seguir la regla' y 'contravenirla'".23
En otras palabras, Wittgenstein es el primero en admitir que no todo es el resultado de
una mera interpretación, es decir, que no podemos arbitrariamente decidir llamar

20
L. Wittgenstein, Remerks on the Foundations of Mathematics, Parte I, sec. 8, p. 6.
21
Ibid., Parte I, sec. 9, p. 6.
22
L. Wittgenstein, Philosophical Investigations, sec. 201.
23
Loe cit.

89
INFERENCIA MATEMÁTICA

'correcto' o 'incorrecto' a cualquier cosa, sino que hay efectivamente una forma de
aplicar una fórmula o una regla que ejemplifican lo que es la aprehensión correcta de
las mismas. Pero lo importante es notar que, independientemente de si hablamos de
aritmética o de ajedrez, el que algo sea una aplicación correcta de un signo o de una
regla (y, por ende, una inferencia correcta) se explica en términos de usos, de con-
venciones, de prácticas, de concordancia en reacciones, no de supuestas realidades
extra-simbólicas. Recurrir a éstas es simplemente apelar a una imagen y dejar ver
que uno no ha podido aún liberarse de su maleficio.

IV) Consideraciones Finales


Lo que he presentado no es más que una de las múltiples aristas del pensar wittgens-
teiniano en torno a las matemáticas. Creo que podemos constatar que su investiga-
ción tiene dos fases y dos facetas, a las que hay que mantener vinculadas. La primera
fase de su labor es eminentemente destructiva. En este caso, por ejemplo, el blanco
principal (aunque ni mucho menos el único) es el mito realista, esto es, la concepción
realista de las matemáticas. La otra fase de su trabajo es la positiva o constructiva,
sólo que ésta toma cuerpo no en una nueva teoría, sino a través de las aclaraciones y
rectificaciones que va haciendo a lo largo de su ataque. Lo exitoso de la crítica de
Wittgenstein se manifiesta en que, una vez aprehendido su pensamiento, estamos en
posición de desprendernos de diversos mitos filosóficos, los cuales son sumamente
dañinos. Por ejemplo, ahora entendemos por qué podemos hablar de verdad y de
falsedad en matemáticas sin tener que asumir la existencia de objetos abstractos o
podemos aceptar la idea de que hay una distinción objetiva entre lo correcto y lo
incorrecto sin para ello dotar a las matemáticas de carácter descriptivo o factual.
Vimos cómo lo que denominamos 'inferencia' en realidad está más bien asociado con
reacciones primitivas, animales o espontáneas, de tipo "El fuego quema, eso es fuego
y por lo tanto lo evito". Wittgenstein hace un esfuerzo por mostrar la esencial vincu-
lación del concepto de inferir con otros conceptos cognitivos, como "pensar". Su idea
es que es al aprender a pensar que se aprende a inferir. No se trata de procesos
separados. Otro rasgo interesante del enfoque de Wittgenstein es que, sin convertir a
las matemáticas en una ciencia empírica de todos modos recupera su esencial co-
nexión con la experiencia. El proceso en el que Wittgenstein parece pensar es más o
menos el siguiente: enunciamos leyes lógicas y matemáticas de manera experimen-
tal, pero una vez establecidas las volvemos inmunes a la experiencia. Si conjugamos

90
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

estas reflexiones con los otros grupos de pensamientos que Wittgenstein produjo en
relación con los números, la inducción, la existencia en matemáticas, el infinito, los
problemas de fiindamentación de las matemáticas, las contradicciones, etc., veremos
que lo que nos legó es ni más ni menos que un cuadro básicamente correcto de eso
que llamamos 'matemáticas'.

91
Geometría y Experiencia

P arece incuestionable que uno de los temas más excitantes a que da lugar la
geometría es el de la caracterización de la relación que guarda con la expe-
riencia y, en especial, con la experiencia visual. En relación con dicho tema se
han mantenido, en general con argumentos ingeniosos, toda una gama de posiciones
mutuamente excluyentes. El objetivo de estas páginas, por ello, se limita al de recons-
truir algunas de las posiciones más representativas, ofrecer pautas de crítica y esbo-
zar lo que podría ser la concepción más apropiada del status de la geometría y de su
relación con la experiencia y el conocimiento. No estará de más, creo, señalar desde
ahora que prácticamente no hay posiciones "puras". Dentro del empirismo, por ejem-
plo, hay tendencias radicalmente divergentes y, en verdad, mutuamente excluyentes.
En este trabajo me centraré en lo que llamaré la 'visión estándar', en algunas tesis de
Kant, en la posición semi-empirista-semi-convencionalista delineada por H. Poincaré
y claro está, muy especialmente, en algunos puntos de vista de Wittgenstein. Mi plan
de trabajo será el siguiente: haré una exposición sucinta de cada una de las posiciones
mencionadas y completaré mi exposición con observaciones críticas y comentarios
acerca de sus respectivas fuerzas explicativas, coherencia, etc. Hacia el final inten-
taré ofrecer una visión de conjunto que incorpore lo que en mi opinión es salvable de
cada una de las "escuelas".
Quizá lo mejor sea empezar por enunciar lo que probablemente sea en la actuali-
dad el punto de vista más difundido. Éste fue formulado muy claramente por Bertrand
Russell. De acuerdo con él,
'Geometría' es un nombre que cubre dos estudios diferentes. Por una parte, está la geome-
tría pura, la cual deduce consecuencias de axiomas, sin investigar si los axiomas son
'verdaderos'; ello no contiene nada que no se siga de la lógica, no es 'sintética' y no
necesita figuras como las que se usan en libros de texto de geometría. Por otra parte, está
la geometría como una rama de la física, tal como aparece, por ejemplo, en la teoría general
GEOMETRÍA Y EXPERIENCIA

de la relatividad; ésta es una ciencia empírica, en la que los axiomas son inferidos a partir
de las medidas y se ha encontrado que son diferentes de los de Euclides. Así, de las dos
clases de geometría una es apriori pero no sintética, en tanto que la otra es sintética pero
no apriori.1

Difícilmente podría negarse que es ésta una presentación nítida y, a primera vista
por lo menos, sumamente convincente de lo que es la geometría o, mejor dicho, de lo
que son las geometrías. No obstante, esta posición no está, como veremos en un
momento, más allá de toda clase de objeciones.
Según Russell, como acabamos de ver, la geometría es o un cálculo o una ciencia
empírica. Llamémosla G{ y G2 respectivamente. G, es necesaria y apriori, sólo que
es analítica, en tanto que G2 es contingente, aposteriori y sintética. Ahora bien, un
problema obvio para la posición russelliana es el siguiente: supongamos que un enun-
ciado cualquiera, P (digamos, la suma de los ángulos de un triángulo es igual a 180°)
pertenece tanto a Gx como a Gr O sea, el enunciado en cuestión es tanto una verdad
empírica (el mundo es tal que, efectivamente, cuando se miden y suman los ángulos
de porciones triangulares de espacio el resultado es 180°) como una verdad formal
(hay una prueba para dicho enunciado y, además, su transcripción al lenguaje de la
lógica da lugar a una tautología). ¿Tendremos entonces que reconocer que P es si-
multáneamente analítico-sintético-a priori-a />osterzorz-necesario-contingente? Es
obvio que no podría decirse eso, a pesar de que es a eso a lo que está comprometido
quien adopte este punto de vista. Un problema con la concepción estándar es, pues,
que siendo su enfoque estrictamente lógico y totalmente abstracto, establece dicotomías
meramente formales, las cuales conducen a atribuirle a las proposiciones de la geo-
metría propiedades incompatibles. Ello a su vez muestra que, desde esta perspectiva,
no es claro cómo se conectan la geometría y la experiencia. Parece ser un error
hacer de la distinción "cálculo-hipótesis" la distinción fundamental y última. Por ejemplo,
no parece ser verdad que la geometría que se usa no en la física sino en la vida
cotidiana esté constituida por una serie de hipótesis que puedan variar, mejorarse,
etc. Sean lo que sean las "verdades" de la geometría "vivida" o (como podríamos
también llamarla) "fenomenológica", de seguro que no se trata ni de hipótesis ni de
meras tautologías. Aquí ciertamente hay una distinción que trazar. Es claro que en
relación con las teorías físicas sí puede haber geometrías más aptas unas que otras,
pero es igualmente claro (supongo) que los objetos de la física no son objetos de
percepción. Entonces, en el mejor de los casos, la posición de Russell adolece por lo
menos del defecto de ser incompleta y de dejar en el misterio precisamente el asunto
que aquí nos incumbe, a saber, el de la relación que vale entre la geometría y la
1
B. Russell, History of Western Philosophy (London: Alien and Unwin, 1967), p. 688.

94
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

percepción. En efecto, parecería que se requieren no dos sino tres geometrías: la


geometría "pura", que es como Russell afirma, analítica y apriori, la geometría que
sirve en las diversas teorías científicas y que es, como él apunta, sintética y a
posteriori, y la geometría de nuestra experiencia visual, de los objetos de experiencia
y que, por lo menos en gran medida, parece inevitablemente ser euclidiana, apriori
y sintética. Russell asimila demasiado fácilmente esta última a la geometría que po-
dríamos llamar "experimental". Yo pienso que eso es un error. Presupone, por ejem-
plo, la creencia falsa de que los lenguajes teóricos son un desarrollo, un
perfeccionamiento frente al lenguaje natural. Pero es evidente que si bien las teorías
científicas pueden alterarse drásticamente, el carácter de nuestra experiencia y de
sus objetos es fundamentalmente el mismo para nosotros que para el hombre de
Cro-Magnon. Esto no queda reconocido en el punto de vista de Russell por lo que,
aunque interesante para otros efectos, para nuestro tema resulta casi irrelevante.
Probablemente el punto de vista con el que de modo más directo choca la concep-
ción representada por Russell sea el defendido por Kant. La posición de este último
puede ser brevemente descrita como sigue: los enunciados matemáticos tienen un
carácter apodíctico, pero no son meras identidades, no son enunciados vacuos o, lo
que equivale a lo mismo, no son enunciados analíticos. En geometría, como en cual-
quier otra rama de las matemáticas, se establecen conexiones imposibles de adivinar
o de deducir de un modo enteramente formal. Sostener, e.g., que la suma de los
ángulos de un triángulo es igual a 180° es un descubrimiento. Es en este sentido
que las matemáticas son sintéticas y necesarias. Kant da un ejemplo que quizá sea
más ilustrativo, sólo que es un ejemplo de aritmética. Él afirma que nada en '7 + 5'
permite adivinar o inferir que el resultado es '12'. Parafraseándolo, podríamos decir
que ninguna consideración referente a los lados del triángulo o sobre sus ángulos
considerados en sí mismos permitirían extraer el contenido del teorema concerniente
a la suma de los ángulos. La idea kantiana, además, es que las matemáticas (y en
particular la geometría) son a priori porque sus conceptos mismos lo son, es decir,
porque los conceptos matemáticos (geométricos) no son conceptos empíricos. Esto
significa básicamente dos cosas: primero, que la naturaleza no contiene objetos
matemáticos (ángulos, vértices, líneas rectas, esferas, etc.) y, segundo, que es de
facto imposible que conceptos como éstos pudieran haber quedado construidos sobre
la base de experiencias o extraídas de ellas. La experiencia es demasiado pobre para
ello. Los conceptos de las matemáticas, y en particular los de la geometría, son más
bien la manifestación o la expresión de la forma como los seres sensibles y racionales
percibimos los objetos que configuran a la realidad. Pero dado que en matemáticas se
describe nuestra forma de percibir y conocer empíricamente, entonces es claro que
las matemáticas son epistemológicamente previas a toda experiencia posible y, por

95
GEOMETRÍA Y EXPERIENCIA

ende, independientes de ellas. Así, las matemáticas son, desde la perspectiva kantia-
na, sintéticas, necesarias y a priori.
Así, pues, de acuerdo con Kant la geometría es sintética y a priori. Como se
sabe, una de las grandes dificultades a las que sin éxito se enfrenta su concepción es,
obviamente, la que representa la creación de múltiples geometrías, inexistentes toda-
vía en su época. Por consiguiente, el reto para todo enfoque de corte kantiano será el
de mantener simultáneamente la posición kantiana canónica respecto a la experien-
cia como esencialmente euclidiana dando cuenta al mismo tiempo de la existencia de
las geometrías no euclidianas. Intentaré a este respecto ser claro: yo creo que el
kantismo puro no puede resolver el problema. No obstante, también creo que posicio-
nes neo-kantianas sí tienen más probabilidades de éxito. Por ejemplo, P. F. Strawson,
en su magnifico libro, The Bounds ofSense,2 señala que hay elementos en la Crítica
de la Razón Pura que permiten sacar adelante el programa kantiano, aunque sea
modificado (eliminando, por ejemplo, el idealismo trascendental). Veamos cómo cree
Strawson que se puede ello lograr.
El modo como se determina en matemáticas si una cierta proposición es verdadera
o no es apelando al principio de no-contradicción. Por consiguiente, mientras lo que
se ofrezcan sean sistemas coherentes de axiomas y consecuencias, Kant no tendría
ningún reparo en llamar a sistemas así 'sistemas geométricos'. Kant podría
reconocer, con Russell, que hay una geometría "pura", cuyos enunciados son apriori,
pero analíticos, aunque insistiría en que hay otra geometría que se compone de juicios
a priori, pero sintéticos. El problema para Kant es más bien el que proviene de su
convicción de que lo que la geometría euclidiana hace es describir la estructura del
mundo físico, en tanto que teorías como, e.g., la de la relatividad muestran que eso es
falso. Para salir del problema, Strawson propone, lo cual parece sensato, que se le
asigne a 'físico' dos sentidos y entonces se podrá comprender que Kant está com-
prometido (o podría hacérsele estar comprometido) sólo con uno de ellos. Al hablar
de "espacio físico" podemos distinguir entre el espacio del cual se ocupa exclusiva-
mente la física y el espacio fenomenal. Así, 'espacio físico' es un nombre general que
permite referir a toda la variedad de espacios definidos matemáticamente y usados
en física. Puede inclusive admitirse que hay un número infinito de espacios físicos en
este sentido. El punto, sin embargo, es que no todos esos espacios físicos son objetos
de experiencia. Espacio que sea a la vez físico y perceptual sólo hay uno: el euclidiano
o el que más se aproxima al euclidiano. De ahí que Kant podría aceptar que para
diversos cálculos físicos, para los cuales se requiere el uso de términos teóricos,

2
P. F. Strawson, The Bounds ofSense (London: Methuen & Co., 1982).

96
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

geometrías otras que la euclidiana pueden servir, sin por ello tener que desprenderse
de la idea de que para los requerimientos de la percepción humana sólo la geometría
euclidiana es útil. En palabras de Strawson, puede afirmarse que "Con ciertas reser-
vas y cualificaciones (...), parece que la geometría euclidiana puede también inter-
pretarse como un cuerpo infalsificabie de proposiciones acerca de líneas rectas,
triángulos, círculos, etc., fenomenales, como un cuerpo de proposiciones a priori
acerca de las apariencias espaciales de esas clases y, por ello, desde luego, como una
teoría cuya aplicación está restringida a tales apariencias".3 Esto parece interesante,
en particular por una consecuencia que quisiera enfatizar.
De la propuesta strawsoniana parece seguirse que, por ejemplo, si bien para efec-
tuar cálculos más exactos al utilizar teorías físicas aplicables al macrocosmos (di-
mensiones galácticas) se requiere emplear geometrías no euclidianas, de todos modos
la interpretación de los resultados a los que conduce la aplicación de geometrías así
se tiene que hacer con base en la comprensión euclidiana de los objetos (i.e., después
de todo, los pizarrones, los diagramas, los lápices, las máquinas con las que se trabaja,
etc., son objetos "euclidianos"). Pasa lo mismo que con las teorías físicas y la percep-
ción visual: por más que un físico asevere que los objetos son, por decir algo, energía
concentrada (y nos dé sus leyes), no tendría sentido decir que lo que nosotros vemos
cuando vemos algo es una concentración de partículas elementales. Asimismo, real-
mente es poco plausible (si no es que declaradamente ininteligible) la afirmación de
que alguien "visualiza" movimientos y figuras de un modo no-euclidiano. Pero si esto
es acertado, entonces no se ve en qué sentido se podría hablar de una "refutación" de
la Estética Trascendental. La complicación de este movimiento rehabilitador de la
geometría euclidiana (que es más que meramente rehabilitador, puesto que a final de
cuentas subordina todas las geometrías a la geometría euclidiana) concierne, eviden-
temente, a la naturaleza de los objetos fenomenales y de sus relaciones, acerca de los
cuales se supone que versa la única geometría que es sintética a priori. Yo pienso
que la posición neo-kantiana es atractiva, pero también que no es inmune a la crítica.
Regresaré más abajo sobre algunas de las dificultades que creo le son intrínsecas.
Estrechamente relacionado con la postura kantiana, pero en radical oposición a
ella, está el punto de vista, clásico también (aunque, curiosamente, poco estudiado),
desarrollado por H. Poincaré. La concepción por la que el matemático francés aboga
es interesante, porque es un esfuerzo por combinar, de modo original, intuiciones

1
Ibid, p. 286.

97
GEOMETRÍA Y EXPERIENCIA

propias de escuelas opuestas, además de que contiene una tesis original. Intentemos
sintetizar sus puntos de vista.
Al igual que Russell, Poincaré distingue dos "geometrías", la empírica y la mate-
mática, la inexacta y la exacta. Los conceptos de dichas ciencias habrán de ser,
evidentemente, diferentes y lo que esto quiere decir es que versan sobre entidades
diferentes. Consideremos, por ejemplo, la noción de espacio. Hay lo que él llama el
'espacio geométrico', al que distingue del que llama 'espacio representativo'. Otra
manera de distinguirlos es diciendo que una cosa es el espacio teórico y otra el espacio
de experiencia. El primero, se nos dice, es continuo, infinito, tridimensional, homogé-
neo e isótropo. En contraste, el espacio representativo es bidimensional, limitado, no
es homogéneo y no es isótropo. No podrá sorprendernos, por lo tanto que, contraria-
mente a Kant, Poincaré sostenga que no tenemos en nosotros ab initio una idea de
espacio. En relación con el espacio de experiencia, la posición de Poincaré es la de
un empirista desenfrenado. El análisis introspectivo de la experiencia revela que lo
único que está involucrado son movimientos de órganos, esfuerzos musculares, objetos
sólidos y cosas por el estilo. Según él, si por 'espacio' vamos a entender la totalidad de
los lugares, direcciones, etc., de los objetos de experiencia, entonces habrá que decir
que no tenemos una idea, una impresión o, en terminología kantiana, una intuición del
espacio, en este sentido. "Ninguna de nuestras sensaciones, aislada, habría podido
conducirnos a la idea de espacio; hemos sido conducidos a ella solamente estudiando
las leyes según las cuales esas sensaciones se suceden".4 Aparte de los sólidos y sus
relaciones espaciales, no hay algo que sea "el espacio".
El espacio representativo es, pues, el resultado de, por así decirlo, la suma de lo
obtenido en el espacio visual (bidimensional), el espacio táctil y el espacio motor. Noso-
tros de modo natural no percibimos las cosas en un espacio de tres dimensiones, sino
en uno de dos: las imágenes en la retina carecen de la dimensión de la profundidad.
Tenemos que aprender a ver en tres dimensiones y ello se logra gracias a la
coordinación de movimientos oculares y musculares. "La tercera dimensión nos es
revelada de dos maneras diferentes: por el esfuerzo de acomodación y por la conver-
gencia de los ojos".5 Mis representaciones en el espacio de experiencia {Le., en mi
espacio perceptual) tan sólo reproducen mis sensaciones, pero mis representaciones
tienen que satisfacer o ajustarse a ciertas regularidades empíricas concernientes a
las posiciones relativas de los objetos. En otras palabras, los movimientos de los

4
H. Poincaré, "El Espacio y la Geometría" en Filosofía de la Ciencia. Selección e introducción de Eli de
Gortari, (México: Colección "Nuestros Clásicos", UNAM, 1964) p. 130.
5
Ibid., p.126.

98
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

sólidos están sometidos a leyes (por eso hablamos de "regularidades"). La geometría


"pura" sería entonces el sistema de leyes que rigen a los movimientos de los sólidos,
los cuales no se conducen matemáticamente de manera ideal, sino sólo aproximada.
De ahí que mis representaciones espaciales no puedan ser otra cosa que una "imagen
deformada" de lo que sería su representación geométrica. "No nos representamos los
cuerpos exteriores en el espacio geométrico, pero razonamos sobre ellos como si
estuvieran situados en el espacio geométrico".6
El espacio geométrico (con todo lo que contiene, viz., líneas rectas, curvas, figu-
ras, volúmenes y demás "entidades" perfectas) no es, como ya se dijo, un espacio de
experiencia. Eso no quiere decir, sin embargo, que dicho espacio no sea regulador de
la experiencia. Lo que sucede es que las representaciones empíricas se geometrizan
a través de algún sistema geométrico particular. El que más nos conviene, desde un
punto de vista práctico e inmediato, es el de la geometría de Euclides, pero eso, de
acuerdo con Poincaré, no pasa de ser una feliz casualidad. No hay nada de necesario
en ello y, por lo tanto, no hay bases para hablar aquí de "sintéticos apriori". Cabe no
obstante preguntar: ¿con qué clases de verdades nos las habernos en cada caso?
Aquí llegamos a la última parte en la explicación de Poincaré y, por cierto, la más
original. Por una parte, las "verdades" obtenidas en la experiencia, las cuales dan
lugar a hábitos, son enunciados hipotéticos, contingentes, a posteriori y probables.
Los enunciados de la "geometría empírica" son generalizaciones y versan ante todo
sobre los sólidos del espacio perceptual. Pero los objetos de la geometría genuina o
pura son objetos ideales. Lo que para él esto significa es que dichos objetos son,
estrictamente hablando, mentales. "La noción de esos cuerpos ideales está formada
totalmente en nuestro espíritu, y la experiencia es una ocasión que nos ayuda a ha-
cerla surgir."7 Ahora bien, lo que se llama "verdades" de esta geometría son meras
convenciones. "Los axiomas geométricos no son, por lo tanto, ni juicios sintéticos a
priori ni hechos experimentales.
Son convenciones: nuestra elección entre todas las convenciones posibles es guiada
por los hechos experimentales, pero permanece libre, y sólo responde a la necesidad
de evitar toda contradicción."8
En general, la posición de Poincaré es, pues, la siguiente: la geometría pura no es
una ciencia empírica. Más aún: si hablar de ciencia es hablar de verdad y falsedad,

6
Ibid, p.129. 7Ibid, p. 143. 8H. Poincaré, "Las Geometrías no Euclidianas" en
Filosofía de la Ciencia, p. 160.

99
GEOMETRÍA Y EXPERIENCIA

entonces estrictamente hablando la geometría ni siquiera es una ciencia. "¿Es verda-


dera la geometría euclidiana? La pregunta carece de sentido".9 Es para la manipulación
de los objetos de experiencia que es importante disponer de un sistema simbólico,
mientras más cómodo mejor, y un sistema así puede ser tanto uno euclidiano como
uno no-euclidiano. Pero dichos sistemas simbólicos no tienen nada que ver con la
verdad o la falsedad, con cómo sea el mundo: son meros sistemas de convenciones
lingüísticas. Así, Poincaré combina posiciones empiristas, mentalistas, convencionalistas
y pragmatistas. El cuadro está bien armado sólo que, en mi opinión, tiene grietas que
hacen que el edificio se derrumbe.
Se puede argumentar en contra de la propuesta de Poincaré desde diversas pers-
pectivas. Para empezar, podemos señalar que la teoría de Poincaré es circular. De
acuerdo con él, la geometría no es una ciencia empírica porque versa sobre objetos
sólidos ideales, objetos perfectos que, obviamente, no son entidades de experiencia.
Es por eso que las proposiciones de la geometría son meras convenciones. El proble-
ma es que la idea misma de sólido sí es una idea de experiencia. Pero entonces no
hay tal cosa como geometría pura, puesto que los sistemas geométricos ya vienen
cargados de conceptos de empirie. Desde este punto de vista, la geometría pura es
no una convención sino, más bien, una idealización, es decir, un producto derivado de
las regulaciones concernientes a los objetos en el espacio de la experiencia. Por otra
parte, se podría objetar, podemos pensar o imaginar el espacio vacío, sin objetos, pero
no objetos espaciales sin un espacio que los contenga. Poincaré presupone la inversa.
Admito, desde luego, que el asunto es controvertible, pero deseo señalar que si ello es
factible el planteamiento de Poincaré es simplemente ininteligible, puesto que presu-
pone que se puede hablar de relaciones espaciales sin asumir el espacio. En tercer
lugar, hay que observar que partiendo de conjuntos de impresiones nunca se accede
al espacio tal como lo conocemos. Además, en contra de Poincaré se puede esgrimir
el conjunto de argumentos que se conoce como el 'argumento del lenguaje privado',
puesto que para él los objetos de percepción son los objetos de "experiencia inme-
diata", en un sentido mentalista. Por último, vale la pena señalar que el enfoque
genético es, en este contexto, sumamente equívoco. De hecho, no nos importa cuál
sea el proceso por el que pasa alguien para llegar al estadio de sujeto cognoscente,
sino lo que sucede con alguien que ya es un sujeto cognoscente constituido y lo que
parece ser el caso en relación con el sujeto cognoscente real es que es simplemente
falso que la percepción sea bidimensional. Nadie hace atribuciones geométricas an-
tes de ver en profundidad. Cuando uno ve una persona uno asume que dicha persona

9
Ibid,p. 160.

100
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

tiene un corazón, visceras, etc., y así la ve. No la ve en dos dimensiones. Las descrip-
ciones genéticas, por lo tanto, son, por fieles que pudieran resultar, totalmente irrele-
vantes para nuestro tema, que es la experiencia completa y su relación con la
geometría. Pero esto parecería implicar que Poincaré no puede realmente sostener
que la geometría perceptual no es tridimensional y euclidiana. Asimismo, la conexión
que él establece entre la geometría y la mente está totalmente rebasada y no parece
ser de mayor utilidad teórica.
Infiero de lo dicho hasta aquí que la concepción de Poincaré, por lo menos tal
como él la presentó, es implausible. No obstante, creo que contiene una intuición
primordial y que, interpretada de cierta manera, tendría que ser incorporada, de uno u
otro modo, en cualquier esfuerzo por dar cuenta de la geometría. Wittgenstein, como
veremos, la incorpora, sólo que, por así decirlo, "lingüistizada". Pero antes de recons-
truir las elucidaciones de Wittgenstein, me parece que sería conveniente intentar
recoger los elementos cruciales de cada una de las concepciones de las que nos
hemos ocupado.
Por lo pronto, creo que estamos en posición de decir lo siguiente: a pesar de las
diferencias, los pensadores mencionados parecen coincidir en que hay dos clases de
geometrías, viz., la "empírica" y la "matemática", y también que, de uno u otro modo,
el espacio perceptual de hecho tiene todas (o casi todas) las características de un
espacio euclidiano. De algún modo, las proposiciones concernientes a dicho espacio
lo describen. En lo que a primera vista no parece haber acuerdo es respecto al
status de las proposiciones de las geometrías. Consideremos primero la geometría
pura. Strawson (y, suponemos, Kant también) parecen aceptar la tesis de Russell de
que los diversos sistemas de geometría pura se componen exclusivamente de enun-
ciados analíticos y a priori. Aquí el problema podría ser con Poincaré para quien,
como vimos, la geometría analítica resulta de convenciones y, por consiguiente, no
tiene mayor sentido en este caso hablar de "verdades" en absoluto. En todo caso,
todos convendrían en que no es la experiencia el origen de dicha geometría. No
obstante, si al hablar de "convenciones" se enfatiza no tanto la cuestión de la arbitrarie-
dad como el carácter no referencial de los signos involucrados, entonces la diferencia
entre Poincaré, Russell y Strawson podría no resultar tan grande como parece. En
efecto, si caracterizamos a ciertas proposiciones como verdaderas en virtud de los
significados conferidos a los signos usados, lo que estamos diciendo es que dichas
proposiciones son verdaderas por convención y esto no es otra cosa que decir que son
analíticas. Así contemplado el asunto, Russell, Kant, Strawson y Poincaré estarían
sosteniendo básicamente lo mismo.
Consideremos ahora la geometría estrictamente "empírica". Poincaré y Russell
coinciden en cuanto al status de sus proposiciones: básicamente, se trata de genera-

101
GEOMETRÍA Y EXPERIENCIA

lizaciones y son, por consiguiente, sintéticas y aposteriori. En este punto, su posi-


ción común y la de Kant-Strawson son claramente irreconciliables, puesto que para
estos últimos las proposiciones de esta geometría también son sintéticas, sólo que son
apriori. No podría hablarse significativamente de experiencia visual no euclidiana.
Quizá una manera de resolver este conflicto sería reconociendo, como sugerí más
arriba, la existencia no de dos sino de tres clases de geometría. Dudo, sin embargo,
que Russell, por ejemplo, aceptara trazar una distinción entre la geometría euclidiana
de la experiencia y la geometría experimental de la física.
Examinemos, por último, lo que podríamos llamar la 'geometría teórico-experimental',
esto es, las geometrías con las que se labora en distintas teorías de física. Para
Russell y Poincaré, dichas geometrías son hipótesis empíricas, puesto que permiten
hacer predicciones. Desde la perspectiva kantiana, sin embargo, esto es cuestionable.
Lo que los kantianos pueden argumentar es que la experiencia se da en el momento de
hacer los cálculos, no al hablar de la supuesta referencia de sus resultados. La idea es
que, aunque nos trasladaran al otro lado del universo, de todos modos, allá, nuestra
experiencia seguirla siendo básicamente euclidiana. Los espacios no euclidianos son,
como el infinito, lo que está siempre "más allá" de toda experiencia posible. En este
caso, como puede observarse, la reconciliación de posiciones no es factible.
Además de las dificultades internas a cada uno de los planteamientos considera-
dos, a mi modo de ver hay una zona oscura común en todos ellos. Me refiero al
problema de la relación que vale entre las dos clases de geometría y entre ellas y la
experiencia. ¿Cómo y por qué se aplican ciertas convenciones o proposiciones ana-
líticas a la experiencia? Hablar de "felices coincidencias", "afortunados azares" y
demás es dejar el problema sin resolver. Yo creo que la resolución de este problema
es la clave para la resolución de los demás, sólo que para hallarla parece imprescin-
dible tender la mirada hacia el pensamiento wittgensteiniano.
El texto de Wittgenstein que consideraré más en detalle es el de las pláticas (au-
ténticas conferencias) concedidas a los miembros del Círculo de Viena y recogidas
en el texto Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena. El material concerniente a la
geometría que encontramos en ese libro es escaso, pero altamente elucidatorio. De
hecho, deseo sostener que quedan salvaguardadas las intuiciones "positivas" de to-
dos, al tiempo que se evitan sus respectivos errores. La clave para la elucidatoria
síntesis wittgensteiniana radica, en gran medida, en la elaboración de una nueva termi-
nología. Así, un modo de dar cuenta del avance que representa Wittgenstein sería
diciendo que él asimila las intuiciones de los pensadores anteriores, pero les da la
formulación exacta: mucho de lo que ellos querían decir es correcto, sólo que no lo
supieron decir. Veamos esto detenidamente.

102
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

Lo primero que habría que señalar es que Wittgenstein también reconoce el ca-
rácter ambivalente de la geometría, sólo que éste queda caracterizado de otro modo.
La idea es la siguiente: por razones internas al pensamiento de Wittgenstein, sabemos
que el estudio de la percepción es ante todo el estudio del lenguaje de la percepción
(de cómo caracterizamos sus objetos, cómo medimos sus distancias, cómo calcula-
mos sus movimientos, etc.). En relación con el lenguaje podemos distinguir por el
momento dos grandes componentes: los juegos de lenguaje y los movimientos dentro
de ellos, por una parte, y la gramática, por la otra. La gramática, en el sentido de
Wittgenstein, es el sistema de reglas de uso que determinan la aplicación de las pala-
bras, es decir, fijan tanto lo que se puede afirmar o negar como lo que no tiene sentido
decir. En este sentido, la geometría es parte de la gramática del lenguaje: fija lo que se
puede decir en relación con los objetos de percepción. "La geometría del campo
visual es la gramática de los enunciados acerca de los objetos en el campo visual. No
se puede decir de esta geometría que es plausible".10 Lo que esto quiere decir es que
no se trata de una mera "hipótesis" que podamos pulir, afinar, etc. En este punto, con
Wittgenstein se retoma parte de la idea de Poincaré, al tiempo que se elimina lo que
es redundante en ella, y la idea strawsono-kantiana, sin para ello comprometerse con
idealismos de ninguna índole. Lo que por medio de esta primera geometría se logra es
fijar los mecanismos lingüísticos para poder hablar de las posiciones, movimientos, vo-
lúmenes, etc., de los objetos de percepción. ¿Son estos objetos las "sensaciones", como
quería Poincaré? No. Son los objetos de los que se habla en el lenguaje natural, los
cuerpos.
De lo dicho hasta aquí se sigue que los axiomas y los teoremas de la geometría no
versan sobre nada. "Así, los axiomas de la geometría tienen él carácter de estipulacio-
nes concernientes al lenguaje en el que queremos describir los objetos espaciales. Son
reglas de sintaxis. Las reglas de sintaxis no son acerca de nada; las establecemos
nosotros".11 La pregunta '¿acerca de qué, a qué se refieren los axiomas de la geome-
tría?' tiene tanto sentido como la pregunta '¿acerca de qué o a qué se refieren "sujeto",
"predicado", etc.?'. En este punto hay coincidencia con Poincaré (puesto que se
apunta a un elemento de arbitrariedad en las proposiciones geométricas) y rechazo
de la posición kantiana (puesto que se desprovee a la geometría de todo rasgo
realista-empírico e idealista-trascendental). Por otra parte, sin embargo, se acepta la
idea kantiana de que, siendo la percepción primordial para el conocimiento, habrá una

10
Luchvig Wittgenstein and the Vienna Circle. Converstions Recorded by Friederich Waismann. Edited
by B.F. McGuinness (Oxford: Basil Blackwell, 1979), p.100.
1
Ibid, p.62

103
GEOMETRÍA Y EXPERIENCIA

geometría que será la más apropiada para ella y que, por consiguiente, será la geome-
tría fundamental. Todo esto queda recogido espléndidamente como sigue: "No hay
más que una cosa en el mundo que nosotros podemos postular: nuestro modo de
expresarnos. No podemos postular la conducta de los hechos. Por consiguiente, pue-
do también decir que, si establezco un postulado, fijo con ello la sintaxis mediante la
cual expreso hipótesis. Escojo un sistema de representación. Así, no hay ningún con-
traste en absoluto entre la concepción de la geometría como parte de una hipótesis y
la concepción de la geometría como sintaxis".12 La gestación de hipótesis empíricas
requiere de una estructura gramatical, que no es una hipótesis más, sino lo que nos
garantiza su posibilidad.
Sin reconocer diferencias esenciales entre ellas, Wittgenstein admite que puede
hablarse de una segunda clase de geometría, a saber, los distintos sistemas geométri-
cos que los matemáticos edifican, algunos de los cuales los físicos utilizan. Una idea
importante de Wittgenstein (generalizable a todos los dominios de las matemáticas)
es que esta clase de geometría por sí sola, es decir, el mero cálculo geométrico, es
algo esencialmente incompleto. Lo que completa a la geometría es su aplicación.
La aplicación puede abarcar desde las observaciones y mediciones más rudimenta-
rias y elementales hasta las teorías más sofisticadas de la astrofísica. Es en este
sentido que la geometría "es parte de una hipótesis".13 ¿Cuál es entonces el status
de las proposiciones de la geometría? Mientras los sistemas de geometría no se inte-
gren a una teoría empírica particular, en la medida en que son consistentes son igual-
mente "válidos", pero igualmente incompletos. Se trata de propuestas simbólicas y,
en ese sentido, de convenciones (o, si se prefiere, de proposiciones analíticas). Ahora
bien, cuáles de los sistemas serán integrables al corpus del conocimiento científico es
algo que sólo la experiencia determina. Aquí Wittgenstein innova: no es que ellas
mismas sean contingentes. Lo que es contingente, es decir, lo que puede tanto darse
como no darse, es su aplicación, porque lo que no se puede prever es cómo se expan-
dirá el lenguaje de la ciencia. Aquí podemos hablar, con Poincaré, de "comodidad".
La idea es la misma, sólo que está expresada de manera engañosa al hablar de
"comodidad" o al hablar, como lo hace Russell, de "hipótesis empíricas". Es de la
clase de uso que se haga de las reglas de geometría que depende el que las llamemos
'necesarias' o 'contingentes'. Ellas mismas no son ni lo uno ni lo otro.
Así, pues, si la geometría euclidiana fija los límites de la significatividad de nues-
tras aseveraciones acerca de las posiciones, relaciones espaciales, etc., de nuestros

12
Ibid, pp. 162-63.
13
Ibid, p. 162.

104
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

objetos de percepción, entonces sus reglas (a las que usualmente damos status de
proposiciones) pueden ser catalogadas como necesarias. En la medida en que en ella
se establecen conexiones conceptuales se les puede calificar como sintéticas, pero
no porque versen sobre o sean acerca de algo. De igual modo, podemos aplicarles el
epíteto 'apriori' si lo único que deseamos afirmar es que las conexiones conceptuales
que en ella se establecen son rígidas y que, por ello, fijan nuestro ulterior modo de
hablar, los límites de la significatividad y, por ende, de la experiencia visual. Pero sería
un error llamarlas así porque pensáramos que nosotros las "descubrimos" y que
establecimos sus valores de verdad con independencia de la experiencia (medicio-
nes, cálculos, etc.). En resumen: se puede ciertamente sostener que las reglas de la
geometría son sintéticas a priori, siempre y cuando ello se haga por las buenas
razones, es decir, no por razones kantianas y strawsonianas. En todo caso, debería
haber quedado claro que los enunciados de la geometría no son descripciones de
nada. En la medida en que fincamos sobre la geometría nuestro ulterior modo de
hablar o de hacer predicciones, la geometría (la euclidiana en particular) se vuelve
para nosotros, en tanto que seres lingüísticos, necesaria y, en tanto que seres
percipientes, a priori. Lo que esto significa es que lo que pueda pasar como una
experiencia posible es algo que tendrá que ajustarse a los modos de expresión fijados
por la geometría euclidiana, porque si se nos habla de una experiencia no euclidiana,
entonces sencillamente no comprenderemos lo que se nos estará diciendo. Desde el
punto de vista de la experiencia, dicha geometría se contrapone a las diversas geo-
metrías no euclidianas, a las que entonces se puede calificar (si se desea) como 'a
posteriorV y que son las que se pueden integrar en las distintas teorías científicas.
Pero es importante notar que, desde el punto de vista de las ontologías de las distintas
teorías de las cuales forman parte, las distintas geometrías serán una vez más a
priori, puesto que todo lo que se diga sobre sus objetos de estudio estará de antema-
no fijado gramaticalmente por las geometrías en cuestión. En este sentido las geome-
trías no son otra cosa que gramáticas para los distintos simbolismos y no hay ninguna
diferencia esencial entre los múltiples sistemas de geometría. La diferencia más im-
portante entre ellas consiste en que, entre todos los sistemas de geometría, hay uno,
a saber, el sistema euclidiano, que es empíricamente, esto es, para los requerimientos
de la percepción humana, el fundamental. De esta manera, el rechazo de la geome-
tría euclidiana sólo podría efectuarse si se alterara drásticamente nuestro modo nor-
mal de describir los objetos de nuestro campo visual. Ahora bien, para comprender
descripciones efectuadas en concordancia con otra gramática se tendría que tener
un lenguaje más fundamental que el lenguaje natural, pero ¿quién podría disponer de
un lenguaje así y, por ende, quién podría comprender las descripciones de ese modo
alternativo de hablar? Nadie. Por lo demás, la utilidad, el valor y el carácter necesario

105
GEOMETRÍA Y EXPERIENCIA

y apriori de la geometría euclidiana se vuelven obvios cuando examinamos situacio-


nes reales. Por ejemplo, si alguien quiere comprar o vender un rancho y requiere
conocer su superficie, a lo único que no recurrirá es a una geometría, digamos, loba-
chevskiana. Si alguien rechaza con argumentos matemáticos el axioma de las parale-
las durante la compra de un terreno, lo más probable es que se vea en problemas. En
este sentido, la geometría euclidiana es necesaria, puesto que fija los mecanismos de
medición de distancias, objetos, etc., de nuestro espacio perceptual común, que es
(dicho sea de paso) el único real.
Que la geometría euclidiana no es una descripción del espacio de experiencia es
algo que se capta con claridad cuando describimos nuestro campo visual. Si vemos la
vía de un tren, por ejemplo, aunque todos diríamos que los rieles son paralelos, de
hecho no los vemos así, es decir, en total concordancia con la definición de 'parale-
lo'. Más aún: nadie podría verlos así, por más que así sean. Dicho de otro modo,
nuestra experiencia perceptual no es estrictamente euclidiana. En este punto, por lo
tanto, Strawson y Kant parecen estar equivocados. Lo que sucede es que no se
conoce un sistema de geometría que pudiera recoger nuestra experiencia en toda su
complejidad mejor de lo que lo hace la euclidiana. La más práctica, la más cómoda, la
más utilizable es, en el plano de la experiencia sensorial, la geometría euclidiana. Su
status privilegiado se deriva de que sobre ella ya están erigidos todos nuestros siste-
mas científicos, legales, etc., de medición, por lo que defacto es imposible reempla-
zarla. En este sentido, la geometría euclidiana es, como se dijo, apriori.
La comprensión cabal de lo que es la geometría y de su relación con la per-
cepción requiere de una filosofía de la ciencia adhoc. Si, por ejemplo, pensamos
que la ciencia describe esencias (e.g., la biología nos da la esencia del tigre, la
botánica la del mango, la mineralogía la del oro, la física la de la materia, etc.),
tenderemos a ver en la geometría una ciencia de objetos abstractos. Huelga decir
que esta mitología platonizante no nos lleva a ninguna parte. Si en cambio vemos
en las leyes científicas reglas para realizar inferencias sobre objetos conocidos
en la experiencia, entonces tenderemos a ver en la geometría parte de la gramá-
tica o (como decía Wittgenstein, todavía bajo la influencia de su propia filosofía
anterior) de la sintaxis de nuestro lenguaje de cálculos, medidas, etc., de los obje-
tos acerca de los cuales se habla. Pero la geometría misma no es acerca de
ellos. La geometría "nunca puede decirnos nada acerca de un estado de cosas. Y
esto muestra, una vez más, que en geometría nunca nos las habernos con la rea-
lidad, sino sólo con posibilidades espaciales. Los descubrimientos acerca del es-
pacio son descubrimientos acerca de lo que hay en el espacio. En matemáticas es

106
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

tan imposible descubrir cualquier cosa como lo es en gramática".14 Lo que aquí se


desecha es pues, entre otras cosas, el punto de vista de Poincaré de que la geometría
versa sobre objetos ideales, que en su opinión equivale a decir "creaciones de la
mente". La posición desarrollada por Wittgenstein evita fácilmente toda clase de
mentalismos.
Resumiendo: si no hemos errado el rumbo, creo que puede sostenerse que el
aparato conceptual wittgensteiniano permite dar expresión a los atisbos o intuiciones
acertadas de otras escuelas e integrarlas en lo que es una concepción básicamente
correcta o, mejor dicho, en la concepción correcta. La geometría es parte de la
"gramática", en el sentido estricto en que Wittgenstein usa la expresión. Por eso,
puede afirmarse que la geometría es apriori, si lo que se quiere decir es que contribuye
a determinar el marco de las experiencias o de los experimentos posibles y que, una vez
integrada como parte de nuestro sistema real de representación, ya no se le cuestiona.
Más bien, la geometría sirve para caracterizar a los objetos de los que se habla (de
percepción, en el caso de la geometría euclidiana, y de objetos teóricos en el caso de
las distintas teorías científicas, en especial las de la física). La geometría es, pues,
parte del marco de descripciones significativas posibles. No obstante, puede afirmar-
se de ella que es aposteriori si con eso lo único que se quiere afirmar es que sólo la
experiencia permitirá determinar cuáles serán, de todos los sistemas geométricos
posibles que se puedan construir, los que de hecho nos resultarán útiles. Por otra
parte, puede afirmarse que la geometría euclidiana es necesaria, si todo lo que se
desea decir es que, dado o establecido nuestro sistema de representación, entonces
ya no se le cuestiona (no cambiamos nuestros lenguajes a diestra y siniestra). Des-
pués de todo, también un sistema geométrico puede resultarnos indispensable. Por
otra parte, la geometría euclidiana es contingente en el sentido de que es lógicamente
posible que otra geometría nos hubiera resultado más "cómoda". De hecho, podemos
imaginar cambios en el universo que fueran tales que nos viéramos forzados a quitarle
la primacía a la geometría euclidiana y a reemplazarla por otra. Algo similar sucede,
mutatis mutandis, con "analítico" y "sintético". La geometría euclidiana es analítica
porque, integrada ya a nuestro lenguaje, nosotros definimos 'punto', 'línea', etc., tal
como en ella se definen: lo que se diga será significativo o no por su relación con las
estipulaciones del sistema; por otra parte, empero, la geometría es sintética en el
sentido de que sus "proposiciones" (reglas) no son meras tautologías, sino que por
medio de ellas se establecen nuevas conexiones conceptuales.

14
Ibid, pp. 62-63.

107
Concluyo, pues, con lo que de hecho era mi hipótesis de trabajo, viz., que se
requería un nuevo aparato conceptual y algunas modificaciones concernientes al empleo
de ciertas categorías ("necesario", "apriori", etc.) para hacer avanzar nuestra com-
prensión acerca de cómo se relacionan los sistemas geométricos y la experiencia
sensorial. Y parte de mi objetivo era mostrar que también en esta área las aportacio-
nes de Wittgenstein son, si no completas, por lo menos sí definitivas.
De Espacios y Geometrías

I) El Tractatus y el Espacio

C omo es bien sabido, el concepto de espacio ha dado lugar - al igual que el de


tiempo - a toda una gama de doctrinas filosóficas y de teorías científicas que
van desde lo sensato y plausible hasta lo extravagante e increíble y que son
las más de las veces incompatibles entre sí. Asimismo, las perspectivas desde las
cuales el espacio ha sido estudiado son también sumamente diversas. Por ejemplo, se
ha debatido tanto acerca del carácter geométrico del espacio como de su irrealidad,
de su naturaleza mental como de la imposibilidad de pensarlo desligado del tiempo.
De igual modo, las más variadas categorías se han utilizado en los intentos por aclarar
los diferentes conceptos de espacio que de hecho están en circulación. Podemos
mencionar, entre muchas otras, las de geometrías, hipótesis científica, forma apriori
de la intuición sensible, representación, relaciones, sustancia, absoluto y relativo, tiempo,
percepción, gramática, perspectivas, números, color, estructura, axiomas e idealismo
trascendental. El resultado neto es que, a pesar de la asombrosa cantidad de escritos
concernientes al espacio por parte tanto de matemáticos y físicos como de filósofos,
difícilmente podría decirse que reinan en relación con este tema la claridad concep-
tual y el acuerdo generalizado. Este ensayo es un intento de contribución a la labor de
esclarecimiento consistente básicamente en el mero establecimiento de conexiones
entre datos relativamente bien conocidos.
Como muestra de las complicaciones asociadas con el concepto de espacio, pode-
mos considerar brevemente lo que al respecto se dice en el Tractatus Logico-
Philosophicus. En aquel primer gran libro, Wittgenstein hace diversas aseveraciones
que un examen detallado muestra que no son compatibles. Recuérdese, antes que
cualquier otra cosa, que un concepto fundamental del libro es el de "espacio lógico",
pero éste es ante todo un espacio proposicional. El espacio lógico resulta de lo que
ESPACIOS Y GEOMETRÍAS

sería la red conformada por la totalidad de las proposiciones. El espacio lógico es,
pues, una totalidad de posibilidades y acota y agota lo que sería el reino de la factualidad.
Es evidente asimismo que, aunque una noción que desempeña un papel importante en
las elucidaciones del libro, la de espacio lógico es básicamente una metáfora. Sea lo
que sea, por lo tanto, su significación se deriva de uno u otro modo de la noción
primitiva que permitió construirla y ésta es la de espacio. Lo que queremos saber es
entonces: ¿qué se sostiene en el Tractatus en relación con el espacio?
La verdad es que no mucho. "Espacio, tiempo y color (cromaticidad)", se nos
dice, "son formas de los objetos".1 Lo que esto significa es lo siguiente: las formas de
un objeto son sus propiedades y relaciones formales y éstas son sus propiedades y
relaciones necesarias. El problema, claro está, es que el lenguaje no permite la enun-
ciación significativa de nada necesario. Por lo tanto, esas formas no pueden enunciarse
sino únicamente expresarse o mostrarse a través de proposiciones genuinas (Le.,
significativas). Así, el que el espacio sea una forma de los objetos implica que para
que éstos queden constituidos como tales tienen que mantener entre sí relaciones
espaciales. En otras palabras, no hay ningún objeto real del que no podamos en
principio dar sus coordenadas espaciales. No hay objeto no espacial. El mundo tiene
forzosamente una estructura espacial. Esto es por lo menos algo de lo que está impli-
cado por la proposición citada.
A primera vista, el punto de vista del Tractatus es sensato y correcto. No obstan-
te, aunque no explícitamente, Wittgenstein insinúa algo que no parece del todo com-
patible con dicha posición. Dice lo siguiente: "Cada cosa está, por así decirlo, en un
espacio de hechos simples posibles. Puedo pensar que este espacio está vacío, pero
no puedo pensar la cosa sin el espacio".2 De acuerdo con esto, el espacio sería una
especie de contenedor, una metáfora a la que (como veremos) otros pensadores
también recurren. Pero ¿cómo es posible que por una parte el espacio sea la totalidad
de las relaciones espaciales que mantienen entre sí los objetos y por otra parte que
sea lógicamente independiente de éstos? Parecería, pues, que en relación con el
espacio hay una cierta ambigüedad en el Tractatus y que se le podría adscribir a éste
tanto el punto de vista de que el espacio es algo real e independiente de sus conteni-
dos como la idea de que no es otra cosa que una hipóstasis de lo que es el sistema
total de relaciones espaciales que mantienen entre sí los objetos.
En contraste con las sibilinas aseveraciones del Tractatus, pienso que, aunque
escasas, las observaciones del Wittgenstein posterior a 1929 y referentes a la geome-

1
L. Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus (London: Routledge and Kegan Paul, 1978), 2.0251.
2
Ibid,, 2.013.

110
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTOENSTEIN

tría y al espacio constituyen una contribución transparente, auténticamente aclaratoria


y que sería absurdo desaprovechar. Es evidente que, dado lo reducido del material
con el que se cuenta, de ninguna manera podría sostenerse (a diferencia de lo que
podría plausiblemente sostenerse en relación con otros temas) que Wittgenstein es-
clareció totalmente la temática. No obstante, lo que en este caso él tiene que decir es
no sólo digno de ser recogido sino que es, aunque poco, definitivo. En lo que sigue me
ocuparé de los temas del espacio y de la geometría en general, intercalando cuando lo
juzgue conveniente las diversas aclaraciones de Wittgenstein. Posteriormente, exa-
minaré los puntos de vista de Kant y Newton y terminaré atando cabos, esto es,
tratando de redondear una posición que sea no sólo defendible, sino también atracti-
va. Como caso prueba para nuestra posición someteremos brevemente a considera-
ción la tesis de que el espacio podría estar vacío.

II) Percepción y Realidad


Cuando al despertarnos abrimos los ojos con lo que nos topamos es con nuestro
campo visual, el cual coincide parcialmente con lo que es nuestro campo de experien-
cia. Digo 'parcialmente' porque es obvio que "campo visual" y "campo de experien-
cia" no son lo mismo. Un invidente no tiene campo visual, pero sí tiene vivencias o
experiencias. A diferencia de lo que pasa con nuestro campo perceptual, que nos es
dado, por así decirlo, de golpe, nuestro campo de experiencias es una construcción
conformada, entre otras cosas, gracias a las correlaciones sistemáticas que hemos
aprendido a establecer entre los data de los diversos espacios de los sentidos (táctil,
visual, auditivo, etc.). Ahora bien, dejando de lado cuestiones referentes a la génesis
del espacio de experiencia: ¿qué es lo que, aparte de los objetos (o lo que tomamos
por tales) discernimos en nuestro campo visual? Como dato de experiencia, lo que
podemos decir es que no percibimos espacio. Lo que en cambio podemos afirmar no
que percibimos mas sí que discernimos es lo que normalmente llamamos 'relaciones
espaciales', las cuales nos resultan indispensables para poder hablar de experiencia
de objetos en lo absoluto. Por lo menos relaciones como las de "arriba/abajo" y
"derecha/izquierda" y posiciones como "el centro de" son así. Nuestro campo visual
es obviamente una totalidad estructurada y dicha estructura la conforman relaciones
espaciales como las mencionadas. Por otra parte, ya constituido nuestro campo vi-
sual incluye no sólo relaciones propias de un espacio de dos dimensiones. Las rela-
ciones de profundidad son esenciales a él. Alguien que intentara enfrentar el mundo
que se le presenta en el espacio visual como si fuera un mundo de dos dimensiones
exclusivamente podría volverse loco. Por otra parte, es claro que el marco general de
111
ESPACIOS Y GEOMETRÍAS

nuestro espacio perceptual es fijo. Lo que quiero decir es que el sujeto percipiente no
se mueve dentro del campo visual como un objeto más. De ahí que podamos afirmar
del campo visual o perceptual lo siguiente:

a) resulta de la interacción "educada" de todos los sentidos


b) incorpora o presupone un punto fijo (el cual no es un objeto más de percep
ción)
c) en él las posiciones son absolutas
d) son indispensables a él el color y la forma
e) está estructurado y organizado (no es caótico ni mutante)
f) es ilimitado
g) los objetos de mi campo visual son los objetos del mundo.

Esto último quizá amerite algunas aclaraciones. La significatividad del discurso


acerca de los objetos requiere y presupone de un mecanismo de identificación y éste
no puede ser otro que el lenguaje. Pero el lenguaje es público y, por ende, compartido.
Cuando empleamos las mismas palabras, 'perro' por ejemplo, lo que vemos es un perro,
el cual es básicamente el mismo para todos, y de lo que hablamos es de un perro, no de
la imagen de perro. Podemos, pues, liberarnos de la recurrente falacia del idealismo,
esto es, la idea de que hay algo intermedio entre el sujeto percipiente y los objetos
"percibidos", algo a lo que podemos llamar 'idea', 'sense datum\ etc. La noción de
impresión sensorial no es una noción primitiva, sino derivada de la idea de percepción
de objetos materiales. Lo que es importante entender es que mi campo visual coincide
con el mundo: lo que percibo cuando digo que percibo algo son objetos del mundo.
Pocas cosas hay tan absurdas como la idea de que estamos hundidos en una fantasía
permanente tratando de acceder al mundo objetivo o real.

III) Clases de Espacios


Si lo que hemos dicho es aceptable, podemos afirmar que disponemos de una noción
primaria de espacio, en la cual valen o se dan relaciones espaciales. Evidentemente,
nunca percibimos espacio: lo que detectamos son objetos colocados a ciertas distan-
cias unos de otros. Cómo sea el espacio puro es, lo confieso, algo de lo que no tengo
ni la más remota idea. El lenguaje natural induce a pensar en el espacio como en el
gran contenedor, puesto que 'espacio' es un sustantivo y que tendemos a decir que
los objetos están en el espacio. No obstante, el sentido común es neutral respecto a
la cuestión de si el espacio es real, si es una sustancia, si es absoluto, etc., o si más
112
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

bien no es sino un intrincado sistema de relaciones espaciales. El sentido común y el


lenguaje natural no pueden (ni tienen por qué) pronunciarse sobre dilemas así.
Ahora bien, la noción de espacio quedó muy pronto vinculada a la geometría.
Respecto a esta última no estará de más recordar que más que como una rama
independiente de las matemáticas vio la luz como una disciplina con aspiraciones
eminentemente prácticas. Los primeros "geómetras" empíricos, los ingenieros pione-
ros de Babilonia y zonas aledañas, a lo que aspiraban era a dividir terrenos, encauzar
ríos, construir edificios, diseñar jardines. Fue sólo en la época de los griegos cuando la
geometría se estableció como una rama autónoma de las matemáticas "puras". Sur-
gió así la geometría euclidiana y fue entonces que empezaron a brotar los malenten-
didos tanto en relación con su status como respecto al status del espacio.
Desde los griegos y hasta el siglo xix, la geometría euclidiana fue vista básicamente
como una descripción abstracta de la estructura tanto del espacio perceptual como
del espacio real (puesto que, como dijimos, en principio coinciden). O sea, en un
primer momento se identificaron el espacio visual, el espacio físico y el espacio
euclidiano. Estas fáciles identificaciones, junto con algunas otras incomprensiones
matemáticas y complicaciones metafísicas, permitieron que Zenón formulara sus
extraordinarias paradojas. Algunas de ellas pueden ser formalmente refutadas, pero
ciertamente no todas sus ideas son descabelladas o absurdas. Por ejemplo, Zenón
aspiraba a mostrar, entre otras cosas, que el espacio no se compone de un número
infinito de puntos. Como veremos, se le habría podido responder a Zenón que su
planteamiento era ambiguo, puesto que si a lo que se refería era el espacio real quizá
tenía razón, pero si lo que tenía en mente en el espacio de la geometría euclidiana
entonces estaba en el error. Así, confusiones de origen respecto a la naturaleza del
espacio visual y de la geometría permitieron la gestación de enigmas de los cuales
puede decirse que sólo hasta muy recientemente nos hemos liberado.
Gracias al desarrollo de las matemáticas, en particular a la invención de sistemas
geométricos no euclidianos, y al avance de la física se logró construir una plataforma
para la resolución de antiguos problemas, pero (como era de esperarse) surgieron
nuevos. Lo que quedó claro es que la geometría euclidiana no es una descripción de
nada, que los espacios matemáticos forman parte de cálculos, que el espacio percep-
tual no necesariamente es euclidiano o, mejor dicho, no lo es totalmente, y que hay
algo que podemos llamar 'espacio físico', que no es ni un espacio matemático ni es el
espacio perceptual. Ahora tenemos tres clases diferentes de espacios. El espacio
perceptual es una clase con un solo elemento; la clase de espacios matemáticos es
una clase infinita y la del espacio físico probablemente contenga diversos elementos.
Por ejemplo, el espacio real de la vida cotidiana es diferente del espacio real de la
astro-física y muy probablemente diferente también del espacio de la física cuántica.

113
ESPACIOS Y GEOMETRÍAS

Es claro que las naturalezas de los espacios y las relaciones entre ellos no se
pueden entender si no se tiene una visión clara de lo que es (son) la(s) geometría(s).
Es por no entender su status (o sus respectivos statu) que no tenemos tampoco una
idea clara de lo que son los espacios de diversa clase y sus relaciones entre ellos. Es
por incomprensiones fundadas en identificaciones dudosas que se articularon teorías
del espacio tan diversas como inverosímiles, como lo son las de Newton o Kant. Es,
pues, la naturaleza de la geometría en general lo que urge esclarecer y de lo que
pasaré ahora a ocuparme.

IV) Clases de Geometrías


Si no me he equivocado en lo que he afirmado, tenemos derecho a hablar de un
espacio perceptual y de relaciones espaciales en ese particular contexto y quizá lo
primero que llama la atención es que, contrariamente a lo que se ha sostenido durante
siglos, el espacio perceptual no es estrictamente euclidiano. Por ejemplo, en el espa-
cio visual los rieles se van acercando cada vez más y parecen tocarse en el horizonte,
lo cual contradice el postulado euclidiano de las paralelas. Pero, además, el campo
visual es nítido en el centro y se va haciendo cada vez más borroso hacia los bordes,
lo cual no encaja con las implicaciones de las definiciones de 'punto', 'línea', 'plano'
o 'volumen' de la geometría euclidiana. Tal vez entonces lo que podríamos decir es
que para el espacio visual de lo que disponemos es de una geometría puramente
fenomenológica, constituida exclusivamente por ideas como "ubicación" o "lugar",
"centro" y relaciones como las mencionadas al principio del ensayo. Para la vida
animal o primitiva o básica la "geometría fenomenológica" es más que suficiente.
Obviamente, su carácter modesto se revela tan pronto se rebasa el nivel orgánico
elemental. Entonces resulta como claramente insuficiente para todo lo que no sea
meramente ubicarse, moverse y orientarse en el mundo real. Sobre la naturaleza del
espacio fenomenológico regresaré posteriormente.
Entendidas como sistemas matemáticos, las geometrías no son descripciones de
nada. ¿Qué son entonces? Son simplemente cálculos en los que ciertas proposiciones
juegan el papel de axiomas y otras son deducidas de ellos por medio de reglas de
inferencias. Esta caracterización coincide plenamente con la definición de las mate-
máticas que Russell ofrece en Los Principios de las Matemáticas. De acuerdo con
él, "Las matemáticas puras son la clase de todas las proposiciones de la forma 'p
implica q\ en donde/» y q son proposiciones que contienen una o más variables, las
mismas en las dos proposiciones, y ni p ni q contienen ninguna constante salvo las

114
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

constantes lógicas".3 El problema es, pues, entender, qué son los sistemas matemáti-
cos {le., un sistema simbólico que cumple las condiciones que Russell enuncia). Si no
son descripciones de nada: ¿qué son y para qué sirven? La respuesta correcta a esta
pregunta nos la da Wittgenstein: las geometrías son básicamente propuestas de re-
glas de sintaxis para la elaboración de enunciados referentes a un grupo definido de
objetos. Por ejemplo, la geometría euclidiana es la sintaxis para las descripciones que
hacemos de los objetos del espacio visual. Ella no los describe, sino que rige nuestras
descripciones, es decir, determina lo que tiene o no tiene sentido decir en un ámbito
dado. "Los axiomas - e.g.- de la geometría euclidiana son reglas disfrazadas de una
sintaxis".4 La geometría euclidiana fija el marco lingüístico de lo que posteriormente
serán nuestras ulteriores descripciones y mediciones. Tiene, pues, una función esen-
cialmente normativa. Así, por ejemplo, sí al dividir un terreno cuadrangular alguien
encuentra que la superficie no es igual al producto de la base por la altura, se le dirá
que hizo mal su cálculo y se le pedirá que lo vuelva a hacer. O sea, la geometría
euclidiana no resulta de la experiencia, sino que determina o constriñe la experiencia.
Esa es su función primordial.
En este punto quizá deberíamos hacer una aclaración, a fin de impedir potenciales
confusiones. La geometría euclidiana no es geometría fenomenológica, por la sencilla
razón de que, como bien lo señala Wittgenstein, "En el espacio visual no hay medicio-
nes"5 y, más en general, "En el espacio visual (...) no hay tal cosa como un experi-
mento geométrico".6 De hecho, nuestra percepción puede entrar en conflicto con lo
que la geometría euclidiana estipula o enuncia. Por ejemplo, podemos ver figuras
geométricamente diferentes como si fueran la misma, como pasaría con un círculo y
una figura de mil lados, o como diferentes aunque sean del mismo tamaño. En ver-
dad, hay multitud de ilusiones óptico-geométricas, en el sentido de que hay multitud
de descripciones visuales que no coinciden con lo que la geometría prescribe. Como
dice Wittgenstein "La palabra 'igualdad' tiene un significado diferente cuando la apli-
camos en los tramos en el espacio visual que cuando la aplicamos en el espacio
físico. La igualdad en el espacio visual tiene otra multiplicidad que la igualdad en el
espacio físico".7 Pero la geometría euclidiana no sirve para corregir nuestra percep-

3
B. Russell, The Principies of Mathematics (New York: W. W. Norton & Company, Inc), § 1.
4
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas. Traducción de Alejandro Tomasini Bassols (México: IIF/
UNAM, 1997), sec. 178, p. 206.
5
Ibid., sea, 212, p. 256.
6
Ibid.,sec, 178, p. 207.
1
Ibid., sec, 215, p. 260.

115
ESPACIOS Y GEOMETRÍAS

ción, la cual no es alterable o modificable, puesto que no hay nada con que se le
pueda reemplazar. Nuestro acceso a los objetos del espacio perceptual es directo.
"¿O debería más bien decir que inclusive en el espacio visual algo puede parecer
diferente de cómo es? Ciertamente no!".8 Los errores en relación con el campo
visual son de carácter visual (miopía, e.g.), no de geometría. Naturalmente, surgirán
complicaciones cuando intentemos explicar lo que es la aplicación de la geometría.
Consideremos ahora brevemente la geometría física, en el sentido de 'geometría
que se usa en física'. Cuál sea el sistema geométrico que los científicos favorezcan
para su integración en una teoría física es algo que dependerá ante todo de los reque-
rimientos y del desarrollo de su disciplina. Aquí el fenómeno curioso es el siguiente:
una vez que un sistema geométrico particular se integra en una teoría física dada
automáticamente cambia de status, es decir, deja de ser un cálculo formal para con-
vertirse en parte de una teoría empírica y adquiere por lo tanto el status de la teoría.
Desde esta perspectiva, la geometría puede ser falsa. Hay aquí una gran diferencia
con las otras clases de geometrías. La geometría fenomenológica, en el sentido en
que empleé la expresión, es inmutable, apriori, necesaria; las geometrías matemáti-
cas son desde luego también a priori, pero son meramente propuestas gramaticales
y, por ello, no son ni verdaderas ni falsas, sino coherentes o incoherentes, útiles o no.
En cambio, las geometrías empíricas, es decir, las que forman parte de teorías empí-
ricas (de astrofísica, por ejemplo) son hipótesis científicas y son, por consiguiente, a
posteriori y, sobre todo, verdaderas o falsas. Esto es interesante, por lo siguiente:
podemos corroborar algo a primera vista inaceptable, viz., que un mismo sistema
geométrico puede tener dos statu diferentes. Pero en el fondo esto no tiene nada de
extraño, por la simple razón de que qué significado le confiramos a los signos depen-
derá de lo que de hecho hagamos con ellos. Un sistema geométrico dado en tanto que
sistema formal puede ser a priori, pero en tanto que descripción de algún sector de
la realidad puede ser falso. No parece haber en esto contradicción alguna.
Las clases de geometrías que hemos considerado se diferencian claramente tam-
bién por sus respectivas ontologías. Podemos preguntar: ¿qué es lo que vemos cuan-
do abrimos los ojos? La respuesta es tan simple como obvia: cuerpos, con toda la
indeterminación que ellos acarrean. Ahora bien, los cuerpos contrastan con los obje-
tos de la geometría euclidiana, los cuales no son cuerpos sino puntos, líneas y demás.
Pero ¿qué es un punto, por ejemplo? No es una entidad real, en el sentido de existente
en el mundo real. El punto es una entidad matemática y por lo tanto, más que otra
cosa, una regla. Por eso Wittgenstein sostiene, con toda razón en mi opinión, que "el

8
Ibid., sea, 208, p. 248.

116
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

espacio no es una colección de puntos, sino la realización de una ley".9 E inmediata-


mente añade: "Que un punto en el plano esté representado por una pareja de núme-
ros y en el espacio tri-dimensional por un triplo de números basta para mostrar que el
objeto no es el punto, sino la red de puntos".10 Qué digamos acerca de las "entidades
de la geometría" dependerá de qué pensemos acerca de las "entidades matemáti-
cas" en general, de los números por ejemplo. Sobre este tema no me pronunciaré en
este ensayo y me limitaré a recordar que desde la perspectiva wittgensteiniana no
tiene mayor sentido hablar de ontología stricto sensu en relación con las matemáti-
cas. Los números (naturales) tienen más bien que ver con formas preposicionales y
operaciones y otras clases de números (los irracionales, por ejemplo) requieren de
explicaciones diferentes, las cuales básicamente giran (como las entidades de la geo-
metría) en torno a la noción de ley. En todo caso, la geometría no trata con objetos
ideales, objetos abstractos ni nada por el estilo. La sintaxis no versa sobre nada en
particular, sino que rige el discurso que versa sobre un sector de la realidad. Por
último, consideremos los objetos de las geometrías empíricas. Éstos pueden ser de lo
más variado, pero son ante todo entidades teóricas. Qué sea una entidad teórica
dependerá de que visión de la ciencia se tenga. Para un realista burdo cualquier
entidad teórica será un objeto tan real y objetivo como cualquier cuerpo, en tanto que
para un instrumentalista es más bien un complejo mecanismo conectado de manera
indirecta con determinados objetos de percepción (los instrumentos de laboratorio,
por ejemplo). Sobre este asunto, empero, tampoco me pronunciaré en este trabajo.

V) Newton y Kant
Al igual que el tiempo y los números irracionales, el espacio y la geometría han dado
lugar a un sinnúmero de teorías. Como podremos apreciar, éstas las más de las veces
están plagadas de confusiones, son ambiguas o declaradamente falsas. La verdad es
que en no pocas ocasiones más que concepciones filosóficas propiamente hablando
con lo que nos encontramos es con teorías científicas, esto es, teorías empíricas en
las que aparece el concepto de espacio y en las que se utilizan diversos sistemas
geométricos. El problema con esto es que con lo que nos topamos es con grandes
construcciones que no vienen acompañadas de las aclaraciones pertinentes respecto

9
Ibid., sec, 177, p. 206.
w
Ibid., sea, 177, p. 206

117
ESPACIOS Y GEOMETRÍAS

a sus respectivos statu y, por consiguiente, nos quedamos realmente sin entender de
qué se está hablando.
Un caso así es el de Newton. Su monumental obra, Los Principios Matemáticos
de la Filosofía Natural, estableció las bases y el marco general de la física para los
siguientes 300 años. En realidad, la teoría de Newton es una teoría general del uni-
verso. Gracias a los avances matemáticos por él efectuados (como la invención del
cálculo infinitesimal), Newton inauguró lo que se conoce como la 'mecánica clásica'
y pudo ofrecer una explicación unificada, sistemática, congruente y plausible de los
movimientos de los cuerpos, tanto terrestres como celestes. Empero, su teoría, aun-
que en más de un sentido un paradigma de teoría científica, de todos modos no está
exenta de elementos que, estrictamente hablando, son irrelevantes. Tal es el caso de
la concepción newtoniana del espacio, acerca de la cual rápidamente diré unas cuan-
tas palabras.
Newton, como se sabe, es el gran defensor de la idea de espacio absoluto (y de
tiempo absoluto). Desde su perspectiva, el espacio es algo así como el gran contene-
dor: abarca, abraza o contiene todo lo que hay en el mundo y que sea objeto de
estudio para la física. Por lo tanto, para Newton es lógica y factualmente posible que
dicho contenedor estuviera vacío. Los objetos (animales, estrellas, galaxias, etc.) no
pueden pensarse sin el espacio, pero en la teoría de Newton el espacio sí puede
pensarse sin los objetos. Qué o cómo sea el espacio vacío es algo que Newton nunca
explica suficientemente. La idea que está detrás de tan extraña sugerencia es, como
era de esperarse, la idea de que el espacio es una sustancia, es decir, es un algo en sí
mismo, algo real. Este punto de vista es si no incompatible por lo menos redundante
en una teoría estrictamente matemática del mundo material. O sea, la idea del espa-
cio físico como una cosa especial es teóricamente gratuita. Esto es algo que Leibniz
mostró cuando hizo ver que todo lo que se diga asumiendo la idea newtoniana de
espacio absoluto se puede decir reemplazándola con un sistema de relaciones espa-
ciales.
Del espacio newtoniano se da cuenta por medio de la geometría euclidiana. El
espacio newtoniano es euclidiano. Ahora bien ¿de qué espacio habla Newton? Es
obvio que el espacio absoluto de la teoría de Newton no es un mero espacio matemá-
tico más, pero ¿es acaso el espacio perceptual? El espacio de Newton es el espacio
físico, entendiendo por 'espacio físico' el espacio real. Newton rechazaría la suge-
rencia de que su espacio es un espacio puramente teórico, es decir, que no es un
espacio de experiencia. En todo caso, lo que él sostendría (como lo sugieren sus
trabajos de óptica) sería más bien que el espacio perceptual es idéntico al espacio
real y que, por lo tanto, ambos son euclidianos. Desde su perspectiva, la geometría

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FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

euclidiana sería una descripción tanto del espacio real como del espacio perceptual,
puesto que él no distinguiría entre éstos.
Formalmente, la teoría newtoniana del espacio absoluto ha quedado teórica, si
bien no prácticamente, refutada. Ello tiene por lo menos dos causas. Una de ellas es
que con el desarrollo de las matemáticas surgieron las geometrías no euclidianas y la
segunda es que el avance de la física llevó a integrar a estas últimas en teorías
empíricas más avanzadas. Así, al ser aplicadas en cálculos cósmicos, sistemas geo-
métricos no euclidianos permitieron hacer mejores predicciones y contribuyeron a
revelar que el espacio sideral no es, estrictamente, newtoniano. Dicho de otro modo,
las geometrías no euclidianas aunadas a la teoría de la relatividad permitieron echar
por tierra las pretensiones universalistas de Newton, pero lo que las geometrías no
euclidianas y la teoría de la relatividad ciertamente no demostraron es que el espacio
perceptual no sea básicamente euclidiano o, alternativamente, más euclidiano que no
euclidiano.
Hay, no obstante, un detalle que no debería pasarse por alto. Cuando se habla de
la "refutación" de Newton en realidad a lo que se alude es a predicciones de fenóme-
nos ubicados sumamente lejos de nosotros en el espacio y en el tiempo (miles de años
luz). Pero para la vida en la Tierra, esto es, la vida en donde los cuerpos son más o
menos rígidos, y para los objetivos cotidianos, el mundo sigue siendo en lo esencial
newtoniano. Es sólo para la astro-física y para la física cuántica que Newton perdió
vigencia. Pero ¿qué podemos inferir nosotros de eso? El desarrollo de la física algo
nos dice acerca de la naturaleza del espacio, pero lo que tenemos que entender es
que lo que nos dice nos lo dice sólo indirectamente. Lo que en realidad la ciencia
parece mostrar es que el mundo no es ni totalmente euclidiano ni totalmente no
euclidiano. La física presupone y trabaja con diversos conceptos de espacio y el que
lo haga algo nos indica acerca de la naturaleza del mundo, acerca de su flexibilidad y
elasticidad, por así decirlo. En distintos contextos mundanos valen o se aplican distin-
tas geometrías. El gran cambio teórico que se operó en relación con Newton fue la
sustitución del espacio absoluto y el tiempo absoluto por una estructura de cuatro
dimensiones conocida como 'espacio-tiempo'. El avance de la física llevó del espacio
y el tiempo absolutos al espacio-tiempo relativos, pero eso es un avance teórico, no
de aclaración de los conceptos involucrados.
La obra de Newton fue tan impactante que marcó a la filosofía del espacio hasta
finales del siglo xix y principios del xx. Eso no significa, sin embargo, que no se
hubieran producido desde su aparición sublevaciones en contra de las diversas impli-
caciones de lo que era la nueva física de Newton. No olvidemos que éste habla de
sus objetos de estudio (materia, movimiento, gravitación, visión, espacio, luz, tiempo,

119
ESPACIOS Y GEOMETRÍAS

colores, fuerzas, etc.) como si nos estuviera dando su naturaleza última. Goethe, por
ejemplo, intentó (un tanto ingenuamente, quizá) oponer a la teoría física de los colores
lo que podríamos llamar una 'teoría fenomenológica del color'.11 Pero si hay algo de
lo que quizá podríamos lamentarnos con mayor razón es que las teorías de Newton
sirvieron de aliciente para que uno de los más importantes filósofos de todos los
tiempos elaborara y echara a rodar su propia teoría de la geometría y del espacio. Me
refiero desde luego a Kant, del cual pasaré ahora a ocuparme.
Quizá pueda afirmarse que la grandiosa teoría de Newton quedó finalmente refu-
tada, pero en todo caso es claro que con él se sabía de qué se estaba hablando y
cómo era factible mostrar que lo que sostenía era falso. Con Kant la cosa cambia. La
impresión general imposible de evitar es que Kant hace trampa porque es sistemáti-
camente ambiguo, de manera que cuando uno cree haberlo refutado él tiene tranqui-
lamente preparada su salida por otra parte. Veamos si esta acusación puede ser
presentada en forma transparente y convincente.
Que una ambigüedad seria permea la posición de Kant es algo que la mera enun-
ciación de su posición general deja en claro: él se presenta simultáneamente como un
realista empírico y un idealista trascendental. La idea general es compleja y la argu-
mentación de Kant intrincada. Intentaré resumirla de manera que queden expuestos
los puntos que para este ensayo me interesa discutir.
Kant se propone en primer lugar dar cuenta del conocimiento humano. Desde
este punto de vista, el conocimiento es algo esencialmente ligado a la experiencia.
Por 'experiencia' Kant entiende 'experiencia posible'. O sea, es cognoscible todo
aquello de lo que en principio podamos tener una experiencia. Y ¿cómo es posible el
conocimiento? Es posible porque estamos epistemológicamente condicionados. Por
una parte, tenemos impresiones sensoriales o, como Kant las llama, 'intuiciones' y,
por la otra, operamos con conceptos o, en su terminología, con categorías. El cono-
cimiento empírico es una síntesis de sensoriedad e intelecto. Desde esta perspectiva,
Kant es un empirista radical. De hecho, se le podría adscribir la posición de los empiristas
lógicos, si no fuera porque él no aborda los temas de los que se ocupa desde la perspec-
tiva del lenguaje, sino desde la perspectiva del conocimiento y del funcionamiento de la
mente. Pero hay un punto importante de coincidencia entre Kant y los positivistas
lógicos: todo lo que sea inverificable es inaceptable: incognoscible paraKanty asignificativo
para los empiristas lógicos.

1
' Para una breve presentación de la posición de Goethe, véase el capítulo "Colores" en mi Enigmas
Filosóficos y Filosofía Wittgensteiniana (México: Edere, 2002).

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FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

Kant se ve forzado por su propio planteamiento a distinguir entre las cosas de las
que tenemos experiencia y las cosas en sí mismas. De éstas no sabemos nada, pero
parecería que tenemos que presuponer su realidad, porque de lo contrario no podría-
mos salir de los pantanos de la gnoseología empirista clásica. Ahora bien, aunque
consideremos las cosas en sí mismas como entidades reales, nada de lo que digamos
se les aplica o, mejor dicho, no podemos saber si lo que decimos y que vale para las
"apariencias" vale también para ellas. El conocimiento, como se dijo, está ligado a la
experiencia, en el sentido de experiencia ordenada, es decir, captada sensorialmente
y categorizada. Como el mundo no puede ser meramente de apariencias, tenemos
que presuponer que detrás de éstas hay un mundo de entidades tales como son en sí
mismas, independientemente de cómo accedamos a ellas, sólo que de nada concer-
niente a ellas podemos hablar, por la sencilla razón de que siempre que hablemos de
algo ese algo habrá sido ya absorbido, por así decirlo, por nuestra red mental. Sea lo
que sea, si hablo significativamente de algo entonces automáticamente ya convertí a
ese algo en un objeto de experiencia posible. En este sentido hay un sorprendente y
sugerente paralelismo entre, por una parte, los razonamientos de Kant y, por la otra,
los de Parménides y de Meinong.
Es obvio, pues, en qué sentido Kant es un realista empírico: él defiende un empirismo
radical sólo que, para evitar los absurdos y las contradicciones a los que se ven
llevados los empiristas tradicionales, Kant intenta superar el obstáculo que representa
la idea de un mundo de apariencias. Por lo tanto, sus experiencias no son nada más
experiencias subjetivas de un agente. Por ser realista, las experiencias de las que
Kant habla son, por así decirlo, "objetivas". En eso consiste su "realismo". Por lo
tanto, Kant está aquí jugando un papel doble: enfatiza la subjetividad y luego la supri-
me en aras del conocimiento. Esto nos lleva a examinar el otro lado de la moneda,
esto es, la tesis del idealismo trascendental.
Kant sostiene que el espacio y el tiempo son las formas puras de la intuición
sensible. En otras palabras: es sólo bajo la modalidad de espacio (relaciones espacia-
les) y tiempo (relaciones temporales) que, de acuerdo con él, podemos tener expe-
riencias de objetos. Desde esta perspectiva, el espacio y el tiempo son simplemente
condiciones de posibilidad de la experiencia. Es éste un punto de vista muy afín al del
Tractatus. El espacio en particular es requerido para que podamos tener la idea de
objetos "fuera" de nosotros y de objetos que son independientes unos de otros. Esto
suena bien, pero habría que fijarse en que la trampa ya está puesta, porque las expe-
riencias de las que Kant habla no son meramente subjetivas. O sea, Kant parece
manejar, además de una noción simple de experiencia como recepción de data, otra
diferente. En este segundo sentido, la experiencia kantiana no es mera vivencia, un
mero contenido de la conciencia, sino que es experiencia organizada y, por lo tanto,

121
ESPACIOS Y GEOMETRÍA

de algo. Una experiencia sensorial cruda cualquiera que no fuera "espacial" no sería
una experiencia en el sentido kantiano. El hecho de ser espacial (y temporal) introdu-
ce un rasgo de objetividad que cambia la naturaleza de la experiencia e indica, por lo
tanto, que se está hablando de experiencias en un sentido que no es, por ejemplo, el
de la experiencia pura de los empiristas. Kant sostiene que en su sentido de expe-
riencia, el espacio es esencial y, para evitar acusaciones de aseveraciones inverificables,
limita todo su discurso sobre el espacio y el tiempo a sus "experiencias" y rehusa
pronunciarse sobre si el espacio y el tiempo valen también para las cosas en sí. Pero
en realidad, lo que queda claro es que todo su discurso sobre las cosas en sí se vuelve
entonces perfectamente redundante: el rasgo de objetividad de la experiencia, reque-
rido para poder hablar del conocimiento humano, quedó previamente introducido. Es
por eso que a Kant no le preocupa especular sobre si el espacio, la aritmética, el
tiempo, etc., valen o no para las cosas en sí: valen para los objetos de experiencia, que
son externos al sujeto y los únicos relevantes para el conocimiento.
Si apelamos a las nociones de espacio y de geometría que hemos considerado:
¿qué es lo que Kant sostiene? De inmediato queda claro que él no distingue entre
espacio perceptual y espacio real. Una vez más, él de hecho maneja dos nociones de
espacio real, desdeñando una de ellas. Hay un espacio real, que es el de las experien-
cias posibles, y un supuesto espacio real que es el de las cosas en sí mismas y que a
nadie importa. Ahora bien, su espacio es simultáneamente el perceptual y el físico,
pues es el espacio de los objetos de experiencia, es decir, de los objetos del sentido
externo. Dicho espacio es, según Kant, euclidiano, pues es el espacio descrito por la
geometría euclidiana. Kant, no imagina que puede haber un número infinito de espa-
cios matemáticos, pero eso es algo que, por razones obvias, no se le puede criticar: si
los matemáticos de su época no habían inventado sistemas geométricos alternativos,
ni Kant ni nadie podía saber de ellos y por lo tanto él no estaba en posición de consi-
derarlos. Ahora bien, eso no lo exime del error, independientemente de que su error
haya quedado al descubierto muchos años después. ¿En qué consiste el error de
Kant en lo que al espacio concierne? Primero, en que no distingue entre espacio
físico y espacio perceptual y, segundo, en que sostiene que tanto el primero como el
segundo, que según él son uno y el mismo, son euclidianos.
Consideremos ahora la teoría kantiana de la geometría. Ésta es para él ante todo
una descripción del espacio, en el sentido omniabarcador en que él maneja el término.
En relación con esto podemos categóricamente afirmar que Kant quedó, al igual que
Newton, empíricamente refutado. Es interesante notar, no obstante, dos cosas. Pri-
mero, que puede sostenerse con un alto grado de plausibilidad que la posición kantiana
fue elaborada con miras a refutar ni más ni menos que a Newton. En la medida en
que éste sostenía que el espacio era algo real e independiente de lo que en él se

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FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

encuentra, Newton estaba comprometido con la idea de que debemos de uno u otro
modo tener la experiencia del espacio. Pero ¿qué clase de experiencia sería esa?
Nosotros tenemos experiencias de objetos situados a diferentes distancias unos de
otros, pero ¿experiencia del espacio vacío? Fue para salir de este problema que Kant
se lanzó por la senda del idealismo trascendental. No obstante, hay un sentido en el
que él siguió siendo newtoniano y eso es lo que explica que los avances de la ciencia
que significaron la derrota de Newton representaron también la bancarrota del
kantismo. Empero, Kant hizo una aportación magistral a la cuestión de la naturaleza
de la geometría: para él, las proposiciones de la geometría son sintéticas a priori.
Esto amerita algunas aclaraciones.
La posición actual más extendida es que la geometría, en tanto que rama de las
matemáticas, es ciertamente a priori, pero también analítica. Lo que en ella se hace
es deducir teoremas a partir de ciertos axiomas. Dejando de lado diversas cuestiones
relacionadas con la posibilidad de traducir los resultados de la geometría a los de
otras ramas de las matemáticas, lo que sí podemos afirmar es que desde la perspec-
tiva tradicional más extendida, esto es, la empirista lógica, la concepción kantiana de
la geometría (considerada como un sistema puramente formal) es acertada por cuanto
la hace una disciplina a priori, pero falsa por cuanto la convierte en sintética. En
este punto Kant estaría claramente equivocado. Por otra parte, si de lo que hablamos
es de la geometría física, entonces se le puede reconocer a Kant que la geometría es
sintética, pero no ya que es a priori. Después de todo, la geometría física forma
parte de hipótesis físicas y, en esa medida se convierte también en una hipótesis
empírica más. Nos queda por considerar la noción kantiana de geometría en tanto
que aplicable al campo de la experiencia visual, de la experiencia inmediata. Pienso
que éste es el contexto en el que la concepción kantiana de la geometría y el espacio
es casi totalmente acertada. Kant diría que la experiencia sensorial es necesaria y
esencialmente euclidíana. O sea, el espacio perceptual es euclidiano y la geometría
del espacio perceptual no es analítica ni podría, por razones evidentes de suyo, ser a
posteriori. En este punto la posición de Kant es sorprendentemente cercana, aunque
no idéntica, a la de Wittgenstein.
Si lo que hasta aquí hemos afirmado es plausible, podemos entonces inferir que es
básicamente por falta de distinciones, no de ingeniosidad, que las grandes teorías del
espacio y la geometría han culminado en el fracaso. Creo que con Wittgenstein se
logró avanzar en el terreno de la comprensión y que se sentaron las bases para el
esclarecimiento progresivo de la investigación concerniente a los espacios y a las
geometrías. Lo que ahora me propongo hacer es atar cabos y tratar de establecer
algunas conclusiones que permitan redondear nuestro enfoque y tratamiento del tema.

123
ESPACIOS Y GEOMETRÍAS

VI) Consideraciones Generales


Estamos quizá ya en posición de replantear, con una óptica nueva, la temática de la
que nos hemos ocupado y quizá podamos sugerir vías de salida para algunos de los
problemas tradicionales heredados. Y me parece que mi primera tarea debería ser la
de hacer algunos recordatorios concernientes a los diversos tópicos considerados.
Dijimos, por ejemplo, que en el espacio perceptual discernimos ciertas posiciones y
relaciones básicas, como <arriba/abajo> y <derecho/centro/izquierda>. Este, vale la
pena enfatizarlo, es el único espacio de experiencia. Los espacios matemáticos, en
cambio, pertenecen a los diversos sistemas o cálculos geométricos que se inventen,
en tanto que el espacio físico es un sistema geométrico integrado en una teoría cien-
tífica y es también, por lo tanto, una hipótesis empírica. Así, un sistema geométrico en
un contexto puramente formal adquiere un status diferente del que tiene en un con-
texto empírico.
Una inquietud que de inmediato nos asalta es: ¿son las relaciones espaciales del
espacio perceptual relaciones geométricas? Si lo que hasta aquí he dicho es acertado,
la respuesta es que no. Es claro que, como lo dice Wittgenstein, sea lo que sea el
espacio visual éste no es un conglomerado de puntos, líneas, volúmenes, etc. El espa-
cio perceptual no contiene objetos matemáticos. De ahí entonces que no sea un espa-
cio geométrico en sentido estricto. Nuestro espacio visual se nos da como un todo:
nadie construye su espacio visual paulatinamente, yuxtaponiendo elementos discre-
tos unos con otros. Esa idea del espacio visual es delirante. Que la geometría se
aplique en nuestro espacio perceptual lo único que hace es indicar que éste es
manipulable de cierta manera, así como el hecho de que multitud de sistemas geomé-
tricos no se puedan aplicar hace ver que su manipulación tiene límites. Como resulta-
do que emana de la experiencia podemos decir que nuestro espacio visual es
básicamente euclidiano, pero es obvio que no lo es totalmente. Ahora bien, lo que eso
a su vez implica es que no hay ningún sistema geométrico susceptible de captar o de
dar cuenta de o aplicarse a o de valer totalmente para nuestro espacio visual. En el
espacio visual hay distancias, pero no mediciones ni cálculos; hay posiciones, pero no
hay mapas; hay cuerpos, pero no hay figuras geométricas, y así indefinidamente.
¿Qué utilidad reviste la geometría (euclidiana) en nuestra vida cotidiana? La utili-
dad es eminentemente práctica. Siguiendo a Wittgenstein, lo que podemos decir es
que lo que hace es fijar las reglas para la significatividad de ciertas descripciones de
objetos de nuestro espacio visual y de operaciones que estemos interesados en reali-
zar con ellos. Por ejemplo, si lo que nos interesa es comprar y vender terrenos,
necesitamos tener alguna manera de satisfacer dichos requerimientos de manera
coordenada y sistemática. Las descripciones que podamos hacer y las indicaciones
124
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

de cómo proceder para hacer ciertos cálculos las fija la geometría. En terminología
wittgensteiniana, la geometría es la sintaxis de nuestras descripciones en relación con
las cuales queremos realizar operaciones de cierta clase (cálculos de distancias, de
áreas, de volúmenes, etc.). Sin dicha "sintaxis" las descripciones no podrían rebasar
el nivel puramente fenomenológico. Pero, y esto es muy importante, la geometría,
euclidiana u otra, no es ella misma la descripción de nada.
El famoso axioma de las paralelas puede servir para ilustrar lo que hemos dicho.
Como se ha hecho ver en más de una vez, el axioma euclidiano de las paralelas es
matemáticamente sospechoso. No es deducible de los demás axiomas de Euclides ni
hay forma de probarlo. Empero, así considerado, el problema que plantea es un pro-
blema interno a las matemáticas y por lo tanto cae fuera de nuestro ámbito de discu-
sión. Por otra parte, es claro que dicho axioma contribuye a conformar un espacio
matemático particular, viz., el euclidiano. Pero para nuestros objetivos el punto real-
mente interesante es más bien el de la relación de dicho axioma con el espacio per-
ceptual. Lo interesante de dicho axioma, es que muestra que puede darse una cierta
discordancia entre los data de la vista y del tacto. Yo diría, permitiéndome un barba-
rismo, que el axioma en cuestión es táctilmente verdadero y visualmente inexacto:
transita de verdadero a falso en función de las distancias involucradas.
Aunque quizá se podría acusarnos de caer aquí en un psicologismo inaceptable,
me parece que podemos sostener que el fundamento de la geometría como ciencia
son en última instancia las posiciones y las relaciones "geográficas" (por llamarlas de
algún modo) de o en nuestro campo visual. O sea, la idea de relación geométrica
tiene que tener su origen en las posiciones y relaciones básicas que nos sirven para
ubicarnos y orientarnos en el espacio perceptual. Posteriormente, dicho sistema de
ejes básicos se puede sistematizar e idealizar y lo que entonces tenemos es, primero,
la geometría euclidiana y, después, las geometrías no-euclidianas. Este proceso de
hecho se desarrolló aún más, puesto que lo que se logró hacer fue conectar de manera
sistemática la geometría con la teoría de los números, de modo que cualquier
sistema geométrico puede ser presentado como una teoría numérica axiomatizada.
Pero es obvio que estos desarrollos ulteriores no eliminan la dependencia original de
las nociones geométricas vis-á-vis la experiencia visual.
Los sistemas geométricos tienen ámbitos precisos de significación. 'Línea recta'
en un espacio plano no significa lo mismo que 'línea recta' en un espacio curvo.
Podría argumentarse que en ambos casos se quiere decir lo mismo, a saber, la distan-
cia más corta entre dos puntos. Sin embargo, esta mismidad de significado no pasa de
ser una fórmula compartida, porque las clases de líneas en cuestión son diferentes.
Después de todo, una línea recta euclidiana no es lo mismo que una geodésica. No
obstante, creo que lo que habría que defender es más bien la idea de que los sistemas

125
ESPACIOS Y GEOMETRÍAS

geométricos son inconmensurables. Lo que eso quiere decir es simplemente que las
afirmaciones que se hagan en un contexto son ininteligibles en otro. Lo mismo pasa
con el axioma de las paralelas. Y esto está conectado con múltiples otros temas,
como por ejemplo temas de percepción. Dada la definición euclidiana de 'paralelas',
las líneas del diagrama ciertamente no lo son. Pero ¿no son acaso paralelas en otro
espacio? Ello es perfectamente viable y dependerá de las definiciones que se ofrez-
can. Si por medio de esas nuevas definiciones se pueden hacer cálculos confiables
en, digamos, un espacio curvo, entonces esas líneas son paralelas, aunque obviamen-
te no lo sean en el sentido euclidiano.

Así, el que ciertas líneas sean paralelas o no no es un asunto nada más de percep-
ción, sin algo que depende de las definiciones que se ofrezcan, de la clase de ecuaciones
que se resuelvan, de las aplicaciones que tengan los signos, etc. Y lo que obviamente
no tiene el menor sentido intentar hacer es traspasar una noción de un sistema a otro.
¿Qué relaciones se dan entre el espacio perceptual y el espacio físico? Lo primero
que hay que recordar es que en la física actual la noción de espacio ya no se usa
sola: el concepto con el que se le reemplazó es el de "espacio-tiempo". Pero dejando
de lado esta cuestión, lo que quisiéramos saber es lo siguiente: decididamente, el
espacio físico no es un espacio de experiencia, pero entonces ¿no es real? El espacio
físico es un espacio teórico y, por lo tanto, es un espacio construido. De acuerdo con
Russell, por ejemplo, el espacio físico es un espacio de seis dimensiones, puesto que
es una estructura de tres dimensiones constituida por medio de espacios de tres
dimensiones, es decir, es una estructura tridimensional en el que cada punto es un
espacio de tres dimensiones. Si así efectivamente es el espacio de la física, entonces
es claro que no se trata de un espacio de experiencia. Pero entonces ¿cuál es el
status del espacio físico, si el único espacio de experiencia para nosotros es un espa-
cio tri-dimensional? Desde la perspectiva que hago mía, la noción física de espacio es
la de un constructo que se requiere para poder efectuar cierta clase de mediciones y
toda una variedad de cálculos. Pero nuestro aparato perceptual ciertamente no está
adaptado para el "espacio-tiempo". Por ejemplo, nosotros podemos hablar de una

126
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

imagen mental o de un recuerdo que tuvimos en un momento dado, pero sería absur-
do preguntar por la ubicación espacial de la imagen o del recuerdo.
Consideremos ahora rápidamente la idea de espacio vacío. Es, obviamente, una
idea intrigante. El Tractatus, como vimos, la hace suya, al igual que Newton y Kant.
Pero examinémosla en relación con cada uno de los espacios considerados. Primero:
¿qué sería hablar de espacio vacío en relación con el espacio perceptual? Si no hay
experiencia alguna de espacio en estado puro sino sólo de objetos manteniendo entre
sí relaciones espaciales, la idea de espacio sin objetos sería algo así como la idea de
ceguera total, de oscuridad completa, de no percepción en lo absoluto. Si se admite
que el espacio perceptual puede estar vacío, daría lo mismo tener los ojos abiertos
que a la inversa, pero ¿puede decirse que se ve algo cuando se tienen los ojos cerra-
dos? Es obvio que no. Infiero que la idea de espacio de experiencia sin objetos de
experiencia, esto es, objetos perceptuales, equivale a la supresión del espacio percep-
tual y no puede más que dar lugar a sinsentidos. Consideremos ahora los espacios
matemáticos: ¿tiene acaso sentido hablar de espacios matemáticos vacíos? El único
sentido con que puedo dotar a la expresión 'espacio matemático vacío' es que se
tendrían ciertas reglas que están allí, pero que no se usan. O sea, las reglas serían
potencialmente utilizables, pero mientras no se utilizaran no podría con todo rigor
hablarse de espacios matemáticos. Los espacios matemáticos son, como las demás
entidades matemáticas, construibles. De ahí que no tiene sentido preguntar si son
reales o no mientras de hecho no se les construya. Es como si dijéramos que el dígito
número ciento cincuenta en la expansión de TÍ es el 3: mientras no se construya dicha
expansión, el 3 ni está ni no está. Eso es algo que la construcción misma determinará.
Lo mismo sucede, mutatis mutandis, con los espacios matemáticos y sus contenidos.
De ahí que tampoco en este caso tenga mayor sentido hablar de espacios vacíos. Por
último: ¿qué querría decirse al hablar del espacio físico como de un espacio vacío?
Me parece que, una vez más, la idea es ininteligible. El espacio de la física no es una
presuposición, sino una construcción teórica que presupone otras entidades teóricas.
Pretender usar el concepto sin sus presuposiciones es mutilarlo y, por ende, inutilizar-
lo. Todo ello me lleva a la conclusión de que, contrariamente a lo insinuado en el
Tractatus y a lo sostenido por diversos pensadores importantes, la idea de espacio
vacío no es más que una fórmula huera que no permite construir ningún pensamiento
genuino.

127
Teoría de Conjuntos y Filosofía1

I) Introducción

L a teoría de conjuntos es una disciplina que, ciertamente y más que muchas


otras, da qué pensar. Por una parte, se trata de una técnica simbólica sólida-
mente establecida y bien implantada en la mente del matemático estándar,
una herramienta de la que con facilidad se sirve un cálculo en el que a primera vista
al menos se obtienen resultados tan objetivos como en cualquier otra rama de las
matemáticas. Por otra parte, sin embargo, es una disciplina plagada de nudos con-
ceptuales, de huecos teóricos, carente de transparencia respecto a su verdadera
utilidad y, hay que decirlo, filosóficamente sumamente turbia en lo que a su status y a
sus implicaciones epistemológicas y metafísicas concierne. La verdad es que no es
implausible sostener que la teoría de conjuntos constituye el mejor ejemplo de disciplina
en la que se conjugan en forma evidente el manejo de una técnica con la incom-
prensión de la técnica en cuestión.
No debería, pues, resultarnos sorprendente el que, al leer los escritos de los teóri-
cos de conjuntos casi den ganas de decir: "mientras mejores son técnicamente, me-
nos entienden lo que hacen!". Imposible no traer a colación la última sección de las
Investigaciones Filosóficas, en la que Wittgenstein traza un interesante paralelismo
entre la psicología y las matemáticas: "La confusión y la aridez de la psicología no
han de explicarse porque se le llame una 'ciencia joven'; su situación no es compara-

1
Para este ensayo me beneficié de múltiples observaciones precisas, correcciones puntuales y críticas
detalladas por parte del Dr. Guillermo Morales Luna y de la Mtra. Sandra Lazzer, a quienes les estoy
profundamente agradecido. La responsabilidad respecto a los potenciales errores remanentes en el
artículo recae, como es natural, sobre mí.
TEORÍA DE CONJUNTOS

ble a, por ejemplo, la de la física en sus inicios. (Más bien, lo es a la de ciertas ramas
de las matemáticas. Teoría de conjuntos). Porque en psicología tenemos métodos
experimentales y confusión conceptual. (Así como en el otro caso tenemos confusión
conceptual y métodos de prueba)".2 Ciertamente no son la psicología y las matemáticas
los únicos casos de ciencias plagadas de confusiones e incomprensiones. Otro caso pa-
radigmático e igualmente ilustrativo nos lo proporciona la física. Sería en verdad
demencial dudar de la efectividad del éxito de la investigación empírica del físico,
pero lo que ni mucho menos es descabellado es cuestionar la interpretación que el
físico hace de su propio trabajo y de sus resultados. Es precisamente porque el físico,
por no estar capacitado para ello, no puede dar cuenta de lo que hace lo que explica
que sea él mismo quien más contribuya a la proliferación de enredos y enigmas filo-
sóficos en física. Este "no poder dar cuenta" no alude, obviamente, a una incapacidad
intelectual por parte del científico, sino meramente a una falta de entrenamiento para
la producción de cierta clase de aclaraciones. El diagnóstico general de dicha situa-
ción es relativamente simple y consiste en que si bien el físico es un especialista en un
área científica determinada, lo cual lo convierte en un manipulador de cierta jerga y
de ciertos métodos de investigación, de todos modos sigue siendo un hablante normal,
natural. Así, es el físico mismo quien, tan pronto intenta expresar en el lenguaje natu-
ral sus resultados alcanzados por medio de un "lenguaje" técnico, quien mejor que
nadie tergiversa sus propios resultados y engendra los formidables enredos filosófi-
cos que rodean a la física. Es cuando quiere expresar sus resultados que el físico se
ve forzado a construir metáforas, a acuñar símiles, a establecer paralelismos, etc.,
con cosas o fenómenos que nos son familiares, pero es precisamente por ello que
prácticamente nunca logra decir lo que realmente quería decir. Nada más absurdo, por
ejemplo, que dejarse llevar por la similitud de construcción gramatical y leer una propo-
sición de la física como 'la materia es energía concentrada' o 'E = me2' sobre el
modelo de 'el pan está hecho de harina' o 'Napoleón = el vencedor de Marengo'.
Son, pues, las limitaciones de expresión intrínsecas al lenguaje natural lo que inducen
al físico a formular tesis de carácter filosófico y es allí que inevitablemente él incurre
en el error y en la confusión. Nótese, sin embargo, que el error filosófico del físico no
le impide seguir adelante con sus investigaciones empíricas; lo único que logra es
obstaculizar la comprensión de su propia práctica científica. Es por confusiones filo-
sóficas que el hombre de ciencia cree estar haciendo algo muy diferente de lo que en
realidad hace.

L. Wittgenstein,PhiIosophicalInvestigations (Oxford: Basil Blackwell, 1974), Parte II, sea xiv.

130
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

La situación problemática del físico que acabamos de describir se reproduce de


exactamente la misma forma con el teórico-conjuntista: éste imagina que porque es
diestro en el manejo de un simbolismo especial, entonces no sólo automáticamente
todo lo que diga acerca de su disciplina o ciencia será correcto, sino que sólo él es la
autoridad para diagnosticar filosóficamente su propia disciplina. El problema, sin
embargo, es que en realidad la mayoría de las veces lo que hace es o emitir absurdos
o construir tesis ininteligibles. En este sentido, tal vez la única gran diferencia entre el
físico filósofo y el teórico-conjuntista filósofo es que el primero es un poco menos
soberbio y arrogante que el segundo y, por consiguiente, éste es menos proclive a
tolerar desviaciones referentes a lo que es su interpretación de su disciplina.
Los problemas filosóficos que la teoría de conjuntos engendra o a los que da lugar
son de lo más variado, pero resaltan con mayor fuerza los ligados a la teoría del
conocimiento y los que podríamos llamar 'de ontología'. Los lógicos y los matemáti-
cos parecen considerar que hay un sentido legítimo de 'conocer' y sus derivados que
es independiente del manejo de la técnica involucrada. No debe extrañar a nadie, por
lo tanto, que además de saber hacer demostraciones los practicantes de la teoría de
conjuntos nos hablen de visiones conjuntistas, de aprehensiones especiales, de for-
mas de conocer completamente inusuales y para las cuales la única justificación que
ofrecen es que manejan una técnica, un simbolismo determinado. Obviamente, esto
es una falacia: saber de conjuntos no es otra cosa que saber hacer demostraciones en
las que aparecen los signos propios de la teoría de conjuntos. No hay un saber espe-
cial por encima del saber que se materializa en la manipulación de los signos relevan-
tes. No obstante, debo desde ahora advertir que no es de esta clase de problemas de
la que me ocuparé aquí, sino más bien de algunos problemas de metafísica: la existen-
cia o no existencia de lo que Quine llamó 'clases últimas', la interpretación correcta
de los axiomas de existencia, la idea misma de conjunto vacío, la concepción iterativa
de los conjuntos y cosas por el estilo. Mi objetivo y mi estrategia para alcanzarlos son
los siguientes: en primer lugar, intentaré echar por tierra lo que podríamos llamar la
'lectura primitiva' {Le., filosófica) de la teoría de conjuntos. En un primer acerca-
miento, esta lectura (que es la compartida por prácticamente todos quienes se ocu-
pan del tema) salta a la vista como evidente de suyo, como "intuitivamente obvia".
Pienso, sin embargo, que es completamente errónea y que es lo que está en la raíz de
los problemas filosóficos de los que posteriormente nos tenemos que ocupar. Desde
mi perspectiva, la comprensión correcta de la teoría de conjuntos tiene que emanar
de una descripción fidedigna de sus principios y demostraciones, así como de una
explicación adecuada de la utilidad que efectivamente tiene. La lectura alternativa no
primitiva de la teoría de conjuntos aspira a generar comprensión sin para ello forzar-
nos a elucubrar y a construir teorías al respecto.

131
TEORÍA DE CONJUNTOS

Como fácilmente podrá apreciarse a medida que avancemos, mucho de lo que


afirme en este ensayo está directamente inspirado por lo sostenido por Ludwig
Wittgenstein, tanto en el Tractatus Logico-Philosophicus como en las Remarks on
the Foundations of Mathematics. Ello es comprensible si no perdemos de vista que,
en última instancia, nuestra meta suprema no es otra que la de destruir mitos cons-
truidos en torno a la teoría de conjuntos y generar una visión deflacionaria de la
misma. Estoy convencido de que es factible aceptar la técnica de la teoría de conjun-
tos sin para ello vernos comprometidos con los absurdos filosóficos usuales, indepen-
dientemente del corte o de la estirpe que sean.

II) Notas Propedéuticas


Algo que de inmediato llama la atención es el carácter declaradamente práctico de la
teoría de conjuntos, lo cual en alguna medida explica la ausencia en ella de especula-
ciones y de lo que, en sentido estricto, podríamos llamar 'teorización'. Esta observa-
ción conduce eo ipso a la pregunta: ¿por qué entonces hablar de "teoría" en este
caso? Antes de pronunciarnos al respecto, me parece que sería pertinente decir unas
cuantas palabras acerca de lo que es una teoría, de manera que podamos contrastar
lo que afirmemos con lo que digamos acerca de lo que podríamos denominar los
'instrumentos de las teorías'.
Sin pretender ofrecer otra cosa que una respuesta general pero que sea tal que
nos permita responder a nuestro interrogante inicial, preguntémonos: ¿qué es una
teoría?
Para empezar, quisiera señalar que por 'teoría' voy a entender 'teoría empírica',
porque si algo puede servir de paradigma en este sentido ese algo es precisamente
una teoría de las ciencias "duras". Así entendida, una teoría es ante todo una cons-
trucción proposicional elaborada por medio de un aparato conceptual particular. Di-
cho aparato presupone un vocabulario técnico, adhoc, caracterizado por una peculiar
relación con la experiencia perceptual normal. Esto es comprensible: después de
todo, si una teoría es empírica es porque las afirmaciones que permite hacer son, de
una u otra forma, de manera más o menos directa (o inclusive indirecta) corroborables
en la experiencia. La importancia del nuevo aparato conceptual consiste en que con
él automáticamente quedan acotadas las áreas por investigar. O sea, los conceptos
empleados delimitan el área de investigación. La realidad que se estudia es la que
queda delimitada o recortada por los conceptos de que se trate. Una provechosa
consecuencia de esto es que en ciencia siempre se sabe de qué se habla y, más
importante aún, en general se puede determinar con precisión qué es un problema y
132
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

qué no lo es, qué es una pregunta genuina y qué es una pseudo-difícultad. Lo que una
pregunta formulada por medio de palabras que no pertenecen a la teoría plantea es
un pseudo-problema. Esto no significa ni implica que entonces la resolución de cual-
quier problema será algo fácil o automático una vez hecho un planteamiento legítimo.
Lo único que sostengo es que, en general, en ciencia se puede determinar si una
pregunta es relevante o no y si lo que se presenta como un problema efectivamente
lo es o no. Desde luego que hay casos problemas, casos en los que en una primera
etapa al menos no se puede saber si el problema es genuino o no. Así pasó con, por
ejemplo, los famosos rayos F, a principios del siglo pasado. Sin embargo, aunque la
polémica se extendió más de lo que hubiera sido deseable, lo cierto es que después de
múltiples experimentos, de resultados fallidos, de reveses en las predicciones, de
explicaciones alternativas efectivas, etc., los rayos T fueron descartados y la rama de
la física que se ocupaba de ellos pudo seguir entonces su desarrollo lineal usual.
Inclusive, puede darse el caso de que se pueda hacer ver que algo no se puede
obtener. Ese fue el caso, por ejemplo, de la vacuna en contra del SIDA: en 1987, los
científicos podían determinar con precisión que antes de 20 años era experimental-
mente imposible producir una vacuna en contra del SIDA. Es claro, sin embargo, que
esto no echa por tierra lo que hemos afirmado: un resultado negativo puede ser tam-
bién un resultado establecido científicamente. Y un último punto en relación con las
características de las teorías: éstas siempre requieren de un instrumental especial, de
una especie de lenguaje ad hoc para ellas. Este "lenguaje" lo proporcionan o lo
constituyen las matemáticas.
¿Con que podemos contrastar las teorías? En primer lugar, con las descripciones
que hagamos en el lenguaje natural. Esto, empero, no es relevante para nuestros
propósitos. Lo que para nosotros en cambio sí es importante es el contraste que
podemos trazar entre la teoría y el instrumental del que la teoría se sirve, esto es, las
matemáticas. Podría objetarse que no hay tal distinción sobre la base de que en algún
sentido el instrumental forma parte de la teoría misma. Esto, sin embargo, no parece
ser exacto, por la sencilla razón de que ese mismo instrumental forma parte de cual-
quier otra teoría. Lo que esto a su vez hace ver es que se trata de un cuerpo simbó-
lico lógicamente independiente. Las matemáticas son un "lenguaje" universal, en el
sentido de ser un instrumental útil en o para cualquier ciencia particular. Así, por
ejemplo, una cosa es una teoría acerca de la materia y otra una teoría acerca de
flujos de capital, pero las matemáticas de la física y las de la economía son (o pueden
ser) las mismas. Ahora bien ¿por qué son importantes los instrumentales simbólicos
en o para las teorías empíricas? La respuesta es sencilla y obvia. En primer lugar,
porque es por medio de ellos que se pueden hacer mediciones, cálculos, predicciones;
en segundo lugar, porque son parte del instrumental que permite hacer transiciones. A

133
TEORÍA DE CONJUNTOS

este respecto, recordemos la muy atinada observación de Wittgenstein en el Tractatus:


"En la vida no es nunca una proposición matemática lo que necesitamos. Más bien,
empleamos proposiciones matemáticas únicamente para inferir de proposiciones que
no pertenecen a las matemáticas otras que, de igual modo, tampoco pertenecen a las
matemáticas".3 Así, pues, y esto es muy importante, el rol de las matemáticas en las
ciencias es puramente operativo. Pero esto último tiene consecuencias nada
desdeñables y una de ellas sin duda es que si efectivamente ese es el rol de las
matemáticas es porque las matemáticas no aportan nada sustancial a las teorías en
las que se incrustan. Dicho de otro modo, las matemáticas no contribuyen con ningu-
na clase de ontología. No hay un universo matemático que, por así decirlo, se sume a
los de las teorías mismas. No hay, además de las entidades físicas o biológicas presu-
puestas por las teorías, un universo de números que de alguna extraña manera se
funda con ellas. Las teorías empíricas no estudian universos abstractos, sino que
estudian el mundo real por medio de abstracciones. Pero si las teorías empíricas no
versan sobre realidades misteriosas y desconectadas del mundo real y las matemáti-
cas no son más que un instrumento para las teorías, lo que empieza a vislumbrarse es
la idea de que la concepción misma de un mundo de entidades matemáticas abstrac-
tas es una aberración. No hay, en el sentido ontológicamente relevante de 'haber',
universos matemáticos.
Si nuestras suspicacias referentes a las "ontologías formales" ejemplificadas en
las matemáticas están justificadas, lo que era un sospecha se convierte en una certeza
cuando llegamos a la teoría de conjuntos. Por lo pronto, nuestra pregunta es: ¿es la
teoría de conjuntos una teoría o un instrumental para las teorías? Para ser más preci-
so, quizá lo que deberíamos preguntarnos es si la teoría de conjuntos es una teoría, en
el sentido delineado más arriba, o si no es más bien un instrumental para las matemá-
ticas! La pregunta es entonces: ¿es la teoría de conjuntos una teoría en sí misma o es
más bien un instrumental para un instrumental? A reserva de intentar desarrollar la
idea más abajo, quisiera adelantar mi punto de vista. Desde mi perspectiva, la teoría
de conjuntos no es más que la gramática (o parte de ella) de los lenguajes matemáti-
cos. Es un instrumental conceptual ideado para poner orden en el mundo de los nú-
meros y de las estructuras matemáticas, exhibiendo las reglas que rigen a los sistemas
matemáticos. Se apeló a la teoría de conjuntos en primer término para el esclareci-
miento de algunos tópicos matemáticos y una vez demostrada su utilidad y, por lo
tanto, una vez "establecida", tuvo (como siempre en matemáticas) un desarrollo "in-
manente". Pero es claro ahora que si era debatible hablar de ontología, de universos,

3
L. Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus (London: Routledge and Kegan Paul, 1978), 6.211 (a).

134
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

de entidades al hablar de las matemáticas, al hablar del instrumental para las mate-
máticas un discurso así se vuelve no sólo absurdo sino peligrosamente absurdo, por
mitologizante y hechicero.

III) Matemáticas
Tal vez debamos, antes de seguir adelante, decir unas cuantas palabras acerca de las
matemáticas mismas. No es desde luego nuestro propósito añadir una definición más
a la larga lista de las que ya han sido ofrecidas a lo largo de la historia de la filosofía.
Es bien sabido que, desde que recurrieron a ellas, los hombres se han preguntado qué
clase de verdades son las verdades matemáticas y de qué clase de entidades se
ocupan. Las caracterizaciones de las matemáticas han sido de lo más variado y, por
lo general, igualmente inútiles unas que otras. Por ejemplo, es claro que no se nos
esclarece nada si se nos dice que las matemáticas son "la ciencia de las cantidades"
o si se afirma del número que es "la unidad dentro de la multiplicidad" o cosas por el
estilo. Ahora bien, lo que estos fracasos definicionales ponían de relieve era simple-
mente que los matemáticos estaban en la muy incómoda situación de tener una "cien-
cia", que sistemáticamente desarrollaban y a la que de todas las áreas del conocimiento
se recurría, de la cual sin embargo eran incapaces de dar cuenta. Es precisamente en
este punto que se revela la utilidad de la teoría de conjuntos: con este nuevo armatoste
formal se pudo finalmente elaborar una explicación adecuada de la naturaleza del
número, de los principios matemáticos (inducción, las operaciones aritméticas, etc.) y
de las estructuras algebraicas con las que se trabaja en matemáticas. Se pudo así
superar la fase del recurso a las imágenes y a las metáforas y sustituirlas por defini-
ciones precisas. De ninguna manera, sin embargo, el progreso representado por la
teoría de conjuntos autorizaba, como lo han pensado sus adeptos, a hablar de "reduc-
ciones ontológicas" ni de nada que se le parezca. Sobre esto, naturalmente, regresa-
remos más abajo.
Desde nuestro punto de vista, el rasgo fundamental de las matemáticas es que
éstas se constituyen a través de sistemas regidos por lo que Wittgenstein denomina
'relaciones internas'. Los números naturales, por ejemplo, forman una serie regida
por una relación interna, una ley de expansión. Las matemáticas son sistemas que
crecen, pero lo hacen en concordancia con leyes formales. No hay nada empírico en
ellas. Por otra parte, la afirmación de que en matemáticas nos las habernos con
sistemas distintos, como por ejemplo los constituidos por los números enteros natura-
les y los números irracionales, se funda en la constatación de que damos explicacio-
nes diferentes de ellos. Esto exige ciertas aclaraciones para ser debidamente entendido.
135
TEORÍA DE CONJUNTOS

Es evidente, o debería serlo, que el simbolismo matemático es un simbolismo pa-


rasitario del lenguaje natural. En verdad, su funcionamiento se entiende sólo cuando
se describe su íntima conexión con este último. Podría imaginarse (con dificultades,
es cierto) una sociedad con un lenguaje carente de números, pero no una sociedad
que nada más dispusiera de matemáticas. Por lo tanto, por lo menos en el caso del
sistema numérico más simple, que es el de los números naturales, la explicación de su
funcionamiento y utilidad exige que los veamos como teniendo algo que ver con las
palabras del lenguaje. Ahora bien, la clase de palabras que más directamente está
relacionada con los números es la de los adjetivos. Desde esta perspectiva podemos
afirmar que, si los adjetivos significan conceptos, un número natural no es entonces
otra cosa que la extensión de un concepto. Decir que hay tres objetos rojos es decir
que este objeto es rojo y este otro objeto es rojo y este otro objeto también es
rojo. O sea, los tres objetos son (en este ejemplo) la extensión del predicado "ser
rojo" y lo que vale para el 3 vale para cualquier otro número, por inmenso que sea
(e.g., 200626). Esto es importante, porque permite comprender que tiene sentido decir
que existen los objetos y lo rojo, pero que no hay bases para decir lo mismo del 3. El
número 3 no es más que un mecanismo lingüístico simple que emerge de una necesi-
dad natural de contar y de distinguir objetos unos de otros (o de agruparlos, según el
caso), siendo contar una forma de lidiar con los objetos, de enfrentarse a ellos. El que
se use el signo '3' como sujeto de oraciones no convierte a '3' en un nombre propio.
Los números son conceptos formales, no conceptos genuinos, como "rojo" o "ser padre
de". De ahí que, como bien se señala en el Tractatus, la noción crucial para entender la
idea de número sea no la de objeto, sino más bien la idea de operación. Es por eso que
Wittgenstein afirma que "Un número es el exponente de una operación".4
Lo anterior es claramente una manera aceptable de explicar funcionalmente lo
que es un número entero natural. No obstante, una explicación así podría resultarle
inaceptable (o por lo menos insuficiente) a quien considerara otras clases de núme-
ros, verbigracia los irracionales. A primera vista al menos, podría dudarse de que la
caracterización de Wittgenstein permitiría explicar lo que es, por ejemplo, 'V2'. Em-
pero, para él también los números irracionales son exponentes (o factores) de opera-
ciones, sólo que hay que entender la especificidad de las operaciones en función de
las cuales quedan caracterizado. Lo que Wittgenstein sostiene es que, puesto que los
números irracionales pueden expandirse ad infinitum, la idea de número irracional
está ligada más que a otra cosa precisamente a la idea de expansión de una ley. Esto
último, sin embargo, no invalida la definición introducida en conexión con los números

* Ibid., 6.Ó21-

136
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

naturales, sino simplemente nos hace ver que ésta era una caracterización sumamente
general y que requiere de especificaciones particulares en función de las clases de
números que se estén considerando. Por eso, puesto que cualquier número irracional
puede expandirse o crecer tanto cuanto se quiera, nuestra atención habrá de fijarse
no en una etapa particular de la expansión sino en la regla misma que la rige, esto es,
la ley formal involucrada, y esto nos retrotrae a la noción de operación. Así, pues,
aunque se tengan que dar explicaciones diferentes de sistemas numéricos distintos,
de todos modos los números siguen siendo exponentes de operaciones. Ahora bien, lo
importante de este contraste de explicaciones es que nos permite entender que con lo
que nos las habernos en matemáticas es con una variedad de sistemas que son en
cierto sentido acumulativos, pero que quedan caracterizados en función de leyes o
reglas diferentes, y por ende de operaciones diferentes. Wittgenstein siempre apro-
vechó, en ambos sentidos, un cierto paralelismo que se da entre números y proposi-
ciones: así como una proposición es todo aquello que se parece a lo que se denomina
'proposición', a la proposición paradigmática, y que es sometida a los mismos proce-
dimientos y reglas que ésta, así también un número es todo aquello que se parece a lo
que en primer término llamamos 'número' y que permite un tratamiento semejante.
Estrictamente hablando, el 2 del conjunto de los números naturales no es el 2 de 'V2'.
Una explicación semejante se puede avanzar en relación con, por ejemplo, Xo.
Algo de primera importancia que de uno u otro modo se deriva de lo anterior es
que los simbolismos matemáticos son sistemas rígidos, de carácter funcional u opera-
tivo, indispensables quizá pero en todo caso no descriptivos de nada. En matemá-
ticas no se habla de nada, puesto que el simbolismo matemático no es, estrictamente
hablando, un lenguaje. Como una consecuencia de lo anterior habría que reconocer
que "Las proposiciones de las matemáticas no expresan pensamientos".5 Las mate-
máticas no versan sobre nada; por decirlo de alguna manera, no tienen tema. En
palabras de Wittgenstein: "La aritmética no habla acerca de números, sino que trabaja
con números".6 Es evidente, por otra parte, que si queremos expresar algo respecto
de los números naturales inevitablemente tendremos que hacerlo tomando como
modelo las oraciones normales del lenguaje natural. Son, pues, nuestras formas nor-
males de expresión lo que nos confunde. Por ejemplo, el que 3 sea un número primo
es algo que se muestra en nuestras operaciones. '8-^-4' me da como resultado un
número entero, en tanto que '3 -^ 4' u '11 + 4' no. Que el 3 o el 11 sean números

s
Ibid., 6.21.
6
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas. Traducción de Alejandro Tomasini Bassols (México: IIF/
UNAM, 1997), sec. 109.

137
TEORÍA DE CONJUNTOS

primos es algo que se revela o se muestra en las operaciones que se hagan, en el


cálculo mismo. Empero, tan pronto dejamos el cálculo y pasamos a hablar de los
números, al margen ya de las operaciones que con ellos efectuamos, pretendiendo
expresar en palabras sus rasgos característicos o esenciales, los reifícamos y al ha-
cerlo nos extraviamos intelectualmente. Al decir 'el 3 es un número primo' impercep-
tiblemente cambiamos su status y lo que era una regla del sistema queda convertida
en una propiedad de una entidad. Nos vemos llevados entonces a pensar que '3 es un
número primo' es como (en el sentido relevante) 'Cantinflas es mexicano' y eso es
un error de consecuencias incalculables. No hay tal cosa como proposiciones mate-
máticas, aunque nosotros constantemente nos hacemos caer en la trampa de consi-
derar las expresiones del simbolismo matemático como si lo fueran. Una regla de
cálculo y de inferencia se convierte entonces en una descripción y como no hay
entidades físicas observables que respondan a expresiones numéricas automáticamente
le resulta fácil a muchos simplemente postular un mundo de entidades abstractas, con
todo lo que eso acarrea.
Un reto importante para quien quiera dar cuenta en forma global de las matemá-
ticas es que tendrá que explicar su "objetividad". La posición estándar consiste en
decir que las proposiciones matemáticas son verdaderas o falsas en el mismo sentido
en que lo son las proposiciones de las ciencias empíricas o las afirmaciones hechas
en el lenguaje natural, sólo que lo son de un modo un poco más fuerte. En fraseología
filosófica esto se expresa diciendo que son a priori. Esto, aparentemente, llevaría a
sostener que si las matemáticas son objetivas ello es porque efectivamente describen
un sector especial de la realidad, a saber, el sector abstracto, o por lo menos uno de
ellos. Pero una posición así no sólo no es explicativa, puesto que se limita a postular lo
que se quiere hacer pasar por explicación, sino que es mucho menos plausible que
aclaraciones alternativas. Por ejemplo, es obvio que las matemáticas tienen una faceta
convencional, sólo que esta faceta se pierde por completo en la explicación usual. ¿Qué
es lo convencional en las matemáticas? No quiero hacer mío el punto de vista del
positivismo lógico de que es por una mera estipulación lingüística que '2 + 2 = 4' es
verdadero, esto es, que esa "proposición" verdadera resulta de los significados arbi-
trariamente adscritos a los signos involucrados como resultado de alguna clase de
consenso. Yo pienso que resultados alternativos eran viables. Lo que sí es claro es
que, una vez establecido el sistema, pensar en concordancia con un sistema alterna-
tivo se vuelve imposible. Es por eso o en ese sentido que las matemáticas son a
priori y necesarias. Pero el que así sean no cancela la posibilidad de que otras mate-
máticas (que no tenemos y ni siquiera visualizamos) habrían podido establecerse.
Esto quizá se explique mejor mediante un ejemplo imaginario.

138
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

Consideremos el lenguaje de los colores. Tenemos nombres de colores: 'rojo',


'verde', etc. Los colores a nosotros nos parecen simples. Más aún: constituyen el
paradigma de lo simple. Ahora bien, es perfectamente imaginable que los humanos
hubieran elaborado un sistema de nombres de colores en los que, para aplicarlos,
fuera necesario considerar otra cosa, como por ejemplo la forma o la saturación del
color. Por ejemplo, podría hablarse de "rojo" sólo cuando se tratara del color de la
sangre, pero si se tratara de un producto químico se tendría que hablar más bien de
"rojoq". En ese lenguaje se dirían cosas que nosotros no expresaríamos de la misma
manera y nuestra forma de expresión sería ininteligible (o deformada) para sus usua-
rios. Mientras que nosotros decimos que la sangre y la bandera son rojas, ellos dirían
que la sangre es roja en tanto que el color de la bandera es rojoq. Por consiguiente,
sobre la base de convenciones imaginables diferentes se generarían descripciones
diferentes. Y lo que sostengo es que lo mismo habría podido pasar, mutatis mutandis,
con las normas aritméticas. El sistema de aritmética elemental que prevalece no es ni
el único imaginable ni el único viable. Lo que sí es es ser el sistema que a nosotros, los
seres humanos, constituidos como sabemos que lo estamos, que percibimos, reaccio-
namos, seguimos reglas, etc., como lo hacemos, mejor nos acomoda (el único, quizá).
Nosotros desarrollamos las series al modo como lo hacemos, pero es claro que no
hay nada en las series mismas que nos obliguen a desarrollarlas de un modo determi-
nado o en las reglas establecidas que nos fuercen a aplicarlas como lo hacemos. La
objetividad de las matemáticas consiste en que se trata de sistemas simbólicos que,
por su peculiar función, una vez establecidos no hay manera de proceder desviándose
de ellos. O sea, no es ni por razones internas al simbolismo matemático mismo ni en
virtud de supuestas realidades abstractas que las matemáticas son objetivamente
verdaderas. Hay un número infinito de sistemas matemáticos divergentes, pero de
todos los posibles hay sólo uno que a nosotros nos sirve, a saber, el que de hecho
tenemos y que obviamente no estamos dispuestos a modificar o a remplazar.
Lo anterior nos lleva a una problemática interesante. Parecería que los sistemas
matemáticos tienen un desarrollo inmanente, independiente por completo de la utili-
dad que presten. Esto, sin embargo, no es más que un espejismo epistémico. Los
sistemas matemáticos tienen un desarrollo inmanente porque son sistemas algorítmicos
y están regidos por leyes formales, internas. De hecho, es debatible si podemos ha-
blar de "desarrollo" en estos casos. 'Expansión' parece un término más apropiado.
En todo caso, dicho "desarrollo" es factible precisamente porque las matemáticas no
dependen en lo absoluto de la experiencia. En matemáticas no hay experimentos. Se
pueden desarrollar los sistemas que se quieran, puesto que a final de cuentas en ellos
todo es un asunto de consistencia, siendo nosotros, los humanos, quienes determina-

139
TEORÍA DE CONJUNTOS

mos lo que es contradecirse o seguir la regla apropiadamente. Sin embargo, hay un


sentido de 'validación', el sentido gracias al cual se puede pasar de mero juego for-
mal a sistema matemático, en el que la validación de las matemáticas viene dada por
la utilidad que demuestran tener. Es porque permiten desarrollar complejas teorías
empíricas y en general por su utilidad en la vida cotidiana que las matemáticas son
"verdaderas" y "objetivas". Pero es evidente que esta utilidad no es utilidad
proposicional, sino meramente instrumental. Es porque las expresiones matemáticas
se integran a las proposiciones (tanto teóricas como del lenguaje natural) que se les
considera también como proposiciones, pero un examen de su papel real deja en
claro que cumplen funciones totalmente diferentes a las de las proposiciones y que
así se les llama no "por cortesía", sino por falta de una palabra más apropiada.
Si para algo debería haber servido nuestra breve disquisición es para reforzar la
idea de que en las matemáticas no se habla de nada. Una vez más, las matemáticas
carecen de ontología. Son las formas superficiales de hablar lo que nos induce a
pensar otra cosa. Esto no nos compromete ni con posiciones intuicionistas ni con tesis
formalistas ni con puntos de vista realistas. De hecho, rechazamos todas esas co-
rrientes. Desde luego que usualmente los matemáticos hablan de entidades, existen-
cia, verdad, etc., pero esto no es más que una mera fagon de parler. Nadie, en
ningún contexto, escapa a estas modalidades lingüísticas. Todos, por lo tanto, de ma-
nera natural tendemos a hablar, e.g., de los "universos matemáticos", los "fundamen-
tos de las matemáticas", el "infinito matemático", y así indefinidamente. No tenemos
nada que objetar a estas formas de hablar, siempre y cuando tengamos presente que
aunque legítimas son equívocas y muy fácilmente pueden hacernos caer en la confu-
sión y la mitologización.
Fue debido a la complejidad de los sistemas matemáticos y a la incapacidad de los
matemáticos para dar cuenta de su disciplina que la teoría de las clases tuvo tanto
éxito. Gracias al simbolismo de la teoría de conjuntos resultó factible ofrecer defini-
ciones precisas de nociones matemáticas. No es que por medio de la teoría de con-
juntos (uso aquí indistintamente 'clase' y 'conjunto') se aporten soluciones a problemas
matemáticos, sino que al ser traducidas al lenguaje de la teoría de conjuntos se pue-
den manipular más eficazmente los sistemas numéricos y las estructuras abstractas
con las que se opera en matemáticas. Gracias a la teoría de conjuntos las matemáti-
cas pueden ser contempladas, por así decirlo, desde fuera y en su totalidad, lo cual
aclara lo que podríamos llamar 'situaciones matemáticas' y facilita su manejo. Ahora
bien, nada de esto vuelve transparente el status de la teoría de conjuntos, de la que
debemos ahora ocuparnos y para lo cual se requiere que hagamos de ella una presen-
tación somera y sencilla.

140
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

IV) Teoría de Conjuntos

Debo advertir desde ahora que ni mucho menos forma parte de mis objetivos hundir-
me en un estudio de teoremas de la teoría de conjuntos o de problemas técnicos que
plantea. No son esos mis temas en este ensayo, que es de aspiraciones mucho más
humildes. Tampoco me propongo examinar a fondo los problemas, estrictamente
matemáticos, que llevaron a Cantor (su inventor) a desarrollar la teoría de conjuntos.7
Algunas palabras en este sentido, no obstante, serán imprescindibles, para poder
ubicar mejor a la teoría y estar en una mejor posición para comprender debidamente
su status.
Un tema para nosotros particularmente importante es, desde luego, el de las rela-
ciones que se dan entre la teoría de conjuntos, la lógica y las matemáticas. A este
respecto, lo primero que hay que señalar es que lo que prevalece es la incomprensión
y el caos. La situación prevaleciente parece ser la de que cada matemático o cada
lógico da su propia versión del asunto, sin que les preocupe el que éstas coincidan o
no. En un importante texto clásico de teoría de conjuntos, por ejemplo, se nos dice lo
siguiente: "Aunque el presente libro está oficialmente dedicado al tratamiento de los
fundamentos de la teoría de conjuntos únicamente, el hecho de que la teoría de con-
juntos sea una (y según algunos la única) disciplina fundamental del todo de las mate-
máticas por una parte, así como parte de la lógica por la otra, nos forzará a interpretar
nuestro tópico de manera sumamente liberal y a menudo entraremos a discutir los
fundamentos de la lógica como un todo y de las matemáticas como un todo. Es bien
sabido que muchos pensadores se sienten extraviados al delimitar las fronteras de
estas disciplinas. A menudo se ha dicho que la teoría de conjuntos les pertenece a
ellas simultáneamente y que forma su vínculo común".8 Como puede fácilmente
constatarse, los matemáticos, los lógicos y los teórico-conjuntistas hablan con el mis-
mo desparpajo de los fundamentos de la lógica que de los de las matemáticas o que
de los de la teoría de conjuntos. La cuestión de qué "fundamente" qué es una temá-
tica que, como iremos viendo, es todo menos clara.
Iniciemos, pues, nuestra sencilla exposición de la teoría de conjuntos diciendo
unas cuantas palabras respecto a su origen. La "teoría" en cuestión surgió como una
respuesta por parte de Cantor a problemas estrictamente matemáticos y, más espe-

7
A este respecto véase el excelente libro de I. Grattan-Guinness, The Searchfor Mathematical Roots
1870-1940 (Princenton/Oxford: Princeton University Press, 2000).
8
Abraham A. Fraenkel y Yehoshua Bar-Hillel, Foundations ofSet Theory (Amsterdam: North-Holland
Publishing Company, 1958), p. 5.

141
TEORÍA DE CONJUNTOS

cíficamente, a problemas en los que se combinan geometría y aritmética. Por ejem-


plo, uno de los problemas que él quería resolver era el de determinar cuántos puntos
hay en una línea. Fue para responder a esa extraña pregunta que Cantor desarrolló lo
que originalmente se conoció como la 'teoría de los agregados', que fue la expresión
que él empleó. La respuesta de Cantor al problema es que hay 2" puntos en una
línea. Cantor, por otra parte, pensaba que 28 era el primer número transfinito inmedia-
tamente después de Xo. Esa es la así llamada 'hipótesis del continuo'. Es obvio que
ni mucho menos estamos nosotros intentando hacer contribuciones técnicas, esto es,
internas al cálculo, pero eso no implica que no podamos dar expresión a nuestra
sensación de extrañeza ante la decisión de hablar de ' X' (Aleph 0) como si fuera un
número. Lo menos que podemos afirmar acerca de la pregunta cantoriana de cuán-
tos puntos hay en una línea es, primero, que es una pregunta sumamente extraña (por
no decir descabellada) y, segundo, que contrariamente a las apariencias la respuesta
no parece venir dada en términos numéricos. Lo que se hace es introducir un signo
nunca antes empleado, el cual es puesto en conexión sistemática con los números, de
modo tal que a su vez se le trata como si fuera el nombre de un número nuevo.
Parecería que con ello se descubre un nuevo mundo (algunos lo han llamado un
'paraíso'). No obstante, la prueba de que tanto la pregunta como la respuesta de
Cantor son extrañas es que se da una y la misma respuesta para cualquier línea! O
sea, tanto una línea de un centímetro como una línea de un metro como una de un
kilómetro se componen del mismo "número" de puntos, a saber, Ko. Esto puede dejar
satisfecho a cualquier matemático, porque él maneja además de las usuales otras
reglas, reglas nuevas para la manipulación de un nuevo vocabulario que se suma al
que tenía, pero es claro (aunque para ellos haya dejado de serlo) que lo que aquí se
operó fue una modificación en el significado de 'número'. Dicho significado súbita-
mente se amplió. Es evidente que la respuesta de Cantor no es una respuesta numé-
rica en el sentido estándar. Al matemático esto no le preocupa porque, como dije,
recurre a reglas diferentes (a menudo no hechas explícitas) de las usuales, por lo que
él se siente plenamente justificado en seguir hablando de Noy de Xj como si fueran
(por así decirlo) nuevos números concretos, a saber, los primeros números transfinitos.
Así, pues, la respuesta estándar acerca del "número de puntos" puede ser entendida
como siendo de carácter numérico sólo porque se le da a ' Xo' una interpretación
numérica. Es obvio, sin embargo, que lo que realmente se hizo fue cambiar el signifi-
cado de 'numérico'. En todo caso, lo importante para nosotros es notar que fue con
la noción de infinito que hizo su aparición en el escenario la idea de conjunto. En
efecto, X0no es otra cosa que la cardinalidad del conjunto de los números naturales.
Curiosamente, de manera más o menos concomitante y en forma totalmente
independiente del trabajo de Cantor hubo quien, desde otra perspectiva y teniendo
142
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

objetivos diferentes en mente, recurrió a la noción de conjunto. Me refiero, desde


luego, a Frege. Para Frege la idea de clase era ante todo una noción lógica y desde
luego crucial para su programa de definir las nociones y las operaciones aritméticas
básicas. Si la noción cantoriana de agregado y la noción fregeana de clase son una y
la misma, ello es algo sobre lo que no me siento capaz de pronunciarme pero que me
parece ser una cuestión digna de ser discutida con cuidado. Por lo menos prima
facie no son idénticas: para Cantor, la noción de agregado era una noción estricta-
mente matemática, numérica, ubicada por así decirlo en la cúspide de las matemáti-
cas, en tanto que para Frege la noción de clase era una noción estrictamente lógica
localizable más bien en sus fundamentos. En general, los teóricos de conjuntos, los
matemáticos y los lógicos que reflexionan sobre cuestiones de fundamentos de las
matemáticas no prestan la menor atención a diferencias como esta, sin percatarse de
que es por dejar pasar sin discutir sutilezas así que se van gestando los graves proble-
mas de comprensión que posteriormente se plantean y que se vuelven prácticamente
imposibles de dilucidar. Independientemente de lo anterior, nosotros podemos ya en-
frentar la pregunta: ¿qué se entiende en general por 'teoría de conjuntos'?
Una de las muchas formas como podría caracterizarse la teoría de conjuntos sería
decir que se trata del estudio de la noción de pertenencia ('e'). Así, a secas, sin
embargo, esta caracterización es insuficiente. Esta caracterización es adecuada sólo
si se hace explícito su trasfondo natural, esto es, la lógica de primer orden con iden-
tidad. Es por eso que los lógicos y los matemáticos sin mayor recato la fusionan con
la lógica, pues les resulta muy cómodo hacerla pasar como parte de ella, cuando en
todo caso lo que en realidad representa es una ampliación de la lógica. Ahora bien,
la noción de pertenencia automáticamente acarrea consigo otras, como la de conjun-
to, y las de operaciones entre conjuntos, puesto que por sí sola no significa nada ni
serviría para nada. Tiene sentido hablar de pertenencia sólo si podemos decir, e.g.,
que un algo, i.e., un elemento, le pertenece a otro algo o que es miembro de otro algo,
esto es, de un conjunto. Así, pues, al integrar en un único cuerpo de doctrina la lógica
y la teoría de conjuntos lo que los lógicos efectivamente hacen es enriquecer la lógica
matemática clásica con la noción de pertenencia y con el aparataje simbólico que
ésta entraña (conjuntos, unión, intersección, conjunto potencia, etc.). Aquí las priori-
dades son importantes y deben quedar claras: no es la lógica la que se incrusta en la
teoría de conjuntos, sino a la inversa. Es por eso que, como ya se dijo, en general lo
que se afirma es que la teoría de conjuntos es parte de la lógica.
No estará de más observar que esta última es una afirmación problemática. Por
ejemplo, a menudo se sostiene que la teoría de conjuntos es una rama más de las
matemáticas, pero también que la lógica sirve para fundamentar las matemáticas. La
situación no es clara: ¿tiene acaso sentido sostener que una rama de las matemáticas,

143
TEORÍA DE CONJUNTOS

una de las más tardías dicho sea de paso, sirve también o al mismo tiempo para
fundamentar el todo de las matemáticas? Parecería seguirse o que la lógica no sirve
para fundamentar las matemáticas o que la teoría de conjuntos no pertenece a la
lógica o que no es una rama de las matemáticas. La sospecha que a nosotros nos
invade es, como ya lo manifestamos, que la teoría de conjuntos no es una teoría
matemática más, sino más bien un instrumental para las matemáticas. Las teorías
matemáticas son sistemas o cálculos numéricos y lo que deseo sostener es que el
cálculo de clases no es un sistema numérico más, si bien todo cálculo matemático se
puede poner en conexión sistemática con la teoría de conjuntos. En todo caso, es
imposible no admitir que, en lo que a las relaciones entre la lógica, la teoría de conjun-
tos y las matemáticas atañe, a lo que asistimos es a un fracaso casi total de compren-
sión. Como ya se dijo, cada teórico presenta el cuadro que más le complace y se está
lejos de llegar a un acuerdo generalizado. Lo que en general sucede es que se hacen
todas las afirmaciones posibles bajo el supuesto tácito de que todos entienden los que
los demás afirman. Por ejemplo, se habla de "fundamentación" pero, aparte de que
no está en lo más mínimo claro qué es fundamentar una ciencia y por qué sería eso
una tarea ineludible en el caso de las matemáticas, urge preguntar: ¿qué fundamenta
a qué? ¿La lógica a las matemáticas? ¿O eso es algo que logran sólo la lógica y la
teoría de conjuntos de manera conjunta? Por otra parte y dejando de lado la cuestión
de si las matemáticas requieren de fundamentación alguna, ¿cómo se vinculan la
lógica y la teoría de conjuntos? De que hay aquí graves enredos conceptuales y de
comprensión es algo que los teóricos mismos reconocen. Por ejemplo, hay quien ha
aseverado que "Tenemos menos certeza que nunca acerca de los fundamentos últi-
mos de la (lógica y las) matemáticas".9 Aquí es un gran lógico quien nos habla de los
"fundamentos de la lógica",10 sugiriendo que esto es algo que le corresponde a la
teoría de conjuntos proporcionar (!). Pero ¿cómo podría una rama de las matemáti-
cas fundamentar aquello que se supone que sirve para fundamentar las matemáticas
in totol Lo único que no se puede aseverar es que haya en este ámbito del conoci-
miento claridad y comprensión conceptuales.
No estará de más recordar que los problemas para la teoría de conjuntos surgie-
ron casi inmediatamente después de su aparición. Cantor mismo enfrentó la primera
paradoja a la que dio lugar su teoría de los agregados. Ésta consistía en lo siguiente:
dada su definición de 'conjunto potencia' (el conjunto de todos los conjuntos de un
conjunto dado), Cantor llegó rápidamente al resultado de que cualquier conjunto es

9
H. Weil, "Mathematics and Logic", citado en Abraham A. Fraenkel y Yehoshua Bar-Hillel, ibid., p. 4.
10
Confieso que no tengo ni la menor idea de qué se trataría de estar diciendo con esto.

144
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

estrictamente menor que su conjunto potencia y, por ende, que el conjunto universal,
esto es, el conjunto más grande que pudiera pensarse, no era (contrariamente a su
propia caracterización) el conjunto con todo lo que hay, puesto que resulta ser más
chico que su conjunto potencia.11 La consecuencia que normalmente gusta de ex-
traerse es que hay más clases que cosas en el universo. Esto es sin duda una forma
ingeniosa de decir algo, pero ¿qué? Si la idea implícita es que las clases son como
cosas sólo que abstractas, entonces estaremos en medio del pantano de la
mitologización filosófica en el ámbito de las matemáticas, que es precisamente lo que
queremos evitar. A reserva de regresar sobre este tema más abajo, por el momento
nos limitaremos a señalar que la implicación importante de la paradoja de Cantor
pertenece a la teoría de los números y es simplemente que no hay tal cosa como el
número natural más grande.12 Como "resultado" a los matemáticos éste les podrá
resultar fascinante, pero ello no impide que en el fondo sea algo de lo más trivial: a
nadie en sus cabales se le ocurriría pensar que hay algo así como el número más
grande de todos, puesto que de inmediato a uno se le ocurre que a ese número, sea el
que sea, se le puede sumar 1 (o el número que sea) y que eso siempre podrá pasar
con el número que sea cuantas veces uno quiera. De manera que lo que Cantor logró
fue ofrecer una "demostración" matemática de eso que intuitivamente ya "sabe"
quien usa nuestro sistema numérico, un sistema simbólico regido por una ley formal.
Nótese que la prueba de Cantor pertenece a la clase de demostraciones que hace
que los matemáticos exulten, pero que no siempre es comprendida: el resultado no es
matemático sino metamatemático, mediante lo cual quiero decir, en un sentido am-
plio, 'semántico'. Lo que quiero decir es lo siguiente: el resultado de Cantor es una
regla que vale en el conjunto de los números naturales de acuerdo con la cual no
tiene sentido hablar del número mayor que todos. Lo que se nos está diciendo es
que afirmar que x es el número mayor de todos es, en el contexto de la aritmética,
emitir un sinsentido. Nadie tiene nada en contra de esto, pero lo que debería ser obvio
es que no se trata, como en general se le interpreta, de un resultado referente a
"cantidades".
Antes de discutir diversos aspectos de la teoría de conjuntos, consideremos rápi-
damente la versión clásica de la teoría. ¿Qué comporta? Están, como nociones no
definidas, en primer lugar la crucial relación de pertenencia (simbolizada mediante

1
Imposible no ver el muy sugerente paralelismo con la así llamada "prueba ontológica" de San
Anselmo en favor de la existencia de Dios, /. e., la "prueba" de la existencia necesaria de un ser mayor que
el cual ningún otro puede ser concebido.
12
Más en general, que para cualquier número transfinito siempre habrá uno más grande.

145
TEORÍA DE CONJUNTOS

'e') y, por consiguiente, la noción de conjunto, entendida intuitivamente como agre-


gado, colección, grupo o montón de elementos. En segundo lugar nos topamos con
nociones de relaciones y de operaciones sobre o entre conjuntos, como la relación de
inclusión ('cr'), la de intersección ('rV) y la de unión entre conjuntos ('u'). Apartir
de estas nociones se definen otras como "dominio", "conjunto potencia", "comple-
mento", etc. Una vez más, es de primera importancia observar que la teoría de con-
juntos por sí sola es totalmente estéril. Este simbolismo, considerado aisladamente, no
pasa de ser un mero juego formal, entretenido quizá pero sin mayores implicaciones
metafísicas. Para que la teoría de conjuntos pueda rendir los frutos que se esperan de
ella tiene que venir acompañada de algo más. En el caso de los problemas relaciona-
dos con la fundamentación de las matemáticas este "algo más" es, como ya se dijo, la
lógica. Así, al incorporarse a la lógica la teoría de conjuntos automáticamente incor-
pora o hace suyo el lenguaje de la lógica clásica, i. e., la negación, los cuantificadores,
las conectivas, la noción de identidad, etc., y, desde luego, las "verdades" de la lógica,
las tautologías. La "teoría" de conjuntos, por consiguiente, es un cuerpo simbólico
que se incrusta o monta en otros previamente existentes y aunque a partir de ese
momento forma un todo sigue siendo conceptual y lógicamente distinguible de la
lógica. El punto importante, empero, es que es dicha incrustación lo que
automáticamente permite que se hable en relación con la teoría de conjuntos de "pro-
posiciones" o de "verdades".
Sin duda alguna el gran problema "teórico" (aunque me parecería más apropiado
decir 'técnico') para la teoría de conjuntos desde el punto de vista de los matemáti-
cos, los lógicos y los teóricos de conjuntos lo constituyeron las paradojas. En efecto,
la teoría de conjuntos nació preñada del peor mal del que podría verse afectada una
teoría (sobre todo si es formal): contenía o daba lugar a paradojas. Bertrand Russell
mejor que nadie puso de relieve a través de su paradoja el hecho de que lo que se
conoce como 'teoría ingenua de conjuntos' genera contradicciones y es por lo tanto,
tal como fue formulada por Cantor, inaceptable. Lo interesante de la paradoja de
Russell referente a las clases que no son miembros de sí mismas es que concierne de
manera obvia a la noción central de la teoría, esto es, la noción de clase o conjunto
(aunque quizá también podría pensarse que es la noción de pertenencia la noción
problemática). Dada la importancia de la observación de Russell, quizá valga la pena
reproducir la paradoja, a pesar de que ha sido presentada y discutida un sinnúmero de
veces.
La paradoja aparece como sigue: hay conjuntos que no son miembros de sí mis-
mos. El conjunto de los ratones no es un ratón. Pero hay conjuntos que sí son miem-
bros de sí mismos. El conjunto de todos los conjuntos de objetos que hay sobre el
escritorio sí es un conjunto. Consideremos ahora el conjunto de todos los conjuntos

146
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

que no son miembros de sí mismos y preguntémonos: ¿es ese conjunto miembro de sí


mismo o no lo es? Si no lo es, por la definición misma del conjunto relevante, entonces
sí es miembro de sí mismo, y si es miembro de sí mismo, entonces obviamente no es
miembro de sí mismo. Así, el conjunto de todos los conjuntos que no son miembros de
sí mismos es miembro de sí mismo si y sólo sí no es miembro de sí mismo.
La verdad es que ni siquiera es claro cuál es el diagnóstico apropiado de la para-
doja porque, como insinué más arriba: ¿es la noción ingenua de clase la que vicia la
teoría o no surge el problema más bien porque la relación de pertenencia no fue
sometida a las restricciones apropiadas? Independientemente de la respuesta por la
que uno se incline, ¿qué puede pensarse de una disciplina cuyas nociones fundamen-
tales permite la gestación de contradicciones como la enunciada?
El primer gran esfuerzo por resolver el problema de las paradojas lo constituyó la
teoría russelliana de los tipos lógicos,13 de acuerdo con muchos un monumental es-
fuerzo técnicamente en última instancia fallido, entre otras cosas debido a la forzosa
introducción de axiomas de carácter no lógico, como el axioma de reducibilidad. Esto
es discutible, pero no entraré aquí en esa temática. Independientemente de ello, lo
cierto es que la propuesta russelliana fijó en más de un sentido la pauta para la
solución del problema, puesto que lo que dejó en claro fue que lo que había que
hacerse era de alguna manera delimitar con precisión el alcance de las nociones
relevantes. Esto fue precisamente lo que se logró cuando finalmente se pudo
axiomatizar la teoría de conjuntos, labor realizada en primer término por Zermelo.
Aquí, empero, se vuelven a plantear dificultades de comprensión. Al respecto, es
menester hacer de inmediato una aclaración. Los matemáticos pueden quedar teóri-
camente satisfechos con sus soluciones "técnicas", esto es, con sus propuestas sim-
bólicas que les permiten continuar desarrollando sus temas y sistemas, pero ni mucho
menos significa eso que las "soluciones" en cuestión ipso facto acarreen consigo
claridad conceptual respecto a lo que se está haciendo. Debería quedar claro de una
vez por todas que desarrollo técnico o simbólico no significa ni implica ni acarrea clari-
dad o transparencia conceptual. Esto es algo que es factible ilustrar copiosamente.
Si la solución para el problema de las paradojas fue la axiomatización, entonces
nuestra pregunta ahora tiene que ser: ¿qué es axiomatizar una teoría? La respuesta
es simple, pero veamos rápidamente lo que nos dicen algunos expertos. Fraenkel y

13
De hecho, Russell en Los Principios de las Matemáticas ofreció no una sino tres propuestas de
resolución de las paradojas: la que finalmente él mismo favoreció y desarrolló a fondo en Principia
Matemática (junto con A. N. Whithead), i. e., la teoría de los tipos lógicos, la teoría del zigzag y la teoría
de la limitación de las clases.

147
TEORÍA DE CONJUNTOS

Bar-Hillel, por ejemplo, afirman que "En general, se construye un sistema axiomático
para axiomatizar (sic. ATB) una cierta disciplina científica previamente dada de una
forma pre-científica, 'ingenua' o 'genética'. Se supone que los términos primitivos,
no definidos del sistema denotan algunos de los conceptos tratados en esta disciplina,
en tanto que los términos que denotan a los conceptos que quedan son introducidos
en el sistema por definición. Se supone que los axiomas del sistema están en lugar de
los hechos acerca de esos conceptos, en tanto que otros hechos están expresados
por los teoremas, i.e., los enunciados que pueden derivarse de los axiomas sobre la
base de la disciplina subyacente".14 Dejando de lado el detalle de que "se axiomatiza
para axiomatizar", la idea en sí misma es bastante simple, por no decir pueril: se
eligen ciertos términos que se introducen sin definir, que, por así decirlo, se compren-
den "intuitivamente", los cuales son los términos primordiales de la teoría, y se eligen
ciertas proposiciones que dan la impresión de ser fundamentales, mientras menos
mejor; posteriormente se definen todos los demás términos de la teoría y se extraen
todos los teoremas que sea posible extraer mediante reglas de inferencia cuya vali-
dez haya quedado previamente establecida. Así, pues, lo que se logró con la teoría de
conjuntos, con algunas dificultades nunca resueltas de manera del todo satisfactoria,
utilizando para ello la lógica, fue precisamente axiomatizarla. En este sentido, parece-
ría que si hay algo en los fundamentos de la teoría de conjuntos es la lógica.
En resumen: la teoría de conjuntos es un simbolismo formal, dotado de un vocabu-
lario propio y de reglas particulares, que permite manejar con fluidez los sistemas
matemáticos. Es, pues, como un lenguaje para las matemáticas, puesto que permite
la formulación de sus teoremas, resultados, etc., de forma más transparente. En este
sentido, probablemente tiene efectos no de resolución de problemas pero sí de acele-
ración para encontrar resultados satisfactorios. Puede, pues, afirmarse que, en este
sentido al menos, el programa logicista triunfó. Lo que a menudo se hace es traducir
oraciones matemáticas al lenguaje de la lógica enriquecida con la teoría de conjuntos
y se asume que eso se puede hacer en cualquier ámbito de las matemáticas. Es en
este sentido que puede afirmarse que la teoría de conjuntos y la lógica "fundamen-
tan" las matemáticas. Ahora bien, si esto es cierto lo que parece seguirse es que es
simplemente un error de nomenclatura hablar de "teoría" cuando nos referimos a la
teoría de conjuntos. Debería hablarse más bien de "técnica conjuntista" o de "instru-
mental conjuntista". Pero nada de lo que se ha dicho permite inferir que la teoría de
conjuntos versa sobre algo, que sea acerca de algo. Desde mi punto de vista, la mejor
forma de presentar la idea es diciendo que la teoría de conjuntos ni versa ni no versa

14
Abraham A. Fraenkel y Yehoshua Bar-Hillel, op. cit., p. 27.

148
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

sobre nada, más o menos en el mismo sentido en que lo mismo podría aseverarse de
la gramática castellana.
La filosofía de las matemáticas no tiene absolutamente nada que decir sobre
resultados, preferencias axiomáticas, demostraciones, etc., pero sí respecto a lo que
se afirma en relación con ellas. El material de trabajo para el filósofo de las matemá-
ticas no son las matemáticas, sino lo que los matemáticos dicen acerca de su discipli-
na. Esto no es algo particularmente difícil de comprender. Lo que sucede es que es
sobre la base de sus tecnicismos, en este caso de los de la teoría de conjuntos, que
matemáticos y filósofos hacen inferencias fantásticas y extraen increíbles (y hasta
podría decirse, ininteligibles) conclusiones metafísicas, hablan de visiones de mundos
puramente inteligibles, de entidades que desbordan nuestra imaginación, y así sucesi-
vamente. Nuestra perspectiva general es que todas esas pretensiones filosóficas (no
teóricas) por parte de los matemáticos o de los matemáticos filósofos se fundan las
más de las veces en profundas incomprensiones acerca de su propia labor y de su
propio simbolismo. Veamos rápidamente algo en este sentido, recordando una vez
más que no forma parte de nuestra labor hacer demostraciones o presentar nuevos
resultados, sino contribuir a la comprensión genuina de lo que se hace, para lo cual
(por lo menos en un primer acercamiento) consideraciones en un nivel básico son
suficientes.

V) Comprensión e Inteligibilidad en Teoría de Conjuntos


Consideremos en primer lugar la concepción más usual de los conjuntos, esto es, la
así llamada 'concepción iterativa'. De acuerdo con ésta, un conjunto se compone de
sus miembros y no es nada por encima de ellos.15 Esta caracterización suena plausi-
ble, pero de inmediato surge una dificultad: ¿cómo se le aplica al conjunto vacío? Aquí
el problema es que si bien los teórico-conjuntistas pueden sin problemas designar
mediante 'A' el conjunto vacío, hablar de él, hacer operaciones con dicho signo, ma-
nipularlo como si fuera una entidad especial, etc., de todos modos con ello no se
responde a la inquietud conceptual planteada. ¿O acaso no se tiene derecho a pre-
guntar: '¿cuáles son los elementos del conjunto vacío?' En todo caso necesitamos

ls
De acuerdo con la concepción iterativa de los conjuntos, éstos se obtienen a partir de la aplicación
reiterada de ciertos principios de formación, dando lugar a una jerarquía infinita en la que no hay un nivel
último o final. El "universo" conjuntista en esta concepción es un universo abierto de entidades abstrac-
tas, esto es, los conjuntos, y es "abierto" en el sentido de que no queda nunca completado.

149
TEORÍA DE CONJUNTOS

una aclaración de por qué, además de impertinente, es esta pregunta ilegítima. Los
matemáticos, duchos en eludir por medio de tecnicismos dificultades como esta, se
las arreglan para ofrecer una caracterización que formalmente les permite seguir
adelante. El precio, sin embargo, es que aparte de las operaciones que permite efec-
tuar no se tiene ni idea de qué es lo que se está haciendo. Entiéndase bien a lo que
aspiramos: no estamos tratando de desechar o de deshacernos de la idea de conjunto
vacío. Eso sería simplemente demencia!. Es obvio que el conjunto vacío es esencial
en el simbolismo y permite expresar múltiples ideas. Sirve, por ejemplo, para definir el
cero, el cual queda definido como el cardinal de todos los conjuntos equipotentes al
vacío. Obviamente, empero, el mero manejo de 'A' no equivale a una aclaración, que
es lo que nosotros demandamos. En todo caso, lo que no se debería pasar por alto es
el hecho de que con lo que nos la estamos viendo aquí es básicamente con conven-
ciones simbólicas.
En relación con la idea de conjunto vacío, mi punto de vista es el siguiente: desde
luego que dicha noción (designada por 'A') es una noción importante y legítima, pero su
comprensión no es la que los partidarios de la teoría de conjuntos proponen. Lo que
éstos proponen es simplemente una lectura del simbolismo que es filosóficamente pri-
mitiva. Para evitar la confusión filosófica lo que hay que hacer aquí es atender al fun-
cionamiento del signo en su contexto natural, esto es, "teórico". Nuestra pregunta no
es: ¿qué designa o nombra 'A'?, puesto que la nada no es algo que se pueda designar,
sino ¿para qué sirve 'A'? O sea, lo que es preciso entender es que 'A' no fue introduci-
do (por así decirlo) nominalmente, esto es, como el nombre de una entidad abstracta,
sino más bien operacionalmente. Es, pues, como un signo que si nombra algo, lo que
nombra es el resultado de una operación, puesto que es a ella que alude y es en co-
nexión con ella como se le debe entender. No hay nada más por encima de eso. Por
otra parte, es evidente que un signo así es requerido, puesto que es obvio que, una vez
establecido el simbolismo, hay un sinfín de operaciones que no dan nada como resultado
o que simplemente no se pueden realizar y es justamente para indicar eso que se habla
de "conjunto vacío". Por ejemplo, si A = {1,2, 3} y B = {a, b, c}, la operación de
intersección de A con B no da como resultado nada, puesto que A y B no tienen ningún
elemento en común. En signos, (A n B) = A; o bien A puede servir para anular una
intersección, como por ejemplo en (A n L) = A. Si no se tuviera un signo como 'A' no
se podría expresar nada eso que estamos diciendo y muchas cosas más. No se trata,
por lo tanto, de entrar en controversia con la "teoría" misma, como si lo que preten-
diéramos hacer fuera rechazar algunos de sus "resultados". Lo que nos importa es
despejar la neblina de la incomprensión filosófica, la cual afecta tanto a filósofos
como a matemáticos, a lógicos y a teórico-conjuntistas. En este caso, el problema
filosófico surge cuando A queda reificado por una lectura sustancialista, en este caso

150
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

paradójica en grado sumo, puesto que convierte al conjunto vacío en un algo, inevita-
blemente misterioso, con el cual sin embargo posteriormente se puede trabajar, tratar
como una entidad, etc. De ahí que a menudo se nos enfrente con dilemas como el
siguiente: o se acepta la existencia (en el sentido realista) del conjunto vacío o se rechaza
una técnica que todos aceptan. Pero es obvio que se trata de un falso dilema, puesto que
la interpretación usual es un absurdo total, inclusive si es inducida por el simbolismo y
que se nos aparece como la más "natural".
Las ideas de conjunto y de pertenencia en sí mismas no son particularmente mis-
teriosas o problemáticas, pero se transforman en eso precisamente en manos de los
matemáticos y los lógicos. Considérese la idea de conjunto: ¿qué hay de complejo,
raro, misterioso o problemático con la idea de montón, de agrupación o de colección?
Nada. El problema aparece, primero, porque la idea de montón es una idea empí-
rica, la cual sin embargo es abruptamente trasladada al contexto de las ciencias
formales, y, segundo, porque Cantor (seguido en esto por todos) transforma N 0 en
un número, viz., el primer número transfínito. Así, dado que Xo es visto como un
número y al mismo tiempo como la cardinalidad de la clase de los números naturales,
súbitamente nos topamos con la idea de que los números son acumulaciones de con-
juntos y que los conjuntos son entidades! Resulta entonces prácticamente imposible
eludir la idea de que el "universo conjuntista" es el resultado de una acumulación
fantástica, sin fin, de entidades abstractas poblando a su manera el universo (y más
allá!). Es de lo más natural entender 'e' no como un operador, sino como indicando
que hay algo que de hecho le pertenece a otra cosa y, por consiguiente, es fácil ceder
a la idea de que tanto elementos como conjuntos, de uno u otro modo, ya "están allí".
Así se genera el cuadro tradicional del "universo conjuntista", esto es, una de las más
dañinas mitologías filosóficas jamás ideada.
Si por un momento nos olvidamos de que nos encontramos en un ámbito de impor-
tancia vital para el conocimiento, podríamos suponer que la teoría de conjuntos es un
mero instrumento formal, un juego formal que, sin embargo, puede inesperadamente
tener consecuencias desagradables, puesto que puede permitir que se gesten en su
seno contradicciones. Así entendida la teoría, la axiomatización no es entonces un
esfuerzo por enunciar "hechos" acerca de nada, sino un esfuerzo por normar o regla-
mentar el juego en cuestión de manera precisamente que no surjan contradicciones.
Se trata de caracterizar nuestras nociones, los dominios, las extensiones, etc., de
modo que pueda operarse con las nociones requeridas sin que esté presente siquiera
la posibilidad lógica de una contradicción. A esto no hay absolutamente nada qué
objetar. Parte del problema radica en que los matemáticos no han podido construir un
juego perfecto. Esto no es muy difícil de mostrar. El proyecto mencionado de regla-
mentación es algo que, por ejemplo, A. Fraenkel llevó a cabo, sólo que su éxito no fue

151
TEORÍA DE CONJUNTOS

completo o total. La razón es que Fraenkel se vio forzado a introducir "axiomas" que
en la lectura tradicional se ven como teniendo "compromisos ontológicos". Eso es lo
que pasa con, por ejemplo, su Axioma VI, i.e., el famoso Axioma de Elección. Éste
no es una mera definición ni es una consecuencia de definiciones, sino que constituye
una afirmación de naturaleza debatible. Los lógicos lo presentan como un "axioma",
en el sentido de verdad indemostrable, pero (como veremos) una vez más es cuestio-
nable que sea ese su verdadero status. Intentemos aclarar esto último.
Lo que por medio del famoso Axioma de Elección se afirma es que si tenemos una
colección infinita de conjuntos ajenos, esto es, que no tienen elementos en común,
entonces podemos elegir o seleccionar un elemento de cada uno de dichos conjuntos
y formar así un nuevo conjunto.16 Ahora bien ¿cuál es el status del axioma? La
respuesta, por sorprendente que parezca, es que ello depende del contexto en que se
aplique. Es evidente que si la colección de conjuntos que se considera es finita, enton-
ces no hay ningún problema: en el momento en que hacemos la selección construi-
mos el conjunto que requerimos. En ese caso, el Axioma de Elección es pura y
llanamente redundante. Queda demostrado, por así decirlo, empíricamente y en el
fondo no es más que una trivialidad. El problema, sin embargo, se plantea cuando,
como tan a menudo en matemáticas, se quiere hablar de colecciones o conjuntos o
clases infinitas. Lo que se nos dice es que no podemos demostrar que el axioma es
verdadero por la simple razón de no se puede literalmente construir el nuevo conjunto
que nos interesa ya que es lógicamente imposible que terminemos de recorrer la
colección infinita de conjuntos ajenos a partir de los cuales tendríamos que hacer
nuestra selección de elementos para el nuevo conjunto. La "solución" de los mate-
máticos consiste entonces en decir que lo más que se puede hacer es asumir, Le.,
"presuponer" que lo que el axioma asevera es factible o realizable. Como ya se
demostró que el axioma es indispensable para ciertas demostraciones y es también
independiente del resto de los axiomas de la teoría de conjuntos (y, por lo tanto, no
lleva a contradicciones), entonces cómodamente se le asume como "verdadero". Así
entendido, el axioma de elección es una verdad sintética apriori, una de esas verda-
des que sólo Dios puede establecer, etc., etc. Pero ¿es realmente ello así?
A mí me parece que el axioma tiene otra lectura. No es una verdad, sino una
simple regla para los sistemas numéricos. Es en este sentido semejante a la asevera-
ción de que no puede haber ("existir") un número que sea el más grande de todos.
Pero además hay otro problema: se nos dice que el axioma es indemostrable porque
no podemos asegurar que efectivamente "existe" o "hay" la función de selección

16
O, lo que es equivalente, que si cada uno de los conjuntos en cuestión no es vacío, entonces su
producto cartesiano tampoco lo es.

152
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

cuando el número de conjuntos involucrados es infinito. Pero si es el carácter infinito


lo que es problemático: ¿por qué entonces se acepta sin cuestionar en el planteamiento
mismo del problema que tenemos un conjunto infinito de conjuntos ajenos? ¿Por
qué es la función infinita problemática, pero no el conjunto infinito sobre el que supues-
tamente se ejercería? Nótese que no estamos cuestionando la utilidad del axioma para
el desarrollo de la teoría (y de las matemáticas en general), sino su interpretación. En
general, dicho sea de paso, quienes aceptan el Axioma de Elección (Fraenkel, por
ejemplo) no dicen sobre él nada nuevo ni avanzan un ápice frente a lo argumentado,
hace 90 años, por Bertrand Russell.
Desde luego que las discusiones referentes a la existencia de las clases, la aritmé-
tica transfinita, los conjuntos inaccesibles y demás temas propios de la "teoría" se
pueden complicar tanto como uno quiera. Entran enjuego para ello múltiples cuestio-
nes, tanto lógicas como filosóficas, que sería ridículo pretender considerar en un
trabajo meramente aproximativo y programático como este. En verdad, lo único que
hemos intentado hacer ha sido llamar la atención sobre la posibilidad de "leer" la
teoría de conjuntos de un modo diferente al usual, motivados para ello por el obvio
fracaso explicativo de las concepciones filosóficas en circulación. Naturalmente, la
realización de nuestro "programa" exigiría que se reinterpretara el todo de la "teoría"
en concordancia con sus lincamientos, lo cual es algo que obviamente rebasa el marco
de nuestras posibilidades en este ensayo. Por ello, y para terminar, intentaré presentar,
de manera global y a grandes brochazos, un cuadro diferente, admitiendo de entrada
que hace falta muchísima argumentación para acabarlo y para dejarlo sólidamente
asentado.

VI) Una Visión Alternativa


Pienso que lo primero que se tiene que hacer es detectar el error básico en la concep-
ción usual de la teoría de conjuntos para poder diagnosticar el mal y posteriormente
intentar remediarlo. Lo que a mi modo de ver está en la raíz de la visión distorsionada de
la teoría de conjuntos que a menudo se nos invita a compartir es simplemente lo que
podríamos llamar 'primitivismo filosófico'. Wittgenstein describió atinadamente el fenó-
meno en unas cuantas palabras como sigue: "Cuando hacemos filosofía somos como
salvajes, como gente primitiva que oye las expresiones de los hombres civilizados, las
mal interpretan y luego extraen las más extrañas conclusiones a partir de ellas".17 Lo

17
L. Wittgenstein, Philosophical Investigations, sec. 194.

153
TEORÍA DE CONJUNTOS

que él dice, obviamente, se aplica por igual a la filosofía de las matemáticas. El


primitivismo filosófico al que alude consiste básicamente en interpretar los significa-
dos de los signos, en el ámbito lingüístico que sea, desde la perspectiva de la gramá-
tica superficial, esto es, en función de las categorías gramaticales comunes, y no
desde el punto de vista de su aplicación. Y lo que se tiene que entender es que la
descripción del uso de un signo y la descripción de su significatividad desde el punto
de vista de la gramática superficial las más de las veces son simplemente incompati-
bles y llevan a resultados completamente diferentes. El problema, claro está, es que
como la gramática se nos impone de inmediato, en este, como en prácticamente
todos los casos, el intento por liberarse de los engañosos mitos de la filosofía nos
fuerza a ir en contra de la corriente.
Una pregunta clave, por consiguiente, es: ¿para qué sirve la teoría de conjuntos,
esto es, qué problemas se superan o se resuelven por medio de ella? ¿Qué se obtiene
gracias a ella? La respuesta es variada, lo cual deja ver su riqueza hermenéutica.
Para empezar, es claro que gracias a la teoría de conjuntos (más la lógica) se logra
una efectiva aclaración conceptual de las matemáticas: se pueden definir todas las
nociones y las operaciones matemáticas y presentar sus principios fundamentales.
Esto, a no dudarlo, es un gran logro técnico. Como consecuencia de lo anterior, la
teoría de conjuntos se constituye en una especie de código abstracto que resulta
fácilmente utilizable a todo lo largo y ancho de las matemáticas: es un lenguaje para
la geometría, el análisis, la aritmética, etc. Esto permite uniformizar el trabajo mate-
mático, pues se dispone de un formalismo más amplio que permite une. más fácil
manipulación. Un formalismo así permite realizar "traducciones" de los lenguajes
matemáticos y visualizar mejor el estado de la disciplina. Por otra parte, es claro que
con un instrumental así el progreso en matemáticas se vuelve más fácil de visualizar,
es decir, el trabajo matemático se simplifica. Así, por ejemplo, si una oración cual-
quiera O es indemostrable en teoría de conjuntos, entonces automáticamente sabe-
mos que su traducción matemática, X, es indemostrable. Y a la inversa. Esto, sin
embargo, no significa que si no se hubiera tenido O, entonces tampoco se habría
podido demostrar X. No es que O fuera indispensable paraX, sino simplemente que
la demostración de O a horra trabajo. Asimismo, y esto es muy importante, por medio
de la teoría de conjuntos (junto con la lógica, desde luego) se pueden enunciar los
principales principios y reglas ("axiomas") que de hecho rigen la expansión o el desa-
rrollo de los sistemas numéricos. Desde este punto de vista, los principios de la teoría
de conjuntos no son otra cosa que las reglas de uso (esto es, de gramática en profun-
didad) de los signos matemáticos; nos indican cómo se opera con ellos en un determi-
nado contexto matemático, así como la clase de inferencias que está permitida o
proscrita. Las discusiones acerca de los axiomas son discusiones acerca de lo que es

154
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

legítimo hacer y no hacer en matemáticas, no descripciones de nada. Cabría, pues,


decir que hay un sentido en el que la teoría de conjuntos es simplemente la matemá-
tica (la gramática) de las matemáticas. Lo que nos da es, entre otras cosas y para
decirlo a manera de slogan, la lógica del número.
Lo anterior es importante porque hace ver que todas las discusiones de carácter
ontológico en torno a las clases, el infinito, etc., son precisamente el resultado de
incomprensiones de la lógica del número. La teoría de conjuntos no acarrea consigo
ninguna "ontología", entre otras razones porque no es una teoría sino meramente el
sistema de reglas que componen la compleja y sumamente abstracta gramática de
las teorías numéricas. De hecho, en teoría de conjuntos no,aparece la noción de
verdad; para ello requiere de la lógica. A final de cuentas, todo en teoría de conjuntos
es asunto de definiciones y de deducciones y, cuando ello no es posible, entonces se
introducen axiomas que sirven para regular el formalismo sobre el que se está ope-
rando. Esto es algo que con toda claridad ponen de relieve, por ejemplo, las discusio-
nes en torno al axioma de comprensión: lo que se hace es debatir acerca del modo
como se va a considerar aceptable que una función proposicional determine o no un
conjunto. Por razones de sobra conocidas, se llegó a la conclusión de que expresiones
de la forma 'F(F)' no se admiten y punto. Pero debería quedar claro que dicho "resul-
tado" no es otra cosa que el resultado de una decisión, una estipulación. Discutir
sobre la potencial existencia o no existencia de una función o de un conjunto es
discutir sobre la conveniencia de aceptarlos o rechazarlos en función de la congruen-
cia con el cuerpo de resultados ya disponible y con las eventuales consecuencias de
su aceptación (o de su rechazo). Pero todo esto es, en última instancia, una cuestión
de estipulaciones, de reglas, de definiciones, de convenciones. Desde esta perspecti-
va, lo más grotesco que puede hacer el lógico-matemático-conjuntista-filósofo es
verse a sí mismo como un osado explorador cósmico hablándonos de realidades nunca
antes soñadas por nadie. Es justamente contra esta clase de delirios que va dirigida
la línea de argumentación que aquí hemos meramente esbozado.
En resumen: la teoría de conjuntos no es una teoría matemática más, ni siquiera
una rama de las matemáticas, puesto que no trabaja con números. Más bien, versa
sobre números. La teoría en cuestión trabaja con conjuntos y pertenencia a conjuntos
y estas nociones en sí mismas no son numéricas, sino que sirven para interpretar las
"entidades matemáticas". De hecho, no parece ser del todo coherente sostener que
la teoría de conjuntos es al mismo tiempo dos cosas, una rama de las matemáticas y
los fundamentos de las matemáticas. Nosotros nos inclinamos por lo segundo, dándole
a ello desde luego una interpretación acorde a la posición global que hemos venido
delineando. Lo que por medio de la teoría de conjuntos se logra es simplemente poner
orden en el mundo de los números, sobreponiendo un único formalismo sobre toda la

155
TEORÍA DE CONJUNTOS

gama de formalismos matemáticos. Muchos problemas de comprensión, sin embar-


go, surgen precisamente porque en general se entremezclan dichos simbolismos y se
les trata como si fueran lógicamente uno solo. Parte de nuestra labor ha consistido en
señalar que son discernibles o separables. Después de todo, siempre tendremos de-
recho a preguntar: a final de cuentas: ¿qué tiene de matemática la teoría de conjun-
tos, que tiene de matemático 'e' o qué tiene de numérico el infinito? A lo que preguntas
así apuntan es a la idea de que la así llamada 'teoría de conjuntos' no es más que una
interpretación de lenguajes numéricos y de estructuras algebraicas, pero justamente
así como una interpretación de la física no implica que se nos esté con ello dando una
nueva teoría física, una interpretación de las matemáticas no implica una nueva teoría
matemática. Nuestra conclusión, por lo tanto, es la ratificación de la intuición con la
que iniciamos este ensayo, a saber, que hablar de "teoría" cuando se habla de "con-
juntos" es de entrada nombrar y describir mal el caso. Sería mucho más fructífero y
nos evitaríamos múltiples dolores de cabeza si entendiéramos que la mal llamada
'teoría de conjuntos' no es sino un simple pero potentísimo instrumental formal, su-
mamente maleable y que permite el tratamiento sistemático de otro instrumental for-
mal, viz., el de las matemáticas. Naturalmente, quien se empeñe en seguir hablando
de mundos extraños y de visiones fantasmagóricas en relación con lo que a final de
cuentas no es sino un instrumental para un instrumental está, desde luego, en libertad
de hacerlo.

156
Convención y Necesidad Matemáticas

E n una bien conocida reseña del libro Remarks on the Foundations of


Mathematics, M. Dummett presenta a Wittgenstein como un "convencionalista
de hueso colorado" ifull blooded conventionalisf). Desde que apareciera el
artículo de Dummett en 1959,1 muchos comentaristas y estudiosos de la obra de
Wittgenstein han, en diverso grado y con mayor o menor reserva, adoptado y adaptado
a sus propios requerimientos la interpretación de Dummett. Me propongo aquí,
primero, hacer ver que hay un sentido en el que Dummett tiene razón, pero otro en el
que él (y quien lo siga) está equivocado; segundo, explicitar lo que yo creo que es
realmente el pensamiento de Wittgenstein en torno a lo convencional y lo necesario
en matemáticas; tercero, tratar de mostrar que la concepción wittgensteiniana es la
correcta.
Antes de entrar de lleno en la discusión del pensamiento postrer de Wittgenstein,
creo que será muy útil reconstruir rápidamente lo que se nos dice en el Tractatus
respecto a la naturaleza de las matemáticas. Esta labor previa me parece importante,
porque el Tractatus contrasta de manera notoria en ciertos puntos clave con lo que
Wittgenstein llegó a pensar después y la yuxtaposición de sus primeros con sus se-
gundos pensamientos puede orientarnos y ser una guía, si no infalible sí confiable, en
la exploración de su última filosofía.
Permítaseme empezar con una anécdota. Se cuenta que durante la lectura de un
trabajo sobre la naturaleza de las matemáticas, el matemático G. F. Hardy afirmó que
no estaba de acuerdo con el punto de vista de Wittgenstein de que las matemáticas
consisten en o se componen de tautologías. Asombrado, Wittgenstein se habría apun-
tado a sí mismo y habría preguntado: "¿Dije yo eso?", dando con ello a entender que

1
M. Dummett, "Wittgenstein's Philosophy of Mathematics" en Truth and Other Enigmas (London:
Duckworth, 1978).
CONVENCIÓN Y NECESIDAD MATEMÁTICAS

él nunca había dado el fatal paso que Hardy le estaba atribuyendo.2 Este incidente es
importante porque refleja una distorsión consuetudinaria y difícil de erradicar, a saber, la
de atribuirle al Tractatus el logicismo de Russell (!), al cual habría supuestamente enri-
quecido con la idea de que las proposiciones de la lógica son tautologías. Que esto es
una grave confusión lo mostrará, espero, la siguiente veloz recapitulación de "tesis".
Para el Russell pre-wittgensteiniano (Principia Mathematica incluida), las mate-
máticas y la lógica son idénticas, pero la lógica incluye proposiciones sintéticas y afir-
maciones de existencia, como por ejemplo los axiomas de infinitud y de reducibilidad.
Muy en la tradición de Frege y por razones propias conectadas con la noción de
proposición, Russell acepta que la lógica tiene en sentido estricto implicaciones
ontológicas: él acepta no sólo que hay entidades lógicas, que pueden ser nombradas,
sino también hechos lógicos, que pueden ser descritos.
La posición de Wittgenstein no podría ser más opuesta a ésta. En primer lugar, de
acuerdo con él la lógica y las matemáticas son no sólo diferentes, sino totalmente
independientes. La lógica se compone de tautologías, en tanto que las matemáticas
de ecuaciones. La teoría de conjuntos, tradicionalmente asimilada a la lógica, es irre-
levante en matemáticas.3 No obstante, lógica y matemáticas tienen ciertos rasgos
en común y ello aparece como una consecuencia de la teoría pictórica del sentido por
la que Wittgenstein aboga en su libro. Por una parte, ni las tautologías ni las ecuaciones
expresan pensamientos,4 es decir, no son "retratos" de nada, no describen nada en el
espacio lógico. Pero, y esto es la contrapartida de lo anterior, si bien ni las tautologías
ni las ecuaciones dicen nada acerca del mundo, sí muestran en cambio algo acerca
de él. Lo que exhiben es su estructura.5 La lógica, no obstante, parece recibir una
cierta prioridad frente a las matemáticas, puesto que éstas últimas no son a final de
cuentas más que "un método lógico"6 y la estructura que ambas revelan es la estruc-
tura lógica del mundo.
Ahora bien, la estructura del mundo está dada apriori. Todos los mundos posibles
están contenidos virtualmente en o por las propiedades formales de la sustancia del
mundo, es decir, de los objetos. Lo único que pueden hacer las tautologías es reflejar
dicha estructura, mas no "construirla", en ningún sentido en lo absoluto. Lo que los

2
Extraído del artículo de W. Mays, "Recollections of Wittgenstein" en Luchvig Wittgenstein. The Man
and his Philosophy. Edited by K.T. Fann (Sussex/New Jersey: Harvester Press & Humanities Press,
1978), p.82.
3
L. Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus (London: Routledge and Kegan Paul, 1978), 6.031 (b).
4
Ibid., 4.462 y 6.21.
5
Ibid., 6.22.
6
Ibid., 6.2 (a).

158
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

cálculos lógicos (e.g., la lógica de Russell) hacen es poner de manifiesto simbólica-


mente las propiedades formales de las proposiciones. La Teoría Pictórica por su
parte nos aclara que para que haya tautologías tiene que haber proposiciones y para
que haya proposiciones tiene que ser válido "el principio de que los objetos tienen a
signos como sus representantes".7 De ahí que las "pruebas" en lógica no sean más
que "expedientes mecánicos"8 para hacer ver que algo es una tautología, esto es,
para mostrar una propiedad formal de cierta(s) proposición(es) o bien que ciertas
relaciones formales valen entre ellas (y esto se aplica a los hechos que representan).
Esto, naturalmente, tiene la siguiente consecuencia: los pasos en las derivaciones
lógicas y, por consiguiente, en las transformaciones de las identidades matemáticas,
no están sujetas a la voluntad ni del genio ni de la comunidad, no son el resultado de
ninguna convención, acuerdo o generalización. Si '/>' se sigue de 'q\ '/?' objetiva-
mente se sigue de '<?', puesto que "Las estructuras de las proposiciones mantienen
entre sí relaciones internas".9 El fundamento último de esta concepción lo constitu-
ye, quizá, la "intuición" de que "la lógica permea el mundo".10
Es en gran medida en contra de esta concepción que está elaborada la postrer
filosofía wittgensteiniana de las matemáticas. Si bien es cierto que sería un craso
error atribuirle al Wittgenstein del Tractatus un punto de vista platonista - dado que
la Teoría Pictórica explícitamente prohibe esto -u difícilmente se podría negar el
carácter "objetivista" de la posición wittgensteiniana. Esto es importante detectarlo,
porque es en este punto concretamente en el que inciden su posterior "convenciona-
lismo" y la posición originaria, constituyendo el primero un repudio de la segunda.
Pienso que es conveniente replantear en forma directa y escueta nuestro proble-
ma para presentar y discutir la respuesta de Wittgenstein. El problema es el siguien-
te: ¿en qué consiste o cómo emerge el carácter apodíctico de las matemáticas y de la
lógica? Suponiendo que pudiera medirse el desarrollo de las ciencias formales por
etapas en función de los resultados alcanzados y que nos encontráramos en la etapa
n, entonces si la etapa n+1 es el resultado de una nueva aplicación de principios ya
usados {e.g., modus ponens) y el nuevo teorema alcanzado es cp, ¿en qué sentido
puede decirse que cp tenía que ser el resultado, que era necesario que la inferencia

7
Ibid., 4.0312 (a).
8
Ibid., ó. 1262.
9
Ibid., 5.2.
10
Ibid., 5.61.
1
Ibid., 4.0312 (b).

159
CONVENCIÓN Y NECESIDAD MATEMÁTICAS

nos llevara a cp y no a, e.g., \|r? ¿Qué fue, si hubo en efecto algo, lo que nos forzó a
concluir 9 antes que a inferir \|/? ¿Por qué decimos que q> es necesario?
Wittgenstein aborda la cuestión en forma radical o extrema de tal modo que no
permite ninguna evasiva: él asume que si algo es "necesario", entonces tiene que ser
imposible para nosotros no actuar de conformidad con ello. Las verdades necesarias
tienen que ser tales que, a la manera de una fuerza física, obliguen al individuo que
calcula a concluir <p antes que \\f. Ahora bien, hay textos de Wittgenstein que dejan
ver que la explicación por la que él se inclina fluye por caminos muy diferentes de los
usuales. Por ejemplo, en las Remarles on the Foundations of Mathematics nos
dice: "Pero ¿no estoy entonces compelido a ir en la forma en que voy en una
cadena de inferencias?" -¿Compelido? Después de todo, se supone que puedo ir
como yo escoja!- 'Pero si quieres proseguir en concordancia con las reglas tienes que
ir de este modo'. En lo absoluto; yo llamo 'concordancia' a esto. 'Entonces ya cam-
biaste el significado de la palabra "concordancia", o el significado de la regla'. -No;
¿quién dice qué significan aquí 'cambio' y 'proseguir siendo lo mismo'?".12 El proble-
ma es que, fundándose en pasajes como éste, se pasa a atribuirle a Wittgenstein el
punto de vista de que el carácter necesario de una "proposición" lógica o matemática
o es algo completamente arbitrario o no puede explicarse más que en términos de
"acuerdo lingüístico". O sea, se sostiene que, puesto que Wittgenstein rechaza todo
tipo de realismo, síntesis, conocimiento directo de verdades eternas, etc., entonces no
le queda más que apelar a un "convencionalismo" total y radical. En palabras de
Dummett: "para él, la necesidad lógica de cualquier enunciado es siempre la expre-
sión directa de una convención lingüística".13 La idea es, pues, la de que en opinión
de Wittgenstein es el consenso, el acuerdo global o general, lo que erige a una expre-
sión dada en necesaria. Pienso, sin embargo, que así expuesto esto no es una repro-
ducción del todo fiel de su pensamiento. Hay en lo que se ha dicho visos de verdad,
pero requiere no obstante ser completado, matizado y precisado. Si eso no se hace,
es muy probable que su atractivo, originalidad y plausibilidad se pierdan.
Imaginemos a dos matemáticos viviendo solos en una isla y supongamos que sur-
ge una diferencia en cuanto a una supuesta prueba. Supóngase que A sostiene que 9
es la conclusión de un razonamiento correcto, en tanto que B sostiene que la con-
clusión es \j/. ¿Cómo podría dirimirse la cuestión? ¿Cómo podría uno demostrarle al
otro, convencerlo de que está equivocado? Esto es obviamente un problema que

12
L. Wittgenstein, Remarks on the Foundations of Mathematics (Massachussets: The M.I.T. Press.,
1975), I, sec.H3(a).
13
M. Dummett, op. cit., p. 170.

160
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

surge en relación con los lenguajes formales únicamente porque, en las condiciones
descritas, ninguna duda equivalente podría surgir en relación con, e.g., animales (ob-
jetos materiales). El escepticismo en cuanto a los objetos físicos es un ejercicio de
salón. Supóngase que A cree que X es un inofensivo can, que B cree que se trata de
un furioso tigre, que A trate de acercársele y que B le ruega que no lo haga: los
resultados probarán de manera inequívoca quién tenía razón y sacarán a ambos díalo-
gantes de toda duda. Pero ¿cómo podría uno u otro quedar convencido en el caso de
un conflicto matemático cuando ya no hay nadie más a quien apelar?
Es evidente que una respuesta en términos de "aprehensión", de "visión", etc., no
funciona aquí en lo más mínimo. No sólo cada uno de los matemáticos podría con
igual derecho afirmar que es él quien goza de la aprehensión correcta, sino que una
respuesta en términos de aprehensión sólo podría operar o ser efectiva si se nos
proporcionara una explicación o una descripción de la conexión entre el sujeto o la
mente y la realidad que supuestamente apresa con el entendimiento. Si esta explica-
ción no se nos da, lo que se nos proporciona no es más que una vaga evasiva y, desde
luego, no algo que pudiera verse como una solución. Por otra parte, una respuesta
intuicionista o de corte kantiano tampoco representaría una salida o una solución.
Ambos matemáticos podrían jurar que su construcción es la correcta, que la expre-
sión de su síntesis es la adecuada, etc. Es claro, pues, que en casos de respuestas
como éstas, se seguiría careciendo de fuerza en la argumentación y, por ello, segui-
ríamos sin resolver satisfactoriamente la cuestión. Parece evidente, asimismo, que
para este problema en particular ni una respuesta empirista ni una formalista nos saca-
rían de apuros. No tendría mucho sentido hablar de generalizaciones, por ejemplo, y
mucho menos aún de acuerdo o estipulación, puesto que una de las partes se negaría
a acatar las decisiones del otro, y a la inversa. Y es claro también que si nos concen-
tramos en la "dimensión" sintáctica del sistema de signos en cuestión, no se obtendrá
ninguna respuesta satisfactoria al problema: cada matemático podrá decir que en su
juego el resultado es el que él decide que es. Nótese, sin embargo, que lo que muy
rápidamente hemos desechado son ni más ni menos que todas las grandes escuelas
de filosofía de las matemáticas. Ahora bien, mi tesis es que el "aparato conceptual"
de Wittgenstein le permite salir airoso allí donde todos los demás fracasan.
Es claro que el problema aquí planteado no es en parte más que un caso particular
de una dificultad más general que se plantea tanto dentro como fuera de las matemá-
ticas. Me refiero al problema de determinar lo que es seguir una regla. En este
trabajo voy a asumir como correcta, en términos generales, la reconstrucción que me
parece la más acertada, Le., la de S. Kripke. Lo que éste muestra, de manera irrefra-
gable en mi opinión, es que Wittgenstein hizo ver que ningún planteamiento conven-
cional logra eludir los problemas que genera la paradoja de Wittgenstein: cualquier

161
CONVENCIÓN Y NECESIDAD MATEMÁTICAS

línea de conducta puede justificarse en términos de una regla que es diferente que la
que se suponía que estaba operando. "Independientemente de cuantas reglas me des
yo doy una regla que justifica mi empleo de tus reglas".14 Puesto que no hay solución
posible en los planteamientos tradicionales, es decir, éstos están internamente incapa-
citados para suministrar una respuesta cuya fuerza sea tal que no sea posible recha-
zarla (ya se trate de un argumento trascendental, de una demostración apriori, etc.),
la única opción viable es la que consiste en hacer ver que el problema mismo fue mal
concebido, que no hay tal problema, que se está tratando de encontrar una respuesta
a un problema fantasma, a una dificultad irreal. Así, pues, a lo que a través de su
discusión Wittgenstein aspira es a desmantelar el problema, a ofrecer lo que Kripke
correctamente reconstruye pero erróneamente califica de 'solución escéptica'. Vea-
mos rápidamente lo que Wittgenstein sostiene.
Varias son las nociones a las que Wittgenstein apela o inclusive acuña tanto para
desmantelar las concepciones clásicas como para articular su punto de vista. Está, en
primer lugar, la noción de comunidad. Esta noción es esencial, porque el "argumento
del lenguaje privado" hace ver que nada que pudiera ser llamado 'lenguaje' podría
ser elaborado por un individuo solo y eso se aplica por igual al lenguaje de las sensa-
ciones que al lenguaje de las ecuaciones. La comunidad es, pues, condición necesaria
(si bien no suficiente) para la existencia del lenguaje. En segundo lugar, nos encontra-
mos con la noción de regla pero, asociada con dicha noción, hay dos cuestiones que
es conveniente mantener separadas:

1) la cuestión del establecimiento de la regla y de su status a priori


2) la cuestión de lo que es seguir correctamente una regla

Abordemos dichas cuestiones en ese orden.


Una vez desechadas las concepciones filosóficas que hacen de las ecuaciones
proposiciones, no queda otra posibilidad más que ver en ellas reglas de algún tipo. El
carácter necesario y a priori de las reglas matemáticas no puede, por consiguiente,
ser aclarado por mitos filosóficos, sino por la descripción de su ubicación dentro del
sistema total de expresiones y de su función o utilidad. Las proposiciones genuinas
son expresiones descriptivas {Le., sirven para describir el mundo, la experiencia,
etc.), pero dichas descripciones no pueden construirse y aplicarse más que sobre la
base de estructuras conceptuales fijas. Estas estructuras (que por razones evidentes
no pueden ser "mentales") permiten, primero, establecer clasificaciones básicas (siendo

14
L. Wittgenstein, Remarks on íhe Foundations ofMathematics, Part I, sec. 113 (b).

162
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

éstas en cierto sentido arbitrarias) y, segundo, conectar proposiciones de experiencia


unas con otras. Recuérdese que tanto el uso de las proposiciones, en toda su diversi-
dad, como el uso de las reglas, en toda su variedad, está coordinado por la comunidad
como un todo. La relevancia y la corrección de las aplicaciones de expresiones (sean
éstas de la clase que sean) son un fenómeno determinado por la sociedad lingüística
como un todo. Pero, obviamente, esto no uniformiza los usos. La gramática superfi-
cial sí uniformiza la sintaxis (sujeto, predicado, complemento, etc.), pero deja intacta
la arquitectura semántica, la cual queda estructurada por la utilidad y el papel de
hecho desempeñados por las oraciones. Y obviamente, los roles que éstas pueden
desempeñar pueden ser de lo más variado.
Nadie niega el carácter necesario de las matemáticas y Wittgenstein menos que
nadie. Su posición es que aclararnos nuestra aplicación de "necesario" (y nociones
relacionadas) puede lograrse sólo haciéndosenos ver, mediante una descripción de-
tallada, qué papel desempeñan en nuestras vidas las "proposiciones necesarias", en
este caso las ecuaciones matemáticas. Ahora bien, en relación con estas últimas hay
dos grandes grupos:

i) los axiomas
ii) cualquier identidad considerada aisladamente (e.g., '2 + 2 = 4')

Veamos caso por caso. En el primero, lo "necesario" de una fórmula (p depende


exclusivamente de su posición dentro del "juego", cp es un punto de partida y podría
ser, e.g., tanto 'Por un punto P exterior a una línea recta R se puede trazar sólo una
paralela a /?' como 'Por un punto P exterior a una recta R se pueden trazar una
infinidad de paralelas ai?'. Luego hablar de la necesidad de los axiomas en una teoría
matemática acabada es sencillamente aludir a la posición de ciertas "proposiciones"
dentro del sistema. Con ello, lo primero que se descarta es la idea de que los axiomas
son "auto-evidentes". Cualquier axioma es tan bueno como cualquier otro para la
construcción de una teoría matemática. La peculiaridad de los axiomas es que defi-
nen sistemas distintos. Esto es importante por varias razones. Wittgenstein, por ejem-
plo, sostenía que "La geometría del espacio visual es la sintaxis de las proposiciones
que versan sobre los objetos en el espacio visual",15 usando 'sintaxis' en un sentido
similar a su posterior uso de 'gramática'. Es decir, la "gramática" del lenguaje de los

15
L. Wittgenstein, Observaciones Filosóficas. Traducción al español, de Alejandro Tomasini Bassols
(México: Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1997), sec. 178. Véase el artículo "Geometría y
Experiencia" incluido en este libro.

163
CONVENCIÓN Y NECESIDAD MATEMÁTICAS

cuerpos físicos está dada por la geometría, pero esto no impide que a su vez la
geometría tenga su propia gramática, la cual está dada en parte por sus axiomas.
Ahora bien - y este es el punto importante - la gramática en este sentido no tiene
justificación o validación en la experiencia, es decir, fuera de sí misma. Este es el
núcleo de la doctrina wittgensteiniana de la autonomía de la gramática, una temática
que no es factible abordar aquí.16 Por el momento nos bastará con concluir en rela-
ción con nuestro tema que, desde el punto de vista de la matemática pura, nada
misterioso parece surgir con el carácter "necesario" de los axiomas.
Consideremos ahora cualquier ecuación, e.g., '2 + 2 = 4'. También es ésta una
"proposición necesaria", por más que dentro del sistema de las proposiciones nece-
sarias sea dependiente de otras. Pero ¿por qué es ésta "proposición" necesaria? La
respuesta de Wittgenstein es compleja y queda formulada de hecho en términos de
sus reflexiones en las áreas de teoría del conocimiento, filosofía de la mente y filoso-
fía del lenguaje. La idea central ya la conocemos y es que expresiones como esa no
son estrictamente hablando proposiciones, sino que son más bien el instrumental lingüís-
tico que permite cierta conceptualización o categorización de la experiencia y de la
realidad. Son, en terminología de Wittgenstein, "paradigmas" o "medidas" para la
realidad. Las matemáticas son sistemas formales de reglas que desempeñan el papel
de canales de experiencia y conocimiento y que fijan eo ipso los límites tanto de la
experiencia como del mundo. Es debido a que la experiencia y el conocimiento re-
quieren de una estructura conceptual fija que necesitamos una matemática y dicha
estructura no puede a su vez estar constituida por proposiciones ni quedar justificada o
invalidada por la "realidad". Lo que indiscutiblemente es curioso es que nuestra mate-
mática sea, por así decirlo, numérica, pero eso es un hecho contingente. Es quizá por
eso que Wittgenstein afirma que "Los números no son fundamentales en las matemá-
ticas".17
Es importante comprender que esta idea de Wittgenstein de distinguir entre pro-
posiciones genuinas y expresiones que parecen serlo pero que en realidad no lo son,
sino que son más bien reglas, procede no de un mito filosófico más sino de observa-
ciones y reportes sobre lo que de hecho decimos acerca de ellas y hacemos con ellas.
Calificamos a las proposiciones matemáticas de "eternas", pero esto no es más que
una manera de indicar que no estamos dispuestos a modificar nuestro sistema de
reglas y no tiene nada qué ver con una realidad a-temporal; decimos también que la

16
Véase el ensayo "Gramática en Profundidad" en mi libro Lenguaje y Anti-Metafisica. Cavilaciones
Wittgensteinianas. 2a edición, corregida y aumentada (México: Plaza y Valdés, 2005).
17
L. Wittgenstein, Zettel (Oxford: Basil Blackwell, 1967), sec. 706.

164
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

negación de dichas proposiciones es una contradicción o algo absurdo y esto es un


mecanismo retórico para enfatizar el hecho de que las hemos erigido en incorregi-
bles, pero no es una descripción del modo como hasta Dios tiene que razonar; afirma-
mos que son verdaderas en todo mundo posible, pero esto equivale a decir que no
disponemos de otro modo de descripción y que ni siquiera concebimos uno diferente
al que tenemos y del cual nos servimos; sostenemos que las proposiciones de las
matemáticas son verdades a priori, pero ¿qué es esto sino decir precisamente que
no son "proposiciones de experiencia", puesto que esta última no sirve ni para confir-
marlas ni para refutarlas? No parece entonces haber mayores misterios ni respecto a
los axiomas ni respecto a las ecuaciones.
Pasemos ahora a considerar nuestra segunda cuestión, Le., la cuestión de lo que
es seguir una regla. Dado que ésta ya ha sido ampliamente discutida en la literatura,
no me detendré mayormente en ella, sino que me limitaré a destacar algunos de los
resultados más importantes, así como a describir algunas de las vías por las que se
encauza el pensar wittgensteiniano.
Diversas líneas de pensamiento convergen, en la obra de Wittgenstein, hacia el
mismo resultado, a saber, que lo "objetivo", emerge como una necesidad propia del
lenguaje y sólo como una consecuencia de ello de la realidad extra-lingüística. Nin-
gún simbolismo podría operar si no contuviera el contraste "subjetivo-objetivo": la
referencia a lo uno presupone la referencia a lo otro, y a la inversa. Lo mismo pasa
con "necesario" y "contingente". Ahora bien, imaginemos un sujeto no entrenado en
el uso del lenguaje. La primera fase de su incorporación al lenguaje corresponderá a
la ostensión, independientemente de que se interpreten sus definiciones ostensivas
como definiciones de términos para objetos privados o como definiciones de palabras
para objetos públicos. Lo que en todo caso es claro es que al supuesto lenguaje de
ese hablante único le faltará algo esencial, a saber, reglas que rijan la aplicación de los
símbolos. La razón de ello estriba en que si no hay quien corrobore la aplicación de
signos, entonces el sujeto no estará en posición de distinguir entre lo que es seguir
realmente una regla y creer que está siguiéndola. Esto tiene la importante conse-
cuencia de que para dicho "usuario" no habría la posibilidad de distinguir entre "co-
rrecto" e "incorrecto". El Robinson Crusoe lingüístico, a quien tantas veces se ha
invocado y utilizado, carece de criterios para determinar si está justificado o no en la
aplicación de un término o de una expresión, es decir, si efectivamente aplica o no la
regla que determina su uso. Más aún, no dispondrá de una noción legítima de justifi-
cación. Se podría, en última instancia, intentar erigir en criterio a la memoria del
sujeto, pero es obvio que, como dice Wittgenstein, la memoria no es "la suprema
corte". De hecho cometemos errores de memoria. Luego puede darse el caso de que
nuestro Robinson crea recordar que un término fue aplicado de cierto modo en el

165
CONVENCIÓN Y NECESIDAD MATEMÁTICAS

pasado e inferir que debe ahora volverse a aplicar porque, gracias a la memoria se
percata de que la situación es la misma y, sin embargo, que esté en un error. Por lo
que el Robinson Crusoe lingüístico no podrá distinguir entre recordar y creer recor-
dar. Otra línea de argumentación de Wittgenstein en contra de la tendencia a la
privatización del lenguaje encarna en el ejemplo del escarabajo. Varias personas tie-
nen cada cual una caja con algo a lo que llaman su 'escarabajo'. Nadie nunca ha
visto ni puede ver el supuesto "escarabajo" del otro. Sin embargo, todos usan la
palabra y hablan de los "escarabajos" suyos y de otros. Dada esta situación, los
escarabajos en cuestión pueden ser algo, ¡pero bien podrían no ser nada! Lo que está
implicado es sencillamente que lo "interno" es irrelevante para la significatividad y la
comunicación. Puede o no suceder lo que los filósofos dicen que sucede cuando se
ve o se siente algo, sólo que el uso de 'ver' y de 'sentir' es independiente de ello. Se
desprende de todo esto que ni lo "subjetivo" ("privado") ni lo "natural" independiente
de toda conceptualización pueden determinar lo que es objetivo. El carácter objetivo
de las reglas, independientemente de qué clase de reglas se trate, es decir, ya sea de
reglas para la aplicación de palabras ya sea de reglas de inferencia, surge por carac-
terísticas intrínsecas del simbolismo y tiene, por ende, un carácter social.
Consideremos entonces el caso de las reglas de inferencia. Las reglas - que,
como vimos, no son proposiciones de experiencia - no son descripciones de la reali-
dad, no reflejan rasgos del universo, estructuras de la mente, etc. Más bien, encarnan
lo que nosotros calificamos de 'inferencia válida' y reconocemos como tal, i.e., son la
formulación de lo que de hecho nosotros hacemos. Nuestras formas de vida se erigen
sobre esas reglas. Es por eso que, aunque reconozcamos la posibilidad lógica de otras
formas de vida, de hecho no las comprendemos ni podríamos hacerlo. Barry Stroud
ha expuesto la idea en forma concisa y clara: "El interés de los ejemplos de Witt-
genstein de gente que no 'juega nuestro juego' es sólo el de mostrar que el que
tengamos los conceptos y las prácticas que tenemos depende de ciertos hechos que
podrían no haberse dado. Dichos ejemplos muestran tan sólo que 'la formación de
conceptos diferentes de los usuales' no es ininteligible, pero no se sigue de ello que
esos conceptos nos sean inteligibles."18 Lo objetivo en lo que a las reglas atañe surge
de lo que es una básica concordancia entre humanos. Los participantes en los diver-
sos juegos de lenguaje se entrenan unos a otros y, en conexión con prácticas tanto
lingüísticas como extra-lingüísticas, determinan lo que es la objetividad de la aplica-
ción de los signos y las reglas. Ahora bien, esto requiere que se nos explique en qué

18
B. Stroud, "Wittgenstein and Logical Necessity" en Essays on Wittgenstein. Edited by E.D. Klemke
(Urbana/Chicago/London: University of Illinois Press, 1971), pp. 460-61.

166
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

consiste la concordancia a la que Wittgenstein apela y que constituye, en sus descrip-


ciones, la base de la objetividad. Es claro que la "concordancia" que Wittgenstein
tiene en mente no es una mítica convención. Su noción de concordancia se compren-
de cuando se recuerda lo que nos dice que son la enseñanza ostensiva y sus efectos.
Hay "concordancia" cuando los seres humanos son introducidos al lenguaje y, al
reaccionar como los demás, aprenden a manipular signos en conjunción con determi-
nadas prácticas, que son las prácticas de otros, esto es, de quienes los introdujeron al
lenguaje. La enseñanza ostensiva de reglas tiene como efecto la formación de hábi-
tos de razonamiento, i.e., modos particulares de operar con las proposiciones y de
transitar de unas a otras. Lo curioso es que, en general, todos tendemos a hacer lo
mismo, es decir, reaccionamos del mismo modo, concordamos en nuestras reaccio-
nes. Por ello no nos avanza gran cosa decir ex post facto que es la lógica lo que nos
ordena pensar de tal o cual modo. En cambio sí es esclarecedor reconocer que es el
modo como razonamos lo que llamamos 'lógica'. En este punto, el segundo Wittgens-
tein repite al primero. "Solía decirse que Dios podría crear todo excepto lo que fuera
contrario a las leyes de la lógica. La verdad es que no podríamos ni siquiera decir
cómo seria un mundo ilógico".19 O sea, ningún lenguaje ni ningún cálculo que nos
funcione puede ser "ilógico". Y obsérvese que este diagnóstico no da cabida a ningún
nuevo mito, así como tampoco pretende ser una "explicación" de nada. Es simplemente
una constatación, una descripción de lo que sucede.
Resumiendo: las matemáticas constituyen un marco conceptual dentro del cual o
mediante el cual describimos nuestra experiencia. Una vez obtenido cierto resultado
"lo archivamos" y constituye una nueva base para el permanente desarrollo de nues-
tro sistema de descripciones. Los métodos matemáticos son inculcados y son
interiorizados para que hagamos inferencias en concordancia con ellos. Pero la san-
ción última respecto a si procedemos o no en armonía con ellos viene dada por razo-
nes extra-matemáticas. Ni las matemáticas ni la lógica tienen su justificación, su
raison d'étre, en sí mismas. Naturalmente, hay que tomar en cuenta el visto bueno
de la comunidad relevante, condicionada ya por un largo entrenamiento, pero es so-
bre todo el éxito en la práctica, tanto cotidiana como teórica, lo que va a decidir si un
determinado resultado es aceptable y si un razonamiento dado es válido o no. En este
sentido, Wittgenstein no es convencionalista. Su pensamiento parece ser el de que el
uso de las reglas requiere del establecimiento de convenciones, a las que la vida en la
sociedad nos obliga a ajustamos, pero el establecimiento de convenciones presupone
"concordancia" en la técnica del lenguaje. Es a algunas de esas convenciones que los

19
L. Wittgenstein, Tractatus, 3.031.

167
CONVENCIÓN Y NECESIDAD MATEMÁTICAS

filósofos llaman 'proposiciones necesarias'. Tenemos, pues, una doble respuesta de


Wittgenstein acerca del carácter necesario de las matemáticas. En primer lugar, las
matemáticas son necesarias en el sentido de que los elementos que las componen,
le., sus reglas, son expresiones fijas que constituyen un esqueleto categorial para la
experiencia y para la realidad y, en segundo lugar, las matemáticas son una estructura
que modela y uniformiza nuestro modo de pensar y actuar.
Si lo que Wittgenstein dice es correcto, entonces varias ideas "clásicas" se vienen
abajo. Una de ellas, por ejemplo, es la de que los cálculos (en el sentido de sistemas
de reglas) se dividen en los intrínsecamente buenos y los intrínsecamente defectuo-
sos. Esta dicotomía presupone la idea de que el mero examen del cálculo (le., la
mera consideración de los axiomas, teoremas, etc.) bastaría para darle el visto bueno
o condenarlo. Pero esto es describir la situación real exactamente al revés. Cualquier
cálculo qua cálculo está "perfectamente en orden". "Un cálculo es tan bueno como
cualquier otro".20 Cualquier cálculo fija o constituye la gramática de un lenguaje
posible en el cual se podrán decir verdades y falsedades, pero aplicar las nociones
"verdad" y "falsedad" al cálculo, previamente a su aplicación, no parece tener mayor
sentido, puesto que lo verdadero y lo falso se derivarán de algún modo de él o en
conexión con él. Lo que no parece tener mayor sentido es pensar que a un cálculo
dado se le puede juzgar desde otro cálculo. Es con la aplicación del cálculo que
surgen la verdad y la falsedad. Claro que se puede objetar, como lo hace el interlocu-
tor imaginario en las Philosophical Investigations, como sigue "¿De modo que lo
que tú estás diciendo es que la concordancia humana decide qué es verdadero y qué
es falso?". Pero allí mismo se nos da la respuesta a la objeción; "Lo que los seres
humanos dicen es verdadero y falso; y ellos concuerdan en el lenguaje que usan.
Eso no es concordancia en opiniones, sino en forma de vida".21 Sobre la base del
cálculo aceptado por una comunidad lingüística dada se pueden erigir teorías empíri-
cas, las cuales conformarán nuestra percepción de la realidad y afinarán nuestra
comprensión de ella, pero será entonces pueril hablar del cálculo elegido como del
cálculo que "realmente corresponde a la realidad", que es "objetivamente válido",
etc., puesto que al hacerlo se estará recurriendo a las teorías que en él se fundan.
Dichos juicios, por lo tanto, serán emitidos desde la posición construida gracias a la
aplicación del cálculo en cuestión. Lo que en cambio sí clasifica a los cálculos en
"buenos" y "malos" es, ante todo y en primer lugar, su aplicación o, quizá mejor, su
aplicabilidad, su potencial utilidad. Y con este criterio de clasificación obtenemos la

20
Ludwig Wittgenstein andthe Vienna Circle. Conversations recorded by Friederich Waismann. Edited
by B.F. McGuinness (Oxford: Basil Blackwell, 1979), p.202.
21
L. Wittgenstein, Phil. Inv., sec 241.

168
FILOSOFÍA Y MATEMÁTICAS: ENSAYOS EN TORNO A WITTGENSTEIN

respuesta al problema de los matemáticos planteado más arriba: la "solución" viene


dada por razones externas al cálculo mismo. La conclusión correcta será aquella que
tenga la utilidad esperada. Y eso ¿cómo se decide? Hay diversos modos de determi-
narlo. En unas ocasiones la mera consistencia/inconsistencia con otros sistemas de
signos ya establecidos bastará para preferir una a otra, en otras la posibilidad o impo-
sibilidad de aplicación podrá ser decisiva, la fecundidad puede ser otro criterio, etc.
Dicho de otro modo, es la praxis matemática, tanto teórica como en la vida cotidiana,
lo que va a hacernos valorar, preferir y, por lo tanto, "justificar" a unos cálculos o
sistemas de reglas antes que a otros. Pero lo importante aquí es que ya hemos tocado
fondo: no hay ya ningún estrato ontológico inferior, más básico, en virtud del cual los
cálculos se justifiquen o descarten. El cálculo es un modo de conceptualización de la
realidad y es claro que de un mundo des-conceptualizado no tiene el menor sentido
hablar. Por lo tanto, la pareja de predicados que prima facie se aplica a los cálculos
no es "verdadero-falso", sino "útil-inútil" ("estéril-fructífero"). Si se acepta esto, en-
tonces se ve claramente que no tiene mayor sentido insistir en que el cálculo es una
representación lingüística peculiar, viz., de un mundo de entidades abstractas, por
ejemplo. Como dice Wittgenstein "El cálculo mismo existe sólo en el espacio y en el
tiempo".22 Un cálculo es una propuesta determinada de categorización, elaborada
con objetivos específicos en mente (Le., para resolver problemas concretos). De ahí
que lo que realmente importe sea su aplicación y esto a su vez implica que, si algo lo
hace o puede hacerlo, sea la "praxis" lo que "fundamente" a las matemáticas.
Echemos rápidamente un vistazo a la cuestión de cómo encaja la noción de con-
vención en este cuadro de las matemáticas. Aquí el gran error por evitar es el de
identificar la seminal noción wittgensteiniana de "concordancia" con la vaga y usual
de "convención". Es sobre la base de un acuerdo social, el cual descansa en hechos
contingentes (e.g., tener las manos como las tenemos, concentrar en nuestras cabe-
zas los órganos sensoriales, etc.) que podemos estipular cosas, fijar convenciones, y
demás. Pero la convención, la definición, la estipulación, presuponen el juego de len-
guaje, Le., el dominio de una técnica engendrada en conjunción con acciones. En
relación con lo convencional, creo que podemos decir que es una convención el que
nuestro numeral para el número dos sea '2' y no '#' y que es convencional el que
exista en absoluto la función de adición y que la denotemos mediante '+'. Pero ya
fijadas ciertas convenciones, los resultados del uso o aplicación de los símbolos no es
convencional. No es convencional el que 1 +1 = 2. La diferencia con el convencionalista
tradicional es que, de acuerdo con éste, el resultado mismo de sumar es también una

22
L. Wittgenstein, Obseraciones Filosóficas., sec. 109.

169
CONVENCIÓN Y NECESIDAD MATEMÁTICAS

convención. Aquí Wittgenstein se separa del convencionalista y a partir de este mo-


mento la descripción de Dummett deja de ser correcta. Por otra parte, vale la pena
notar que el rechazo del convencionalismo no hace caer a Wittgenstein en el plato-
nismo. Su anti-realismo se lo impide. Pero no por ello está incapacitado para dar
cuenta de la objetividad y de la necesidad de las matemáticas. Lo objetivo aparece
con la aplicación coordinada del simbolismo y ello se debe a su carácter social. Lo
objetivo no es lo "natural en estado puro", puesto que a eso nosotros, los usuarios
del lenguaje, no tenemos acceso (no sabemos cómo sea el mundo a o des-
conceptualizado). Es de este modo como Wittgenstein conserva el carácter ne-
cesario de las matemáticas, pues no hacerlo sería absurdo, sólo que hace surgir dicho
carácter de la naturaleza social del simbolismo, y no de su supuesto carácter mental
u ultra-físico. En otras palabras, lo que él hace es revelarnos que la fuente de la
necesidad es otra que la sugerida por las escuelas. En general, se ha intentado dar
cuenta del carácter necesario de las proposiciones de las matemáticas desde, por
ejemplo, la perspectiva de un supuesto mundo abstracto y de lo que se considera que
son sus rasgos esenciales. Serían entonces en virtud de que los objetos matemáticos
son objetivamente como son que ciertos enunciados son verdaderos y que lo son nece-
sariamente. También se ha argumentado desde la perspectiva de las características de
la mente y de lo que se piensa que son sus modos inevitables de operar. Finalmente, se
ha hablado de convenciones, de significados, etc. Pero tenemos poderosas razones
para sostener que ninguna de esas supuestas explicaciones da realmente cuenta del
lenguaje matemático, ni explica el desarrollo de las matemáticas ni nos aclara para
qué sirven. Con Wittgenstein se abre una nueva perspectiva de elucidación y com-
prensión: la vía o perspectiva social. En su núcleo encontramos la idea de que es en
función de los requerimientos prácticos que aquejan a los seres humanos que éstos
elaboran sistemas de reglas, cuya validación última viene con su aplicación y utilidad,
y que es sobre la base de las prácticas humanas que se gestan las convenciones
lingüísticas. Pero no todo lo que se erige sobre convenciones es convencional y esto
es precisamente lo que sucede con las matemáticas.
Wittgenstein dijo alguna vez que "Las matemáticas se componen de cálculos".23 En
relación con estos cálculos tenemos que aprender a detectar una cierta asimetría que
los rige y que se ejerce con las nociones de temporalidad y de necesidad. Yo pienso que
Wittgenstein efectivamente hace ver que la evolución de las matemáticas no está
pre-determinada. El cálculo puede en todo momento desarrollarse en la dirección que

23
L. Wittgenstein, Philosophical Grammar (Berkeley/Los Angeles: University of California Press,
1974), p.468.

170
C ONVENCIÓN Y NECESIDAD MATEMÁTICAS

sea y nada en el cálculo mismo nos puede forzar a optar por una u otra proposición.
Pero las matemáticas no pierden por ello su carácter objetivo: lo único que está implica-
do es que lo objetivo emerge no como la manifestación de un hecho natural o so-
brenatural. Nuestros resultados son productos de nuestros hábitos de razonamiento,
derivados de nuestro peculiar modo de entrenarnos unos a otros (Le., quienes compar-
ten una determinada forma de vida e introducen en ella a otros). Esto no quiere decir
que no pueda haber conflictos entre hábitos de razonamiento y resultados de aplicacio-
nes de reglas, e.g., en el caso de teorías científicas. Pero aunque hubiera resultados
discordantes con nuestros hábitos (a pesar de que tratamos de sistematizarlos) y no
obstante fueran aceptados, ello no tiene nada de particularmente misterioso: ni nuestros
hábitos son inmutables ni los resultados arbitrarios, sino que estos últimos están integra-
dos y avalados por teorías o sistemas de teorías, creadas para satisfacer requerimientos
prácticos. De ahí que por lo que Wittgenstein abogue en el fondo sea por la primacía de
la praxis. Por consiguiente, visto hacia el futuro no hay nada determinado, pero contem-
plado retrospectivamente todo en matemáticas resulta necesario. Si se acepta como
real esta asimetría, entonces puede aceptarse que tenemos una dilucidación genuina de
lo necesario en las matemáticas. Aquí es donde se siente la fuerza del antropologismo y
de lo que podríamos quizá llamar el "praxismo" de Wittgenstein. Las matemáticas han
sido aclamadas como eternas debido a que los cálculos que las constituyen se integran
en un sistema útil, tanto práctica como teóricamente, y que justamente por esa razón no
vamos a tolerar que se modifique. Dicho sistema es, de hecho, insustituible. No quiere
decir eso que otra matemática no sería posible, como sería posible que el ajedrez tuviera
reglas distintas. Recuérdese que "La aritmética", por ejemplo, "no habla acerca de
números, sino que trabaja con números".24 Lo necesario de nuestras matemáticas reside
en que en ellas los procesos son métodos de razonamiento y los resultados ecuaciones. Le.,
reglas. Luego las matemáticas tanto coadyuvan a la formación de conceptos como
constituyen un sistema de conceptos que después inculcamos e inexorablemente apli-
camos. Es por eso que Wittgenstein habla del "doble carácter de la proposición mate-
mática como ley y como regla".25 Nuestras matemáticas, como es obvio, están
profundamente arraigadas en nuestra cultura, constituyen en parte nuestras formas de
vida y es por eso que nos resulta impensable no apegarnos a ellas y absurda cualquier
propuesta alternativa. Pero sería conveniente que reconociéramos que al glorificarlas,
como en general se hace, lo que en el fondo se está haciendo no es otra cosa que
glorificarnos a nosotros mismos.

2J
L. Witlgenstein. Observaciones Filosóficas., sec. 109.
25
L. Wittgenstein, Remarks on the Foundations ofMathematics, Part I I I , sec. 21.

171
Filosofía y Matemáticas:
ensayos en torno a Wittgenstein
se terminó de imprimir en diciembre de 2006.
Tiraje: 500 ejemplares.

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