de luces artificiales!
el teatro lo es todo.
Aparece entre las humaredas, rodeado por la tarde, La barca de los locos, barca hecha de piel de
pies, que besan las cenizas en el suelo, los escupitajos, la mugre. Vienen taciturnos, la una con
movimientos veloces de antiguo samurái, el otro, con la cabeza gacha, los ojos abrigados por el
ceño fruncido. Son las 5:30 pm, algunos chicos juegan futbol, se oye el fragor de los autos, el rugir
de los locos, que aún sobrios se estremecen en los ocasos, las palomas van al oeste, revolotean
hasta posarse en las ramas de los árboles o en la mole gigantesca de la catedral, construida con
sangre de toro, mármol de carrara y mitos bulímicos. Al frente de La barca, donde la una se pone
en cuatro a practicar la vaca y el gato (posiciones de yoga) y el otro a encender las velas como
preparación del rito, se encuentra la magna estatua de bronce verde del gran libertador,
equidistando las longitudes del parque bolívar, extendiéndose desde allí, donde ha de sentarse el
público, el escenario, hasta el infinito, borrando los bordes de cualquier pared. Los truhanes que
por allí pasean: ladrones, sicarios, jugadores empedernidos de parqués y de cara-o-sello con
cajitas de fósforos, para apostar el próximo pinchazo, concurren a la cita, una cita que hace más de
20 años el espíritu de La barca ha encaminado, reuniendo locos que agitan los ojos y parpadean
como semáforos intermitentes, travestis que enseñan sus senos lisos y rutilantes, a un paseante
engominado. De pronto aparecen una jauría de gringos guiados por pequeños paisas vestidos de
rojo que enseñan el parque en un inglés montañero, un par de evangélicos que congregan tres o
cuatro descabezados, el uno con un frasco de sacol, el otro embadurnado de hollín, el último,
girando en círculos como un espectro. Poco a poco vámonos sentando bajo Bolívar y su caballo,
aparecen curiosos, jóvenes, académicos, periodistas, otras veces: prostitutas, alcohólicos,
granujas. Sin importar el público, el ritual comienza, las velas encendidas, el incienso estirándose
hasta el cielo, tocando las palomas, impregnando las narices, Bernardo exclamando en voz baja
maldiciones o conjuros.
Bernardo frente a una ciudad enmudecida, donde arriba, los rascacielos, abajo, la podredumbre,
propone un reencantamiento del mundo. Morris Berman afirma que el mundo ha caído en un
desencantamiento por la frenética búsqueda de la verdad científica, la modernidad ha
desvanecido la solidez de lo que antes estaba configurado como arte, religión, medicina,
profanando todo lo sagrado. Con el capitalismo, va a destruirse lo que se consideraba sagrado
convirtiéndolo producto del mercado. Berman anuncia que hay que reencantar el mundo,
sacralizándolo, esto, solo es posible si se ritualiza. La barca de los locos hace rito, sacraliza el
teatro, primero, preparan el espacio, luego, empiezan puntualmente a las 6:00 pm, y al final
recogen las ofrendas, los avisos parroquiales. Recuerdo también el rito del principito con el zorro:
al domesticarle, éste debe encontrarlo todos los días a la misma hora, La barca de los locos
domestica, no a los espectadores, sino al parque bolívar, los espectadores son parte del parque,
tal como los no espectadores, que se sientan a conspirar políticas, a jugar o a tramar asesinatos.
Teatro que tiene como montaje: la catedral, la estatua del libertador, las escalinatas donde se
sienta el público, la media torta donde comienzan a gritar discontinuamente: la-va-bar-caca-
delos-locos-prese-mnta-ta:… y un señor que bordea los 50, detiene su bici entre la estatua y La
barca repitiendo excitado: La barca de los locos, La barca de los locos.
Los personajes de La barca, son Lucía y Bernardo, los atuendos, hechos por ellos o comprados en
pequeños mercados, aparte de ellos está uno de los espectadores, a quien sacan por azar,
rompiendo escena. La propuesta de La barca es una propuesta que va a romper paredes, visibles
como las del teatro o invisibles como la de la escena (la cuarta pared), La barca agujerea el teatro
tradicional, luego de ver las obras de Bernardo, hay una doble sensación de fuga, la del teatro
hacia la calle y la de la calle hacia el teatro, haciendo un poro, donde la ventilación se escapa,
agrandando el agujero. En el espectador escogido al azar se encuentra el clímax de todo el
movimiento, del rito, en él está el poro, desde su silencio, él puede ver el teatro y la calle, los dos
contenidos en un solo acontecimiento. El espectador-elegido es un péndulo que se aleja del
parque y antes de que esté en el teatro, Bernardo lo sacude, Lucía lo agrede con sucias palabras y
otra vez se columbra hasta el parque. El espectador-elegido está confundido, baja la cabeza ante
los otros espectadores, se siente víctima de un insorcismo, donde los demonios lo habitan; mira a
sus conocidos y de pronto vuelve a estar con ellos, lo devela una sonrisa que deja escapar, pero un
alarido recupera su mirada, vuelve a balancearse hacia el teatro.
Bernardo utiliza también a un cuarto personaje que nunca cambia, éste es: Bolívar. Cuando habla
al público habla a Bolívar, lo injuria, le pregunta, le devuelve la vida, el grande libertador va a ser
esa figura inmortal que acompaña el rito, al que se le habla sin escuchar respuesta, como una
plegaria que se arroja al cielo, pero que siempre es ignorada. Como un reproche que se lanza, una
pregunta, una petición, un recordar, para la estatua, para el tótem, el estandarte de la libertad y la
independencia.
Al mismo tiempo, el teatro de La barca hace una crítica al espectador, sin buscarlo, no le importa
si es académico o analfabeto: asiste el que quiera, no es un deber pagar una entrada, ni oler bien,
ni llevar gabán o saco. Asisten en bicicleta, sin camisa, contestando celulares, silbando, bailando,
corriendo, atracando; y otra crítica al teatro, es la antítesis que se ve en la colosal película
synecdoche new york de Charlie Kaufman, donde se ve la representación de la ciudad dentro del
teatro y la representación de éste al infinito desde la obra, en synecdoche se supera la propuesta
Shakesperiana de teatro dentro del teatro y La barca con su vida consagrada, supera a synecdoche
proponiendo un nuevo paradigma: qué tal si el teatro deja de ser representativo y de usar
escenario, para desde la calle proponer la poesía, un lenguaje inusual impregnando un sitio de
paso como lo es el parque y ritualizar este espacio. La barca emancipa la poesía, al teatro, sus
obras están marcadas por todas las temáticas del hombre, desde manifiesto poético, la política, la
religión, la sexualidad… de pronto Bernardo busca aprobación de la estatua de bolívar y pregona
como desde el pulpito una parábola que ha escrito, una de las cuatrocientas que cuenta la leyenda
ha escrito.
La voz adquiere un matiz sacerdotal, exhorta a penetraciones, a emanciparse, una voz que resiste
la vejez, que deja escapar una saliva blanca como el sudor del caballo de Bolívar. Luego viene un
nuevo cambio de ritmo: la fiesta, Lucía entra en un salón imaginario, ¡la fiesta!, los invitados
miran, muy callados, absorbidos, conmovidos. Cesan los gritos, los actores respiran, Bernardo
utiliza un nuevo recurso, repite un fragmento de poesía, estrujando a Lucía niega con la cabeza,
indica al espectador-elegido, -coja esto guevón, así, eso, repita…- es un nuevo poro, la obra se
pinta ahora como un nuevo rehacerse, como salida de una práctica a la que no le importa la
perfección o que su perfección es improvisar, es romper el acto puro, es crear diferentes planos en
el mismo lugar, como dimensiones o estratos que van desde el parque Bolívar hasta el teatro, pero
sin llegar nunca a uno de estos lugares, una dimensión incluye a los espectadores, los adentra y los
agita, otra dimensión incluye a los actores, los hace artistas y los vulgariza cuando los corrige, es
cuando casi se regresa al teatro, pero su ritmo atropellado, desestabiliza el movimiento para que
la obra se quede en el poro y no llegue a ningún lado, conteniendo todo el arte.
La obra de La barca, es el teatro, un teatro que es poesía, una poesía que es cuerpo, un cuerpo
que se sostiene en el aire, que va envejeciendo con la misma fuerza de siempre, resistiendo como
un brujo a los susurros de la muerte, agujereando el teatro de Medellín, siendo uno de los teatros
más originales y sinceros que puedan verse hoy, más auténticos, de un actor, que es director, que
es escritor, un artista, que vive del arte, fiel a sus ideales, viajando seguro sin rumbo, ni mar, atado
a sus pies que besan descalzos la escoria de su ciudad.
26/05/15