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Son tiempos difíciles realmente los que nos toca vivir, cómo podemos hacer para, desde
nuestros pequeños espacios vitales, escapar a las confusiones en que se arriesga la
plenitud, cuando intentamos reflexionar actuando con las herramientas conceptuales de
nuestra cultura mestiza, a caballo entre una racionalidad hegemónica y estos mínimos
esbozos de un pensar renovador que pugna por recomponer el sentido de las palabras
en su precisa configuración histórica.
Lo impredecible se impone más allá de toda lógica racional , condensa sin razón y a
contramano, nuevos núcleos de sentido que alteran los mapas evolutivos en
protuberancias aún informes que sedimentan topografías inexploradas rompiendo la
geometría mensurable en términos de las leyes de aproximación que informan sobre el
rumbo cósmico.
Los antiguos sistemas agrarios de las grandes civilizaciones respondían a una lógica de
subsistencia y almacenamiento imbricada profundamente con los ciclos de siembra y
los cursos de agua, con los equilibrios del entorno natural y con los fundamentos
sagrados de sus culturas. Eran sistemas basados en la reciprocidad y el intercambio y
alejados de las lógicas productivas. Y su declinación respondió principalmente a las
guerras de conquista.
Y aquí llegamos a lo que nos toca de cerca, el modelo. El paradigma que denominamos
civilización occidental, o sociedad tecno-industrial, o sociedad de consumo que se
expresa como globalización capitalista, o capitalismo tardío, o sistema de producción
por apoderamiento ,genera a su vez los diferentes modelos que hacen efectivo el
dominio mundial.
Los modelos son para nosotros los programas que asignan las grandes corporaciones
del capital concentrado y la ciencia instrumental, a cada uno de los actores, pueblos y
naciones del mundo globalizado. La asignación de roles dentro del sistema-mundo
obedece a las rígidas y feroces directivas emanadas de los centros de poder que
confieren a cada lugar de la tierra el imperativo de contribuir para pertenecer, de
ofrendar su riqueza natural y su calidad humana en el altar del dios pensante.
Los modelos representan el lugar concreto de aplicación de la maquinaria global, por
ello su principal característica es que son modelos productivos. Es decir la topografía
planetaria tan rica en diversidades y matices, es tratada como un mapa de extracción
de lo valioso y necesario para la reproducción sistémica.
Nuestra América y gran parte de las inmensas regiones periféricas tienen asignado el
papel de productores de materias primas y productos poco elaborados para alimentar el
derroche energético de los países centrales. El viejo modelo colonial no ha cambiado,
simplemente se ha reconfigurado en neocolonialismo por desposesión. Y los Estados
nacionales aplican mansamente las reglas dictadas para maximizar el saqueo
enmascarado en desarrollo y crecimiento.
En nuestra patria el modelo agroexportador continúa siendo el eje productivo central con
mayor fuerza que nunca, basta ver las inmensas áreas naturales sometidas al
monocultivo y la desertización consecuente de las regiones ecológicas nacionales. El
montaje industrial liviano y las sustracciones mineras completan y amplían la centralidad
agropecuaria del destino argentino.
Nos hemos quedado sin modelo de país para abrazar un modelo productivo elemental
con sus tremendas consecuencias ecológicas y humanas. La matriz agroindustrial
succiona nuestras riquezas y a nuestras poblaciones provocando inmensos bolsones
de aridez y de pobreza apenas contenidos por un Estado complaciente con las
Corporaciones y mitigador de la violencia social latente.
La situación se agrava si echamos una mirada a la región, la América del Sur, que en el
dispositivo geoestratégico imperial reproduce en cada uno de sus países el mismo
modelo extractivo y apoderador. La debilidad de las fronteras nacionales provocada por
zonas de difusa soberanía ,como lo son la republiqueta sojera entre Argentina, Brasil,
Paraguay y el oriente boliviano, el paraguas de soberanía minera en la cordillera entre
Argentina y Chile, la explotación petrolera en la Amazonía entre Perú, Ecuador, Bolivia
y Brasil, sumado a los conflictos bélicos latentes y fogoneados por el complejo militar-
industrial de EEUU, la pérdida de espacios marítimos sometidos a la pesca intensiva,
van delineando la fragilidad de los estados nacionales que sólo atinan a sumarse a un
desarrollo compulsivo para no quedar afuera. Si agregamos a ello la aparición de un
neo-indigenismo de manual prefigurado por grandes ONG. de dudoso financiamiento,
que reclaman legitimidades territoriales ancestrales, pero que juegan claramente para
la desposesión de los espacios nacionales, completan un modelo de consecuencias
impredecibles.
En nuestra región americana son innumerables los grupos de oposición a los proyectos
de desmonte de bosques y selvas, de plantaciones monoforestales y cultivos
transgénicos, así como las profundas heridas de las nuevas aperturas que imagina el
IIRSA y los polos industriales y mineros proyectados. Las campañas contra los
agrotóxicos y las fumigaciones, contra la contaminación ambiental, contra la
despoblación del campo, contra la ganadería de engorde artificial, y muchas otras
resistencias a cada nuevo intento de reducción de la biodiversidad.
Las poblaciones marginadas de la vida rural y arrojadas a las márgenes de las grandes
ciudades donde la vida comunitaria es imposible, comienzan a responder con acciones
comunes para asegurar las mínimas condiciones de subsistencia y recuperar la dignidad
y la memoria perdida. Sentimos que va creciendo un gigantesco organismo aún no
consolidado, de reparación de la armonía con la Madre Tierra, vemos diariamente
sumarse nuevos actores en este cambio de época que llegan con la esperanza de un
mundo mejor para todos.
Estamos en el cambio de paradigma, lo que muere muchas veces no deja ver lo nuevo
que nace, pero siempre ha sido así, la metamorfosis no puede aún reconocerse, los
signos de los tiempos no son todavía visibles para todos, la continuidad de la vida sobre
le planeta está en juego y los poderosos no se han dado cuenta. La nave tierra exige un
cambio de piloto y nuevas energías que la alimenten, el rumbo puede torcerse antes de
la destrucción final y estamos para ello.
Presentimos que estamos recomponiendo la dimensión simbólica de la cultura humana,
estamos recuperando las cosmogonías olvidadas y los saberes totalizadores, vamos
por la integralidad de la vida y la armonía natural. La ecosencillez es el nuevo espíritu
de los tiempos y el iluminismo racional cede ante la iluminación de lo impensable.
Nos sentimos vivos y latentes en la inabarcabilidad que excede a las lógicas sistémicas.
La vigencia de nuestras demandas va más allá de una nueva recuperación del equilibrio
sistémico. Hoy cuando se han roto todos los diques de contención, asistimos a una
simulación de un equilibrio homeostático nunca realizado. Si todo lo real es racional
quedamos afuera quienes abogamos por una existencia plena y sin condicionantes que
recobre la humanidad perdida en este proyecto de conocimiento sin corazón y
apoderamiento sin medida, en que el viaje transgaláctico es solo un desafío de la
soberbia intelectual a los avatares cósmicos no comprendidos por el espíritu
desplegado.
Tenemos que poner el acento en lo que nos duele, hay que comenzar ya a cambiar la
matriz agroindustrial para volver a los cultivos alimentarios que nos hicieron soberanos,
hay que volver a repoblar el campo con los marginados de las ciudades y para ello se
necesita una planificación desde el Estado que rompa la concentración exportadora
incentivando a los productores y campesinos desde organismos nacionales de
producción y exportación de excedentes como los que orgullosamente supimos tener.
Un Estado Nacional fuerte y solidario es el único camino para nuestros sufridos pueblos.
Esto significa también la recuperación para la Nación de la propiedad del suelo y el
subsuelo, de los componentes energéticos, de los ferrocarriles, y de puertos y barcos
que lleven en sus bodegas alimentos para una humanidad hambrienta.
Vemos finalmente como la complejidad del actual estado de cosas implica la profunda
imbricación de los paradigmas, los sistemas y los modelos. No puede pensarse ningún
camino diferente si no se hace el esfuerzo por comprender la densidad del entramado
que nos asfixia y para ello hay que romper las categorías analíticas de la “sociedad del
conocimiento”, es decir que no podemos apelar a los postulados que desde la ciencia
instrumental resultan funcionales al paradigma del desastre planetario. Debemos hacer
el esfuerzo por comprender desde un pensamiento totalizante, una profunda reinversión
del orden de las reflexiones para instalarnos en la intuición originaria de la vida, para
arraigar y trascender desde la propia tierra y el propio horizonte simbólico de nuestra
cultura. Un pensar que forzosamente debe ser asistemático, donde se recupera el valor
de los símbolos, un pensar desde lo popular, que no es otra cosa que el pensar del
hombre en general.
Fernando Rovelli
Grupo de Reflexión Rural