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Relatoría del taller de Periodismo y Literatura

con William Ospina, 2005

Taller de Periodismo y Literatura con William Ospina

Compendio realizado por:


Andrés Alfonso Pachón Arbeláez
Reportero del diario El País, Cali, Colombia

Durante cinco días un total de dieciséis jóvenes periodistas procedentes de Argentina,


Chile, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Estados Unidos, México y Venezuela, así
como de diferentes regiones de Colombia, nos dimos cita en la sede de la Fundación
para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, FNPI, en Cartagena de Indias, para
compartir y aprender de la mano del escritor tolimense William Ospina las diferentes
aplicaciones que de la literatura se pueden dar en el periodismo escrito, ese
periodismo que a diario se practica en las salas de redacción y del que a veces sus
oficiantes nos quejamos por la rutina en que se ejecuta en lo que respecta a la
escritura y riqueza (¿o pobreza?) de las formas y los géneros, encasillados ya en una
labor mecánica como ‘herencia’ de la experiencia que tenemos en el medio y que, sin
saberlo, termina atándonos y vendándonos los ojos ante nuevas posibilidades de
expresión.

Así, en un ejercicio continuo de academia, el análisis, las dudas y las anécdotas, al


igual que una necesidad constante de aprehensión, compartieron espacio entre el 12 y
el 16 de diciembre de 2005 en un claustro colonial de la Cartagena amurallada, la
misma que acoge a la Fundación y a sus visitantes, quienes casi novatos en el oficio
periodístico buscamos nuevas fronteras de escritura que nos permitan renovar nuestro
quehacer, al tiempo que se nos brinda la posibilidad de descubrir las falencias y
potencialidades de cada uno y nuestra afinidad con la literatura que, de hecho, se ha
de llevar en la sangre para quienes optamos por esta disciplina.

La intención primera del taller no fue jamás la de hacer literatura, sino la de hacer
acopio de lo bastante que ella nos brinda para perfeccionar los textos que a menudo
trabajamos, haciendo de aquella y de la escritura noticiosa una amalgama sólida
capaz de trazar el derrotero diario del reportero. No así, también dejó abierta la puerta
dicotómica entre el periodismo que actualmente se practica y la inclinación por el
ejercicio entero de la literatura, que significaría, a la postre, una lejanía con las salas

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de redacción… al fin y al cabo, esa es una posibilidad que a todos los que hoy somos
reporteros se nos cruza alguna vez por la cabeza.

No es gratuito entonces que el taller hubiera sido orientado por el escritor William
Ospina, quien abandonó la publicidad y las salas de redacción hace dos décadas para
dedicarse a la práctica de ensayos, a la escritura de columnas de opinión para medios
locales e internacionales, a la creación de poesía y a la realización de libros, de los
cuales surgió recientemente su primera novela: Ursúa, de la que se comercializaron
diez mil ejemplares en el primer mes de lanzamiento en el mercado, lo que constituyó
un positivo balance de ventas que ni siquiera esperaba alcanzar el propio Ospina,
según admitió frente a algunos de sus alumnos del taller, por demás, el primero que
dictaba en la Fundación.

Al respecto, vale la pena destacar que el taller del cual aquí se hace la respectiva
relatoría cerró el ciclo de programas de la FNPI en su décimo aniversario de
actividades, y que el mismo se realiza anualmente (desde 2001) en memoria de Eligio
García Márquez, hermano menor de Gabo, nacido en noviembre de 1947 en la
población de Sucre y quien falleció en Bogotá en junio de 2001, luego de ser, al igual
que su hermano, periodista y novelista destacado, así como asesor editorial de la
revista Cromos y coordinador general de la revista Cambio.

Desde el 2001 han orientado este taller los maestros Sergio Ramírez (Nicaragura),
Francisco Goldman (México), Martín Caparrós (Argentina), Mayra Montero (Cuba y
Puerto Rico) y, en para el 2005, William Ospina (Colombia), quien dedicó cinco días a
brindar sus conocimientos literarios a los dieciséis jóvenes asistentes al taller.

Durante ese tiempo, el primer día consistió en intercambio de experiencias literarias y


periodísticas por parte de los talleristas, quienes tuvimos la posibilidad de regodearnos
con la poesía de Borges, que con magistral memoria recita enteramente William, y a
recabar sobre qué es y cómo se aplica la literatura en el ejercicio que nos ocupa. Las
sesiones posteriores a ese primer encuentro se dividieron de la siguiente manera: el
segundo día estuvo dedicado a la poesía y su influencia en la redacción periodística; el
tercer día, al ensayo; el cuarto, a la novela y sus influjos en los géneros periodísticos y,
el quinto y último día, a la historia, conocimiento y aplicación del cuento como género
literario.

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A continuación, el compendio de los diferentes apartados que sobre periodismo


literario se abordaron en el respectivo taller con el escritor William Ospina.

Literatura y periodismo
El entronque entre periodismo y literatura es la premisa de que la realidad no es
verbal, y de que todos recibimos la realidad partiendo de indicios y datos que leemos,
y no solamente de lo que captamos en un relato hablado.

La literatura es un arsenal de recursos narrativos y expresivos. En ese sentido, el


periodismo debe acercarse a ella no de manera utilitaria, sino como forma de vida, en
el que el ideal a conseguir debe ser crear con el lenguaje. De manera tal que no se
deben aprehender los recursos de la literatura como algo que se busca, sino que estos
deben hacer parte de una dinámica diaria. El resultado será entonces unos textos
cargados de goce estético, así como de formas y resultados positivos para quien los
contempla.

Así como el artista, el literato sólo sabe lo que busca hasta que lo encuentra. Lo
anterior se resume en que un creador no sabe de antemano lo que va a ser el
producto final, y si lo reconoce es porque entonces está haciendo una transcripción de
las cosas o de los hechos. Así, el mundo del arte, y con él el de la literatura, está lleno
siempre de incertidumbre, ya que nadie sabe si el resultado final tendrá éxito o no, si
será aceptado o rechazado por el colectivo social.

Sin embargo, un buen consejo para alcanzar este éxito es no estereotiparse. Es decir,
habrá más creación cuando menos estereotipado sea el producto final, en cuanto
menos se apele a lugares comunes y frases de cajón o formas de expresión bastante
conocidas y manidas.

Lo anterior no quiere decir que se pueda escapar de las tradiciones del lenguaje, ya
que la dinámica propia de éste es permanecer vivo a través de los relatos.

Por demás, la literatura nos permite darnos cuenta de que el mundo es mágico, que
vive y que despierta realidades que parecían quietas. Así, por ejemplo, en el Siglo XVI
la lengua castellana se llenó de sonoridad indígena debido al proceso de colonización.
El peso de la necesidad llevó a los poetas y escritores a hacer uso de las lenguas

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indígenas cuando no hallaron palabras adecuadas para expresar ideas, conceptos o


simplemente denominar objetos, como el término ¨hamaca¨, para referirse a una
especie de cama que cuelga de un techo o un árbol por medio de dos lianas.

No obstante, por estar llena de modismos y neologismos indígenas varios puristas del
lenguaje llegaron a señalar que no podía tomarse como poesía o literatura una obra
que incluyera lenguaje indígena, un concepto que para fortuna de nosotros se
desvirtuó con el paso del tiempo.

A todo buen escritor le hace falta entrar en contacto con el mundo, y eso es algo que
brinda el periodismo. Así, por ejemplo, la obra de Shakespeare está muy llena de vida
inmediata, algo a lo que no se acercan demasiado los académicos y que contribuyó a
la magnificencia de su obra.

Tanto en la literatura como en el periodismo es posible que el tono del autor y la


temática terminen por dominar la escritura. Lo anterior no debe ser inconveniente si se
tiene en cuenta que en cada instante se debe manejar el estilo de la época, sin que
ello implique que se deba descartar el uso de la literatura heredada. A lo que se quiere
llegar con esto es al lenguaje que conviene usar para quienes van a ser nuestros
lectores, quienes deben hacer uso de expresiones similares a las de nosotros y a los
que debemos de llegarles de manera directa y sencilla. Con el paso del tiempo esa
manera de escribir y de expresarse se verá reflejada vívidamente en un periodo
histórico, y por más que un autor busque ser diferente a otro se encontrará signado
por ese estilo, al que la historia le dará nombre propio y en el que las similitudes se
contarán por millar.

Así, por ejemplo, se puede hablar de un estilo preciso de expresión en los artistas del
barroco y de otro estilo muy diferente en los del renacimiento.

Es de destacar que siempre convendrá hallar el tono en el que se va a hablar o narrar


una historia, ya que eso personaliza el texto desde un principio.

Vale la pena tener en cuenta que el arte difiere de la buena redacción. Así, aprender la
técnica de escribir es una necesidad de expresión, pero ello no quiere decir que tales
técnicas sean herramientas que redunden en una excelente pieza escrita, todo porque
la literatura está sujeta al azar de la inspiración. Como se quiera, tanto en el

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periodismo como en la literatura hay que ejercitarse, mantener la mano caliente con el
desarrollo continuo de diversos textos que permitan pulir el estilo.

La importancia de la literatura en el periodismo redunda en la necesidad de contar con


la sabiduría que sólo ella nos brinda y que nace de la experiencia de lo que se ha
leído. Esa sabiduría nos permite conocer un hecho y transmitirlo. Hoy, la información
llega por todas partes: televisión, radio, Internet, agencias de prensa… formando un
compendio de conocimientos y hechos que a veces desbordan nuestra comprensión, y
es allí donde la sabiduría nos permite pensar y organizar mejor esos hechos para
hacerlos públicos.

El periodismo literario, así como cualquier obra escrita, tiene tantos sentidos como
lectores, por eso cada persona interpreta los textos a su manera. En tal medida, puede
decirse que el lector es tan creativo como el escritor mismo, toda vez que éste pone la
partitura para que el otro (el espectador) la interprete. De ahí que se diga que un libro
estimula más la imaginación que una serie televisada.

A juicio de William Ospina, la literatura permite mostrar qué tan complejo es el mundo,
una premisa que no es muy segura en el periodismo, en la medida que abarca los
hechos con demasiada vertiginosidad.

La Poesía

Existen figuras que pueden usarse poéticamente para maximizar las circunstancias o
sentimientos. Así, por ejemplo, un anciano que llora junto al mar puede ver
minimizados sus sentimientos ante la magnitud que el océano representa, pero si
decimos que su llanto se refleja en el mar se maximiza ese dolor con un claro
fundamento en las analogías.

La poesía siempre busca explicar la realidad y libra una lucha constante por demostrar
que las cosas que damos por hecho son un misterio aún en nuestros tiempos. Así, la
poesía no explica el agua como una fórmula química de H2O, sino como un dios,
como algo divino y etéreo que tiene sustrato más allá de lo terrenal y comprensible. La
poesía, entonces, desdeña del progreso, lo que nos permite remitirnos a Kafka, quien

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señala que el progreso no quiere decir que en la práctica el mismo se dé como lo


pretende demostrar el término que lo califica.
En consecuencia, la relación entre poesía, realidad y periodismo se encuentra en
nuestra contemporaneidad, en la modernidad que no quiere describir el mundo de una
manera hermosa, sino retratar todo lo que nos rodea y que por su rutina no nos
detenemos a observar. En síntesis, como afirmaba Baudellaire, la poesía busca
aprehender esa realidad que ¨si me la quitan me muero y si me la dejan me mata¨.

Con el paso del tiempo la poesía se ha cimentado como un esfuerzo de conocimiento


y no sólo como otra expresión de información, por lo que nos permite conocer el
mundo de una manera condensada. Ella nos facilita expresar realidades gigantescas y
a menudo complejas con pocas palabras. Así, la poesía es la necesidad de expresar y
comprender la inmensidad y extrañeza del mundo, al tiempo que teje una oración de
agradecimiento. Es, por demás, un lenguaje que intenta reconciliarnos con el mundo,
sin la necesidad de ser conformes con el mundo mismo.

Si de algo debe echar mano el periodismo de la poesía es de la verosimilitud (que no


es lo mismo que verdad, pero de lo cual nos ocuparemos más adelante), toda vez que
vuelve más interesante la narración porque busca su entronque con la realidad, algo
que le resulta familiar al lector porque lo reconoce y con lo cual puede hacer analogías
y sacar conclusiones, a diferencia de los relatos mágicos, en los cuales en ocasiones
no hay puntos de comparación para el lector porque sencillamente no existen en la
realidad.

A lo anterior vale la pena sumarle la sugerencia de estar siempre atentos a las


diferentes reacciones sociales para descubrir de qué quieren enterarse o aprender
nuestros lectores, algo en lo cual hace falta observar soslayadamente la antropología,
pues nos permite ubicarnos por épocas y generaciones en lo que mueve la masa de
espectadores respecto de varios temas a fines.

Si algo debe dejarse claro en este compendio es que si bien el periodista puede hacer
buen uso de los recursos poéticos en su trabajo, también debe ser consciente que sus
productos se orientan a un público más general que el pequeño y a veces cerrado
mundo de los amantes de la poesía, por lo que la premisa aquella de escribir claro y
conciso no debe abandonarse jamás. Lo anterior es necesario recordarlo porque una
de las figuras de la poesía más empleada por los periodistas es la analogía o

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metáfora, que en periodismo deberán ser claras y cortas, y no largas y confusas como
a veces ocurre en la poesía.

Desde luego, muchas veces se tendrá que apelar a tecnicismos metafóricos para
hacer más comprensible o armónico un concepto, pero todo debe ser en la justa
medida. No hay que confundir, pues, la falta de estilo con la ligereza intelectual del
autor.

Un buen consejo es ayudarse en las crónicas y reportajes con los recursos que brinda
la poesía, toda vez que ayuda en la riqueza del lenguaje, pero siendo plenamente
conscientes que no se está haciendo poesía, sino periodismo. Lo ideal entonces es
que no se note demasiado que la poesía está haciendo parte del texto periodístico,
pero que, sin embargo, permita dar una mirada más orientada a la literatura de lo que
brinda un simple texto de revista o periódico. Recuerde que un uso desmedido de la
poesía en el plano periodístico hace que éste pierda la naturalidad y se note forzado y
artificial.

La poesía aplicada al periodismo nos debe ayudar a resaltar en el texto aspectos que
nos permitan atrapar la imaginación, ayudando a sensibilizar y afinar la percepción y el
lenguaje. En síntesis, la poesía es todo lenguaje que puede sacudirnos frente al
mundo.

Recuerde que poesía no es siempre metáfora, sino una forma de mostrar que nuestro
texto vive y siente la realidad en la que nos sumergimos para después transmitirla al
lector. Así, un lenguaje directo puede ser intenso y poético, algo en lo cual también
cuenta el orden en que se dispongan las palabras. Otra sugerencia: el periodismo no
puede hacer hipérbato, como lo hace la poesía, porque debe ser preciso.

Ahora bien, ¿cuándo se debe hacer uso de las metáforas en el periodismo y con qué
intensidad? La respuesta es que, como en el arte, en el periodismo la intuición juega
un papel fundamental en el texto final, por lo que el uso de metáforas y la cantidad que
de ellas se disponga dependerá de lo que el autor considere necesario. Sin embargo,
cuando se es joven en el oficio, los errores ayudan a forjar la madurez, y estos son
necesarios porque permiten que en el colegaje se reconozca la habilidad o desdeño
de la aplicación de las metáforas en los textos que se publican. Es decir, sólo el uso de

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las metáforas en la cantidad y forma que el autor disponga permitirá saber si ese símil
cumplió o no su cometido, algo en lo cual colaborarán las críticas de los colegas.

Así, por ejemplo, ¨los niños del maíz, los asesinos natos, la dulce infancia en llamas¨,
es el cierre de un texto periodístico que versa sobre la violencia suburbana de las
juventudes latinoamericanas, y que guarda tanta fuerza en sí mismo que termina
siendo poético y metafórico, al tiempo que encierra en sí mucha connotación social.

Como los poetas, cada periodista debe tener y conservar su estilo, y así como las
obras deben parecerse a su autor, el método en que se ejecutan también debe
parecerse. Lo anterior quiere decir que cada persona tiene una forma de escribir y que
debe cosechar un hábito de escritura, con horario o cantidad de páginas por elaborar
en el día o en la noche. Al respecto, recuerde que no se pueden pasar las
herramientas y propiedades de la poesía a otros géneros como tal, pero sí la actitud
que germina y madura en el periodista.

Lo anterior va de la mano con el tema que aquí se trata, y es que siempre conviene
hacer muy buen periodismo cimentado en la actitud disciplinada que le brinda la
poesía al autor, buscando cumplir así el objetivo mismo del reportero: acercarse al
lector.

El Ensayo

El ensayo nació como género literario en el Siglo XVI. Sin embargo, tesis
fundamentales como ‘Los diálogos de Platón’ y otros sobre la poesía y la política
planteados alrededor del Siglo V antes de Cristo pueden denominarse también
ensayos. Como se quiera que fuera su origen, lo cierto es que el ensayo es el esfuerzo
de reflexión personal sobre cualquier tema de la realidad, procurando tener un estilo
agradable a los lectores, al tiempo que no pretende obtener la verdad absoluta de las
cosas, sino poner a juicio público la apreciación personal del autor. Así, el ensayo
permite ver la evolución de las ideas en el tiempo y el modo como han sido vistas por
otras culturas.

El ensayo quiere ser experimento, nunca nada acabado, permitiendo abarcar casi
cualquier tema. Por lo tanto, no debe haber conclusiones en él.

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En la historia han sido conocidos ensayos acerca de las costumbres de las palomas y
el estornudo, que aunque en principio pueden parecer temas banales de tratar en
términos periodísticos y literarios han alcanzado amplio desarrollo bajo el género en
mención.

En lo referente a su historia, cabe decir que el ensayo fue un género muy vivo en la
época del Siglo XVI, cuando empezaron a circular una serie de reflexiones lúcidas
acerca de la sociedad de la época, primando en lo individual de sus autores y su modo
de pensar y hacer análisis. El ensayo es contemporáneo de la novela y, si se quiere,
hermanos en lo referente al tiempo en que se gestaron, muy diferentes al cuento y a la
poesía, cuya existencia data de tiempos inmemoriales.

Las grandes creaciones literarias y de tradición cuentera no tenían autor, y eran


pasados de una generación a otra por medio de una voz colectiva que se encarga aún
hoy de esconder cada vez más a su autor primigenio y de darle nuevos matices a la
historia, como si del juego del teléfono roto se tratara, por eso es que resulta casi
imposible develar quien creó Pulgarcito o la Cenicienta, cosa distinta de la novela en
castellano, cuyo mentor puede decirse que fue Cervantes, mientras que del ensayo su
pionero fue Monteño.

Lo anterior permite remitirse a la importancia de la individualidad, la cual sólo la brinda


la firma del autor, en la que también prima la originalidad. La firma no sólo es la
muestra de orgullo intelectual, sino también la necesidad de hacer mercantil la obra en
los tiempos actuales, en los que priman los derechos de autor.

Pero no nos alejemos de nuestro tema central en este acápite: el ensayo es también
un instante para establecer puentes entre diferentes disciplinas, entre materias y
mentes distintas, de ahí que haya ensayos de todo tipo, desde los sociológicos hasta
los científicos y literarios.

Como se quiera, el periodismo moderno debe buscar los diferentes matices de una
sociedad que sean importantes de resaltar, un ejercicio en lo cual colabora el ensayo,
porque es rápido frente a otros géneros literarios y porque permite regodearse entre la
razón y la imaginación, entre el rigor de los datos y la gracia del lenguaje, teniendo
derecho a todo, menos a aburrir al lector.

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El ensayo siempre será el campo para exponer ideas y defenderlas o argumentarlas


suficientemente para otros, renunciando a imponer la verdad a los demás. En
consecuencia, el ensayo no es imperativo, sino que busca dialogar y exponer la
cortesía civil para convencer.

El ensayo es el tono menor del tratado erudito, donde se siente la voz principal, de ahí
que tenga relación con el periodismo de opinión. No obstante, el periodismo de opinión
no es siempre ensayo, porque trata los temas que ocurren a diario y no se da el
tiempo suficiente para reflexionar como corresponde.

El ensayo tiene sed de intemporalidad y siempre busca brindar más al lector que lo
que le ofrece una nota de opinión, toda vez que se da el tiempo suficiente para
ahondar en el análisis de los hechos o acciones para luego versar sobre ellos, de ahí
que también en la época antigua se le relacionara con la filosofía.

La Novela

La novela es el género literario que inaugura la modernidad. En lengua castellana esa


modernidad viene de la mano de El Quijote, que nació precisamente como una crítica
a la permanencia de las historias de caballería y a los cuentos de hadas anclados a la
sociedad medieval, donde los personajes no cambian a pesar de las circunstancias:
así, el príncipe sigue siendo tal al final de la historia, y si llega a suceder algún cambio
en su condición obedece a hechos puramente divinos o por efecto de la magia, como
el príncipe que es convertido en sapo por el hechizo de una bruja malvada.

Por demás, en los cuentos de hadas existe siempre el final feliz y en ellos sus
protagonistas nunca mueren, mientras que en la novela contemporánea el
protagonista puede perecer y perder su lucha en pro del bien.
La novela moderna inmiscuye cambios en los personajes y genera metamorfosis en
sus actores, de manera tal que quien nace millonario puede terminar como un
mendigo, debido a hechos más terrenales que divinos. Lo anterior deja ver que la
experiencia de vida influye en la actitud de los personajes y que estos, a su vez,
influyen en el comportamiento y actitud de los otros personajes que los circundan.

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No obstante, en la novela moderna tienen cabida la sospecha de lo fantasmagórico y


la presencia de espíritus, como herencia de las historias de la Edad Media, a las que
hace referencia Tolkien en ‘El señor de los anillos’. Es válido entonces aclarar que en
la novela moderna tales fenómenos paranormales o bañados de divinidad ya no se
dan como ciertos, sino como sospechas, de manera tal que en lo que la época
medieval se denominaba magia, en la novela se pasa a denominar locura. Así, por
ejemplo, a El Quijote se le considera loco cuando se enfrenta con molinos de viento a
los que contempla como gigantes, mientras que en la época previa a la novela
moderna tal ‘obstinación’ por parte del desdeñando personaje se habría considerado
cierta, es decir, se hubiera dado por sentado que los molinos eran en realidad seres
gigantes y que El Quijote no estaba loco.

La novela moderna nace entonces en España, un siglo después del descubrimiento de


América y como influjo de las correrías que emprendieron los colonizadores en busca
de quimeras, pueblos encantados y mágicos, sirenas, amazonas y dragones, correrías
que terminaron conduciéndolos a una realidad que no esperaban, matizada con
cocodrilos, manatíes y una selva y fauna vírgenes que jamás habían contemplado.

Una vez fundada como tal, la novela moderna se extendió por Occidente, pero fueron
los ingleses y los rusos quienes terminaron por impulsarla, al ser ellos los más
prolíficos en el género

Un aspecto clave de la novela es que permite lograr más detalle en la narración


porque se apega de la realidad, lo cual siempre es más fácil que hacer ficción. Sin
embargo, es fundamental que en ella el autor tenga rigor psicológico para cada uno de
lo personajes que la componen, toda vez que su carencia afecta el resultado de la
historia. Ello también se refiere a la credibilidad de los personajes y a la psicología de
cada uno de ellos, quienes sin un retrato fiel de su personalidad serían como seres
inanimados para el espectador.

Como se quiera, la novela también permite amplios trazos de ficción, que bien
manejados pueden parecer verosímiles. Una de esos trazos tan comúnmente utilizado
por los escritores tiene que ver con la geografía ficción, donde se puede ubicar una
ciudad en un lugar determinado si al autor así se le antoja para sus necesidades,
como en el caso de Macondo o, más surrealista aún, Ciudad Gótica. También existe la
historia ficción, donde se aprovechan hechos reales para crear espacios imaginarios

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que pueden sembrar la duda en el lector de si lo que acaba de leer es cierto o puede
serlo en algún momento. Tal es el caso del ‘best seller’ de Robert Harris ‘Fatherland’,
donde el autor aprovecha el holocausto nazi para desarrollar una historia ficticia en la
que Hitler toma el poder mundial luego de ocultar por medio de organizaciones
secretas y la misma SS la orgía de sangre que debió padecer el pueblo judío en los
campos de concentración. Al final, un mismo agente del Tercer Reich es quien se
encarga de develar la verdad al mundo entero en una parada militar, propiciando la
caída del nazismo.

Otro ejemplo (si se quiere más comercial) de la historia ficción es ‘Parque jurásico’,
donde su autor, Michael Krichton, deja abierta la posibilidad de volver a poblar el
mundo de dinosaurios tras la manipulación del ADN hallado en un mosquito fosilizado.
La teoría de Krichton, quien antes de ser escritor estudió medicina, fue tan bien
sustentada en su obra que incluso la ciencia médica debió pronunciarse sobre el
particular y señalar que tal proposición no era más que pura fantasía… muy
entretenida, por cierto

Lo anterior nos lleva a retomar un punto que habíamos mencionado unos párrafos
atrás y que ahora compete desarrollar como corresponde: la diferencia entre verdad y
verosimilitud, que aunque cueste creerlo, no tienen correspondencia entre sí. La
primera es el reflejo de los hechos fácticos a través de algún género periodístico o
literario, como la noticia o el reportaje, mientras la segunda (la verosimilitud) se puede
denominar como el acopio de herramientas, hechos, sucesos, personas o cosas reales
que se pueden adoptar para darle sustento y argumento a la literatura de ficción o de
cualquier otro estilo; tal y es el caso de ‘Parque jurásico’, donde el tema de la
manipulación genética de nuestros días permite darle verosimilitud a la obra de los
dinosaurios de Krichton, que sin ese elemento sujeto a la realidad terminaría siendo un
cuento de niños o, en el peor de los casos, un mal chiste.

Vale la pena destacar aquí que mientras el periodismo tiene más cercanía con la
verdad (y de hecho es su fundamento) la novela tiene más afinidad con la
verosimilitud.

La novela entonces permite dejar en el lector un manto de duda, dando espacio a la


reflexión y a preguntarse si todo lo que en ella se menciona es cierto o no. En síntesis,
la novela permite jugar con la hipótesis, haciendo uso para tal fin de los hechos

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históricos, que si bien no hay que borrarlos, sí pueden ser ‘adobados’ como realidades
comunes para darle más vivacidad a la historia. Un ejemplo de ello puede ser el
mencionar que mientras Simón Bolívar cabalgaba en su corcel blanco éste tropezó
obligando a su jinete a asirse más fuerte de la cabalgadura para no caer; un hecho del
que quizás nadie tenga la certeza, pero que indistintamente de que fuera cierto o no le
brinda más vida al relato, mostrando el frenesí de Bolívar por llegar a su destino, al
tiempo que se introduce al lector en la historia.

Una pregunta puede surgir entorno a la novela, y es que si se trata de ficción por qué
tiene tantos seguidores que en ocasiones ni siquiera cuestionan lo que leen. La
respuesta puede estribar en que la novela es nacida del arte, el cual, a su vez, halla su
sustento en el simulacro, en lo ficticio, que es también sinónimo de placer. Es decir,
por el hecho de ser ficción la novela nos termina gustando, pero si su cometido fuera
siempre el contar historias y hechos reales terminaría por causar el efecto contrario en
el espectador; sólo imagine que el relato de ‘Fatherland’ fuera cierto… lo mínimo que
nos causaría sería pánico.

Habiendo llegado a este punto es necesario hacer una claridad sobre lo que el autor
desea relatar a través de la novela. Hemos dicho ya que ésta permite la ficción en casi
todas sus formas, pero ello no es una norma per sé de este género literario, pues si la
reportería de algún hecho real nos ha dado las suficientes herramientas para
transmitirlo a los lectores, y esa realidad supera la ficción (como en ocasiones ocurre),
debemos entonces darles mucho valor a tales hechos, pues cada detalle es tan
preciso como valioso.

Aquí es necesario mencionar que lo que se entiende por verdad está íntimamente
sujeto al paso del tiempo. No será lo mismo narrar una verdad ocurrida hace sólo un
par de semanas que una verdad acaecida dos siglos atrás, pues mientras la primera
exige más detalle, por el hecho de estar aún fresca en la memoria de la gente, la
segunda ‘perdona’ más las imprecisiones surgidas de la escasez de datos,
imprecisiones que bien pueden ser de carácter geográfico o histórico.

A juicio de William Ospina, no sería ilícito que existiera el periodismo ficción, toda vez
que la realidad brinda en ocasiones tantos componentes que resulta imposible
abarcarlos todos, más aún si de lo que se trata es de reportear hechos de vieja data.
William pone para ello el ejemplo de su novela Ursúa, en la que los relatos y crónicas

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de indias de la época de La Colonia encierran tantos enigmas y dejan tantos cabos


sueltos que apelar a la ficción para recrear situaciones se hace entonces perentorio en
algunos apartados.

William va más allá, y sobre el particular señala que si el periodismo buscará


esencialmente la verdad suprema de las cosas entonces no tendrían cabida en los
géneros que lo componen las hipótesis, los ensayos, la opinión, el análisis y otros que
se ocupan de hechos y acciones posibles y no fácticas.

En rigor, no se debe considerar que la diferencia principal entre cuento y novela sea su
extensión. La verdad es que en la novela lo principal son los personajes, mientras en
el cuento e sustrato es el argumento sobre unos acontecimientos precisos, según
señala Borges. Así, el centro de gravedad de cada uno de estos géneros es bien
diferente entre sí.
En el cuento casi no importa saber a quién le pasan las cosas, sino reconocer qué
pasó, ya que ello está condicionado por factores externos y no por el carácter de los
personajes, como sí, en cambio, ocurre en la novela. En síntesis, como asegura el
escritor Philip Kdick (de quien han surgido historias de ciencia ficción llevadas al cine
como Blade Runner, dirigida por Ridley Scott, y Minority Report, protagonizada por
Tom Cruise y dirigida por Steven Spielberg), ¨el cuento trata del crimen y la novela
trata del criminal¨.

Por otra parte, es bueno recordar que el cuento policial, que luego creció como novela
policial, se fundamenta siempre en el acertijo por resolver. Este género fue creado por
Edgar Allan Poe, y siempre trata de generar un misterio que se resuelve poco a poco,
y en el que se le pueden brindar todas las pistas al lector para que vaya resolviendo el
caso a medida que lee la historia o, también, dejarlo a la espera de que el policía
protagonista presente la prueba reina para que todo se aclare.

Con el paso del tiempo otros elementos fueron alimentando la novela contemporánea,
como la naturaleza misma y los muertos, cuyas voces ayudan a desentramar misterios
o, por el contrario, colaboran en hacerlos más oscuros. Incluso, en la novela
contemporánea no es requisito sin ecuanum la presencia de un protagonista, pues
puede haber varios, lo que deja en el tapete la imposibilidad de marginar a otros seres
que complementan la historia. En síntesis, en la novela contemporánea cada persona

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es importante y tiene que aportar algo a la trama, que de por sí no tiene por qué ser
sólo una, sino que también, a igual que los personajes, pueden ser varias.

En este género el pensamiento de los protagonistas fluye constantemente, por lo que


el lector es siempre conocedor de la conciencia de cada quien. Así, los protagonistas
no sólo se comunican entre sí y ejecutan acciones, sino que también se dan tiempo
para meditar.

El espacio de tiempo en la novela contemporánea no tiene que hacer relación a lo


extenso, pues permite que la historia se desarrolle en días, horas, minutos y, hasta si
se quiere, en segundos, rompiendo así la barrera del contexto universal y de tiempos
largos en las historias.

La novela permite más que cualquier otro género un gran detalle en la narración,
demostrando así una amplia cantidad de labor investigativa. Joyce, un novelista de
antaño, no sólo escribió en una de sus novelas que luego de que el protagonista de su
historia abrió el grifo brotó del mismo agua fría, sino que fue más allá y detalló que el
líquido provenía de un entramado de redes de alcantarillado, del cual señaló incluso el
calibre de los tubos, el nombre del ingeniero que lo construyó y los materiales
empleados, así como el tiempo que tomó su montaje y los retos a los cuales se
debieron enfrentar los hombres para llevar el agua hasta las manos mismas del
protagonista.

El salto en los tiempos y los flash backs son usados con recurrencia en la novela
contemporánea. Así, por ejemplo, en Pedro Páramo no es posible saber si lo que está
ocurriendo está en verdad dándose o si es que alguien lo está recordando a través de
una narración.

Así las cosas, vemos que en la novela se pregunta mucho por el tiempo, por la manera
en que una cosa lleva a la otra y por el modo en que convergen ciertos aspectos que
pueden modificar el transcurso de la historia. En ella el tiempo mental no corre al
mismo ritmo que el de los relojes, y por eso un segundo puede ser equivalente a años.

La novela es quizá la muestra más palpable de que la vocación del hombre es la


ficción, ya que reúne una serie de ritos y mitos que son necesarios para la sociedad.
En ese sentido, la ficción es una verdad profunda, una verdad que de tanto repetirla se

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vuelve una costumbre social. De tal modo, sólo por citar un ejemplo, se puede
recordar que tres generaciones atrás nuestros abuelos aludían demasiado a que los
muertos se aparecían, con el ánimo de infligir temor a algunas personas, pero la idea
caló tanto en el colectivo social que muchos hombres terminaron por creer en ello. La
verdad es que cada sociedad ve lo que es capaz de ver.

Como se quiera, la ficción suele resolver símbolos, sueños y anhelos del colectivo
social, como el hombre que luego de morir regresa en espíritu para terminar sus tareas
pendientes en vida; una recreación que a menudo es usada por los novelistas y
escritores.

Aunque parezca obvio, en la novela no deben faltar las palabras. Es decir, las palabras
bien utilizadas, que no le den cabida a tiempos muertos y que sí, por el contrario,
formen frases vivas que alimenten la historia. Por ello, se debe prescindir de toda
palabra que no le aporte al texto.

De los elementos constitutivos de la novela también hacen parte los personajes, los
hechos, las circunstancias, los planteamientos, las peripecias y, desde luego, el
desenlace. Al respecto, hay quien señala que para que exista misterio toda novela
debe incluir un muerto, porque ¨si no hay muerto la novela no tendrá vida¨, pero ello es
algo que debe ser condición en la novela policial, y no en las otras derivaciones del
género. Lo que sí es un determinante en el género, es que el lenguaje que se aplique
a cada novela debe corresponder al tema que se ha escogido.

Durante mucho tiempo se concibió la novela como espacio único de seres humanos,
pero en la historia reciente se observa que la novela también se fundamenta en
animales para contar una historia. Lo ideal en este caso es evitar caer en la fábula,
pretender que el animal adopte características humanas, lo cual convertiría la novela
en una parodia.

Sobre el particular existe la historia de un ser que sufre a diario porque observa cómo
unos hombres ataviados de overol y guantes llegan hasta el jardín de su casa para
llevarse pequeñas bolsas y objetos dejados allí por otro miembro del hogar; lo que
constituye un relato entretenido que le permite al lector darse cuenta de que tal
personaje que sufre al ver esos hombres es un perro, quien se mortifica con la sola
presencia de los sujetos que recogen la basura en el vecindario.

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El novelista novato debe entender que los primeros capítulos de toda obra de este
género son siempre los más difíciles de llevar a cabo, ya que es en ellos donde se
define el tono y el ritmo de la novela. Tal característica se nutre también de los
diálogos, que pueden variar de forma de una novela a otra. Así, si se trata de una
novela histórica, como en el caso de Ursúa, se buscará apegarse más a la realidad de
los hechos y los datos que brinda la historia para recrear de manera certera un
diálogo, pues no será muy bien visto que un texto que se precia de ser histórico vaya
su autor a inventarse diálogos sin fundamento alguno y, peor aún, ponerlos en boca de
personajes que fuero verdaderos.

El espacio para inventar diálogos sin ninguna restricción lo tiene la novela ficción, que
como ‘El código Da Vinci’ da la posibilidad de recrear los hechos y comunicaciones de
sus protagonistas en lugares reales del mundo contemporáneo.

El Cuento

El cuento tiene como primera intención hacer soñar al lector, recrear el imaginario y,
por lo general, está cargado de moralismo. En él siempre hay implicaciones distintas y,
por ende, enseñanzas distintas.

El más representativo de todos los cuentos es el compendio que de ellos se hace en


‘Las mil y una noches’, que aunque es de origen oriental ha movido el imaginario de
Occidente por décadas. En él, por ejemplo, se incluye ‘Aladino y la lámpara
maravillosa’, que es originario de la China, aunque muchos de quienes lo han leído no
reconozcan esta verdad o la hayan siquiera escuchado alguna vez. Lo que sucedió
realmente fue que en el Siglo XVIII un francés que visitó Arabia tradujo los textos a su
lengua natal, pero al regresar a suelo francés llevó consigo un joven a quien se le
adjudicaban grandes dotes como cuentero y, por ende, una prodigiosa imaginación, lo
que le permitía recrear las historias con elementos propios de su inventiva y hacerlos
cada vez más ricos en fantasía. Incluso, se dice que fue ese joven quien creó la
historia de ‘Ali Babá y los cuarenta ladrones’, pero de él, así como del viajero francés,
es poco o nada lo que se conoce.

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Siguiendo con el género que nos ocupa, podemos señalar que según algunos literatos
y antropólogos el mito y la leyenda son los precursores del cuento, lo que deja ver que
desde tiempos inmemoriales la humanidad ha sentido una profunda fascinación por la
ficción, quizá porque atrapa más que la realidad. Sin embargo, los cuentos
contemporáneos presentan cierta resistencia a caer en los finales felices, cosa
contraria a lo que sucedía en los clásicos del género.

Respecto a su extensión se asegura que el cuento puede ser tan largo como los de
‘Las mil y una noches’, o tan corto que nadie se atreve a señalar cuán tan reducido
puede ser. Como se quiera, en todos los cuentos hay una serie de fantasía contada en
orden cronológico, aunque en la actualidad se recurre con bastante frecuencia al uso
de ‘flash backs’ o de narrar los hechos con absurdos, como suele denominarse a las
historias que se recrean partiendo de sueños del (o los) protagonista (s). Esos sueños
le permiten al autor violar variados aspectos del mundo físico, por lo que el personaje
puede volar o contar con poderes sobrenaturales; en síntesis, los sueños son el
alimento del cuento.

Básicamente existen dos clases de cuento: el realista y el fantástico. Mientras el


primero busca recrearse más con lo terrenal, sin dejar de lado hechos divinos, el
segundo pretender regodearse con los misterios del más allá y con la imagen de la
muerte, que por lo general persigue al personaje a lo largo de toda la trama para
‘llevárselo’. No obstante, también se da el cuento de ficción, el cual parte de la
tecnología para formarse.

Vale la pena destacar que existen también cuentos en los que la voz del narrador
omnisciente es el sustrato sin el cual la trama no se podría comunicar, es la voz de
quien todo lo sabe y lo observa la que le da fuerza a la narración. En el cuento siempre
será lícito el narrador omnisciente, aquel que nos abre las puertas de la historia con el
consabido: ¨Hace mucho, mucho tiempo en una provincia lejana…¨, y que nos la
despide con el lugar común: ¨Y vivieron felices para siempre¨, aunque lo anterior no
quiere decir que no se permita el uso del narrador situado, que puede resultar
interesante.

Así las cosas, el cuento permite todo tipo de narrador: omnisciente, situado o múltiple,
y no hay nada de malo en que él lo sepa todo, por el contrario, es él quien nos orienta
y marca el camino y el ritmo de la historia.

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Por su parte, es bueno destacar que la primera persona de la historia, la que nos
conduce por sus entramados, no tiene que ser necesariamente el escritor mismo o el
autor de la obra, toda vez que conforme avanza la historia se puede ver maniatado
para hablar u opinar de algo o alguien en particular. Así, por ejemplo, no es William
Ospina quien conduce al lector por la trama que encierra su novela Ursúa (sobre la
colonización de las Américas y el periodo de indias, en particular en lo que hoy se
conoce como la zona andina del cono sur), sino un personaje ficticio que se encarna
como amigo entrañable del protagonista, Pedro Ursúa, y quien le habla al lector en
primera persona.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que en la novela la primera persona es una
instancia que se puede tomar con libertad, mientras que en una biografía o en unas
memorias el uso de la primera persona es fundamental.

Otro punto a destacar del género es que un cuento puede empezar por el final o, si así
lo desea el autor, por la mitad, sin que en últimas importe mucho su extensión.

A diferencia de la novela, el cuento está diseñado más para la oralidad que para la
lectura silenciosa, de allí que la humanidad esté siempre más dispuesta a escuchar un
cuento que tan siquiera un capítulo de una novela. Además, dicha oralidad puede ser
alimentada por las palabras de un animal, ya que como en las fábulas antiguas, los
seres no racionales pueden adquirir cualidades humanas.

El cuento, como género, está abierto a todos los experimentos posibles, logrando ser
eficaz en lo que transmite, siendo estos hechos pertenecientes a épocas cercanas o
distantes. Cortázar, por ejemplo, escribió un cuento acerca de un atasco vehicular en
Francia y lo que a la gente le tocó vivir mientras permanecía en ese espacio.

Vale la pena tener en cuenta que cuando un cuento excede más de un tomo resulta
difícil ‘sostenerlo’ como tal, y su género empieza a desvirtuarse para darle espacio al
de novela. Así, por ejemplo, Harry Potter tiene características de cuento en el sentido
en que la trama se basa más en las peripecias del joven mago que en su personalidad
misma, aunque el hecho de que la historia se desarrolle en varios tomos hace que sus
seguidores perciban la historia más como una novela que como un cuento.

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Para tener en cuenta:


A juicio de William Ospina, la mejor manera de saber si un texto está bien escrito y de
que transmite la información que se requiere es leerlo en voz alta, de modo tal que se
pueda comprobar que quienes lo siguen están entendiendo plenamente lo que en él se
narra.

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