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com/2016/04/

Un manifiesto formalista
Curtis Yarvin

MONDAY, APRIL 23, 2007

http://www.mises.org.es/2018/02/un-manifiesto-formalista/

[Este es uno de los textos representativos del pensamiento post-libertario llamado


neorreacción, una rama heterodoxa de la filosofía política de Hans Hoppe. Bien se podría
decir que este es el manifiesto neorreaccionario.]

El otro día estaba trasteando por mi garaje y me decidí a crear una nueva ideología.

¿Qué? Quiero decir, ¿Estoy loco o algo así? En primer lugar, no se puede simplemente
crear una ideología. Son transmitidas a través de los siglos, como las recetas de lasaña de la
familia. Necesitan añejarse, al igual que el bourbon. No puedes beberlo directamente del
serpentín del alambique.

Y mira lo que pasa si lo intentas. ¿Qué causa todos los problemas del mundo? La ideología,
es lo que los causa. ¿Qué tienen en común George Bush y Osama Bin Laden? Los dos son
chiflados ideológicos. ¿Se supone que necesitamos más de esto?

Por otra parte, la construcción de una nueva ideología es simplemente imposible. La gente
ha estado hablando de ideología desde que Jesús era un niño pequeño. ¡Al menos! ¿Voy yo
supuestamente a mejorar esto? ¿Una persona al azar en Internet, que abandonó la escuela
de posgrado, que no sabe griego o latín? ¿Quién me creo que soy? ¿Wallace Shawn?

Objeciones excelentes todas ellas. Vamos a responderlas y luego hablaremos sobre


formalismo.

En primer lugar, por supuesto, hay un par de maravillosamente envejecidas ideologías


tradicionales que Internet ya nos trae ahora con glorioso detalle. Se les han dado un montón
de nombres, pero llamémoslas progresismo y conservadurismo.

Mi problema con el progresismo es que durante al menos los últimos 100 años, la gran
mayoría de los escritores, pensadores y gente inteligente en general, han sido progresistas.
Por lo tanto, cualquier intelectual en 2007 que, a menos que haya habido algún tipo de
deformación del espacio de Internet y mis palabras estén siendo transmitidas en vivo por
Fox News es cualquiera que lea esto, está, básicamente, marinado en ideología progresista.

Quizás esto podría dañar ligeramente la capacidad de uno para ver los problemas que
puedan existir en la visión progresista del mundo.
En cuanto al conservadurismo, no todos los musulmanes son terroristas, pero la mayoría de
los terroristas son musulmanes. Del mismo modo, no todos los conservadores son cretinos,
pero la mayoría de los cretinos son conservadores. El moderno movimiento conservador
estadounidense – que es, paradójicamente, mucho más joven que el movimiento
progresista, aunque sólo sea porque tuvo que reinventarse después de la dictadura de
Roosevelt – ha sido afectado claramente por esta dolencia. También sufre de la
coincidencia electoral de que tiene que despreciar todo lo que el progresismo adora, un
extraño defecto de nacimiento que no parece ser tratable.

La mayoría de las personas que no se consideran “progresistas” o “conservadores” son una


de éstas dos cosas. O son “moderados” o son “libertarios“.

En mi experiencia, la mayoría de personas sensatas se consideran a sí mismas “moderadas”


“centristas”, “independientes”, “sin ideología”, “pragmáticas”, “apolíticas”, etc. Teniendo
en cuenta las enormes tragedias provocadas por la política del siglo XX, esta actitud es
bastante comprensible. También es, en mi opinión, responsable de la mayor parte de la
muerte y la destrucción en el mundo de hoy.

La moderación no es una ideología. No es una opinión. No es un pensamiento. Es una


ausencia de pensamiento. Si tu crees que el statu quo es básicamente lo correcto en 2007,
entonces deberías creer lo mismo si una máquina del tiempo te transportara a Viena en
1907. Pero si te dieras una vuelta por Viena en 1907 diciendo que debería haber una Unión
Europea, que los africanos y los árabes deben regir sus propios países e incluso colonizar
Europa, que cualquier forma de gobierno, excepto la democracia parlamentaria es malvada,
que el papel moneda es bueno para los negocios, que todos los médicos deben trabajar para
el Estado, etc, etc – bueno, probablemente podrías encontrar a gente que estuviera de
acuerdo contigo. Ellos no se llamarían a sí mismos “moderados”, y tampoco lo haría
ninguna otra persona.

No, si fueras un moderado en Viena en 1907, pensarías que Franz Josef fue la cosa más
grande desde el pan de molde. Entonces, ¿En qué quedamos? ¿Habsburgos, o eurócratas?
Bastante difícil encontrar la diferencia en esto.

En otras palabras, el problema con la moderación es que el “centro” no es fijo. Se mueve. Y


puesto que es móvil, y la gente es como es, la gente va a tratar de moverlo. Esto crea un
incentivo para la violencia – algo que los formalistas tratamos de evitar. Más sobre esto en
un momento.

Eso nos deja a los libertarios. Ahora, me encantan los libertarios a muerte. Mi CPU
prácticamente tiene un socket abierto permanente con el Instituto Mises. En mi opinión,
cualquier persona que ha elegido intencionadamente permanecer ignorante de pensamiento
libertario (y en particular, misesiano–rothbardiano), en una era en que un par de clics del
ratón pueden suministrarte suficientemente libertarismo de alta testosterona como para
ahogar un alce, no es una persona intelectualmente seria. Además, soy un programador
informático que ha leído demasiada ciencia ficción – dos factores de riesgo importantes
para el libertarismo. Así que podría decir: “lee a Rothbard,” y cerrar el chiringuito.
Por otro lado, es difícil evitar darse cuenta de dos hechos factuales básicos sobre el
universo. Una es que el libertarismo es una idea extremadamente obvia. La otra es que
nunca se ha aplicado con éxito.

Esto no prueba nada. Pero lo que sugiere es que el libertarismo es, como sus detractores
están siempre dispuesto a aclamar, una ideología esencialmente impráctica. Me encantaría
vivir en una sociedad libertaria. La pregunta es: ¿Existe un camino desde donde estamos
hasta allí? Y si llegamos allí, ¿Nos asentaríamos allí de modo estable? Si tu respuesta a
ambas preguntas es, “obviamente sí”, tal vez tu definición de “obvio” no es la misma que la
mía.

Así que precisamente por esto decidí crear mi propia ideología – el “formalismo”.

Por supuesto, no hay nada nuevo en el formalismo. Progresistas, conservadores, moderados


y libertarios reconocerán todos grandes trozos de sus propias realidadades a medio digerir.
Incluso la palabra “formalismo” está tomada de formalismo jurídico, que es básicamente
la misma idea en traje más modesto.

Yo no soy Vizzini. Sólo soy un tío que compra una gran cantidad de oscuros libros usados,
y no tiene miedo de pasarlos por la batidora, agregar sabor y renombrar el resultado como
una especie de surimi político. Casi todo lo que tengo que decir está disponible, con mejor
escritura, más detalle y mucha más erudición, en Jouvenel, Kuehnelt-
Leddihn, Leoni, Burnham, Nock, etc, etc.

Quizá nunca hayas oído hablar de ninguna de estas personas, tampoco yo hasta que empecé
el procedimiento. Tal vez te asuste; debería. Reemplazar tu propia ideología se parece
mucho a una cirugía cerebral “hazlo tu mismo”. Requiere paciencia, tolerancia, un alto
umbral de dolor, y manos muy firmes. Quienquiera que seas, ya tienes instalada una
ideología ahí, y si ésta quisiera abandonarte lo habría hecho por sí misma.

No tiene sentido iniciar este enmarañado experimento para instalar alguna otra ideología
explicalotodo solamente porque alguien te diga que deberías hacerlo. El formalismo, como
veremos, es una ideología diseñada por geeks para otros geeks. No es un kit. No viene con
las baterías. No es de enchufar y usar. En el mejor de los casos, es un tosco punto de partida
para ayudarte a construir tu propia ideología “hazlo tu mismo”. Si no te sientes cómodo
trabajando con una sierra de mesa, un osciloscopio y un autoclave, el formalismo no es para
ti.

Dicho esto:

La idea básica del formalismo es simplemente que el problema principal en los asuntos
humanos es la violencia. El objetivo es diseñar una manera en que los humanos interactúen,
en un planeta de tamaño notablemente limitado, sin violencia.

Especialmente violencia organizada. Un buen formalista cree que, al lado de la violencia


organizada de humanos sobre otros humanos, todos los demás problemas – la pobreza, el
calentamiento global, la degeneración moral, etc, etc, etc – son básicamente insignificantes.
Tal vez una vez que nos deshagamos de la violencia podamos preocuparnos un poco sobre
la degeneración moral, pero teniendo en cuenta que la violencia organizada ha matado a un
par de cientos de millones de personas en el siglo pasado, mientras que la degeneración
moral nos ha dado “American Idol“, creo que las prioridades están bastante claras.

La clave está en mirar esto no como un problema moral, sino como un problema de
ingeniería. Cualquier solución que resuelva el problema es aceptable. Cualquier solución
que no resuelva el problema no es aceptable.

Por ejemplo, hay una idea existente llamada pacifismo, parte del sistema operativo
progresista general, que pretende ser una solución para la violencia. Tal como yo lo
entiendo, la idea del pacifismo es que si tu y yo no podemos ser violentos, todos los demás
no serán violentos, tampoco.

No hay duda en mi mente de que el pacifismo es eficaz en algunos casos. En Irlanda del
Norte, por ejemplo, parece ser lo que hay. Pero hay un tipo de lógica de “centésimo mono”
que constantemente elude mi lineal mente occidental. Se me ocurre que si todo el mundo es
pacifista y luego una persona decide no ser pacifista, ésta terminaría gobernando el mundo.
Umm.

Otra dificultad añadida es que la definición de “violencia” no es algo tan obvio. Si yo


gentilmente “libero” tu cartera, y tú me persigues después a mí con tu Glock y me obligas a
suplicar que me permitas devolvértela de nuevo, ¿Quién de nosotros es violento?
Supongamos que yo digo, bueno, esta era tu cartera – pero ¿No es ahora mi cartera?

Esto sugiere, como mínimo, que necesitamos una regla que nos diga qué cartera es de
quién. Violencia, entonces, es cualquier cosa que rompa la regla, o la sustituya por una
regla diferente. Si la regla es clara y todo el mundo la sigue, no hay violencia.

En otras palabras, la violencia es igual a conflicto más incertidumbre. Mientras haya


carteras en el mundo, existirá conflicto. Pero si podemos eliminar la incertidumbre – si hay
una regla no ambigua, inquebrantable, que nos diga por adelantado quien se queda la
cartera – no tengo ninguna razón para colar mi mano en tu bolsillo, y tu no tienes ninguna
razón para correr tras de mí disparando salvajemente al aire. Ninguna de nuestras acciones,
por definición, puede afectar el resultado del conflicto.

Ninguna violencia sin importar el calibre tiene sentido sin incertidumbre. Considera la
posibilidad de una guerra. Si un ejército sabe que va a perder la guerra, quizá por
asesoramiento de algún oráculo infalible, no tiene ninguna razón para luchar. ¿Por qué no
rendirse y acabar de una vez?

Pero esto sólo ha multiplicado nuestras dificultades. ¿De dónde proceden todas estas
reglas? ¿Quién las hace inquebrantables? ¿Quién va a ser el oráculo? ¿Por qué la cartera es
“tuya,” en lugar de “mía”? ¿Qué pasa si no estamos de acuerdo en esto? Si hay una regla
para cada cartera, ¿Cómo podría todo el mundo acordarse de todas ellas? ¿Y si suponemos
que no eres tú, sino yo, quien tiene la Glock?
Afortunadamente, grandes filósofos han pasado largas horas meditando estos detalles. Las
respuestas que te doy son suyas, no mías.

En primer lugar, una forma sensata de hacer reglas es que estés limitado por una regla si, y
sólo si, estás de acuerdo con ella. Las reglas que tenemos no fueron hechas por los dioses
en alguna parte. Lo que tenemos realmente no son reglas en absoluto, sino acuerdos.
Seguramente, acordar algo y luego, a tu propia conveniencia, romper ese mismo acuerdo,
es el acto de un canalla. De hecho, cuando haces un acuerdo, el propio acuerdo en sí, bien
puede incluir las consecuencias de este tipo de comportamiento irresponsable.

Si eres un hombre salvaje que no se compromete con nada – ni siquiera con no matar a
gente al azar en la calle – está bien. Puedes ir a vivir a la selva, o algo así. No esperes de
nadie que te deje caminar alrededor de su calle, más de lo que tolerarían, por ejemplo, un
oso polar. No existe ningún principio moral absoluto que diga que los osos polares son
malos, pero su presencia simplemente no es compatible con la vida urbana moderna.

Estamos empezando a ver dos tipos de acuerdos aquí. Existen acuerdos con otros
individuos específicos – Me comprometo a pintar tu casa, tu te comprometes a pagarme. Y
hay acuerdos como: “No voy a matar a nadie en la calle”. Pero ¿Son estos acuerdos
realmente diferentes? Yo creo que no. Creo que el segundo tipo de acuerdo es sólo tu
acuerdo con quienquiera que sea el dueño de la calle.

Si las carteras tienen dueños, ¿Por qué no deberían las calles tener dueños? Las carteras
tienen que tener propietarios, obviamente, porque en última instancia, alguien tiene que
decidir lo que sucede con la cartera. ¿Viajará en tu bolsillo, o en el mío? Las calles no
viajan, pero aún así hay un montón de decisiones que tienen que tomarse – ¿Quién
pavimenta la calle? ¿Cuándo y por qué? ¿Se le permite a la gente matar a otra gente en la
calle, o se trata de una de esas calles especiales de “prohibido matar”? ¿Qué pasa con los
vendedores ambulantes? Etcétera.

Obviamente, si yo soy dueño de la calle 44 y tu posees la 45 y la 43, la posibilidad de una


relación compleja entre nosotros se vuelve algo no trivial. Y la complejidad está próxima a
la ambigüedad, que está próxima a la incertidumbre y las Glock aparecen de nuevo. Así
que, siendo realistas, es probable que estemos hablando más bien acerca no de ser dueño de
calles, sino de unidades más grandes y claramente definidas – bloques, tal vez, o incluso
ciudades.

¡Ser propietario de una ciudad! Eso sí que sería guay. Pero esto nos lleva de nuevo a un
tema que nos hemos saltado completamente, que es quién posee qué. ¿Cómo lo decidimos?
¿Me merezco ser dueño de una ciudad? ¿Soy tan meritorio? Yo creo que lo soy. Tal vez tu
podrías quedarte tu cartera, y yo podría obtener, digamos, Baltimore.

Existe esta idea llamada justicia social en la que mucha gente cree. La idea es, de hecho,
bastante universal mientras redacto este escrito. Lo que nos dice es que la Tierra es pequeña
y tiene un conjunto limitado de recursos, como ciudades, de las que todos queremos tanto
como sea posible. Pero no todos podemos tener una ciudad, o incluso una calle, por lo que
debemos compartir por igual. Debido a que todos nosotros, las personas, somos iguales y
nadie es más igual que cualquier otra persona.

La justicia social suena muy bien. Pero hay tres problemas con ella.

Uno es que muchas de estas cosas buenas no son directamente comparables. Si yo obtengo
una manzana y tu obtienes una naranja, ¿Somos iguales? Uno podría debatir el tema – con
Glocks, tal vez.

Dos es que incluso si todo el mundo empieza con todo igual, siendo las personas diferentes,
teniendo diferentes necesidades y habilidades y así sucesivamente, e implicando el
concepto de la propiedad que si tu eres dueño de algo puedes dárselo a otra persona, no es
en absoluto probable que se mantenga la igualdad . De hecho, es básicamente imposible
combinar un sistema en que los acuerdos se mantienen en pie con uno en la que la igualdad
se mantiene igual.

Esto nos dice que si tratamos de imponer la igualdad permanente, probablemente podamos
esperar violencia permanente. Yo no soy un gran fan de las “evidencias empíricas”, pero
creo que esta predicción se corresponde bastante bien a la realidad.

Y tres, que es el verdadero asesino – por así decirlo – es que no estamos, de hecho,
diseñando una utopía abstracta aquí. Estamos tratando de arreglar el mundo real, que en
caso de que no te hayas dado cuenta, está extremadamente jodido. En muchos casos, no
existe un acuerdo claro sobre quién es dueño de qué (¿Alguien ha dicho Palestina?), Pero la
mayoría de las cosas buenas en el mundo parecen tener una cadena de control bastante
definitiva.

Si tenemos que empezar por igualar la distribución de los bienes, o, de hecho, al cambiar
esta distribución en absoluto, nos estamos metiendo innecesariamente en camisas de once
varas. Estamos diciendo, venimos en paz, creemos que todo deben ser libre e igual,
abracémonos todos. Pon tus brazos alrededor de mí. ¿Sientes ese bulto en el bolsillo de
atrás? Sí, es lo que crees que es. Y está cargada. Ahora entrega tu ciudad / cartera /
manzana / naranja, porque yo conozco a alguien que lo necesita más que tú.

El objetivo del formalismo es evitar este pequeño desvío desagradable. El formalismo dice:
vamos a averiguar exactamente quién tiene qué ahora, y darles un pequeño y bonito
certificado. No vamos a entrar en quién debería  tener qué. Porque, nos guste o no, esto es
simplemente una receta para más violencia. Es muy difícil llegar a una regla que explique
por qué los palestinos deberían recuperar Haifa, y no explique por qué los galeses no
deberían recuperar Londres.

Hasta ahora esto probablemente suene muy parecido al libertarismo. Pero hay una gran
diferencia.
Los libertarios pueden pensar que los galeses deberían recuperar Londres. O no. Sigo sin
estar seguro de que puedo interpretar a Rothbard en este caso – lo cual es, como hemos
visto, un problema en sí mismo.

Pero si hay una cosa que todos los libertarios creen, es que los americanos deben recuperar
América. En otras palabras, los libertarios (por lo menos, los libertarios reales) creen
que EE.UU. es básicamente una autoridad ilegítima y usurpadora, que la fiscalidad es un
robo y que esencialmente están siendo tratados como animales de tiro por esta extraña y
oficiosa mafia armada, que ha convencido de alguna manera a todos los demás en el país
para que la adoren como si fuera la Iglesia de Dios o algo así, y no sólo un montón de
chicos con insignias bonitas y grandes armas.

Un buen formalista no aceptará nada de esto.

Debido a que para un formalista, el hecho de que los EE.UU. puedan determinar lo que
ocurre en el continente norteamericano entre el paralelo 49 y Río Grande, añadiendo Alaska
y Hawai, etc, significa que es la entidad propietaria de ese territorio. Y el hecho de que
los EE.UU. extraigan pagos regulares de los animales de tiro antes mencionados no
significa más, que el que posee ese derecho. Las diversas maniobras y pseudo-legalidades
mediante las cuales adquirió estas propiedades son solamente historia. Lo que importa es
que las tiene ahora y que no quiere entregarlas, más de lo que tu quieres entregarme tu
cartera.

Así que si la responsabilidad de cortar y trinchar para ellos un pedazo de tu salario te


convierte en un siervo (una reutilización razonable de la palabra, sin duda, para nuestra
mucho menos agrícola época), eso es lo que los estadounidenses son – siervos.

Siervos corporativos, para ser exactos, porque EE.UU. no es otra cosa más que una
corporación. Es decir, es una estructura formal mediante la cual un grupo de individuos
acuerdan actuar colectivamente para conseguir algún resultado.

¿Y qué? Así que soy un siervo corporativo. ¿Es esto tan horrible? Parece que estoy bastante
acostumbrado a ello. Dos días de la semana trabajo para Lord Snooty-Snoot. O Sin-Rostro
Productor Global, S.A. O quien sea. ¿Importa a nombre de quien va el cheque?

La distinción moderna entre empresas “privadas” y “gobiernos” es en realidad


un desarrollo relativamente reciente. EE.UU. es ciertamente diferente de, por ejemplo,
Microsoft, en que los EE.UU. maneja su propia seguridad. Por otro lado, del mismo modo
que Microsoft depende de los EE.UU. para la mayor parte de su seguridad, los EE.UU.
dependen de Microsoft para la mayor parte de su software. No está claro por qué esto
debería hacer a una de estas corporaciones especial, y a la otra no-especial.

Por supuesto, el objetivo de Microsoft no es escribir software, sino hacer dinero para sus
accionistas. La Sociedad Americana Para El Cáncer también es una sociedad, y tiene un
propósito también – curar el cáncer. He perdido un montón de trabajo a causa del así
llamado “software” de Microsoft , y sus acciones, francamente, no se mueven a ninguna
parte. Y el cáncer todavía parece rondar por aquí.
En caso de que el CEO de indistintamente Microsoft o la Sociedad Americana Para El
Cáncer esté leyendo esto, no obstante, realmente mi mensaje no es para vosotros,
muchachos. Sabéis lo que estáis tratando de hacer y vuestra gente probablemente esté
haciendo un trabajo tan bueno como son capaces. Y si no, echad a esos cabrones.

Pero no tengo ni idea de cuál es el propósito de EE.UU..

He oído que hay alguien que supuestamente lo dirige. Pero no parece siquiera tener la
capacidad de despedir a sus propios empleados, lo cual es probablemente bueno, porque he
oído que no es exactamente Jack Welch, si sabes lo que quiero decir. De hecho, si alguien
puede identificar un evento significativo que se haya producido en Norteamérica debido a
que Bush y no Kerry, fuera elegido en 2004, estaría encantado de oír hablar de ello. Debido
a que mi impresión es que, básicamente, el Presidente tiene tanto efecto sobre las acciones
de los EE.UU. como el Soberano Emperador Celestial, el Divino Mikado, tiene sobre las
acciones de Japón. Lo cual es casi ninguno.

Obviamente, EE.UU. existe. Obviamente, hace cosas. Pero la manera en la que decide qué
cosas va a hacer es tan opaca que, en lo que a cualquiera Outside the Beltway se refiere,
bien podrían estar consultando las entrañas de un buey.

Así que este es el manifiesto formalista: que EE.UU. es sólo una corporación. No es


un fideicomiso místico consignado a nosotros por generaciones anteriores. No es el
depositario de nuestras esperanzas y temores, voz de la conciencia y espada vengadora de
la justicia. Es sólo una compañía grande y vieja que posee una enorme pila de activos, no
tiene una idea clara de lo que está tratando de hacer con ellos, y se retuerce como un
tiburón de diez galones en un balde de cinco galones, tiñendo el agua de rojo con
excreciones de cada una de sus miles de branquias.

Para un formalista, la forma de arreglar los EE.UU. es prescindir de la antigua mística de


chichinabo, las oraciones y cánticos de guerra corporativos, averiguar quién son dueños
de esta monstruosidad, y dejar que ellos decidan qué diablos van a hacer con ella. No creo
que sea demasiado loco decir que todas las opciones – incluyendo la reestructuración y la
liquidación – deben estar sobre la mesa.

Ya sea que estemos hablando de EE.UU., Baltimore, o tu cartera, un formalista sólo es


feliz cuando propiedad y control son una sola y misma cosa. Para reformalizar, por lo tanto,
tenemos que averiguar quién tiene poder real en EE.UU., y asignarles acciones de manera
que reproduzcamos esa distribución lo más cercanamente posible.

Por supuesto, si crees en la mística de chichinabo, es probable que digas que todo
ciudadano debe recibir una acción. Pero esta es una visión bastante idealista de la estructura
de poder real de los EE.UU.. Recuerda, nuestro objetivo no es averiguar
quién debería poseer qué, sino averiguar quién realmente posee qué.

Por ejemplo, si el New York Times apoyara nuestro plan de reformalización, sería mucho
más probable que éste sucediera. Esto sugiere que el New York Times tiene un poder
considerable, y por lo tanto que debería recibir un buen número de acciones.
Pero espera. No hemos respondido a la pregunta. ¿Cuál es el propósito de los EE.UU.?
Supongamos, únicamente para ilustrar, que damos todas las acciones al New York Times.
¿Qué haría “Punch” Sulzberger con su flamante nuevo país?

Muchas personas, entre las que más que probablemente se incluya el Sr. Sulzberger,
parecen pensar en EE.UU. como en un ente caritativo. Como la Sociedad Americana del
Cáncer, sólo que con una misión más amplia. Tal vez el propósito de EE.UU. es
simplemente hacer el bien en el mundo.

Esta es una perspectiva muy comprensible. Seguramente, si queda algo no bueno en el


mundo, pueda ser erradicado por una gigantesca y fuertemente armada mega-organización-
caritativa, con bombas H, una bandera, y 250 millones de siervos. De hecho, en realidad es
bastante asombroso que, teniendo en cuenta las dotes prodigiosas de esta gran institución
filantrópica, parezca hacer tan poco bien.

Quizás esto tiene algo que ver con el hecho de que está dirigido con tal eficiencia, que no
ha sido capaz de equilibrar su presupuesto desde la década de 1830. Tal vez, si
reformalizamos los EE.UU., lo dirigimos como si fuera un negocio real, y distribuimos sus
acciones entre un amplio conjunto de organizaciones benéficas separadas, cada una
presumiblemente con alguna capacidad específica para algún propósito específico real,
podríamos estar haciendo mucho más bien.

Por supuesto, EE.UU. no sólo tiene activos. Por desgracia, también tiene deudas. Algunas
de estas deudas, como los bonos del Tesoro, ya están muy bien formalizadas. Otras, como
la Seguridad Social y Medicare, son informales y están sujetas a incertidumbres políticas.
Si se reformalizasen estas obligaciones, sus destinatarios sólo podrían beneficiarse. Por
supuesto, éstas se convertirían así en instrumentos negociables y podrían ser, por ejemplo,
vendidos. Tal vez, a cambio de crack. La reformalización, por tanto, nos obliga a distinguir
entre propiedad y caridad, un problema difícil pero importante.

Todo esto no responde a la pregunta: ¿Son los Estados-nación, como EE.UU., útiles tan
siquiera? Si reformalizásemos los EE.UU., la cuestión quedaría en manos de sus
accionistas. Quizás las ciudades funcionen mejor cuando son poseidas y operadas de
manera independiente. Si es así, probablemente deberíamos disponerlas como
corporaciones separadas.

La existencia de ciudades-Estado de éxito como Singapur, Hong Kong y Dubai ciertamente


sugiere una respuesta a esta pregunta. Los llamemos del modo que los llamemos, estos
lugares son notables por su prosperidad y su relativa ausencia de política. De hecho, tal vez
la única manera de hacerlos más estables y seguros sería transformarlos de corporaciones
de propiedad familiar (Singapur y Dubai) o subsidiaria (Hong Kong) de facto, a
corporaciones de propiedad anónima pública, eliminando así el riesgo a largo plazo de que
pueda desarrollarse violencia política.

Ciertamente, la ausencia de democracia en estas ciudades-Estado no las ha hecho


comparables de ninguna manera a la Alemania nazi o la Unión Soviética. Toda restricción
de la libertad personal que mantienen, parece dirigida principalmente a la prevención del
desarrollo de la democracia – una preocupación comprensible dada la historia del gobierno
del pueblo. De hecho, tanto el Tercer Reich como el mundo comunista, a menudo decían
representar el verdadero espíritu de la democracia.

Como Dubai en particular muestra, un gobierno (como cualquier corporación) puede


ofrecer un excelente servicio al cliente sin necesitar poseer a sus clientes o ser propiedad de
ellos. La mayoría de los residentes de Dubai no son siquiera nacionales. Si el jeque Al-
Maktoum tiene un astuto plan para apoderarse de todos ellos, encadenarlos y hacerlos
trabajar en las minas de sal, lo está llevando a cabo de una manera muy retorcida.

Dubai, como lugar, no es en casi nada recomendable. El clima es horrible, las vistas son
inexistentes, y el vecindario es atroz. Es pequeño, en el medio de la nada, y rodeado de
maníacos enloquecidos fanáticos de Allah con una afinidad sospechosa por las piruetas
centrífugas de alta velocidad. Sin embargo tiene una cuarta parte de las grúas del mundo y
está creciendo como la mala hierba. Si dejáramos que los Maktoums dirigieran, digamos,
Baltimore, ¿Qué pasaría?

Una de las conclusiones del formalismo es que la democracia es – como la mayoría de los
escritores antes del siglo XIX coincidieron – un sistema de gobierno ineficaz y destructivo.
El concepto de democracia sin política no tiene sentido en absoluto, y como hemos visto, la
política y la guerra son un continuo. La política democrática se entiende mejor como una
especie de violencia simbólica, como decidir quién gana la batalla por la cantidad de tropas
que trajeron.

Los formalistas atribuyen el éxito de Europa, Japón y los EE.UU. después de la Segunda


Guerra Mundial no a la democracia, sino a su ausencia. Mientras que mantiene las
estructuras simbólicas de la democracia, tanto como el principado romano retenía las del
Senado, el sistema occidental de posguerra ha asignado casi todo poder real de decisión a
sus funcionarios y jueces, que son “apolíticos” y “no partidistas”, es decir, no democráticos.

Debido a la ausencia de control externo efectivo, estos servicios públicos más o menos se
gestionan a si mismos, y al igual que cualquier empresa insupervisada, a menudo parece
existir y expandirse por el mero hecho de existir y expandirse. Pero evitan el nepotismo
sistematizado que invariablemente se desarrolla cuando los tribunos del pueblo tienen el
poder real. Y realizan de manera razonable, aunque dificilmente estelar, el trabajo de
mantener cierta apariencia de imperio de la ley.

En otras palabras, la “democracia” parece funcionar, ya que no es, de hecho, democracia,


sino una implementación mediocre del formalismo. Esta relación entre el simbolismo y la
realidad ha recibido un educativo, si bien deprimente test en el ejemplo de Irak, donde no
hay ninguna ley en absoluto, pero al cual hemos dotado de la forma más pura y más
elegante de democracia (representación proporcional), y de ministros que realmente
parecen dirigir sus ministerios. Aunque la historia no pueda analizarse mediante
experimentos controlados, sin duda, la comparación entre Irak y Dubai hace un buen
alegato acerca de la superioridad del formalismo sobre la democracia.

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