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Poro teatro

¡Basta de teatros ficticios

de escenarios sin polvo

de luces artificiales!

La vida si es algo es mentira

el teatro lo es todo.

Juan José Escobar.

Aparece entre las humaredas, rodeado por la tarde, La barca de los locos, barca hecha de piel de
pies, que besan las cenizas en el suelo, los escupitajos, la mugre. Vienen taciturnos, la una con
movimientos veloces de antiguo samurái, el otro, con la cabeza gacha, los ojos abrigados por el
ceño fruncido. Son las 5:30 pm, algunos chicos juegan futbol, se oye el fragor de los autos, el rugir
de los locos, que aún sobrios se estremecen en los ocasos, las palomas van al oeste, revolotean
hasta posarse en las ramas de los árboles o en la mole gigantesca de la catedral, construida con
sangre de toro, mármol de carrara y mitos bulímicos. Al frente de La barca, donde la una se pone
en cuatro a practicar la vaca y el gato (posiciones de yoga) y el otro a encender las velas como
preparación del rito, se encuentra la magna estatua de bronce verde del gran libertador,
equidistando las longitudes del parque bolívar, extendiéndose desde allí, donde ha de sentarse el
público, el escenario, hasta el infinito, borrando los bordes de cualquier pared. Los truhanes que
por allí pasean: ladrones, sicarios, jugadores empedernidos de parqués y de cara-o-sello con
cajitas de fósforos, para apostar el próximo pinchazo, concurren a la cita, una cita que hace más de
20 años el espíritu de La barca ha encaminado, reuniendo locos que agitan los ojos y parpadean
como semáforos intermitentes, travestis que enseñan sus senos lisos y rutilantes, a un paseante
engominado. De pronto aparecen una jauría de gringos guiados por pequeños paisas vestidos de
rojo que enseñan el parque en un inglés montañero, un par de evangélicos que congregan tres o
cuatro descabezados, el uno con un frasco de sacol, el otro embadurnado de hollín, el último,
girando en círculos como un espectro. Poco a poco vámonos sentando bajo Bolívar y su caballo,
aparecen curiosos, jóvenes, académicos, periodistas, otras veces: prostitutas, alcohólicos,
granujas. Sin importar el público, el ritual comienza, las velas encendidas, el incienso estirándose
hasta el cielo, tocando las palomas, impregnando las narices, Bernardo exclamando en voz baja
maldiciones o conjuros.

Bernardo frente a una ciudad enmudecida, donde arriba, los rascacielos, abajo, la podredumbre,
propone un reencantamiento del mundo. Morris Berman afirma que el mundo ha caído en un
desencantamiento por la frenética búsqueda de la verdad científica, la modernidad ha
desvanecido la solidez de lo que antes estaba configurado como arte, religión, medicina,
profanando todo lo sagrado. Con el capitalismo, va a destruirse lo que se consideraba sagrado
convirtiéndolo producto del mercado. Berman anuncia que hay que reencantar el mundo,
sacralizándolo, esto, solo es posible si se ritualiza. La barca de los locos hace rito, sacraliza el
teatro, primero, preparan el espacio, luego, empiezan puntualmente a las 6:00 pm, y al final
recogen las ofrendas, los avisos parroquiales. Recuerdo también el rito del principito con el zorro:
al domesticarle, éste debe encontrarlo todos los días a la misma hora, La barca de los locos
domestica, no a los espectadores, sino al parque bolívar, los espectadores son parte del parque,
tal como los no espectadores, que se sientan a conspirar políticas, a jugar o a tramar asesinatos.
Teatro que tiene como montaje: la catedral, la estatua del libertador, las escalinatas donde se
sienta el público, la media torta donde comienzan a gritar discontinuamente: la-va-bar-caca-
delos-locos-prese-mnta-ta:… y un señor que bordea los 50, detiene su bici entre la estatua y La
barca repitiendo excitado: La barca de los locos, La barca de los locos.

Los personajes de La barca, son Lucía y Bernardo, los atuendos, hechos por ellos o comprados en
pequeños mercados, aparte de ellos está uno de los espectadores, a quien sacan por azar,
rompiendo escena. La propuesta de La barca es una propuesta que va a romper paredes, visibles
como las del teatro o invisibles como la de la escena (la cuarta pared), La barca agujerea el teatro
tradicional, luego de ver las obras de Bernardo, hay una doble sensación de fuga, la del teatro
hacia la calle y la de la calle hacia el teatro, haciendo un poro, donde la ventilación se escapa,
agrandando el agujero. En el espectador escogido al azar se encuentra el clímax de todo el
movimiento, del rito, en él está el poro, desde su silencio, él puede ver el teatro y la calle, los dos
contenidos en un solo acontecimiento. El espectador-elegido es un péndulo que se aleja del
parque y antes de que esté en el teatro, Bernardo lo sacude, Lucía lo agrede con sucias palabras y
otra vez se columbra hasta el parque. El espectador-elegido está confundido, baja la cabeza ante
los otros espectadores, se siente víctima de un insorcismo, donde los demonios lo habitan; mira a
sus conocidos y de pronto vuelve a estar con ellos, lo devela una sonrisa que deja escapar, pero un
alarido recupera su mirada, vuelve a balancearse hacia el teatro.

Bernardo utiliza también a un cuarto personaje que nunca cambia, éste es: Bolívar. Cuando habla
al público habla a Bolívar, lo injuria, le pregunta, le devuelve la vida, el grande libertador va a ser
esa figura inmortal que acompaña el rito, al que se le habla sin escuchar respuesta, como una
plegaria que se arroja al cielo, pero que siempre es ignorada. Como un reproche que se lanza, una
pregunta, una petición, un recordar, para la estatua, para el tótem, el estandarte de la libertad y la
independencia.

El teatro de Bernardo también se desvanece, se convierte en un teatro vital, él se vuelve el teatro,


su cuerpo no es una mera máquina que profiere injurias, que ataca el espíritu público,
demostrando que, como dice Brecht: “El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un
martillo para darle forma”, demostrando, como Artaud, una obra ligada a la vida: “donde los otros
proponen obras yo no pretendo más que mostrar mi espíritu. La vida es quemar preguntas. No
concibo una obra separada de la vida”, teatro pobre y ritual como el de Grotowski, el de La barca.
Pero un teatro que aún está vivo, que se para todos los jueves en el mismo parque, a la misma
hora, a martillar miles de catarsis, a romper el teatro, un teatro entre las montañas antioqueñas
que se ha vuelto poroso, que se ha vuelto mercado, que ha roto lo sagrado del arte, teatro que
hacen actores, que son meras maquinas reproduciendo a la maniera antioqueña pensamientos e
historias europeas, actores que estudian teatro, francés mal hablado, a Marcel Marceau, que
precian las entradas a casonas ubicadas en la carretera, desde 5 hasta 30 lucas, ni que decir del
metropolitano, entradas a 80, a 120, para ver las arrugadas zarzuelas que vieron los abuelos y
siguen viendo como: “la del soto del parral” o “los gavilanes”; pero actores que quizá no den con
el arte, que sigan estructuras aristotélicas de la comedia o de la tragedia, que representen a
Shakespeare, pero que jamás logren crear. El teatro del absurdo, el de la crueldad, el teatro pobre,
el pánico, han hecho al teatro tradicional poroso, a estos habrá que añadir el teatro de Bernardo,
cómo podremos hablar de él, del poro que a su vez hace entre teatro y vida, entre discurso y
cuerpo, entre vulgaridad y rito. Dice Bernardo que “una cosa es el papel y otra el gesto, con el
gesto el papel se deshace” también dice: “una cosa es el teatro y otra el teatro callejero, en éste el
actor se expone a cualquier imprevisto, para captar al espectador hay que sacarse el hígado y
ponérselo en las narices”.

El estilo de La barca de los locos es exclusivamente poético, el espectador que no acostumbre la


prosa poética se irá del parque con un nido de pequeñas preguntas que se volarán sino se indaga;
un estilo que utiliza una fusión entre el arcaísmo, el realismo y la vulgaridad, pero siempre desde
la creación de imágenes, sean estas surreales, crueles o realistas, con cultismo, musicalidad o
hijueputazos, el ritmo va cambiando: a veces violento, otras enternecedor, Bernardo sonriente,
Bernardo furioso, Lucía golpeando, acariciando a un espectador, un paseante que atraviesa entre
las escalinatas y la media torta es injuriado, Bernardo chasquea los dedos ante un espectador que
va con su mirada a una contienda entre bandidos… El espectador tampoco sabe si es una tragedia,
una comedia o un manifiesto, a veces se oyen risas, otras arremedos, cuando se grita una
vulgaridad, cuando se comete un gesto obsceno. Es un teatro que va hacia el manifiesto, pero
manifiesto con ritmo y estilo propio, uno que se desenvuelve en el gesto, ni tragedia, ni comedia:
péndulo, poro entre el teatro y la vida, limbo en el que confluyen los mitos, el arte, el anti arte, la
verdad, el ocaso, un salivazo, un navajazo. La barca de los locos ataca al espectador, recuerdan
como Sidharta Gautama que la vida es ilusión, que hay que romperla, su teatro es el poro que
conduce a romper el maya. Diferente pero cumple la misma función que la anti-comedia de Andy
Kaufman: despertar al espectador de ese adormecimiento habitual, la misma función que el teatro
de Alfredo en el falso documental: noviembre de Achero Mañas, donde el héroe ve en el público a
su hermano discapacitado, al que quiere hacer mover, deshacerle ese letargo; como Andy
Kaufman se ataca al espectador y a la mentira que publican los medios de comunicación, por eso,
si Bernardo sale en un programa de radio, éste es censurado.

Al mismo tiempo, el teatro de La barca hace una crítica al espectador, sin buscarlo, no le importa
si es académico o analfabeto: asiste el que quiera, no es un deber pagar una entrada, ni oler bien,
ni llevar gabán o saco. Asisten en bicicleta, sin camisa, contestando celulares, silbando, bailando,
corriendo, atracando; y otra crítica al teatro, es la antítesis que se ve en la colosal película
synecdoche new york de Charlie Kaufman, donde se ve la representación de la ciudad dentro del
teatro y la representación de éste al infinito desde la obra, en synecdoche se supera la propuesta
Shakesperiana de teatro dentro del teatro y La barca con su vida consagrada, supera a synecdoche
proponiendo un nuevo paradigma: qué tal si el teatro deja de ser representativo y de usar
escenario, para desde la calle proponer la poesía, un lenguaje inusual impregnando un sitio de
paso como lo es el parque y ritualizar este espacio. La barca emancipa la poesía, al teatro, sus
obras están marcadas por todas las temáticas del hombre, desde manifiesto poético, la política, la
religión, la sexualidad… de pronto Bernardo busca aprobación de la estatua de bolívar y pregona
como desde el pulpito una parábola que ha escrito, una de las cuatrocientas que cuenta la leyenda
ha escrito.

La voz adquiere un matiz sacerdotal, exhorta a penetraciones, a emanciparse, una voz que resiste
la vejez, que deja escapar una saliva blanca como el sudor del caballo de Bolívar. Luego viene un
nuevo cambio de ritmo: la fiesta, Lucía entra en un salón imaginario, ¡la fiesta!, los invitados
miran, muy callados, absorbidos, conmovidos. Cesan los gritos, los actores respiran, Bernardo
utiliza un nuevo recurso, repite un fragmento de poesía, estrujando a Lucía niega con la cabeza,
indica al espectador-elegido, -coja esto guevón, así, eso, repita…- es un nuevo poro, la obra se
pinta ahora como un nuevo rehacerse, como salida de una práctica a la que no le importa la
perfección o que su perfección es improvisar, es romper el acto puro, es crear diferentes planos en
el mismo lugar, como dimensiones o estratos que van desde el parque Bolívar hasta el teatro, pero
sin llegar nunca a uno de estos lugares, una dimensión incluye a los espectadores, los adentra y los
agita, otra dimensión incluye a los actores, los hace artistas y los vulgariza cuando los corrige, es
cuando casi se regresa al teatro, pero su ritmo atropellado, desestabiliza el movimiento para que
la obra se quede en el poro y no llegue a ningún lado, conteniendo todo el arte.

La obra de La barca, es el teatro, un teatro que es poesía, una poesía que es cuerpo, un cuerpo
que se sostiene en el aire, que va envejeciendo con la misma fuerza de siempre, resistiendo como
un brujo a los susurros de la muerte, agujereando el teatro de Medellín, siendo uno de los teatros
más originales y sinceros que puedan verse hoy, más auténticos, de un actor, que es director, que
es escritor, un artista, que vive del arte, fiel a sus ideales, viajando seguro sin rumbo, ni mar, atado
a sus pies que besan descalzos la escoria de su ciudad.

Julio Der Nasca

26/05/15

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